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CONTRA EL ISLAM EN DEFENSA DE NUESTRA “IDENTIDAD”: SÍ, PERO

¿CUÁL?

Stefano Di Ludovico

Entre las ideas fuerza que Matteo Salvini presenta como esenciales para el nuevo curso de la
Liga Norte continúa estando el “no a las mezquitas”, o el rechazo a la construcción de lugares de
culto islámicos en nuestras ciudades. Decimos “continúa” porque si en otras áreas Salvini parece
haber dado un giro importante e innovador a la política de su partido (véase, por ejemplo, a nivel
interno, la atención a la dimensión nacional o, a nivel internacional, el apoyo a la Rusia de Putin),
sobre tal punto no hubo novedades sustanciales respecto a las tradicionales posiciones anti
islámicas propias del movimiento liguista, en el que el “tema de la inmigración” y la “cuestión
islámica” siempre se han visto como las dos caras de la misma moneda. Y a partir de esta
identificación parece surgir una serie de problemas cuyo enfoque creemos será útil para aclarar los
límites y las contradicciones en las que incluso la nueva Liga de Salvini continúa moviéndose, y con
ella los diferentes partidos y movimientos europeos considerados “identitarios” -etiquetados como
“populistas” o de “extrema derecha” – con los cuales la Liga está hoy más estrechamente aliada,
límites y contradicciones que van a invertir la naturaleza, los valores de referencia y la misma
visión del mundo que son la base de toda esa área política.
Como se sabe, el “no a las mezquitas” es parte de una batalla política general encaminada a
obstruir y detener la propagación en Italia de las prácticas, usos y costumbres islámicas,
consideradas incompatibles, si no hostiles, a las de nuestro propio país y a las de Occidente en
general. El “no a las mezquitas” va de la mano con el no al velo para las mujeres, el no al kebab, el no
a la comida islámica en los comedores escolares y así sucesivamente. La cuestión decisiva es por
consiguiente la de la llamada “amenaza islámica”, y por lo tanto ligada a la de la “invasión
extracomunitaria” que pondría en riesgo, más allá de los costos materiales y sociales que implica
inevitablemente la inmigración sin reglas, la identidad y, por lo tanto, la propia supervivencia de
nuestra civilización. Si no fuera por esto, sería difícil de entender cómo se podría justificar la
negativa a reconocer el derecho fundamental de los fieles musulmanes a rezar en los lugares
adecuados (¿o los quieren dejar quizá en sótanos y garajes?), derecho que no nos parece que los
liguistas, como los partidos afines a ella antes mencionados, quieran negar a los representantes de
otros cultos no cristianos. No nos consta, de hecho, que estos se movilicen cada vez que temen la
construcción de un templo judío, budista o de la nueva era, sin tener en cuenta el hecho de que
entre los musulmanes también se cuentan en la actualidad decenas de miles de ciudadanos
italianos convertidos (por lo tanto, no ciertamente “extracomunitarios”): en este caso encontrar
alguna razón que pueda justificar la denegación del derecho de culto reconocido a los italianos
cristianos, judíos o budistas sería aún más difícil y un tanto paradójico. Así que, más que una
cuestión de elementales cuanto descontados derechos subjetivos, el problema parece ser aquello
mucho más importante de la defensa de nuestra “civilización”, dado que ésta, al decir de estas
fuerzas políticas, se pondría en riesgo principalmente por el Islam, no constituyendo en este sentido
otras religiones ningún peligro, tanto por el número limitado de sus miembros, como porque
principalmente estos, más allá del Dios particular en el que creen o del culto específico que le
reservan, aparecen para el resto perfectamente integrados en la sociedad occidental,
reconociéndose plenamente en sus costumbres y en sus valores subyacentes.
Uno se pregunta, entonces, cuál sería esta “civilización” occidental, cuáles sus costumbres y
valores, en nombre de los cuales la Liga y otras fuerzas identitarias europeas llevan a cabo su lucha
anti islámica. Que se sepa, la única “civilización” que caracteriza a Occidente hoy es la llamada
civilización “moderna”, o civilización laica materialista y consumista, que nació precisamente en
Occidente hace unos dos siglos, se ha ido gradualmente ampliando gracias al predominio de éste al
resto del mundo, mundo casi por completo “occidentalizado”: como tal civilización fue construida
aquí, con nosotros haciendo tabla rasa de todas las civilizaciones y culturas “otras”, civilizaciones y
culturas de tipo esencialmente “tradicional” que caracterizaron en origen al Occidente mismo, y del
mismo modo se va imponiendo a nivel global, barriendo la civilizaciones locales tradicionales,
algunas de las cuales no han sido totalmente erradicadas, en algunas zonas todavía están tratando
de resistir en nombre de la defensa de su propia identidad. El Islam, aunque también
profundamente distorsionado por la modernidad, es una de ellas, más allá de las diferentes
articulaciones y corrientes, a menudo en una amarga lucha entre ellas, lo que inevitablemente
caracteriza cualquier gran tradición (si hay una cosa que une a los sunitas del Isis o de la
Hermandad Musulmana, y los chiítas de Irán o de la libanesa Hezbolá es la ‘hostilidad hacia las
costumbres y estilo de vida occidentales). Cuando la Liga y los partidos “identitarios” dicen que
luchan por la “identidad” occidental contra la amenaza islámica, entonces es de esta identidad de la
que esencialmente están hablando, dado que en Occidente, desde hace varias décadas, no se ve otra.
Hablar incluso de defensa de la “identidad cristiana”, como estos movimientos hacen, como si el
Occidente todavía se identificara con esta su última, en un sentido temporal, tradición, parece más
un mero pleonasmo, visto que los cristianos de Occidente y sus respectivas iglesias están desde
hace mucho tiempo completamente homologados a la cultura “moderna” que, en contra de su
propia “tradición”, fue construida. Ni en este sentido puede hacer escuela la exigua y por lo tanto
completamente irrelevante minoría de “tradicionalistas” que aún permanece dentro de las Iglesias
cristianas: si los partidos identitarios fueran la expresión de tales instancias minoritarias, sin duda
no serían esos partidos de masas que son hoy o que, al menos, aspiran a ser.
El Islam, en cambio, incluso en nuestras sociedades, a menudo trae elementos y valores
realmente incompatibles con la modernidad y, por lo tanto, difícilmente “integrables”. Y es eso lo
que las fuerzas identitarias le reprochan, viendo a sus miembros como sujetos extraños y alógenos
respecto a nuestro mundo, a diferencia, como se ha dicho, de los seguidores de otras religiones que,
al igual que los cristianos, más allá de las formas externas que aún permanezcan en las prácticas del
culto, por lo demás están totalmente homologados a las costumbres y al estilo de vida materialista y
consumista propio de nuestra civilización. Así, una mujer musulmana que viste su ropa tradicional,
como por ejemplo el velo, genera protestas y casi un sentimiento de repulsión que está en
conformidad con nuestra “tradición”, los atuendos con los cuales se engalanan nuestras chicas
respetando la última moda lanzada por la etiqueta del momento. Del mismo modo, la apertura de
un kebab o de una carnicería musulmana irían a desfigurar, para los lugareños “identitarios”, la
decoración urbana de nuestras calles, mientras que un McDonalds o un local de moda y tendencias
no. Los ejemplos podrían multiplicarse: hace años, en Suiza, los partidos identitarios organizaron
un referéndum contra la construcción de minaretes porque éstos implicarían la ruptura de la
arquitectura típica de las ciudades suizas: no consta que tales partidos, en Suiza como en otros
lugares, se hayan levantado alguna vez, al menos con el mismo ardor, en contra de la excéntrica
arquitectura moderna que desfigura habitualmente nuestros centros históricos, como en general
nuestros barrios, por no hablar de los eco-monstruos de nuestros suburbios, donde ahora todo el
sentido de la proporción, la armonía, y por lo tanto de lo “bello” está completamente perdido, y no
ciertamente por culpa de los minaretes o de quién sabe qué otro exótico edificio.
El hecho es que ahora también los representantes de los movimientos y partidos que intentan, a
menudo de buena fe, denunciar la crisis y la decadencia de nuestra civilización, y presentarse como
los defensores del “localismo” y del “pluralismo” en contra de la homologación y la globalización
provocada por la modernidad, son hasta tal punto adictos y están tan comprometidos con su estilo
de vida y sus valores, que terminan por sentir como una amenaza y un peligro cada realidad que se
presenta como efectivamente “otra” y diferente. Si cavamos a fondo, detrás del “no a las mezquitas”
se esconde justamente la desconfianza, si no la verdadera y propia “fobia” del hombre moderno
hacia una civilización, como el Islam, todavía atada, como toda civilización digna de ese nombre, a
los fundamentos religiosos, “sagrados”, por lo que la presencia de personas que acuden a un lugar
de culto genera malestar a la mera visión y estaría perturbando la vida del barrio, mientras que no
se tendría nada que decir si esas mismas multitudes fueran a invadir, en día de fiesta, un centro
comercial o un centro deportivo. Hace años en Milán se montó un escándalo, justo por parte de la
Liga y otros partidos de la derecha, debido a que un grupo de musulmanes, durante una
manifestación, se detuvo a orar en la plaza de la catedral: se habló hasta de una “profanación” del
principal lugar sagrado de los milaneses. No nos consta que aquellos mismos partidos hayan
montado nunca un escándalo frente a la profanación permanente a la que aquel lugar es sometido a
causa de las más variadas y extravagantes iniciativas mundanas y consumistas que tienen lugar allí,
a menudo promovidas y financiadas por aquellos que, como ellos, han administrado la ciudad de
Milán. ¿Pero qué debería ofender principalmente a un espíritu religioso: gente, a pesar de ser de
otra fe, orando, o la campaña publicitaria para lanzar el último producto de consumo, tal y como se
hace cada día en la Plaza del Duomo? Volviendo a los ejemplos del velo o de los locales musulmanes,
el problema es que en Occidente no se puede dar razón de personas tan tenazmente vinculadas a
los dictados religiosos incluso en la ropa y en la alimentación (cosa que es perfectamente normal en
todas las civilizaciones tradicionales, donde todos los aspectos de la vida son una expresión de lo
“sagrado”), mientras que ser determinado por la lógica consumista incluso en los ámbitos más
intelectuales y espirituales, como ocurre en Occidente, se considera “normal” y por lo tanto es
tolerado. E incluso las campañas que los partidos identitarios emprenden a menudo a favor de los
símbolos y costumbres propios de nuestra tradición religiosa (véase la defensa del crucifijo o del
presepe [Nacimiento, Belén. N.t.] en lugares públicos) cuando estos son prohibidos por celosos
representantes institucionales en respeto a la “laicidad” del Estado, son hechas sobre todo en el
nombre de una tradición entendida como mero folklore (folklore que del consumismo es sólo una
variante) y por políticos que en general han perdido completamente el verdadero espíritu religioso
y tradicional, y que no siguen ya ciertas costumbres siquiera al nivel de una sola adhesión formal.
Queriendo negar a los musulmanes la oportunidad de seguir sus propias costumbres y valores, a
los cuales deberían renunciar para aceptar los nuestros, los partidos identitarios se ponen así,
sustancialmente y más allá de las diferencias aparentes, en el mismo plano que los partidos de
izquierda que, en nombre de la “integración” y de la “sociedad multiétnica” que van pregonando
como alternativas a aquellas del “rechazo” y de la “intolerancia” que reprochan a la derecha,
persiguen en realidad el mismo fin de “asimilación” de los musulmanes, como de cualquier otra
diversidad, al único modelo de civilización considerado legítimo, el occidental moderno. Y la
equívoca mezcla entre la “cuestión de la inmigración” y la “cuestión islámica”, que lleva
erróneamente a los partidos identitarios a acusar a la izquierda de “filoislamismo” como
consecuencia de su “immigracionismo”, cuando en realidad la izquierda puede ser todo excepto
“filoislámica”, ya que los valores y costumbres propios de la tradición islámica, como los de
cualquier “tradición”, son incompatibles con los valores y las costumbres de la modernidad, de la
que la izquierda es la representante por excelencia. ¿O los liguistas creen que las mujeres
progresistas italianas desean la adopción en nuestro país de la sharia en lo que respecta a, por
ejemplo, las relaciones hombre-mujer? En realidad, ellas quieren lo que básicamente quieren
también ellos: que los musulmanes renuncien a tales “bárbaras” y “atrasadas” tradiciones y se
conviertan a la magníficas y progresivas suertes de la modernidad, al ritmo del tan cacareado
multiculturalismo que para la izquierda no se reduce más que, también desde su punto de vista, a la
preservación de las aspectos “folklóricos” de las otras tradiciones dentro del único modelo de
civilización tolerado y reconocido.
