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ALGO EN COMÚN Elízabeth Lencina

Algo en común

Elízabeth Lencina
ALGO EN COMÚN Elízabeth Lencina

A mi madre, mi primera lectora,


A mi padre, un ser excepcional,
A mi hijo,
A mis alumnos,
A todos mis amigos,
A mis profesores,
A mis lectores
ALGO EN COMÚN Elízabeth Lencina

CAPÍTULO 1: INVITACIÓN

Era un miércoles soleado del mes de julio. Los chicos estaban saliendo de la

escuela.

Alejandro se fue a su casa caminando, con Axel, su gran amigo.

Apenas llegaron, preparó unos bifes de cerdo y papas fritas. Sacó una botella de

agua fría de la heladera, y le agregó un sobre de un jugo de naranja. Se sentaron a

almorzar, mientras miraban tele.

– ¡Está bueno, che! Yo no sé hacer nada. Cuando mi vieja no está, pido algo,

llamo a un delivery.

– Si yo hago eso, termino con mil kilos, porque me las tengo que arreglar solo.

Alejandro no sólo sabía cocinar, sino que había aprendido a manejarse sin la

ayuda de adultos, desde muy chico. Era hijo único. Sus padres no estaban en todo el día

y sus abuelos habían muerto. Hacía las compras, limpiaba la casa, se ocupaba de su

ropa. Y, como si fuera poco, era el mejor alumno de su curso, desde primer grado.

Tenía catorce años, pero siempre que tenía oportunidad, mentía diciendo que

estaba por cumplir diecisiete. Casi siempre le creían.

Cuando terminaron de comer, Alejandro se fue a bañar.

Axel se sentó frente a la computadora y entró en su Facebook Ahí encontró una

invitación para un evento que sería el viernes: “¡Alta fiesta en lo del Eze!”.

Hizo un clik sobre el botón de “Asistiré”.

– ¡Ché, loco! Joda en lo de Ezequiel. ¿Sabías? – gritó.

– ¿Eh? No te entiendo nada. Bancame que ya salgo.


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Axel miró la lista de invitados. Estaba Agustina. Ella era amiga de Luisina, la

hermana melliza de Ezequiel.

Alejandro salió en boxer, secándose el pelo. Axel le contó todo, con entusiasmo.

– ¿Y qué onda con Agus? – preguntó Axel.

– Nada, hablamos pavadas por Whatsapp.

– ¿Y no la viste más?

– No. En una fiesta de Luisina hablamos. Hace diez días maso…

– Pero… ¿te gusta?

– Obvio – respondió Alejandro.

– ¡Qué bueno, amigo! Se te va a dar esta semana.

Un llamado al celular de Axel, interrumpió la charla.

– ¡Mi vieja! ¡Qué pesada!

– ¿Te vas?

– Sí, viene en 5 a buscarme.

Axel juntó sus cosas y se fue, protestando contra su madre. Alejandro cerró la

cuenta de Facebook de Axel y abrió la suya. Lo primero que hizo fue buscar la

invitación al evento. Pero… ¡no estaba!

– ¡Qué basura! ¡Otra vez lo mismo! ¡Me dejó afuera! – dijo, mirando la

pantalla y golpeando fuerte el escritorio, con sus puños.

Alejandro era muy buen compañero. Ayudaba a todo el que necesitara de alguna

explicación de materias complicadas como matemática o físico-química. Siempre estaba

dispuesto. Y se acordaban de él cuando podían usarlo, pero no para compartir alguna

reunión. ¡No era justo!

Tenía mucha bronca. Algo tenía que hacer, para luchar contra la discriminación.

¿Y por qué lo hacían? Porque él era diferente: inteligente, maduro, independiente


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Se sirvió un vaso de gaseosa bien fría, volvió a su escritorio, se sentó, cerró los

ojos unos minutos y una idea vino a su cabeza: crear un grupo de Facebook.

Este grupo es para todos los chicos y chicas hartos de que nos traten por

tarados, por ser diferentes.

Si a vos también te pasa, unite al grupo

Gordos, flacos; negros, blancos; altos, petisos; pobres, ricos; lindos, feos. Todos

pueden llegar a sentirse discriminados. El dolor que se siente sólo puede ser

comprendido por alguien que está sufriendo por el mismo motivo.


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CAPÍTULO 2: ETIQUETA

Cecilia había vuelto de su clase de pintura. Los miércoles de 2 a 3 de la tarde, se

sentía plena, por ser ella misma, disfrutando de ese nuevo rol, el de artista.

