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De caudillos a pretorianos.
Una Periodización de la
realidad militar venezolana,
siglos XIX y XX
[31/01/2011]
Resúmenes
Español English
En este artículo se estudia a los oficiales militares venezolanos en su proceso de
constituirse en una realidad efectiva y operante institucionalmente, a nivel nacional. Se
considerará luego la manera cómo dicha realidad evoluciona hasta nuestro presente; Se
ofrecerá por lo tanto une síntesis fundada en varios años de estudios sistemáticos sobre
el tema, haciendo referencia a una profusa literatura especializada de que se
seleccionarán los principales aspectos los detalles en estas pocas cuartillas.
In this essay we study the Venezuelan military officers in its process of constituting an
institutional effective and operative reality, at a national level and its evolution until our
times. Synthesis will be a recurrent feature, as expression of years of systematic study on
the subject and a specialized literature is referred for those details that cannot be offered
in this few pages.
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Texto integral
Introducción
1 Todo criterio de periodización es polémico, particularmente los umbrales, los
límites temporales. Es decir, cuándo comienza y termina un determinado
momento de la evolución histórica, será siempre un tema para el debate. En el
caso de algunas instituciones el asunto se facilita. Se puede determinar con
precisión, digamos por ejemplo, la fecha fundacional y el lugar donde comenzó
a operar tal o cual Instituto de Investigación. Antes de ello antecedentes,
después, su evolución hasta mutar constituyendo un nuevo ente o
sencillamente desaparecer. El caso que nos ocupa en las páginas siguen es uno
más complejo y estudiado poco, esto, pese a la importancia histórica capital
que presenta en el devenir venezolano. Los oficiales militares, para bien o para
mal, han desempeñado un papel determinante en la historia de la tierra natal
de Simón Bolívar Palacios. Caminamos, pues, por un sendero poco transitado y
procuraremos avanzar partiendo de los antecedentes conocidos.
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un cuartel.” La Historia, esa que se escribe con una mayúscula inicial, bien
supera las versiones interesadas, simplistas y acomodaticias. El Ejército
Republicano, más improvisado que efectivo, es destruido en 1812, por otro
grupo armado improvisado acaudillado por el marino canario Domingo
Monteverde; eso, para no referir a sus derrotas en la Campaña de Coro y en
Guayana con anterioridad a la capitulación de Miranda en San Mateo. La
Campaña Admirable bajo la jefatura de quien desde entonces será calificado
como Libertador, en 1813, contaba con importantes contingentes
neogranadinos y será desarticulado, vencido y reducido prácticamente a los
oficiales sobrevivientes, por las huestes llaneras al mando del Taita José Tomás
Boves, en 1814. Los expedicionarios españoles al mando del futuro conde de
Cartagena y marques de La Puerta, un efectivo ejército con experiencia cierta
de combate, llegan al año siguiente a Tierra Firme confirmando el dominio de
las armas de la Corona en Caracas y Bogotá. Solo improvisadas guerrillas como
en los llanos del Casanare y Apure, donde el bandolerismo se entremezclaba
con el combate contra las tropas fieles a Fernando VII y las del oriente
venezolano era lo quedaba del Ejército Libertador, esto hasta 1817. Patrones
con sus clientelas personales armadas constituyeron el grueso de las tropas
enfrentadas hasta la llegada de Morillo y sus tropas veteranas.
4 El Ejército era más bien un ejercicio retorico, una abstracción, una
aspiración. Civiles armados, por las buenas o las malas, enfrentados en una
guerra efectivamente a muerte desde 1813 era la constante. La oficialidad
provenía de las milicias coloniales, o las pocas tropas de línea, las cuales por
cierto acatan la decisión de las elites regionales apoyando unos negándose
otros a seguir el proyecto republicano caraqueño. La mayoría de la oficialidad
estaba constituida por propietarios que se unían a uno de los dos grupos
enfrentados arrastrando al conflicto sus clientelas personales. Desde 1817-1819
los grupos armados llaneros fieles al general José Antonio Páez, elevado a tal
rango militar en el llamado Motín de Arichuna, algunos autores lo escriben
Arichura o Trinidad de Archuna1, de 1816, junto con los combatientes
republicanos de la Nueva Andalucía y Guayana en el extremo oriental
venezolano, se logran organizar militarmente como nunca antes bajo la jefatura
única de El Libertador. La Campaña del Centro o de 1818, si bien constituye
una nueva derrota para la oficialidad republicana no trae consigo el colapso.
Una retirada en dirección de los llanos o el enclave independentista oriental y
guayanés, evidenciaba la existencia, la supervivencia, de un ejército. La derrota
militar se convierte en un éxito político republicano con el Congreso
Constituyente de Angostura. Será la oficialidad y tropa de este Ejercito
Libertador, con oficialidad venezolana, neogranadina y de mercenarios
europeos, el que se cubrirá de gloria en las épicas jornadas de Pantano de
Vargas y Boyacá en 1819. Fueron necesarios unos ocho años de duro combatir,
de contundentes descalabros bélicos, para llegar a conformar una auténtica y
probada como eficaz maquinaria de guerra republicana y libertadora. Ejército
que será el de Colombia, desde diciembre del último año señalado. Uno
constituido por heterogénea oficialidad y tropa, insistimos, unos eran europeos
mercenarios, otros hijos del antiguo Virreinato de la Nueva Granada y de la
Capitanía General de Venezuela, esto sin desconocer una que otra destacada
individualidad proveniente del Caribe Insular u otros parajes iberoamericanos.
