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FACULTAD DE PSICOLOGÍA

PSICOBIOLOGÍA HUMANA

PSICONEUROLOGÍA DE LA ACTIVIDAD
CONSCIENTE

DIRECCIÓN UNIVERSITARIA DE DESARROLLO


Y EVALUACIÓN ACADÉMICA
Producción de Material de Lectura
5000– 011

Profesor Responsable:

PEDRO ORTIZ CABANILLAS

Este material de lectura se hace para


uso exclusivo de los alumnos de la
Universidad de Lima
y en concordancia con lo dispuesto
por la Legislación sobre los derechos de autor:

D.Leg.822

EDICIÓN 2001
CONTENIDO
Introducción

SECCIÓN 1
EL NEOCÓRTEX CEREBRAL ES EL SISTEMA DE LA CONCIENCIA
CAPITULO 1.1. El neocórtex cerebral como sistema de información social.
Características de la corteza cerebral humana. El problema de la localización de las fun-
ciones cerebrales superiores. Naturaleza de la conciencia. Estructura de la actividad cons-
ciente. Organización psíquica de la corteza cerebral humana. Características específicas del
neocórtex cerebral humano.
CAPITULO 1.2. El neocórtex cerebral como sistema de memoria consciente
Organización de la memoria humana.. Estructura de la memoria de nivel consciente. La
actividad mnésica de nivel consciente. Codificación neocortical de la información social: Pro-
cesos de encodificación y descodificación de la información psíquica consciente. Procesos
que facilitan el guardado y recuperación de la información psíquica consciente.
CAPITULO 1.3. El neocórtex cerebral como sistema semiótico
Naturaleza del lenguaje. Características del lenguaje. Determinación genética y social
del lenguaje. Modelos del lenguaje. El habla como actividad psíquica preconsciente. El sis-
tema semiótico del cerebro: aspectos anatómicos y funcionales.

SECCIÓN 2
EL NIVEL SUBCONSCIENTE DE LA ACTIVIDAD PERSONAL
CAPITULO 2.1. El sistema afectivo-emotivo
Naturaleza de la afectividad humana: Los sentimientos. El neocórtex paralímbico es el
sistema afectivo-emotivo de la conciencia. Estructura y Interconexiones del neocórtex afecti-
vo. Evidencias clínicas y experimentales. Diferenciación hemisférica.
CAPITULO 2.2. El sistema cognitivo-productivo
Naturaleza de la cognición humana: Los conocimientos. El neocórtex parieto-temporo-
occipital es el sistema cognitivo-productivo de la conciencia: Estructura y conexiones. Evi-
dencias clínicas y experimentales. Diferenciación hemisférica.
CAPITULO 2.3. El sistema conativo-volitivo
Naturaleza de la motivación. El neocórtex prefrontal dorsolateral es el sistema conativo-
volitivo de la conciencia: Estructura y conexiones. Evidencias clínicas y experimentales. Di-
ferenciación hemisférica.

SECCIÓN 3
EL NIVEL EPICONSCIENTE DE LA ACTIVIDAD PERSONAL
CAPITULO 3.1.Organización de la actividad subconsciente
Los ciclos vitales. Características psicofisiológicas del sueño y la vigilia. Aspectos fun-
cionales del sueño. Procesos de inducción y mantenimiento del sueño y la vigilia. La activi-
dad subconsciente durante la vigilia.
CAPÍTULO 3.2. Organización de la actividad epiconsciente.
La actividad epiconsciente. Formas de organización de la actividad epiconsciente. Re-
des neurales para la inducción y mantenimiento de la ansiedad, la atención y la expectación.
Redes neurales para la integración supramodal de la actividad epiconsciente.
CAPTIULO 3.3. Los procesos de la percepción y la imaginación
Naturaleza de la percepción y la imaginación. Naturaleza de las imágenes. La percep-
ción y la imaginación como planos de la actividad epiconsciente. Formas de actividad per-
ceptual e imaginativa. El soporte psiconeural de la percepción y la imaginación. Caracteriza-
ción psicobiológica del hemisferio derecho.
CAPITULO 3.4. Los procesos del pensamiento y la actuación
Naturaleza del pensamiento y la actuación. Naturaleza de los conceptos. El pensamien-
to y la actuación como planos de la actividad epiconsciente. Formas de actividad del pen-
samiento y la actuación. El soporte psiconeural del pensamiento y la actuación. Caracteriza-
ción psicobiológica del hemisferio izquierdo.
INTRODUCCIÓN

Desde el primer Cuaderno hemos dejado establecido el principio de que el sujeto –no el
objeto– de nuestro estudio es el individuo humano definido como una personalidad. Hemos
mostrado que este es un individuo social organizado en niveles que dependen de los mis-
mos tipos de información que organizan los sistemas animales individuales, pero que tiene
un nivel adicional de organización que depende de aquella categoría de información deno-
minada social que, al determinar la estructura de la sociedad determina también la estructu-
ra de la conciencia y por tanto de la personalidad.
Habrá quedado claro que sólo en la especie Homo sapiens ocurre una verdadera re-
evolución desde el momento en que los sistemas multiindividuales de esta especie se orga-
nizaron a base de la clase de información que sus primitivos miembros empezaron a codifi-
car en medios que están fuera de ellos mismos, y es así como la información social determi-
na el desarrollo de la sociedad humana tal como hoy la conocemos. De esta manera, la so-
ciedad que surgió en los últimos miles de años es ahora el único sistema vivo de tipo su-
praindividual que existe en nuestro planeta. De no existir dicha información social, los hom-
bres seguiríamos siendo únicamente primates, animales superiores algo más complejos,
pero tal vez sólo por tener un cerebro de mayor tamaño. Habría pues razones suficientes
para sostener que además de los reinos protista, monera, fungui, plantae y animalia, existe
un sexto reino, el reino humano, esto es, la humanidad
Así como en la sociedad se repiten los cinco niveles de organización del sistema vivo en
su totalidad, así también los hombres somos los únicos sistemas vivos individuales dentro
de los que se repiten estos mismos cinco clases de información que ha sido posible diferen-
ciar en dicho sistema vivo, aquellas que son las categorías de información genética, metabó-
lica, funcional, psíquica inconsciente y psíquica consciente (Ortiz, 1994, 1998, 2000). Estas
cinco clases de información no sólo organizan la actividad global del cerebro y del sistema
nervioso, sino también la actividad del ser humano en su conjunto. En este Cuaderno vere-
mos que el neocórtex cerebral es la única estructura viva intraindividual que es capaz de
codificar todas las categorías de información que existen en la totalidad del sistema vivo. En
otros términos, dentro de nuestro cuerpo, no existe otro componente orgánico que pueda
almacenar y procesar todas las clases de información existentes –desde la información so-
cial hasta la información genética– que no sea el neocórtex cerebral. La importancia de este
hecho creemos que será evidente en todos los capítulos que siguen.
En este último Cuaderno estudiaremos la explicación psicobiológica de la conciencia cu-
yo sistema de memoria es el mencionado neocórtex cerebral. En la primera sección, y de-
ntro de la concepción del sistema nervioso que hemos seguido desde el primer Cuaderno,
usaremos la evidencia empírica disponible para sustentar el aserto de que el neocórtex es el
sistema de la conciencia, por cuanto es: 1) un sistema que procesa información social en la
forma de información psíquica consciente, 2) un sistema de memoria que codifica y almace-
na esta misma clase de información, y 3) un sistema semiótico en tanto refleja el lenguaje en
el sistema del habla que codifica y trascribe la información social en información psíquica y
viceversa.
En la segunda sección usaremos también las evidencias que disponemos para explicar
la naturaleza de los procesos psíquicos que constituyen los sistemas afectivo, cognitivo y
conativo de la conciencia. En la tercera explicaremos como se integra y usa la información
psíquica consciente en los planos de la actividad epiconsciente: de la percepción, la imagi-
nación, el pensamiento y la actuación. En la cuarta haremos una reseña muy sucinta de los
procesos psicobiológicos del desarrollo formativo e involutivo de la personalidad.
SECCIÓN 1

EL NEOCÓRTEX CEREBRAL ES EL SISTEMA


DE LA CONCIENCIA

Hemos sustentado la idea de que las redes neurales del neocórtex cerebral humano se
organizan cinéticamente a base de la información social, y que por procesos igualmente
cinéticos la información psíquica consciente que refleja aquella información, reestructura
toda la actividad cerebral, todo el sistema nervioso y todo el individuo (Ortiz, 1994, 2000).
Este planteamiento permite una solución alternativa al problema de la relación mente-
cerebro, relación preferimos poner en términos de la relación conciencia-cerebro, salida que
es esencial para una explicación científica de la personalidad, pues permite comprender
cómo se estructura socialmente la actividad cerebral y en consecuencia todo el conjunto de
la actividad individual. Creemos que de este modo se pueden superar las diversas propues-
tas que se han formulado dentro de las ciencias naturales, supuestos que, a decir verdad,
han intentado resolver el problema de la relación entre la mente y el cerebro en los mismos
términos mecanicistas que la relación entre cosa y hecho, entre órgano y función, entre es-
tructura y proceso; todo ello como parte de la necesidad de explicar la relación idealista en-
tre materia y espíritu, y por ende, entre naturaleza y cultura o entre los genes y el ambiente.
Habrá que explicar que es preferible no usar el concepto de mente, dado que no tiene, igual
que el alma, un referente claramente delimitado: podría ser la “potencia intelectual del alma”,
todo el conjunto de la actividad psíquica, o la parte no afectiva de la misma, es decir, sinó-
nimo de la cognición, o es simplemente un concepto de sentido común para referirse a lo
que llamaremos actividad epiconsciente.
El modelo que usamos nos permite, en cambio, explicar la relación entre conciencia y
personalidad, explicación que justamente nos sirve de marco para el estudio del cerebro y la
corteza cerebral de las personas, ya que evita o supera los conceptos acerca de entes men-
tales elaborados a base del sentido común. Una pregunta de sentido común es, por ejemplo,
cómo explicar la relación entre el darse cuenta, el desear y el recordar siendo como son par-
te de la actividad de un mismo cerebro. Se podría responder en seguida con cierta lógica
diciendo que se relacionan funcionalmente a través de las conexiones nerviosas que existen
entre las respectivas partes del cerebro. Esta respuesta implica que se debe saber en qué
parte del cerebro se producen estas formas de actividad; una cuestión que aún no ha sido
resuelta. Por tanto, si no se tiene un modelo del sistema del individuo social concreto, no
hay otra alternativa que especular a partir de un análisis del sentido de las palabras, es de-
cir, intentar el análisis lógico de los mismos términos del sentido común.
No creemos pues que la respuesta surja de la simple correlación de los datos de la ob-
servación empírica. Tampoco podemos esperar que surja una nueva hipótesis más compre-
hensiva después de un experimento crucial. Insistiremos en que el marco teórico acerca de
la sociedad y los hombres concretos es fundamental. En este sentido, hemos considerado
fundamental el concepto de que personalidad es cada individuo humano tal como ha sido
estructurado no por su entorno, sino por la información social, en tanto esta es la clase de
información creada y producida por la sociedad que se transcribe, almacena y procesa en el
neocórtex cerebral de cada uno de los hombres. Por eso podemos decir que existe una cla-
se de información psíquica determinada socialmente, distinta de la información psíquica in-
consciente determinada primero epigenéticamente por las necesidades internas del indivi-
duo y luego cinéticamente por el ambiente físico, inmediato y actual, como el que rodea a
los animales.
Es evidente que las ciencias naturales aplicadas al estudio del individuo humano han
demostrado fehacientemente su incapacidad para explicar la relación mente-cerebro sin
caer en el reduccionismo, pues no han tomado en cuenta la naturaleza de la estructura de la
sociedad ni la estructura psíquica de los hombres, y han aceptado a ciegas la concepción
darwiniana del naturalismo del siglo pasado que nos ha hecho creer que la mente humana
es sólo una forma algo más compleja que la actividad psíquica animal.
CAPÍTULO 1.1

EL NEOCÓRTEX CEREBRAL COMO SISTEMA DE


INFORMACIÓN SOCIAL

Características de la corteza cerebral humana. El problema de la localización de las fun-


ciones cerebrales superiores. Naturaleza de la conciencia. Estructura de la actividad cons-
ciente. Organización psíquica de la corteza cerebral humana. Características específicas del
neocórtex cerebral humano.

Como culminación de la explicación psicobiológica de la personalidad, tenemos ahora la


importante tarea de explicar la naturaleza de la estructura del máximo nivel de su organiza-
ción individual que es la conciencia, de la cual depende justamente la estructura de la activi-
dad personal en su conjunto. Ya sabemos que por su doble determinación, epigenética y
cinética, cualquiera de los niveles de organización de la personalidad requiere de una doble
explicación. Lógicamente que el nivel consciente de la personalidad tendrá que ser explica-
do a partir de su actividad psíquica inconsciente y a base de la actividad social dentro de la
que aquella se forma y desarrolla.
Hemos dado por sentado el principio de que existen diferencias esenciales entre los
hombres y los animales, o más específicamente entre el cerebro de los hombres y el de los
animales. Esto significa que la solución al problema de la relación mente-cerebro requiere,
antes que todo, de una definición de la naturaleza de la sociedad, para en seguida definir la
conciencia en términos de la información social que organiza la misma sociedad. Sólo así
parece posible explicar la verdadera estructura social del cerebro humano.
Recordemos al respecto, que para explicar la conciencia desde un punto de vista neuro-
fisiológico, a menudo se usa el modelo sensorimotor del nivel funcional de los organismos.
Es evidente que este modelo sólo alcanza a explicar la actividad funcional de las redes neu-
rales más elementales del cerebro; razón por la cual la interpretación de los datos que se
disponen acerca de las funciones de la corteza cerebral se quedan en un nivel de análisis
que lógicamente no alcanzan a definir la naturaleza de la conciencia.
Como sabe todo profesional que presta servicios en los campos de la salud o la educa-
ción, cualquier estrategia orientada la formación de la personalidad o al estudio y la atención
de los desórdenes psíquicos, empieza por tratar de comprender el estado y los procesos de
la actividad personal en cuestión; estado y procesos que necesariamente depende la activi-
dad consciente. Sin embargo, la filosofía, la psicología y la neurología ofrecen tal variedad
de definiciones y concepciones acerca de la conciencia, que en la práctica la prestación de
servicios correspondiente se basa sólo en los conceptos de uso vulgar.
Por otro lado, los conceptos más elaborados sobre la conciencia rara vez han sido adop-
tados como eje de la explicación de la anatomía y funciones del cerebro humano, que en
realidad es un cerebro personal. El problema es que, hasta donde podemos ver a través de
los trabajos más actuales de, por ejemplo, Bechtel (1994), Cornwell (1998) y Hobson (1999),
los problemas motodológicos, gnoseológicos y ontológicos que se han suscitado en torno a
la definición y explicación de la conciencia aún siguen sin resolver, incluso por quienes han
tratado de recombinar las concepciones más circunscritas ya conocidas. En el presente
Cuaderno, por el contrario, adoptaremos la estrategia de comprender el cerebro humano a
partir de una concepción de la conciencia que se deriva de una explicaciones de los proce-
sos esenciales del sistema vivo, que comprende la sociedad, y la personalidad dentro de
ella. Previamente, revisaremos el estado de los conocimientos más importantes que, a nues-
tro juicio, servirán para acentuar no sólo las diferencias entre el hombre y el animal, sino
también las de los hombres entre sí.
1.1.1. Características de la corteza cerebral humana
En forma unánime se ha señalado que la estructura histológica de la corteza cerebral de
los mamíferos es similar en todos ellos. Se sabe que tiene una estructura laminar y colum-
nar similar desde los insectívoros hasta los primates. En estos últimos, la estructura sería
entonces la sugerida por Bailey y Bonin (1951) como puede verse en el cuadro 1.1.1. Lógi-
camente que esta similitud es anatómica y tal vez funcional, pero de ninguna manera psíqui-
ca. Como veremos, la estructura psíquica de la corteza cerebral humana es totalmente dis-
tinta de la del resto de los mamíferos.
_______________________________________________________________________

CUADRO 1.1.1
TIPOS CITOARQUITECTÓNICOS DE LA CORTEZA CEREBRAL
Según Bailey y Bonin (1951); Daly (1974)

HETEROGENÉTICA HOMOGENÉTICA

ESTRUCTURA Siempre menos de 6 láminas De 6 láminas en estadios maduro


y/o embrionario

SINÓNIMOS ALOCÓRTEX NEOCÓRTEX

SUBTIPOS Paleocórtex Arquicórtex Homotípica Heterotípica


de 6 de menos de 6
láminas láminas
Área olfatoria Hipocampo Eulaminar Granular Agranular
Circunvolución
dentada

Lógicamente que si la estructura histológica del neocórtex es similar en todos los mamí-
feros, tenemos que buscar una explicación no histológica de la enorme diferencia que sa-
bemos existe entre las capacidades del cerebro humano y el de los animales superiores.
Desde ya, adelantamos que tal diferencia es social y psíquica, y por lo mismo, funcional,
metabólica y genética.
En realidad, el problema no debe reducirse a la comparación de las capacidades funcio-
nales del neocórtex humano con las del resto de los mamíferos; peor aún si se trata de
acentuar las semejanzas, tal como plantean las ciencias naturales con la idea de que el inte-
rés principal de la ciencia es explicar lo general y no lo individual. El resultado de este plan-
teamiento ha sido la reducción del problema de las diferencias entre el hombre y las espe-
cies animales a la confrontación de los aspectos puramente cuantitativos de los grados de
complejidad.
Fue en este sentido que muy desde el comienzo, al explicar las capacidades sobre todo
cognitivas del hombre, se planteó la posibilidad de que estas capacidades dependieran del
tamaño, volumen o peso del cerebro. La antropología del siglo pasado, por ejemplo, inició el
debate de las diferencias individuales con la medición del tamaño de la cabeza (o de la ca-
pacidad craneal tratándose del cadáver o de restos fosilizados). Sin embargo, hasta hoy no
sabemos qué significa exactamente tener el cerebro más grande que otro, o un área del
cerebro más grande que otra, ni siquiera cuando se destaca la medida en términos estadís-
ticos. Tal vez lo único importante sea que con la medición del cerebro se puede iniciar la
investigación del por qué los hombres son tan diferentes de los animales.
El peso absoluto del cerebro del hombre es de 1,152 g en promedio (con un rango de
930 a 1,350 g). Hay, sin embargo, muchos animales con cerebros que pesan mucho más
que el del hombre; por ejemplo, el de la ballena pesa alrededor de 6 Kg. Es entonces evi-
dente que el peso absoluto no tiene una importancia especial. Por eso se ha buscado resal-
tar las diferencias relacionando el peso cerebral con el peso corporal. Así resulta que la re-
lación peso cerebral/peso corporal del hombre es de 1/40, en cambio la del elefante es de
1/600 y de la ballena, 1/10,000.
Bauchot y Stephan (citados por: Changeux, 1985), transformaron estas relaciones en
índices de encefalización (cuadro N° 1.1.2), tomando la relación peso cerebral/peso corporal
de los insectivoros (los mamíferos más inferiores) como unidad de comparación. Haciendo
los cálculos respectivos, resulta que si el índice de encefalización de la musaraña es de 1, el
del hombre llega a 28.7, una cifra que no es superada por ningún otro animal; aunque la
diferencia de 2.5 puntos entre el hombre y el chimpancé no parece ser muy significativa.
Los mismos autores, con cálculos similares, obtuvieron un índice de corticalización
(cuadro 1.1.3), que resulta de comparar el peso cerebral con la superficie corporal, tomando
como unidad de comparación la misma relación respecto de los insectívoros. Este índice
muestra claramente que la diferencia entre el cerebro del hombre y de los primates superio-
res no es tanto respecto del peso del cerebro, sino la extensión de la corteza cerebral en
relación con la superficie corporal, una relación que es casi tres veces mayor que el del
chimpancé (con una reducción relativa de la corteza olfatoria).

CUADRO 1.1.2

ÍNDICE DE ENCEFALIZACIÓN

Insectívoros 1
Foca 15
Delfín 20
Chimpancé 26.2
HOMBRE 28.7

Si estas relaciones entre el peso cerebral y el peso corporal de los mamíferos estudia-
dos se grafican logarítmicamente en un sistema de coordenadas, veremos que los puntos
que corresponden a los animales de cada especie siguen una pendiente que es paralela a la
de otras especies (Fig. 1.1.1). Es interesante notar que respecto del hombre su ubicación no
sigue la pendiente de los primates, mejor dicho, no se sitúa en la prolongación del extremo
derecho de los simios, sino que forma su propia pendiente desplazada a la izquierda de las
demás. Esta observación la usaremos también para enfatizar el hecho de que el hombre se
ubica fuera del ámbito de los animales.
También se han calculado otras características cuantitativas de la corteza cerebral
humana (cuadro 1.1.4) que también muestran al detalle la superioridad anatómica, celular y
sináptica de la corteza cerebral del hombre.

CUADRO 1.1.3
INDICE DE CORTICALIZACIÓN
Corteza externa Bulbo olfatorio
Insectívoros 1 1.0
Chimpancé 58 0.07
Hombre 156 0.02
3 hombre
log E simios
2 prosimios
insectívores
1

1 2 3 4 5 log P

Fig. 1.1.1. Variación de log E (peso encefálico) y log P (peso corporal), en los
mamíferos, versión algo simplificada de Bauchot y Stephan (Changeux, 1985).

CUADRO 1.1.4
COMPARACIÓN NUMÉRICA DE LA CORTEZA CEREBRAL HUMANA

Rata Mono Hombre


Superficie cortical 4.5 cm2 490 cm2 2,400 cm2
Número de neuronas 6.106 7.109 3.1010
Número de sinapsis/neurona 2.103 2.103 15.104
Número total de sinapsis 6.108 1015

También podría calcularse el número de destrezas que son capaces de realizar los
animales superiores (como se han hecho respecto de los perros, los caballos y los delfines,
sobre todo), tal vez fuese mejor calcular la cantidad de información que contiene el cerebro
humano y el de algunos animales más cercanos al él, Aunque estos valores ya de por sí son
expresión de la superioridad del hombre sobre los animales, no bastan para diferenciarlo de
estos últimos. La tarea más importante es la de explicar por qué el hombre ha alcanzado
este grado de desarrollo de su cerebro, de su sistema nervioso y de toda su individualidad.

1.1.2. El problema de la localización de las funciones corticales superiores


Ya hemos revisado el problema del localizacionismo y el holismo respecto de cómo fun-
ciona el cerebro(Ortiz, 2000): lo hace por partes u órganos separados, como un todo, o en
ambas formas. Como se sabe, los hallazgos anatómicos y clínicos parecen haber confirma-
do que la corteza cerebral tiene funciones distribuidas en módulos interconectados. Pero
también es evidente que el cerebro funciona como un todo, sobre todo respecto del pensa-
miento.
Recordemos que una vez confirmada la presunción de Gall –sobre todo por los hallaz-
gos de Broca en 1861 y de los neurólogos que le siguieron– de que cada región del cerebro
tiene una facultad o función mental, o es asiento de algunos de los atributos psíquicos, se
planteó la necesidad de explicar cómo o por qué cada una de esas zonas tiene una función
psíquica distinta. El sustento empírico de esta propuesta se vio reforzado por los hallazgos
de la neuropsicología clínica que desde Bouilaud a mediados del siglo pasado han mostrado
que existe una estrecha correlación entre ciertos disturbios psíquicos y lesiones anatómicas
encontradas en la corteza cerebral.
Por tal razón había que suponer que la corteza tiene áreas anatómicas diferenciadas pa-
ra cada “función psíquica”. Las observaciones microscópicas mostraron desde un primer
momento que la corteza del hombre y los mamíferos, a pesar de tener a simple vista una
conformación histológica uniforme, tenía muchas áreas con rasgos diferenciales entre sí
más o menos acentuados. Así aparecieron al comienzos de este siglo los mapas de la cor-
teza cerebral de Campbell, de los esposos Vogt, de Flechsig, de Brodmann, entre otros.
Sin embargo, desde un primer momento se pudo observar que ni el número de áreas ni
sus límites eran iguales para cada investigador. Así, entre un mapa con cerca de 200 áreas
y la delimitación por lóbulos que se aprecia a simple vista, parece haber toda una gama de
apreciaciones acerca de los tipos de corteza que podrían existir. Bailey y Bonin (1951), por
ejemplo, notaron que pocas áreas tenían rasgos propios, y que prácticamente sólo dentro de
las áreas heterogenéticas (límbicas) habían variaciones claramente ostensibles; en cambio,
las áreas homogenéticas se caracterizaban por la relativa uniformidad de su estructura de
seis láminas.
Es indudable que este punto de vista es el más cercano a la realidad, y es por eso que
para la tipificación de las características de la corteza humana partiremos del punto de vista
de estos autores, con las modificaciones que necesariamente deben plantearse una vez
definida la estructura de la conciencia.
Sin embargo, cómo conciliar los puntos de vista del localizacionismo y el holismo. Es
decir, aceptando el hecho de que hay evidencias a favor de ambas posturas, es preciso ex-
plicar, primero, cómo es que coexisten realmente ambas formas de organización del cerebro
y segundo, en qué consisten una y otra forma de funcionamiento, si es que de esto se trata
únicamente.
En la actualidad, muchos autores intentan superar las contradicciones del holismo y el
localizacionismo diciendo que “Las funciones localizadas en regiones discretas del cerebro
no son las complejas facultades de la mente, sino las operaciones elementales. Las faculta-
des más elaboradas se construyen a partir de las interconexiones distribuidas en serie y en
paralelo entre diversas regiones del cerebro” (Kandel, Schwartz y Jessell, 1991). Pero aquí
debemos reiterar no se trata de interconectar funciones, sino de explicar cómo se integra la
actividad psíquica real en una determinada persona. Veremos más adelante que es posible
tratar el asunto suponiendo que la información psíquica guardada y la información psíquica
en uso expresan la estructura y la actividad de la red cortical. Pero este planteamiento del
problema requiere de una definición previa de la naturaleza de la conciencia.

1.1.3. Naturaleza de la conciencia


Es interesante notar que el estudio de la conciencia ha sido uno de los objetivos funda-
mentales de la psicología precientífica, enmarcada dentro de la filosofía clásica, para pasar
a un segundo plano en la psicología del inconsciente y desaparecer como objeto de la cien-
cia dentro de la psicología del comportamiento (Leahey, 1998)
Un avance importante fue sin duda el aporte de Freud respecto de la diferenciación de
las esferas de lo consciente y lo inconsciente. Aunque al darse una mayor importancia a
este segundo componente del “psiquismo”, se redujo la de la conciencia, dejando que mu-
chos aspectos de la actividad consciente fueran atribuidos al inconsciente, como es el caso
de las motivaciones que, para nosotros, son el fundamento de la conducta.
En la psicología contemporánea se sigue la tradición de definir la conciencia a partir del
análisis de los conceptos derivados del sentido común y de la introspección, a tal punto que
se han propuesto una variedad de definiciones que nos es imposible analizarlas aquí. Así,
por ejemplo, Bechtel (en Guttenplan, 1994) ha hecho una reseña de los enfoques dentro de
los que se ubican las hipótesis que intentan explicar el vacío (the explanatory gap) que exis-
te entre 1) los estados de conciencia y 2) las funciones del sistema nervioso, como son las
corrientes a) del eliminativismo (especialmente del conductismo), b) del reduccionismo (del
fisicalismo y el funcionalismo), c) del misterialismo (en especial del transcedentalismo) y d)
los deflacionismos que plantean que aún no existe un análisis del fenómeno de la concien-
cia. La conclusión de esta revisión crítica es que faltan los conceptos científicos necesarios
para explicar la conciencia.
Por su parte, el mismo Bechtel (ob. cit) diferencia cuatro conceptos respecto de la con-
ciencia: 1) la conciencia fenoménica, 2) la conciencia de sí, 3) la conciencia de control y 4) la
conciencia de acceso. La primera se podría definir dando sinónimos, como si fuera la expe-
riencia subjetiva, o describiendo sus propiedades, dando ejemplos, como si fuera lo que
sentimos, lo que pensamos. La segunda implica la existencia de un yo que se usa al pensar
acerca de uno mismo. El tercer concepto implica la idea de búsqueda interna, de que se
requiere de la presencia de un pensamiento de segundo orden para diferenciar entre la con-
ciencia de ... y el estado de conciencia. Según el cuarto concepto, la conciencia de acceso
vendría a ser una representación que está lista para ser usada, por ejemplo en la forma de
una premisa que surge al momento de razonar, o de un contenido listo para el control racio-
nal de una acción o de una expresión verbal.
Si pudiéramos salir de los límites de la introspección y el sentido común, tal vez podría-
mos lograr una concepción acerca de la conciencia que no resulte del análisis de los térmi-
nos y los conceptos, sino que tenga más bien su base en una teoría sobre la historia del
sistema vivo y de la sociedad. Esto es lo que sugiere precisamente Spirkin (1965) cuando
dice que la conciencia es la función superior del cerebro, propia solamente del hombre, la
misma que es producto de la historia, una suerte de herencia espiritual que recibimos y ab-
sorbemos en el curso del desarrollo individual.
En otro lugar Ortiz (1994, 1998, 2000), hemos sugerido que los procesos esenciales de
los sistemas vivos son de naturaleza informacional, para deducir que los niveles de organi-
zación del sistema vivo dependen de un tipo de información y que por esta razón cada sis-
tema vivo individual se organiza a base de las categorías de información que han aparecido
en el curso de la evolución. Así, el mayor nivel de organización de los psiquismos de la clase
de los mamíferos depende de la información psíquica inconsciente de tipo paleocortical que
refleja epigenéticamente los procesos internos del individuo y cinéticamente las propiedades
del ambiente exterior inmediato.
Pero al mismo tiempo hemos hecho notar que la especie Homo sapiens es la única que
ha logrado organizarse como sistema vivo multiindividual de tipo social, porque su estructura
depende de una categoría diferente de información –en lo esencial, codificada en medios
inertes por fuera del cerebro de los individuos– que es la información social. Por esta la ra-
zón, los hombres tenemos un nivel superior de organización que depende de la información
social, por cuanto ésta clase de información que refleja o transcribe en sentido sociocinético
en la información psíquica consciente. Como veremos, esta categoría de información se
codifica en el neocórtex cerebral principalmente a lo largo del desarrollo formativo de la per-
sona.
Ya hemos visto en el Cuaderno anterior que las formas de actividad psíquica afectiva y
cognitiva inconscientes del recién nacido y de los animales no son en modo alguno suficien-
tes como para explicar la actividad psíquica humana en general, o la actividad psíquica de
una personalidad en especial; mucho menos si se piensa que existen sólo procesos de de-
terminación epigenética. Por eso, si mantuviéramos la idea de que para darse cuenta de sí,
para conocer el mundo, para valorarse a sí mismo y a todo lo demás, el hombre requiere de
aquellas dos únicas formas de actividad que deben integrarse en el mismo nivel de la activi-
dad psíquica animal, en nada habríamos avanzado respecto del objetivo central: el de definir
qué es o de qué naturaleza es la conciencia.
También tenemos que explicar cómo es que la información psíquica consciente –a tra-
vés de la actividad psíquica inconsciente y de los procesos de la sensibilidad (de sus vías
aferentes y eferentes) y la motilidad (de sus vías eferentes y aferentes)– organiza el conjun-
to de la actividad personal: 1°, en el curso de la actuación objetiva de la personalidad que se
expresa en la forma de comportamiento, desempeño y conducta dentro de los procesos ac-
tuales de su vida, y 2°, durante los procesos formativos de la personalidad que es cuando
estas formas transitorias de actividad se reestructuran sucesivamente para dar forma al
temperamento, el intelecto y el carácter que vienen a ser los componentes estructurales de
la personalidad.
Por todo lo dicho, la definición de la naturaleza de la conciencia requiere pues de una
definición de la naturaleza de la información social. Aunque este punto ya ha sido analizado
en nuestra Introducción (Ortiz, 2000) aquí mencionaremos solamente algunos principios
fundamentales. En primer lugar, debemos diferenciar entre los sistemas vivos multiindividua-
les naturales y el sistema vivo supraindividual como es la sociedad humana, o simplemente
la sociedad. Por ejemplo, aunque los animales superiores, especialmente los primates (co-
mo los monos antropoides), disponen de una enorme variedad de señales psíquicas que en
la forma de gestos o acciones motoras les sirven para comunicarse entre sí, en todos ellos
las señales emitidas sólo generan información a partir de los receptores sensoriales del re-
ceptor, del mismo modo en que las diversas formas de energía del ambiente local se trans-
ducen en la clase información que organiza la actividad de cada individuo. Por tanto, en to-
dos los sistemas animales multiindividuales la información existe como tal únicamente en el
respectivo nivel de organización dentro de cada individuo.
En la sociedad, en cambio, desde que los hombres pudieron codificar información psí-
quica en medios fisicoquímicos inertes, por fuera de ellos mismos, las estructuras que con-
tenían dicha información se han convertido en información extraindividual –o extrasomática,
como dice Carl Sagan–, esto es, en información social que ya no refleja sólo la información
psíquica del individuo, ni el ambiente local que podemos sentir, sino el ambiente universal
que la humanidad ha llegado a conocer, y no únicamente los aspectos superficiales o apa-
rentes de los fenómenos o cosas que son objeto de nuestras sensaciones, sino primordial-
mente los procesos materiales que subyacen a dichos fenómenos. Por esta razón, cuando
estudiamos astronomía, fisiología o psicología en un libro, ya no reproducimos las imágenes
y conceptos acerca de quien escribió el texto, sino acerca de los objetos y procesos que se
describen y explican en un determinado lenguaje; inclusive, si fuera necesario criticar al es-
critor, no lo hacemos en términos de sus propias ideas, sino en términos de las palabras
escritas en el papel.
Por lo que hemos visto en el Cuaderno de Introducción, sólo la información que apre-
ciamos objetivamente en la forma de noticia, conocimiento o lenguaje es información social,
diferente de las formas de información intraindividual –genética, metabólica, neural, psíquica
inconsciente y psíquica consciente. Por eso decimos que el texto que uno lee o las palabras
que uno escucha contienen información respecto de los procesos del mundo; pero al mismo
son información para uno. Por ejemplo, cuando después de haber examinado a un paciente
decimos “ésta es la información que necesito”, es porque los datos que disponemos contie-
nen información respecto de los procesos internos o subjetivos de dicho paciente.
De acuerdo con el concepto de información que hemos desarrollado, ya no debe pare-
cer extraño decir que las costumbres, las palabras habladas o escritas –en libros, discos,
cintas magnetofónicas, disquetes, discos de lectura láser, la pantalla de la computadora–,
las figuras fotográficas, de cine, de video, son una clase de información respecto de otros
hombres y del mundo que sólo la sociedad ha podido crear y desarrollar en el curso de su
historia. Pero también toda la obra producida por el trabajo social de los hombres –como la
comida, el vestido, la vivienda, las herramientas, las máquinas– contienen en sí mismas la
información psíquica consciente de quien las hizo, como también la información social a ba-
se de la cual cada persona labora y produce.
Ahora más que nunca es evidente que la información social es tan material como es to-
do lo que existe en el universo, pues desde nuestra concepción ya encontramos diversas
clases de información social en la estructura de las tradiciones, de la cultura y de la econo-
mía, que son las formas básicas de actividad de la sociedad actual donde vivimos.
Hemos sustentado el principio de que al incorporar estas diferentes clases de informa-
ción social en sus etapas formativas, cada individuo humano es reestructurado sociocinéti-
camente por dicha información y así es transformado en una personalidad. Podemos decir
entonces que, una vez codificada en el neocórtex cerebral de cada individuo humano, toda
la información social que queda transcrita en información psíquica constituye la conciencia.
Esto significa que la trascripción de la información social en información psíquica consciente
no es sino la estructuración sociocinética de las redes neurales del neocórtex cerebral del
individuo. Por consiguiente es lógico concluir en que el neocórtex cerebral, una vez que ha
sido estructurado cinéticamente por la información social, ya es la conciencia, y que por me-
dio de su actividad consciente todo el individuo se transforma, también cinéticamente, en
una personalidad.

1.1.4. Estructura de la actividad consciente


La definición que acabamos de esbozar puede juzgarse poco o muy heterodoxa, pero
una vez que hemos precisado qué es la información, y cómo se organizan a base de ella los
sistemas vivos naturales, la sociedad humana y el individuo humano, ya no podemos ignorar
que la conciencia es información social convertida en información psíquica en el mayor nivel
de organización de la personalidad. Sólo de esta manera se puede demostrar que el neocór-
tex cerebral es el nivel superior de organización de la personalidad, por cuanto sólo en el
hombre adopta una estructura determinada no por los rasgos físicos del ambiente local, sino
por la información que disponemos acerca de los procesos no observables o intrínsecos del
universo, un universo que naturalmente incluye a la sociedad y a nosotros mismos.
Esta aseveración se contrapone a la vieja idea que Darwin legara a la psicología y la
neurología naturales, por la que se sostiene que en los animales y el hombre el control de
las emociones corresponde a la corteza límbica, mientras que el resto de la corteza cerebral
estaría a cargo de los procesos cognitivos, o como también se dice, de los contenidos de la
conciencia. Por supuesto que dentro de este esquema, la conciencia es un concepto que ya
de por sí resulta no sólo indefinible, sino innecesario. Por esta razón, en neurología, por
ejemplo, el término conciencia se usa solamente en su sentido vulgar de estar despierto, de
darse cuenta, de ser sensible a ...; al mismo tiempo que se separa y a veces se deja de lado
su sentido de autovaloración, de autocrítica, de autoconciencia, conceptos que ahora se
tiende a reemplazar por los de metacognición o de pensamiento crítico. Más aún, como si
así se facilitaran las cosas, se prefiere no discutir el asunto y con el pragmatismo que carac-
teriza la atención médica tradicional, los desórdenes de la actividad consciente se definen
sólo en términos del trastorno o la pérdida de las funciones cerebrales. Así el problema con-
ceptual parece quedar resuelto, pues al decir que un estado de delirio es un trastorno de la
conciencia, o que el coma es la pérdida de la conciencia por el sólo hecho de que la persona
afectada ya no se da cuenta de sí o de su ambiente, ya no se necesita explicar qué es la
conciencia; evadiendo de esta manera la responsabilidad de saber en qué medida no ha
sido afectado el cerebro o cuanto queda de la información que contenía, que es justamente
la manera de valorar la vida misma de una persona.
En resumen, hemos podido diferenciar claramente dos niveles de actividad psíquica
humana, de la inconsciencia y de la conciencia. Pero, a diferencia de la concepción freudia-
na, mantenemos el principio de que estos niveles corresponden a dos clases de información
psíquica, cada uno de las cuales tiene sus propios procesos genéticos y cinéticos de deter-
minación.
Hemos visto que la inconsciencia contiene y procesa la clase de información psíquica
que se forma a partir de las condiciones internas del individuo en gestación, y tiene su base
de desarrollo en los aspectos superficiales del ambiente inmediato que el niño encuentra y
registra al momento de nacer. El sistema comprende la información afectiva codificada en el
paleocórtex límbico y la información cognitiva codificada en la corteza heterotípica.
Sólo en el nivel superior de la actividad personal, el sistema de la conciencia contiene
las clases de información que se codifican progresivamente en el neocórtex cerebral epige-
néticamente a partir de la actividad psíquica inconsciente, y sociocinéticamente a base de
las clases de información social que la persona incorpora en el curso de su vida. Por lo tan-
to, la cantidad y la calidad de las distintas clases de información psíquica consciente que
cada hombre adquiere, y la configuración que adopten en su neocórtex, reflejan básicamen-
te la estructura informacional de la sociedad en la etapa de su historia donde el individuo es
concebido y se forma como personalidad.
Como todo sistema, el de la conciencia también puede ser analizado en términos de su
estructura y su actividad. Desde este punto de vista, podemos diferenciar dos de sus aspec-
tos esenciales: en primer lugar, (1) la información psíquica consciente aparece 1.1) como
estructura, en la forma de datos psíquicos, esto es, de redes neurales neocorticales estruc-
turadas por la información social, y 1.2) como actividad, en la forma de señales psíquicas
que se procesan como representaciones que reflejan sus entradas sensoriales, y como pro-
cedimientos que se reflejan en sus salidas motoras.
En segundo lugar, (2) la conciencia aparece 2.1) como estructura en el plano subcons-
ciente y 2.1) como actividad en el plano epiconsciente. El primero corresponde al plano es-
tructural de la información guardada, es decir, tal como está almacenada o codificada en la
forma de datos psíquicos en los respectivos sistemas de memoria del neocórtex cerebral; el
segundo corresponde al plano del procesamiento de la información en uso, tal cual emerge
en la forma de actividad psíquica integrada, en la forma de imágenes y de conceptos que
resultan de la descodificación de la información psíquica en redes que abarcan todo el cere-
bro; de este modo la información estructura la actividad personal actual.
Al explicar en estos términos la corteza cerebral humana, también podemos concluir en
que el neocórtex vivo –no el que aparece bajo el microscopio sino la red neocortical organi-
zada a base de información social– es el aspecto estructural de la conciencia, y que la inte-
gración holocortical de las redes neocorticales es el aspecto de su actividad. En el cuadro
1.1.5 se muestra la estructura de la actividad psíquica personal tal como la planteamos aquí.

CUADRO 1.1.5
ESTRUCTURA DE LA ACTIVIDAD PSÍQUICA PERSONAL

1. El sistema de la inconsciencia, comprende:


1.1. El sistema afectivo-emotivo inconsciente
1.2. El sistema cognitivo-ejecutivo inconsciente
2. El sistema de la conciencia, comprende:
2.1. Un nivel subconsciente: Subnivel preconsciente:
2.1.1. El sistema afectivo-emotivo 2.1.1.p. El sistema prosódico
2.1.2. El sistema cognitivo-productivo 2.1.2.p. El sistema léxico
2.1.3. El sistema conativo-volitivo 2.1.3.p. El sistema sintáctivco
2.2. Un nivel epiconsciente: El subnivel verbal:
2.2.1. El plano de la percepción 2.2.1.v. Comprensión verbal
2.2.2. El plano de la imaginación 2.2.2.v. Imágenes verbales
2.2.3. El plano del pensamiento 2.2.3.v. Conceptos verbales
2.2.4. El plano de la actuación. 2.2.4.v. Producción verbal
1.2.5. Organización psíquica de la corteza cerebral humana
Era de esperarse que la solución al problema de la relación mente-cerebro quedara en
suspenso en vista de que hay cuestiones de fondo que están sin explicación. Una de ellas
es el problema intrínseco al mecanicismo funcionalista: ¿cómo hace cada grupo de células
nerviosas para producir una función psíquica?. A no ser que se hable en términos metafóri-
cos, las explicaciones funcionalistas son vacías: ¿existe un homúnculo (un hombrecito) en la
corteza motora que produce los movimientos de la mano opuesta? Ahora sabemos que no.
Pero, ¿existe un ego, self o yo que controla la conciencia, el cerebro, el cuerpo? Si no hay,
¿a qué nos referimos cuando decimos que José tiene un ego muy grande? Si el ego existe,
el problema es el mismo que el de la búsqueda del lugar donde está el alma.
Por estas razones los conceptos acerca de la diferenciación hemisférica y de las unida-
des funcionales del cerebro humano en realidad no se diferencian de lo que se conoce acer-
ca del cerebro animal: una corteza límbica emotiva, dizqué también motivacional, y un neo-
córtex cognitivo, sin mayor relación con los procesos del trabajo social, sin voluntad y sin
mayor relación con las necesidades sociales, sin mayor interés por esclarecer la naturaleza
del componente moral en la corteza cerebral. De allí las dificultades para integrar afectividad
y cognición, personalidad e inteligencia, conciencia y memoria, lenguaje y pensamiento, etc.,
además de las confusiones conceptuales, por ejemplo, entre emoción y motivación.
Al hacer la reseña histórica de la psicobiología (Cuaderno III), hemos visto que desde lo
planteara Platón, se mantiene una concepción tripartita del hombre, en el sentido de que
comprende tres facultades del alma, tres facultades de la mente, o tres componentes del
cerebro. Ya hemos visto que esta concepción se traduce en los modelos del cerebro desde
Jackson hasta MacLean (Magoun, 1961; véase el Cuaderno III).
En la actualidad, si bien hay acuerdo unánime acerca de la existencia de tres grandes
componentes en cada hemisferio cerebral, no está claro todavía cómo se distribuyen ni en
qué consisten las funciones de cada bloque cerebral. Así, inicialmente se pensó en un com-
ponente límbico emocional y dos componentes neocorticales cognitivos: uno posterior (pa-
rietotemporooccipital) para la Imagen y otro anterior (frontal) para el Programa (Miller,
Galanter y Pribram, 1960).
También se ha propuesto la existencia de tres clases de procesos psíquicos: uno senso-
rial-discriminativo, otro motivacional-afectivo y otro de control central (Melzack, 1974).
Luria (1974) propuso que el cerebro humano estaba constituido por tres grandes blo-
ques o unidades funcionales: 1) la unidad para regular el tono cortical, la vigilia y los estados
mentales; 2) la unidad para el recibir, analizar y almacenar información, y 3) la unidad para
programar, regular y verificar la actividad.
En los textos más actuales (Guyton, 1991; Kandel, Schwartz y Jessell, 1995) se habla
de 1) el córtex límbico para la conducta, la motivación y la emoción; 2) el córtex posterior
que provee de las coordenadas espaciales del cuerpo y el medio circundante, y 3) el córtex
anterior para la planificación de los movimientos complejos y la elaboración del pensamien-
to.
Sin embargo, a tono con el concepto de la modularidad de la mente (Fodor, 1986), el
número de módulos han aumentado. Así Gardner (1983) especula que la estructura de la
mente comprende cinco inteligencias: lingüística, musical, lógico-matemática, espacial, ci-
nestésico-postural y personal.
Lo que queda claro a partir de estos estudios es que hay tres áreas de asociación bien
diferenciadas en el neocórtex cerebral homotípico: 1) el área de asociación paralímbica (or-
bitofrontal-temporal anterior); 2) el área de asociación posterior (parietotemporooccipital), y
3) el área de asociación anterior (frontal dorsolateral).
Desde el punto de vista que sostenemos aquí, la organización de la corteza cerebral
humana tiene que tener su base externa de desarrollo en la organización de la sociedad
humana –dígase desde la estructura de las tradiciones, la estructura de la cultura y la
estructura económica de la sociedad, y su base interna en las formas de información psí-
quica que codifican las clases de información social que corresponden a cada una de
aquellas estructuras de la sociedad.
Nada más lógico, entonces, que sancionar la visión filosófica de los tres componentes
de la conciencia. Nada más lógico que incorporar al lenguaje científico el concepto de volun-
tad, modificar sustancialmente el concepto de motivación para atribuir la capacidad motiva-
cional únicamente a las personas, y buscar un lugar en el cerebro humano para ubicar am-
bos, motivación y voluntad, tan estrechamente ligados en la filosofía. Nada más lógico que
diferenciar claramente el paleocórtex límbico del neocórtex paralímbico y buscar un lugar en
el cerebro humano para ubicar los sentimientos más elevados del hombre, y dejar de hablar
de zonas mudas del cerebro. Nada más lógico que reducir la actividad cognitiva a los límites
que le corresponde, algo así como dar lugar a las otras clases de información psíquica. Y si
nuestra lógica es correcta, ya no estaremos inventando términos e hipótesis ad hoc para
explicar cada hallazgo en uno u otro experimento; porque los conceptos y los términos
psicológicos ya están allí, sólo falta integrarlos en un modelo conceptual que explique la
unidad de cada hombre concreto. Esto nos permite establecer una clara diferencia
cualitativa, más que cuantitativa, entre el neocórtex cerebral humano y el de los primates
más cercanos desde el punto de vista biológico natural.
Por consiguiente, en base al esquema conceptual del cuadro1.1.5, es lógico que la cor-
teza cerebral humana está organizada en los dos niveles que dependen de la existencia de
los niveles de la inconsciencia y de la conciencia. Mientras el nivel inconsciente corresponde
al paleocórtex (límbico y heterotípico), el nivel de la conciencia corresponde al neocórtex con
sus tres áreas psíquicas correspondientes: 1) paralímbica afectiva, 2) parietotemporooccipi-
tal cognitiva y 3) prefrontal dorsolateral conativa.
Este sólo hecho permite, en primer lugar, modificar el cuadro de Bailey y Bonin ya ex-
puesto, y asumir la propuesta de que la organización de la corteza cerebral humana relega
al paleocórtex al nivel psíquico inconsciente, con sus dos componentes límbico afectivo y
heterotípico cognitivo (Cuaderno N° 3). De esta manera el neocórtex eulaminar, queda como
el sistema de memoria de la conciencia dividido en los tres componentes de la conciencia,
como puede serse en el cuadro 1.1.6.
_______________________________________________________________________

CUADRO 1.1.6
ORGANIZACIÓN DE LA CORTEZA CEREBRAL HUMANA
Ortiz C.P. (1999)

ALOCÓRTEX NEOCÓRTEX

Corteza heterogenética Corteza homogenética

Arquicórtex? Paleocórtex Paleocórtex Neocórtex de Neocórtex


límbico heterotípico transición homotípico

Corteza olfatoria 1. Circunvolu- 1. Áreas receptivas 1. Neocórtex de


ción parahi- secundarias asociación
Circunvolución pocámpica derechas. paralímbica:
dentada,
2. Circunvolu- Órbitofrontal-
Circunvolución ción del temporal
fasciolar cíngulo anterior
Indusium 3. Lóbulo de la
griseum ínsula 1. Áreas re- 2. Neocórtex de
ceptivas 2. Áreas receptivas asociación
Circunvolución primarias: secundarias posterior:
subcallosa tactil, auditi- izquierdas.
va y visual Parieto-occípito-
Hipocampo temporal

2. Área motora 3. Neocórtex de


primaria asociación
3. Áreas frontal:
premotoras
Prefrontal
dorsolateral

Por otro lado, debemos hacer hincapié en que únicamente el neocórtex cerebral refleja,
y por lo tanto contiene, los cinco niveles de organización la personalidad, como puede verse
en los cuadros 1.1.7, 1.1.8, 1.1.9 y 1.1.10. En estos se muestra la notable correspondencia
que existe entre los niveles de organización de la personalidad (del individuo total), del sis-
tema nervioso, del cerebro y del neocórtex cerebral humanos. Es importante notar que esta
correspondencia entre todos los niveles de organización del individuo total y la del neocórtex
nos permite deducir que únicamente la estructura neocortical consciente refleja todo el con-
junto del individuo y se refleja en él.
Por supuesto que cada personalidad codifica y configura casi toda la información que
incorpora en su memoria neocortical, y así desarrolla infinidad de habilidades personales,
sean literarias, matemáticas, artísticas, comerciales, administrativas, de investigación, hasta
habilidades antisociales. Desde un punto de vista psicobiológico, naturalmente que interesa
explicar cómo se organizan las redes neocorticales a base de información social; pero para
ello antes debemos explicar la estructura psíquica del cerebro. De lo contrario nos quedare-
mos con el “explanatory gap” entre las funciones del cerebro y la conciencia entrampado
para siempre.
_______________________________________________________________________
CUADRO 1.2.7
NIVELES DE ORGANIZACIÓN DE LA PERSONALIDAD

NIVEL INDIVIDUO ESTRUCTURA ACTIVIDAD INFORMACIÓN CODIFICACIÓN


V. Humano Persona Personal Psíquica Redes
consciente neocorticales
en paralelo
IV. Animal superior Psiquismo animal Psíquica animal Psíquica Redes
Inconsciente neocorticales
en serie
III. Orgánica Organismo Funcional Neural Redes
neurales nu-
cleares
II. Tisular Tisular Metabólica Metabólica Proteínas,
péptidos
aminoácidos
I. Celular Celular Reproductiva Genética Ácidos nucleicos

0. Molecular Física Química No existe No existe


______________________________________________________________________
CUADRO 1.2.8
NIVELES DE ORGANIZACIÓN DEL SISTEMA NERVIOSO HUMANO

NIVEL INDIVIDUO ESTRUCTURA ACTIVIDAD INFORMACIÓN CODIFICACIÓN


V. Personalidad Neocortical Consciente Psíquica Cons- En redes neocor-
ciente ticales
IV. Animal superior Alocortical Inconsciente Psíquica Incons- En redes alocor-
ciente ticales
III. Organismo Subcortical, Funcional Neural En núcleos sub-
Tronco encefáli- corticales y espi-
co, médula espi- nales
nal
II. Tisular Sináptica Metabólica Metabólica En neurotrasmi-
sores
I. Celular Neuronal Expresión genéti- Genética En ácidos nuclei-
ca cos

0. Molecular Física Química No existe

______________________________________________________________________
CUADRO 1.2.9
NIVELES DE ORGANIZACIÓN DEL CEREBRO HUMANO

NIVEL INDIVIDUO ESTRUCTURA ACTIVIDAD INFORMACIÓN CODIFICACIÓN


V. Personalidad Neocortical Consciente Psíquica Cons- En redes
ciente neocorticales
IV. Animal superior Alocortical Inconsciente Psíquica Incons- En redes
ciente alocorticales
III. Organismo Subcortical y Funcional Neural En núcleos
del tronco subcorticales
encefálico
II. Tisular Sináptica Metabólica Metabólica En macroredes
locales
I. Celular Neuronal Expresión gené- Genética En microrredes
tica locales
0. Molecular Física Química No existe

_______________________________________________________________________
CUADRO 1.2.10
NIVELES DE ORGANIZACIÓN DEL NEOCÓRTEX CEREBRAL

NIVEL INDIVIDUO ESTRUCTURA ACTIVIDAD INFORMACIÓN CODIFICACIÓN


V. Personalidad Neocortical Epiconsciente Psíquica En redes
Consciente laminares supra-
modales
IV. Animal superior Neocortical Subconsciente Psíquica En redes
(domesticado) Consciente laminares
Intermodales
III. Organismo Nuclear Funcional Neural En redes
laminares
intramodales
II. Tisular Sináptica Metabólica Metabólica En microrredes
tipo columnas
I. Celular Neuronal Expresión genéti- Genética En microrredes
ca tipo cristales
0. Molecular Física Química No existe
En este Cuaderno desarrollaremos el concepto de que el neocórtex cerebral es el siste-
ma de la conciencia, por cuanto está formado por las redes neurales que codifican las tres
clases de información psíquica consciente: afectiva, cognitiva y conativa, que se expresan
en las formas de actividad consciente que conocemos como sentimientos, conocimientos y
motivaciones, respectivamente. Cada tipo de información queda guardada en un sistema de
memoria neocortical que lógicamente son las tres áreas de asociación del cerebro ya con-
cebidas desde el siglo pasado, a las que no es absurdo que las llamemos áreas afectivas,
cognitivas y conativas.

