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Ilustración

Problemas de la página

Movimiento cultural europeo del siglo


XVIII
Historia de la
filosofía occidental
Períodos
Presocrática
Griega
Helenística
Romana
Medieval
Renacentista
Moderna
Contemporánea
Siglos
XVII
XVIII
XIX
XX

Pintura de Charles Gabriel Lemonnier que


representa la lectura de una tragedia de Voltaire,
por entonces en el exilio, El huérfano de China
(1755), en el salón literario de madame Geoffrin
en la calle Saint-Honoré de París. Los personajes
más notables reunidos en torno al busto de
Voltaire son Rousseau, Montesquieu, Diderot,
d'Alembert, Buffon, Quesnay, Du Plessis y
Condillac. Además figuran Gresset, Marivaux,
Marmontel, Vien, La Condamine, Raynal, Rameau,
mademoiselle Clairon, Hènault, Choiseul,
Bouchardon, Soufflot, Saint-Lambert, el Conde de
Caylus, Felice, el barón de Aulne, Malesherbes,
Maupertuis, Mairan, d'Aguesseau, Clairault, la
condesa de Houdetot, Vernet, Fontenelle, el duque
de Nivernais, Crébillon, Duclos, Helvètius, Vanloo,
Lekain, Lespinasse, Boccage, Réaumur, Graffigny,
Jussieu y Daubenton.

La Ilustración fue un movimiento


cultural e intelectual europeo[1]​
(especialmente en Francia, Reino Unido
y Alemania)[2]​
que comenzó en
Inglaterra con John Locke[3]​
y la
Revolución Gloriosa, y se desarrolló
desde mediados del siglo XVIII,
teniendo como fenómeno histórico,
simbólico y problemático la Revolución
francesa. En algunos países se
prolongó al menos durante los
primeros años del siglo XIX. Se
denominó de este modo por su
declarada finalidad de disipar las
tinieblas de la ignorancia de la
humanidad mediante las luces del
conocimiento y la razón.[4]​
El siglo XVIII
es conocido, por este motivo, como el
Siglo de las Luces[5]​
y del
asentamiento de la fe en el progreso.

Los pensadores de la Ilustración


sostenían que el conocimiento humano
podía combatir la ignorancia, la
superstición y la tiranía para construir
un mundo mejor. La Ilustración tuvo
una gran influencia en aspectos
científicos, económicos, políticos y
sociales de la época. Este tipo de
pensamiento se expandió en la
burguesía y en una parte de la
aristocracia, a través de nuevos medios
de publicación y difusión, así como
reuniones, realizadas en casa de gente
adinerada o de aristócratas, en las que
participaban intelectuales y políticos a
fin de exponer y debatir acerca de
ciencia, filosofía, política o literatura. A
pesar de que la mujer en estos campos
no ocupaba un lugar decisorio en la
sociedad, algunas de ellas se
involucraron en este movimiento.

Definición del término

La Ilustración significa el
abandono del hombre de una
infancia mental de la que él
mismo es culpable. Infancia es la
incapacidad de usar la propia
razón sin la guía de otra persona.
Esta puericia es culpable cuando
su causa no es la falta de
inteligencia, sino la falta de
decisión o de valor para pensar
sin ayuda ajena. Sapere aude
«¡Atrévete a saber!» He aquí la
divisa de la Ilustración.

Immanuel Kant, ¿Qué es la


Ilustración?

La Ilustración (Lumières, en francés;


Enlightenment, en inglés; Illuminismo,
en italiano; Aufklärung, en alemán),[6]​
en
frase de uno de sus más importantes
representantes, D'Alembert, «lo
discutió, analizó y agitó todo, desde las
ciencias profanas a los fundamentos
de la revelación, desde la metafísica a
las materias del gusto, desde la música
hasta la moral, desde las disputas
escolásticas de los teólogos hasta los
objetos del comercio, desde los
derechos de los príncipes a los de los
pueblos, desde la ley natural hasta las
leyes arbitrarias de las naciones, en
una palabra, desde las cuestiones que
más nos atañen a las que nos
interesan más débilmente». Esto
mismo nos indica que, más que el
contenido mismo de sus doctrinas, lo
original del movimiento fue la forma de
pensamiento y valoración.
Según las interpretaciones marxistas,
entre cuyas opciones se encuentra la
de Lucien Goldmann, la Ilustración
puede ser definida como «una etapa
histórica de la evolución global del
pensamiento burgués». Como tal,
insertaría su filiación doctrinal en el
Renacimiento y, especialmente, en las
corrientes racionalistas y empiristas
del s. XVII (de Descartes, a Locke,
pasando por Bacon, Bayle, Galileo,
Grocio, Hobbes, Leibniz, Newton,
Spinoza, o los libertinos), y basa su
posibilidad sociológica de desarrollo en
las revoluciones políticas neerlandesa
e inglesa, en el empuje de la burguesía
y en las transformaciones económicas
en gestación, apoyadas en una
coyuntura en alza, que desembocarán
en la Revolución francesa.

Esquema general e
hispánico
Retrato de cuerpo entero de Jovellanos, pintado
por Francisco de Goya y Lucientes en 1798,
considerado uno de los más emblemáticos
personajes de la Ilustración española. Este
intelectual español accedió al cargo de ministro y
emprendió reformas que no llegaron a
consolidarse. En el fondo se aprecia una estatua
de Minerva, diosa de la sabiduría, que parece
estar "bendiciéndole".

Desde Gran Bretaña, donde algunos de


los rasgos esenciales del movimiento
se dieron antes que en otro lugar, la
Ilustración se asentó en Francia, donde
la anglofilia fue difundida por Voltaire, y
produjo aquí un cuerpo ideológico, el
enciclopedismo, y sus más difundidas
personalidades (Montesquieu, Diderot,
Rousseau, Buffon, etc). Ahora bien, la
filosofía ilustrada más sólida fue sin
duda la más tardía alemana, que con
Kant culminará la creación del
pensamiento propiamente moderno, ya
muy por encima de la ideología
enciclopedista. La Ilustración también
dio sus frutos propios en otras
localizaciones europeas y americanas.
En ocasiones se recrearon proyectos
ilustrados más o menos
autónomamente, pero en la mayoría de
casos vinculados al pensamiento
inglés y, sobre todo en lo que se refiere
a la ideología enciclopedista, a Francia
(así en Países Bajos, Polonia, Rusia,
Suecia, la península italiana y la ibérica,
etc., o en sus colonias americanas).
Desde el punto de vista sociopolítico
fueron frutos condicionados por el
grado de desarrollo ideológico
adquirido en el momento de
lanzamiento de la nueva ideología y por
el proceso interno seguido a lo largo de
su desarrollo. Si la Ilustración alemana
fue por necesidad teórica de
asimilación lenta y compleja, el
ideologismo ilustrado lo fue rápido y
con la superficialidad característica
que le amparaba en la vida mundana,
de la moda y las costumbres.[7]​