5 En un olvidado libro escrito por un militar retirado del servicio activo, Rafael
Paredes Urdaneta, se presenta el tema de la tipología de oficiales militares
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venezolanos con estas palabras 2 : “desde la magna guerra y al través del tiempo
han existido y existen”; téngase presente que el autor escribe en 1940, “tres
tipos de oficiales de carrera […] los de academia o escuela […] los forjados en la
zozobras de los campos de batalla, y los moldeados en la disciplina de la vida de
cuartel”…3 Una tipificación más simple pero con igual perspectiva temporal es
la que presenta el teniente Mario Martínez Polanco4. Éste, quizás simplificando
y, paradójicamente, complicando el tema, refiere a lo que califica como dos
“escuelas militares enfrentadas” desde los mismísimos días del proceso
emancipador; una, la de los que carecen de cultura y la otra conformada por los
oficiales “brillantes”, auténticos paradigmas “en la evolución militar
republicana”. Ofrece ejemplos de los segundos: El generalísimo Francisco de
Miranda, el Mariscal de Ayacucho General Antonio José de Sucre, los
Generales Eleazar López Contreras, Diego Bautista Ferrer e Isaías Medina
Angarita. Muy probablemente teniendo como fuente las obras antes señaladas
el poeta y político venezolano Andrés Eloy Blanco, en un artículo de exilio,
luego del golpe de estado de 1948, en la revista cubana Bohemia,5 presenta una
clasificación de los oficiales militares venezolanos en dos grandes conjuntos. El
aspecto que toma como definitorio para ambos es el respeto a la
institucionalidad civil republicana; así, desde el siglo XIX han existido los
oficiales militares que atentan contra el orden constitucional y quienes lo
respetan. Resumiendo las ideas del Andrés Eloy Blanco con nuestras propias
palabras: oficiales golpistas versus los institucionalistas.
6 El primer académico de profesión en estudiar la evolución del ejército
venezolano, fue Robert L. Gilmore. Aunque en su obra6 no refiere a ninguno de
los textos mencionados en los tres párrafos anteriores (Paredes Urdaneta,
Martínez Polanco y Andrés Eloy Blanco), su tipificación es en cierta forma
coincidente con la de éstos. Gilmore divide la oficialidad de las guerras
independentistas venezolanas en dos grandes segmentos, los caudillos y los
oficiales militares cuasi profesionales. Para el historiador anglosajón los
caudillos eran esos patrones con sus clientelas personales armadas, que ya
hemos destacado en páginas precedentes. Los segundos, los militares cuasi-
profesionales, eran el grupo de oficiales veteranos que combaten no solo en su
lar nativo, sino abandonan el territorio de la antigua Capitanía General
(agregamos nosotros y del Virreinato de La Nueva Granada) e imponen las
armas de la república en el Sur (Ecuador) y Perú. Eran ciertamente el sector
militar élite del ejército colombiano. Señala que los oficiales cuasi-
profesionales estaban cien años adelantados a sus venezolanos tiempos.
7 Sin desconocer el valor de los aportes ya mencionados y evitando
disquisiciones teóricas sobre algunos términos que requerirían un comentario
crítico precisando las diferencias entre el leguaje coloquial y el académico:
“oficiales de carrera”, “escuelas militares enfrentadas”, oficiales “cuasi
profesionales”, nos permitimos referir varias ideas que consideramos de
interés. La primera, es que estos autores abordan un aspecto reiterativamente
descuidado en no pocos análisis, destacando la heterogeneidad de origen y
desempeño de los oficiales republicanos de inicios del siglo XIX. La segunda, es
una de tiempo largo, cómo ese remoto ayer se proyecta hasta un presente de
más de un siglo después. El tercero es la inclusión, indirectamente, del tema
clave del profesionalismo militar.
