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La democracia es un mito; las elecciones, un

ritual
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Filosofía política

15.07.2016
Pedro Bustamante
Todas las religiones tienen sus mitos y sus ritos. En esto la religión hollycapitalista no es diferente.
Uno de los mitos y de los ritos principales del hollycapitalismo es la democracia. Todo lo que
vamos a decir sobre la democracia se puede aplicar también a las nociones de Estado de derecho y
de legalidad, pero nos centraremos en la democracia por que esta tiene una dimensión ritual
particularmente importante, y que es al mismo tiempo marcadamente popular.
El mito de la democracia consiste en creer que esta existe como tal, que el pueblo es soberano, que
su voto decide algo o tiene alguna influencia en el Estado y en el gobierno. Cualquiera que conozca
suficientemente cómo funciona el poder sabe que esto es una falacia, esto es, que la democracia es
un mito. En el hollycapitalismo, si el pueblo influye en algo en la manera en que funciona el
sistema, en cómo se gobierna, en su statu quo, es en un grado muy pequeño a través de los
mecanismos democráticos. Y en todo caso estos forman parte de un mecanismo mucho más
complejo. Más bien habría que decir que hoy el sistema obtiene nuestro consentimiento a través de
toda una serie de dispositivos, que van desde nuestras cuentas bancarias y nuestras tarjeras de
crédito hasta las páginas web que visitamos, que si algo decide hoy el fiel hollycapitalista es, como
dice Slavoj Žižek, si prefiere Coca Cola o Pepsi Cola.
La democracia es pura mitología. Pero al mismo tiempo es un ritual, en particular las elecciones y
los referéndums. El BREXIT y la ola de referéndums que vamos a ver en Europa en lo sucesivo,
como la que venimos viendo de soberanismos varios, es parte de esta farsa, de esta mitología, de
este mecanismo de canalización de indignación.
Las elecciones y los referéndums son rituales en la medida en que son la otra cara de la moneda del
mito, los actos reales en los que el mito, la ficción, se hace efectiva. Votar hoy en la religión
hollycapitalista supone implícitamente creer en el mito, aceptarlo. Es como seguirle la corriente a
un loco o a un borracho. Lo único que se consigue es que este crea que no es un loco o no está
borracho, pero no sacar al enajenado o al alienado de su estado. De la misma manera, votar hoy
contribuye a que nada cambie.
En cierto modo el mito de la democracia coincide con el mito del contrato social, que forma parte
de todo este parque de atracciones. Que existe verdaderamente un contrato social es también un
mito. Acudir a las urnas es aceptar que esta ficción de académicos es algo real, es como firmar el
contrato. Aunque, como decimos, la mecánica que está en el trasfondo de la llamada democracia y
de las elecciones llamadas democráticas es más profunda que la de los contratos, y no puede
entenderse en todo su alcance al margen de su religiosidad. De hecho se puede afirmar que las
elecciones son un acto mágico que convierte en real una ficción. Y un acto propiciatorio, como lo
eran los rituales de la fertilidad de la tierra que creían propiciar las lluvias y el crecimiento de los
cultivos. El acto mágico que son las elecciones propicia que todo siga igual, que el régimen de
poder-religión hollycapitalista siga siendo igual de criminal, corrupto, injusto, obsceno, hipócrita,
cínico e inmoral.
Esto no quiere decir que no valoremos todo este aparataje de mitología y de ritualística, que de
hecho es la herencia decadente de milenios de civilización. Gracias a todo esto las cosas, en el
mejor de los casos, siguen igual de mal, o empeoran progresivamente, lo cual es siempre preferible
al caos y la guerra. Gracias a este y a otros muchos mitos es como las sociedades, mejor o peor,
funcionan.
Acudir a votar es por lo tanto como dar estatus de realidad a la ficción del contrato social, como
firmarlo. Pero en el caso del contrato social hollycapitalista, este es impuesto unilateralmente por el
poder, cuenta con innumerables páginas de letra pequeña y lenguaje esotérico, además de
numerosas páginas en blanco que el votante también debe firmar. En otras palabras, el fiel
hollycapitalista que acude al ritual electoral da el visto bueno a la autoridad para que esta utilice su
poder como considere oportuno, sin dar explicaciones, a menudo de manera encubierta y en la
mayoría de los casos perjudicando a la mayor parte de la ciudadanía y beneficiando a la minoría que
ostenta el poder real en la sombra.
