Sunteți pe pagina 1din 25

Depresión infantil y adolescente: una revisión de teorías, instrumentos de

evaluación, programas de prevención y tratamientos

La depresión es la principal causa de enfermedad y discapacidad en el mundo. Los


estudios que registran la prevalencia de la depresión en niños y adolescentes informan
altos porcentajes de jóvenes en ambos grupos con síntomas depresivos. Esta revisión
analiza el constructo y las teorías explicativas de la depresión y ofrece una breve
descripción de los principales instrumentos de evaluación utilizados para medir este
trastorno en niños y adolescentes, así como los programas de prevención
desarrollados para el entorno escolar y los diferentes tipos de tratamiento clínico
proporcionado. El análisis revela que en las clasificaciones mentales, la construcción
de la depresión infantil no es diferente de la de los adultos, y que se deben tener en
cuenta múltiples teorías explicativas para llegar a una comprensión completa de la
depresión. En consecuencia, tanto el tratamiento como la prevención también deben
ser de naturaleza multifactorial. Si bien los programas universales pueden ser más
apropiados debido a su amplio alcance de aplicación, los resultados no son
concluyentes y no demuestran una eficacia sólida a largo plazo. En conclusión,
podemos afirmar que: (1) Hay factores biológicos (como el triptófano, por ejemplo, un
componente para el agotamiento de la serotonina) que influyen fuertemente en la
aparición de trastornos depresivos; (2) Actualmente, las relaciones interpersonales
negativas y las relaciones con el entorno de uno, junto con los cambios
socioculturales, pueden explicar el aumento observado en la prevalencia de la
depresión; (3) Se pueden usar muchos instrumentos para evaluar la depresión, pero es
necesario continuar adaptando las pruebas para diagnosticar la enfermedad a una
edad temprana; (4) Los programas de prevención deben desarrollarse e implementarse
desde una edad temprana; y (5) La mayoría de los tratamientos son cada vez más
rigurosos y efectivos. Dado que las manifestaciones iniciales de depresión pueden
ocurrir desde una edad muy temprana, se requieren investigaciones más profundas
sobre los factores biológicos, psicológicos y sociales que, de manera interrelacionada,
pueden explicar la apariencia, el desarrollo y el tratamiento de la depresión.

INTRODUCCIÓN
La depresión es la principal causa de enfermedad y discapacidad en el mundo. La
Organización Mundial de la Salud (OMS) ha emitido advertencias sobre esta patología
durante años, dado que afecta a más de 300 millones de personas en todo el mundo y
se caracteriza por un alto riesgo de suicidio (la segunda causa más común de muerte
entre las personas de entre 15 y 29) [Organización Mundial de la Salud (OMS), 2017].
Los estudios en la población infantil que utilizan autoinformes para evaluar los
síntomas graves de depresión, específicamente el Inventario de Depresión Infantil (CDI,
Kovacs, 1992) y la Escala de Depresión Infantil (CDS, Lang y Tisher, 1978), han
observado tasas de prevalencia de, por ejemplo, 4% en España (Demir et al., 2011;
Bernaras et al., 2013), 6% en Finlandia (Puura et al., 1997), 8% en Grecia (Kleftaras y
Didaskalou, 2006), 10% en Australia (McCabe et al., 2011), y 25% en Colombia
(Vinaccia et al., 2006). Las principales clasificaciones de los trastornos mentales son el
Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, DSM-5 (American
Psychiatric Association, 2014), publicado por la American Psychiatric Association, que
se ha convertido en una referencia clave en la práctica clínica, y la versión 10 de
International Clasificación de enfermedades (CIE-10, 1992), publicada por la OMS, que
clasifica y codifica todas las enfermedades, aunque inicialmente su objetivo era
registrar las tasas de mortalidad. La nueva clasificación de la CIE-11 se presentará a
los Estados Miembros para su aprobación en la Asamblea Mundial de la Salud en
mayo de 2019, y se espera que entre en vigencia el 1 de enero de 2022 [Organización
Mundial de la Salud (OMS), 2018]. Las dos clasificaciones ofrecen diferentes
categorizaciones de los trastornos depresivos, aunque existen ciertas similitudes, y
debe tenerse en cuenta también que ambas han sido criticadas por apenas distinguir
entre depresión infantil y adulta.

A lo largo de la historia, ha habido muchas teorías explicativas diferentes de la


depresión. Las teorías biológicas y psicológicas son las que principalmente han
tratado de explicar el origen de este trastorno mental. Las teorías biológicas han
postulado, desde una variedad de perspectivas diferentes, que la depresión puede
ocurrir debido a los déficits de noradrenalina (por ejemplo, Schildkraut, 1965; Narbona,
2014), trastornos endocrinos (por ejemplo, Birmaher et al., 1996), trastornos
relacionados con el sueño (por ejemplo, , Sivertsen et al., 2014; Pariante, 2017),
alteraciones en la estructura cerebral (Whittle et al., 2014), o la influencia de la genética
(Scourfield et al., 2003). Las teorías psicológicas han tratado de explicar la depresión
sobre la base del psicoanálisis y, más específicamente, en términos de las teorías de
apego (por ejemplo, Bowlby, 1976; Ainsworth et al., 1978; Blatt, 2004; Bigelow et al.,
2018), modelos de comportamiento (por ejemplo, Skinner, 1953; Ferster, 1966;
Lewinsohn, 1975), modelos cognitivos (por ejemplo, Seligman, 1975; Abramson et al.,
1978; Beck, 1987), el modelo de autocontrol (por ejemplo, Rehm, 1977; Rehm et al.,
1979), teoría interpersonal (p. ej., Markowitz y Weissman, 1995; Milrod et al., 2014),
eventos estresantes de la vida (p. ej., Reinherz et al., 1993; Frank et al., 1994) y
modelos socioculturales (por ejemplo, Lorenzo-Blanco et al., 2012; Chang et al., 2013;
Reeves et al., 2014).

La evaluación precisa de la depresión ha sido otra preocupación en la que se ha


centrado la psicología, y la atención se centra específicamente en el diagnóstico de
esta patología en la infancia y la adolescencia. Aunque se han desarrollado y validado
muchos instrumentos de diagnóstico, principalmente para las etapas de la vida de
adolescentes y adultos, todavía es difícil encontrar pruebas de diagnóstico para
evaluar la depresión en niños. La prevención de la depresión es otro aspecto al que la
Organización Mundial de la Salud (OMS) (2017) le otorga mucha importancia, y
sostiene que los programas escolares, las intervenciones dirigidas a los padres y los
ejercicios específicos para las personas mayores ayudan a reducir la prevalencia de
esta patología. Existen programas de prevención de la depresión, pero están dirigidos
principalmente a adolescentes y muy pocos se centran en niños menores de 10 años.

El tratamiento de la depresión es otro aspecto que no debe pasarse por alto. En 2016,
la OMS y el Banco Mundial anunciaron que invertir en el tratamiento de la depresión y
la ansiedad conduce a rendimientos cuatro veces mayores, ya que estas patologías
cuestan a la economía mundial un billón de dólares cada año. Además, afirmaron que
las emergencias y los conflictos humanitarios ponen de relieve una necesidad
apremiante de ampliar las opciones terapéuticas actuales. En este sentido, las
múltiples teorías explicativas de la depresión han dado lugar a una gran cantidad de
tratamientos diferentes (psicoterapéuticos, conductuales, cognitivo-conductuales,
interpersonales, etc.) que actualmente se están analizando con un alto grado de
precisión y rigor científico.

A la luz de los diferentes aspectos relacionados con la depresión descritos


anteriormente, el presente estudio tiene los siguientes objetivos: (1) Analizar el
constructo de depresión ofrecido por las dos clasificaciones principales de trastornos
mentales (DSM-5 y ICD-10); (2) Proporcionar una visión general de las principales
teorías explicativas de la depresión; (3) Resumir los instrumentos de evaluación de la
depresión infantil y adolescente más utilizados en la literatura científica; (4)
Proporcionar una breve descripción de los programas de prevención de la depresión
infantil y adolescente en el entorno escolar; y (5) Describir los tratamientos clínicos
más científicamente rigurosos y efectivos para este trastorno mental.

Las bases de datos utilizadas para realizar las búsquedas fueron PubMed, PsycINFO,
Web of Science, Scopus, Science Direct y Google Scholar, junto con una variedad de
manuscritos diferentes. Con la palabra clave constante siendo depresión, la búsqueda
de información hace referencia cruzada a una serie de otras palabras clave también, a
saber: infancia, adolescencia, teorías explicativas, etiología, instrumentos de
evaluación, programas de prevención y tratamiento. Se realizaron búsquedas de
información publicada entre 1970 y 2017.

Así, primero describimos el constructo de la depresión y resumimos las principales


teorías explicativas. A continuación, presentamos los principales instrumentos de
evaluación utilizados para medir la depresión infantil y adolescente e informamos los
resultados de una revisión bibliográfica de los programas de prevención en entornos
escolares. Finalmente, describimos los principales tratamientos clínicos utilizados hoy
en día para tratar la depresión infantil y adolescente.

LA CONSTRUCCIÓN DE DEPRESIÓN: DSM-5 Y CIE-10


Las características de la depresión en las dos clasificaciones globales más
importantes: el DSM-5 y el ICD-10. Como se indicó anteriormente en la introducción, la
nueva clasificación de la CIE-11 se presentará a los Estados Miembros para su
aprobación en la Asamblea Mundial de la Salud en mayo de 2019, y se espera que
entre en vigencia el 1 de enero de 2022. La presentación de la nueva clasificación en
2019 permitirá a los países planificar su implementación, preparar las traducciones
necesarias y capacitar a los profesionales en consecuencia [Organización Mundial de
la Salud (OMS), 2018]. En los textos publicados por colaboradores de la OMS
(Luciano, 2017), se ha sugerido que la CIE-11 incluirá trastornos del estado de ánimo
dentro de la categoría de trastorno mental y de comportamiento. Sin embargo, hasta
que se publique la versión final, esta información no se puede verificar completamente.

