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E L J A R D I N D E L O S

C E R E Z O S

A N T O N C H É J O V

Ediciones elaleph.com
Editado por
elaleph.com

 1999 – Copyright www.elaleph.com


Todos los Derechos Reservados
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

PERSONAJES:

LIUBOV ANDRÉIEVNA RANIÉVSKAIA,


terrateniente
ANIA, su hija, 17 años
VARIA, su hija adoptiva, 24 años
LEÓNID ANDRÉIEVICH GÁIEV, hermano de
Raniévkaia
ERMOLAI ALEXÉIEVICH LOPAJIN,
comerciante
PIOTR SERGUÉIEVICH TROFIMOV, estudiante
BORIS BORISÓVICH SIMEÓNOV-PISCHIK,
terrateniente
CHARLOTTA IVANOVNA, institutriz
SEMIÓN PANTELÉIEVICH EPIJODOV,
contable
DUNIASHA, doncella
FIRS, lacayo, viejo de 87 años
3
ANTON CHÉJOV

YASHA, lacayo joven


UN VIANDANTEEL JEFE DE ESTACIÓN
UN EMPLEADO DE CORREOS
INVITADOS, CRIADOS

La acción transcurre en la finca de L.A. Raniévskaia.

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EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

ACTO PRIMERO

Estancia que aún sigue llamándose cuarto de niños.


Una de las puertas conduce a la habitación de Ania.
Rompe el día, pronto saldrá el sol. Ya es mayo, los
cerezos están en flor, pero en el jardín hace frío, hay
escarcha. Las ventanas de la habitación están cerra-
das. Entran DUNIASHA con una vela y LOPAJIN
con un libro en la mano.

LOPAJIN.- El tren ha llegado, gracias a Dios. ¿Qué


hora es?
DUNIASHA.- Pronto serán las dos. (Apaga la vela.)
Ya amanece.
LOPAJIN.- ¿Qué retraso lleva el tren? Unas dos
horas, por lo menos. (Bosteza y se estira.) Yo sí que he
hecho el tonto. ¡Vaya imbécil! He venido aquí
expresamente para salir a recibirlas en la estación y
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ANTON CHÉJOV

se me ha hecho tarde por dormir... Me he dormido


en una silla. Es una pena... Podías haberme
despertado.
DUNIASHA.- Creía que había salido. (Aguzando el
oído.) Me parece que ya están llegando.
LOPAJIN (aguzando el oído).- No... Entre retirar el
bagaje, una cosa y otra... (Pausa.) Liubov Andréievna
acaba de pasar cinco años en el extranjero, no sé si
habrá cambiado mucho... Es una buena persona. Es
agradable, sencilla. Recuerdo que una vez, siendo yo
todavía un mozalbete -tendría unos quince años-, mi
difunto padre, que entonces tenía un comercio aquí,
en la aldea, me dio un puñetazo en la cara y me hizo
sangrar por la nariz. . . Habíamos venido juntos a
este patio, no recuerdo para qué, y él estaba bebido.
Recuerdo como si fuera ahora mismo que Liubov
Andréievna, aún muy joven y delgadita, me condujo
a un lavabo, aquí, a esta misma estancia, al cuarto de
los niños. "No llores, chavalín -me dijo-, para
cuando te cases ya te habrás curado"... (Pausa.) Me
llamaba pequeño mujik... Mi padre fue un mujik, es
cierto, pero yo, ya ves, llevo chaleco blanco y
zapatos de color. Con hocico de cerdo comiendo
pasteles... Sí, soy rico; dinero, tengo mucho, pero si
uno piensa y lo examina bien, el mujik, mujik se
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EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

queda... (Hojeando el libro.) Mira, he leído el libro y no


he comprendido nada. Me he quedado dormido
leyendo. (Pausa.)
DUNIASHA.- Los perros no han dormido en toda
la noche, ventean el regreso de los amos.
LOPAJIN.- Qué te pasa, Duniasha; te veo tan...
DUNIASHA.- Me tiemblan las manos. Me va a dar
un desmayo.
LOPAJIN.- Eres demasiado fina, Duniasha. Y te
vistes y te peinas como una señorita. Eso no está
bien. No hay que olvidar lo que es uno.

Entra EPIJODOV con un ramo de flores; lleva


chaqueta y botas muy lustrosas, que crujen
fuertemente; al entrar, se le cae el ramo.

EPIJÓDOV (levanta el ramo). -Lo manda el jardinero;


dice que son para el comedor. (Entrega el ramo a
Duniasha.)
LOPAJIN.- Y a mí me traes un poco de kvas.1
DUNIASHA.- Está bien. (Sale.)
EPIJÓDOV.- Está helando, con tres grados bajo
cero, y los cerezos, todos en flor. No puedo aprobar

1 Kvas: bebida refrescante fermentada a base e pan de centeno.

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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
ROSA MARIA RUIZ (ROSYRUIZROD@YAHOO.COM)
ANTON CHÉJOV

este clima nuestro. (Suspira.) No puedo. Nuestro


clima no puede favorecernos. Y a esto, Ermolái
Alexéievich permítame aún añadir lo siguiente:
anteayer me compré unas botas y me permito
asegurar que crujen de manera imposible. ¿Con qué
podría untarlas?
LOPAJIN.- Déjame. Me tienes harto.
EPIJÓDOV.- Todos los días me ocurre alguna
desgracia. No me quejo, ya estoy acostumbrado y
hasta me río.

Entra DUNIASHA, sirve kvas a Lopajin.

EPIJÓDOV.- Me voy. (Tropieza con una silla, que


cae.) Ya ve... (Casi con aire de triunfo.) Ya ve, perdone
la expresión, qué circunstancia... de todos modos...
¡Es, sencillamente extraordinario! (Sale.)
DUNIASHA.- He de confesarle, Ermolái
Alexéievich, que Epijódov me ha pedido la mano.
LOPAJIN.- ¡Ah!
DUNIASHA.- No sé qué hacer... Es un hombre
pacífico, sólo que, a veces, cuando empieza a hablar,
no hay manera de comprenderle. Habla bien y con
sentimiento, pero no se le entiende. Parece que me
gusta. Me ama locamente. Es un desdichado, todos
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EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

los días le pasa algo. Por esto se burlan de él


llamándole saco de desgracias...
LOPAJIN (escuchando con atención).- Están llegando,
me parece...
DUNIASHA.- ¡Ya llegan! Pero qué me pasa... me he
quedado fría.
LOPAJIN.- En efecto, llegan. Vamos a recibirles.
¿Me reconocerá ella? Hace cinco años que no nos
vemos.
DUNIASHA (muy agitada).- Voy a caerme... ¡Ay,
que me caigo!

Se oye llegar dos coches a la casa. Lopajin y


Duniasha salen rápidamente. La escena queda vacía.
Las habitaciones vecinas se llenan de ruido. Entra,
apoyándose en un bastón, y cruza apresuradamente
la escena FIRS, que ha ido a esperar a Liubov
Andréievna; lleva una vieja librea Y un sombrero
alto; dice entre dientes algunas palabras, pero no es
posible comprenderle. El ruido en las habitaciones
contiguas aumenta. Una voz: "Pasernos por aquí..."
Entran, con vestidos de viaje, LIUBOV
ANDRÉIEVNA, ANIA Y CHARLOTTA IVA-
NOVNA, que lleva un perrito sujeto a una cadena;
entra VARIA con abrigo y pañuelo de cabeza;
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ANTON CHÉJOV

GÁIEV, SIMEÓNOV-PISCHIK, LOPAJIN,


DUNIASHA con un atadijo y un paraguas; entran
luego criados con el equipaje todos atraviesan la
escena.

ANIA.- Por aquí. ¿Te acuerdas, mamá, qué cuarto


es éste?
LIUBOV ANDRÉIEVNA (gozosa, con lágrimas en los
ojos)-¡El de los niños!
VARIA.- Qué frío, se me han quedado heladas las
manos. (A Liubov Andréievna.) Sus habitaciones,
mamita, la blanca y la violeta, están como antes.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- El cuarto de los niños,
mi maravilloso y querido cuarto... Aquí dormía yo
cuando era pequeña... (Llora.) Ahora también soy
como una niña pequeña... (Besa a su hermano, luego
a Varia, después otra vez a su hermano.) Varia no ha
cambiado, sigue pareciendo una monjita. También
he reconocido a Duniasha... (Besa a Duniasha.)
GÁIEV.- El tren ha llegado con dos horas de
retraso. ¿Está bien eso? ¡Vaya servicio!
CHARLOTTA (a Pischik).- Mi perro también come
avellanas.
PISCHIK (sorprendido).- ¡Hay que ver!

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EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

Salen todos menos Ania y Duniasha.

DUNIASHA.- Cuánto tiempo esperando... (Ayuda a


Ania a quitarse el abrigo y el sombrero.)
ANIA.- No he dormido en las cuatro noches del
viaje. . . Estoy helada.
DUNIASHA.- Se fueron por cuaresma; entonces
había nieve, hacía mucho frío, ¿Y ahora? ¡Querida
mía! (Se ríe, la besa.) Cuánto tiempo esperándola,
encanto, lucero. Tengo que decirle una cosa ahora
mismo, no puedo esperar más...
ANIA (sin brío).- ¿Otra vez ha ocurrido?...
DUNIASHA.- El contable Epijódov, después de
Pascua, me pidió la mano...
ANIA.- Tú siempre piensas en lo mismo...
(Arreglándose los cabellos.) He perdido todas las horqui-
Ilas. . . (Está muy fatigada; hasta se tambalea.)
DUNIASHA.- No sé qué pensar. ¡Me quiere, me
quiere tanto!
ANIA (mira la puerta de su habitación; dulcemente).- Mi
habitación, mis ventanas; parece como si no hubiera
estado fuera. ¡Estoy en casa! Mañana por la mañana
me levantaré, correré al jardín... ¡Oh, si pudiera

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ANTON CHÉJOV

dormirme! No he podido conciliar el sueño en todo


el viaje, me agobia la inquietud.
DUNIASHA.- Anteayer llegó Piotr Sergueich.
ANIA (alegre).- ¡ Petia!
DUNIASHA.- Duerme en la caseta de baño, se ha
instalado allí. Tiene miedo de estorbar, dice. (Miran-
do su reloj de bolsillo.)- Hay que despertarle, pero
Varvara Mijáilovna ha dicho que no. No le
despiertes, me ha dicho.

Entra VARIA; lleva un manojo de llaves en la


cintura.

VARIA.- Duniasha, el café, pronto... Mamita quiere


café.
DUNIASHA.- Ahora mismo. (Sale.)
VARIA.- Bueno, gracias a Dios, habéis llegado.
Otra vez estás en casa... (Acariciando a Ania.) ¡Ha
vuelto el alma mía! ¡Ha venido mi hermosa niña!
ANIA.- No, sabes lo que he tenido que aguantar.
VARIA.- ¡Me lo imagino!
ANIA.- Nos marchamos por Semana Santa,
entonces hacía frío.

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EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

Charlotta se pasó todo el viaje hablando y haciendo


juegos de manos. No sé por qué me hiciste acompa-
ñar por Charlotta...
VARIA.- No podías irte sola, alma mía. ¡A los
diecisiete años!
ANIA.- Cuando llegamos a París, hacía frío, nevaba.
Hablo el francés horriblemente mal. Mamá vivía en
un quinto piso; voy a su casa y me encuentro allí a
unos franceses, a unas damas, a un viejo cura con su
librito en la mano, todo lleno de humo, tan poco
acogedor... De pronto sentí mucha pena por mamá,
tanta pena, que le abracé la cabeza, la estreché
contra mí sin poder soltarla Mamá, luego, no hacía
más que acariciarme, lloraba...
VARIA (entre lágrimas).- No me lo digas, no me lo
digas...
ANIA.- Marná había vendido ya su villa, cerca de
Menton, y no le quedaba nada, nada. Yo también es-
taba sin un kopek; apenas nos ha llegado el dinero
para volver. ¡Y mamá, como si nada! Nos
sentábamos a comer en la cantina de una estación, y
pedía lo más caro; además, a los camareros todo era
darles propinas de rublo. Charlotta, lo mismo.
Yasha también exigía sus porciones, era horrible.

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ANTON CHÉJOV

Yasha, sabes, es un lacayo de mamá; lo hemos


traído...
VARIA.- Ya he visto al canalla.
ANIA.- Bueno, aquí, ¿qué? ¿Se han pagado los
intereses?
VARIA.- ¿Con qué?
ANIA.- Dios mío, Dios mío...
VARIA.- En agosto se venderá la finca...
ANIA.- Dios mío...
LOPAJIN (mira por la puerta y muge).- Mu-u-u…
(Sale.)
VARIA (entre lágrimas).- De buena gana le daría yo...
(Amenaza con el puño.)
ANIA (abraza a Varia, quedamente). -Varia, ¿te ha
pedido la mano? (Varia mueve negativamente la cabeza.)
Pero él te ama. ¿Por qué no os explicáis? ¿Qué estáis
esperando?
VARIA.- Creo que todo quedará en agua de
borrajas. Él está muy ocupado, no tiene tiempo para
pensar en mí… ni me presta la menor atención.
¡Que Dios le guarde! A mí, hasta me resulta penoso
verle... Todo el mundo habla de nuestra boda, todo
el mundo me felicita, y en realidad, no hay nada,
todo es como un sueño... (Cambiando de tono.) Llevas
un broche que parece una abeja.
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EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

ANIA (apenada).- Me lo ha comprado mamá. (Entra


en su habitación y dice alegremente, como una niña.) ¡En
París he volado en globo!
VARIA.- ¡Ha vuelto el alma mía! ¡Ha vuelto mi
hermosa!

DUNIASHA ya ha regresado con una cafetera y


prepara el café.

VARIA (de pie, cerca de la puerta). -Yo me paso todo el


día ocupada en las cosas de la casa, alma mía, y
sueño sin cesar. Quisiera casarte con un hombre
rico y entonces estaría más tranquila, me iría a algún
convento y luego a Kiev... a Moscú... y así
peregrinaría siempre por los lugares santos... Iría de
uno a otro, de uno a otro. ¡Sería tan hermoso!...
ANIA.- Los pájaros cantan en el jardín. ¿Qué hora
es?
VARIA.- Ya deben ser más de las dos. Ya es hora
de que te acuestes, alma mía. (Entrando en la habitación
de Ania.) ¡Sería tan hermoso!
Entra YASHA con una manta y una bolsa de viaje.

YASHA (atraviesa la escena, pregunta cortés).- ¿Se


puede pasar por aquí?
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ANTON CHÉJOV

DUNIASHA.- No hay modo de reconocerle, Yasha.


¡ Cómo ha cambiado en el extranjero!
YASHA.- Hum... ¿Y usted quién es?
DUNIASHA.- Cuando usted se fue de aquí, yo era
así... (Acerca la mano al suelo.) Soy Duniasha, la hija de
Fiódor Kozoiédov. ¡No se acuerda!
YASHA.- Hum... ¡Pollita mía! (Mira en torno y la
abraza, ella lanza un grito y deja caer un plato Yasha se va
rápidamente.)
VARIA (a la puerta, enojada). - ¿Qué pasa aquí?
DUNIASHA (entre lágrimas). -He roto un platito...
VARIA.- Eso trae suerte.
ANIA (saliendo de su habitación). -Hay que advertir a
mamá: Petia está aquí...
VARIA.- He ordenado que no le despierten.
ANIA (pensativa). -Hace seis años, murió mi padre;
un mes más tarde se ahogó en el río mi hermano
Grisha, un muchachito de siete años, muy
simpático. Mamá no pudo soportarlo y se fue, se fue
sin volver la cabeza... (Estremeciéndose.) ¡Si supiera ella
cómo la comprendo! (Pausa.) Petia Trofimov era,
entonces, el maestro de Grisha; ahora podría avivar
el doloroso recuerdo...

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EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

Entra FIRS; lleva chaqueta y chaleco blanco.

