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01. PROGRAMA
02. LECCIÓN INAUGURAL: DERECHO PENAL Y CONTROL
SOC...
03. EL DERECHO PENAL COMO MECANISMO DE CONTROL
SOC...
04. DERECHO PENAL Y SABERES PENALES.
05. ESCUELAS CRIMINOLOGICAS.
06. PRINCIPIOS RECTORES DE LA LEY PENAL.
07. NOCION DE DELITO
08. LA CONDUCTA.
9. HECHOS
10. TEORÍAS DE LA CONDUCTA PUNIBLE
11. LA OMISIÓN
12. LA TIPICIDAD.
13. ATIPICIDAD DE LA CONDUCTA.
14. DISPOSITIVOS AMPLIFICADORES DEL TIPO PENAL
15. TENTATIVA
16. LA PARTICIPACIÓN CRIMINAL.
17. EL PROBLEMA DEL CONCURSO.
18. LA ANTIJURIDICIDAD.
19. EL DELITO COMO ACCIÓN CONTRARIA AL DERECHO:
20. LA CULPABILIDAD
21. CAUSALES DE EXCULPACIÓN. CAUSALES DE
INCULPABI...
Decir que el hombre no nació para vivir solo, es una perogrullada; decir que el
hombre no puede vivir más que asociado a sus semejantes no es, desde luego,
una constatación reciente. Ciertamente, el hombre es un ser viviente
esencialmente sociable, motivo por el cual el mito de “Robinson Crusoe” debe
entenderse como eso: como un mito, como una fábula, ya que “en la vida real, la
existencia humana es vida de grupo, toda vez que el individuo corriente forma
parte de una familia, vive en una comunidad determinada, tiene un grupo de
amigos, trabaja en una cierta empresa o pertenece a un determinado gremio
laboral, forma parte de alguna iglesia o confesión religiosa, participa en las
actividades de alguna asociación, gremio o partido político”, como nos lo
recuerda el profesor MOLINA (c.f.r. Criminología. P.10). Mi propio venir al mundo
y mi propia supervivencia física presuponen la existencia de una sociedad aunque
sea elemental
La persona no puede vivir aislada en sí misma. Para alcanzar los fines y satisfacer
sus necesidades, precisa de la comunicación con otras personas y de su auxilio.
En una palabra, como diría Freud, la existencia del ego supone necesariamente
la existencia del alter, es decir, que la existencia humana supone siempre la
coexistencia o convivencia, o mejor, como diría HEIDEGGER “el ser humano es un
ser con los demás: La realización del ser humano en cuanto tal, estará dada por
la continua y cotidiana interacción con otros seres humanos, en procura de la
satisfacción de sus intereses y sus necesidades, de donde habrán de surgir todo
tipo de relaciones, sean ellas positivas o negativas, plausibles o reprochables,
entre el individuo y los demás.
No todos los miembros de una sociedad logran ese proceso de socialización y mas
aun, de introyección; en algunos casos, por no decir que en la mayoría, los
comportamientos deseados no se pueden reducir esquemáticamente a una
situación típica, de acuerdo con la cual a un determinado comportamiento del
individuo se hace seguir una cierta consecuencia por parte del grupo o por
elementos cualificados del mismo.
Las diferentes ciencias que tratan de explicar el comportamiento humano han
llegado a una conclusión irrefutable: Aunque un determinado comportamiento se
juzga favorablemente por el grupo social, un individuo determinado puede no
aceptarlos, puede presentar un comportamiento no conforme, desviado (anomia)
es aquí cuando el grupo social tiene que utilizar normas colectivas que regulen la
conducta humana en sus aspectos o resultados exteriores. Si bien es cierto que
no todas las desviaciones suscitan la reacción del grupo sino aquellas que
presentan particular desaprobación o alarma, también es cierto, que frente a
estas últimas reacciona el grupo para prevenir o impedir el comportamiento
desviante o para eliminar o reducir las consecuencias consideradas nocivas.
Esta expresión ha sido puesta en uso y generalizada sobre todo por los sociólogos
(especialmente los norteamericanos) y con ella tratan de designar “el conjunto
de todas las normas colectivas así como también las autoridades y poderes
sociales, que a diferentes niveles y de diversas maneras regulan la conducta
humana en sus aspectos o resultados exteriores” (Recasens Siches, P.225).
Otros han ido mas allá en la definición y dicen que el control social son “los
recursos de que dispone una sociedad determinada para asegurarse de la
conformidad de los comportamientos de sus miembros o un conjunto de
principios y reglas establecidos, así como las formas organizadas con que la
sociedad responde a sus transgresiones“(Cohen y Ramonet citados por Bustos
Ramírez).
Baste para nosotros decir que el control social es cualquier cosa que garantice el
orden social. Quedarían, pues, comprendidas dentro de este concepto, por
ejemplo, realidades tan nuestras como la familia, la escuela, la vecindad, el
centro de trabajo, el partido político, los pares, los medios, la religión, las
agremiaciones, comisiones éticas, usos, costumbres, convencionalismos, normas
jurídicas, autoridades familiares, eclesiásticas, pedagógicas, jurídicas... en fin,
un basto número de instituciones que garantizan el control social al interior de la
sociedad.
Por otro lado, el otro objeto de estudio del control social es la reacción o
respuesta social de esa sociedad a su realización. En este segundo momento,
encontramos las estrategias de prevención de una conducta que tratan de actuar
sobre el individuo conformándolo mentalmente para que interiorice las normas y
la reacción social frente a la realización de esa conducta que se centra en las
respuestas sociales que provoca una conducta no deseada.