La Ilustración en España

En España la Ilustración coincidió con


los reinados de Fernando VI y Carlos III.
Si bien la decadencia profunda en que
se encontraba el país en el punto de
partida obstaculizó una posterior
eclosión, el auge dinámico de algunas
de sus zonas geográficas
(especialmente Cataluña[8]​
) a lo largo
del período y la actuación coadyuvante
(aunque tímida) desde el poder político
facilitaron la aparición de un nutrido y
valioso grupo de ilustrados (Cabarrús,
Cadalso, Campomanes, Capmany,
Feijoo, Floridablanca, Jovellanos, etc.)[9]

condicionado, no obstante, por el
arraigo y la preponderancia del
pensamiento escolástico tradicional.
La creación de las Reales Academias
de la Lengua, de la Historia, de la
Medicina y del Real Gabinete de
Historia Natural (actual Museo
Nacional de Ciencias Naturales), fueron
algunos de los logros de la Ilustración
española, que ni mucho menos es
unilateralmente relativa a influjo
francés.[10]​

La polémica acerca de la existencia o


no de una Ilustración española
(polarizada en las opiniones contrarias
de Ortega y Gasset y Eugenio D'Ors[11]​
),
más el añadido de una escasamente
articulada investigación posterior
durante gran parte del siglo XX, atendía
a razones más políticas que científicas
y tuvo como consecuencia un gran
retraso en el reconocimiento de la
existencia y reconstrucción de una
sólida e internacionalizada Ilustración
española o hispánica, tanto
humanística como científica, empirista
y cristiana, progresista pero muy
escasamente política, una tardía
Ilustración universalista de gran
envergadura, encabezada por Juan
Andrés, creador de la Historia universal
de las letras y las ciencias, Lorenzo
Hervás y Antonio Eximeno,
constructores de hecho de la
Comparatística moderna. Se trata de
una nutrida gama de intelectuales,
algunos de primer orden (Miguel Casiri,
Raimundo Diosdado Caballero, Juan
Bautista Muñoz, Juan de la
Concepción, Pedro Franco Dávila,
Antonio José Cavanilles, José
Celestino Mutis, Vicente Requeno, Juan
Ignacio Molina, Pedro José Márquez,
Francisco Javier Clavijero, entre otros),
en buena parte jesuitas españoles
expulsos en 1767, pero también
americanos y filipinos. Es lo que se ha
venido en llamar Escuela Universalista
Española del siglo XVIII.[12]​
La Ilustración en
Hispanoamérica

A Hispanoamérica llegaron las ideas de


la Ilustración a través de la
metrópoli.[13]​

En los ámbitos de la política y la


economía, las reformas impulsadas
por el despotismo ilustrado a finales
del reinado de Fernando VI y durante el
de su sucesor Carlos III tenían por
objeto reafirmar el dominio efectivo del
gobierno de Madrid sobre la sociedad
colonial y contener o frenar el ascenso
de las elites criollas.

Las autoridades españolas procedían a


una explotación más sistemática y
profunda de las colonias. Procuraban,
además, fortalecer y aumentar la
marina de guerra y establecer unidades
del ejército regular español en las
diversas regiones de América.

En la Nueva España (México), en el


ámbito de los colegios de la Compañía
de Jesús, vemos surgir un importante
grupo de científicos y filósofos
ilustrados, encabezados por José
Rafael Campoy (1723-1777), que
defienden una clara separación entre la
filosofía y las ciencias naturales, una
mayor especialización en el estudio
científico y una simplificación en el
método de la enseñanza filosófica,
evitando las sutilezas silogísticas, así
como la sumisión incondicional a las
autoridades.[14]​
En este grupo de
estudiosos que trabaja principalmente
en la Ciudad de México, Tepotzotlán,
Guadalajara y Valladolid (Morelia),
destacan el historiador y naturalista,
jesuita expulso, Francisco Javier
Clavijero (1731-1787), miembro
sobresaliente de la Escuela
Universalista Española del siglo XVIII,
que empleaba un método histórico
sistemático y sorprendentemente
moderno; el filósofo Andrés de Guevara
y Basoazábal (1748-1801), que se basa
en Bacon, Descartes y los censistas
para plantear la necesidad de una
filosofía moderna, justificar el método
inductivo y experimental, y denunciar el
abuso del método deductivo; y
principalmente Juan Benito Díaz de
Gamarra y Dávalos (1745-1783), crítico
de la escolástica y defensor de la
ciencia y de la modernidad, cuyo
eclecticismo ilustrado está
principalmente regido por los valores
del buen sentido, la racionalidad, la
tolerancia y la utilidad para el hombre.

En el sur del continente, el


pensamiento ilustrado tuvo un primer
gran empuje en la Real Audiencia de
Quito mediante la llamada Escuela de
la Concordia, fundada en la ciudad de
Quito por el Dr. Eugenio Espejo en
1791, y a la cual pertenecían nobles de
la élite criolla y profesionales mestizos.
Los pensamientos y debates surgidos
en la Escuela de la Concordia plantaron
las primeras semillas de nacionalismo
e independencia de Sudamérica, ya que
de a partir de varios sucesos ocurridos
con sus diferentes miembros, la
ilustración se propagaría hacia el resto
de territorios de los virreinatos de
Nueva Granada y Perú.

Contexto histórico
Introducción

El término Ilustración se refiere


específicamente a un movimiento
intelectual histórico. Existen
precedentes e incluso una propia
Ilustración en Inglaterra y Escocia a
finales del siglo XVII, como
inmediatamente después en Alemania,
si bien en su vertiente política el
movimiento se considera originalmente
francés. La Ilustración francesa tuvo
una expresión estética, denominada
Neoclasicismo, a diferencia de la
alemana, prototípicamente Gotthold
Ephraim Lessing, que se alejaba por
completo de ésta, a la que
despreciaba. Desde Francia se
expandió un tipo de ilustración
sociopolítica por toda Europa y
América renovando especialmente los
criterios políticos y sociales. Francia,
país eminentemente conservador,
quedaba por principio abocado a la
revolución política. La aportación
francesa es muy discutible en el
terreno de las Artes y la Literatura. La
Estética como disciplina es una de las
grandes invenciones dieciochistas,
inglesa (Francis Hutcheson y los
empiristas) y sobre todo alemana
(especialmente a partir de Alexander
Gottlieb Baumgarten).[15]​

Siglo XVII: la era de la Razón


Estatua de Newton en Trinity College, Cambridge.

