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EL Inicio holocausto

Ninguna imagen podría reflejar por sí sola la gran diversidad de los judíos en Europa quienes, para el
S.XX, tenían más de 2 mil años habitando aquel continente; construyeron una cultura rica y con profundas
raíces en diferentes países. Los judíos constituían un grupo heterogéneo, perteneciente a distintas clases
sociales, dedicado a toda serie de actividades, con variadas filiaciones políticas y creencias religiosas;
había judíos tradicionalistas, observantes, laicos y progresistas. Algunos residían en las grandes ciudades,
otros en pequeños pueblos y aldeas a lo largo y ancho de toda Europa; conformaban un grupo compuesto
de miembros tan distintos entre ellos que era imposible generalizarlos.
Durante siglos, Europa era sinónimo de modernidad, pues se había consolidado como el continente más
próspero del mundo, llamado la “cuna de la civilización”. A finales del S.XVIII, surgió un movimiento
que reivindicaba la Ilustración: la Emancipación y la plena integración de los judíos al continente europeo.
Gracias a ese suceso, miles de judíos participaron en el auge cultural y científico de Europa.
Paradójicamente, de la mano de la modernidad y del progreso, prosperaban ideas extremistas, como las
teorías de superioridad racial y el fascismo. Hacia 1933, aproximadamente 9.5 millones de judíos vivían
en Europa y componían el 1.7% de la población; la mayoría vivía en el oriente: Polonia, Rumania, Hungría
y la Unión Soviética eran los centros donde los shtetls —ciudades predominantemente judías— habían
proliferado en número y éxito.
En esos territorios, los judíos lograron desarrollarse como una minoría con presencia ante las autoridades
y las comunidades locales: hablaban yidish —idioma que combina elementos del alemán y el hebreo— y
vestían de manera tradicional. De forma contrastante, los judíos occidentales —quienes ocuparon zonas
en Holanda, Dinamarca, Bélgica, Italia, Francia, Inglaterra, Austria, Checoslovaquia, Grecia y
Alemania— adoptaron, por lo general, la cultura de sus vecinos, así como las costumbres nacionalistas y
los modismos regionales. El yidish quedó en segundo plano y los judíos participaban en la transformación
y el desarrollo del continente desde diversos ámbitos.
Para el momento en que Hitler obtuvo el poder, Alemania tenía una población de 67 millones de personas
de las cuales 500 mil eran judíos, menos del 1% de la población total. Sin importar su presencia en los
diferentes ámbitos sociales y profesionales, los judíos fueron relegados, violentados e incluso humillados
por las políticas nazis y por sus congéneres: además, se les arrebataron los derechos civiles de los que
habían gozado durante décadas debido a que eran considerados un grupo inferior. En aquel entonces,
había más de 9 millones de judíos en Europa. 12 años después, aproximadamente 2 de cada 3 habían
muerto, victimas del odio, la violencia y la indiferencia de los que consideraban sus compatriotas.

Para saber más:


Durante el llamado Siglo de las Luces, Francia declaró que los judíos que ahí habitaban eran ciudadanos
de la región; sin embargo, en muchos otros lugares de Europa, el judaísmo no era bien recibido y las
manifestaciones de apoyo se dieron parcial y lentamente. Prusia emancipó de manera relativa a los judíos
en el año de 1812; Dinamarca hasta 1849 y algunos derechos para las minorías judías en el Reino Unido
se otorgaron de manera progresiva entre 1849 y 1858. Aunque de manera real, la entrada a las
universidades, por ejemplo, se permitió hasta 1871, Rothschild esperó hasta 1885 (casi un siglo después
de los primeros movimientos incluyentes en Francia) para pertenecer a la representación legal inglesa en
la Cámara de los Lores. Entre los austriacos, algunas reformas pudieron observarse en el periodo de 1840
y 1867 y, finalmente, en Alemania los judíos recibieron ciertos derechos políticos entre 1869 y 1871,
aunque quedó restringida su participación en las oficialías del ejército y en la administración hasta la
Primera Guerra Mundial.

El ascenso del Partido Nazi: Hitler en


el poder

Era el año de 1918, cuando la Primera Guerra Mundial terminó con la gloria y el esplendor de Alemania;
en su lugar quedó destrucción y miseria. El Tratado de Versalles, que se firmó en 1919, obligaba a
Alemania a aceptar la responsabilidad absoluta de la guerra, a entregar territorio y a pagar deudas
millonarias como reparación. Poco a poco, Alemania se hundía en una crisis política y económica sin
precedentes.
Al borde del colapso político y económico, se instauró un nuevo régimen: la República de Weimar. Se
trataba de un sistema democrático que perduró hasta 1933; sin embargo, Weimar no pudo contener el
desempleo ni la pobreza.
La pérdida de confianza en el nuevo gobierno, el resentimiento de los ciudadanos y la gran crisis
económica llevó a más de 6 millones de alemanes al desempleo, hundiendo al país en una grave
recesión política y social. Así, surgieron diversos movimientos políticos de extrema derecha, entre ellos
el Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores, conocido como el Partido Nazi.

La sociedad pasó por alto los discursos de odio y los manifiestos sobre la teoría racial hitleriana. 9 años
antes de tomar el poder, Hitler escribió Mi Lucha. En él plasma su ideología racista y divide a la
humanidad en seres superiores, que debían dominar el mundo, e inferiores, que debían desaparecer. A
pesar de que su pensamiento racista era conocido, los alemanes lo admitieron como líder.
Adolf Hitler, quien en pocos años convirtió al nazismo en una de las primeras fuerzas políticas, transformó
al Partido Obrero Alemán en una instancia de extrema derecha. Para 1932, el Partido Nazi tenía 800 mil
miembros y era el de mayor presencia en el Parlamento. Las dificultades económicas fueron el factor
crucial en la unificación ideológica: tras las elecciones de 1932, el número de desempleados se redujo
drásticamente (1). Por ello, los nazis ganaron 230 asientos en el Congreso. Las alianzas obreras, burguesas
y sindicalistas, que Hitler había forjado antes de las elecciones, facilitarían la formación del régimen
totalitario, por lo que el entonces presidente de Alemania, Paul Von Hindenburg, otorgó a Hitler el cargo
de canciller, mismo que ocupó de enero de 1933 y hasta su muerte en 1945. (2)
Hitler había manipulado el proceso democrático tan hábilmente que su autoridad fue imparable. Empleó
banderas, insignias, uniformes e incluso su propio periódico para atraer masas. Constituyó una fuerza
paramilitar conocida como la SA (Sturmabteilung, en alemán) que eran tropas de asalto, y respaldaban su
poderío junto con la fuerza retórica de sus discursos. Con Hitler a la cabeza del gobierno, la democracia
llegó a su fin: iniciaba la época más oscura en la historia de Alemania. Sin embargo, miles de ciudadanos
aclamaban a su nuevo líder, el hombre que prometía llevar a la nación de regreso a su grandeza y gloria.
Adolf Hitler se convertiría en uno de los más terribles dictadores de la historia.
Para saber más…
(1) Bajo el sello de un serio conflicto de intereses, la campaña electoral del Partido Nazi estuvo plagada
de menciones que oponían al grueso de la población a los movimientos comunistas, culpándolos del
desempleo generalizado, asegurando que la igualdad entre clases únicamente facilitaba que quienes no
trabajaban gozaran de los mismos privilegios que todos, gracias a un Estado debilitado por una
constitución que parecía defender al resto de Europa y no a Alemania.
(2) Entre las primeras acciones de Hitler como canciller destaca el decreto de febrero 27, que brindaba la
oportunidad al gobierno de mantener emergencia de poderes. Básicamente, se suspendían todos los
derechos de la ciudadanía durante toda la emergencia. Los nazis podían arrestar o encarcelar a
cualquiera, pues la Constitución de Weimar no volvería a ser práctica y las leyes se definirían hasta
cuatro años después. Hitler aprovechó la oportunidad para pasar la Ley de Autorización que le facultaba
para tomar decisiones por encima del congreso y que posteriormente le autorizó a implementar acciones
totalitarias. En efecto, Hitler no necesitaba más ni de la presidencia ni del congreso, por lo que, el 2 de
agosto de 1934, tras la muerte de Hindenburg, el oficio de presidente fue abolido y Adolf Hitler se
transformó en el único poder de Alemania. Luego de tomar el poder, los nazis ocuparon todas las
instituciones y llevaron a cabo una purga generalizada de judíos y elementos demócratas al interior de
las instituciones públicas.

Teorías raciales. ¿Quién es


racialmente “superior”?
Los nazis segregaron racialmente a los diferentes grupos minoritarios que vivían en Alemania. Los judíos,
las personas con alguna discapacidad, los gitanos (romaní y sinti), los homosexuales, los intelectuales, los
testigos de Jehová y los comunistas fueron excluidos de la sociedad y objeto de severa discriminación.

Los judíos eran considerados una raza “infrahumana”, es decir, no los identificaban como humanos. A
raíz de esto se les prohibió entrar a las universidades, se les sacó de toda esfera pública y se les impidió
ejercer profesiones como la abogacía o cualquier puesto de relevancia política o pública.
El odio y la segregación llegaron al grado de no permitírseles usar una banca en el parque o entrar al cine.
Tener una mascota o ingresar a tiendas que no fueran para judíos, era un delito que podía castigarse con
golpes, tortura e inclusive la detención o el envío a un campo de concentración. En cuestión de meses, los
judíos perdieron la posibilidad de practicar la medicina, pues los nazis creían que un doctor judío podía
afectar a la población “aria”. Se asignaron prohibiciones para que los alemanes visitaran tiendas,
peluquerías, farmacias, lavanderías y restaurantes que pertenecieran a familias judías. Las sinagogas eran
consideradas lugares peligrosos, por lo que la ley impidió tajantemente que el grueso de la población
alemana circulara en las vecindades de los templos.
Además de las severas restricciones contra la vida judía, surgió entre la población un miedo que, a pesar
de ser infundado, se popularizó rápidamente: de acuerdo con las teorías raciales, el judío era un “hongo
venenoso” al que el ario debía identificar y, eventualmente, exterminar. La condición “infrahumana” de
los judíos les llevó a ser tratados como parásitos y, según los nazis, debían apartarlos para evitar que se
expandiera su malestar a otros sectores.
De acuerdo con el régimen, los gitanos también eran una raza “inferior”. Durante siglos fueron sujetos de
discriminación, pues habitaban los márgenes de las ciudades, viviendo en comunidad y,
desafortunadamente, sufriendo las inclemencias de la mendicidad. En lugares como Austria y
Checoslovaquia (territorios anexados), los gitanos fueron apartados por la ley desde mediados del S.XIX.
Los gitanos fueron objeto de destrucción por su condición comunitaria y despreciados como raza.
Para los nazis, las personas con alguna discapacidad representaban una carga y debía prohibírseles la
reproducción ya que podían manchar la supuesta pureza de los alemanes. Diversos planes para erradicar a
las personas con discapacidad se pusieron en marcha, en los que se involucraron las autoridades y la
población civil.
Los intelectuales representaban una amenaza porque eran considerados deformadores de la mente. Durante
los primeros años del nazismo en Alemania, fueron recluidos en campos, perseguidos, encarcelados e
incluso se les restringieron sus libertades de tránsito. Hacia 1935, algunos intelectuales liberales
consiguieron escapar de los campos por intervención de algunos miembros de la sociedad civil que
pagaron altas fianzas o que, simplemente, solicitaron un favor al gobierno de Hitler.

Entre los nazis, los homosexuales eran considerados corruptores de la sangre, pues se creía que aquellos
que no se reproducían se negaban a proliferar la raza alemana. De tal manera, se clausuraron bares de
temática gay y se persiguió a los hombres cuyos nombres aparecían en la lista rosa.

Los Testigos de Jehová fueron catalogados como inferiores debido a que no se subyugaban y no
empuñaban armas. Asimismo, se negaron a rendir pleitesía a Hitler ya que nada podía ser más importante
que su fe.
Los nazis persiguieron a los comunistas, pues era necesario erradicarlos de la vida cotidiana de Alemania.
Eran un sector vulnerable de la población que podía ocultarse tras movimientos de oposición. Por ello,
hacia finales de 1933, desaparecieron por completo los movimientos reivindicadores y comenzó la
represión de los “subalternos”.