8 La jerarquía militar dentro de los ejércitos enfrentados era el maquillaje ideal
para poner charreteras y uniforme a los caudillos y sus armadas clientelas, tan
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pronto como las condiciones objetivas de tan salvaje guerra permitían esos
lujos. Los casos de los generales Páez, Juan Bautista Arismendi y José Tadeo
Monagas, son tres conocidos ejemplos. En el Diccionario Biográfico de Ilustres
Próceres de la Independencia Sur Americana,7 no son pocos los personajes
con esta condición que pueden ser identificados, amén de otros destacados ya
en la historiografía criolla; para solo referir algunos: Miguel Madrid, en
Guanare; Romualdo Mesa, en Apure; José Antonio Yanes en San Carlos;
agregando solo tres más a manera de inventario para no cansar al lector con
una agobiante lista, Ramón Escobar, José Félix Salinas y Ángel Heredia. Los
caudillos ciertamente presentan como condición fundamental su ambición de
poder político, sea ésta solo local o regional, pero en algunos casos abarcando
todo el territorio nacional; es decir, los emblemáticos ejemplos de los generales
Páez y Monagas para presentar dos ejemplos harto estudiados. Los oficiales de
orientación profesional militar son menos conocidos; en el Diccionario ya
referido de don Vicente Dávila encontramos no pocos ejemplos;
mencionaremos solo algunos casos, así, del Regimiento de la Reina antes de
abril de 1810, tenemos a quienes llegaran a ser coroneles sirviendo la causa
republicana: Carlos Nuñez y Manuel Ruiz. Otro ejemplo interesante del mismo
Regimiento es el del futuro general Juan Manuel Valdez; el coronel Carlos
Padrón fue antes Subteniente de los Granaderos del Rey; otros ejemplos son:
los capitanes José Hernández, Jaime Olivier, Francisco Vargillas y el teniente
José Antonio Herrera.
9 Resulta interesante apreciar como entre los oficiales no caudillos de las
guerras iniciales del siglo XIX, algunos se manifiestan proclives a lograr una
participación política dominante, corporativa bien podríamos decir, del sector
militar. Son fuerzas veteranas que propugnan, atendiendo a su condición
castrense, dominar políticamente la sociedad. Violan así un aspecto entendido
como esencial del profesionalismo castrense, su neutralidad política militante,
su auténtica responsabilidad social; esto, ya que dejan de ser militares-
militares y se convierten en activistas políticos-militares. Son los oficiales
militares pretorianos, aquellos dispuestos a propulsar un poder y una
influencia política abusiva castrense. Son ellos quienes construyen el
pretorianismo, en buen español: la influencia política abusiva ejercida por un
grupo militar. Resumiendo sobre este aspecto en particular. Desde las guerras
por la independencia emergen en la realidad social venezolana tres tipos bien
diferenciados de oficiales militares: los caudillos, los
oficialesdeorientaciónprofesional y los pretorianos. Los primeros son los
guerreros personalistas, patrones con una hueste de fieles seguidores como
clientela guerrera, estén o no organizados en compañías, batallones y
escuadrones. Los segundos son los oficiales de orientación profesional, los
militares auténticamente de carrera, libres de personalismos protagónicos y
carentes de una ambición política sustentada en el sector castrense mismo.
Finalmente los pretorianos, los oficiales militares políticamente motivados que
pretenden influir y hasta dominar la sociedad atendiendo a su condición de
hombres de armas y recurriendo para ello al sentimiento corporativo castrense,
ese tan presente en toda organización militar. Los tres tipos de oficiales
militares, arriba mencionados, coexisten durante el proceso bélico de inicios
del siglo XIX. El equilibrio de autoridad proviene personalistamente de la
jefatura suprema, para bien y para mal tal fue el caso; lo primero ya que en
términos castrenses era una imperiosa necesidad el mando único superior, lo
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Colapsa la institucionalidad y
dominan los caudillos
13 El cerebro del movimiento separatista venezolano de Colombia fueron los
propietarios civiles y civilistas de pluma, tintero y formalismos doctrinarios
liberales en las antiguas Provincias de la fenecida Capitanía General. El brazo
ejecutor fueron mayoritariamente los caudillos menores movilizados por Páez y
Arismendi. Las tropas de orientación profesional mantienen una neutralidad
política que deja hacer a los secesionistas. Los pretorianos, con el general
Santiago Mariño a la cabeza, entienden que sus posibilidades de poder se
verían potenciadas con una Colombia fraccionada y disminuiría con la
existencia de la Unión Colombiana. Las tensiones entre autoridades políticas
civiles y los militares, constante cierta del proceso bélico independentista, es
una herencia que reciben los dirigentes propietarios venezolanos que
comienzan a moldear la república, iniciándose la tercera década del siglo XIX.
El tema de la abolición del fuero militar por parte del Congreso, para aquellos
que no estuvieren prestando servicio activo castrense, genera polémicas
públicas donde se evidencia ese sentimiento corporativo militar tan propio de
los hombres de armas. La civilidad se impone, no solo en caso del fuero militar
(sólo gozarán de éste los militares en servicio activo) sino también en los
mecanismos de control institucional que establece la Constitución criolla de
1830. Los brotes violentos de rebeldía de caudillos desafectos a la causa de la
nueva república son dominados con relativa facilidad por Páez y sus parciales.
El ejército es reducido a solo tres batallones “Boyacá”, “Anzoátegui” y “Junín”.