Las dos clasificaciones (DSM-5 e IDC-10) ofrecen diferentes categorizaciones de los


trastornos depresivos, como se muestra en la Tabla 1. La OMS incluye los trastornos
depresivos en la categoría de los trastornos del estado de ánimo, aunque esta revisión
solo se centra en las Secciones F32, F33, F34 y F38, que incluye los trastornos
depresivos más frecuentes y, a su vez, contiene subsecciones que se especificarán
más adelante.

Según el DSM-5, todos los trastornos depresivos tienen una característica común, a
saber, la presencia de un estado de ánimo triste, vacío o irritable, acompañados de
cambios somáticos y cognitivos que afectan significativamente la capacidad de la
persona para funcionar (DSM-5). Pueden convertirse en un problema de salud grave si
se les permite persistir durante largos períodos de tiempo y ocurren con un grado de
intensidad de moderado a grave. Una consecuencia importante de la depresión es el
riesgo de suicidio, que es, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) (2017), la
segunda causa más común de muerte entre los jóvenes de entre 15 y 29 años.

La principal novedad que ofrece el DSM-5 en su sección sobre trastornos depresivos


es la introducción al trastorno de desregulación del estado de ánimo perturbador (que
no debe diagnosticarse antes de los 6 años o después de los 18 años). Este trastorno
se caracteriza por arrebatos de mal genio recurrentes severos que se manifiestan
verbalmente (por ejemplo, rabia verbal) y / o conductual (por ejemplo, agresión física
hacia personas o propiedades). Estos arrebatos a menudo ocurren como resultado de
la frustración y para ser considerados como un criterio de diagnóstico deben ser
inconsistentes con el nivel de desarrollo del individuo, ocurren tres o más veces por
semana durante al menos un año en una serie de entornos diferentes (en casa, en
escuela, etc.) y ser severo en al menos uno de estos. Este trastorno se agregó al
DSM-5 debido a las dudas que surgen en relación con la forma de clasificar y tratar a
los niños con irritabilidad crónica persistente en oposición a otros trastornos
relacionados, específicamente el trastorno bipolar pediátrico. La prevalencia de este
trastorno se ha estimado entre el 2 y el 5%, con niños varones y adolescentes varones
con más probabilidades de padecerlo que sus contrapartes femeninas.

Trastorno depresivo mayor


El trastorno depresivo mayor se caracteriza por un estado de ánimo depresivo la
mayor parte del día, casi todos los días, aunque en niños y adolescentes este estado
de ánimo puede ser más irritable que deprimido. El trastorno causa un interés o placer
notablemente disminuido en todas o casi todas las actividades durante la mayor parte
del día, casi todos los días, pérdida o ganancia de peso significativa, insomnio o
hipersomnia, agitación o retraso psicomotor, fatiga o pérdida de energía, sentimientos
de inutilidad. , o culpa excesiva o inapropiada, capacidad disminuida para pensar o
concentrarse, pensamientos recurrentes de muerte, ideas suicidas recurrentes sin un
plan específico, o un intento de suicidio o un plan específico para cometer suicidio.
Estos síntomas causan un malestar o deterioro clínicamente significativo en áreas
sociales, ocupacionales u otras áreas importantes de funcionamiento. En los Estados
Unidos, la prevalencia de 12 meses es del 7%, aunque es tres veces mayor entre las
personas de entre 18 y 29 años que entre las de 60 años o más. Además, las tasas de
prevalencia para las mujeres son aproximadamente 1,5 a 3 veces más altas que para
los hombres.

Trastorno depresivo persistente (distimia)


El trastorno depresivo persistente (distimia) es una consolidación del trastorno
depresivo mayor crónico y el trastorno distímico definidos por el DSM-5, y se
caracteriza por un estado de ánimo depresivo durante la mayor parte del día, durante
más días que no, durante al menos 2 años. En niños y adolescentes, el estado de
ánimo puede ser irritable y la duración debe ser de al menos 1 año. El DSM-5
especifica que los pacientes que presentan síntomas que cumplen con los criterios de
diagnóstico para el trastorno depresivo mayor durante 2 años también deben ser
diagnosticados con trastorno depresivo persistente. Cuando el individuo en cuestión
está experimentando un episodio de estado de ánimo depresivo, también debe
presentar al menos dos de los siguientes síntomas: falta de apetito o comer en exceso,
insomnio o hipersomnia, baja energía o fatiga, baja autoestima, poca concentración o
dificultad para tomar decisiones y sentimientos de desesperanza. La prevalencia de
este trastorno en los Estados Unidos es del 0,5%.

Trastorno disfórico premenstrual


El criterio de diagnóstico para el trastorno disfórico premenstrual establece que, en la
mayoría de los ciclos menstruales, al menos cinco síntomas deben estar presentes
durante la última semana antes del inicio de la menstruación, y las personas deben
comenzar a sentirse mejor unos días después, con la desaparición de todos los
síntomas. Completamente o casi por completo durante la semana posterior a la
menstruación. Las características más importantes de este trastorno son la labilidad
afectiva, la irritabilidad intensa o la ira, o el aumento de los conflictos interpersonales,
el estado de ánimo notablemente deprimido y la sobre-excitación, y los síntomas de
ansiedad que pueden ir acompañados de síntomas conductuales y somáticos. Los
síntomas deben estar presentes durante la mayoría de los ciclos menstruales durante
el último año y deben afectar negativamente el funcionamiento laboral y social. Las
estimaciones más rigurosas de la prevalencia de este trastorno afirman que el 1,8% de
las mujeres cumplen con el criterio pero no tienen impedimentos funcionales, mientras
que el 1,3% cumplen con el criterio y sufren deterioro funcional y otros síntomas
concomitantes de otro trastorno mental.

Trastorno depresivo inducido por medicamentos


El trastorno depresivo inducido por sustancias / medicamentos se caracteriza por la
presencia de los síntomas de un trastorno depresivo, como el trastorno depresivo
mayor, inducido por el consumo, la inhalación o la inyección de una sustancia, y
dichos síntomas persisten después de los efectos fisiológicos o los efectos de La
intoxicación o la abstinencia han desaparecido. Algunos medicamentos pueden
generar síntomas depresivos, por lo que es importante determinar si los síntomas
fueron realmente inducidos por la toma del medicamento o si el trastorno depresivo
simplemente apareció durante el período en que se tomó el medicamento. La
prevalencia de este trastorno en los Estados Unidos es de 0.26%.

Trastorno depresivo debido a otra condición médica


El trastorno depresivo debido a otra condición médica se caracteriza por la aparición
de un estado de ánimo depresivo y un interés o placer notablemente disminuido en
todas las actividades dentro del contexto de otra condición médica. El DSM-5 no
ofrece información sobre la prevalencia de este trastorno.

La categoría Otro trastorno depresivo especificado se usa cuando aparecen los


síntomas característicos de un trastorno depresivo y causan un malestar o deterioro
significativo en las áreas sociales, ocupacionales u otras áreas de funcionamiento,
pero no cumplen con todos los criterios de ningún trastorno depresivo, y el clínico opta
por Comunicar la razón específica de esto. Por otro lado, en la categoría Otro trastorno
depresivo no especificado, la diferencia es que el clínico prefiere no especificar la
razón por la cual la presentación no cumple con todos los criterios de un trastorno
específico e incluye presentaciones sobre las cuales no hay información suficiente
para dar. Un diagnóstico más específico.

En la CIE-10, los trastornos depresivos se incluyen dentro de la categoría de trastornos


del estado de ánimo. A continuación se analizan los siguientes trastornos: episodio
depresivo único, trastorno depresivo recurrente y trastornos del estado de ánimo
(afectivos) persistentes.

Episodio Depresivo Único


La clasificación Episodio depresivo individual distingue entre los episodios depresivos
de severidad variable: leves, moderados y graves sin síntomas psicóticos. Las
características comunes a todos ellos incluyen la disminución del estado de ánimo, la
reducción de la energía y la disminución de la actividad diaria. Hay una pérdida de
interés en actividades que antes eran placenteras, una disminución en la capacidad de
concentración y un aumento del cansancio, incluso durante las actividades que
requieren un esfuerzo mínimo. Los cambios se producen en el apetito, el sueño se ve
perturbado, la autoestima y la confianza en sí mismos disminuyen, las ideas de
culpabilidad o falta de valor están presentes y los síntomas varían poco de un día a
otro. En su forma más leve, dos o tres de los síntomas descritos anteriormente pueden
estar presentes, y el paciente puede continuar con la mayoría de sus actividades
diarias. Cuando el episodio es moderado, generalmente se presentan cuatro o más de
los síntomas y es probable que el paciente tenga dificultades para continuar con las
actividades normales. En su forma más severa, varios de los síntomas son marcados y
angustiosos, generalmente pérdida de autoestima e ideas de inutilidad o culpa. Los
pensamientos y actos suicidas son comunes y, por lo general, hay una serie de
síntomas somáticos. Si el episodio depresivo es con síntomas psicóticos, se
caracteriza por la presencia de alucinaciones, delirios, retraso psicomotor o estupor
tan severo que las actividades sociales comunes son imposibles; Puede haber peligro
para la vida por suicidio, deshidratación o inanición.