1.2.6. Características específicas del neocórtex cerebral humano


Hasta el nivel subcortical del cerebro, la organización de las redes neurales es de tipo
básicamente nuclear. Con la aparición de la corteza cerebral, la organización laminar, co-
lumnar y de tipo “cristal” (Changeux, 1985) o de burbuja, es una novedad en la evolución del
sistema nervioso de los mamíferos que explica la aparición de las formas de información
psíquica que los caracteriza. Más aún, sin forzar los hechos comprobados, podemos pensar
que lo que llamamos arquicórtex, incluido el hipocampo, son, en realidad, estructuras ana-
tómicas nucleares y no todavía una verdadera corteza como son el paleocórtex y el neocór-
tex de los vertebrados superiores. En efecto, hay varios núcleos con estructura laminar uni-
forme (en los que cada lámina codifica un mismo tipo de señal) que se tornan más comple-
jos hasta que llegamos al cerebelo y el hipocampo de los reptiles y las aves. Sólo la estruc-
tura paleocortical, y mucho más la neocortical, puede explicar la codificación y procesamien-
to de información psíquica de la categoría que encontramos en los animales superiores y los
hombres.
Desde el punto de vista anatómico, la organización laminar (de capas superpuestas una
sobre otra) del neocórtex es bastante uniforme en toda su extensión, por eso también su
denominación de isocórtex. También se le llama corteza homotípica o eulaminar por tener
las seis láminas que conocemos como característica de la corteza cerebral de los mamífe-
ros. Dichas capas son: I, molecular; II, granular externa; III, piramidal externa; IV, granular
interna; V, piramidal interna, y VI, ganglionar (véase el Cuaderno II).
La ubicación del neocórtex y su diferenciación en dos tipos, homotípica y heterotípica,
tal como aparece en la clasificación citoarquitectónica (cuadro 1.1.1) de Bailey y Bonin (ob.
cit.) ya hemos visto que ha sido cuestionada (Ortiz, 1999), pues se basa sólo en sus relacio-
nes de vecindad anatómica y no toma en cuenta su determinación epigenética ni psicociné-
tica, y menos sociocinética.
Por lo visto, las clases de información psíquica consciente constituyen estructuras neo-
corticales potencialmente delimitables. Esto quiere decir que se codifican o almacenan en
sistemas de redes neurales que se pueden delimitar topográficamente desde la superficie de
la corteza cerebral, y es por eso que decimos que la corteza está organizada informacional-
mente. Por consiguiente, en vez de pensar en una “función mental” para cada área cortical,
tendremos que prestar una mayor atención a la forma como cada forma de actividad psíqui-
ca, consciente e inconsciente es la actividad en las redes corticales del cerebro. Para el ca-
so, la organización interna, anatómica y funcional, de las redes neocorticales tiene una im-
portancia sólo relativa. Es mejor decir que el neocórtex tiene una estructura psíquica organi-
zada jerárquicamente, que comprende: una macroestructura laminar, una miniestructura
columnar-modular y una microestructura tipo cristal o burbuja, pero que sólo se comprende
en términos de una organización de las redes que depende de la información psíquica cons-
ciente.

a) La actividad cortical en el nivel funcional


La activación, distribución e integración de las señales neurales, así como la confronta-
ción, trascripción y traducción de las mismas, requiere de conexiones neurales dentro de
una red de la misma modalidad, entre redes de distinta modalidad, entre los componentes
de la conciencia en cada hemisferio, entre los componentes de la conciencia de ambos
hemisferios. También la corteza sabemos que recibe conexiones aferentes desde diversas
estructuras subcorticales y proyecta sus conexiones eferentes a estas mismas estructuras.
En términos fisiológicos, las redes neurales del neocórtex se interconectan en forma je-
rárquica en niveles de integración que comprenden: 1) las redes laminares supramodales
(transcorticales u holocorticales) para la actividad epiconsciente; 2) las redes intermodales y
multimodales de cada componente del plano subconsciente; 3) las redes intramodales de la
información psíquica inconsciente de cada modalidad sensorial; 4) las redes submodales
para la codificación neural de cada submodalidad sensorial, y 5) las microrredes tipo burbuja
para la codificación metabólica de la información. En el cuadro 1.1.11 se resumen las co-
nexiones de la corteza cerebral más importantes.
Desde un punto de vista funcional, las columnas corticales son redes de unas cien neu-
ronas interconectadas entre sí por medio de sinapsis excitatorias, y con las columna vecinas
por medio de interneuronas inhibitorias. Como cada columna recibe conexiones de varias
fuentes, tanto excitatorias como inhibitorias, el resultado es la generación de señales de
extrema complejidad que, además se integran entre sí en cada módulo de columnas inter-
conectadas entre sí.

CUADRO 1.7.11
CONEXIONES DE LA CORTEZA CEREBRAL
1. Aferentes:
1.1. Tálamo-corticales: Específicas (terminan en la lámina IV)
No específicas (terminan en la lámina I)
1.2. De los núcleos extratalámicos (terminan en la lámina I)
2. Eferentes:
2.1. Córtico-talámicas (se inician en la lámina VI)
2.2. Córtico-extratalámicas (salen de la lámina V y se proyectan al
hipotálamo, cuerpo estriado, tectum, formación reticular,
núcleo rojo, núcleos del puente, núcleos bulbares, columnas
de la médula espinal)
3. Transcorticales:
3.1. Interhemisféricas:
A través de la comisura blanca anterior, el trígono, la comisura
blanca posterior y el cuerpo calloso
3.2. Intrahemisféricas:
A través del circuito límbico: fórnix, cíngulo, fascículo unciforme.
A través de redes transcorticales distribuidas en paralelo

La actividad bioeléctrica de la corteza se puede registrar potenciales unitarios (de cada


neurona) o de un campo de neuronas con electrodos de penetración, y globalmente por me-
dio de electrodos colocados sobre la superficie cortical (durante una intervención quirúrgica)
y desde la superficie de la cabeza.
Los potenciales unitarios son semejantes a los de cualquier otra neurona, pero las res-
puestas de las neuronas a una señal externa se prolonga por varios segundos, lo cual indica
que las señales circulan en circuitos cerrados. Una característica adicional de las neuronas
corticales es que fácilmente general estados de potenciación a largo plazo, lo cual implica
una actividad de guardado de la información. Toda esta actividad neuronal se puede modifi-
car por las llegada de señales sensoriales, durante la generación de señales motoras y por
efecto de los sistemas de integración talámicos y extratalámicos del tronco cerebral.
La actividad eléctrica global se registra gráficamente en papel o en computadora en la
forma de ondas sinusoidales de distinta frecuencia amplitud y conformación, y así se obtie-
nen un electrocorticograma (ECG) o un electroencefalograma (EEG). El EEG tiene las si-
guientes clases de ondas:
• Beta: de más de 13 cps y de baja amplitud; se presentan durante la vigilia
• Alfa: de 8 a 13 cps., de mediana amplitud; aparecen durante la vigilia relajada, con
los ojos cerrados.
• Theta: de 4 a 7 cps, son de mediano voltaje y se presentan en la etapa de somno-
lencia o sueño ligero.
• Delta: de 1 a 3 cps. son de alto voltaje; se presentan durante el sueño profundo
• Complejos de sueño, son series cortas de ondas que ocurren durante el sueño lige-
ro.
Cuando se registran los cambios en la actividad eléctrica de una región cortical como
respuesta a estímulos visuales, auditivos o tactiles, se obtiene por medio de un sistema simi-
lar al anterior una serie de potenciales evocados, de los cuales las ondas tardías, las ondas
P200, P300, P600 (llamadas así porque son ondas positivas que aparecen alrededor de los
200, 300, 600 mseg después de la presentación del estímulo) están ligadas al procesamien-
to de señales psíquicas en tiempo real.

b) La actividad cortical en el nivel metabólico


Los neurotransmisores involucrados en la transmisión de señales en las sinapsis cortica-
les son principalmente: 1) neurotransmisores rápidos: de terminaciones nerviosas gabaérgi-
cas que son inhibitorias, y de neuronas glutamatérgicas, que son excitatorias; 2) neuro-
transmisores lentos de terminaciones nerviosas de las vías de integración difusa: serotonina,
noradrenalina, dopamina, histamina y acetilcolina, además de diversos neuropéptidos y neu-
rohormonas, cuyo efecto modulador de la actividad neuronal es importante para el guardado
y la recuperación de las señales psíquicas.

c) La actividad cortical en el nivel celular


La corteza cerebral contiene una gran diversidad de neuronas, entre las cuales destacan
las células granulares de las láminas II y IV, y las neuronas piramidales de las láminas III y
V. Entre ambas, hay varios tipos de neuronas internunciales o interneuronas. Otros tipos
celulares que se diferencian con el microscopio de luz son las células fusiformes de la lámi-
na VI, las células horizontales de la lámina I.
Las neuronas granulares son claramente receptivas. Las neuronas piramidales son efec-
toras y son las más características de la corteza cerebral. Tiene forma de cono, con el vérti-
ce apuntando a la superficie. De los bordes de la base emergen dendritas y de su centro el
axón. El vértice de la célula se continúa con una dendrita apical que se extiende perpendicu-
larmente a la superficie hasta la lámina I. En sus ramificaciones dendríticas abundan las
espinas donde hacen contacto los axones excitatorios aferentes y de las interneuronas.
Una característica esencial de las células neocorticales es su plasticidad, con lo cual se
quiere expresar la facilidad que tienen para activar la expresión genética de su ADN para la
síntesis de proteínas que son esenciales para la formación de nuevas ramificaciones axona-
les y de nuevas sinapsis, lo cual es fundamental para la codificación de la información so-
cial. Esta característica de las neuronas neocorticales será analizada mejor en el capítulo
siguiente.
CAPÍTULO 1.2

EL NEOCÓRTEX CEREBRAL COMO SISTEMA DE


MEMORIA CONSCIENTE

Organización de la memoria humana.. Estructura de la memoria de nivel consciente. La


actividad mnésica de nivel consciente. Codificación neocortical de la información social: Pro-
cesos de encodificación y descodificación de la información psíquica consciente. Procesos
que facilitan el guardado y recuperación de la información psíquica consciente.

Hay acuerdo total en que la memoria es una de las formas de actividad psíquica más
importantes. Desde el siglo pasado, la estructura de la actividad mnésica se explica por me-
dio de un esquema que ha tenido muy pocas modificaciones. Sin embargo, el autor (Ortiz,
1998) ha propuesto un modelo totalmente diferente basándose en el modelo de la persona-
lidad que hemos seguido en los Cuadernos. Según este esquema, la memoria es una atribu-
to genérico de los sistemas vivos, por cuanto cada nivel de organización requiere de un sis-
tema de memoria para guardar la respectiva categoría de información. Habrá, por tanto, una
memoria para las clases de información genética, metabólica, neural, psíquica y social (ex-
tracerebral). La importancia de este hecho es grande, pus permite explicar los procesos de
guardado de la información social en el neocórtex de un modo bastante coherente.
Es interesante notar que en las dos últimas décadas del siglo pasado –de 1880 a 1899–
prácticamente se definieron los conceptos fundamentales de la teoría acerca de la memoria:
Exner empezó el análisis de la relación entre atención y memoria; Ebbinghaus introdujo el
estudio psicológico experimental de la memoria; Wernicke explicó la afasia como un proble-
ma de pérdida de la memoria de las palabras; Korsakoff describió el síndrome amnésico que
lleva su nombre; Sanger-Brown y Schaffer observaron los cambios de la memoria que pro-
ducen las lesiones del lóbulo temporal en los animales de experimentación; Bekhterev des-
cribió la amnesia en pacientes con lesiones del lóbulo temporal, y James en su monumental
“Principios de Psicología” sentó las bases para una teoría de la memoria al introducir los
conceptos de memoria primaria y memoria secundaria, conceptos que han persistido en
distintas versiones hasta la actualidad.
En su versión tradicional, la memoria es definida como el curso espaciotemporal de la
información en el cerebro, que comprende los procesos de codificación y utilización de la
información retenida. Un concepto estrechamente vinculado al de memoria es el de aprendi-
zaje, que ha sido definido como el conjunto de factores o mecanismos que establecen o
modifican las condiciones bajo las cuales se retiene información en la memoria. Más adelan-
te volveremos a examinar y definir estos conceptos en otros términos.

1.2.1. Organización de la memoria humana


Cuando se trata de explicar la memoria como si fuera un ente abstracto, se supone que
es un sistema que comprende: 1) un sistema de almacenamiento, y 2) un sistema de acti-
vación (de “search and readout”). El primero contiene la información; el segundo busca, acti-
va y emite dicha información. Debe haber, entonces, redes neurales que codifican la infor-
mación y redes neurales que buscan la información.
Además se piensa que el sistema de la memoria (que almacena la información), debe
tener una estructura, ciertos procesos o algunos componentes. Desde James (1890) se su-
pone que estos componentes son dos: 1) la memoria primaria y 2) la memoria secundaria,
que ahora se denominan memoria a corto plazo y memoria a largo plazo, respectivamente.
Sin embargo, no todos están de acuerdo en esta dicotomía. Hay quienes suponen que se
trata de una sola memoria, y quienes piensan que son tres y tal vez cuatro, como puede
verse en el cuadro 1.2.1 de Ervin y Anders. Según estos autores, la memoria humana tiene
cuatro sistemas de almacenaje de la información: sensorial, primario, secundario y terciario,
cada uno de ellos con características bastante bien definidas.
_______________________________________________________________________
CUADRO 1.2.1
LOS PROCESOS DE LA MEMORIA HUMANA
(Erving y Anders, 1967)

Memoria sensorial Memoria primaria Memoria secunda- Memoria terciaria


ria
Propiedades
Capacidad
Limitada por los Span de 7±2 Muy grande Muy grande
receptores

Duración Fracción de Varios segundos Varios minutos a Puede ser


segundo varios años permanente

Tipo de Automática con Recodificación Rehearsal Sobreaprendizaje


entrada percepción verbal

Organización Refleja al estímulo Secuencia Semántica y ?


temporal relacional

Accesibilidad Limitada por Acceso muy Relativamente Muy rápido acceso


velocidad de lectu- rápido lenta
ra
Tipo de Sensorial Verbal Todos Todos
información
Tipo de Deterioro y Reemplazo por Interferencia: Puede no haber
olvido borrado nueva retroactiva y
información proactiva

Otro aspecto de la memoria que ha merecido un mayor estudio en las últimas décadas
ha sido el de sus modalidades. Toulving (1972) introdujo la diferenciación entre memoria
semántica y memoria episódica. La primera es “el sistema para recibir, retener y transmitir
información acerca del significado de las palabras, conceptos y clasificación de los concep-
tos”. La segunda es “la memoria para experiencias personales y sus relaciones temporales”.
A partir de la distinción entre memoria de hábitos y memoria pura de Bergson, y entre el
saber cómo y el saber qué de Ryle, se han introducido otras dicotomías, como: memoria con
registro y memoria sin registro, memoria intencional y memoria automática, memoria decla-
rativa y memoria de procedimientos, hasta la más reciente de la memoria explícita y la me-
moria implícita de Schacter (1987).
No obstante, queda la primera diferenciación de James como la fundamental. Y si bien
hubo intentos por diferenciar entre memoria primaria y memoria a corto plazo y entre memo-
ria secundaria y memoria a largo plazo, los conceptos de memoria a corto plazo y a largo
plazo han quedado, al parecer, sancionados por el uso. Este punto de vista es evidente en
el esquema de Perani y col. (1994), que se muestra en el cuadro 1.2.2.
Todos estos planteamientos han sido analizados críticamente (Ortiz, 1998) y se ha su-
gerido que es necesario un replanteamiento del problema de la memoria dentro de un mode-
lo que tome en cuenta la integridad de la persona y la conciencia. El concepto de memoria y
los demás conceptos psicobiológicos deben ensamblarse en un modelo único a fin de su-
perar las hipótesis ad hoc que se introducen para explicar cada tipo, estructura, proceso o
módulo de la actividad psíquica. Por ejemplo, si la concepción informacional de la personali-
dad permite explicar de modo integrado los diversos componentes y aspectos del sistema
del individuo, es lógico que la explicación de la memoria dentro del modelo sea más cohe-
rente con la unidad del sistema.

CUADRO 1.2.2
LA MEMORIA HUMANA
(Perani y Col. (1994)

COMPONENTES DE LA
MEMORIA HUMANA

MEMORIA A MEMORIA A
CORTO PLAZO LARGO PLAZO

MEMORIA EXPLÍCITA MEMORIA IMPLÍCITA

MEMORIA EPISÓDICA CONDICIONAMIENTO

MEMORIA SEMÁNTICA DESPREZAS

PRIMACIÓN

Esta forma de enfocar el problema ha devenido en el planteamiento de que el cerebro


humano es, en realidad, un sistema de memoria de nivel consciente (Ortiz, 1998). Esta idea
se deduce del principio según el cual todo sistema vivo individual está organizado en niveles
que dependen de una clase de información, de tal modo que cada nivel de organización es
al mismo tiempo un sistema de memoria en tanto que la información puede modificarse y la
modificación puede mantenerse por algún tiempo, más si el cambio es útil para la supervi-
vencia del sistema. Vistas las cosas de modo simple diremos, entonces, que el neocórtex
cerebral es un sistema de memoria que guarda información social en la forma de informa-
ción psíquica consciente.
Según este planteamiento, los sistemas de memoria de nivel psíquico en los hombres
serían los que se enumeran en el cuadro 1.2.3. El modelo se basa, al parecer, en principios
bien definidos: 1°, se encuadra dentro del modelo del sistema vivo, la sociedad y el hombre
individual; 2°, es coherente con el concepto y el modelo de la conciencia tal como ha sido
definida dentro del sistema de la personalidad; 3°, facilita la explicación de los procesos de
codificación de la información en los distintos niveles de organización de la corteza cerebral
entendida como soporte activo de la actividad psíquica inconsciente y consciente; 4°, la for-
ma en que se almacena y procesa la información psíquica consciente en el neocórtex cere-
bral humano se deduce de la naturaleza de la información y toma en cuenta el doble aspec-
to de su estructura y actividad; 5°, toma en cuenta la forma como se organizan la estructura
y la actividad personales, incluyendo sus entradas y salidas por cada nivel de organización;
6°, incluye y explica las formas de actividad mnésica en los niveles psíquico consciente, psí-
quico inconsciente, funcional, metabólico y genético, tanto del individuo como del neocórtex
cerebral; 7°, explica de modo más consistente, el recuerdo y el aprendizaje, así como los
desórdenes de la memoria en general.

CUADRO 1.2.3
LOS SISTEMAS DE LA MEMORIA HUMANA DE NIVEL PSÍQUICO
(Tomado de: Ortiz, C.P., 1998)
1. Los sistemas de memoria de nivel inconsciente
1.1. Sistema de memoria afectivo-emotiva inconsciente
1.2. Sistema de memoria cognitivo-ejecutiva inconsciente
2. Los sistemas de memoria de nivel consciente
2.1. Los sistemas de memoria de nivel subconsciente
2.1.1. Sistema de memoria afectivo-emotiva
2.1.2. Sistema de memoria cognitivo-productiva
2.1.3. Sistema de memoria conativo-volitiva
2.2. Los sistemas de memoria de nivel epiconsciente
2.2.1. Sistema de memoria perceptual
2.2.2. Sistema de memoria de imágenes
2.2.3. Sistema de memoria de conceptos
2.2.4. Sistema de memoria de actuación

Por otro lado, queda en evidencia que cada sistema de memoria, inconsciente y cons-
ciente, tiene su doble aspecto representacional y de procedimiento que refleja la naturaleza
–estructural y de actividad– de la información; cada sistema comprende un conjunto delimi-
table de redes corticales –paleocorticales y neocorticales–, de modo que cada sistema tiene
sus propios procesos de encondificación y descodificación respecto del aprendizaje y el re-
cuerdo, a pesar de que por sentido común no decimos que los sentimientos o las motivacio-
nes se aprenden o se recuerdan.
Respecto de la memoria de nivel consciente, es lógico que no sólo los conocimientos,
sino todas las clases de información –los sentimientos y las motivaciones– también se
aprenden y se guardan en su respectivo sistema de memoria. Por consiguiente, o bien la
información queda guardada y fuera de uso, o bien se activa y usa en una determinada oca-
sión o momento, desde que uno despierta (o en sus ensueños).
1.2.2. Estructura de la memoria de nivel consciente
Por las razones expuestas, la información psíquica consciente puede permanecer guar-
dada en el plano subconsciente o bien se mantiene en uso en el plano epiconsciente; ambos
aspectos de la retención de la información psíquica implica una memoria.

a) Estructura de la memoria en el nivel epiconsciente


Una vez reconstruida la información guardada y adopta la forma de imágenes y concep-
tos, los que se mantienen en los planos de la percepción, la imaginación, el pensamiento o
la actuación todo el tiempo, generalmente breve, en que dicha información organiza la acti-
vidad personal. Este estado corresponde a lo que también se llama memoria de trabajo o
memoria operativa, aunque es tiene más sentido separar la información que se mantiene en
uno u otro de estos planos. Esto significa que la información actual o en uso que resulta de
la integración de las señales psíquicas de cada sistema de memoria, puede procesarse de
manera independiente de la realidad exterior en el curso de la imaginación o del pensamien-
to; pero también puede procesarse como representación perceptual que refleja dicha reali-
dad a partir de la información psíquica afectiva o cognitiva inconsciente, o como procedi-
miento de actuación que se refleja en la misma realidad a través de los programas ejecuti-
vos y emotivos del mismo nivel inconsciente.
De este modo, la información psíquica consciente se mantiene codificada en estructuras
cerebrales formadas por la integración supramodal de macrorredes holocorticales, bihemis-
féricas distribuidas e interconectadas en paralelo, que son las que codifican dicha informa-
ción en dichos planos del nivel epiconsciente.

b) Estructura de la memoria en el nivel subconsciente


En este nivel, la información psíquica consciente se codifica en estructuras neocorticales
formadas por macrorredes multimodales interconectadas en paralelo y distribuidas en tres
sistemas en cada hemisferio cerebral que son las siguientes:

1, Memoria afectivo-emotiva: En el neocórtex paralímbico


2. Memoria cognitivo-productiva: En el neocórtex parietooccipitotemporal
3. Memoria conativo-volitiva: En el neocórtex prefrontal dorsolateral

Presumimos que la diferenciación hemisférica en el nivel subconsciente se debe a la di-


ferente manera de codificar la información psíquica en las redes neocorticales de cada
hemisferio. Es posible que los aspectos estructurales –afectivo, cognitivo y conativo– de la
información se codifiquen mejor en el neocórtex derecho, y que los aspectos de actividad –
emotivos, productivos y volitivos– se codifiquen mejor en el neocórtex izquierdo. Esta forma
de codificación en las redes de cada hemisferio explicaría la formación de las imágenes y
los conceptos a partir de cada uno de ellos.

c) Estructura de la memoria consciente en el nivel funcional


La información psíquica consciente se codifica en señales neurales neocorticales que se
forman en redes de modalidad específica distribuidas e interconectadas en serie; es decir,
como si fueran áreas nodales de la corteza que se conectan siguiendo una trayectoria de
entrada-salida.

d) Estructura de la memoria consciente en el nivel metabólico


La información psíquica consciente se codifica en estructuras neocorticales formadas
por microrredes submodales (columnas, burbujas) interconectadas sinápticamente. Nuestro
conocimiento acerca de los procesos moleculares interneuronales en las sinapsis es todavía
pobre, pero más adelante, al hablar de la codificación de la información, veremos algunos
datos importantes.

e) Estructura de la memoria de nivel genético


La información psíquica consciente se codifica en estructuras neocorticales formadas
por microrredes submodales interconectadas anatómicamente, como consecuencia de la
modificación de la red por la formación de nuevas sinapsis como expresión de la actividad
genética de las células nerviosas neocorticales.

1.2.3. La actividad mnésica de nivel consciente


Por oposición a los aspectos estructurales de la memoria, el aspecto de la actividad
mnésica los estudiamos como procesos que se suceden en el tiempo. La manea más senci-
lla de hacer esta suerte de seguimiento es midiendo el tiempo que se mantiene o retiene la
información social durante la adquisición y uso de la misma en el curso de la actividad per-
sonal.
Infortunadamente, al hacer este tipo de análisis, la falta de datos empíricos y las defi-
ciencias conceptuales son mucho más evidentes. Así, por ejemplo, no sabemos cómo ni
cuánto tiempo se retiene un sentimiento o una convicción. Ha sido muy fácil medir cuantas
palabras se retienen hasta 1, 2 o más minutos, horas o días, pero a nadie se le ha ocurrido
medir en términos similares la retención de otras clases de información. Con toda seguridad
que esta dificultad práctica ha contribuido también a mantener una conceptuación sesgada y
restringida de la memoria como si fuera sólo un proceso cognitivo.
Otra dificultad práctica, es que no se ha diferenciado entre el tiempo que permanece ac-
tiva la información –imágenes y conceptos– en el plano epiconsciente, y el tiempo que dura
la retención de la misma información en el plano subconsciente, es decir, cuando se dice
que la información está fuera de la conciencia. En el cuadro 1.2.4 se señalan los tiempos de
retención, obtenidos experimentalmente en tareas de tipo cognitivo únicamente.

a) La actividad mnésica del nivel epiconsciente


La actividad mnésica de nivel epiconsciente comprende: 1) los procesos de adquisición
de información durante la percepción, 2) los procesos de recuperación y elaboración de in-
formación en la imaginación y el pensamiento, 3) los procesos de utilización de información
en la actuación personal. Dentro de este modelo, el recuerdo es sólo el proceso por el que la
información guardada se convierte en información en uso.
Hay pocas personas que tienen una especial capacidad para retener información en es-
te nivel por tiempo prolongado; por ejemplo, algunos niños tienen imágenes eidéticas, algu-
nos adultos tienen una gran facilidad para el cálculo mental. Sólo a esta memoria puede
aplicarse el concepto de volumen de memoria, el número 7 ± 2 de G. Miller.

b) La actividad mnésica de nivel subconsciente


En este nivel, las diversas clases de información siguen los procesos de: 1) adquisición
subconsciente de información, y 2) de utilización subconsciente de información. En el len-
guaje subjetivo de la introspección, es lo que tradicionalmente calificamos como hacer sin
darse cuenta, o inconscientemente. Un proceso cognitivo de este tipo es la primación, que
bien puede hacerse extensivo a la formación de los sentimientos.

c) La actividad mnésica de nivel funcional


Corresponde a 1) el registro de las señales neurales, 2) la retención de las señales neu-
rales y 3) la reproducción de las señales neurales. De estos procesos, los mejor conocidos
son los fenómenos de potenciación a largo plazo y de convergencia de las señales de distin-
tas vías transcorticales en las células piramidales del hipocampo.
CUADRO 1.2.4
RETENCIÓN DE LA INFORMACIÓN EN LA MEMORIA
(Tomado de: Ortiz, C.P., 1998)
1. En el nivel subconsciente:
1.1. La retención a corto plazo sin ensayo: 18 a 25 seg
1.2. La retención a corto plazo con ensayo: 3 a 10 min
1.3. La retención a largo plazo: más de 10 min, por horas, meses o años
1.4. La retención a muy largo plazo: toda la vida
2. A nivel epiconsciente:
2.1. La retención de información de entrada: 200 mseg a 2 seg
2.2. La retención de información recuperada: varios segundos

d) La actividad mnésica de nivel metabólico


Comprende los procesos de transmisión sináptica en las redes neocorticales, como son:
1) el registro sináptico de las señales químicas, 2) la retención presináptica y postsináptica
de las señales químicas, y 3) la activación y reproducción de las señales químicas. También
en este caso sólo se conocen los tipos de transmisión sináptica en sinapsis que usan gluta-
mato como neurotransmisor en las sinapsis axodendríticas de las neuronas piramidales
mencionadas.

e) La actividad mnésica de nivel genético


Respecto de la actividad bioquímica de las neuronas corticales, apenas sabemos algu-
nos aspectos de lo que se ha venido a denominar plasticidad neuronal. Se supone que el
registro postsináptico de las señales químicas conduce a la retención de los datos por modi-
ficación plástica de la red nerviosa; es decir que, por efecto de la activación de la expresión
genética de estas neuronas por segundos mensajeros, se produce la formación de nuevas
redes locales y/o transcorticales que codifican la nueva información. Una red anatómica de
este tipo será más fácilmente activada durante el proceso de recordar.

1.2.4. Codificación neocortical de la información social


Respecto de los procesos de guardado de la información social en la forma de informa-
ción psíquica consciente, tenemos que explicar dos tipos de proceso: 1) los procesos de
encodificación y descodificación de la información psíquica consciente en sí, que se realiza
en la red neocortical, y 2) los procesos que facilitan o inhiben la formación de las redes neu-
rales locales y transcorticales que codifican dicha información.

a) Procesos de encodificación y descodificación de la información psíquica consciente


Es difícil negar que la información psíquica consciente se almacena en el neocórtex ce-
rebral. Sabemos que las lesiones corticales, sean de extensión local o que abarquen exten-
sas zonas del neocórtex de ambos hemisferios como sucede en pacientes con demencia,
reducen las capacidades de adquirir nueva información, específicamente de aquella que
corresponde a las redes neurales afectadas, y al perderse la red neural a consecuencia de
la lesión, también se perderá la información codificada en ella.
El aspecto opuesto a los efectos de las lesiones, son los efectos de la estimulación cor-
tical. En experimentos hechos en personas craneotomizadas con fines quirúrgicos, la aplica-
ción de pequeños pulsos eléctricos sobre su corteza cerebral puede precipitar la aparición
de alucinaciones que son descritos por las mismas personas como recuerdos de sucesos
reales pasados. Aunque estas observaciones no han sido fáciles de reproducir o no han sido
reproducidas del todo, es conocido que enfermos con epilepsia del lóbulo temporal tienen
crisis que Jackson las llamó “estados de ensueño” (dream states), que claramente muestran
que es posible la activación de ciertas redes corticales estructuradas que la persona experi-
menta como alucinaciones, falsas alucinaciones (se da cuenta que no son vivencias verda-
deras), pensamiento forzado (piensa algo que no se propone). Es evidente, sin embargo,
que estas experiencias patológicas son estados afectivos o cognitivos aislados o fuera de
contexto, que son resultado de la activación anormal de redes neurales interconectadas pre-
viamente o en el momento de la crisis. Pero esto de ningún modo significa que los conoci-
mientos estén guardados como tales en la corteza.
Se sabe que algunos sucesos “con una fuerte carga emocional” se graban en la memo-
ria en forma instantánea y que a veces se retienen a muy largo plazo. Por otro lado, como
muy bien lo señaló Bartlett, se sabe que el recuerdo es un proceso de reconstrucción, que
es evidente cuando experimentamos el fenómeno de “lo tengo en la punta de la lengua”. Es
posible que las redes paralímbicas que codifican información afectiva, sean redes que se
interconectan en simultáneo o que activan sinapsis en esta forma para inducir en seguida
los cambios en la expresión genética neuronal que estabilizan la red a largo plazo. En cam-
bio las redes cognitivas posteriores, parece que guardan información por saltos, con cam-
bios de corto plazo que sólo se estabilizan anatómicamente cuando la misma información es
provista desde una fuente externa, o cuando dicha información es configurada dentro de
otra red más amplia establecida previamente.
En el cuadro 1.2.5, se resumen los niveles de codificación de la información psíquica
consciente. En el esquema podremos notar que la encondificación de la información durante
su adquisición tiene que efectuarse de un nivel a otro inferior en etapas sucesivas durante el
aprendizaje que empieza en el plano perceptual. Por el contrario, la descodificación de la
misma información durante el recuerdo tendrá que producirse de un nivel inferior a otro su-
perior de codificación.
Estos procesos de codificación de la información entre los planos epiconsciente y sub-
consciente se tienen explicar psicológica, fisiológica, metabólica y genéticamente. Desde la
introducción de la noción del “hábito neural” (James, 1890), la explicación de la codificación
de la información en el cerebro ha girado solamente en torno a la actividad sináptica. Tanzi
(en 1893) fue el primero en sugerir que el aprendizaje depende de cambios en las conexio-
nes nerviosas que consisten en una facilitación del paso de las señales por una disminución
de la resistencia a la transmisión de los impulsos nerviosos. Wood-Jones (en 1923) pensó
que este cambio era un aumento de la conductancia en la membrana post-sináptica.
Fue Hebb (1949) quien formuló la hipótesis más precisa acerca de la modificación de las
sinapsis al formarse nuevos ensambles de redes neurales durante el aprendizaje. De allí
que hablemos de “sinapsis hebbianas” para referirnos a las sinapsis modificadas bajo estas
condiciones. Su hipótesis la resumió en los siguientes términos:
“Cuando el axón de una célula A está en condiciones de excitar a una célula
B, o repetida o persistentemente toma parte en su descarga, tiene lugar algún pro-
ceso de crecimiento o cambio metabólico en una o en ambas células, de modo
que aumenta la eficiencia de A para provocar la descarga de B.”
Los estudios más recientes de Kandel y sus colaboradores han mostrado que el apren-
dizaje, por lo menos en los invertebrados, es consecuencia de la formación de nuevas si-
napsis (Kandel, 1976). Si se comparan los cambios sinápticos observados en la aplysia du-
rante el aprendizaje no asociativo (por habituación o por sensibilización) y el asociativo por
condicionamiento, con las pocas observaciones hechas en la corteza del hipocampo y del
cerebelo (en pequeñas rodajas de corteza que se mantienen en suero fisiológico), se puede
observar algunas coincidencias que hacen presumir que los procesos sinápticos en la corte-
za durante el aprendizaje son de naturaleza similar.
_______________________________________________________________________
CUADRO 1.2.5
NIVELES DE CODIFICACIÓN DE LA INFORMACIÓN PSÍQUICA EN EL
NEOCÓRTEX EULAMINAR
(De: Ortiz, C.P., 1998)

NIVEL INDIVIDUO ESTRUCTURA ACTIVIDAD INFORMACIÓN CODIFICACIÓN


V. Personalidad Epiconsciente Percepción Imagi- Psíquica En macrorredes
holocortical nación Consciente supramodales
Pensamiento interconectadas
Actuación en paralelo
IV. Animal superior Subconsciente Afectivo-emotiva Psíquica En macrorredes
multimodular Cognitivo- Consciente intermodales
productiva Conati- interconectadas
vo-volitiva en paralelo
III. Organismo Modular Funcional Neural En redes
unimodales
interconectadas
en serie
II. Tisular Columnas Metabólica Metabólica En microrredes
“cristales” submodales
“burbujas” interconectadas
metabólicamente
I. Celular Neuronal Expresión genética Genética En microrredes
submodales
interconectadas
anatómicamente
0. Molecular Física Química No existe

Se atribuye al fenómeno de potenciación a largo plazo (PLP), estudiado en el hipocam-


po, la función que inicia la codificación de la información. Consiste en el incremento persis-
tente (que dura horas o días) de la amplitud del potencial postsináptico después de la esti-
mulación tetánica (50 a 100 potenciales de acción por seg.) de la neurona presináptica.
Puede ser de tipo no-asociativo en CA3 y de tipo asociativo en CA1. El neurotransmisor in-
volucrado es el glutamato que modifica sus receptores NMDA y AMPA sucesivamente. Es-
tos cambios sinápticos activan segundos mensajeros que luego producen los cambios fun-
cionales señalados en la membrana postsináptica. De este modo la PLP se mantendría por
efecto de transmisores retrógrados como NO o CO.

b) Procesos que facilitan el guardado y recuperación de la información psíquica cons-


ciente
Así como las lesiones que destruyen las redes neocorticales ocasionan una pérdida de
la información codificada en ellas, lesiones de ciertas formaciones nucleares subcorticales,
que dejan intacto el neocórtex, provocan una discapacidad para retener nueva información o
para usar información almacenada previamente, que son las amnesias por defecto de enco-
dificación o de descodificación, respectivamente. Estos desórdenes han dado mucha luz
acerca de los procesos por los cuales se facilita o inhibe la adquisición y elaboración de la
información social en el neocórtex humano. Las estructuras subcorticales más frecuente-
mente asociadas a estas clases de amnesia son el hipocampo, el hipotálamo, la amígdala,
el núcleo dorsomedio del tálamo y el núcleo basal de Meynert.
De estos estudios se ha deducido que para poder almacenarse la información social en
las redes neocorticales durante el aprendizaje, y para ser recuperadas desde las mismas
durante el recuerdo o el reconocimiento, se requiere de la conversión de los datos mnésicos
en señales distribuidas en las áreas neocorticales correspondientes. Esta función de con-
versión de los datos y de integración de las señales psíquicas parece que depende de:
1. Redes interconectadas en paralelo –directamente a través de las vías transcortica-
les, del cuerpo calloso e indirectamente a través del circuito límbico–, y de
2. Redes de integración córtico-subcorticales, que tienen como centros nodales las es-
tructuras cuya lesión produce amnesia (no demencia), como son las estructuras sub-
corticales mencionadas líneas arriba.
Todas estas formaciones nucleares están interconectadas entre sí y con la corteza ce-
rebral a través de redes de ida y vuelta, especialmente a través de la vía del cíngulo. Se
pensó que esa red era indispensable para el procesamiento afectivo-emotivo. Pero, a partir
de lo que hemos podido especificar respecto de la actividad afectivo-emotiva inconsciente
(Cuaderno III), es evidente que una de las funciones de este circuito es la integración sub-
cortical entre la información psíquica consciente y la inconsciente, y entre ésta y la actividad
funcional subcortical durante la actividad personal.
Por otro lado, el hipocampo es una formación anatómica cuyas funciones ya no son las
mismas que en los animales. Al parecer, en los vertebrados inferiores es una estructura que
en el mismo nivel del cerebelo interviene en la integración sensitivo-motora de la información
neural. En los vertebrados tendría una función de integración afectivo-cognitiva, que es mu-
cho más importante en los mamíferos. En el hombre, esta clase de integración seguramente
se mantiene, pero ha tenido que volverse mucho más compleja dada la aparición de la acti-
vidad neocortical, dentro de la cual se tiene que guardar y recuperar una clase de informa-
ción que ya no se integra por condicionamiento, y mucho menos por habituación o sensibili-
zación, sino por procesos de integración multimodal y supramodal, un nivel en el cual las
diversas clases de información ya no sólo se confrontan, aparean o asocian entre sí, sino
donde se incorporan nuevas clases de información, las que deben añadirse y elaborarse
hasta formar parte de las configuraciones de la información existente previamente formadas.
Por último, aunque no se conoce de alguna forma de amnesia debida a lesiones del ce-
rebelo, es importante recordar que tiene una estructura cortical con funciones semejantes a
las del hipocampo, como son la de depresión sináptica a largo plazo, y que a través de sus
conexiones de ida y vuelta con a corteza cerebral interviene en la formación de programas
motores durante el aprendizaje de destrezas que requieren de una coordinación sensori-
motora, gruesa o fina, como las atléticas y del trabajo manual.
CAPÍTULO 1.3

EL NEOCÓRTEX CEREBRAL COMO SISTEMA SEMIÓTICO

Naturaleza del lenguaje. Características del lenguaje. Determinación genética y social


del lenguaje. Modelos del lenguaje. El habla como actividad psíquica preconsciente. El sis-
tema semiótico del cerebro: aspectos anatómicos y funcionales.

Se ha dicho que los hombres son seres sígnicos por el hecho de que usan un lenguaje
para comunicarse entre sí. Es también un hecho que la aparición del lenguaje marca el inicio
de la socialización de la especie H. sapiens. Ahora estamos en condiciones de explicar su
estructura y propiedades internas. Pero, ¿qué es el lenguaje?. ¿Es un estructura cerebral o
es un instrumento social que existe por fuera de los indidividuos?. En este capítulo desarro-
llaremos esta segunda posición, pues lo que interesa al profesional de la salud es la natura-
leza del habla como parte de la actividad psíquica de una personalidad. El estudio del len-
guaje es prerrogativa de la lingüística. Estas aseveraciones no niegan la estrecha relación
que hay entre estos dos ámbitos, el del habla como atributo de la persona, y el del lenguaje
como atributo de la sociedad.

1.3.1. Naturaleza del lenguaje


La complejidad del lenguaje es seguramente la razón de que aún no dispongamos de
una definición de su verdadera naturaleza. Ha sido objeto de estudio de distintos especialis-
tas y cada uno de ellos ha asumido un aspecto del lenguaje como el más importante o
esencial. Esta situación ha creado una suerte de caos donde no es fácil encontrar una res-
puesta acerca de qué son realmente el lenguaje, la lengua y el habla.
Existen cuatro definiciones respecto de esta actividad humana que han captado los as-
pectos más importantes del lenguaje: 1) el lenguaje es un sistema de signos lingüísticos, 2)
el lenguaje es un medio de comunicación social, 3) el lenguaje es una forma de conducta y
4) el lenguaje es una función del cerebro humano.
Pero es evidente que estas definiciones no sólo se refieren a aspectos diferentes del
lenguaje, sino a entidades materiales diferentes. Así, por ejemplo, si reducimos las dos pri-
meras definiciones a una sola, veremos que se refieren a estructuras materiales que se for-
man por fuera de las personas: en el aire, en el papel, en una cinta magnetofónica, de cine o
video, en un disco de computadora. Una vez que las estructuras sonoras del aire han sido
grabadas en estos medios, el lenguaje se convierte en un sistema material de comunicación
social que existe por sí mismo. Es también evidente, por lo que ya sabemos acerca de la
información dentro del sistema vivo, que este lenguaje constituye el mejor medio, por no
decir el único, creado por la humanidad para codificar información social e información psí-
quica al mismo tiempo.
Por otro lado, cuando se habla de conducta y de función cerebral se hace referencia a
dos aspectos extremos de la actividad personal que son más fáciles de observar y estudiar,
aunque sin tomar en cuenta la actividad psíquica en sí. Con todo, es evidente que aluden a
una forma de actividad psíquica exclusivamente humana, y por tanto a una forma de activi-
dad neocortical. Si se llama lenguaje a esta clase de actividad personal, es porque no se ha
tomado en cuenta la existencia material del lenguaje interpersonal; pero tampoco podemos
llamar lenguaje a ambos, porque son de naturaleza en extremo diferentes, como puede co-
legirse fácilmente: el lenguaje como medio de comunicación es extrapersonal, constituido
por estructuras físicas y químicas de material inerte; el lenguaje como actividad psíquica
está constituido por estructuras celulares, metabólicas, funcionales, psíquicas de un indivi-
duo. Lo que sí es verdad, es que hay una estricta correspondencia entre ambos: el sistema
de signos del lenguaje se refleja en el sistema de señales psíquicas del habla, y viceversa.
En realidad, el lenguaje escrito que fue el objeto de estudio de los gramáticos hindúes y
griegos, hasta que prácticamente sólo en este siglo se pasó a estudiar la gramática del len-
guaje hablado, lo cual ha creado una grave distorsión al suponer que así se estudia una
función del cerebro, cuando el lingüista no estudia el habla en sí, sino el lenguaje hablado
una vez que ha sido grabado en una cinta magnética de audio o video. El estudio del
lenguaje hablado a llevado pues a la creencia de que se está estudiando la actividad
psíquica cerebral del hablante. De allí la confusión del padre de la lingüística moderna, F. de
Saussure, quien en vez de poner los límites entre el lenguaje medio de comunicación y el
lenguaje actividad psíquica en la interfaz que existe entre la superficie corporal y el aire, los
ubica entre el cerebro y el aparato oral del hablante. De este modo llega a suponer que el
lenguaje es función psíquica del cerebro y el habla es función física de los nervios y el
aparato vocal. A partir de él, todos los lingüistas han sostenido el mismo postulado,
reduciendo el lenguaje al habla personal.
En este Cuaderno, llamamos lenguaje al sistema social de codificación del habla que
sirve de medio de organización de la sociedad y de comunicación entre las personas. El
habla es el sistema psíquico personal ubicado en el nivel preconsciente que media entre la
conciencia y la inconsciencia; o entre la conciencia y el resto de la interioridad del individuo,
que puede expresarse o no en el lenguaje.

1.3.2. Características del lenguaje


Partiendo del trabajo de Hockett (1960), se puede decir que las características del len-
guaje (el lenguaje en sí) son:
1. Su desplazamiento, pues por medio del lenguaje la sociedad hace referencia a
hechos que han ocurrido, ocurren y pueden ocurrir en el universo, por fuera de la
subjetividad de las personas
2. Su carácter abierto, porque el número y diversidad de sus elementos varía históri-
camente
3. La dualidad de su estructuración o su doble articulación: porque unos elementos, los
fonemas, se combinan para formar una estructura de jerarquía superior que son las
palabras; estas a su vez se combinan para formar una jerarquía superior que son las
oraciones.
4. Su comunicabilidad, en el sentido de que un sistema de signos lingüísticos se puede
difundir de una cultura a otra.
5. Su reflexividad, en el sentido de que el propio lenguaje puede ser objeto de análisis
por medio del mismo lenguaje, que así se convierte en metalenguaje.

1.3.3. Determinación genética y social del lenguaje


Dado que los animales en general, sobre todo cuando se agrupan para formar lo que
podríamos llamar sociedades naturales, también se comunican por medio de señales, se
introdujo la hipótesis de continuidad, sosteniendo que el lenguaje humano era sólo una am-
pliación más sofisticada del lenguaje de los animales. A este punto de vista se oponen quie-
nes sostienen que existe una discontinuidad entre el lenguaje humano como creación exclu-
siva del hombre, y las formas de comunicación más elementales que tienen los animales.
Esto lógicamente explica por que el lenguaje tiene las características propias y exclusivas
como las señaladas.
Entonces, si bien los animales y los hombres se comunican entre sí por medio de proce-
sos fenoménica u objetivamente iguales, solamente los hombres han logrado codificar in-
formación psíquica en medios externos a ellos mismos, entre los que estuvo primero el len-
guaje escrito y ahora el lenguaje hablado. Esta situación crea diferencias esenciales entre
ambos medios, ya que el lenguaje humano ha llegado a constituirse en la forma más com-
pleja de codificación no sólo de información psíquica sino de información social, ya que la
sociedad usa el lenguaje para reflejar las características menos observables o imposibles de
observar del universo.
Hay que diferenciar, entonces, entre 1) la transmisión intraindividual de señales (quími-
cas, neurales, psíquicas), y 2) la comunicación interindividual por medio de 2.1) señales de
los animales, y 2.2.) de signos que sólo la humanidad los ha podido crear, pues en ésta las
señales se han convertido en signos que ya no sólo pueden contener información psíquica
como las señales, sino que pueden llegar a ser la información social en sí.

1.3.4. Modelos del lenguaje


Dentro de las concepciones tradicionales del lenguaje, los modelos del mismo han de-
pendido de la ciencia dentro de la cual se lo estudia. Veremos solamente los más conocidos
dentro de los enfoques lingüístico, psicológico, neurológico y sociológico.

a) Modelos lingüísticos
Dentro de la lingüística se han propuesto varios modelos, de los cuales dos son los más
importantes en la actualidad: uno se ubica en el marco de la lingüística estructural; otro se
ubica en el de la llamada psicolingüística.
Según la lingüística estructural, el lenguaje tiene una estructura jerárquica, organizada
por niveles o estratos (cuadro 1.3.1).

CUADRO 1.3.1
ESTRUCTURA DEL LENGUAJE
Estratos: Cuyas unidades son: que se organizan a base de:
1. Estrato fonético/fonológico: Fonos/fonemas
2. Estrato morfológico: Morfemas/palabras Reglas morfológicas
3. Estrato sintáctico: Oración, discurso Reglas sintácticas
4. Estrato semántico Semantema Reglas semánticas

Desde el punto de vista de la psicolingüística, el lenguaje es todo el conjunto posible de


oraciones que puede generar una gramática (Chomsky). En el cuadro 1.3.2 se muestra grá-
ficamente el modelo de Chomsky (Black, Black y Droge, 1986).

b) Modelos psicológicos
Entre los enfoques psicológicos del lenguaje, los más actuales se encuentran dentro de
las concepciones cognitivistas y conductistas. Dentro de estos, el lenguaje es una forma de
conducta o una serie de procesos cognitivos.
En los cuadros 1.3.3, 1.3.4 y 1.3.5 se muestran tres modelos usados en la práctica clíni-
ca, y que se consideran muy importantes sobre todo dentro de la neuropsicología cognitiva.
CUADRO 1.3.2
MODELO PSICOLINGÜÍSTICO DEL LENGUAJE
De Chomsy (tomado de Black, Black y Droge, 1986)

El lenguaje comprende:

I. Un LÉXICO, que especifica:

a) La estructura de las palabras


b) El significado de las palabras Forman la
c) El uso de las palabras BASE

II. Una SINTAXIS que genera:


con dos componentes:

II.1. Categorial Estructura D

II.2. Transformacional
Se transforma en:

Estructura S

Se representa en:

Forma fonética Forma lógica

(Representa los sonidos (Representa la


de las palabras en la interpretación
oración) semántica)

CUADRO 1.3.3
EL LENGUAJE COMO HABILIDAD COGNITIVA
(Adaptado de: Welford, 1965)

El lenguaje es una serie de procesos de entrada-salida:

E → Sensoriales
→ De la percepción verbal
→ De la memoria verbal (a corto plazo; a largo plazo)
→ De selección de palabras u oraciones
→ De programación de la respuesta verbal
→ De ejecución de las palabras
→ S (salida efectora)
CUADRO 1.3.4
EL LENGUAJE COMO ESTRUCTURA COGNITIVA
(Young y Ellys, 1992):

El lenguaje es una estructura jerárquica:

Sistema semántico
↑ ↓
Léxico de entrada auditiva Léxico de salida del habla
↑ ↓
Sistema de análisis auditivo Nivel fonémico
↑ ↓
Palabra oída Habla

CUADRO 1.3.5
MODELO DEL DESEMPEÑO LINGÜÍSTICO
(Wales y Marshall, 1966)

MATRIZ CONCEPTUAL

INTERPRETACIÓN SEMÁNTICA
Analizador de la Estructura profunda

Analizador preliminar de la Derivación de la


Estructura superficial Estructura superficial

Mecanismo del estado de Alerta

Reconocimiento preliminar Componente fonológico

ENTRADA SALIDA

c) Modelos neurológicos
En el campo de la neurología, el lenguaje es considerado una función o resultado de la
actividad funcional del cerebro. Se conocen las áreas corticales que intervienen en la com-
prensión y la expresión verbales. El primer modelo propuesto por Wernicke en 1884 y am-
pliado por Geschwind en 1965 ha sido y sigue siendo el modelo más usado en las explica-
ción de los desórdenes del habla debidos a lesiones del cerebro, aunque más recientemente
ha habido un notable interés por construir modelos del lenguaje tomando en cuenta los apor-
tes de la psicología cognitiva y la psicolingüística. En los cuadros 1.3.6 y 1.3.7 se muestran
los modelos de Wernicke-Geschwind y el más actual de Peterson modificado por Bear,
Oconnors y Paradiso (1996).

CUADRO 1.3.6
EL MODELO CLÁSICO DE WERNICKE-GESCHWIND
(Damasio y Geschwind, 1984)
El lenguaje es una sucesión de áreas corticales interconectadas en serie:

E → Vía auditiva
→ Área auditiva primaria (circunvolución transversa de Heschl)
→ Área auditiva secundaria (planum temporale )
→ Área auditiva terciaria (de Wernicke: temporal sup. post)
→ Área de procesamiento central (parietotem. post)
→ Área de procesamiento motor (frontal inf.)
→ Área de ejecución motora → S

CUADRO 1.3.7
UN MODELO PSICONEURAL DEL LENGUAJE
Petersen y Col., (1988); Bear, Connors y Paradiso (1996)
Palabra escrita Palabra hablada
↓ ↓
Procesamiento visual inicial Procesamiento auditivo inicial
(Corteza visual primaria) (Corteza auditiva primaria)
↓ ↓
Reconocimiento visual verbal Reconocimiento auditivo verbal
(Corteza visual secundaria) (Área de Wernicke, corteza temporoparietal
y temporal superior anterior)

Asociación semántica
(Corteza frontal inferior)

Codificación premotora
(Área de Broca, corteza motora suplementaria y
otras áreas perisilvianas)

Control motor del habla
(Corteza motora primaria)

HABLA

Es notoria que los modelos expuestos tienen ciertas características en común, empe-
zando por el hecho de llamar lenguaje a cualquiera que fuese el nivel de la realidad que se
trata de explicar. Sin duda que el esquema de la lingüística estructural se refiere a los
hechos del lenguaje una vez que han sido producidos por el hablante. Así, el modelo psico-
lingüístico explica en términos lingüísticos el hecho material del lenguaje después que ha
sido emitido. Los demás modelos psicológicos reducen el lenguaje a una actividad puramen-
te cognitiva, y como si fueran procesos lineales, de entrada-salida. Es además interesante
que estos modelos se ajustan muy bien a los modelos neurológicos, de modo que es posible
que estos últimos hayan influido en la construcción de aquellos.

d) Modelos sociológicos
Consideramos modelos sociológicos a los elaborados dentro de la teoría de las comuni-
caciones. Casi todos ellos se refieren al hecho de que la comunicación es un sistema for-
mado por un emisor, un receptor y un canal de transmisión entre ellos. El lenguaje sería el
mensaje o noticia que se comunica a través de dicho canal, sobre el cual influyen efectos
que distorsionan las señales. En la figura 1.3.1 se muestra el modelo de un sistema de co-
municación muy elemental.