FIRS (se acerca a la cafetera, preocupado).- La señora


comerá aquí... (Se pone unos guantes blancos.) ¿Está
preparado el café? (Severamente, a Duniasha.) ¡Eh, tú!
¿Y la nata de la leche?
DUNIASHA.- ¡Ay, Dios mío!... (Sale rápidamente.)
FIRS (atareado, cerca de la cafetera). -¡Eh, qué torpe!...
(Rezongando para sí.) Han llegado de París. .. Antes,
también el señor iba a París... en coche tirado por
caballos... (Se ríe.)
VARIA.- ¿Qué estás diciendo, Firs?
FIRS.- ¿Qué manda? (Con alegría.) ¡Ha vuelto mi
señora! ¡He podido verla! Ahora ya puedo morir, no
importa... (Llora de alegría.)

Entran LIUBOV ANDRÉIEVNA, GÁIEV Y


SIMEÓNOV-PISCHIK; esté último con casaca de
paño fino y pantalones bombachos. Gáiev, al entrar,
hace movimientos con los brazos y con todo el
cuerpo como si jugara al billar.

LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¿Cómo era esto? A


ver, deja que lo recuerde. . ¡Carambola en un
ángulo! ¡Doblete en el centro!
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ANTON CHÉJOV

GÁIEV.- ¡Pico al ángulo! En otro tiempo, hermana


mía, tú y yo dormíamos en esta misma habitación, y
ahora, por raro que parezca, tengo cincuenta y un
años...
LOPAJIN.- Sí, el tiempo pasa.
GÁIEV.- ¿Cómo?
LOPAJIN.- Digo que el tiempo pasa.
GÁIEV.- Aquí huele a pachulíes.
ANIA.- Me voy a dormir. Buenas noches, mamá.
(Besa a su madre.)
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Mi pequeña, mi
adorada. (Le besa las manos.) ¿Estás contenta de
encontrarte en casa? Yo no puedo recobrarme de la
emoción.
ANIA.- Adiós, tío.
GÁIEV (le besa la cara y las manos).- ¡Que Dios te
guarde! ¡Cómo te pareces a tu madre! (A su hermana.)
Cuando tenías sus años, Liuba, eras exactamente
como ella.

Ania da la mano a Lopajin y a Pischik, sale y cierra


la puerta.

LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Está muy fatigada.


PISCHIK.- El camino ha sido largo, naturalmente.
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EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

VARIA (a Lopajin y a Pischik). -¡Señores! Son casi las


tres, es hora de terminar.
LIUBOV ANDRÉIEVNA (riéndose). -Tú siempre la
misma, Varia. (La atrae hacia sí y la besa.) Tomaré el
café y luego nos iremos todos. (Firs le pone una
almohadilla bajo los pies.) Gracias, querido. Me he acos-
tumbrado al café. Lo bebo día y noche. Gracias,
viejo mío. (Besa a Firs.)
VARIA.- Voy a ver si han traído todo el equipaje. . .
(Sale.)
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¿Es posible que sea yo
la que está aquí sentada? (Se ríe.) Me dan ganas de
saltar, de mover los brazos. (Se cubre la cara con las
manos.) ¿Y si estuviera soñando? Dios sabe que
quiero a mi tierra, que la quiero con ternura; no
podía mirar por la ventanilla del vagón, no hacía
más que llorar. (Entre lágrimas.) Sin embargo, hay que
tomar café. Gracias, Firs, gracias, viejo mío. ¡Estoy
tan contenta de haberte encontrado con vida!
FIRS.- Anteayer.
GÁIEV.- Oye mal.
LOPAJIN.- Dentro de poco, a las cinco, he de
ponerme en marcha para Járkov. ¡Qué pena! Me
habría gustado contemplarla, hablar con usted...
Usted sigue siendo tan admirable.
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ANTON CHÉJOV

PISCHIK (suspirando profundamente). -Hasta se ha


vuelto más hermosa... Vestida a la moda de París. . .
Es como para volverse tarumba.. .
LOPAJIN.- Su hermano, Leonid Andreich, aquí
presente, dice de mí que soy un bribón, un kulak,
pero esto a mí me entra por un oído y me sale por el
otro. Que diga lo que quiera. Desearía sólo que
usted confiara en mí, como antes, que sus ojos
maravillosos y conmovedores siguieran mirándome
como antes. ¡Dios misericordioso! Mi padre fue
siervo del padre de usted y de su abuelo, pero usted,
propiamente usted, en otro tiempo hizo tanto por
mí que lo he olvidado todo y la quiero como si fuese
de mi propia familia... más que si fuera de mi
familia.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Me es imposible
permanecer sentada, no puedo... (Se levanta
rápidamente y se pasea, profundamente agitada.) No podré
soportar esta alegría... Reíos de mí, soy tonta.. . Mi
querido armarito... (Besa el armario.) Mesita mía. ..
GÁIEV.- Aquí ha muerto el aya durante tu ausencia.
LIUBOV ANDRÉIEVNA (se sienta y toma el café).
-Sí, que Dios la tenga en gloria. Me lo escribisteis.
GÁIEV.- También ha muerto Anastasi. Petrushka el
Bizco me ha dejado y ahora vive en la ciudad, en
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EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

casa del comisario de policía. (Saca del bolsillo una caja


de caramelos y chupa uno.)
PISCHIK.- Dáshenka, mi hija... le manda saludos...
LOPAJIN.- Quisiera decirle algo muy agradable y
placentero. (Mirando el reloj.) He de irme, no tengo
tiempo para conversar... Bueno, se lo diré en dos
palabras. Usted ya sabe que su jardín de los cerezos
se vende en subasta para pagar deudas y que la
subasta pública está fijada para el veintidós de
agosto; pero no se preocupe, querida mía, duerma
usted tranquila. Hay una solución... Le voy a
explicar mi proyecto. ¡Le ruego que me escuche
atenta! Su finca se encuentra tan sólo a veinte
verstas de la ciudad, el ferrocarril pasa cerca; si
usted divide en parcelas el jardín de cerezos y la
tierra a lo largo del río para construir casitas de
veraneo y luego las da en arriendo, obtendrá por lo
menos veinticinco mil rublos de rédito al año.
GÁIEV.- Perdone, pero eso es una tontería.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- No le comprendo
bien, Ermolái Alexeich.
LOPAJIN.- Usted tomará de los arrendatarios,
como mínimo, veinticinco rublos al año por

21
ANTON CHÉJOV

desiatina,2 y si lo anuncia ahora, le apuesto lo que


quiera que antes del otoño no le queda ni un palmo
de terreno libre, se lo quitarán de las manos. En una
palabra, la felicito, está usted salvada. El lugar es
maravilloso, el río, profundo. Sólo que, natural-
mente, habrá que arreglarlo todo un poco, habrá
que limpiarlo... por ejemplo, habrá que derribar las
viejas edificaciones, digamos, esta casa, que ya no
sirve para nada, habrá que talar el viejo jardín de los
cerezos...
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¿Talarlo? Mi buen
amigo perdone, usted no comprende nada. Si algo
hay de interés en toda la provincia, si algo hay de
notable, es, precisamente, nuestro jardín de cerezos.
LOPAJIN.- Lo único que tiene de notable este
jardín es su gran extensión. La cosecha se da una
vez cada dos años y no se sabe qué hacer con las
cerezas, nadie las compra.
GÁIEV.- Hasta en el Diccionario Enciclopédico se
habla de este jardín.
LOPAJIN (mirando el reloj). -Si no se nos ocurre nada
y no tomamos ninguna decisión, el veintidós de
agosto el jardín de cerezos y toda la finca se

2 Desiatina: antigua medida agraria rusa equivalente a 1,092 Ha.

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EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

venderán en pública subasta. ¡Decídanse! No hay


otro recurso, se lo juro. No lo hay y no lo hay.
FIRS.- Antes, hará unos cuarenta años, las cerezas
las secaban, las maceraban, las adobaban, las confi-
taban y solían...
GÁIEV.- Cállate, Firs.
FIRS.- Y solían mandarlas a carretadas a Moscú y a
Járkov. ¡Vaya si había dinero! La cereza seca en-
tonces era suave, jugosa, dulce, aromática...
Entonces sabían prepararla...
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¿Y Cómo las
preparaban?
FIRS.- Se ha olvidado. Nadie lo recuerda.
PISCHIK (a Liubov Andréievna). -¿Y qué tal en París?
¿Se pasa bien? ¿Ha comido ranas?
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- He comido cocodrilos.
PISCHIK.- Hay que ver...
LOPAJIN.- Hasta ahora en el campo no había más
que señores y mujiks, pero últimamente han
aparecido, además, veraneantes. Todas las ciudades,
hasta las más pequeñas, están rodeadas de casas de
veraneo. Y se puede afirmar que dentro de unos
veinte años el veraneante se habrá multiplicado de
manera increíble. Ahora se contentan con tomar el
té en el balcón, pero no está descartado que se
23
ANTON CHÉJOV

dediquen a cultivar su parcela; entonces este jardín


de cerezos se convertirá en un lugar feliz, rico,
admirable...
GÁIEV (indignándose). -¡ Qué tontería!

Entran VARIA Y YASHA.

VARIA.- Hay dos telegramas para usted, mamita.


(Escoge una llave y abre un viejo armario, cuya puerta, al
abrirse, rechina.) Aquí están.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Son de París. (Coge los
telegramas y los rompe sin leerlos.) Con París todo ha
terminado...
GÁIEV.- ¿Sabes, Litiba, cuántos años tiene este
armario? Hace una semana abrí el cajón de abajo y
vi en él unas cifras grabadas al fuego. El armario se
fabricó hace exactamente cien años. ¿Qué te parece?
¿Eh? Podríamos festejar su centenario. Es un objeto
inanimado, pero, de todos modos, para conservar li-
bros sirve.
PISCHIK (sorprendido). - Cien años... ¡Hay que ver!
GÁIEV.- Sí... Es un buen mueble... (Palpando el
armario.) ¡Mi muy querido y muy respetado armario!
Saludo tu existencia, que ha estado orientada, hace
ya más de cien años, hacia los luminosos ideales del
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EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

bien y de la justicia; tu silenciosa llamada al trabajo


fecundo no se ha debilitado en el transcurso de un
siglo, manteniendo (entre lágrimas) en las
generaciones de nuestro linaje el ánimo esforzado,
la fe en una mañana mejor, educándonos en los
ideales del bien y del deber social. (Pausa.)
LOPAJIN.- Ya...
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Tú siempre el mismo,
Lionia.
GÁIEV (un poco confuso). -¡De la bola de la derecha,
al ángulo! ¡Carambola en el centro!
LOPAJIN (mirando el reloj). -Bueno, he de irme.
YASHA (ofreciendo una medicina a Liubov
Andréievna). -¿Toma ahora las píldoras?...
PISCHIK.- No hay que tomar medicinas,
queridísima... ni perjudican ni sirven para nada...
Venga acá... respetabilísima señora. (Toma las píldoras,
se las echa en la palma de la mano, sopla encima, se las pone
en la boca y se las traga con un sorbo de kvas.) ¡Ya está!
LIUBOV ANDRÉIEVNA (asustada). -¡Se ha vuelto
usted loco!
PISCHIK.- Me he tomado todas las píldoras.
LOPAJIN.- ¡Vaya tragaderas! (Todos se ríen.)
FIRS.- El señor vino por Pascua y se comió él solo
medio balde de pepinos salados... (Refunfuña.)
25
ANTON CHÉJOV

LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¿Qué está diciendo?


VARIA.- Hace ya tres años que rezonga de este
modo. Estamos acostumbrados.
YASHA.- Es la edad.

CHARLOTTA IVANOVNA, vestida de blanco,


muy delgada, muy tiesa, con unos impertinentes
colgando de la cintura, atraviesa la escena.

LOPAJIN. - Perdone, Charlotta Ivánovna, aún no


he tenido tiempo de saludarla. (Se inclina para
besarle la mano.)
CHARLOTTA (retirando la mano). Si le permito que
me bese la mano, deseará luego besarme el codo,
luego el hombro...
LOPAJIN.- Hoy la mala suerte me persigue. (Todos
se ríen.) Charlotta Ivánovna, ¡háganos unos juegos de
manos!
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Charlotta, háganos
unos juegos de manos.
CHARLOTTA.- Ahora no. Quiero dormir. (Sale.)
LOPAJIN.- Nos veremos dentro de tres semanas.
(Besa la mano a Liubov Andréievna.) Hasta entonces,
adiós. He de irme. (A Gaiev.) Hasta la vista. (Abrazo
a Pischik). Hasta la vista. (Da la mano a Varia; luego a
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EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

Firs y a Yasha.) De buena gana me quedaría. (A


Liubov Andréievna.) Si piensa en lo de las casas de
veraneo y se decide, hágamelo saber; cincuenta mil
rublos para prestárselos los encontraré. Piénselo en
serio.
VARIA (enojada). -¡ Pero váyase ya de una vez!
LOPAJIN.- Me voy, me voy... (Sale.)
GÁIEV.- ¡Qué mastuerzo! Ah, perdón... Varia se
casa con él; es su querido prometido.
VARIA.- No hable más de la cuenta, tío.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¿Por qué Varia? Yo
estaré muy contenta. Es una buena persona.
PISCHIK.- Una persona, hay que decir la verdad,
dignísima... Mi Dáshenka... también dice que... dice
muchas cosas. (Ronca adormilado, pero enseguida se
despierta.) De todos modos, respetabilísima, présteme
usted... doscientos cuarenta rublos... mañana he de
pagar los intereses de la hipoteca...
VARIA (asustada).- ¡No, no!
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- No tengo nada, ésta es
la verdad.
PISCHIK.- Se encontrarán. (Se ríe.) Nunca pierdo la
esperanza. Una vez pensaba: "Todo está perdido,
no tiene salvación"; y de pronto, la línea del
ferrocarril pasa por mis tierras... y me pagaron. Pues,
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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
ROSA MARIA RUIZ (ROSYRUIZROD@YAHOO.COM)
ANTON CHÉJOV

algo por el estilo puede ocurrir, si no hoy, mañana...


Dáshenka puede ganar doscientos mil rublos... tiene
un billete de la lotería.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Hemos tomado el café,
ya podemos irnos a descansar.
FIRS (cepilla a Gáiev; en son de reproche). -Otra vez se ha
equivocado de pantalones. ¡No sé qué hacer con
usted!
VARIA (en voz baja). -Ania duerme. (Abre una ventana
sin hacer ruido.) Ya ha salido el sol, pero hace frío.
Mire, mamita: ¡qué árboles más maravillosos! ¡Dios
mío, qué aire! ¡Los estorninos cantan!
GÁIEV (abre otra ventana). -El jardín está
completamente blanco. ¿No lo habías olvidado,
Liuba? Mira, esta larga avenida es recta, recta, como
una cinta tirante, y en noches de luna brilla. ¿Te
acuerdas? ¿No lo habías olvidado?
LIUBOV ANDRÉIEVNA (mira el jardín, por la
ventana). -¡Oh, mi infancia, inocencia mía! En este
cuarto de los niños dormía yo, desde aquí miraba el
jardín, la felicidad se despertaba conmigo cada
mañana y el jardín era exactamente como ahora, no
ha cambiado nada. (Se ríe de alegría.) ¡Está todo
blanco, todo! ¡Oh, jardín mío! Después del sombrío
y desapacible otoño, después del frío invierno,
28
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

vuelves a ser joven, vuelves a rebosar de felicidad;


los ángeles del cielo no te han abandonado... Si
pudiera arrojar del corazón y de la espalda mi
pesada carga, ¡si pudiera olvidarme del pasado!
GÁIEV.- Sí, y venderán el jardín por deudas,
aunque parezca extraño...
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Mirad, nuestra difunta
madre camina por el jardín... ¡vestida de blanco! (Se
ríe de alegría.) Es ella.
GÁIEV.- ¿Dónde?
VARIA.- Dios le valga, mamita.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- No hay nadie, me lo
había parecido. A la derecha, en la vuelta del camino
hacia la glorieta, se ha inclinado un arbolito blanco,
parece una mujer.

Entra TROFIMOV, vistiendo un raído uniforme de


estudiante; lleva gafas.

¡Maravilloso jardín! Blancas masas de flores, el cielo


azul...
TROFIMOV.- ¡Liubov Andréievna! (Ella vuelve la
cabeza hacia Trofimov.) He venido sólo para saludarla,
enseguida me voy. (Le besa la mano con ardor.) Me

29
ANTON CHÉJOV

habían dicho que esperara hasta mañana, pero no he


tenido bastante paciencia...

Liubov Andréievna le mira, perpleja.

VARIA (entre lágrimas). -Es Petia Trofimov...