Sin embargo, parece fuera de toda duda que si es verdad que la mayoría de las
infracciones penales son inmorales, también lo es que hay numerosos delitos en
los cuales no se advierte ningún contenido de inmoralidad. Los delitos políticos
se inspiran solo en el principio salusrei publica suprema lex, y resulta imposible
hallar, en ellos alguna violación al orden ético; en la mayoría de las
contravenciones tampoco es posible predicar violación alguna a la moral. Y en
ciertos delitos, como el espionaje, la acción es, por el contrario de altísimo valor
moral para el estado que se cumple.
No cabe duda alguna de que la mayoría de los hechos punibles implican una
violación al orden ético-social. El Estado los tipifica como tales, en cuanto son
dignos de reproche social, y por ello los conmina con la pena. Los escasos tipos
en los cuales no se advierte un claro contenido de inmoralidad, confirman la
concepción generalmente aceptada. Si en la culpabilidad se vierte un juicio de
reproche jurídico-social que legitima la pena, es obvio que tal juicio no se basa
únicamente en la Lesividad de la acción sino en criterios éticos que rebasan los
pragmáticos para sustentarse en fundamentales concepciones de justicia”.
Al abordar el estudio del Libro Primero, Título Primero, Capítulo Único del
Código Penal, lo primero que se avista es el nomenjuris: Cuando el legislador
habla de las “normas rectoras de la ley penal colombiana”, ¿será pertinente o no
tal denominación? por otro lado, ¿cuál es el alcance y carácter vinculatorio de las
trece disposiciones allí contempladas? Y, finalmente ¿cuál es la filosofía o razón
de tales normas?
Cuando la doctrina se ocupa de los trece primeros artículos del Código Penal, se
ha detenido ha analizar si resulta o no aceptada la denominación dada por el
legislador, a saber, el de “normas rectoras” ya que en opinión de algunos
doctrinantes la denominación más adecuada habría sido la de “principios
rectores”.
Los que opinan en contra de tal denominación, argumentan que lo allí
consagrado no es, en sentido lato, normas jurídicas. Como se ve, las
disposiciones consagradas en los trece primeros artículos no contemplan de
manera expresa la consecuencia jurídica para su inobservancia, es por ello que
algún sector de la doctrina piensa que no se trata de “normas rectoras” si no de
meros “principios rectores”. Por ello, a esta altura de nuestra exposición
debemos abordar la diferencia que se plantea entre norma y principio.
Principios, en derecho penal, son las inferencias generalizantes que los juristas
efectúan como culminación de sus análisis a guisa de conclusiones abstractas a
fin de mostrar los criterios supremos en que descansa la legislación penal.
Las normas rectoras tienen fuerza vinculante para el juez y para el intérprete y
al mismo tiempo, priman sobre las prescripciones ordinarias dado que son
reproducción o desarrollo directos de tratados internacionales suscritos por el
Estado y, son a la vez, claras y precisas disposiciones de rango constitucional.
Así las cosas podemos concluir que las normas consagradas en el Título Primero,
Capítulo Único, del Libro Primero, del Código Penal, sí son normas, ya que
pertenecen a la clasificación de normas penales incompletas, porque no son de
corte sustantivo, si no una mera razón de técnica y economía legislativa, ya que
el legislador no tiene que ir repitiendo que, por ejemplo, el menor, está exento
de responsabilidad criminal.
Antes de entrar a comparar los principios de la ley penal consagrados en el
código penal anterior, con los del nuevo código, permitámonos una reflexión
más: Hablamos de “normas rectoras de la ley penal colombiana” ya que lo son de
toda la ley penal, no solo del Código Penal, en eso radican que sean rectoras, en
que prevalecen sobre las demás, sean normas penales sustantivas, adjetivas o de
ejecución, sean normas de derecho penal fundamental o complementario,
trátese de derecho penal común o especial, delictual o contravencional …
debemos aclarar que ese carácter vinculante obedece a una decisión política del
Estado, tanto en su consideración como en su contenido, ya que su consagración
y selección no deja de ser un tanto arbitraria; esos principios rectores son los
máximos compromisos que el Estado es capaz de asumir, en materia de derechos
humanos, de allí que para algunos tratadistas “no son todos los que están, ni
están todos los que son.
Sin más precisiones preliminares los invito a que revisemos uno a uno los trece
primeros artículos de la Ley 599 de 2000 y que hagamos, con la brevedad de las
circunstancias, algunas anotaciones a los principios allí consagrados. Lo primero
que debemos hacer es una comparación entre los mencionados artículos y los
doce primeros del decreto 100 de 1980 (Código Penal anterior).
NOCION DE DELITO
NOCION DE DELITO
En la clase anterior, decíamos que la teoría general del delito busca responder a
la pregunta qué es el hecho punible, lo que supone necesariamente la tarea de
elaborar una teoría acerca de él; la teoría del hecho punible es sin duda, la más
importante construcción dogmática; importante es recordar que la dogmática,
como la definíamos en el curso de Introducción al Derecho Penal, “es la
disciplina que se ocupa de la interpretación, sistematización y perfeccionamiento
de las prescripciones legales y de la teoría científica del derecho penal” como la
define ROXIN.
Para comprender más exactamente el sentido de la expresión”hecho punible”
utilizada de manera reiterada y equívoca por el legislador de 1980, es menester
hacer algunas precisiones terminológicas: El delito es antes que nada un hecho
jurídico, porque el derecho le atribuye a este acontecimiento unas consecuencias
jurídicas como son penas o medidas de seguridad e incluso, la responsabilidad
civil. Digámoslo de una vez, este hecho no es natural sino humano, ya que
solamente la conducta del hombre sea activa o pasiva, positiva o negativa, por
acción o por omisión puede llegar a constituir delito y fundamentar la imposición
de una sanción criminal.