Persecución legal
Los nazis ajustaron el sistema jurídico para ponerlo al servicio de la discriminación y la violencia; por
ello, sus crímenes se perpetraron de manera legal. Crearon un Estado racial. Durante los primeros años del
régimen nazi se implementaron una serie de criterios que determinaban quiénes pertenecían a una raza
superior y quiénes a una inferior.
Los nazis creían que los alemanes arios eran una “raza superior” y que los “inferiores” eran la causa de
los problemas que aquejaban a la nación. De tal manera, elaboraron una compleja clasificación de los seres
humanos: gitanos, personas con discapacidad y homosexuales, por considerárseles un peligro para la
proliferación de la raza alemana; testigos de Jehová, quienes no empuñaban armas y no juraban lealtad a
Hitler; intelectuales, cuya manera de pensar no concordaba con el régimen, y, por ende, debían ser
eliminados.
Los judíos, catalogados como infrahumanos, estaban al inicio de esta lista.
Los nazis desarrollaron una teoría pseudocientífica que argumentaba que la sangre era la portadora de las
cualidades raciales. El propósito era impedir la “contaminación” de la raza aria, la cual, afirmaban, había
perdido su “pureza” por la mezcla de razas.

Mediciones raciales
Para dividir a la población, los nazis efectuaron una serie de mediciones físicas con las que buscaban
diagnosticar los rasgos deseables en un alemán. Realizaron comparaciones en los tamaños de cráneo y de
nariz y examinaron colores de ojos y de cabello. Así, establecieron quiénes pertenecían a la supuesta raza
aria y como resultado, afianzaron el proceso de segregación.

¿Por qué los judíos?


Antes de la Segunda Guerra Mundial, Europa era una sociedad menos diversa y más religiosa que la actual;
no gozaba de la riqueza cultural resultado de la libre convivencia entre distintas etnias, religiones, culturas
y nacionalidades que hoy por hoy le caracterizan. No ocurría todavía el fenómeno de la migración masiva.
Así, durante siglos, los judíos representaron la única minoría importante y eran una comunidad
particularmente diferente en el contexto de la Europa cristiana. En tiempos de crisis, muchas sociedades
se vuelcan contra los que son distintos o contra las minorías, culpándolos por todos los problemas sociales,
políticos y económicos.
Igualmente, se permitió la redacción y promulgación de las leyes para segregar, entre muchas otras, las
leyes de Núremberg fueron aprobadas el 15 de septiembre de 1935. Estas normas decretaban que sólo los
arios podían ser ciudadanos alemanes; despojaban a los judíos de todos sus derechos civiles y de su
ciudadanía. Se les impidió ejercer sus profesiones, acceder a cargos públicos, ingresar a las escuelas e
incluso sentarse en algunas bancas.
Por otro lado, la ley para la protección de la sangre y el honor alemanes, prohibía los matrimonios y las
relaciones entre alemanes y judíos. Estos últimos fueron expulsados prácticamente de toda esfera social.
Es importante resaltar que se definió a los judíos como una raza y no como miembros de una religión.

La esterilización de las personas con discapacidad


Para el régimen nazi las personas con discapacidad perdían el derecho a reproducirse, ya que no alcanzaban
los estándares de perfección aria, por lo que se impuso un programa de esterilización.
Hacia 1937, alrededor de 250 mil y 300 mil alemanes habían sido sometidos a este programa. El sector
salud de Alemania llevó a cabo la esterilización forzada; aun agrediendo su ética profesional, más de 30
mil médicos y 28 mil enfermeras accedieron a realizar procedimientos quirúrgicos en pro de la política
de eugenesia que buscaba "perfeccionar" a la humanidad. Doctores que meses atrás se dedicaban a salvar
vidas, se dieron a la tarea de esterilizar a sus compatriotas.
Propaganda nazi
Los nazis crearon una de las campañas de propaganda masiva más efectivas de la historia para convencer
al pueblo alemán de sus teorías raciales. Entre 1933 y 1938, los nazis transformaron a la sociedad alemana:
erradicaron la democracia, establecieron un estado policial, suprimieron la libertad de expresión y toda
oposición política. A partir de ese momento, las fuerzas armadas debían jurar lealtad a Adolf Hitler, y no
a la Constitución.

Joseph Goebbels fue el divulgador maestro de los nazis. Como cabeza del Ministerio de
Propaganda controlaba el flujo de información pública a través de todos los medios de comunicación
masiva. La propaganda, entendida como una forma material de difundir ideas u opiniones de carácter
político o social con la intención de que un grupo particular actúe hacia un objetivo específico, fomentó
la rápida implantación de la ideología discriminatoria. El primer objetivo fue colocar al Partido en una
posición de relevancia política para, posteriormente, afianzarlo en el poder totalitario y el control absoluto.
La feroz retórica de Hitler, ejecutada mediante una oratoria excedida en tonos y gesticulaciones, cuyo
contenido antisemita y racista fue la base de la plataforma de su partido, se convirtió en el discurso oficial
de Alemania. El mensaje nazi se diseminó implacablemente a través de carteles, panfletos, radio, cine y
diversos foros públicos. El poder y la influencia de la propaganda sobre la sociedad alemana fueron
fundamentales para llevar a cabo los planes racistas del régimen. El sistema de comunicación del Reich se
unió a las herramientas visuales y auditivas para constituir alrededor suyo un “culto al führer”. La fama
de Hitler creció debido a la enorme popularidad de los desfiles, rallies y eventos reportados por radio o
grabados en filme. Al convertirse en una figura de amplia notoriedad, la propaganda nazi representó al
führer como un “soldado listo para el combate, una figura paterna y como un líder mesiánico […]” elegido
por Dios para rescatar a Alemania.
El nuevo gobierno tomó el control absoluto de la educación, la cultura y la prensa para crear una sólida
propaganda que lograra adoctrinar a la población sobre la ideología racial. La técnica primordial incluía
imágenes fuertes e imponentes y escritos cortos y simples dirigidos a toda la población. Esas
representaciones favorecieron a Hitler y llevaron a la construcción de un nacionalismo de contundente
proliferación social. La discriminación y la violencia fueron validadas por los sistemas legales y políticos
en el que se suprimieron las garantías y los derechos de varias minorías. El régimen nazi regaló un millón
de radios de corta frecuencia en la que sólo podía escucharse su misiva, para que toda familia alemana
participara de sus mensajes. Hitler basó el poder de sus campañas en los símbolos fastuosos, así como en
imágenes concretas pero conmovedoras, acompañadas de eslóganes sencillos con los que manipuló la
emotividad de las masas para, posteriormente, poder manejarlas a su antojo. Cuando el partido tomó
control absoluto, Hitler se convirtió en la personificación del Estado; así, se promovió la idea nostálgica
de que la grandeza germana se había perdido en el Tratado de Versalles y la repartición del Medio Oriente
y los Estados africanos. Los propagandistas nazis y los artistas plásticos en general, elaboraron pinturas
callejeras, letreros y esculturas del führer que terminarían por colocarse en lugares públicos y en hogares.
A la par, la editorial del Partido Nazi, junto con la Universidad de Marburgo -encabezada por el filósofo
Martín Heidegger-, imprimieron más de un millón de copias de Mein Kampf (Mi lucha) incluyendo
versiones en braille y para recién casados, buscando promover los supuestos valores arios y la proliferación
de la raza.

Las Juventudes Hitlerianas


La profecía de Hitler auguraba que el Tercer Reich dominaría mil años. Por ello, el régimen instituyó las
Juventudes Hitlerianas (Hitlerjugend) o "jóvenes de Hitler", organizaciones de adoctrinamiento juvenil,
cuyos miembros rondaban entre los 10 y 18 años, con el objetivo de sembrar la ideología racista
y promover los valores nacionalistas entre todas las generaciones que vivían en Alemania.
Las Juventudes Hitlerianas se fundaron en 1926 y, en un principio, reunían a hombres y mujeres sin
distinción de género ni edad. Posteriormente, los varones recibieron educación militar, mientras que las
mujeres se educaron para ejercer “los valores alemanes” desde casa. El Servicio Obligatorio Juvenil de
Alemania se hizo forzoso entre 1936 y 1941, por lo que durante ese periodo las Juventudes Hitlerianas
llegaron a albergar a más de 9 millones de miembros.
Millones de familias se vincularon rápidamente con el nazismo y fomentaron las ideas de superioridad
racial. Para lograr “ciudadanos ideales”, los nazis fomentaron la doctrina de la “preservación de la raza”:
aleccionaban a los jóvenes en el odio y la discriminación y les prohibieron relacionarse con los “no arios”,
ya que las mezclas podían “ensuciar” el orgullo alemán.
Los “jóvenes de Hitler” recibían entrenamiento militar en campamentos en los que se les exigía obediencia
absoluta. Para poner en práctica su formación bélica y en el uso de armas, los miembros de la agrupación
hacían guardias en los mítines del Partido Nazi. Hacia finales de 1944, engrosaron la 12º división de la
SS. Durante los últimos meses de la Guerra, las Juventudes Hitlerianas perdieron un importante número
de hombres debido a su falta de experiencia en el combate. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, se
disolvieron de manera permanente, aunque el legado de odio perduró incluso décadas después de
concluido el conflicto bélico.

El inicio del terror


Lo que el régimen nazi no logró mediante la ley y la propaganda, lo consiguió por medio del terror. A tan
solo seis semanas de que Hitler tomara el poder, se abrió el primer campo de concentración en Dachau,
con el propósito de recluir a prisioneros políticos y opositores. En su momento, Heinrich Himmler,
describió la intención de apresar en Dachau a todo aquel que se opusiera al nazismo. Los primeros
prisioneros de este campo fueron homosexuales, comunistas y liberales alemanes a quienes se envió con
la intención de mandar un mensaje severo a la sociedad: el nazismo se apoderaría de cada rincón de la
vida alemana, sin importar las víctimas que ello implicara.
En Dachau se vivieron condiciones de extrema violencia. Los presos eran sujetos a revisiones
infrahumanas y, en buena medida, fueron conejillos de indias para el tratamiento posterior de las víctimas
en otros campos. Los nazis establecieron su estrategia mediante el uso de la fuerza y la implantación del
miedo generalizado.
Asimismo, el régimen creó equipos especiales para ejercer la opresión, basándose en la dominación, el
control y la violencia para así sembrar el terror entre la población.
Conformaron diversos grupos de represión como la SS -escuadrones de protección que, originalmente, se
desempeñaron como guardia especial para los líderes del Partido Nazi, y cuyos integrantes se distinguieron
por el uso de camisas negras- un grupo élite con labores similares a las de una policía auxiliar y que, con
los años, se convertirían en los guardias de los campos de concentración.
También se organizó la SD, un servicio de seguridad cuyo principal objetivo era erradicar las instituciones
judías, cortar sus rutas de abastecimiento, imponer altos aranceles a las mercancías que llegaban a sus
establecimientos y suprimir, incluso entre golpes y agresiones verbales, cualquier movimiento con tintes
sionistas.
De igual manera se instituyó la Gestapo, una policía secreta no uniformada cuyos miembros emplearon
métodos brutales y sangrientos de persecución para identificar y arrestar a los opositores políticos y a otros
que se negaran a obedecer las políticas públicas del nazismo. Todos esos grupos tenían funciones militares,
policiacas, de inteligencia, persecución, represión, tortura y terror.
A partir de ese momento, toda acción que desagradara al régimen en la menor medida podría tener
consecuencias mortales. Al interior de la SS se crearon equipos especiales, llamados “Unidades calavera”
(Totenkopfverbände), encargados de la vigilancia con medidas extremas de restricción y, ante todo,
sometiendo a torturas individuales a los prisioneros bajo su custodia. Se les distinguió debido a que en sus
uniformes se cosieron cráneos humanos, al igual que en los collares de sus perros policías.
Surgieron también como parte del nazismo manifestaciones ideológicas extremas que se hicieron parte de
la vida cotidiana; por ejemplo, las demostraciones antisemitas en masa, rallies públicos de adoctrinamiento
y la instauración de la educación pro alemana como parte central de los programas pedagógicos. Dichas
herramientas buscaban convencer a la población y atraer adeptos, no solo en Alemania, también en el resto
de Europa.
En un abrir y cerrar de ojos, se abolió la libertad de prensa y quienes pretendieron ejercerla sufrieron un
doloroso camino a la muerte. La radio sólo presentaba espacios de formación pro nazi y el cine proyectaba
filmes que engrandecían a Alemania y humillaban a todos los sectores considerados enemigos. La quema
de libros, el boicot económico y la destrucción de sinagogas, fueron algunas de las acciones que se
utilizaron para instaurar el régimen de terror, para imponer su ideología y mantener el control del Estado.