La Liga y los partidos identitarios europeos se encuentran así frente a una encrucijada: o bien
definen claramente cuál sería la ‘identidad’, o el modelo de civilización al cual se adhieren y que
quieren salvaguardar contra la presunta “amenaza islámica”, o se arriesgan a servir ellos también,
en última instancia, de simples “perros guardianes” del sistema, alternativos sólo en apariencia, en
los detalles de los métodos y de las estrategias políticas, a las fuerzas del centro o de la izquierda
que tal sistema gobiernan y en el que se reconocen plenamente. Además, algunos de estos partidos -
especialmente aquellos del área protestante o nórdica – no ocultan en erigirse en los paladines más
intransigentes y rígidos justo del modelo de desarrollo occidental, contra un Islam no asimilable en
él: el LPF holandés por ejemplo, del difunto Pim Fortuyn, siempre ha rechazado claramente la
etiqueta de partido “reaccionario”, de “extrema derecha”, declarando varias veces querer defender
contra el tradicionalismo musulmán los valores laicos y seculares propios del Occidente moderno,
como la igualdad entre hombres y mujeres y los derechos gays (Fortuyn fue efectivamente
homosexual declarado), y posiciones similares adoptaron partidos “populistas” de países como
Dinamarca, Suecia o Noruega, que ven en su propio modelo de desarrollo “escandinavo” la punta de
lanza de la modernidad, en su opinión cuestionada por la cada vez mayor presencia de inmigrantes
musulmanes. En la práctica la ideología en la que tales partidos se basan es aquella que, con un
término en boga hoy en día, se llama “fallacismo”, la violenta polémica anti-islámica de la conocida
periodista italiana, debido precisamente a su plena participación de los valores occidentales
modernos que el Islam se obstina en no reconocer; “fallacismo” que, como es bien conocido,
continúa asomando la cabeza también en la Liga salviniana. La persistencia de parecidos horizontes
ideológicos encuentra su confirmación también en ciertas posiciones de política exterior que tales
partidos expresan, y que van a chirriar con las al tiempo interesantes innovaciones – tales como la
proximidad a la Rusia de Putin en clave antiatlantista y antieuropeísta -, antes mencionadas: véase,
por ejemplo, el filosionismo, el estado de Israel visto como el “baluarte de Occidente” en el mar
islámico de Medio Oriente, o el apoyo a los regímenes y movimientos árabes considerados “laicos” o
“moderados”, terminando con hacer propias las categorías interpretativas occidentalistas
totalmente fantasiosas y espurias, tendentes únicamente a reiterar que el único Islam que
Occidente tolera es un Islam hecho a su imagen y semejanza, un Islam que ya no es tal y que acepta
ser “asimilado” en todo y para todo al estilo de vida occidental (por cierto, el filosionismo parece
realmente paradójico en fuerzas declaradamente antinmigracionistas, ya que el propio Israel es un
estado fundado sobre la inmigración “ilegal” y la expulsión y guetización de los nativos).
Si en lugar de un modelo de sociedad diferente, de un modelo diferente de civilización, la Liga y
los partidos de la destra identitaria desean hacerse portavoces contra la decadencia y la anonimia
del mundo moderno y globalizado al que incluso dicen oponerse, entonces su invectiva y sus flechas
deberían ser dirigidas a otro lugar, contra un “enemigo” que no es, como el Islam, externo y exótico,
sino interno y endógeno, en cuanto que lo que ha destruido e impide el florecimiento de una
civilización “otra”, y que realmente pueda considerarse tal, se encuentra en la historia y en las
decisiones tomadas por Occidente a lo largo de su historia reciente, y en la actualidad tiene sus
bastiones en las instituciones y en los centros de poder de nuestros propios países. Así, en lugar de
despotricar contra la presunta cuanto misteriosa “invasión islámica”, es contra la invasión
“americana”, sea por sus bases militares como especialmente por sus costumbres de vida – el estilo
de vida americano -, contra lo que cualquiera que se presente como defensor de la identidad y de la
civilización europea debería despotricar; en vez de protestar contra la construcción de mezquitas o
por el uso del velo islámico, es contra la construcción de hipermercados, de sedes de
multinacionales, de todos los centros y los símbolos de la industria del consumo contra lo que
deberíamos revolvernos, porque son éstos los que perturban, humillan y degradan cotidianamente
y a sabiendas nuestras ciudades y nuestras propias vidas. La historia enseña que ninguna gran
civilización, si se ha mantenido firme y fuerte en sus tradiciones, ha sido borrada por el contacto y
la colisión con una civilización extranjera, la decadencia y la crisis siempre han sido principalmente
debido a factores internos. Del mismo modo sería completamente ilusorio pensar en salvaguardar
nuestras tradiciones obligando a los demás a abandonar las propias; de hecho, la obstinación con la
que los musulmanes siguen teniendo fe en sus costumbres frente a un mundo que va hacia otro
lugar, debería ser para nosotros una fuente de admiración y de ejemplo. Siempre que se sepa salir
de la equivocación de intercambiar nuestra tradición por aquello que en su lugar la ha destruido, y
se comprenda de una vez por todas cuál es ahora la verdadera batalla, el verdadero reto para todos
aquellos que realmente tienen en el corazón el destino de cada identidad y de cada civilización:
como escribió Guénon, “desde diferentes partes se habla mucho hoy de “defensa de Occidente”;
pero por desgracia, no parece entenderse que es, sobre todo, contra sí mismo que Occidente
necesita ser defendido”.
EL GRAN PROBLEMA METAFÍSICO Y LA TRADICIÓN
ALEXANDER DUGIN
Dentro de las religiones de línea abrahámica hay una especie de jerarquía que permite
distribuirlas de acuerdo con los criterios del inmanentismo y del trascendentalismo.
La religión que puede ser considerada la religión por excelencia, es, por supuesto, el judaísmo. Y
sobre todo, la forma de judaísmo que se desarrolló después de la llegada de Jesucristo, que rechaza
no sólo la Persona y misión de Jesús, sino el principio del Dios inmanente, Emmanuel (que en
hebreo significa "Dios con nosotros"). El abismo entre el Creador y la creación en el judaísmo es
máxima, y en general, el concepto de la creación misma, el "creacionismo", es de origen judío. El
judaísmo encarna el apofatismo abrahámico llevado hasta su extremo lógico.
El cristianismo del contexto abrahámico es el polo opuesto al judaísmo. De todas las religiones,
el cristianismo es la más catafática, gnóstica y esotérica. La figura central del cristianismo es Dios
Hijo, en el plano religioso sustituye al principio metafísico del ser puro. En cierto modo, el
cristianismo primitivo de hecho coincidió con el esoterismo judío, incluyendo muchos aspectos de
diversas enseñanzas judías - esenios, merkaba, gnosis, etc. También era al mismo tiempo judío,
además de gnóstico religioso y universal, como lo demuestran las palabras de San Pablo en relación
con el rango de Melquisedec, que encarna el aspecto supra-abrahámico de la Tradición (¡hay que
recordar que Abraham ofreció diezmos a Melquisedec como el más alto!), y un sumo sacerdote que
es del orden del propio Cristo.
Por último, el Islam se encuentra entre estos dos polos abrahámicos opuestos, por un lado,
tendiendo a la perspectiva cristiana, y por el otro lado, haciendo hincapié en el trascendentalismo
de Dios, incluso más radicalmente que el judaísmo ("Di: Allah es Uno, Dios eterno, no engendrado y
no generado, y no hay otro como él"). Además, todo el Islam esotérico - sufismo, chiísmo, etc - hace
especial hincapié en el principio de la divinidad inmanente. El sufismo sunní afirma "la luz de
Mahoma" como la realidad central, inmanente en toda la creación, la luz del ser puro. En el chiísmo
esta función es realizada por el "imán" o "luz del imamato", lo que a veces es incluso "la naturaleza
divina de los espíritus de los imanes". Y en versiones extremas del chiísmo - ismailí, aleví, etc. - el
concepto de una divinidad inmanente se centra en la persona de Qayím, el Imán escatológico, el
"hijo perfecto", que se considera está en un orden secreto a toda la creación, que lo aproxima no
sólo a la perspectiva cristiana en general, sino a los aspectos más esotéricos y gnósticos del
cristianismo.
Pero ahora es importante prestar atención especial al hecho de que la religión, sobre la base del
apofatismo, sólo refleja de forma implícita una perspectiva metafísica que se sitúa en su centro. Por
lo tanto, siempre dentro del marco de la religión, incluso el orientado hacia lo gnóstico, tratamos
sólo con los objetos de la fe, y por lo tanto la gnosis es aún incompleta, y el principio del Dios
inmanente es probable que se aplique a alguna modalidad interna, y no al ser puro. Esto significa
que, si la religión esotérica no es ajustada continuamente hacia el interior por el esoterismo, el
objeto central inevitablemente se desliza por la jerarquía ontológica, convirtiéndose en un ídolo, un
fetiche. Por lo tanto un símbolo del ser puro puede fusionarse de manera inseparable con la
manifestación del Intelecto Primero, luego con el "alma del mundo" (Anima Mundi) y, por último,
como una unidad lógica corporal del cosmos. Estos pasos se pueden ver fácilmente en el declive
histórico del cristianismo occidental, que en sus doctrinas teológicas, y especialmente en los
conceptos de algunas de las sectas cristianas más o menos contemporáneas, secuencialmente
desplazan hacia abajo la Persona de Cristo a través de la jerarquía ontológica, hasta Su
proclamación como un simple (aunque excelente) hombre, como en algunas corrientes del
protestantismo.
En el otro extremo del abrahamismo, en el judaísmo, tampoco hay ninguna garantía de no caer
en la idolatría: en primer lugar, la nada metafísica dentro de la religión también se proyecta en el
interior de la ontología y sólo simbólicamente actúa en su realidad. Esto conduce lógicamente al
caso de pérdida del secreto en las proporciones correspondientes - tal necesidad de secreto
pertenece a la esfera del esoterismo puro. Y en segundo lugar, cuando el principio es considerado
demasiado apofáticamente, tarde o temprano se comienza a no tener en cuenta, se considerará
simplemente no existente. Esto puede dar lugar a la ilusión de la inevitabilidad, y la suficiencia de la
protección del medio ambiente material específico, lo cual no significa simplemente idolatría, sino
una grave forma de materialismo de consumidor.
Así que ambos polos abrahámicos, en caso de pérdida del conocimiento de las proporciones
relevantes, corren el riesgo de transformarse en una parodia perversa no sólo en la tradición como
tal, sino también en la propia religión en su sentido verdadero y tradicional.
En cuanto al Islam, está en el medio de la escala abrahámica, tiene cierta inmunidad respecto al
uno y al otro y respecto a la posibilidad de distorsión. El Islam es más religioso y menos gnóstico en
comparación con el cristianismo, y por lo tanto es estable con respecto a los peligros de una
excesiva y no autorizada inmanentización. Por otro lado, es menos religioso que el judaísmo, de ahí
que sea menos probable que se escinda de forma irreversible de la fuente, y como resultado caiga
así en el materialismo práctico y en la abstracción que asesina el espíritu mismo de la religión.
Sin embargo, la solución de los grandes problemas acerca del significado de la emergencia del
Ser a un nivel religioso es imposible. Pertenece al campo del esoterismo, lo que significa que incluso
para formular este problema de manera adecuada, es necesario ir más allá del abrahamismo, llevar,
al igual que el mismo Abraham, diezmos simbólicos para el Dios que lleva el nombre de "El Elyon",
el "Dios Altísimo", es decir, Dios, que es mayor y superior a todos los demás dioses.
La solución de este gran problema metafísico está conectado con el misterio de la tradición
esotérica, que se basa en símbolos extraídos de una variedad de contextos sagrados, pero que está
más allá del alcance de estas formas. El momento de la elección definitiva realizada dentro de esta
tradición, lógicamente deberá coincidir con el punto más crítico de la existencia no sólo de las
tradiciones de la tierra, sino también de la totalidad del ser.
De acuerdo con la doctrina islámica, el profeta Mahoma fue el último de los profetas, el último
instaurador y reformador de la ley tradicional, "el sello de los profetas". Pero el esoterismo chií
establece que al final del ciclo debería aparecer el último de los intérpretes esotéricos de la
Revelación, el "sello esotérico". Con él y sus compañeros, todo el significado metafísico de la
pregunta acerca del sentido y la finalidad del origen secreto del Ser se restablece conforme a las
limitaciones inherentes a las tradiciones y religiones, firmemente establecidos en la perspectiva
metafísica adecuada.
Esta teofanía escatológica afecta significativamente a todas las religiones y tradiciones, dejando
al descubierto su núcleo oculto.
Pero el papel principal en este evento escatológico se le asigna al cristianismo - la tradición de
llevar la clave del misterio que supera incluso el gran y completo silencio.
“NEW-AGE”: PSEUDO-ESPIRITUALIDAD Y CONTRA-TRADICIÓN
ESAÚL R. ÁLVAREZ