HECHOS
NATURALES
HUMANOS
INVOLUNTARIOS
VOLUNTARIOS
LICITOS
ILICITOS
ATIPICOS
TIPICOS
IMPUNIBLES
PUNIBLES
PENAS
MEDIDAS DE
SEGURIDAD
08. LA CONDUCTA.
Los romanos decían cogitation espoenamne mopatitur, que traducen como que
nadie sienta pena por sus pensamientos
HECHOS
HECHOS
Saludar es un acto, mientras que una erupción volcánica es un seceso. Los actos
tienen la relación intrínseca con un cambio en el mundo que puede ser el
resultado (intencional) o la consecuencia (derivación causa extrínseca) del acto.
La actividad se relaciona con la noción de proceso, tiene un principio y un fin
como por ejemplo, pintar un cuadro. Una obtención u omisión no equivale
simplemente a “no hacer”. Un agente en una ocasión dada, se abstiene de hacer
una determinada cosa, si y solo si, puede hacer esta cosa, pero de hecho no la
hace. Se tiene capacidad para realizar algo si en la mayoría de las ocasiones en
la que se intenta llevarlo a cabo se logra hacerlo. No podemos decir que nos
abstenemos de caminar en la superficie de la luna, pero si podemos decirle a
alguien que nos abstenemos de decirle lo que pensamos de el.
En la clase anterior, decíamos que la teoría general del delito busca responder a
la pregunta qué es el hecho punible, lo que supone necesariamente la tarea de
elaborar una teoría acerca de él; la teoría del hecho punible es sin duda, la más
importante construcción dogmática; importante es recordar que la dogmática,
como la definíamos en el curso de Introducción al Derecho Penal, “es la
disciplina que se ocupa de la interpretación, sistematización y perfeccionamiento
de las prescripciones legales y de la teoría científica del derecho penal” como la
define Roxin.
Para comprender más exactamente el sentido de la expresión”hecho punible”
utilizada de manera reiterada y equívoca por el legislador de 1980, es menester
hacer algunas precisiones terminológicas: El delito es antes que nada un hecho
jurídico, porque el derecho le atribuye a este acontecimiento unas consecuencias
jurídicas como son penas o medidas de seguridad e incluso, la responsabilidad
civil. Digámoslo de una vez, este hecho no es natural sino humano, ya que
solamente la conducta del hombre sea activa o pasiva, positiva o negativa, por
acción o por omisión puede llegar a constituir delito y fundamentar la imposición
de una sanción criminal.
Los hechos se pueden clasificar así:Ese hecho humano al que hacíamos alusión,
tiene que ser voluntario, ya que la voluntad es el límite de la responsabilidad
penal (la responsabilidad es subjetiva o circunscrita a la culpabilidad, véase el
art.12 del C.P:) , esta calidad está presente en las tres formas de culpabilidad a
las cuales hacía alusión el art. 35 de la legislación penal anterior, o si se quiere a
las modalidades de la conducta punible consagradas en el art.21 de la Ley 599 de
2000: dolo, culpa o preterintención; no así en el caso fortuito (artículo 40
numeral 1° del Decreto 100 de 1980 o en el art.32 num. 1° de la Ley 599 de
2000) por el cual no se responde penalmente en el derecho positivo vigente.
“Es la infracción a la Ley del Estado, que ha sido promulgada para proteger la
seguridad de los ciudadanos; que resulta de un acto externo del hombre, positivo
o negativo, moralmente imputable y políticamente dañoso” (Carrara, Francesco.
Programa. P.43).
1. Los delitos lesionan un derecho subjetivo o un bien jurídico, en tanto que las
contravenciones, o bien, son inocuas para ellos, o representan cuanto más un
peligro remoto, o una mera desobediencia al derecho objetivo. (Teoría, esta,
que encuentra entre sus principales exponentes a Feuerbach y Zanardelli)
2. Las contravenciones no forman parte del derecho penal, sino del derecho
administrativo. Esta concepción, sostenida por Núñez, Bielsa, Rocco, tiene un
aspecto importante y es que evita considerar como delincuente a los
contraventores e impide estimar que la sanción que estos últimos sufren es una
pena criminal, categoría que no se compadece con los injustos de menor
gravedad.
La seguridad reza con los derechos naturales o sea los que el individuo posee aun
en estado de naturaleza y que la ley estatal tiene que reconocer porque son
anteriores y superiores al derecho positivo. La prosperidad dice relación a los
derechos civiles emanados del pacto social y no de la naturaleza del hombre.
Antes de entrar a mirar las diferentes nociones de delito repasemos lo hasta aquí
dicho en las clases anteriores. El delito es ante todo un hecho jurídico, porque el
Derecho le atribuye a ese acontecimiento unas determinadas consecuencias
jurídicas.
Lo anterior significa que se reprocha un delito porque tiene una forma material
que choca con el derecho ajeno, y porque tiene un alma o espíritu, que conoce
ese mal y se determina a realizarlo. Por esto consideramos con Francisco Ferreira
Delgado “Que lo primero que ha de buscarse, para la estructuración de un delito,
es el hecho humano que produjo su corporeidad” (Op. cit. P. 13).La Ley penal
anterior, emplea indistintamente el vocablo hecho o acción o conducta: Se habla
de conducta en los artículos 2, 4, 5, 36, 37, 38, y 39; de acción en los artículos
18, 19 y 26; de hecho se habla en el encabezamiento del título tercero del libro
primero y en el resto del Código.Penal. No obstante, no son sustantivos
equivalentes o sinónimos sino, que tienen distintos sentidos. Permítanme, con la
brevedad de las circunstancias, diferencias estos conceptos.