Trastorno depresivo recurrente


El trastorno depresivo recurrente se caracteriza por episodios repetidos de depresión
similares a los descritos anteriormente para los episodios depresivos simples sin
manía. Puede haber episodios breves de elevación leve del estado de ánimo y sobre
actividad (hipomanía) inmediatamente después de un episodio depresivo, a veces
precipitado por el tratamiento antidepresivo. Las formas más graves de este trastorno
son muy similares a la depresión maníaco-depresiva, la melancolía, la depresión vital y
la depresión endógena. El primer episodio puede ocurrir a cualquier edad, desde la
infancia hasta la vejez. El inicio puede ser agudo o insidioso y puede durar desde unas
pocas semanas hasta muchos meses. El trastorno depresivo recurrente puede ser leve
o moderado, pero en ninguno de estos hay antecedentes de manía. Esta sección
también incluye el trastorno depresivo recurrente actualmente en remisión, en el cual el
paciente puede haber tenido dos o más episodios depresivos en el pasado, pero ha
estado libre de síntomas depresivos durante varios meses.

Trastornos [afectivos] persistentes del estado de ánimo


Los trastornos del estado de ánimo persistentes [afectivos] son trastornos persistentes
y generalmente fluctuantes en los que la mayoría de los episodios no son lo
suficientemente graves como para justificar el diagnóstico de episodios hipomaníacos
o depresivos leves. Dado que duran muchos años y afectan la vida normal del
paciente, implican una considerable angustia y discapacidad. Esta sección también
incluye ciclotimia y distimia. La ciclotimia es una inestabilidad persistente del estado
de ánimo que implica numerosos períodos de depresión y euforia leve, ninguno de los
cuales es lo suficientemente prolongado para justificar un diagnóstico de trastorno
afectivo bipolar o trastorno depresivo recurrente. Este trastorno se encuentra con
frecuencia entre los familiares de pacientes con trastorno afectivo bipolar y algunos
pacientes con ciclotimia eventualmente desarrollan un trastorno afectivo bipolar. Por
su parte, la distimia es una depresión crónica del estado de ánimo, que dura al menos
varios años, y que no es lo suficientemente grave, o en la cual los episodios
individuales no son lo suficientemente prolongados, para justificar un diagnóstico de
trastorno depresivo recurrente leve, moderado o grave.

Otros trastornos afectivos (afectivos)


Finalmente, otros trastornos del estado de ánimo (afectivos) incluyen cualquier
trastorno del estado de ánimo que no caiga en las categorías descritas anteriormente
porque no tienen la gravedad o la duración suficiente. Pueden ser episodios únicos,
recurrentes (breves) o específicos.

Las manifestaciones y los síntomas de la depresión varían de acuerdo con la edad y el


nivel de desarrollo. Sin embargo, está claro que el DSM-5 y el ICD-10 no distinguen
entre depresión de adultos y niños, aunque al incluir el trastorno de desregulación del
estado de ánimo perturbador, el DSM-5 tiene en cuenta el hecho de que los niños y los
jóvenes de entre 7 y 18 pueden expresar su angustia de otras maneras, a través de la
irritabilidad crónica, severa y recurrente manifestada verbal y / o conductualmente. De
manera similar, el trastorno depresivo mayor especifica que en los niños el estado de
ánimo puede ser más irritable que deprimido. Sin embargo, no se encuentran
distinciones de este tipo en la CIE-10, una ausencia que puede conducir a la inferencia
errónea de que las características de la depresión infantil y adolescente son similares a
las de la depresión en adultos.

Teorías explicativas de la depresión.


Los trastornos depresivos no pueden explicarse por una sola teoría, ya que muchas
variables diferentes están involucradas en su inicio y persistencia. Las principales
teorías biológicas y psicológicas fueron, por lo tanto, tomadas como las principales
referencias para esta sección. Posteriormente, las contribuciones realizadas por cada
una de estas teorías sobre la depresión se estudiaron mediante búsquedas en
PubMed, Web of Science, Science Direct y Google Scholar. Como las palabras clave
constantes son depresión, depresión infantil y depresión adolescente, la búsqueda de
información hace referencia a una serie de otras palabras clave también de acuerdo
con la teoría específica en cuestión. Debido a la importancia de algunos trabajos
seminales en relación con el desarrollo de las teorías psicológicas de la depresión,
algunos autores han permanecido como referencias clave durante décadas. Se
utilizaron un total de 64 referencias bibliográficas. Lo siguiente es un resumen de las
diversas explicaciones para el inicio de la depresión, de acuerdo con los diferentes
marcos teóricos.

Teorias biologicas
Si un trastorno del estado de ánimo no puede explicarse por los antecedentes
familiares o los acontecimientos estresantes de la vida, es posible que el niño o
adolescente en cuestión sufra una enfermedad neurológica. En tal caso, los síntomas
depresivos pueden manifestarse temprano en niños y adolescentes como síndromes
epilépticos, trastornos del sueño, cefalea crónica recurrente, varias enfermedades
neurometabólicas y tumores intracraneales (Narbona, 2014).

Déficit de Noradrenalina
La serotonina es una monoamina ligada a la adrenalina, la norepinefrina y la dopamina
que desempeña un papel clave, especialmente en el cerebro, ya que está involucrada
en importantes funciones de regulación de la vida (apetito, sueño, memoria,
aprendizaje, regulación de la temperatura y conductas sociales, etc.) ), así como
muchas patologías psiquiátricas (Nique et al., 2014). La serotonina modula la
neuroplasticidad, particularmente durante los primeros años de vida, y las disfunciones
en ambos sistemas contribuyen a la fisiopatología de la depresión (Kraus et al., 2017).
Las pruebas de RM en animales han revelado que una reducción en la densidad y el
tamaño de las neuronas, así como una reducción en el volumen del hipocampo en
pacientes depresivos, pueden deberse a cambios de neuroplasticidad serotoninérgica.
Branchi (2011), sin embargo, sostiene que mejorar los niveles de serotonina puede
aumentar la probabilidad de desarrollarse y recuperarse de la psicopatología, y
subraya el papel que desempeña el entorno social en este proceso. En este sentido,
Curley et al. (2011) señalan que la calidad del entorno social puede influir en el
desarrollo y la actividad de los sistemas neuronales, que a su vez tienen un impacto en
las respuestas conductuales, fisiológicas y emocionales.

Alteraciones endocrinas
Los cambios relacionados con la edad y la presencia de factores de riesgo biológicos,
incluidos los factores endocrinos, inflamatorios o inmunes, cardiovasculares y
neuroanatómicos, hacen que las personas sean más vulnerables a la depresión (Clarke
y Currie, 2009). De hecho, algunos estudios sugieren que la depresión puede estar
relacionada con alteraciones endocrinas: secreciones nocturnas de cortisol (Birmaher
et al., 1996), secreción nocturna de hormona de crecimiento (Ryan et al., 1994),
secreción de hormona estimulante de la tiroides (Puig-Antich, 1987) , secreciones de
melatonina y prolactina (Waterman et al., 1994), niveles altos de cortisol (Herane-Vives
et al., 2018), o disminución de la producción de hormona de crecimiento (Dahl et al.,
2000). La pubertad y los cambios hormonales y físicos que la acompañan requieren
atención especial porque se ha propuesto que podrían asociarse con una mayor
incidencia de depresión (Reinecke y Simons, 2005).

Trastornos del sueño


Los problemas del sueño a menudo se asocian con situaciones de privación social,
desempleo o eventos estresantes de la vida (divorcio, malos hábitos de vida o malas
condiciones de trabajo) (Garbarino et al., 2016). También parece, sin embargo, que los
trastornos del sueño están relacionados con el desarrollo de la depresión. Esta
relación se produce como resultado de cómo el sueño insuficiente afecta al
hipocampo, aumentando la sensibilidad neural a la lesión excitotóxica y la
vulnerabilidad a los desafíos neurotóxicos, lo que resulta en una disminución neta de la
materia gris en el hipocampo en la corteza orbitofrontal izquierda (Novati y otros, 2012)
.

Por su parte, Franzen y Buysse (2008) afirman que las asociaciones bidireccionales
entre los trastornos del sueño (especialmente el insomnio) y la depresión hacen que
sea más difícil distinguir las relaciones de causa-efecto entre ellos. Por lo tanto, no
está claro si la depresión causa trastornos del sueño o si los trastornos crónicos del
sueño conducen a la aparición de la depresión. Sin embargo, lo que sí parece claro es
que el tratamiento de los trastornos del sueño (tanto el insomnio como la hipersomnia)
puede ayudar a reducir la gravedad de la depresión y acelerar la recuperación (Franzen
y Buysse, 2008).

Los estudios longitudinales han identificado el insomnio como un factor de riesgo para
el inicio o la recurrencia de la depresión en jóvenes y adultos (Sivertsen et al., 2014). En
comparación con la población no clínica, los niños y adolescentes deprimidos reportan
problemas para dormir y una mayor duración del sueño (Accardo et al., 2012).

Por su parte, Foley y Weinraub (2017) observaron que, entre las niñas preadolescentes,
los problemas de sueño temprano y posterior predecían directa o indirectamente una
amplia variedad de trastornos de adaptación social y emocional (síntomas depresivos,
baja competencia escolar, mala regulación de las emociones y riesgo). teniendo
comportamientos).