Allí solo analizaban lo que veían sobre el papel. No les importaba, como a sus

compañeros del cole, que tuviera unos kilos de más, que no pudiera lucir la misma ropa

que otras chicas de su edad. Desde muy pequeña, la obesidad había sido su mayor

problema.

– Hola, ma.

– Hola, mi amor. ¿Cómo te fue?

– Bien, cada vez mejor. La profe me felicitó.

– ¡Qué bueno! Te está esperando Mariela, en tu cuarto.

Cecilia fue corriendo a su habitación. Tenía muchas ganas de hablar con su

prima, su gran confidente. Apenas entró, se borró su sonrisa, al ver a Mariela.

– Hola, Mari, ¿qué te pasa? ¿te viste la cara?

– Todo me pasa. No soporto que te hagan esto. Son unas imbéciles. ¡Como no

tienen nada que hacer, se divierten así!

– ¿Qué decís? No entiendo nada.

– Ah, bueno… Sos la última en enterarte.

– ¿De qué me tengo que enterar?

– Vení, sentate – le dijo Mariela llevándola hasta el escritorio.

En el monitor se veía una foto editada con Photoshop. La cara era de Cecilia,

pero el cuerpo era de una mujer que pesaba el doble que ella. Estaba en bikini, tomando

sol, en la playa. La habían etiquetado en el Facebook.

Cecilia se abrazó a Mariela. No pudo evitar el llanto.


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– Prima… Vi que un flaco hizo un grupo. El pibe se siente discriminado, no sé

por qué, pero no importa. Por lo que entendí, te va a hacer bien entrar.

– ¿Vos decís?

– ¡Dale, nena!

– Okey. Ahí me agrego.

Este grupo es para todos los chicos y chicas hartos de que nos traten por

tarados, por ser diferentes.

Si a vos también te pasa, unite al grupo


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CAPÍTULO 3: SECRETOS

Facundo llegó a su casa feliz, porque a las 5 se reuniría con tres compañeros en

su casa, para hacer un trabajo de Sociales. Estaba muy conforme con el grupo que le

había tocado: Diego, Celeste y Juliana.

Diego y Celeste habían ido con él, desde la primera salita de jardín. Y Juliana era

nueva. Él la había ayudado mucho en el comienzo del año.

– Hola, abu.

– Hola, querido, ¿cómo te fue?

– Bien, bien. Hoy vienen los chicos a hacer un práctico. ¿Te parece bien?

– ¡Por favor! Vos sabés que a tu abuelo y a mí nos encanta verlos y

escucharlos, nos hace sentir un poco menos viejos.

– No digas eso. Están bárbaros.

Se sentaron a almorzar los dos. El abuelo trabajaba hasta más tarde.

Después de lavar los platos, la abuela empezó a preparar cosas dulces para la

merienda: alfajorcitos de dulce de leche (caseros), tarta de ricota y pasta frola. Y para

tomar, chocolate de taza, caliente. Facundo sentía el olorcito desde su habitación.

No podían ser mejores, sus abuelos. Vivían por él y para él. Siempre pendientes

de lo que necesitara. Eran los papás de su mamá. Ella había muerto junto con su

hermanito, en el parto, hacía diez años, cuando él tenía tres.

A las 4 y media llegó Diego. Facundo fue a abrir la puerta, mientras la abuela

seguía en la cocina.

– Hola, amigo, ¿todo bien?

– No.

– ¿Qué te pasa?
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– Vamos, no quiero que tu abuela escuche – le dijo al oído.

Se fueron a la habitación.

– Largá, che. Me estás matando por la intriga y después seguro no vas a hablar,

cuando vengan las chicas.

– Es que… ellas no van a venir.

– ¿Por qué?

Diego estaba serio, tenso, nervioso.

La abuela entró, con una bandeja en la mano.

– ¿Quieren ir comiendo algo o esperan a sus compañeras?

– No van a venir, Beatriz.

– ¿Están enfermas?

– Sí.

– Pero si hoy… - dijo Facundo.

– Las retiraron más temprano – interrumpió Diego. Están con un poco de

fiebre.

– ¡Qué mal! Bueno, si necesitan algo, me llaman.

– Gracias, abuela.

Una vez que quedaron solos, Facundo empezó a interrogar a su amigo.

– ¿Por qué le mentiste? ¿Qué pasó?