Las añejas fortalezas venezolanas cuentan con sus modestas baterías de
artillería, así como una muy reducida oficialidad y tropa para atenderlas. La
armada republicana se limita a solo dos goletas y varias unidades menores; la
aventurada y dinámica escuadra de los bajeles de guerra independentista había
sido vendida o desincorporada. Las milicias, en parte herencia del sistema
colombiano y, antes de éste, del español, son normadas. Aunque debe
resaltarse que el análisis histórico evidencia que, a lo largo del siglo XIX
venezolano, éstas serán tan de papel como sus reglamentos. Muy a diferencia
del siglo XVIII, la defensa de la novel república descansaba en los fieles grupos
civiles, fueran milicianos o no, que podían ser armados y eran personalmente
adictas, vía sus jefes naturales, al caudillo nacional, general en Jefe José
Antonio Páez.
14 Dos aspectos deben resaltarse de estos primeros quince años de vida
republicana independiente en el campo castrense. El esfuerzo necesario por
desarrollar la educación del militar de carrera, el primero, por sus evidentes
implicaciones históricas. El segundo, como se logró neutralizar políticamente a
los próceres militares independentistas, aún cuando el costo de este proceder
se evidenció como importante en términos crematísticos para el tesoro púbico,
al cancelar pensiones, letras de cuartel y tercera parte de paga para la
oficialidad no activa aunque sí activable.
15 El brote pretoriano de la calificada como Revolución de Las Reformas,
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1835-1836, y su fracaso, marca no solo el fin del liderazgo del general Mariño,
sino que neutraliza la capacidad del ejército como actor político determinante.
La consecuencia obvia es que los oficiales militares pretorianos, si bien
subsisten en la organización castrense, carecen de la fuerza necesaria para
hacerse del poder. Quienes enfrentan, con las armas en la mano, a los
pretorianos reformistas son los caudillos fieles a Páez y los oficiales de
orientación auténticamente profesional. Otra consecuencia de la frustrada
militarada es que se perfecciona el modelo político de los propietarios
venezolanos de aquellos días. Así, respetando los mecanismos establecidos en
la Constitución de 1830, pero con condiciones de hecho que hicieron que la
presidencia de la República estaba reservada para un prócer militar de la
independencia, los demás cargos sí podían ser ejercidos por civiles sin glorias
castrenses pasadas. Lo recién señalado amerita un breve comentario. Resulta
evidente la flexibilidad del modelo político republicano de la época, donde los
propietarios aceptan reglas del juego político no escritas pero de acatamiento
consensuado. También, quienes fueron respectivamente los iniciales e
institucionales Jefes Civiles y Militares de Venezuela, durante la década de
1820, en los albores y languidez de la Unión Colombiana, generales Carlos
Soublette y Páez, serán los presidentes constitucionales 1830-1846. Páez,
aseguraba la existencia de esa república de propietarios al contar con el apoyo
irrestricto del caudillaje provincial. Don Carlos, el general administrador, quien
fue en ocasiones secretario de guerra y marina, procurando siempre consolidar
un ejército y marina de guerra con una oficialidad de orientación tan
profesional como fuera posible en aquellos tiempos. Los oficiales militares de
orientación profesional, carecían de interés protagónico en lo político, amén de
que su número era comparativamente frente al caudillaje muy limitado. Los
oficiales pretorianos carecían de posibilidades de poder ante la abrumadora
mayoría y fuerza potencial de los caudillos provinciales.11
16 El núcleo de propietarios, se fracciona en dos segmentos enfrentados
políticamente desde 1840. La crisis y recesión cafetera que experimenta la
sociedad venezolana en esa década exacerba las tensiones socio políticas,
particularmente entre el sector propietario agobiado por las deudas y a quienes
se beneficiaban de éstas. Para 1846, el proceso electoral para determinar el
sucesor de Soublette se torna particularmente violento y algunos de los
derrotados en los comicios, argumentando irregularidades de diversa laya,
toman el camino de la insurrección armada. Aun cuando son vencidos con
relativa facilidad, la crisis política perdura. Durante la presidencia
constitucional del general José Tadeo Monagas se llega a un punto de quiebre
en 1848. Los propietarios se fraccionan en dos segmentos que recurren a la
violencia guerrera para solucionar sus diferencias. Es decir los civiles
abandonan la civilidad y procuran el apoyo del caudillaje. Éste se divide entre
quienes siguen a Páez y otros a Monagas; con las derrotas militares de 1848 y
1849 se oculta el sol para el primero mientras se eleva para el segundo. Resulta
imprescindible entender que el triunfo de Monagas, muy a diferencia que en
los años anteriores a su mandato, no representa el poder político para uno de
los bandos civiles en pugna. Con Monagas el caudillaje no sirve a la
Constitución y al sector propietario civil y civilista, como era el caso con el
binomio Páez-Soublette, sino lo contrario, los civiles abandonan la civilidad y
sirven al caudillaje. Es el personalismo guerrero exacerbado, los caudillos
provinciales y sus parciales locales son la fuente cierta del poder. La violencia
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había sido elevada a la condición de rector principio de poder. Las leyes sirven
para cubrir con un manto pretendidamente jurídico un poder que se expresará
con formas innegables de nepotismo hasta 1858.