TROFIMOV.- Petia Trofimov, el antiguo maestro
de su Grisha... ¿Tanto he cambiado?

Liubov Andréievna le abraza y llora


silenciosamente.

GÁIEV (confuso). -Basta, basta, Liuba.


VARIA (llorando). -Ya le había dicho, Petia, que
esperara a mañana.
LIUBOV ANDRÉIEVNA. - Grisha mío... mi
pequeño... Grisha... hijo...
VARIA.- Qué podemos hacer, mamita. Es la
voluntad de Dios.
TROFIMOV (habla dulcemente, entre lágrimas). -Basta,
basta...
LIUBOV ANDRÉIEVNA (llora silenciosamente). -El
pequeñuelo murió, se ahogó... ¿Por qué? ¿Por qué,
amigo mío? (En voz más baja.) Ania está durmiendo y
yo hablo en voz alta... hago ruido... Pero dígame,
30
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

Petia, ¿qué le ha hecho cambiar tanto? ¿Qué le ha


avejentado de este modo?
TROFIMOV.- En el tren una mujer me ha llamado
señor pelado.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Entonces usted era
todavía un mocito, un estudiantillo simpático, y
ahora ya está casi calvo y lleva lentes. ¿Es posible
que aún siga siendo usted estudiante? (Se dirige hacia
la puerta.)
TROFIMOV.- Se ve que mi destino es ser un eterno
estudiante.
LIUBOV ANDRÉIEVNA (besa a su hermano; luego, a
Varia).- Bueno, idos a dormir... También tú, Leonid,
has envejecido...
PISCHIK (la sigue). -Así, ahora a dormir... ¡Oh, mi
podadera! Me quedo en su casa... Liubov An-
dréievna, alma mía, mañana por la mañanita...
doscientos cuarenta rublos.
GÁIEV.- Este, siempre a lo suyo.
PISCHIK.- Doscientos cuarenta rublos... son para
pagar los intereses de la hipoteca.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- No tengo dinero, mí
buen amigo.
PISCHIK.- Se los devolveré, mi alma... Es una suma
tan insignificante.
31
ANTON CHÉJOV

LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Bueno, está bien,


Leonid te los dará... Dáselos, Leonid.
GÁIEV.- Si se los he de dar yo, puede esperar
tranquilo.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Qué le vamos a hacer,
dáselos... Los necesita... Los devolverá.

Liubov Andréievna, Trofimov, Pischik y Firs se


van. Quedan Gáiev, Varia y Yasha.

GÁIEV.- Mi hermana todavía no ha perdido la


costumbre de tirar el dinero por la ventana. (A
Yasha.) Apártate un poco, amigo, hueles a gallina...
YASHA (sardónico). -Usted, Leonid Andréievich,
siempre el mismo.
GÁIEV.- ¿Qué? (A Varia.) ¿Qué ha dicho?
VARIA (A Yasha). -Tu madre ha venido de la aldea
y desde ayer te está esperando en el cuarto de la
servidumbre, quiere verte...
YASHA.- iQue confíe en Dios y espere!
VARIA.- ¡Ah, desvergonzado!
YASHA.- Como si me hiciera mucha falta. Podía
haber venido mañana. (Sale.)
VARIA.- Mamita es como era, no ha cambiado
nada. De dejarla hacer, lo daría todo.
32
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

GÁIEV.- Sí... (Pausa.) Si para curar una enfermedad,


cualquiera que sea, se prescriben muchos remedios,
esto significa que la enfermedad es incurable. Yo
pienso, me devano los sesos, encuentro muchos
remedios, muchísimos, y esto significa, en el fondo,
que no encuentro ni uno. Estaría bien recibir una
herencia de alguien, estaría bien casar a nuestra Ania
con algún hombre muy rico, estaría bien hacer un
viaje a Yaroslavl probar fortuna al lado de la
condesa, nuestra tía. Ya sabes que la tía es muy rica,
riquísima.
VARIA (llora). -¡Si Dios nos ayudara!
GÁIEV.- No llores. La tía es muy rica, pero no nos
quiere. En primer lugar, mi hermana se casó con un
abogado y no con un noble...

ANIA aparece en la puerta.

Se casó con un hombre que no era noble y no


podemos decir que su conducta haya sido un espejo
de virtudes. Es hermosa, es buena, es simpática, yo
la quiero mucho, pero, por más que busque
circunstancias atenuantes, hay que reconocer que es
una pecadora. Esto se nota en el más pequeño de
sus gestos.
33
ANTON CHÉJOV

VARIA (susurrando). -Ania está a la puerta.


GÁIEV.- ¿Qué? (Pausa.) Es sorprendente, algo se
me ha metido en el ojo derecho... ya comienzo a ver
mal. El jueves, cuando estaba en el juzgado del
distrito...

Entra ANIA.

VARIA.- ¿No duermes, Ania?


ANIA.- No puedo dormir. Imposible.
GÁIEV.- Pequeña mía. (Le besa la cara y las manos.)
Hija mía... (Entre lágrimas.) Tú no eres mi sobrina, tú
eres mi ángel, lo eres todo para mí. Créeme,
créeme...
ANIA.- Te creo, tío. A ti todos te quieren, todos te
respetan... Pero, querido tío, lo que tú has de hacer
es callar, nada más que callar. ¿Qué estabas diciendo
ahora mismo de mi madre, de tu hermana? ¿Por qué
dices esas cosas?
GÁIEV.- Sí, Sí... (Se cubre el rostro con una mano de ella.)
La verdad, ¡eso es terrible! ¡Dios mío! ¡Sálvame,
Dios del cielo! Hoy he soltado un discurso ante el
armario... ¡ha sido tan estúpido! Só1o cuando
terminé comprendí que era estúpido.

34
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

VARIA.- Cierto, tiíto, usted debería callar. Cállese y


ya está.
ANIA.- Si callas, tú mismo te sentirás más tranquilo.
GÁIEV.- Me callaré. (Besa las manos a Ania y a
Varia.) Me callaré. Sólo unas palabras sobre nuestro
asunto. El jueves estuve en el juzgado del distrito,
nos reunimos unos cuantos y nos pusimos a hablar
de esto, de lo otro y de lo de más allá; según parece,
no será imposible obtener un préstamo firmando
letras y pagando los intereses en el banco.
VARIA.- ¡Si Dios Nuestro Señor nos ayudara!
GÁIEV.- El martes volveré allí y hablaré una vez
más del asunto... (A Varia.) No llores... (A Ania.) Tu
madre hablará con Lopajin; él, naturalmente, no
podrá decirle que no... Y tú, cuando hayas descansa-
do, te vas a Yaroslavl a ver a la condesa, tu abuela.
De este modo actuaremos en tres direcciones y
asunto resuelto. Podremos pagar los intereses, estoy
convencido... (Se lleva un caramelo a la boca.) Te lo juro
por mi honor, por lo que quieras, ¡la finca no se
venderá! (Excitado.) ¡Lo juro por mi felicidad! Aquí
tienes mi mano, llámame hombre sin honor si
permito que se llegue a la subasta. ¡Lo juro con
todas las fibras de mi ser!

35
ANTON CHÉJOV

ANIA (ha recobrado la calma y se siente feliz). -¡Qué


bueno eres, tío, qué inteligente! (Le abraza.) ¡Ahora
estoy tranquila! ¡Estoy tranquila! ¡Soy feliz!

Entra FIRS.

FIRS (en son de reproche). -¡ Leonid Andreich, ha


perdido usted el temor de Dios! Pero ¿cuándo van a
dormir?
GÁIEV.- Ahora mismo, ahora. Tú puedes retirarte,
Firs. Me desnudaré yo mismo, qué le vamos a hacer.
Bueno, hijas mías, a la mu, a la mu... Los detalles,
mañana; ahora, a dormir. (Besa a Ania y a Varia.) Yo
soy un hombre de los años ochenta... Ahora no se
habla muy bien de aquellos tiempos, pero puedo
afirmar que no es poco lo que he sufrido en mi vida
por mis convicciones. No en vano el mujik me
quiere. ¡Al mujik hay que conocerle! Hay que saber
cómo...
ANIA.- ¡Tío! Otra vez.
VARIA.- Usted calle, tiíto.
FIRS (enojado). -¡Leonid Andreich!
GÁIEV.- Voy, voy... Acostaos. ¡Doble banda y
carambola! Golpe limpio... (Sale; le sigue Firs con paso
corto y rápido.)
36
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

ANIA.- Ahora estoy tranquila. No tengo ganas de ir


a Yaroslal, no quiero a la abuela, pero, de todos
modos, estoy tranquila. Gracias al tío. (Se sienta.)
VARIA.- Hay que ir a dormir. Yo voy. Mientras has
estado ausente, aquí han ocurrido cosas desagrada-
bles. Como sabes, en la antigua estancia de la
servidumbre sólo viven los viejos criados:
Efimushka, Polia, Evstignéi y Karp. Bueno, pues
empezaron a dejar pernoctar en su estancia a gente
de paso; yo no dije nada. Pero según me enteré,
hicieron correr el rumor de que yo había mandado
darles de comer sólo guisantes. Por avaricia,
¿comprendes?... Y todo era cosa de Evstignéi… Es-
tá bien, pensé. Si es así, pensé, ya verás. Llamo a
Evstignéi... (Bosteza.) Viene... Le digo: cómo es que
tú, Evstignéi... , estúpido, más que estúpido...
(Mirando a Ania.) ¡ Aniechka!... (Pausa.) Se ha dormi-
do... (Toma a Ania del brazo.) Vamos a la camita...
¡Vamos!... (La conduce.) ¡Mi tesoro se ha dormido!
Vamos... (Se van.)

Lejos, más allá del jardín, un pastor toca un


caramillo. TROFIMOV atraviesa la escena y al ver a
Varia y a Ania se detiene.

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ANTON CHÉJOV

VARIA.- Chis... Ania duerme… duerme... Vamos,


querida.
ANIA (en voz baja, medio en sueños). -Estoy tan
cansada... Todos los cascabeles... Tío... querido... y
mamá y tío...
VARIA.- Vamos, querida, vamos… (Entra en la
habitación de Ania.)
TROFIMOV (enternecido). - ¡Sol mío! ¡Primavera
mía!

38
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

ACTO SEGUNDO

Un campo. Una vieja capilla, abandonada hace


mucho tiempo, vencida hacia un lado; junto a ella
un pozo, grandes piedras que, en otro tiempo, por
lo visto, habían sido lápidas sepulcrales, y un viejo
banco. Se ve el camino que conduce a la finca de
Gáiev. A un lado se eleva la silueta oscura de unos
álamos; allí es donde empieza el jardín de los
cerezos. A lo lejos, una hilera de postes de telégrafo,
y más lejos aún, en el horizonte, se perfila
vagamente el contorno de una gran ciudad, que sólo
se ve en días claros, cuando hace muy buen tiempo.
Pronto se pondrá el sol. CHARLOTTA, YASHA y
DUNIASHA están sentados en el banco;
EPIJODOV, de pie al lado de ellas, toca la guitarra;
todos están pensativos. Charlotta lleva una gorra

39
ANTON CHÉJOV

vieja; se ha quitado una escopeta del hombro y


arregla la hebilla de la correa.

CHARLOTTA (pensativa). -Yo no tengo verdadero


pasaporte y no sé cuántos años he cumplido;
siempre me parece que soy muy joven. Cuando era
una niña, mi padre y mi madre iban por las ferias y
daban representaciones, muy buenas. Yo hacía el
salto-mortale y otros juegos. Cuando papá y mamá
murieron me recogió una señora alemana y me dio
instrucción. Bien. Crecí, me hice institutriz. Pero no
sé de dónde vengo ni quién soy... ¿Quiénes eran mis
padres? ¿Estaban casados?... Tampoco lo sé. (Saca
un pepino del bolsillo y empieza a comérselo.) No sé nada.
(Pausa.) Tengo unas ganas locas de hablar y no hay
con quién... No tengo a nadie.
EPIJÓDOV (toca la guitarra y canta). -″Qué me
importa el mundanal ruido, qué me importan
amigos y enemigos…’’ ¡Es agradable tocar la
mandolina!
DUNIASHA.- Esto es una guitarra y no una
mandolina. (Se mira en un espejito y se empolva.)

40
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

EPIJÓDOV.- Para el loco enamorado, es una


mandolina... (Canturrea.) "Si hasta el corazón llegara
el fuego de un amor compartido..."

Yasha le acompaña en voz baja.

CHARLOTTA.- Qué mal canta esta gente... ¡Uf!


Como chacales.
DUNIASHA (a Yasha). -De todos modos, ha de ser
una gran felicidad poder vivir una temporada en el
extranjero.
YASHA.- Sí, claro, no seré yo quien diga lo
contrario. (Bosteza, luego enciende un cigarro.)
Epi1óDov.- Se comprende. En el extranjero hace ya
tiempo que cada cosa está en su sitio.
YASHA.- Y que lo digas.
EPIJÓDOV.- Yo soy un hombre cultivado, leo
libros magníficos, pero no llego a comprender qué
camino he de seguir ni lo que realmente quiero, si
continuar viviendo o pegarme un tiro, hablando con
propiedad. De todos modos, siempre llevo conmigo
un revólver. Aquí está... (Muestra un revólver.)
CHARLOTTA.- He terminado. Ahora me voy. (Se
pone la escopeta al hombro.) Tú, Epijódov, eres un
hombre muy inteligente y muy terrible; las mujeres
41
ANTON CHÉJOV

te deben amar locamente. ¡Brr! (Se pone en camino.) Y


qué tontos son todos esos tan inteligentes, no tengo
con quién conversar. Siempre sola, sola, no tengo a
nadie y... no sé quién soy ni para qué vivo... (Sale de
la escena.)
EPIJÓDOV.- Hablando con propiedad, sin
referirme a otros asuntos, he de decir, de todos
modos, que el destino me trata sin compasión, co-
mo la tempestad a un pequeño navío. Supongamos
que me equivoco; pero entonces, por qué esta
mañana, por ejemplo, al despertarme miro y me veo
en el pecho una araña espantosa, gigantesca... Así.
(Indica con las dos manos el tamaño de la araña.) Y
también, tomo kvas para hacerme pasar la sed y veo
de pronto algo terriblemente desagradable, como
una cucaracha. (Pausa.) ¿Ha leído a Bokl? (Pausa.)
Quisiera importunarla un poco, Avdotia Fiódo-
rovna, para decirle dos palabras.
DUNIASHA.- Diga.
EPIJÓDOV.- Desearía que fuese a solas con usted...
(Suspira.)
DUNIASHA (confusa). -Está bien... pero primero
tráigame la toquilla. La tengo cerca del armario...
Aquí se nota un poco de humedad.

42
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

EPIJÓDOV.- Está bien... se la traigo... Ahora ya sé


lo que he de hacer con el revólver... (Toma la guitarra
y sale, pulsándola.)
YASHA.- ¡El saco de desgracias! Qué imbécil, entre
nosotros sea dicho. (Bosteza.)
DUNIASHA.- No quiera Dios que se pegue un tiro.
(Pausa.) Me he vuelto inquieta, siempre estoy intran-
quila. Era todavía una niña cuando me pusieron a
servir a los señores y ahora no estoy acostumbrada
a la vida simple; tengo las manos blancas, blancas,
como la señorita. Me he vuelto sensible, delicada,
noble, todo me da miedo... Es terrible. Y si usted,
Yasha, me engaña, no sé lo que ocurrirá con mis po-
bres nervios.
YASHA (la besa). -¡Pollita mía! Naturalmente, una
doncella no ha de perder la cabeza, y lo que menos
me gusta de una muchacha es que se porte mal.
DUNIASHA.- Me he enamorado apasionadamente
de usted, usted es una persona instruida, puede ha-
blar de todo. (Pausa.)
YASHA (bosteza). -Sí... A mi modo de ver, si una
muchacha manifiesta su amor a alguien, esto signi-
fica que no tiene moral. (Pausa.) Es agradable
fumarse un cigarro al aire libre... (Se pone a escuchar con
atención.) Se acerca alguien... Son los señores...
43
ANTON CHÉJOV

Duniasha le abraza impulsiva.