– Me llamó Celeste. Me dijo que su vieja no quería que viniéramos acá, que

ella tendría que haber dicho de ir a su casa. Y como es amiga de la madre de Juliana, se

pusieron de acuerdo.

– ¿Qué decís?

– Digo… que no te quieren porque tienen miedo que seas como tu viejo.
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– Pero si mi viejo me abandonó cuando tenía tres años, cuando estaba por

nacer mi hermano y se fue con otra mina. No tiene nada que ver. ¡Qué culpa tengo yo!

– No se quién dijo que tus abuelos te inventaron esa historia porque tu viejo no

está con otra mina

– ¿Qué?

– Que tu viejo está preso porque…

– ¿Y si estuviera preso, qué? Para mí está muerto. Mi abuelo es como un padre

para mí, y hace lo imposible para que no me falte nada.

– Sí, tenés razón. ¿Y qué recordás de tu viejo?

– No me acuerdo de él.

– Se dice que maltrataba a tu vieja y que quiso matarla, estando embarazada…

La puerta se abrió. Era el abuelo, con un paquete en la mano.

– Hola, ¿cómo están mis muchachitos?

– Bien, bien – dijeron, a la vez.

– Es un buzo. Probátelo. Si no te queda, mañana lo cambiás.

– Gracias, abu.

Diego fue al baño. Estaba empapado en transpiración. Había hecho lo correcto:

decir la verdad. Pero se sentía horrible.

Facundo se sentó frente a la computadora. Debía investigar. Tenía abierto el

Facebook. Antes de cerrarlo vio una invitación:

Este grupo es para todos los chicos y chicas hartos de que nos traten por

tarados, por ser diferentes.

Si a vos también te pasa, unite al grupo

Él no era no tenía ningún problema físico ni psíquico. Pero lo discriminaban, así

que aceptó formar parte.


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CAPÍTULO 4: COLOR

La clase de literatura era como un recreo, para la mayoría de los alumnos de 1er.

año del turno tarde.

La profe tenía unos veinticuatro años y toda la energía que se necesita para estar

a cargo de un curso de treinta y cinco chicos. Para Rocío era un modelo a seguir. Quería

ser como ella, cuando se recibiera de docente.

Claro que no podía convertirse en una mujer tan linda, que parecía una modelo

La profe tenía pelo castaño y ojos grandes, oscuros, y ella había nacido sin

pigmentación: era albina. Su pelo totalmente blanco y sus ojos celestes grisáceos,

transparentes como su piel, que no soportaba ni un poquito de sol.

La tarea de ese día consistía en continuar un cuento que habían analizado en la

clase anterior y pasar al frente a leerlo.

Ruth, tímidamente, se sentó al lado de la profesora, y casi sin mirar a sus

compañeros, leyó en voz alta:

Pasaron sesenta años y esa bella niña de pelo negro fue envejeciendo, hasta que

cada cabello era más blanco que el algodón…

El grupo comenzó a alborotarse. Se escuchaban voces:

– ¿Y cómo se llamaba? ¿Rocío?

– La vieja Rocío, jaja.

– Ancianita.

– Abuela.

Rocío salió del aula, corriendo, sin pedir permiso. La profesora le pidió a Magali

que fuera a acompañar a Rocío.


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A Ruth se le llenaron los ojos de lágrimas.

– No me di cuenta, profe, yo no quise… Cuando lo escribí ni me acordé que

podía hacerle mal a Rocío.

– Tranquila, Ruth, vos no tenés la culpa. Sentate.

– Gracias.

La profesora habló seriamente durante el resto de la hora. Estaba muy enojada.

La habían sorprendido, y para mal…

Rocío y Magali, mientras tanto, se quedaron en el baño.

– El viernes a la mañana, cuando mi mamá esté en el trabajo, voy a la

perfumería, me compro una tintura y yo misma me la paso. Sé más o menos cómo es.

– Pero tus papás se van a enojar.

– ¡Qué me importa!

– Bueno… si querés, yo te ayudo. Le digo a mi vieja que tenemos que estudiar

y voy a tu casa tempranito. Eso tarda.

– Sí, amiga, hacemos así.

Volvieron al aula. Sus compañeros estaban saliendo para el recreo, salvo Ruth,

que se había quedado pensativa, en su banco. Ellas tres y la profesora se quedaron allí,

conversando, hasta que volvió a tocar el timbre.

Cuando Rocío llegó a su casa, se encerró en su habitación porque no quería que

sus padres la vieran así.