El ritual electoral es por lo tanto una pieza fundamental del mito de la democracia y del régimen de
poder-religión hollycapitalista, en la medida en que convierte la ficción en realidad, al mismo
tiempo que supone su acto su legitimación. A su vez, le proporciona al poder un sondeo real del
grado de eficacia de todo el mecanismo, de hasta qué punto el pueblo cree en el mito y participa con
mayor o menor entusiasmo en el ritual. Le regala al poder información de primera mano para que
este comprenda las crisis de legitimidad del sistema, de manera que, en caso de que estas amenacen
el statu quo, se puedan implementar mecanismos de recuperación mediante nuevas fórmulas
políticas.
El mito y sobre todo el ritual llamados democráticos funcionan, como en el resto de regímenes de
poder-religión, como mecanismos de transferencia de energías libidinoso-agresivas, esto es, de
escenificación y atribución de roles morales tales como "moderado" y "radical", "inocente" y
"culpable", "bueno" y "malo", etc. Estos procesos de transferencia libidinoso-agresiva operan en
ambos sentidos, son catárticos y anárticos, esto es, basados en la catarsis y en la anarsis.
La democracia, el Estado de derecho, la legalidad, etc., funcionan como mitos porque el régimen
hollycapitalista es infinitamente más complejo y más perverso de lo que parece. Los mecanismos de
poder son hoy mucho más drásticos, violentos, obscenos, corruptos, criminales, impunes, inmorales,
etc., de lo que la mayoría de la población piensa, de lo que estaría dispuesta a asumir, de lo que
incluso es capaz de imaginar. Si los fieles hollycapitalistas supiesen cómo funcionan
verdaderamente las pretendidas democracias en las que viven se produciría inmediatamente una
revolución, un estallido social, un colapso de todo el sistema. De la misma manera que si supiesen
cómo funciona el dinero fiduciario, así como tantos otros temas que la propaganda del sistema se
encarga de ocultar y de manipular a diario. Así, como sucede de una manera u otra en todos los
regímenes de poder-religión, las llamadas democracias funcionan como cortinas de humo, como
grandes puestas en escena que ocultan la obscenidad del poder. De hecho, en el caso del
hollycapitalismo, se puede afirmar con todo rigor que la democracia es lo más parecido a una
película o a un serial hollywoodense, con la particularidad de que la democracia es continua y que
renueva los personajes cada cuatro años, teniendo los votantes la opción de tomar parte hasta cierto
punto en esta renovación de los roles principales de la serie.
La democracia es un mito porque las elecciones no cambian nada significativo en el statu quo y en
el caso de que pudiesen hacerlo son manipuladas para que no suceda. Utilizando los votos por
correo, los electores que no votan, los programas informáticos de recuento, u otros métodos
fraudulentos.
Por definición en el escenario de la democracia solo aparecen aquellos temas que no afectan al
estado de poder real (Rajoy, Iglesias, Sánchez, Rivera: ¡farsantes!). Toda la maquinaria del sistema
—los medios, las encuestas, las campañas, las leyes electorales y de financiación de los partidos, los
mecanismos de financiación ilegal, la impunidad, el control político de la justicia— garantiza que
siempre gobiernen partidos controlados por el poder real en la sombra. De esta manera cualquier
cambio sustancial que no beneficie al poder queda excluido de partida. Esto supone que, si se quiere
comprender de verdad cómo funciona el poder hoy, deben estudiarse precisamente aquellos temas
que los medios hollycapitalistas ocultan, manipulan y demonizan, y en particular todo lo que queda
englobado dentro de la noción de democracia.
En caso de crisis democrática y de legitimidad del sistema, que en definitiva se reduce a una crisis
del mito y del ritual democráticos, el sistema apoya partidos de corte más populista o más radical
que amortigüen estas crisis de manera que todo siga igual. Para ello estos partidos de nuevo cuño
deben recuperar los movimientos de base auténticos que los constituyen, pero al mismo tiempo sus
cúpulas deben estar controladas e infiltradas por el poder real. De esta manera estos partidos
aparentemente "radicales", "antisistema", "ultras", amortiguan estas crisis. Funcionan como los
pasatiempos de los periódicos: mantienen a los sectores más criticos con el sistema esperanzados o
entretenidos con asuntos políticos superficiales que no afectan al poder real y a menudo lo
benefician. Mantienen a sus seguidores alejados de los temas que verdaderamente supondrían una
transformación del sistema.