Según muchos historiadores, los


límites de la Ilustración han alcanzado
la mayor parte del siglo XVI, aunque
otros prefieren llamar a esta época la
Era de la Razón. Ambos períodos se
encuentran en cualquier caso, unidos y
emparentados, e incluso es igualmente
aceptable hablar de ambos períodos
como de uno solo.

A lo largo del siglo XVI y siglo XVII,


Europa se encontraba envuelta en
guerras de religión. Cuando la situación
política se estabilizó tras la Paz de
Westfalia (acuerdo entre católicos y
protestantes, 1648) y el final de la
guerra civil en Inglaterra, existía un
ambiente de agitación que tendía a
centrar las nociones de fe y misticismo
en las revelaciones "divinas", captadas
de forma individual como la fuente
principal de conocimiento y sabiduría.
En lugar de esto, la Era de la Razón
trató entonces de establecer una
filosofía basada en el axioma y el
absolutismo como bases para el
conocimiento y la estabilidad.

Este objetivo de la Era de la Razón, que


estaba construido sobre axiomas,
alcanzó su madurez con la Ética de
Baruch Spinoza, que exponía una visión
panteísta del universo donde Dios y la
Naturaleza eran uno. Esta idea se
convirtió en el fundamento para la
Ilustración, desde Isaac Newton hasta
Thomas Jefferson.

La Ilustración estaba influida en


muchos sentidos por las ideas de
Blaise Pascal, Gottfried Leibniz, Galileo
Galilei y otros filósofos del período
anterior. El pensamiento europeo
atravesaba por una ola de cambios,
ejemplificados por la filosofía natural
de Sir Isaac Newton, un matemático y
físico brillante. Las ideas de Newton,
que combinaban su habilidad de
fusionar las pruebas axiomáticas con
las observaciones físicas en sistemas
coherentes de predicciones
verificables, proporcionaron el sentido
de la mayor parte de lo que
sobrevendría en el siglo posterior tras
la publicación de sus Philosophiae
Naturalis Principia Mathematica. Pero
Newton no estaba solo en su
revolución sistemática pensadora, sino
que era simplemente el más famoso y
visible de sus ejemplos. Las ideas de
leyes uniformes para los fenómenos
naturales se reflejaron en una mayor
sistematización de una variedad de
estudios.

Si el período anterior fue la era del


razonamiento sobre los principios
básicos, la Ilustración se dedicó a
buscar la mente de Dios mediante el
estudio de la creación y por la
deducción de las verdades básicas del
mundo. Esta visión de algún modo
puede haber llegado hasta nuestros
días, en los que la creencia de los
individuos en las verdades es más
provisional, pero en aquel momento, la
verdad era una noción poderosa, que
contenía las nociones básicas sobre la
fuente de la legitimidad de las cosas.

Siglo XVIII: el inicio de las


revoluciones

Portada de Elementos de la filosofía de Newton


(1738), que Voltaire y Émilie du Châtelet
publicaron con gran éxito. En ella, explicaron de
forma sencilla los principios básicos de los
descubrimientos de Newton en matemáticas,
astronomía y óptica, haciendo accesible la nueva
física para el público francés.
El siglo XVIII constituye, en general, una
época de progreso de los
conocimientos racionales y de
perfeccionamiento de las técnicas de
la ciencia. Fue un período de
enriquecimiento que potenció a la
nueva burguesía, si bien se
mantuvieron los derechos tradicionales
de los órdenes privilegiados dentro del
sistema monárquico absolutista. Sin
embargo, la historia del siglo XVIII
consta de dos etapas diferenciadas: la
primera supone una continuidad del
Antiguo Régimen (hasta la década de
1770), y la segunda, de cambios
profundos, culmina con la Revolución
estadounidense, la Revolución
francesa y Revolución Industrial en
Inglaterra.

Esta corriente abogaba por la razón


como la forma de establecer un
sistema autoritario ético. Entre 1751 y
1765 se publicó en Francia la primera
Encyclopédie, de Denis Diderot y Jean
Le Rond D'Alembert, que pretendía
recoger el pensamiento ilustrado.
Querían educar a la sociedad, porque
una sociedad culta que piensa por sí
misma era la mejor manera de
asegurar el fin del Antiguo Régimen (el
absolutismo y las dictaduras se basan
en la ignorancia del pueblo para
dominarlo). En su redacción
colaboraron otros pensadores
ilustrados como Montesquieu,
Rousseau y Voltaire. Por lo demás,
existen lados oscuros en la Ilustración
enciclopedista francesa: de una parte
aquello que se refiere a ciertos
aspectos plagiarios en la realización de
la Enciclopedia como proyecto
intelectual y las circunstancias
confusas que la rodearon; de otra el
extremado y gratuito proceso
sanguinario a que innecesariamente
condujo, razón ésta que llevó a
Friedrich Schiller a rechazar la carta de
ciudadano de París y elaborar una
teoría de la revolución sin violencia.[16]​

Los líderes intelectuales del


movimiento enciclopedista se
consideraban a sí mismos la élite de la
sociedad, cuyo principal propósito era
liderar al mundo hacia el progreso,
sacándolo del largo periodo de
tradiciones, superstición, irracionalidad
y tiranía (periodo que ellos creían
iniciado durante la llamada Edad
Oscura). Este movimiento trajo consigo
el marco intelectual en el que se
produciría la Guerra de la
Independencia de los Estados Unidos y
la Revolución francesa, así como el
auge del capitalismo y el nacimiento
del socialismo. Frente a la dominante
música del barroco europea, las artes
en Francia responderán al movimiento
Neoclásico y Rococó.
Kant en su madurez.

Otro destacado movimiento filosófico


del siglo XVIII, íntimamente relacionado
con la Ilustración, se caracterizaba por
centrar su interés en la fe y la piedad.
Sus partidarios trataban de usar el
racionalismo como vía para demostrar
la existencia de un ser supremo. En
este periodo, la fe y la piedad eran
parte integral en la exploración de la
filosofía natural y la ética, además de
las teorías políticas del momento. Sin
embargo, prominentes filósofos
ilustrados como Voltaire y Jean-
Jacques Rousseau cuestionaron y
criticaron la misma existencia de
instituciones como la Iglesia y el
Estado.

El siglo XVIII vio también el continuo


auge de las ideas empíricas en la
filosofía, ideas que eran aplicadas a la
política económica, al gobierno y a
ciencias como la física, la química y la
biología.

En la historia nada es casual, un hecho


es la consecuencia inevitable de otros
que lo precedieron. La Revolución
francesa, si bien tuvo otras causas, no
hubiera sido posible sin la presencia
del iluminismo que, poniendo luz sobre
el oscurantismo de la Edad Media se
alejó de los dogmas religiosos para
explicar el mundo y sus
acontecimientos, para hacerlos a la luz
de la razón.