Apenas entró en el Facebook, leyó una invitación a un nuevo grupo:

Este grupo es para todos los chicos y chicas hartos de que nos traten por

tarados, por ser diferentes.

Si a vos también te pasa, unite al grupo

– ¡Pero claro que también me pasa! – dijo, mirando la pantalla.


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– ¿Qué hija? – preguntó la mamá.

– Nada, nada, estoy hablando por teléfono, ma.

– Ah, perdón.
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CAPÍTULO 5: BANDERA

La conversación por Skype había durado más de una hora.

Nicolás no le quiso decir nada, pero lo vio desprolijo, barbudo y con algunas

arrugas. Extrañaba a su papá. Hacía dos meses que había llegado a la Argentina, con su

mamá y su hermano.

Sus padres se habían separado. Ambos eran argentinos y se habían ido a vivir a

Brasil cuando él estaba por nacer. Tanto él como Joaquín, eran brasileños. Le habían

contado que en su país se estaba viviendo un momento complicado y que muchas

personas habían optado por buscar trabajo afuera.

Él hubiera preferido compartir su infancia con sus abuelos, con sus primos, con

sus tíos, como la mayoría de los chicos.

En definitiva, allá, en Brasil, se sentía solo y acá, en la Argentina, también,

porque no conocía a nadie, ni siquiera a su familia.

En su casa siempre se había hablado el castellano. Y, por supuesto, hablaba

también portugués. Sabía bastante de inglés, así que se podía decir que era un chico

trilingüe.

– ¡Nico! ¡Apurate! Vamos a comer a lo del tío Gustavo.

– Bueno, ma, me cambio las zapatillas y ya estoy.

Diez minutos después, subieron al auto y salieron.

La casa del tío estaba a unos cinco kilómetros, en las afueras de la ciudad.

En la cena estaban el tío Gustavo, la tía Noemí, los tres primos: Hernán, de 13

años, Emiliano, de 12 y Lautaro, de 8 y los abuelos: Rosita y Héctor.

Era el tipo de reunión con la que Nicolás había soñado, desde chiquito.
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La comida, exquisita: asado, achuras, provoleta. Y, de postre, torta helada. ¡Un

manjar!

– ¡Chicos, vamos a jugar a la play!– propuso Hernán, dirigiéndose a Nicolás y

a Joaquín.

– Bueno – respondieron los dos.

Hasta ahí, todo era normal.

Pero, cuando eligieron un jueguito de fútbol, empezaron los problemas.

– ¡Cualquiera! ¡Messi y el Diego son los mejores! –gritaba Emiliano.

– ¡Negros se m...! – gritaba Lautaro.

– En el mundial 2014 les vamos ganar– decía Hernán.

Joaquín no entendía nada. Era muy chiquito. A sus cinco años no podía

comprender las diferencias entre países. Estaba lloriqueando, entonces Nicolás lo llevó,

de la mano, hasta el comedor.

– ¿Qué pasa? – preguntó la mamá.

– Nada, má – respondió Nicolás.

– ¿Le pegaron?

– No, ma. Nada que ver.

Nicolás, con un gesto, disimulado, le dio a entender a su madre lo sucedido.

Enseguida, se despidieron y regresaron a su casa.

Nicolás estaba acostumbrado a que lo hicieran a un lado, por el simple hecho de

no haber nacido en la Argentina. Pero no podía soportar que su hermanito sufriera.

Encendió la computadora para ver si alguno de sus amigos estaba conectado. A

ellos les importaba si su bandera era celeste y blanca o amarilla y verde.

No encontró a nadie. Sin embargo, leyó algo interesante:


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Este grupo es para todos los chicos y chicas hartos de que nos traten por

tarados, por ser diferentes.

Si a vos también te pasa, unite al grupo

Y sí, soy diferente, se dijo a sí mismo.


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CAPÍTULO 6: RELOJ

Melina iba camino al patio de su casa, con las dos manos ocupadas con baldes

de ropa, cuando empezó a sonar su celular, que había quedado sobre la mesada del

lavadero.

No volvió a atenderlo. Sabía que si se ponía a hablar con sus amigas, no le

alcanzaría la tarde para secar todo.

Su mamá y su hermana mayor limpiaban casas. Ella colaboraba lavando,

secando, planchando, la ropa de esas familias para las que trabajaban. Era la única

forma de salir adelante. Su papá estaba muy enfermo, internado.

Cuando regresó del patio, vio que Juliana la había llamado. Le mandó un

mensaje disculpándose e inmediatamente su amiga volvió a llamar.