La voz conducta ha sido empleada para designar la forma exterior por la que se
expresa o manifiesta una”personalidad”. En este sentido, la Real Academia dice
que conducta es el porte o manera como los hombres manejan sus vidas. Cuando
Freud halló tres planos en la mente humana (uno conciente y dirigido por los
instintos o ego; otro dirigido por la lógica y también conciente o superego y un
tercer plano refundido en el subfondo de nuestra mente, por fuera de la
conciencia, pero del que emanan fuerzas sicológicas capaces de determinar el
comportamiento del hombre o ello) abonó el camino para decir que la manera de
vivir del ser humano depende de la manera como operen en él esas tres fuentes
de personalidad. A ello es a lo que Freud denomina conducta. Esto significa que
en lo humano hay una fuerza motriz no conciente pero con potencia suficiente
para determinar su comportamiento.
Para terminar estas breves notas introductorias concluyamos con Ferreira que”en
el fondo, emplear las palabras hecho, o conducta o acción sí resulta cuestión de
terminología, pero unida a principios filosóficos y científicos que desean expresar
quienes las están utilizando. No es que la palabra en sí implica todo un tratado
de filosofía o de biología”.
Algo más, y ya para terminar sobre esta noción formal de delito: Se expresa con
el aforismo latino que reza “Nullum crimen, nullapoena, sine lege previa,
scripta, stripta et certa”.
Para terminar con esta noción de delito, baste decir que la noción sustancial o
material de delito conlleva el concepto de antijuridicidad material como
conducta contraria a la sociedad, como conducta antisocial.
12. LA TIPICIDAD.
LA TIPICIDAD.
En la clase de hoy y en las de las próximas cuatro semanas, nos ocuparemos del
primero de los componentes del delito: la tipicidad.
Debe ser “lógicamente necesario” (ese instrumento) porque para saber si una
conducta es delictuosa no se puede prescindir del tipo; así las cosas, la tipicidad
refuerza el famoso aforismo de que “lo que no está expresamente prohibido está
tácitamente permitido”.
Analicemos enseguida las principales funciones del tipo penal, esto es, sus
tareas, sus cometidos: en primer lugar, el tipo cumple una función
garantizadora, esto es, es la garantía jurídico-política que dota de seguridad
jurídica al ciudadano, es una garantía de libertad, que se obtiene con desarrollo
del principio de legalidad. El tipo penal cumple una función garantizadora
cuando apunta a la protección de los bienes jurídicos más importantes y es,
además, una garantía sustantiva, procesal y de ejecución penal.
En segundo lugar, el tipo cumple una función fundamentadora, ya que como dice
Cousiño “los tipos están empapados de antijuridicidad”. El tipo es el presupuesto
de ilicitud, dado que una conducta no puede ser calificada como punible
mientras el legislador no la haya descrito y conminado previamente con una
sanción penal. El tipo es el fundamento de ilicitud.
En cuarto lugar, el tipo tiene una función motivadora, ya que motiva al individuo
a configurar su comportamiento de una determinada manera.
En quinto lugar tenemos la función valorativa del tipo que se da porque éste
encierra una valoración respecto a los actos de los sujetos, implica
necesariamente comprometer (obligar) al sujeto de una determinada sociedad
con un determinado valor.
Por último, en sexto lugar, se dice que el tipo tiene una función indiciaria, ya
que el tipo es el fundamento de cognición de la antijuridicidad, es indicio de
ella. Cuando M. E. Mayer sostiene que los tipos son indicios de la antijuridicidad,
como el humo y el fuego, está sentando los postulados de la teoría de la ratio
cogniscendi, que sostiene que los tipos son sólo el material del cual se vale el
legislador para hacer las normas jurídicas.
Múltiples son las clasificaciones elaboradas por los doctrinantes en relación con
las diversas especies en que puede presentarse el tipo penal. Los criterios
utilizados por ellos han sido más o menos los mismos: su estructura, el sujeto
activo, el bien jurídico tutelado, su contenido.
Esta clasificación hace referencia a las relaciones que pueden existir entre toda
la variedad de tipos consagrados en la parte especial del Código penal, o entre
las diversas disciplinas que tutelan un idéntico bien jurídico o bienes jurídicos
referenciados o relacionados. La protección de los intereses jurídicos
fundamentales se encuentra diseminada en varios tipos penales que consagran
precisamente tales aspectos.
Dentro de una sana técnica legislativa, los tipos básicos o fundamentales deben
presidir cada uno de los tipos de la parte especial en que ordinariamente se
dividen los códigos.
Esta particular estructura de tales tipos les da vida propia e independencia sin
subordinación al tipo fundamental. Su presencia se explica por el deseo del
legislador de tratar diversamente desde el punto de vista punitivo ciertas formas
de agresión al interés jurídico genéricamente tutelado en el tipo básico.
Son ejemplos de tipos especiales por agregación el homicidio por piedad (art.
106) y la muerte de hijo fruto de acceso carnal violento (art.108); son ejemplos
de tipos especiales por concreción la falsa denuncia contra persona determinada
(art. 436) y la injuria y calumnias indirectas (art. 222); son ejemplos de tipos
especiales por cualificación las lesiones personales (art. 111), aborto sin
consentimiento (art.123) y el abuso de confianza calificado (art. 250).
Son tipos que de acuerdo con el alcance comprensivo del verbo determinador
utilizado por el legislador, la descripción pueden contener una sola conducta o
varias modalidades de la misma con pluralidad o singularidad de núcleos
rectores.
Los tipos penales compuestos pueden formarse con varios verbos rectores, como
sucede en los artículos 375, 169, 218, 217, 219, 274, 275; pueden tener la
construcción gramatical de un solo verbo rector y varias circunstancias modales,
como sucede en el artículo 207; un solo verbo rector y varios ingredientes
subjetivos (art. 213); un solo verbo rector y varios objetos materiales (arts. 281,
318, 330); un solo verbo rector y varios resultados, como en el caso del artículo
111; e incluso, el tipo penal compuesto se puede dar cuando el legislador utiliza
varios medios comisivos, como el caso del artículo 123 y 165.