Creación de los primeros campos de


trabajo y concentración
Entre 1933 y 1945, el gobierno alemán y sus aliados establecieron más de 40 mil campos y otros medios
de detención provisional. Los perpetradores emplearon esos recursos con una variedad de finalidades que
incluían las labores forzadas, la captura de los enemigos del Estado, la reeducación de pervertidores del
sistema y, por supuesto, la matanza colectiva. Estos sitios eran centros de agrupamiento para hacer mucho
más sencilla la ubicación de los "indeseables" del régimen y, en algunos casos, explotarlos como mano de
obra para, finalmente, deshacerse de ellos mediante el genocidio. Las condiciones dentro de los campos
fueron infrahumanas y se aprovechó el discurso antisemita y de segregación para movilizar víctimas y
hacer eficiente el aparato de destrucción.
Pocas semanas después de su ascenso al poder, Hitler abrió Dachau: el primer campo de concentración,
ubicado a las afueras de Múnich. Los prisioneros de este centro fueron, en su mayoría, comunistas,
homosexuales, liberales alemanes, Testigos de Jehová y población romaní y sinti, encerrados bajo
acusaciones de desviación social o comportamiento dañino y peligroso. Luego de la anexión de Austria
en el año de 1938, los nazis arrestaron a judíos austriacos y alemanes para encarcelarlos en Dachau,
Buchenwald y Sachsenhausen, centros ubicados cerca de las fronteras de Alemania. Tras el violento
estallido de la “Noche de los cristales”, centenares de judíos fueron aprisionados y enviados, por periodos
breves, a los campos de concentración. Sin embargo, la violencia al interior se convirtió en un estilo de
vida: las fuerzas de la SS crearon equipos especiales, llamados “Unidades calavera” (Totenkopfverbände),
encargados de la vigilancia con medidas extremas de restricción y, ante todo, sometiendo a torturas
individuales a los prisioneros bajo su custodia. Durante la Segunda Guerra Mundial, los médicos se
apoyaron en estos equipos para elegir a los reclusos que, posteriormente, se convertirían en las víctimas
de experimentos sanguinarios aprovechados, en su mayoría, por reconocidos laboratorios farmacológicos
o sectores particulares del gobierno (Ministerio de Salud, Ministerio de Asuntos Bélicos, por ejemplo).
Con la guerra, el sistema de campos se fortaleció y una vez invadida Polonia (en septiembre de 1939),
fueron abiertos un sinnúmero de centros de labores forzadas donde millones de prisiones murieron por
hambruna y agotamiento. El número de prisioneros de guerra aumentó con la invasión a la Unión
Soviética, ocurrida entre los años de 1941 y 1942. Se inauguraron nuevos campos de concentración y
trabajo -inclusive al interior de los ya existentes- como fue el caso de Auschwitz (y sus últimas dos etapas:
Auschwitz II y Birkenau), en las afueras de Polonia. Así, Lublín, posteriormente conocido como
Majdanek, se estableció como complejo para prisioneros de guerra en el otoño de 1941, y en 1943 se
convirtió en campo de concentración y exterminio donde miles de reclusos soviéticos fueron acribillados
o enviados a las cámaras de gas.
Para facilitar la “Solución Final” del pueblo judío (genocidio o destrucción masiva de judíos), los nazis
construyeron centros de matanza en Polonia (país con la mayor cantidad de semitas): las instalaciones
estuvieron destinadas para el asesinato eficaz. Chelmo, primer centro de exterminio, abrió en diciembre
de 1941. Ahí, judíos y romanís y sintis fueron gaseados en vagonetas móviles conectadas a tubos de
escape. En 1942, los alemanes abrieron Treblinka, Belzec y Sobibor, estructuras donde se aniquilaba de
manera sistemática a los judíos del Generalgouvernement (territorio ocupado al interior de Polonia).
Frecuentemente, los judíos en las tierras ocupadas eran enviados a campos transitorios como Westerbrok
en Holanda o Drancy en Francia, para alcanzar su destino final: los centros de exterminio.

Quema de libros
El 10 de mayo de 1933, miles de profesores y estudiantes irrumpieron en las universidades, bibliotecas y
librerías para promover y ejecutar una “purga” literaria que consistía en retirar libros y quemarlos en
hogueras públicas, con esto Los nazis buscaban no sólo “purificar” la sangre sino también cultura alemana.

La mayor parte de los libros fue destruida debido a que exponían ideas contrarias al nazismo; algunos
otros únicamente porque sus autores eran judíos o por expresar planteamientos de libertad y Derechos
Humanos. El objetivo del nazismo era detener la difusión de ideas “enemigas”. Todo escritor, pensador,
académico o artista que pronunciara opiniones diferentes a las del régimen era considerado un adversario;
sus obras eran quemadas, sus descubrimientos, ignorados, y ellos mismos eran recluidos en campos de
concentración o se veían forzados a huir.
La quema de 1933 eliminó 25 mil volúmenes de libros considerados “no arios”. Además del saqueo
masivo, miembros de los cuerpos militares nazis defendieron el evento con retenes y lo “alegraron” con
bandas musicales. En Berlín, cerca de 50 mil civiles se congregaron en la Plaza Central. Allí, Joseph
Goebbels, ministro de Propaganda e Información Pública de Hitler, encabezó una ceremonia bajo el lema
“¡No a la decadencia social!”.
De acuerdo con el régimen, las ideas contrarias al nazismo podían fácilmente corromper a los los
universitarios. Por ello, los libros de autores como Thomas Mann, Albert Einstein, Stefan Zweig, Ernest
Hemingway, Sigmund Freud, Bertlolt Brecht, Karl Marx, Vladimir Lenin, León Trotsky, Rosa
Luxemburg, Marcel Proust y March Bloch, entre otros, fueron destruidos y se levantó una prohibición que
evitaba su reimpresión. Las obras de Hellen Keller, famosa escritora estadounidense, fueron quemadas
por tratarse de una autora ciega y sorda. También los cuadros de pintores como Van Gogh y Picasso fueron
retirados de los museos.

Boicot económico
Después de haber tomado el control del gobierno, los nazis decidieron instigar un complot económico en
contra de la población judía en Alemania. Los judíos tenían relaciones sociales plurales y diversas en la
Europa occidental: sus oficios eran variados y se veían afectados por la penuria financiera que azoraba al
continente luego de la crisis económica mundial de 1929.

Así, la persecución oficial comenzó el 1 de abril de 1933; en esa fecha el Estado lanzó un boicot hacia los
negocios y tiendas judías de todo el país. El boicot fue un acto de represión y de discriminación hacia los
judíos. Escoltas nazis uniformados y armados pertenecientes a la SA (tropas de asalto) montaban guardia
frente a los locales de comercios, consultorios y despachos judíos para impedir la entrada de clientes
“arios”. Los nazis marcaron dichos sitios con estrellas de David amarillas y colgaron carteles que decían
“no compren a judíos” o “los judíos son nuestra desgracia”. Ocurrieron actos de violencia contra
individuos y propiedades en los que rara vez intervino la policía.
El boicot no tuvo mucho éxito: la operación nacional duró tan sólo un día y, aunque fue organizada por
los jefes locales del Partido Nazi, muchos alemanes ignoraron los señalamientos y continuaron comprando
en tiendas que pertenecían a judíos, ya que, de lo contrario, resultaría contraproducente para la economía
alemana. El movimiento sólo consiguió provocar reacciones internacionales negativas; sin embargo, esta
medida marcó el principio de una campaña para aislar y despojar de sus bienes a los judíos de todo el país.

Tan sólo una semana después, el gobierno pasó una ley, que solo permitía el empleo a los arios, Lo que
ocasionó que los trabajadores judíos, incluyendo maestros y doctores de escuelas, universidades y
hospitales públicos, fueran despedidos de sus puestos bajo el amparo de las leyes que permitían la
discriminación. Hacia mayo de 1933, la seguridad social del Estado impidió a los judíos obtener
reembolsos por cualquier gasto médico que hubieran tenido.

Esas leyes se utilizaron para excluir a los judíos -y a otros grupos segregados- de organismos, oficios,
carreras y cualquier forma de acercamiento a la vida pública de Alemania.

En el ámbito de la educación, la ley fue igualmente severa: se impusieron cuotas que impedían el acceso
a las universidades a los estudiantes judíos y comunistas. Se llevaron a cabo ordenanzas de segregación al
interior de las aulas y, finalmente, se establecieron prohibiciones con el fin de que la ley y la medicina no
pudieran ser ejercidas por judíos u otras razas consideradas inferiores por el régimen.

Kristallnacht: la noche de los cristales


rotos
La “noche de los cristales rotos” o Kristallanacht es un punto de quiebre para la población judía alemana.
El nombre hace referencia a una serie de actos violentos contra los judíos llevados a cabo en Alemania y
algunas zonas de Austria y la República Checa entre el 9 y 10 de noviembre de 1938.

Por más de 48 horas, cerca de 400 sinagogas fueron incendiadas y alrededor de siete mil negocios
saqueados o destruidos sin que la policía hiciera nada al respecto. Los bomberos fueron requeridos solo
para impedir que el fuego se propagara a las propiedades contiguas, pues las llamas amenazaban algunas
posesiones “arias” cercanas. Kristallnacht no fue un acto espontaneo o improvisado, marcó un punto de
no retorno en la violencia ejercida contra la población judía alemana.
A esas infames acciones se les denominó “la noche de los cristales rotos” debido al incontable número de
fragmentos de vidrio quebrado proveniente de sinagogas, casas y locales comerciales pertenecientes a los
judíos agredidos. Durante escasos dos días, 90 personas fueron asesinadas en las calles, alrededor de 30
mil judíos aprisionados y enviados al campo de concentración de Dachau.
La violencia fue instigada por el Partido Nazi. Miembros de la SA (tropas paramilitares de asalto) y las
Juventudes Hitlerianas, apoyaron y supervisaron los combates contra la población judía. Los oficiales
alemanes argumentaron que la violencia había surgido de manera “natural”, como un sentimiento en
respuesta pública al asesinato de Ernst vom Rath. A principios de noviembre, las autoridades alemanas
habían expulsado a miles de judíos polacos que habitaban en los márgenes del Reich; por lo que el 7 de
noviembre de 1938, Herschel Grynszpan, un judío polaco de 17 años cuyos padres sufrieron los embates
de la expulsión, mató a tiros a Vom Rath quien se desempeñaba como oficial de la embajada germana en
París. Tras un discurso condenatorio por parte de Joseph Goebbels, los líderes regionales del Partido Nazi
emitieron instrucciones a sus oficinas locales para comenzar la violencia y el incendio en las sinagogas.
La intimidación comenzó desde las últimas horas de la tarde del 9 de noviembre y hasta bien entrada la
mañana del siguiente día. A la 1:20 a.m. del 10 de noviembre, Reynhard Heydrich, cabeza del cuartel de
seguridad, envió un telegrama urgente a las sedes principales de la Policía Estatal y a los líderes de la SA
de varios distritos en el que describía detenidamente las instrucciones para empeorar las revueltas. De tal
manera, unidades de la SA y de las Juventudes Hitlerianas se apostaron a lo largo de Alemania y de los
territorios anexados, participando de la destrucción de los hogares y negocios judíos. Un gran número de
oficiales utilizaron ropa de civiles para apoyar la ficción de que los disturbios eran expresiones públicas
que exigían acallar la “conspiración de los judíos”. Tras el evento, el gobierno nazi aseveró que los semitas
alemanes eran responsables de la destrucción y se les impuso una multa de un billón de Reichsmark
(alrededor de 400 millones de dólares), así como una prohibición para reconstruir sus propiedades.

Conferencia de Evian
En 1935, el gobierno retiró la ciudadanía a la población judía de Alemania por lo que su condición legal
había cambiado y a partir de ese momento se convirtieron en refugiados. Hacia 1938, había alrededor de
600 mil judíos, que constituían el uno por ciento de la población alemana. 150 mil judíos alemanes
lograron huir del país debido a la extrema violencia, sin embrago huyeron al resto de Europa donde más
tarde serán alcanzados por el yugo nazi.

Luego de las severas expresiones de intolerancia que se apoderaron de Alemania, centenares de familias
judías intentaron escapar, pero no encontraron asilo ni gobiernos dispuestos a recibirles. Muchos judíos
alemanes y austriacos (con la anexión de Austria otros 185,000 judíos cayeron bajo el régimen nazi)
solicitaron auxilio de los Estados Unidos sólo para encontrarse con negativas, que les impidieron obtener
las visas entrada requeridas.

