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Gracias al favor con que los miraba Ciro, casi cincuenta mil de
los hijos del cautiverio se habían valido del decreto que les permitía
regresar. Sin embargo, representaban tan sólo un residuo en com-
paración con los centenares de miles que estaban dispersos en las
provincias de Medo-Persia. La gran mayoría de los israelitas había
preferido quedar en la tierra de su destierro, antes que arrostrar las
penurias del regreso y del restablecimiento de sus ciudades y casas
desoladas.
Habían transcurrido veinte años o más cuando un segundo de-
creto, tan favorable como el primero, fué promulgado por Darío
Histaspes, el monarca de aquel entonces. Así proveyó Dios en su mi-
sericordia otra oportunidad para que los judíos del reino medo-persa
regresaran a la tierra de sus padres. El Señor preveía los tiempos
dificultosos que iban a seguir durante el reinado de Jerjes, el Asuero
del libro de Ester, y no sólo obró un cambio en los sentimientos
de los hombres que ejercían autoridad, sino que inspiró también a
Zacarías para que instase a los desterrados a que regresasen.
El mensaje dado a las tribus dispersas de Israel que se habían
establecido en muchas tierras distantes de su antigua patria fué: “Eh,
eh, huid de la tierra del aquilón, dice Jehová, pues por los cuatro
vientos de los cielos os esparcí, dice Jehová. Oh Sión, la que moras
con la hija de Babilonia, escápate. Porque así ha dicho Jehová de
los ejércitos: Después de la gloria me enviará él a las gentes que os
despojaron: porque el que os toca, toca a la niña de su ojo. Porque
he aquí yo alzo mi mano sobre ellos, y serán despojo a sus siervos,
y sabréis que Jehová de los ejércitos me envió.” Zacarías 2:6-9. [441]
Seguía siendo propósito del Señor, como lo había sido desde el
principio, que su pueblo le honrase en la tierra, y tributase gloria
a su nombre. Durante los largos años de su destierro, les había
dado muchas oportunidades de volver a serle fieles. Algunos habían
decidido escuchar y aprender; algunos habían hallado salvación en
medio de la aflicción. Muchos de éstos iban a contarse entre el
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390 Profetas y Reyes
ter mano sobre los que habían procurado su mal: y nadie se puso
delante de ellos, porque el temor de ellos había caído sobre todos
los pueblos.” Angeles excelsos en fortaleza habían sido enviados
por Dios para proteger a su pueblo mientras éste se aprestaba “en
defensa de su vida.” Ester 9:2, 16.
Mardoqueo había sido elevado al puesto de honor que ocupara
antes Amán. “Fué segundo después del rey Assuero, y grande entre
los Judíos, y acepto a la multitud de sus hermanos” (Ester 10:3),
pues procuró el bienestar de Israel. Así fué cómo Dios devolvió a su
pueblo escogido el favor de la corte medo-persa, e hizo posible la
ejecución de su propósito de devolverlos a su tierra. Pero transcurrie-
ron todavía varios años, y fué solamente en el séptimo de Artajerjes
I, sucesor de Jerjes el Grande, cuando un número considerable de
[444] judíos volvió a Jerusalén, bajo la dirección de Esdras.
Los momentos penosos que vivió el pueblo de Dios en tiempos
de Ester no caracterizan sólo a esa época. El revelador, al mirar a
través de los siglos hasta el fin del tiempo, declaró: “Entonces el
dragón fué airado contra la mujer; y se fué a hacer guerra contra los
otros de la simiente de ella, los cuales guardan los mandamientos
de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo.” Apocalipsis 12:17.
Algunos de los que viven hoy en la tierra verán cumplirse estas pala-
bras. El mismo espíritu que en siglos pasados indujo a los hombres
a perseguir la iglesia verdadera, los inducirá en el futuro a seguir
una conducta similar para con aquellos que se mantienen leales a
Dios. Aun ahora se están haciendo preparativos para ese último gran
conflicto.
El decreto que se promulgará finalmente contra el pueblo rema-
nente de Dios será muy semejante al que promulgó Asuero contra
los judíos. Hoy los enemigos de la verdadera iglesia ven en el peque-
ño grupo que observa el mandamiento del sábado, un Mardoqueo a
la puerta. La reverencia que el pueblo de Dios manifiesta hacia su
ley, es una reprensión constante para aquellos que han desechado el
temor del Señor y pisotean su sábado.
Satanás despertará indignación contra la minoría que se niega a
aceptar las costumbres y tradiciones populares. Hombres encumbra-
dos y célebres se unirán con los inicuos y los viles para concertarse
contra el pueblo de Dios. Las riquezas, el genio y la educación se
combinarán para cubrirlo de desprecio. Gobernantes, ministros y
En tiempos de la reina Ester 393