Tanto por parte de la ‘élite cultural’ de nuestra sociedad como por parte de los medios que forman y
dirigen la opinión del gran público, el fenómeno de la new-age ha recibido poca o ninguna atención.
Desde su pretendida superioridad intelectual se considera este un asunto de importancia muy
menor, algo poco serio y propio de frikis, carente de relevancia social y poco digno de tratar.
Sin embargo para cualquier observador atento la realidad del día a día contradice este olvido
voluntario que como un velo de no reconocida censura se impone sobre el tema. Lo cierto es que la
new-age, bajo la forma de una pseudo-espiritualidad vaga y confusa, está cada día más presente en
la vida cotidiana de la gente y ejerce sobre el imaginario del ciudadano occidental una influencia
mucho mayor que todas las elucubraciones teóricas provenientes de prestigiosos académicos.
Es evidente que buena parte de este ‘olvido’ nace de la soberbia intelectual con que el
racionalismo exclusivista desprecia todo aquello que no entra dentro de su ámbito. Esta pretendida
superioridad que el cientifismo y el racionalismo muestran por cualquier planteamiento que
trascienda su reduccionismo materialista impide abordar seriamente el estudio de este movimiento
en su verdadero alcance social y analizarlo como merece en tanto hijo de la postmodernidad y
fenómeno a todas luces anti-tradicional.
Por tanto este silencio por parte de los medios considerados ‘serios’ no hace sino ocultar y
enmascarar una realidad que está ahí para cualquiera que alcance a ver un poco más allá de la
ficción elaborada por los mismos medios y que ejerce una influencia social innegable.
Al referirnos a la ocultación de la new-age en los medios de opinión ‘serios’ que señalan aquello
que debe ser de interés general, nos encontramos en realidad ante la continuación de la clásica
división de la existencia moderna en una ‘zona de luz’, dominada por la racionalidad exclusivista, y
una ‘zona de sombra’ en la que reinan el irracionalismo y la superstición y donde no existe el más
mínimo rigor intelectual.
Hay que advertir que esta ‘zona de sombra’ es consecuencia directa e inevitable del exclusivismo
racionalista al marginarse regiones completas de la existencia humana en tanto son consideradas
como no dignas de estudio y atención desde la centralidad del paradigma. De este modo esta ‘zona
de sombra’, que es como un negativo del iluminismo positivista y pragmático, queda abandonada
en manos de los amigos del misterio y de lo oculto dando lugar con ello a que se desarrollen todo
tipo de falsedades, pseudo-mitos y nuevas supersticiones. Es en esta zona de sombra
evidentemente donde se desarrolla y habita la new-age, nutriéndose de todos aquellos restos de la
experiencia humana que la racionalidad hegemónica no asume, rechaza y desprecia.
No es casual por tanto que el auge del ocultismo, el espiritismo y demás corrientes oscurantistas
como magia, brujería, adivinación, así como la recuperación de tradiciones antiguas ya extintas -
corrientes y modas que están todas ellas en el origen de la moderna new-age-, tuviera lugar
precisamente al tiempo que triunfaba violentamente el iluminismo y la diosa razón en Europa ni
tampoco que se reivindicaran ya entonces como una especie de primitiva ‘contra-cultura’ que
defendía un ‘espacio de libertad’ frente al puritanismo de la época. Tampoco sorprende que
aquellas incipientes corrientes ocultistas pretendieran acabar con el ‘dogmatismo religioso’ al igual
que sigue reivindicándose hoy por parte de todas las corrientes new-age: una nueva era de
pluralidad y libertad. Desde demasiados estrados hemos oído la misma promesa…
Ciertamente estas pseudo-doctrinas son mucho más enemigas de una espiritualidad verdadera
que del cientifismo o el materialismo reduccionista, tendencias de las cuales en realidad la new-age
está repleta. Es decir, y aunque pueda resultar chocante a primera vista, el oscurantismo y la
superstición avanzan de la mano del ateísmo filosófico y racionalista y del prejuicio anti-religioso.
Nada de esto ocurre por casualidad y el papel socio-político que la ‘zona de sombra’ del
paradigma racionalista ha jugado en la historia de occidente no puede ser menospreciado, a pesar
del silencio por parte de la ‘ortodoxia intelectual’. Y ello es así aunque la cara que nos muestra la
new-age sea siempre cambiante: desde los ‘espíritus’ corporeizados de las ya lejanas sesiones
mediúmnicas del siglo XIX hasta los más modernos ‘extraterrestres’.
Básicamente el papel jugado por esta ‘zona de sombra’ ha sido doble: de una parte ofrecer un
ámbito de expresión -y por tanto de distensión- para todo aquello que la racionalidad hegemónica
negaba o ignoraba.
de otra parte, socavar la tradición auténtica e impedir cualquier acercamiento serio al tema. La
new-age supone la ‘democratización’ de la espiritualidad según el conocido proceder moderno de
mesocratización y de ‘igualar por abajo’.
*
Pero para ver la dimensión social que posee la new-age en el mundo actual debemos analizar en
primer lugar su estatus como ‘conocimiento alternativo’ respecto al paradigma epistemológico
normativo impuesto por el núcleo iluminista y racionalista de la modernidad.
Ya explicamos en su momento (ver aquí) cómo una serie de ideologías de nueva creación se
adueñaron a principios del siglo XIX del paradigma moderno definiendo la nueva episteme cultural
y acotando así cuáles serían en adelante los ‘conocimientos’ aceptables -la ‘zona de luz’- y cuáles
debían ser considerados inaceptables y quedaban por tanto excluidos. Por sorprendente que pueda
parecer es sólo a la sombra de esta episteme materialista y positivista -y anti-tradicional- que la
new-age puede desarrollarse, sencillamente porque donde existe una tradición espiritual fuerte y
sana -que abarca de modo comprehensivo toda la realidad humana en su diversidad y sirve de
marco general a cualquier conocimiento particular- la superstición que supone la new-age no tiene
cabida [1].
Puede apreciarse entonces de qué modo la new-age encuentra acomodo en la ‘zona de sombra’
de la que ya hemos hablado. Si las ideologías políticas modernas y las preocupaciones de índole
económica ocupan el polo racional y la ‘zona de luz’ del paradigma moderno, todo aquello que se
considera más personal e interior, psicológico o emocional, ese enorme ‘espacio vacío’ que ha
dejado tras de sí la labor de demolición de la postmodernidad, queda del lado de la ‘zona de
sombra’. Prueba de ello es que no se trata en público sino que queda relegado al ámbito de lo
privado, como la religión misma según el punto de vista profano.
Por esta razón la new-age se encuentra en esta zona muy a menudo con las ‘nuevas psicologías’ y
con mucha frecuencia se influyen mutuamente. En realidad, debido a la carencia de principios
teóricos estables, nada diferencia a una de las otras, tan solo se trata de una cuestión de prestigio
social [2].
En resumen la new-age se sitúa -junto con otras disciplinas de conocimiento- a la sombra de la
razón exclusivista en un intento por llenar todos los vacíos -sociales y anímicos- que atormentan al
hombre moderno y es la ‘cara oculta’ del paradigma moderno, cara oculta que paradójicamente se
nos presenta como un conocimiento ‘alternativo’ que pretende revolucionar el paradigma mismo…
*
I “NEW-AGE” Y POSTMODERNIDAD.