17 Al colapsar la institucionalidad republicana en la coyuntura histórica
1846-1849, lo hace también la organización militar que legítimamente podía
proclamar ser heredera directa del Ejército Libertador. Oficiales de orientación
profesional sobreviven en las instituciones educativas castrenses, los bajeles de
la escuadra, la artillería de las fortalezas y el cuerpo de zapadores; otro tanto se
puede señalar de los sobrevivientes pretorianos de la época; ambos bajo el
dominio de los caudillos y sus bandas armadas personalistas. La arquitectura
militar sobrevive formalmente y de ella reportan anualmente las Memorias de
la secretaría de guerra y marina, pero la verdad verdadera era que la estructura
castrense no ejercía el monopolio de la violencia legítima, directa y física del
Estado, era una realidad tan de papel como los informes anuales presentados
ante el Congreso. Es más, el Estado como tal era solo una idea, una especie de
república aérea, o expresando mejor la idea, una realidad política patrimonial
carente de un poder centralizado y centralizador donde la capacidad de
dominar la sociedad se concentraba personalistamente en las manos del
caudillo nacional y sus entendimientos con los grandes jefes potencialmente
armados de provincia.
18 Por verdad de Perogrullo que sea resulta necesario comentar sobre el
pretendido carácter político feudal del caudillismo decimonónico venezolano.
La dispersión del poder, propia del caudillismo criollo del siglo XIX, se
desenvuelve en una realidad que se calificaba de republicana; sin presencia
efectiva de ninguna nobleza; los peones, jornaleros, pisatarios, medianeros y
arrendatarios, si bien estaban sometidos a variadas formas de coerción extra-
económica, no guardaban una relación de igualdad con los siervos de la gleba
europeos; los campesinos, son eso, campesinos, no siervos de algún señor
feudal. El caudillo provincial, apuntalaba su poder de hecho en los intereses
económicos agropecuarios y comerciales propios de la región en cuestión
donde desenvolvía; la comparación es una de analogía con el caso de los nobles
feudales. El problema político venezolano, al colapsar el intento de una
república de propietarios de orientación doctrinal liberal, en realidad no era
uno de fórmulas republicanas de poder político, no era un problema
ciertamente de doctrina política, no era una lucha de ideas, ni de clases sociales
opuestas y antagónicas. Claro está, teóricos, muy particularmente del sector
federalista, los hay particularmente desde mediados del siglo XIX; sus textos
están para recordarnos la aguda diferencia entre la teoría y la práctica. Poco
importó lo que dijeran los sesudos y eruditos escritos, como también las
elaboradas y a veces barrocas constituciones (1857, 1858, 1864, 1874, 1881,
1891 y 1894). El poder político en aquellos venezolanos tiempos, no era
institucional, era en extremo personalista y guerrero, ciertamente tradicional y
patrimonial, pero no feudal ni necesariamente carismático.12 Los caudillos,
propietarios que contaban con el apoyo de sus clientelas armadas personales,
eran los que vía la violencia imponían su orden en la sociedad criolla; eran
empresarios políticos de la violencia política, no autárquicos señores feudales.
19 No resulta exagerado señalar que la actividad empresarial más importante
del siglo del café, cacao y ganado vacuno en Venezuela, eran las recurrentes
guerras civiles; esto, particularmente, durante las cuatro últimas décadas del
siglo XIX. Los dineros y pertrechos de toda índole que recibían el grupo de
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especialista abarca desde 1958 hasta 1996, año en el cual se edita su libro. La
información que presenta la obra de Fuentes, es particularmente débil en lo
que atañe al siglo XIX. Parece evitar en sus comentarios al ejército colombiano
1819-1830, así, con nombre y apellido; destacando al Ejército Libertador, el
cual entiende se proyecta hasta 1848, para verse relegado por los ejércitos
regionales de los caudillos, de donde emergen las que califica de montoneras,
hasta iniciar un efectivo proceso de conformación de un actuante ejército
nacional durante las presidencias de Castro y Gómez. Inteligentemente destaca
el carácter pretoriano del ejército nacional en las décadas siguientes, pero solo
hasta 1945, ya que desde esa fecha la característica fundamental que entiende
como definidora es el proceso de profesionalización del cuerpo de oficiales que
se manifestaría en 1958, marcando una nueva etapa que se extiende hasta el
momento en que publica su obra.