2. Plurisubjetivos: son los que exigen la presencia de por lo menos dos personas
para la realización de la conducta punible, como sucede en los tipos de rebelión
(art. 467), sedición (art. 468), asonada (art. 469), conspiración (art. 471), en
donde la fórmula sacramental no es “el que”, sino “los que”, ya que requiere, se
repite, la presencia de varias personas para la realización del ilícito. Lo mismos
sucede en el concierto para delinquir del artículo 340.
Los tipos de peligro se han clasificado en dos grupos, a saber: tipos de peligro
efectivo o real, como sucede en el abandono de menores y personas desvalidas
(art. 127), urbanización ilegal (art. 318), contaminación ambiental (art. 332) y en
general en los delitos contra los recursos naturales y el medio ambiente (art. 328
y ss.); y tipos de peligro presunto, como el caso del concierto para delinquir (art.
340), entrenamiento para actividades ilícitas (art. 341), instigación a delinquir
(art. 348), incitación a la comisión de delitos militares (art. 349), pánico (art.
355), menoscabo de la integridad nacional (art. 455), conspiración (art. 471).
En los segundos, estos es, en los tipos de resultado, aunque basta la realización
de la conducta descrita para la configuración del ilícito, el tipo hace referencia
tácita o expresamente a un evento determinado, sólo que ese resultado está
ubicado más allá del tipo en cuanto su presencia o ausencia para nada afecta la
tipicidad de la conducta. En estos tipos penales con una sola conducta no es
suficiente para la incriminación, sino que se hace necesaria la producción de un
evento o resultado, como sucede e el tipo penal de hurto consagrado en el
artículo 239: “el que se apodere de una cosa ajena, con el propósito de obtener
provecho para sí o para otro…”, en donde no basta el mero apoderamiento, sino
que para la configuración del tipo, para la configuración del ilícito se requiere el
propósito de obtener provecho para sí o para otro.
Son tipos penales abiertos aquellos tipos en los que se describe escuetamente la
conducta o se menciona solamente el resultado, sin precisar, en el primer caso,
las consecuencias en que tal conducta ha de realizarse, ni indicar en el segundo
la modalidad del comportamiento que ha de producir. Como paradigma de tipo
penal abierto tenemos el consagrado en el artículo 312 como ejercicio ilícito de
actividad monopolística de arbitrio rentístico.
Son tipos penales cerrados los que concretan circunstanciadamente la conducta o
señalan no solamente un resultado sino la forma como ha de producirse, de tal
manera que si el comportamiento del agente no se realiza de la manera como se
describe en el tipo no es posible subsumirlo en él.
Tipos de conducta permanente son aquellos en los cuales la conducta del sujeto
activo se prolonga en el tiempo, de tal manera que su proceso consumativo
perdurará mientras no se ponga fin por propia determinación del agente, como
resultado de maniobras de la víctima o en razón de circunstancias ajenas a los
protagonistas de la acción.
Este es el origen de las dos figuras conocidas por la doctrina con los nombres de
tentativa y coparticipación, en los cuales el legislador, para evitar que ciertas
conductas delictivas ejecutadas por varias personas en relación con tipos penales
monosubjetivos, o que no lleguen a la consumación del hecho punible propuesto,
quedaran atípicas. Estos dos tipos especiales, sui generis, aparecen consagrados
en la parte general del Código Penal (art. 27 y 28), a ellos los denominó el
profesor Reyes Echandía “dispositivos amplificadores del tipo penal” y el profesor
Jiménez Huerta “dispositivos legales amplificadores del tipo”.
LA TENTATIVA.
La tentativa es pues un grado de lo cuantitativo del hecho típico es, como decía
Carrara, “un pedazo o fragmento de hecho descriptivo, que en la figura típica
aparece completo o consumado, indicado por el verbo rector”. Se trata de casos
en los que el agente no ejecuta completamente el hecho descrito en la norma
original o figura típica, pero aquello que realiza alcanza a cumplir el mínimo de
cantidad merecedor del reproche. La figura típica sólo castiga la realización
completa o consumada de este hecho, sin la figura amplificadora de la tentativa
el reproche y la punición del hecho serían imposibles, por atípica.
Los actos consumativos se dan cuando el infractor logra el resultado ideado, son
los que dan remate a la cadena de actividades precedentes en cuanto se
concretarían en los últimos movimientos que culminan con la obtención del
resultado delictivo querido por el agente.
CLASIFICACIÓN DE LA TENTATIVA.
Los ejemplos traídos por la doctrina como tentativa simple son: el hurtador
sorprendido al momento de introducir la mano en el bolsillo de un transeúnte, el
tirador que empieza a disparar sobre la víctima, el médico que, con todo el
instrumental dispuesto, inicia las primeras exploraciones para practicar el aborto
a la embarazada.
Para que pueda hablarse de tentativa desistida deben reunirse unos requisitos
que se deducen del inciso segundo del artículo 27 del código penal, tales
requisitos son: en primer lugar, es indispensable el abandono de la voluntad
delictiva por parte del agente, esto es, que medie de su parte la decisión de no
persistir más en la realización de la idea criminosa; en segundo lugar, el
abandono debe ser definitivo, no provisional, porque estaríamos en presencia de
una postergación de la idea criminal; en tercer lugar, el abandono debe ser
voluntario, esto es de suma importancia porque el autor puede abandonar el
hecho motivado en reacciones primitivas, en supersticiones, en sentimientos de
carácter irracional ajenos ciertamente a su voluntad y, en cuarto lugar, el
desistimiento debe impedir la consumación.