Neurotransmisión alterada
Los estudios realizados durante los últimos 20 años han demostrado que el aumento
de la inflamación y la hiperactividad del eje hipotálamo-pituitaria-suprarrenal (HPA)
puede explicar la depresión mayor (Pariante, 2017). Algunos de los mecanismos
fisiopatológicos de la depresión incluyen neurotransmisión alterada, anormalidades del
eje HPA involucradas en estrés crónico, inflamación, neuroplasticidad reducida y
disfunción de la red (Dean y Keshavan, 2017). Otros estudios informan alteraciones en
la estructura del cerebro: hipocampo, amígdala y lóbulo frontal más pequeños (Whittle
et al., 2014). Sin embargo, aún no se han descubierto los mecanismos moleculares y
clínicos subyacentes (Pariante, 2017). El trastorno depresivo mayor en niños y
adolescentes se ha asociado con un aumento de la facilitación intracortical, un
resultado neurofisiológico directo de la excesiva neurotransmisión glutamatérgica. Sin
embargo, a diferencia de los hallazgos en adultos con depresión, no se encontraron
déficits en la inhibición cortical en niños y adolescentes con trastorno depresivo mayor
(Croarkin et al., 2013).

Factores genéticos
Otros estudios han resaltado la importancia de la genética en el inicio de la depresión
(40%) (Scourfield et al., 2003). Es importante reconocer que una predisposición
genética a una respuesta excesiva de la amígdala al estrés, o un eje HPA hiperactivo
(hiperfenilalanininemia moderada) debida al estrés durante la primera infancia puede
desencadenar un efecto excesivo o alterar un sistema psicológico que de otra manera
sería saludable (Dean y Keshavan, 2017 ). Kaufman et al. (2018) apoyan un papel
potencial para los genes relacionados con el gen homeobox 2 de Orthodenticle (OTX2)
y con el gen relacionado con OTX2 en la fisiopatología de los trastornos depresivos
relacionados con el estrés en los niños. Además, las anomalías genéticas en la
transmisión serotonérgica se han relacionado con la depresión. La región polimórfica
unida a serotonina (5-HTTLPR) es una repetición degenerada en el gen que codifica el
transportador de serotonina (SLC6A4). El genotipo s / s de esta región está asociado
con una reducción en la expresión de serotonina, a su vez vinculada a una mayor
vulnerabilidad a la depresión (Caspi et al., 2010).

Por su parte, Oken et al. (2015) afirman que los trastornos psicológicos pueden
desencadenar cambios en los parámetros fisiológicos, como la transcripción del ADN,
o pueden dar lugar a modificaciones epigenéticas que alteran la sensibilidad del
receptor del neurotransmisor.

Teorias psicológicas
Esta sección describe las diferentes teorías psicológicas que intentaron explicar el
fenómeno de la depresión. La depresión es un trastorno altamente complejo
influenciado por múltiples factores, y está claro que ninguna teoría puede explicar
completamente su etiología y persistencia. Es probable que se adopte una perspectiva
más ecléctica si queremos avanzar en la determinación del origen, desarrollo y
mantenimiento de esta patología.

Teorías basadas en el apego


La teoría del apego fue el término usado por Bowlby (1976) para referirse a una
conceptualización específica de la propensión de los seres humanos a establecer
vínculos afectivos fuertes y duraderos con otras personas. Bowlby (1969, 1973)
propone que la consistencia, la nutrición, la protección y la capacidad de respuesta en
las interacciones tempranas con los cuidadores contribuyen al desarrollo de esquemas
o representaciones mentales sobre las relaciones de uno mismo con los demás, y que
estos esquemas sirven como modelos para las relaciones posteriores. El modelo
etológico de apego de Bowlby postula que la vulnerabilidad a la depresión proviene de
experiencias tempranas que no satisfacen la necesidad de seguridad, cuidado y
comodidad del niño, así como del estado actual de sus relaciones íntimas (Bowlby,
1969, 1973, 1988). Las experiencias tempranas adversas pueden contribuir a
trastornos en los apegos tempranos, que pueden estar asociados con la vulnerabilidad
a la depresión (Cummings y Cicchetti, 1990; Joiner y Coyne, 1999). Se han informado
asociaciones entre el apego inseguro entre los niños y el autoconcepto negativo, la
sensibilidad a la pérdida y un mayor riesgo de depresión en la infancia y la
adolescencia (Armsden y otros, 1990; Koback y otros, 1991; Kenny y otros, 1993 ;
Roelofs et al., 2006; Allen et al., 2007; Chorot et al., 2017). Las relaciones entre apego
seguro y depresión también parecen estar mediadas por el desarrollo de creencias o
esquemas de mala adaptación (Roberts et al., 1996; Reinecke y Rogers, 2001).

Por lo tanto, la teoría del apego se ha convertido en un constructo útil para


conceptualizar muchos trastornos diferentes y proporciona información valiosa para el
tratamiento de la depresión (Reinecke y Simons, 2005).

Ainsworth describió tres estilos de apego, de acuerdo con la respuesta del niño a la
presencia, ausencia y regreso de la madre (o cuidadora principal): segura, evitadora de
ansiedad y resistente a la ansiedad (Ainsworth et al., 1978). Los estilos de apego
menos seguros pueden dar lugar a experiencias traumáticas durante la infancia, que a
su vez pueden dar lugar a la aparición de síntomas depresivos.

De manera similar, Hesse y Main (2000) argumentaron que el mecanismo central que
regula la supervivencia emocional infantil era la proximidad a las figuras de apego, es
decir, aquellas figuras que ayudan al niño a enfrentar situaciones aterradoras. Usando
el procedimiento de situación extraña de Ainsworth, Main (1996) encontró que los
niños maltratados se involucraban en conductas más desorganizadas, disruptivas,
agresivas y disociativas durante la niñez y la adolescencia. Main (1996) también
encontró que muchas personas con trastornos clínicos tienen un apego inseguro y que
los niños desorientados y desorientados psicológicamente son más vulnerables.

Por su parte, Blatt (2004) exploró la naturaleza de la depresión y las experiencias de


vida que contribuyen a su aparición en mayor profundidad, identificando dos tipos de
depresión que, a pesar de un conjunto común de síntomas, tienen sin embargo raíces
muy diferentes: (1) anaclítico depresión, que surge de sentimientos de soledad y
abandono; y (2) la depresión introyectiva, que se deriva de sentimientos de fracaso y
falta de valor. Esta distinción es consistente con las formulaciones psicoanalíticas, ya
que considera que la indefensión / dependencia y la desesperación / sentimientos
negativos sobre uno mismo son dos temas clave en la depresión.

Brazelton et al. (1975) encontraron que a la edad de 3 semanas, los bebés demuestran
una serie de comportamientos interactivos durante las interacciones cara a cara
madre-hijo. No se encontró que estos comportamientos estén presentes en
interacciones más perturbadas, lo que puede desencadenar la ansiedad infantil.

En un estudio longitudinal que se centra en la relación entre el riesgo de depresión


materna y la conducta de apego infantil, Bigelow et al. (2018) analizaron bebés a la
edad de 6 semanas, 4 y 12 meses, y encontraron que las madres con riesgo de
depresión poco después del nacimiento de su hijo pueden tener dificultades para
responder adecuadamente a las necesidades de apego de su bebé, dando lugar a un
apego desorganizado, con todas las características psicológicas Consecuencias que
esto puede implicar. Del mismo modo, Beeghly et al. (2017) encontraron que entre los
bebés de entre 2 y 18 meses, un mayor apoyo social materno estaba relacionado con
la disminución de los niveles de los síntomas depresivos maternos a lo largo del
tiempo, y que los niños eran más vulnerables que las niñas a los riesgos de atención
temprana, como la depresión materna, con consecuencias negativas para la seguridad
del apego madre-hijo durante la infancia.

Autores como Shedler y Westen (2004) han intentado encontrar soluciones a los
problemas que surgen en relación con las categorías de diagnóstico de DSM,
desarrollando el Procedimiento de evaluación de Shedler Westen (SWAP-200) para
captar la riqueza y complejidad de las descripciones de personalidad clínica e
identificar Posibles criterios diagnósticos que mejor definan los trastornos de la
personalidad.

Por su parte, Ju y Lee (2018) argumentan que el apego entre compañeros reduce los
niveles de depresión en niños en riesgo, y también resalta el aspecto curativo del
apego entre compañeros adolescentes.

Modelos de comportamiento
Las primeras explicaciones propuestas por este modelo argumentaron que la
depresión ocurre debido a la falta de refuerzo de los comportamientos reforzados
previamente (Skinner, 1953; Ferster, 1966; Lewinsohn, 1975), un exceso de
comportamientos de evitación y la falta de refuerzo positivo (Ferster, 1966 ) o la
pérdida de eficiencia de refuerzos positivos (Costello, 1972). Un niño con depresión
recibe inicialmente mucha atención de su entorno social (familia, amigos ...) y se
refuerzan los comportamientos como el llanto, las quejas o las expresiones de culpa.
Cuando estos comportamientos depresivos aumentan, la relación con el niño se vuelve
aversiva, y las personas que solían acompañarlo evitan estar con él, lo que contribuye
a agravar su depresión (Lewinsohn, 1974). Las bajas tasas de refuerzo pueden
explicarse por el rechazo materno y el menor apoyo de los padres (Simons y Miller,
1987), por una menor tasa de refuerzo ofrecida a sus hijos por las madres de niños
deprimidos (Cole y Rehm, 1986) o por una baja competencia social ( Shah y Morgan,
1996).

La depresión es principalmente un fenómeno aprendido, relacionado con las


interacciones negativas entre el individuo y su entorno (por ejemplo, baja tasa de
refuerzo o relaciones sociales insatisfactorias). Estas interacciones están influenciadas
por cogniciones, comportamientos y emociones (Antonuccio et al., 1989).

Modelos cognitivos
La reformulación atribucional del modelo de impotencia aprendida (Abramson et al.,
1978) y la teoría cognitiva de Beck (Beck et al., 1979) son las dos teorías cognitivas
más aceptadas entre los modelos cognitivos contemporáneos de la depresión
(Vázquez et al., 2000). ).