En el año de 1924, el Congreso Americano limitó las cuotas de migración y discriminó a grupos étnicos y
raciales considerados indeseables. Las cuotas permanecieron incluso cuando las presiones políticas
llevaron al Presidente Franklin D. Roosevelt a convocar una conferencia para analizar la crisis
internacional de los refugiados. A dicha reunión, realizada en la región francesa de Evian, asistieron
representantes de 32 países.
Por miedo a comprometerse demás, Roosevelt decidió abstenerse de enviar a un alto mandatario del
gobierno. Por el contrario, solicitó a su amigo personal Myron C. Taylor, un empresario apolítico
reconocido por sus actividades filantrópicas, que acudiera a Francia y escuchara las posturas expuestas
por las otras naciones.

Durante los nueve días que duró la asamblea, los delegados expresaron su pesar por la situación de los
refugiados judíos, y cerraron sus puertas. El grueso de los países, incluidos Estados Unidos y Gran Bretaña,
idearon pretextos para rechazar la entrada de refugiados. La grave crisis económica mundial y la
indiferencia fueron factores decisivos para afectar el destino de los judíos.

Entre los estatutos finales de la Conferencia se declaró que, con la excepción de República Dominicana,
ningún otro país contaba con las condiciones ni la apertura para recibir a más refugiados. Promovieron
como alternativa el establecimiento de un Comité Intergubernamental de Refugiados, que continuaría
trabajando para solucionar el conflicto.
La política nazi de emigración forzosa fracasó porque ningún país estaba dispuesto a aceptar suficientes
refugiados judíos. En respuesta a Evian, el gobierno de Hitler manifestó con gran placer que, ante la apatía
de las naciones occidentales por recibir a los judíos, únicamente podía comprobarse que el tratamiento que
Alemania daba a las minorías era más que adecuado, pues ninguna potencia internacional les había acogido
aun cuando tenían la oportunidad de hacerlo.

Algunos intentos americanos por rescatar a niños judíos fracasaron: la propuesta Wagner-Rogers para
recibir a 20,000 niños refugiados y en peligro fue desechada por el Senado en dos ocasiones. Los prejuicios
raciales entre los estadounidenses, que incluyeron en más de una ocasión actitudes antisemitas por parte
de los Departamentos de Estado, jugaron un papel clave en el repudio a los judíos
Kindertransport. Refugio sólo para
diez mil niños, 1938-1940
Gran Bretaña tomó la decisión de dar refugio a diez mil niños judíos, bajo un la única y clara condición
de que viajaran solos, sin sus padres. Kindertransport (Transporte de niños) fue el nombre informal del
programa implementado con el fin de recibir a dichos niños refugiados entre los años de 1938 y 1940.

El nivel de extrema violencia que se había impuesto sobre los judíos alemanes, empujó a los padres de
familia a tomar la dura decisión de inscribir a sus hijos en ese programa de refugio y enviarlos a otro país
a vivir con personas extrañas. Los mandos británicos accedieron a que un número limitado de menores de
edad provenientes de Alemania, así como de los territorios ocupados (Austria y Checoslovaquia), entraran
al país. Solo se les permitía el acceso si sus tutores o familiares podían garantizar su manutención y
enviarla en pagos adelantados a la llegada de los menores.

El Comité Británico para los Niños Judíos de Alemania y el Movimiento para el cuidado de los niños de
Alemania recaudaron fondos para formalizar las migraciones de los infantes e intentaron colocarlos en
hogares privados. Los ciudadanos que deseaban brindar su apoyo, así como los tutores de los niños,
también tenían la obligación de costear el cuidado, la educación y, eventualmente, la emigración. Una vez
resuelto el asunto económico, Gran Bretaña expedía únicamente visas temporales.
Quedaba sobrentendido que al finalizar la “crisis” los niños regresarían con sus familias. Los pocos
infantes incluidos en el programa eran vigilados por otros, aunque en los viajes nunca se incluyó personal
mayor de 18 años. El primer Kindertransport llegó a Harwich, Gran Bretaña, el 2 de diciembre de 1938
con un embarco de alrededor de 200 niños provenientes de un orfanato judío en Berlín que había sido
saqueado y destruido durante la Kristallnacht.

Los principales trenes partieron de Berlín, Viena y Praga, por lo que algunos infantes que vivían en
ciudades alejadas de las metrópolis tuvieron primero que costear la travesía a las capitales para finalmente
arribar a los lugares de recolección. Las organizaciones judías al interior del Reich planificaron cada uno
de los viajes.

En Alemania, la Representación de Judíos asentada en Berlín y su sucesora, la Asociación Judía ante el


Reich, intervinieron para facilitar el proceso de traslado; asimismo, la Organización Comunitaria Judía en
Viena apresuró cualquier trámite necesario pues, para el caso de Austria y Checoslovaquia, las condiciones
eran apremiantes debido a que los padres de la mayoría de los niños que habrían de emigrar se encontraban
ya en campos de concentración o carecían de los recursos económicos para poderse encargar de ellos. Las
instituciones judías dieron prioridad a los huérfanos y a quienes para ese momento vivían ya en situación
de calle.
Los convoyes se realizaron durante casi dos años. Aquellos que lograban completar el trayecto llegaron a
puertos en Bélgica y Holanda. La gran mayoría de estos niños quedaron huérfanos después de la guerra.
Más del 90 por ciento de ellos jamás volvió a ver a sus familias
Grupos militares y paramilitares. La
creación de la SS y disolución de la
SA
La estructura política de Hitler dependía mayoritariamente de la jerarquía y el orden que se imponía al
Estado desde su figura central. La personalidad de Hitler pareció permear cada sector que componía al
gobierno, aunque sus hombres cercanos jugaron un importantísimo papel proliferando la intolerancia y
resguardando los antivalores que se promovían desde el régimen. Figuras como Himmler, Eichmann o
Goebbels tuvieron un rol predominante en el destino de los judíos y la actitud de segregación en contra de
las minorías que vivían en Alemania y sus alrededores.
Para implementar de manera exitosa la teoría racial que se enseñaba desde las aulas y en la cotidianidad
de la propaganda, era necesario tener una judicatura firme, convencida del acercamiento a la realidad
colectiva ofrecido por el gobierno y, por supuesto, un líder que, con obediencia, rindiera frutos jurando
lealtad a Hitler y sus ideales. Heinrich Himmler, hijo de un maestro de secundaria, partidario de los nazis
desde que estudiaba la carrera técnica de agricultura en Múnich y cuya condición social jugaba en su
contra, resultó ser la pieza perfecta en el ajedrez del Estado en cuyo centro estaba Hitler.
Himmler permaneció a la sombra de las amplias figuras del nacionalsocialista hasta que, en 1929, Adolf
Hitler, entonces líder del Partido Nazi, lo convirtió en jefe de la SS. Las fuerzas de la SS tuvieron su origen
en la Guardia Personal del Cuartel General que Hitler había creado entre los años de 1922 y 1923. Para
1925, habían sido retomadas en estructura como las Schutzstaffeln, o Brigadas de Protección, que
funcionaban en colaboración con el Partido para proteger a sus líderes en los mítines y concentraciones
nazis. Hitler pensaba que Himmler era el líder ideal porque mostraba obediencia absoluta al régimen. Al
igual que Hitler, Himmler creía que la lucha racial entre los arios y los judíos era clave en el desarrollo de
la historia mundial; por ende, la SS debía convertirse en el grupo élite del nazismo para resguardar y
convertir en realidad el sueño de la supremacía aria.

En cuanto a su personalidad, Himmler era frío y calculador. Un burócrata eficiente cuya rudeza lo hacía
la cabeza perfecta de la policía y las guardias de defensa. Desde 1929, basado en la concepción de la
pureza racial, Himmler comenzó a enlistar nuevos miembros para la SS. Los reclutas eran alemanes puros:
debían cumplir con el estereotipo ario y, en su mayoría, tenían cabello rubio, ojos azules y físicos atléticos.
Para mantener el sentido elitista del grupo, Himmler insistió en que los hombres de la SS únicamente
podían contraer matrimonio con mujeres puras (arias).

La SS continuó creciendo y buscando recursos para obtener el control absoluto de la policía. El objetivo
de Himmler incluyó deshacerse y absorber otras instancias paramilitares que gobernaban el entorno
político de Alemania. En particular, tenía sus ojos puestos en la SA. La SA era un grupo partidario
organizado de manera militar que se afianzó de las fuerzas activas de las Ligas de Defensa derechistas y
los Freikorps. La SA (Sturmabteilung o Tropas de Asalto), brindó el primer triunfo para el nazismo, le
otorgó ventajas reales sobre algunos grupos de izquierda que promovían el comunismo, en los años
posteriores a la Gran Guerra. La SA logró que los nazis tuvieran control sobre las calles, usaban la fuerza
para “tranquilizar” a los opositores. Su comandante, Ernst Röhm, era un militar abiertamente homosexual
que desde el retiro logró engrosar las filas de las Tropas de Asalto, que crecieron de 3 mil miembros en
1923 a 500 mil para el año de las elecciones. Sin embargo, la personalidad intolerante que caracterizaba a
Himmler influyó para que Hitler desconfiara de Röhm y en 1936 disolviera ese grupo paramilitar y creara
nuevas divisiones como la Gestapo: una fuerza policiaca secreta cuyo objetivo era capturar a los enemigos
del régimen.

Segunda Guerra Mundial


El Holocausto tuvo lugar en el amplio contexto de la Segunda Guerra Mundial. Aún resentida por su
derrota en la Primera Guerra Mundial, Alemania ambicionaba "recuperar" el control
del Lebensraum (espacio vital). Los líderes nazis consideraban que, para hacer realidad los tenebrosos
anhelos de Hitler, una guerra que sometiera a Europa era "necesaria".
En marzo de 1938, Alemania tomó poder de Austria y los Sudeste (en Checoslovaquia) mediante una
anexión política y militar. Para consolidar el dominio germano sobre la Europa oriental, así como el éxito
de una expansión paneuropea, Hitler y Stalin formalizaron el Pacto Soviético-alemán de No Agresión,
firmado en agosto de 1939. De tal manera, se liberó el camino para la propagación continental del nazismo
y el 1 de septiembre de 1939 Alemania invadió Polonia. 48 horas después, Francia y Gran Bretaña
respondieron la ofensiva levantándose en armas contra Alemania. Así comenzó la Segunda Guerra
Mundial: en menos de un mes, Polonia había sido dominada por una combinación de fuerzas alemanas y
soviéticas, mismas que se dividieron de manera equitativa la administración del territorio.
En Europa, el avance nazi parecía inevitable: hacia abril de 1940, los alemanes invadieron Noruega y
Dinamarca. En mayo comenzó el asalto de la Europa occidental y Hitler anexó a Alemania los territorios
de Holanda, Bélgica y Luxemburgo, países que desde un principio se habían declarado neutrales respecto
a la Guerra. El enfrentamiento era tan abrumador como insostenible, por lo que el 22 de junio de
1940 Francia firmó un armisticio con Alemania que permitía a los nazis ocupar la mitad de la Francia
septentrional y colocar bases militares al sur de París.
Nombre: Europa, 1940