El iluminismo tampoco hubiera existido


de no haberlo precedido un
debilitamiento del poder de la Iglesia a
causa de la reforma protestante, que
dividió al mundo cristiano; y del
humanismo, movimiento filosófico que
centró en el hombre el objeto de las
preocupaciones terrenales, quitando a
la religión ese privilegio y desechando
el teocentrismo.

Contexto social, difusión y


pensamiento
«-¿Debéis tener,
le dijo Cándido
al turco, una
extensa y
magnífica tierra?

-Solo tengo
veinte arpendes,
contestó el
turco; los cultivo
con mis hijos; el
trabajo aleja de
nosotros tres
grandes males,
el aburrimiento,
el vicio y la
necesidad.
-También sé,
dijo Cándido,
que tenemos
que cultivar
nuestro jardín.»

Voltaire,
Cándido

Cesare Beccaria, padre de la teoría penal clásica


(1738-1794).
Ya se ha dicho que, socialmente, la
Ilustración se halla inscrita en el
ámbito de la burguesía ascendente,
pero sus animadores no fueron ni
todas las capas burguesas, ni
solamente estas. Por un lado, tuvo sus
adversarios en determinados sectores
de la alta burguesía comercial (como,
por ejemplo, el dedicado al tráfico
negrero), y, por otra parte, ciertos
elementos del bajo clero o de la
nobleza cortesana (caso del conde de
Aranda en España, o de los Argenson
en Francia), e incluso el propio aparato
estatal de despotismo ilustrado
(Federico II, Catalina II, José II), la
apoyaron, aunque, en este último caso,
en sus manifestaciones más tímidas y,
muchas veces, como simple arma de
política internacional.

Los medios de que se valió el


movimiento para su difusión fueron
múltiples (entre otros, las sociedades
secretas, como la masonería), pero, en
primer lugar, hay que señalar las
sociedades de pensamiento,
específicas de la época, como los
Amigos del país en España, o
conocidas ya antes, pero potenciadas
ahora, como las academias y los
salones (éstos en muchas ocasiones,
regidos por «femmes de lettres», como
el influyente salón de los que Napoleón
llamó "ideólogos" o Sociedad de
Auteuil). Otros vehículos de enorme
importancia fueron la prensa periódica
y la internacionalización de las
ediciones. Por otra parte, la
independencia económica del
profesional de las letras, antes sujeto al
mecenazgo, dio mayor autonomía a su
pensamiento.
Aunque existieron diversas tendencias
entre los ilustrados (que, a veces,
dieron lugar a largas polémicas entre
ellos —por ejemplo, en torno a
problemas de la propiedad, que
enfrentó a fisiócratas y utópicos— y a
enemistades duraderas, como la de
Diderot-Rousseau), reconocieron
también una línea maestra común, que
los hizo solidarios en su lucha. Su arma
es la razón, desprovista de contenido
preestablecido y convertida en un
seguro instrumento de búsqueda, cuyo
poder no consiste en poseer, sino en
adquirir (libido sciendi). Con ella luchan
contra la superstición las formas
religiosas tradicionales y reveladas
(llegando al deísmo o al ateísmo), al
argumento de autoridad y las
estructuras políticas y sociales
anquilosadas, intentando eliminar
cualquier elemento de misterio,
extrañeza o milagro; es, por lo tanto,
una ideología antropocéntrica –Pope
diría que «el estudio propio del género
humano es el hombre»–, llena de un
optimismo activo frente al futuro,
porque cree en el progreso conseguido
a través de la razón, en la posibilidad
de instaurar la felicidad en la tierra y de
mejorar a los hombres, de por sí
buenos (Rousseau). En este sentido es
un movimiento entusiasta, basado no
en un frío racionalismo, sino
convencido de que la sensibilidad,
como aptitud para la emoción, es una
potenciadora de la razón, si viene
guiada por la experiencia: «a medida
que el espíritu adquiere más luces, el
corazón adquiere más sensibilidad», se
lee en L'Encyclopédie (artículo “foible”).
Al mismo tiempo, la Ilustración, forma
de pensamiento de una economía de
intercambio basada en el contrato
comercial, tiene como rasgos
distintivos el individualismo, el
igualitarismo formal, el universalismo
iusnaturalista, la tolerancia y el
postulado de la libertad.

Características

David Hume, retrato de Allan Ramsay (1766).


Voltaire, a la izquierda, en la corte de Federico II
de Prusia. Fue este último quien pronunció la
famosa frase «Todo para el pueblo, pero sin el
pueblo», cita que resume el despotismo ilustrado.

En la segunda mitad del siglo XVIII,


pese a que más del 70 % de los
europeos eran analfabetos, la
intelectualidad y los grupos sociales
más relevantes descubrieron el papel
que podría desempeñar la razón,
íntimamente unida a las leyes sencillas
y naturales, en la transformación y
mejora de todos los aspectos de la
vida humana.

Para entender correctamente el


fenómeno de la Ilustración hay que
recurrir a sus fuentes de inspiración
fundamentales: la filosofía de
Descartes -basada en la duda metódica
para admitir solo las verdades claras y
evidentes- y la revolución científica de
Isaac Newton, apoyada en unas
sencillas leyes generales de tipo físico.
Los ilustrados pensaban que estas
leyes podían ser descubiertas por el
método cartesiano y aplicadas
universalmente al gobierno y a las
sociedades humanas. Por ello la élite
de esta época sentía enormes deseos
de aprender y de enseñar lo aprendido,
siendo fundamental la labor
desarrollada por Diderot y D'Alembert
cuando publicaron la Encyclopédie
raisonée des Sciences et des Arts entre
1751 y 1765, inspirada por los
principios laicos y materialistas de la
burguesía francesa y completada en
1764 con el crítico Dictionnaire
philosophique, de Voltaire.
Como característica común hay que
señalar una extraordinaria fe en el
progreso y en las posibilidades de los
varones y mujeres para dominar y
transformar el mundo. Los ilustrados
exaltaron la capacidad de la razón laica
para descubrir las leyes naturales y la
tomaron como guía en sus análisis e
investigaciones científicas. Defendían
la posesión de una serie de derechos
naturales inviolables, así como el
reformismo frente al abuso de poder
del absolutismo y la rigidez de la
sociedad estamental del Antiguo
Régimen; fue precisamente el fracaso
de este reformismo el que convirtió a la
Ilustración en Liberalismo al estallar la
Revolución francesa. Criticó la
intolerancia en materia de religión, las
formas religiosas tradicionales y al
Dios castigador de la Biblia, y rechazó
toda creencia que no estuviera
fundamentada en una concepción
naturalista de la religión. Estos
planteamientos, relacionados
íntimamente con las aspiraciones y
valores laicos y materialistas de la
burguesía ascendente, penetraron en
otras capas sociales potenciando un
ánimo crítico hacia el sistema
económico, social y político
establecido por los estamentos
nobiliario y clerical que culminó en la
Revolución francesa.