La impotencia aprendida está relacionada con las atribuciones cognitivas, que pueden
ser específicas / globales, internas / externas y estables / inestables (Hiroto y
Seligman, 1975; Abramson et al., 1978). La atribución global implica la convicción de
que el evento negativo es contextualmente coherente y no específico a una
circunstancia particular. La atribución interna está relacionada con la creencia de que
la situación aversiva se produce debido a condiciones individuales en lugar de a
circunstancias externas. La atribución estable es la creencia de que la situación
aversiva no cambia a lo largo del tiempo (Miller y Seligman, 1975). Las personas
propensas a la depresión atribuyen los eventos negativos a factores internos, estables
y globales y hacen atribuciones externas, inestables y específicas para el éxito
(Abramson et al., 1978; Peterson et al., 1993), un estilo cognitivo también presente en
niños y adolescentes. con depresión (Gladstone y Kaslow, 1995).

El modelo de Procesamiento de la información (Beck, 1967; Beck et al., 1979) postula


que la depresión es causada por tensiones particulares que evocan la activación de un
esquema que filtra y codifica la experiencia del individuo deprimido de una manera
negativa (Ingram, 1984, pág. 443). Beck sugiere que esta distorsión de la realidad se
expresa en tres áreas, a las que denomina "tríada cognitiva": visiones negativas sobre
uno mismo, el mundo y el futuro como resultado de su historia de aprendizaje (Beck et
al., 1983). Estas creencias son provocadas por eventos de la vida que tienen un
significado especial para el sujeto (Beck y Alford, 2009).

Modelo de autocontrol
Esta teoría asume que la depresión se debe a deficiencias en el proceso de
autocontrol, que consta de tres fases: autocontrol, autoevaluación y
autoadministración de consecuencias (Rehm, 1977; Rehm et al., 1979). En la fase de
autocontrol, los individuos solo asisten a eventos negativos y tienden a reconocer solo
las consecuencias inmediatas a corto plazo. En la fase de autoevaluación, los
individuos deprimidos establecen criterios de evaluación poco realistas y atribuyen de
forma incorrecta sus éxitos y fracasos. Si la autoevaluación es negativa, en la fase de
autoadministración de consecuencias, el individuo tiende a comprometerse muy poco
en el autoreforzamiento y muy frecuentemente en el autocastigo.

Tanto el modelo de autocontrol de Rehm (Rehm, 1977) como la concepción de la


depresión infantil de Bandura (Bandura, 1977) asumen que los niños internalizan las
pautas de control externo. Estas pautas están relacionadas con los patrones de
interacción familiar y ambas pueden contribuir a la etiología o persistencia de la
depresión en los niños.

En un estudio realizado con niños de entre 8 y 12 años, Kaslow et al. (1988)


encontraron que los niños deprimidos tenían un estilo de atribución más depresivo y
más problemas de autocontrol.

Teoria interpersonal
Este modelo, que está estrechamente vinculado a las teorías de apego, tiene como
objetivo identificar y encontrar soluciones para los problemas de un individuo con
depresión en su funcionamiento interpersonal. Sugiere que las dificultades
experimentadas están vinculadas a una pena no resuelta, disputas interpersonales,
roles de transición y déficits interpersonales (Markowitz y Weissman, 1995).

Milrod et al. (2014) sostienen que el apego patológico durante la primera infancia tiene
serias consecuencias para la capacidad de los adultos de experimentar e internalizar
relaciones positivas.

De manera similar, varios estudios diferentes han resaltado el hecho de que una de las
variables que mejor predice la depresión en los niños son las relaciones entre pares
(Bernaras et al., 2013; Garaigordobil et al., 2017).

Eventos estresantes de la vida


Los estudios que se enfocan en la población adulta han informado que entre el 60 y el
70% de los adultos deprimidos experimentaron uno o más eventos estresantes
durante el año anterior al inicio de la depresión mayor (Frank et al., 1994). En niños y
adolescentes, se han encontrado asociaciones modestas entre los eventos estresantes
de la vida y la depresión (Williamson et al., 1995). Por su parte, Shapero et al. (2013)
encontraron que las personas que habían sufrido abuso emocional grave durante la
infancia experimentaron niveles más altos de síntomas depresivos cuando se
enfrentaban a los factores estresantes actuales. Sokratous et al. (2013) argumentan
que el inicio de la depresión no solo se desencadena por eventos estresantes
importantes, sino más bien por eventos de la vida menores (abandono de la escuela,
pérdida de su trabajo por parte de su padre, dificultades financieras en la familia,
amigos perdidos o la enfermedad de un niño). miembro de la familia) también puede
influir en la aparición de síntomas depresivos.

Eventos como la pérdida de seres queridos, el divorcio de los padres, el duelo o la


exposición al suicidio (individual o colectivamente) se han asociado con el inicio de la
depresión en la infancia (Reinherz et al., 1993). Factores como los antecedentes de
pérdidas interpersonales adicionales, factores de estrés adicionales, antecedentes de
problemas psiquiátricos en la familia y psicopatología previa (incluida la depresión)
aumentan el riesgo de depresión en los adolescentes (Brent et al., 1993). Birmaher et
al. (1996) encontraron que la investigación previa sobre eventos estresantes de la vida
en relación con la depresión de inicio temprano se había basado en datos obtenidos
de autoinformes, lo que dificulta la determinación de la relación causal, ya que los
eventos pueden ser tanto la causa como la consecuencia de la depresión.

Sin embargo, no todas las personas expuestas a este tipo de experiencia traumática
se deprimen. La personalidad y el momento en el que ocurren los eventos están
involucrados en la relación entre la depresión y los eventos estresantes de la vida,
aunque también influyen factores biológicos como el funcionamiento serotoninérgico
(Caspi et al., 2010).

Modelos socioculturales
Estos modelos postulan que las variables culturales son responsables de la aparición
de síntomas depresivos. Estas variables son principalmente la aculturación y la
enculturación. En la aculturación, se observan cambios estructurales (económicos,
políticos y demográficos), junto con cambios en el comportamiento psicológico de las
personas (Casullo, 2001). Algunos estudios relacionan el aumento de las tasas de
suicidio con la recesión económica (Chang et al., 2013; Reeves et al., 2014). La
enculturación ocurre cuando la generación anterior invita, induce o obliga a la
generación más joven a adoptar mentalidades y comportamientos tradicionales.

En un intento por comprender mejor la influencia de la cultura y la familia en los


síntomas depresivos, Lorenzo-Blanco et al. (2012) probaron un modelo de
aculturación, valores culturales y funcionamiento familiar con estudiantes hispanos
nacidos en los Estados Unidos. Los resultados revelaron que tanto el conflicto familiar
como la cohesión familiar estaban relacionados con los síntomas depresivos.

Otro estudio realizado con niñas de 7 a 10 años de edad (Evans et al., 2013) observó
que la internalización de un cuerpo ideal demasiado delgado predijo actitudes
desordenadas para comer debido a la insatisfacción corporal, la restricción dietética y
la depresión.

Finalmente, no se puede pasar por alto la importancia de las interacciones familiares


en el inicio de los síntomas depresivos. El estilo de crianza de los hijos ha sido
identificado como un factor clave en el ajuste psicosocial de niños y adolescentes
(Lengua y Kovacs, 2005). El comportamiento de los padres ha sido estudiado desde
dos perspectivas diferentes: calidez y control. La calidez está relacionada con
aspectos como el compromiso y la expresión de afecto, respeto y preocupación
positiva por parte de los padres y / o cuidadores principales (Rohner y Khaleque,
2003). En este sentido, estudios previos han identificado una asociación significativa
entre el calor de los padres y el ajuste positivo entre los adolescentes (Barber et al.,
2005; Heider et al., 2006). Rohner y Khaleque (2003) argumentan que el ajuste
psicológico de los niños está estrechamente relacionado con su percepción de ser
aceptado o rechazado por sus cuidadores principales, y otros estudios han
encontrado que el apoyo más débil de los padres se asocia con niveles más altos de
depresión y ansiedad entre los adolescentes (Yap et al., 2014).

Del mismo modo, Jaureguizar et al. (2018) encontraron que un bajo nivel de calidez
parental percibida estaba relacionado con altos niveles de desajuste clínico y escolar, y
que cuanto más débil es el control parental, mayor es el desajuste clínico. Estos
autores también encontraron que los jóvenes con madres negligentes y padres
autoritarios tenían niveles más altos de inadaptación clínica.

En resumen, según las diferentes teorías, la depresión puede deberse a (1) razones
biológicas; (2) apego inseguro; (3) falta de refuerzo de comportamientos previamente
reforzados; (4) las relaciones interpersonales negativas y las relaciones con el entorno
de uno y las consecuencias negativas resultantes; (5) atribuciones hechas por
individuos sobre sí mismos, el mundo y su futuro; y (6) cambios socioculturales. Es
probable que ninguna teoría pueda explicar completamente la génesis y la persistencia
de la depresión, aunque en la actualidad, las relaciones interpersonales negativas y las
relaciones con el entorno y los cambios socioculturales (económicos, políticos y
demográficos) pueden explicar el aumento observado en la prevalencia de la
depresión.

INSTRUMENTOS DE EVALUACION
Se pueden utilizar muchos instrumentos de evaluación diferentes para medir la
depresión infantil y adolescente. Las tablas 2 y 3 resumen las que se usan más
comúnmente en la literatura científica. La Tabla 2 resume las principales pruebas
autoadministradas que miden específicamente la depresión en niños y adolescentes,
mientras que la Tabla 3 presenta pruebas que miden la depresión en niños y
adolescentes entre otros aspectos (es decir, pruebas más amplias o más generales).
Finalmente, la Tabla 4 resume las principales pruebas psicométricas administradas por
hetero para evaluar esta patología.

