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de los hechos
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Relación
de los hechos
José Carlos Becerra
I. Betania
Homme infesté du songe, homme gagné
par l’infection divine.
Saint-John Perse
Betania
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Pero no es en la fruta acostada en su madurez
ni bajo el árbol donde el cielo detiene sus dioses ausentes,
donde los ojos se abren de nuevo.
Estos ojos de amor que me llevan se han abierto también en los ríos,
en las arenas lavadas como alguien que pone en orden sus recuerdos
[ y luego se marcha.
Ríos que se levantan en silencio para abrirle la puerta al océano,
al océano que entra sacudiendo los retratos y las apariciones,
los lechos y sus consecuencias de sangre o de nieve.
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esperando un gesto revelador
para tomar la noche como un incendio.
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Pero yo quiero ahora la otra mejilla del amor,
el lado no abofeteado aún por su propio silencio;
porque me he convencido de la soledad sin tregua del mar y lo
[ señalo
y me agobia ese resplandor de la luna en los cabellos de los muertos.
Ahora veo lo que tarda en llegar y escucho el sonido de los cuernos
anunciando la partida de caza.
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Adiestramiento
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la voz de aquellos donde el mar narra la infancia del terror, los
[ primeros palacios de la noche,
los fuegos que el artificio de la imaginación encendió en los
[ primeros náufragos,
la voz de aquellos desesperados y sonrientes.
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Declaración de otoño
He venido.
He venido.
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[ todo recuerdo;
porque ahora miro las extensiones del mito
y no encuentro otra respuesta ni otra distancia que el llanto,
la piel desalojada en el mar, la risa de la hiena detrás de los espejos.
He aquí la historia,
he aquí este delirio que la luna ha tenido en sus brazos,
esta yerba arrancada al corazón, este rumor de hojas.
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He venido.
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Espacio virtual
Un hombre no es un rostro,
un rostro no es la superficie de una mirada,
el dolor no es la piedra de toque del infinito, la argucia de vivir,
la belleza de unas manos es como un tránsito de guantes,
doloroso camino de la memoria a la verdad, del deseo a los labios.
Soñar así, mirar, sentir el paso de las aguas por los espejos, por las
[ palabras que vamos diciendo,
por la caricia, cuando a las manos les nacen alas con forma de
[ preguntas;
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soñar así, por las bocas buscándose,
¿acaso eres tú esta mujer que beso? ¿Acaso eres tú?
Pero no basta,
no basta saberlo,
ensayar un rostro en una palabra, buscar un rostro en una mirada,
intentar detener un río en la mitad de un abrazo, en la ola de una
[ caricia,
acariciar un cuerpo en cuya blancura la noche nos sea concedida.
No basta.
Y el silencio levanta la cabeza
y me mira.
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No ha sido el ruido de la noche
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No, no era el esfuerzo con que el amanecer desarma los astros,
la noche vestida por la transpiración de los que duermen,
o sentada junto a aquellos que buscan en su corazón hasta el alba
sinuosidades y escorpiones de astros.
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La otra orilla
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Ahora recuerdo todo sin pasión, sin armas obsesivas, sin recuerdos,
y ese viaje que la mirada todavía sostiene
abandona el umbral de una tarde de lluvia en la infancia.
Y es aquella costumbre de sonreír involuntariamente,
de sentir esa brisa en los almendros que están dentro de mí,
[ complicados con mi alma,
y soñar una canción donde tal vez ya no habré de escucharme;
sí, aquella vieja costumbre de vivir…
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como en otra palabra que me ocupa gran parte del día
y luego en la noche es mi primera muerta.
Una brisa muy joven sopla entre los almendros, una brisa lejana
[ sopla entre mis labios,
y es el silencio,
el silencio de la torre de la iglesia bajo la luz del sol,
el silencio de la palabra iglesia, de la palabra almendro, de la
[ palabra brisa.
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sobre las aguas del río,
sobre la historia de aquella mañana,
y fue como si una mano enguantada tuviera todas las cosas en el
[ puño.