Autor es la persona que realiza la conducta típica; aquella que ejecuta la acción
u omisión a que se refiere el verbo rector, ya sea en forma directa, como cuando
Pedro secuestra personalmente a Juan, o en forma indirecta, valiéndose de un
instrumento (medios mecánicos, animales o personas), como cuando el actor
deja armada una trampa mortal para herir a su enemigo, o rompe el vidrio de
una ventana empujando contra ella a una persona que lo mira descuidadamente
o está dormida.
Mandato es el acuerdo voluntario entre dos personas en virtud del cual una de
ellas –el mandatario- ejecuta la prestación que otra –el mandante- le ha
confiado, en beneficio exclusivo de éste. Para los efectos que nos interesan,
existe mandato cuando el autor intelectual contrata a otra persona la
descripción de una conducta descrita en la ley como punible y ésta lo hace por
una contraprestación económica.
Coacción es la violencia (física o moral) que una persona emplea sobre otra para
que esta realice determinado comportamiento de acción u omisión. El autor
intelectual o instigador emplea coacción cuando domina violentamente la
voluntad de otro y logra que este bajo el peso de una agresión o de una amenaza
de daño grave e inminente, ejecute conducta típica.
Si bien es cierto que nuestro código no precisa las formas que el autor intelectual
puede utilizar para someter la voluntad del autor material, también es cierto que
el artículo 30 se refiere a “quien determine a otro a realizar la conducta
antijurídica” y para lograr ese cometido se debe recurrir a una orden, mandato,
coacción, consejo o convenio.
El artículo 29 trae una definición de autor que no traía el anterior Código Penal,
haciendo una redacción más técnica, sobretodo en lo relacionado con el caso de
la “división del trabajo criminal”. La calificación de autor, como debe ser, queda
sujeta a la importancia del aporte, puesto que de lo contrario se equipararía con
la complicidad, a la cual se refiere el inciso 2º del artículo 30. Es que no es lo
mismo “quien contribuya a la realización de la conducta antijurídica o preste una
ayuda posterior, por concierto previo o concomitante a la misma”, que quienes
“mediante un acuerdo común, actúan con división del trabajo criminal
atendiendo la importancia del aporte”, sentando las bases, la primera de las
disposiciones en comento de la complicidad criminal, y la segunda de la autoría.
Otra de las teorías que se han formulado es la denominada del “dominio del
hecho”, según la cual es autor o coautor quien mantiene en sus manos el
transcurso del hecho y que puede, de acuerdo con su voluntad, dejar avanzar o
detener el transcurso de los hechos. Por lo tanto lo decisivo no es la motivación,
sino el aporte objetivo que ha correspondido al individuo en la ejecución del
hecho. Si tuvo un papel dominante en el hecho total, será autor, aún cuando
haya obrado en interés por instigación de otro; si por el contrario, no ha tenido
una posición dominante en la comisión del hecho, será sólo partícipe, a pesar del
gran interés que haya tenido en el delito.
17. EL PROBLEMA DEL CONCURSO.
El delito masa es una figura creada por la ciencia penal española, para castigar
adecuadamente aquellos fraudes colectivos en los cuales aparece un número
plural de afectados. Es un evento en el cual el sujeto activo, mediante la
realización de uno o varios actos que, considerados de manera independiente,
constituirían un solo delito o contravención, pone en ejecución un plan criminal
único encaminado a defraudar a una masa de personas que en principio no
aparece unidas entre sí por vínculo alguno.
Así sucede en las estafas cometidas contra los intereses de algunos ahorradores;
en los eventos de especulación con los precios de alimentos, considerados de
primera necesidad, cuando el dueño de una fábrica de gaseosas o de productos
lácteos incrementa por fuera de la reglamentación legal las tarifas de su
producto; en las alteraciones hechas en las máquinas expendedoras de
combustible para ponerlas a marcar una cantidad diferente a la que realmente
suministran; el urbanizador "pirata" que con el pretexto de suministrar vivienda a
los usuarios, luego de recibir la respectiva cuota inicial, desaparece con los
dineros recaudados; en las estafas mediante las ventas de loterías y rifas
inexistentes.
Este fenómeno jurídico aparece consagrado en el artículo 31 del Código Penal y
se presenta cuando un mismo sujeto agente, con su acción u omisión realiza
varios hechos punibles.
El principio de especialidad nos dice que una norma especial debe aplicarse con
preferencia a la norma fundamental o básica. En este caso, el concurso aparente
se presente entre una tipo fundamental o básico y uno especial. Cuando ello
ocurra, el juzgador aplica para reprimir la conducta, el tipo especial por cuanto
este contiene más y mejores elementos descriptivos que el primero.
18. LA ANTIJURIDICIDAD.
LA ANTIJURIDICIDAD.
Si bien esta teoría puede ser antecedente explicativo de la presencia del bien
jurídico en el tipo penal, que la doctrina ha denominado inmanente o estática,
no puede tener valor fundamental de la naturaleza de la antijuridicidad, pues
estas formas de inferencia son por entero ajenas al método dogmático, se
consagran en ficción jurídica y, lo más grave, pueden dar paso al subjetivismo en
la derivación integral del punible.
Es antijurídico todo acto humano que esté en oposición con los contenidos del
ordenamiento jurídico. Se debe prescindir de cualquier elemento subjetivo al
hacer la valoración antijurídica, tales como la culpabilidad o la imputabilidad.
No hay delito sin antijuridicidad; para reprimir una conducta, para aplicar una
pena, el hecho ha de ser contrario a derecho. Cuando el juicio de antijuridicidad
es excluyente, la indagación sobre la culpabilidad es innecesaria, puesto que no
existió delito.