Es el caso de movimientos que se agrupan alrededor de nociones como la democracia real o
participativa, que de hecho son controlados por grandes fundaciones globalistas en la medida en
que, de manera encubierta, contribuyen a socavar la soberanía de los Estados y con ello a la
implementación de derecho del Nuevo Orden Mundial orwelliano. Que estos movimientos que
luchan por la democracia real, participativa, asamblearia, etc., puedan cambiar algo en el statu quo
es otro mito derivado del mito principal de la democracia (Guía para desenmascarar a las falsas
izquierdas).
Se suele decir que la democracia es la dictadura de las mayorías sobre las minorías. Pero esto no es
exacto. En realidad la supuesta democracia hollycapitalista encubre la dictadura de una minoría
muy poderosa sobre todo el resto. Pero para ello esta minoría más poderosa establece una alianza
estratégica y provisional con las mayorías, de manera que la peor parte se la lleve la minoría menos
poderosa. Esta mecánica opera tanto a escala estatal como supraestatal o imperial. Así, a escala
imperial, los Estados más poderosos dictan las políticas que los menos poderosos deben asumir,
dictados que son disfrazados como decisiones políticas soberanas de los Estados sometidos. Al
final, esta cadena llega hasta los países, las clases, los colectivos, etc., que son víctimas de la
violencia imperial explícita, de las desestabilizaciones, de los golpes de Estado, de las
desapariciones, de la tortura, de los atentados terroristas, de la guerra. En este sentido decíamos que
el régimen hollycapitalista, como el resto de regímenes de poder-religión, se basa en mecanismos de
transferencia de deseo, amenaza, goce, y por encima de todo, violencia. El hollycapitalismo es
también un régimen sacrificial. La violencia que las elecciones democráticas canalizan es en última
instancia la misma violencia que preside las lapidaciones tribales. Es la misma violencia pero
sublimada. De esta violencia sublimada se alimenta la particular religiosidad de la mitología y del
ritual democrático.
El mito y el rito de la democracia están ahí para ocultar todo esto. Pero al mismo tiempo para que
todo esto funcione, para ser el vehículo de estas transferencias libidinoso-agresivas. En este sentido
se puede decir que la verdadera representatividad política es la que hace posible estas
transferencias, la que opera como cortina de humo, la que deja fuera de escena lo obsceno del poder.
Este es el papel fundamental de la supuesta democracia, de las elecciones y de los referéndums.
Pero solo como parte de un mecanismo mucho más vasto, que en el hollycapitalismo lo integran los
medios de comunicación, las redes sociales, el consumo, y en general la dimensión hollywoodense
que atraviesa todo el sistema de producción y reproducción, mercantil y social. La democracia y los
procesos de elección democráticos son solo una parte de este complejo. De ahí que la tendencia es a
que cada vez estén más imbricados con ellos, y en particular con la producción de crisis y eventos
sintéticos, como atentados terroristas de bandera falsa, que contribuyen a la mitología y al ritual
electoral y democrático. Es lo que vimos en el 11M en España y seguiremos viendo en lo sucesivo
en todo Occidente.
Por último hay que decir que la religiosidad de la democracia en general, y de movimientos como la
democracia real o participativa, se deriva en parte del hecho de que incorporan una dimensión
utópica, que es tanto más efectiva cuanto más inalcanzable. Esto otorga a todos estos movimientos
idealistas su particular encanto, su carácter romántico y entrañable. Pero es también lo que mantiene
alejado de ellos a los verdaderos intelectuales y a los ciudadanos verdaderamente comprometidos,
que no son tan fácilmente manipulables por el poder.
Pedro Bustamante es investigador independiente, arquitecto y artista. Su obra El imperio de la
ficción: Capitalismo y sacrificios hollywoodenses ha sido publicada recientemente en Ediciones
Libertarias. http://deliriousheterotopias.blogspot.com/

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