Váyase a casa, como si hubiera estado en el río


tomándose un baño; pase por este sendero; si no,
van a verla, pensarán que he tenido una cita con
usted, y esto no lo soporto.
DUNIASHA (tose suavemente). -Su cigarro me ha dado
dolor de cabeza... (Sale.)

Yasha permanece sentado cerca de la capilla. Entran


LIUBOV ANDRÉIEVNA, GÁIEV y LOPAJIN.

LOPAJIN.- Es necesario tomar una decisión


definitiva, el tiempo apremia. La cuestión no puede
ser más sencilla. ¿Están de acuerdo en ceder la tierra
para que se construyan casas de veraneo?
Respondan con una sola palabra: sí o no. ¡Una sola
palabra!
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¿Quién fuma aquí
cigarros tan repugnantes?. (Se sienta.)
GÁIEV.- Han construido la línea del ferrocarril y
resulta cómodo. (Se sienta.) Hemos ido hasta la
ciudad y hemos desayunado allí... ¡carambola en el
centro! Lo que tendría que hacer yo es ir primero a
casa y echar una partida.
44
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Tienes tiempo.


LOPAJIN.- ¡Una sola palabra! (Suplicante.) ¡Pero
denme una respuesta!
GÁIEV (bostezando). -¿Qué?
LIUBOV ANDRÉIEVNA (revolviendo en su
monedero). -Ayer tenía mucho dinero, pero hoy no me
queda casi nada. Pobre Varia mía, para economizar,
a todo el mundo da sopa de leche; en la cocina, a los
viejos les dan sólo guisantes, y yo gasto sin ton ni
son... (Se le cae el monedero, ruedan unas monedas de oro.)
Vaya, se me han caído. (Disgustada.)
YASHA.- Permítame, ahora mismo las recojo.
(Recoge las monedas.)
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Gracias, Yasha, es
usted muy amable. ¿Por qué habré ido a comer a la
ciudad?... Ese restaurante, con orquesta, adonde nos
ha llevado es detestable, los manteles huelen a
jabón... ¿Por qué beber tanto, Lionia? ¿Por qué
comer tanto? ¿Por qué hablar tanto? Hoy, en el
restaurante, otra vez has hablado mucho sin que vi-
niera a cuento; de los años setenta, de los
decadentes. ¿A quién has estado hablando? ¡Hablar
de los decadentes al camarero!
LOPAJIN.- Sí.

45
ANTON CHÉJOV

GÁIEV (haciendo un gesto con la mano). -Soy


incorregible, es evidente... (Irritado, a Yasha.) ¡Qué es
eso de estar constantemente dando vueltas a nuestro
alrededor!...
YASHA (se ríe). -No puedo oír su voz sin reírme.
GÁIEV (a su hermana). -O yo o él...
LIUBOV ANDRÉIEVNA. - Váyase, Yasha,
retírese...
YASHA (entrega el monedero a Liubov Andréievna).
-Ahora mismo me voy. (Apenas puede contener la risa.)
Enseguida... (Se va.)
LOPAJIN.- Su finca se dispone a comprarla el
ricachón Derigánov. Dicen que vendrá en persona a
la subasta.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¿Quién se lo ha dicho?
LOPAJIN.- Lo dicen en la ciudad.
GÁIEV.- La tía de Yaroslav1 ha prometido mandar
dinero, pero cuándo y cuánto, no se sabe…
LOPAJIN.- ¿Cuánto mandará? ¿Unos cien mil
rublos? ¿Doscientos mil?
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¡Qué va!... Diez o
quince mil y gracias.
LOPAJIN.- Perdonen, pero personas tan
irreflexivas, tan faltas de sentido práctico y tan raras
como ustedes, señores, aún no las había encontrado
46
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

nunca. A ustedes les dicen en clara lengua rusa: su


finca se vende, y ustedes, como si no lo entendieran.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Pero ¿qué podemos
hacer? Explíquenos, ¿qué?
LOPAJIN.- Se lo explico todos los días. Cada día
repito lo mismo. El jardín de los cerezos y la tierra
hay que hacerlo ahora mismo, cuanto antes, ¡la
subasta es inminente! ¡Compréndalo! Cuando se
hayan decidido de verdad, les darán el dinero que
quieran y estarán ustedes salvados.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Casas de veraneo y
veraneantes, perdone, pero todo esto ¡es tan vulgar!
GÁIEV.- Estoy completamente de acuerdo.
LOPAJIN.- O me echo a llorar o me pongo a gritar
o me desmayo. ¡No puedo más! ¡Me están ustedes
torturando! (A Gáiev.) ¡Y usted es una mujeruca!
GÁIEV.- ¿Qué?
LOPAJIN.- ¡Mujeruca! (Quiere irse.)
LIUBOV ANDRÉIEVNA (asustada).- No, no se
vaya, quédese, amigo mío. Se lo ruego. ¡Quizá,
pensando, se nos ocurra alguna cosa!
LOPAJIN.- ¿Qué quiere usted pensar?
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- No se vaya, se lo
ruego. De todos modos, cuando está usted aquí hay

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ANTON CHÉJOV

más alegría... (Pausa.) Siempre, temo que ocurra algo,


como si la casa debiera venírsenos encima.
GÁIEV (profundamente absorto). -Doblete en el
ángulo... Cruce en el centro...
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Son demasiados
nuestros pecados...
LOPAJIN.- Pero qué pecados han cometido
ustedes. . .
GÁIEV (llevándose un caramelo a la boca). -Dicen que
me he comido en caramelos todos mis bienes...
LIUBOV ANDRÉIEVNA-. -¡Oh, mis pecados!...
Siempre he tirado el dinero por la ventana, como
una loca; me casé con un hombre que sólo contraía
deudas. Mi marido murió de tanto beber champaña
–bebía terriblemente-, y, por desgracia mía, me
enamoré de otro, cedí precisamente entonces ahí, en
el río. . . –aquél fue mi primer castigo, un mazazo en
la cabeza- se ahogó mi pequeño. Me marché al
extranjero, me marché para siempre, para no volver
nunca más y no ver este río... Cerré los ojos, corrí
como enajenada, pero él me siguió... implacable,
brutalmente. Compré una villa cerca de Menton, allí
él se puso enfermo, y yo no supe que era descanso ni
de día ni de noche durante tres años; el enfermo me
atormentó, se me secó el alma. El año pasado,
48
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

cuando vendí la villa para pagar deudas, me fui a


París, y allí él me lo quitó todo, me abandonó, se
unió a otra; yo intenté envenenarme... Qué estúpido,
qué vergonzoso... De pronto me, sentí atraída hacia
Rusia, hacia la patria, hacia mi hija... (Se seca las
lágrimas.) ¡Señor, Señor, ten compasión, perdóname
los pecados! ¡No me castigues más aún. (Saca un
telegrama del bolsillo.) Lo he recibido hoy de París... Me
pide perdón, me suplica que vuelva... (Rompe el
telegrama.) Parece que por ahí se oye música. (Aguza el
oído.)
GÁIEV.- Es nuestra famosa orquesta judía.
¿Recuerdas? Son cuatro violines, flauta y
contrabajo.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¿Todavía existe?
Habría que llamarla a casa y organizar una velada.
LOPAJIN (aguza el oído). -No oigo nada... (Canta en
voz baja.) 'Los alemanes, por dinero, de un ruso os
hacen un francés." (Se ríe.) Ayer vi en el teatro una
obra muy divertida.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Estoy segura de que
no tenía nada de divertida. En vez de ir a ver obras
de teatro, sería mejor que se mirara a sí mismo con
más frecuencia. ¡Qué gris es la vida que aquí se lleva
y cuántas cosas inútiles se dicen!
49
ANTON CHÉJOV

LOPAJIN.- Es verdad. Hay que decir francamente


que nuestra vida es estúpida. . . (Pausa.) Mi padre era
un mujik idiota, no comprendía nada, no me dio
instrucción, lo único que sabía hacer era
emborracharse y pegarme, siempre con un bastón.
En el fondo, yo soy tan estúpido e idiota como él.
No he aprendido nada, mi carácter de letra es
infame, escribo como un cerdo, hasta me da
vergüenza.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Lo que tendría usted
que hacer, amigo mío, es casarse.
LOPAJIN.- Sí... Es verdad.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Con nuestra Varia. Es
una buena chica.
LOPAJIN.- Sí.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Es de origen modesto,
trabaja todo el día y lo más importante es que le ama
a usted. Sí, y a usted también le gusta, hace ya
tiempo.
LOPAJIN.- Bueno, no estoy en contra... Es una
buena muchacha. (Pausa.)
GÁIEV.- Me ofrecen un empleo en un banco. Seis
mil rublos al año. ¿Oyes?
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¡Adónde vas a ir!
Quédate aquí...
50
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

Entra FIRS; trae un abrigo.

FIRS (a Gáiev). -Tenga la bondad de Ponérselo,


señor; se nota la humedad.
GÁIEV (Se pone el abrigo). -Ya me tienes harto,
hermano.
FIRS.- No importa... Esta mañana se ha ido sin
decir nada. (Le mira de pies a cabeza.)
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¡Cómo, has
envejecido, Firs!
FIRS.- ¿Qué manda la señora?
LOPAJIN.- ¡Dice que has envejecido!
FIRS.- Hace mucho que estoy en el mundo. No
había nacido aún su padre y a mí ya querían
casarme... (Se ríe.) Cuando se emancipó a los
siervos,3 yo ya era primer ayuda de cámara.
Entonces no quise aquella emancipación, y me
quedé en casa de los señores... (Pausa.) Recuerdo que
todos estaban contentos, pero por qué lo estaban, ni
ellos mismos lo sabían.
LOPAJIN.- Aquellos eran buenos tiempos. Por lo
menos les daban azotes.

3 En 1861, la emancipación de los siervos de la gleba.

51
ANTON CHÉJOV

FIRS (ha oído mal). -Ya lo creo. Los mujiks estaban


con los señores; los señores, con los mujiks. Ahora,
cada uno va por su lado,
no comprendo nada.
GÁIEV.- Cállate, Firs. Mañana he de ir a la ciudad.
Han prometido presentarme a un general que puede
prestarme dinero si firmo una letra.
LOPAJIN.- Es perder el tiempo. Y no pagará usted
los intereses, tranquilícese.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Este sueña despierto.
Esos generales existen sólo en su imaginación.

Entran TROFIMOV, ANIA Y VARIA.

GÁIEV.- Aquí llega nuestra gente.


ANIA.- Mamá está aquí.
LIUBOV ANDRÉIEVNA (con ternura). -Ven, ven...
Queridas mías. (Abraza a Ania y a Varia.) Si supieras
cuánto os quiero a las dos. Sentaos a mi lado, así. (Se
sientan todos.)
LOPAJIN.- Nuestro eterno estudiante siempre
paseando con las señoritas.
TROFIMOV.- Eso a usted no le importa.
LOPAJIN.- Pronto tendrá cincuenta años y aún
sigue siendo estudiante.
52
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

TROFIMOV.- Déjese usted de bromas estúpidas.


LOPAJIN.- Vaya tío extravagante, ¿y por qué te
enfadas4?
TROFIMOV.- Déjame en paz.
LOPAJIN (riéndose). -Permítame una pregunta: ¿qué
opinión se ha formado usted de mí?
TROFIMOV.- Mi opinión es la siguiente, Ermolái
Alexéievich: usted es un hombre rico, pronto llegará
a millonario. Y así como, desde el punto de vista de
los ciclos naturales, es necesario el animal de presa
que devora todo cuanto encuentra en su camino,
también tú eres necesario. (Todos se ríen.)
VARIA.- Vale más que nos hable de los planetas,
Petia.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- No, mejor será que
continuemos la conversación de ayer.
TROFIMOV.- ¿Sobre qué?
GÁIEV.- Sobre el hombre orgulloso.
TROFIMOV.- Ayer estuvimos hablando largo rato,
pero sin llegar a nada concreto. En el hombre orgu-
lloso, según ustedes lo entienden, hay algo de
místico. Es posible que tengan razón, a su modo;
pero si razonamos sencillamente, sin dar rienda

4 Lopajin pasa del "usted" al tú, y Trofimov le imita.

53
ANTON CHÉJOV

suelta a la fantasía, dónde veremos el orgullo y qué


sentido tendrá hablar de él, al ver que el hombre,
fisiológicamente, deja mucho que desear y en la
aplastante mayoría de los casos es grosero, torpe y
profundamente desdichado. Hay que terminar de
extasiarse consigo mismo. Lo único que hace falta
es trabajar.
GÁIEV.- De todos modos, morirás.
TROFIMOV.- ¿Quién sabe? ¿Y qué significa
morir? A lo mejor, el hombre tiene cien sentidos y
con la muerte perecen sólo los cinco que
conocemos, mientras que los otros noventa y cinco
siguen viviendo.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¡Qué inteligente es
usted, Petia!...
LOPAJIN (irónicamente).- ¡Un horror!
TROFIMOV.- La humanidad avanza
perfeccionando sus fuerzas. Todo cuanto ahora le
resulta inasequible, algún día le será próximo y com-
prensible. Sólo que hace falta trabajar, ayudar con
todas las fuerzas a quien busca la verdad. En
nuestro país, en Rusia, por ahora son muy pocos los
que trabajan. La inmensa mayoría de los
intelectuales a quienes conozco no buscan nada, no
hacen nada y, por de pronto, son incapaces de
54
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

trabajar. Se llaman intelectuales y a los criados los


tratan de "tú", a los mujiks los miran como si fueran
bestias, estudian mal, no leen nada seriamente, no
hacen absolutamente nada; de las ciencias se limitan
sólo a hablar; de arte, no entienden casi nada.
Todos son serios, todos tienen rostros severos,
todos hablan sólo de lo esencial, todos filosofan,
pero al mismo tiempo, todos ven que los obreros
comen espantosamente, duermen sin almohada,
treinta y cuarenta en la misma habitación; en todas
partes hay chinches, porquería, humedad e inmora-
lidad... Y es evidente que todas las buenas palabras
que se pronuncian en nuestro país, sirven sólo para
velar la realidad a nuestros propios ojos y a los ojos
de los demás. Mostradme ¿dónde están las
casas-cuna y las salas de lectura de que tanto y con
tanta frecuencia se habla? No se encuentran más que
en las novelas, pero en la realidad no existen en
ninguna parte. Lo único que existe es la suciedad, la
vulgaridad, el asiatismo.. . A mí me dan miedo las
fisonomías muy serias, las detesto; las
conversaciones serias me dan miedo. ¡Es preferible
callar!
LOPAJIN.- ¿Sabe usted? Me levanto a las cinco de
la madrugada, trabajo desde la mañana hasta la
55
ANTON CHÉJOV

noche, siempre tengo en mano dinero, mío y de los


demás, y veo cómo es la gente que me rodea. Basta
comenzar a hacer alguna cosa para comprender
cuán poca gente hay que sea honesta, honrada. A
veces, cuando no puedo dormir, pienso: "Señor, tú
nos has dado enormes bosques, campos inmensos,
vastísimos horizontes y, viviendo aquí, nosotros de-
beríamos ser verdaderos gigantes..."
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¿ Para qué quiere usted
gigantes?... Los gigantes sólo son buenos en los
cuentos; en la vida, dan miedo.

Por el fondo de la escena pasa EPIJÓDOV tocando


la guitarra.

ANIA (Pensativa). -Pasa Epijódov.


GÁIEV.- El sol se ha puesto, señores.
TROFIMOV.- Sí.
GÁIEV(a media voz, como si declamara). -Oh,
naturaleza, maravillosa naturaleza, brillas con eterno
resplandor, espléndida e indiferente; tú, a la que
denominamos madre, conjugas en ti misma el ser y
la muerte, vivificas y destruyes...
VARIA (suplicante).- ¡Tiíto!
ANIA.- Tío, ¡otra vez!
56
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

TROFIMOV.- Mejor será que haga usted un


doblete con la amarilla en el centro.
GÁIEV.- Me callo, me callo.

Todos permanecen sentados, pensativos. Silencio.


Só1o se oye a Firs, que farfulla en voz baja. De
súbito, retumba un ruido lejano, como si viniera del
cielo; es el ruido de un sable que se le rompe, que se
va apagando tristemente.

LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¿Qué es esto?


