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Cuestiones del tiempo presente | 2011

DOMINGO IRWIN Y INGRID MICETT

De caudillos a pretorianos.
Una Periodización de la
realidad militar venezolana,
siglos XIX y XX
[31/01/2011]

Resúmenes
Español English
En este artículo se estudia a los oficiales militares venezolanos en su proceso de
constituirse en una realidad efectiva y operante institucionalmente, a nivel nacional. Se
considerará luego la manera cómo dicha realidad evoluciona hasta nuestro presente; Se
ofrecerá por lo tanto une síntesis fundada en varios años de estudios sistemáticos sobre
el tema, haciendo referencia a una profusa literatura especializada de que se
seleccionarán los principales aspectos los detalles en estas pocas cuartillas.

In this essay we study the Venezuelan military officers in its process of constituting an
institutional effective and operative reality, at a national level and its evolution until our
times. Synthesis will be a recurrent feature, as expression of years of systematic study on
the subject and a specialized literature is referred for those details that cannot be offered
in this few pages.

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Keywords : civil-military relations, military history, military sociology, Venezuela


Palabras claves : historia militar, relaciones civiles y militares, sociología militar,
Venezuela

Texto integral

Introducción
1 Todo criterio de periodización es polémico, particularmente los umbrales, los
límites temporales. Es decir, cuándo comienza y termina un determinado
momento de la evolución histórica, será siempre un tema para el debate. En el
caso de algunas instituciones el asunto se facilita. Se puede determinar con
precisión, digamos por ejemplo, la fecha fundacional y el lugar donde comenzó
a operar tal o cual Instituto de Investigación. Antes de ello antecedentes,
después, su evolución hasta mutar constituyendo un nuevo ente o
sencillamente desaparecer. El caso que nos ocupa en las páginas siguen es uno
más complejo y estudiado poco, esto, pese a la importancia histórica capital
que presenta en el devenir venezolano. Los oficiales militares, para bien o para
mal, han desempeñado un papel determinante en la historia de la tierra natal
de Simón Bolívar Palacios. Caminamos, pues, por un sendero poco transitado y
procuraremos avanzar partiendo de los antecedentes conocidos.

Ni guerreros indígenas ni hueste


indiana
2 El planteamiento inicial no puede ser otro que descartar alguna influencia de
la hueste indiana en sus enfrentamientos armados con los aborígenes que
poblaban originariamente estas tierras, en la conformación, siglos después, de
la oficialidad militar criolla. También, las milicias de los siglos XVIII y XIX
poco influyen en la institución militar venezolana. Más aun, Venezuela como
tal se vertebra inicialmente en un escabroso y accidentado proceso integrador
que podríamos ubicar, para los que gustan de años precisos: 1777 hasta 1830.
La Capitanía General en un extremo, mientras en el otro, el republicano
gobierno bajo la jefatura de los propietarios caraqueños, valencianos,
cumaneses, zulianos, merideños, barineses y de los demás territorios de la
extinta Capitanía General de Venezuela.
3 Volviendo a las fechas precisas. Las acciones en Caracas el 19 de abril de
1810, marcan el inicio de la evolución hacia una República que se proclama
independiente el 5 de julio de 1811. Antecedentes, ciertamente los hay, pero
eso, son intentos frustrados anteriores que carecen de continuidad con un
propósito definido, bien estructurado y consolidado. El prologado esfuerzo
guerrero hasta 1823, crea mitos fundacionales. El más común es el del “Ejército
Libertador Venezolano”. Los militares de hoy se entienden a sí mismos como
los herederos directos, en una visión romántica, para decirlo con elegancia, de
los héroes militares de la independencia, a quienes entienden como los
forjadores de la República. De esta falacia emerge la otra: “Venezuela nació en

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un cuartel.” La Historia, esa que se escribe con una mayúscula inicial, bien
supera las versiones interesadas, simplistas y acomodaticias. El Ejército
Republicano, más improvisado que efectivo, es destruido en 1812, por otro
grupo armado improvisado acaudillado por el marino canario Domingo
Monteverde; eso, para no referir a sus derrotas en la Campaña de Coro y en
Guayana con anterioridad a la capitulación de Miranda en San Mateo. La
Campaña Admirable bajo la jefatura de quien desde entonces será calificado
como Libertador, en 1813, contaba con importantes contingentes
neogranadinos y será desarticulado, vencido y reducido prácticamente a los
oficiales sobrevivientes, por las huestes llaneras al mando del Taita José Tomás
Boves, en 1814. Los expedicionarios españoles al mando del futuro conde de
Cartagena y marques de La Puerta, un efectivo ejército con experiencia cierta
de combate, llegan al año siguiente a Tierra Firme confirmando el dominio de
las armas de la Corona en Caracas y Bogotá. Solo improvisadas guerrillas como
en los llanos del Casanare y Apure, donde el bandolerismo se entremezclaba
con el combate contra las tropas fieles a Fernando VII y las del oriente
venezolano era lo quedaba del Ejército Libertador, esto hasta 1817. Patrones
con sus clientelas personales armadas constituyeron el grueso de las tropas
enfrentadas hasta la llegada de Morillo y sus tropas veteranas.
4 El Ejército era más bien un ejercicio retorico, una abstracción, una
aspiración. Civiles armados, por las buenas o las malas, enfrentados en una
guerra efectivamente a muerte desde 1813 era la constante. La oficialidad
provenía de las milicias coloniales, o las pocas tropas de línea, las cuales por
cierto acatan la decisión de las elites regionales apoyando unos negándose
otros a seguir el proyecto republicano caraqueño. La mayoría de la oficialidad
estaba constituida por propietarios que se unían a uno de los dos grupos
enfrentados arrastrando al conflicto sus clientelas personales. Desde 1817-1819
los grupos armados llaneros fieles al general José Antonio Páez, elevado a tal
rango militar en el llamado Motín de Arichuna, algunos autores lo escriben
Arichura o Trinidad de Archuna1, de 1816, junto con los combatientes
republicanos de la Nueva Andalucía y Guayana en el extremo oriental
venezolano, se logran organizar militarmente como nunca antes bajo la jefatura
única de El Libertador. La Campaña del Centro o de 1818, si bien constituye
una nueva derrota para la oficialidad republicana no trae consigo el colapso.
Una retirada en dirección de los llanos o el enclave independentista oriental y
guayanés, evidenciaba la existencia, la supervivencia, de un ejército. La derrota
militar se convierte en un éxito político republicano con el Congreso
Constituyente de Angostura. Será la oficialidad y tropa de este Ejercito
Libertador, con oficialidad venezolana, neogranadina y de mercenarios
europeos, el que se cubrirá de gloria en las épicas jornadas de Pantano de
Vargas y Boyacá en 1819. Fueron necesarios unos ocho años de duro combatir,
de contundentes descalabros bélicos, para llegar a conformar una auténtica y
probada como eficaz maquinaria de guerra republicana y libertadora. Ejército
que será el de Colombia, desde diciembre del último año señalado. Uno
constituido por heterogénea oficialidad y tropa, insistimos, unos eran europeos
mercenarios, otros hijos del antiguo Virreinato de la Nueva Granada y de la
Capitanía General de Venezuela, esto sin desconocer una que otra destacada
individualidad proveniente del Caribe Insular u otros parajes iberoamericanos.
5 En un olvidado libro escrito por un militar retirado del servicio activo, Rafael
Paredes Urdaneta, se presenta el tema de la tipología de oficiales militares

