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FORO SOBRE PERVERSIÓN FEMENINA

Daniel Iván Leza Cepeda

Al abordar el concepto de perversión en psicoanálisis acuden a la mente dos


vertientes para pensarlo: por una parte la acepción más vinculada con la
propuesta Freudiana, que refiere como perversa a la práctica de sexualidad que
ha sufrido una desviación de su fin o de su objeto; por otra parte, la acepción más
referida a Lacan, que da cuenta de la perversión como un posicionamiento
subjetivo ante la castración. Si, desde Freud, se recuerda que toda situación que
impida o postergue de forma reiterada la meta o disposición del objeto de la
pulsión sexual es posible generadora de una desviación (perversión) se puede
entender entonces que la perversión es un remedo o compensación de una
satisfacción que ha sido imposibilitada, es decir, es una cuestión de restitución de
poder. Por otra parte al hablar de perversión en una perspectiva de
posicionamiento subjetivo se habla también de la negación de la castración, es
decir, del desconocimiento a una limitación al poder propio. Se puede encontrar
así la existencia de un correlato entre la perversión exclusivamente sexual y la
perversión como estructura subjetiva, ambas refieren al ejercicio del poder, lo que
necesariamente remite a otro sobre el que el poder se ha de ejercer.

Ahora, bien, al hablar de una perversión femenina en términos del esquema


anterior se aludirá a la renegación de la castración de la mujer. Esta castración, se
ha entendido así, hace referencia a la ausencia de pene y por ende, su renegación
se manifestará con la presencia de sustitutos del mismo, es decir sería explicada
desde la teoría de la envidia del pene. Sin embargo atendiendo al proceso de
desarrollo de la feminidad según la plantea E. D. Bleichmar, de acuerdo a la teoría
de género, el lugar de lo femenino queda del lado del sujeto falto de poder y puede
entenderse que tal envidia del pene es una representación en el registro
imaginario del reclamo por el ejercicio del poder.
Es bien sabido que el ejercicio del poder es narcisisticamente gratificante y que
este poder inicia desde el placer funcional del propio cuerpo. Este placer funcional
aunque se supone inicialmente similar en el niño y la niña presenta diferencias en
la experimentación de los órganos genitales, externos en el caso del hombre e
internos en el caso de la mujer. Bleichmar señala que durante el desarrollo las
funciones excretoras, particularmente la micción, experimentadas en cuerpos
anatómicamente diferentes y sometidos a un tratamiento cultural diferenciado
permitirán el mayor placer y reaseguramiento narcisistico en el varón que en la
niña. Posteriormente las pulsiones sexuales también tendrán una
representatividad diferenciada en los sujetos, representándose en el hombre
concentradas en los genitales, bien visibles en sus reacciones, mientras que en
las mujeres la representatividad será difusa y carente de una representación visual
de los órganos excitados.

Las diversas autoras revisadas en el curso señalan que el desarrollo de la


sexualidad y la feminidad de la mujer se dirige de la envidia del pene a la
equiparación del cuerpo total con un pene. La representación del cuerpo total, e
incluso sus vestidos, es narcisisticamente investida de forma similar a la que el
pene lo es en el varón. Sin embargo no solo esta catctización contribuye a restituir
el sentimiento de poder a la mujer, catectizará también al otro en tanto causado
por su cuerpo, además de aquella función preminentemente femenina; el
embarazo y con ello su vagina y útero.

En este punto se puede indicar que la perversión es entonces una operatoria que
busca restituir una imagen narcisisticamente catectizada del yo. De acuerdo a
Welldon toda representación tiene un enmarcamiento en una relación de objeto,
es decir se dirige a otro. En la perversión la imagen será representativa de
defensas maniacas como el control del objeto, su destrucción o trato sádico. Para
esto los sujetos disponen de los fantasmas que tienen su asiento en la
corporeidad.
Welldon indica, en consonancia con la perspectiva de desarrollo femenino que
Bleichmar aporta, que la perversión femenina incluye la utilización de todo el
cuerpo, así como representaciones mentales para expresar sadismo y hostilidad.
Dentro de este uso puede caer también el uso del útero como fuente de control del
partner mediante el embarazo, aspecto que parece coincidente con la ecuación
niño = pene, pero que puede considerarse una protesta de poder mediante lo más
irreductiblemente femenino.

Resulta notable que en los casos presentados la noción de perversión femenina


parece designar a los intentos de restitución de poder de los sujetos femeninos.
Desde este punto de vista cabe la pregunta por la realidad de la perversión
femenina, que se aparece como la otra cara del feminismo espontáneo que la
histeria representa. Entendiendo, claro, que como Freud lo señaló la neurosis y la
perversión son anverso y reverso de una misma conflictiva.

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