LOPAJIN.- No lo sé. En alguna mina, lejos, se
habrá roto el cable de una vagoneta. Pero habrá
sido en algún lugar muy distante de aquí.
GÁIEV.- Puede que sea un pájaro... alguna garza.
TROFIMOV.- O algún búho...
LIUBOV ANDRÉIEVNA (Se estremece). -No sé por
qué, pero resulta desagradable. (Pausa.)
FIRS.- Antes de la desgracia ocurrió lo mismo: la
lechuza cantó y el samovar se puso a hacer ruido sin
parar.
GÁIEV.- ¿Antes de la desgracia?
FIRS.- Antes de la emancipación. (Pausa.)
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¿Os dais cuenta,
amigos? Ya anochece. Vámonos. (A Ania.) Tienes
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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
ROSA MARIA RUIZ (ROSYRUIZROD@YAHOO.COM)
ANTON CHÉJOV

lágrimas en los ojos... ¿Qué te pasa, hija mía? (La


abraza.)
ANIA.- No es nada, mamá, nada.
TROFIMOV.- Alguien se acerca.

Aparece un VIANDANTE llevando una gorra


blanca, muy usada, y abrigo; está un poco borracho.

VIANDANTE.- Permítanme una pregunta, ¿se va


por aquí directamente a la estación?
GÁIEV.- Sí, tome ese camino.
VIANDANTE.- Le estoy profundamente
agradecido. (Tose.) El tiempo es magnífico...
(Declama.) "Hermano mío, sufriente hermano... Sal al
Volga, cuyo gemido..."5
(A Varia.) Mademoiselle, permita a un ruso
hambriento pedirle unos treinta kopeks...

Varia, asustada, lanza un grito.

LOPAJIN (irritado). -Toda impertinencia tiene sus


límites.

5 "Hermano mío...: versos de Nekrásov, Nikolái Alexéievich (1821--


1878).

58
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

LIUBOV ANDRÉIEVNA (estupefacta). -Tome...


aquí tiene... (Busca en su portamonedas.) No tengo nin-
guna monedita de plata... No importa, aquí tiene una
de oro...
VIANDANTE.- ¡Le estoy profundamente
agradecido! (Sale.)

Risas.

VARIA (asustada). -Me voy... me voy... ¡Ah, mamita!


En casa la servidumbre no tiene qué comer y usted
le ha dado una moneda de oro.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¡Qué le voy a
hacer!¡Soy una tonta! En casa te daré todo lo que
tengo, todo. Ermolái Alexeich, ¡présteme algo
más!...
LOPAJIN.- Está bien.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Vámonos, señores, ya
es hora. Aquí, Varia, hemos arreglado
definitivamente tu matrimonio, te felicito.
VARIA (entre lágrimas). -Con estas cosas, mamá, no
se deben gastar bromas.
LOPAJIN.- Ofelia, entra en un convento6...

6 Alusión a Hamlet, Acto III, Escena I.

59
ANTON CHÉJOV

GÁIEV.- Me tiemblan las manos: hace mucho rato


que no juego al billar.
LOPAJIN.- ¡Ofelia, oh ninfa, acuérdate de mí en
tus plegarias!
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Vámonos, señores.
Pronto será hora de cenar.
VARIA.- Me ha asustado ese hombre. Aún me
palpita el corazón.
LOPAJIN.- Señores, les recuerdo que el veintidós
de agosto se venderá el jardín de los cerezos.
¡Piensen en esto!... ¡Piénsenlo!

Se van todos, excepto Trofimov y Ania.

ANIA (riéndose). -Demos gracias a ese hombre, que


ha asustado a Varia; así ahora estamos solos.
TROFIMOV.- Varia tiene miedo de que de repente
nos enamoremos, y por esto no se aparta de nuestro
lado en todo el día. Con su limitada cabeza, no
puede comprender que estamos por encima del
amor. El fin y el sentido de nuestra vida es sortear
lo que hay de mezquino e ilusorio, lo que impide ser
libre y feliz. ¡Adelante! ¡Nosotros avanzamos sin
que nada pueda defendernos hacia la rutilante

60
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

estrella que brilla en la lejanía! ¡Adelante! ¡No os


quedéis atrás, amigos!
ANIA (batiendo palmas y juntando las manos). -¡Qué
bien habla usted! (Pausa.) ¡Hoy aquí se está di-
vinamente!
TROFIMOV.- Sí, el tiempo es maravilloso.
ANIA.- Cómo me ha hecho cambiar, Petia. ¿Por
qué ya no quiero el jardín de los cerezos como
antes? Sentía tanta ternura por él. Me parecía que no
hay en la tierra un lugar más hermoso que nuestro
jardín.
TROFIMOV.- Toda Rusia es nuestro jardín. Es una
tierra grande y hermosa, hay en ella muchos lugares
maravillosos. (Pausa.) Piense en esto, Ania: su
abuelo, su bisabuelo y todos sus antepasados fueron
señores, dueños de siervos, de alma vivas; ¿no le
parece que de cada cereza del jardín, de cada hoja,
de cada tronco la están mirando seres humanos? Ser
amos de estos siervos los ha transformado a todos
ustedes, a los de antes y a los de ahora. Por eso su
madre, usted, su tío ya no se dan cuenta de que
viven endeudados, por cuenta ajena, a costa de una
gente a la que dejan pasar del vestíbulo. Llevamos
por lo menos doscientos años de retraso, aún no

61
ANTON CHÉJOV

tenemos absolutamente nada, no tenemos una


visión clara del pasado, no hacemos más que
filosofar, nos lamentamos de nuestro tedio o
bebemos vodka. Sin embargo, está bien claro que
para comenzar a vivir en el presente debemos
rescatar primero nuestro pasado, acabar con él, y
sólo puede rescatarse con el sufrimiento, con un
trabajo extraordinario e ininterrumpido.
Comprenda lo que le digo, Ania.
ANIA.- La casa en que vivimos, no es nuestra casa
desde hace mucho, y me iré, se lo prometo.
TROFIMOV.- Si tiene usted las llaves, arrójelas al
pozo y parta. Sea libre como el viento.
ANIA (entusiasmada).- ¡ Qué bien lo ha dicho!
TROFIMOV.- ¡Créame, Ania, créame! Aún no he
cumplido treinta años, soy joven, todavía soy estu-
diante, ¡pero cuánto he sufrido ya! Tan pronto llega
el invierno, me quedo, hambriento, enfermo, intran-
quilo, soy pobre como un mendigo. ¡Adónde no me
ha llevado el destino, dónde no he estado! Con
todo, mi alma siempre se ha sentido colmada de un
inexplicable presentimiento, siempre, a cada
instante, día y noche. Presiento la felicidad Ania, ya
la veo...
ANIA (absorta). -Sale la luna.
62
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

Se oye cómo Epijódov toca la guitarra: sigue


tocando la misma triste canción. Sale la luna. Por la
parte de los álamos, Varia está buscando a Ania y
grita: "¡Ania! ¿Dónde estás?'
TROFIMOV.- Sí, sale la luna. (Pausa.) La felicidad
está ahí, avanza, se acerca cada vez más y más, ya
oigo sus pasos. Y si nosotros no la vemos, si no la
conocemos, ¿qué importa? ¡La verán otros!

Voz de Varia: "¡Ania! ¿Dónde estás?-

TROFIMOV.- ¡Otra vez esta Varia! (Irritado.) ¡Es


indignante!
ANIA.- ¿Qué le vamos a hacer? Vámonos hacia el
río. Allí se está bien.
TROFIMOV.- Vamos. (Se van.)

Voz de Varia: "¡Ania! ¡Ania!"

63
ANTON CHÉJOV

ACTO TERCERO

Salón, separado de una sala por un arco. La lámpara


del techo está encendida. Se oye tocar en el
vestíbulo; toca la orquesta judía, la misma de que se
habla en el segundo acto. Es de noche. En la sala se
baila, el grand rond. Voz de Simeónov-Pischik: "Pro-
menade á une paire!- Entran en el salón, formando la
primera pareja, PISCHIK Y CHARLOTTA
IVANOVNA, formando la segunda, TROFIMOV
y LIUBOV ANDRÉIEVNA; la tercera, ANIA con
UN EMPLEADO DE CORREOS; la cuarta,
VARIA con EL JEFE DE ESTACIÓN, etcétera.
Varia llora en silencio y, bailando, se seca las
lágrimas. En la última pareja va DUNIASHA.
Avanzan por el salón, Pischik grita: "Grand-rond,
balancez!" y "Les cavaliers á genoux et remerciez vos dames!"

64
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

FIRS, vistiendo frac, sirve agua de Seltz, que lleva en


una bandeja. Entran en el salón PISCHIK y
TROFIMOV.
PISCHIK.- Soy un temperamento sanguíneo, ya he
sufrido dos ataques, me resulta difícil bailar, pero,
como suele decirse, si te encuentras en una jauría,
ladres o no ladres, por lo menos menea la cola.
Tengo una salud de caballo. Mi difunto padre, muy
bromista, y que Dios le tenga en la gloria, hablando
de nuestros orígenes solía decir que el viejo linaje de
los Simeónov-Pischik procede del mismísimo
caballo que Calígula colocó en el Senado... (Se sienta.)
Pero la desgracia está en que no tengo ni blanca. El
perro hambriento no piensa más que en la carne...
(Ronca, adormilado, pero enseguida se despierta.) Así yo...
sólo puedo pensar en el dinero...
TROFIMOV.- La verdad es que su cara tiene algo
de caballuno.
PISCHIK.- No está mal... el caballo es una buena
bestia... Un caballo se puede vender...

Se oye jugar al billar en la estancia inmediata. En la


sala, bajo el arco, aparece VARIA.

65
ANTON CHÉJOV

TROFIMOV (burlón). -¡ Madame Lopájina!


¡ Madame Lopájina!...
VARIA (irritada). -¡ Señor pelado!
TROFIMOV.- Sí, yo soy un señor pelado, ¡y con
mucha honra!
VARIA (con amargura). - Han contratado a los
músicos, pero ¿con qué pagarlos? (Se va.)
TROFIMOV (a Pischik). -Si la energía que usted ha
gastado en el transcurso de su vida para pagar
intereses, la hubiera aplica o a alguna otra cosa,
probablemente habría acabado removiendo medio
mundo.
PISCHIK.- Nietzche... el filósofo... el grande, el
famosísimo... el hombre de inteligencia superior, di-
ce en sus obras, al parecer, que es lícito fabricar
moneda falsa.
TROFIMOV.- ¿Ha leído usted a Nietzche?
PISCHIK.- Bueno... Me lo ha contado Dáshenka. Y
ahora yo estoy en tal situación que haría hasta mo-
neda falsa... Pasado mañana he de pagar trescientos
diez rublos... Ciento treinta ya me los he
procurado... (Se palpa los bolsillos, alarmado.) ¡El
dinero! ¡He perdido el dinero! (Entre lágrimas.)

66
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

¿Dónde está el dinero?... (Alegremente.) Aquí está en


el forro. Hasta he entrado en sudor...

Entran LIUBOV ANDRÉIEVNA Y CHAR-


LOTTA IVANOVNA.

LIUBOV ANDRÉIEVNA (canturreando una lesguinka,


danza del Cáucaso). -¿Por qué tarda tanto en volver
Leonid? ¿Qué estará haciendo en la ciudad? (A
Duniasha.) Duniasha, ofrezca té a los músicos...
TROFIMOV.- Lo más probable es que no se haya
celebrado la subasta.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Los músicos han
venido en un momento tan inoportuno, y lo del
baile también se nos ocurrió en un momento in-
oportuno... Bueno, no importa... (Se sienta y canturrea
suavemente.)
CHARLOTTA (presentando una baraja a Pischik).
-Aquí tiene una baraja, piense una carta.
PISCHIK.- La he pensado.
CHARLOTTA-Baraje las cartas. Muy bien. Ahora
vengan, mi muy querido señor Pischik. Ein, zwei,
drei! Ahora busque su carta, la tiene en el bolsillo del
costado...

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ROSA MARIA RUIZ (ROSYRUIZROD@YAHOO.COM)
ANTON CHÉJOV

PISCHIK (se saca la carta del bolsillo). -¡El ocho de


picas! ¡Exacto! (Sorprendido.) ¡Hay que ver!
CHARLOTTA (Con la baraja en la palma de la mano, a
Trofimov). -Dígame enseguida, ¿cuál es la carta de
encima?
TROFIMOV.- ¿Por qué no? Pues la dama de picas.
CHARLOTTA.- ¡Bien! (A Pischik.) ¿A ver? ¿Cuál es
la carta de encima?
PISCHIK.- El as de corazón.
CHARLOTTA.- ¡Bien!... (Da unas palmadas, la baraja
desaparece) ¡Qué tiempo más hermoso hace hoy! (Una
misteriosa voz femenina como si viniera de debajo del
pavimento "¡Oh, sí! El tiempo es espléndido, señora"), Usted
es mi bello ideal. (La voz: “Usted también, señor me gusta
mucho".)
EL JEFE DE ESTACIÓN (aplaudiendo).- ¡Bravo por
la señora ventrílocua!
PISCHIK (sorprendido). -¡Hay que ver!
Encantadorísima Charlotta Ivánovna... Estoy,
sencillamente enamorado. . .
CHARLOTTA.- ¿Enamorado? (Encogiéndose de
hombros.) ¿Acaso puede usted amar? Guter Mensch ober
schlechier Musikant.7

7 "Buen hombre, pero mal músico(en a1emdn).

68
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

TROFIMOV (dando unas palmadas a Pischik en el


hombro). -Está usted hecho un caballo.
CHARLOTTA. - Atención, señores, ¡Otro juego de
manos! (Toma un manta de una silla.) Vean, es un
manta excelente, quiero venderla... (La sacude.)
¿Nadie quiere comprarla?
PISCHIK (sorprendido). - ¡Hay que ver!
CHARLOTTA.- Ein, zwei, drei !(Levanta
rápidamente la manta, que había bajado; tras la manta es
Ania, que hace una reverencia, corre al lado de su madre,
la abraza y vuelve corriendo a la sala, despertando la
admiración general.)
LIUBOV ANDRÉIEVNA (aplaudiendo).- ¡Bravo,
bravo!...
CHARLOTTA. - ¡Otra vez! Ein, zwei, drei! (Levanta
rápidamente la manta, que había bajado; tras la manta está
Ania, que hace una reverencia, corre al lado de su madre, la
abraza y vuelve corriendo a la sala, despertando la admiración
general.)
LIUBOV ANDRÉIEVNA (aplaudiendo).- ¡Bravo,
bravo!…
CHARLOTTA.- ¡Otra vez! Ein, zwei, drei! (Levanta
la manta; tras la manta está Varia, que hace reverencia.)
PISCHIK (sorprendido).- ¡Hay que ver!

69
ANTON CHÉJOV

CHARLOTTA.- ¡Se acabó! (Arroja la manta sobre


Pischik, hace una reverencia y se va corriendo a la sala.)
PISCHIK (precipitándose tras ella). -Mala... ¡Eh, qué
mujer! ¡Eh, qué mujer! (Sale.)
LIUBOV ANDRÉIVNA.- Y Leonid, sin llegar. No
comprendo qué puede estar haciendo en la ciudad
tanto tiempo. Allí ha de haberse terminado todo, no
hay duda; o la finca está vendida o la subasta no se
ha celebrado. ¿Por qué nos tiene tanto tiempo en la
incertidumbre?
VARIA (procurando consolarla). -El tío la ha
comprado, estoy segura.
TROFIMOV (burlón). -Sí.
VARIA.- La abuela le ha mandado poderes para que
él le compre la finca y pase la hipoteca a nombre de
ella. Lo hace por Ania. Estoy segura de que con la
ayuda de Dios el tío comprará la propiedad.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- La abuela de
Yaroslav1 ha mandado quince mil rublos para
comprar la finca en nombre suyo -de nosotros no se
fía-, pero este dinero no basta para pagar los
intereses. (Se cubre el rostro con las manos.) Hoy mi
suerte se decide, mi suerte...
TROFIMOV (se burla de Varia). -¡Madame Lopájina!