II
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Amanece en medio de mí; en un lado se quedan el parque y los
[ almendros,
el río, la torre de la iglesia, la ciudad de mi infancia, los juegos
[ olvidados;
¿en qué orilla me quedo mirándolos?
Es todo,
yo iba a decir algo, yo iba a inventar algo.
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II. Apariciones
Sometimes these cogitations still amaze
The troubled midnight and the noon’s
repose.
T.S. Eliot
Apariciones
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¿Qué apariciones y qué ausencias las hacen posibles?
¿Quién las está escuchando? ¿Quién las dirá de nuevo?
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Oh imágenes, mediaciones entre el hombre y su sueño;
una tarde, el campo, los cerros esbozados por una luz última que
[ casi los hacía de nuevo,
el crepúsculo sobre las pequeñas casas, las mujeres sentadas a sus
[ puertas,
los niños jugando, los pirules pasándose la brisa los unos a los otros;
lo recuerdo muy bien, lo establezco, lo invento dentro de mí,
me cercioro de estas ausencias, me hundo en esas ausencias, en el
[ ritmo que el anochecer iba cediéndole al campo.
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(todavía contemplo —no sé si recuerdo— tu vestido verde caído en
[ mitad del cuarto).
Oh tardes de entonces,
enciendo estas palabras para iluminar los angostos pasillos de estas
[ escasas descripciones,
enciendo estas palabras para quemar las últimas hojas,
las consecuencias de esta obstinada página en blanco.
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Relación de los hechos
Más allá del mensaje radiado por los cabellos de los ahogados,
de la bajamar que deja grises los labios como el dolor inexperto,
de las maderas podridas y la sal constituida por el crimen de las
[ aglomeraciones solitarias,
del pecho marcado por el hierro del silencio; más allá,
el chillido del pájaro marino que demuele la tarde con un picotazo
[ en el poniente,
la mujer que atraviesa la noche con una inscripción azul en los ojos,
el hombre que juega distraído con el amanecer como con un
[ cuchillo filoso y deslumbrante.
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Sólo el rumor de la brisa entre las cuerdas,
la respiración apaciguada de los dormidos como si no descansaran
[ sobre el mar,
sino a la sombra del hogar terrestre.
Sólo el rumor de la brisa entre las cuerdas,
el ritmo latente del otoño que se acerca a la tierra para enumerarla.
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También el mar volvía, volvía el amanecer con su cabeza
[ incendiada.
y yo reconocía en el olor de la brisa la cercanía de las estaciones,
el lenguaje que despierta en la boca de los dormidos
como un enjambre de insectos húmedos y brillantes.
Y eras tú, de pie en tus ojos, como aquella que alimenta su desnudo
[ con viento,
tú como la inminencia del amanecer que rodea con un corazón
[ amarillo a los labios.
tú escuchando tu nombre en mi voz como si un pájaro escapado de
[ tus hombros
se sacudiera las plumas en mi garganta;
desenvuelta y solitaria, con entrecerrada melancolía, mirándome.
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Y sin embargo, allí estábamos,
allí estábamos cuando las manos se enlazan y rozan al corazón
[ soñoliento
como una suave advertencia,
en esa búsqueda, cuando el presentimiento de los cuerpos son los
[ labios.
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Rueda nocturna
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[ señal de una antorcha
apagada bajo la lluvia.
el mar que toca con un dedo el color de las conchas cuando el sol
[ de la tarde las domina,
la carretera donde el anochecer y el auto se enlazan en una nueva
[ medida de tiempo,
ese cuarto de hotel que no está en este cuarto,
tú asomada a la ventana, volviéndote hacia mí, hablando de la noche,
de los astros que brillaban lejanamente como ausencias de infancia,
hablándome del bosque que viene a sentarse a la orilla del pueblo y
[ lo contempla tristemente.
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[ golpearme, a llevarme con ellas,
la luna que sube entre los pinos como un deseo de acariciar,
tu nombre usado por la noche como una gran piedra blanca.
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Memoria
Vuelvo a ti,
el otoño y el grillo se unen en la victoria del polvo.
Vuelvo a ti, vuelves a la’ caída, al primer acto.
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de pronto me miraste, ¿desde dónde?