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venezolanos con estas palabras 2 : “desde la magna guerra y al través del tiempo
han existido y existen”; téngase presente que el autor escribe en 1940, “tres
tipos de oficiales de carrera […] los de academia o escuela […] los forjados en la
zozobras de los campos de batalla, y los moldeados en la disciplina de la vida de
cuartel”…3 Una tipificación más simple pero con igual perspectiva temporal es
la que presenta el teniente Mario Martínez Polanco4. Éste, quizás simplificando
y, paradójicamente, complicando el tema, refiere a lo que califica como dos
“escuelas militares enfrentadas” desde los mismísimos días del proceso
emancipador; una, la de los que carecen de cultura y la otra conformada por los
oficiales “brillantes”, auténticos paradigmas “en la evolución militar
republicana”. Ofrece ejemplos de los segundos: El generalísimo Francisco de
Miranda, el Mariscal de Ayacucho General Antonio José de Sucre, los
Generales Eleazar López Contreras, Diego Bautista Ferrer e Isaías Medina
Angarita. Muy probablemente teniendo como fuente las obras antes señaladas
el poeta y político venezolano Andrés Eloy Blanco, en un artículo de exilio,
luego del golpe de estado de 1948, en la revista cubana Bohemia,5 presenta una
clasificación de los oficiales militares venezolanos en dos grandes conjuntos. El
aspecto que toma como definitorio para ambos es el respeto a la
institucionalidad civil republicana; así, desde el siglo XIX han existido los
oficiales militares que atentan contra el orden constitucional y quienes lo
respetan. Resumiendo las ideas del Andrés Eloy Blanco con nuestras propias
palabras: oficiales golpistas versus los institucionalistas.
6 El primer académico de profesión en estudiar la evolución del ejército
venezolano, fue Robert L. Gilmore. Aunque en su obra6 no refiere a ninguno de
los textos mencionados en los tres párrafos anteriores (Paredes Urdaneta,
Martínez Polanco y Andrés Eloy Blanco), su tipificación es en cierta forma
coincidente con la de éstos. Gilmore divide la oficialidad de las guerras
independentistas venezolanas en dos grandes segmentos, los caudillos y los
oficiales militares cuasi profesionales. Para el historiador anglosajón los
caudillos eran esos patrones con sus clientelas personales armadas, que ya
hemos destacado en páginas precedentes. Los segundos, los militares cuasi-
profesionales, eran el grupo de oficiales veteranos que combaten no solo en su
lar nativo, sino abandonan el territorio de la antigua Capitanía General
(agregamos nosotros y del Virreinato de La Nueva Granada) e imponen las
armas de la república en el Sur (Ecuador) y Perú. Eran ciertamente el sector
militar élite del ejército colombiano. Señala que los oficiales cuasi-
profesionales estaban cien años adelantados a sus venezolanos tiempos.
7 Sin desconocer el valor de los aportes ya mencionados y evitando
disquisiciones teóricas sobre algunos términos que requerirían un comentario
crítico precisando las diferencias entre el leguaje coloquial y el académico:
“oficiales de carrera”, “escuelas militares enfrentadas”, oficiales “cuasi
profesionales”, nos permitimos referir varias ideas que consideramos de
interés. La primera, es que estos autores abordan un aspecto reiterativamente
descuidado en no pocos análisis, destacando la heterogeneidad de origen y
desempeño de los oficiales republicanos de inicios del siglo XIX. La segunda, es
una de tiempo largo, cómo ese remoto ayer se proyecta hasta un presente de
más de un siglo después. El tercero es la inclusión, indirectamente, del tema
clave del profesionalismo militar.
8 La jerarquía militar dentro de los ejércitos enfrentados era el maquillaje ideal
para poner charreteras y uniforme a los caudillos y sus armadas clientelas, tan

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pronto como las condiciones objetivas de tan salvaje guerra permitían esos
lujos. Los casos de los generales Páez, Juan Bautista Arismendi y José Tadeo
Monagas, son tres conocidos ejemplos. En el Diccionario Biográfico de Ilustres
Próceres de la Independencia Sur Americana,7 no son pocos los personajes
con esta condición que pueden ser identificados, amén de otros destacados ya
en la historiografía criolla; para solo referir algunos: Miguel Madrid, en
Guanare; Romualdo Mesa, en Apure; José Antonio Yanes en San Carlos;
agregando solo tres más a manera de inventario para no cansar al lector con
una agobiante lista, Ramón Escobar, José Félix Salinas y Ángel Heredia. Los
caudillos ciertamente presentan como condición fundamental su ambición de
poder político, sea ésta solo local o regional, pero en algunos casos abarcando
todo el territorio nacional; es decir, los emblemáticos ejemplos de los generales
Páez y Monagas para presentar dos ejemplos harto estudiados. Los oficiales de
orientación profesional militar son menos conocidos; en el Diccionario ya
referido de don Vicente Dávila encontramos no pocos ejemplos;
mencionaremos solo algunos casos, así, del Regimiento de la Reina antes de
abril de 1810, tenemos a quienes llegaran a ser coroneles sirviendo la causa
republicana: Carlos Nuñez y Manuel Ruiz. Otro ejemplo interesante del mismo
Regimiento es el del futuro general Juan Manuel Valdez; el coronel Carlos
Padrón fue antes Subteniente de los Granaderos del Rey; otros ejemplos son:
los capitanes José Hernández, Jaime Olivier, Francisco Vargillas y el teniente
José Antonio Herrera.
9 Resulta interesante apreciar como entre los oficiales no caudillos de las
guerras iniciales del siglo XIX, algunos se manifiestan proclives a lograr una
participación política dominante, corporativa bien podríamos decir, del sector
militar. Son fuerzas veteranas que propugnan, atendiendo a su condición
castrense, dominar políticamente la sociedad. Violan así un aspecto entendido
como esencial del profesionalismo castrense, su neutralidad política militante,
su auténtica responsabilidad social; esto, ya que dejan de ser militares-
militares y se convierten en activistas políticos-militares. Son los oficiales
militares pretorianos, aquellos dispuestos a propulsar un poder y una
influencia política abusiva castrense. Son ellos quienes construyen el
pretorianismo, en buen español: la influencia política abusiva ejercida por un
grupo militar. Resumiendo sobre este aspecto en particular. Desde las guerras
por la independencia emergen en la realidad social venezolana tres tipos bien
diferenciados de oficiales militares: los caudillos, los
oficialesdeorientaciónprofesional y los pretorianos. Los primeros son los
guerreros personalistas, patrones con una hueste de fieles seguidores como
clientela guerrera, estén o no organizados en compañías, batallones y
escuadrones. Los segundos son los oficiales de orientación profesional, los
militares auténticamente de carrera, libres de personalismos protagónicos y
carentes de una ambición política sustentada en el sector castrense mismo.
Finalmente los pretorianos, los oficiales militares políticamente motivados que
pretenden influir y hasta dominar la sociedad atendiendo a su condición de
hombres de armas y recurriendo para ello al sentimiento corporativo castrense,
ese tan presente en toda organización militar. Los tres tipos de oficiales
militares, arriba mencionados, coexisten durante el proceso bélico de inicios
del siglo XIX. El equilibrio de autoridad proviene personalistamente de la
jefatura suprema, para bien y para mal tal fue el caso; lo primero ya que en
términos castrenses era una imperiosa necesidad el mando único superior, lo