70
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

VARIA (enojada)-¡Eterno estudiante! Ya le han


echado dos veces de la Universidad.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¿Por qué te enfadas?
Varia? Él te hace rabiar llamándote Lopájina, ¿y
qué? Si quieres, cásate con Lopajin. Es un hombre
bueno, interesante. Si no quieres, no te cases, nadie
te obliga, querida...
VARIA.- Para mí esto es una cosa seria, mamita, he
de decirlo con sinceridad. Es un hombre bueno, me
gusta.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Pues cásate. ¿A qué
esperar? No lo comprendo.
VARIA.- Mamita, no he de ser yo la que lo
proponga. Hace ya dos años que todo el mundo me
habla de él, todos hablan, pero él se calla o bromea.
Comprendo. Él se hace rico, está metido en sus
negocios, no tiene tiempo para ocuparse de mí. Si
yo tuviera dinero, aunque fuera poco, aunque fueran
sólo cien rublos, lo abandonaría todo y me iría lejos.
Entraría en un monasterio.
TROFIMOV.- ¡Qué hermosura!
VARIA (a Trofimov). -¡Un estudiante ha de tener
inteligencia! (Con voz dulce, casi llorando.) ¡Qué feo se
ha vuelto usted, Petia! ¡Cómo ha envejecido! (A
Liubov Andréievna, ya sin llorar.) Sólo que no puedo
71
ANTON CHÉJOV

estarme sin hacer nada, mamita, he de tener


ocupados todos los minutos.

Entra YASHA.

YASHA (casi sin poder contener la risa). -¡Epijódov ha


roto un taco de billar!... (Se va.)
VARIA.- Pero ¿por qué está aquí Epijódov? ¿Quién
le ha dado permiso para jugar al billar? No com-
prendo a esta gente... (Se va.)
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- No la atormente, Petia;
ya ve usted que no son penas lo que le falta.
TROFIMOV.- Que no ponga tanto empeño en
meterse en lo que no debe. Durante todo el verano
no nos ha dejado en paz a Ania ni a mí, temiendo
que nos enamorásemos. ¿Y a ella qué le importa?
Además, nunca he dado motivos, me encuentro
muy lejos de tales vulgaridades. ¡Nosotros estamos
por encima del amor!
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Pues yo, seguramente,
estoy por debajo del amor. (Extraordinariamente
inquieta.) Pero ¿por qué no ha vuelto aún Leonid?
Sólo quisiera saber si la finca se ha vendido o no.
Esa desdicha se me figura hasta tal punto increíble,
que ni siquiera sé qué pensar, me desconcierto...
72
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

Podría echarme a gritar... a hacer estupideces.


Sálveme, Petia. Dígame alguna cosa, diga...
TROFIMOV.- ¿No da lo mismo que se haya
vendido hoy la finca o no se haya vendido? De
todos modos hace tiempo que la tiene usted per-
dida, no hay modo de volver atrás; la hierba ha
invadido el sendero. Tranquilícese, querida. No ha
de engañarse a sí misma, por lo menos una vez en la
vida hay que mirar la verdad cara a cara.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¿Qué Verdad? Usted
ve dónde está la verdad y dónde está la mentira,
pero yo no veo nada, como si hubiera perdido la
vista. Usted resuelve audazmente todos los
problemas importantes, pero dígame, amigo mío,
¿no será esto porque usted es joven todavía y no ha
tenido tiempo aún de sufrir por ninguno de esos
problemas? Usted mira con audacia hacia delante,
pero ¿no será esto porque no ve ni espera nada
terrible, pues la vida aún se mantiene velada para
sus jóvenes ojos? Usted es más audaz, más
honrado, más profundo que nosotros, pero
reflexione, sea magnánimo, por lo menos aunque
sólo sea un poquito, y tenga piedad de mí. No
olvide que yo nací en este lugar, aquí vivieron mi
padre y mi madre, mi abuelo; yo amo esta casa, sin
73
ANTON CHÉJOV

el jardín de los cerezos no concibo mi existencia y si


tan necesario es venderlo, vendedme a mí con él...
(Abraza a Trofimov, le besa en la frente.) Aquí se ahogó
mi hijo... (Llora.) Tenga compasión de mí, usted que
es tan bueno, tan generoso.
TROFIMOV.- Ya sabe usted que estoy a su lado
con toda el alma.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Pero hay que decirlo
de otro modo... (Saca el pañuelo, cae al suelo un telegra-
ma.) Hoy siento un peso enorme en el alma, usted no
se lo puede imaginar. Aquí el ruido me molesta, a
cada rumor se me estremece el alma, me tiembla
todo el cuerpo, pero no puedo retirarme a mi
habitación porque me da miedo quedarme sola,
rodeada de silencio. No me condene, Petia... A usted
le quiero como si fuera hijo mío. De buena gana le
daría a mi Ania, se lo juro, pero hay que estudiar,
amigo mío, hay que acabar la carrera. Usted no hace
nada, sólo deja que el destino le arroje de un lugar a
otro, de manera bien extraña... ¿No es cierto? ¿No
tengo razón? Y también ha de hacer alguna cosa
con la barba, para que le crezca un poco. . . (Se ríe.)
¡Es gracioso usted!
TROFIMOV (recogiendo el telegrama). -No aspiro a ser
un Adonis.
74
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Es un telegrama de


París. Todos los días recibo uno. Recibí uno ayer,
éste hoy. Ese salvaje otra vez ha caído enfermo, otra
vez está mal... Me pide perdón, me suplica que
vuelva, y, en verdad, yo debería ir a París y
quedarme a su lado. Usted, Petia, pone cara seria,
pero qué hacer, amigo mío, qué quiere usted que
haga, él está enfermo, está solo, es desgraciado, y,
además, ¿quién va a cuidar de él, quién le impedirá
que cometa imprudencias, quién le dará la medicina
a tiempo? Y para qué ocultárselo o callar, yo le
quiero, eso está claro. Le quiero, le quiero... Es una
piedra que llevo colgada del cuello, con esta piedra
me hundo y me ahogo, pero yo quiero esta piedra y
no puedo vivir sin ella. (Estrecha la mano a Trofimov.)
No piense mal de mí, Petia, no me diga nada, no
hable...
TROFIMOV (entre lágrimas). -Perdone mi franqueza,
se lo suplico en nombre de Dios: ¡pero él la desvali-
jó!
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- No, no, no, no hay que
hablar así... (Se tapa los oídos.)TROFIMOV-Pero si
es un canalla, ¡usted es la única persona que no lo
sabe! Es un vil canalla, una nulidad...

75
ANTON CHÉJOV

LIUBOV ANDRÉIEVNA (irritada, pero


conteniéndose). - ¡Tiene usted veintiséis o veintisiete
años y sigue siendo como un colegial de la segunda
clase!
TROFIMOV.- No me importa.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Hay que ser hombre, a
su edad es necesario comprender a quienes aman. Y
también hay que amar... ¡es preciso enamorarse!
(Enojada.) ¡Sí, sí! En usted no hay pureza, usted es
simplemente un puritanoide, un ridículo
extravagante, un adefesio...
TROFIMOV (horrorizado). - ¡Qué está diciendo!
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- "¡Yo estoy por encima
del amor!" ¡Qué va a estar por encima del amor!
Usted es, simplemente, un mastuerzo, como dice
nuestro Firs, eso es. ¡A su edad y no tener una
amante!...
TROFIMOV (horrorizado). -¡Eso es terrible! Pero
¿qué está diciendo? (Se dirige rápidamente hacia la sala,
llevándose las manos a la cabeza.) Eso es terrible... No
puedo, me voy... (Sale, pero enseguida vuelve.) ¡Entre
nosotros todo ha terminado! (Sale al vestíbulo.)
LIUBOV ANDRÉIEVNA (llamándole)-¡Petia,
espere! ¡So tonto, he bromeado! ¡Petia!

76
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

Se oye que alguien baja rápidamente unas escaleras


desde el vestíbulo y, de repente, cae rodando por los
peldaños. Ania y Varia lanzan un grito, pero
enseguida se oyen risas.

¿Qué ha pasado ahí?

Entra ANIA, corriendo.

ANIA (riendo). -¡Petia ha caído por la escalera! (Sale


precipitadamente.)
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¡Qué extravagante es
ese Petia!...

EL JEFE DE ESTACIÓN se detiene en medio de


la sala y lee La Pecadora, de A. Tolstói. Le escuchan,
pero apenas ha leído unas líneas, llegan, del ves-
tíbulo, los acordes de un vals y la lectura se
interrumpe. Todos bailan. Vuelven del vestíbulo
TROFIMOV, VARIA y LIUBOV
ANDRÉIEVNA.

Vamos, Petia... vamos, alma inmaculada… te pido


perdón... Vamos a bailar... (Baila con Petía.)

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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
ROSA MARIA RUIZ (ROSYRUIZROD@YAHOO.COM)
ANTON CHÉJOV

Ania y Varia bailan juntas. Entra FIRS, que deja su


bast6n junto a la puerta lateral. También entra
YASHA, que viene del salón y mira a los que
están bailando.

YASHA.- ¿Qué hay, abuelo?


FIRS.- No me siento bien. Antes, aquí venían a
bailar generales, barones, almirantes; ahora
mandamos a buscar al empleado de correos y al jefe
de la estación, y ni siquiera éstos vienen de buena
gana. Me he quedado sin fuerzas. El difunto señor,
el abuelo, curaba todas las enfermedades con lacre.
Yo lo tomo cada día hará ya veinte años o más;
quizá, sin esto, estaría ya en el otro mundo.
YASHA.- Te tengo en la boca del estómago, abuelo.
(Bosteza.) Deberías darte prisa a estirar la pata.
FIRS.- Buena pieza estás hecho... ¡inútil! (Rezonga.)

Trofimov y Liubov Andréievna bailan en la sala y


luego en el salón.

LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Merci. Voy a sentarme


un poco... (Se sienta.) Estoy cansada.

Entra ANIA.
78
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

ANIA (agitada). -Hace poco un hombre, en la


cocina, ha dicho que el jardín de los cerezos se ha
vendido hoy.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¿A quién se ha
vendido?
ANIA.- No ha dicho a quién. Se ha ido. (Baila con
Trofimov; entran los dos en la sala.)
YASHA.- Esto son habladurías de un viejo, de un
extraño.
FIRS.- Y Leonid Andreich aún no está aquí, no ha
regresado. Lleva el abrigo ligero, de entretiempo. A
ver si se resfría. ¡Ah, juventud irreflexiva!
LIUBOV ANDRÉIEVNA (ligeramente despechada). -
¿Por qué se ríe usted? ¿A qué viene su risa?
YASHA.- Es que ese Epijódov es muy ridículo. Es
un hombre vacío. Es un saco de desgracias.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Firs, si la finca se
vende, ¿a dónde vas a ir?
FIRS.- Iré adonde usted me mande.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¿Córno tienes tan mala
cara? ¿No te encuentras bien? Lo mejor es que te
vayas a dormir, ¿sabes? ...
FIRS.- Sí... (Sonriendo.) Que me vaya a dormir, y sin
mí, ¿quién se encargará de servir y de poner las
79
ANTON CHÉJOV

cosas en orden? Estoy yo solo para atender toda la


casa.
YASHA (a Liubov Andréievna). -¡Liubov Andréievna!
Permítanme hacerle un ruego, tenga la bondad. Si
vuelve usted a París, lléveme consigo, por favor. Me
es totalmente imposible quedarme aquí... (Mirando en
torno, a media voz.) No hace falta decirlo, usted misma
lo ve, éste es un país inculto, la gente no tiene
moralidad; además, todo es aburrimiento, en la
cocina dan mal de comer, y por si fuera poco, hasta
el Firs ese está siempre por aquí dando vueltas y
mascullando palabras que no se entienden.
¡Lléveme consigo, por favor!

Entra PISCHIK.

PISCHIK.- Permítame, hermosísima... un valsito...


(Liubov Andréievna accede.) Encantadora, de todos
modos, ciento ochenta rublitos me los prestará
usted… Me prestará... (Bailan.) Ciento ochenta
rublitos…. (Pasan a la sala.)
YASHA (canta en voz baja). -Comprenderás de mi
alma el tormento…"

80
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

En la sala, una figura con sombrero de copa gris y


pantalones a cuadros, agita los brazos y salta; gritos:
"¡Bravo, Charlotta Ivanovna!"

DUNIASHA (se ha detenido para empolvarse). -La


señorita me ha mandado bailar, hay muchos
caballeros y pocas damas, pero cuando bailo la
cabeza me da vueltas y el corazón me palpita. Firs
Nikoláievich, el funcionario de correos, me ha di-
cho una cosa que me ha dejado sin respiración.

La música va apagándose.

FIRS.- ¿Qué te ha dicho?


DUNIASHA.- Usted, dice, es como una flor.
YASHA (bosteza). -Ignorancia ... (Sale.)
DUNIASHA.- Como Una flor... Soy una muchacha
tan delicada... me gustan terriblemente las palabras
tiernas.
FIRS.- Vas a perder la cabeza.

Entra EPIJODOV.

81
ANTON CHÉJOV

EPIJÓDOV.- Usted, Avdotia Fiódorovna, no desea


verme... como si fuera yo un insecto... (Suspira.) ¡Ay,
la vida!
DUNIASHA.- ¿Qué desea usted?
EPIJÓDOV.- Indudablemente, es posible que usted
tenga razón (Suspira.) Pero, claro, si se mira desde el
punto de vista... entonces usted, me permito
expresarme así, y perdone la franqueza, ha sido
exclusivamente usted la que me ha metido en tal
estado de ánimo. Conozco mi sino, cada día me
ocurre alguna desgracia, y a esto me he acostum-
brado hace tiempo, de modo que miro con una
sonrisa mi suerte. Usted me ha dado su palabra, y
aunque yo...
DUNIASHA.- Por favor, hablaremos luego, pero
ahora déjeme en paz. Ahora yo sueño. (Juego con el
abanico.)
EPIJÓDOV.- Cada día me ocurre alguna desgracia
y yo, permítame que me exprese así, me contento
con sonreír, hasta me río.

Entra VARIA, procedente de la sala.

VARIA.- ¿Aún estás aquí, Semión? Qué poco


respeto el tuyo, la, verdad. (A Duniasha.) Vete de
82
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

aquí Duniasha. (A Epijódov.) O juegas al billar y


rompes un taco o te paseas por el salón, como un
invitado.
EPIJÓDOV.- A mí, permítame que se lo exprese,
no puede usted reclamarme nada.
VARIA.- No te reclamo nada, te digo lo que pienso.
No sabes hacer otra cosa que ir de un sitio a otro
sin ocuparte de tu trabajo. Tenemos un contable y
no se sabe para que.
EPIJÓDOV (ofendido). -Si trabajo, si paseo, si como
o si juego al billar son cosas de las que sólo pueden
juzgar personas que entiendan y mayores.
VARIA.- ¡Te atreves a decirme esto! (Furiosa.) ¿Te
atreves? Así pues, yo no entiendo nada, ¿eh? ¡Fuera
de aquí! ¡Ahora mismo!
EPIJÓDOV (amedrentado). - Le ruego que se exprese
de manera delicada.
VARIA (fuera de sí). -¡Fuera de aquí al instante!
¡Fuera! (Él se va hacia la puerta; ella le sigue.) ¡Saco de
desgracias! Que no se te vea por aquí ni en pintura. ¡No
vuelvas a ponerte delante de mis ojos! (Epijódov sale; se le oye
decir, detrás de la puerta: “Me quejaré de usted".) ¡Ah!
¿Vuelves? (Coge el bastón que Firs había dejado cerca de la
puerta.) Ven... Ven... Ven, ya te enseñaré yo... ¡Ah!

83
ANTON CHÉJOV

¿Vienes? ¿Vienes? Pues vas a ver tú... (Enarbola el


bastón; en este momento entra Lopajin.)
LOPAJIN.- Mis más expresivas graciás.
VARIA (irritada y burlona). -Perdón.
LOPAJIN.- No faltaba más. Le agradezco de todo
corazón su amable acogida.
VARIA.- No hay de qué. (Se aparta un poco; luego mira
en torno y le pregunta con dulzura.) ¿Le he hecho daño?
LOPAJIN.- No, no es nada. De todos modos, me
está saliendo un chichón enorme.

Voces en la sala: "¡Ha venido Lopajin! ¡Ermolái


Alexeich!

PISCHIK.- Dichosos los ojos que te ven y los oídos


que te oyen... (Se besan.) Hueles a coñac, amigo y
alma mía. Pues nosotros aquí también nos
divertimos.

Entra LIUBOV ANDRÉIEVNA.

LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¿Es usted, Ermolái


Alexeich? ¿Por qué ha tardado tanto? ¿Dónde está
Leonid?

84
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

LOPAJIN.- Leonid Andreich ha vuelto conmigo, ya


viene…
LIUBOV ANDRÉIEVNA (turbada). -¿Qué? ¿Ha
habido subasta? ¡Pero hable!
LOPAJIN.- (turbado, temeroso de dejar traslucir su alegría).
-La subasta se ha terminado hacia las cuatro...
Hemos llegado tarde al tren y nos ha tocado esperar
hasta las nueve y media. (Suspirando profundamente.)
¡Uf! Hasta parece como si la cabeza me diera
vueltas. . .

Entra GÁIEV; en la mano derecha lleva los


paquetes de unas compras; con la izquierda se
seca las lágrimas.

LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¿Qué hay, Lionia?


¿Eh? (Impaciente, con lágrimas en los ojos.) Pero habla ya,
por Dios...
GÁIEV (sin responderle nada, hace un gesto evasivo con la
mano; a Firs, llorando). -Toma esto… Son anchoas,
arenques de Kerch... Hoy no he comido nada... ¡Lo
que he sufrido! (La puerta de la sala de billar está abierta;
se oye, el choque de las bolas y la voz de Yasha: "¡Siete y
dieciocho!" A Gáiev se le cambia la expresión del rostro; el
hombre ya no llora.) Me siento terriblemente cansado.
85
ANTON CHÉJOV

Me darás la ropa para que me cambie. Firs.


(Atraviesa la sala dirigiéndose a sus habitaciones, Firs le
sigue.)
PISCHIK.- ¿Qué ha pasado en la subasta?
¡ Cuéntalo ya!
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¿Se ha vendido el
jardín de los cerezos?
LOPAJIN.- Se ha vendido.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¿ Quién lo ha
comprado?
LOPAJIN.- Lo he comprado yo. (Pausa.)

Liubov Andréievna queda anonadada; habría caído


de no hallarse junto al sillón y la mesa. Varia se
quita de la cintura el manojo de llaves, las arroja
alsuelo, en medio del salón, y se va.
¡Lo he comprado yo! Un momento, señores, tengan
la bondad, todo se me confunde en la cabeza, no
puedo hablar... (Se ríe.) Cuando hemos llegado a la
subasta, ya estaba allí Derigánov. Leonid Andreich
no tenía más que quince mil rublos; Derigánov
ofrece de golpe treinta mil, además del valor de la
deuda. Al ver cómo estaba el asunto, planto cara a
Derigánov y ofrezco cuarenta mil. Él dice: cuarenta
y cinco. Yo, cincuenta y cinco. Él va subiendo de
86
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

cinco; yo, de diez... Al fin se ha terminado. Como,


además de la deuda, he ofrecido noventa mil rublos,
ha quedado por mío. Ahora el jardín de los cerezos
es mío. ¡Mío! (Se ríe a carcajadas.) ¡Dios del cielo,
Señor, el jardín de los cerezos es mío! Decidme que
estoy borracho, que he perdido la razón, que todo
esto se me imagina... (Da unas patadas en el suelo.) ¡No
os riáis de mí! ¡Si mi padre y mi abuelo se
levantaran de la tumba y vieran lo que ocurre, si
vieran que su Ermolái comprado la finca más
hermosa del mundo! He comprado la finca en que
mi abuelo y mi padre fueron esclavos, donde no les
dejaban entrar ni siquiera en la cocina. Estoy so-
ñando, esto no es más que una ilusión mía, un
desvarío... Para vosotros también ha de ser fruto de
vuestra imaginación, cubierta por las tinieblas de lo
desconocido. . . (Levanta las llaves sonriendo dulcemente.)
Ha tirado las llaves; quiere demostrar que ya no es la
dueña aquí... (Hace sonar las llaves.) Bueno, qué más
da. (Se oye a los músicos afinar los instrumentos.) ¡Eh,
músicos! ¡Tocad! ¡Quiero oíros! ¡Venid todos a ver
cómo Ermolái Lopajin entrará con el hacha en el
jardín de los cerezos y cómo caerán los árboles al
suelo! Construiremos casas de veraneo y nuestros

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ANTON CHÉJOV

nietos y bisnietos verán aquí una nueva vida… ¡Mú-


sicos, tocad!

La música toca. Liubov Andréievna se ha dejado


caer en una silla y llora amargamente.

(En son de reproche.) ¿Por qué no me hizo caso, por


qué? Mi pobrecita, tan buena, ahora ya lo ha
perdido. (Con lágrimas en los ojos.) ¡Oh, que pase
pronto esto, que cambie cuanto antes nuestra vida
desconcertada, desdichada.
PISCHIK (le toma del brazo; a media voz). -Está
llorando. Apartémonos de aquí, que ella sola...
Vamos... (Lo conduce del brazo a la sala.)
LOPAJIN.- ¿Qué pasa ahí? ¡Música, que se oiga
mejor! ¡Que se haga todo como yo deseo! (Con iro-
nía.) ¡Paso al nuevo propietario, al señor del jardín
de los cerezos! (Tropieza sin querer con una mesita y por
poco tira un candelabro.) ¡Puedo pagarlo todo! (Sale con
Pischik.)

En la sala y en el salón no hay nadie, excepto


Liubov Andréievna que, acurrucada en su asiento,
llora amargamente. La orquesta toca con suavidad.
Entran presurosos ANIA y TROFIMOV.
88
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

Ania se acerca a su madre y se arrodilla a sus pies.


Trofimov se queda a la entrada de la sala.

ANIA.- ¡Mamá!... Mamá, ¿estás llorando? Mi mamá


querida, dulce, buena, hermosa mamá mía, te quie-
ro... te bendigo. El jardín de los cerezos está
vendido, ya no existe, esto es verdad, es verdad,
pero no llores, mamita, te queda la vida por delante,
te queda tu alma buena y pura... Vente conmigo,
vámonos d aquí, mamá querida, ¡vámónos!..
Plantaremos otro jardín, más lozano aún que éste.
Lo verás, comprenderás; una alegría serena,
profunda, descenderá a tu alma, como el sol en la
hora del crepúsculo, ¡y te sonreirás, mamá!
¡Vámonos, mamá querida! ¡Vámonos!...

89
ANTON CHÉJOV

ACTO CUARTO

La misma decoración del primer acto. No hay ni las


cortinas de las ventanas ni los cuadros; quedan
pocos muebles, que están colocados en un rincón,
como en venta. La impresión es de vacío. Junto a la
puerta de salida, hay unas maletas, atadijos de viaje,
etc. Por la puerta de la izquierda, que está abierta, se
oyen las voces de Varia y Ania. LOPAJIN está de
pie, esperando. YASHA sostiene una bandeja con
unas copas de champaña. En el vestíbulo,
EPIJÓDOV está atando una caja. En el fondo,
detrás de la escena, ruido de voces. Son los mujiks,
que han acudido a despedirse. Voz de Gáiev: "Gra-
cias, hermanos, gracias a todos".

90
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

YASHA.- La gente ha venido a despedirse. A mi


modo de ver, Ermolái Alexeich, la gente del pueblo
no es mala, pero tiene pocas entendederas.

El ruido de voces se apaga. Entran por el vestíbulo


LIUBOV ANDRÉIEVNA Y GÁIEV; Liubov
Andréievna no llora, pero está pálida y el rostro le
tiembla; no puede hablar.

GÁIEV.- Les has dado el monedero, Liuba. ¡Esto


no puede ser! ¡Esto no puede ser!
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¡No podía hacerlo de
otro modo! ¡No podía! (Salen los dos.)
LOPAJIN (en el umbral de la puerta, siguiéndolos con la
mirada). -¡Tengan la bondad, se lo ruego! Una copita
antes de partir. No se me ocurrió traer de la ciudad
y en la estación sólo he encontrado una botella.
¡Tengan la bondad! (Pausa.) ¡Bueno, señores! ¿No
quieren? (Se retira de la puerta.) De haberlo sabido no
la habría comprado.
Bueno, yo tampoco voy a beber. (Yasha pone con
cuidado la bandeja en una silla.) Por lo menos bebe tú,
Yasha.

91
ANTON CHÉJOV

YASHA.- ¡A la salud de los que se van! ¡Y que sea


usted feliz aquí (Bebe.) Este champaña no es
auténtico, se lo puedo asegurar.
LOPAJIN.- Ocho rublos me ha costado la botella.
(Pausa.) Aquí hace un frío de mil diablos.
YASHA.- Hoy no se han encendido las estufas,
¿para qué? Nos vamos. (Se ríe.)
LOPAJIN.- ¿De qué te ríes?
YASHA.- De satisfacción.
LOPAJIN.- Estamos en octubre, pero el tiempo es
soleado y apacible, como en verano; magnífico para
edificar. (Consulta el reloj y se acerca a la puerta.) Señores,
tengan en cuenta que sólo faltan cuarenta y siete
minutos para el tren. Hay que salir hacia la estación
dentro de veinte. Dénse prisa.

Entra TROFIMOV con el abrigo puesto; viene del


patio.

TROFIMOV.- Me parece que ya es hora de


marchar. Los caballos están a punto. El diablo sabe
dónde han ido a parar mis chanclos. Se han
perdido... (En dirección a la puerta.) ¡ Ania, los chanclos
no están en ninguna parte! ¡No los encuentro!

92
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

LOPAJIN.- Tengo que ir a Járkov. Haremos el viaje


en el mismo tren. Me quedaré en Járkov todo el
invierno. Aquí me he pasado el tiempo charlando
con ustedes, torturándome de inacción. No puedo
estar ocioso, no sé qué hacer con los brazos, me
cuelgan de una manera extraña, como si no fueran
míos.
TROFIMOV.- Ahora nos iremos y se dedicará
usted otra vez a su provechoso trabajo.
LOPAJIN.- Bébete una copita.
TROFIMOV.- No lo haré.
LOPAJIN.- Así pues, ¿a Moscú ahora?
TROFIMOV.- Sí, las acompañaré a la ciudad y
mañana a Moscú,
LOPAJIN.- Ya... Seguro que los profesores ahora
no dan clases, ¡estarán esperando a que tú llegues!
TROFIMOV.- Eso no es cosa tuya.
LOPAJIN.- ¿Cuántos años hace que estudias en la
Universidad?
TROFIMOV.- Inventa algo más nuevo. Esta broma
ya es vieja y banal. (Busca los chanclos.) ¿Sabes?
Probablemente no nos veremos más. Así que,
permíteme que te dé un consejo como despedida:
¡no gesticules tanto con los brazos! Quítate esa
costumbre. Y eso de construir casas de veraneo, eso
93
ANTON CHÉJOV

de calcular que los veraneantes, con el tiempo, se


convertirán en excelentes cultivadores de su parcela,
calcular de este modo, también significa gesticular...
De todos modos, a pesar de los pesares, te tengo
afecto. Tienes unos dedos finos, delicados, como
los de un artista, y el alma también la tienes fina,
delicada...
LOPAJIN (le da un fuerte abrazo). -Adiós, amigo.
Gracias por todo. Si hace falta, puedo darte dinero
para el viaje.
TROFIMOV.- ¿Para qué lo quiero? No lo necesito.
LOPAJIN.- ¡Pero si no tenéis!
TROFIMOV.- Tengo. Muchas gracias. Me lo han
enviado por una traducción. Aquí está, en el
bolsillo. (Preocupado.) ¡Y los chanclos sin aparecer!
VARIA (desde la otra habitación). -¡Tome esa
porquería, aquí los tiene! (Arroja a la escena un par de
chanclos de goma.)
TROFIMOV.- ¿Por qué se enfada, Varia? Hum...
¡Pero si éstos no son mis chanclos!
LOPAJIN.- En primavera sembré unas mil desiatinas
de amapolas y he ganado, ahora, cuarenta mil rublos
limpios. Y cuando mis amapolas estaban en flor,
¡qué cuadro aquel! Así que, como le digo, he ganado
cuarenta mil rublos, y si te ofrezco dinero prestado
94
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

es porque puedo hacerlo. ¿A qué darse humos? Yo


soy un mujik... a la pata la llana.
TROFIMOV.- Tu padre era un mujik; el mío, un
boticario; pero de ello no se sigue absolutamente
nada. (Lopajin saca la cartera del bolsillo.) Deja, deja...
Aunque me dieras doscientos mil rublos no los
aceptaría. Soy un hombre libre. Y lo que es tan
estimado y alto para todos vosotros, ricos y pobres,
no tiene sobre mí ningún poder, es como plumón
arrastrado por el aire. Puedo prescindir de vosotros,
puedo pasar por delante de vosotros sin miraros,
soy fuerte y orgulloso. ¡La humanidad avanza hacia
una verdad suprema, hacia la felicidad más alta que
pueda darse en la tierra, y yo estoy en las primeras
filas!
LOPAJIN.- ¿Llegarás?
TROFIMOV.- Llegaré. (Pausa.) Llegaré o señalaré a
los demás el camino para llegar.

Se oyen los golpes del hacha contra un árbol, a lo


lejos.

LOPAJIN.- Bueno, adiós, amigo. Es hora de partir.


Nos estamos mirando por encima del hombro uno
a otro y entre tanto la vida pasa. Cuando llevo
95
ANTON CHÉJOV

mucho tiempo trabajando sin descansar, los


pensamientos se me hacen más ligeros y me parece
que también a mí me resulta claro que existo para
algo. Pero cuánta gente hay en Rusia, hermano, que
existe sin saber para qué. De todos modos, qué más
da. La cuestión no está en eso. Dicen que Leonid
Andreich ha aceptado el puesto y que trabajará en
un banco, con seis mil rublos de sueldo al año...
Sólo que no estará mucho tiempo, es muy
perezoso...
ANIA (desde la puerta). -Mamá le ruega que no talen
el jardín mientras ella no haya partido.
TROFIMOV.- La verdad, no sé cómo puede llegar
hasta tal punto la falta de tacto... (Sale por el vestíbulo.)
LOPAJIN.- Ahora mismo, ahora mismo... ¡Qué
gente, santo Dios! (Sale tras él.)
ANIA.- ¿Han llevado a Firs al hospital?
YASHA.- He dicho que lo hicieran por la mañana.
Es de suponer que le han llevado.
ANIA (a Epijódov, que cruza la sala).- Semión
Panteleich, pregunte si han llevado a Firs al hospital,
haga el favor.
YASHA (picado). -Por la mañana se lo he dicho a
Egor. ¡Para qué preguntar diez veces una misma co-
sa!
96
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

EPIJÓDOV.- El longevo Firs, según mi opinión


definitiva, no está ya para reparaciones, lo que ha de
hacer es reunirse con sus antepasados. Y yo lo único
que puedo hacer es envidiarle. (Pone una maleta sobre
una sombrerera y la aplasta.) Vaya, naturalmente. Ya lo
sabía yo. (Se va.)
YASHA (burlón). -Saco de desgracias...
VARIA (desde detrás de la puerta). -¿Han llevado a Firs
al hospital?
ANIA.- Lo han llevado.
VARIA.- ¿Por qué no han cogido la carta para el
doctor?
ANIA.- Hay que mandar a que los alcancen... (Sale.)
VARIA (desde la habitación inmediata). -¿Dónde está
Yasha? Decidle que ha venido su madre, quiere
despedirse de él.
YASHA (haciendo con la mano un gesto de indiferencia).
-Sólo saben hacer perder la paciencia.

Duniasha durante todo este tiempo ha estado


ocupándose de las maletas y bultos; ahora que
Yasha está solo, se le acerca.

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ANTON CHÉJOV

DUNIASHA.- Podía haberme dirigido por lo


menos una miradita, Yasha. Se va... me abandona...
(Llora y se le arroja al cuello.)
YASHA.- ¿Para qué llorar? (Bebe champaña.) Dentro
de seis días estaré otra vez en París. Mañana to-
maremos el tren expreso y en marcha, ¡ya pueden
esperamos sentados! Casi me parece imposible. Vive
la France!... Esto no es para mí, aquí no puedo vivir...
qué le vamos a hacer. Me he cansado de ver tanta
ignorancia, me basta. (Bebe champaña.) ¿Para qué
llorar? Compórtese usted correctamente y no
llorará.
DUNIASHA (se empolva, mirándose en el espejito).
-Escríbame una carta desde París. Ya sabe usted que
le he querido. Yasha, ¡le he querido tanto! ¡Yo soy
una criatura delicada, Yasha!
YASHA.- Ya vienen. (Se entretiene con las maletas,
canturreando.)