CANAL

Conjunto Conjunto
finito de Encodificación Decodificación finito de
símbolos símbolos
elementales elementales

RUIDO

Fig.13.1. Un sistema de comunicación social elemental

1.3.5. El habla como actividad psíquica preconsciente


Es innegable que hay aspectos de la teoría del lenguaje, y de los modelos que las ex-
presan, que pueden cuestionarse. Así, por ejemplo, su premisa básica es que el las “funcio-
nes mentales” del hombre son similares a las de los animales superiores, con sólo dos for-
mas de actividad psíquica: emotiva y cognitiva; que el lenguaje se encuentra sólo en el ce-
rebro humano; que es una actividad cognitiva que se procesa en el área del lenguaje del
hemisferio izquierdo, en una serie de módulos con sus respectivas entradas y salidas. Ade-
más del hecho de que se atribuye a esta estructura anatómica y funcional la estructura y las
características del lenguaje (social).
Por consiguiente, si tomamos en cuenta lo dicho al comienzo (en 1.3.1), llegaremos a la
conclusión de que es posible sostener una separación física entre el lenguaje de la sociedad
y el habla de una persona. Se puede, entonces, elaborar una teoría del habla distinta de una
teoría del lenguaje.
Se supone que hace entre 100 y 7 mil años durante el desarrollo sociogenético la activi-
dad psíquica inconsciente de los hombres pudo codificase en estructuras verbales superan-
do las formas de comunicación de los primates, hasta que llegaron a adoptar la forma de un
lenguaje auditivo. Más tarde, este lenguaje empezó a usarse para reflejar los procesos de la
naturaleza que los mismos hombres han sido capaces de transformar.
Más tarde, con la producción de los utensilios y las herramientas, nació la posibilidad de
dibujar y grabar. De aquí no hubo sino un paso a la invención de la escritura y progresiva-
mente el lenguaje auditivo se convirtió en lenguaje escrito y visual. De este modo el lenguaje
adquirió el status de una estructura material extraindividual que existe por sí misma. Ya
hemos visto como el conocimiento empírico que sirve para explicar los procesos no obser-
vables del resto del universo, una vez que fue plasmado en el sistema de signos del lengua-
je escrito hizo posible la aparición de la información social.
Por lo tanto, desde que la sociedad existe, los hombres tenemos que incorporar y codifi-
car el lenguaje en nuestra corteza cerebral para construir así nuestro propio sistema del
habla personal. El habla personal facilita a su vez la incorporación de la información social y
su codificación en la forma de información psíquica consciente. Por consiguiente, se puede
deducir que el habla personal es una estructura psíquica de naturaleza diferente del sistema
del lenguaje, pues mientras el habla personal que viene a ser una forma de actividad psíqui-
ca preconsciente, interpuesta entre el nivel de la conciencia y el de la inconsciencia, el len-
guaje es el sistema de signos que usa la sociedad como medio de comunicación.
La lengua es entonces el sistema de signos lingüísticos propios y característicos de un
pueblo, nación o comunidad de naciones. El sistema del habla personal es el sistema psí-
quico de nivel preconsciente del cerebro humano que almacena y procesa el conjunto de
señales verbales que reflejan dicha lengua.
El sistema del habla debe comprender tres subsistemas psíquicos que se organizan
como parte de los respectivos componentes de la conciencia en las áreas corticales de tran-
sición, esto es: 1) en las áreas receptivas terciarias situadas en la interfaz que separa las
áreas receptivas primarias y las áreas neocorticales afectivas y cognitivas, y 2) en las áreas
premotoras por delante de las áreas motoras primarias que forman parte de los sistemas
motores del aparato vocal, las manos y el resto del cuerpo. De este modo se dispone de
áreas verbales auditivas (para el lenguaje oral), visuales (para la lectura y el lenguaje ma-
nual de sordomudos) y tactiles (para la lectura de los invidentes), así como áreas verbales
premotoras para la expresión verbal, oral y manual (escrita). Esto equivale a disponer de un
sistema del habla de nivel preconsciente, distribuido en tres componentes:
1. Un sistema prosódico, que es parte del componente afectivo-emotivo de la concien-
cia; está ubicado en la corteza de transición temporal (en especial el área de Wernicke de-
recha). Las redes neurales de este componente almacenan y procesan las señales senso-
riales verbales que codifican la entonación emotiva de los segmentos de las señales verba-
les
2. Un sistema léxico, parte del componente cognitivo-productivo de la conciencia, que
ocupa la corteza de transición temporal (especialmente del área de Wernicke izquierda); sus
redes neurales almacenan y procesan las señales sensoriales verbales que codifican los
sonidos fonémicos, silábicos y morfológicos de las palabras de contenido
3. Un sistema sintáctico, que es parte del componente conativo-volitivo de la conciencia,
situado en la corteza de transición frontal (área de Broca especialmente del lado izquierdo),
cuyas redes neurales almacenan y procesan las señales verbales que programan los ele-
mentos sintácticos de las oraciones y el discurso, como son las inflexiones y las palabras
funcionales, así como las señales motoras verbales que programan la entonación gramatical
y emotiva de los segmentos de las palabras y el discurso.
De este modo, la estructura de la actividad psíquica personal queda ampliada al incluir
el sistema preconsciente del habla (cuadro 1.3.8), que habiendo sido originalmente una ex-
tensión de la corteza heterotípica (de las áreas sensorimotoras primarias) se ha llegado a
convertir en parte del sistema de la conciencia.
CUADRO 1.3.8
ESTRUCTURA DE LA ACTIVIDAD PSÍQUICA PERSONAL
1. Sistema de la inconsciencia
1.2. Sistema afectivo-emotivo inconsciente
1.3. Sistema cognitivo-ejecutivo
2. Sistema de la conciencia
2.1. Nivel Subconsciente: Subnivel Preconsciente:
2.1.1. Sistema afectivo-emotivo: a) Sistema prosódico
2.1.2. Sistema cognitivo-productivo: b) Sistema léxico
2.1.3. Sistema conativo-volitivo: c) Sistema sintáctico
2.2. Nivel Epiconsciente: Subnivel verbal:
2.2.1. El plano de la percepción: a) Comprensión verbal
2.2.2. El plano de la imaginación: b) Imágenes verbales
2.2.3. El plano del pensamiento: c) Conceptos verbales
2.2.4. El plano de la actuación: d) Expresión verbal

1.3.6. El sistema semiótico del cerebro: aspectos anatómicos y funcionales


Desde que Bouillaud y Broca descubrieron que una lesión focal –frontal– del cerebro
producía una pérdida de la capacidad de expresarse verbalmente, todas las observaciones
clínicas y patológicas sólo han confirmado que lesiones que se localizan dentro del área
irrigada por la arteria cerebral media izquierda ocasionan desórdenes de las capacidades
verbales de las personas del tipo que conocemos como afasia: una pérdida de la capacidad
para comprender el lenguaje y para expresarse hablando, sin mayor compromiso de otras
formas de actividad psíquica consciente e inconsciente. Originalmente, Broca dedujo que la
lesión que produce afasia afecta el pie de la tercera circunvolución frontal; poco después
observó que afectaba principalmente al hemisferio izquierdo.
Quienes mejor contribuyeron a la descripción y explicación de los trastornos afásicos
fueron H. Jackson y K. Wernicke. La contribución del primero fue básicamente conceptual.
Jackson sugirió que las lesiones que producen tales desórdenes no producían una pérdida
del habla, sino un desorden del uso del habla, ya que un sujeto que no podía usar el habla
aún daba muestras de tener el sistema verbal en su cerebro. Werncke mostró que las lesio-
nes del área temporal posterior izquierda también producen un desorden verbal, pero de
naturaleza diferente; pensó que el enfermo no comprende cuanto se le dice y se expresa sin
dejarse entender porque había perdido la memoria de las imágenes de las palabras.
A los clásicos estudios de necropsia, tan importantes para el estudio de la afasia a co-
mienzos del siglo, se han añadido en las últimas décadas los estudios de diagnóstico por
imágenes, como tomografía computarizada convencional, por emisión de positrones y por
resonancia magnética funcional, y todos ellos han confirmado: 1) que las diferentes formas
de afasia se deben a lesiones del hemisferio izquierdo en cerca del 98% de las personas
diestras; 2) que las lesiones que más frecuente, intensa y persistentemente producen des-
órdenes afásicos son las localizadas en la llamada “área del lenguaje” por P. Marie; 3) que
las lesiones frontales producen alteraciones predominantemente expresivas, agramaticales:
sin palabras funcionales ni inflexiones, mientras que las lesiones temporoparietales produ-
cen alteraciones en la comprensión del lenguaje hablado y escrito, y en la producción de
palabras de contenido. Por estos estudios, los nombres de Broca y Wernicke han quedado
asociados a las áreas frontal y temporal del habla del hemisferio izquierdo, respectivamente.
Ya en este siglo, primero M. Critchley y G. Monrad-Krohn, y más recientemente Ross
(1993), empezaron a dar importancia a los desórdenes de la percepción y expresión de la
entonación emocional de las palabras y frases; desórdenes estos que se deben a lesiones
que afectan las áreas simétricas a las de Broca y Wernicke, en el hemisferio derecho.
Sobre la base de estos conocimientos acumulados en cerca de siglo y medio, se ha de-
ducido que el hemisferio izquierdo es dominante para el lenguaje en el 98% de las personas
y en el 70% de las personas zurdas; que el área de Wernicke es la que procesa la compren-
sión de las palabras y las frases, y el que área de Broca, procesa la expresión de las pala-
bras y oraciones. Las áreas similares del hemisferio derecho serían las que procesan, para-
lelamente los aspectos afectivos y emotivos de las mismas.
Sin embargo, todo el mundo está de acuerdo en que estas deducciones son sólo resul-
tado del cambio de sentido de las observaciones clínicas hechas en enfermos con las res-
pectivas lesiones. Es decir, si bien es cierto que las lesiones producen tal o cual déficit ver-
bal, de esto no se colige que lo opuesto sea verdadero. Ya sabemos, por ejemplo, que una
lesión del área motora produce parálisis en la mitad opuesta del cuerpo, pero no ésta el área
que genera la ejecución de las operaciones motoras.
Por esta razón, ha habido mucho interés en observar por todos los medios posibles si es
que en las personas sanas las áreas cerebrales mencionadas son las que realizan las fun-
ciones esperadas. Así, varios neurocirujanos siguiendo el ejemplo de W. Penfield, han ob-
servado los efectos de la estimulación eléctrica de la corteza en sujetos despiertos someti-
dos a una craneotomía (por otras razones): los resultados no difieren de los observados por
efecto de las lesiones, pues los sujetos dejan de hablar cada vez que se aplica la pequeña
descarga eléctrica en el área del lenguaje ya conocida. La razón es muy simple, y es que la
descarga eléctrica por muy suave y breve que sea produce, en sentido estricto, una afasia
momentánea, igual que una lesión anatómica duradera.
Había que buscar, entonces, otros procedimientos de investigación. Tres de estos han
sido los más importantes: el estudio de personas con hemisferios separados por sección
(terapéutica) del cuerpo calloso (Sperry, Gazzaniga y Bogen, 1969; Eccles, 1975), el estudio
por imágenes del cerebro durante el desempeño verbal de personas sanas (Kertesz, 1994) y
el estudio por potenciales evocados asociados al proceso cognitivo en tiempo real (Gazza-
niga, 1995). El único problema es que estos estudios se han hecho durante la ejecución de
tareas puramente cognitivas, es decir, tareas en las cuales el sujeto tiene que pensar o ac-
tuar sólo cognitivamente. Es pues posible que muchos de los resultados que se conocen
sean parciales y sesgados, por no haber tomado en cuenta los aspectos de la percepción y
la imaginación, y especialmente los procesos afectivos y conativos que subyacen a los mis-
mos.
A pesar de todo esto, además de confirmar lo que ya se sabía, que los procesos de
comprensión y procesamiento verbal productivo dependen del hemisferio izquierdo, ahora
sabemos que el hemisferio derecho también es capaz de procesar palabras, aunque de mo-
do diferente al izquierdo, lo cual parece causar una aparente desventaja en una situación en
que ambos hemisferios procesan información simultáneamente. Así, una persona puede leer
y reconocer palabras aisladas presentadas en su campo visual izquierdo a través de su
hemisferio derecho; puede referirlas a los objetos correctamente y puede copiarlas con la
mano izquierda. Es característico que en estos casos, la persona no sea capaz de decir qué
ha visto en su campo visual izquierdo ni qué hace con su mano mientras escoge un objeto o
escribe por medio del hemisferio derecho.
Sólo cuando se presentan dos palabras distintas, una en cada campo visual, para ser
procesadas por el hemisferio correspondiente, es que el sujeto se desempeña como si no
hubiera ni siquiera detectado la palabra del campo visual izquierdo. A qué se debe esta su-
perioridad verbal del hemisferio izquierdo es algo que se mantiene sin respuesta; aunque
hay varias hipótesis al respecto. La más general es que seguramente existen formas dife-
renciadas de codificación de las señales por parte de las redes neocorticales de cada hemis-
ferio que facilitan que el hemisferio derecho genere representaciones más estructurales y
que el izquierdo genere procedimientos más acordes con el aspecto de actividad de la in-
formación, verbal en este caso (algo que veremos más adelante en la sección 3 de ese
Cuaderno).
Los estudios por imágenes han tenido una destacada influencia en la comprensión de
las funciones del cerebro. Lástima que sus interpretaciones, limitadas como están, no hayan
sido lo fructíferas y sobre todo lo útiles que se esperaban. Estos procedimientos de investi-
gación se iniciaron con el uso de sustancias radioactivas inertes que al inyectarse en las
arterias carótidas se distribuyen en el hemisferio respectivo y permiten medir el flujo sanguí-
neo cerebral. Desde los primeros estudios se comprobó que el flujo sanguíneo cerebral re-
gional (FSCr) varía no al azar, sino dependiendo de la actividad psíquica en curso. Esto sig-
nifica que si un área cortical estaba más involucrada en una tarea, digamos la operación
mental de repetir o producir palabras, la red neural más activa utilizaba una mayor cantidad
de glucosa y oxígeno. Para ello los mecanismos de autorregulación de la vasculatura cere-
bral funcionan con la rapidez requerida.
Con la invención del tomógrafo por emisión de positrones, los resultados de estos pro-
cedimientos eran mucho más manifiestos y palmarios, y la distribución anatómica del incre-
mento del FSCr se podía delimitar con mucho mayor precisión. Posteriormente, la introduc-
ción de la resonancia magnética para obtener imágenes tomográficas ha mejorado mucho
más la visualización de las áreas activas durante la actividad psíquica.
Aunque los resultados con estos dos procedimientos no son exactamente los mismos,
algo hay de común entre ellos. En primer lugar, es evidente que cuando una persona escu-
cha hablar a alguien, se activan las dos áreas de Wernicke, en ambos hemisferios. En se-
gundo lugar, sólo cuando se pide al sujeto de experimentación que piense con palabras, por
ejemplo, 1) que genere nombres de objetos de una clase convenida, 2) que obtenga sustan-
tivos a partir de verbos. En tales casos el FSCr se intensifica en las áreas temporales o pre-
frontales del hemisferio izquierdo. Pero aquí es importante notar que las imágenes ya no
corresponden a las áreas del lenguaje, sino a las áreas cognitivas y conativas del hemisferio
más activo. Esto se interpreta en el sentido de que el hemisferio izquierdo contiene las redes
que procesan las palabras, lo cual no necesariamente tiene que ser así: una razón puede
ser que la persona está pensando, más que imaginando, y otra que la tarea es más cogniti-
vo-productiva que afectivo-emotiva. Lo que sí es importante notar es que el área conativo-
volitiva izquierda está también activa en estas operaciones mentales.
Por último, los estudios por medio de potenciales evocados acoplados al proceso cogni-
tivo (Event related potentials: ERP), aunque adolecen de las mismas restricciones de diseño
experimental, han permitido estudiar el procesamiento de las señales verbales en tiempo
real. Así, ha sido posible localizar áreas específicas que procesan las señales verbales des-
de su entrada sensorial hasta los procesos centrales de decisión –para elegir una palabra
entre varias posibles, por ejemplo–, que son justamente las mismas áreas del hemisferio
izquierdo que sabíamos procesan las señales verbales cognitivas, aunque es interesante
destacar que hay respuestas evocadas que indican la intervención del hemisferio derecho
en el procesamiento de las oraciones.
Lo que podemos deducir de todas estas observaciones es que no es posible formular un
modelo de una cierta clase de actividad psíquica sólo a partir de ciertas observaciones par-
ciales. También se requiere de un modelo conceptual que permita ubicar y relacionar los
datos empíricos en su debido contexto y lugar.
Tiene, en consecuencia, algún sentido relacionar estos hallazgos con el esquema con-
ceptual que hemos seguido a todo lo largo de nuestros Cuadernos. Así, podemos deducir
del cuadro 1.3.8 que la cuestión no consiste en trazar líneas de conexión entre las áreas de
Wernicke y de Broca; ni entre éstas y supuestos sistemas semánticos y metacognitivos del
cerebro. Pues si la semántica es la ciencia del significado, en realidad se trata del estudio de
las relaciones entre la información social, el lenguaje y el mundo objetivo. En la conciencia –
esto es, en el cerebro– de una persona las relaciones son personales, antojadizas, capri-
chosas, versátiles, tanto entre la información psíquica afectiva, cognitiva y conativa, como
entre las señales verbales de los sistemas léxico, prosódico y sintáctico del habla, y también
entre estas mismas señales y las sensaciones afectivas (sed, comezón, deseo sexual, frío,
etc.) y las sensaciones cognitivas (visuales, auditivas y tactiles).
Es evidente que el área de Wernicke derecha queda prácticamente dentro del parea
afectiva paralímbica del lóbulo temporal; mientras que el área de Wernicke izquierda, queda,
como ya se conocía, dentro del área cognitiva temporal posterior. Esto implica una estrecha
relación psíquica entre el componente prosódico del habla y el componente afectivo de la
conciencia; del mismo modo, hay sin duda una estrecha relación psíquica entre el compo-
nente léxico del habla y el componente cognitivo de la conciencia. Finalmente, el sistema
sintáctico de las áreas de Broca relacionan las áreas conativas prefrontales con las áreas
motoras para la ejecución integrada emotivo-productiva de las señales verbales.
También hay que distinguir entre el curso de los procesos verbales subconscientes co-
mo los señalados, y los que se dan en el plano epiconsciente, esto es, en el curso de la
imaginación y el pensamiento, y los que se dan en los planos de la percepción y la actuación
objetivas de la personalidad durante sus relaciones con el mundo y las demás personas.
Al respecto, hay que destacar la importancia de 1) la codificación verbal de las imágenes
de la realidad objetiva durante la comprensión que es parte del proceso perceptual; 2) el uso
de las palabras contenido en la rotulación de las imágenes durante la descripción que es
parte de los procesos de la imaginación; 3) el uso de las palabras funcionales –
preposiciones, conjunciones– y las inflexiones en la formación de los conceptos en el curso
de la explicación que es parte de los procesos del pensamiento, y 4) el uso de las palabras
en la regulación de la actuación objetiva de la personalidad en sus relaciones con las perso-
nas y las cosas.
Aún no se sabe exactamente cuáles son las vías transneocorticales, paleocorticales y
subcorticales por medio de las que se integran las señales verbales codificadas en cada
sistema del habla. Desde que Wernicke propusiera su modelo del lenguaje, se ha dado mu-
cha importancia al fascículo arciforme que une las áreas de Broca y Wernicke, aparente-
mente en forma directa. Es posible que esta vía sea importante durante las fases de adqui-
sición y desarrollo del habla en la infancia, etapa en la cual el niño debe repetir por imitación
primero los tonos verbales y después la estructura morfológica de las palabras. Pero debe
existir otras vías transcorticales, dado que, una vez organizado el sistema del habla, sus
componentes deberán integrarse dentro de la actividad psíquica consciente. Debemos reva-
lorar entonces las redes de integración transcortical y las redes de asociación córtico-
estriadas que al unir las áreas temporales y frontales, de algún modo intervienen en la inte-
gración de las señales verbales en los planos de la actividad epiconsciente.
En todas estas formas de actividad consciente no cabe duda que la actividad precons-
ciente del habla es fundamental para la encodificación y descodificación de la información
psíquica consciente, ya que facilita su uso y elaboración. Y así como el lenguaje facilita la
encodificación y descodificación de la información social, así también el habla facilita la in-
corporación de esta clase de información como información psíquica, afectiva, cognitiva o
conativa. Sólo así nos explicamos que la entonación de la voz de las personas con quienes
se cría y desarrolla el niño sean importantes para su asimilación de los sentimientos superio-
res; que el lenguaje escrito sea fundamental para incorporar los conocimientos de una cultu-
ra, y que el lenguaje normativo de la moral social se incorpore como el conjunto de reglas de
valor que determinan la organización de la estructura moral de la persona.
SECCION 2

EL NIVEL SUBCONSCIENTE DE LA ACTIVIDAD PERSONAL

Aunque se ha dicho que “la triple distinción tradicional entre cognición, conación y afec-
ción, (...), no es importante en la psicología contemporánea” (Garnham, 1994; pág. 168),
dentro del esquema del sistema de la personalidad que seguimos, hacemos lo contrario: se
considera que esta es la estructura de la actividad consciente que mejor explica la estructu-
ra de las personas, y por lo tanto, la estructura de la corteza cerebral, del cerebro y de su
sistema nervioso.
Debemos pues estudiar ahora los procesos neurales –neocorticales– que subyacen y
explican la estructura de estos tres componentes de la conciencia en el plano subconscien-
te, sin descuidar el hecho de que las redes neurales paleocorticales y subcorticales del nivel
inconsciente (estudiadas en el Cuaderno III), que en el hombre fueron el punto de partida de
la actividad consciente, ahora debemos verlas como el soporte activo de la propia concien-
cia.
Aunque estudiaremos los procesos intrínsecos como si estos componentes fueran so-
lamente tres, se trata, en realidad, de seis sistemas que componen la conciencia en el plano
subconsciente, tres en cada hemisferio. Pero haremos notar que hay una notable diferencia-
ción hemisférica en el cerebro humano respecto de cada uno de ellos.
Encontraremos algunas dificultades en la explicación psicobiológica de algunos de estos
sistemas, sobre todo del afectivo-emotivo consciente, pero más todavía respecto del com-
ponente conativo-volitivo, dado que en las neurociencias tradicionales estos aspectos de la
actividad psíquica se los ha estudiado, como se ha dicho sin fundamento alguno, como si
fueran formas de actividad psíquica animal.
No debe pues llamar la atención si empezamos cada capítulo con un enjuiciamiento de
algunos conceptos cuyas definiciones al parecer ya estaban sancionadas por el uso. Lo que
nos distingue es nuestra base conceptual que prácticamente no toma en cuenta la estructu-
ra psíquica de los animales y más bien se centra en el estudio de las personas. Otra razón
es que consideramos imposible una explicación fisiológica, metabólica y celular de la activi-
dad psíquica, si es que antes no se definen los conceptos psicológicos con la mayor preci-
sión posible. Luego, proseguiremos con el estudio del soporte neural de cada sistema psí-
quico consciente entendido como lo que es realmente, es decir, como un sistema de memo-
ria que almacena y procesa la respectiva clase de información psíquica del mismo nivel
consciente.
CAPITULO 2.1

EL SISTEMA AFECTIVO-EMOTIVO

Naturaleza de la afectividad humana: Los sentimientos. El neocórtex paralímbico es el


sistema afectivo-emotivo de la conciencia. Estructura y Interconexiones del neocórtex afecti-
vo. Evidencias clínicas y experimentales. Diferenciación hemisférica.

Ampliando lo que acabamos de señalar en la introducción, no sólo en filosofía, sino


también en psicología se admite que “El concepto de emoción ha ocupado un lugar secun-
dario, aunque siempre presente, en la historia de la psicología” (Sheer, citado en: Wolman,
1980, pág. 169). Más aún, en varios textos introductorios de psicología apenas se menciona
la palabra sentimiento, y si se hace es para referirse a los sentimientos de los animales.
También es interesante notar que se da más importancia a la descripción o la explicación de
las emociones llamadas primarias antes que a la de los sentimientos superiores, llamados
también espirituales. Como Darwin observó que la expresión de aquellas se parece a las de
los animales, no tuvo mejor opción que estudiarlas en el marco de las ciencias naturales.
Esta actitud explicaría por que las emociones sí ha ocupado un lugar especial en la psicofi-
siología clásica que insistió más en las emociones animales que en las de los hombres. Es
indudable que esta situación ha creado fuertes distorsiones en los conceptos, los esquemas
conceptuales y en la propia explicación fisiológica de las emociones. La razón es muy sim-
ple: las ciencias naturales no distinguen entre hombres y animales, y por eso se comete dos
graves errores: el de atribuir los procesos de la conciencia humana a los animales, y el de
explicar estos procesos a base de los hallazgos hechos en animales.
Otro problema suscitado por la antropomorfización de los animales es la atribución de
una actividad motivada a todos los animales. Se supone que los animales se activan, bien
como respuesta a estímulos exteriores, o bien como efecto de cambios interiores que los
impulsan en una u otra dirección. Por supuesto que tiene que ocurrir una u otra forma incita-
ción de la actividad de un animal; es decir, cualquiera de las dos formas de incitación para
ejecutar alguna acción objetiva le puede ocurrir a cualquier ser vivo. La cuestión es que en
ningún caso se requiere apelar al concepto de motivación, excepto para explicar la conducta
del hombre. Con esto queremos decir que ningún animal tiene algo que pueda llamarse mo-
tivación, conducta ni mucho menos conducta motivada. Si un animal no siente algo parecido
a la sed, pero busca y toma agua en algún momento, ello no implica que la ausencia de sed
tenga que ser reemplazado por un constructo llamado motivación, por el solo hecho de que,
infortunadamente, el comportamiento del animal se parece a la respuesta que uno da a la
pregunta ¿por qué has tomado agua?, sin tomar en cuenta que cuando una persona toma
agua, además de un por qué, es capaz de responder para qué. ¿Acaso no es más simple
suponer que el animal ha sentido simple y llanamente una sensación afectiva de sed, o algo
más parecido?. Llamar motivo a esta sensación es extrapolar un concepto respecto de una
forma de actividad psíquica que tienen única y exclusivamente las personas.
Tampoco hay por que aceptar que la actividad afectiva del hombre y su actividad moti-
vada o conativa están fusionadas o mezcladas, ni mucho menos integrarlas en sus estructu-
ras límbicas o subcorticales. Hacemos aquí esta advertencia por la vigencia del supuesto de
que emoción y motivación están religadas y son controladas por núcleos subcorticales del
sistema límbico. Hay toda la evidencia suficiente para aislar un componente motivacional de
la conducta (humana naturalmente) que lo estudiaremos como el sistema conativo-volitivo
de la conciencia. Por otro lado, el esquema conceptual del sistema afectivo-emotivo como el
primer componente de la conciencia abarca todos los niveles de la actividad psíquica perso-
nal: psíquico consciente, psíquico inconsciente, funcional, metabólico y neuronal.
2.1.1. Naturaleza de la afectividad humana: los sentimientos
Dentro de la teoría psicológica más cercana al punto de vista que seguimos en los Cua-
dernos, los procesos afectivos comprenden las emociones y los sentimientos. Sin embargo,
estos conceptos se definen por simple denotación, por descripción de la experiencia intros-
pectiva y según el punto de vista del sentido común. Así, por ejemplo, los procesos afectivos
que llamamos afectos serían las maneras de responder a algo que afecta al individuo, de las
que él es consciente.
Los sentimientos vendrían a ser procesos afectivos que tienen las dimensiones de agra-
dabilidad y desagradabilidad, excitación y calma, tensión y relajación, como son: olores, sa-
bores, sonidos, colores, dolor, hambre, sed, fatiga, alivio, bienestar, sexo, interés, aversión,
entusiasmo, aburrimiento, además de los sentimientos estéticos, intelectuales, religiosos,
sociales que se basan en la experiencia.
Las emociones se definen como procesos afectivos agudamente alterados, breves, co-
mo las de miedo, ira, risa, llanto, angustia, vergüenza, humillación, turbación, excitación
sexual.
Otros procesos afectivos serían los humores, que vendrían a ser estados afectivos per-
sistentes, como los de jovialidad, exaltación, excitación, depresión, ansiedad, pesar; los
afectos patológicos, como los de depresión, manía, apatía, ansiedad, hostilidad, y los tem-
peramentos que se definen en términos de la estructura de los rasgos estables que caracte-
rizan a los individuos como joviales, vivaces, flemáticos, sanguíneos, deprimidos, apáticos,
etc.
Es interesante notar que en esta relación de procesos afectivos están efectivamente
aquellas experiencias subjetivas que cualquier persona con su sentido común tomaría como
afectos, emociones, sentimientos, sensaciones, humores, aunque en la moderna nomencla-
tura, vulgar y científica, ya no se confunde los sentimientos con las sensaciones.
Una división más moderna (véase Ross, en Trimble y Cummings, 1997), considera que
las emociones (no los sentimientos) son de dos tipos: emociones primarias y emociones
sociales, aunque no hay acuerdo pleno acerca de cuántas y cuáles son las emociones pri-
marias. Darwin (en 1872) propuso que eran ocho: cólera, miedo, pánico, tristeza, sorpresa,
interés, felicidad, disgusto. Exactamente un siglo después, se ha sugerido que son sólo seis:
felicidad, sorpresa, tristeza, cólera, miedo y disgusto (Ekman, 1982), aunque la última no
parece ser de la misma categoría.
En el Cuaderno III hemos revisado críticamente los modelos de la psicofisiología clásica
acerca de las emociones, por lo que hemos concluido en que James y Lange, primero, y
Cannon y Bard después, solamente apreciaron los dos aspectos corporales o periféricos de
entrada/salida de algunas de las emociones primarias (de hombres y animales). Estas teorí-
as no se refieren a la naturaleza psíquica de la emoción, excepto en su versión fenoménica
o vivencial que tampoco se ha llegado a plantear correctamente. Es decir, en vez de explicar
en qué consiste el miedo o la furia en sí, aquellas hipótesis se refieren a los procesos fun-
cionales que determinan o son determinados por las emociones; de modo que al no quedar
definida la naturaleza de la experiencia emocional, se apela únicamente a la explicación
mecancista de la misma. Así, por ejemplo, se dice que el tálamo, el hipotálamo, la amígdala
o el lóbulo límbico controla o es el asiento de las emociones. También se dice que ciertos
tipos de emociones deben ser clasificadas bajo el término “social” (entre comillas en el origi-
nal), distintas de las emociones primarias (Ross, 1997; pág. 115); pero como “lo social” para
la neurofisiología clásica no existe, de inmediato se dice que estas emociones sociales se
derivan biológicamente a partir del apego del niño a su madre u otra persona que le cuida.
Para llenar este vacío generado por la explicaciones psicofisiológicas de la emoción, se
ha tenido que apelar a la elaboración de hipótesis ad hoc, lamentablemente sin salir de dos
marcos en extremo restrictivos: del biologismo y del cognitivismo acerca del hombre-animal.
Así, Schachter (1962) introdujo un ingrediente cognitivo dentro de los procesos emocionales,
dando pie para que la emoción sea considerada una forma de cognición, sin tomar en cuen-
ta que el proceso cognitivo que precede o sigue a la emoción lógicamente no es parte intrín-
seca de la emoción. Por supuesto que existen conexiones entre los núcleos de relevo y las
áreas receptivas de los sistemas de la sensibilidad somática-cognitiva, y los núcleos y áreas
receptivas de los sistemas de la sensibilidad visceral-afectiva, en inclusive entre las áreas
neocorticales cognitivas y afectivas, y por estas razones uno puede sentir miedo al ver un
posible asaltante, o al recordar el asalto de hace una semana. Pero deducir de allí que la
emoción es una forma de cognición, nos parece un exceso de confianza en la propia intros-
pección por parte de los estudiosos de este asunto.
También Damasio (1992) comete el error –peor que el de Descartes, si es que éste lo
tuvo al respecto– de confundir estados viscerales funcionales con sensaciones psíquicas
afectivas y hasta con los sentimientos, y olvida o no toma en cuenta que las personas tienen
una estructura de motivos y valores, de convicciones e intereses que le permiten tomar de-
cisiones, no porque sean afectivamente agradables o desagradables, o porque sean cogniti-
vamente verdaderas o falsas, sino porque tienen una tabla de valores que de ningún modo
son inconscientes, sino tan conscientes como para saber qué es lo que más conviene: la
cuestión es que raras veces somos autoconscientes o valoramos críticamente nuestras de-
cisiones, porque en el fondo tienen mucho que ver con los principios morales que a lo mejor
contradicen nuestras expectativas. El concepto del marcador somático es pues sólo una
forma de decir que cuando uno toma una decisión vital, la felicidad parece extenderse como
sensación de bienestar corporal, pero no porque ésta sea la causa o la consecuencia de la
decisión, sino porque la decisión es congruente o consecuente tanto con nuestras actitudes
y tendencias como con las de las demás personas.
No cabe duda de que cualquiera de estas hipótesis ad hoc no pueden explicar los pro-
cesos esenciales de la actividad consciente de las personas, simplemente porque no se han
elaborado para eso; porque se han quedado o entrampado en la explicación del psiquismo
animal. Todo lo cual demuestra por que todos los intentos por explicar las relaciones entre
emoción y cognición no pasan del nivel que corresponde a la actividad psíquica de los ani-
males, como es el caso de las inteligencias múltiples (Gardner, 1983) o de la inteligencia
emocional (Goleman, 1996).
Si nos ha sido posible distinguir dentro del sistema de la personalidad dos niveles de or-
ganización de naturaleza psíquica, no tiene que ser difícil distinguir entre el nivel afectivo-
emotivo inconsciente y el nivel afectivo-emotivo consciente, dos estructuras psíquicas que
sólo por sentido común, sancionado por la ciencia natural de los animales, llevan la misma
denominación.
En el Cuaderno III, ya hemos discutido la necesidad de diferenciar dos clases de infor-
mación afectiva: inconsciente y consciente, y no será necesario insistir aquí sobre lo mismo.
Sin embargo, tenemos que hacer algunas observaciones y proposiciones adicionales sobre
el conjunto de aquellas formas de actividad psíquica personal que las englobamos bajo el
concepto de afectividad, teniendo en cuenta las atingencias que acabamos de hacer en tor-
no a ésta.
Recordemos que la información psíquica la hemos definido como la estructura cortical
del cerebro que refleja en sentido epigenético los procesos celulares, metabólicos y funcio-
nales que suceden dentro del sistema individual, cuya base externa de desarrollo es el am-
biente exterior a él y cuya actividad es el modelo interno de desarrollo que cinéticamente
reorganiza dichos procesos funcionales, metabólicos y celulares a los que de este modo
transforma en soporte activo del sistema en su totalidad.
En segundo lugar, parafraseando la definición anterior, definimos la información psíquica
afectiva como la estructura que refleja en sentido epigenético ciertas necesidades internas
de un sistema individual, cuya base externa de desarrollo son los elementos del ambiente
local con los que el individuo suple dichas necesidades, y cuya actividad es la base interna
de desarrollo que cinéticamente reorganiza la actividad visceral intraindividual en tanto el
individuo orienta su actividad hacia la obtención de dichos elementos que necesita.
Es importante destacar en este contexto la definición descriptiva de Smirnov y col.
(1960), quienes dicen que las emociones y los sentimientos “son una de las formas en que
el mundo se refleja en el hombre.” Que “no son, como las funciones cognoscitivas, el reflejo
mismo de los objetos y los fenómenos reales, sino que son el reflejo de la relación que hay
entre ellos, las necesidades y los motivos de la actividad del sujeto.” “Las emociones y los
sentimientos son la vivencia de que los objetos y fenómenos reales corresponden, o no, a
las necesidades del hombre y a las exigencias de la sociedad.” Estas proposiciones consti-
tuyen lo que podríamos llamar una aproximación a la concepción informacional que ha sido
reseñada previamente. Respecto de ellas tenemos que decir solamente que las relaciones
de las emociones con la cognición y la motivación sólo se dan en el plano epiconsciente, y
que la representación psíquica afectiva de las necesidades corporales y sociales plantea la
diferencia entre los niveles inconsciente y consciente de la actividad psíquica humana.
Recordemos a propósito de estas definiciones, que todas las clases de información tie-
nen el doble aspecto de su estructura y actividad, y por lo tanto afecto y emoción son lo
mismo, pero al mismo tiempo diferentes, por cuanto afecto es el aspecto de estructura y la
emoción es el de actividad de la información psíquica afectiva. En otros términos, afecto es
el lado estructural o espacial de la información; emoción es el aspecto de actividad o tempo-
ral de la misma. En otro sentido, el afecto refleja las señales sensoriales de entrada; la emo-
ción se refleja en las señales motoras de salida. Esta conceptuación de afecto y emoción
claramente explica por que en unos textos el primero se define como la vivencia y la emo-
ción como su expresión (Ruch y Patten, 1978), y en otros justamente al revés (Kaplan y Sa-
dock, 1995).
Es natural que podamos diferenciar las distintas formas y grados en que se vivencia la
actividad afectivo-emotiva: por su duración, intensidad, amplitud, valencia, dirección, por sus
relaciones con la cognición, el razonamiento, la percepción o la inteligencia. Sin embargo,
que un afecto o emoción sea vivenciado con una mayor o menor intensidad, por poco o por
mucho tiempo, como agradable o desagradable, consideramos que es totalmente secunda-
rio y hasta irrelevante para una delimitación más específica de los procesos afectivo-
emotivos. Otra cosa es que se indague por estas características de la estructura afectiva de
la persona cuando así se requiere por razones de su salud o educación, por ejemplo.
Una vez que hemos definido la naturaleza informacional de la afectividad, se tiene que
diferenciar entre la información afectiva inconsciente y la información afectiva consciente. Ya
hemos delimitado y estudiado el nivel inconsciente de la afectividad humana (Cuaderno III),
y ubicado su respectivo sistema de memoria en áreas del paleocórtex límbico; queda por
definir la estructura de la afectividad de nivel consciente, la que debe ser un componente de
la conciencia, y por lo tanto debe tener un sistema de memoria neocortical.
A diferencia de la información afectiva de nivel inferior que es determinada epigenética-
mente a partir de los estados celulares, metabólicos y funcionales del organismo durante la
psicogénesis intrauterina, y cinéticamente a base de las primeras sensaciones afectivas ex-
teroceptivas que registra el niño al momento de nacer, la información afectiva consciente del
nivel superior de la conciencia es determinada epigenéticamente a partir de la actividad
emotiva con la cual el infante busca suplir sus necesidades corporales internas, y sociociné-
ticamente a base de las señales emotivas que recibe y procesa en el curso de sus relacio-
nes interpersonales, las que a su vez reflejan la estructura tradicional de la sociedad donde
el niño se forma en los primeros años de su periodo formativo. De esta manera él incorpora
toda la información social tradicional que es característica de su grupo, comunidad y clase
social; luego la organiza y configura hasta conformar su estructura afectiva consciente, es
decir, la estructura de sentimientos que constituye el primer componente de su conciencia.
De la actividad de este componente depende la estructuración psicocinética de la actividad
afectiva inconsciente, las disposiciones afectivas, los grados de ansiedad y el temperamento
de base social de la personalidad.
En efecto, conforme el infante adquiere y forma su estructura de sentimientos, la activi-
dad que genera esta clase de información reestructura en sentido cinético, primero, la activi-
dad afectiva inconsciente, inclusive las formas de actividad cognitiva de este mismo nivel, y
a través de éstas a toda la actividad funcional, metabólica y celular del conjunto de la perso-
na en formación. Debe ser por esta razón, que las sensaciones afectivas de naturaleza ani-
mal gradualmente adquieren la forma de los sentimientos, y así son subsumidos dentro de la
estructura de la conciencia. El hambre se convierte en apetito, la sed en el deseo de “cuidar
los riñones”, el olor en atractivo sensual, el impulso sexual en deseo sexual, etc.
Llamamos disposiciones afectivas a las configuraciones más o menos duraderas que
adopta el conjunto de la estructura de la conciencia a base de la información afectiva; es el
potencial afectivo de una persona una vez que su conciencia ha sido estructurada a base de
dicha información afectiva. Esta estructura disposicional afectiva, en la persona despierta se
vivencia y manifiesta a modo de telón de fondo de la actividad consciente en la forma de
humor o estado del ánimo.
Dentro de este mismo esquema, la ansiedad viene a ser la forma como se organiza la
actividad epiconsciente a base de la misma información afectiva en un momento dado. Y el
temperamento de la persona (no del animal) viene a ser el componente visceral del individuo
organizado a base de información psíquica afectiva consciente; mejor dicho, si el individuo
fue inicialmente estructurado por la información afectiva inconsciente, poco después de su
nacimiento y en el largo proceso de su desarrollo formativo debe ser reestructurado por la
información afectiva consciente y así se forma el temperamento como el primer componente
de la personalidad. Sabemos que los niños nacen con un tipo de temperamento que se ex-
presa en un conjunto de rasgos que se pueden analizar y describir desde el momento en
que nace. Es lógico pensar que esta clase de temperamento ha sido organizado a base de
la información afectiva inconsciente desde antes del nacimiento. Por consiguiente, podemos
deducir que al incorporar el niño una clase nueva y superior de información afectiva, la mis-
ma actividad afectiva consciente tiene que reestructurar cinéticamente el temperamento del
individuo animal, para así transformarlo en el temperamento de la persona. De aquí en ade-
lante, las características psíquicas afectivas de la persona, que son los rasgos del tempera-
mento, ya no serán de naturaleza inconsciente, sino consciente, es decir, socialmente de-
terminadas.
En el cuadro 2.1.1, se presenta la estructura psíquica de la personalidad, que incluye
una clasificación sucinta de los sentimientos. La clasificación y la enumeración de ciertos
sentimientos son tentativos, y se plantean a modo se sugerencia para el análisis de la es-
tructura afectiva de la conciencia, o para contribuir a su formación, corrección u optimiza-
ción, por ejemplo.
CUADRO 2.1.1
ESTRUCTURA DE LA ACTIVIDAD PSÍQUICA AFECTIVA
DE LA PERSONALIDAD

a) Del nivel inconsciente: las sensaciones afectivas:


Ø Intrapersonales: sed, hambre, cenestesia, náusea, dolor, calor, frío
Ø Interpersonales: tacto afectivo (protopático), cosquillas, sensaciones
genitales
Ø Extrapersonales: olor, sabor; miedo y rabia.

b) El nivel consciente: los sentimientos:

–Intrapersonales:

Ø En relación con la alegría: agrado, dicha, placer, felicidad, éxito, júbilo,


entusiasmo, alivio, animación, orgullo, optimismo, satisfacción, dulzura.
Ø En relación con la tristeza: sufrimiento, abatimiento, pena, depresión,
nostalgia, abandono, vergüenza, culpa, remordimiento, melancolía,
insatisfacción, malestar.

–Interpersonales:

Ø En relación con el amor: cariño, ternura, estima, aprecio, deleite, piedad,


caridad, deseo sexual, lujuria, orgasmo.
Ø En relación con la cólera: agravio, desagrado, frustración, indignación,
desprecio, envidia, celos, odio, ira, venganza, disgusto.

–Extrapersonales:

Ø En relación con la tranquilidad: sosiego, serenidad, éxtasis, ensoñación,


tranquilidad, ecuanimidad, quietud, calma
Ø En relación con la angustia: alarma, susto, horror, terror, tensión,
preocupación, pavor, pánico, sorpresa, resentimiento, estupor, asco

c) Las disposiciones afectivas

Ø Humor alegre
Ø Humor triste
Ø Humor irritable
Ø Humor angustiado
Ø Humor tranquilo

d) Rasgos psíquicos del temperamento

Ø Sensible/insensible
Ø Impulsivo/reflexivo
Ø Calmado/nervioso
Ø Tenso/relajado
Ø Tolerante/rígido
En este cuadro incluimos las sensaciones afectivas para confrontarlas con los senti-
mientos. De esta confrontación debe quedar clara la diferenciación de los niveles de la afec-
tividad humana. Dentro del esquema es posible definir qué son realmente las llamadas
emociones básicas o primarias. En el Cuaderno anterior habíamos insinuado la idea de que
éstas deben resultar de la integración transcortical de sensaciones más elementales. Ahora
debemos diferenciarlas mejor, bien como sensaciones afectivas complejas, o bien como
sentimientos fundamentales, teniendo en cuenta que es posible que en algunas personas
sean determinadas epigenéticamente con mayor intensidad o penetrancia que otras en
quienes lo serían más sociocinéticamente, en grados que dependen de cada personalidad y
de sus circunstancias de vida. En todo caso, pueden considerarse como sensaciones afecti-
vas complejas que en el hombre son estructuradas sociocinéticamente durante su desarrollo
formativo en la infancia.. Aunque no hay acuerdo sobre cuántos y cuáles son estos afectos,
podrían ser los pares alegría/tristeza, amor/cólera y tranquilidad/angustia, con la diferencia
de que no podemos considerarlos como de naturaleza animal o inconsciente, sino de
naturaleza social o consciente.

2.1.2. El neocórtex paralímbico es el sistema afectivo-emotivo de la conciencia


Recordemos brevemente que el paleocórtex límbico ha sido considerado como el asien-
to de las emociones (Papez) o como el cerebro visceral correspondiente al nivel de los ma-
míferos (Mac Lean); se ha dicho también que contiene áreas de castigo y recompensa en
relación con un posible mecanismo de la motivación (Olds y Milner); recientemente, se ha
sugerido que es un sistema de integración entre las áreas corticales y las estructuras sub-
corticales que controlan las emociones (Smith y DeVitto). De lo dicho en el Cuaderno ante-
rior, podemos deducir que el concepto de “sistema límbico” es innecesario; que el lóbulo
límbico (así denominado desde Broca) es un tipo de paleocórtex, que contiene varias áreas
nodales: cingular anterior, cingular posterior y parahipocámpica que se interconectan entre
sí por medio del cíngulo, y que funcionan como áreas de integración neocórtico-
paleocórtico-subcortical.
Desde nuestro particular punto de vista, ciertas zonas del paleocórtex límbico son las
áreas receptivas primarias que constituyen el sistema de memoria afectivo-emotivo de nivel
inconsciente. Este sistema contiene las redes neurales que han codificado y procesan la
información psíquica afectiva inconsciente que son las sensaciones afectivas. De la integra-
ción intramodal de estas sensaciones afectivas deben resultar las sensaciones afectivas
más complejas –las emociones primarias–, que en el recién nacido se encuentran en el
mismo nivel de la actividad psíquica animal, pero más tarde quedarán subsumidas dentro
del sistema afectivo-emotivo consciente de la personalidad.
Respecto de la información afectiva consciente, una vez que la hemos definido su natu-
raleza social, debemos explicar cómo se codifica y procesa en la corteza cerebral de la per-
sona.
Debemos señalar al respecto que las hipótesis más actuales sobre las emociones toda-
vía siguen implícitamente los principios señalados por Darwin que quedan como un legado
al que no se quiere o no se puede renunciar fácilmente. Así, LeDoux (1996), entre otros,
cree haber encontrado evidencias de que ya no es el hipotálamo, ni siquiera la corteza lím-
bica, sino la amígdala el verdadero asiento de las emociones. Esta explicación es interesan-
te por cuanto Penfield (1954) ya había mostrado que la estimulación eléctrica del neocórtex
orbitario y temporal anterior de enfermos epilépticos desencadena crisis caracterizadas por
vivencias afectivas, así como alucinaciones, y desórdenes del sentido de familiaridad (crisis
de deja vú o jamais vú). Sin embargo, ahora se dice que con el uso de técnicas más refina-
das, la estimulación de estas áreas corticales no producen tales experiencias, sino sólo
cuando alcanzan la amígdala. Además, la sola estimulación de este núcleo es capaz de
producirlas. A esta aseveración se añade el supuesto de que el paso de la información a
través del sistema límbico temporal tiñe la información extrapersonal con el color de la expe-
riencia intrapersonal. Se dice, además, que el hipocampo consolida la información sensorial
extrapersonal y que la amígdala dota o provee a la información sensorial el tono afectivo y
experiencial apropiado. También se afirma que es posible que la información sensorial ex-
trapersonal sea consolidada en la memoria neocortical como función del tono afectivo y ex-
periencial tal como se ve en el aprendizaje dependiente del estado emocional (Ross; en
Trimble y Cummings, 1997, pág 107 y sgts.)
¿Y todo esto demuestra que las emociones se experimentan en la amígdala y no en la
corteza cerebral?. En primer lugar, es evidente que esta clase de explicaciones traduce una
actitud de fondo: la de creer que el hombre es tan animal como cualquier primate, de modo
que la explicación tiene que adaptarse a esta creencia. Porque si no fuera así, se tendría
que ofrecer otras alternativas. Por ejemplo que la amígdala integra la redes corticales, ya
que hay la experiencia de que toda estimulación, por mínima que sea tiene un efecto disrup-
tivo sobre la fina conectividad de la red cortical (como el caso de la estimulación de las
áreas del habla que no inducen la emisión de palabras sino el bloqueo de las mismas). Por
otro lado, en ningún momento se está investigando por sentimientos, sino por emociones
primarias. Aunque es más probable que éstas dependan de la integración de redes amplia-
mente distribuidas en la corteza límbica (Véase el Cuaderno N° 3).
Otra cuestión tan importante como las anteriores, es la creencia de que las señales psí-
quicas son lo mismo que las señales neurales, y que por lo tanto se propagan del mismo
modo, de un núcleo a otro, o de un núcleo a la corteza para que ésta la represente cogniti-
vamente. Tampoco se piensa que los afectos son una clase de información psíquica y que
de ésta depende la actividad psíquica afectiva que vivenciamos subjetivamente. Recorde-
mos que en las teorías sobre las emociones ni siquiera se diferencia entre la información
psíquica, la actividad psíquica y su expresión corporal, funcional, metabólica y celular; y muy
superficialmente se hace referencia a una memoria emocional para la codificación de una
clase de información emocional que ha sido definida sólo en términos de noticia o mensaje.
En la explicación neurofisiológica de la afectividad humana hay pues serias incongruen-
cias sobre las que debemos llamar la atención desde el comienzo. Por un lado, ya hemos
visto que las neurociencias cognitivas, al separar el sistema cognitivo del emocional como si
fueran formas de actividad psíquica animal, ha relegado a todas las formas de afectividad
humana al nivel paleocortical límbico. Por otro lado, la neurología y la neuroanatomía han
sostenido sin ambages que existen áreas mudas de la corteza cerebral cuya función no nos
es conocida, y que solamente se espera que en el futuro se planteen las preguntas correc-
tas para hacer las indagaciones apropiadas respecto de sus posibles funciones. Lo intere-
sante de esta espera es que las áreas mudas son las áreas neocorticales paralímbicas, para
las cuales no se ha encontrado una función cognitiva, que es seguramente lo que se desea
que tengan.
La pregunta clave es entonces, ¿dónde se guarda la información psíquica que conoce-
mos como sentimientos?. Por principio, no cabe la menor duda que cada personalidad tiene
la estructura de sentimientos que ha adquirido en las primeras etapas de su desarrollo for-
mativo. Tenemos que deducir que esta estructura psíquica del hombre es de nivel conscien-
te, justamente porque se forma desde y dentro de la sociedad (y no porque el sujeto pueda
darse cuenta de que los tiene o los está usando).
La hipótesis de trabajo que asumimos aquí, que ya fue propuesta en otro lugar (Ortiz,
1997), es que todo el conjunto de la información afectiva consciente que constituye la
estructura de sentimientos de la personalidad se codifica y procesa en el neocórtex
paralímbico, corteza de asociación límbica o simplemente neocórtex afectivo constituido por
las áreas orbitaria frontal y temporal anterior que ya fueron incluidas como áreas límbicas,
primero por Yakovlev (1948) y después por Livingston y Escobar (1971).
Aunque en la actualidad está plenamente aceptada la idea de que estas áreas constitu-
yen una corteza de asociación, aún no se definido cual es su función. La idea implícita en
los textos es que se trata de una simple extensión de las áreas límbicas y que por lo tanto es
parte del cerebro emocional de los mamíferos. Por eso es que se la considera como un área
cognitiva cuya función sería el control de las emociones y la motivación, como si las emo-
ciones estuvieran en otro lugar; más ahora que se cree que la experiencia emocional se
produce en la amígdala. En otros términos, significaría que es un área cognitiva cuya fun-
ción es darse cuenta de las emociones, y de modular o impedir la expresión de las emocio-
nes que procesa la amígdala (aunque hay versiones que otorgan a esta estructura subcorti-
cal todos estos poderes).
Por nuestra parte, hemos sugerido (Ortiz, 1996) la posibilidad de que estas áreas para-
límbicas se extiendan más allá de los límites que han mostrado las observaciones experi-
mentales hasta incluir las mal llamadas “áreas mudas” de la corteza cerebral. La hipótesis
es que toda esta área neocortical constituye una unidad de naturaleza psíquica (no funcio-
nal), y que no es una mera extensión del paleocórtex límbico, sino que es una corteza ubi-
cada en el mismo nivel de las áreas parietotemporooccipital y frontal dorsolateral; que no
procesa las sensaciones afectivas del recién nacido y que caracterizan a los animales supe-
riores, sino que almacena y procesa los sentimientos humanos de origen social.
Debemos pues reunir ahora todas las posibles evidencias, clínicas y experimentales,
que nos permitan demostrar que esta área neocortical paralímbica es el sistema de memoria
afectivo-emotiva que guarda dicha información psíquica, esto es, la estructura de sentimien-
tos que caracteriza a una personalidad. Con esta finalidad, revisaremos primero la estructu-
ra y luego las conexiones de esta importante área de la corteza cerebral humana.