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segundo ya que contribuye sustancialmente al llamado, en frase feliz del


historiador don Germán Carrera Damas, “culto a Bolívar”. Todos los oficiales se
someten, en mayor o menor medida, a los mecanismos fundamentales de
control establecidos por el Libertador Presidente. Es un liderazgo que tiene
mucho de personal y bastante menos de institucional.
10 Los brotes pretorianos de importancia serán tres y fácilmente dominados en
sus potenciales efectos políticos, 1810, 1816 y 1819. El primero se desarrolla en
Caracas, cuando la oficialidad militar pretende lograr cambios entre los
miembros de la calificada como Junta Conservadora de los Derechos de don
Fernando VII; mecanismos jurídicos superan el problema y en la Carta Magna
de 1811, tienen buen cuidado sus redactores de establecer mecanismos liberales
de control constitucional sobre los militares.8 En 1816 se pone fin al efímero
gobierno republicano improvisado en Guasdualito, con el motín militar que
eleva a Páez al generalato y solo al año siguiente es que este grupo armado, de
hecho independiente, se vincula con el aparato militar bajo la jefatura de
Bolívar.9 El año de la Campaña de la Nueva Granada, ante la ausencia de El
Libertador Presidente, en Angostura, es forzado el muy civil y civilista
Francisco Antonio Zea a renunciar al cargo de vicepresidente encargado de la
jefatura del ejecutivo; los generales Santiago Mariño y Arismendi, con el
beneplácito mayoritario o neutralidad evidente de los otros miembros del
gobierno, se hacen del poder;10 el problema se soluciona con el regreso
triunfante de Bolívar y La Ley Fundamental de Colombia del 17 de diciembre
de 1830.
11 Colombia, después del triunfo de la causa republicana en la Suramérica
hispana, presenta agudas tensiones políticas endógenas, desde 1826 los
oficiales militares serán actores de primer orden en esos acontecimientos. Con
la llamada “Cosiata” valenciana, caraqueña y venezolana (1825-1826) se acelera
un proceso de fraccionamiento en la novel Colombia, que solo es retardado por
pocos años, gracias al prestigio personal de El Libertador. Los núcleos de
propietarios dirigentes de los cuatro departamentos colombianos de la antigua
Capitanía General, para finales de 1829, es decir, Orinoco, Maturín, Zulia y
Venezuela, avanzan decididamente en un proceso secesionista que se evidencia
finalizando ese año como indetenible. Las alternativas ciertas para 1830 eran
simplemente dos: recurrir a la guerra civil para mantener la Unión o dejar
hacer y la patria natal de Simón Bolívar recobraba su destino independiente del
proyecto colombiano.
12 Lo prologado y feroz del proceso bélico en los territorios venezolanos, lleva a
los estudiosos a dejar de lado en sus análisis el papel fundamental
desempeñado por los propietarios civiles y civilistas, esos a quienes los
aguerridos llaneros de los años terribles de 1814-1816 llamaban
despectivamente “hombres de pluma”, en el proceso guerrero. Lo que no debe
descuidarse, es que el proyecto político republicano fue ideado, promovido y
desarrollado por esos civiles civilistas de formación doctrinal liberal. Los
militares eran el brazo ejecutor ante una situación de evidente guerra civil,
acompañada de los expedicionarios peninsulares de Morrillo y los mercenarios
europeos que hacen causa común con el proyecto republicano. La logística
fundamental para los ejércitos republicanos fue obra de los civiles. Son éstos
quienes promueven en 1830 una segunda edición corregida del proyecto
político inicial de veinte años antes. La idea de república no nace en un cuartel,
tiene mucho más de claustro universitario, de intelectualidad e intereses de las

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elites propietarias regionales que de cañones, bayonetas y fusiles. Los militares


y las acciones de guerra fueron solo un medio, necesario sí, pero no creador.

Colapsa la institucionalidad y
dominan los caudillos
13 El cerebro del movimiento separatista venezolano de Colombia fueron los
propietarios civiles y civilistas de pluma, tintero y formalismos doctrinarios
liberales en las antiguas Provincias de la fenecida Capitanía General. El brazo
ejecutor fueron mayoritariamente los caudillos menores movilizados por Páez y
Arismendi. Las tropas de orientación profesional mantienen una neutralidad
política que deja hacer a los secesionistas. Los pretorianos, con el general
Santiago Mariño a la cabeza, entienden que sus posibilidades de poder se
verían potenciadas con una Colombia fraccionada y disminuiría con la
existencia de la Unión Colombiana. Las tensiones entre autoridades políticas
civiles y los militares, constante cierta del proceso bélico independentista, es
una herencia que reciben los dirigentes propietarios venezolanos que
comienzan a moldear la república, iniciándose la tercera década del siglo XIX.
El tema de la abolición del fuero militar por parte del Congreso, para aquellos
que no estuvieren prestando servicio activo castrense, genera polémicas
públicas donde se evidencia ese sentimiento corporativo militar tan propio de
los hombres de armas. La civilidad se impone, no solo en caso del fuero militar
(sólo gozarán de éste los militares en servicio activo) sino también en los
mecanismos de control institucional que establece la Constitución criolla de
1830. Los brotes violentos de rebeldía de caudillos desafectos a la causa de la
nueva república son dominados con relativa facilidad por Páez y sus parciales.
El ejército es reducido a solo tres batallones “Boyacá”, “Anzoátegui” y “Junín”.
Las añejas fortalezas venezolanas cuentan con sus modestas baterías de
artillería, así como una muy reducida oficialidad y tropa para atenderlas. La
armada republicana se limita a solo dos goletas y varias unidades menores; la
aventurada y dinámica escuadra de los bajeles de guerra independentista había
sido vendida o desincorporada. Las milicias, en parte herencia del sistema
colombiano y, antes de éste, del español, son normadas. Aunque debe
resaltarse que el análisis histórico evidencia que, a lo largo del siglo XIX
venezolano, éstas serán tan de papel como sus reglamentos. Muy a diferencia
del siglo XVIII, la defensa de la novel república descansaba en los fieles grupos
civiles, fueran milicianos o no, que podían ser armados y eran personalmente
adictas, vía sus jefes naturales, al caudillo nacional, general en Jefe José
Antonio Páez.
14 Dos aspectos deben resaltarse de estos primeros quince años de vida
republicana independiente en el campo castrense. El esfuerzo necesario por
desarrollar la educación del militar de carrera, el primero, por sus evidentes
implicaciones históricas. El segundo, como se logró neutralizar políticamente a
los próceres militares independentistas, aún cuando el costo de este proceder
se evidenció como importante en términos crematísticos para el tesoro púbico,
al cancelar pensiones, letras de cuartel y tercera parte de paga para la
oficialidad no activa aunque sí activable.
15 El brote pretoriano de la calificada como Revolución de Las Reformas,