Antropocentrismo: Hay un nuevo


Renacimiento en que todo gira en torno
al ser humano y en particular en torno a
su razón material y sensible de forma
aún más pronunciada que en el siglo
XVI, aunque el papel que entonces jugó
Italia lo desempeña esta vez Francia.
La fe se traslada de Dios al hombre:
hay confianza y optimismo en lo que
éste puede hacer, y se piensa en que el
progreso (surge en este siglo la
palabra) humano es continuo e
indefinido, (Condorcet escribe su
Cuadro de los progresos del espíritu
humano) y los autores modernos son
mejores que los antiguos y los pueden
perfeccionar. Se formuló la filosofía del
optimismo (Leibniz) frente al
pesimismo característico de la Edad
Media y el Barroco. La sociedad se
seculariza y la noción de Dios y la
religión empieza a perder, ya
definitivamente (como había
empezado a mediados del XVII con la
Paz de Westfalia), la importancia que
en todos los órdenes había tenido
hasta ahora; se desarrolla una cultura
exclusivamente laica e incluso
antirreligiosa y anticlerical. Empiezan a
formularse las expresiones más
tolerantes de espiritualidad: nihilismo
libertario (Casanova, Pierre Choderlos
de Laclos), Masonería, deísmo
(Voltaire), agnosticismo; incluso se
formulan ya claramente las propuestas
del ateísmo (Pierre Bayle, Baruch
Spinoza, Paul Henri Dietrich) y el
libertinismo, expuesto por algunos
personajes de novelas escandalosas
de la época (Marqués de Sade, etc.). La
atención a los aspectos más oscuros
del hombre constituye lo que se ha
venido a llamar "la cara oscura del siglo
de las luces".

Racionalismo: Todo se reduce a la


razón y la experiencia sensible, y lo que
ella no admite no puede ser creído.
Durante la Revolución francesa, incluso
se rindió culto a la «diosa Razón», que
se asocia con la luz y el progreso del
espíritu humano (Condorcet). Las
pasiones y sentimientos son un mal en
sí mismos. Todo lo desprovisto de
armonía, todo lo desequilibrado y
asimétrico, todo lo desproporcionado y
exagerado se considera monstruoso en
estética.

Hipercriticismo y su subsecuente
reformismo: Los ilustrados no asumen
sin crítica la tradición del pasado: con
la Enciclopedia se replantean todo el
conocimiento anterior filtrándolo a la
luz de la razón y desdeñan cuanto no
se somete a los principios laicos y
materialistas que esta impone. Por ello
desdeñan toda superstición y
superchería (los "errores comunes" de
Benito Jerónimo Feijoo), incluyendo a
menudo la religión. Los consideran
signos de oscurantismo y de una
sociedad periclitada: es preciso
depurar el pasado de todo lo que es
oscuro y poco racional para construir
una sociedad mejor y más pura. Se usa
la literatura (el teatro, la fábula, la
sátira) para corregir los defectos de la
sociedad y mejorarla (castigat ridendo
mores, "corrige riendo las costumbres",
escribe Horacio): se educa, no se
entretiene sino para conseguir lo
primero. La tragedia expone los
funestos resultados de la pasión o
sentimiento fuera de control; la
comedia ridiculiza los defectos
morales del ser humano; la fábula
suministra ejemplos de conductas
útiles y prudentes y antiejemplos
opuestos. La historia se empieza a
documentar con rigor; las ciencias se
vuelven exclusivamente empíricas y
experimentales; la sociedad misma y
sus formas de gobierno comienzan a
ser sometidas a la crítica social, lo que
culmina en las revoluciones al fin del
periodo. Hay un enorme deseo de
utopía política, que Jean-Jacques
Rousseau formula con su concepto de
voluntad general para inspirar
gobiernos más justos; igualmente,
Montesquieu exige una justicia mejor
preconizando el principio de
separación de poderes; la revolución
americana declara buscar la felicidad
aquí en la tierra y proclama el derecho
democrático a elegir los gobernantes
frente al modelo monárquico. Empieza
a hablarse de constituciones. Se crean
sociedades para mejorar todas las
disciplinas (academias científicas
como la Royal Society, bibliotecas
públicas, museos, Sociedades
económicas de amigos del país...), las
ciencias (Isaac Newton, Leibniz,
Georges Louis Leclerc, Linneo,
Lavoisier, Euler, Franklin), la medicina
(vacuna, primeros intentos de
higienización), la tecnología (máquina
de vapor, pila voltaica, reinvención de la
porcelana, lanzadera volante, lámpara
de gas, cronómetro, termómetro,
sextante), la economía (Adam Smith)
avanzan notablemente gracias a esta
preocupación, por lo que hay un gran
crecimiento demográfico.
Charles Louis de Secondat, Barón de
Montesquieu.

Pragmatismo: Sólo lo útil merece


hacerse; se desarrolla la filosofía del
Utilitarismo preconizada por Jeremías
Bentham, que halla un principio ético
general en la felicidad enunciada por
Epicuro, bajo la fórmula de «la mayor
felicidad para el mayor número de
gente». Las literaturas y las artes en
general han de tener un fin útil, que
puede ser didáctico (enseñanza), moral
(depurar de las insanas pasiones) o
social (sátira de las malas costumbres,
para corregirlas). De ahí que entren en
crisis géneros como la novela o que se
cultiven las novelas de aprendizaje y
que se pongan de moda las fábulas, las
enciclopedias, los ensayos, las sátiras,
los informes y en general los géneros
ensayísticos. El teatro pretende
corregir las costumbres con la comedia
y limpiar de pasiones el alma con la
tragedia. Es ésta la Poética finalista del
Neoclasicismo francés, comúnmente
rechazada por el Empirismo inglés y la
Ilustración alemana.