Como se muestra en las tablas anteriores, hay varios instrumentos autoadministrados


que se pueden usar con niños de 6 a 7 años en adelante, aunque se debe tener en
cuenta su duración para evitar el exceso de sujetos. Si bien está claro que se ha
realizado un esfuerzo para diseñar medidas más cortas (por ejemplo, comparar los 66
elementos del CDS con los 16 elementos de la versión más larga del KADS), la
duración de la prueba no debe ser el único aspecto. Tener en cuenta al seleccionar un
instrumento de evaluación.

Uno de los instrumentos más utilizados para medir la depresión infantil en la literatura
científica es el Inventario de Depresión Infantil-CDI (Kovacs, 1985), que se basa en el
Inventario de Depresión de Beck-BDI (Beck y Beamesderfer, 1974). Por lo tanto, se
basa en la teoría cognitiva de la depresión de Beck. Siguiendo esta misma línea
teórica, se diseñó la Escala de Depresión Infantil-CDS (Lang y Tisher, 1978), pero en
este caso, este instrumento no se creó basándose en otro instrumento diseñado
previamente para la población adulta (como en el caso del CDI) , pero en lugar de sus
inicios, fue concebido exclusivamente para evaluar la depresión infantil. Chorpita et al.
(2005) explican que el CDI mide un constructo más amplio de afectividad negativa en
lugar de la depresión como un constructo separado, y que puede ser útil para detectar
dimensiones de rasgos o características de personalidad, mientras que otros
instrumentos, como la Escala Revisada de Ansiedad y Depresión del Niño -RCADS
(Chorpita et al., 2000), mide un síndrome clínico específico.

La Tabla 2 describe muchos otros instrumentos que son muy útiles como pruebas de
detección de la depresión y el trastorno depresivo, como la Escala de Depresión para
Niños-CES-DC del Centro de Estudios Epidemiológicos (Weissman et al., 1980)
(basado en el Centro de Estudios Epidemiológicos Escala de depresión para adultos,
CES-D; Radloff, 1977), Cuestionario de estado de ánimo y sentimientos, MFQ (Angold
et al., 1995), o Escala de autoevaluación de la depresión para niños-DSRS (Birleson,
1981). Este último, por ejemplo, es útil para medir la depresión de moderada a grave
en la infancia y se basa en la definición operativa de trastorno depresivo, es decir, un
patrón específico de comportamiento afectivo que implica un deterioro de la
capacidad de un niño o adolescente para funcionar de manera efectiva. en su
ambiente (Birleson, 1981).

El componente cognitivo y afectivo de la depresión es el que está más presente en los


instrumentos descritos en la Tabla 2. De hecho, por ejemplo, el Cuestionario de estado
de ánimo y sentimientos cortos (SMFQ) incluye los elementos cognitivos y afectivos
del grupo de elementos MFQ original. además de algunos elementos relacionados con
el cansancio, la inquietud y la mala concentración (Angold et al., 1995). En el SMFQ, se
eliminaron más de la mitad de los ítems del MFQ, y aun así, se encontraron altas
correlaciones entre el MFQ y el SMFQ (Angold y Costello, 1995), lo que puede indicar
que los ítems realmente importantes fueron los cognitivos. y elementos afectivos que
se mantuvieron. Reynolds et al. (1985) defendieron que los niños podían informar con
precisión sus características cognitivas y afectivas, por lo que "si uno desea saber
cómo se siente un niño, pregúntele al niño" (Reynolds et al., 1985, p. 524).

Dependiendo del objetivo específico de la evaluación o el estudio de investigación, una


medida de diagnóstico más amplia, como las que se describen en la Tabla 3, también
puede proporcionar información valiosa. Finalmente, vale la pena señalar que solo se
encontraron dos instrumentos heteroadministrados para maestros, y que todos los
demás están claramente orientados hacia el campo clínico. En este sentido, se debe
hacer especial hincapié en la necesidad de desarrollar instrumentos válidos y
confiables para los maestros, ya que pueden ser agentes clave para detectar síntomas
entre sus estudiantes. Si bien es importante capacitar a los maestros en este sentido,
también es importante proporcionarles instrumentos que les ayuden a evaluar a sus
alumnos. Los instrumentos disponibles actualmente han producido resultados muy
diferentes en cuanto a su correlación con los síntomas autoinformados de los
estudiantes, aunque en general, los maestros tienden a subestimar los síntomas
depresivos de sus estudiantes (Jaureguizar et al., 2017).

PROGRAMAS DE PREVENCIÓN DE LA DEPRESIÓN DE NIÑOS Y


ADOLESCENTES EN EL ENTORNO ESCOLAR
Se revisaron las publicaciones científicas existentes para resumir los principales
programas de prevención de la depresión para niños y adolescentes en entornos
escolares. Las bases de datos utilizadas para realizar las búsquedas fueron PubMed,
PsycINFO, Web of Science, Scopus, Science Direct y Google Scholar, junto con una
gama de diferentes manuscritos. Con la palabra clave constante siendo depresión, la
búsqueda de información hizo referencia cruzada a una serie de otras palabras clave
también, a saber: "niño ∗ O adolescente ∗", "programa de prevención ∗" y "escuela O
escuela". Las búsquedas fueron realizado para información publicada entre el 1 de
enero de 1970 y el 31 de diciembre de 2017.

Primero, los artículos fueron seleccionados (es decir, se leyeron sus títulos y
resúmenes y se tomó una decisión con respecto a su posible interés para el estudio de
revisión). Los criterios de inclusión fueron que el estudio analizó a todos los sujetos de
investigación del estudio de revisión (depresión, niñez o adolescencia y programas de
prevención en entornos escolares), que los participantes del estudio tenían entre 6 y 18
años de edad, que el estudio se publicó de forma independiente. Revisó la revista y
que estaba escrita en inglés o en español. Los estudios de revisión y sus referencias
también fueron analizados. Se excluyeron los estudios centrados principalmente en
trastornos psiquiátricos distintos de la depresión.

Finalmente, se seleccionaron 39 estudios para la revisión, que exploraron 8 programas


de prevención que se resumen en la Tabla 5. En términos generales, los programas de
prevención de la depresión infantil se dividen en dos categorías principales: programas
universales para la población general y programas específicos dirigidos a cualquiera La
población en riesgo o aquellos con un diagnóstico claro. Aunque la literatura científica
informa que los programas dirigidos obtienen mejores resultados que los universales,
este último tipo ofrece ciertas ventajas, ya que llegan a un número mayor de personas
sin el estigma social asociado a haber sido especialmente seleccionados (Roberts et
al., 2003; Huggins et al. al., 2008). Por lo tanto, el contexto ideal para instigar
programas universales de prevención de la depresión infantil es el entorno escolar.

La Tabla 5 describe los programas más importantes de prevención de la depresión


infantil llevados a cabo en el contexto escolar. Todos son programas cognitivo-
conductuales implementados por psicólogos o maestros con capacitación
especializada, que consisten de entre 8 y 15 sesiones. Solo unos pocos programas
universales diseñados para prevenir los síntomas de la depresión se centran en los
niños más pequeños, ya que la mayoría están dirigidos principalmente a la población
adolescente (Gillham y otros, 1995; Barrett y Turner, 2001; Farrell y Barrett, 2007;
Essau y otros. , 2012; Gallegos et al., 2013; Rooney et al., 2013). De hecho, en la
presente revisión, solo se encontraron cuatro programas universales de prevención de
la depresión infantil dirigidos a un grupo de edad más joven (entre 8 y 12 años): el
Programa de Resistencia de Penn, AMIGOS, el Programa de Optimismo Aussie y
FORTIUS (ver Tabla 5) .

Como se muestra en la tabla, los resultados de los diversos programas descritos no


son particularmente positivos, ya que en muchas ocasiones los efectos (si los hay) no
se mantienen a lo largo del tiempo o tienen un alcance limitado (dependiendo de quién
aplique el programa o de El sexo del participante, etc.). La distinción entre programas
universales y programas específicos tampoco es clara, ya que si bien los programas
específicos parecen inicialmente más efectivos, su impacto no se mantiene a largo
plazo.

Greenberg et al. (2001) argumentan que los investigadores deben explicar si sus
programas de prevención se centran en uno o varios microsistemas (básicamente
familia y escuela), mesosistemas o exosistemas, etc. (siguiendo el modelo descrito por
Bronfenbrenner, 1979), o se centran exclusivamente en el individuo y su entorno, ya
que esto influirá en los resultados reportados. Estos mismos autores concluyen que los
programas enfocados exclusivamente en los niños y adolescentes son menos
efectivos que aquellos que tienen como objetivo "educar" a los sujetos y provocar
cambios positivos en sus entornos familiares y escolares.

Como Calear y Christensen (2010) señalan en su revisión, algunos autores sugieren


que el hecho de que algunos programas dirigidos estén dirigidos a personas con altos
niveles de síntomas depresivos conlleva una gama más amplia de posibilidades de
cambio; sin embargo, esto no nos ayuda a comprender por qué estos cambios no se
mantienen a lo largo del tiempo. Por lo tanto, se requiere más investigación en este
campo para identificar qué componentes específicos de los programas que se
observaron como efectivos tienen un impacto positivo en el nivel de los síntomas
depresivos, cómo se desarrollan estos programas, quién los implementa y si sus
efectos son o no Se sostienen a corto, mediano y largo plazo.

TRATAMIENTOS CLÍNICOS PARA LA DEPRESIÓN.