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1835-1836, y su fracaso, marca no solo el fin del liderazgo del general Mariño,
sino que neutraliza la capacidad del ejército como actor político determinante.
La consecuencia obvia es que los oficiales militares pretorianos, si bien
subsisten en la organización castrense, carecen de la fuerza necesaria para
hacerse del poder. Quienes enfrentan, con las armas en la mano, a los
pretorianos reformistas son los caudillos fieles a Páez y los oficiales de
orientación auténticamente profesional. Otra consecuencia de la frustrada
militarada es que se perfecciona el modelo político de los propietarios
venezolanos de aquellos días. Así, respetando los mecanismos establecidos en
la Constitución de 1830, pero con condiciones de hecho que hicieron que la
presidencia de la República estaba reservada para un prócer militar de la
independencia, los demás cargos sí podían ser ejercidos por civiles sin glorias
castrenses pasadas. Lo recién señalado amerita un breve comentario. Resulta
evidente la flexibilidad del modelo político republicano de la época, donde los
propietarios aceptan reglas del juego político no escritas pero de acatamiento
consensuado. También, quienes fueron respectivamente los iniciales e
institucionales Jefes Civiles y Militares de Venezuela, durante la década de
1820, en los albores y languidez de la Unión Colombiana, generales Carlos
Soublette y Páez, serán los presidentes constitucionales 1830-1846. Páez,
aseguraba la existencia de esa república de propietarios al contar con el apoyo
irrestricto del caudillaje provincial. Don Carlos, el general administrador, quien
fue en ocasiones secretario de guerra y marina, procurando siempre consolidar
un ejército y marina de guerra con una oficialidad de orientación tan
profesional como fuera posible en aquellos tiempos. Los oficiales militares de
orientación profesional, carecían de interés protagónico en lo político, amén de
que su número era comparativamente frente al caudillaje muy limitado. Los
oficiales pretorianos carecían de posibilidades de poder ante la abrumadora
mayoría y fuerza potencial de los caudillos provinciales.11
16 El núcleo de propietarios, se fracciona en dos segmentos enfrentados
políticamente desde 1840. La crisis y recesión cafetera que experimenta la
sociedad venezolana en esa década exacerba las tensiones socio políticas,
particularmente entre el sector propietario agobiado por las deudas y a quienes
se beneficiaban de éstas. Para 1846, el proceso electoral para determinar el
sucesor de Soublette se torna particularmente violento y algunos de los
derrotados en los comicios, argumentando irregularidades de diversa laya,
toman el camino de la insurrección armada. Aun cuando son vencidos con
relativa facilidad, la crisis política perdura. Durante la presidencia
constitucional del general José Tadeo Monagas se llega a un punto de quiebre
en 1848. Los propietarios se fraccionan en dos segmentos que recurren a la
violencia guerrera para solucionar sus diferencias. Es decir los civiles
abandonan la civilidad y procuran el apoyo del caudillaje. Éste se divide entre
quienes siguen a Páez y otros a Monagas; con las derrotas militares de 1848 y
1849 se oculta el sol para el primero mientras se eleva para el segundo. Resulta
imprescindible entender que el triunfo de Monagas, muy a diferencia que en
los años anteriores a su mandato, no representa el poder político para uno de
los bandos civiles en pugna. Con Monagas el caudillaje no sirve a la
Constitución y al sector propietario civil y civilista, como era el caso con el
binomio Páez-Soublette, sino lo contrario, los civiles abandonan la civilidad y
sirven al caudillaje. Es el personalismo guerrero exacerbado, los caudillos
provinciales y sus parciales locales son la fuente cierta del poder. La violencia

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había sido elevada a la condición de rector principio de poder. Las leyes sirven
para cubrir con un manto pretendidamente jurídico un poder que se expresará
con formas innegables de nepotismo hasta 1858.
17 Al colapsar la institucionalidad republicana en la coyuntura histórica
1846-1849, lo hace también la organización militar que legítimamente podía
proclamar ser heredera directa del Ejército Libertador. Oficiales de orientación
profesional sobreviven en las instituciones educativas castrenses, los bajeles de
la escuadra, la artillería de las fortalezas y el cuerpo de zapadores; otro tanto se
puede señalar de los sobrevivientes pretorianos de la época; ambos bajo el
dominio de los caudillos y sus bandas armadas personalistas. La arquitectura
militar sobrevive formalmente y de ella reportan anualmente las Memorias de
la secretaría de guerra y marina, pero la verdad verdadera era que la estructura
castrense no ejercía el monopolio de la violencia legítima, directa y física del
Estado, era una realidad tan de papel como los informes anuales presentados
ante el Congreso. Es más, el Estado como tal era solo una idea, una especie de
república aérea, o expresando mejor la idea, una realidad política patrimonial
carente de un poder centralizado y centralizador donde la capacidad de
dominar la sociedad se concentraba personalistamente en las manos del
caudillo nacional y sus entendimientos con los grandes jefes potencialmente
armados de provincia.
18 Por verdad de Perogrullo que sea resulta necesario comentar sobre el
pretendido carácter político feudal del caudillismo decimonónico venezolano.
La dispersión del poder, propia del caudillismo criollo del siglo XIX, se
desenvuelve en una realidad que se calificaba de republicana; sin presencia
efectiva de ninguna nobleza; los peones, jornaleros, pisatarios, medianeros y
arrendatarios, si bien estaban sometidos a variadas formas de coerción extra-
económica, no guardaban una relación de igualdad con los siervos de la gleba
europeos; los campesinos, son eso, campesinos, no siervos de algún señor
feudal. El caudillo provincial, apuntalaba su poder de hecho en los intereses
económicos agropecuarios y comerciales propios de la región en cuestión
donde desenvolvía; la comparación es una de analogía con el caso de los nobles
feudales. El problema político venezolano, al colapsar el intento de una
república de propietarios de orientación doctrinal liberal, en realidad no era
uno de fórmulas republicanas de poder político, no era un problema
ciertamente de doctrina política, no era una lucha de ideas, ni de clases sociales
opuestas y antagónicas. Claro está, teóricos, muy particularmente del sector
federalista, los hay particularmente desde mediados del siglo XIX; sus textos
están para recordarnos la aguda diferencia entre la teoría y la práctica. Poco
importó lo que dijeran los sesudos y eruditos escritos, como también las
elaboradas y a veces barrocas constituciones (1857, 1858, 1864, 1874, 1881,
1891 y 1894). El poder político en aquellos venezolanos tiempos, no era
institucional, era en extremo personalista y guerrero, ciertamente tradicional y
patrimonial, pero no feudal ni necesariamente carismático.12 Los caudillos,
propietarios que contaban con el apoyo de sus clientelas armadas personales,
eran los que vía la violencia imponían su orden en la sociedad criolla; eran
empresarios políticos de la violencia política, no autárquicos señores feudales.
19 No resulta exagerado señalar que la actividad empresarial más importante
del siglo del café, cacao y ganado vacuno en Venezuela, eran las recurrentes
guerras civiles; esto, particularmente, durante las cuatro últimas décadas del
siglo XIX. Los dineros y pertrechos de toda índole que recibían el grupo de

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caudillos que pretendían el poder nacional, en caso de triunfar, eran