Imitación: La mímesis se hace relativa


a la mathesis cartesiana. La
originalidad se considera un defecto en
el restrictivo neoclasicismo francés,
que no supo asumir a Shakespeare, y
se estima que se pueden lograr obras
maestras «con receta», imitando lo
mejor de los autores grecorromanos
(clasicismo o neoclasicismo), que se
constituyen en modelos para la
arquitectura, la escultura, la pintura y la
literatura. El academicismo impera en
el terreno artístico y sofoca toda
creatividad en Francia y toda cultura
sujeta a su influencia El buen gusto es
el criterio principal y se excluye lo
imperfecto, lo feo, lo decadente, lo
supersticioso y oscuro, la violencia, la
noche, las pasiones desatadas y la
muerte. El teatro debe someterse a las
reglas de las tres unidades, no ya
estatuidas por Aristóteles sino un tanto
burdamente simplificadas: unidad de
acción, lugar y tiempo; es más, los
franceses añaden la unidad de estilo.
Inglaterra mediante la estética
empirista y, en especial, Alemania, es
decir, los pivotes representados
paradigmáticamente por Lessing y
Kant, definirán una posición
evolucionada, que rechazará
frontalmente todo teatro francés, y la
propuesta de la originalidad del
genio.[17]​

Idealismo: El buen gusto exige


rechazar lo vulgar: no se cuenta con los
criterios estéticos del pueblo y la
realidad que ofrece la literatura es
mejor de lo que la realidad es, es
estilizada, neoclásica. El lenguaje no
admite groserías ni insultos, y busca el
purismo, aunque con frecuencia se
contagia de galicismos; no se
presentan crímenes ni críticas a un
poder que es inmutable (no se trata,
por ejemplo, el tema del tiranicidio en el
teatro, ni aparecen mezcladas las
clases populares con las elevadas por
decoro, ni temas de mal gusto como el
suicidio (que solo aparecerá en el
Romanticismo con el Werther de
Goethe), y todo es amable y elevado.
Se excluye lo temporal y lo histórico,
cualquier forma de cambio "desde
abajo" de la cosmovisión ilustrada.
Universalismo: El molde generalizador
y objetivizador de la razón conduce a
los ilustrados a asumir una tradición
cultural cosmopolita, a asumir la
relatividad cultural (Cartas persas de
Montesquieu, críticas a la diversidad de
las religiones de Voltaire, gusto por el
exotismo de los libros de viajes) y
funden todo tipo de tradiciones en la
horma grecorromana que les sirve de
fuente principal. Sienten interés por lo
exótico, pero no lo asumen, porque
buscan en él lo específicamente
humano y universal. Y como la
tradición literaria más universal es la
clásica y el academicismo francés la
ha incorporado, todo lo francés se
pone de moda y poseer la lengua
francesa se transforma en un signo de
distinción: el arte y la cultura francesa
influye en Alemania, España y Rusia y
sus lenguas se llenan de galicismos.
Se habla de "las Grecias, las Romas y
las Francias" porque no existe (aún) el
subjetivo nacionalismo romántico ni la
teoría de los caracteres nacionales y se
siguen los géneros puros e
intemporales del clasicismo
grecolatino: la fábula, la tragedia, la
comedia, la oda, la elegía, la égloga o
pastoral, la sátira, el poema didáctico o
moral y se arrinconan géneros propios
de otras culturas barrocas como la
tragicomedia lopesca o el drama
isabelino, o de aire medieval como la
comedia de santos o el auto
sacramental, modelos desviados y
apartados del clasicismo universal. Es
más, el universalismo ilustrado
empieza a elaborar utopías de gobierno
colectivo cuyo choque con la realidad
desencadenará la Revolución francesa.
Por otra parte, la Ilustración inglesa,
empirista, y la Ilustración alemana, de
tendencia idealista, promoverán una
filosofía y un arte, sobre todo esta
última, de mucho mayor calado que el
formado por el neoclasicismo francés.
De raíz española, si bien en gran
medida transterrada a Italia por la
expulsión jesuita de 1767, fue la
importante y tardía Ilustración
española o hispánica, universalista y
comparatista encabezada por Juan
Andrés, el lingüista Lorenzo Hervás, el
musicólogo Antonio Eximeno y los
grandes botánicos y los filipinistas y
americanistas.

La filosofía ilustrada
Immanuel Kant

La Ilustración se nutrirá
filosóficamente de varios movimientos
y corrientes del pensamiento,
empezando por el moderno del siglo
XVII. Entre ellos, cabe destacar el
Antropocentrismo, el Racionalismo
(René Descartes, Blaise Pascal, Nicolas
Malebranche, Baruch Spinoza, Gottfried
Wilhelm Leibniz), el Empirismo (Francis
Bacon, John Locke y David Hume), el
Materialismo (La Mettrie, D'Holbach), el
Hipercriticismo, el Pragmatismo, el
Idealismo (George Berkeley e
Immanuel Kant) y el Universalismo. En
los campos de la filosofía, metafísica,
geometría, astronomía, astrofísica,
geografía, lógica, ética, derecho,
estética, deontología, religión, ciencia,
política cabe destacar la obra de
Immanuel Kant, que sigue teniendo
sobrada vigencia, en esos temas, hoy
en día.
Todo el movimiento filosófico tiene su
expresión en el resto de los órdenes de
la vida social nacional y europea.

La política en la Ilustración

«La guerra es el arte de destruir hombres, la


política es el arte de engañarlos», frase atribuida
a Jean Le Rond d'Alembert (1717-1783).
Científico y pensador francés de la Ilustración,
promotor de la Enciclopedia junto con Diderot.
Al igual que otros filósofos de la Ilustración, Jean-
Jacques Rousseau fue crítico con el comercio
atlántico de esclavos.[18]​

En política surge el despotismo


ilustrado que llevará pronto, aún a su
pesar, a la teoría de la separación de
poderes. Se subordina el poder
religioso al civil (secularización) y
dentro del religioso aparecen las
primeras señales de independencia de
las iglesias nacionales respecto al
absolutismo del papa (regalismo) y
aparece el concepto de contrato social
que se hará fuerte con Rousseau y el
socialismo utópico.

Para los ilustrados, el destino del


hombre es la epicúrea felicidad, y la
propia Constitución de los Estados
Unidos acogerá este propósito como
uno de los derechos de los ciudadanos.
Hacia el final del siglo el liberalismo,
con la Revolución francesa a partir de
1789 aunque iniciado en Gran Bretaña
de forma menos traumática con las
ideas de John Locke, Adam Smith,
Jeremías Bentham y John Stuart Mill,
expande las conquistas sociales de la
Ilustración por Europa y Norteamérica,
dándose fin al Antiguo Régimen.

Acaba progresivamente la sociedad


estamental que se viene arrastrando
desde el feudalismo y emerge una
nueva clase social, la burguesía, que
adquiere conciencia de su poder
económico y su impotencia política, de
forma que conquistará el gobierno de
su destino a lo largo del siglo siguiente
a través de diversas revoluciones
(1820, 1830, 1848) en que va
ampliando su presencia en los órganos
políticos del estado relegando a la
aristocracia a un papel subalterno.