2.1.3. Estructura y conexiones del neocórtex afectivo


Aunque el lóbulo frontal parece constituir una unidad anatómica, su estructura funcional
claramente muestra que contiene dos sistemas de redes neurales bastante bien diferencia-
das (además de las áreas motoras): uno orbitario y otro dorsolateral. Incluso desde el punto
de vista anatómico puede notarse la separación de estas dos áreas. Por un lado, el núcleo
dorsomedio del tálamo distribuye sus proyecciones separadamente a estos dos sistemas;
por otro, existe una masiva interconexión de las áreas orbitaria y temporal anterior por medio
del fascículo unciforme.
El neocórtex de asociación paralímbico comprende las áreas de Brodmann del lóbulo
orbitario: 11, 12, 47, 25, 32, 33; 23, 24, 44 y 45, y del lóbulo temporal: 36, 20, 38, 27, 34, 35,
36, 21 y 22. Las áreas afectivas netamente neocorticales son las áreas 12, 11, 36, 20, 21 y
22; las demás son yuxta-alocorticales o de tipo transicional. Comprende toda la extensión de
las áreas 21 y 22 del hemisferio derecho y sólo su parte anterior en el lado izquierdo. Ya
hemos visto (Capítulo 1.3) que por lo menos parte del área de Wernicke del hemisferio de-
recho queda dentro de esta corteza afectiva y que posiblemente incluya también una parte
del área de Broca de este mismo lado.
El área paralímbica tiene una estructura neocortical (Bailey y Bonin, 1951). Es una cor-
teza de tipo eulaminar o de seis láminas, y no parece tener diferencias histológicas ostensi-
bles respecto de estas otras áreas neocorticales, especialmente del área parietal inferior que
se toma como prototipo. A pesar de que los anatomistas clásicos pudieron diferenciar varias
áreas dentro de ella, el estudio mencionado de Bailey y Bonin no ha confirmado estas ob-
servaciones.
No obstante esta similitud histológica (al microscopio ordinario), es de suponer que las
redes corticales de las áreas afectivas tengan una organización diferenciada respecto de las
otras dos áreas neocorticales, cognitiva y conativa. Es decir, es posible que la forma como
se codifica la información afectiva sea diferente de la forma como se codifica la información
cognitiva, y también distinta de la información conativa. Esta aseveración se deduce de la
facilidad con que los niños imitan los gestos de los demás; la codificación de las señales
psíquicas afectivas al parecer ocurre simultánea y casi instantáneamente. Esto implicaría un
tipo especial de red. Imaginemos, por ejemplo, la cantidad de información que recibe un
bebé en los primeros días de nacido cuando es tratado por su madre: debe haber instantes
en los procesa al mismo tiempo la expresión del rostro, la entonación de la voz, las palabras
que dice, el olor y sabor de su piel, los puntos de contacto sobre su piel, los puntos de pre-
sión con que se adaptan los brazos y manos a la forma del cuerpo del niño, además de las
características del contexto en ese momento, todo lo cual puede registrarse afectivamente
en pocos instantes. Debe ser por ello que difícilmente sabremos acerca del momento y la
manera cómo un niño retuvo una cierta configuración de sentimientos, que muchas veces
son los menos esperados por quienes le cuidan. Es posible que ocurra un almacenaje ins-
tantáneo y duradero dadas ciertas circunstancias: una escena de ternura o de violencia, una
llamada de atención en el momento preciso, una actitud hostil o una relación cariñosa, un
consejo dicho con énfasis emocional, todas estas son situaciones complejas que se pueden
grabar de una vez y para siempre.
El neocórtex afectivo tiene conexiones aferentes de las áreas receptivas olfativas, gus-
tativas, y viscerales generales del nivel paleocortical, directamente y a través del núcleo cen-
tromedio del tálamo. Sus conexiones eferentes se proyectan a la corteza límbica, al comple-
jo de la amígdala, al hipotálamo lateral, la sustancia gris periacueductal, los núcleos del rafe
y ceruleus, y los núcleos autonómicos del tronco cerebral. A través del cíngulo, las vías de
asociación del cuerpo estriado y el tálamo, y las redes transcorticales más directas, se inter-
conecta en paralelo con las áreas de transición auditivas verbales, y con las otras dos áreas
de asociación, cognitiva y conativa del hemisferio correspondiente. Las conexiones bihemis-
féricas se efectúan directamente a través de la comisura blanca anterior y a través del cuer-
po calloso para las áreas temporales laterales.
Una cuestión adicional es saber si existe alguna diferenciación entre la clase de activi-
dad psíquica que realizan las áreas orbitarias y temporales. Lo único que puede decirse es
que las áreas temporales parecen estar en relación con procesos funcionales predominan-
temente sensoriales, en tanto que las áreas orbitarias parecen estarlo en relación con pro-
cesos predominantemente motores. Como veremos en seguida, los desórdenes temporales
son más por defecto (anafectividad), mientras que las orbitarias son más de pérdida de con-
trol de la expresión emocional,
Finalmente, tendremos en cuenta que así como el estado interno del individuo se puede
expresar en la información afectiva en el plano subconsciente, así también ésta puede con-
vertirse en actividad emotiva epiconsciente que se puede expresar o no, gestual, visceral o
metabólicamente en un momento dado. Recuérdese al respecto, la diferencia entre 1) la
información afectiva guardada en el sistema de memoria afectivo-emotiva del neocórtex pa-
ralímbico, 2) la actividad afectivo-emotiva del cerebro, y 3) la expresión emocional del indivi-
duo (en gestos y/o cambios viscerales y/o cambios metabólicos).

2.1.4. Evidencias clínicas y experimentales


Veamos ahora si es que hay evidencia suficiente que demuestre que estas áreas para-
límbicas son el sistema de memoria afectivo-emotiva del nivel consciente. Infortunadamente
no las hay, por lo menos de manera definitiva; pero si hay indicios razonables de que este
es el caso. Un problema es que no disponemos de procedimientos electrofisiológicos, del
tipo de los potenciales evocados, con los que pudiéramos rastrear los procesos funcionales
que subyacen a los sentimientos. Tampoco existe una batería de pruebas psicológicas que
nos permitan hacer un inventario de las clases de sentimientos que tiene una persona, y
menos de la configuración que han adoptado a lo largo de su historia. Sería teóricamente
posible que, teniendo el perfil sentimental de la persona, se lo pueda correlacionar con la
presencia de lesiones que afectan precisamente las áreas paralímbicas señaladas. Por otro
lado, una vez que se sabe que un enfermo tiene una lesión en las áreas paralímbicas, sería
posible constatar qué sentimientos se han perdido o modificado por efecto de la lesión. Algo
parecido a esto se hace con los inventarios, por ejemplo del tipo MMPI, o indagando a tra-
vés de testigos o por reporte del propio enfermo acerca de su humor, ansiedad o estado de
ánimo; pero estos test no responden a la pregunta arriba formulada, acerca de cuál es la
estructura de sentimientos de la persona bajo estudio.
Con todo, tiene sentido imaginar que la enorme cantidad y variedad de sentimientos que
tiene una persona, deben ocupar una importante proporción de la corteza cerebral, y que
esta corteza no puede ser la misma que en los animales codifica sus emociones más ele-
mentales. Nuestra presunción de que las áreas mudas son las áreas afectivas de nivel
consciente parece ser pues más lógica que empírica. Pero es la única posibilidad y no existe
otra alternativa. Por otro lado, no existen otras áreas neocorticales además de las paralímbi-
cas cuyas lesiones produzcan alteraciones emocionales tan específicas como las que se
observan cuando se afectan las áreas orbitarias y temporales anteriores. En un número im-
portante de casos bien estudiados, las lesiones de estas áreas producen trastornos que si-
guen el patrón de Jackson de la liberación de la actividad de nivel inferior por pérdida o blo-
queo de las estructuras superiores que las organizan en el curso de la vida de una persona.
En tales pacientes todo sucede como si las emociones primarias quedaran fuera del control
de parte del nivel superior de actividad. Lo único que podríamos deducir es que las altera-
ciones emocionales que se observan en pacientes con lesiones de las áreas orbitarias o
temporales anteriores parecen deberse a una ausencia parcial o completa de la estructura
de sentimientos y la consiguiente liberación y la expresión fácil de las emociones paleocorti-
cales límbicas.
Así, por ejemplo, las alteraciones emocionales que se observan en personas con lesio-
nes destructivas de las áreas orbitarias consisten en cambios bruscos del humor, irritabili-
dad, pérdida del control emocional. Estos últimos ocurren en la forma de episodios o crisis
de violencia o de agresividad, de mayor o menor intensidad y duración. Al respecto, ya a
fines del siglo pasado se sustentó la hipótesis de que los lóbulos frontales eran el asiento de
la personalidad, sobre todo desde que Welt en 1888 (citado en: Benson y Blumer, 1975)
estableció la primera correlación entre los cambios de personalidad y la lesión de los lóbulos
frontales encontrada en el estudio postmortem de un paciente que cayó de una altura de
100 pies. Éste era un peletero que habiendo sido una persona de buenos modales, sociable
y alegre, se volvió cascarrabias, desagradable y de comportamiento amenazador. La lesión
que afectaba ambas áreas orbitarias, era más extensa en el lado derecho. Desde entonces
se diferencia entre una clase de desórdenes debidos a lesiones de la parte dorsolateral de
los lóbulos frontales y un desorden afectivo caracterizado por euforia, hiperactividad, irritabi-
lidad, puerilidad, excesivo entusiasmo y ánimo burlón, debido a lesión de la región frontal
orbitaria.
El síndrome de Klüver-Bucy (que fue provocado experimentalmente en animales) tam-
bién ha sido observado en enfermos con lesiones que destruyen la parte anterior de los ló-
bulos temporales. En estos se ha observado un estado de anafectividad con hiperexcitación
sexual y la tendencia a llevar objetos a la boca, de modo similar a lo que hacen los niños
pequeños.
En pacientes con lesiones temporales mediales extensas, generalmente bilaterales o só-
lo derechas, se produce el fenómeno de prospagnosia que es la incapacidad de reconocer a
las personas allegadas por su rostro. El hecho de que el paciente puede describir la cara de
la persona, que puede ser su familiar más cercano o su propio rostro en un espejo, indica
que el problema no es cognoscitivo, sino primariamente afectivo. Este trastorno es diferente
de aquellos en que el paciente no es capaz de percatarse del estado emocional de otra per-
sona a partir de sus gestos, ademanes o la entonación de su voz que se observa en pacien-
tes con lesiones temporales derechas. Para estos pacientes todo sucede como si no pudie-
ran imaginar el estado emocional de otra persona a partir de la expresión de su rostro o de
su modo de hablar. Otros pueden presentar el fenómeno inverso de no poder expresar su
estado emocional en los respectivos gestos. En estos pacientes las lesiones afectan el
opérculo frontal, también del hemisferio derecho.
Babinski en 1914 (citado por Critchley, 1954) fue uno de los primeros en describir pa-
cientes que mostraban una indiferencia a la parálisis de su hemicuerpo izquierdo. En pacien-
tes con lesiones parietales y temporales derechas se han descrito varios desórdenes psíqui-
cos de este tipo con los nombres de anosognosia, anosodiaforia y somatoprafrenia; en todos
ellos hay un desorden afectivo de fondo. Más recientemente, ya vimos (cap. 1.3) que se han
estudiado minuciosamente pacientes con desordenes de los aspectos prosódicos del habla
que tenían lesiones temporales, parietales y frontales predominantemente en el hemisferio
derecho.
También son distintivas las crisis epilépticas del lóbulo temporal y las alteraciones del
humor y el temperamento que siguen a las mismas, a veces de modo permanente. Las crisis
afectivas son episodios de minutos de duración en que el enfermo experimenta estados de
angustia, tristeza, alegría o miedo. Aunque estas crisis parecen originarse por lesiones del
hipocampo o de la amígdala, la actividad eléctrica anormal que se registra durante las crisis
indican cambios funcionales en los lóbulos temporales.
Algunos pacientes con esta clase de epilepsia, en quienes las crisis se han repetido por
varios años, también se observan cambios del humor y de los rasgos psíquicos del tempe-
ramento, que consisten en un estado persistente de hiperemotividad, viscosidad, circunstan-
cialidad, religiosidad que por lo general se asocian a disminución o desaparición de la libido.
Hay una mayor incidencia de esta clase de problemas cuando la lesión afecta el lóbulo tem-
poral derecho.
Aunque las imágenes no son todavía convincentes, el registro de la actividad metabólica
por medio de tomografía por emisión de positrones y por resonancia magnética parece mos-
trar cambios en las áreas temporales y frontales de pacientes deprimidos o con estados cró-
nicos de angustia o de crisis de pánico. Así, por ejemplo, el área temporal anterior derecha
parece activarse en pacientes con crisis de pánico (crisis que además se pueden desenca-
denar por una inyección de lactato de calcio). También hay un aumento de la actividad me-
tabólica en los polos temporales en sujetos con angustia normal y en pacientes con angustia
patológica.

2.1.5. Diferenciación hemisférica


Aunque hay evidencia estadística de que hay una diferenciación entre los hemisferios
cerebrales respecto del procesamiento afectivo-emotivo, hasta el momento no está claro en
qué consiste tal diferenciación. La mayor extensión de las áreas afectivas en el hemisferio
derecho se puede deducir de la evidencia clínica que nos proporcionan los casos de apro-
sodia y de indiferencia afectiva debidas a lesiones del hemisferio derecho, como acabamos
de ver. Pero esta clase de diferenciación no es suficiente para explicar la naturaleza de la
actividad psíquica dependiente de las áreas paralímbicas de uno y otro hemisferio. Hay va-
rias posibilidades al respecto. Lamentablemente, mucho depende de la manera como se
diseñan las investigaciones y de cómo se interpretan los hallazgos clínicos, y de que en gran
número de casos sólo se han estudiado las emociones básicas.
Una hipótesis es que el hemisferio derecho interviene en la regulación de todas las
emociones. Una segunda, sostiene que cada hemisferio codifica clases distintas de emocio-
nes: las de valencia negativa y desagradables en el lado derecho, y las de valencia positiva
y agradables en el izquierdo. También existe la posibilidad de que diferentes formas de
afecto se procesen en cada hemisferio. Así, por ejemplo, cuando se diferencian las emocio-
nes primarias de las emociones “sociales”, en un experimento en el cual se observa la ex-
presión facial de sujetos ante figuras familiares, paisajes, sucesos inusuales y situaciones
desagradables, se encontró que las personas normales muestran una mayor expresividad
ante figuras familiares y mucho menor expresividad ante las figuras desagradables. Antes
estas mismas figuras, los pacientes con lesiones de hemisferio derecho mostraron una ex-
presividad emocional disminuida, mientras que los pacientes con lesiones de hemisferio iz-
quierdo mostraron respuestas exageradas a todas las figuras. Esta forma de respuesta sig-
nificaría que los pacientes con lesiones derechas modulan todas las emociones primarias,
sin tener en cuenta su valencia, en tanto que la alta expresividad de los pacientes con lesio-
nes izquierdas significaría que no pueden seguir las reglas sociales de expresión emocional,
consistente en exagerar las expresiones agradables y enmascarar las desagradables. Si se
acepta esta interpretación, concluiríamos en que el hemisferio derecho modula todas las
emociones primarias, mientras que el hemisferio izquierdo aumenta las positivas e inhibe las
expresiones emocionales negativas, pues tendría la capacidad de exteriorizar las emociones
positivas que son útiles en la comunicación social (Buck y Duffy, citados en: Trimble y
Cummings, 1997).
En un experimento usando el test de Wada (la inyección de un anestésico a través de
una de las arterias carótidas por vez), los sujetos debían recordar verbalmente una expe-
riencia emocional primaria que ha sido previamente identificada: durante la anestesia del
hemisferio derecho los sujetos mostraron que habían alterado su recuerdo del contenido
afectivo pero no el hecho en sí. Esta alteración implicaría que los sujetos recuerdan la expe-
riencia emocional social antes que la experiencia emocional primaria, y que, por lo tanto, el
hemisferio derecho modula las emociones primarias y la conductas relacionadas, en tanto
que el hemisferio izquierdo modula las emociones sociales y ejerce el control volitivo de la
expresión emocional (Ross, Homan y Buck, citados en Trimble y Cummings, 1997).
Sin negar su importancia, tenemos dos dificultades con estos experimentos. La primera
es que no se precisa qué áreas de cada hemisferio están lesionadas; la segunda, que se
habla como si cada hemisferio fuera un ente que ejecuta una papel funcional solamente. Si
bien aquella puede superarse tomando en cuenta las observaciones clínicas acerca de los
trastornos psíquicos que se producen por alteraciones orbitarias y temporales anteriores, la
segunda dificultad es insuperable dentro del funcionalismo que equipara las señales neura-
les con las señales psíquicas. Al reducir éstas a los trenes de impulsos nerviosos, se llega a
un entrampamiento que es tan insuperable como el de la diferenciación entre la actividad
psíquica animal y la humana.
En cambio, desde el punto de vista de la organización del sistema de la personalidad, es
posible usar mejor los datos empíricos disponibles para sostener que las diversas clases de
información afectiva que constituyen la estructura afectivo-emotiva de nivel consciente, se
codifican en el sistema de memoria neocortical que conforman las áreas orbitofrontal y tem-
poral anterior. Que es posible que los aspectos estructurales o afectivos de dicha informa-
ción se codifiquen preferentemente en las redes neurales de estas áreas del hemisferio de-
recho, mientras que los aspectos de actividad o emotivos de la misma información lo hagan
en las áreas opuestas del hemisferio izquierdo. De este modo, las diferencias observadas en
la forma cómo cada hemisferio procesa algunos aspectos de las emociones primarias y po-
siblemente los sentimientos, dependa de la manera como se integran estas clases de infor-
mación en el plano epiconsciente, es decir, en los planos de la percepción, la imaginación, el
pensamiento y la actuación de la persona.
La cuestión es que al aislar los procesos psíquicos de las redes corticales, después de
diferenciar los niveles inconsciente y consciente, se tiene que diferenciar entre el plano de
la información guardada en la red y la información en uso. De aquí se puede deducir que
debe haber estrechas relaciones: 1) entre la representación psíquica del espacio actual,
personal y extrapersonal, y la estructura afectiva de la actividad epiconsciente que se inte-
gran desde el hemisferio derecho, y 2) entre los procedimientos psíquicos que se dan el
tiempo real, personal y extrapersonal, y los procesos emotivos que se integran en el hemis-
ferio izquierdo. En tal caso, resulta secundario decidir qué clases de información afectiva
inconsciente o consciente –una conceptuación que dígase de paso incluye y supera a los
conceptos de emoción primaria y emoción “social”–, se han codificado en cada hemisferio,
puesto que esta ya viene a ser una cuestión personal. En otras palabras, la configuración
que adopta la diversidad de la información afectiva en cada hemisferio viene a ser importan-
te sólo dentro de la historia de una persona.
CAPÍTULO 2.2

EL SISTEMA COGNITIVO-PRODUCTIVO

Naturaleza de la cognición humana: Los conocimientos. El neocórtex parieto-temporo-


occipital es el sistema cognitivo-productivo de la conciencia: Estructura y conexiones. Evi-
dencias clínicas y experimentales. Diferenciación hemisférica.

Si partiéramos del punto de vista del sentido común, y dijéramos que conocer es la acti-
vidad psíquica superior que depende de la función integrada de todo el cerebro, concluiría-
mos en que la psicobiología es la ciencia que tiene por objeto el estudio y explicación de los
procesos cognitivos. Si fuera así, resultaría que el concepto de cognición reemplaza a los de
mente, pensamiento, conciencia, inteligencia y hasta al mismo concepto de alma; todo lo
cual apenas serviría como una primera aproximación a la explicación científica de la activi-
dad cognitiva.
Según el diccionario, cognición es efecto y acción de conocer. Y conocer o cognocer se
define por sus sinónimos, principalmente: averiguar, entender, advertir, saber, percibir, con-
jeturar, sentir. Cognitivo es todo lo relativo al conocimiento en sí. Cognoscitivo es todo
aquello que es capaz de conocer. Por eso hablamos de un sistema cognitivo, diferente de la
capacidad cognoscitiva en busca de algo. Cognitiva es la actividad psíquica de una estructu-
ra cerebral. Cognoscitiva es la actividad del estudiante que revisa su libro. Conocimiento es
lo mismo que cognición, pero también significa entendimiento, inteligencia, razón natural,
facultad sensorial, así como noción, ciencia, sabiduría. Todas estas formas de conceptua-
ción corresponden al sentido común organizado, no vulgar, que nos pueden servir para de-
limitar nuestro objeto de estudio.
Pero una vez que hemos concluido en que la conciencia es un sistema psíquico neocor-
tical de tres componentes, cada uno con su respectivo sistema de memoria (que codifica
una clase específica de información psíquica de base social), la estructura cognitiva necesa-
riamente tiene que ser reducida a sus verdaderas dimensiones: a la corteza parietotempo-
rooccipital, cuyas redes neurales tienen todos los niveles de organización del neocórtex:
psíquico consciente, psíquico inconsciente, funcional, metabólico y neuronal, con sus res-
pectivas entradas sensoriales y salidas motoras. Lógicamente que nos estamos refiriendo al
sistema cognitivo aislado como está en el plano subconsciente, con sus propias clases de
información guardadas o fuera de uso; situación diferente a la de la actividad cognitiva inte-
grada con la actividad afectiva y la conativa en el plano epiconsciente.

2.2.1. Naturaleza de la cognición humana: Los conocimientos


Dentro de las concepciones de la psicología cognitiva, la cognición es la serie de proce-
sos por los cuales la información sensorial se transforma, reduce, elabora, almacena, recu-
pera y usa (Neisser, 1967). Según ese concepto, los procesos cognitivos serían: la sensa-
ción, la percepción, la memoria, el lenguaje, el pensamiento, la conciencia, la regulación de
la conducta (Mesulam, |998); aunque también podrían incluir las emociones y la motivación
(pues hay teorías cognitivas de estas formas de actividad). Como se puede apreciar, la con-
ceptuación científica aparentemente reduce el concepto; pero lo importante es que la defini-
ción tiene un concepto clave, que es el de información, con lo cual el panorama se amplía
más allá de los límites del sentido común.
Sin embargo, al no tomar en cuenta la naturaleza social del hombre, contrariamente a la
visión sobredimensionada en que se fundan, los modelos actuales de la cognición reducen
la actividad cognitiva a los procesos funcionales de la transmisión de señales, o a un tipo de
procesamiento de información, donde la naturaleza de la información no ha sido especifica-
da. En efecto, se habla de colores, sonidos, objetos, rostros, palabras, imágenes, ideas que
se transmiten de un área cerebral a otra como si fueran señales neurales, dando énfasis en
ocasiones a las redes de la corteza, en otras a las de los núcleos subcorticales, tratándolos
como si tuvieran la misma clase de funciones.
Un primer problema teórico, pero sin duda importante, es que, al caer en el supuesto de
que el modelo que explica un aspecto particular puede explicar a todo el conjunto de un ob-
jeto, se da por sentado que una teoría de la cognición puede explicar toda la actividad psí-
quica de todos los animales, entre los que se ubica al hombre. Aunque esta táctica pudo ser
útil en los albores de la ciencia, es la táctica del sentido común que a partir de un aspecto o
circunstancia pretende explicar todo el conjunto de una realidad compleja.
Ya hemos insistido en varias ocasiones cuán importante es el modelo descriptivo de una
cierta actividad cuando se requiere de una explicación de los procesos que la determinan; al
mismo tiempo, es imprescindible que el modelo de nivel explicativo tenga el debido sustento
teórico, lógico y empírico.
Infortunadamente, en la explicación de la cognición sobran y faltan los modelos explicati-
vos de uno y otro nivel. En primer lugar, no está claro todavía cuántas y qué estructuras
cognitivas existen en el cerebro; un problema similar al de la identificación de las emociones
primarias, con la diferencia de que en el caso de la cognición se ha sugerido la posibilidad
de que a estas estructuras se sume la propia estructura emocional.
En segundo lugar, se tiene que decidir si son realmente estructuras que ocupan un es-
pacio, ya que es posible que se trate de procesos que se dan en el tiempo. Recientemente
el concepto de Fodor (1986) sobre la modularidad de la mente parece sustituir a esta forma
de ver los componentes de la cognición. Otro problema es el de la naturaleza de los conte-
nidos, esto es, qué contienen estos módulos, además de que se hace difícil explicar cómo
se relacionan entre sí aquellas estructuras, procesos o módulos. Se pensó que lo harían en
forma secuencial, en serie o en cascadas jerárquicas; actualmente se piensa que se relacio-
nan en paralelo.
Es frecuente usar términos psicológicos y fisiológicos de manera intercambiable, o pen-
sar que ciertas zonas nodales de la corteza no son estructuras que contienen información,
sino puertas de acceso (gateways) de un área cortical a otra. Las imágenes que generan
estas hipótesis son las de una red cortical vacía, que da paso a impulsos nerviosos cada vez
que arriba una señal sensorial, y también a la de un cerebro que solo fotocopia objetos, ca-
ras, espacios, palabras, todos los cuales son manejados por un yo o una central ejecutiva
ubicada en un lugar estratégico, que podría ser el lóbulo frontal, ya que no es la glándula
pineal como suponía Descartes, ni la formación reticular ascendente como quería Penfield.
La concepción mecancista de esta clase de explicaciones es evidente cuando se dice
que tal o cual núcleo o región cerebral controla, regula o procesa, por ejemplo, que la aten-
ción, la emoción y la motivación modulan la cognición. Además, son notables las dificultades
que han surgido en la explicación fisiológica de la mente, la conciencia, la percepción, el
pensamiento, la inteligencia, en gran medida debido a la falta de definición de los conceptos,
lo que es más evidente cuando estos términos se tratan como si fueran sinónimos, y peor
aún, cuando se los define como estructuras, procesos o módulos que forman parte de la
cognición. Uno de los resultados de estas dificultades conceptuales es el vacío que se ex-
tiende entre los modelos de la psicología cognitiva y los de la neurociencia cognitiva (como
puede verse en el texto de Gazzaniga, 1995).
Comparemos, por ejemplo, los modelos más conocidos entre nosotros acerca de la cog-
nición. El modelo de Welford (1965) que fue elaborado para explicar los procesos subyacen-
tes a las habilidades perceptomotoras, es en realidad un modelo de la cognición en el que
se distinguen varios procesos organizados en serie, como son los procesos sensoriales,
perceptuales, de la memoria primaria, la memoria secundaria, la selección de la respuesta,
el control de la respuesta y los procesos efectores (fig. 2.2.1). Según este modelo, la infor-
mación se procesa siguiendo una trayectoria que media entre la entrada sensorial y la salida
motora; incluye la idea de una retroalimentación interna y una retroalimentación externa a
través del objeto.
Objeto

Sensor. Percept Mem I S. Resp Control Efector


Resp.

Mem II

Fig. 2.2.1. El modelo de las habilidades perceptomotoras (ligeramente modificado de Welford, 1965).

En la década pasada han surgido nuevas concepciones acerca de la cognición gracias a


la experimentación psicológica. Por eso ya no se elaboran modelos basados sólo en la intui-
ción o la introspección, como parece ser el modelo de Welford ya descrito, sino a partir de la
observación del desempeño de pacientes con lesiones cerebrales, como han hecho respec-
to de la agnosia Ellis y Young (1992; fig. 2.2.2), o en el análisis del desempeño de sujetos
normales en experimentos cuidadosamente diseñados, como es el modelo de Ann Treis-
man.
Según el modelo integrado de los procesos perceptuales y la atención de Treisman (ci-
tado por: Kandel, Schwartz y Jessell, 1995), diferentes propiedades del estímulo se codifi-
can en diferentes mapas de rasgos en diversas partes del cerebro (fig. 2.2.3); pero debe
haber un mapa maestro que codifica aspectos claves de la imagen. El mapa maestro recibe
entradas de todos los mapas de rasgos, pero retiene sólo aquellos rasgos que distinguen el
objeto de atención respecto de su entorno. Una vez que estos rasgos salientes se represen-
tan en el mapa maestro, se recupera en detalle la información asociada a cada rasgo del
mapa respectivo. El mapa maestro combina los detalles de cada mapa de rasgos que son
esenciales para el reconocimiento. El modelo presupone que la atención es mediada por
mecanismos subcorticales y que los mapas maestros dependen de la corteza parietal. Sin
embargo, a pesar de su apariencia psicofisiológica, la naturaleza del conocimiento y de los
procesos neurales subyacentes aún quedan sin precisar.
Notaremos que estos modelos propuestos dentro de la psicología cognitiva giran mucho
en torno al sistema visual, algo menos en relación con el auditivo. Respecto del sistema tac-
til, la elaboraciones teóricas se han hecho más bien a partir de la neurología.
OBJETO

REPRESENTACIÓN INICIAL

REPRESENTACIÓN CENTRADA EN EL OBSERVADOR

REPRESENTACIÓN UNIDADES DE
CENTRADA EN EL OBJETO RECONOCIMIENTO
DE OBJETOS

SISTEMA SEMÁNTICO

EVOCACIÓN LÉXICA
(Léxico de salida del habla)

NOMBRE EXPRESADO

Fig. 2.2.2. Modelo funcional para el reconocimiento de objetos (Ellis y Young, 1992)

ANÁLISIS DE DETALLE

ATENCIÓN

MAPA MAESTRO

COLOR FORMA DISTANCIA TAMAÑO


MAPAS
DE RASGOS

ESTÍMULO

Fig. 2.2.3. Modelo hipotético de la percepción visual (tomado de Kandel, Schwartz y Jessell,
1995)
Finalmente, Mesulam (1998) ha reunido toda la evidencia disponible respecto de los
desórdenes causados por lesiones cerebrales, pero sobre todo de la correlación de las imá-
genes obtenidas por medio de tomografía por emisión de positrones y por resonancia mag-
nética funcional de sujetos normales mientras se desempeñan en tareas diseñadas espe-
cialmente para examinar el procesamiento cognitivo en sí.
El modelo que obtiene Mesulam a partir de su análisis (Fig. 2.2.4), se basa en el
supuesto de que entre el espacio extrapersonal y el medio interno del individuo ocurren va-
rios procesos intermediarios que se supone son de naturaleza puramente cognitiva.
El modelo establece que entre la entrada sensorial y la salida motora hay una distancia
cognitiva que se mide en niveles sinápticos: la cognición y la conciencia de una rana, se nos
dice, son simples en extremo porque entre la entrada y la salida hay sólo uno o dos niveles
sinápticos, mientras que en los primates, incluidos los hombres, habría seis. Esto se debería
a la existencia de cinco tipos de corteza con seis zonas funcionales sucesivas: 1) la corteza
sensorimotora primaria, 2) la corteza de asociación unimodal con una vía corriente arriba, 3)
la misma corteza con otra vía corriente abajo, 4) la corteza de asociación heteromodal, 5) la
corteza paralímbica y 6) la corteza límbica. En cada nivel sináptico debe existir un conjunto
de áreas nodales de convergencia de las vías que ingresan y de donde parten vías diver-
gentes a los puntos nodales de los niveles siguientes.

Vía unimodal
Corriente abajo

1ª Vía sensorial

Vía unimodal Vía heteromodal Área límbica


Corriente arriba

Hipotálamo

Área premotora
Área paralímbica

1ª Vía motora

Espacio extracorporal Procesamiento intermediario Medio interno

Fig. 2.2.4. El procesamiento cognitivo según Mesulam (1998). Las flechas ilustran las conexiones neurales
monosinápticas más allá de la entrada sensorial de las modalidades visual y auditiva. Las flcechas grue-
sas representan conexiones masivas. Las flechas discontinuas ilustran las vías motoras de salida.

El modelo es una extensión del modo de funcionamiento de las redes sensoriales con-
vergentes y en serie, con la diferencia de que las áreas receptivas primarias dan origen a
múltiples vías en paralelo que se proyectan a las áreas de asociación, al mismo tiempo que
reciben conexiones de sentido opuesto o de retroalimentación. El primer nivel sináptico
comprende las áreas receptivas primarias, las que proveen un mapa de los rasgos distinti-
vos del estímulo. En el segundo nivel se procesan los aspectos superficiales del estímulo:
color, forma, sonido, etc. En los dos siguientes, se produce la identificación del estímulo –
objeto, cara, palabra– y su ubicación en un lugar del espacio hacia donde se dirige la acción.
Las áreas unimodales no están interconectadas entre sí, lo cual es indispensable para la
fidelidad de la representación sensorial en los primeros cuatro mencionados niveles. Aquí la
retención de la información es breve. Esto quiere decir que las redes de estas áreas gene-
ran un registro estable de la experiencia, pero sólo permiten diferenciar dos estímulos o de-
cidir si dos estímulos son idénticos.
El paso siguiente, requeriría de otras áreas transmodales, especie de puertas de acceso
que permiten el paso de la percepción al reconocimiento del estímulo: el paso de la palabra
a su significado, de la visión de una cara al reconocimiento de la persona. Estas áreas gene-
ran una síntesis multimodal y crean directorios o mapas para unir los fragmentos de modali-
dad específica que estaban distribuidos o repartidos en las distintas áreas unimodales en
una experiencia coherente, un recuerdo o un pensamiento.
Se supone que el cerebro humano tiene por lo menos cinco redes neurocognitivas de
gran escala: 1) una red para el conocimiento espacial que depende del hemisferio derecho
con epicentros en la corteza parietal posterior dorsal, el campo frontal de los ojos y la región
del cíngulo; 2) una red para el lenguaje dependiente del hemisferio izquierdo, con epicentros
en las áreas de Wernicke y de Broca; 3) una red para la memoria-emoción con epicentros
en la región hipocámpica-parahipocámpica y la amígdala; 4) una red para la memoria de
trabajo y la función ejecutiva con epicentros en la corteza prefrontal y probablemente la cor-
teza parietal posterior, y 5) una red para la identificación de caras y objetos con epicentros
en las áreas mediotemporal y temporal anterior.
Cada una de estas áreas nodales estaría especializada en un componente conductual
específico. Esta especialización no sería absoluta sino relativa, por lo que se tendría que
identificar como áreas de procesamiento selectivas y distribuidas. Esto significa que varias
de estas áreas serían activadas simultáneamente en tareas diferentes, pero una de ellas
predominaría para la ejecución de una de tales tareas.
Toda esta actividad estaría integrada o modulada por los mecanismos de la emoción, la
motivación, la atención, la memoria de trabajo, el lenguaje, la formación reticular ascenden-
te, especialmente a través de los núcleos basalis, tegmental ventral, del rafe y el locus ceru-
leus. La convergencia de la información en las áreas límbicas y paralímbicas la canalizaría
finalmente al medio interno a través del hipotálamo.
Según el autor, las vías olfativas y gustativas no están incluidas en modelo porque son
sensaciones químicas que siguen un plan de organización diferente, más ligados al medio
interno que al medio externo.

Naturaleza consciente de la cognición humana


Si decidiéramos basarnos sólo en la concepción clásica del cognitivismo, o en el análisis
de los conceptos que hay detrás del sentido común, es posible que no vayamos más allá de
lo que ya se sabe dentro de la teoría psicológica cognitiva, y no podríamos hacer otra cosa
que relacionar las vías y centros o áreas nodales del cerebro con los aspectos fenoménicos
de la actividad cognitiva, tal como los podemos ver en los modelos precedentes. Para evitar
esta forma de explicación funcionalista, que en sentido estricto reduce la actividad psíquica
al procesamiento de las señales nerviosas, por lo menos se tiene que empezar por ubicar
las estructuras cognitivas en el respectivo nivel de actividad de la persona y la sociedad.
En primer lugar, como sabemos, todo ser vivo es capaz de conocer, pero hay niveles,
desde una bacteria que conoce el tejido apropiado para alojarse y aprovechar de él, hasta el
hombre que conoce, digamos, qué relación hay entre el círculo y su radio. Luego, esto nos
lleva a tener que precisar de qué naturaleza es la actividad que denominamos genéricamen-
te con el término conocer, diferenciando las formas de conocimiento que realizan los indivi-
duos de cada nivel de organización del sistema vivo.
En segundo lugar, el procedimiento anterior se tiene que aplicar a cada individuo huma-
no, para de esta manera precisar de qué naturaleza es la actividad de conocer, en sentido
estricto, en sus niveles celular, tisular, funcional, psíquico inconsciente y psíquico consciente
de la persona. Esto significa que debemos diferenciar en esta última, por lo menos tres nive-
les superiores de conocer y tres tipos de conocimiento. Mejor dicho, se tiene que explicar en
qué consiste el proceso de conocer en el nivel funcional, el psíquico inconsciente y el psí-
quico consciente, y de qué naturaleza es la información que se procesa en cada uno de
ellos. Es decir, se tiene que diferenciar entre la estructura cognitiva como componente de la
conciencia y el procesamiento cognitivo que es parte de la actividad epiconsciente, y final-
mente, entre los conocimientos como una clase de información psíquica consciente y los
conocimientos como una clase de información social.
Estas premisas son el fundamento del modelo según el cual el sistema cognitivo-
productivo es el componente de la conciencia que almacena y procesa información psíquica
consciente de tipo cognitivo y cuyo sistema de memoria es el neocórtex parietotemporoocci-
pital.
El modelo se basa en el principio según el cual la cognición humana debe ser de natura-
leza muy diferente de la cognición animal, pues es posible advertir que la actividad cognitvo-
ejecutiva del animal es de naturaleza psíquica inconsciente, exclusivamente. En cambio, la
actividad psíquica cognitiva de la personalidad comprende, además del nivel anterior, un
nivel superior, el de la actividad cognitivo-productiva consciente de base social.
El sistema cognitivo inconsciente de los animales superiores y del niño recién nacido
procesa las sensaciones cognitivas: éstas, como sabemos, son un tipo de representación
psíquica que refleja las cualidades superficiales y objetivas del entorno u objeto actual, que
suponemos es similar a la situación en que vemos, oímos o palpamos algo que nunca antes
hemos viso, oído o tocado. En este nivel, las imágenes sensoriales son de tipo copia –o tipo
fotografía– y se expresan en la ejecución de operaciones de desplazamiento hacia el objeto
y de manipulación del mismo. También sabemos que este sistema es determinado epigené-
ticamente a partir de la actividad funcional de la red neural somática (sus entradas sensoria-
les son los sistemas visual, auditivo y tactil) y cinéticamente a base de las características
físicas del espacio local inmediato que está al alcance del animal (o del recién nacido).
En cambio, el sistema cognitivo consciente de la persona procesa los conocimientos.
Esta clase de información psíquica comprende un conjunto de representaciones de sucesos
espaciotemporales que subyacen al aspecto aparente no solo del entorno actual, sino de la
realidad o los objetos que no son accesibles a la sensación actual. Tales representaciones
se pueden ampliar y volver aún más complejas en el plano epiconsciente al integrarse con
los sentimientos y las motivaciones que la persona genera respecto de la realidad, un objeto
u otra persona.
Como toda información, los conocimientos tienen el doble aspecto de su estructura y su
actividad, esto es, un aspecto cognitivo y otro productivo. Por esta razón un conocimiento lo
podemos experimentar subjetivamente como cognición en sí, en el sentido de representa-
ción espacial de la estructura del objeto, rostro, color, melodía, palabra o frase; pero también
como producción, esto es, como el procedimiento acerca de cómo se hace y cómo se usa
un objeto, o como representación acerca de la historia de los procesos internos del objeto, lo
que es más evidente cuando se trata de usar un instrumento, herramienta o máquina. Pero
también conocemos como la energía electromagnética genera el color; o como una estructu-
ra física que se desarrolla en el tiempo la experimentamos como una melodía. Naturalmente
que este tipo de conocimiento es primero una clase de información social que luego debe-
mos adquirir y desarrollar subjetivamente. Para ello, los distintos aspectos del conocimiento
social, en tanto clase de información cultural, tienen que ser codificados en las redes
neocorticales en la forma de conocimientos subjetivos, es decir, como información psíquica
cognitiva de tipo consciente.
El sistema cognitivo-productivo tiene que ocupar, en consecuencia un espacio en la red
neural neocortical. Esta red es determinada epigenéticamente a partir de la actividad cogni-
tiva inconsciente como red vacía o no comprometida, que más tarde es estructurada cinéti-
camente a base de la información social que constituye la cultura donde uno se forma, esto
es, la clase de información que cada hombre incorpora durante su niñez.
Siguiendo el mismo esquema acerca de la estructura del sistema afectivo-emotivo, el
sistema cognitivo consciente determina la organización de todo el conjunto de la conciencia
en la forma de aptitudes, y de la actividad epiconsciente en la forma de atención. De este
componente de la conciencia, por último, depende la estructura del intelecto y por lo tanto
determina las capacidades psíquicas de este componente del individuo.
En el cuadro 2.2.1 se presenta una relación de las diversas formas de información
cognitiva inconsciente y consciente, así como una relación de las aptitudes y de las
capacidades psíquicas del intelecto.

2.2.2. El neocórtex parietotemporooccipital es el sistema cognitivo-productivo de la


conciencia
Para las neurociencias cognitivas la cognición abarca toda la corteza no límbica, es de-
cir, toda la corteza de la cara lateral de los hemisferios cerebrales. Esto se debe al hecho de
haber restringido la corteza afectiva a las áreas límbica y paralímbica de los primates y al
supuesto de que la motivación (que se supone igualmente tienen estos animales) tiene lugar
en estas mismas áreas y las formaciones subcorticales relacionadas. Por eso se busca una
función cognitiva para las áreas mudas interpuestas entre dichas áreas y la corteza propia-
mente cognitiva.
Reiteraremos que, desde nuestro particular punto de vista, después de interpretar los
hallazgos clínicos y experimentales dentro del sistema de la personalidad y la conciencia,
creemos tener toda la evidencia a favor de tres conceptos que juzgamos de importancia
fundamental para comprender al hombre: El primero, que la cognición humana ya no se
opone enteramente a la emoción como en los animales; el segundo, que la cognición huma-
na tiene dos niveles de organización: uno inconsciente y otro consciente, y el tercero, que la
cognición de nivel consciente ocupa poco más de un tercio del neocórtex cerebral, que es
área parietotemporooccipital situada entre las áreas sensoriales primarias que la proalimen-
tan.
El neocórtex parietotemporooccipital, llamado también corteza de asociación posterior o
área intrínseca posterior, también podemos llamarle neocórtex cognitivo. Es una corteza
homotípica, eulaminar o de seis láminas. Comprende las áreas de Brodmann: 7, 19, 39, 40,
22, 37, así como las áreas 22 y 21 y la parte posterior de las áreas 20 y 36 del hemisferio
izquierdo. También comprende las áreas de transición 5, 18 y 22 importantes como compo-
nentes del sistema del habla personal.
El neocórtex posterior recibe conexiones de las vías sensoriales aferentes (a través del
tálamo), de las áreas paleocorticales, especialmente del área cingular posterior, y de las
otras dos áreas neocorticales ipsilaterales a través de las vías transcorticales y contralatera-
les del hemisferio opuesto a través del cuerpo calloso.
Las conexiones eferentes forman el sistema sensorial eferente que comprende una pri-
mera etapa del área neocortical hacia las áreas receptivas, y una segunda hacia los núcleos
subcorticales del tálamo y el estriado. A través de las mismas vías transcorticales y del
cuerpo calloso se conecta a las áreas de asociación paralímbica y prefrontal del mismo lado
y del lado opuesto. Otra vía se dirige a la corteza límbica cingular posterior.
CUADRO N° 2.2.1
EL SISTEMA COGNITIVO-PRODUCTIVO
1. El nivel inconsciente: Las sensaciones cognitivas

1.1. Intrapersonales:
§ cinestesia y posición segmentaria
1.2. Extrapersonales:
§ sensaciones visuales: contraste, color, movimiento, posición
§ sensaciones auditivas: sonidos, ruidos
§ sensaciones tactiles cognitivas: tacto epicrítico

2. El nivel consciente: Los conocimientos

2.1. Respecto del espacio


§ Respecto del espacio corporal: el esquema corporal, bordes, límites,
forma y tamaño del cuerpo y los segmentos corporales
§ Respecto de los rostros de las personas.
§ Respecto del espacio exterior: distancia, perspectiva, ubicación, tamaño,
forma, textura; de las relaciones espaciales de las cosas entre sí y en
relación a uno mismo
§ Respecto de la distribución de las cosas y lugares en el espacio exterior;
conocimiento y uso de mapas de rutas y lugares para la orientación
2.2. Respecto del tiempo:
§ Sentido del tiempo, ubicación en el tiempo, noción de secuencia.
§ Respecto de la distribución de los acontecimientos en el tiempo;
conocimiento de las unidades de tiempo para la orientación en el tiempo:
hora, día, fecha, mes, año, estación
§ Respecto de los sonidos, para destrezas musicales (melodía, armonía, rit-
mo), el habla (fonemas, palabras, reglas sintácticas, reglas semánticas)
2.3. Respecto del espacio-tiempo:
§ El conocimiento científico acerca del universo
§ La imaginativa artística, artesanal y técnica

3. Las aptitudes cognitivas

§ De sentido común y logicomatemáticas


§ De astucia y pericia
§ Intuitivas y reflexivas
§ Artísticas y científicas
§ Teóricas y prácticas
§ De análisis y síntesis
§ De particularización y generalización
§ De concreción y abstracción,

4. Capacidades psíquicas del intelecto

§ Vivaz/lento
§ Hábil/torpe
§ Eficiente/deficiente
§ Capaz/incapaz

Las redes de las diversas submodalidades sensoriales (táctiles, auditivas y visuales) se


integran primero intramodalmente; luego las señales psíquicas de las tres modalidades se
vuelven a integrar intermodalmente. Es característico el papel de las señales verbales como
mediadoras o facilitadoras inclusive en este nivel de integración. Esta forma de integración
en serie o en cascadas jerárquicas (véase, por ejemplo, Gazzaniga, 1975) y en paralelo
(Goldman-Rakic, 1988; Mesulam, 1998) está plenamente aceptada; pero, desde nuestro
punto de vista, corresponde sólo al sistema cognitivo relativamente aislado de los otros dos
componentes. Estos dos niveles de integración cognitiva debe diferenciarse de la integra-
ción supramodal entre los tres componentes de la concienciua que corresponden al plano
epiconsciente que estudiaremos más adelante. Una comprensión de la estructura de la red
neocortical distribuida en puntos nodales e interconectada en múltiples niveles, es clave
para explicar la forma como se codifica y procesa la información psíquica cognitiva en el
nivel consciente, y luego cómo se integra con el resto de la actividad psíquica en el curso de
la actividad de la persona en relación con el mundo.