reconocidos y pagados por el nuevo gobierno resultante. Tal fue el caso de las
presidencias de los hermanos Monagas (1847-1858), la situación se exacerba
durante los sucesores inmediatos de los caudillos llaneros orientales, durante
los breves gobiernos que cabalgan sobre los antecedentes inmediatos y durante
la Guerra Larga o sus consecuencias políticas (presidencias del general Julián
Castro, los civiles Manuel Felipe Tovar y Pedro Gual, generales Páez, Juan
Crisóstomo Falcón, José Ruperto Monagas, 1858-1870). Superada la fase de
ese caudillismo anárquico por Guzmán Blanco y su madura versión del
caudillismo despótico (1870-1877, 1879-1884 y 1887, con el breve gobierno del
general Francisco Linares Alcántara, 1878-1879 e incluyendo las presidencias
más nominales que efectivas de Juan Pablo Rojas Paúl y Raimundo Andueza
Palacio, 1888-1892) y las del general Joaquín Crespo (1892-1898). Insistimos,
durante todos estos años el fenómeno antes descrito pervive.
20 Un planteamiento, es necesario recalcar ya que es clave para abrir la puerta
de la comprensión cierta del ejército venezolano del siglo XIX: para que los
grupos armados personalistas, perrunamente fieles a sus respectivos caudillos,
pudieran operar con éxito en los territorios de la antigua Capitanía General de
Venezuela como los factores fundamentales del poder político, el ejército
nacional tenía que ser tan de papel como las constituciones republicanas. Si no
existían instituciones lo suficientemente sólidas para evitar que la violencia
armada alcanzara la condición de un principio político básico de poder, el
péndulo no podía dejar de oscilar entre la anarquía (1858-1874 y 1898-1903) y
el despotismo (1849-1858 y 1874-1898). De los caudillos de las guerras de la
independencia, se pasará sin soluciones importantes de continuidad a los de La
Guerra Larga, de mediados del siglo XIX. Los cambios vendrán finalizando un
siglo e iniciando el siguiente. El centro del fenómeno estará en la conformación
de un efectivo ejército nacional, uno que será el instrumento quirúrgico que
extermina a los ejércitos privados de los caudillos provinciales y pondrá fin a
las recurrentes guerras civiles.

Dos criterios de periodización


21 En la literatura venezolana se cuenta con dos textos donde se aborda, sin
perjuicios político partidistas, el tema de la periodización del sector militar en
el siglo XX. Uno es el estudio del profesor e investigador universitario Elery
Cabrera.13 El otro es el libro del coronel, en la honrosa condición de retiro del
servicio activo y por años docente en los institutos educativos castrenses,
Emilio Fuentes Latorraque.14 Curiosamente, ambos publicados el mismo año:
1996. Para Cabrera son dos las etapas claramente identificables en la evolución
de las Fuerzas Armadas Venezolanas. La primera, comprende los años de
1899-1944. La segunda se extiende desde 1945 hasta el año en que el autor
publica su investigación, 1996. Las características fundamentales de la primera
etapa es la formación efectiva del Ejército Nacional, el peso que sobre éste
ejerce el fenómeno del personalismo y el transitar hacia formas institucionales
y cada vez más técnicas y doctrinales. La segunda etapa se define por superar el
personalismo, reorientar el criterio doctrinario incorporando y actualizando las
ideas de Defensa Nacional, avanzar en los procesos organizativos internos bajo
la idea de un Comando Único de las Fuerzas Armadas. Estas dos etapas las

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divide Cabrera en períodos. Así, en la primera etapa, se dan cuatro períodos:


1899-1910, 1910-1922, 1922-1939 y 1939-1944. La segunda etapa comprende a
su vez dos períodos: 1945-1973 y 1974-1996. El primero de los períodos de la
segunda etapa, a su vez, se subdividen en varias fases: 1945-1952, 1952-1958,
1958-1963 y 1963-1973.
22 Como en todo intento pionero de periodización, en el propuesto por Cabrera,
se evidencian las dificultades para ofrecer una síntesis didácticamente
coherente. Ello llevó al historiador a establecer diferencias temporales y
conceptuales que gusta en llamar: etapas, períodos y fases. Algunas de las
llamadas fases son temporalmente de casi igual duración que algunos períodos.
También, pese al evidente esfuerzo por evitar una periodización con sesgo
político, al establecer los períodos y fases se puede apreciar una marcada
injerencia del contexto político nacional en el criterio empleado para seccionar
académicamente la evolución militar venezolana del siglo XX. Su periodización
es una especie de eco de la situación política nacional: del predominio del
general Cipriano Castro al del general Juan Vicente Gómez, pero tomado como
punto de división la creación de la Escuela Militar de Venezuela (1910) y las
tensiones entre uno de sus hijos y el tirano pretoriano (1922), de éste a los
gobiernos presididos por los generales Eleazar López Contreras e Isaías Medina
Angarita, estableciendo como límite entre ambos la condición de general de las
guerras civiles de López y el de oficial egresado de la Escuela Militar de
Venezuela, de Medina. Otro tanto podemos decir de las fases de 1945-1973, se
correspondería con la vida de servicio activo de los vinculados con el golpe de
estado contra Medina en 1945, lo que se manifiesta con claridad en las fases,
hasta 1952 y el golpe de estado “frio” que lleva al entonces coronel Marcos
Evangelista Pérez Jiménez al poder y el derrocamiento de éste en 1958, para
luego abarcar el proceso de frustrados golpes de estado contra el gobierno
constitucional presidido por el civil Rómulo Betancourt, hasta las alternancias
en el poder de los partidos Acción Democrática (AD) y el partido político social
cristiano Copei y la vuelta de AD al poder en las elecciones de 1973.
23 La obra del coronel Fuentes Latorraque no aborda específica y
metodológicamente el tema de una periodización en la evolución histórica de la
realidad militar venezolana. Su lograda intención es ofrecer una visión sintética
y didáctica de la evolución histórica de las Fuerzas Armadas Venezolanas. En lo
referente al siglo XX venezolano y las Fuerzas Armadas, intitula el segundo
aparte del último capítulo de su libro: “El Ejército Pretoriano”, llegando en su
comentario desde el Ejército castro-gomecista hasta los sucesos de octubre de
1945. El siguiente aparte de su discurso escrito lo denomina: “Las Fuerzas
Armadas: Su Profesionalización”, concluye éste señalando, en 1958, el colapso
de la dictadura militar de Pérez Jiménez. La parte final del libro lleva por título:
“Las Fuerzas Armadas Después de 1958”. Parece ser que Fuentes Latorraque
identifica tres momentos temporales importantes en la evolución histórica del
sector militar venezolano en el siglo XX. El primero iría en una fase de
deslinde de los ejércitos de montoneras, heredados del siglo XIX y los inicios de
la conformación de un efectivo Ejército Nacional. Ello abarcaría en el tiempo
desde 1899 hasta 1910. Luego aprecia un largo transito en procura de la
efectiva modernización del sector militar, la cual ubica temporalmente entre
1910-1958, llamándolo: “La Reforma Militar.” En ésta, desde 1945, se pone fin
al ejército pretoriano y se avanza aceleradamente en el proceso de
profesionalización. El último momento temporal identificado por este