En el ámbito de la jurisprudencia,
Cesare Beccaria (1738-1794) publicó
en Livorno en 1764 Dei delitti e delle
pene,[19]​
obra que sienta las bases de la
moderna ciencia criminal. Beccaria
establece la gravedad de los delitos y
la proporción de las penas a partir de
los principios de la filosofía ilustrada
francesa y la teoría contractualista y
utilitarista (J. Locke). El jurista italiano
entiende el delito como violación del
orden social y la pena como una
defensa del mismo. En Dei delitti e delle
pene plantea también una dura crítica a
los métodos judiciarios de la época
(como la tortura o la pena de muerte,
“ni útil ni necesaria”). Algunos
legisladores europeos asimilaron la
lección de Beccaria: Catalina II de
Rusia, por ejemplo, promovió una
reforma del código penal inspirada en
la obra del filósofo italiano.[20]​
La religión en la Ilustración

Véase también: Ateísmo en la Ilustración

En la religión se realizan las primeras


formulaciones del deísmo y el ateísmo,
e incluso el satanismo.[cita requerida] El
laicismo se va instalando con fuerza
cada vez mayor en los gobiernos de
Europa como una consecuencia natural
del Tratado de Westfalia (1648), que
consagró el fin del cesaropapismo; los
mismos monarcas católicos empiezan
a ver los beneficios económicos que
reportan el regalismo y las
desamortizaciones para el estado:
empieza a discutirse además el
excesivo papel que tenían las órdenes
religiosas en las universidades y su
monopolio en la educación general,
que hacía encauzasen los mejores
talentos hacia la carrera eclesiástica en
vez de a las ciencias prácticas.

En 1759 el marqués de Pombal,


ministro del rey portugués José I de
Portugal, expulsó a los jesuitas, últimos
defensores del cesaropapismo, en lo
que le siguieron la mayoría de los
países europeos (Francia, 1762;
España, 1767; Parma, 1768; el propio
papa disuelve la Compañía en 1773). El
emperador católico de Austria José II
cerró los claustros y los conventos
para evitar el desperdicio de vidas que
a su juicio representaba la clausura...
abriendo así además la vía para la
secularización y desamortización
general de sus bienes. Carlos III
produjo una expulsión que, en razón de
sus territorios, abarcaba no sólo
España sino toda la América hispánica
y Filipinas. Si ha sido discutida la gran
transcendencia del perjuicio intelectual
y académico de esta expulsión, lo
cierto en cualquier caso es que estos
jesuitas hispánicos contribuyeron
decisivamente a una madura
Ilustración cristiana desplegada desde
Italia, lugar de acogida de los
miembros de esta orden española.

En los países protestantes, el pietismo


de August Hermann Francke y Nicolaus
Ludwig von Zinzendorf, que
propugnaba una religiosidad
puramente espiritual y personal, se
enfrentó igualmente a la ortodoxia
clerical establecida más mundana. La
religión se empieza a contemplar a
través de criterios científicos y laicistas
como si se estudiara a la naturaleza
misma y desde un punto de vista
utilitarista que abandona las viejas y
supersticiosas concepciones. Para la
mayoría de los filósofos, la ilustración
incluía un rechazo del cristianismo
tradicional. Y la aparición de estas
tendencias laicas culminó con la
Revolución francesa.

En un siglo caracterizado por la


soberanía de la razón, el Ensayo sobre
el entendimiento humano (1690) de
John Locke reclamaba pruebas de los
dogmas religiosos y entabló un
combate general contra el
dogmatismo. En Inglaterra, el repudio
de la tradición religiosa acrítica había
derivado rápidamente hacia el deísmo,
que ya solo reconocía a Dios, a la virtud
y a la inmortalidad como los tres
fundamentos de una religión natural
universal; la obra del primer deísta
John Toland Christianity not Misterious
(1696) había señalado el punto de
partida de este movimiento que, en el
siglo XVIII, contó a Gotthold Ephraim
Lessing, a Voltaire y a Volney como a
sus principales adeptos.
Pero la tendencia intelectual más
radical en el "estudio" de la religión fue
el materialismo francés del siglo XVIII.
En 1745 un médico, Julien Offray de La
Mettrie, publica su Histoire naturelle de
l'âme ("Historia natural del alma"), en la
que llega a la conclusión de que esta
es material. Aunque la obra fue
quemada por mano del verdugo a
causa del mandato del Parlamento del
París, el autor desarrolló su teoría y
publicó en 1747 su libro principal,
L'Homme Machine, en que define al
hombre como una máquina y defiende
ostensiblemente un materialismo ateo.
Federico el Grande lo llamó a su
Academia de Berlín, donde el filósofo
acudió de buen grado, ya que era
perseguido en Francia por sus
concepciones políticas, reputadas de
peligrosas. Su seguidor, el barón de
Holbach, expuso las teorías del
materialismo francés en su Système de
la Nature (1770) mezclándolos con los
restantes elementos de la doctrina
empírica, el Sensualismo de Condillac,
el Determinismo de Diderot y la moral
del egoísmo preconizada por Helvetius,
llegando a la conclusión de que, en
realidad, nada existe fuera de la
materia eterna de la que provienen
todos los movimientos de los cuerpos
y que, por consiguiente, la concepción
de Dios es inútil y la religión es una
invención de los curas para
aprovecharse ellos únicamente de la
moral, por lo que solo puede perjudicar
al bienestar del pueblo. Sus ideas,
divulgadas por el grupo que Jean-
Jacques Rousseau llamó coterie
holbachique, empezaron a calar
seriamente entre los pensadores libres
y ya el propio Rousseau había
defendido una religiosidad natural en
su "Profesión de fe del vicario
saboyano", dentro de su Emilio. "Por
vez primera se produce un rechazo
firme de toda religión revelada en
nombre del materialismo puro y una
nueva visión del mundo se enfrenta a la
concepción teológica que hasta
entonces había sido válida"[21]​

Por otra parte, sociedades secretas


como la Francmasonería, los Rosacruz
y los Iluminati identificaban a Dios
como un laico arquitecto racional del
universo y condenaban la religión
como una superstición vulgar; lo
importante para ellos era construir el
templo de la humanidad sobre las
bases de la caridad activa y la ética
como categorías superiores a toda
religión. La primera gran logia
masónica se fundó en Londres en 1717
y en 1723 James Anderson escribió
sus Constituciones o estatutos. La
masonería se propagará por todo el
mundo y, por ejemplo, tendrá una gran
importancia en la secesión y
constitución de la primera república
presidencial del siglo XVIII: los Estados
Unidos, que no reconoce ninguna
religión como oficial. Incluso algunos
eclesiásticos y monarcas fueron
masones, como Federico el Grande, e
intelectuales como Wieland, Goethe y
Lessing, entre muchos otros, fueron
masones.