Ambos aspectos son necesarios para que pueda surgir el juicio de antijuridicidad:
no basta con la contradicción formal, aparente o nominal, entre la conducta y la
norma, es decir, conducta típica, sin ataque al bien jurídico; pero, a la vez no
puede haber antijuridicidad por lesión o peligro de una bien jurídico que no esté
protegido positivamente.
Al exigir que el peligro sobre el bien jurídico sea “efectivo” el Código de 2000 no
solamente consagra un injusto objetivo y material sino que abandona de manera
expresa la clasificación de los llamados tipos de peligro abstracto, potencial o
presunto, que sin duda ofrece, más que dificultades dogmáticas, una solución
parcial al serio problema probatorio de la lesión o amenaza del bien jurídico. Se
han entendido los tipos de peligro abstracto como aquellos tipificados en orden a
su naturaleza eminentemente peligrosa para determinados bienes jurídicos, en
los cuales no sería necesario que la creación del peligro se encuentre
efectivamente demostrada, para poder determinar su perfeccionamiento.
La lesión o puesta en peligro del bien jurídico genera el disvalor del resultado,
que a su vez también es producido por una acción igualmente disvalorada:
disvalor de la acción. Esta concepción “integrada” de la antijuridicidad es fruto
del enfrentamiento entre las causaciones causalista y finalista de la teoría del
delito; para la primera -presente en el código de 1980- la antijuridicidad se
consigue tan sólo como disvalor del resultado, mientras que para la segunda
(presente en el código de 2000) al trasladar el dolo y la imprudencia al plano del
tipo, agrega al concepto de disvalor de la acción, que se traduce en
conocimiento de los hechos típicos dolosos o de la infracción al deber de cuidado
de los delitos culposos, dando lugar al concepto de “injusto típico”.
A este respecto, si bien el nuevo Código Penal adopta una clara tendencia
finalista, entendiendo el dolo natural y comprensión de la culpa como infracción
al deber de cuidado y traslado de estos elementos al “tipo de injusto”, conserva
la concepción causalista de la antijuridicidad, porque en forma exclusiva de
enuncia normativamente el disvalor del resultado.
Aun dentro de los propios desarrollos doctrinales, que tiene como fuente la
teoría final de la acción, hay disparidad en cuanto al propio contenido de estos
elementos dogmáticos.
Una primera vertiente doctrinal de origen finalista considera que el disvalor del
resultado y el disvalor de la acción pertenecen al concepto personal del injusto –
lo anterior en oposición a la concepción causal de lo ilícito ya reseñada que en
sede de antijuridicidad no examina la voluntariedad del actuar- y así pretende
reunir todos los elementos que permitan afirmar la contradicción del
comportamiento con el orden social, los cuales son el dolo de hecho o natural
representado como dirección de la acción al fin prohibido, y la infracción al
deber de diligencia.
Por tanto, cualquier acto considerado lícito, desde un punto de vista positivo,
por cualquier rama del derecho (civil, comercial, administrativo, etc.) produce
necesariamente la justificación en el ámbito penal.
Los profesores Muñoz Conde y García Arán optan por tratar la causal consagrada
en el numeral segundo del artículo 32 como justificante: “en referencia al
consentimiento en algunos tipos penales específicos hace que se le considere más
como una causal de exclusión de la tipicidad, que como una causal de
justificación, sin embargo, al delimitar el consentimiento el ámbito de
realización de los demás elementos típicos y, con ello, la protección del bien
jurídico, parece más correcto tratarlo como causal de justificación, dándole
también el mismo tratamiento en los casos de error sobre los presupuestos
fácticos y sobre sus límites”.
Como ejemplos de esta justificante podríamos citar, además del ejemplo antes
visto: los actos de los agentes de la fuerza pública que están obligados a ejercer
coerción física sobre los particulares, para impedir comisión de delitos, vencer
resistencia a la autoridad, proteger, conservar o restablecer el desarrollo normal
de la vida social. El guardián que tiene la obligación legal de no permitir la fuga
de presos. El juez que ordena la captura en cumplimiento del auto de detención
legalmente expedido. El particular que expone como testigo una verdad que
atenta contra la integridad moral de un tercero.
Esta causal de justificación requiere de cinco requisitos sine qua non para excluir
la responsabilidad penal: que la orden provenga de superior jerárquico, que la
orden sea legítima, que el superior sea competente para emitirla, que el inferior
deba obedecerla y que sea dado con las formalidades legales.
Genéricamente puede ser verbal o escrita, siempre y cuando que tenga una
manifestación externa que pueda ser captada por el subordinado de acuerdo con
los requisitos formales exigidos.
Veamos qué pasa con la orden de ejecutar homicidio, hurto o violación que emite
el superior. Recogiendo jurisprudencia de la Corte Constitucional a propósito de
la obediencia debida, la Ley 589 de 2000 en su artículo 2º, dispuso que “no se
podrá reconocer la obediencia debida cuando se trate de genocidio, desaparición
forzada y tortura, prohibición esta que recoge el inciso 2º del numeral cuarto que
comentamos. Lo anterior para terminar con una terrible práctica en las Fuerzas
Militares, en donde el inferior debía obedecer “como cadáver” a su superior. Por
eso, de la sentencia que comentamos de la H. C. Constitucional hizo carrera la
frase “los cadáveres no obedecen”.
La redacción tanto del numeral 3º del artículo 29 del Código Penal de 1980 como
del numeral 5º del artículo 32 del Código Penal de 2000 es amplia al justificar el
hecho típico realizado en ejercicio de cualquier actividad sin más exigencia que
su licitud y la legitimidad de su ejercicio. Que la actividad ejercida sea lícita
quiere decir autorizada o no prohibida por el ordenamiento; que su ejercicio sea
legítimo, quiere decir que sea realizada dentro del marco regulador de ella.