Antes de tratar los aspectos interiores que caracterizan la new-age y que la configuran como una
pseudo-espiritualidad dirigida a suplantar la espiritualidad auténtica e impedir el acceso de los
hombres y mujeres de esta época a la misma, vamos a analizar su carácter de síntoma cultural de la
postmodernidad, pues la new-age constituye uno de sus frutos más acabados y como tal, alimenta el
proceso de desestructuración social e individual -a nivel psíquico- en que está inmerso el mundo
occidental.
Quizá el rasgo que más destaca a simple vista en todo este aparente caos que es la new-age sea
su pronunciado eclecticismo: un verdadero cajón de sastre donde se mezclan creencias, ritos y
supersticiones de las más diversas procedencias dando lugar a un entramado en apariencia informe
y difícil de definir. Esta apariencia caótica, donde se juntan desordenadamente ideas de toda
procedencia debe considerarse un ‘signo de los tiempos’ propio de la globalización y la
postmodernidad. Más adelante veremos que esta característica emparentan la new-age con otros
fenómenos culturales no menos característicos de este momento histórico pero en apariencia
independientes y lejanos.
Al respecto de su carácter de ‘mosaico cultural’, resulta evidente que un movimiento como es el
de la new-age, solo puede tener lugar en una sociedad en la que las tradiciones propias han sido
totalmente devastadas y, si no han desaparecido por completo, son cuanto menos rechazadas en
masa por los miembros de su sociedad, tal y como es el caso en la sociedad actual. La new-age es así
una consecuencia directa y previsible de la pérdida de las tradiciones y de la extrema disolución
social a que ha conducido la postmodernidad.
A grandes rasgos la postmodernidad ha inoculado un profundo auto-odio en el mundo
desarrollado por su ‘herencia cultural’ y un sentimiento de inferioridad que se expresa en ese afán
por el progreso. Todo esto se pone de manifiesto a través del pronunciado rechazo por el pasado, la
historia e incluso por las más simples tradiciones y el folclore, por parte de los mismos ciudadanos
occidentales, completamente vaciados de toda identidad grupal o sentimiento de pertenencia a una
colectividad. En este sentido, es innegable que uno de los objetivos evidentes del proyecto de la
modernidad es el de convertir al hombre en una mónada, atomizarle, lo cual solo se consigue
desarraigándole y adoctrinándole en el individualismo y el egoísmo más extremos, es decir
privándole definitivamente de su historia y sus antepasados [3].
Es solo tras este proceso de ‘borrado’ de la identidad personal que es posible llenar el vacío
identitario con formas culturales prefabricadas por la ‘industria cultural’ global, que elabora un
mosaico a base de piezas ajenas y exóticas. Este proceso de vaciar de lo propio y destruir toda
herencia cultural para llenar el vacío con todo aquello que sea extraño y lejano es lo que hemos
denominado en otras ocasiones ‘cultura del palimpsesto’ [4].
Este vaciamiento de la identidad social que ha padecido occidente a lo largo del último siglo ha
tenido por efecto deconstruir al ciudadano occidental en tanto sujeto social y político -como parte
de una colectividad- ante lo cual el sujeto se ve impelido a buscar fuera de su sociedad la identidad
y la comunidad que esta le niega. Todo esto enlaza con la ilusión, tan extendida como falsa, de que
es imprescindible la auto-construcción activa de una identidad ‘a la carta’ por parte del sujeto. Es
aquí, sobre este vacío que es social pero también espiritual -en tanto estos son los dos marcos más
devastados por la modernidad individualista y materialista- donde la new-age encuentra su
‘espacio de mercado’ otorgando al hombre postmoderno un simulacro de identidad.
El eclecticismo ‘multicultural’ de la new-age es inseparable asimismo de otros caracteres
propios de la postmodernidad como por ejemplo la inclinación, tan exagerada como superficial, del
hombre occidental por lo exótico. Este pronunciado gusto por lo extraño, lejano y exótico que
presenta la sociedad occidental -y que supone toda una rareza histórica- es resultado directo de la
demolición de la propia cultura, acompañada de ese sentimiento de desarraigo y des-identificación
con el propio pasado. Ciertamente, y tanto a nivel individual como colectivo, cuando uno ama lo
propio difícilmente abre la puerta a lo ajeno.
Es así como hay que analizar el fenómeno, centrifugador y sintomático donde los haya, del
turismo de masas y esa irrefrenable necesidad del hombre moderno por inmiscuirse en las demás
vidas y culturas.
El fenómeno del turismo de masas es en su dimensión psíquica bastante distinto a las clásicas
‘vacaciones’ o ‘veraneo’ de antaño y ciertamente ambos fenómenos designan el prototipo de
hombre de su época. Debe tenerse en cuenta en primer lugar que el verano -el tiempo entre la
cosecha y la vendimia para los pueblos europeos tradicionales- es el tiempo del descanso por
antonomasia. Las ‘vacaciones’ eran un hecho propio del proletariado que aprovechaba ese tiempo
para regresar a su origen -al que comúnmente se refería como el ‘pueblo’-, juntarse con la familia y
sobre todo poder entregarse a un ocio o a una molicie que el embrutecedor ritmo de trabajo fabril
le impedía durante el resto del año. De este modo las ‘vacaciones’ se entendían ante todo como una
liberación y una desconexión del ritmo urbanita de la máquina que permitía recargar energías.
Sin embargo la naturaleza del actual turismo de masas es de otra índole. Para empezar el turista
cosmopolita viaja en cualquier época del año, no abandona en absoluto el ámbito urbano y desde
luego tampoco viaja para descansar. En parte esto certifica la pérdida de un centro o una referencia
siquiera geográfica, no digamos ya familiar, para el hombre moderno: no hay ‘pueblo’ ni origen al
que regresar siquiera metafóricamente.
Además este turismo que algunos llaman cultural pero que sería más acertado calificar de
compulsivo, no es en absoluto una huida del estrés urbanita o del rimo antinatural del ciclo de
trabajo en que consume su tiempo, como a menudo se pretende. Y no lo es porque el hombre
postmoderno carga con su velocidad y con su ritmo de máquina a donde quiera que vaya, tan
interiorizado lo tiene. Esto es una muestra contundente del nivel de centrifugación psíquica que
padece el occidental actual: el turismo compulsivo es una actividad de índole profundamente
rajásica y superficial, completamente exterior que se intenta justificar con los más groseros
argumentos como que viajar es ‘aprender de otras culturas’ o que nos hace más sabios y mejores…
El mito de la ‘cultura’ como acumulación de experiencias e información.
Por otra parte la obsesión por ver y tocar efímeramente una realidad lejana, que poco nos
incumbe y de la que nada entendemos -al modo de quien visita un zoológico pero de algún modo
especular pues el que está fuera de lugar es el turista, lo que convierte el mundo en un gran parque
temático- solo se sostiene por la obsesión complementaria de registrar todas esas experiencias y
vivencias, pues sin esta perversión de la memoria aquella obsesión carecería de sentido. Por ello no
extraña que a menudo nuestros contemporáneos regresen de sus compulsivas y centrifugadoras
actividades turísticas aún más agotados y estresados de lo que partieron. Todo esto daría sin duda
para más reflexiones, empezando por la simple constatación de que el hombre moderno se acerca al
mundo ya como un mero espectador y lo ve como un espectáculo más, sin participar de él.
En resumen, la fiebre viajera que sacude el mundo occidental, por muy adornada que esté de
multiculturalidad, cosmopolitismo y solidaridad con los pueblos en ‘vías de desarrollo’ -bonito
eufemismo para decir que van camino de ser como nosotros’…- no puede ocultar el auto-odio, la
decepción y la frustración ante la realidad social y cultural. Es el modo más acabado en que el
occidental infecta, en apariencia pacíficamente, sin la violencia de las armas pero con la violencia
del dinero y de la soberbia cultural, el resto del planeta. Estamos ante un hombre sin centro, un
átomo sin rumbo que se mueve según los dictados que le señalan el mercado y la prensa dominical,
las poderosas deidades que escriben su destino y le dicen al hombre lo que es digno desear y
consumir en el nuevo orden mundial.
Tanto el ansia de búsqueda [5] -poco importa si se trata de ‘nuevas experiencias’ de consciencia o
de nuevos lugares- como el interés exclusivo por lo exterior y por los ‘fenómenos’ -que deben en
todo caso quedar convenientemente registrados- denotan el origen común que emparenta ambos
fenómenos: la fiebre turística y la new-age.
Estamos por tanto ante manifestaciones diversas de una misma realidad, el desarraigo y la
centrifugación, tendencias que no dudamos en incluir como parte de un problema psicológico
mayor que atrapa al hombre moderno.