Se difunde una concepción más


espiritual, personal y sobre todo
tolerante de la iglesia. La religión se
convierte en un compromiso personal
con Dios que abandona las
imposiciones dogmáticas e
institucionales de las iglesias, que,
según los ilustrados, ocupan el lugar
verdadero de Dios. La Ilustración se
caracterizaba por la pluralidad y la
tolerancia. La tolerancia es el principio
que exponen Voltaire y Lessing en sus
obras. Voltaire escribirá que "en un país
donde hay una sola religión, no se
puede vivir; en donde hay dos, hay
guerra civil; pero en Inglaterra, donde
hay treinta, existe paz". Y Lessing, en su
drama Natán el Sabio (1779), proclamó
el evangelio del amor tolerante en su
forma más pura y en su Erziehung des
Menschengeschlechtes ("Educación del
género humano", 1780) trata además
de resolver la contradicción entre la
revelación y la razón, explicando que la
ética es la última meta de todas las
religiones. Convivirán ortodoxos,
católicos y protestantes; deístas y
partidarios de la llamada religión
natural que llama a Dios "Ser supremo"
y al que incluso consagró un ara o altar
en Nôtre Dame durante la Revolución
francesa. Pero también había ateos y
nihilistas o libertinos (el marqués de
Sade, Choderlos de Laclos, Restif de la
Bretonne), también llamados pirrónicos
o llanamente descreídos.

La Iglesia estaba sometida al Estado


absoluto, lo cual generó conflictos en
los países católicos, ya que dependían
a su vez de las decisiones del pontífice
en Roma.

Las artes y las ciencias en la


Ilustración

Si la Ilustración francesa permanece


consustancial al Neoclasicismo, según
antes quedó referido, la inglesa y el
Empirismo se constituyen en
importante esfera prerromántica y
preidealista en los más diferentes
campos del saber, al margen de las
ciencias experimentales y la sociales
que entonces se atisban. La Ilustración
alemana será, en las artes, fundamento
de la inmediata Romantik, tras el Sturm
und Drang.

En física, óptica y matemáticas, los


avances son decisivos gracias a las
contribuciones de sir Isaac Newton y
otros estudiosos. Igualmente en
botánica. Surge la economía política
como ciencia moderna gracias a las
aportaciones de los fisiócratas y sobre
todo del liberalismo de Adam Smith y
su monumental obra La riqueza de las
naciones. Para la visión del mundo es
importante que la geografía terminase
de cartografiar todo el globo, a
excepción de los círculos polares y
algunas regiones de África.

La Enciclopedia significó una ruptura


del concepto histórico en favor de una
visión esquematizada. Sin embargo,
por otra parte, la historiografía
moderna y su fundamentación
epistemológica fue una de las grandes
realizaciones ilustradas, tanto desde el
punto de vista del tratamiento del
objeto como del método, lo cual
pretendió oscurecer el
romanticismo.[22]​
Juan Andrés (1740-1817).

En Italia el reformismo ilustrado se


entrecruzó con la gran tradición
humanista de matriz renacentista: los
resultados de más relieve se enmarcan
en los ámbitos de la teoría política y
jurídica (el antes referido Cesare
Beccaria, los hermanos Alessandro y
Pietro Verri, Antonio Genovesi, Gaetano
Filangieri o Francesco Mario Pagano) y
la historiografía,[23]​
tanto civil
(Ludovico Antonio Muratori, en cuanto
precursor) como literaria (Girolamo
Tiraboschi). La Storia della letteratura
italiana de Tiraboschi, obra
paradigmática de la erudición
dieciochesca italiana, es el primer gran
ejemplo de historia literaria nacional en
Europa.

La Ilustración universalista española,


importante para la geografía y las
exploraciones desde tiempos
anteriores a sus precursores más
inmeditos Pedro Murillo Velarde y
Jorge Juan, culminará la creación de la
Comparatística moderna, tanto desde
el punto de vista de la historiografía
universal de las letras y las ciencias
(Origen, progresos y estado actual de
toda la literatura) por Juan Andrés,
como de la lingüística (Catálogo de las
lenguas de las naciones conocidas) por
Lorenzo Hervás,[24]​
que contó con una
gran red intercontinental de
colaboradores, y la musicología
universal por Antonio Eximeno. Las
importantes obras de la Ilustración
universalista española se publican
originalmente en Italia y en lengua
italiana. Por otra parte, la Escuela
española, ya inicialmente interesada
por la física y la meteorología,
especialmente a partir de las obras de
Andrés, originó una tradición de
estudios meteorológicos, también
sísmicos, fundamental que alcanzaría
posteriormente sus grandes maestros
y descubridores en las figuras de Benet
Viñes y Federico Faura, creadores de
los observatorios de La Habana y
Manila.[25]​
Véase también
Ateísmo en la siglo XVIII
Ilustración Ilustración
Encyclopédie política en Italia
Estado laico Neoclasicismo
Filantropía Racionalismo
La Ilustración Sapere aude
en España Siglo XVIII
Escuela República de las
Universalista Letras
Española del

Bibliografía general
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7. Cf. Cf. F. Sánchez-Blanco Parody,
Europa y el pensamiento español del
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8. Joaquín Ocampo Suárez-Valdés:
[http://www.cervantesvirtual.com/obra/
los-catalanes-en-espana-y-la-economia-
politica-de-la-ilustracion--conquista-
pacifica-o-espanas-vencidas/ Los
catalanes en España y la Economía
política de la Ilustración: ¿«Conquista
pacífica» o Españas vencidas?], Revista
de historia moderna nº 29, 2011,
pp.185-204. ISSN 0212-5862
9. J.A. Maravall, Estudios de la historia
del pensamiento español (siglo XVIII),
Madrid, Mondadori, 1991.
10. Cf. F. Sánchez-Blanco Parody,
Europa y el pensamiento español del
siglo XVIII, ob. cit.
11. Cf. P. Aullón de Haro, Los géneros
ensayísticos en el siglo XVIII, Madrid,
Taurus, 1987.
12. Cf. P. Aullón de Haro, La Escuela
Universalista Española del siglo XVIII,
Madrid, Sequitur, 2016.
13. Cf. D. Soto Arango, La Ilustración en
América Colonial. Bibliografía crítica,
Madrid, CSIC, 1995.
14. Cf. S. Vargas Alquicira, La
singularidad novohispana en los
jesuitas del siglo XVIII, México, UNAM,
1989.
15. Cf. E. Cassirer (1932), La Filosofía
de la Ilustración, México, FCE, 1972, 3ª
ed.
16. En Cartas sobre la educación
estética del hombre (1795).
17. Cf. E. Cassirer (1932), La Filosofía
de la Ilustración, ob. cit.
18. «Abolitionism - The Abolition of The
Slave Trade» . Abolitionism (en inglés).
Consultado el 4 de mayo de 2016.
19. La obra de Beccaria fue traducida al

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