– Hola, Juli, ¿todo bien?

– Sí, organizando el pijama party de esta noche. ¿Cuándo venís? – preguntó,

molesta - ¡Necesitamos que nos ayudes!

– No puedo ahora. Me quedan tres tandas de ropa por lavar y cinco por

planchar. Con mucha suerte voy a llegar para el postre.

– Pero vos prometiste que ibas a preparar la cena. No te pedimos que pusieras

guita, pagamos tu parte. ¡Qué más querés, nena!

– ¿Qué más quiero? ¡Morirme! – gritó Melina, furiosa, y cortó.

Hacía tres años, desde los diez, que trabajaba tardes enteras y los fines de

semana completos. Estaba agotada. Le dolían las manos y la columna, por el tipo de

tareas que hacía.

Le quedaban cinco años y medio. Su objetivo era terminar el cole y conseguir un

puesto de secretaria. Usaría ropa elegante y zapatos altos, tendría las manos cuidadas y
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el pelo arreglado. No como ahora. Y ganaría lo suficiente como para mantener a sus

papás y ayudar a su hermana para que rindieran las materias que debía del secundario.

Le temblaba el cuerpo. Intentó calmarse y llenó otra vez el lavarropas. Cuando

lo encendió, no arrancó. Se había cortado el agua corriente.

– ¿Qué te pasa, aparato de m...? – gritó.

Y se sentó en el piso, a llorar.

Sintió algo que se movía. Estaba apoyada en al lavarropas. Había empezado a

funcionar. Se incorporó, un poco mareada y fue a la cocina a prepararse un chocolate

caliente. Cuando terminó de servirse una taza, volvió a sonar su celular. Era un mensaje

de Mariano, que decía:

Hola, Meli, ¿cómo estás? Me enteré de lo que pasó. Mi hermana y sus

amiguitas, son unas taradas. Dejalas. Ya van a caer.

Vi algo en el Face que puede servirte:

Este grupo es para todos los chicos y chicas hartos de que nos traten por

tarados, por ser diferentes.

Si a vos también te pasa, unite al grupo.

Cuidate mucho, amiga. Besos.


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CAPÍTULO 7: FICHAS

Habían pasado solo unas horas desde la creación del grupo. Y ya eran seis los

miembros. Alejandro tenía la certeza de que lo que había planeado sería un éxito. Pensó

en hacer una especie de presentación, en un Chat grupal, pero podría haber

inconvenientes de horarios, entonces descartó esa idea. Ya habría tiempo para charlas

conjuntas.

Armó una ficha con datos básicos.

NOMBRE:

EDAD:

AÑO:

CON QUIÉNES VIVÍS:

QUÉ HACÉS FUERA DEL HORARIO DE COLE:

CIUDAD DONDE NACISTE Y CIUDAD DONDE VIVÍS:

PROBLEMA POR EL QUE TE DISCRIMINAN:

Y comenzó escribiendo sus propios datos:

Alejandro, 14 años, 3er. año.

Vivo con mis viejos pero no están nunca, así que cuando estoy en mi casa

cocino, ordeno, limpio. Bah… como si viviera solo.

No tengo hermanos, ni tíos, ni abuelos.

Ah… tengo una gata. Ya estaba cuando nací Dice mi vieja que yo le decía

hermana, cuando empecé a hablar. Y el tarado de mi viejo aclaraba “hija mía no es”. Y

yo no entendía nada, ¡qué tonto!

Soy platense y nunca me mudé.


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Hasta ahí, nada raro, ¿no?

Pero los idiotas del cole me discriminan porque soy un pibe grande (aunque

tenga la misma edad que ellos) y me tienen envidia porque tengo buenas notas y no

estudio, no me preocupo por nada.

Minutos después, cada uno de los chicos, se había ido presentando:

Cecilia, 13 años, 2do. año.

Vivo con mis viejos. Mi hermana mayor se mudó a Buenos Aires hace poquito,

cuando se recibió de Administradora de Empresas. Me lleva diez años.

A mi prima Mariela la veo todos los días, vive en la misma cuadra. Tiene 14.

Nos llevamos re bien.

Me gusta pintar. Voy a un taller. Re copados, todos, ahí.

Soy platense y me mudé algunas veces, pero nunca afuera de La Plata.

Las chicas del cole me discriminan porque soy gorda. Y los chicos no dicen

nada, pero no les gusto.

Facundo, 13 años. 2do. año.