II “New-age” y pseudo-espiritualidad.
Hasta aquí hemos visto de qué modo la new-age está enraizada con las tendencias más
disolventes y propias de la postmodernidad: acercar lo que es más lejano, a lo que se otorga un halo
especial como si fuera mejor por ser extraño o exótico; y alejar y despreciar lo propio, lo cual se
desprecia en primer lugar por ser propio.
De hecho parece haber una inclinación no solo hacia culturas y tradiciones alejadas en el espacio
sino también y quizá especialmente hacia aquellas alejadas en el tiempo, lo que lleva a intentar
‘reconstruir’ o ‘resucitar’ restos de tradiciones desaparecidas, con la consiguiente perversión de las
mismas pues no se comprenden en absoluto desde la perspectiva moderna. Por otra parte en tanto
que se carece de la necesaria continuidad en su transmisión puede decirse que cualquier labor que
se haga con las mismas está destinada al fracaso y es en sí misma contra-tradicional.
Los ejemplos más evidentes de lo que decimos son los casos de Egipto y la nueva y sorprendente
moda del neo-paganismo. Ambas tendencias tienen una fuerte presencia en los círculos new-age. El
caso de Egipto es particularmente significativo pues parece recorrer todo el ocultismo y la ‘zona de
sombra’ desde su mismo origen, allá por el siglo XVIII -el ‘siglo de las luces’…-, hasta la actualidad.
Egipto y sus dioses parece que nunca pasan de moda, y su imaginería ha sido reivindicada tanto por
tendencias relativamente ingenuas que no pasan de lo ridículo como por desviaciones ocultistas a
todas luces maléficas.
La ‘revitalización’ de entidades pasadas no deja de entrañar serios peligros, pues todas las
tradiciones advierten que los dioses pasados y vencidos se convierten en demonios para las
civilizaciones que vienen a reemplazarlos. Esto, además de servir de reflexión para más de un
incauto, es suficientemente significativo acerca de qué influencias empujan y mueven toda esta
‘nueva espiritualidad’ tan vaga como inquietante y que como decíamos vino a surgir curiosamente
en los tiempos del más radical iluminismo ilustrado.
Respecto de la moda neo-pagana poco más se puede añadir más que en el mejor de los casos -si
excluimos el caso de las posibles influencias maléficas- no pasa de ser, en razón de la muerte de
dicha tradición y la consecuente pérdida de su cadena iniciática hace más de un milenio, no lo
olvidemos, una mera farsa. Farsa que cuesta creer que nadie pueda tomarse realmente en serio [6].
Por lo demás, demasiado a menudo estos intentos de recuperación de tradiciones pretéritas
esconden un poco disimulado anti-cristianismo y con ello una vez más el odio al propio pasado.
Al margen del carácter anti-cristiano de muchos de estos movimientos neo-paganos no se puede
negar la evidente contradicción que encierra el hecho de considerar el propio pasado de occidente
como indigno y oscuro, una edad de tinieblas y horror, y a la vez alabar e idolatrar las culturas más
extrañas y lejanas, las cuales el occidental medio dista mucho de comprender convenientemente…
Hasta este extremo llega el sinsentido de la ideología relativista, la multiculturalidad disolvente y el
auto-odio occidental.
*
LA ‘ESPIRITUALIDAD PROGRESISTA’.

Pero de todas las confusiones modernistas de que se nutre la new-age la que mejor define su
esencia anti-tradicional es la penetración en el discurso pretendidamente espiritual de la noción de
progreso. Estas ideas progresistas dirigidas hacia la espiritualidad deben ser rechazadas y
desmanteladas en toda ocasión pues a menudo las encontramos intoxicando incluso tradiciones
verdaderas. Para rebatirlas debemos fijarnos ante todo en los fundamentos sobre los que se asienta
toda tradición espiritual verdadera. Como es sabido, aunque se olvida con demasiada facilidad, la
ciencia moderna se ocupa del estudio del mundo manifestado, es decir del ‘dominio de los
fenómenos’.
La metafísica sin embargo no se dirige ni presta atención a los fenómenos, pues se ocupó
siempre y en todas partes del estudio de los ‘principios’, que son eternos, dejando aparte el estudio
de los fenómenos y no confundiendo nunca ambos marcos de realidad, tal y como incluso la
filosofía antigua deja claro.
Así, en virtud de su campo de estudio ambas disciplinas -que podemos resumir como física, en
tanto que estudio de la Physis, es decir de la naturaleza, y metafísica– miran la realidad en
direcciones diferentes por no decir opuestas, como los dos rostros del dios Jano. Metafóricamente
se diría que una mira hacia arriba y la otra hacia abajo. La metafísica, así como todo el conocimiento
que ella elabora, vuelve su vista a lo eterno -representado tradicionalmente por los Cielos- mientras
por el contrario la física -entendida en el sentido que hemos definido- tiene forzosamente la vista
dirigida hacia el mundo material, es decir el mundo de la corrupción y del cambio.
De tal suerte que puede decirse que si la metafísica atiende a lo eterno e invariable, la ‘ciencia’
atiende exclusivamente -y el matiz es importante- a los cambios y a los fenómenos, lo que está
sujeto al tiempo, esto es el reino de la manifestación grosera, pues trata de desentrañar las reglas de
funcionamiento de este. Esto la convierte, desde la perspectiva del hombre tradicional, que nunca
pierde de vista la presencia de lo eterno en el mundo, en un conocimiento de por sí muy inferior.
En otras palabras la ciencia estudia lo exterior, aquello que está sujeto a la ley del tiempo y al
cambio. La metafísica atiende a lo interior, aquello que a pesar de la siempre cambiante
manifestación exterior permanece inafectado y constante.
Ahora bien, la idea de progreso solo puede aplicarse, como resulta evidente por lo que hemos
dicho, en el nivel de los fenómenos y nunca por definición en el nivel del noúmeno, donde no tiene
cabida ni sentido. Siendo el noúmeno inafectado es imposible que exista ‘progreso’ alguno, no solo
en lo que le atañe a Él mismo sino tampoco siquiera desde su perspectiva. Es decir, en relación con
el noúmeno no puede hablarse de progreso alguno, menos aún de ‘progreso espiritual‘ como
pretenden los modernos de la new-age, pues desde la perspectiva de lo Único incondicionado toda
la manifestación -preséntese cómo se presente- vale nada y la distancia entre cualquier ente
manifestado y el Uno inmanifestado es siempre la misma, todo el ‘progreso’ que se quiera no acorta
en nada esta distancia [7].
En resumen hay que decir que desde el punto de vista de la metafísica -lo que equivale a decir
desde la perspectiva tradicional- la idea de ‘progreso’ es un simple absurdo lógico y además una
imposibilidad ontológica. El progreso solo es pensable en términos de cambio y por tanto en el nivel
exclusivo de los fenómenos groseros.
El resultado es que el progresismo en tanto ideología es una superstición de orden materialista
que pone la atención exclusivamente en lo más exterior, los fenómenos, y en la obsesión por el
control del cambio de estos. Y como es obvio todo punto de vista materialista desprecia aquella
realidad que permanece inalterable bajo la infinita variedad de las formas cambiantes.
Por tanto los ideales del progresismo y el evolucionismo son por sí mismos contrarios a
cualquier verdad metafísica, por ello no es posible de ningún modo una ‘espiritualidad progresista‘
ni tampoco una ‘evolución’ ni un ‘progreso’ espirituales y el empleo de estos términos pone bien de
manifiesto la ignorancia absoluta de quien los emplea.
En definitiva, progresismo y espiritualidad auténtica son conceptos incompatibles y la
aplicación de cualquier concepción progresista a una doctrina espiritual es siempre una perversión
de la misma, tal y como ya denunciara hace casi un siglo Guénon (‘El teosofismo, historia de una
pseudo-religion’). El progresismo es pura desviación materialista y pura obsesión por la apariencia
y lo más exterior, es decir, todo lo contrario a cualquier espiritualidad auténtica que pone la
atención en la dimensión interior. Todo progresismo es una negación implícita de los principios
espirituales y por tanto una oposición flagrante a todo criterio o verdad tradicional. Y así debe ser
denunciado cualquier ‘progresismo’ que trate de inocularse en el ámbito espiritual y de intoxicar
sus enseñanzas con sus particulares supersticiones.
*
La conclusión de todo lo que llevamos dicho hasta ahora es que el cajón de sastre de la ‘nueva
espiritualidad’ es por muchas razones una forma cultural perfecta para el estado de cosas actual, la
pseudo-espiritualidad ideal para los tiempos de la confusión generalizada, en una sociedad
marcada por la descomposición de toda referencia cultural, un mundo sin historia donde no hay
pasado ni tradiciones y en el cual el uno y las otras pueden re-inventarse de nuevo a cada momento.
Ante la desolación espiritual y comunitaria en que se encuentra occidente la new-age responde
de forma grotesca a necesidades humanas básicas, sociales y espirituales, llenando el vacío dejado a
su paso por la dictadura de la racionalidad exclusivista y su reducida y castrante visión mecánica y
‘pragmática’ de la vida humana.
Esto sitúa la new-age en su verdadero contexto histórico, pues viene a llenar -de forma
ciertamente grotesca y además peligrosa- el hueco dejado por el desbaratamiento de las tradiciones
auténticas de la sociedad. Es la reacción previsible al desmantelamiento de todos los mitos que
alimentaban y mantenían viva el alma de la sociedad occidental: el hombre de la postmodernidad,
privado tanto a nivel comunitario como a nivel personal y emocional de un ‘alma’, busca llenar esta
carencia entregándose a los exotismos más descabellados y participando de pseudo-tradiciones que
ni comprende ni le son de provecho.