El innegable dominio de Alemania sobre la Europa central promovió el fortalecimiento de sus coaliciones
políticas y militares y para junio de 1940, Italia, encabezada por Benito Mussolini, declaró la guerra a
Inglaterra y a sus aliados. La Unión Soviética utilizó el conflicto bélico como distractor y en ese mismo
año ocupó los Estados del Báltico. Asimismo, y con la esperanza de que la ocupación nazi en Europa le
permitiera expandirse a lo largo de Asia, Japón se alineó a las filas de Hitler y en septiembre de 1940
firmó en Berlín el Pacto Tripartito que formalizaba la alianza militar entre la Alemania nazi, el Reino de
Italia y el Imperio de Japón, bajo el nombre de las Fuerzas del Eje. Pocos meses después, Bulgaria,
Hungría, Rumania y Yugoslavia se adhirieron al plan, los tres primeros con el afán de congratularse con
Hitler y el último para evitar ser invadido.
La relación de Hitler con Yugoslavia facilitó la ocupación de Grecia y sus islas; por lo que los nazis
implementaron una avanzada sobre el territorio soviético, aprovechándose del frente militar
suroriental que se afianzó desde 1941. A través de la Operación Barbarrosa, el ejército nazi violó de forma
directa el Pacto de No Agresión, asunto que provocó que Stalin uniera sus fuerzas con el primer ministro
de Gran Bretaña, Winston Churchill.
En diciembre de 1941, Japón bombardeó Pearl Harbor, una de las bases militares de los Estados Unidos
en Hawái. A principios de 1942, el presidente Franklin Delano Roosevelt declaró la guerra al Eje. A pesar
de que unos meses atrás el 70% de la población estadounidense urgía al gobierno en Washington a
declararse neutral e incluso estaba en contra de que Roosevelt participara de la Guerra, el ataque de Japón
fue una agresión imperdonable.
Tropas británicas y estadounidenses fueron enviadas al norte de África con la finalidad de recuperar
Europa por el sur. En el invierno de 1941-1942, Hitler penetró las fronteras de la URSS, logró sitiar
Stalingrado ciudad simbólica para los soviéticos pues llevaba el nombre de su entonces gobernante; sin
embargo, al cruzar los bordes con los estados satélite, el reto se encrudeció. Debido a la ineficacia de las
rutas de abastecimiento, la presencia alemana en la URSS se hizo indefendible y en febrero de 1943 los
nazis se rindieron y comenzaron el retroceso. Para septiembre del mismo año, Estados Unidos, Gran
Bretaña y la Unión Soviética lograron apoderarse del sur de Italia y obligaron a Mussolini a establecer la
resistencia fascista en el norte. Con la intención de combatir a los Aliados en el Mediterráneo, Italia del
norte quedó bajo el mando de los nazis y la resistencia en la zona perduró hasta 1945.
El 6 de junio de 1944, más de 250,000 soldados participaron en el memorable Día D, un plan de los Aliados
para liberar Francia desde la Normandía. La victoria llegó en agosto de ese año: las fuerzas aéreas atacaron
las industrias nazis, como las que existían en el campo de Auschwitz, aunque las cámaras de gas nunca
fueron objetivo de destrucción.
Finalmente, la ofensiva soviética logró dominar la Europa oriental y luego del trágico bombardeo a la
ciudad de Dresde en Alemania, donde alrededor de 100,000 civiles perdieron la vida, Hitler aceptó la
derrota y finalmente se suicidó en su búnker el 30 de abril de 1945. La rendición alemana ocurrió el 7 de
mayo, aunque el frente del Pacífico seguía en pie, por lo que el entonces presidente de Estados Unidos,
Harry S. Truman ordenó lanzar dos bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y
Nagasaki, mismas que produjeron la muerte instantánea de 120,000 civiles.
La Segunda Guerra Mundial es reconocida como el enfrentamiento más sangriento en la historia de la
humanidad. En solo seis años, murieron más de 50 millones de civiles.

Ghettos
En la Edad Media se le denominó ghettos a aquellos barrios o calles en las que solo vivían judíos
confinados y separados del resto de la población. Los ghettos restringían el contacto entre judíos y
cristianos, y además ceñían a los primeros a espacios que los gobernantes les permitían ocupar. En
los ghettos, los judíos diseñaron leyes particulares que les permitieron vivir de acuerdo con sus costumbres
y tradiciones. Como resultado de la Ilustración, la inclusión de las minorías se tornó inminente; por lo que
el ghetto de Roma, último activo en Europa para ese momento, desapareció y, luego de la Emancipación
de los judíos, la integración en las ciudades terminó por cotidianizarse.
La naturaleza de los ghettos establecidos por los alemanes en los países ocupados durante la Segunda
Guerra Mundial fue distinta: se diseñaron tanto para servir como un área separada para los judíos, como
para organizar la transición entre el enclaustramiento y el exterminio físico total de las víctimas.
Por lo general, los ghettos se establecían en las partes más feas, pobres y viejas de la ciudad; estos se
caracterizaban por la sobrepoblación, el hambre y las enfermedades. Cuando los ghettos nazis se forjaron
en la Europa contemporánea, los judíos eran obligados a evacuar sus casas en periodos no mayores a 24
horas y, en ocasiones, se les castigaba con la muerte cuando no se presentaban al punto de reunión
acordado. La mayoría de los judíos llegaba a los ghettos con algunas valijas, bolsos o costales y/o mochilas
en las que guardaban sus ropas, enseres u objetos de valor; las pertenencias que no pudieran cargar debían
quedarse atrás.
Al interior de los ghettos, los departamentos estaban sobrepoblados: cada cuarto era habitado por más de
10 personas. A todas horas se respiraba la miseria, el hambre, la enfermedad y la desesperación; sin
embargo, la vida debía continuar y las familias se adaptaban a nuevas realidades caracterizadas por el
temor, la humillación, el reclutamiento para llevar a cabo los trabajos forzados y la deportación. La
supervivencia era un reto cotidiano, una lucha por lo estrictamente necesario.
La autoridad del ghetto dependía del Judenrat (consejo judío que contaba con su propio cuerpo policiaco),
cuya conducta fue extremadamente heterogénea: oscilaba entre la colaboración y la obediencia total hacia
las órdenes nazis y los intentos por proteger a la población judía oponiendo resistencia ante las exigencias
alemanas. Para ese entonces, cualquier judío fuera del ghetto representaba una amenaza al Estado y, por
ello, empezaron las “cacerías”. Los nazis ofrecían recompensas a los denunciantes de judíos; de tal forma,
las familias se desmembraban poco a poco debido, entre otros factores, a la deportación de ciertos grupos
vulnerables, entre los que se incluían niños, ancianos y enfermos.
El hambre cobraba miles de víctimas ya que, como medida de control, los nazis entregaban “tarjetas de
racionamiento” a las personas capaces de trabajar. Por lo tanto, un jefe de familia debía decidir cómo y a
quién repartir una ración de comida. Al principio, el contrabando era la única salida: se intercambiaban
las cosas de valor por alimentos. Sin embargo, la medida era riesgosa: si los contrabandistas eran
descubiertos, podían incluso perder la vida.
Era tanta la precariedad dentro de los ghettos que, tan sólo en el ghetto de Varsovia, de mil a 2 mil
personas morían por inanición mensualmente. Era común ver en las calles del ghetto los cuerpos de los
muertos esperando a ser enterrados. En los ghettos era común ver a niños mendigando por comida
y sentados junto a los cuerpos inertes de sus padres. A pesar de las terribles condiciones se organizaban
escuelas clandestinas, se editaban periódicos y se celebraban servicios religiosos sin importar las
prohibiciones.
La vida cultural continuaba: había teatros, música, poesía y arte que significaron un breve respiro a la
miseria. Entre los ghettos principales se cuentan los de Varsovia, Lodz, Cracovia, Lublín, Byalistok,
Radom, Kielce, Czestochowa, Sosnowiec, Vilna, Riga, Minsk y Kovno. En el verano de 1942, los nazis
comenzaron a deshacerse de los ghettos en Europa occidental: la mayoría de sus pobladores había muerto
o había sido deportada a los campos de concentración.
SUBLEVACIÓN DEL GHETTO DE VARSOVIA

A medida de que las deportaciones continuaban en el ghetto, la desesperación dio paso a la firme decisión
de resistir. La Organización Judía de Combate lanzó una proclama: “Comunidades judías: la hora se
acerca, deben estar listas para resistir, ni siquiera un judío debe dirigirse a los carros de ferrocarril. Los
que no pueden oponer resistencia activa deben resistir pasivamente, deben ocultarse. Todos estamos
preparados para morir como seres humanos.”

La sublevación inició el 19 de abril de 1943 y representó una verdadera revolución en la historia judía.
Por más de un mes, los judíos —a pesar de estar pobremente armados— lograron resistir a los nazis. El
significado y la resonancia simbólica del levantamiento, así como el heroísmo de quienes lucharon y
murieron, llegaron a límites inimaginados y lograron inspirar a los judíos que estaban subyugados en los
campos.
Para saber más…
De la mano de la “policía judía”, los alemanes emplearon al Judenrat como una forma de mantener la
organización durante las deportaciones hacia los campos de exterminio. Sin embargo, existieron maneras
—aunque no constantes— de bordear ilegalmente la situación en los ghettos: entre otras, algunos
infantes lograban escabullirse para intentar conseguir trozos de pan o carne, así como para realizar
trueques o comerciar con armas. También, existieron actividades culturales en las ciudades de las que
pudieron dar testimonios ciertos habitantes de los ghettos que se colaron entre las filas de algún teatro o
exposición, sin el aviso o permiso necesario del Judenrat. aunque, afortunadamente, también existen
imágenes de festividades religiosas judías como parte de la sustentación de la identidad religiosa a la
mitad de ese torbellino de intolerancia. La funcionalidad de los ghettos concluyó, en la mayoría de las
ocasiones, con las deportaciones a los distintos campos de concentración, trabajo o exterminio, en las
numerosas locaciones dispuestas por los nazis en sus dominios extendidos como resultado de la guerra.

Einsatzgruppen: Comandos Móviles


de Asesinato
En junio de 1941 Alemania lanzó un ataque sorpresa contra la Unión Soviética, rompiendo el pacto de no
agresión que sostenían. La guerra apremiaba y detrás del ejército nazi avanzaban los comandos móviles
de asesinato, conocidos como Einsatzgruppen, grupos de hombres armados con una tarea específica: entrar
a los poblados, sacar a los judíos de sus casas (hombres, mujeres y niños), llevarlos al bosque, donde eran
obligados a cavar sus fosas y fusilarlos. Estos comandos fueron los responsables de llevar a cabo los
primeros asesinatos en masa. Su tarea era liquidar a los judíos que habitaban los territorios conquistados
por el ejército alemán. Alrededor de un 1,300,000 judíos fueron asesinados, uno a uno por los comandos.
3,000 hombres componían estos grupos; sin embargo, no realizaron solos esta tarea: a su macabro ejercicio
se sumaban colaboradores locales, sobre todo ucranianos y lituanos, quienes se adhirieron voluntariamente
al exterminio.
Estas unidades de aniquilamiento se movían velozmente, tomaban por sorpresa a las comunidades judías,
y las dejaban paralizadas e incapaces de defenderse. Al entrar a un poblado, de inmediato acorralaban a
todos los residentes judíos, en algunos casos también a gitanos y oficiales comunistas, y los llevaban a pie
a las afueras de la ciudad.

El ejército alemán se encargaba de proveer transporte, vivienda y provisiones a los Einsatzgruppen. Al


inicio, los comandos móviles fusilaban primordialmente a los hombres judíos. Después, se dedicaron a
exterminar judíos sin importar su género o edad. Bajo el mandato de los líderes de la SS y de la policía,
aniquilaron sistemática y brutalmente a las comunidades judías más grandes de la Europa Oriental.
Los Einsatzgruppen estaban divididos en cuatro grupos ordenados a manera de batallón. El Einsatzgruppen
A abatió a las comunidades de Lituania, Latvia y Estonia, mientras el ejército nazi se abría frente hacia
Stalingrado; el Einsatzgruppen B comenzó en Varsovia y llegó a Bielorrusia masacrando a los judíos de
Minsk, Litovsk, Gomel y Mogilev, entre otros lugares; el frente C operó en Cracovia y Rzeszow, llegando
a Ucrania por la zona de Kiev; y, finalmente, el D se ocupó del sur, deshaciéndose de comunidades enteras
en la zona de Nikolayev y todos sus alrededores.

Conferencia de Wannsee. El diseño de


la “Solución Final”
Los fusilamientos masivos de judíos habían alcanzado ya la cifra de un millón trecientas mil muertes desde
que comenzaron en Europa del Este en junio de 1941; sin embargo, el método tenía serios inconvenientes
entre los que destacaban las dificultades para mantener los asesinatos en secreto y, particularmente,
lo atroz que resultaba para las tropas del ejército la aniquilación uno a uno, por lo que se convocó a una
conferencia con el objetivo de discutir cómo llevar a cabo la “Solución Final”, entendida como el
aniquilamiento total de los judíos europeos. El 20 de enero de 1942, 15 altos funcionarios del régimen nazi
se reunieron en la villa de Wannsee, a las afueras de Berlín. En una reunión organizada por Reinhard
Haydrich, jefe de la SD, se discutió la manera en que podría concretarse el exterminio total de 11 millones
de seres humanos.