2.2.3. Evidencias clínicas y experimentales


Es interesante que desde los albores de la psicofisiología clásica, la actividad cognitiva
no se la estudia como tal, sino sólo en términos de la forma como el cerebro se representa y
reconoce los objetos y sus cualidades, a partir de la necesidad de explicar los desórdenes
psíquicos que se producen por efecto de ciertas lesiones de la corteza cerebral y sus co-
nexiones. Así, desde que analizaron los primeros pacientes fue evidente la diferencia entre
los déficit causados por lesiones de las vías y áreas receptivas de la sensibilidad somática
exteroceptiva –que característicamente producen una reducción o pérdida de la respectiva
sensación: anestesia, anacusia, anopsia– y aquellos causados por lesiones de las áreas que
se extienden más allá de las áreas receptivas primarias, especialmente de las áreas de aso-
ciación neocortical, que son aquellos desórdenes que se conocen con las designaciones
clínicas de agnosia y apraxia.
A fines del siglo pasado, la interpretación de estos desórdenes se basó en la psicología
de las asociaciones. Se pensó que la función de estas áreas corticales era la de asociar las
sensaciones más elementales entre sí. Se produjo así una neta separación entre sensación
y percepción, en el sentido de que ésta vendría a ser el resultado de la confrontación de las
sensaciones entre sí y con el lenguaje. Dentro de este esquema, las agnosias fueron defini-
das como la imposibilidad de reconocer la naturaleza de un objeto, color, forma, peso, soni-
do, a través de la correspondiente vía sensorial, aunque el sujeto podía reconocerlos a tra-
vés de otra modalidad. Se imaginaba que el enfermo se comportaba como cuando uno ve
un objeto nunca antes visto; en este caso, uno puede ver normalmente el objeto pero sin
tener la menor idea de qué objeto se trata.
Por ejemplo, la idea de que una lesión cortical occipital produce agnosia de asociación
por una desconexión entre el área de la corteza que contiene la imagen visual y la que con-
tiene el nombre en el área del lenguaje, siempre ha sido atractiva y fue defendida hasta fe-
cha muy reciente, especialmente por N. Geschwind (en 1965). Por otro lado, también se
pudo encontrar pacientes con agnosia aperceptiva que sería debida a una falla en la inte-
gración de los datos elementales de la sensación en la imagen perceptual, una especie de
perturbación de los procesos de integración intramodal de la información cognitiva tactil,
auditiva o visual.
Respecto de las apraxias se han sustentado argumentos similares: en el caso más típi-
co, el paciente toma un objeto que conocía previamente, su peine, por ejemplo, y al pedírse-
le que se peine se aturde y no sabe qué hacer con el utensilio que tiene en sus manos. La
explicación parece ser similar: habría una desconexión entre el área cortical que contiene la
idea respecto del uso de un objeto o instrumento y otra área que tiene el programa de cómo
ejecutar la respectiva destreza.
Lo importante de estos argumentos es que el área cortical más frecuentemente afectada
es la circunvolución angular del lóbulo parietal. Progresivamente se acumuló una cantidad
importante de datos que siempre apuntaron en el mismo sentido: así como las lesiones pa-
ralímbicas producen primariamente trastornos afectivos, así también las lesiones parietales,
occipitales anteriores, parietooccipitales, temporales posteriores, temporales inferiores pro-
ducen déficit cognitivos bien definidos. Fue también importante descubrir que los efectos de
estas lesiones eran diferentes según se tratara de lesiones del hemisferio derecho o del iz-
quierdo.
La lista de estas alteraciones es larga, pero basta con señalar las que se observan con
mayor frecuencia. Las lesiones del área parietotemporooccipital izquierda, que fueron las
más estudiadas en el período clásico de comienzos de siglo, producen, además de las ag-
nosias y apraxias ya mencionadas: afasia semántica, afasia amnésica, acalculia, alexia,
agrafia; incapacidad para diferenciar los lados derecho e izquierdo, para nombrar las partes
del cuerpo, los dedos de las manos. Es evidente que en estos trastornos hay un elemento
verbal de por medio.
En cambio, las lesiones del área parietotemporooccipital derecha, estudiadas recién a
mediados de este siglo, producen trastornos que no se descubren con la facilidad con que
se ven los déficit objetivos de las lesiones del hemisferio opuesto. Tienen un carácter más
subjetivo que difícilmente el paciente expresa espontáneamente a pesar de contar con su
aparato verbal indemne. Consisten principalmente en los fenómenos de hemiasomatognosia
y de agnosia espacial que consisten en la incapacidad de los pacientes para darse cuenta
de lo que sucede en la mitad izquierda de su cuerpo y/o en la mitad correspondiente del
espacio. Se comportan como si no existiese para ellos la mitad izquierda de su cuerpo y/o la
mitad izquierda del espacio. Por ejemplo, pueden decir que todo está bien a pesar de tener
una parálisis de sus extremidades izquierdas; caminan golpeándose contra una pared o los
muebles porque no se percataron de su presencia; al escribir en una hoja de papel lo hacen
sólo en la mitad derecha del papel o dibujan sólo la mitad derecha de una objeto. En térmi-
nos vulgares diríamos que el paciente no es consciente de lo que sucede en la mitad iz-
quierda de su cuerpo o del mundo, algo parecido a lo que nos sucede respecto del espacio
que está a nuestra espalda o de las cosas que están detrás nuestro (aunque nosotros sí
podemos imaginarlos de ser necesario).
A base de estas observaciones, una de las conclusiones más importantes de mediados
de este siglo fue que las áreas parietooccipitales de algún modo intervienen en la represen-
tación y el reconocimiento de la realidad de nuestro cuerpo, de las cosas y de las cualidades
espaciales de las cosas, así como en la orientación y desplazamiento del cuerpo en el espa-
cio real que nos rodea.
De este modo, para la neurología de mediados de siglo, el concepto de morfosíntesis
sintetiza el modo de comprender la función de los lóbulos parietales. El estudio de los efec-
tos de las lesiones parietales llevó a R. Brain y a D. Denny-Brown (en las décadas de los
cuarenta y cincuenta) a concluir que la representación espacial del cuerpo y el entorno local
es la función del lóbulo parietal derecho. El modelo sugiere que el lóbulo parietal derecho
efectúa una suma y síntesis de los datos elementales que proceden de los receptores sen-
soriales y arriban a las áreas receptivas primarias: tactil, auditiva y visual. Al producirse una
lesión, se pensaba, esta síntesis de la forma (del espacio) sería imposible.
Por su parte H.-L. Teuber (en 1966) después de estudiar una serie de pacientes con le-
siones parietales, pudo mostrar que estos tenían dificultades para dirigirse con los ojos ce-
rrados a lo largo de una ruta guiándose por medio de un mapa con trazos en alto relieve que
debían seguir con el tacto. Su conclusión fue que los lóbulos parietales evalúan la informa-
ción sensorial en términos de su organización espacial y que de este modo los lóbulos parie-
tales contribuyen a la estructuración de la información sensorial en un esquema espacial
que no se limita a una sola modalidad sensorial. Se deduce entonces que alguna parte de
esta región cortical puede ser necesaria para elaborar mapas o esquemas como un medio
de representarse internamente el espacio exterior y nuestro propio cuerpo.
Posteriormente, gracias a la influencia de la teoría de la gestalt, la teoría de la informa-
ción y en nuestros días la notable influencia de la tecnología de la llamada inteligencia artifi-
cial y la psicología cognitiva, se ha llegado a pensar que la función de las áreas parietales,
occipitales, temporales y prefrontales, es decir, de toda la corteza lateral de los primates en
su conjunto, es producir “la estructura espacial de la percepción, el aprendizaje asociativo, y
el comportamiento, todo lo cual incluye una serie de operaciones de nivel simbólico donde
cobra especial importancia el significado del estímulo y las intenciones de los actos del suje-
to” (Werner, 1974).
De estos planteamientos surgió la necesidad de explicar cómo la función de cada lóbulo
contribuye a esta suerte de actividad al mismo tiempo distribuida e integrada. No ha sido
muy halagador encontrar que los esfuerzos de los teóricos en este campo han devenido en
los modelos que hemos visto en la primera parte de este capítulo. Se ha persistido en la
construcción de diagramas de flujo, donde lo único en común es el hecho de haberse encon-
trado que hay puntos nodales en la corteza que son importantes para una función más o
menos delimitable. Pero la cuestión de fondo es explicar cómo se interconectan estas fun-
ciones, si es que lo son.
Hasta donde podemos colegir, una de las mayores dificultades en la explicación de la
actividad cognitiva resulta de no haberse diferenciado entre la forma como está guardada
cierta información psíquica y la forma cómo se usa la misma información.
Pongamos el caso de los efectos de la estimulación cortical en pacientes creaneotomi-
zados. Se ha comprobado que la estimulación de las áreas parietales, occipitales y tempora-
les produce ilusiones y alucinaciones elementales: sensaciones de hormigueo cuando se
estimula el área parietal; de puntos o líneas brillantes, manchas de colores cuando se esti-
mula el lóbulo occipital; de ruidos o sonidos al estimular áreas del lóbulo temporal. Estos
resultados –que en gran medida los debemos a W. Penfield– son similares a las ilusiones y
alucinaciones que experimentan pacientes con crisis epilépticas sensoriales.
Aunque estos hallazgos poco contribuyen a una explicación de las funciones de las
áreas neocorticales que estudiamos ahora, debemos recordarlas para reforzar el punto de
vista que queremos demostrar. Efectivamente, cuando se estimulan las áreas de asociación
no se obtienen alucinaciones formadas como sería de esperar. La excepción es la de pa-
cientes epilépticos en quienes por lo menos Penfield con sus procedimientos todavía grose-
ros de estimulación eléctrica pudo observar resultados semejantes a las crisis epilépticas
espontáneas más elaboradas, como son las crisis llamadas por H. Jackson estados de en-
sueño (dream states). Estas crisis se producen por estimulación de las áreas anteriores del
lóbulo temporal; las imágenes alucinatorias de estos pacientes son similares a los recuerdos
normales más vívidos o a las imágenes de los ensueños normales.
Estas observaciones no han podido ser explicadas de modo satisfactorio. La cuestión
principal es que no tiene sentido pensar que el recuerdo provocado por la estimulación local
estaba guardado como tal en la red neural estimulada. Por otro lado, la estimulación de las
demás áreas neocorticales (así como vimos respecto del habla y de los sentimientos) jamás
producen estados psíquicos parecidos a los que experimentamos normalmente. Esto explica
por que Lashley no pudo encontrar un lugar del cerebro donde estuvieran guardados los
datos de la memoria. La explicación es que la estimulación es en todo sentido una lesión
instantánea que interrumpe el flujo normal de la información. Debemos pues valorar el
hecho de que las crisis de alucinaciones elaboradas –como la visión de paisajes o de acon-
tecimientos personales tal vez ocurridos en algún momento de la vida– se producen por le-
siones de las áreas afectivas paralímbicas, incluso de las áreas orbitarias frontales. Si sa-
bemos bien que estas imágenes visuales se reproducen en las áreas occipitales y occipito-
temporales de la visión, lo que podemos deducir es que la excitación patológica de una cri-
sis que se inicia en una red nerviosa enferma de las áreas afectivas solamente activa las
redes de las áreas cognitivas por estar conectadas entre sí.
También tenemos el caso de pacientes esquizofrénicos o severamente deprimidos (que
según sabemos tienen una afectación importante de la actividad metabólica en las áreas
frontales y temporales), en quienes la actividad cognitiva se mantiene a tal extremo que su
rendimiento en pruebas psicométricas de inteligencia apenas disminuye. Igual situación
muestran los pacientes con lesiones temporales mediales que incluyen el hipocampo, quie-
nes a pesar de su amnesia anterógrada pueden usar la información previamente aprendida
en situaciones concretas. En todos estos casos podemos decir que la información psíquica
está allí, guardada en la red neocortical, aunque la persona no pueda usarla en todo mo-
mento.
Pretendemos usar estas evidencias para sustentar el punto de vista de que el neocórtex
parietotemporooccipital es en realidad un sistema de memoria que guarda información cog-
nitiva. La cuestión es que tenemos que interpretar primero, a base de los hallazgos disponi-
bles, cómo e producen los desórdenes del tipo de las agnosias y las apraxias más específi-
cos. Ya hemos visto que las explicaciones más aceptadas se basan en el concepto de des-
conexión entre áreas corticales con funciones interconectadas. Pero en seguida hay necesi-
dad de explicar cómo sería la actividad neocortical cognitiva en condiciones normales de la
actividad personal. Para empezar diremos que, en este nivel de la red cortical, ya no habla-
remos de alguna clase de actividad funcional solamente, sino de una actividad básicamente
psíquica. En otras palabras, se trata de saber cómo y donde se guarda la información psí-
quica consciente de tipo cognitivo.
Vamos a partir de dos premisas esenciales: la primera, que las redes neocorticales son
de tipo difuso, en el sentido de que no son vías como las sensoriales o las motoras, y la se-
gunda, que estas redes no dejan pasar las señales sensoriales provenientes de las áreas
receptivas, sino que trabajan mejor mientras menos información reciban del medio exterior o
la envíen al mismo, como se puede deducir de los experimentos conocidos como de priva-
ción sensorial o perceptual.
Entonces, como ahora estamos más interesados en saber cómo se guarda la informa-
ción en las redes neurales de estas áreas neocorticales, digamos, por ejemplo, cuando es-
tamos dormidos, antes que en la manera como se activan y usan cuando estamos despier-
tos, podemos afirmar que toda la información social cognitiva que una persona ha adquirido
en el curso de su vida está realmente guardada en estas redes. En otras palabras, que es-
tas redes no transmiten señales sensoriales de una zona a otra del cerebro, sino que, han
codificado información social del tipo que llamamos conocimientos en la forma de informa-
ción psíquica cognitiva que también llamamos conocimientos (recordemos la diferencia entre
los conocimientos guardados en los libros y los conocimientos guardados en nuestro cere-
bro), llamados así a pesar de que no existe isomorfismo alguno entre ambos; mejor dicho,
no existe el mínimo parecido físico entre el dibujo del plano de la casa en el papel y la ima-
gen cognitiva del mismo plano que uno tiene guardado en estas redes neurales.
Tendríamos que señalar ahora qué requisitos debería tener esta red para guardar tal
cantidad de información.
1°, No pensaríamos que la información social recientemente adquirida se mantiene en
los circuitos de un hipotético sistema límbico y que sólo más tarde y gracias al aprendizaje
se guarda en redes distribuidas en diversas partes del neocórtex, como sostiene Mesulam
(1998). Tal como hemos sostenido al hablar de la corteza como un sistema de memoria,
ahora diremos que la información social cognitiva se guarda única y exclusivamente en el
neocórtex cognitivo que es la corteza parietotemporooccipital. Y que la consolidación de la
misma consiste en el nivel de codificación que alcanza dicha información en la misma red
neural: sucesivamente en los planos psíquico, funcional, metabólico y neuronal genético.
2°, La codificación de la diversidad de conocimientos que se adquieren, necesariamente
tiene que llegar al nivel celular con la formación de nuevas conexiones sinápticas dentro de
las redes occipitales anteriores, parietales posteriores y temporales posteriores, ya que tales
experiencias se repiten por años, y no solamente dentro del juego y el estudio, sino del tra-
bajo. Como no se trata de señales sensoriales que ocupan gran espacio en la red, sino de
conjuntos de sinapsis estructuradas por la información psíquica, el resultado es la posibili-
dad de que la misma red codifique toda la cantidad de información cognitiva que ha pasado
por ella en forma reiterada. Por esta razón, si bien estas redes fueron canales de paso de
información psíquica inconsciente (no de señales sensoriales) en el cerebro de los animales,
en el hombre se han convertido en redes que han retenido en sí mismas una proporción de
toda aquella información social con que uno es bombardeado, por así decirlo, desde el mo-
mento en que nace hasta el fin de su vida.
3°, De esta manera sí se explica que el cerebro humano tenga puntos nodales en luga-
res estratégicos, dentro del área cognitiva, para objetos, animados e inanimados, comesti-
bles y no comestibles, vegetales y no vegetales; para caras, formas geométricas abstractas;
para el propio cuerpo, las manos en especial; para los espacios concretos que conocemos;
para los sonidos y las melodías. Pero de ninguna manera diríamos que estas clases de in-
formación están guardadas como tales. A lo mucho podemos imaginar que se trata de pun-
tos semejantes a los que contiene una cinta magnética de audio o video, o más si se trata
de un sistema de memoria que guarda la estructura coherente de todas las variantes posi-
bles (como el computador que reconoce la voz de su usuario). Es pues posible que todas las
áreas nodales sean en realidad áreas de codificación de patrones genéricos que “se llenan”
con las señales actuales que reflejan una situación actual, como sucede durante la percep-
ción. Por eso vemos la misma mesa, a pesar de que la imagen visual que tenemos sea muy
distinta conforme damos la vuelta alrededor de ella, o reconocemos la fisonomía de un ami-
go a pesar de todos los cambios que puede haber hecho al maquillarse, cambiar de humor o
al variar las sombras cuando se cambia la iluminación.
4°, Es seguro que la codificación de la información psíquica consciente en el nivel sináp-
tico se efectúe en varias de estas áreas nodales y sobre todo que se realice de modo dife-
renciado en una y otra área cognitiva de los hemisferios cerebrales. Esto explicaría por que
las lesiones corticales parietales, occipitales y temporales de uno y otro lado producen tras-
tornos diferentes. La idea, desarrollada en otro lugar (Ortiz, 1998), es que los aspectos es-
tructurales (respecto del espacio) de la información social se codifican en las redes cogniti-
vas del hemisferio derecho, mientras que los aspectos de actividad (respecto del tiempo) de
la misma información lo hacen en las redes más o menos simétricas del lado opuesto.
Aunque sobre muchos de estos puntos tendremos que volver al explicar los procesos de
la actividad epiconsciente, basta por ahora concluir en que, así como las redes de las áreas
afectivas tienen una disposición epigenética específica para guardar información afectiva,
primero inconsciente y después consciente, así también debe ocurrir con las redes cogniti-
vas que estamos estudiando. No puede aceptarse que las diferencias entre las áreas corti-
cales estén determinadas exclusivamente por el tipo de señales sensoriales que reciben.
Aunque esto es así para los aspectos de determinación cinética, no son, ni pueden serlo,
por su determinación epigenética, ya que, por ejemplo, las redes visuales vienen organiza-
das del modo en que están desde mucho antes que los ojos hayan sido expuestos a la
energía luminosa.

2.2.4. Diferenciación hemisférica


La diferenciación hemisférica respecto de la forma en que se codifica la información so-
cial cognitiva en el cerebro humano es pues bastante definida. Es usual la pretensión de
explicar estas diferencias por la extensión del área en cuestión. Pues, si bien es cierto que el
área cognitiva izquierda es más extensa en el hemisferio izquierdo en comparación con la
del lado opuesto, ¿puede significar esto una superioridad del hemisferio izquierdo sobre el
derecho?; ¿puede significar que esto se debe a la existencia de un área del lenguaje en es
mismo hemisferio?. Es un hecho que el área de la circunvolución angular, igual que las
áreas de Wernicke y de Broca, es más extensa en el hemisferio izquierdo, y que ello merece
una explicación.
En primer lugar, la diferencia no tiene que ser necesariamente la causa sino que bien
podría ser la consecuencia de la diferenciación de la actividad psíquica de cada hemisferio.
Podemos, por ejemplo, suponer que este procesamiento diferenciado de la información haya
tenido su punto de partida en el uso igualmente diferenciado de la manos: para pulir una
piedra y convertirla en cuchillo, una mano debe sostener a la piedra para poder labrarla con
la otra. Aunque algo semejante hacen los monos, al pelar una fruta, por ejemplo, la situación
es totalmente distinta en el hombre, porque en éste ya no se trata de usar un objeto, sino de
hacerlo, de construirlo. Por otro lado, al intervenir sobre su entorno el hombre se vio involu-
crado en una actividad productiva en que las formas de los objetos se transforman sucesi-
vamente en el tiempo. Así tuvo necesidad de guardar en su memoria formas sucesivas que
corresponden a un mismo objeto. Imaginemos por un momento toda la serie de transforma-
ciones que ha tenido que soportar un árbol hasta llegar a convertirse en un mueble o en un
objeto, y la necesidad de que uno tenga que acordarse con qué y donde empezar a hacer
uno nuevo.
Tanto el objeto como el uso del instrumento con que efectúa la respectiva serie de trans-
formaciones tiene que guardarse en la memoria, no sólo como cosa terminada que existe y
ocupa un espacio, sino como sucesión de formas que fueron y seguirán cambiando en el
tiempo. Si a esto se añade la necesidad de guardar en la memoria la misma información no
por unos días sino por años, ya podemos deducir cómo es que al aparecer la información
que se guarda en el lenguaje en términos de la historia de las cosas –como es la propia his-
toria de la humanidad–, la conciencia tuvo que escindir el espaciotiempo en espacio y tiem-
po, y así tuvo que separar los datos en dos sistemas de memoria simétricos y complementa-
rios de los hemisferios cerebrales. Esto no significa una separación tajante de ambos aspec-
tos de la información; en realidad cada hemisferio del hombre actual guarda toda la informa-
ción, solo que al codificarla cada uno lo hace de modo ya predeterminado que gráficamente
podemos señalarlo en términos de ESTRUCTURA-actividad para el hemisferio derecho, y
de estructura-ACTIVIDAD para el izquierdo. En el caso del componente cognitivo, el es-
quema se convierte en COGNITIVO-productivo y cognitivo-PRODUCTIVO, respectivamente.
CAPÍTULO 2.3

EL SISTEMA CONATIVO-VOLITIVO

Naturaleza de la motivación. El neocórtex prefrontal dorsolateral es el sistema conativo-


volitivo de la conciencia: Estructura y conexiones. Evidencias clínicas y experimentales. Di-
ferenciación hemisférica.

El tema del sistema conativo de la conciencia no se concibe en los textos de neurocien-


cia actuales. Por eso tenemos que desarrollarlo después de revisar dos temas en apariencia
inconexos: el de la motivación y la voluntad, y el de la función de los lóbulos frontales. Sólo
después que hayamos analizado los problemas que se han suscitado en la explicación de
estas dos áreas de la actividad psíquica humana, estaremos en condiciones de afrontar el
reto de explicar cómo es que el lóbulo frontal de las personas se ha convertido en el sistema
de memoria del componente motivacional o conativo-volitivo de la conciencia.
Todo parece indicar que los problemas de la motivación, la voluntad y la función prefron-
tal no se mantienen sólo por una dificultad en la definición del concepto de motivación y una
dificultad en explorar las funciones del lóbulo frontal, sino, como veremos, por razones mu-
cho más delicadas y profundas, entre las que destaca la falta de definición de lo que son
realmente el hombre y su conciencia.

2.3.1. Naturaleza de la motivación


Cuando se plantea la posibilidad de que un ser vivo actúe de modo espontáneo, en au-
sencia de estímulo, cabe hacer tres preguntas: 1) Qué es lo que causa el comportamiento
del individuo, cómo se mantiene y por qué se dirige a un cierto objetivo y no a otro; 2) Por
qué esta actividad dirigida a un objetivo varía en intensidad, y 3) A qué se debe que existan
diferencias individuales entre los hombres respecto de sus objetivos y por lo tanto de su
conducta.
Justamente para responder estas preguntas se han introducido los conceptos de moti-
vación y de motivo, con los que se quiere significar que deben existir razones para que un
individuo haya actuado de tal manera y no de otra en cierta ocasión. Aunque estos concep-
tos claramente aluden a la conducta de las personas, en psicología y psicofisiología han
sido aplicados a todos los organismos (en el sentido de seres vivos) sobre la base de
hechos como estos: 1) los organismos son activos; 2) la actividad no siempre es instigada
por estimulación; 3) en todo caso, la instigación depende de una interacción entre el estado
interno del organismo y la estimulación externa; 4) un comportamiento autogenerado tiene
una dirección y una intensidad, y 5) el organismo queda saciado o satisfecho una vez que
ha alcanzado su meta y el motivo incitador ha desaparecido.
Lógicamente que las preguntas anteriores no han sido ajenas a la filosofía. Así, por
ejemplo, Aristóteles ya nos habló de una fuerza motivacional, impulsiva, irracional del hom-
bre, y Descartes habló de la voluntad activa del alma y la pasividad del cuerpo. Pero lo que
sucedió después con estas ideas, sin duda fundamentales para una explicación de la con-
ducta humana es, sin duda, responsabilidad de las ciencias naturales. En efecto, fomentaron
dos situaciones que las llevaron a perder su propio objetivo: 1) Reducir el concepto de vo-
luntad al conjunto de los conceptos que no tienen objeto real que estudiar, por lo que fue
excluido de la psicología; 2) Atribuir una actividad motivada a los animales y con ello em-
prender la experimentación y la explicación teórica de procesos de tipo supuestamente mo-
tivacionales que no existen, como si fueran funciones de ciertos núcleos subcorticales del
cerebro.
En otro lugar (Ortiz, 1997), hemos cuestionado esta forma de explicar al hombre, y ya en
el capítulo 2.1 hemos señalado que el comportamiento de los psiquismos animales encami-
nado a suplir sus necesidades corporales y de especie, se explica porque los cambios celu-
lares, metabólicos y funcionales de tipo visceral se reflejan psíquicamente en la forma de
sensaciones afectivas de sed, hambre, impulso sexual, frío, calor, etc. en su paleocórtex
límbico y que esta clase de información psíquica afectiva no consciente organiza la actividad
del animal tendiente a buscar los elementos con los que debe satisfacer sus necesidades o
tendiente a evitar situaciones que pueden afectar su integridad..
En vez de esta simple explicación, se han planteado una serie de hipótesis ad hoc, co-
mo la teoría de los instintos de James, la teoría de las pulsiones (drives) y los mecanismos
de defensa (Freud), y el constructo más moderno de una motivación que debe explicar la
interacción entre el organismo y el ambiente, hipótesis que surgió de la disyuntiva de si el
comportamiento es autorregulado o regulado por el ambiente, como si este fuera un proble-
ma insoluble: quién no sabe que todos los seres vivos tienen ambas formas de actividad.
Por supuesto que los hombres también; pero con la enorme diferencia de que en torno a
estos existe un universo (que no es lo mismo que el ambiente local de los animales) trans-
formado por la sociedad a base de información social. Sin tener en cuenta esta compleja
situación del hombre, la pretensión de las ciencias naturales de explicar la motivación
humana en términos de la actividad animal tenía que terminar en un fracaso. Veamos pues
con algún detalle las hipótesis propuestas para explicar el comportamiento autogenerado de
los animales, con las que se piensa se puede resolver el problema de la motivación de la
conducta humana.

a) La motivación es definida en relación con el instinto


James introdujo el concepto de instinto para explicar las formas de actividad animal que
no dependen de una situación externa, objetiva. La hipótesis plantea que la motivación es
equivalente a la conducta instintiva, y que ésta dependiente de una suerte de impulsos que
resultan de la función de estructuras cerebrales específicas (Lashley). También se ha suge-
rido que la motivación es equivalente a las tendencias de aproximación y alejamiento del
animal respecto de otro o de los sucesos de su ambiente local, presuponiendo que las ten-
dencias son mecanismos corporales autónomos, como serían las tendencias a explorar y
percibir, que se producen por una disminución del umbral a ciertos patrones de respuesta
(Nissen).

b) La motivación es definida en relación con las emociones:


Cannon (en 1938) dijo que la emoción tiene un rol anticipatorio y que produce algún
grado de arousal (excitación) que prepara al organismo para atacar o huir, y así aumenta su
capacidad de sobrevivir. Duffy (véase: Wright y Taylor, 1970) sugirió, a su vez, que se puede
explicar el fenómeno emocional sin usar el concepto de emoción: emoción es sólo nivel de
arousal y que “la motivación no es un proceso distinto, sino combinación de dos factores: un
nivel de impulso (o drive) que está en relación con el nivel de arousal y un factor de direc-
ción (o función de cue).
Hebb por su parte (Hebb, 1966) sostuvo que la emoción actúa como factor motivacional.
Todas las emociones, decía, son estados especiales de motivación, estrechamente relacio-
nados con el arousal. Atacar o huir son formas de conducta motivada. La cólera es aumento
de arousal más la tendencia a atacar o la idea de atacar; el miedo es aumento de arousal
más la tendencia a huir o la idea de huir. La emoción está en estrecha relación o en relación
directa con el nivel de arousal, pero la motivación es la tendencia a producir una conducta
organizada, efectiva, que aumenta primero con el nivel de arousal y disminuye después aun
cuando el nivel de arousal sigue elevándose, por ejemplo, “una emoción intensa puede re-
ducir la motivación a cero.”
c) La motivación es definida en relación con las necesidades
Una premisa de las teorías psicofisiológicas de la motivación es que ésta debe definir
las condiciones instigadoras (incitadoras o excitadoras) que mantienen la homeostasis de un
organismo. Así, por ejemplo, las necesidades internas –las llamadas necesidades homeos-
táticas o biógenas– resultan de un desequilibrio de la homeostasis, como cuando falta O2 o
glucosa. En este sentido, el impulso (drive) estaría determinado por necesidades internas
que dependen de mecanismos igualmente internos “prefabricados” genéticamente. Al lado
de ésta clase de impulso habrían otros que al parecer dependen de factores externos
aprendidos, como la conducta exploratoria, la búsqueda de estimulación y de proximidad y
la curiosidad.
En este contexto, la motivación sería un estado interno que se postula para explicar la
variabilidad en las relaciones conductuales, como serían la intensidad y dirección de
conductas complejas, entre las que destacan la regulación de la temperatura corporal, el
estado nutricional, el equilibrio hídrico, que se supone el medio externo no los determina de
modo suficiente en todos sus aspectos (Kandel, Schartz y Jessell, 1995).
Según estos planteamientos, la motivación representaría a necesidades corporales, y es
por tanto un conjunto de urgencias que se originan en necesidades y así impulsa al hombre
o al animal a la acción. Habrían, sin embargo, motivaciones no homeostáticas, que no se
basan en una privación fisiológica definida, como la curiosidad y la excitación sexual, aun-
que serían similares a las pulsiones homeostáticas por cuanto comprenden los aspectos de
arousal y de saciedad.

d) La motivación es definida como un estado o proceso autónomo de regulación del


medio interno
Más recientemente, la motivación ha sido definida en términos de un estado o una clase
de procesos más autónomos. En el texto de Kandel, Schwartz y Jessell (1995) se lee, por
ejemplo, que estado motivacional es un “constructo moderno” que pude definirse como el
conjunto de “condiciones internas que activan y dirigen la conducta voluntaria”. Se supone
que incluye un aspecto de anticipación, por el cual el organismo suple sus necesidades
creadas por déficit tisulares y otros factores, como serían ciertos incitantes ecológicos que
merecen un análisis económico en términos de costo/beneficio –por ejemplo, dicen los auto-
res, los carnívoros comen más rápido para que otros animales no se apoderen de su presa–
, así como de incitantes hedónicos que crean un estado de satisfacción agradable que debe
repetirse –así, nos dicen, “las ratas (en el laboratorio) prefieren chocolates, salame y galle-
tas antes que su chupe nutritivo especial para ellas”.
Vista como proceso, la motivación comprendería los procesos de anticipación, de acti-
vación (y dirección), de su realización y el resultado. Se supone que los cambios metabóli-
cos del medio interno activan las funciones autonómicas, y que éstas se expresan en cam-
bios químicos en estructuras cerebrales específicas, especialmente en el hipotálamo y el
sistema límbico. Se dice, por ejemplo, que el grado de conducta motivada varía directamen-
te con la actividad hipotalámica (Stellar).
En realidad, hay cambios metabólicos y funcionales que determinan cambios en el com-
portamiento de los animales, todos los cuales varían cíclicamente en la vida de todos ellos,
de los vertebrados en particular. Se generan así estados de relativa estabilidad seguidos de
rápidos desequilibrios que deben corregirse de inmediato, en una secuencia de desequili-
brio-excitación-saciedad-equilibrio.
Una vez planteadas las cosas en estos términos, siguiendo el esquema tradicional de
las ciencia psicofisiológica, había que precisar, por consiguiente, cuáles y cuántos serían los
motivos fundamentales, para que luego la investigación neurocientífica se encargue de bus-
car las estructuras neurales de cuya función dependiera el control de cada uno de estos
motivos primarios. En una época fueron: comer, huir, atacar y aparearse. En la actualidad se
piensa que los procesos de la motivación abarcarían fundamentalmente la regulación de la
temperatura corporal, el grado de hidratación y la sed, el grado de nutrición y el hambre, la
necesidad de reproducirse y el impulso sexual, la integridad corporal y por tanto la furia y el
ataque, el miedo y la huida.
Respecto de los mecanismos fisiológicos de estos procesos supuestamente motivacio-
nales, se han sugerido varias hipótesis, algunas de las cuales han sido sancionadas más
por la aceptación de una falacia ad hominen que por el uso. Es interesante ver que estas
hipótesis han sido planteadas en contextos diferentes, aunque todas adolecen de las mis-
mas fallas conceptuales que hemos esbozado líneas arriba.
Desde que Cannon introdujo el concepto de homeostasis como el estado de equilibrio
inestable de un organismo, se supone que deben existir mecanismos de regulación del me-
dio interno. Éstos serían mecanismos de anticipación que se efectúan siguiendo ritmos pre-
determinados, como el ritmo circadiano de sueño/vigilia. Se sabe, por ejemplo, que en ani-
males como las aves, este ciclo es regulado por la sucesión noche-día. Ahora se sabe que
en los mamíferos el núcleo supraquiasmático que recibe señales de la retina regula el sueño
de ondas lentas, los niveles plasmáticos de GH, la temperatura cutánea, la excreción renal
de Ca; a su vez, un oscilador hipotalámico regula el sueño REM, los niveles plasmáticos de
cortisol, la temperatura central del cuerpo y la excreción renal de K.
Por otro lado, se ha sugerido que el sistema límbico contiene centros de castigo y de re-
compensa (Olds y Milner, 1952) que serían finalmente los mecanismos fisiológicos que
regulan el curso cíclico de la satisfacción de las necesidades.
Es importante notar que todo lo dicho en los párrafos anteriores se refiere a hechos ob-
servados y comprobados empíricamente; pero son hechos debidamente constatados en los
animales, en los que es posible explicar su comportamiento desde un punto de vista fisioló-
gico sin apelar al constructo en cuestión. En efecto, para nada se menciona la palabra moti-
vación. Más aún, los únicos términos relacionados castigo y recompensa, que son términos
apropiados para describir ciertas formas de relación social, humana, aquí resultan espurios y
son introducidos innecesariamente por el experimentador para describir, en realidad, lo él
hace con el animal en el laboratorio y no una forma de comportamiento natural de dicho
animal. Mejor sería decir que el pobre animal siente algo parecido al dolor o al placer que
sentimos los humanos. El problema es que al hacer esto, el constructo desaparece.
En conclusión, si tomamos en cuenta nuestra crítica inicial, podremos percatarnos de
tres puntos importantes: 1) que todo lo dicho en estos planteamientos teóricos se puede
atribuir con toda certeza únicamente a los animales; 2) que todos las formas de actividad
aludidas, en lo que respecta a los psiquismos animales, se explican simple y llanamente en
términos de los procesos afectivos que reflejan las necesidades de su medio interno, y 3)
que todo lo dicho al respecto, incluidas las observaciones hechas respecto de las estructu-
ras subcorticales estudiadas, nada tiene que ver con la motivación de la conducta de las
personas.

e) La motivación como actividad psíquica consciente


No cabe la menor duda que sólo la humanidad ha creado y produce necesidades que
están por fuera de los individuos: los alimentos tienen que estar preparados especialmente,
el vestido tiene que estar hecho especialmente; la vivienda tiene que estar construida espe-
cialmente; la integridad de una persona tiene que ser defendida especialmente. Y especial-
mente significa aquí socialmente: la sociedad tiene tradiciones, una cultura y una estructura
económica justamente para garantizar la producción de estas necesidades; para que estén
a disposición de cada hombre desde el momento de su concepción. Es importante tomar
nota de que estas clases de necesidades tienen que ser codificadas en una forma especial
de información social. Por eso desde que uno es niño se le dice y enseña que debe comer
esto y no lo otro, que debe vestirse así y no de otro modo, que cuando sea grande tendrá
que trabajar para tener su casa con sus comodidades básicas; que deberá saber defender
su integridad y la de su familia, la integridad de lo que posee o es suyo, la integridad de su
territorio o nación. Y que para tener y hacer todo esto, está obligado a obtener los recursos
necesarios con los que pueda adquirir todo aquello que necesita, no sólo él, sino toda su
familia, por lo que algún día será responsable de que no falten todos estos productos socia-
les para que sus hijos se formen como él o mejor que él.
Por tanto, estas necesidades que ya existen por fuera de las personas, primero tenemos
que hacerlas nuestras en la forma de información psíquica consciente de tipo conativo: lo
que uno debe hacer o poseer, o mejor, lo que uno debe hacer para poseer aquella necesi-
dad que la misma sociedad nos ha creado. A toda persona, si es que ha de pasar todo el
resto de su vida dentro de la sociedad, la sociedad le exige el deber de producir aquello que
él y los demás necesitan, para que ella pueda satisfacer las necesidades de alimentarse,
protegerse, educar a sus hijos, cuidar la salud de su familia. Por supuesto que no se trata de
tomar alimentos cazando animales o arrancando los frutos de los árboles que están a dispo-
sición de quienquiera cda vez que se tiene hambre o sed; ni de guarecerse en una cueva, ni
de defender unas crías de los depredadores. Para vivir dentro de la sociedad y ser parte de
ella, cada uno tiene que aprender y realizar algún tipo de trabajo, obtener un ingreso ade-
cuado, y con su dinero adquirir todo aquello que ha asumido como una necesidad. En reali-
dad, se trata de la obligación moral de reunir algún dinero para adquirir alimentos en el mer-
cado, de construir o alquilar una vivienda, de llevar los hijos a la escuela para que aprendan
justamente a trabajar. Y para hacer todo esto, uno no debe hacer cosas como: apoderarse
de lo ajeno, afectar la vida de los demás. Muy por el contrario, si fuera preciso habría que
dar algo nuestro a quien lo necesita, o lo que es más, ayudar y ser solidario con los demás.
Todo esto implica asumir responsabilidades y formar una sólida jerarquía de valores y una
fuerte estructura de convicciones para afrontar el desafío de la sociedad.
Por supuesto que uno nace con sensaciones afectivas que reflejan las necesidades de
nutrientes, agua, calor, sueño. Pero es evidente que uno no podrá pasar toda su vida reci-
biendo o tomando directamente de la naturaleza lo que necesita. Más bien, se tiene que
adoptar como propias una amplia gama de necesidades, las que cada uno tiene que saber
como satisfacerlas, para sí y para quienes dependen de uno. Es así como, hasta por sentido
común, toda persona sabe que tiene motivos para vivir. Una vez que la persona posee la
información suficiente para adquirir o producir lo que necesita, será libre y autónoma, y sólo
en tal caso cada quien tendrá que dar cuenta de sus actos, tendrá que revelar las razones
de su proceder, tendrá que exponer los motivos de su conducta. En resumen, sólo las per-
sonas que viven en sociedad tienen motivos para seguir viviendo dentro de ella.
Es pues así como las necesidades sociales, una vez personalizadas, se convierten en
los motivos que orientan la actividad personal para adquirir tales necesidades y satisfacer
así las exigencias de la sociedad. El resultado es que cada persona adquiere una estructura
de motivos que deberá mantenerla de algún modo. En este proceso, cada motivo adquiere
(o se convierte en) un valor, y a base de estos valores la personalidad toma sus decisiones y
organiza sus estrategias de actuación productiva y creativa a fin de lograr sus fines y objeti-
vos personales, de grupo o clase, dentro de la misma sociedad. Habremos notado desde ya
que todo esto significa que la sociedad nos ha inducido a asumir un compromiso moral ante
ella, ante las cosas, ante uno mismo y ante el trabajo.
Es preciso encontrar, por lo tanto, el soporte neural de esta estructura de la conciencia
sin duda la más característica del hombre.

2.3.2. El neocórtex prefrontal dorsolateral es el sistema conativo-volitivo de la con-


ciencia
Se conoce como lóbulo prefrontal al conjunto de las dos áreas orbitaria y dorsolateral, si-
tuadas por delante de las áreas motoras del lóbulo frontal. También hemos visto (capítulo
2.1) que el área prefrontal ha sido considerada, tanto desde un punto de vista anatómico
como clínico, como si fuera una unidad funcional. Hay, sin embargo, evidencias igualmente
anatómicas y clínicas como para afirmar que esta estructura cerebral tiene dos partes o
componentes bien diferenciados, aunque naturalmente interrelacionados tanto funcional
como psíquicamente. Especialmente Rosvold (1972) destacó la importancia de diferenciar la
corteza orbitaria de la corteza dorsolateral como dos unidades funcionalmente diferentes
entre sí, que a su vez se distinguen de las áreas motoras.
Desde el punto de vista anatómico, se ha señalado que las tres áreas principales del ló-
bulo frontal se diferencian claramente por sus conexiones con el núcleo dorsomedio del tá-
lamo. Así, el área orbitaria está en relación la parte magnocelular y el área dorsolateral con
la parte parvocelular de este núcleo, en tanto que las áreas motoras están en relación con la
porción intermedia del mismo. Ya hemos estudiado el área orbitaria como la parte frontal del
sistema de memoria afectivo-emotiva de la conciencia.
Aunque como veremos en la literatura clínica se diferencia un área propiamente dorsola-
teral y otra medial o interna, es evidente que anatómica y funcionalmente son una misma
unidad. Este es un neocórtex homotípico o eulaminar que comprende las áreas de Brod-
mann 8 (parte superior y anterior), 9, 10, 11, 46 y 45. Las áreas corticales de transición 6, 8
(parte posterior e inferior) y 44 relacionan el área prefrontal con el área motora.
Sus conexiones aferentes provienen de las áreas receptivas secundarias y terciarias
posteriores; de los núcleos ventral anterior, intralaminares y sobre del núcleo dorsomedio del
tálamo; del hipotálamo, la amígdala y las áreas límbicas. Las conexiones eferentes, además
de las conexiones transcorticales mencionadas, se dirigen a las áreas premotoras, las áreas
límbicas y el hipocampo, y al cuerpo estriado (directamente) y al cerebelo (a través de los
núcleos del puente). Ya sabemos que estas últimas conexiones regresan a la corteza moto-
ra a través del tálamo.
Se sabe que las conexiones transcorticales que convergen en el neocórtex prefrontal
dorsolateral son las que más demoran en mielinizarse, y seguramente que esta mieliniza-
ción no termina sino en edad cercana a la adolescencia. Estas conexiones fueron interpre-
tadas inicialmente como la culminación de la convergencia de los sistemas sensoriales inte-
roceptivos y exteroceptivos. En la actualidad se considera que éstas son conexiones distri-
buidas en paralelo, tanto de ida como de vuelta, que interrelacionan las áreas temporales,
parietales y frontales entre sí. Otras conexiones entre estas áreas neocorticales se efectúa a
través del tálamo y la amígdala.
Ninguna otra área de la corteza cerebral ha incrementado su extensión en el curso de la
evolución de los mamíferos como la corteza del lóbulo frontal, desde el área premotora
hacia el polo anterior. Siempre llamó la atención que en el hombre su superficie sea algo
más de un tercio de toda la corteza cerebral. Sin embargo, no hay ninguna otra parte del
cerebro humano que tenga más hipótesis acerca de sus posibles funciones que los lóbulos
frontales, y que al mismo tiempo su posible función sea todavía un enigma indescifrable. Así
planteó el problema H. Lukas-Teuber en 1964 y así permanece hasta la actualidad.
Pero no es solamente el número de hipótesis lo que llama la atención. Más llamativas
son las exageraciones con las que se ha tratado de explicar la función de esta parte del ce-
rebro. Hace más de un siglo se planteó que era el órgano de la civilización, el asiento de la
inteligencia. En la década de los años treinta, se iniciaron los estudios en primates para
bóxer que los monos sometidos a lobectomía frontal reducían su actividad agresiva. Sobre
la base de este descubrimiento se planteó la posibilidad de extirparlo para aliviar el estado
de pacientes severamente psicóticos, y así fue como muchos pacientes con trastornos de
comportamiento fueron tratados por medio de este procedimiento. Los resultados confirma-
ron las hipótesis: pacientes excitados y con una conducta severamente perturbado se torna-
ron tranquilos, manejables, y algunos de ellos lograron mejores puntuaciones en sus prue-
bas de inteligencia respecto de sus niveles anteriores. Por estos resultados Egaz Moniz fue
galardonado con el premio Nobel de Medicina y Fisiología. Lástima que la evolución ulterior
de estos enfermos demostró que esta no era la solución de sus problemas, ni que la teoría
era cierta.
En lo que sigue, sólo mencionaremos los aspectos de la actividad psíquica que se ha
sugerido vendrían a ser la función de las áreas dorsolaterales de los lóbulos frontales, aun-
que la mayor parte de estas hipótesis se refieren a los lóbulos frontales como un todo.
a) Las áreas prefrontales son el asiento de la personalidad
Dentro de las neurociencias clínicas, es ampliamente usado el concepto de personalidad
prefrontal. La razón es que el estudio de los lóbulos frontales empezó con el estudio clínico
de pacientes que mostraban sorprendentes cambios en su manera de ser después de haber
sufrido extensas lesiones de la parte anterior del cerebro. El primer caso, publicado en 1835,
fue el de un joven de 16 años que se disparó entre los ojos; quedó ciego y se convirtió en un
muchacho gracioso, vivaz y chistoso que nunca mostró la menor preocupación por haber
quedado ciego (citado por: Blumer y Benson, 1975). Otro fue el caso de Phineas Gage, un
capataz de construcción, quien después de herirse accidentalmente la cabeza con una ba-
rreta en una explosión fue descrito por Harlow, años después que le atendió, como “un niño
con toda sus capacidades y manifestaciones intelectuales; (pero con las) pasiones animales
de un hombre fuerte...”, a pesar de que hasta antes del accidente había tenido una inteli-
gencia bien balanceada, era muy enérgico y persistente en la realización de sus planes co-
mo trabajador de construcción
Fue así como las descripciones clásicas de los pacientes con lesiones frontales anterio-
res, que no afectan lo que hoy sabemos son las áreas motoras, todas coinciden en que los
cambios afectan la manera de ser de la persona. Harlow, por ejemplo, da más detalles de
Gage en los términos siguientes:
“El equilibrio o balance, por así decirlo, entre sus facultades intelectuales y sus
propensiones animales parece haber sido destruido. Es irregular, irreverente, per-
mitiéndose a veces la más grosera vulgaridad, no manifiesta la más mínima defe-
rencia por sus amigos, no tolera restricciones o consejos cuando chocan con sus
deseos; es a veces pertinazmente obstinado, caprichoso, pero también vacilante,
ideando planes que apenas los empieza, termina por abandonarlos por otros que
parecen más viables.”
Como tradicionalmente se considera que la personalidad es el conjunto de los rasgos
que distinguen a las personas entre sí, rápidamente se interpretó que los trastornos de con-
ducta observados constituían un cambio de personalidad; por eso cuando Harlow dice que
“Gage ya no fue más el mismo Gage”, los cambios se definen en el sentido de que el pa-
ciente lesionado frontal ya no tiene la misma personalidad.
Sobre la base de estas observaciones, ya a fines del siglo pasado se sustentó la primera
hipótesis en el sentido de que los lóbulos frontales son el órgano de la civilización, el asiento
de la personalidad, sobre todo desde que Welt en 1888 (citado en: Benson y Blumer, 1975)
estableció la primera correlación de los cambios de personalidad con la lesión de los lóbulos
frontales (Capítulo 2.1).
Sin embargo, estudios clínicos posteriores ha mostrado que los cambios emocionales
debidos a lesiones orbitarias son diferentes de los efectos producidos por lesiones dorsola-
terales, que son las que ahora estudiamos. Con todo, Fulton (1951) mantuvo la idea de el
lóbulo frontal controla la emotividad, pues había observado que la lobectomía prefrontal pro-
duce placidez en gatos, perros y monos (en tanto que las lesiones orbitarias causaban iras-
cibilidad exagerada). Aunque en esta observación se basó la introducción de la lobectomía y
las lobotomías frontales para el tratamiento de desórdenes severos de la conducta, Crow-
ford señaló en 1948 que: “un estudio de seguimiento mostró que años después aquellos
primates exhibían algo del mismo comportamiento emocional que la primera ablación pre-
frontal parecía haber erradicado” (“a follow-up study showed that years later those primates
exhibited some of the same emotional behavior that at first prefrontal ablation had apparently
eradicated”).

b) Las áreas prefrontales inician los procesos de la percepción


Bianchi (en 1895) pensó que el lóbulo frontal interviene en la asociación y síntesis per-
ceptual. En una dirección similar, Goldstein (en 1936, citado en: Benson y Blumer, 1975), al
notar que los pacientes con lesiones frontales pierden la capacidad de aprehender la totali-
dad de una situación compleja, o de comprender la situación como un todo para extraer los
rasgos esenciales de la misma, dedujo que la actitud abstracta frente a la realidad que per-
cibimos depende de los lóbulos frontales. Teuber (1964) tiempo después, basándose ya no
en observaciones clínicas de pacientes con lesiones extensas de los lóbulos frontales, sino
en estudios experimentales de pacientes con lesiones traumáticas mínimas de estos lóbu-
los, y por tanto sin desórdenes conductuales evidentes, pudo deducir que la función de la
corteza prefrontal es dar inicio al proceso perceptual. Sus estudios consistieron en cuatro
tipos de tarea: apreciación espacial de la verticalidad, percepción de figuras reversibles (los
cubos de Necker), búsqueda en los campos visuales y apreciación de la postura corporal en
el espacio.
Según Teuber, la percepción no empieza con las sensaciones sino con los resultados
que uno espera de su propia acción, y que esta anticipación dependería de la función de la
corteza prefrontal, por cuanto ésta produciría una especie de “descarga corolaria” (emitirían
señales de anticipación) y que por medio de ella el sujeto confronta el resultado esperado de
su acción con las sensaciones en curso. Esta relación motora-sensitiva se realizaría por
medio de las vías que descienden del lóbulo frontal al tronco cerebral, preparando así a los
sistemas sensoriales para el procesamiento perceptual.
Otra forma de explicar esta clase de función de anticipación sostiene que la corteza pre-
frontal provee representaciones del estímulo en ausencia de éste (Goldman-Rakic, 1988).
Esto significa que cuando el desempeño de un sujeto depende de las condiciones de la si-
tuación o del estímulo, la función prefrontal no es necesaria; en cambio, cuando dicho des-
empeño depende, por ejemplo, de ciertas intenciones, es el área prefrontal la que entra en
funciones.

c) Las áreas prefrontales dorsolaterales son el asiento de la memoria operativa


Muchos teóricos modernos han seguido prestando atención a la antigua versión de que
los lóbulos frontales son el asiento de la memoria a corto plazo. Recordemos que Jacobsen
en 1935 observó que los monos sometidos a lobectomía prefrontal no podían retener imá-
genes visuales en tareas de recuerdo diferido. Se escondía el cebo debajo de una tapa de
una forma distinta a otra que servía para distraerle; luego se le cubría la vista por un tiempo
para volver a mostrarle la figuras. Los monos normales recordaban debajo de cual de las
tapas estaba el cebo hasta por un minuto y medio; los animales lobectomizados frontales no
podían hacerlo sino por escasos segundos.
Un aspecto importante de los desórdenes psíquicos debidos a lesiones prefrontales en
relación con la memoria es una forma peculiar de olvido que los propios pacientes expresan
con la frase “me olvidé de acordarme”, a pesar de que muchos de ellos rinden normalmente
en pruebas de aprendizaje y recuerdo. Este es un aspecto del recuerdo que tiene importan-
tes implicancias para una explicación del tipo de actividad que se realiza en las áreas dorso-
laterales de los lóbulos frontales.
Por otro lado, varios experimentos en los que se obtienen imágenes tomográficas (por
resonancia magnética o por emisión de positrones) mientras la persona realiza una cierta
tarea cognitiva, han mostrado un incremento de la actividad cortical en el área frontal dorso-
lateral cuando el sujeto tiene que retener información por algún tiempo, situación semejante
a aquella en que una idea se mantiene en mente por unos instantes. De estas observacio-
nes se ha deducido que esta área prefrontal es responsable de la activación de representa-
ciones almacenadas en la memoria, de allí que se la relacione con la memoria a corto plazo,
la memoria operativa o de trabajo, como también con la memoria semántica y la memoria
espacial (Kandel, Schwartz y Jessell, 1995; Bear, Connors y Paradiso, 1996).

d) Las áreas prefrontales en relación con la atención


Ferrier (en 1886), basándose en la observación del comportamiento de monos con le-
siones frontales, sugirió que los lóbulos frontales intervienen en la atención, pues su función
sería la de inhibir las respuestas inadecuadas a un estímulo. Esta hipótesis pareció confir-
marse cuando se pudo comprobar que los monos con ablación de los lóbulos frontales no
necesariamente tienen compromiso de la memoria inmediata como había pensado Jacob-
sen, sino más bien a una excesiva distraibilidad. En efecto, cuando el animal queda aislado
sensorialmente en el intervalo entre la presentación del estímulo la respuesta diferida, su
retención alcanza el tiempo del animal normal.
También es frecuente observar en pacientes con lesiones prefrontales alguna dificultad
para organizar sus quehaceres o una distraibilidad excesiva: el paciente no puede concen-
trarse, por ejemplo, en las tareas del examen clínico pues cualquier estímulo irrelevante le
llama de inmediato la atención; en otros casos se fija más en las cosas que no vienen al
caso en desmedro de aquella que debe ser el foco de su preocupación actual. Esta situación
ha sido explicada como “dependencia del estímulo”, como si sólo después de que los lóbu-
los frontales han dejado de funcionar se cumpliera el modelo E-R o E-O-R propuesto por el
conductismo.

e) Las áreas prefrontales intervienen en la toma de decisiones


Es usual observar que los pacientes con lesiones prefrontales muestran una pérdida de
su capacidad de iniciativa; son incapaces de decidir entre varias alternativas, y si deciden lo
hacen al azar o por razones irrelevantes.
Como sabemos, casi todo el tiempo las personas estamos tomando decisiones, desde
las más irrelevantes hasta las más difíciles que inclusive pueden afectar a otras personas. A
veces uno tiene que decidir si primero se peina y luego se pone la camiseta, o procede al
revés. Paro también hay que decidir la manera de ganarse la vida, casarse o no, con tal per-
sona y no con otra, colocar el dinero que sobra en un banco o gastarlo en un viaje de pla-
cer, etc. Se ha sugerido que el cerebro debe tener un mecanismo para decidir sin tener un
cabal conocimiento tanto de las posibles alternativas como del cálculo de probabilidades.
Esto presupone que nuestro componente cognitivo no sería suficiente, aunque talvez lo sea
para las decisiones más rutinarias e intrascendentes. Sin embargo, para tomar las grandes
decisiones que afectan no sólo a uno mismo sino a los demás, o como dice Dimasio (1990),
para seleccionar “la respuesta más ventajosa para el organismo en un medio social comple-
jo”, parece que se requiere de un mecanismo no cognitivo cuyo asiento vendría a ser el
lóbulo frontal.
Sin embargo, esta hipótesis sostiene que el mencionado mecanismo es de naturaleza
afectiva y que esta función dependería de las áreas frontales orbitarias. Esto quiere decir
que uno toma una decisión cuando el cuerpo, a través de las sensaciones viscerales, siente
algo parecido al placer o la satisfacción. De allí la idea del marcador somático propuesta por
Dimasio, al que ya aludimos en el capítulo 2.1.

f) Los lóbulos frontales regulan la conducta


Es interesante como las neurociencias enfocan la explicación de los desórdenes de la
función de los lóbulos frontales. Con esta región del cerebro no hay la visión dual que tene-
mos del resto de la corteza: por ejemplo, podemos hablar sin mayor dificultad acerca de los
trastornos del lóbulo parietal, temporal, límbico; y al revés, podemos hablar de los desórde-
nes de la atención, de la memoria, del pensamiento, de la percepción, debidos a lesiones de
estas mismas zonas. Respecto del lóbulo frontal sólo podemos hablar en el primer sentido,
como si esta parte del cerebro no tuviera realmente una función psíquica, para decirlo en los
términos habituales. Respecto del lóbulo frontal se habla en los mismos términos que del
cuerpo calloso: podemos referirnos a los desórdenes psíquicos causados por las lesiones
del cuerpo calloso, pero no podemos decir que el cuerpo calloso tiene tal o cual función psí-
quica.
Una salida a esta dificultad ha sido la de atribuir a los lóbulos frontales la regulación de
la conducta. Y aunque hay algo de verdad en esta propuesta, en las versiones actuales la
relación entre lóbulo frontal y conducta se enmarca dentro de una noción de sentido común,
ya que el concepto de conducta ni siquiera está definido en los términos apropiados como
para decir por lo menos que, efectivamente, la conducta es regulada por el lóbulo frontal,
como tampoco es posible establecer una relación directa entre la función frontal y la conduc-
ta. La razón es simple: el neocórtex prefrontal no es como el área motora, ni menos como un
núcleo, como es el núcleo del nervio facial, cuyas neuronas tienen la función de ejecutar
ciertas operaciones motoras. El hecho de que se diga que la corteza frontal regula la función
motora no supera la limitaciones de la concepción funcionalista que subyace a esta clase de
explicación.
En efecto, muchos fisiólogos han relacionado la corteza frontal con la función motora,
sobre todo voluntaria o intencional. Pavlov, por ejemplo, dijo que el lóbulo frontal es el asien-
to del pensamiento y de la integración del movimiento intencional. Una versión más moderna
de esta forma de explicar la función de los lóbulos frontales considera que esta es un área
de integración polimodal que determina la estructura temporal de la conducta. Así, Nauta
(1971) ha dado mucha importancia a la forma como convergen en el área frontal las vías
interoceptiva y exteroceptiva, a través de las áreas paralímbicas y posteriores, respectiva-
mente, a la vez que dicha corteza devuelve conexiones eferentes a estos mismos sistemas
sensoriales.
También a partir de la hipocinesia o la notable reducción del habla y la actividad motora
espontánea que muestran los pacientes con lesiones frontales, se ha deducido que el área
dorsolateral prefrontal es importante para la activación y orientación de la conducta (Heilman
y Valenstein, 1979).
Más allá de esta interpretación mecanicista de la función motora, Luria (1964) introdujo
la idea de que el lóbulo prefrontal es la unidad del cerebro que planifica, evalúa, regula y
controla la actividad (psíquica). La hipótesis de Luria se basó en los esquemas cibernéticos
y en la descripción de los desórdenes que mostraban pacientes con severas lesiones de
ambos lóbulos frontales durante la ejecución de tareas motoras y gráficas. Así, por ejemplo,
al dibujar una serie de figuras diferentes tienden a seguir dibujando la primera de ellas, y no
pueden cambiar de un elemento a otro. Además, no se dan cuenta de lo defectuoso de su
desempeño, e inclusive podrían anticipar que harán bien su tarea, como si sus expectativas
fueran más altas de lo que lógicamente deberían esperar.
Desde que Luria fundamentara esta explicación acerca de la función prefrontal, la idea
de que el lóbulo frontal controla la actividad psíquica se ha seguido sosteniendo con diver-
sas modificaciones, siempre dentro de una concepción funcionalista, aun cuando la termino-
logía cibernética parecía tener una mayor capacidad explicativa. La idea central es que en el
cerebro debe existir una suerte de sistema de control de los procesos afectivo-
motivacionales y de discriminación sensorial cognitiva, como si se tratara de una estructura
cuya función se ubica por encima de los procesos de naturaleza afectiva y cognitiva mejor
definidas. Esta forma de explicar la función prefrontal es bastante evidente en muchos pa-
cientes.
Un caso muy ilustrativo es, por ejemplo, el paciente J. P. (estudiado por Ackerly, 1964)
quien desde la niñez mostró severos trastornos de conducta que bordeaban la delincuencia,
conducta que fue atribuida a una severa lesión posiblemente congénita de ambos lóbulos
frontales.
La versión moderna de esta hipótesis se ha deducido del desempeño de pacientes le-
sionados frontales que muestran una fuerte tendencia perseverativa cuando se les somete a
test en que tienen que cambiar de criterio por así exigirlo la tarea. Milner (1968), por ejem-
plo, usando un test de clasificación de cartas (Winsconsin card sorting test) demostró que
estos pacientes no pueden cambiar el principio de razonamiento para resolver el problema
de clasificar los ítem tal como se les indica y siguen un mismo criterio sin atinar a cambiarlo.
En otros estudios esta misma autora mostró que los pacientes frontales tienen también difi-
cultad para ubicar en su respectivo tiempo sucesos ocurridos previamente.

g) Los lóbulos frontales son un área multifuncional


Como es notorio, las observaciones clínicas y algunas experimentales en personas
normales, que son las únicas evidencias posibles respecto de la función prefrontal, todas
ellas indican un disturbio de cada una de las fases de lo que en las últimas décadas se co-
noce como procesamiento de la información (Ortiz, 1988, 1992). Pavlov, por otra parte, hace
mucho tiempo que sugirió que la función del lóbulo frontal era la elaboración del pensamien-
to. Debe ser por esta razón que en los últimos tiempos se ha insistido en atribuir a los lóbu-
los frontales una variedad de funciones, todas las cuales son para nosotros formas de acti-
vidad epiconsciente de la mayor complejidad, como veremos en los capítulos siguientes.
Así, por ejemplo, en el texto de Guyton (1991) se lee que la función prefrontal es la ela-
boración del pensamiento y la planificación de movimientos complejos. El lóbulo frontal, se
dice, planifica y pronostica el futuro; pospone las respuestas ante un estímulo hasta decidir
la mejor respuesta. Considera las consecuencias de nuestras acciones. Resuelve complica-
dos problemas matemáticos, legales o filosóficos; correlaciona las fuentes de información
con el diagnóstico. Controla las conducta según reglas morales (Guyton, 1991).
Más actuales son los temas de metacognición, pensamiento crítico, autoconciencia.
Aunque en el fondo son aspectos de lo que usualmente experimentamos como darse cuen-
ta, ser consciente de ..., de actitud crítica, todos ellos son temas estrechamente ligados a los
procesos del pensamiento y de decisión consciente. De aquí se ha deducido que el área
prefrontal dorsolateral tiene una función metacognitiva y una función ejecutiva. En tal senti-
do, Gaviria (1996) en un trabajo de revisión sostiene que las áreas prefrontales son respon-
sables de la flexibilidad cognoscitiva, el ordenamiento secuencial de hechos recientes; que
tiene la capacidad de planificar, regular las acciones según estímulos ambientales y el
aprendizaje a partir de la experiencia. Se encarga de establecer la empatía y el comporta-
miento más apropiado desde el punto de vista social y civil, así como regular la motivación.
Aunque estas últimas versiones parecen más una apología dedicada a los lóbulos fron-
tales, son sin duda maneras de decir que todas las hipótesis previas son verdaderas. Lo que
parece haber sucedido en el curso de la investigación, sobre todo clínica respecto de los
efectos de las lesiones prefrontales, es que cada autor ha dado más importancia a lo que en
su momento consideró la alteración fundamental entre el sinnúmero de manifestaciones sin-
tomáticas que presentan estos enfermos. Ahora parece evidente que el compromiso de esta
estructura cerebral produce toda esta gama de alteraciones psíquicas, y que, por lo tanto, el
lóbulo frontal interviene en diversos procesos afectivos, cognitivos y conductuales, a tal
punto que los lóbulos frontales aparecen como una suerte de superhomúnculo –y por lo
mismo ligado al superego freudiano– que cual central ejecutiva gobierna la mente y el cuer-
po. De allí la figura de las áreas esclavas (slave areas) con que se hace referencia a las
áreas receptivas y de asociación posteriores.
Otras teorías que parecen completar y sistematizar las explicaciones clásicas como las
reseñadas, han sido sustentadas en época más reciente por los discípulos de Benson
(Stuss, Alexander y Benson, 1997). En éstas se presume la existencia de mecanismos de
retroalimentación y proalimentación, de componentes de la función cognitiva (unidades, es-
quemas, organización de posibiliddes y sistema de supervisión), de niveles funcionales de-
ntro del lóbulo frontal. Respecto de estos últimos, se señala que el lóbulo frontal está organi-
zado en tres niveles que serían: un nivel inferior que incluye las funciones de impulso (drive)
y activación que corresponde al área orbitaria posterobasal; un segundo nivel para los pro-
cesos de anticipación, selección de objetivos, planeamiento y monitoreo que probablemente
le corresponde al área dorsolateral, y un tercer nivel que incluye las capacidades abstractas
de autorreferencia, como serían el autoconocimiento y la autoconciencia, que se organizan
en el polo frontal. La función de esta zona consistiría en integrar el papel de la persona en el
contexto de la sociedad.

h) El neocórtex prefrontal es el sistema de memoria conativo-volitiva


Es posible que todas las funciones mencionadas que han sido atribuidas a los lóbulos
frontales sean, en realidad, formas de actividad psíquica que de algún modo dependen de
estas estructuras anatómicas, por supuesto difíciles de comprender y explicar.
Pero una vez que hemos precisado, por un lado, la naturaleza de la conciencia y de la
memoria neocortical, y por otro, la verdadera naturaleza de la motivación, solamente pode-
mos deducir que el neocórtex prefrontal dorsolateral es el sistema de memoria del compo-
nente conativo-volitivo de la conciencia. La clase de información que contiene es la estructu-
ra de motivos cuya actividad es el modelo que organiza la expectación del plano epicons-
ciente, estructura las actitudes y el carácter, los que, a su vez, se expresan en la conducta
de la personalidad (Ortiz, 1994, 1997b, 1998). En el cuadro 2.3.1 se muestran los aspectos
psicológicos de este sistema de la conciencia.
La cuestión es que en el marco del sistema de la personalidad, ya no es posible defen-
der la idea de que el lóbulo frontal –como red neural– ejerza funciones psíquicas como las
señaladas. Estas explicaciones funcionales son rezagos de la idea de Cabanis quien soste-
nía que el cerebro segrega el pensamiento como el hígado segrega la bilis; pues tanto el
idealismo como el mecanicismo sostienen que los procesos de la vida son como los inertes
que se explican causalmente, y por eso se apela bien al superego o bien al lóbulo frontal
para explicar qué es lo que gobierna la mente y/o el cuerpo.
Es evidente que las hipótesis sustentadas para explicar la función del lóbulo frontal ado-
lecen de serias fallas conceptuales, así como de una artificiosa interpretación de los hallaz-
gos clínicos y experimentales. Y bajo el supuesto de que el hombre actual es un animal, la
actividad psíquica que denominamos motivación se la atribuye a hombres y animales por
igual, y se la explica como si fuera de índole puramente funcional.