¿Desde tus ojos que me veían o desde tus ojos que no me veían?
Y naciste bajo tu desnudez con un movimiento de agua y recuerdos.
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en el tiempo que despide tu rostro naciendo,
en el tiempo que hace del movimiento y la caída
el sólo momento.
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La mujer del cuadro
Lo empiezas a saber,
tu amor va enseñando sus sales de baño, sus fiestas de guardar, sus
[ cenas sin nadie;
a veces, el esqueleto de tu ángel de la guarda
baila en tus ojos,
ciertas avecillas silvestres amanecen temblando en tus manos,
ya el tufo de la crucifixión
no te hace taparte la nariz de niña “que no sabe nada”, “que no
[ entiende nada”.
Ya cruzas la puerta,
ya sabes que el dolor es un mensajero servil del infinito,
en tus ojos aquello que miras despierta en ti misma como pequeños
[ niños
que se sientan al borde de sus camas
esperando que vengan a vestirlos.
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tu mirada y tu voz entonces también se quedan desnudas,
te quedas desnuda,
y por tu desnudez pasan los templos antiguos, las oraciones, los
[ heridos de guerra y los cánticos de guerra,
los mares lejanos y también la vida posible en otros planetas.
Ya tu cuerpo comprende lo que significa ser tu cuerpo,
lo que significa que tú seas él;
tu cuerpo extendido a lo largo de tu amor, a lo largo de tu alma,
y todos los barcos que zarpan de tu corazón llevan ahora
las luces apagadas.
Ya te has probado en ti
y un hombre no es el extraño invasor que conocías,
el esposo prudente, el hombrecito que cariñosamente te mataba un
[ momento
por unas cuantas caricias, por unas cuantas monedas.
Pero sabes también que no existe el triunfo que alguna vez deseaste,
por eso en tu mirada puede oírse
el ruido del mar golpeando las costas solitarias y a veces
el chillido de un pájaro detrás de la niebla o la llovizna pertinaz.
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el beso monstruoso y bello
de aquello que todavía llamamos el alma.
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Causas nocturnas
¿En qué rumor de hoteles, en qué rumor de voces por los pasillos y
[ silbidos de canciones de moda,
se perdían los pasos de tu corazón, el instante probable,
aquello que los cuerpos memorizan cuando la sangre intenta el
[ ritmo del infinito?
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bajo el resplandor de las luces, sobre la charla y el humo
de los convidados —tintineo de vasos, risitas, monólogos dulces y
[ aterradores.
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Pero yo hablaba, pero yo buscaba tus gestos, pero yo te inventaba,
esperaba un lugar en mis palabras o en una caricia
donde pudiera tomar algo tuyo;
y me detenía, como si tuviera que esperarte, como si debiera seguirte;
pero todas las cosas tenían ahora otro secreto, nacían de otra
[ apariencia,
y sospechaba que el ruido de esa puerta,
el teléfono que a veces parecía sonar como entonces,
no eran sino recuerdos de recuerdos,
movimientos imprecisos de vida que te mataban más de mí aquella
[ noche.
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Forma última
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Pero no hay nada sagrado en esta noche,
en este sueño, en esta última forma de hacerse a la mar.
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El reposo del guerrero
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con la música de un radio vecino, o con la imagen de aquella
[ muchacha que nunca bailó con nosotros;
sí, cierta sequía en los movimientos de ese corazón
que un día se alimentó con el aullido de los gatos, en la noche
[ penosa del primer amor.
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no he llorado sabiamente de parte de nadie,
y esta fiereza que ahora finjo complacido al escribir estas frases
este sol negro que sale de mis manos,
este depósito verbal alumbrado por el poniente,
no estuvo en mí cuando padecí la cosecha de mi triunfo,
la cola melosa de la Victoria.
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La corona de hierro
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caminar por esos actos que tú y yo transcurrimos, que tú y yo
[ hicimos pasar.