24 Comparando ambos textos, insistimos, el de Cabrera y el de Fuentes
Latorraque, encontramos diferencias que es necesario resaltar. El primero
evidencia ser un primer esfuerzo de periodización en una investigación de
mayor aliento. Es decir, es una especie de avance de investigación. No hemos
podido localizar un libro donde este autor presente una versión más acabada
del criterio de periodización antes comentado. Mientras que el texto del otro
autor que mencionamos arriba, demuestra ser una obra de madurez, una
síntesis de años de reflexión y estudio sobre el tema, un libro con fines
didácticos y académicos. Esto explica lo detallado del esfuerzo de periodización
de Cabrera y la visión de conjunto, amplia y general que ofrece Fuentes
Latorraque. Un aspecto que parecen dejar de lado los autores en las obras que
estamos comentando, es el de la necesaria tipología del sector clave para toda
organización militar: el cuerpo de oficiales. Todo sistema militar de tierra, mar
o aíre, será lo que sus oficiales tengan a bien o mal implementar. Aun cuando
Fuentes indirectamente presenta dos tipos de oficiales de carrera, los
pretorianos y los profesionales castrenses. Lo que no explica, dado el carácter
didáctico del libro, procurando hacerlo accesible y comprensible para todo
público, son los aspectos teóricos para diferenciar unos de otros. Por lo que
escribe parece ser que la diferencia es el origen de guerras civiles o vida de
cuartel de unos, carentes de los estudios sistemáticos castrenses que sí poseen
los otros. Los militares venezolanos del siglo pasado e incluso los de hoy día,
confunden estudios militares formales con profesionalismo militar. Claro está
que tal no es el caso, debería agregársele como hace Samuel P. Huntington, los
otros dos componentes esenciales del profesionalismo, la condición corporativa
y la responsabilidad social, aspectos que parecen olvidar algunos analistas. Así,
al fortalecer desmedidamente la variable corporativa y mal entender, amén de
pretendidamente maximizar la responsabilidad social es que se obtiene lo que
califica Huntington como bajo profesionalismo militar.15 Uno que contribuiría
a explicar, dentro de contextos sociales institucionalmente débiles, la
participación política protagónica castrense.
25 Otro académico, Amos Perlmutter, califica a estos oficiales políticamente
motivados, mencionados finalizando el párrafo anterior, con el término de
pretorianos y sus procederes políticos como una manifestación cierta de
pretorianismo moderno.16 Algunos analistas políticos, los cuales no identifico
con la esperanza que lean estas cuartillas y tengan a bien iniciar un debate
académico serio sobre el tema, gustan referir a este autor para tratar de
justificar la intervención desmedida de los militares en la política activa de las
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cada vez más fuerte carácter corporativo, el control de la institución militar por
parte de la oficialidad pretoriana, sus tensiones con la oficialidad
auténticamente profesional, sí son las variables claves para comprender la
evolución militar venezolana en el siglo XX. El tránsito de la tiranía pretoriana
de Gómez a formas políticas mucho más benignas con el general López
Contreras como presidente constitucional, desde 1936; la orientación
reformista inconclusa del general Medina Angarita durante su trunco mandato
constitucional (1941-1945), procurando adaptar el ejército al fenómeno político
dominante desde la cuarta década del siglo pasado, es decir, el surgimiento de
los partidos políticos que se dicen doctrinales y de masas; son intentos serios
en el proceso de lograr construir la ecuación partidos políticos y militares
venezolanos de carrera. Esta situación de tensión se expresará públicamente en
numerosos golpes de estado. Mencionando solo los exitosos, tenemos los de
1945, 1948, 1952 y 1958. Los tres primeros expresan el tránsito de una actitud
pretoriana de tipo arbitral a otra con un contenido cierto de pretorianismo
gobernante; advirtiendo que los términos analíticos pretorianismo árbitro y
gobernante los tomamos de la obra ya mencionada de Amos Perlmutter, pero
los comentarios sobre su aplicabilidad al caso venezolano son de nuestra entere
responsabilidad. El último de los golpes de estado antes mencionados, 1958,
marca la crisis de ese pretorianismo gobernante criollo y el fracaso reiterativo
de la oficialidad pretoriana venezolana de llegar al poder recurriendo a la
fuerza argumentando la condición corporativa de la institución militar en el
siglo XX.
31 Los golpes de estado presentan como instrumento clave la conformación de
grupos conspiradores dentro de los cuarteles. La lista de las calificadas como
logias militares venezolanas es extensa y complicada. En una visión general y
simplificando solo hasta 1992, podemos mencionar: la Unión, otros la califican
de Juventud, Patriótica Militar (1945-1958), la Organización Militar
Anticomunista (OMA, 1948 hasta la década de 1960), el Frente Militar de
Carrera fomentado por el Partido Comunista de Venezuela (1957-1963), la muy
poco reportada Unión Nacional Bolivariana (¿1958-1962?), Revolución 83
(R-83, desde 1972 hasta 1982), ARMA, Alianza, para otros Asociación,
Revolucionaria de Militares Activos (1982-1986), los varios MBR-200 y su
antecedente inmediato el Ejército Revolucionario Bolivariano o el mediato, el
Ejército de Liberación del Pueblo (1972-1992), Movimiento 5 de Julio (M5J,
1992).20 Sobre logias militares más recientes, aun la evidencia testimonial, si
bien existe, es confusa, a veces contradictoria y resultaría aventurado, en
términos académicos serios, referirlas. Lo que sí evidencia la existencia de estos
segmentos recurrentemente conspirativos dentro del sector militar venezolano,
es el limitado profesionalismo castrense de buena parte de los oficiales que en
ellos participan.