Para redactar esta sección, se realizó una búsqueda de las terapias más utilizadas con
eficacia comprobada para tratar la depresión. Las bases de datos utilizadas fueron
PubMed, Web of Science, Science direct y Google Scholar. Las palabras clave
utilizadas en la búsqueda fueron tratamiento, depresión, depresión infantil y depresión
adolescente. Se utilizó un total de 30 referencias bibliográficas en la redacción de este
resumen, incluida la importante contribución realizada por la Sociedad de Psicología
Clínica de la Asociación Americana de Psicología (Asociación Americana de
Psicología, Asociación de Psicología Clínica (APA), 2017) con respecto a los métodos
psicológicos más efectivos. Para el tratamiento de la depresión.

Aunque la Organización Mundial de la Salud (OMS) (2017) afirma que los programas de
prevención reducen el riesgo de sufrir depresión, aún no se ha determinado qué tipo
de programas y qué contenidos son los más efectivos. La OMS también afirma que
existen tratamientos efectivos para la depresión moderada y grave, como los
tratamientos psicológicos (activación conductual, terapia conductual cognitiva y
psicoterapia interpersonal) y medicamentos antidepresivos (aunque también advierte
sobre efectos adversos), así como tratamientos psicosociales para casos de depresión
leve. Además, un estudio realizado con adolescentes por Foster y Mohler-Kuo (2018)
encontró que la combinación de terapia cognitivo-conductual y fluoxetina
(medicamento antidepresivo) fue más efectiva que la terapia con medicamentos sola.

La eficacia del tratamiento con antidepresivos ha sido cuestionada desde hace


algunos años. Iruela et al. (2009) afirman que los antidepresivos tricíclicos (imipramina,
clomipramina, amitriptilina) no se recomiendan en la niñez y la adolescencia ya que no
se han demostrado otros beneficios además del efecto placebo y, además, generan
efectos secundarios importantes debido a su cardiotoxicidad. Por lo tanto, son
particularmente peligrosos en casos de intento de suicidio. Estos mismos autores
también desaconsejan el uso de inhibidores de la monoaminooxidasa (IMAO) debido a
restricciones dietéticas, interacciones con otros medicamentos y la falta de ensayos
clínicos con grupos suficientemente grandes que garanticen su eficacia. Los ISRS o
los antidepresivos serotoninérgicos son los que más se han estudiado en esta
población. La más efectiva es la fluoxetina, cuyo uso se recomienda en asociación con
la psicoterapia cognitiva en casos de depresión infantil moderada y grave.

Por otro lado, Wagner y Ambrosini (2001) analizaron la eficacia del tratamiento
farmacológico en niños y adolescentes y declararon que, en el mejor de los casos, la
terapia antidepresiva para jóvenes deprimidos fue moderadamente eficaz. Peiró et al.
(2005) indican que hay un gran debate sobre la seguridad de los inhibidores selectivos
de la recaptación de serotonina (ISRS) en la infancia. Los ISRS, a excepción de la
fluoxetina en los Estados Unidos, nunca han sido autorizados por ninguna agencia
para su uso en niños o adolescentes, principalmente debido al riesgo de suicidio al
que están asociados. En 1991, la Administración de Drogas y Alimentos (FDA) afirmó
que no había pruebas suficientes para confirmar una asociación causal entre los ISRS
y el suicidio. Vitiello y Ordoñez (2016) realizaron una revisión sistemática del tema y
encontraron más de 30 ensayos clínicos controlados en adolescentes y algunos
estudios con niños. La mayoría de los estudios no encontraron diferencias entre los
estudios que administraron medicamentos y los que usaron placebo, pero sí
encontraron que la fluoxetina es eficaz. Señalaron que los antidepresivos aumentaban
el riesgo de suicidio (ideación y comportamientos suicidas) en comparación con los
estudios que habían utilizado placebos. Los autores recomiendan usar los
antidepresivos con precaución en personas jóvenes y limitarlos a pacientes con
depresión moderada a grave, especialmente cuando las intervenciones psicosociales
no son efectivas o no son factibles.

En cuanto a la efectividad de los tratamientos psicodinámicos, Luyten y Blatt (2012)


abogan por la inclusión de la terapia psicoanalítica en el tratamiento de la depresión
infantil, adolescente y adulta. Después de realizar una revisión tanto de los supuestos
teóricos de los tratamientos psicodinámicos de la depresión como de la evidencia que
apoya la eficacia de estas intervenciones, estos autores concluyeron que la terapia
psicoanalítica breve (BPT) es tan efectiva para tratar la depresión como otros
tratamientos psicoterapéuticos activos o la farmacoterapia, y su Los efectos tienden a
mantenerse en el largo plazo. También observaron que la combinación de BPT y
medicación obtenía mejores resultados que la medicación sola. Se encontró que el
tratamiento psicoanalítico a largo plazo (LTPT, por sus siglas en inglés) es efectivo para
pacientes que sufren de depresión crónica y problemas de personalidad comórbidos.
Juntos, sostienen los autores, estos hallazgos justifican la inclusión de la terapia
psicoanalítica como tratamiento de primera línea en la depresión de adultos, niños y
adolescentes.

En un estudio cualitativo realizado por Brown (2018) sobre las expectativas de los
padres con respecto a la recuperación de sus hijos deprimidos, se observó una
relación directa entre dichas expectativas y el tipo de vínculo. Los padres que
permanecieron más pasivos y esperaban que los ayudantes expertos arreglaran a sus
hijos experimentaron una esperanza reducida unos meses después de terminar el
programa. Sin embargo, cuando los padres cambiaron sus interacciones con sus hijos
y adoptaron expectativas más positivas con respecto a su curación, sintieron un
sentido de esperanza más sostenido. Además, cuando los padres mismos participaron
en las sesiones de terapia, como parte del tratamiento de sus hijos, sintieron una
mayor esperanza y efectividad para contribuir a la recuperación de sus hijos.

La Sociedad de Psicología Clínica de la Asociación Americana de Psicología


[Asociación Americana de Psicología, Sociedad de Psicología Clínica (APA), 2017] ha
publicado una lista de los tratamientos psicológicos que se han probado con el mayor
rigor científico y que, además, se han encontrado los más Eficaz en el tratamiento de
la depresión. Estos tratamientos son los siguientes:

- Terapia de autocontrol / autocontrol (Kanfer, 1970). La depresión se debe a la


atención selectiva a los eventos negativos y las consecuencias inmediatas de los
eventos, a las atribuciones inexactas de la responsabilidad de los eventos, a la falta
de refuerzo personal y al autocastigo excesivo. Durante la terapia, el paciente recibe
información sobre la depresión y las habilidades que pueden utilizar en su vida
diaria. Este programa de 10 sesiones se puede entregar en formatos grupales o
individuales, a cualquier edad.

- Terapia cognitiva (Beck, 1987). A las personas que sufren de depresión se les
enseñan habilidades cognitivas y de comportamiento para ayudarles a desarrollar
creencias más positivas sobre sí mismos, los demás y el mundo. Méndez (1998)
sostiene que los terapeutas que trabajan con niños deprimidos deben perseguir tres
cambios: (1) Aprender a valorar sus propios sentimientos; (2) Reemplace los
comportamientos que generan sentimientos negativos con comportamientos más
apropiados; y (3) Modificar los pensamientos distorsionados y el razonamiento
incorrecto. El número de sesiones varía entre 8 y 16 en pacientes con síntomas
leves. Aquellos con síntomas más severos muestran mejoría después de 16
sesiones.

- Terapia interpersonal (Klerman et al., 1984). García y Palazón (2010) identificaron


cuatro puntos focales típicos para la tensión en la depresión, relacionados con la
pérdida (luto complicado), conflictos (disputas interpersonales), cambios
(transiciones de la vida) y déficits en las relaciones con los demás (déficits
interpersonales), que generan y Mantener un estado depresivo. Utiliza ciertas
estrategias de comportamiento, como la resolución de problemas y el entrenamiento
en habilidades sociales, y dura entre 12 y 16 sesiones en los casos más graves y
entre 3 y 8 sesiones en casos más leves.

- Sistema de análisis cognitivo conductual de la psicoterapia (McCullough, 2000).


Esta terapia combina componentes cognitivos, conductuales, interpersonales y
terapiaspsicodinámicas. Según McCullough (2003), es la única terapia desarrollada
específicamente para tratar la depresión crónica. Los pacientes que se someten a
esta terapia generan comportamientos más empáticos e identifican, cambian y
sanan los patrones interpersonales relacionados con la depresión. Se recomienda a
los pacientes que combinen la terapia con un régimen de medicamentos
antidepresivos.

- Terapia conductual / Activación conductual (BA) (Martell et al., 2013). La depresión


incita a los pacientes a retirarse de sus rutinas y aislarse cada vez más. Con el
tiempo, este aislamiento exacerba sus síntomas depresivos. Las personas
deprimidas pierden oportunidades de ser reforzadas positivamente a través de
experiencias agradables o actividades sociales. El objetivo de la terapia es aumentar
las posibilidades de los pacientes de ser reforzados positivamente al aumentar sus
niveles de actividad y mejorar sus relaciones sociales. La terapia suele durar entre
20 y 24 sesiones, con la versión breve que consta de entre 8 y 15 sesiones.

- Terapia de resolución de problemas (Nezu et al., 2013). El objetivo es mejorar la


adaptación personal de los pacientes a sus problemas y el estrés utilizando
estrategias afectivas, cognitivas y de comportamiento. La terapia generalmente
comprende alrededor de 12 sesiones, aunque generalmente se observan cambios
sustanciales a partir de la cuarta sesión. Esta terapia es ampliamente utilizada en
atención primaria. Es una adaptación que es fácil de aplicar en medicina general por
el personal que trabaja en esos contextos y se puede completar en
aproximadamente 6 semanas (Areán, 2000).