III – Californismo y contraculturas


“NEW-AGE” Y CONTRA-CULTURA.

Después de todo lo dicho hasta ahora no puede extrañar que la new-age se difunda de forma
especialmente exitosa precisamente entre aquellos sectores sociales que presentan un estado más
avanzado de disolución social e intelectual y que son por lo general los que abrazan más
explícitamente los ideales del globalismo, la multiculturalidad y el rechazo de toda identidad, en
definitiva los ideales más propios de la postmodernidad. Y tales sectores suelen ser precisamente
aquellos que se presentan como ‘progres’, ‘alternativos’ e incluso muy a menudo como ‘anti-
sistema’.
No se trata de una simple coincidencia. Se hace necesario advertir la ‘unidad de proyecto’ que
subyace bajo la aparente diversidad de movimientos sociales y ‘modas culturales’ que, aunque se
disfracen de reivindicativos y ‘alternativos’ -o precisamente por ello- forman parte de las fuerzas
del globalismo.
No debe olvidarse además que en occidente la descomposición social e intelectual es mucho más
avanzada entre la juventud, vaciada por completo de identidad y de tradiciones y adoctrinada
desde su infancia -por parte de la educación obligatoria y los mass-media- en la ‘cultura del
palimpsesto’, el rechazo por todo lo pasado -empezando por la cultura de sus propios padres- y la
consideración de todo vestigio de identidad colectiva como el más grave peligro para la ‘paz social’.
En definitiva, y como sucede tan a menudo, son los sectores sociales más progresistas, aquellos
que conforman la vanguardia cultural y la ‘contra-cultura’ los que suponen la punta de lanza de la
postmodernidad, también en lo que respecta a la pseudo-espiritualidad por paradójico que pudiera
parecer. Así, más que perfilarse una ‘alternativa’ al grotesco orden cultural y espiritual actual tal y
como dicen representar, lo que suponen en realidad es un preocupante adelanto de lo que está por
venir.
Es entre estos grupos ‘alternativos’ que la new-age encuentra el terreno abonado para propagar
sus fantasías bajo la forma de pseudo-mitos y se extiende sin oposición ni traba, a no ser un
materialismo o ateísmo radicales cada vez más infrecuentes y que nadie se toma ya realmente en
serio, a excepción de algún grupúsculo marxista tan recalcitrante como irrelevante.
Por otro lado cabe señalar que los escasos grupos sociales que aún pueden ser calificados de
‘resistencia’ al ‘globalismo cultural’ y a la dictadura de lo políticamente correcto -que suelen ser
descalificados como ‘reaccionarios’-, como por ejemplo aquellos que mantienen una red
comunitaria fuerte o una identidad religiosa/cultural firme -como pueden ser los musulmanes y
algunas comunidades cristianas, en particular allí donde son minoría- tienden a considerar como un
patrimonio valioso sus raíces culturales y sus tradiciones, y por ello se encuentran mucho más
protegidos de las influencias disolventes del globalismo y la new-age.
Nos encontramos por tanto ante otro claro ejemplo de ‘cultura underground‘ o ‘contra-cultura’ -
nacida en sectores sociales marginales y ‘malditos’, de escasa cultura y nula cualidad intelectual-
que ha sido elevada a la categoría de ‘cultura dominante’ y a fenómeno social de masas -el
‘mainstream‘ en la jerga postmoderna-.
Esta es la aparente paradoja: en la postmodernidad la ‘contra-cultura’ constituye la ‘cultura del
poder’ y la ideología más extendida entre los sometidos. Y es que, más allá de ser tales movimientos
pseudo-culturales un signo del estado de descomposición de la sociedad actual, cumplen un papel
estratégico decisivo en la labor de aculturación de los mismos sometidos, rompiendo cualquier
resto identitario común que pudiera servir de resistencia al ‘nuevo orden’ global.
Cabe preguntarse asimismo cómo un ‘fenómeno de masas’ que ha sido divulgado durante
décadas desde las mismas estructuras del poder a través del cine, la televisión y la prensa, puede
ser considerado ‘alternativo’ o ‘contra-cultural’. Conmueve ciertamente la inocencia y la facilidad
con que el ciudadano corriente se deja embaucar y manipular.
Hay que empezar a considerar el movimiento new-age como una ‘ideología del poder’ elaborada
para entretenimiento y adoctrinamiento de las mayorías y dirigida ante todo a aumentar la
confusión mental de los sujetos e impedir la disidencia de cualquier tipo por el conocido método de
ofrecer un medio de expresión adecuadamente canalizado para el descontento de aquellos que se
dicen ‘críticos’ o ‘disconformes’. Una vez más comprobamos de qué manera la periferia social del
paradigma -la ‘clase media’- es dirigida cual rebaño hacía ‘regiones’ donde su todo inconformismo y
afán revolucionario queda reducido a una moda de consumo… Aquí toda protesta es mera
apariencia.
El ejemplo paradigmático de lo que decimos es sin lugar a dudas el conocido fenómeno OVNI y
su corolario, el mito extraterrestre, una farsa que ha terminado por contagiar, como si de una
pandemia se tratara, las mentes de la mayoría de nuestros contemporáneos hasta lograr
convertirse en una ‘verdad’ incuestionable. Estamos sin duda ante uno de los ‘mitos’ centrales de
todo el movimiento new-age. Este ejemplo nos da idea no solo del nulo rigor intelectual en que se
mueve la new-age sino sobre todo de su peligrosidad y su maldad, al servir como instrumento para
inocular en el común de las gentes ideas completamente desviadas y alejadas de la verdad.
Pero una vez más, gracias a la dictadura del relativismo, aquí todo vale y cualquier idea puede
ser defendida aún en la carencia más absoluta de argumentos. En todo caso, no debe olvidarse la
ayuda decisiva que proporcionan para la extensión e implantación de semejantes ‘ideas’ las
estructuras de propaganda y de manipulación de pensamiento del poder.
*
EL CONTEXTO CULTURAL DE LA “NEW-AGE”: EL “CALIFORNISMO”.