Los 15 hombres se dieron a la tarea de emprender el plan para eficientar el exterminio y crear la logística
del asesinato: la construcción de campos de exterminio, cámaras de gas y la utilización de vagones de
ganado para trasladar a las víctimas. Los participantes de la Conferencia eran considerados los “mejores
y más brillantes hombres del Reich”; de los 15 integrantes crearon la logística del asesinato, ocho contaban
con altos niveles de estudio, maestrías y doctorados en derecho, filosofía o ciencias políticas. Esto nos
muestra que la educación, por si misma, no brinda valores éticos, en este caso el conocimiento fue puesto
al servicio del mal y la destrucción.

La Conferencia de Wannsee fue el episodio de la historia nazi donde la "Solución Final" se creó para que
los judíos de toda la Europa bajo ocupación alemana fueran enviados a los campos de exterminio operados
por las SS y ubicados en Polonia. Todos los hombres presentes en Wannsee alentaron el objetivo de la
estrategia de aniquilación absoluta, discutieron cómo abaratar el proceso y nadie refutó los alcances de la
táctica ni el propósito de desaparecer a un pueblo entero.

Deportaciones masivas
Los nazis idearon la “Solución final”: el exterminio total de los judíos europeos. Para ello
crearon un complejo sistema de deportación desde todos los rincones de Europa hacia los
campos de exterminio.
Para la deportación de millones de personas, se requería una logística muy complicada que
involucraba la participación de numerosas agencias gubernamentales alemanas. Por ejemplo, en la
Reichsbahn (compañía alemana de ferrocarriles) trabajaban 500,000 funcionarios quienes se
dedicaban a coordinar la logística de los trenes. Lo que demuestra que existe la complicidad de la
sociedad en estos crímenes masivos.
Por otro lado, las deportaciones tenían como objetivo primordial movilizar a los judíos a seis
campos, todos localizados en la zona ocupada de Polonia. Chelmo, Treblinka, Sobibor, Belzec,
Auschwitz-Birkenau y Majdanek-Lublin fueron campos de exterminio. La gran mayoría de los
deportados fueron asesinados de inmediato mediante las cámaras de gases.

Los nazis idearon la “Solución final”: el exterminio total de los judíos europeos. Para ello
crearon un complejo sistema de deportación desde todos los rincones de Europa hacia los
campos de exterminio.

La Solución Final (deportaciones)


En los meses posteriores a la Conferencia de Wannsee, la reunión de 15 hombres que selló
el destino de millones de seres humanos, el régimen nazi continúo sus planes para ejecutar
exitosamente la “Solución Final”: el exterminio total de los judíos europeos. Primero, los
nazis enviaron a los asesinos tras sus víctimas; cuando esto se dificultó invirtieron el proceso:
las víctimas fueron movilizadas hacia los campos de concentración y exterminio
Miles de personas fueron deportadas en vagones de carga mediante un proceso que significó
el grado máximo de deshumanización a la que fueron sometidas las víctimas. En cada vagón
eran transportadas entre 80 y 100 personas. Un tren completo transportaba entre mil y dos
mil deportados. A menudo, el viaje tomaba días, sin comida, agua o ventilación alguna. El
destino era incierto, el hacinamiento insoportable. La lucha por un poco de aire y el tener que
realizar las necesidades fisiológicas en el propio vagón, conducían a la pérdida de la dignidad
humana. Bajo estas circunstancias, los niños, los ancianos y los enfermos eran los más
vulnerables. Debido a las terribles condiciones, muchos de los deportados murieron durante
estos trayectos. En total, más de tres millones de personas fueron transportadas de esta forma.

Para la deportación de millones de personas, se requería una logística muy complicada que
involucraba la participación de numerosas agencias gubernamentales alemanas. Por ejemplo,
en la Reichsbahn (compañía alemana de ferrocarriles) trabajaban 500,000 funcionarios
quienes se dedicaban a coordinar la logística de los trenes. Lo que demuestra que existe la
complicidad de la sociedad en estos crímenes masivos.

Por otro lado, las deportaciones tenían como objetivo primordial movilizar a los judíos a seis
campos, todos localizados en la zona ocupada de Polonia. Chelmo, Treblinka, Sobibor,
Belzec, Auschwitz-Birkenau y Majdanek-Lublin fueron campos de exterminio. La gran
mayoría de los deportados fueron asesinados de inmediato mediante las cámaras de gases.

Estos campos de aniquilamiento eran utilizados exclusivamente para el exterminio, no


estaban habilitados para e trabajo o el hacinamiento. En estos campos no había nada más que
la muerte.

Auschwitz-Birkenau
Auschwitz es el campo más grande y emblemático del Holocausto. Éste operaba como campo
de concentración, campo de trabajo y campo de exterminio. Después de días -o en ocasiones
semanas- de traslado, los prisioneros deportados creían haber llegado a un campo de trabajo.
Sin embargo, la realidad era muy diferente y los horrores de Auschwitz inimaginables.
Auschwitz fue el más importante y altamente organizado de los campos de exterminio nazis; fue el
espacio donde más personas murieron asesinadas durante el Holocausto. 1,250,000 individuos
perdieron la vida, más del noventa por ciento de ellos judíos, además de gitanos, homosexuales,
Testigos de Jehová y comunistas. En Auschwitz se explotó la mano de obra esclava de cientos de
miles de personas.

A la entrada de este campo se encuentra el letrero Arbet Macht Frei (“El trabajo libera”) porque, en
realidad, los prisioneros que al llegar no eran enviados a la muerte, eran explotados y se les hacía
pasar hambre hasta matarlos En Auschwitz sucedieron atrocidades inconcebibles que,
probablemente, no podrían equipararse con las ningunas otras prisiones en la historia. Las
autoridades de la SS establecieron, entre abril de 1940 y octubre de 1942, tres campos centrales
(Auschwitz I, Auschwitz-Birkenau y Auschwitz-Monowitz) cerca de la ciudad polaca de Oswiecim,
cuyo nombre modificaron a Auschwitz debido a que el primero no sonaba “alemán”. Oswiecim había
funcionado como cuartel militar austriaco, cuyo propósito era el encarcelamiento de presos
políticos.

Para la deportación de millones de personas, se requería una logística muy complicada que
involucraba la participación de numerosas agencias gubernamentales alemanas. Por ejemplo, en la
Reichsbahn (compañía alemana de ferrocarriles) trabajaban 500,000 funcionarios quienes se
dedicaban a coordinar la logística de los trenes. Lo que demuestra que existe la complicidad de la
sociedad en estos crímenes masivos.

Para saber más…


Los centros de aniquilamiento se encontraban en espacios aislados y semi rurales,
escondidos del ámbito público. A su alrededor, líneas ferroviarias de mayor envergadura
permitían el acceso de los miles de víctimas, por lo que los servicios oficiales de
transportación estuvieron ampliamente involucrados en el proceso de exterminio.
Los deportados procedían, mayoritariamente, de los ghettos y las prisiones nazis. Algunos
llegaron en diciembre de 1941, incluso antes de que se llevara a cabo la Conferencia de
Wannsee. La SS empezó a vaciar los ghettos en el verano de 1942. En un lapso no mayor a
dos años, más de 2 millones de judíos fueron deportados, de manera que, para el verano de
1944, sólo unos cuantos ghettos permanecían de pie.

Centros de exterminio
Los nazis establecieron centros de asesinato para el eficiente aniquilamiento en masa. A
diferencia de los campos de concentración, que servían primordialmente para la detención y
las labores forzadas, los campos de exterminio, también conocidos como “campos de la
muerte”, eran espacios exclusivos para “fabricar” muerte. Alrededor de 2,700,000 judíos
perecieron en los campos de exterminio a manos de la policía alemana y los guardias de la
SS.

El primer centro de exterminio fue Chelmo, establecido en Warthegau (en la zona ocupada
de Polonia) en diciembre de 1941, donde fueron asesinadas más de 500 mil personas. En este
campo se instauraron camionetas móviles empleadas para exterminar individuos a través de
la asfixia con monóxido de carbono en cuartos cerrados y conectados a escapes de
automóviles; mediante inyecciones letales, sobredosis de drogas o hambruna. Para matar de
forma más eficiente y rápida, los nazis abrieron Belzec, en Polonia, donde otras 500 mil
víctimas perdieron la vida, sólo hubo dos sobrevivientes de ese campo, Rudolf Reder y Chain
Herszman; también inauguraron Sobibor, entre 1942 y 1943, 250 mil personas perdieron la
vida mediante la asfixia con monóxido, en octubre de 1943, tras una ruda revuelta, 300
prisioneros lograron escapar y, después de eso, los nazis desmantelaron el campo; por otro
lado, fundaron Treblinka en donde se aniquilaron a 850 mil víctimas, ese campo estaba
diseñado para el exterminio rápido y efectivo, lo único existente ahí eran cámaras de gas,
sólo una sección contaba con barracas donde se albergaban a unos mil prisioneros
seleccionados entre los recién llegados, para obligarlos a trabajar en el proceso de asesinato.
Dichos campos abrieron en 1942.
Las víctimas eran examinadas por médicos de la SS quienes decidían, con el movimiento de
un dedo, el destino de los seres humanos enviados a las cámaras de gas o, en su defecto, a
los prisioneros del campo. La vida y la muerte de una persona eran determinadas en cuestión
de segundos. Todas aquellas personas que no eran consideradas útiles para los nazis, como
ancianos, personas con discapacidad, mujeres embarazadas, niños y enfermos, eran
seleccionadas y llevadas inmediatamente a la muerte.

Para la gran mayoría, esa fue la última vez que vieron a sus seres queridos. En casos como el
de Auschwitz-Birkenau, casi todos los deportados eran enviados de inmediato a las cámaras
de gas. En los cuatro espacios destinados para la gasificación, los nazis llegaron a aniquilar
hasta 6,000 personas al día.
Para lograr tan macabro cometido, miembros de la SS habían experimentado con algunos
prisioneros del campo de concentración Auschwitz I, envenenándolos mediante el uso
de zyklon b, un pesticida cuyo principal componente es el cianuro; de tal manera, el asesinato
era entendido como un fin en sí mismo. Las matanzas suelen perseguir un objetivo utilitario,
como la obtención de territorio o el beneficio económico, entre otros. En cambio, los nazis
no pretendían ganar nada con la desaparición de sus víctimas más que la desaparición misma;
por lo tanto, cada judío era deshumanizado y desprovisto de su individualidad, identificado
sólo por su pertenencia a un grupo “racial”. Independientemente de su personalidad, sus
convicciones, su género, su edad, su trayectoria personal, su nacionalidad e incluso su
religión, estaba destinado a desaparecer. Ni la conversión religiosa era una opción para
salvarse. No era posible borrar de modo alguno la causa de su condena: el hecho de que sus
abuelos hubieran nacido judíos.

Eufemismos
El Holocausto es el genocidio más documentado de la historia. Para conseguir sus propósitos,
los nazis tenían que mantener el plan en secreto, por lo que utilizaban un lenguaje codificado
que impedía a los prisioneros de los campos saber hacia dónde se dirigían y qué les esperaba;
la mayoría creía que serían reubicados para trabajar. El lenguaje eufemístico también tenía
como objetivo mantener en secreto su política genocida. Y de esta manera evitar rebeliones
de los prisioneros.

Al interior de los campos, cada prisionero tenía un expediente que indicaba de dónde venía
y cuál sería su destino. Por ello, los eufemismos se utilizaban para mantener la
confidencialidad. Estos términos son palabras que escondían lo que en realidad iba a pasar
con las víctimas ya que la distribución de los prisioneros facilitaba mantener en el anonimato
la identidad de la gran mayoría de los muertos: hombres y mujeres estaban totalmente
separados en diferentes áreas, jamás se veían.
Cada detalle de la vida cotidiana estaba estrictamente controlado y regulado por el
Nacionalsocialismo. Ese control se extendió al lenguaje y a las formas de comunicación
coloquiales y oficiales. Palabras como Volk (“el pueblo”) y Fanatismus (“fanatismo”) se
volvieron sinónimos para el gobierno del Tercer Reich. Asimismo, se emplearon para ocultar
actos de terror; por ejemplo, “Trato especial” significaba “asesinato a la llegada”.