Los tratamientos que, según la Asociación Americana de Psicología, Sociedad de


Psicología Clínica (APA) (2017), cuentan con un apoyo de investigación modesto y
podrían usarse con niños son los siguientes:

- Terapia del comportamiento emotivo racional (Ellis, 1994). Esta terapia centrada en
el presente a corto plazo trabaja para cambiar el pensamiento que contribuye a los
problemas emocionales y de comportamiento utilizando un modelo de intervención
activa-directiva, filosófica y empírica. Utilizando el modelo ABC (A: eventos
observados por el individuo; B: interpretación del evento observado por el individuo;
C: consecuencias emocionales de las interpretaciones realizadas), el objetivo es
lograr la reestructuración cognitiva de pensamientos erróneos, a fin de
reemplazarlos Con los más racionales. Las técnicas más utilizadas son las
cognitivas, conductuales y emocionales.

- Terapia de sistema propio (Higgins, 1997). La depresión ocurre como resultado del
fracaso crónico del individuo para alcanzar sus metas establecidas. Durante la
terapia, los pacientes revisan su situación, analizan sus creencias y, en función de
los resultados, modifican su estilo de regulación y avanzan hacia una nueva visión
de sí mismos. La terapia generalmente consiste de entre 20 y 25 sesiones.

- Terapia psicodinámica a corto plazo (Hilsenroth et al., 2003). El objetivo de esta


terapia es ayudar a los pacientes a comprender que las experiencias pasadas
influyen en el funcionamiento actual y analizar el afecto y la expresión de la emoción.
La terapia se enfoca en la relación terapéutica, la facilitación de la comprensión, la
evitación de temas incómodos y la identificación de temas centrales de relaciones
conflictivas. Por lo general, se combina con tratamiento farmacológico para aliviar
los episodios depresivos.

- Terapia centrada en la emoción (terapia de regulación de la emoción) o la terapia


experiencial de Greenberg) (Greenberg, 2004). Según Greenberg et al. (2015), esta
terapia combina elementos de las prácticas basadas en el cliente (Rogers, 1961), la
terapia Gestalt (Perls et al., 1951), la teoría de las emociones y una meta-teoría
dialéctico-constructivista. El objetivo es crear un entorno seguro en el que se
reduzca la ansiedad del individuo, lo que les permitirá enfrentar emociones difíciles,
aumentar su conciencia de dichas emociones, explorar sus experiencias
emocionales con mayor profundidad e identificar respuestas emocionales
inadaptadas. La terapia se entrega en 8-20 sesiones.

- Terapia de aceptación y compromiso (Hayes, 2005). Esta teoría se ha vuelto cada


vez más popular en los últimos años y es la terapia contextual o de tercera
generación que está respaldada por el mayor cuerpo de evidencia empírica. Se basa
en una comprensión de la importancia del lenguaje humano en la experiencia y el
comportamiento, y tiene como objetivo cambiar la relación que los individuos tienen
con la depresión y sus propios pensamientos, sentimientos, recuerdos y
sensaciones físicas que son temidos o evitados. Se utilizan estrategias para enseñar
a los pacientes a disminuir la evitación y las cogniciones negativas, y para aumentar
el enfoque en el presente. El objetivo no es modificar el contenido de los
pensamientos del paciente, sino enseñarles cómo cambiar la forma en que los
analizan, ya que cualquier intento de corregir los pensamientos puede,
paradójicamente, solo servir para intensificarlos (Hayes, 2005).

Ferdon y Kaslow (2008), por su parte, en una revisión teórica del tratamiento de la
depresión en niños y adolescentes, concluyeron que los programas específicos
basados en terapia cognitiva-conductual del programa de Prevención de Penn
cumplen con los criterios para realizar intervenciones efectivas en Niños con
depresión. En la depresión adolescente, la terapia cognitivo-conductual y la terapia
interpersonal-Adolescente parecen tener una eficacia bien establecida. Weersing et al.
(2017), en esta misma línea, afirman que, aunque la eficacia de los tratamientos en
niños es más bien débil, la terapia cognitivo-conductual es probablemente la terapia
más efectiva. También confirman que, en adolescentes deprimidos, la terapia cognitiva
conductual y la psicoterapia interpersonal son intervenciones apropiadas.

También hay otros estudios que se centran en los tratamientos para la depresión en la
infancia. Por ejemplo, Crowe y McKay (2017) realizaron un metanálisis de los efectos
de la terapia conductual cognitiva (TCC) en niños con ansiedad y depresión, y
concluyeron que la TCC puede considerarse un tratamiento eficaz para la depresión
infantil. Según estos autores, la mayoría de los protocolos para niños se han adaptado
de los protocolos para adultos, y las técnicas más comunes son la psicoeducación, el
autocontrol, la identificación de emociones, la resolución de problemas, las habilidades
de afrontamiento y los planes de recompensa. De manera similar, las estrategias
cognitivas incluyen la identificación de errores cognitivos, también conocidos como
reestructuración cognitiva. En otro metaanálisis realizado para analizar la eficacia y la
aceptabilidad de la TCC en casos de depresión infantil, Yang et al. (2017) observaron
que, en comparación con los grupos de control que no recibieron tratamiento, los
grupos experimentales mostraron una mejoría significativa, aunque también señalaron
que la relevancia de este hallazgo era limitada debido al pequeño tamaño de los
grupos de ensayos.

Otro estudio realizado en Arabia Saudita concluyó que la asesoría estudiantil en las
escuelas puede ayudar a combatir y reducir directamente los niveles de ansiedad y
depresión entre los niños y adolescentes saudíes (Alotaibi, 2015).

El tratamiento basado en la familia también puede ser eficaz para tratar los problemas
y síntomas interpersonales observados entre los niños deprimidos. Los datos indican
que las características del entorno familiar predicen la recuperación de la depresión
persistente entre los niños deprimidos (Tompson et al., 2016). En este sentido,
Tompson et al. (2017) compararon los efectos de un tratamiento centrado en la familia
para la depresión infantil (TCF-DI) con los de la psicoterapia de apoyo individual en
niños de 7 a 14 años con trastornos depresivos. Los resultados revelaron que la
incorporación de la familia en la terapia resultó en una mejora significativa en los
síntomas depresivos, la respuesta global, el funcionamiento y el ajuste social.

Para concluir esta sección, se puede afirmar que el tratamiento para la depresión debe
ser multifactorial y debe tener en cuenta las características personales del paciente, su
estrategia para hacer frente a los problemas, el tipo de relación que tienen con ellos
mismos y el tipo de relación que establecen con ellos. Su entorno (amigos, colegio,
familia, etc.). Por lo tanto, para que el individuo alcance el nivel más alto posible de
bienestar psicológico, la atención debe centrarse en estos y otros aspectos
relacionados.

CONCLUSIONES
La presente revisión pretende arrojar algo de luz sobre el complejo y amplio campo de
la depresión infantil y adolescente, comenzando con una revisión del constructo en sí y
sus teorías explicativas, antes de continuar analizando los instrumentos de evaluación
existentes, los principales programas de prevención que se encuentran actualmente.
Implementado y los diversos tratamientos que actualmente se aplican. Todos estos
aspectos están intrínsecamente vinculados: cómo se define el concepto depende de
las variables explicativas en las que se basa dicha definición, y esto a su vez influye en
cómo lo medimos y en las variables que definimos como elementos clave para su
prevención y tratamiento.

Es interesante observar el bajo nivel de especificidad tanto del constructo en sí como


de las teorías explicativas ofrecidas por la psicología infantil y adolescente, lo que
sugiere que la depresión infantil puede entenderse sobre la base de la versión adulta
de la patología. Esto bien podría ser un error básico en nuestro enfoque de la
depresión en grupos de edades más jóvenes. El hecho de que los programas
universales de prevención diseñados específicamente para niños obtengan resultados
modestos puede indicar que quizás no hayamos podido identificar correctamente las
variables clave involucradas en la génesis y el mantenimiento de la depresión infantil y
adolescente.

La revisión de los programas actuales de prevención de la depresión infantil y


adolescente reveló que la gran mayoría coincide con la adopción de un enfoque
cognitivo-conductual, con contenidos que incluyen habilidades sociales y capacitación
para la resolución de problemas, educación emocional, reestructuración cognitiva y
estrategias para enfrentar la ansiedad. Es probable que estos contenidos se incluyan
porque son elementos importantes en el tratamiento de la depresión, como se muestra
en esta revisión. Pero si su inclusión es importante y efectiva en el tratamiento de la
depresión, ¿por qué no parecen ser tan efectivos en la prevención de esta patología?
Probablemente hay muchos factores relacionados con los programas de prevención
que, de una manera u otra, influyen en su eficacia: quién implementa el programa y
qué capacitación previa reciben; las características del grupo objetivo; dinámica de
grupo; cómo se ejecutan las sesiones; cómo se evalúa el programa; y si los objetivos
propuestos realmente se alcanzan (por ejemplo, la capacitación en habilidades
sociales puede ser clave, pero quizás no estemos capacitando a los estudiantes
correctamente). Además, en los programas universales de prevención llevados a cabo
en las escuelas, la intervención se centra en los propios estudiantes en lugar de
adoptar un enfoque más holístico, como lo recomiendan ciertos autores como
Greenberg et al. (2001). Pero, si aceptamos que la depresión es multifactorial y que los
factores de riesgo y protección pueden encontrarse no solo en el entorno escolar sino
también en el contexto familiar y social, ¿no debería la prevención ser también
multifactorial?

S-ar putea să vă placă și