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Se suele decir que la democracia es la dictadura de las mayorías sobre las minorías. Pero esto no es
exacto. En realidad la supuesta democracia hollycapitalista encubre la dictadura de una minoría
muy poderosa sobre todo el resto. Pero para ello esta minoría más poderosa establece una alianza
estratégica y provisional con las mayorías, de manera que la peor parte se la lleve la minoría menos
poderosa. Esta mecánica opera tanto a escala estatal como supraestatal o imperial. Así, a escala
imperial, los Estados más poderosos dictan las políticas que los menos poderosos deben asumir,
dictados que son disfrazados como decisiones políticas soberanas de los Estados sometidos. Al
final, esta cadena llega hasta los países, las clases, los colectivos, etc., que son víctimas de la
violencia imperial explícita, de las desestabilizaciones, de los golpes de Estado, de las
desapariciones, de la tortura, de los atentados terroristas, de la guerra. En este sentido decíamos que
el régimen hollycapitalista, como el resto de regímenes de poder-religión, se basa en mecanismos de
transferencia de deseo, amenaza, goce, y por encima de todo, violencia. El hollycapitalismo es
también un régimen sacrificial. La violencia que las elecciones democráticas canalizan es en última
instancia la misma violencia que preside las lapidaciones tribales. Es la misma violencia pero
sublimada. De esta violencia sublimada se alimenta la particular religiosidad de la mitología y del
ritual democrático.
El mito y el rito de la democracia están ahí para ocultar todo esto. Pero al mismo tiempo para que
todo esto funcione, para ser el vehículo de estas transferencias libidinoso-agresivas. En este sentido
se puede decir que la verdadera representatividad política es la que hace posible estas
transferencias, la que opera como cortina de humo, la que deja fuera de escena lo obsceno del poder.
Este es el papel fundamental de la supuesta democracia, de las elecciones y de los referéndums.
Pero solo como parte de un mecanismo mucho más vasto, que en el hollycapitalismo lo integran los
medios de comunicación, las redes sociales, el consumo, y en general la dimensión hollywoodense
que atraviesa todo el sistema de producción y reproducción, mercantil y social. La democracia y los
procesos de elección democráticos son solo una parte de este complejo. De ahí que la tendencia es a
que cada vez estén más imbricados con ellos, y en particular con la producción de crisis y eventos
sintéticos, como atentados terroristas de bandera falsa, que contribuyen a la mitología y al ritual
electoral y democrático. Es lo que vimos en el 11M en España y seguiremos viendo en lo sucesivo
en todo Occidente.
Por último hay que decir que la religiosidad de la democracia en general, y de movimientos como la
democracia real o participativa, se deriva en parte del hecho de que incorporan una dimensión
utópica, que es tanto más efectiva cuanto más inalcanzable. Esto otorga a todos estos movimientos
idealistas su particular encanto, su carácter romántico y entrañable. Pero es también lo que mantiene
alejado de ellos a los verdaderos intelectuales y a los ciudadanos verdaderamente comprometidos,
que no son tan fácilmente manipulables por el poder.
Pedro Bustamante es investigador independiente, arquitecto y artista. Su obra El imperio de la
ficción: Capitalismo y sacrificios hollywoodenses ha sido publicada recientemente en Ediciones
Libertarias. http://deliriousheterotopias.blogspot.com/