A continuación, se presenta una lista de eufemismos utilizados en los campos de


concentración y exterminio que, si bien no son exhaustivos, sí pueden acercarnos a
comprender la importancia de las palabras en los actos que definían la vida y la muerte de
quienes caían bajo el control del régimen nazi.
“La vida” en los campos
“La vida” en los campos estaba diseñada para que los prisioneros no resistieran las duras
condiciones por más de tres meses. Eran obligados a dormir en barracas de madera donde
hacinaban hasta 1,500 personas por bloque. Como no existía ningún tipo de higiene, las
epidemias contribuían a facilitar el exterminio.
Durante los primeros años de agresiones contra los judíos, 10 mil prisioneros judíos alemanes,
arrestados durante la Noche de los Cristales Rotos, fueron, por ejemplo, enviados al campo de
concentración de Buchenwald; otros 20 mil prisioneros judíos alemanes fueron arrestados al mismo
tiempo y enviados al campo de concentración de Dachau y Saschenhausen. El objetivo siempre fue
claro: privar de libertades y condiciones humanas a quienes caían en las garras de los guardias al
interior de los campos.

La jornada comenzaba en la madrugada cuando los nazis realizaban el conteo diario de prisioneros.
Durante horas se les forzaba a permanecer de pie, completamente inmóviles y en silencio, sin
importar las dificultades climáticas ni la precaria vestimenta del campo. Cotidianamente recibían
golpizas y castigos sádicos. Quien caía al suelo por debilidad era enviado a la muerte. Estos conteos
se realizaban al iniciar y al terminar la jornada de trabajo forzado para evitar cualquier tipo de fuga.

Ese tipo de circunstancias son incomprensibles. Como lo dijo Szymon Kleiman, sobreviviente, “quien
entró a un campo jamás podrá salir. De la misma manera, el que no estuvo ahí jamás podrá entrar
ni siquiera en la imaginación”. El hambre fue una de las condiciones más duras que los presos
debieron soportar. El alimento que se les proporcionaba contenía nada más las calorías suficientes
para mantenerlos apenas “vivos”, y así deberían enfrentar faenas extenuantes.

Los prisioneros eran sometidos a extensas jornadas de trabajos forzados obligados a ejecutar toda
clase de labores: construir las vías del ferrocarril, elaborar el armamento de la milicia alemana e
incluso trabajos inútiles como mover rocas cuesta arriba para después regresarlas al mismo lugar,
todo ello con la intención de desgastarlos física, emocional y mentalmente. También, empresas
como BMW, Volkswagen y Siemens, se beneficiaron del uso de la mano de obra esclava.
Después de 11 o 12 horas de trabajo, los prisioneros enfrentaban de nuevo el proceso de formación
para el recuento nocturno. Hasta los muertos pertenecían a la estadística, por lo tanto, colocaban
sus cadáveres en la fila.

Paradójicamente, en Auschwitz, existía un “hospital” donde se trataron y desarrollaron despiadados


experimentos médicos en los cuales usaron a los reclusos para “comprobar” teorías, diseñar
medicamentos o transformar caracteres sexuales de infantes. Se hicieron experimentos con
pigmentaciones de ojos y cabellos; allí se mutilaron y mataron a más de 7,000 hombres, mujeres y
niños. La mayoría fueron asesinados en una agonía terrible y varios de los que sobrevivieron fueron
enviados a las cámaras de gas.

Los nazis establecieron un sistema de identificación jerárquico y los prisioneros fueron


ordenados con base en su nacionalidad y” motivos” de su encarcelamiento. Los presos que
contaban con un estatus social más alto dentro del campo podían, en ocasiones, aspirar a
trabajos menos “indeseables” como labores administrativas o trabajos de oficina, es decir, a
puertas cerradas; sin embargo, semejantes concesiones fueron reservadas para prisioneros
políticos o individuos que pactaban con algunos funcionarios del régimen, para el resto de
las víctimas, no había escapatoria a tan desdichado destino. Las tareas de carácter físico
siempre tuvieron el objetivo de humillar a las víctimas. Quienes no accedían a labores
operativas cubrían turnos inhumanos en fábricas, minas, zonas de construcción y tenían una
tasa de mortandad superior debido a los efectos del cansancio físico, la hambruna y el trato
brutal de los soldados que les vigilaban. Los prisioneros también participaban de las
enfermerías, cocinas y hacían cualquier trabajo que se necesitara dentro del campo.

El proceso de asesinato
Los nazis comenzaron a experimentar con gas desde 1939. Sus primeras víctimas fueron
pacientes con alguna discapacidad física o mental. El programa de “eutanasia” (eufemismo
empleado por el régimen para señalar el aniquilamiento de quienes consideraban indignos de
la vida) se convirtió en la forma más terrible y usual de acabar con los “indeseables”.

En 1941, la SS concluyó que la deportación de los judíos a los centros de exterminio era la
manera más eficiente de concretar la “Solución Final”. En ese mismo año, los nazis abrieron
Chelmo, el primer centro de exterminio en donde se asesinaron, mediante la asfixia por gas
en camionetas móviles, a más de 120,000 judíos, y entre 5,500 y 7,500 gitanos, en su mayoría
provenientes del ghetto de Lodz
Para 1942, las matanzas sistemáticas en cámaras estacionarias (en las que el gas provenía de
máquinas operadas con diésel) comenzaron en Treblinka, Belzec y Sobibor, todos ubicados en
Polonia. Algunos testimonios aseguran que en particular los guardias ucranianos golpeaban y
violentaban a los prisioneros, a quienes conducían al exterminio a punta de armas y gritos. Entre
más conglomerada se encontraba la cámara, más rápida era la asfixia, por lo que los custodios
llenaban sin medida cada rincón de los cuartos.
Como mencionamos con anterioridad, los nazis buscaban eficientar los medios de exterminio. En el
campo de Auschwitz condujeron experimentos con Zyklon B -pesticida empleado para la
fumigación- en los que mataron alrededor de 600 prisioneros de guerra soviéticos y 250 enfermos,
durante el mes de septiembre de 1941; de tal manera probaron que el Zyklon B era el método más
efectivo para el asesinato, por lo que a partir de ese momento fue elegido como el camino más
directo al exterminio absoluto. En Auschwitz Birkenau el proceso se “eficiente” a tal grado que al
inicio se incrementó, de asesinar 4 mil personas diariamente, hasta 10 mil
Quienes eran seleccionados para las cámaras de gas seguían una rutina: primero los obligaban a
desvestirse, les quitaban sus objetos de valor, después se les rapaba la cabeza; despojados de todo,
desnudos e indefensos eran introducidos a la cámara de gas con el engaño de que eran regaderas
de desinfección. Al dejar salir el gas las víctimas gritaban y luchaban por respirar. Después de 15 min
aproximadamente Cuando se abrían las puertas, todos yacían muertos. Finalmente, se les extraía el
oro de los dientes y se cremaban los cuerpos. Quienes realizaban esta terrible “labor” con los
cadáveres eran prisioneros judíos, conocidos como Sonderkommandos y, en caso de negarse a
ejecutar las labores eran asesinados

Deshumanización
La deshumanización fue un elemento singular del Holocausto. Los nazis deseaban que los
prisioneros perdieran su dignidad antes de morir e hicieron esfuerzos considerables para
conseguirlo: tatuarlos con un número, exponerlos a la inmundicia en la que vivían, los gritos
e insultos constantes y la ausencia de toda ceremonia festiva, religiosa o luctuosa. La misma
muerte se aplicaba de manera tan impersonal, como si se les hubiera querido negar hasta el
último de los anhelos humanos.
Desde 1938, las leyes raciales impuestas por el régimen nazi en Alemania y los territorios
anexados, obligaban a los prisioneros judíos a portar la estrella de David en sus ropas que,
en el caso de los campos, estuvieron cosidos a sus uniformes. Este símbolo de la religión
judía se convirtió en emblema de discriminación y significó en muchas ocasiones el
comienzo de la deshumanización, pues además de funcionar como señalamiento, otorgaba a
los nazis el poder de mandar y humillar a quienes las portaban.
Una de las experiencias más angustiantes relatadas por los prisioneros, fue la deportación en los
vagones de ganado, hacinados sin alimento y sin lugar para realizar sus necesidades fisiológicas,
siendo uno de los momentos más profundos de humillación y deshumanización. La
deshumanización ayudaba a degradar a las víctimas para que no se rebelaran y a los asesinos a no
sentir ninguna afinidad emocional ya que es más fácil matar a alguien sin nombre, sin identidad
Entrar a un campo de concentración era un experiencia desgarradora. Los nazis sometieron a los
prisioneros a condiciones deplorables que debilitaban el cuerpo y destrozaban el espíritu. Cuando
Franz Stangl -comandante de Belzec y Treblinka- fue cuestionado sobre los métodos de
deshumanización, replicó que las técnicas intimidatorias hacían “más sencillo el asesinato”, pues
ver a un individuo pereciendo de hambruna o causa de alguna epidemia, producía “rechazo
automático”. La sensación de empatía era inexistente.

Para sobrevivir, los prisioneros, tenían que olvidar que alguna vez habían pertenecido a una
sociedad civilizada y aprender las cuestiones del campo. Quien no se adaptaba, moría. Al interior de
los centros de concentración y trabajo se empleaba el término Musselman o “musulmán” para
denominar a los “muertos vivientes”. Era una referencia simbólica a la práctica islámica de postrarse
en rezo. Los prisioneros que luchaban por sobrevivir evitaban a toda costa a los Musselmen porque
la línea entre la supervivencia y la desesperación era muy delgada.

Los campos estaban rodeados de cables de púas electrificados que, al tocarse, provocaban la
muerte. Ciertos prisioneros emplearon las cercas como forma de suicidio. Si eran descubiertos por
los nazis antes de morir, eran severamente torturados, ya que la muerte también debía controlarse
desde el Estado.

A pesar de la evidente deshumanización, algunos presos mantuvieron su espíritu, a través de


la resistencia física o espiritual. Algunos judíos religiosos rezaron hasta el final, como una
forma de homenajear a los caídos e incluso a sus propias familias y comunidades. Por estas
características se le conoce como el universo de los campos, porque nada de lo que se vivía
ahí podía ser comprendido desde afuera.

El negocio de la muerte
Una de las situaciones más desesperantes y severas que los prisioneros debieron soportar fue
el hambre “crónica e inimaginable”. Los reclusos recibían escaso alimento que consistía en
un pedazo de pan y sopa (elaborada con agua tibia y alguna verdura, incluso en estado
descomposición). Solo recibían 25 calorías diarias por lo que los prisioneros llegaron al grado
extremo de inanición.

Mientras las víctimas morían en las cámaras de gas de Auschwitz-Birkenau, los nazis
saqueaban sus pertenencias. Se enlistaban y eran enviadas a Alemania: ropa, zapatos, dinero
y lentes, todos los objetos confiscados pasaban a ser propiedad del Reich. Estos objetos se
almacenaban en un sector del campo que llegó a ser conocido como Kanada. Ahí se
clasificaban las pertenencias de los prisioneros para ser enviadas a Alemania: ropa, zapatos,
dinero, lentes, joyas, relojes y demás.
Empresas de gran envergadura fueron beneficiarias directas de la tragedia. Los campos de
concentración estuvieron asegurados por populares casas aseguradoras y, entre otros, el
prestamista principal de Auschwitz formó parte del gabinete cercano de Hitler. Además,
importantes laboratorios médicos alemanes probaron sus descubrimientos en prisioneros de
los campos de trabajo y concentración con la promesa de que los hallazgos ayudarían al
ejército alemán a ganar la Guerra.

Los soldados nazis explotaron la mano de obra esclava en las fábricas y en el campo. La
industria automovilística produjo 300 veces más llantas, debido a la fuerte demanda militar
que la guerra implicaba, empleando exclusivamente la fuerza de prisioneros. El desgaste era
brutal y quienes perecían en esas tareas eran remplazados de inmediato. Para los nazis, no
había tiempo que perder y cada segundo representaba recursos perdidos o mal invertidos.

Entre 1944 y 1945, los ministerios de economía y relaciones exteriores aceptaron y


promovieron incrementos presupuestales para favorecer la explotación en los campos. No
bastándoles con el despojo material, los nazis también lucraron con los cuerpos de las
víctimas: emplearon sus cabellos como relleno de almohadas y reciclaron piezas dentales de
oro. Este sistema aseguraba que nada se desperdiciara, salvo la vida de millones de seres
humanos.
Marchas de la muerte
Las marchas de la muerte ocurrieron hacia el final de la Guerra. Diez días antes de llegada la
liberación, y a medida que los ejércitos Aliados se acercaban a los campos de concentración,
los nazis decidieron frenéticamente evacuar los campos. El régimen nazi inició las llamadas
marchas de la muerte en las que miles de prisioneros eran obligados a caminar y, en caso de
no poder continuar, los fusilaban. Estas marchas de la muerte tenían dos objetivos: continuar
el proceso de asesinato hasta el último día, y no dejar testigos vivos.