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especialista abarca desde 1958 hasta 1996, año en el cual se edita su libro. La
información que presenta la obra de Fuentes, es particularmente débil en lo
que atañe al siglo XIX. Parece evitar en sus comentarios al ejército colombiano
1819-1830, así, con nombre y apellido; destacando al Ejército Libertador, el
cual entiende se proyecta hasta 1848, para verse relegado por los ejércitos
regionales de los caudillos, de donde emergen las que califica de montoneras,
hasta iniciar un efectivo proceso de conformación de un actuante ejército
nacional durante las presidencias de Castro y Gómez. Inteligentemente destaca
el carácter pretoriano del ejército nacional en las décadas siguientes, pero solo
hasta 1945, ya que desde esa fecha la característica fundamental que entiende
como definidora es el proceso de profesionalización del cuerpo de oficiales que
se manifestaría en 1958, marcando una nueva etapa que se extiende hasta el
momento en que publica su obra.
24 Comparando ambos textos, insistimos, el de Cabrera y el de Fuentes
Latorraque, encontramos diferencias que es necesario resaltar. El primero
evidencia ser un primer esfuerzo de periodización en una investigación de
mayor aliento. Es decir, es una especie de avance de investigación. No hemos
podido localizar un libro donde este autor presente una versión más acabada
del criterio de periodización antes comentado. Mientras que el texto del otro
autor que mencionamos arriba, demuestra ser una obra de madurez, una
síntesis de años de reflexión y estudio sobre el tema, un libro con fines
didácticos y académicos. Esto explica lo detallado del esfuerzo de periodización
de Cabrera y la visión de conjunto, amplia y general que ofrece Fuentes
Latorraque. Un aspecto que parecen dejar de lado los autores en las obras que
estamos comentando, es el de la necesaria tipología del sector clave para toda
organización militar: el cuerpo de oficiales. Todo sistema militar de tierra, mar
o aíre, será lo que sus oficiales tengan a bien o mal implementar. Aun cuando
Fuentes indirectamente presenta dos tipos de oficiales de carrera, los
pretorianos y los profesionales castrenses. Lo que no explica, dado el carácter
didáctico del libro, procurando hacerlo accesible y comprensible para todo
público, son los aspectos teóricos para diferenciar unos de otros. Por lo que
escribe parece ser que la diferencia es el origen de guerras civiles o vida de
cuartel de unos, carentes de los estudios sistemáticos castrenses que sí poseen
los otros. Los militares venezolanos del siglo pasado e incluso los de hoy día,
confunden estudios militares formales con profesionalismo militar. Claro está
que tal no es el caso, debería agregársele como hace Samuel P. Huntington, los
otros dos componentes esenciales del profesionalismo, la condición corporativa
y la responsabilidad social, aspectos que parecen olvidar algunos analistas. Así,
al fortalecer desmedidamente la variable corporativa y mal entender, amén de
pretendidamente maximizar la responsabilidad social es que se obtiene lo que
califica Huntington como bajo profesionalismo militar.15 Uno que contribuiría
a explicar, dentro de contextos sociales institucionalmente débiles, la
participación política protagónica castrense.
25 Otro académico, Amos Perlmutter, califica a estos oficiales políticamente
motivados, mencionados finalizando el párrafo anterior, con el término de
pretorianos y sus procederes políticos como una manifestación cierta de
pretorianismo moderno.16 Algunos analistas políticos, los cuales no identifico
con la esperanza que lean estas cuartillas y tengan a bien iniciar un debate
académico serio sobre el tema, gustan referir a este autor para tratar de
justificar la intervención desmedida de los militares en la política activa de las

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sociedades contemporáneas. Recurren, claro está, no al oficial profesional sino


al que califica Perlmutter como profesional revolucionario. Éste en realidad es
un militar improvisado, civil de origen pero que participa en acciones de guerra
dentro de procesos descolonizadores o con pretensiones transformadoras
radicales del orden político imperante. Al triunfar el proyecto político que
soportan, quienes de ellos siguen la carrera de las armas se institucionalizan
profesionalmente. Tres ejemplos históricos son los de la hoy extinta URSS, la
China bajo el dominio del partido comunista e Israel en su proceso
independentista y de consolidación como Estado moderno. Casos como el de la
Cuba dominada por Fidel Castro, según nuestro criterio, evidenciarían el
proceso no de profesionalidad sino de lo que bien puede calificarse con el
perdón del idioma: “pretorianización”.
26 Una variable que está ausente en estos criterios de periodización que
comentamos es el peso del ayer sobre la contemporaneidad. En el caso de
Cabrera, se entiende por la delimitación temporal de análisis a solo el siglo XX
venezolano. El proceso evolutivo castrense del siglo pasado se vincula con
características heredadas del siglo XIX; es necesario enfatizar esta idea. Los
oficiales militares pretorianos y de orientación profesional no surgen por
generación espontánea en 1899-1919, son una continuidad histórica que hunde
sus raíces en las guerras de independencia en Venezuela. El siglo XX es testigo
de la fortaleza y luego pérdida paulatina de poder dentro de la institución
militar venezolana, de los oficiales pretorianos y de la consecuente supremacía
de los de sana orientación profesional castrense. La oficialidad pretoriana
dentro de la estructura militar venezolana tiene un definido carácter
ascendente desde la creación de un auténtico Ejército Nacional, 1898-1919
hasta la crisis y colapso del pretorianismo gobernante venezolano. Pero es
fundamental entender que esto no significa la desaparición de oficiales
militares con vocación pretoriana dentro de las Fuerzas Armadas Venezolanas
contemporáneas. Lo que en realidad manifiesta, es su pérdida de influencia
preponderante dentro de la estructura militar misma. Muy a diferencia de los
caudillos que no sobrevivieron a su decimonónico siglo.

Cerrando el discurso escrito: otra


visión
27 Nuestra propuesta parte temporalmente de los iniciales esfuerzos
republicanos en las primeras décadas del siglo XIX hasta la actualidad. Resulta
muy sencillo establecer la diferencia entre quienes sirven a un proyecto
monárquico foráneo y quienes se le oponen republicanamente en estos lares, o
viceversa. La constante desde 1810-1811 es la condición republicana. Ésta
puede verse matizada por variables intervinientes diversas, pero pervive como
constante hasta hoy día. El idealizado Ejército Libertador, debe ser estudiado
en su auténtica dimensión temporal, tanto como sus antecedentes ciertos.
Recurriendo a la síntesis, los antecedentes del Ejército Libertador, están en los
fracasados intentos de organizar una eficiente maquinaria de guerra desde
1810 hasta 1817; la vida de éste ejército fue muy breve, 1817-1819, pues se
transforma, muta, desde 1819-1820 para constituirse en el ejército de
Colombia. Éste pervive por una escasa década ya que al dividirse la Colombia

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de Bolívar en 1830, renace el ejército de la república de Venezuela, teniendo


como antecedente inmediato al ejército colombiano. Colapsará este ejército
venezolano en la coyuntura histórica 1846-1849, emergiendo como sustituto de
la auténtica institucionalidad los ejércitos personalistas, así en plural, de los
caudillos provinciales.17 La oficialidad de orientación pretoriana o profesional,
la cual emerge al igual que los caudillos durante el proceso bélico forjador de
repúblicas, se limitará por lo que queda del siglo XIX a individualidades
incapaces de imponer su criterio en una estructura militar más formal que
cierta y efectiva. Era tiempo de caudillos, civiles no civilistas, jefes personalistas
de una clientela que podían armar y que constituía la fuente cierta de su poder,
no de auténticos oficiales militares.
28 Con las guerra civiles de 1898 hasta 1903, un grupo armado personalista,
inicialmente regional andino, acaudillado por el general tachirense Cipriano
Castro, el denominado ejército “Liberal Restaurador”, logra imponer su
autoridad a lo largo y ancho de la geografía venezolana, exterminando los
grupos armados de los otros caudillos provinciales. Así, los ejércitos
particulares son vencidos en batalla y se inicia el proceso hacia la conformación
de un efectivo ejército nacional. Castro es derrocado por Juan Vicente Gómez
en diciembre de 1908, vía un golpe de estado palaciego, pero el proceso de
consolidación del aparato militar, ahora sí nacional, permanece. Con un
efectivo y operante ejército nacional, las personalistas guerras civiles quedan
atrás, se pasará a los golpes de estado en el siglo XX. La fase formativa del
ejército venezolano abarca en el tiempo desde 1898-1903 hasta 1917-1919. No
existe una partida de nacimiento que nos pueda indicar el momento preciso
fundacional, es un proceso fluido que solo nos permite ubicar coyunturas,
especie de umbrales temporales, no un año exacto.18 Son, en realidad, los
oficiales que dirigen este actuante ejército nacional, la guardia pretoriana de
Castro primero y Gómez después, pero ejercen a diferencia del siglo XIX, el
monopolio de la violencia física a lo largo y ancho del territorio venezolano. Los
caudillos desaparecen, son muertos, exiliados o asimilados al aparato de poder
político del dictador pretoriano pero sin mando castrense efectivo. Predominan
los oficiales pretorianos y los profesionales militares buscan refugio en la cada
vez más robusta corporación castrense, aunque subordinados ante la fuerza de
los pretorianos y el dominante personalismo de su Comandante en Jefe.
29 Desde 1919, con el primer golpe de estado fallido de oficiales de la Escuela
Militar de Venezuela contra la tiranía gomecista, hasta los inicios del nuevo
milenio, la constante será, muy paradójicamente, el fortalecimiento corporativo
militar. Otra constante es un proceso lento en sus inicios, acelerado desde la
década de 1950, a veces sinuoso pero siempre permanente, de modernización
militar,19 acompañado con un limitado nivel de auténtico profesionalismo
castrense. Muchos militares criollos, simplistamente, entienden que al egresar
de una institución educativa castrense y desempeñarse dentro de la institución
armada, cumplen con el requisito necesario y suficiente para adquirir la
condición de un auténtico profesional militar. Las especificidades de la
profesión militar moderna, claro está, son más complejas; mucho depende no
tanto del origen académico, o del dominio de las destrezas en la ciencia arte de
la guerra, o de su esprit d’ corps, sino también de su desempeño ante la
sociedad que dicen defender.
30 El contexto político nacional puede variar y hasta sustancialmente, pero las
constantes mencionadas permanecen en la evolución castrense venezolana. El