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[ una desnudez más amorosa aún y más imposible,
la aparición del mar en la mano que lleva la caricia como una
[ lámpara,
todo lo que al besar un cuerpo nos incumbe;
tus senos donde la blancura enciende sus primeras señales,
tu vientre donde la oscuridad alumbra mis manos,
tus cabellos de día de lluvia, tus ojos de anochecer sobre los
[ edificios y sobre las cúpulas,
mientras bajamos los escalones del deseo escuchando el golpe del
[ viento en las más altas ventanas,
y en todos los sitios donde la noche enciende los cuerpos enlazados
como antiguos y eternos sistemas de navegación.
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Sí, yo tal vez pude decírtelo, tú pudiste tal vez escuchado,
tal vez soltando la cortina que te envolvía, alzando los hombros
tarareando una canción que no recordabas bien, caminaste,
cruzaste frente a mí o hablaste mientras te vestías en la otra
[ habitación,
diciéndome: “Está bien, está bien, ¿pero estamos seguros de algo?”
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Alimentados por el pan cautivo y la leche cautiva
aquí recordamos y olvidamos, aquí nuestros ojos cambian de ojos,
aquí entregamos el sueño.
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La bella durmiente
Carlos Pellicer
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en secreto,
en aire no compartido,
en respiración por separado,
pasando lentamente la mano por la sospecha de una caricia, como
[ alguien que mira hacia el mar
viendo desde su cama la pared de su cuarto.
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sonriendo sin remedio, vacilando sin remedio, la boca casi seca por
[ el sabor de lo irreal,
aplastados por una lucidez en la cual tampoco creemos.
(Alguien acaba de encender la noche en nuestros ojos, alguien acaba
[ de asistir a una ejecución en nuestra mirada),
y nos preguntamos por dónde, a qué hora, en qué sucesión de
[ imágenes vamos a reconocernos.
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Y me hablas de esa niña de trenzas,
aplastada por sus catorce años, confundida por la belleza de sus
[ piernas,
avergonzada y perdida, vengándose de algo con cada muchacho que
[ salía,
sabiendo oscuramente que estaba perdida desde entonces,
[ acobardada sin remedio desde entonces,
buscando la justificación, el sollozo que no estaba presente;
y yo te hablo de aquel niño que no tenía dónde esconderse
porque la casa era demasiado grande, porque ya era demasiado tarde,
y el cadáver de su infancia se pudría entre sus manos,
te hablo de aquel niño devorando lentamente con sus nuevos
[ colmillos
su antiguo corazón.
Mujer, mujer,
mirándome, ¿viste algo? ¿Pensaste que podías ver algo?
¿Alguna pequeña señal? ¿La viste. la viste?
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Mujer, “niña extraviada”, “bella muchacha sin libertad”,
frases manoseadas,
¿te sentiste conmigo la “niña extraviada”? ¿La “bella muchaha sin
[ libertad”?
Trazando la tortura, fingiendo la tortura, ¿te torturabas más?
¿Te sentiste la chamaca pálida que caminaba a mi lado haciendo
[ muecas, y de la cual no te hablé?
¿Quién creíste que eras? ¿Quién creí que era yo?
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Sí, juntos escuchábamos aquel rumor del viento entre las ramas cada
[ vez más oscuras, cada vez más lejanas,
y la noche caía, igual que una túnica que resbala de los hombros de
[ una mujer
que al quedarse desnuda se quedará invisible.
Juntos los dos, a punto de tomar el misterio,
a punto de que la desnudez nos invadiera con toda la fuerza de sus
[ extensiones,
a punto de que la princesa dormida por siglos abriera los ojos,
a punto de que el joven viajero encontrara la entrada al castillo
[ encantado,
a punto de que hubiera una posibilidad de existencia para ese
[ castillo,
a punto de darle vida al maleficio, y por esta medida conjurarlo,
a punto de que hubiera una capa, una espada y una posibilidad de
[ principado…
a punto solamente,
a punto de algo.
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realizaciones de que habla la Historia,
y esta frase se siente perdida…
Ya no sé quiénes somos;
en un acantilado el mar bruñe la roca con la lechosa luz
de un movimiento crepuscular y vacío,
la primavera retoca sus retratos canturreando en voz baja,
pasan las aves que le faltaban a la noche…
Ya no sé quiénes somos;
el mar no está aquí, la roca no está aquí, la primavera no tiene
[ retratos,
no vuelan los pájaros que necesita la noche.