CUADRO 2.3.1
EL SISTEMA CONATIVO-VOLITIVO
1. El nivel inconsciente
L a actividad emotivo-ejecutiva de anticipación

2. El nivel consciente: Las motivaciones


• Las convicciones
• Las intenciones; las expectativas
• Los deseos, las aspiraciones, las perspectivas y las pretensiones
• Los intereses, los objetivos y los propósitos
• Las obligaciones y los deberes
• Las creencias, los prejuicios
• Los ideales y las pasiones

3. Las actitudes conativas


• Ante la sociedad:
Justicia, honestidad, solidaridad, bondad, maldad, respeto, sensibilidad,
exigencia, insolencia, valentía, malcriadez, prepotencia, cobardía
• Ante el trabajo:
Responsabilidad, dedicación, escrupulosidad, negligencia, holgazanería
• Ante las cosas:
Esmero, orden, meticulosidad, cuidado, desorden, descuido
• Ante sí mismo:
Autonomía, amor propio, dominio de sí, sencillez, modestia, soberbia,
ambición, sumisión
4. Atributos psíquicos del carácter
• Libre/dependiente
• Profundo/superficial
• Estable/inestable
• Flexible/inflexible
• Fuerte/débil
• Perseverante/inconstante
• Consecuente/inconsecuente
Luego, se da por sentado que la función de una zona del cerebro produce por sí misma
alguno de los procesos psíquicos. Esta explicación mecanicista intenta convencer que el
lóbulo frontal es la causa de la atención, el pensamiento, la metacognición, la memoria ope-
rativa; que controla las emociones, la conducta, o interviene en la toma las decisiones. Ya
hemos criticado esta tendencia de la psicobiología natural a explicar la actividad psíquica
como la función emergente de un núcleo, una red nerviosa o una parte del cerebro. Por eso
se dice que el lóbulo frontal controla, activa, programa, regula, anticipa, etc. como si esta red
nerviosa tuviera por sí misma la capacidad de decidir qué percibe, imagina o piensa, o cómo
actúa una persona.
Tampoco podemos negar que muchos de los hechos atribuidos a la función frontal son
ciertos: objetivamente ha podido comprobarse que si alguna función realiza esta estructura
cortical es la de integrar las diversas formas de actividad emotiva con otras de índole cogni-
tiva, y que la información psíquica resultante se puede mantener como memoria de trabajo,
se puede organizar como actividad de anticipación o de orientación, o todo ello al mismo
tiempo; pero esta explicación es también válida para los animales!. En el animal de experi-
mentación sí se produce una integración frontal interoceptiva-exteroceptiva, o mejor, una
integración afectivo-cognitiva (o emotivo-ejecutiva), así como la red neural frontal hace posi-
ble el recuerdo a corto plazo o de anticipar una respuesta con cierta atención; no obstante
todo esto se realiza en el nivel inconsciente de la actividad animal.
Podría inclusive suceder algo semejante, pero sin duda en el nivel consciente, en las
personas cuando se trata de la organización inmediata de su actuación rutinaria: coger un
objeto, sostener un libro mientras se lee, al caminar, etc. Es evidente que estas formas au-
tomatizadas de actuación objetual ocurren dentro de un esquema superior que no es sino el
de la actividad consciente. Si no fuera así, cualquier forma de comportamiento o desempeño
se parecería más a la actividad estereotipada del animal que a la conducta deliberada de las
personas. Inclusive pensamos que en esta actividad rutinaria las personas actúan incons-
cientemente. Pero después que su actividad inconsciente ha sido reestructurada por la in-
formación psíquica del nivel consciente.
En realidad, una interpretación consecuente con la naturaleza social de la conciencia no
puede reducir la forma más elevada de la actividad individual del hombre al nivel funcional
de una red neural por más evolucionada que fuera. La única manera de evitar esta forma
velada de reduccionismo es tomar nota de la naturaleza de la motivación y los motivos de
las formas de conducta por medio de la que la personalidad madura produce los bienes de
la sociedad o se apropia de ellos. Es innegable que sólo los hombres tenemos que dar
cuenta de nuestros actos; lo cual significa que tenemos razones para actuar, que tenemos
una jerarquía de valores que determinan nuestras decisiones más espirituales. Al hecho de
que ciertos organismos logren respuestas ventajosas para su propio beneficio, se puede
contraponer aquél en que muchas personas logran soluciones ventajosas para beneficio de
las demás más que de sí mismas.
Hemos visto que tener sed, hambre, miedo o cólera no son motivos sino formas de acti-
vidad afectiva que orientan la actividad de un animal. Las personas también tienen sensa-
ciones afectivas semejantes: pero después que han sido reestructuradas por las necesida-
des sociales. Por eso uno toma una golosina así no tenga hambre, toma un vaso de licor así
no tenga sed. Un estímulo como un ruido inusitado, también desvían nuestra atención; pero
ésta es mejor orientada si tengo en interés en algo especial. Podría suceder que alguien
tenga que hacer algo superficialmente parecido a lo que hacen los animales; por ejemplo,
los pasajeros de un avión caído en una cordillera se vieron obligados a comer la carne de
sus compañeros fallecidos; pero sólo después de haber deliberado acerca de sus implican-
cias morales; los conquistadores siguieron caminos desconocidos dependiendo de muchas
contingencias locales, pero tenían en mente llegar a conquistar un dorado.
Se ha discutido hasta el cansancio si estas razones morales y económicas son de natu-
raleza cognitiva o emotiva (como podría ocurrir en el animal); pero en todo caso sin tomar en
cuenta qué es realmente la conciencia, ni que hay dos formas de emoción y dos formas de
cognición –animales y humanas–; sin tomar en cuenta que en el animal emociones y cogni-
ciones se integran en un plano no consciente; mientras que en las personas, en el mayor
nivel de integración de la actividad consciente, sentimientos y conocimientos sólo pueden
confrontarse a través de una compleja red de motivaciones. Sólo de esta clase de actividad
psíquica puede decirse que es voluntaria, socialmente libre, humanamente intencional.
Por otro lado, una vez que ha sido posible distinguir una clase de información social de
tipo conativo, tenemos que aceptar la existencia de una clase de información psíquica cons-
ciente que la refleja. Por consiguiente, se puede afirmar que una información de esta índole
tiene que almacenarse y procesarse en una red neocortical determinada. Como se ha dicho,
hemos sugerido que esta clase de información psíquica consciente de tipo conativo son las
motivaciones (Ortiz, 1994, 1997b). Éstas no son formas de sentimiento ni de conocimiento,
sino de naturaleza psíquica diferenciada, cuyos modelos prototípicos son las convicciones,
las responsabilidades, los deberes, en tanto adoptan la forma de valores, sobre todo mora-
les de la personalidad.
Entonces, así como ya no es posible pensar que cierto núcleo subcortical tiene tal o cual
función psíquica –consolida la memoria, induce el sueño, por ejemplo–, así tampoco tiene
sentido decir que la función del lóbulo frontal es la metacognición o algo parecido, sino que
el neocórtex prefrontal es una red neural que codifica y procesa cierta clase de información
psíquica. Por tanto, una vez que se ha precisado la naturaleza de la motivación, desde un
punto de vista puramente lógico tenemos que admitir que toda la compleja estructura de
motivos que organizan nuestra actividad personal tiene que tener una red cortical que la
codifique o almacene. Y así como habíamos visto que las redes neurales de las llamadas
áreas mudas de los lóbulos temporales deben ser el sistema de memoria que guardan la
clase de información psíquica consciente que son los sentimientos, así también debe haber
una red neocortical que guarde las motivaciones como la clase de información psíquica que
refleja el conjunto de las necesidades sociales que uno las asume como personales en el
curso de su vida.
Insistimos en que existe solamente un área neocortical que tiene todos los criterios co-
mo para ser considerada el sistema de memoria que codifica la información conativa que la
corteza frontal dorsolateral mencionada. Sin duda que esta corteza frontal es una extensión
de las áreas premotoras que adquieren su mayor amplitud en el hombre. Todos los estudio-
sos del lóbulo frontal han destacado su extensión anatómica y su aparente falta de función
conocida, todo lo cual, a su vez, contrasta con la enorme variedad de trastornos que presen-
tan quienes sufren lesiones de esta parte del cerebro.
Como las lesiones casi nunca respetan los límites de un área con una función definida,
las observaciones clínicas, e inclusive las experimentales, han descrito los cambios sintomá-
ticos debidos a la lesión de todo o gran parte del lóbulo frontal. Más aún, las lesiones unila-
terales casi no producen cambios clínicos ostensibles, aunque sí algunas alteraciones sub-
clínicas o latentes (como las observadas por Teuber), por lo que en la literatura a veces se
habla de un síndrome orbitomedial y un síndrome lateral; en otras se hace referencia a tres
síndromes: orbitario, medial y lateral (Gil, 1999). Pero si se revisa cuidadosamente las des-
cripciones clínicas de pacientes con lesiones restringidas a una de estas regiones, quedan
definidos dos síndromes cuyos desórdenes son, o bien esencialmente afectivos o bien
esencialmente conativos.
Como ya hemos delimitado claramente la naturaleza afectiva de la actividad psíquica del
área orbitaria (que forma el sistema paralímbico con el área temporal anterior), aquí nos va-
mos a circunscribir a la explicación de la actividad psíquica del área dorsolateral que, como
se dijo líneas arriba (sección 2.3.2), comprende el área frontal medial (en realidad dorsal,
naturalmente con la exclusión del área cingular anterior.
Es evidente que las lesiones dorsolaterales producen un desorden psíquico que, hasta
donde es posible entrever, subyace a todos los demás: es lo que a veces aparece como
apatía y en otras como abulia. Es posible que este trastorno no haya sido tan aparente o no
haya sido destacado por los observadores dado que los conceptos de motivación y de vo-
luntad no tenían un lugar en la neuropsicología clínica; lo cual no se condice con la impor-
tancia que se dio en neurología a los desórdenes de la motilidad voluntaria, que ha llegado
al extremo de llamar músculo voluntario al músculo estriado, y de allí que se hable de movi-
mientos involuntarios para referirse a aquellos que se producen espontáneamente por lesión
del cuerpo estriado.
En efecto, ya en la primera descripción de P. Gage, Harlow (en 1868) dice que esta per-
sona pasaba el tiempo “ideando planes que apenas los empieza termina por abandonarlos
por otros que parecen más viables.” Más tarde, Holmes (citado en: Benson y Blumer, 1975)
se refería a tres clases de cambios asociados a la lesión de los lóbulos frontales: 1) apatía e
indiferencia, 2) depresión, debilidad intelectual, automaticidad e incontinencia, y 3) inquietud,
exaltación, euforia, irritabilidad, puerilidad, mordacidad y marcado egoísmo.
Kleist por su parte (citado en: Benson y Blumer, 1975) aseguraba que “Por contraste
(respecto de las lesiones orbitarias), las lesiones de las porciones superiores de los lóbulos
frontales (de la convexidad), estuvieron asociadas a una pérdida de la iniciativa psíquica y
motora. Una pérdida de la formación del pensamiento (modos de pensamiento empobreci-
dos y estereotipados) caracterizaba a estos pacientes.”
El concepto de un síndrome caracterizado por apatía, abulia o acinesia debido a lesio-
nes frontales dorsolaterales ya es mencionado explícitamente por varios autores (Adams y
Victor, 1997, Trimble, 2000), haciendo referencia a la pérdida de la motivación, la falta de
iniciativa y del impulso (drive) por parte del paciente. Una revisión exhaustiva del problema
de la apatía como la manifestación cardinal de las lesiones prefrontales ha sido realizada
por Marín (1990).
Finalmente, el mismo Welt (ya citado) habló de cambios hacia una conducta inmoral,
desleal, embustera de parte de los pacientes con lesiones frontales. Pero, algo más que
esto, debe llamarnos la atención que los pacientes con lesiones frontales dorsolaterales tie-
nen una sugerente incapacidad para involucrarse en una actividad laboral, productiva, a
pesar de que sus capacidades cognitivas e intelectuales se mantienen dentro de límites
normales. La relación entre trabajo y conducta moral no es casual (Ortiz, 1997b). Por el con-
trario, es evidente que la actitud frente al trabajo implica una valoración moral de toda activi-
dad personal encaminada a la satisfacción de las necesidades propias y de quienes depen-
den de uno, así como el compromiso igualmente moral de una relación solidaria y de servi-
cio que asume cada persona frente a la sociedad; todo lo cual depende de este mismo com-
ponente de la conciencia.
Es pues un hecho que el síndrome apático-abúlico de las lesiones prefrontales plantea
la necesidad de una diferente interpretación acerca del tipo de actividad psíquica que se
realiza en el neocórtex prefrontal dorsolateral. Es evidente que los desórdenes de la activi-
dad consciente y la conducta de los pacientes con lesiones prefrontales se explica mejor en
términos de un desorden fundamental de un sistema motivacional, es decir, de un sistema
conativo-volitivo de la conciencia (Ortiz, 1992).
Concluimos, entonces, en que el neocórtex frontal dorsolateral es un componente o
subsistema sistema de la memoria neocortical de nivel consciente, que codifica la clase de
información psíquica consciente que son las motivaciones. En este contexto, llamamos ex-
pectación a la forma como se organiza la actividad epiconsciente en un momento dado a
base de la estructura de motivos y valores del sistema conativo, y por tanto incluye a la
atención y la ansiedad. Llamamos actitudes a la forma como se organiza la actividad cons-
ciente también a base de la misma clase de información conativa. El carácter queda como la
forma en se organiza la personalidad a base de dicha información en el curso de su vida, y
la conducta como la forma de actuación objetiva de la persona tal como se organiza en un
momento dado a base de las actitudes.

SECCIÓN 3
EL NIVEL EPICONSCIENTE DE LA ACTIVIDAD PERSONAL

Ya hemos referido la larga historia de la controversia entre localizacionismo y holismo; la


discusión acerca de si las funciones mentales están localizadas en áreas discretas de la
corteza cerebral o son el resultado de la función global o total de la misma. Hasta cierto pun-
to, el debate ha sido ganado por la posición localizacionista, en gran parte por el peso de la
evidencia empírica, y en parte por la superación del viejo localizacionismo que proponía que
cada área cortical era el asiento de un función mental particular. Por ejemplo, ahora nadie
acepta que cada área del mapa de Brodmann tenga una función mental específica, es decir,
que hayan 51 funciones mentales más o menos diferenciadas, tal como se podría deducir de
la hipótesis de F. Gall.
La posición actual es que habría varías funciones mentales elementales más o menos
diferenciadas, aunque nadie podría decir cuántas y cuáles son ellas, tal como hemos visto al
referirnos al número de emociones primarias o de submodalidades cognitivas. Es evidente
que la solución actual que hace una separación entre las funciones discretas y las funciones
globales es una salida transitoria. Por un lado, la separación de los tres bloques o unidades
funcionales que son la culminación de la aún más larga historia de la concepción tripartita
del hombre y el cerebro, parece firme y ampliamente sustentada. Pero por otro lado, tam-
bién parece ser un hecho que hay una actividad psíquica integrada, y por eso se habla de
procesos mentales continuos e indivisibles, como son los de percibir, pensar, aprender y
recordar que nos lo señalan Kandel, Schwartz y Jessell (1991).
En la sección precedente, hemos tomado en cuenta estos puntos de vista, aunque no en
el sentido de que hubieran únicamente tres unidades funcionales del cerebro, o seis respec-
to de ambos hemisferios, sino tres sistemas o componentes psíquicos de la conciencia. En
realidad, hemos asumido tres principios importantes. El primero, que se deben separar dos
niveles de actividad psíquica: uno inconsciente paleocortical y otro consciente neocortical. El
segundo, que el neocórtex homotípico consta de tres sistemas de memoria de nivel cons-
ciente: afectivo, cognitivo y conativo. Y el tercero, que la información psíquica sólo puede
mantenerse en dos estados: o bien guardada en un plano subconsciente, o bien en uso en
la forma de actividad epiconsciente. Una vez que hemos estudiado los tres componentes de
la conciencia en el plano subconsciente, toca revisar ahora los procesos neurales subyacen-
tes a la actividad epiconsciente.
En los capítulos que siguen explicaremos la actividad consciente en términos de la acti-
vación, integración y uso de la información psíquica consciente y la información psíquica
inconsciente guardadas en el plano subconsciente. Notaremos al respecto que una vez re-
estructuradas las formas de información psíquica inconsciente por la actividad psíquica
consciente, esta información psíquica inconsciente y la del plano subconsciente quedan en
el mismo nivel; aunque recordaremos que si bien ambas fueron determinadas cinéticamen-
te, la primera lo fue por el ambiente físico natural y local, mientras que la segunda lo fue por
la información social que refleja el ambiente artificial y el universal conocido por la sociedad
humana.

Es evidente que estos dos niveles de la actividad consciente tienen relación con las dos
formas de actividad personal que conocemos como estar dormido y estar despierto, aunque
cuando uno está despierto la mayor parte de la información psíquica disponible está fuera
de uso. También es verdad que durante el sueño, tenemos ensueños que son verdaderas
formas de actividad epiconsciente aisladas de la actividad personal global.
Aceptando por un instante un punto de vista dualista, diríamos que es preciso explicar
en qué consiste el soporte funcional o neural de toda esta forma de actividad psíquica glo-
bal. Lógicamente que se puede explicar la actividad psíquica epiconsciente reduciéndola a
la actividad funcional de las redes neurales. Así, por ejemplo, se ha propuesto que las redes
corticales están interconectadas en serie y en paralelo, y que esta clase de interconexión
garantiza la divergencia y convergencia de las señales, así como la integración de la infor-
mación. Esta es la propuesta del llamado conexionismo. La teoría conexionista intenta expli-
car los fenómenos de la conducta en términos de redes conformadas por unidades de pro-
cesamiento de tipo neuronal simple. De estas redes dependería el procesamiento distribuido
en paralelo de la información.
Si bien consideramos que algo hay de cierto en esta concepción, lo más importante para
nosotros es que las redes neurales neocorticales deben estar organizadas en los cinco nive-
les informacionales que se ha podido diferenciar respecto del sistema vivo, de la personali-
dad, del sistema nervioso y del cerebro. Y así como hemos explicado la organización de las
redes neurales dentro de cada sistema de memoria unimodal y multimodal, así también te-
nemos que pensar en una red supramodal bihemisférica que resulta de la integración de las
distintas clases de información psíquica afectiva, cognitiva y conativa del plano subconscien-
te, en los procesos de la percepción, la imaginación, el pensamiento y la actuación del plano
epiconsciente. Es indudable que las únicas formas de actividad psíquica que podemos dife-
renciar en este plano epiconsciente de la actividad psíquica personal son solamente imáge-
nes y conceptos, y que estas clases de actividad organizan todo el conjunto de la actividad
personal (del individuo) en un momento dado.
Aunque la diferenciación de los dos planos de la actividad consciente –subconsciente y
epiconsciente– se puede explicar en términos funcionales de la actividad neural, no pode-
mos eludir la necesidad de considerar en todo momento que la actividad consciente debe
ser explicada en términos de la actividad inconsciente, pero entendida ésta como actividad
inconsciente reestructurada justamente por la información psíquica consciente. Seguir lla-
mándola inconsciente o llamarla subconsciente a esta clase de información psíquica rees-
tructurada, creemos que es irrelevante. Esta advertencia tiene sentido lógico, por cuanto al
explicar la actividad de un determinado nivel de organización del individuo, uno no puede
eludir la explicación en términos del nivel inmediato inferior como en los del inmediato supe-
rior. Por esto, en todo momento trataremos de explicar la actividad consciente, sobre todo
respecto del nivel epiconsciente, en términos de señales o datos psíquicos, y no de señales
o datos neurales, aunque lógicamente las señales o los datos psíquicos pueden explicarse
como conjuntos organizados de señales o datos neurales. (Para facilitar las cosas, piénsese
en datos al referirse a la información del plano subconsciente y de señales al referirse a la
del plano epiconsciente.)
En los dos capítulos siguientes, antes de estudiar los procesos neurales subyacentes a
la actividad epiconsciente –percepción, imaginación, pensamiento y actuación–, se explican
las dos formas posibles de organización de la actividad consciente integrada que en un mo-
mento dado organiza a su vez todo el conjunto de la actividad personal: 1) las formas de
organización de la actividad subconsciente del sueño y la vigilia (capítulo 3.1), formas de
actividad que, en lo esencial, son determinados epigenéticamente y dependen de la integra-
ción de la actividad cortical a través de redes neurales subcorticales, y 2) las tres formas de
organización de la actividad epiconsciente: ansiedad, atención y expectación (capítulo 3.2),
que son determinados esencialmente en sentido sociocinético desde el nivel de la actividad
social en curso, y dependen de la integración supramodal de la información psíquica a tra-
vés de redes neurales transcorticales –neocorticales y paleocorticales– del cerebro. Según
este modelo, la información psíquica del plano epiconsciente determina, en todo momento,
la organización psicocinética de la actividad psíquica inconsciente, y a través de ésta, la de
todo el conjunto de la actividad de la persona despierta.
CAPÍTULO 3.1

ORGANIZACIÓN DE LA ACTIVIDAD SUBCONSCIENTE

Los ciclos vitales. Características psicofisiológicas del sueño y la vigilia. Aspectos fun-
cionales del sueño. Procesos de inducción y mantenimiento del sueño y la vigilia. La activi-
dad subconsciente durante la vigilia.

Nuestra experiencia cuotidiana nos muestra que aproximadamente un cuarto a un tercio


de cada día lo pasamos durmiendo y resto del tiempo estamos despiertos. Mientras estamos
despiertos nuestra actividad se organiza de diversas maneras: durante un tiempo estamos
conversando alegremente, en otro estamos estudiando o trabajando, en otro estamos medi-
tando acerca de los posibles resultados de nuestra próxima acción o evaluando los resulta-
dos de nuestros actos ya realizados.
Cuando decimos que la conciencia es todo el conjunto más o menos organizado de toda
la información social que una persona ha logrado codificar en su sistema de memoria neo-
cortical, la imagen de la conciencia como agente –que se da cuenta de algo–, y como con-
tenedor –que contiene algo–, simplemente desaparece. Por eso podemos decir que tanto la
información psíquica consciente como la inconsciente pueden estar fuera de uso o que se
encuentren en uso (si hay algo análogo a esto sería la información social guardada en el
disco duro de la computadora o en las páginas de un libro abandonado, y la misma informa-
ción en la pantalla de la computadora o en la página del libro abierto mientras lo leemos).
Pero, entre la información totalmente olvidada, si cabe suponer que exista una situación de
este tipo, y la que experimentamos con la mayor lucidez en la forma de imágenes y concep-
tos, pueden existir muchas transiciones o diversos grados de activación de la misma, tanto
en intensidad o nitidez, cuando en cantidad y configuración. Por ahora no vamos a referirnos
a qué información se procesa y cómo se procesa, sino a cómo se organiza la actividad per-
sonal desde el nivel de su actividad consciente, cualquiera que fuere la información en uso.

3.1.1. Los ciclos vitales


La actividad de todos los sistemas vivos individuales es cíclica, y los ciclos son específi-
cos para cada especie. Los ciclos vitales de los hombres no escapan a esta forma de orga-
nización de la actividad de dichos sistemas. Algunos ciclos duran más de un días, otros, sólo
algunas horas. Así, el ciclo menstrual de la mujer se repite cada 28 días, el ciclo vigilia-
sueño se repite cada 24 horas. También existe un ciclo de hambre, ingestión y saciedad que
se puede repetir cada 4 a 6 horas.
Es fácil comprobar que los ciclos vitales de los animales son mucho más rígidos, aunque
muchas veces siguen las variaciones de su espaciotiempo. Por ejemplo, el ritmo de repro-
ducción en muchas especies sigue a las estaciones. En los roedores, el ciclo hambre, inges-
tión, saciedad y sueño se repite cada 4 horas. Para los hombres, en cambio, los ciclos vita-
les en muchos casos se han personalizado, y básicamente dependen de las condiciones
sociales dentro de las que se desenvuelven y producen. Las aves despiertan con la luz del
alba y se duermen al ocultarse el sol. En nuestra sociedad, hay muchas personas que traba-
jan de noche, otros que trabajan dos noches cada cinco días. En tales casos, las horas de
sueño y de ingestión de los alimentos tienen que adaptarse a las necesidades, no de la
persona, sino de su centro o de su forma de trabajo.
Entre las confusiones conceptuales en que ha incurrido la psicobiología tradicional, está
la de suponer que todos los procesos que son cíclicos en la vida de un animal o de una per-
sona son así porque obedecen a un mecanismo central único. Por eso se habla de un reloj
biológico o de relojes biológicos, y por eso se llega a creer que como el hambre y el sueño,
entre otros, se suceden, habrían mecanismos o redes nerviosas que controlan estos proce-
sos. Esto también explica por que se colocan en la hipotética caja negra de la motivación
todo aquello que tiene alguna organización cíclica autónoma.
Pero una vez aclarados los conceptos, dejamos las sensaciones afectivas y las motiva-
ciones en su debido lugar, y por ahora debemos abocarnos a la explicación de los procesos
por lo cuales se organizan estas dos formas de actividad: la vigilia y el sueño, o para decirlo
en términos fisiológicos, cómo se inicia y se mantiene al vigilia, y cómo se inicia y se man-
tiene el sueño. Aunque algo se conoce acerca de los procesos neurales de estas formas de
actividad, nada se sabe acerca de su finalidad; en realidad, no se sabe por qué y para qué
se duerme; y aunque para el sentido común, se duerme para descansar, eso no es todo ni
del todo cierto.

3.1.2. El ritmo circadiano de sueño-vigilia


Los estados de sueño y vigilia se suceden de modo alternante y regular siguiendo el ci-
clo de la noche y el día; por eso decimos que el ciclo sueño-vigilia sigue un ritmo circadiano
(o de cerca de un día). Ambos estados tienen aspectos objetivos y subjetivos que los dife-
rencian, y ambos estados tienen correlatos fisiológicos más o menos definidos, sobre todo
cuando se usan técnicas de registro o de estimulación eléctricas.
En el estudio fisiológico de la vigilia y el sueño, se usan varios conceptos relacionados
entre sí, como: activación, excitación, vigilia, “arousal”, respuesta de orientación, alerta,
atención, vigilancia. De todos estos términos, algunos se refieren a procesos psíquicos
esenciales que requieren de una explicación fisiológica. Así, en fisiología se reserva el nom-
bre de activación para referirse a la respuesta electrofisiológica de la corteza cerebral cuan-
do se estimula eléctricamente el tronco cerebral; el concepto de arousal –que en español
significa despertarse, activarse, excitarse, animarse– se define como el efecto conductual de
la activación global del cerebro por dicha estimulación. Con el uso, los términos se han vuel-
to sinónimos y tienen una connotación más amplia.
En los animales de experimentación, la respuesta de arousal frente a un estímulo nove-
doso se parece al miedo y a la respuesta de preparación para el escape. Por otro lado,
cuando se observa el comportamiento espontáneo de un animal, puede notarse que el gra-
do de excitación cambia según sus necesidades: si está hambriento su excitación va en au-
mento hasta que ingiere su alimento; una vez saciado, el animal disminuye su actividad has-
ta quedarse dormido. De estas observaciones se deduce que el nivel de arousal varía según
las necesidades del animal, hecho que también sucede en las personas..
De modo objetivamente similar, cuando se observa y mide el desempeño de una perso-
na en tareas que demandan un tiempo prolongado, se puede comprobar que su máxima
eficiencia coincide con un grado moderado de arousal, y que un bajo grado de arousal
(somnolencia) o un alto de grado de arousal (excitación) producen menor poder de discrimi-
nación o de eficiencia en la ejecución de la tarea.
En experimentos que ahora ya son clásicos, se ha podido observar que estos cambios
en el grado de actividad de un animal o de una persona se correlacionan con variaciones
sistemáticas de los ritmos de ondas del electroencefalograma. Así, la mayor activación co-
rresponde a la máxima desincronización de la actividad bioeléctrica cortical que consiste en
el predominio del ritmo beta; en cambio, el ritmo alfa predomina mientras se está despierto y
en reposo, y el ritmo delta mientras se duerme.
Para el sentido común, estar despierto es estar activo, estar dormido es estar inactivo.
Esta visión nos permite graduar el ciclo sueño-vigilia desde el nivel de máxima actividad
hasta el nivel de mínima actividad. Como puede verse en el cuadro 3.1.1, los distintos gra-
dos de actividad se correlacionan con cambios en el EEG, la capacidad cognitiva y el rendi-
miento de la persona.
CUADRO 3.1.1
NIVELES DE ACTIVIDAD DURANTE LA VIGILIA Y EL SUEÑO
(Modificado de Schadé y Ford, 1965)

Grado de arousal Tipo de EEG Actividad cognitiva Grado de eficiencia

1. Excitación Desincronizado cognición restringida pobre, desorganizado


emocional atención dividida
2. Alerta semidesincronizado atención selectiva alto, organizado
concentración
3. Despierto ritmo alfa asociaciones libres rendimiento rutinario
relajado
4. Somnolencia ritmo theta favorece la fantasía pobre desorganizada

5. Sueño ligero ritmo theta, husos conciencia disminuida


de sueño
6. Sueño actividad delta cerca ausencia de ideación
profundo del 50%
7. Sueño muy actividad delta más Ausente
profundo de 50%
8. Sueño MOR actividad de rango ensueños
alfa

Pero si tomamos en cuenta que el sueño, por más profundo que fuera es también una
forma de actividad personal, es más lógico pensar que el sueño y la vigilia son, en realidad,
dos formas de organización de la actividad personal, cuyo grado de intensidad es sólo una
de sus cualidades secundarias. En el cuadro 3.1.2 se señalan estas dos formas de activi-
dad.
CUADRO 3.1.2
FORMAS DE ORGANIZACIÓN DE LA ACTIVIDAD PERSONAL
(Tomado de: Ortiz, 1999)
• Formas de organización del sueño (en el plano subconsciente):

o Sueño ligero
o Sueño profundo
o Sueño paradójico

• Formas de organización de la vigilia (en el plano epiconsciente):

o Ansiedad
o Atención
o Expectación

3.1.3. Aspectos funcionales del sueño


El estudio de las características del sueño es importante en toda evaluación clínica de
una persona, independientemente de la afección que presente. Ya hemos señalado que
tanto las personas como los animales superiores alternan estados de sueño y de vigilia si-
guiendo un ritmo circadiano o de cerca de 24 horas. En los animales el ritmo es fijo y está
acoplado a su homeostasis y al ciclo de luz/oscuridad. En el hombre el ciclo sueño-vigilia
varía entre 23 y 25 horas. En los adultos el tiempo total de sueño es de 3 a 12 horas (de 6 a
9 para la mayoría); por lo general es monofásico (bifásico –por la siesta– en algunas cultu-
ras), y se ubica entre las 22 horas y las 06 del día siguiente.
Estas constantes varían de persona a persona, en gran medida por las exigencias de
sus actividades cuotidianas. Esto significa que en el hombre el ritmo se adapta a las exigen-
cias de la sociedad. En los niños el sueño dura más de 20 horas, es multifásico y de tipo
MOR en un 50 %, hasta que progresivamente adopta el ritmo del adulto, lo que se alcanza
alrededor de los 8 a 10 años de edad. En el anciano el periodo de sueño se reduce a 3 o 6
horas y vuelve a ser de tipo multifásico.
Los neurofisiólogos dividen el tiempo total de sueño en dos fases: 1) la fase de sueño
No-MOR (MOR, de Movimientos Oculares Rápidos), o No-REM (de Rapid Eye Movements),
es decir, sueño sin movimientos rápidos de los ojos o sueño de ondas lentas, y 2) la fase de
sueño MOR, que se asocia a movimientos oculares rápidos, llamado también sueño paradó-
jico. La fase de sueño no-REM es dividida, a su vez, en cuatro estadios: I de somnolencia, II
de sueño ligero, III de sueño profundo y IV de sueño muy profundo
El período de sueño se inicia con la fase de somnolencia, de inducción del sueño o sue-
ño de estadio I. Luego, durante el periodo en que se permanece en estado de sueño (por
ejemplo, durante las ocho horas de sueño nocturno), los cinco estadios se suceden forman-
do ciclos que duran de 90 a 100 minuto; estos ciclos se repiten unas cinco o seis veces,
aunque en la segunda mitad ya no se llega al sueño profundo y las fases de sueño MOR
son algo más prolongadas. El despertar matinal ocurre durante el sueño ligero o el sueño
MOR.
Para el estudio del sueño se usa el registro polisomnográfico de algunas variables fisio-
lógicas. Por ejemplo, se registra la actividad eléctrica cerebral (EEG), los movimientos ocula-
res (electrooculograma), la actividad eléctrica de los músculos (electromiograma), los movi-
mientos corporales, el ritmo respiratorio, el ritmo cardiaco (electrocardiograma), la resisten-
cia eléctrica de la piel.
Las respuestas electrográficas típicas del sueño, que se observan por medio del EEG,
son las ondas V, los complejos K y los husos de sueño. Las ondas V o de vértex son puntas
abiertas (sharp waves) de alto voltaje; los complejos K constan de una onda V y una onda
lenta, ambas de alto voltaje; los husos se sueño son series de ondas de 14 cps de mediano
voltaje. Estas ondas predominan en las fases I y II del sueño No-MOR, y por lo general apa-
recen en respuesta a estímulos externos. Mientras sea más difícil despertar a la persona
que duerme, estas respuestas siguen a estímulos más significativos, por ejemplo, sólo al
llamarle por su nombre.
Teniendo en cuenta la relación inversa entre la incidencia de las respuestas electrográfi-
cas mencionadas y el ritmo predominante en el EEG, así como la forma de actividad perso-
nal más característica, es más simple diferenciar tres formas de sueño: 1) sueño ligero, 2)
sueño profundo y 3) sueño paradójico.
1. Sueño ligero: el sueño ligero es una forma de actividad personal en que hay un mí-
nimo grado de actividad subconsciente en relación con el entorno y las circunstancias de la
misma actividad personal en curso. Esta forma de sueño toma aproximadamente entre el 40
y 70% del tiempo total de sueño. Durante ella predomina la quietud, se observan las res-
puestas electrográficas mencionadas ante estímulos fortuitos del ambiente. Se caracteriza
por movimientos lentos de los ojos, se asocia a un descenso de la presión arterial, de la fre-
cuencia respiratoria y del metabolismo basal, y una relajación parcial de la musculatura. En
esta forma de sueño ocurren ensueños en estrecha relación con la actividad de la vigilia o
en respuesta a sucesos ambientales, y puede haber una sutil actividad pensante de tipo
conceptual o abstracto.
Dentro de esta forma de sueño, se puede diferenciar la fase 1 de somnolencia o de in-
ducción del sueño, que dura el 5% del tiempo de sueño total de sueño, en que se observa
actividad alfa en la parte anterior de la cabeza, algunas ondas theta, y la presencia de ondas
V o de vértex, y la fase 2 (que corresponde al llamado sueño ligero), que dura entre 45 y
70% del tiempo total de sueño. Se caracteriza por el predominio de ritmo theta, la aparición
de ondas delta en un 20% de una época (se denomina así a un lapso de 3 o de 60 seg), y la
ocurrencia de los complejos K y los husos de sueño.
2. Sueño profundo: El sueño profundo es la forma de actividad personal en la que toda
forma de actividad subconsciente ha sido suspendida. En esta fase hay una total ausencia
de información psíquica en uso. Esta forma de sueño ocupa el 15 al 20 % del tiempo total de
sueño; dura más en los adolescentes y casi desaparece en los ancianos. En esta forma de
sueño es más difícil lograr una respuesta de despertar y en el EEG destaca la actividad del-
ta. Se puede distinguir las dos fases de la concepción clásica: la fase 3 de sueño en que se
presentan ondas delta entre el 20 y el 50 % de una época, y la fase 4 de sueño muy profun-
do en que predomina el ritmo delta en más del 50% de una época. En esta forma de sueño,
la persona realiza algunos movimientos espontáneos, hay actividad muscular en el EMG, la
respiración es lenta, el ritmo cardíaco es regular.
3. Sueño paradójico: el sueño paradójico es una forma de actividad personal en que
hay una disociación total o casi total de dicha actividad, pues mientras está presente alguna
forma de actividad epiconsciente, el resto de la actividad personal, excepto la autonómica,
es ampliamente inhibida. Esta forma de sueño denominada también sueño MOR, sueño
REM, sueño E (por estar asociado a los ensueños), se caracteriza porque el ritmo dominan-
te en el EEG es parecido al de la vigilia (por eso se le califica como paradójico): predominan
frecuencias de distinto rango, alfa, theta, y algunas delta de bajo voltaje. Toma el 20 al 25 %
del tiempo total de sueño; surge cada 90 minutos aproximadamente, dura entre 5 y 30 minu-
tos cada vez que ocurre y se caracteriza por movimientos rápidos de los ojos. En esta for-
ma de sueño desaparece el tono muscular axial, aunque puede aparecer sacudidas muscu-
lares distales; los ritmos cardiaco y respiratorio se tornan irregulares, el metabolismo cere-
bral se incrementa. Es frecuente que en esta forma de sueño surja un tipo de actividad ima-
ginativa epiconsciente, que es lo que llamamos ensueño o soñar. En algunas especies ani-
males, en esta fase de sueño se ha registrado una actividad electrográfica que se denomina
ritmo ponto-genículo-occipital (PGO), que son puntas que se registran simultáneamente en
el puente, los cuerpos geniculados y la corteza occipital.

3.1.4. Procesos de inducción y mantenimiento del sueño y la vigilia


Desde que Moruzzi y Magoun (en 1949) demostraron en el gato que la formación reticu-
lar era indispensable para iniciar y mantener el estado de vigilia del animal, muchas otras
teorías acerca del sueño ya quedaron descartadas. Aunque algo más de una década atrás
algunos neurocirujanos ya habían sospechado también que las lesiones de la parte alta del
tronco encefálico podían producir estados parecidos al sueño (así como estados de coma) a
pesar de que la corteza no estaba comprometida.
Todas estas observaciones demostraron que el sueño no es debido, como se pensaba,
a una desactivación pasiva del cerebro inducida, a su vez, por una desaferentación senso-
rial, esto es, por la reducción de la estimulación visual y auditiva como la que se produce
durante la noche. Ahora sabemos que existen redes neurales cuyos cuerpos celulares se
encuentran distribuidos en el tronco encefálico, el hipotálamo, el tálamo y la base del cere-
bro, cuyos axones se ramifican y extienden en la corteza cerebral, y que así de algún modo
modifican o modulan el “grado de excitabilidad” de las redes corticales.
Desde que se confirmaron estas observaciones, se ha aceptado ampliamente que los
procesos de arousal y activación del EEG se explican por mecanismos funcionales que de-
penden de neuronas situadas en la formación reticular del tronco encefálico, que en conjun-
to constituye el llamado sistema reticular de activación ascendente.
Sin embargo, gran parte del mantenimiento de los estados de sueño y de vigilia depende
de múltiples redes subcorticales distribuidas a través del tálamo, la amígdala, el hipotálamo
y el tronco encefálico. Llamaremos redes de integración subcortical a estos sistemas funcio-
nales, pues en sentido estricto su función no consiste en activar la corteza cerebral, sino en
integrarla, en todo caso dependiendo de la propia actividad psíquica en curso.
Además, como veremos más adelante, hay que tener en cuenta que respecto del nivel
psíquico neocortical, también intervienen otras redes de integración a través del circuito lím-
bico, y especialmente en el hombre a través de las vías transneocorticales, intrahemisféricas
e interhemisféricas, que interconectan los tres grandes sistemas de memoria neocortical
entre sí.
Los sistemas de integración subcortical del tronco encefálico son: el sistema noradre-
nérgico, cuyas neuronas se encuentran en el locus ceruleus; el serotonérgico del núcleo
dorsal del rafe; el sistema dopaminérgico que se inicia en el núcleo tegmental ventral, el his-
taminérgico del núcleo ventral posterior del hipotálamo, y los sistemas colinérgicos de los
núcleos tegmental pedunculopóntico y dorsolateral, y el basal de Meynert; los dos primeros
inervan el hipotálamo, tálamo, hipocampo y la corteza del cíngulo; el último se distribuye
principalmente en el hipocampo y extensas áreas de la corteza cerebral.
Respecto del sueño-vigilia, todos estos sistemas de integración parecen estar organiza-
dos en otros tres de mayor complejidad que terminan difusamente en la corteza cerebral.
Ellos son: 1) el sistema tálamo-cortical, 2) un sistema de inducción del sueño no-MOR y 3)
un sistema inductor del sueño MOR.
1) El sistema tálamo-cortical está constituido por neuronas de los núcleos reticulares del
tálamo que reciben aferentes de la corteza y de tipo inespecífico de los sistemas colinérgi-
cos, serotonérgicos y noradrenérgicos del tronco encefálico.
2) Al parecer hay un sistema inductor del sueño No-MOR, que comprende por lo menos
cinco zonas cerebrales que se las ha encontrado implicadas en la inducción del sueño ligero
y el sueño profundo: el área basal del cerebro, el tálamo, el hipotálamo, el núcleo del rafe
dorsal y el núcleo del tracto solitario. En este caso, las neuronas de la región reticular del
tálamo parecen ser las que originan los husos de sueño y las ondas delta. Estas neuronas
son inhibidas desde la corteza, pero son desinhibidas por vías colinérgicas del cerebro basal
y de los núcleos colinérgicos del puente, así como por neuronas serotonérgicas y noradre-
nérgicas del mismo tronco encefálico.
3) La forma MOR de sueño depende, al parecer, de neuronas colinérgicas de los nú-
cleos tegmentales. Estas neuronas son inhibidas por neuronas desactivadoras del sueño
MOR del núcleo del rafe y el locus ceruleus. Las células de estos núcleos disminuyen su
actividad momentos antes de iniciarse el sueño MOR y se mantienen casi inactivas durante
esta fase de sueño; de este modo desinhiben a las neuronas colinérgicas mencionadas. A
su vez, axones serotonérgicos que actúan sobre receptores 5-HT1A inhiben a las mismas
células colinérgicas y así inician las ondas PGO tipo puntas o espigas que aparecen un poco
antes y durante la fase MOR de sueño. Posteriormente, las neuronas serotonérgicas del rafe
dorsal inhiben estas ondas PGO y así desactivan la fase MOR. También las neuronas nora-
drenérgicas del locus ceruleus funcionan como desactivadoras del sueño MOR, hecho que
ha sido comprobado en humanos.
La supresión del tono muscular durante el sueño MOR parece que depende de un grupo
de neuronas situadas en la formación reticular del puente por fuera del locus ceruleus. Sus
axones descienden a la formación reticular del bulbo, cuyas células son capaces de inhibir
las neuronas motoras del asta anterior de la médula. La destrucción de estas neuronas en el
animal permite que pueda movilizarse al parecer siguiendo su actividad onírica.
Es interesante la relación entre la inmovilidad por inhibición del tono muscular y los en-
sueños. Sin embargo, los ensueños no se presentan exclusivamente durante el sueño MOR.
Si bien la mayoría de las personas que han sido despertadas en esta fase de sueño recuer-
dan haber estado soñando, también se sueña en la fase no-MOR, especialmente durante el
sueño ligero. Parece pues que mientras se bloquea la capacidad de movilizarse, se desin-
hibe la actividad neocortical y surgen las imágenes y pensamientos característicos de los
ensueños. Una falla de estos mecanismos explica la parálisis del sueño en momentos en
que parece que ya se está despierto. Ya hemos mencionado que estos ensueños que se
presentan durante el sueño ligero son de naturaleza distinta y seguramente se producen por
mecanismos también distintos a los ensueños del sueño paradójico.
3.1.5. Aspectos metabólicos del sueño
La actividad metabólica del cerebro en su conjunto disminuye durante el sueño profundo
y se mantiene o aumenta ligeramente durante el sueño paradójico. También se ha encon-
trado relaciones entre el sueño y la temperatura corporal y del cerebro. Al parecer, el sueño
es un intento por mantener la homeostasis del conjunto del individuo. Por ejemplo, durante
el sueño profundo tiende a descender la temperatura; en cambio, se produce insomnio
cuando la temperatura corporal desciende por debajo de un umbral.
Por otro lado, hay estrechas relaciones entre los estados de sueño y de vigilia y las va-
riaciones en los niveles plasmáticos de varias hormonas. Así, los niveles de cortisol aumen-
tan por la mañana y disminuyen por la tarde; la hormona estimulante del tiroides aumenta en
horas de la tarde y es inhibida durante el sueño. La hormona de crecimiento se incrementa
durante el sueño, especialmente durante el sueño profundo. La prolactina aumenta durante
toda la fase de sueño. La hormona luteinizante aumenta durante el sueño, pero sólo en la
adolescencia. Aunque la melatonina aumenta en la oscuridad, su liberación no tiene relación
con el sueño o la vigilia. El incremento de las interleuquinas explica por que aumenta el sue-
ño en el curso de las enfermedades infecciosas.
Dado el uso masivo de sustancias inductoras del sueño, es importante mencionar por lo
menos algunas de las sustancias que intervienen de algún modo en la inducción y manteni-
miento del sueño. Acabamos de ver que la serotonina del sistema del núcleo dorsal del rafe
interviene en el cese de la fase MOR del sueño. La noradrenalina también interviene en el
cese del sueño MOR y la inducción del despertar. La acetilcolina interviene en la inducción
del sueño MOR, e inhibe la sincronización de la corteza a través del tálamo. La adenosina
parece que induce el sueño, y la cafeína produce su efecto estimulante por bloqueo de los
receptores para aquella sustancia. Varias otras sustancias han sido implicadas en la induc-
ción del sueño no-MOR: uridina, argina, vasotocina, muramilpéptidos, etc. Aunque al pare-
cer no tiene relación directa con los mecanismos del sueño, la dopamina media en la induc-
ción de los estados de alerta producidas por las anfetaminas y la cocaína, así como en los
efectos sedantes de los antipsicóticos. Los hipnóticos como las benzodiazepinas inducen el
sueño por incremento de la actividad del GABA..