32 El fracaso de los golpes de estado pretorianos de variada laya desde enero de
1958 hasta el llamado “Porteñazo” de mediados de 1962, marcan un proceso
militar que se evidencia en la influencia progresiva y luego control que ejercen
los auténticamente oficiales profesionales militares venezolanos sobre la
corporación castrense. La oficialidad venezolana de orientación pretoriana, si
bien es desplazada del control que ejercían por poco más de 50 años en el
ejército, no desaparece como sí fue el caso con los caudillos. Individualidades
pretorianas permanecen dentro de la arquitectura militar criolla, pero
imposibilitados de dominar ésta. Es decir, una situación inversa a la
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experimentada desde la primera mitad del siglo XX. Los grupos conspiradores
militares que se organizan subterráneamente desde inicios de la década de
1970, demuestran la vocación de poder político de un segmento de la
oficialidad del ejército venezolano. Los golpes de estado de la década de 1990,
aun siendo dominados ponen públicamente en evidencia, más allá de cualquier
duda razonable, la condición corporativa extrema y una muy mal interpretada
responsabilidad social por parte de un segmento importante de la oficialidad
criolla. Son evidencia de la supervivencia de la oficialidad pretoriana en la
estructura militar, no meramente el resultado de una infiltración marxista-
leninista en el cuerpo de oficiales. Las tensiones cuarteles adentro que se dan el
siglo XX, continúan en la primera década del XXI en Venezuela.
Conclusión
33 La crisis militar de 1992, con sus dos frustrados golpes de estado, expresó un
proceso de cambios al interior de la organización militar venezolana que no se
aprecia como consolidado, para cualquier observador que procure la
objetividad, al momento de teclear estas líneas, más de 17 años después. Al
ejército le tomó unos 18 años, desde 1944-1945 hasta 1962, el encontrar como
engranar positivamente su existencia corporativa con la de los partidos
políticos civiles y mayoritariamente civilistas del siglo XX venezolano.
Consolidar el carácter corporativo castrense le tomó más años, 1917-1919 hasta
1944-1945. Su formación como un efectivo ejército nacional se ubica
temporalmente, insistimos, entre 1899-1903 hasta 1917-1919. Los ejércitos
particulares de los caudillos decimonónicos ejercen su poder regional, desde la
coyuntura histórica 1846-1849 al colapsar institucionalmente la auténtica
estructura republicana venezolana del siglo XIX, arrastrando en su derrumbe a
la arquitectura castrense criolla, esa que tenía como antecedente innegable al
ejército colombiano de la década de 1820 y éste a su vez al ejército libertador,
1817-1818. El presente que será, es decir, el futuro, dirá cuanto tiempo se
requerirá para que se puedan establemente articular los oficiales militares
criollos y la institución castrense con la sociedad venezolana del naciente
siglo XXI.
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Notas
1 José Félix Blanco, Bosquejo Histórico De La Revolución De Venezuela. (Caracas,
Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, Sesquicentenario de la
Independencia, 1960), 236. Sobre estos sucesos véase también: José María Baraya,
Biografías Militares. (Bogotá, s/d, 1874), 77-80 y 205-209.
2 Bosquejo Histórico de la Academia Militar de Venezuela, desde el 19 de Abril de 1810.
(Caracas, Editorial Cecilio Acosta, 1940), p. 7.
3 Rafael Paredes Urdaneta, Bosquejo Histórico De, p. 15.
4 Apuntes para la Historia del Ejército Venezolano, Mis Memorias de Estudiante en la
Escuela de Aplicación Militar. (Caracas, Impresores Unidos, 1943), p. 20.
5 La totalidad del artículo en cuestión, publicado inicialmente en la revista cubana
Bohemia, en La Habana,el 13 de febrero de 1949, junto otros textos del referido autor
puede verse en: José Agustín Catalá (Editor), De Bolívar a Vargas. Próceres civiles y
militares en fechas patrias conmemorativas. Discursosy Escritos de Andrés Eloy
Blanco. (Caracas, El Centauro Ediciones, 2003), p. 127-139.
6 Caudillism and Militarism in Venezuela, 1810-1910. (Athens, Ohio, Ohio University
Press, 1964).
7 Vicente Dávila, Diccionario Biográfico de Ilustres Próceres de la Independencia Sur
Americana, 2Vol. (Caracas, Imprenta Bolívar 1924 y Tipografía Americana en 1926).
8 José de Austria, Bosquejo de la Historia Militar de Venezuela en la Guerra de su
IndependenciaTomo I. (Caracas, Imprenta y Librería Carreño Hermanos, 1855), 7; se
consultó otra impresión efectuada en Valencia, Venezuela, dos años después, por la
Imprenta del Coronel Juan D’Sola, calle de la Constitución, número 19 e igualmente la
cita se corresponde con la página antes mencionada.
9 Véanse los detalles de este acontecimiento en José Antonio Páez, Autobigrafía Vol. I.
(Nueva York, Imprenta de Hallet y Breen, p. 58 y 60 calle Fulton, 1867), p. 90-91. José
María Baralt,Resumen de la Histioria de Venezuela desde el año de 1797 hasta el de
1830. (París, Imprenta H. Fournier), p. 288-289 y de José Felix Blanco, Bosquejo
Histórico De La Revolución, p. 229-246 y Baraya, Biografías Militares, p. 79-80.