En cuanto al pretendido carácter contra-cultural con que se reviste socialmente la new-age


puede ser interesante añadir algo más. Resulta bastante llamativo que todos los actuales
movimientos sociales ‘alternativos’ -desde la lucha por los derechos de los animales hasta las
modas más estrafalarias, y en ocasiones directamente perversas, que se pueda imaginar- así como
también la mayoría de las ‘contra-culturas’ que han aparecido durante la segunda mitad del siglo XX
-o lo que es lo mismo, desde el fin de la segunda guerra mundial-, provengan todos de una zona
geográfica muy concreta: la costa Oeste de los Estados Unidos y más específicamente de la región
de California. Esta circunstancia no ha pasado desapercibida para la cultura popular y ha dado lugar
a que se acuñe el término californismo para agrupar todas estas nuevas tendencias y ‘culturas’.
El análisis en profundidad de California como centro generador y difusor de todos estos
movimientos ‘contra-culturales’ -y de sus respectivas modas de consumo en el mercado global-,
aunque todavía pendiente de hacer, conduce inevitablemente a la identificación de esta región
como un auténtico centro ‘contra-tradicional’, y quizá no sea exagerado decir que se trate del centro
principal de difusión de la ‘contra-tradición’ a nivel mundial en estos tiempos finales.
Al margen de su papel real como centro generador y difusor de ‘contra-culturas’, valores y
formas de vida disolventes y anti-tradicionales, California posee un importante valor simbólico,
generalmente ignorado, de cara a cumplir este papel.
En efecto, atendiendo al simbolismo tradicional y aplicando las reglas de la Geografía Sagrada, si
Japón es la ‘tierra del sol naciente’, California no puede ser más que la ‘tierra del sol poniente’.
California es la tierra última, el Finis Terrae de nuestra civilización, y no solo en un sentido
geográfico -el viejo occidens latino, el horizonte final, la tierra de los muertos y última frontera de
una civilización- sino también en un sentido histórico pues ésta fue curiosamente la última tierra
conquistada por los europeos, tras la gran dispersión europea de las eras mercantilista e industrial,
de lo cual el episodio de la conquista del Lejano Oeste ofrece un magnífico testimonio.
La conquista del Lejano Oeste resulta ser desde esta perspectiva una representación tan real
como dramática de esa ‘cultura del palimpsesto’ que hemos citado en ocasiones, con su promesa de
un ‘Nuevo Mundo’ levantado, en este caso concreto, sobre el yermo dejado por el genocidio de los
indígenas. En verdad aquí los europeos predicaron como en ninguna parte con el ejemplo
imponiéndose mediante la estrategia colonial de ‘tierra quemada’ y suplantando tanto cultural
como demográficamente lo que existía. Un ejemplo radical de nihilismo pocas veces visto en la
historia de la humanidad.
A estos apuntes de orden simbólico aún debemos añadir como decíamos antes el decisivo papel
de California como centro difusor de las contra-culturas más propias del pensamiento débil y la
postmodernidad, y en definitiva de todos los valores que pueden calificarse de ‘anti-tradicionales’.
En este influyente papel de creador de gustos, modas y corrientes sociales de todo tipo suele
obviarse que está allí precisamente el mayor núcleo económico-industrial de la forma espectacular
por antonomasia, el cine, del cual California ha sido a lo largo del siglo XX su mayor centro a nivel
mundial y lo sigue siendo en buena medida, si no ya en un sentido cuantitativo -dicen que ha sido
superado por Bollywood- sí a nivel cualitativo dada su influencia ideológica y cultural sobre el
imaginario colectivo occidental.
Siempre ha existido conciencia de este poder de influencia pues durante todo el pasado siglo
esta industria fue empleada como un instrumento de propaganda al servicio del colonialismo
cultural y comercial. Recordemos que la re-creación espectacular de la realidad es absolutamente
imprescindible para el mantenimiento de la actual ‘cultura de la imagen’ en la cual las ideas entran
más que nunca por los ojos [8] a la hora de adoctrinar y embaucar al moderno hombre-espectador.
Y un detalle más de índole simbólica: no parece casual la extravagante denominación de ‘meca
del cine’ que se ha dado a este lugar, una denominación a todas luces blasfema y que, a tenor de las
influencias psíquicas que allí se generan y que de allí parten y se extienden sin freno, pareciera
indicar el reconocimiento, siquiera inconsciente, de que nos encontramos ante un auténtico centro
contra-iniciático.
*
Como otro ejemplo brillante de ‘cultura del palimpsesto’ y rasgo central del californismo
encontramos el culto a la juventud, al cuerpo y a la ‘salud’. Todo esto constituye una prueba más de
la fijación en lo más exterior. Cabe señalar que el cuerpo es el rasgo más exterior de la persona, por
tanto lo más sujeto al cambio, lo más impermanente. Apegarse a la impermanencia, además de ser
una fuente segura de infelicidad, dolor y frustración, es la enseñanza exactamente contraria a la que
haya podido transmitir cualquier tradición espiritual en cualquier tiempo y lugar.
Vemos ahora la relación invisible a primera vista que existe entre esta fijación por lo más
exterior y lo menos esencial y la ‘nueva espiritualidad’ que mira solo a los fenómenos en lugar de a
lo eterno.
Casi lo mismo se podría decir de la idea de ‘salud’ que promueve el californismo y que lejos de
buscar la simpleza y lo natural como pregona, no es más un programa de re-ingeniería corporal con
diferentes grados de violencia sobre el cuerpo que empiezan por la esclavitud de la dieta, siguen
por el gimnasio y acaban en el quirófano… Todo ello tremendamente artificioso y experimental. En
esta ‘contra-cultura’ el cuerpo se convierte en un espacio más de aplicación de la dictadura tecno-
industrial, una zona más de dominio.
En cuanto al contenido de su imaginario y sus valores el californismo ha llamado la atención
incluso a nivel popular por presentar la vida humana como una suerte adolescencia eterna, que
nunca debe acabar y en la que cualquier rasgo estable -que proporcione estabilidad o raíces al
sujeto, como la familia- debe ser rechazado por ser una ‘atadura’.
Esta característica es interesante simbólicamente pues describe en pocos rasgos al ‘hombre del
fin de los tiempos’, en tanto que ser desarraigado, detenido en el tiempo, sin pasado, y por ello
mismo sin futuro. Este hombre sin pasado ni futuro, sin raíces ni frutos, que es como hierba que
crece en el tejado (Sal. 128:6), representa, como ya hemos apuntado en alguna ocasión, la inversión
exacta del nómada de los orígenes.
Por otra parte y haciendo un breve repaso histórico, es especialmente relevante que tales
movimientos ‘contra-culturales’, comenzaran su difusión masiva precisamente tras la segunda
guerra mundial. Y nuevamente se puede poner como ejemplo de ello el ya citado fenómeno OVNI
que jugó un papel decisivo de adoctrinamiento de masas durante las grises décadas de la guerra
fría.
El papel que jugaron ciertos movimientos sociales de protesta, como el movimiento hippie o la
subcultura rock con todo su malditismo calculado, en la difusión de todas estas pseudo-culturas
anti-tradicionales ha sido fundamental y es pocas veces denunciado. La relación entre el ‘hippismo’
de los años ’70 y las más actuales modas naturista y vegana es ciertamente indiscutible, pero
también lo es el vínculo que tuvieron aquellas contra-culturas con la espiritualidad ‘light’, el ya
citado neo-paganismo, la magia e incluso el satanismo. Los vínculos son ciertamente innegables.
Y no puede tomarse a la ligera el hecho de que todas estas ideologías anti-tradicionales y que
conducen a la disolución definitiva del ‘cuerpo social’ tengan su principal foco de generación y
difusión en la costa oeste de los Estados Unidos. Desde este punto de vista California adquiere unas
connotaciones simbólicas, históricas y culturales verdaderamente siniestras y difícilmente
igualables por ninguna otra región del planeta. En ello además vemos lo que significa realmente la
consumación de la promesa de una tierra nueva para el paradigma de la modernidad.
Por tanto, a pesar de su enorme diversidad y su apariencia caótica californismo y new-age son
fenómenos inseparables, tanto en su origen histórico y geográfico como en los principios
ideológicos que imponen un poco por todas partes, todos ellos conducentes a la disolución de la
identidad social y personal.