Vivo con mis abuelos, los padres de mi mamá. (No le puedo decir vieja, porque

se murió muy joven, hace diez años, junto con mi hermano, en el parto).

De mi viejo no sé casi nada. Algunos dicen que tiene otra familia y otros… me

cuesta decirlo… comentan que está en la cárcel.

Nací en San Miguel del Monte, pero estoy acá en La Plata desde los tres,

cuando empecé el jardín.

A veces voy al taller donde labura mi abuelo, y ayudo mientras aprendo. Él

sueña con verme hecho un ingeniero mecánico, pero no sé si tengo cabeza para tanto.
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Grandes y chicos me discriminan porque creen que mi viejo es un delincuente.

Pero yo no soy como él, se los juro.

Rocío, 12 años. 1er. año.

Vivo con mis viejos y varias mascotas. (Perros, gatos, hámsters).

Nací en Ensenada, cerca del centro y ahora vivo a unos metros del límite con La

Plata.

Me gusta mucho leer.

Mi problema es que soy albina. Por si no saben qué es, les cuento que soy como

un conejo, toda blanca. Ni los pelitos de los brazos tienen pigmentación, o sea, color. Y

también por esa m... tengo prohibido tomar sol y uso anteojos, porque la luz me hace

mal.

Nicolás, 14 años. 2do. año.

Vivo con mi vieja y mi hermanito.

Nací en Río de Janeiro, Brasil, y este año viajamos acá. Mi viejo se quedó

porque ellos se separaron.

Mis viejos son argentinos, así que hablo y escribo bien el castellano.

Ayudo en mi casa y juego al fútbol.

Me discriminan porque no sé por qué no nací en la Argentina.

Acá tengo tres primos re caretas, que ojalá no los volviera a ver nunca más.

Melina, 14 años, 2do. año.

Vivo con mi vieja y mi hermana mayor. Ellas trabajan en casas de familia y yo

lavo y plancho en mi casa.


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Mi viejo está enfermo, internado.

Nací cerca de acá, en Brandsen, pero nos vinimos todos porque en La Plata hay

buenos médicos y más laburo.

No me dicen más Cenicienta porque saben que no tengo madrastra ni

hermanastras, pero igual duele lo que me hacen.

Esos chetos de m... no saben nada…

Cuando termine el cole voy a ser secretaria.

Alejandro, luego de leer las cinco fichas, supo que serían un gran equipo. Muy

diferentes, todos, pero con algo en común: la discriminación entre adolescentes.


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CAPÍTULO 24: IDENTIDAD

Nicolás tenía una nueva responsabilidad: responder cada una de las consultas

que le llegaban a través de su cuenta de Facebook, a partir del aviso en el que solicitaba

información del padre de Facundo.

Los mails los respondían entre los dos. Entraban indistintamente, desde una

computadora u otra. Se reunían en la casa de Nicolás día por medio. Allí podían hablar

tranquilos, sin interrupciones ni peligro de que se les escape algo.

La mamá de Nicolás estaba al tanto. Facundo quiso que así fuera. Necesitaban

que hubiera algún adulto por cualquier contratiempo que pudiera surgir. Es sabido que

estar en una red social, solicitando datos de una persona, puede ser arriesgado.

La mayoría de las personas que se comunicaban, lo hacían de buena fe, porque

suponían conocer al padre de Facundo. Pero algún dato hacía que se los descartara.

Un señor mayor, llamado Juan López, había escrito una carta muy emotiva,

pidiendo perdón por haber abandonado a su hijo. Palabras hermosas, y muy sentidas,

llenaron dos hojas y media. Pero lamentablemente, Facundo no era moreno de ojos

negros, ni tenía diez años, de modo que cada uno siguió su búsqueda.

Un hombre muy joven, de veintiocho años, también estaba intentando

reencontrarse con un hijo de trece. Había sido un padre adolescente que quería hacerse

cargo del bebé, pero su familia lo alejó de su novia, llevándolo a vivir a otro país. Y

desde su mayoría de edad, cuando abandonó él a sus padres, tenía como objetivo

abrazar a ese muchachito que tenía casi la misma edad que él cuando lo concibió.

Otro, de poco más de cincuenta años, estaba intentando reencontrarse con su

hijo, también de trece. Arrepentidísimo por haberlo abandonado, le quedaba poco

tiempo. Tenía una enfermedad terminal y no quería irse de este mundo sin volver a darle

un beso a su hijo.
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Y así, decenas de casos de padres e hijos separados por diversos motivos.