Ya no sé quiénes somos;
tal vez mañana alguno de los dos lo sepa,
y tal vez entonces sea necesario sonreír, fingir que recordamos,
fingir que somos nosotros,
y ese anochecer en el atrio, mirando los pinos, escuchando el rumor
[ del viento en sus ramas,
escuchando el rumor del viento en la manera como mirábamos los
[ pinos;
ese anochecer cerrará las ventanas de sus propias imágenes
y será el dato falseado de su propia memoria.
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[ de nuestra codicia en el mundo,
y que tampoco lo fue ese vago sentimiento de este lado del atrio
mientras mirábamos anochecer en los pinos,
o tal vez no sepamos nada, no inventemos nada,
tal vez no sepamos con exactitud si fuimos palpados por una vida
[ que no acertamos a conocer,
y que tal vez, quién sabe,
fuimos por un instante
aquellos dos “que reinaron y vivieron muy felices”
según terminaba el libro de cuentos.
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III. Las reglas del juego
Yo no daría la vida por mi vida: es otra
mi verdadera historia.
Octavio Paz
Las reglas del juego
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en el lenguaje aparecen de nuevo los primeros caracoles, las
[ primeras estrellas de mar,
y las bestias de la niebla ponen su vaho en los nuevos espejos.
Nace la luna sobre el mar como una antigua mirada del hombre.
En el puerto
se van encendiendo las primeras luces.
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Épica
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y el trabajo de ustedes, los constructores de la nueva ciudad,
los sacerdotes de las nuevas costumbres, los muertos del futuro.
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El fugitivo
Por eso he huido, pero huir puede ser una forma literaria, un
[ regodeo ante mis perseguidores,
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y el antifaz azul de la noche está sobre mis ojos como mi propia
[ carne;
por eso no dicto el amanecer, por eso no gozo el producto de una
[ supuesta gracia,
ni estoy enrolado a ninguna adivinación.
En mi palabra no almuerzan la advertencia ni el resguardo, la súplica
[ o la dádiva,
con mi palabra no alimento tampoco a los muertos,
a los que llevan una antorcha apagada en lugar de sonrisa,
una mueca nocturna en lugar de lágrimas,
un cabeza degollada —la propia— como feroz alimento.
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[ las falsas adivinaciones,
y la inocencia se disuelve en un puñado de arena que levantan las
[ pisadas de las cabalgaduras
diligentes y ridículas de los funcionarios de la Razón y la Ciencia.
Debo advertirles, sin embargo, que no puedo odiarlos como quería;
comí entre ustedes, compartí vuestro pan y vuestro vino, compartí
[ vuestras mujeres,
y en la sobremesa también yo dije bromas amables, supe portarme
[ como hábil cortesano,
hice mías vuestras fórmulas de progreso, amé a vuestras hijas en
[ secreto
—la soledad de mi cuarto puede narrar esto mejor…
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Señal nocturna
Un sitio para la gran deuda de Dios, para el sonido del alma en los
[ huesos,
un sitio para la invención de la Tierra,
un rincón donde el rumor de las propias palabras es tal vez la sombra
del viento en nuestras bocas.
Cosas abandonadas en algún sitio de lo que esperábamos decir,
el hueso de la Inteligencia roído una y mil veces
entre declaraciones de triunfo y heridas de paz.
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en la selva que se ha puesto tigre de tanto jugar con la carne del alba,
en la ciudad que fue botada a la noche como un gran trasatlántico
[ lleno de luces y de fiesta;
allá, allá donde las hojas secas son reunidas por la mano de un
[ otoño invisible.
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Entonces la sapiencia culmina en el sapo,
entonces el mar llega besando a sus bellísimos monstruos,
a sus ruinas de barcos como recién nacidos siniestros.
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El pequeño César
Hay un cielo de navíos que los ojos contemplan desde abajo de las
[ lágrimas,
desde donde la mirada se queda sin respiración,
sin oxígeno para saber qué mira todavía y qué ha dejado de mirar.