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cada vez más fuerte carácter corporativo, el control de la institución militar por
parte de la oficialidad pretoriana, sus tensiones con la oficialidad
auténticamente profesional, sí son las variables claves para comprender la
evolución militar venezolana en el siglo XX. El tránsito de la tiranía pretoriana
de Gómez a formas políticas mucho más benignas con el general López
Contreras como presidente constitucional, desde 1936; la orientación
reformista inconclusa del general Medina Angarita durante su trunco mandato
constitucional (1941-1945), procurando adaptar el ejército al fenómeno político
dominante desde la cuarta década del siglo pasado, es decir, el surgimiento de
los partidos políticos que se dicen doctrinales y de masas; son intentos serios
en el proceso de lograr construir la ecuación partidos políticos y militares
venezolanos de carrera. Esta situación de tensión se expresará públicamente en
numerosos golpes de estado. Mencionando solo los exitosos, tenemos los de
1945, 1948, 1952 y 1958. Los tres primeros expresan el tránsito de una actitud
pretoriana de tipo arbitral a otra con un contenido cierto de pretorianismo
gobernante; advirtiendo que los términos analíticos pretorianismo árbitro y
gobernante los tomamos de la obra ya mencionada de Amos Perlmutter, pero
los comentarios sobre su aplicabilidad al caso venezolano son de nuestra entere
responsabilidad. El último de los golpes de estado antes mencionados, 1958,
marca la crisis de ese pretorianismo gobernante criollo y el fracaso reiterativo
de la oficialidad pretoriana venezolana de llegar al poder recurriendo a la
fuerza argumentando la condición corporativa de la institución militar en el
siglo XX.
31 Los golpes de estado presentan como instrumento clave la conformación de
grupos conspiradores dentro de los cuarteles. La lista de las calificadas como
logias militares venezolanas es extensa y complicada. En una visión general y
simplificando solo hasta 1992, podemos mencionar: la Unión, otros la califican
de Juventud, Patriótica Militar (1945-1958), la Organización Militar
Anticomunista (OMA, 1948 hasta la década de 1960), el Frente Militar de
Carrera fomentado por el Partido Comunista de Venezuela (1957-1963), la muy
poco reportada Unión Nacional Bolivariana (¿1958-1962?), Revolución 83
(R-83, desde 1972 hasta 1982), ARMA, Alianza, para otros Asociación,
Revolucionaria de Militares Activos (1982-1986), los varios MBR-200 y su
antecedente inmediato el Ejército Revolucionario Bolivariano o el mediato, el
Ejército de Liberación del Pueblo (1972-1992), Movimiento 5 de Julio (M5J,
1992).20 Sobre logias militares más recientes, aun la evidencia testimonial, si
bien existe, es confusa, a veces contradictoria y resultaría aventurado, en
términos académicos serios, referirlas. Lo que sí evidencia la existencia de estos
segmentos recurrentemente conspirativos dentro del sector militar venezolano,
es el limitado profesionalismo castrense de buena parte de los oficiales que en
ellos participan.
32 El fracaso de los golpes de estado pretorianos de variada laya desde enero de
1958 hasta el llamado “Porteñazo” de mediados de 1962, marcan un proceso
militar que se evidencia en la influencia progresiva y luego control que ejercen
los auténticamente oficiales profesionales militares venezolanos sobre la
corporación castrense. La oficialidad venezolana de orientación pretoriana, si
bien es desplazada del control que ejercían por poco más de 50 años en el
ejército, no desaparece como sí fue el caso con los caudillos. Individualidades
pretorianas permanecen dentro de la arquitectura militar criolla, pero
imposibilitados de dominar ésta. Es decir, una situación inversa a la

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experimentada desde la primera mitad del siglo XX. Los grupos conspiradores
militares que se organizan subterráneamente desde inicios de la década de
1970, demuestran la vocación de poder político de un segmento de la
oficialidad del ejército venezolano. Los golpes de estado de la década de 1990,
aun siendo dominados ponen públicamente en evidencia, más allá de cualquier
duda razonable, la condición corporativa extrema y una muy mal interpretada
responsabilidad social por parte de un segmento importante de la oficialidad
criolla. Son evidencia de la supervivencia de la oficialidad pretoriana en la
estructura militar, no meramente el resultado de una infiltración marxista-
leninista en el cuerpo de oficiales. Las tensiones cuarteles adentro que se dan el
siglo XX, continúan en la primera década del XXI en Venezuela.

Conclusión
33 La crisis militar de 1992, con sus dos frustrados golpes de estado, expresó un
proceso de cambios al interior de la organización militar venezolana que no se
aprecia como consolidado, para cualquier observador que procure la
objetividad, al momento de teclear estas líneas, más de 17 años después. Al
ejército le tomó unos 18 años, desde 1944-1945 hasta 1962, el encontrar como
engranar positivamente su existencia corporativa con la de los partidos
políticos civiles y mayoritariamente civilistas del siglo XX venezolano.
Consolidar el carácter corporativo castrense le tomó más años, 1917-1919 hasta
1944-1945. Su formación como un efectivo ejército nacional se ubica
temporalmente, insistimos, entre 1899-1903 hasta 1917-1919. Los ejércitos
particulares de los caudillos decimonónicos ejercen su poder regional, desde la
coyuntura histórica 1846-1849 al colapsar institucionalmente la auténtica
estructura republicana venezolana del siglo XIX, arrastrando en su derrumbe a
la arquitectura castrense criolla, esa que tenía como antecedente innegable al
ejército colombiano de la década de 1820 y éste a su vez al ejército libertador,
1817-1818. El presente que será, es decir, el futuro, dirá cuanto tiempo se
requerirá para que se puedan establemente articular los oficiales militares
criollos y la institución castrense con la sociedad venezolana del naciente
siglo XXI.