IV – La gran ceremonia de la confusión


Finalmente intentaremos esbozar algunas conclusiones acerca de las implicaciones profundas
que supone un fenómeno social tan extendido, y a la vez tan poco definido, como este de la nueva
espiritualidad ‘alternativa’. Para empezar enumeremos muy brevemente las conclusiones a que
hemos llegado hasta el momento.
En primer lugar hemos mostrado que la new-age se desarrolla en la ‘zona de sombra’ del
paradigma materialista y racionalista en que nos encontramos y que no dudamos en identificar con
la modernidad misma. Es por ello un movimiento confuso y oscuro, de mensajes calculadamente
ambiguos e incluso contradictorios, que evita siempre ser estudiado y categorizado. Es parte de su
esencia impedir ser adecuadamente definido.
En segundo lugar hemos visto que esta pseudo-espiritualidad, enteramente exterior y
superficial, posee innegables rasgos postmodernos -el gusto por lo exótico, el igualitarismo
democrático, la falta de rigor frente a la unidad y cohesión doctrinales de toda tradición auténtica,
la libertad personal y el juicio propio como derechos irrenunciables, la negación de todo principio
de autoridad y por tanto el rechazo de todo verdadero maestro, etc…- lo que la convierte no solo en
un acabado ‘signo de los tiempos’ presentes con una enorme deuda con el punto de vista
protestante de la espiritualidad -lo cual tendría ante todo un interés sociológico-, sino también en la
‘forma religiosa’ –pseudo-religiosa en realidad pues es una falsificación de las formas religiosas
verdaderas- más idónea para los tiempos de la postmodernidad, tan democráticos y opuestos a
cualquier dogmatismo… Y puesto que esta pseudo-religión ocupa el espacio que en las sociedades
tradicionales ocupaba la religión, suplantándola, la new-age se erige en la ‘falsa doctrina’ propia de
los últimos tiempos. Por esto no sorprende en absoluto que sus seguidores sean partidarios cada
vez más explícitamente de abolir la viejas religiones y sustituirlas por una nueva ‘religión universal’
-en la que suponemos cada cual podría practicar y participar a su manera en virtud del principio de
libertad individual- lo cual nos será ‘vendido’ como un progreso más, un progreso sin duda en la
actual espiral descendente que sigue la civilización moderna…
Por último podemos advertir que, contrariamente a lo que se cree, esta ‘nueva espiritualidad’ no
solo no debilita o combate el paradigma civilizatorio de la modernidad sino que se nutre de él y a la
vez lo fortalece. Lo fortalece en particular debido a su carácter ‘anti-tradicional’, perceptible sobre
todo en su intención de falsificación y suplantación de las tradiciones auténticas a las que ataca
desde fuera o intoxica desde dentro bajo pretexto de re-inventarlas y modernizarlas. Por tanto no
es exagerado decir que la ‘nueva espiritualidad’ es hoy por hoy el mayor enemigo de toda
verdadera espiritualidad así como de todo aquel que persiga sinceramente un acercamiento a la
Verdad última.
Nos encontramos por tanto ante una influencia maléfica de primer orden cuyas sugestiones
están desviando a muchos del camino auténtico.
Por ello, para quien pueda pensar que nuestros argumentos resultan un tanto exagerados
recurriremos a continuación al simbolismo tradicional -universal y eterno- para comprobar sin
margen de duda el carácter maléfico e infernal de toda la ‘nueva espiritualidad’.
Comenzaremos indicando que el ecumenismo globalista y la indefinición ideológica y doctrinal
que es propia a todas estas pseudo-doctrinas, características que propician que la new-age sea un
cajón de sastre que abarca todo tipo de ideas, algunas de ellas contradictorias entre sí, convierten
este amasijo supersticioso en una suerte de ‘Frankenstein cultural’, de aspecto ciertamente
grotesco, lo cual, como es bien sabido es un signo diabólico per se.
Recordemos que a menudo se representó al diablo mediante una imagen simiesca debido a su
empeño en imitar y suplantar lo sagrado para confundir a los hombres. Por ello el diablo ha sido
llamado en ocasiones el ‘mico de Dios’. Pero como ha expresado a menudo la teología tradicional lo
grotesco, la fealdad y el desequilibrio son caracteres propios del diablo, caracteres que le resulta
imposible ocultar a pesar de todas sus elaboradas artimañas a la hora de emular y suplantar la
Tradición y la Verdad.
Así, no pudiendo presentar la armonía y belleza de la Verdad a causa de su desequilibrio y
maldad interiores, en su afán de suplantación el diablo no puede evitar delatarse al mostrar algo
burdo y grotesco, ridículo, en su imitación. Características éstas que deben ser siempre tenidas en
consideración a modo de signo y que solo los incautos pueden pasar por alto y tomar así tal
imitación simiesca por una manifestación de la Verdad misma.
Es así, como un signo propio de la ‘contra-tradición’, como debemos interpretar el desorden
profundamente inscrito en el ‘mercadillo espiritual’ que es la new-age y de forma más general en
todas las contra-culturas que forman parte de esa tendencia que hemos denominado californismo.
Antes de continuar observemos por un momento la siguiente ilustración que muestra un detalle
del grabado ‘El caballero, la muerte y el diablo’ de Alberto Durero, una de sus tres ‘Estampas
Maestras’.
Como puede apreciarse el diablo del grabado es representado mediante una figura deforme,
carente de orden y armonía y por tanto de belleza, compuesto por una mezcla grotesca de
características propias de diferentes animales, es decir muestra una confusión de diversas
naturalezas. Nótese la tradicional pata de cabra que asoma en la parte inferior de la ilustración, y
que siempre se ha considerado uno de los rasgos más distintivos del diablo.
La new-age guarda una gran analogía con la anterior figura diábolica y puede decirse que es, en
buena medida, su expresión cultural. Ambos, a la manera de aquel engendro humanoide de la
novela de Mary Shelley, están compuestos de restos de cadáveres -residuos psíquicos de las
tradiciones desaparecidas que ahora se pretende revivir y devolver a la vida– y de retales pseudo-
intelectuales de todo tipo: desde la magia y el espiritismo decimonónicos a las teorías e hipótesis
científicas más modernas, todo ello mezclado en una inextricable confusión. Esto es lo que esconde
el cajón de sastre pseudo-doctrinal de la new-age.
Además cabe señalar que, en tanto que es una pseudo-doctrina propia del fin de los tiempos, la
new-age cumple su papel de dar voz a ‘los muertos’ -de un modo ciertamente peligroso- al servir de
escaparate para todo tipo de restos psíquicos de antiguas tradiciones que han quedado de algún
modo como latentes. Los usos perversos de herramientas y conocimientos tradicionales como
pueden ser la astrología o el Tarot, así como el empleo de otros métodos de nueva invención
todavía más inquietantes y siniestros así lo demuestran. Y es en esta confusión que la disolución del
mundo psíquico del hombre actual se hace más manifiesta.
Se ha dicho en ocasiones que para que un proyecto falso y maléfico -como el del diablo- pueda
extenderse y dominar a los hombres ha de contener algunas trazas de verdad -las cuales extrae de
las tradiciones verdaderas- y ponerlas al servicio de la mentira. Esto se debe no solo a la necesidad
por parte del diablo de perfeccionar su capacidad de engaño sino a una razón más profunda, de
carácter ontológico: la mentira no puede existir ni durar por sí misma de ningún modo pues no
tiene ser propio, existe y pervive en tanto es un reflejo, si bien torcido o falso, de la Verdad, que de
este modo forzosamente la antecede en la dimensión ontológica. Es así como toda mentira es una
imitación y una suplantación de una verdad, y por ello en último término de la Verdad.
Imitación y suplantación que lo es también de la Tradición, en tanto que expresión en el mundo
de dicha Verdad inmanifestada, con el objetivo de confundir a los hombres y mujeres del fin de los
tiempos e impedir su acceso a la verdadera senda espiritual, privándoles así del conocimiento de
esa Verdad última.
Por lo tanto la pseudo-espiritualidad está muy lejos de ser un fenómeno inocente y sin
consecuencias para quienes lo siguen, tal y como se nos pretende hacer creer en la cultura del
relativismo. Como vemos además se trata de un fenómeno mucho más elaborado de lo que podría
parecer a simple vista y por ello más peligroso que el simple y burdo materialismo positivista, tan
propio del paradigma moderno, que era una negación bastante grosera y en el fondo emocional de
toda espiritualidad. Aquí estamos ante otra cosa, ante un grado más acabado de deformación: una
versión infernal -por inferior e invertida- de la espiritualidad.
En efecto la ideología racionalista, positivista y materialista podía alejar a muchas personas de la
senda espiritual pero la new-age les ofrece algo peor: una interpretación desviada -materialista y
pseudo-positivista- de la espiritualidad y con ello una senda equivocada en la que perderse; lo cual
es mucho más elaborado y maligno que un materialismo o un cientifismo puro y simple. No
debemos olvidar que la new-age, a la vez que ofrece sus propios ‘caminos’ y enseñanzas de nuevo
cuño, ataca y desprestigia las tradiciones auténticas a fin de destruirlas y pervertirlas.
Y quizá por esto mismo no sorprenda tanto que, a pesar de la beligerancia con que el laicismo
progresista y el racionalismo positivista atacan las tradiciones antiguas, la new-age sea consentida
y presentada a veces incluso como un ‘necesario retorno a la espiritualidad’ por parte de la
civilización occidental.
Como vemos hay mucho más que una simple falsedad, estamos ante una suplantación de la
Tradición a fin de confundir y extraviar a los hombres. Esta es la preocupante realidad que se oculta
tras los aparentemente inocentes valores del ecumenismo y la multiculturalidad con que se nos
presenta en cada nueva reinvención la new-age y con que tratan de seducirnos las diversas modas y
contra-culturas que adopta el californismo, la imagen más acabada de la postmodernidad.

[1] Como puede verse la fragmentación del conocimiento -y de la sociedad- propiciada por el nuevo paradigma científico no es independiente del giro anti-metafísico. Se
trata de fenómenos análogos y profundamente relacionados, aunque su estudio en profundidad nos alejaría del tema actual.
[2] Hay que notar que la psicología moderna es una (pseudo-)ciencia por completo liminar en el paradigma moderno, por ello carece de un objeto de estudio, así como
de una metodología, claros y definidos. Ello es importante a la hora de adaptarse a las realidades sociales en constante cambio de la sociedad postmoderna, téngase en
cuenta que la ‘ciencia psicológica’ es ante todo una herramienta de manipulación social. En todo caso, por la razón ya señalada de dirigirse y tratar en parte a aspectos
interiores -como emociones, miedos e inseguridades, es decir la ‘zona de sombra’- de la experiencia humana queda relegada a la periferia del paradigma.
[3] Los antepasados, pieza fundamental para la identidad de los pueblos tradicionales.
[4] Los defensores del globalismo lo llaman eufemísticamente ‘multiculturalidad’, cuando en realidad lo que hay es un genocidio cultural, una destrucción sistemática de
todas las culturas humanas, empezando por la propia, para alcanzar una mezcla informe que es de algún modo el reflejo análogo del caos primigenio en que estaba
sumida originalmente la manifestación universal. No hay tal convivencia de culturas en el desorden postmoderno sino una sustitución de las culturas ancestrales por los
disvalores de la disolución.
[5] A menudo los sujetos más imbuidos de la new-age usan este término de ‘búsqueda’ para sus arbitrarias experimentaciones e incluso se refieren a sí mismos como
‘buscadores’. Delatan con ello la verdadera naturaleza de su ‘conocimiento’, pues solo busca el que está perdido.
[6] Pensemos por ejemplo en las celebraciones cada año más populosas en ciertos monumentos megalíticos y todas las pseudo-creencias y supersticiones que ello
propicia a su alrededor… Realmente una nueva pseudo-religión. En todo caso imitar alegremente a una casta sacerdotal como fueron los druidas resulta ser, además de
muy significativo de los tiempos que vivimos, algo más serio que una simple pantomima. Pero precisamente lo que caracteriza la idiocia moderna es que estas
irreverencias se abordan con total despreocupación…
[7] En todas estas consideraciones seguimos a René Guénon.
[8] No es descartable el advenimiento de un nuevo modo de analfabetismo e idiocia debido a esta ‘deformación visual’ del carácter del nuevo hombre-espectador cuya
capacidad para adquirir ideas por otros medios, sobre todo los que afectan a la facultad racional, va siendo paulatinamente mermada. En esto la moderna ‘cultura visual’
-de la cual el cine es el mejor exponente- es la inversión exacta del lenguaje simbólico de las artes visuales tradicionales, pero este tema nos alejaría del objetivo del
presente artículo.

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