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Algo de eso comprendiste,
desconfiabas de tu deseo, pero era tu saliva la que brillaba en los
[ dientes de tu deseo,
eras tú esa masa pastosa que alguien masticaba
pero que iba siempre a parar a tu estómago,
era tuya la mano con que te decían adiós
y era tuyo el pañuelo.
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el número telefónico que te buscas en el bolsillo, la dirección que
[ no aciertas a dar.
Puedes fingir que estás fingiendo, puedes simular que eres tú,
que es tu deseo y no tu olvido tu verdadero cómplice, que tu olvido
[ es el invitado que envenenaste
la noche que cenaron juntos.
Puedes decir lo que quieras, eso será la verdad
aunque no puedas ni puedan tocada.
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En mitad de la noche algo tiembla, en mitad de la noche te oyes
[ hacia arriba
como quien se despierta por el ruido de la lluvia,
en mitad de la noche te oyes hacia abajo como quien se despierta
por el ruido de la muerte.
Tal vez te gustaría ser el custodio de los reinos que la carroña acecha,
tal vez te gustaría tomar tu deseo, levantarlo convertido en el deseo
[ del mundo, en la base del mundo.
Algo de eso comprendiste y vacilas,
y tu vacilación te afianza en el mundo, te da vientos para navegar,
[ uñas para clavarlas,
te invita a subir al puente de mando.
Pero aún vacilas, tal vez ese traje de marinero no es el tuyo,
pero ya es tarde, pero aún vacilas, pero ya es tarde,
intentas despedirte de alguien,
pero la mano con que deseas decir adiós
también se va quedando atrás, y ya no puedes alcanzada aunque te
[ inclines hacia ella
con todo tu cuerpo, con toda tu duda de no inclinarte lo suficiente.
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Hablabas de un deseo y también de un olvido,
hablabas de las cartas de una mujer, no se sabe si las rompiste,
no se sabe si te olvidaste de ella, si alguna tarde caminaste
[ pensándolo,
también hablabas de una lámpara,
y de un pañuelo
o de un barco …
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Cierto paseo
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[ lágrima que sale
del fondo de los ojos como un desenterrado,
como un minero que trae cosas rojas en las manos…
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y los observo y observo esas aguas,
apoyado en el pretil de los puentes que más tarde
tal vez tenga que cruzar.
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Licantropía
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[ qué triunfante senectud?
Ah, he caído en la trampa, me proponía escudriñar mi lengua
y estoy diciendo el manoseado discurso, la quebradura de cabeza,
el dolor atrapado por un lance de la eternidad que tal vez olfateamos.
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Compréndanme o no me comprendan si quieren,
estoy cansado de que me quieran comprender,
estoy cansado de que piensen que todo puede ser explicado,
el aire de perdonavidas de vuestros laboratorios me exalta;
yo no quise comprenderlos a ustedes, quise ser como ustedes porque
[ les he tenido miedo,
porque les daba la razón, la ponía en vuestras manos
como si ella fuera de ustedes y yo debiera pedirla.
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Pero ahora, para ustedes y para mí, ha pasado el peligro;
éste, el que nos despertaba en mitad de la noche, el que nos
[ esperaba en mitad del amor,
aquél que nos hacía temblar y sonreír, hablar en voz baja
y pedir excusas con marchita y delicada cortesía.
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Sentado en una piedra
Y por lo tanto
no estaba listo para los hombres, para tocarlos con mi palabra,
para que mi corazón los oliera sin náuseas, adivinando los
[ estornudos
de su propio fantasma.
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[ pintada de cal
por el ocio de su incertidumbre.
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El azar de las perforaciones
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Vuela la noche sobre el mar y del mar regresan los últimos pájaros,
la luz de los faros se unta a la dureza de esas aguas oscuras, se
[ extiende sobre ese ritmo arrebatado a otra vida,
y con un movimiento impreciso, el sueño de la tierra
levanta los remos.
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por donde hacemos pasar la verdad.
Todo yo me sorprendo, todo yo me designo;
este descubrimiento es ventajoso, mis manos no existen, existen mis
[ guantes,
las aguas de la Historia me llegan a los labios, me suben a los ojos,
son el caldo de cultivo apropiado para interrogar dentro de él a Dios,
la bañera donde los enfermos cabecean confundidos con su
[ enfermedad,
donde los héroes respiran dolorosamente confundidos con sus
[ estatuas.