3.1.6. La actividad subconsciente durante la vigilia


Una vez que hemos visto cómo se organiza la actividad subconsciente durante el sueño,
ahora debemos examinar cómo se organiza la actividad subconsciente durante la vigilia. Es
evidente que la forma más activa, integrada y coherente de actividad consciente sucede
cuando la información psíquica en uso se organiza en la forma de actividad epiconsciente;
pero aquí es preciso definir un tipo de actividad en que la misma información se procesa por
debajo de los planos la percepción, la imaginación, el pensamiento o la actuación, por así
decirlo. Con esto también podemos demostrar que el salto de la información del plano sub-
consciente al epiconsciente no es cuestión de todo o nada, y que más bien hay varias for-
mas de actividad en que la información psíquica se procesa sin que, efectivamente, “nos
demos cuenta”.
Es evidente que el procesamiento de la información psíquica no se efectúa exclusiva-
mente en el plano epiconsciente. Por ejemplo, nos despertamos a la hora precisa o antes
cuando hay algo urgente que realizar; o soñamos que estamos realizando la actividad que
habremos de cumplir. También es una experiencia que al intentar recordar algo, por ejemplo
el nombre de una persona, la información disponible es fragmentaria e insuficiente, y es po-
sible que en ese momento uno se quede con “la mente en blanco” para atinar a decir “lo
tengo en la punta de la lengua”. Es pues interesante que en otro momento, que puede ser
durante una actividad sin relación alguna con el tema olvidado, el recuerdo aflore súbitamen-
te. Algo similar han experimentado algunos científicos al obtener la respuesta precisa a sus
interrogantes en el momento menos esperado: Pero también en la rutina de cualquier per-
sona, bien sabemos que podemos aprender cierta información por primación, que podemos
hacer muchas cosas automáticamente, sin darnos cuenta; una disociación que sucede habi-
tualmente en relación con los procedimientos de ejecución de una tarea. Lo importante de
todas estas situaciones es que tenemos toda la evidencia de que existe una procesamiento
de información por debajo del plano epiconsciente que en muchas ocasiones quisiéramos
dar una explicación.
Sin embargo, estas formas de actividad, desde el punto de vista de una explicación psi-
cobiológica, no tiene por qué ser diferente de la explicación de los procesos de la actividad
epiconsciente. Una situación algo distinta es la de quedarse con “la mente en blanco”. Es
aquella situación o estado mental en que uno está simplemente despierto: nada se espera
recibir o producir, nada se ha seleccionado para procesar ni hay algo sobre qué decidir; en
otras palabras, no hay información psíquica en uso a pesar de que no se está dormido.
Aunque tal estado podría ser sólo algo hipotético, en los experimentos de privación sensorial
y de privación perceptual, no todos los sujetos pudieron pensar, fantasear o imaginar, y sólo
algunos llegaron a alucinar; otros simplemente no pudieron experimentar algo especial,
aunque podrían haberse dormido.
Mientras uno está despierto, no es frecuente ni tan fácil quedarse con la mente en blan-
co, y tenemos la experiencia subjetiva de que nuestra mente siempre está ocupada. Pero
antes de proseguir, es necesario aclarar qué significa decir que la mente puede estar ocu-
pada, como puede no estarlo. En realidad, estamos insinuando dos ideas totalmente falsas:
por la primera, damos a entender que la mente es algo así como uno mismo, que tiene algo,
como serían los deseos, las ideas, y por la segunda, imaginamos la mente como un conte-
nedor o una caja que puede estar vacía o puede contener algo, como serían dichas ideas,
imágenes, conceptos u otras cosas menos evidentes. Esta concepción es más clara cuando
se dice que un sentimiento, una emoción o un deseo se vuelven conscientes, como si la
conciencia por un momento, o por mucho tiempo, contuviera a estos contenidos que se su-
pone en otro momento están fuera de la conciencia, tal vez la mayor parte del tiempo. La
expresión popular “tengo la cabeza llena de problemas” es pues la contraparte de una men-
te en blanco, como si fuera un espacio que debe ser llenado con algo.
Desde el punto de vista que desarrollamos aquí, como ya hemos insinuado, tiene más
sentido afirmar que los sentimientos, los conocimientos y las motivaciones, así como las
sensaciones afectivas y las sensaciones cognitivas son todas formas de información psíqui-
ca que bien pueden estar en uso –en el plano epiconsciente–, como pueden no estarlo –en
el plano subconsciente–, y que ellas adoptan una diversidad de configuraciones según las
circunstancias o la situación que vive la persona, y que sobre todo se integran con la ayuda
del habla en el curso de la actividad personal. En este modelo no existe ni tiene que existir
un ente que haga todo esto, un yo, una central ejecutiva, una energía inconsciente, ni mu-
cho menos núcleos o grupos de neuronas que activan o inhiben tal o cual forma de activi-
dad.
Desde el punto de vista de la actividad subconsciente, podríamos concluir en que la in-
tegración de la información psíquica dentro del conjunto de la actividad personal, se realiza
a través de las estructuras subcorticales de integración, mal llamadas de activación. En rea-
lidad, los diversos sistemas neuronales de la formación reticular que se extienden desde la
unión bulboprotuberancial hasta el tálamo, son sistemas de integración de la actividad corti-
cal. A través de estas redes neurales se integran y organizan diversas formas de actividad
dentro del estado de sueño y de vigilia, y que el estado intermedio más perfecto entre estas
dos formas de organización de la actividad consciente sería la de estar simplemente des-
pierto. Este estado bien podría corresponder a lo que Posner (1975) llamó estado de alerta
tónico. Atañería justamente a lo que vivenciamos como quedarse con la mente en blanco en
ausencia de estímulo o necesidad inmediatos. Éste vendría a ser una suerte de ruido blanco
o de actividad psíquica de fondo que podría depender de la integración de la actividad psí-
quica inconsciente: son períodos generalmente muy breves en que no hay información psí-
quica consciente en uso. Naturalmente que no podemos decir que uno se da cuenta de que
está en blanco durante este estado, pues, en realidad, nos damos cuenta de su existencia
sólo después o inmediatamente después de ocurrido; de lo contrario no estaríamos en blan-
co.
CAPÍTULO 3.2

ORGANIZACIÓN DE LA ACTIVIDAD EPICONSCIENTE

La actividad epiconsciente. Formas de organización de la actividad epiconsciente. Re-


des neurales para la inducción y mantenimiento de la ansiedad, la atención y la expectación.
Redes neurales para la integración supramodal de la actividad epiconsciente.

Es necesario explicar anatómica y fisiológicamente las diversas formas de organización


psíquica de la actividad personal. Con esta finalidad, se ha propugnado que se debe dife-
renciar entre los procesos automáticos y los controlados, entre las formas de actividad de
anticipación y las de respuesta inmediata, así como explicar los mecanismos por los que es
posible la percepción un estímulo o algún aspecto de una situación con la mayor nitidez o
definición, y el mayor grado de estructuración. Sin embargo, todavía se supone que todos
estos mecanismos sólo sirven para iniciar y mantener una sola forma de actividad cognitiva
que es la atención.
A diferencia del enfoque cognitivista, aquí vamos a desarrollar el concepto de que, así
como las formas de actividad que llamamos del sueño dependen de la organización de la
información psíquica subconsciente a través de sistemas subcorticales de integración, las
formas de organización de la actividad epiconsciente de la persona despierta (y seguramen-
te mientras sueña) dependen de procesos de integración transcortical, tanto neocortical co-
mo paleocortical, de toda la información psíquica. Sin embargo, la complejidad de estas for-
mas de integración no excluyen la intervención de aquellas estructuras subcorticales, como
las estudiadas en el capítulo anterior, así como de otras redes neurales como las del tálamo
y la amígdala. De este modo, las funciones de los núcleos del tronco encefálico ya no que-
dan limitadas al sueño y el despertar sino que se involucran en la organización de todo el
conjunto de la actividad psíquica personal.

3.2.1. La actividad epiconsciente


Supongamos por un instante que estamos despiertos, pero totalmente aislados del mun-
do, de la realidad de nuestro cuerpo y del mundo exterior. Algo de esto se ha intentado rea-
lizar en los experimentos conocidos como de privación sensorial –de ausencia de estimula-
ción– y de privación perceptual –en ausencia de estimulación estructurada, pero en presen-
cia de luz y ruido blanco. En estas condiciones, los sujetos de experimentación únicamente
imaginan y/o piensan. Algo similar ocurre cuando nos sumimos en la meditación, estamos
descansando o soñando despiertos. Y aunque existen marcadas diferencias individuales, en
tales condiciones diremos que por nuestra mente pasan sólo imágenes y conceptos; que
justamente vienen a ser las unidades más elementales de la imaginación y el pensamiento,
respectivamente.
Sin embargo, situaciones extremas como las descritas ocurren pocas veces. En la vida
real, si bien tenemos que imaginar y pensar con alguna frecuencia, hacemos esto con algún
esfuerzo, muchas veces de modo autoconsciente o intencional, es decir, dándonos cuenta
de ello. Esto se debe a que la mayor parte del tiempo tenemos que estar en relación con las
demás personas y con las cosas del mundo exterior.
Bajo estas condiciones y exigencias, las imágenes se confrontan con la realidad presen-
te, actual, y por lo mismo ya no decimos que imaginamos el mundo sino que lo percibimos.
De este modo las imágenes subjetivas de la imaginación se convierten en perceptos o imá-
genes perceptuales, objetivas. Y de este modo los procesos de la imaginación se convierten
en los de la percepción.
Por otro lado, tales relaciones con las personas y con las cosas implican la realización
de ciertos actos, acciones o expresiones sobre o para ellas. En tal caso, los conceptos de-
ben transformarse en planes de actuación, y los procesos del pensamiento en los de la ac-
tuación.
Notaremos de inmediato que estos procesos de la actividad epiconsciente, ya no están
en el mismo plano de las sensaciones ni de la ejecución de acciones operativas como son
las que organiza la actividad inconsciente de los animales. El hecho de que por sentido co-
mún, teniendo en cuenta sólo las apariencias o los aspectos puramente fenoménicos del
comportamiento de los animales, en psicología natural se use la palabra percibir como si
fuera sinónimo de sentir, no nos obliga a aceptar la idea de que la percepción es el proceso
que sigue a la sensación en el mismo nivel. Debemos más bien explicar en qué consiste la
diferencia entre la sensación del nivel inconsciente y la percepción del plano epiconsciente.
De modo análogo, no están en el mismo nivel el plan para hacer algo y la ejecución mo-
tora de la misma: tenemos que aceptar que entre el plano epiconsciente del pensamiento y
la conducta efectiva también debe existir un plano psíquico de naturaleza consciente que
seguramente corresponde al de la praxis planteada por los neurólogos en un nivel puramen-
te funcional.

3.2.2. Formas de organización de la actividad epiconsciente


Con excepción de los ensueños que son formas sui generis de actividad epiconsciente,
afines a las alucinaciones, nuestro mayor interés se centra ahora en la explicación neural y
psíquica de los procesos de la percepción, la imaginación, el pensamiento y la actuación,
que para nosotros resultan de la integración de la información psíquica en el mayor nivel de
organización de la actividad de la persona. Ésta parece ser una salida más coherente al
antiguo antagonismo entre localizacionismo y holismo. Como se ha dicho ya en varias oca-
siones, no es que hayan funciones mentales elementales y funciones complejas. Lo cierto
es que existe información psíquica guardada en un plano e información psíquica en uso en
otro plano de la actividad personal, y que sólo en el curso de la actividad epiconsciente es
posible integrar las diversas modalidades de información psíquica inconsciente con las de
tipo consciente en la forma de imágenes y conceptos que se procesan en los cuatro planos
que acabamos de mencionar nuevamente.
Es importante notar que cualquiera de estos cuatro planos de la actividad que llamamos
epiconsciente es resultado de la integración de la información afectiva, cognitiva y conativa
del nivel subconsciente, y de la información afectiva y cognitiva de tipo inconsciente, lógica-
mente subsumidas como están dentro de la actividad subconsciente. También hay que des-
tacar que toda esta integración de la actividad consciente, ciertamente se efectúa con la
ayuda del habla y la información social también en uso actual. Por ejemplo, en una simple
conversación, la actividad epiconsciente depende de lo que diga el interlocutor; durante el
estudio, de lo que esté escrito en el texto, y durante el trabajo, de los utensilios e instrumen-
tos utilizados.
Pero por otro lado, así como las imágenes y los conceptos son las formas de actividad
que adopta la información que se procesa en el plano epiconsciente, es también evidente
que estas clases de información adoptan alguna configuración en una lapso dado, y que
esta configuración depende tanto de las clases de información en sí que están en uso como
de la forma que adopta aquella especie de ruido blanco del plano subconsciente que men-
cionábamos al final del capítulo anterior. Es lógico pensar que en un momento dado dicha
configuración depende de la información afectiva, en otro de la cognitiva y en otro de la co-
nativa. Mejor dicho, podemos deducir que una de las tres clases de información psíquica del
plano subconsciente puede asumir el papel rector de la actividad epiconsciente en un lapso
dado, o que se puede convertir en la información que orienta todo el conjunto de la actividad
consciente, de la actividad personal por consiguiente. De este modo, la actividad psíquica
consciente que orienta todo el conjunto de la actividad personal, o lo que es lo mismo, la
actividad consciente de anticipación de la actividad personal en un momento dado, puede
adoptar una forma de organización que depende de cual de las tres clases de información
organiza la actividad consciente actual. De allí que podamos hablar de tres formas de orga-
nización de la actividad epiconsciente: ansiedad, atención y expectación, respectivamente.
Debemos pues distinguir entre: 1) las clases de información que se procesan en uno de
los planos de la actividad epiconsciente, y 2) la forma como se organiza dicha información
en estos mismos planos. Es por eso que uno puede percibir, imaginar, pensar o actuar con
algún grado de ansiedad, de atención o de expectación. Introspectivamente, estas formas
de orientación de la actividad consciente se vivencian mejor en los breves intervalos que
median entre la presencia de las imágenes y los conceptos en sí en uno de los planos men-
cionados.
Tradicionalmente los procesos de orientación de la actividad personal han sido estudia-
dos en términos del constructo de la atención. El modelo clásico de la atención fue propues-
to por W. James en 1890 como si se tratara de una focalización de la conciencia en un estí-
mulo o un aspecto del estímulo.
El estudio del fenómeno de “la fiesta del coctel” y los experimentos de estimulación dicó-
tica sirvieron para que Broadbent (1958) elaborara la teoría según la cual la atención es una
especie de mecanismo para el filtrado de la información. Suponía que el sistema nervioso es
un procesador de capacidad limitada, de modo que para el procesamiento de la información
por un determinado canal se tenía que bloquear de algún modo la entrada de las señales no
pertinentes. La teoría predecía que el bloqueo o filtrado de la información tenía que realizar-
se en los niveles más periféricos del sistema nervioso, posiblemente en los receptores o en
los núcleos de relevo de las vías sensoriales.
Sin embargo, las observaciones de Ann Treisman (1967), usando las mismas técnicas
de estimulación dicótica, mostró que los sujetos podían percatarse de ciertas peculiaridades
del estímulo presentado al oído al que aparentemente no atendían. Estos hallazgos se inter-
pretaron en el sentido de que dicho filtrado debía ser un proceso más central donde eran
importantes los aspectos más significativos, y no físicos, del estímulo.
Posner (1975) por su parte, hizo notar que aquello que se denomina atención era en rea-
lidad un proceso mucho más complejo. Logró diferenciar por lo menos tres fases o formas
de atender que denominó estado de alerta, de atención selectiva y de esfuerzo consciente.
En el siguiente experimento, que juzgamos importante, pudo notar la secuencia de estos
tres componentes del proceso de la atención. Después de un aviso previo, por medio de un
taquistoscopio, se presenta en una pantalla un estímulo visual (una letra), y un segundo
después se presenta otro (otra letra) para que el sujeto responda “igual” o “diferente” según
fuera el caso. Simultáneamente se presentan estímulos auditivos al azar para que el sujeto
responda manualmente para medir su tiempo de reacción auditivo. Se comprueba que in-
mediatamente después que el experimentador da el aviso que va a empezar la tarea, el
tiempo de reacción a los estímulos auditivos se reduce de modo progresivo; pero poco antes
de la aparición del segundo estímulo el mismo tiempo de reacción se incremente hasta cer-
ca del doble de su latencia inicial.
Después del primer aviso, la reducción inmediata del tiempo de reacción se interpreta
como una fase de alerta incrementada, esto es, un estado de alerta fásico, distinto cuantita-
tivamente del estado de alerta tónico que corresponde al simple estar despierto. Después de
la presentación del primer estímulo, el incremento del tiempo de reacción se interpreta como
la fase de atención selectiva, es decir, la fase en que el sujeto procesa sólo un aspecto par-
ticular de la situación estímulo. El momento en que el sujeto decide la respuesta correcta se
considera como la fase de esfuerzo consciente, en que, efectivamente, hay la sensación de
un esfuerzo extra que se emplea para poder comparar el primer estímulo que queda en la
memoria y el segundo que acaba de percibir.
En una versión más reciente, el mismo autor (Posner, 1994) distingue las mismas tres
fases de la atención bajo los términos de alerta, orientación y detección del estímulo,
respectivamente.
Por otro lado, este mismo autor ha sugerido que debe haber por lo menos dos clases de
dicotomía respecto de la atención: por un lado, habría que diferenciar entre los procesos
automáticos (caminar leyendo) y los controlados (tratar de comprender una oración), y por
otro, entre la actividad de anticipación (prepararse para responder una pregunta) y la de
respuesta inmediata (corregir la postura cuando se pierde el equilibrio). Además, respecto
de las formas de actividad controlada y de anticipación, a fin de que la situación estímulo
sea procesada con la mayor eficiencia posible, habría dos tipos de procesamiento: la infor-
mación en sí, y los que mantienen el nivel apropiado de atención. En consecuencia, se su-
pone que hay dos tipos de mecanismo anatomofuncional en el cerebro: uno para el proce-
samiento de la información en sí y otro para mantener la actividad en un determinado nivel
de intensidad o dirección. La diferencia es muy similar a la planteada respecto de la memo-
rización: se supone que hay un sistema para procesar la información y otro para guardarla o
recuperarla. También se parece al planteamiento de Piaget acerca de la relación entre afec-
to y cognición, que supone se trata de una relación como la que existe entre la energía ex-
terna y el trabajo de la máquina en sí.
Se espera, entonces, que la teoría psicofisiológica explique estos procesos psíquicos en
términos de los procesos funcionales que de algún modo intervienen para cambiar o desviar
la actividad personal de una dirección a otra, para mantener un cierto grado de organización,
así como para generar el tipo de organización más adecuado a una situación particular, sub-
jetiva u objetiva. Esta necesidad hace suponer a Posner que deben existir dos tipos de sus-
trato anatómico y funcional en el cerebro: uno para procesar la información y otro para orga-
nizar la atención.
Pero hay dos problemas que subyacen a éstas y otras teorías actuales acerca de la
atención: el primero es que todas ellas parten del concepto de atención que se deriva del
sentido común, y el segundo, que sus procesos se explican con hipótesis que se derivan de
algunas situaciones experimentales puntuales en que la actividad del sujeto es aislada del
contexto y de la realidad en que normalmente se desenvuelven las personas. Por eso es
posible que todas aquellas definiciones de se han propuesto para la atención –como son las
que la identifican con concentración mental, vigilancia, atención selectiva, exploración, acti-
vación, set, análisis por síntesis (Moray (1969), y las mismas fases de la atención señaladas
por Posner, en realidad se las puede atribuir a las formas en que se organiza la actividad
epiconsciente en un momento dado de la actividad personal, y que esta actividad de antici-
pación o de orientación de la persona hacia sí misma o hacia su entorno se organiza de mo-
do apropiado a cada situación (Ortiz, 1999). Pero es posible que hayan sólo tres formas ge-
néricas de organización de la actividad epiconsciente, que son los mencionados estados de
ansiedad, de atención y de expectación.
En el cuadro 3.1.1 se comparan los conceptos fundamentales acerca de lo que son es-
tas formas de organización de la actividad epiconsciente. De esta manera descartamos que
la atención sea sólo una forma de actividad cognitiva, o la única forma de actividad cons-
ciente que subyace a la relación cognoscitiva entre el estímulo y el sujeto en un momento
dado. El modelo, por otro lado, no requiere de explicaciones fisiológicas ad hoc, o de meca-
nismos distintos a los del procesamiento de la información psíquica consciente en el nivel
cortical, como si fuera dependiente del procesamiento de la información neural en el nivel
subcortical. Más bien, lleva implícita la idea de que es la configuración que adopta la activi-
dad consciente cuando una u otra clase de información psíquica –afectiva, cognitiva o cona-
tiva– asume el papel de actividad de orientación o actividad rectora de la actividad en el es-
paciotiempo real del cerebro, del sistema nervioso y de la persona, todo simultáneamente.
CUADRO 3.1.1
ORGANIZACIÓN DE LA ACTIVIDAD EPICONSCIENTE

Forma de actividad Actividad de base Objetivo

1. Ansiedad (Alerta) De base afectiva: Recepción

2. Atención (Atención selectiva) De base cognitiva: Selección

3. Expectación (Esfuerzo consciente) De base conativa: Decisión

3.2.3. Redes neurales para la inducción y mantenimiento de la ansiedad


Definimos el estado de ansiedad como la forma en que se organiza la actividad epicons-
ciente a base de la actividad afectiva. Estados de esta naturaleza pueden ocurrir después de
una llamada de atención o advertencia, por ejemplo, frente al llamado de “listos ...!”, o como
el estado de duda que media entre retroceder o avanzar, escapar o enfrentar ante un peligro
(quedarse parado a mitad de la calle ante un carro que avanza a velocidad, o estático ante
la presencia inesperada de un animal), y en general ante la ocurrencia de una situación o
estímulo inusitado, insólito o desusado.
Incluye a los estados de alerta fásico y de vigilancia, en los que hay un incremento breve
o sostenido de receptividad por parte de la persona a lo que pudiera suceder de inmediato o
en un futuro algo lejano. La ansiedad consiste en estar preparado para procesar señales de
alta prioridad o de baja probabilidad. Es un aumento de la capacidad de respuesta, o de
mayor rapidez de respuesta ante estímulos, novedosos o establecidos de antemano. Tal es
la tarea de un vigía o vigilante. El aumento instantáneo de la ansiedad ante una situación
dada aparece entonces como alerta fásico (que puede adoptar la forma de “quedarse con la
mente en blanco”), o adopta la forma de vigilancia cuando la espera es prologada ante su-
cesos que pueden ocurrir como no también. La ansiedad no afecta la estructuración de la
información en el nivel inconsciente ni al reproducirla en el recuerdo, pero sí afecta la tasa
de respuesta a una sucesión de situaciones-estímulo, y puede producir errores por omisión
o por comisión, según la velocidad con que el sujeto procesa la información.
Cada persona tiene un nivel de ansiedad característico, con incrementos y decrementos
de mayor o menor amplitud y duración, o que se pueden mantener por largos períodos de
tiempo. Los incrementos mayores ya son vivenciados como temor o angustia ante lo que
pudiera suceder en el futuro. Este paso de la ansiedad a la angustia debe recordarnos la
teoría según la cual se suponía que la emoción era sólo un nivel de arousal elevado. En
verdad que los grados de ansiedad se correlacionan estrechamente con los grados de de-
sincronización de la actividad eléctrica del cerebro, como puede comprobarse por el incre-
mento del ritmo beta en el EEG, pero no podemos confundir la ansiedad en tanto forma de
organización de la actividad epiconsciente, con la angustia es sólo una forma de sentimien-
to, y menos con el miedo que es una sensación afectiva primaria, como ya hemos visto.
La actividad funcional de soporte del estado de ansiedad depende de redes neurales
que tienen sus puntos nodales en el hemisferio derecho. Esta aseveración se ha deducido
de la constatación de que las lesiones de este hemisferio producen disminución de las res-
puestas funcionales cutáneas y de tipo visceral durante la vigilancia. Por otro lado, en suje-
tos con hemisferios separados, la capacidad de vigilancia que depende del hemisferio dere-
cho es superior a la que depende del izquierdo. Y en personas normales, se puede compro-
bar un aumento del flujo sanguíneo regional en este hemisferio durante la ejecución de ta-
reas de vigilancia.
El conjunto de la red neural que integra la actividad afectiva con las otras formas de acti-
vidad cognitiva y conativa durante los estados de ansiedad, comprende el área parietal de-
recha, el área temporal lateral y el área parahipocámpica anterior, áreas que se integran a
través de los circuitos del hipocampo, la amígdala y el sistema de integración subcortical del
locus ceruleus.

3.2.4. Redes neurales para la inducción y mantenimiento de la atención


La atención la definimos como la forma en se organiza la actividad epiconsciente a base
de la actividad cognitiva Corresponde a lo que también se denomina orientación o foveación
hacia un objeto o cualidad del objeto. Se supone que para inducir un estado de atención se
requiere de un mecanismo de desenganche o de conmutación para desatender un objetivo y
orientarse y enfocar a otro, de tal modo que, una vez seleccionado este objetivo, el meca-
nismo debe facilitar que el aspecto seleccionado de la realidad objetiva actual se mantenga
bajo el foco de la atención.
La atención es la forma de organización necesaria para el análisis y reconocimiento de
patrones (patterns), la búsqueda visual, la selección del estímulo en un punto del espacio, el
aislamiento de un objeto o de una cualidad de un objeto a partir de una situación compleja, o
el seguimiento del objeto estímulo en un espaciotiempo real o virtual. Además debe facilitar
la retención de una cierta información en uno de los planos de la actividad epiconsciente.
El soporte funcional viene a ser una red neural de atención que tiene sus puntos nodales
en ambas áreas parietales posteriores. Por eso se dice que existe un sistema de atención
posterior. La existencia de este sistema se puede comprobar directamente por imágenes
tomográficas obtenidas por emisión de positrones. Por ejemplo, cuando una persona se
imagina caminando por el medio de una carretera, se incrementa la actividad de los lóbulos
parietales.
La actividad cognitiva se integra con la actividad afectiva y la conativa a través de una
red formada por las áreas parietales, el área cingular posterior –que según parece interviene
en el monitoreo de las señales sensoriales respecto del espacio exterior (Schneider y col.,
1994)–, el pulvinar y los núcleos laterales del tálamo, los tubérculos cuadrigéminos superio-
res y el sistema serotoninérgico de los núcleos del rafe.

3.2.5. Redes neurales para la inducción y mantenimiento de la expectación


El estado de expectación viene a ser una forma de organización de la actividad epicons-
ciente que depende de la actividad conativa. La expectación expresa las tendencias que la
personalidad desarrolla en el curso de su vida, y se expresa en la postura expectante que
ella adopta ante una situación social particularmente importante. La actividad expectante
tiene, en efecto, un aspecto de curiosidad y un aspecto de valor, por cuanto es espera curio-
sa de algo especialmente significativo o trascendente para la persona. No puede confundir-
se con la atención que es una forma de organización puramente cognitiva de la actividad.
El estado de esfuerzo consciente y el proceso de detección del estímulo han sido rela-
cionados erróneamente con la atención involuntaria, que en un momento señaló Luria como
función de los lóbulos frontales. Sin embargo, es evidente que sólo la atención de un animal
tiene que ser involuntaria. Por contraste, un estado de expectación es lo más, por no decir lo
único voluntario que existe. Naturalmente que orientar la actividad hacia un estímulo inusita-
do es una reacción de alerta fásica, mejor dicho, un estado de incremento instantáneo de la
ansiedad de fondo. Si la actividad cognoscitiva se mantiene, se convierte en atención (en
tanto depende de la actividad cognitiva). Y si surge la curiosidad por saber de qué se trata
aquello que llamó la atención, ésta se convierte en expectación.
De ciertos experimentos se ha deducido que parece haber un sistema cortical para de-
tectar señales independientemente de su ubicación que tiene su punto nodal en las áreas
frontales. Pero también sabemos que las personas en determinadas situaciones tienen que
hacer uso de procedimientos de decisión, cuando hay varias respuestas posibles. Por ejem-
plo, en el experimento de Posner, el sujeto debía comparar dos estímulos sucesivos para
decidir si eran iguales o diferentes. De modo similar, en la actividad rutinaria tenemos que
decidir entre alternativas tan banales como decidir qué ruta tomar para llegar a un punto, y
tan complejas como perseverar en la solución de un problema, o decidir qué conducta seguir
para lograr alguna de las aspiraciones. Las alternativas pueden estar presentes en un mo-
mento dado, o pueden surgir en momentos sucesivos; en todo caso, se requiere de una
forma de organización de la actividad que incluya elementos de ansiedad y de atención,
pero de tal modo organizadas que no son ni una ni otra. Es más bien una forma superior de
organización de la actividad consciente que depende la actividad volitiva.
Hay formas de actividad que se parecen a la atención, como son los estados de concen-
tración que se requieren para analizar la propia conducta, para realizar operaciones meta-
cognitivas o para mantenerse de modo consecuente en tareas difíciles, basadas en metas,
objetivos, intereses o expectativas.
El soporte funcional de la expectación es también una red neocortical que tiene como
punto nodal el área frontal lateral. Esta región de la corteza cerebral ha sido involucrada en
una diversidad de “funciones”, todas la cuales son en realidad resultado de la actividad psí-
quica conativo-volitiva que aparece de distintas formas dentro de tareas lógiccamente rela-
cionadas entre sí. Se dice, por ejemplo, que interviene en el pensamiento verbal, para ima-
ginar el espacio, en el control ejecutivo y la memoria de trabajo para detectar estímulos y
preparar respuestas, y por medio de imágenes tomográficas por emisión de positrones se ha
mostrado que la actividad frontal aumenta en proporción al número de blancos a detectarse
en una pantalla.
La integración de la actividad cognitiva y afectiva a base de la actividad conativa se
efectúa, hasta donde sabemos, a través de las conexiones del área frontal lateral con el
área cingular anterior, el núcleo dorsomedio del tálamo, el estriado y el sistema dopaminér-
gico del núcleo tegmental ventral.

3.2.6. La integración supramodal de la actividad epiconsciente


Ya hemos visto que la suposición de que las funciones elementales del cerebro se inte-
gran en otras de mayor complejidad son planteamientos mecanicistas que pueden ser supe-
rados diferenciando, primero, entre la formas de organización de la información psíquica, y
luego los planos de la actividad consciente, subconsciente y epiconsciente en que se proce-
sa dicha información. Esto significa que es fundamental separar el plano de la información
guardada o fuera de uso y los planos de la información en uso de la cual depende la organi-
zación de la actividad personal actual.
Debemos pues precisar ahora cómo se integran en la red cerebral holocortical, es decir,
en la red bihemisférica, las distintas clases de información psíquica consciente e inconscien-
te una vez que se descodifican y aparecen en la forma de imágenes y conceptos en los pla-
nos de la actividad epiconsciente.
Esto significa que a los procesos de integración intramodal e intermodal deben añadirse
los procesos de integración supramodal. Indudablemente que las interconexiones transcorti-
cales vienen a ser el primer soporte funcional de esta integración supramodal dentro de la
actividad epiconsciente. Sabemos que las formas de integración intramodal e intermodal o
multimodal, se producen dentro de cada componente neocortical de la conciencia. En otras
palabras, tenemos que explicar como se integran supramodalmente las clases de informa-
ción afectiva, cognitiva y conativa de ambos hemisferios hasta expresarse en la forma de
imágenes y conceptos.
Es evidente que esta última forma de integración holocortical y bihemisférica se efectúa
por medio de redes neurales distribuidas en varios niveles. Las principales de estas redes
son:
1) Los fascículos de asociación frontoparietales, temporoparietales y frontotemporales,
que contienen vías de ida y vuelta, que conectan las tres áreas de asociación de cada
hemisferio, formando así redes interconectadas en paralelo.
2) Cada una de las tres áreas neocorticales de cada hemisferio también se interconec-
tan con cada una de las áreas nodales de la corteza límbica: cingular anterior, cingular pos-
terior y parahipocámpica, y de este modo también se interconectan entre sí, pero ahora en
serie a través del circuito límbico formado por el cíngulo y el fascículo unciforme.
Se sabe ahora que estas interconexiones corticales terminan en un área blanco de dos
modos diferentes: las vías que van desde dos áreas neocorticales a una tercera (por ejem-
plo, las vías prefrontales y parietales que terminan en el área temporal), hacen sinapsis en
láminas alternantes o de modo complementario; en cambio, las vías que van desde dos
áreas neocorticales a la corteza límbica terminan en columnas alternantes o de modo inter-
digitado (Goldman-Rakic, 1988). De este modo convergen en el área cingular anterior y en
el área cingular posterior, axones del neocórtex prefrontal y del neocórtex parietal, y en el
área parahipocámpica, axones de las áreas temporal y prefrontal.
3) El cuerpo calloso es esencial para la integración bihemisférica. Por medio de éste se
efectúa la interconexión directa y bidireccional entre las áreas corticales de ambos hemisfe-
rios. Esta interconexión es el soporte funcional de la integración de los aspectos de repre-
sentación (o de estructura) y de procedimiento (o de actividad) de la información en el plano
epiconsciente. En términos psicológicos, esto significa que la elaboración de las imágenes y
los conceptos que se procesan en el plano epiconsciente de la actividad personal depende
de la integración de las señales diferenciadas que reflejan los rasgos espaciales y tempora-
les de la realidad que se realiza en cada hemisferio, y de la trasferencia de las señales psí-
quicas así elaboradas de uno a otro lado del cerebro. En este mismo nivel psíquico, la inte-
gración de las imágenes y los conceptos también depende de las señales verbales del sis-
tema del habla que se usan para la recuperación e interrelación de la información guardada.
CAPÍTULO 3.3

PROCESOS DE LA PERCEPCIÓN Y LA IMAGINACIÓN

Naturaleza de la percepción y la imaginación. Naturaleza de las imágenes. La percep-


ción y la imaginación como planos de la actividad epiconsciente. Formas de actividad per-
ceptual e imaginativa. El soporte psiconeural de la percepción y la imaginación. Caracteriza-
ción psicobiológica del hemisferio derecho.

En este capítulo explicaremos los procesos de la percepción y la imaginación como for-


mas de actividad holocerebral que se genera a partir de la información psíquica consciente
(del plano subconsciente) y la información psíquica inconsciente que se integran a partir de
la actividad psíquica del hemisferio derecho.
Desde un punto de vista estrictamente psicológico, sería relativamente más fácil expli-
car, por un lado, la imaginación y el pensamiento juntos, y por otro, la percepción y la actua-
ción. Sin embargo, desde la perspectiva fisiológica es más fácil y tal vez más comprensible
la explicación de los procesos de la percepción-imaginación separados de los del pensa-
miento-actuación, ya que así se comprende mejor su relación con uno y otro hemisferio ce-
rebral.
Por otro lado, en éste y en el siguiente capítulo, primero revisaremos críticamente los
conceptos e hipótesis explicativas acerca de estas cuatro formas de actividad epiconsciente;
en seguida, revisaremos los conceptos de imagen y de concepto, para luego discutir una
hipótesis explicativa fundada en los conceptos de conciencia y personalidad que nos han
servido de modelo teórico para dar cuenta de la naturaleza humana. También haremos
mención de las formas más importantes de actividad perceptual e imaginativa que se pue-
den aislar con fines de estudio clínico, por ejemplo, de pacientes con lesiones cerebrales o
de niños con problemas en el desarrollo formativo de su propia actividad consciente. Final-
mente veremos cómo los conocimientos que se han obtenido por la observación clínica de
personas con lesiones cerebrales, y por medio de las más modernas técnicas de estudio de
la actividad cerebral, pueden servir para sustentar las hipótesis explicativas acerca del so-
porte psiconeural de los mencionados planos de la actividad epiconsciente. En este caso de
trata de demostrar cómo la información psíquica (consciente e inconsciente) de cada com-
ponente neocortical de la conciencia contribuye a la formación de las imágenes y los con-
ceptos que son las formas de actividad que se procesan en los planos de la percepción, la
imaginación, el pensamiento y la actuación. Como consecuencia de estas demostraciones,
podremos elaborar una descripción de la forma como se supone están estructuradas las
redes neurales neocorticales de cada hemisferio cerebral de los hombres.

3.3.1. Naturaleza de la percepción y la imaginación


La gran mayoría de los estudios sobre la percepción se han hecho en relación con el de
la sensibilidad. La razón es obvia; pero subsiste el problema de precisar de qué naturaleza
es esta relación. En la literatura neurocientífica (Kandel, Schwartz y Jessell, 1995) y filosófi-
ca (Guttenplan, 1994) actuales, la relación es a la vez imprecisa, superficial y en extremo
general. Ya no volveremos a repetir aquí el por qué de estas limitaciones, pero el lector aho-
ra comprenderá mejor por que se dice que el gato o el mono percibe o piensa, se presume
conscientemente, en vez de decir que conoce o siente, naturalmente de modo inconsciente.
En efecto, no es fácil definir la naturaleza de la percepción, especialmente cuando se
ubican en el mismo plano el hombre y los primates, la actividad inconsciente y la consciente,
las sensaciones cognitivas y los conocimientos, el plano subconsciente y el epiconsciente.
La cuestión es que no es posible llegar a definir la naturaleza de los procesos esenciales de
la percepción partiendo de un punto de vista puramente objetivo o a partir de las caracterís-
ticas objetivas de un comportamiento o desempeño ante una tarea preestablecida. Esto no
significa que un enfoque puramente objetivo no alcance a delimitar el objeto. En realidad,
esto es lo que se hace por sentido común.
Se sabe, por ejemplo, que por medio de la percepción se adquieren conocimientos, que
algo tiene que ver con los sentidos, con los conceptos, las creencias, la imaginación, las
acciones. Que la percepción implica la estimulación de los receptores sensoriales, y que la
sensación es producto de procesos de transducción sensorial de estímulos físicos y quími-
cos. Sin embargo, no podemos admitir que se diga que no toda percepción compromete la
conciencia, pues con esto sólo se quiere decir que uno puede percibir sin darse cuenta;
cuando lo cierto es que las personas perciben únicamente porque tienen una conciencia.
Empezaremos por admitir con Thomas Reid que la sensación es un acto de la mente
que no tiene un objeto distinto del objeto mismo, en tanto que la percepción implica una
concepción o noción del objeto que se percibe, además de la convicción de su existencia
inmediata. Téngase presente este aspecto conativo que se menciona en esta definición. Sin
embargo, en la psicología actual, la percepción aparece como un proceso cognitivo, o como
parte del proceso de la cognición, sin diferenciar si es de naturaleza inconsciente o cons-
ciente.
J. J. Gibson también tiene razón en parte cuando dice que la percepción es una forma
de procesamiento de información, aunque su definición de información es la del sentido co-
mún (entendemos que se refiere a la información social), y que la función de los sentidos
consiste en buscar información, lo que puede entenderse en el sentido de que las personas
aprenden nueva información social durante el proceso de percibir (como también en el de
actuar).
David Marr, basándose en la simulación del proceso perceptual en computador, asume
que los sentidos generan representaciones acerca del estímulo, y que sobre éstas operan
procesos computacionales centrales. Es evidente que esta definición también se refiere a
las sensaciones animales, además de tener una clara posición mecancista, ya que presupo-
ne la existencia de algo o alguien que efectúa dichas operaciones, ya que ni siquiera toma
en cuenta el papel de la afectividad en el proceso mismo.
Estos planteamientos tradicionales presuponen que la percepción es un proceso cogniti-
vo lineal, situado entre la sensación y la imaginación, o el pensamiento; todos ellos en el
mismo nivel. No toman en cuenta el papel de la afectividad, como se ha dicho, y si lo hace,
lo asume como si estuviera en el plano inconsciente, a veces como un simple mecanismo
que por lo general perturba el proceso cognitivo.
Respecto de la imaginación disponemos de conceptos que se han derivado casi exclusi-
vamente del sentido común. En realidad, no es fácil diferenciar entre los conceptos de ima-
gen, imaginación, imaginativa, imaginería, lo imaginario, la fantasía, que en el lenguaje co-
rriente se usan como sinónimos. No obstante, la imaginación se asocia a la creación de
ideas o proyectos novedosos, y se dice que la imaginación es la imagen formada por la fan-
tasía, como si ésta fuera una capacidad primaria distinta. (En realidad, el término fantasía
usado por Aristóteles ha sido traducido por imaginación.) Por otro lado, se dice que la imagi-
nativa es la facultad de imaginar, en tanto que el concepto de imaginería se lo relaciona con
el arte o la artesanía.
Es interesante comprobar que desde puntos de vista filosóficos, la imaginación ha sido
insistentemente relacionada con la percepción desde que Aristóteles planteara que la fanta-
sía está a mitad de camino entre la percepción y el pensamiento. El planteamiento es lógico
y sin proponérnoslo hemos llegado a la misma conclusión, aunque por un razonamiento dife-
rente. En este mismo contexto, se ha dicho que la imaginación es función del pensamiento,
que es una actividad creativa, que implica una serie de perspectivas y nuevas formas de ver
las cosas. Kant también pensó que la percepción implica la imaginación y que debe haber
un puente entre el pensamiento abstracto y lo que se percibe.
Es también interesante la sugerencia de Hume en el sentido de que hay imágenes que
son copias de las impresiones de los sentidos, y que las imágenes de la imaginación son
diferentes de las de la memoria. Entendemos que así establece una diferencia entre las
imágenes que uno recuerda y son coincidentes con la realidad, y las imágenes que uno ela-
bora y por tanto no coinciden con ella. El mismo Hume pensaba que la imaginación es un
proceso mental que lleva de una imagen a otra y que así se explica nuestra tendencia a
creer que algo hay más allá de lo que justifican los sentidos. Este punto de vista nos parece
particularmente interesante porque de hecho se refiere a la capacidad de los hombres para
crear información social acerca de los procesos esenciales de las cosas. Si esto no hubiera
sido así, no tendríamos obras de arte ni teorías científicas.

3.3.2. Naturaleza de las imágenes


Dentro de los enfoques psicológicos, algunos autores definen lo imaginario como “una
característica del repertorio conductual del hombre”, y la imagen como la duplicación de las
estructuras de los objetos físicamente mensurables o de los procesos ambientales “aún no
comprendidos como proceso neuronal”. En cambio, “un percepto implica una respuesta a un
objeto que continúa perteneciendo a la capacidad de exploración de los órganos sensoria-
les, por lo menos durante un segundo” (Singer, 1974). Otros (por ejemplo, Smirnov y otros,
1960) señalan que la imaginación es una actividad psíquica específica que consiste en la
creación de imágenes nuevas. Se enfatiza que su punto de partida es la realidad objetiva y
que es una forma de reflexión de los objetos que ha surgido y desarrollado dentro del proce-
so del trabajo del hombre.
Coincidente con estas definiciones, se supone que las imágenes que se crean en el pro-
ceso de la imaginación implican una suerte de dibujo (picturing) que se forma en el cerebro y
que el cuadro resultante se puede ver con los ojos de la mente. También se dice que la ima-
gen es a la imaginación lo que la sensación es la percepción.
En la actualidad disponemos de tres teorías acerca de la naturaleza de este tipo de ima-
gen. Tal vez la más fácil de comprender es la de Kosslyn ya que coincide con la introspec-
ción de los clásicos y el sentido común. Sugiere que la imagen es un análogo del estímulo:
es una especie de cuadro o copia que se parece al objeto; en todo caso, la imagen tiene las
características del objeto real. Respecto de su naturaleza intrínseca, Kosslyn supone que se
trata de imágenes funcionales. Así, una imagen visual es resultado de la actividad nerviosa,
cuyo medio (especie de pantalla) es un buffer (o memoria intermedia) visual que se compar-
te con la imagen perceptual. Por tanto, habría procesos por los que dichas imágenes se ge-
neran, inspeccionan y transforman.
Según la teoría descripcionalista de Pylyshyn, las imágenes son como proposiciones, es
decir, se representan en la forma de descripciones lingüísticas complejas, aunque en un
código neural del tipo del lenguaje. Estas descripciones incluyen una representación de las
relaciones espaciales y de las propiedades del objeto. Se trataría de un lenguaje interior
inconsciente que puede traducirse en el lenguaje hablado.
Marr propone que las imágenes son bosquejos (sketches), con lo cual quiere decir que
al modelo de Kosslyn hay que añadir símbolos para los rasgos o para cualquier punto del
estímulo real (por ejemplo para la profundidad, bordes, orientación de cada punto del obje-
to). Los símbolos reemplazan a las actividad neural de Kosslyn, lo cual es un real avance,
pues suponemos que los símbolos se refieren a la información psíquica respecto de los
elementos constitutivos del mundo real que en un momento dado se reproducen e integran
en una imagen psíquica.
Las objeciones que se hacen a las teorías del dibujo (picturing) mental parten del princi-
pio de que estas imágenes no se ven realmente, que no explican la indeterminación de mu-
chas imágenes y que no tienen la evidencia necesaria que las sustente. Por nuestra parte,
podemos decir que las imágenes son estructuras psíquicas y por lo tanto no tienen por que
tener dimensiones físicas; son estructuras generadas por integración de información pre-
viamente almacenada, y la evidencia acerca de su naturaleza objetiva tiene que ser sólo y
necesariamente introspectiva. Esto significa que cualquier teoría tiene que referirse a las
formas de imagen que cada persona genera, y por tanto, tienen que ser necesariamente
peculiares, es decir, personales.
Algo muy distinto es explicar en qué consisten los procesos esenciales que determinan
las imágenes, cualquiera que sea la forma que adopta en cada persona, inclusive en cada
investigador. Además, no es que la introspección tenga una utilidad cada vez menor de la
que se supone, sino que dicha utilidad depende de la concepción del mundo y del hombre
que cada investigador tenga previamente en mente; es decir, de la clase de información
social que cada persona dispone en su conciencia, como también de la configuración que
dicha información adopta en su conciencia. En un extremo, habrá personas que imaginan
con imágenes eidéticas; en otro, personas que generan sólo descripciones cuasi verbales
del mundo y las cosas. Posiblemente Kosslyn está más cerca de aquellas que imaginan bien
como los artistas, mientras que Marr está más cerca de aquellas que sólo pueden pensar,
como los matemáticos.
Es evidente que algunas de estas definiciones de algún modo expresan la diferencia
abismal que hay entre las dos clases de información cognitiva que ya hemos señalado: las
sensaciones cognitivas y los conocimientos. Por consiguiente, es muy distinto 1) generar
imágenes de tipo inconsciente (sensaciones cognitivas) a partir de señales sensoriales so-
máticas que reflejan la apariencia física del ambiente exterior (del mismo nivel de las sensa-
ciones afectivas que reflejan señales sensoriales viscerales respecto de las condiciones in-
ternas del cuerpo), y 2) generar imágenes de tipo consciente (conocimientos) a partir de
información psíquica cognitiva consciente de base social acerca de la estructura y los proce-
sos internos que subyacen a los fenómenos de la naturaleza, de la sociedad y de uno mis-
mo; información ésta que debe ser previamente adquirida y guardada en la memoria de nivel
consciente, para confrontarlas con aquellas sensaciones en su momento. Lo dicho implica la
posibilidad de generar imágenes cognitivas en el plano epiconsciente modificadas, modula-
das o moldeadas por información afectiva y conativa.
Las imágenes de tipo inconsciente reflejan únicamente las características objetivas y
superficiales del objeto, con sus dimensiones sensoriales que dependen de la respectiva
modalidad, tactil, auditiva o visual. Las imágenes de tipo consciente son representaciones
de los aspectos del objeto que no se han podido, no se pueden y seguramente no se podrán
tocar, oír o ver jamás. Son imágenes generadas por información social; representaciones
psíquicas elaboradas y creadas por descripciones verbales, gráficos, símbolos. Por ejemplo,
la imagen sensorial visual de tipo inconsciente del rostro de un amigo refleja los aspectos
físicos de contraste, forma, tamaño, color, movimiento; en cambio, la imagen de tipo cons-
ciente implica imágenes respecto los tejidos subyacentes, las estructuras anatómicas cubier-
tas por la piel que nunca he vista realmente, como también su belleza, su tristeza o el valor
que se le atribuye cuando se lo reproduce al recordarlo.
Iguales diferencias podemos establecer respecto de la imagen perceptual, con la única
diferencia que los atributos son congruentes con el objeto real. Por eso, cualquiera que fue-
se el ángulo de donde se mira una silla, la imagen perceptual de un instante resulta de la
integración de la imagen sensorial (inconsciente) con la imagen de tipo consciente previa-
mente elaborada y guardada que en ese momento se genera desde la memoria.
En otras palabras, si se diferencia bien entre el nivel subconsciente de la información
guardada, por un lado, y el plano epiconsciente de la información en uso, por otro, es fácil
concluir que las imágenes sensoriales (icónicas, ecoicas, tactiles) y las imágenes cognitivas
que resultan de la recuperación (el recuerdo) de la información cognitiva consciente, se in-
cluyen mutuamente y así se procesan en el plano epiconsciente de la percepción. En cam-
bio, durante la imaginación, en que no está presente el estímulo, por simple lógica la imagen
es sólo una reproducción de los datos de la memoria consciente y/o inconsciente. En ambos
casos, las imágenes cognitivas pueden modificarse por las distintas clases de información
afectiva y conativa que también se activan en el curso de la imaginación o de la misma per-
cepción.
3.3.3. Los planos de la percepción y la imaginación
Después de haber revisado los puntos de vista de la psicología cognitiva, estamos en
condiciones de afirmar que la percepción no es un hecho pasivo, a no ser que se le confun-
da con las sensaciones de nivel inconsciente. Por ejemplo, al percibir un objeto, la imagen
cognitiva (el conocimiento) que se tiene acerca de él, de hecho queda incluida en la imagen
sensorial del mismo, puesto que si no fuera así, sería una alucinación. En tal caso, ya no se
trata de discutir el problema de si se puede percibir lo que no se conoce, pues incluso si el
objeto no es conocido de antemano, para la persona de todos modos se trata de una per-
cepción, ya que ella es autoconsciente de su falta de conocimiento y tratará de obtenerlo. En
la imaginación, en cambio, está presente sólo la imagen reproducida desde la memoria, y si
la persona no tiene capacidades eidéticas suficientes, seguramente que su imagen será
borrosa o carente de detalle.
Como quiera que dentro del sistema de la personalidad (Ortiz, 1994), la conciencia con
sus tres componentes en cada hemisferio cerebral y sus dos planos subconsciente y epi-
consciente, ha sido definida en términos no ortodoxos, también se hace necesario definir
dentro de este modelo los conceptos de percepción y de imaginación (así como los de pen-
samiento y actuación que veremos en el capítulo siguiente).
En primer lugar, así como podemos diferenciar entre las sensaciones cognitivas (del ni-
vel cognitivo-ejecutivo inconsciente) y los conocimientos (del nivel cognitivo-productivo
consciente), así también es necesario diferenciar entre la actividad imaginativa puramente
cognitiva y la actividad imaginativa integrada del plano epiconsciente, con sus aspectos
afectivos y de valor.
En segundo lugar, tendremos en cuenta que, tanto para la filosofía de la mente como
para la psicología natural (que consideran al hombre un animal) tanto la percepción como la
imaginación se producen dentro de un proceso cognitivo indiferenciado, separado de los
proceso afectivos también similares en el hombre y el animal. Y aunque se ha sugerido que
la solución al problema de la conciencia está en la explicación de la interfaz que existe entre
la cognición y la emoción, preferimos mantener la idea de que una interfaz de este tipo exis-
te sólo en los animales, y que respecto de ella no es en modo alguno necesario atribuirle el
carácter de conciencia. Muy por el contrario, es la estructura de la conciencia que compren-
de las clases de información afectiva, cognitiva y conativa de base social, la que algún mo-
mento se convierte en actividad epiconsciente por integración de estas clases de informa-
ción.
En tercer lugar, sabemos que los sentimientos, los conocimientos y las motivaciones,
por su propia naturaleza, tienen un aspecto estructural y un aspecto de actividad, es decir
que adoptar las formas de afecto o de emoción, de cognición o de producción, de conación
o de volición. Por consiguiente, una vez integradas estas formas de información en el plano
epiconsciente, obtendremos imágenes y/o conceptos como formas de actividad psíquica del
mayor nivel de elaboración de la actividad consciente y la actividad personal.
Por último, debemos advertir que al parecer sólo los hombres hemos desarrollado la ca-
pacidad de reflejar los aspectos espaciales y temporales de la realidad objetiva por separa-
do. Esto significa que las dos formas de actividad perceptual e imaginativa reflejan los espa-
cios personal (del cuerpo limitado por la superficie externa de la piel), peripersonal (el entor-
no local que está al alcance de las manos) y telepersonal (el espacio universal que conoce-
mos). Por lo mismo, es importante diferenciar entre la imagen y el percepto del cuerpo, la
imagen y el percepto del espacio inmediato local, y entre la imagen y el percepto del espacio
universal. Debe ser entonces por esta razón que los conocimientos los guardamos en la
memoria bien como información psíquica que reflejan el aspecto espacial de los sucesos del
mundo (el aspecto de su existencia en el espacio), bien como conceptos que reflejan el as-
pecto temporal de los mismos (el aspecto de su desarrollo en el tiempo).
Podemos resumir lo dicho, diciendo que en los planos de la percepción y la imaginación,
la imagen es una estructura que resulta de la integración de conocimientos, sentimientos y
motivaciones. O lo que es lo mismo, que las imágenes son formas de actividad psíquica de
nivel epiconsciente que resultan de la integración de los aspectos estructurales de la infor-
mación afectiva, cognitiva y conativa que están en relación con los aspectos espaciales de
la realidad. De allí el sesgo que imprime el científico a sus imágenes de la realidad que es-
tudia o explica; de modo similar, la imagen de una persona, un paisaje, un objeto, etc. no es
neutra ni fría: incluye el sentimiento y el valor respectivos.
Por tanto, la imaginación es el plano de la actividad epiconsciente en que se procesan
las imágenes de tipo consciente que resulta de la activación e integración de diversas clases
de información codificadas en el nivel subconsciente del hemisferio derecho. La percepción,
en cambio, es el plano de la actividad epiconsciente en que se procesan imágenes de tipo
consciente, pero tanto a partir de las sensaciones afectivas y cognitivas de las áreas recep-
tivas primarias de ambos hemisferios que reflejan la realidad objetiva actual intraindividual
(visceral) y extraindividual (somática), como a base de la información psíquica consciente
pertinente codificada primordialmente en el hemisferio derecho.

3.3.4. Formas de actividad perceptual e imaginativa


Tanto en la práctica clínica como en la investigación experimental es importante delimi-
tar qué aspectos de los procesos de la percepción y la imaginación se deben observar, des-
cribir, analizar y explicar. Es usual hablar en estos casos de operaciones mentales, dándose
a entender que según la tarea impuesta la persona tiene que efectuar las operaciones más
apropiadas para resolverla. La delimitación de estas operaciones ha sido fundamental para
explicar los procesos subyacentes a la percepción y la imaginación (así como respecto del
pensamiento y la actuación).
Las operaciones, tareas o formas de actividad fundamentalmente perceptuales son: la
detección, la discriminación, la gradación, la localización, el reconocimiento, la comprensión
y la descripción del estímulo o de la situación estímulo.
Las operaciones, tareas o formas de actividad imaginativa son la elaboración de: el re-
cuerdo de información episódica, la imagen corporal, la orientación espacial, la concretiza-
ción, la imaginativa, la solución de problemas concretos y la creatividad.