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Notas
1 José Félix Blanco, Bosquejo Histórico De La Revolución De Venezuela. (Caracas,
Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, Sesquicentenario de la
Independencia, 1960), 236. Sobre estos sucesos véase también: José María Baraya,
Biografías Militares. (Bogotá, s/d, 1874), 77-80 y 205-209.
2 Bosquejo Histórico de la Academia Militar de Venezuela, desde el 19 de Abril de 1810.
(Caracas, Editorial Cecilio Acosta, 1940), p. 7.
3 Rafael Paredes Urdaneta, Bosquejo Histórico De, p. 15.
4 Apuntes para la Historia del Ejército Venezolano, Mis Memorias de Estudiante en la
Escuela de Aplicación Militar. (Caracas, Impresores Unidos, 1943), p. 20.
5 La totalidad del artículo en cuestión, publicado inicialmente en la revista cubana
Bohemia, en La Habana,el 13 de febrero de 1949, junto otros textos del referido autor
puede verse en: José Agustín Catalá (Editor), De Bolívar a Vargas. Próceres civiles y
militares en fechas patrias conmemorativas. Discursosy Escritos de Andrés Eloy
Blanco. (Caracas, El Centauro Ediciones, 2003), p. 127-139.
6 Caudillism and Militarism in Venezuela, 1810-1910. (Athens, Ohio, Ohio University
Press, 1964).
7 Vicente Dávila, Diccionario Biográfico de Ilustres Próceres de la Independencia Sur
Americana, 2Vol. (Caracas, Imprenta Bolívar 1924 y Tipografía Americana en 1926).
8 José de Austria, Bosquejo de la Historia Militar de Venezuela en la Guerra de su
IndependenciaTomo I. (Caracas, Imprenta y Librería Carreño Hermanos, 1855), 7; se
consultó otra impresión efectuada en Valencia, Venezuela, dos años después, por la
Imprenta del Coronel Juan D’Sola, calle de la Constitución, número 19 e igualmente la
cita se corresponde con la página antes mencionada.
9 Véanse los detalles de este acontecimiento en José Antonio Páez, Autobigrafía Vol. I.
(Nueva York, Imprenta de Hallet y Breen, p. 58 y 60 calle Fulton, 1867), p. 90-91. José
María Baralt,Resumen de la Histioria de Venezuela desde el año de 1797 hasta el de
1830. (París, Imprenta H. Fournier), p. 288-289 y de José Felix Blanco, Bosquejo
Histórico De La Revolución, p. 229-246 y Baraya, Biografías Militares, p. 79-80.
10 Sobre los sucesos en Angostura resulta imprescindible la obra de Caracciolo Parra
Pérez, Mariño y la Independencia de Venezuela. Tomo III (Madrid, Ediciones Cultura
Hispánica, 1955), 147-205. Para Parra Pérez: “no se trataba solo […] de una
conspiración soldadesca destinada a destruir la obra de Bolívar para alzar sobre sus
ruinas la ambiciosa suficiencia de un general […era] una empresa análoga a las varias
del género […] jacobinas, ‘republicanas’, eminentemente civiles, para las cuales, por
necesidad, se acabó por solicitar ‘una espada’, [la] del general […] a quien se suponía
más apto”, 177-178. Una manera muy sutil de referir al primer golpe de estado exitoso
perpetrado en la república en formación y dejar de lado la expresión innegable de
pretorianismo manifestado en aquel proceder. Otra fuente de necesaria consulta sobre
este episodio histórico es la ingenua versión de Las Memorias del General O’Leary.
Tomo II, (Caracas, Imprenta El Monitor, 1883), p. 10-18. Según el irlandés edecán de
Bolívar todo el incidente se limitaba a sólo una acción antibolivariana desarrollada por
el general Arismendi, siendo ésta la versión analítica más comúnmente aceptada en la
historiografía criolla; evidencia cierta de las limitaciones relacionadas con un estudio
analítico serio de las relaciones civiles y militares venezolanas de la época.
11 Basando su análisis en algunas técnicas cuantitativas, analizando el texto ya
mencionado de don Vicente Dávila, la investigadora Ingrid Micett concuerda con el

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comentario que venimos efectuando sobre los tres tipos de oficiales militares que
emergen del proceso guerrero 1811-1823, aun cuando no emplea los términos: caudillos,
pretorianos y oficiales de orientación profesional. Véase: “Participación Política y
Militar de los Hombres que Intervinieron en la Guerra de Independencia Venezolana”
Anuario de Estudios Bolivarianos. Año VII, n° 7-8. (Caracas, Instituto de
Investigaciones Históricas Bolivarium, Universidad Simón Bolívar, 1998-1999):
p. 51-88.
12 Domingo Irwin G, “Reflexiones sobre el Caudillismo y el Pretorianismo en Venezuela,
1830-1900”. Tiempo y Espacio. Vol. 2, N° 4, (Caracas, Centro de Investigaciones
Históricas Mario Briceño Iragorry, Instituto Universitario Pedagógico de Caracas,
1985): p. 71-91.
13 Elery Cabrera, “Las Fuerzas Armadas del siglo XX (Un Esquema tentativo de
periodización)”, Anuario del Instituto de Estudios Hispanoamericanos. (2da Etapa,
Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1996): p. 37-42.
14 Emilio Fuentes Latorraque, Síntesis de la Evolución Histórica de las Fuerzas
Armadas Venezolanas. Caracas, Ediciones del Instituto de Previsión Social de las
Fuerzas Armadas, 1996).
15 Véase: Samuel P. Huntington, The Soldier and the State: The Theory and Politics of
Civil-Military Relations. (Cambridge, Mss, Harvard University Press, 1957).
16 Véase: Amos Perlmutter, The Military and Politics in Modern Times: On
Professional, Praetorians and Revolutionary Soldiers. (New Heaven- Londres, Yale
University Press, 1978).
17 Este proceso puede seguirse documentalmente en: Ramón J. Velásquez (director de
la colección), Las Fuerzas Armadas de Venezuela en el Siglo XIX. 12 Volúmenes,
(Caracas, Presidencia de la República, 1962 y 1964). También, fueron analizadas las
Memoria y Exposiciones de los secretarios y ministros de guerra y marina, 1858-1910.
18 A las oficiales Memorias de guerra y marina, desde 1910 hasta 1920, se debe agregar
el valioso testimonio de Victorino Márquez Bustillos, La Reforma Militar Venezolana.
(Caracas, Lit y Tip del Comercio, 1917).
19 La constante modernización militar puede seguirse año tras año en los contenidos de
las Memorias de guerra y marina hasta 1945 y las de Defensa hasta 1953. La creación
de la aviación militar en la década de 1920 y la guardia nacional en la siguiente,
completan la armazón castrense criolla del siglo XX. Pero dentro de esa arquitectura
militar, el ejército es el elemento rector.
20 Remitimos a los textos del historiador Agustín Blanco Muñoz; el analista Alberto
Garrido; el teniente coronel William Izarra; el político Pablo Medina; el general y
político Alberto Müller Rojas y el libro del general de división Fernando Ochoa Antich,
mencionados todos en la bibliografía.

Para citar este artículo


Referencia electrónica
Domingo Irwin y Ingrid Micett, « De caudillos a pretorianos. Una Periodización de la
realidad militar venezolana, siglos XIX y XX », Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En
línea], Cuestiones del tiempo presente, Puesto en línea el 31 enero 2011, consultado el
10 septiembre 2019. URL : http://journals.openedition.org/nuevomundo/60783 ; DOI :
10.4000/nuevomundo.60783

Autores
Domingo Irwin
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