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Sólo así mi tacto será más vivo,
y mi respiración dará menos vueltas para encontrarse con mi alma,
o con aquello que pregunta por mí, si es que algo pregunta por mí.
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Ulises regresa
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[ el sueño de sus dioses
y por el golpe de puñal de sus mejores asesinos.
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El hombre de la máscara de hierro
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sintiendo esas calles de las cuales no he dejado de hablar,
por los laberintos que me siguen como un ejército de niños
[ hipnotizados por el rumor de mi armadura;
andando, andando, andando,
andando por la revelación de mi celda,
olfateando y lamiendo mis cuatro paredes, las cuatro circunstancias
[ de mi alma,
andando por la sombra de ciertas palabras,
por habitaciones, por los lechos de los amantes dormidos,
sobre quienes el alba se desliza como un fantasma cuya blancura
les cede a los cuerpos la luz del amanecer.
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entrando y saliendo, enroscados a sus sombras como un animal
[ dormido en un árbol,
seres susurrantes, seres salivosos, seres de puntillas, en cuyas almas
[ los antiguos demonios y los antiguos dioses
defecan sabiamente.
Despacio, despacio,
se acerca.
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Sueño de Navidad
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la hermosa mentira de la primera inocencia,
la manzana que nadie acaba de comer porque tiene que cubrirse
[ con ambas manos
y con lo que dice y con lo que escucha,
aturdido por el manoseo de esa falsa inocencia,
alimentando esta materia, este orden loco e inexorable, este
[ movimiento total.
Los grandes usureros, los días contados del rey, los días contados del
[ vientre de la esposa del rey,
los huesos plantados al amanecer con sigilo y con tristeza,
la sonrisa del mesero del bar, el ruido de los autos, la tonada de un
[ anuncio comercial;
todo sangra en mis cinco sentidos, todo es sangre de mis cinco
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[ huecos,
todo entra y sale por los huecos de mis cinco sentidos.
Blasfemen, hasta que vuestra palabra tropiece con aquello que dice;
tírenle piedras a los buitres que se paran en los tejados del alma
y desde allí nos acechan.
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IV. Ragtime
Ragtime
Hablar, tal vez hablar en los devoramientos del alba, en las cenizas
[ frías, en las constancias que no habrá de leer nadie;
hablar en el mismo espacio de una voz que no llegó hasta estas
[ palabras, que se perdió en el ruido de una frase como ésta;
hablar donde respira aquello que ocultamos,
crímenes que cometieron por nosotros los hombres de otra historia,
[ la otra historia de nosotros mismos.
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Contadme un poco de mí: quiero aprender a hablar de ustedes.
Cada palabra que llega a mis labios le abre la puerta a una frase
[ cubierta de polvo,
un mensajero que sin limpiarse de las botas el lodo del camino,
[ entra y se sienta a mirarme;
cada palabra que llega a mis labios me trae un oscuro mensaje
de aquella, la Palabra desconocida y presentida, que yo sigo
[ esperando.
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Y ya nuestros fantasmas se sientan en los amplios salones del otoño
[ a esperarnos,
la noche iza sus velas, y en el puente de mando un extranjero
pervierte y hace reír a nuestras madres, a nuestras esposas y a
[ nuestras doncellas.
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[ otra calle silenciosa y oscura,
y un tranvía, con todas las luces encendidas, se detiene vacío junto a
[ nosotros en la esquina,
y con señas que bien comprendemos, el conductor nos exige que le
[ entreguemos nuestros muertos, ya que sólo él habrá de
[ conducirlos.
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Ahora escuchen el paso de las ratas por las leyes,
escuchen el paso de las ratas por los estantes de libros, por las firmas
[ de los gobernantes,
y escuchen también el viaje de los dormidos por sus aguas perdidas.
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Esta edición para internet de Relación de los hechos,
de José Carlos Becerra,
se terminó en la Ciudad de México
en noviembre de 2010.