3.3.5. El soporte psiconeural de la percepción y la imaginación


El procesamiento de las imágenes en los planos de la actividad perceptual y la imagina-
ción tiene que explicarse en términos psicológicos, es decir, en términos de la información
psíquica –inconsciente y consciente– que subyacen al plano epiconsciente. Sin embargo, no
se puede dejar de aludir a los procesos funcionales o neurales que subyacen, a su vez, a los
psíquicos.
Un caso extremo de esta necesidad, ha sido la de apelar a las observaciones hechas en
animales para sugerir cómo funciona el cerebro humano cuando percibe sobre todo. Sin
duda que el parecido fenoménico, objetivo, ha justificado en parte esta táctica de la investi-
gación, y es posible que algo de verdad haya en las hipótesis sustentadas a base de expe-
rimentos en animales. La razón es que tales observaciones son resultado de experimentos
donde el hombre introduce cambios en la actividad cerebral de un animal. Mejor dicho, no es
que el animal perciba como el hombre por su propia naturaleza, sino porque el hombre hace
que el animal perciba como él lo haría dadas las mismas condiciones. Justamente para ello
se escoge el animal que epigenéticamente ya esté dispuesto para realizar lo que el experi-
mentador esperaría de otra persona.
Es pues importante recordar los viejos experimentos hechos en monos especialmente
por Pribram (Werner, 1974), en los que primero se adiestra al animal en la ejecución de di-
versas tareas humanas para observar su desempeño después que someterlos a la ablación
de una parte de su corteza cerebral, generalmente un lóbulo, temporal, parietal o frontal. Es
bien conocida la observación de que los monos una vez que se les ha extirpado los lóbulos
parietales muestran una marcada reducción de su actividad de búsqueda visual, esto es,
escogen muy pocos objetos por una recompensa, y aunque todavía pueden coger un pe-
queño objeto en el aire, al vuelo, que es una acción que se ejecuta o no se ejecuta, en si-
tuaciones donde el animal tiene ante sí una variedad de estímulos entre los cuales tiene que
escoger uno de ellos de acuerdo a las condiciones de la tarea, el animal sin corteza parietal
falla totalmente.
La situación anterior ha sido interpretada en el sentido de que la corteza de asociación
posterior contiene los mecanismos que facilitan al sujeto tratar con situaciones complejas,
aquellas donde se requiere la selección de una operación para responder a varias alternati-
vas. Sucede como si un conjunto de circunstancias del ambiente tuvieran que ser divididas
en unidades mutuamente exclusivas, y una de estas clases tuviera que ser seleccionada
como la condición relevante (la imagen), a propósito de la cual se tiene que adaptar un plan
que organice la secuencia de acciones a realizar. También se ha dicho que el fracaso del
mono lobectomizado parietal para seleccionar la estrategia más apropiada para la ejecución
de la tarea, es equivalente a la incapacidad de una persona para asignar un “significado” a
un estímulo de acuerdo a su propia experiencia.
Los animales con los lóbulos frontales extirpados tienen un desempeño diferente. Ya
hemos mencionado (capítulo 2.3) que en los experimentos de Jakobsen, el mono lobectomi-
zado frontal muestra una reducción de su capacidad para recordar la ubicación del estímulo.
Por su parte, el mono sometido a lobectomía temporal parece que ha perdido la capacidad
para notar las diferencias de forma de los objetos-estímulo entre los que debe escoger
(Ruch, 1979).
Otro aspecto de la explicación anatómica y fisiológica de los procesos que estudiamos
es el del locus o lugar del cerebro donde se forman las imágenes perceptuales y de la ima-
ginación. La cuestión es cómo y donde estarían ubicadas las imágenes, o qué espacio del
cerebro ocupan estas imágenes. Sabemos que las imágenes del espacio que percibimos o
imaginamos están en el cerebro. Quisiéramos saber si son imágenes que se forman en lu-
gares diferentes del cerebro, si ocupan parte o toda la extensión de los hemisferios o de uno
de ellos. Un jugador de ajedrez puede anticipar las imágenes acerca de la distribución espa-
cial de las fichas en el tablero en un número que varía de acuerdo a sus capacidades, siem-
pre y cuando las fichas estén ordenadas en el tablero como parte de jugadas previas, y no al
azar. Hay por lo tanto una organización de las imágenes, primero a partir de la realidad obje-
to; luego a base de información disponible y configurada previamente. Las imágenes abs-
tractas del tablero de ajedrez de un ajedrecista, las imágenes que tenemos de la distribución
de las ciudades de nuestro país a pesar de que no las hemos visitado jamás, así como las
imágenes más concretas de la ruta que debemos tomar para llegar a un lugar que ya cono-
cemos, igual que la distribución de sus enseres, o de cómo quedarán dispuestos los alimen-
tos en la mesa para un ama de casa, son imágenes mucho más complejas que la simple
representación psíquica de un objeto después de haberlo contemplado por un momento. En
todo caso, prácticamente todas las imágenes de situaciones que las personas experimentan
en su vida rutinariamente, por más simples que parezcan no son como las imágenes fuera
de contexto que debe reproducir un sujeto en un experimento especialmente diseñado. Pero
todas ellas requieren de una misma explicación; inclusive las imágenes que son creación
exclusiva de un artista.
Los objetos mentales de Changeux (1985), así como la extensión espacial de las imá-
genes que rotan de Kosslyn, efectivamente tienen que ocupar un espaciotiempo en la red
neocortical del cerebro. Cuando una persona se imagina un objeto como si estuviera dibuja-
da en la pantalla real que tiene al frente, las imágenes proyectadas en el mismo espacio por
el experimentador requieren de una mayor iluminación para ser detectadas que cuando és-
tas se proyectan sobre la pantalla “en blanco”. Esta observación, además de que nos mues-
tra la posibilidad de ver la extensión de la imagen en el cerebro, implica que la imagen per-
ceptual y la imagen de la memoria dependen de la activación de los mismos datos de la
memoria neocortical del cerebro.
Así, por ejemplo, la visión de un objeto simple aumenta la actividad metabólica de la red
occipital de las áreas visuales, y si la figura es más compleja, más amplia es el área activa-
da. Sin embargo, cuando la persona imagina estar dirigiendo un coche en una carretera,
hemos visto que se activan ambas áreas parietales. Y cuando una persona ha logrado elegir
una respuesta a un estímulo, la red activada es la de la corteza dorsolateral del lóbulo fron-
tal. Podemos pues visualizar por medio de imágenes tomográficas aquellas áreas neocorti-
cales activas durante los procesos de la percepción o la imaginación, es decir, nos muestran
qué áreas intervienen en el procesamiento de las señales psíquicas que en un momento
dado participan en la elaboración de las imágenes.
Es importante destacar que esta es justamente la conclusión que ya se había podido ob-
tener después de observar los efectos de lesiones localizadas en zonas restringidas de la
corteza cerebral en pacientes estudiados clínicamente desde el siglo pasado. En principio,
se sabe que la percepción y la imaginación (así como el pensamiento y la actuación) de una
persona con una lesión localizada en alguna parte de la corteza cerebral, es el resultado de
la actividad psíquica de todo el cerebro con la sola ausencia de la información que estuvo
codificada en la red lesionada o que se integraba por medio de una red que ahora está le-
sionada. Así, la actividad perceptual y/o imaginativa de personas con lesiones corticales del
hemisferio derecho es la actividad de las partes del tejido cerebral sano, menos la informa-
ción de la zona de este hemisferio que se encuentra lesionada.
Es pues importante que se haya podido demostrar que las lesiones de cada unidad ne-
ocortical en uno u otro hemisferio produce desórdenes psíquicos con características espe-
ciales que expresan la forma como dicha área contribuye al procesamiento perceptual y de
la imaginación (así como del pensamiento y la actuación). Se ha podido observar, por ejem-
plo, que los pacientes con lesiones parietales derechas generan hemiimágenes que repre-
sentan sólo la mitad derecha de un determinado espacio que son producto de la actividad
del hemisferio izquierdo. Esto claramente indica que la representación imaginativa de todo el
espacio objetivo (de los dos hemiespacios, derecho e izquierdo) depende del hemisferio
derecho.
Es igualmente importante la asociación del fenómeno de negligencia izquierda con la
anafectividad y la apatía que se producen por lesiones del mismo hemisferio derecho. Aun-
que muchos de estos desórdenes psíquicos también se deben a lesiones temporales, parie-
tales o frontales bilaterales, llama la atención que se produzcan por efecto de lesiones unila-
terales del hemisferio derecho. Así sucede con la desorientación topográfica, la agnosia si-
multánea, la apraxia constructiva, la prosopagnosia, la amnesia para hechos que en algunos
pacientes se producen por lesiones del hemisferio derecho.
Es pues interesante la advertencia de Teuber (1964), quien después de estudiar pacien-
tes con lesiones prefrontales sentenció que el proceso perceptual no empieza en las áreas
receptivas posteriores, sino en las áreas prefrontales, pues suponía que éstas generan res-
puestas corolarias por las que uno anticipa la percepción del estímulo. Este asunto ya lo
discutimos al referirnos a la actividad conativo-volitiva de las áreas dorsolaterales de los ló-
bulos frontales. Ahora debemos señalar que, en realidad, estas áreas no tienen la función de
originar respuestas corolarias, sino que almacenan la información conativa que es la que
organiza la actividad epiconsciente en la forma de expectación. Esto significa que los moti-
vos que adoptan la forma de convicciones, intereses, objetivos, etc. son los que en principio
determinan qué estímulos, o qué aspecto del estímulo, ha de procesarse preferentemente y
no otro; qué imágenes deben estructurarse y para qué deben emplearse. Es decir, es posi-
ble que esta clase de información sea la que determina qué estímulo es importante procesar
en un momento dado o qué clase de estímulos son preferentemente procesados por una
persona dentro de sus propias estrategias y de las tendencias a base de las cuales organiza
el curso de su propia historia.

3.3.6. Caracterización psicobiológica del hemisferio derecho


Tomando en cuenta las observaciones que acabamos de esbozar, es posible caracteri-
zar al hemisferio derecho como el sistema de memoria que guarda los aspectos estructura-
les de la información psíquica consciente, información que refleja, a su vez, los aspectos
espaciales de la realidad. Estos aspectos estructurales de las distintas clases de informa-
ción guardadas en el neocórtex paralímbico, parietotemporooccipital y prefrontal dorsolate-
ral de este hemisferio son los que al activarse involucran a todas redes interconectadas en
paralelo del mismo hemisferio y del lado opuesto para generar las imágenes que reflejan la
estructura del espacio real –del cuerpo, el entorno o el universo. Es importante recordar que
el hemisferio izquierdo genera hemiimágenes respecto del hemiespacio derecho únicamen-
te. Esta forma de codificación de la información psíquica significa que las redes neocortica-
les del hemisferio derecho deben tener las características especiales que facilitan la codifi-
cación de las clases de información que generan tales formas de representación del espacio
del que formamos parte.
A partir de las evidencias que ya hemos revisado, se ha deducido que el hemisferio de-
recho genera representaciones geométricas, analógicas, sintéticas, objetivas, concretas de
dicha realidad. Esta forma de procesamiento parece que depende de ciertas características
intrínsecas de las redes neurales de este hemisferio.
En primer lugar, parece que el hemisferio derecho genera imágenes perceptuales e
imaginativas porque procesa señales psíquicas de modo simultáneo antes que secuencial.
Esto implicaría que las redes neurales en paralelo del hemisferio derecho integran informa-
ción en simultáneo, tanto para la adquisición y elaboración de los sentimientos y los cono-
cimientos respecto de las cosas en el espacio, como para la generación de las imágenes en
los procesos de la percepción y la imaginación.
En segundo lugar, ya sabemos que las áreas posteriores del hemisferio derecho proce-
sa mejor aspectos de la realidad objetiva, sobre todo distancia, tamaño y forma a través del
tacto y la visión, y que por eso es capaz de generar una representación tridimensional del
espacio.
Finalmente, en el hemisferio derecho el procesamiento de la información parece que se
organiza en bloques o que los cambios de una representación a otra se producen a interva-
los relativamente prolongados o se realizan más lentamente. Esta forma de procesamiento
determinaría que la atención ante los sucesos del espacio sea más sostenida o prolongada
y que esta característica facilite la inspección y procesamiento de la información respecto
del entorno y las condiciones de la situación actual.
CAPÍTULO 3.4.

LOS PROCESOS DEL PENSAMIENTO Y LA ACTUACIÓN

Naturaleza del pensamiento y la actuación. Naturaleza de los conceptos. El pensamien-


to y la actuación como planos de la actividad epiconsciente. Formas de actividad del pen-
samiento y la actuación. El soporte psiconeural del pensamiento y la actuación. Caracteriza-
ción psicobiológica del hemisferio izquierdo.

En este capítulo vamos a explicar los procesos del pensamiento y la actuación como
formas de actividad consciente holocerebral o bihemisférica que se genera a partir de la in-
formación psíquica consciente (del plano subconsciente) y la información psíquica incons-
ciente y se integra a partir de la actividad psíquica del hemisferio izquierdo.
Naturalmente que esta explicación requiere de una definición del pensamiento y la ac-
tuación en los mismos términos en que hemos definido la imaginación y la percepción. La
definición de estas formas superiores de actividad de la conciencia tendrá que precisar la
naturaleza de sus procesos esenciales que se expresan en lo que se conoce como opera-
ciones mentales u operaciones lógicas de la mente. En todo caso, evitaremos definir el pen-
samiento por esta clase de operaciones, al mismo tiempo que haremos patente la necesidad
de definir la actuación superando la vieja teoría de la praxis derivada de la teoría de la
apraxia. Más aún, con este enfoque esperamos dejar de lado la idea de que el pensamiento
es la única expresión superior de la actividad funcional del cerebro, o que la conducta es
sólo una forma de actividad corporal objetiva, sin negar que uno de estos planos puede
asumir un papel predominante o rector de la actividad consciente dependiendo de los objeti-
vos y estrategias de la persona en un determinado momento de su vida.

3.4.1. Naturaleza del pensamiento y la actuación


Una característica del estudio del pensamiento ha consistido en elevarlo al mayor nivel
del psiquismo, hasta colocarlo por encima de cualquier otra forma de actividad, como la per-
cepción y la imaginación. Dentro de este enfoque, la actuación ni siquiera aparece como tal,
y cuando se habla de conducta, desempeño o comportamiento, los términos se usan como
sinónimos que se refieren a una forma de actividad motora que se supone depende de sis-
temas funcionales de control del movimiento.
Otra característica de este estudio es que el pensamiento ha sido por lo general abstraí-
do y aislado del conjunto de la actividad personal, prácticamente sin tomar en cuenta su
relación con el cerebro. Sólo de vez en cuando, a partir de las concepciones materialistas de
Gall y algunos otros teóricos del siglo pasado, la idea de que el pensamiento es “una fun-
ción” del cerebro ha tomado la forma de un enunciado científico natural. Entonces, al haber
sido aislado como una función, un estado o un proceso relativamente autónomo, se supone
que debe estar necesariamente relacionado con las demás funciones mentales, aunque
nunca se ha podido precisar la índole de estas relaciones. En este sentido, el pensamiento
ha sido definido como un proceso mental distinto de las sensaciones, las imágenes, los sen-
timientos, el lenguaje, etc., que comprende una serie de “operaciones mentales” que tam-
bién pueden ser aisladas entre sí, como vendrían a ser la solución de problemas, la clasifi-
cación, la generalización, el análisis y la síntesis, la abstracción, etc., suponiéndose, ade-
más, que alguna de éstas operaciones es la que explica a todas las demás.
Como quiera que seguimos un modelo informacional de la actividad personal, y por tan-
to de la actividad psíquica, debemos recordar que dentro de los enfoques basados en la
informática, es frecuente utilizar la computadora, o mejor, los programas usados en compu-
tación, como análogos del pensamiento. Desde este punto de vista, el pensamiento es defi-
nido como una forma de procesamiento de la información, parte de la actividad cognitiva que
media entre entradas sensoriales y respuestas motoras. La pregunta que se hace en este
caso es entonces qué clase de operaciones de cómputo realiza esta suerte de software o
programa cuyo soporte es el hardware del cerebro. Sin embargo, notaremos de inmediato
que esta definición es tan general que puede aplicarse no sólo al pensamiento, sino también
a la mente, la cognición, la percepción e inclusive a la conciencia.
Planteadas así las cosas, no debe sorprender que hayan surgido diversos interrogantes
acerca de la génesis del pensamiento. Por ejemplo, se ha preguntado si tal programa es
innato o adquirido; si el pensamiento precede a la realidad o la realidad se antepone al pen-
samiento; si el pensamiento depende del lenguaje o éste depende del pensamiento. Tam-
bién se ha dicho que los procesos causales del pensamiento reflejan las relaciones normati-
vas y abstractas de la lógica; que las relaciones lógicas son la esencia interna del pensa-
miento; que el pensamiento incorpora la lógica tanto como el mundo exterior. Estos interro-
gantes son particularmente interesantes, por lo que los volveremos a ver dentro del marco
conceptual que sostenemos aquí.
Por otro lado, el problema de la delimitación y ubicación del pensamiento ha obligado a
precisar la índole de sus relaciones con la conciencia. Naturalmente que al plantearse de
este modo la cuestión, la primera impresión que se tiene es que se trata de dos entes sepa-
rados, como cuando se expresa que la conciencia termina donde empieza el pensamiento,
aunque también se dice que el contenido del pensamiento depende de la conciencia. Pero
no está claro si el contenido de nuestros pensamientos existe porque somos seres conscien-
tes, o porque la conciencia es el medio donde se inscriben los contenidos del pensamiento.
Como veremos, estos interrogantes se resuelven mejor cuando se toma en cuenta que los
conceptos del pensamiento son formas de actividad consciente que dependen principalmen-
te de la información psíquica guardada en el cerebro.
Respecto de la actuación en sí, y de su relación con el pensamiento, se dispone de muy
pocas propuestas teóricas, todas las cuales han sido formuladas dentro de la teoría de las
funciones que subyacen al “movimiento voluntario”. Lo más cercano que disponemos al res-
pecto son los conceptos de conducta, desempeño y comportamiento, aunque se aplican a
hombres y animales por igual.
Cuando se abstrae la conducta como una actividad autónoma, lógicamente que puede
estar en relación con el pensamiento, como no también. En el primer caso, tendríamos que
explicar cómo se cubre la distancia o en qué cosiste el puente que hay entre ambos. Luria
(1964), por ejemplo, dio mucha importancia a las palabras como los medios a través de los
que el pensamiento regula la conducta. Pero, si el pensamiento es algo indefinible y la con-
ducta lo único observable, quedan dos alternativas: o bien el pensamiento es una forma de
comportamiento, o bien el pensamiento se reduce a los procesos físicos de este último.
En neurología, por ejemplo, el estudio de este aspecto conductual de la actividad perso-
nal ha sido reducido al estudio de la génesis del movimiento. Sin embargo, a pesar de esta
limitación, los hallazgos anatómicos y funcionales que disponemos al respecto nos son mu-
cho más útiles que los esquemas del conductismo. Este aserto no niega el hecho de que las
teorías neurológicas del movimiento mucho le deben al enfoque conductista más radical.
Dentro de esta misma concepción neurológica, la relación psico-motora (percepto-
motora, viso-motora, etc.) se explica usando modelos que se deducen de la interpretación
de las apraxias. En efecto, todos los esquemas teóricos acerca de la generación del movi-
miento voluntario incluyen una brecha entre la idea y la acción, entre la psique y el movi-
miento, entre la percepción y el desempeño motor. Una vez que se salta esta separación, el
resto es cuestión de adoptar el modelo lineal de las vías motoras o un modelo psicolingüísti-
co de corte más estructural.
El esquema clásico (sugerido por Liepmann y actualizado por Geschwind) acerca de la
ejecución de una destreza motora, se basa en una interpretación de la apraxia ideomotora y
es similar al del lenguaje que se deduce de la interpretación de la afasia. Dicho esquema
sugiere que las señales sensoriales siguen una trayectoria desde su entrada auditiva (tem-
poral) o visual (occipital) hasta su salida motora (frontal) a través del fascículo longitudinal
superior del cerebro. Las señales sensoriales deben reflejar la situación objetiva y el objeto,
utensilio o herramienta a usar. Luego, entre la entrada sensorial y la salida motora se gene-
ra, primero un modelo del objeto, utensilio o instrumento (en la circunvolución angular), des-
pués un modelo de la destreza motora apropiada (en la circunvolución supramarginal) y, a
partir de éste un programa de las operaciones motoras por ejecutar (en el área premotora).
Todo parece indicar que este proceso ocurre en el hemisferio izquierdo. Se supone que el
lenguaje puede intervenir en cualquiera de estos momentos, sobre todo como órdenes o
instrucciones que sirven para empezar, seguir los pasos de la acción y para terminarlos.
Un modelo más reciente, que puede verse en el cuadro 3.4.1, aunque es una extensión
del anterior, incluye conceptos tomados de la psicolingüística. Así, se supone que el sistema
de control del movimiento comprende un praxicon (similar al lexicon del habla), que vendría
a ser un compartimiento más dentro de las funciones del cerebro. Según el modelo, el praxi-
con (que tendría dos componentes, uno de entrada y otro de salida) sería algo así como el
conjunto de fórmulas del movimiento o de representaciones espaciotemporales de las des-
trezas aprendidas que se encuentran almacenadas en el lóbulo parietal. Estas representa-
ciones ayudarían en la programación del movimiento que se efectúa en la corteza del área
motora suplementaria, la que a su vez activa a la corteza motora durante la ejecución de los
movimientos de una cierta destreza (Heilman y Valenstein, 1994, cap. 7).

3.4.2. Naturaleza de los conceptos


Se ha dicho que los conceptos son las unidades básicas más elementales del pensa-
miento, y que el pensamiento depende de conceptos aislables que se ligan a otros para for-
mar proposiciones. Lógicamente que los argumentos esgrimidos en varios puntos de los dos
temas anteriores elimina la controversia acerca de si los conceptos del pensamiento son
isomorfos con los del lenguaje hablado o no lo son. Para nosotros los conceptos son formas
de actividad psíquica consciente (personal) que no necesariamente se definen por medio de
palabras, mejor dicho, no siempre se trascriben en información social.
Vistos los conceptos desde la perspectiva lógica, se considera que son los constituyen-
tes de una proposición (que en otro nivel constituyen una explicación), en el mismo sentido
que las palabras son constituyentes de un enunciado. Es usual decir en estos casos que
sólo los predicados y las palabras lógicas (y, o, algunos) expresan conceptos.
Por otro lado, Vigostky (1983) aseguró que los significados de las palabras son los nú-
cleos del pensamiento. Indudablemente que hay una estrecha relación entre concepto y
significado; pero también se dice que la hay con las imágenes, las representaciones menta-
les, el sentido, la definición, las propiedades, la discriminación, las funciones matemáticas,
etc. Desde esta perspectiva psicológica, el concepto tendría que ser privativo de cada per-
sona, aunque se sabe que hay también conceptos que son compartidos por muchas perso-
nas. Se tiene que diferenciar, entonces, entre los conceptos personalizados y los conceptos
compartidos. Tomando en cuenta esta diferencia, el concepto sería un tipo de representa-
ción que comparte una cultura. Para otros, sin embargo, el concepto está constituido por los
referentes de los términos que usan las personas. En este caso, el concepto quedaría defi-
nido bien por su extensión (el conjunto de objetos actuales), o su intención (todos los objetos
posibles), entre otras posibilidades.
CUADRO 3.4.1
MODELO DIAGRAMÁTICO DE LA PRAXIA
(de Heilman y Rothi, 1994)

ENTRADA VERBAL AUDITIVA ENTRADA TACTIL O VISUAL ENTRADA GESTUAL VISUAL


DEL OBJETO

ANÁLISIS AUDITIVO ANÁLISIS TACTIL O VISUAL ANÁLISIS VISUAL

SISTEMA DE RECONOCIMIENTO
DEL OBJETO

LÉXICO FONOLÓGICO DE PRAXICON DE ENTRADA


ENTRADA

SEMÁNTICA
(ACCION)
LEXICON VERBAL DE ENTRADA PRAXICON DE SALIDA

MEMORIA FONOLÓGICA

PATRONES DE INERVACIÓN PATRONES DE


INERVACIÓN

SISTEMAS MOTORES SISTEMAS MOTORES

Es pues evidente que si el concepto es algo, es preciso saber de qué naturaleza es, o
en virtud de qué el concepto es lo que es. Respecto del primer interrogante, por lo dicho en
el párrafo anterior, se plantea la pregunta sobre si el concepto es un hecho psíquico o un
ente social. Aquí el problema es que el lenguaje del sentido común tiene sólo una palabra
para estas dos realidades. Luego, si aceptamos la diferencia entre información social e in-
formación psíquica, el problema, por lo menos en principio, se resuelve aceptando que el
concepto debe existir como información social y como información psíquica. En el primer
caso, es evidente que está estrechamente relacionado con el significado, si es que por signi-
ficado entendemos la clase de información social (cultural) que describe o explica una es-
tructura natural o artificial del universo real. En el segundo, está más relacionado con el sen-
tido que cada persona otorga a las palabras y las oraciones; aunque el sentido naturalmente
que no agota lo que es realmente el concepto como unidad del pensamiento.
Respecto de la segunda preocupación, para unos, todo concepto se deriva de la expe-
riencia, a partir de sensaciones que generan imágenes, impresiones; pero se ha argüido que
así fuera, cada persona tendría que descubrir sus propias experiencias. Para otros los con-
ceptos van más allá de la experiencia sensorial, tales son el concepto de causa y los con-
ceptos lógicos. Pero si este fuera el caso, los conceptos tendrían que ser o bien innatos o
bien derivados del ambiente; de lo contrario quedarían indeterminados y cada uno tendría
sus propios conceptos.
Dentro de nuestra concepción psicobiológica del pensamiento y la actuación, de modo
simétrico a las imágenes de la percepción y la imaginación, tenemos que definir los concep-
tos de los niveles cognitivo inconsciente y cognitivo consciente, que en un momento dado se
activan e integran en la actividad epiconsciente. En el nivel cognitivo inconsciente, los con-
ceptos inconscientes son formas de reflexión psíquica que compartimos con los animales
acerca de las propiedades superficiales del estímulo. En efecto, en este nivel de cognición,
tanto los hombres como los animales podemos discriminar los estímulos en términos de sus
propiedades aparentes, y los podemos clasificar puesto que nos es posible generalizar a
partir de una o más características del objeto. Estas capacidades inconscientes a la postre
permiten discriminar entre objetos en situaciones diferentes.
En el nivel cognitivo consciente, un concepto consciente es una forma de información
psíquica consciente que refleja el aspecto temporal de la realidad personal, peripersonal y
telepersonal al alcance (de la persona), todo lo cual incluye una representación de los pro-
cesos que subyacen a la apariencia de las cosas. Lógicamente que el concepto en uso en el
plano epiconsciente del pensamiento y la actuación, que podríamos denominar también ac-
tividad conceptual, ya incluye los aspectos emotivos y volitivos de la información del plano
subconsciente que se integran y así modulan, modifican y confieren al concepto cognitivo su
sentido personal. En ese plano los conceptos ya son el reflejo de la historia de uno mismo,
de las demás personas, de las cosas y del conjunto de la realidad objetiva.
Por consiguiente, los conceptos en tanto formas de actividad epiconsciente son el resul-
tado de la integración de los aspectos procesales o de actividad –emotivos, productivos y
volitivos– de la información psíquica, es decir, formas de actividad que resultan de la inte-
gración de emociones, producciones y voliciones. De este concepto del concepto, podemos
deducir que el pensamiento es entonces el plano de la actividad epiconsciente en que se
procesan los conceptos conscientes e inconscientes, que se generan desde el hemisferio
cerebral izquierdo a partir de la información psíquica consciente codificada en las redes neu-
rales del nivel subconsciente de este mismo hemisferio.

3.4.3. Los planos del pensamiento y la actuación


Dentro del modelo de la conciencia que desarrollamos, debe estar clara la simetría entre
imaginación y pensamiento, así como entre percepción y actuación; en ambos casos, las
imágenes y los conceptos son las unidades básicas de cada tipo de actividad. De hecho hay
o puede haber relaciones directas entre percepción y actuación, así como entre imaginación
y pensamiento, y es posible la relación entre imaginación y actuación. En consecuencia,
cuanto digamos en seguida deberá complementar lo dicho acerca de la percepción y la ima-
ginación en el capítulo precedente.
Desde nuestro punto de vista (Ortiz, 1994, 1998, 1999), el pensamiento –así como la
percepción, la imaginación y la actuación– de una personalidad depende de la existencia de
la información social que refleja al mundo y está a disposición de las personas, y de la in-
formación psíquica consciente que la refleja y que constituye la conciencia de cada una de
estas personas. De este modo, el pensamiento queda explicado por los procesos histórico-
sociales e histórico-personales que determinan la conciencia de cada personalidad.
Ya nos hemos referido los espacios personal, peripersonal y telepersonal que se reflejan
en la percepción y la imaginación. Debemos diferenciar ahora los tiempos personal, periper-
sonal y telepersonal que se reflejan en el pensamiento y la actuación de la persona, para así
precisar con el debido énfasis el hecho de que solo la sociedad humana ha logrado distin-
guir con toda claridad entre el espacio y el tiempo, y que al reflejarse en la conciencia los
procesos del mundo, la sociedad y nuestra propia historia, estamos en condiciones de pen-
sar, es decir, relacionar los sucesos que se dieron en el tiempo aún cuando jamás los
hayamos vivido o experimentado. Baste señalar, entonces, que de modo similar a nuestro
espacio psíquico, disponemos de un tiempo psíquico, que es nuestro propio sentido del
tiempo (el tempo psíquico de H. Delgado). También tenemos que obedecer el tiempo social,
el de los horarios y calendarios, así como sabemos de la existencia del tiempo físico del uni-
verso.
Es posible que esta disociación del espacio y el tiempo por parte de la sociedad sea la
que ha determinado la doble representación en imágenes y conceptos de nuestra propia
realidad y del espaciotiempo del universo que conocemos, y en consecuencia, el doble as-
pecto que adopta la información psíquica en los planos de la imaginación y el pensamiento
en el curso de la actividad consciente. También es posible que esta disociación del espacio-
tiempo se deba a la forma como se procesa la información, primero en el plano perceptual
que necesariamente representa el espacio que nos rodea, y luego en el plano de la actua-
ción que se refleja en las acciones que necesariamente suceden en el tiempo.
Se ha señalado también la importancia del uso de los signos y los símbolos como auxi-
liares del pensamiento. Al respecto, es preciso diferenciar entre los signos y símbolos que
existen codificados (al igual que el sistema del lenguaje) en medios físicos por fuera de las
personas, y sus respectivas representaciones psíquicas que se procesan en el curso del
pensamiento en la forma de señales psíquicas que reflejan los signos y los símbolos lógicos
o matemáticos.
En este mismo sentido, hemos concluido en que el lenguaje es de naturaleza social, que
tiene una existencia social y que es la mejor manera de codificar información social que dis-
pone la sociedad. Que, en cambio, el habla es de naturaleza psíquica y es la mejor manera
de codificar la información psíquica que dispone cada persona (véase el capítulo 1.3). Tam-
bién hemos dicho que el sistema del habla ocupa anatómica, funcional y psíquicamente la
interfaz que existe entre los niveles psíquico inconsciente y psíquico consciente de la corte-
za cerebral, y que por eso se ha constituido en el nivel preconsciente de la persona. Esta
ubicación nos permite suponer que posiblemente en la evolución, así como el lenguaje fue
anterior a la información social, así también el sistema del habla fue anterior a la conciencia,
y por tanto anterior al plano del pensamiento, como también de la percepción, la imaginación
y la actuación. Hay toda la evidencia de que el desarrollo del habla y la conciencia ocurre en
la misma secuencia durante el período formativo de la personalidad.
Una vez que la personalidad dispone de estos sistemas psíquicos del habla, la relación
entre la conciencia y esta última es un proceso de doble sentido: por un lado, el habla es
punto de partida del pensamiento (y de los otros planos de la actividad epiconsciente), y por
otro, el pensamiento (así como la percepción, la imaginación y la actuación) es la base de
desarrollo del habla. Igual relación habrá entre la actividad epiconsciente y el lenguaje
(escrito, grabado en cinta magnética o en video u otro medio). En este nivel, o bien la
persona encodifica información psíquica consciente en el lenguaje (cuando escribe, por
ejemplo) o bien ella descodifica la información social codificada en el lenguaje (cuando lee) y
la transcribe en un código hablado (cuando aprende las palabras “de memoria”) o en
información psíquica consciente en uso, es decir, como conceptos que se procesan en el
plano del pensamiento (así como de la percepción, la imaginación o la actuación).
La lógica, que es otro lenguaje que sirve para codificar información social acerca del
mundo, también lo podemos interiorizar para codificar información psíquica cognitiva más
personal. El resultado es que la conciencia, al incorporar información social codificada en el
lenguaje de la lógica (como en el lenguaje natural), ya no sólo tiene la posibilidad de reflejar
la apariencia de las cosas sino fundamentalmente los procesos esenciales que las determi-
nan.
Estaremos de acuerdo en que lo más distintivo del pensamiento es su contenido, y en
que así como las imágenes son las unidades fundamentales de la percepción y la imagina-
ción, los conceptos son las unidades fundamentales del pensamiento, como también de la
actuación. Dentro del punto de vista que desarrollamos, ambos tipos de contenido no son de
naturaleza abstracta, irreal o inmaterial, sino formas de actividad psíquica determinadas por
alguna clase de información social. Esta aseveración nos libera de toda discusión sobre si el
pensamiento depende del mundo exterior, del lenguaje, de la lógica o de la conciencia. Se-
gún nuestro esquema básico, la información social codificada en el lenguaje natural o de la
lógica, y que refleja los procesos internos o intrínsecos de la sociedad, las cosas o el univer-
so, se pueden reflejar en las distintas clases de información psíquica consciente que consti-
tuyen la conciencia; para ello el lenguaje natural y el de la lógica deben codificarse primero
en la forma de sistemas psíquicos, hasta que toda esta información psíquica se vuelve a
procesar en los planos de la actividad epiconsciente. En ningún momento pretendamos con-
cluir en forma ecléctica en que estos aspectos de la realidad sean los determinantes del
pensamiento. Además, la explicación que hemos adoptado, a partir del concepto de infor-
mación, no es particular respecto del pensamiento, sino necesariamente también respecto
de la percepción, la imaginación y la actuación en tanto formas de la misma actividad cons-
ciente.
La cuestión de fondo es que, respecto de nuestra relación con el mundo, debe estar cla-
ro que ya no se trata de conocer el entorno como conocen las aves el suyo; pues conocer
para los hombres es disponer de información social acerca de los procesos que subyacen a
la apariencia de este entorno y principalmente a la del universo. Dicha clase de información,
o bien ya ha sido creada y es producida por la humanidad, o bien se la tiene que crear, co-
mo hacen muchos. La cuestión es que una vez creada, la información pública ya no refleja
el pensamiento de una persona, sino a la realidad del entorno o del universo: mejor dicho,
ya es información social que describe o explica los procesos esenciales del mundo, de la
sociedad y de los mismos hombres.
Ya hemos estudiado y explicado la naturaleza de la producción psíquica del componente
cognitivo-productivo. La producción como un aspecto de la información psíquica cognitiva de
nivel consciente, debemos ahora diferenciarla de la actuación como una forma de actividad
del plano epiconsciente, puesto que a ésta por lo general se integra la actividad emotiva y
volitiva del mismo nivel, sobre todo por medio del habla interior. Las unidades de este plano
de la actuación son los mismos conceptos, pero ahora confrontados con la realidad corporal
y objetiva externa. Por ejemplo, en este caso el concepto de silla se convierte en la historia
de la construcción de las sillas o en el plan o esquema motor para construir una silla, una
representación que es distinta del percepto que refleja el objeto presente o actual, y distinta
del concepto más abstracto acerca de la historia de la génesis y finalidad del objeto que se
construye o se está construyendo. Indudablemente que la elaboración de un concepto en
este nivel de abstracción sería difícil, si no imposible, en ausencia de señales verbales como
las conjunciones, preposiciones, pronombres, etc. que normalmente disponemos.
La idea de un plano psíquico como el de la actuación que ya fue sugerido por Politzer,
aunque con una concepción un tanto diferente a la que le damos aquí, ni siquiera ha sido
tomado en cuenta por la psicología actual. Para comprender su naturaleza, recordemos que
es posible diferenciar entre el percepto (o imagen perceptual) y la imagen (imagen pura);
luego también será posible diferenciar entre el concepto (concepto puro) y el esquema (en el
sentido de esquema de la actividad corporal, o el concepto en acción). Así, por ejemplo,
tenemos que diferenciar entre el concepto del cuerpo y el esquema de la actividad corporal;
el concepto de los procesos del entorno local y el esquema de la actividad sobre el entorno
local, y por último, entre el concepto de los procesos del universo (del microcosmos y el ma-
crocosmos) y el esquema de la actividad sobre el universo (como es el que debe tener un
cosmonauta acerca de la navegación interplanetaria).
Es pues posible deducir que el concepto del plano del pensamiento es también el es-
quema del plano de la actuación, que vendría a ser el aspecto de actividad de la imagen
perceptual. Habrá, por lo tanto, una interfaz entre este esquema y el plan motor de tipo fun-
cional constituido por señales motoras (en el nivel de las señales sensoriales) que en un
momento dado se expresan en la forma de conducta, desempeño o comportamiento.
Es evidente que así como la configuración que adopta la percepción en un momento
dado puede depender del predominio de la estructura afectiva, cognitiva o conativa en el
plano de la imaginación, así también la forma que adopte la actuación objetiva (corporal o
mecánica) va a depender del predominio de la actividad emotiva, productiva o volitiva dentro
del plano del pensamiento y la actuación (psíquica consciente) en un momento dado.
La actuación –en oposición a la percepción– viene a ser pues el plano de la actividad
epiconsciente en que los conceptos se procesan en la forma de esquemas motores por
cuanto dichos conceptos entran en relación directa con la actividad motora de la persona
que se desenvuelve dentro de una situación objetiva actual. Esto significa que el plano de la
actuación se puede expresar en un momento dado a través de la actividad emotiva y ejecu-
tiva integradas de nivel inconsciente y los sistemas de la motilidad visceral y somática que
inervan los respectivos efectores corporales.
Dentro del esquema de la actividad personal que seguimos (Ortiz, 1997), se denomina
conducta a la forma de actividad mecánica corporal (del individuo total) organizada por la
información volitiva predominante. Las unidades de la conducta son los actos (morales) de
la personalidad. Se llama desempeño a la forma de actividad personal organizada a base de
la información productiva que predomina en un período de la actividad personal. Las unida-
des correspondientes son las acciones que se expresan en un ensamble de operaciones
motoras (musculares) periféricas principalmente somáticas. En igual sentido, se ha denomi-
nado comportamiento a la forma de actividad personal que se organiza a base de la activi-
dad emotiva. Sus unidades son las expresiones (emocionales) que se realizan en ensam-
bles de gestos corporales especialmente faciales y viscerales. Es evidente que en el curso
de la actividad personal dentro de la actividad social del mayor nivel de exigencia, la conduc-
ta incluye al desempeño y al comportamiento, aunque cualquiera de las tres formas de ac-
tuación objetiva puede predominar en un momento dado dependiendo de la estrategia que
siga la propia personalidad y de las condiciones en que actúa realmente.
Este modelo psicológico de la actuación se esquematiza en el cuadro 3.4.2, en el que se
diferencian el nivel de las unidades subjetivas de nivel psíquico que corresponden al es-
quema, y el nivel funcional de las unidades finales de los gestos y las operaciones que de-
penden de las señales motoras que se generan en las áreas motoras: las áreas motoras
suplementaria, premotora del hemisferio izquierdo y las áreas motora y cingular anterior de
ambos hemisferios.

3.4.3. Formas de actividad del pensamiento y la actuación


También de modo simétrico a las formas de actividad perceptual e imaginativa, entre las
actividades del pensamiento y la actuación que las personas pueden realizar hay distintas
clases de tareas que tradicionalmente se catalogan como operaciones mentales o del pen-
samiento. Recordemos que en ocasiones la naturaleza del pensamiento en sí ha sido redu-
cida a una de estas operaciones. Entre éstas, las más frecuentemente tomadas en cuenta
en la evaluación de esta forma de actividad, son: el recuerdo de información semántica, el
concepto del cuerpo, la orientación temporal, la abstracción, la explicación, la solución de
problemas abstractos, la productividad.

CUADRO 3.4.2

LOS COMPONENTES DE LA ACTUACIÓN PERSONAL

FORMA DE ACTIVIDAD UNIDADES SUBJETIVAS UNIDADES FINALES


PERSONAL DE NIVEL PSÍQUICO DE NIVEL FUNCIONAL

1. CONDUCTA: ACTOS
2. DESEMPEÑO: ACCIONES: OPERACIONES
3. COMPORTAMIENTO: EXPRESIONES EMOCIONALES: GESTOS

Las operaciones de la actuación más fáciles de diferenciar son: las tendencias, la postu-
ra personal, la toma de decisiones, la elaboración de los actos en acciones y expresiones
emocionales, la ejecución de las operaciones y los gestos motores.
3.4.4. El soporte psiconeural del pensamiento y la actuación
Desde el punto de vista de la explicación neuropsicológica del pensamiento y la actua-
ción, tiene particular interés conocer qué redes neocorticales toman parte en tales procesos,
es decir, cuál es locus de los conceptos y por lo tanto del pensamiento. En la literatura clási-
ca el problema ha sido planteado en términos del lenguaje.
El lenguaje –definido como una función del cerebro– ha sido ubicado en el área del len-
guaje del hemisferio izquierdo (recuérdese que hablamos de hemisferio izquierdo de modo
muy general; sabemos que la forma de codificación de la información en uno u otro hemisfe-
rio puede invertirse o compartirse por ambos). De este hecho se ha deducido que el lengua-
je es el que ha determinado la diferenciación hemisférica. Para nosotros esta especializa-
ción hemisférica es consecuencia de la escisión que el hombre ha hecho del espaciotiempo
en espacio y tiempo, o del hecho de que el hombre ha sido capaz de codificar los aspectos
temporales de la realidad de modo diferenciado en un hemisferio cerebral. Por supuesto que
coger una piedra o un hueso con una mano para darle una forma preconcebida con la otra
mano es un paso importante para esta separación de la actividad psíquica. Una mano mues-
tra el espacio, la otra es la acción sobre él. Es como disponer del espacio en una mano y del
tiempo en la otra. Que sea la mano izquierda para lo uno y la derecha para lo otro pudo
haber sido un hecho puramente circunstancial que se ha mantenido generación tras genera-
ción.
Otro hecho notable es que, a diferencia de los animales cuyos aspectos cognitivo y eje-
cutivo de la información de nivel inconsciente reflejan ambos lados del espacio y se reflejan
en las extremidades de ambos lados por igual, los aspectos cognitivo y productivo de la in-
formación de nivel consciente, por la razón anterior, se tienen que diferenciar necesariamen-
te mucho más en relación con la actividad diferenciada de las manos. Por otro lado, la rela-
ción entre hacer o construir siguiendo instrucciones verbales tiene que ser directa y com-
plementaria; de modo que entre hacer y decir, además de ser procedimientos similares que
se dan en el tiempo, se ha tenido que establecer una relación del mismo tipo que la que
existe entre concepto y esquema (lógicamente definidos en los términos que ya hemos refe-
rido).
Las observaciones hechas en personas con hemisferios separados (capítulo 1.4) respec-
to del procesamiento verbal no hacen sino confirmar que las personas piensan a partir de la
información codificada en su hemisferio izquierdo. Al descodificarse esta información, las
señales psíquicas consiguientes adoptan la forma de emociones, producciones y voliciones
que luego se integran hasta abarcar la actividad bihemisférica, holocerebral o de ambos
hemisferios y así aparecen en la forma de conceptos y esquemas de actuación. Dado que
los sistemas léxico y sintáctico del habla y de los otros sistemas de tipo aritmético y lógico
se encuentran predominantemente en este hemisferio, la posibilidad de integrar distintos
tipos de información acerca realidades objetivas de algún modo relacionadas, se ve incre-
mentada al máximo, además de la posibilidad de expresar dicha información de modo ver-
bal.
Las imágenes respecto del procesamiento cortical de señales verbales obtenidas por
tomografía por resonancia magnética funcional o por emisión de positrones, lógicamente
que no reflejan la actividad metabólica de una simple red neural que codifica una palabra,
sino la actividad de múltiples redes neurales que codifican las señales psíquicas que se in-
tegran para formar los conceptos del pensamiento o los esquemas de la actuación personal.
Así, en muchos trabajos publicados es evidente que las imágenes tomográficas que expre-
san el incremento de la actividad neuronal en las áreas parietal, temporal y frontal del hemis-
ferio izquierdo cuando, por ejemplo, el sujeto de experimentación “piensa con palabras” no
indican que las palabras por sí mismas se están reflejando de este modo, sino que indican la
forma como se integran las señales psíquicas en el plano del pensamiento. Además, el in-
cremento de la actividad metabólica neuronal en el área prefrontal dorsolateral, no significa
que en esta área se efectúe algo así como “la asociación semántica” de las palabras; signifi-
ca más bien la activación de una red que procesa los motivos, valores y reglas de decisión
imprescindibles para organizar el pensamiento, para relacionar conceptos e imágenes y tra-
ducirlos en esquemas de acción.
Por otro lado, experimentos como los mencionados, hechos en personas normales, no
han hecho sino confirmar las explicaciones deducidas de los efectos de las lesiones cortica-
les del hemisferio izquierdo. Así, se ha podido mostrar que las lesiones de cada componente
neocortical producen desórdenes psíquicos con características especiales que expresan la
forma como dicha área contribuye al pensamiento y la actuación, como son: la amnesia se-
mántica; las agnosias, la autotopoagnosia, la confusión derecha-izquierda, la agnosia digital,
las afasias, sobre todo sus formas semántica, amnésica y dinámica, las apraxias, especial-
mente sus formas ideatoria e ideomotriz, las alexias, agrafias y acalculias. Todos estos des-
órdenes apuntan en una misma dirección: expresan la forma como una persona piensa y
actúa en ausencia de ciertas formas de actividad psíquica cognitiva (que se han perdido por
efecto de la lesión de las redes neurales del hemisferio izquierdo que son su soporte funcio-
nal.
Aunque el pensamiento y la formación de conceptos de nivel consciente se limita en
cuando a su grado de abstracción por efecto de estas lesiones de las áreas neocorticales
afectivas y conativas, al parecer se requiere que la lesión sea extensa y sobre todo bilateral
para que las fallas de metacognición, del pensamiento crítico y de autocrítica sean eviden-
tes. En realidad, al haber reducido el pensamiento a la actividad puramente cognitiva, y ni
siquiera a la actividad psíquica productiva (de desarrollo de los conceptos), en realidad, no
sabemos cómo piensan las personas con lesiones prefrontales, ni cómo es el pensamiento
de personas con el llamado síndrome de disfunción ejecutiva, y en qué se diferencia el pen-
samiento de pacientes con demencia por lesión difusa de todo el neocórtex, del pensamien-
to de aquellos que tienen demencia por apatía-abulia severa debida a lesión prefrontal.
Las clásicas evidencias clínicas de las apraxias nos indican que, así como las imágenes
cognitivas que son las unidades básicas de la percepción y la imaginación se generan en el
área de asociación posterior derecha, así también los conceptos productivos que son las
unidades básicas del pensamiento y la actuación se generan y desarrollan en el área de
asociación posterior izquierda. Pero estas formas de actividad deben incluir luego las formas
de actividad emotiva y volitiva para así abarcar la actividad psíquica de ambos hemisferios,
dando como resultado la representación conceptual de la realidad en el tiempo que es ca-
racterística de la actividad epiconsciente de todo el cerebro. Es de suponer que toda esta
actividad integrada que se desarrolla en el tiempo personal refleja los procesos que se die-
ron, se dan o se darán en el tiempo peripersonal o social. Es en este nivel de procesamiento
en que la estrategia y las tendencias de la personalidad determinan si la organización de su
actividad objetiva deba efectuarse a base de sus actitudes volitivas, de sus aptitudes
productivas o de sus disposiciones emotivas.
Debemos señalar ahora que cualquier explicación respecto de la actividad personal obje-
tiva en términos de movimiento debe ser superada por una concepción de la persona ac-
tuante, en quien sus movimientos no son hechos mecánicos, sino gestos y operaciones mo-
toras que traducen expresiones emocionales y acciones productivas organizadas dentro de
los actos de la persona.
La consiguiente trascripción de los conceptos en los esquemas que organizan dicha ac-
tividad personal efectiva, suponemos que también ocurre en la amplitud espaciotemporal de
ambos hemisferios, pero que luego tienen que confrontarse con los perceptos respecto del
entorno objetual actual y que de esta manera, tanto las imágenes como los conceptos (las
producciones actuales) se trascriben en esquemas de acción que se generan en la región
neocortical posterior izquierda. Previos a su realización efectiva, los esquemas deben tras-
cribirse en la secuencia de procesos de integración en el nivel ejecutivo-emotivo inconscien-
te que se efectúa en las áreas premotoras y motoras que generan las acciones y expresio-
nes emocionales igualmente integradas. De este modo el plan motor finalmente se traduce
en las señales motoras que se expresan en las operaciones y los gestos de la actividad per-
sonal.
3.4.4. Caracterización psicobiológica del hemisferio izquierdo
En su libro “La neurología del Pensamiento” Benson (Benson, 1994) nos revela que lo
que ha hecho la neurología es “demostrar lo obvio: (1) que pensar es una función del cere-
bro y (2) que muchos procesos nerviosos individuales deben enlazarse a fin de procesar el
pensamiento”. No es posible, sin embargo, que una explicación obvia sea una explicación
de los procesos esenciales o subyacentes a un fenómeno cualquiera, y menos a una forma
tan compleja de actividad como es la consciente. La cuestión obvia de que el pensamiento
es producto del cerebro no es, en realidad, una explicación. La ciencia tiene que explicar los
procesos que determinan que la actividad cerebral se convierta en actividad consciente (o
mental, si se prefiere en este caso). Ya hemos señalado (véase el cuaderno de Introduc-
ción) que esta determinación no es lineal de causa a efecto, sino que se trata de una doble
determinación; así, por ejemplo, la forma de actividad consciente que llamamos pensamien-
to (así como la percepción, la imaginación y la actuación) es determinada tanto a partir de la
información psíquica de nivel subconsciente como a base de la información social que una
persona procesa en un lapso dado de su vida.
La cuestión es saber ahora, porqué el pensamiento y la actuación se generan desde el
hemisferio izquierdo, en contraposición a la percepción y la imaginación que se generan a
partir del hemisferio derecho. Teniendo en cuenta las observaciones clínicas y experimenta-
les pertinentes, se puede explicar esta disociación teniendo en cuenta el modo como las
redes neurales del cerebro se organizan en los procesos del pensamiento y la actuación,
advirtiendo que en este caso no se trata de explicar cómo se organiza la función, sino la
actividad psíquica del cerebro. En efecto, sabemos que muchos procesos psíquicos deben
integrarse a fin de conformar los contenidos del pensamiento y la actuación (así como los
de la percepción y la imaginación). Dentro de esta concepción no existe información (sin
definir qué es) que emerge de asociaciones intermodales, ni matrices neurales complejas, ni
mecanismos supramodales que manipulan estos resultados. Tampoco existe un control eje-
cutivo abstracto de alto nivel o de tipo metacognitivo. Más aún, desde la perspectiva que
acabamos de desarrollar, ni siquiera se requiere de estos entes hipotéticos ad hoc, puesto
que la organización de la actividad cognitiva y afectiva que constituyen el pensamiento y la
actuación (así como la percepción y la imaginación) depende de la información conativa.
Por lo tanto, el contenido del pensamiento no es una clase mal definida de información que
resulta de la función de una cadena jerárquica de estructuras cerebrales interconectadas,
sino una forma de actividad epiconsciente que resulta de la activación e integración de las
diversas clases de información psíquica de los componentes de la conciencia, específica-
mente a partir de la información psíquica que codifica los aspectos de actividad del mundo
real en las redes corticales del hemisferio izquierdo.
Necesitamos explicar ahora qué es lo que facilita la integración de estos aspectos tem-
porales de la información psíquica para generar los conceptos y esquemas dentro de un tipo
de procesamiento en serie más que en paralelo.
En primer lugar, es posible que en el hemisferio izquierdo los cambios de una represen-
tación a otra son relativamente rápidos y por eso el procesamiento de la información se or-
ganiza en serie. En otras palabras, esta forma de procesamiento indicaría que dicho hemis-
ferio almacena y procesa mejor la sucesión de los hechos en el tiempo, y que de esta ma-
nera genera representaciones de sucesos espaciales que se sustituyen inmediatamente por
otros que siguen en el tiempo real.
Este tipo de actividad es la que seguramente facilita las llamadas “operaciones menta-
les” aritméticas, digitales, analíticas, subjetivas, abstractas, que se realizan desde el hemis-
ferio izquierdo justamente como reflejo de los aspectos temporales de la realidad objetiva o
subjetiva.
De lo dicho podemos deducir que las redes neurales del hemisferio izquierdo procesan
señales neurales que codifican información psíquica en secuencias sucesivas que luego se
reflejan primero en la expresión de los sentimientos, y luego en la realización de la actividad
productiva y en la toma de decisiones morales que dependen de la volición.
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