Nicolás admiraba la templanza de su amigo. Él, que solo llevaba meses sin ver a

su papá, no sabía cómo seguir. Facundo, sin su mamá, sin su papá y con un hermanito

muerto, que no llegó a conocer, tenía toda la energía puesta en descubrir la verdad. Y

sabía que lo iba a lograr.


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CAPÍTULO 61: CUMPLEAÑOS

El gran día había llegado.

Todo estaba listo para recibir a los invitados.

Alejandro y Agustina estaban felices, pero ansiosos, por lo que iban a hacerle a

Ezequiel.

Era una noche preciosa.

Axel había trabajado a la par de él para que todo saliera perfecto. Estuvo allí

todo el tiempo.

Los primeros en llegar fueron Nicolás y Facundo. Claudia los había llevado.

Luego, las chicas del grupo en el auto de Alexis.

Aunque apreciaba a la mayoría de sus compañeros, para él, lo importante era que

estuvieran presentes sus grandes amigos.

Después llegaron Ezequiel y Luisina. Alejandro y Ezequiel se saludaron como si

fueran grandes amigos.

Era obvio que si el invitado principal faltaba, se perdería la esencia de la fiesta.

En media hora más, ya habían llegado todos. Todo estaba saliendo a la

perfección.

Alejandro tomó el micrófono, dijo unas palabras y lo invitó a Ezequiel al

escenario.

– ¡Eze! Vení. Tenemos una sorpresa para vos.

Ezequiel no entendía nada. Pero como no sospechaba lo que estaba sucediendo,

subió, inocentemente.

Axel eligió una música de suspenso, para ese momento.


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Todos, expectantes, fijaron sus ojos en la pantalla. El Power Point de Melina

estaba mostrando algunas de las maldades de Ezequiel. El título era ¿Qué nos oculta

Lucas?

Para quienes no conocían la historia, Melina hizo una síntesis, con una letra

clara, grande, antes de que aparecieran las imágenes con las pruebas del delito.

Ezequiel había quedado petrificado.

Cuando terminó de proyectarse la presentación, todos empezaron a gritarle.

Fuertes insultos llegaron a sus oídos. No hubo golpes, aunque ganas no faltaron.

Ezequiel corrió hacia la calle. Solo tenía su celular. Dejó hasta la campera. Y

huyó. No tenía cómo defenderse.

La fiesta siguió su curso. Por supuesto, cada invitado se acercó a Alejandro, a

Agustina y a Luisina, para pedir más detalles de lo acontecido.

Varias horas después, minutos antes del final, Axel eligió varios temas sobre la

amistad y Rocío subió al escenario.

Con emoción, pero también con seguridad, leyó lo que con tanto sentimiento

había escrito:

Hace un par de meses, las chicas del grupo y yo, no podíamos parar de llorar

por todo lo que nos hacían. Y los varones tenían ganas de romperle la cabeza a más de

uno. ¡Hartos!

Esto pasaba porque se burlaban de nosotros solo por ser diferentes. Por unos

kilitos de más, por no tener dinero, por no tener papás, por no ser argentino, por ser

inteligente o por tener el pelo blanco, soportamos durante toda nuestra vida esa

humillación espantosa, sin tener la culpa de nada.


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Alejandro creó el grupo, uno de esos días en que con la bronca que tenía podía

haber roto todo lo que tenía alrededor o tomárselas con quienes tenía cerca. En lugar

de la violencia, eligió hacer algo bueno, que pudiera ayudar a otros.

Y aquí estamos: Ceci, con sus 13 años es una pintora famosa y bajó un montón

de peso; Meli, con 14, una secretaria de primera y tiene un novio que es un amor; Nico,

con 14, un detective excelente y juega al fútbol re bien; Facu, con 13, un hombre, con

todas las letras, un ejemplo a seguir, por su fortaleza y perseverancia; Ale, un ganador,

no solo de olimpíadas matemáticas y está al lado de una divina; y yo, un proyecto de

escritora, que de a poco está dejando de ser tímida.

Con las redes sociales pudimos conseguir lo que estábamos buscando. También

nos trajeron dolores de cabeza, por ejemplo, cuando intentábamos descubrir qué estaba

escondiendo Lucas… perdón… Ezequiel. Ya no sé cómo nombrarlo.

Creo que lo importante es saber qué hacer con lo que tenemos. Sea algo que nos

pasa, sea un elemento de la tecnología.