10 Sobre los sucesos en Angostura resulta imprescindible la obra de Caracciolo Parra
Pérez, Mariño y la Independencia de Venezuela. Tomo III (Madrid, Ediciones Cultura
Hispánica, 1955), 147-205. Para Parra Pérez: “no se trataba solo […] de una
conspiración soldadesca destinada a destruir la obra de Bolívar para alzar sobre sus
ruinas la ambiciosa suficiencia de un general […era] una empresa análoga a las varias
del género […] jacobinas, ‘republicanas’, eminentemente civiles, para las cuales, por
necesidad, se acabó por solicitar ‘una espada’, [la] del general […] a quien se suponía
más apto”, 177-178. Una manera muy sutil de referir al primer golpe de estado exitoso
perpetrado en la república en formación y dejar de lado la expresión innegable de
pretorianismo manifestado en aquel proceder. Otra fuente de necesaria consulta sobre
este episodio histórico es la ingenua versión de Las Memorias del General O’Leary.
Tomo II, (Caracas, Imprenta El Monitor, 1883), p. 10-18. Según el irlandés edecán de
Bolívar todo el incidente se limitaba a sólo una acción antibolivariana desarrollada por
el general Arismendi, siendo ésta la versión analítica más comúnmente aceptada en la
historiografía criolla; evidencia cierta de las limitaciones relacionadas con un estudio
analítico serio de las relaciones civiles y militares venezolanas de la época.
11 Basando su análisis en algunas técnicas cuantitativas, analizando el texto ya
mencionado de don Vicente Dávila, la investigadora Ingrid Micett concuerda con el
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comentario que venimos efectuando sobre los tres tipos de oficiales militares que
emergen del proceso guerrero 1811-1823, aun cuando no emplea los términos: caudillos,
pretorianos y oficiales de orientación profesional. Véase: “Participación Política y
Militar de los Hombres que Intervinieron en la Guerra de Independencia Venezolana”
Anuario de Estudios Bolivarianos. Año VII, n° 7-8. (Caracas, Instituto de
Investigaciones Históricas Bolivarium, Universidad Simón Bolívar, 1998-1999):
p. 51-88.
12 Domingo Irwin G, “Reflexiones sobre el Caudillismo y el Pretorianismo en Venezuela,
1830-1900”. Tiempo y Espacio. Vol. 2, N° 4, (Caracas, Centro de Investigaciones
Históricas Mario Briceño Iragorry, Instituto Universitario Pedagógico de Caracas,
1985): p. 71-91.
13 Elery Cabrera, “Las Fuerzas Armadas del siglo XX (Un Esquema tentativo de
periodización)”, Anuario del Instituto de Estudios Hispanoamericanos. (2da Etapa,
Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1996): p. 37-42.
14 Emilio Fuentes Latorraque, Síntesis de la Evolución Histórica de las Fuerzas
Armadas Venezolanas. Caracas, Ediciones del Instituto de Previsión Social de las
Fuerzas Armadas, 1996).
15 Véase: Samuel P. Huntington, The Soldier and the State: The Theory and Politics of
Civil-Military Relations. (Cambridge, Mss, Harvard University Press, 1957).
16 Véase: Amos Perlmutter, The Military and Politics in Modern Times: On
Professional, Praetorians and Revolutionary Soldiers. (New Heaven- Londres, Yale
University Press, 1978).
17 Este proceso puede seguirse documentalmente en: Ramón J. Velásquez (director de
la colección), Las Fuerzas Armadas de Venezuela en el Siglo XIX. 12 Volúmenes,
(Caracas, Presidencia de la República, 1962 y 1964). También, fueron analizadas las
Memoria y Exposiciones de los secretarios y ministros de guerra y marina, 1858-1910.
18 A las oficiales Memorias de guerra y marina, desde 1910 hasta 1920, se debe agregar
el valioso testimonio de Victorino Márquez Bustillos, La Reforma Militar Venezolana.
(Caracas, Lit y Tip del Comercio, 1917).
19 La constante modernización militar puede seguirse año tras año en los contenidos de
las Memorias de guerra y marina hasta 1945 y las de Defensa hasta 1953. La creación
de la aviación militar en la década de 1920 y la guardia nacional en la siguiente,
completan la armazón castrense criolla del siglo XX. Pero dentro de esa arquitectura
militar, el ejército es el elemento rector.
20 Remitimos a los textos del historiador Agustín Blanco Muñoz; el analista Alberto
Garrido; el teniente coronel William Izarra; el político Pablo Medina; el general y
político Alberto Müller Rojas y el libro del general de división Fernando Ochoa Antich,
mencionados todos en la bibliografía.
Autores
Domingo Irwin
Artículos del mismo autor
Un avance de investigación: Palabras escritas e historia, venezolana y
estadounidenses, sobre las relaciones civiles y militares en Venezuela. [Texto
integral]
Publicado en Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Coloquios
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