Las caminatas forzadas se efectuaron en medio de la hambruna y bajo condiciones


climatológicas extremas. Por ello, los prisioneros agotados al límite, no podían seguir
caminando y eran fusilados. Más de la mitad de los prisioneros murieron en estas marchas.

Con el afán de ocultar la horrífica historia que había acontecido al interior de los centros de
exterminio, los alemanes, además de desocupar las instalaciones, quemaron los campos y
dinamitaron algunas cámaras de gas. Días previos a que el Ejército Rojo entrara en Auschwitz,
66,000 prisioneros fueron llevados a pie hacia Wodzizlaw, Polonia, donde se les obligó a abordar
trenes de carga con destino a los campos de concentración de Gross-Rose, Buchenwald, Dachau y
Mauthausen. A pesar de las inclementes condiciones en que la gran mayoría de los presos se
encontraba, los líderes de la SS pensaban que debían continuar sus funciones como productores
(forzados) de armamento para prolongar la Guerra.

Hubo cincuenta y nueve marchas diferentes desde los campos de concentración durante el último
invierno de la dominación nazi, abarcando algunos cientos de kilómetros. Los prisioneros recibían
poco o ningún alimento y agua, y apenas algunos momentos para descansar o dar atención a las
necesidades corporales. Las principales evacuaciones ocurrieron de Auschwitz, Stutthof y Gross
Rosen hacia el frente occidental de Buchenwald, Flossenbürg, Dachau y Sachsenhausen, en el
invierno de 1944-1945; una vez que la URSS ocupó éstos últimos, los prisioneros fueron enviados a
Mauthausen en la primavera de 1945 y, por último, los residentes de Sachsenhausen y
Neuengamme fueron deportados hacia el norte, con destino al Mar Báltico, en las últimas semanas
de la Guerra.

En abril de 1945, los aliados penetraron la Alemania central, lo que provocó el suicidio de Adolf
Hitler. La Guerra estaba perdida y la rendición absoluta ocurrió el 7 de mayo de 1945. Hasta
prácticamente el último día del conflicto armado, los nazis continuaron evacuando prisioneros de
los campos

La liberación
La liberación inició en el verano de 1944, cuando los soldados soviéticos entraron al campo
de Majdanek. Auschwitz fue liberado por los soviéticos en enero de 1945. Los ingleses,
estadounidenses y franceses liberaron otros campos en los meses siguientes. Los americanos
fueron responsables de liberar Buchenwald y Dachau, mientras que los británicos, con ayuda
de algunos franceses, penetraron en Bergen-Belsen.

Frente al avance Aliado, la SS trató de ocultar los crímenes masivos que había cometido,
intentando evacuar los campos de cualquier prisionero sobreviviente; sin embargo, los
ejércitos Aliados encontraron muestras más que contundentes de los horrores que habían
representado esos centros de detención y exterminio. No sólo eran los muertos, de acuerdo
con los militares del ejército norteamericano, los vivos parecían esqueletos que caminaban.
Cabe señalar que el objetivo de los ejércitos aliados no era liberar a los prisioneros, sino conquistar
territorios y vencer al enemigo alemán. Su encuentro con los campos y sus prisioneros fue accidental
pero decisivo. Entre la liberación del primer campo, en julio de 1944, y la del último, en mayo de
1945, pasaron 10 meses. Para la gran mayoría, la liberación llegó demasiado tarde: millones de vidas
habían sido extinguidas. Las tropas aliadas, algunos médicos de guerra, enfermeras y personal
voluntario, intentaron proveer cuidados para los sobrevivientes, pero muchos de ellos se
encontraban demasiado débiles y en condiciones de deterioro físico más que severas, por lo que
digerir algún alimento les fue imposible y, ultimadamente, perdieron la vida. Tras la liberación de
Auschwitz, por ejemplo, más de la mitad de los prisioneros hallados con vida perecieron en cuestión
de días y aquellos que no murieron, de inmediato se enfrentaron a la incertidumbre y a las diversas
reacciones respecto a su recién lograda “libertad”: mientras algunos se decidieron a salir adelante
e intentar localizar a algún familiar vivo, otros tantos se sintieron culpables de sobrevivir a la
tragedia, sabiendo que sus amigos y familiares no corrieron con la misma “suerte”.

La liberación transformó tanto al libertador como al libertado. Los militares decían que había que
tomar fotografías porque de otra manera el Mundo no iba a creer lo que sus ojos veían. Para los
Aliados, el encuentro con los campos desafiaba la imaginación humana. El espectáculo que se reveló
ante sus ojos era inenarrable: decenas de miles de personas al borde de la muerte, tumbas masivas
y montañas de cadáveres. Pese a los enormes esfuerzos por ayudar a los sobrevivientes, la
deshidratación, las enfermedades y el agotamiento, continuaron cobrando miles de vidas.
Desgraciadamente, la liberación de las víctimas sólo fue física, ya que la mayoría quedó prisionera
de los recuerdos por los horrores vividos.

Los comprometidos
Ejemplo de gran valor y humanismo es como mejor se podría definir a estas personas que,
desafiando la realidad existente, arriesgaron su seguridad y en muchos casos sus vidas para
salvar las de personas que se encontraban en peligro. La forma de rescate era diferente en
cada zona y el grado de dificultad que conllevaba también variaba: desde esconder a una
persona o a una familia, hasta emitir documentos para su salida o dar asilo en otros países.

Cada situación fue distinta, no obstante, las motivaciones eran las mismas; estas personas
comprometidas estaban auténticamente motivados por razones humanitarias y morales. No
fueron muchos, sólo algunos miles entre cientos de millones, una valiosa minoría de
hombres, mujeres e incluso niños. Sin embargo, eso los hace más valiosos aún, sus nobles
actos fueron un rayo de luz que da esperanza a la humanidad.
En el Estado de Israel, los comprometidos han sido catalogados como Justos entre las naciones:
personas no judías honradas por el gobierno por su responsabilidad a la moralidad y ética humana.
En muchos casos, se trataba de gente común y corriente que salvó la vida de judíos y de los
prisioneros de guerra durante el Holocausto; que decidieron, por raro que pareciese, ocultar a los
prisioneros de las garras nazis. A menudo escondían personas en los sótanos o en los graneros
donde los refugiados llegaban a permanecer semanas, meses o años, sin ver apenas la luz del sol.
Durante la guerra, la comida escaseaba y estas personas comprometidas solían compartir lo poco
que tenían para llevarse a la boca con los judíos que mantenían ocultos de los nazis.

También se dieron casos de grupos de gente que salvaron a judíos. En los Países Bajos, Noruega,
Bélgica y Francia conjuntos de resistencia clandestinos ayudaron a judíos, sobre todo buscando
lugares para que se escondieran.

En contadas ocasiones, alemanes que se hallaban bien situados en la sociedad, usaron su posición
para ayudar a las víctimas. El más famoso es Oskar Schindler, el empresario alemán que salvó a más
de mil judíos del campo de Plaszów, proporcionándoles empleo en su fábrica.

Gracias a las operaciones de rescate en la Europa occidental ocupada, principalmente en Dinamarca,


Francia e Italia, se pudieron salvar miles de judíos de las comunidades locales. Los ciudadanos
daneses decidieron impedir la deportación de sus compatriotas judíos y con el apoyo de su gobierno,
organizaron flotillas de barcas de pesca en las que la mayoría de los judíos del país escaparon a la
neutral Suecia. En Francia, los residentes del pueblo de Le Chambon-sur-Lignon en Vichy dieron
refugio a 5,000 judíos franceses.
Hubo más de 20 mil personas comprometidas de esa forma: todos arriesgaron su economía, su
libertad e incluso sus vidas para salvar a otras personas, en muchos casos a desconocidos. En
acciones como éstas estuvieron involucrados líderes de las iglesias católica y protestante,
organizaciones sociales y miembros de instituciones. Monasterios, conventos y orfanatos dieron
cabida a niños indefensos proporcionándoles refugio y cuidados hasta finalizar la Guerra.

Estos son ejemplos del grado más grande de compromiso humano. Su involucramiento inspira a
nuestra reflexión; actualmente, nosotros podríamos ocupar su lugar. La única diferencia entre estas
personas comprometidas y nosotros es que, en nuestro entorno, no tenemos que arriesgar nuestra
vida, ni la de nuestra familia, ni nuestra seguridad para ayudar.

Juicios de Núremberg
Se estima que en el Holocausto murieron 11 millones de civiles como resultado de actos
genocidas. A pesar de la magnitud del crimen, sólo 611 personas fueron juzgadas. De ellas,
el 100 por ciento argumentó que únicamente estaban “siguiendo órdenes”.

Durante y después de la Guerra, los países Aliados se preguntaron acerca del trato que se les
daría a los líderes nazis, responsables del sufrimiento y la muerte masiva de millones de
personas inocentes. Se decidió enjuiciar a los responsables por cometer crímenes contra la
humanidad y crímenes de guerra. Los juicios de crímenes de guerra se realizaron en la ciudad
alemana de Núremberg entre noviembre de 1945 y abril de 1949.
El primero de ellos inició con el Tribunal Militar Internacional, conformado por jueces de
los países aliados. Dos semanas después de la rendición alemana, los Aliados llegaron al
acuerdo de conducir juicios conjuntos para los responsables del asesinato de no combatientes.
Robert Jackson, juez de la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos, fue designado para
presidir el proceso por parte de su país.

En el invierno de 1943, Roosevelt, Churchill y Stalin anunciaron que tan pronto como
terminara la guerra llevarían a los líderes nazis ante los tribunales. La indignación de los
Aliados ante el tratamiento nazi a los civiles aumentó con el descubrimiento de los campos
de exterminio. El ejército soviético fue el primero en entrar con los campos de concentración
cuando liberó Majdanek y Auschwitz. En cuestión de semanas, los primeros juicios contra
criminales de guerra fueron llevados a cabo por los soviéticos en Majdanek. Después, los
Aliados condujeron juicios en Núremberg y continuaron esporádicamente en países como
Estados Unidos, Israel, Polonia, Alemania, la Unión Soviética y Francia.

Hitler, Himmler, Goebbels y otros altos mandos nazis no pudieron ser juzgados porque se
suicidaron al final de la guerra. Otros 22 líderes nazis fueron juzgados en Núremberg,
incluyendo a Hermann Göring, Rudolf Hess y Hans Frank. Además, este tribunal decretó
sentencia de muerte por la horca a 12 de ellos. No obstante, tres de los acusados fueron
absueltos y solamente siete fueron condenados a prisión. Posterior a este primer juicio se
llevaron a cabo otros, entre los que destacan, los juicios a médicos, jueces y otros
colaboradores.
El intento de hacer justicia quedó lejos de cumplirse, ya que únicamente una parte de los
miles de individuos directamente involucrados en el Holocausto fueron procesados. A pesar
de las pruebas contundentes, la mayoría de los acusados negaron su responsabilidad.

En las acusaciones se especificaban tres tipos de crímenes. Primero estaban los Crímenes en
Contra de la Paz, los que incluían planear, preparar, iniciar o emprender una guerra de
agresión. Luego estaban los Crímenes de Guerra, actos que violaban las leyes y costumbres
de guerra. Esta categoría comprendía el asesinato, maltrato o deportación de poblaciones para
trabajo de esclavos o cualesquiera otros propósitos, el homicidio de rehenes y prisiones de
guerra, el saqueo de propiedad privada y la destrucción de pueblos y ciudades.

Los Aliados crearon un subgrupo de crímenes de guerra como Crímenes Contra la


Humanidad. Éstos fueron definidos como el asesinato, exterminio, esclavitud o deportación
de cualquier población civil; persecución sobre bases políticas, raciales o religiosas, fueran
o no en violación de las leyes domésticas del país en donde los actos tuvieran lugar.

En 1945-1946 se realizó el primer juicio contra líderes nazis ante un Tribunal Militar
Internacional. Veintidós líderes nazis principales fueron acusados y procesados por los
Aliados. Entre los acusados estaban el teniente de confianza de Hitler, funcionarios clave del
gabinete, líderes militares, los secretarios de armamentos y trabajo, burócratas de mayor
categoría y oficiales de la ocupación alemana, entre ellos Hans Frank, el gobernador general
de Polonia, y Fritz Sauckel, quien había organizado el programa de trabajo de esclavos.

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