En nombre de mis compañeros de grupo, quiero decir muy fuerte:

GRACIAS, ALE.

Entre lágrimas de felicidad y aplausos, la noche fue llegando a su fin.


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Biografía de Elízabeth Lencina


Su verdadero nombre es María Guerra Alves. Nació en La Plata el 19 de mayo
de 1966 y siempre vivió en su ciudad.
Si bien a los diez años de edad ya se había manifestado su vocación, quedó
latente hasta el 2009, año en el que retomó la escritura con la convicción de que sería
una profesión y no un hobbie.
Desde 2012 asiste a distintos talleres de escritura creativa. En 2013 participó en
un taller de guión para ficción radial en Argentores.
Escribe para niños, adolescentes y adultos. La mayoría de sus obras
corresponden al género narrativo. Entre novelas, nouvelles, cuentos y microrrelatos
suman un total de más de doscientos títulos.
Participa en concursos de diversa índole.
En marzo de 2014 obtuvo una Distinción Especial por su cuento Torpezas, en un
Certamen Internacional de Literatura Infantil, organizado por Editorial Mis Escritos.
Los premios fueron entregados en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Su obra
forma parte de una antología
En julio de 2014, el Primer Premio en Popularidad por su cuento Boleto de tren
envuelto en una servilleta, en el concurso Viajeros al Tren, del Centro cultural Kem
Kem, de la ciudad de Quequén.
En noviembre de 2014, su cuento Niebla fue Finalista en el concurso Lenguas
Vivas, recibiendo su diploma en la SADE de San Telmo.
En ese mismo mes, su cuento Una mujer valiente, obtuvo el Segundo Premio en
el concurso Una imagen, mil palabras, organizado por Revista Literaria.
En abril de 2015 fue finalista en dos categorías: Cuento infantil (por Un extraño
paseo) y Microrrelato (por Una marca imborrable, Caminando y Último viaje), en el
concurso organizado por la Editorial Mis Escritos. Los premios fueron entregados en la
Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Sus obras formaron parte de las dos antologías.
En mayo de 2015, obtuvo 8º Distinción Especial, por su cuento En un bar de
Flores, en el XLV Concurso Internacional de Poesía y Narrativa Palabras sin fronteras,
organizado por el Instituto Cultural Latinoamericano. El cuento es parte de la antología.
ALGO EN COMÚN Elízabeth Lencina

En junio de 2015, su cuento En un bar de Flores fue contado por el sr. Daniel
Britto, en el espectáculo Cosas del destino, del grupo de narradores De la A a la Z, en el
Café Cultural La Forja, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
En julio de 2015, fue finalista con su cuento Papeles olvidados, en el concurso
organizado por la Editorial Mis Escritos.
En agosto de 2015, obtuvo una Mención de Honor, en el concurso Confluencia
de Palabras, organizado por el Instituto Cultural Latinoamericano, con su cuento Ayuda.
En el mismo mes, obtuvo una Mención de Honor, en el concurso organizado por
Arte y Cultura de Merlo (provincia de Buenos Aires). Y resultaron finalistas sus cuentos
Tormentas, Paraguas olvidado y Por el ojo de la cerradura, en el concurso Letras
Argentinas de hoy.
En septiembre de 2015, su cuento En un bar de Flores fue contado por el sr.
Daniel Britto, en el Centro Cultural El Puente, de la ciudad de La Plata.
En junio de 2016 fue editada su novela para adolescentes ALGO EN COMÚN,
que trata de seis chicos discriminados por diversos motivos, el buen y mal uso de la
tecnología y el derecho a la identidad.
Actualmente este libro, es utilizado en escuelas primarias y secundarias de varias
ciudades. Interactúa con docentes y alumnos.
En agosto de 2016 se editó la antología ONCE, de la cual es partícipe con
algunos de sus cuentos.
En septiembre de 2016 se hizo la tercera edición de ALGO EN COMÚN.
Fue entrevistada, en varias oportunidades, por diferentes medios de la República
Argentina.
Participa en charlas sobre violencia de género y sobre bullying, en colegios
primarios y secundarios, con algunos de sus cuentos.
Varias de sus obras están publicadas en diarios y revistas de distintos lugares.
Visita comedores y merenderos, de manera solidaria, llevando sus cuentos.
Con su comentario, formó parte de la solapa de la novela LAS DOÑAS, de
Silvia Haydée Secchi.
Participa activamente en organizaciones internacionales de lucha contra el
bullying, y en todo lo referente a la violencia de género.

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