Entran LIUBOV ANDRÉIEVNA, GÁIEV, ANIA


Y CHARLOTTA IVANOVNA.

98
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

GÁIEV.- Hay que marchar. Ya nos queda poco


tiempo. (Mirando a Yasha.) ¿Quién huele a arenque
aquí?
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Subiremos al coche
dentro de unos diez minutos... (Recorre la habitación
con la mirada.) Adiós, mi vieja y entrañable casa.
Pasará el invierno, llegará la primavera y tú dejarás
de existir, te derruirán. ¡Cuántas cosas han visto
estas paredes! (Besa frenéticamente a su hija.) Tesoro
mío, estás radiante, los ojos te brillan como dos
diamantes. ¿Estás contenta? ¿Muy contenta?
ANIA.- ¡Mucho! ¡Comienza una nueva vida, mamá!
GÁIEV (alegremente). -La verdad es que ahora todo
va bien. Antes de que el jardín de los cerezos se
vendiera, todos estábamos nerviosos, sufríamos;
después, cuando la cuestión quedó resuelta de
manera irrevocable, nos tranquilizamos, hasta
recobramos la alegría. Yo soy un empleado de
banco, ahora soy un financiero... carambola en el
centro, y tú, Liuba, quieras o no, tienes mejor
aspecto, es indudable.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Sí. Estoy mejor de los
nervios cierto. (Le dan el sombrero y el abrigo.)
Duermo bien. Sácame las maletas, Yasha. Ya es
hora. (A Ania.) Hija mía, nos veremos pronto. .. Me
99
ANTON CHÉJOV

voy a París, allí viviré con el dinero que nos ha


mandado tu abuela de Yaroslav1 para comprar la
finca -¡viva la abuela!-, pero este dinero no
alcanzará para mucho tiempo.
ANIA.- Volverás pronto, muy pronto... ¿verdad,
mamá? Me prepararé para examinarme en el gim-
nasio, aprobaré, y después me pondré a trabajar, te
ayudaré. Leeremos juntos muchos libros... ¿Verdad,
mamá? (Besa las manos a su madre.) Leeremos durante
las veladas de otoño, leeremos muchos libros, y ante
nosotros se abrirá un mundo nuevo, un mundo de
maravilla... (Soñadora.) Mamá, vuelve...
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Volveré, tesoro mío.
(Abraza a su hija.)

Entra LOPAJIN, Charlotta canturrea una canción.

GÁIEV.- Charlotta es feliz, ¡canta!


CHARLOTTA (toma un bulto que parece una criatura
envuelta). -Mi pequeñín, ro, ro. , (Se oye el llanto de un
crío: " ¡Uhá!... ¡uhá! ... ) Cállate, mi cielo, mi
pequeño querubín (¡uhá!... ¡uhá!... ) ¡Me das tanta
pena! (Arroja el bulto a su sitio.) Así que, por favor,
encuéntrenme colocación. No puedo quedarme así.

100
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

LOPAJIN.- La encontraremos, Charlotta Ivánovna,


no se preocupe.
GÁIEV.- Todos nos abandonan. Varia se va... de
pronto nos hemos vuelto inútiles.
CHARLOTTA.- En la ciudad no tengo dónde vivir.
Hay que irse... (Canturrea.) Da lo mismo...

Entra PISCHIK.

LOPAJIN.- ¡Prodigio de la naturaleza!...


PISCHIK (jadeante). -Oh, dejadme respirar... no
puedo más... Mis respetabilísimos... Denme un poco
de agua...
GÁIEV.- En busca de dinero, ¿no? Humilde siervo,
me aparto del peligro... (Se va.)
PISCHIK.- Hace bastante que no había venido a
verla... encantadorísima… (A Lopajin.) Tú, aquí...
tanto gusto en verte... hombre de grandísimo
talento... toma... cobra... (Entrega dinero a Lopajin.)
Cuatrocientos rublos… te quedo debiendo
ochocientos cuarenta...
LOPAJIN (se encoge de hombros sorprendido). -Parece un
sueño… Pero ¿de dónde lo has sacado?
PISCHIK.- Espera…Qué calor... Un
acontecimiento extraordinario. Han venido unos
101
ANTON CHÉJOV

ingleses y me han encontrado en la tierra no sé qué


arcilla blanca... (A Liubov Andréievna.) Y a usted
también cuatrocientos... hermosa... divina... (Entrega
el dinero.) El resto, más tarde. (Bebe agua.) Hace poco,
un joven estaba contando, en el vagón, que un gran
filósofo... no sé cuál, aconseja saltar de un tejado…
"¡Salta! ", dice, y esa es toda la cuestión. (Sorprendido.)
¡Hay que ver! ¡Un poco más de agua!...
LOPAJIN.- Pero ¿qué ingleses?
PISCHIK.- Les he arrendado la parcela con arcilla
por veinticuatro años. . . Ahora, perdonen, tengo
prisa… he de hacer el recorrido... He de ir a casa de
Znóikov... a casa de Kardamónov... A todos debo
dinero... (Bebe.) Sigan bien… Pasaré el jueves...
LIUBOV ANDRÉIEVNA. -Nosotros ahora nos
trasladamos a la ciudad y mañana yo saldré para el
extranjero...
PISCHIK.- ¿Cómo? (Alarmado.) ¿Por qué a la
ciudad? Ahora comprendo por qué los muebles, las
maletas. Bueno, no importa; (Entre lágrimas.) No
importa. Hombres de grandísimo talento… esos
ingleses... No importa... Que sean ustedes felices...
Dios les ayudará... No importa. Todo en este
mundo tiene su fin... (Besa las manos a Liubov
Andréievna.) Y si alguna vez llega a sus oídos la
102
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

noticia de que a mí me ha llegado el fin, acuérdese


de este... caballo y diga: "Había en el mundo un tal y
cual... Simeónov-Pischik... que Dios le tenga en la
gloria…" El tiempo es espléndido... Sí... (Se va, muy
emocionado, pero vuelve al instante y dice desde la puerta.)
¡ Dáshenka les manda saludos! (Se va.)
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Ahora podemos irnos.
Me voy con dos preocupaciones. La primera, por el
pobre Firs, enfermo. (Mira el reloj.) Aún disponemos
de unos cinco minutos...
ANIA.- Mamá, a Firs le han llevado al hospital.
Yasha le ha mandado esta mañana.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Mi segunda pena es
Varia. Varia está acostumbrada a levantarse
temprano y trabajar; ahora, sin nada que hacer, es
como pez fuera del agua. Ha adelgazado, se ha
vuelto pálida y llora, la pobrecita... (Pausa.) Usted
sabe muy bien, Ermolái Alexéievich, que mi sueño
era... casarla con usted, y por todo se veía que usted
iba a tomarla por esposa. (Balbucea unas palabras al
oído de Ania, ésta hace un signo de cabeza a Charlotta y las
dos salen.) Ella a usted le ama; a usted, ella le gusta, y
no sé por qué parece que hacen todo lo posible para
no encontrarse. ¡No lo comprendo!

103
ANTON CHÉJOV

LOPAJIN.- Ni yo mismo lo comprendo, es la pura


verdad. Todo esto es extraño... Si aún hay tiempo,
estoy dispuesto ahora mismo... Acabemos de una
vez y basta; porque sin usted, me doy cuenta de que
no haré la petición.
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Muy bien. Un minuto
basta. Ahora mismo la llamo...
LOPAJIN.- A propósito hay champaña... (Mira las
copas.) Están vacías, alguien se lo ha bebido… (Yasha
tose.) A eso se le llama pimplar...
LIUBOV ANDRÉIEVNA (vivamente). -Magnífico.
Nosotros saldremos... Yasha, allez! La voy a llamar...
(En la puerta.) Varia, déjalo todo, ven aquí. ¡Ven!
(Sale con Yasha.)
LOPAJIN (mirando el reloj). -Sí... (Pausa.)

Tras la puerta, risas contenidas, leve rumor de


voces; por fin entra VARIA.

VARIA (contemplando largo rato los bultos). -Qué


extraño, no llego a encontrarlo...
LOPAJIN.- ¿Qué busca usted?
VARIA.- Yo misma lo he colocado y no recuerdo
dónde. (Pausa.)

104
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

LOPAJIN.- ¿Adónde irá usted ahora, Varvara


Mijáilovna?
VARIA.- ¿Yo? A casa de los Ragulin... Me he
puesto de acuerdo con ellos para hacerme cargo de
la marcha de la casa... Como ama de llaves o algo
por el estilo.
LOPAJIN.- ¿Es en Yáshnievo? Estará de aquí a
unas sesenta verstas, ¿no? (Pausa.) Ya ve, en esta
casa se ha terminado la vida...
VARIA (mirando otra vez el equipaje). -Pero dónde
estará... O lo habré metido en el baúl… Sí, la vida
en esta casa se ha terminado... no volverá...
LOPAJIN.- Pues yo me voy a Járkov ahora mismo...
en ese tren. Tengo mucho qué hacer. Aquí se queda
Epijódov... Le he contratado.
VARIA.- ¡Bueno!
LOPAJIN.- El año pasado por este tiempo ya
nevaba, no sé si se acuerda, pero este año el tiempo
es apacible, soleado. Sólo que hace frío... Unos tres
grados bajo cero.
VARIA.- No lo he mirado. (Pausa.) Además, se nos
ha roto el termómetro… (Pausa.)

Voz junto a la puerta del patio: “¡Ermolái


Alexeich!"...
105
ANTON CHÉJOV

LOPAJIN (como si hubiera estado esperando esa llamada


desde hacía mucho rato)-¡Ahora mismo! (Se va
rápidamente.)

Varia, sentada en el suelo, con la cabeza apoyada en


un bulto de ropa, llora silenciosamente. Se abre la
puerta, entra con cautela LIUBOV
ANDRÉIEVNA.

LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¿Qué? (Pausa.)


Tenemos que irnos.
VARIA (ya no llora, se ha secado los ojos). -Sí, ya es hora,
mamita. A casa de los Regulin puedo llegar hoy
mismo, lo que hace falta es no perder el tren...
LIUBOV ANDRÉIEVNA (junto a la puerta). -¡Ania,
ponte el abrigo!
Entran ANIA y, después, GÁIEV, CHARLOTTA
IVANOVNA. Gáiev lleva un abrigo de invierno
con capuchón. Acuden criados y cocheros.
EPIJÓDOV está atareado con el equipaje.

LIUBOV ANDRÉIEVNA. -Ahora ya podemos


ponernos en camino.
ANIA (alegremente). -¡En marcha!
106
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

GÁIEV.- ¡Amigos míos, buenos y queridos amigos


míos! Al abandonar esta casa para siempre, ¿puedo
callarme, puedo contenerme para no manifestar, al
despedirme, los sentimientos que llenan ahora todo
mi ser?. . .
ANIA (suplicante). -¡Tío!
VARIA.- ¡Tiíto, no hables!
GÁIEV (abatido). -Doblete de la amarilla en el
centro... Me callo...

Entra TROFIMOV; después, LOPAJIN.

TROFIMOV.- Bueno, señores, ¡es hora de partir!


LOPAJIN.- ¡Epijódov, mi abrigo!
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Voy a sentarme
todavía un momento. Es como si hasta ahora no
hubiera visto nunca cómo son, en esta casa, las
paredes, cómo son los techos, y ahora los miro con
avidez, con un amor tan tierno...
GÁIEV.- Recuerdo que cuando tenía seis años, por
Pascua de Pentecostés, sentado en esta ventana mi-
raba a mi padre ir a la iglesia...
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¿Han recogido todas
las cosas?

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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
ROSA MARIA RUIZ (ROSYRUIZROD@YAHOO.COM)
ANTON CHÉJOV

LOPAJIN.- Parece que sí. (A Epijódov, mientras se pone


el abrigo.) Y tú, Epijódov, vigila que todo esté en
orden.
EPIJÓDOV (habla con voz ronca). -¡Esté usted
tranquilo, Ermolái Alexeich!
LOPAJIN.- ¿Por qué tienes esta voz?
EPIJÓDOV.- Acabo de beber agua, y me habré
tragado algo.
YASHA (con desprecio). -Qué ignorancia...
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Nos vamos y aquí no
quedará ni un alma...
LOPAJIN (de un tirón, saca un paraguas que estaba ya
atado a un bulto y lo levanta como si lo blandieran para dar
un golpe; Lopajin simula espanto). -Qué le pasa, qué le
pasa... Ni se me habría ocurrido.
TROFIMOV.- Señores, vamos a tomar asiento en
los coches... ¡Ya es hora! ¡El tren llegará enseguida!
VARIA.- Petia, ahí tiene sus chanclos, junto a la
maleta... (Con lágrimas en los ojos.) Qué sucios y viejos
están...
TROFIMOV (calzándose los chanclos). -¡
Vámonos, señores!...
GÁIEV (muy emocionado, con miedo a romper en llanto).
-El tren... la estación. . . Cruce de bolas en el centro,
doblete en un ángulo...
108
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¡Vámonos!


LOPAJIN.- ¿Estamos todos? ¿No hay nadie ahí?
(Cierra con llave la puerta lateral de la izquierda.) Aquí
quedan guardadas unas cosas, hay que cerrar.
¡Vámonos!...
ANIA.- ¡Adiós, casa! ¡Adiós, vieja vida!
TROFIMOV.- ¡Yo te saludo, vida nueva!... (Sale con
Ania.)

Varia recorre la estancia con la mirada y sale sin


apresurarse. Salen Yasha y Charlotta, con el perrito.

LOPAJIN.- Así pues, hasta la primavera. Salgan,


señores... ¡Hasta la vista!... (Sale.)

Liubov Andréievna y Gáiev se quedan solos. Como


si hubieran estado esperando ese momento, se
echan uno en brazos del otro y lloran con sollozo
contenido, silenciosamente, temerosos de ser
oídos.
GÁIEV (con desesperación). -Hermana mía, hermana
mía...
LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¡Oh, mi querido, mi
dulce, mi hermoso jardín!... Vida mía, juventud,
felicidad, ¡adiós!... ¡Adiós!...
109
ANTON CHÉJOV

Voz de Ania, muy gozosa, llamando: " ¡Mamá! " ...

Voz de Trofimov, muy gozoso, lleno de animación:


"¡Aú!"...

LIUBOV ANDRÉIEVNA.- Una última mirada a


estas paredes, a estas ventanas, A mi difunta madre
le gustaba pasear por esta habitación...
GÁIEV.- ¡Hermana mía, hermana mía!...

Voz de Ania: "¡Mamá!" ...


Voz de Trofimov: "¡Aú!" ...

LIUBOV ANDRÉIEVNA.- ¡Ya vamos!… (Salen.)

La escena queda vacía. Se oye cerrar con llave todas


las puertas; luego se oye a los carruajes partir. Todo
queda silencioso. En medio del silencio resuena un
golpe seco de hacha contra un árbol, con resonancia
solitaria y triste. Se oyen unos pasos. Por la puerta
de la derecha aparece Firs. Lleva, como siempre,
chaqueta y chaleco blanco; calza zapatillas. Está
enfermo.

110
EL JARDÍN DE LOS CEREZOS

FIRS (se acerca a la puerta, mueve la manija).- Está


cerrada. Se han ido... (Se sienta en el diván.) Se han
olvidado de mí... No importa... me sentaré aquí un
rato... Seguro que Leonid Andreich no se ha puesto
la pelliza, se habrá ido con el abrigo... (Suspira
preocupado.) Yo no le he vigilado al marchar... ¡Ah,
juventud irreflexiva! (Balbucea algunas palabras que no
pueden comprenderse.) La vida ha pasado y es como si
yo no hubiera vivido... (Se tiende sobre el diván.) Me
acostaré un rato... Las fuerzas te han abandonado,
no te ha quedado nada, nada... Eh, tú... ¡inútil!...
(Permanece acostado, inmóvil.)

Se oye un sonido lejano, como si bajase del cielo, el


sonido de un cable que se rompe, un sonido
agónico, triste. Se hace el silencio y sólo se oye
cómo a lo lejos, en el jardín, el hacha golpea contra
un árbol.

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