Para que proceda esta causal de ausencia de responsabilidad deben reunirse los
siguientes requisitos: en primer lugar, la existencia del cargo público, pues el
agente debe poseer la investidura correspondiente, no sólo por haber sido
nombrado para el desempeño de las funciones propias de ella, sino porque se ha
posesionado en forma debida. La causal no ampara al funcionario de hecho o al
usurpador de funciones; además, el agente debe tener competencia funcional y
territorial para la actuación. En segundo lugar, el ejercicio debe ser legítimo, o
sea, conforme a derecho, respetando la Constitución Nacional y las leyes. De
conformidad con este requisito, no podrá ampararse en esta causal el policía
embriagado que dispara su arma de dotación, el agente del Ministerio Público
que pide fiado en un establecimiento de comercio, ni el guardián del INPEC que
aplicando la llamada “ley de fuga” dispara contra el interno sin hacer los
llamados previos. En tercer lugar, la persona debe actuar dentro del servicio y
con ocasión de éste. En cuarto lugar, el ejercicio de la actividad correspondiente
no debe implicar atentados graves contra la dignidad de la personas humana y,
finalmente, en quinto lugar, el agente debe actuar con la finalidad de cumplir el
servicio público a él encomendado.
Cuatro son los requisitos para que pueda darse la legítima defensa como causal
de exclusión de la responsabilidad penal, a saber: necesidad de defender un
derecho propio o ajeno, injusta agresión, agresión actual o inminente y
proporcionalidad entre agresión y defensa.
La necesidad significa que no hay otro camino para evitar la lesión del derecho
amenazado. La defensa complementada es la única o la más adecuada para
salvaguardar el derecho agredido. La doctrina y la jurisprudencia son unánimes al
aceptar la fuga o huída de una persona del peligro no es un medio legal exigible
para evitar la agresión, ya que con esta actuación se afecta el postulado de la
dignidad.
Cousiño Mac Iver sostiene que “toda acción, acometimiento, ataque, quebranto,
invasión, ofensa, desprecio, irrupción que acarrea peligro para los bienes o
intereses jurídicos protegidos por el ordenamiento” es un acto contrario al
derecho del otro y denota la existencia de una agresión, especialmente cuando
se profiere sin justificación.
Se exige además actualidad o inminencia del acto violento, es decir, que el daño
o peligro que lleve el acto se produzca simultáneamente con el de la defensa o
reacción, o por lo menos en un futuro tan próximo e inmediato que, al no actuar
la defensa, inevitablemente se produzca.
“Entre la agresión y la defensa debe haber unidad de acto, ésta debe ser
inmediata consecuencia de aquella. Por eso, la agresión pasada no puede originar
legítima defensa, pues no siendo factible repeler o impedir el ataque terminado,
la violencia posterior sería venganza”. (Jiménez de Asúa).
“Lo que es necesario para la defensa, se debe determinar con base en criterios
objetivos. Se trata de un concepto relativo que debe ser entendido caso por caso
y debe ser resuelto frente al caso concreto”. (Roxin).
La defensa debe ser proporcionada a la agresión, ello significa que debe haber un
equilibrio entre la conducta de quien ejerce la defensa y el ataque del cual es
víctima. En la práctica, este es el requisito en nuestro entender, más difícil de
cualificar.
En primer lugar, el agresor debe ser un extraño. Debe tratarse de una persona
que carezca de interés o de motivo justificado para penetrar en el domicilio
ajeno, así no sea desconocida, pues un enemigo puede ser bien conocido.
En segundo lugar, debe tratarse del lugar en que vive, la casa o departamento
habitado o sus dependencias inmediatas, sin que sea necesario morar en ellas
permanentemente. Debemos entender por domicilio el lugar destinado a morar,
vivir o residir, y por dependencias inmediatas aquellos lugares
arquitectónicamente conexos o subordinados a la habitación principal.
De acuerdo con este requisito, podrá alegar legítima defensa privilegiada quien
rechaza al extraño que, indebidamente, intenta penetrar en su habitación, pero
no si a donde se intenta penetrar es a su oficina de abogado, por ejemplo.
En cuarto lugar, digamos que el numeral cuarto del artículo 29 del Decreto 100
de 1980 (Código Penal anterior), terminaba diciendo “cualquiera sea el daño que
le ocasione”, facultad esta que no trae el inciso segundo del numeral 6º del
artículo 32 del Código Penal actual. El legislador entendió que debe existir
necesidad de ejercer la defensa y que ésta debe ser proporcionada a la agresión.
Pensamos que si en vigencia del Código Penal anterior se justificaba el hecho de
propinar cuatro impactos de bala al niño que penetra en una casa para recoger
su balón, o por qué no, para apoderarse de una o dos naranjas, hoy, en vigencia
de la Ley 599 de 2000 este hecho no estaría justificado por haber desaparecido la
expresión “cualquiera sea el daño que le ocasione”. En buena hora el legislador
entendió que la legítima defensa no es una patente de corzo para delinquir con
la excusa del privilegio probatorio examinado. Lo que la ley busca, al suprimir la
expresión señalada, es indicar que el agresor puede verse afectado de diversas
maneras por parte del defensor, pero a condición de que éste obre dentro de los
límites tolerados por ella.
Según el profesor Pedro Alfonso Pabón Parra en su tantas veces citado Manual de
Derecho Penal, cinco son los criterios que determinan la presunción de legítima
defensa. Si bien, la defensa privilegiada tiene en la nueva norma las mismas
exigencias y límites de la legítima defensa común, entre ellas la necesaria
proporcionalidad entre la agresión y la reacción defensiva, atendiendo a la
relación de importancia entre el bien jurídico amenazado y el vulnerado al
amparo del dispositivo privilegiado y, obviamente, a las precisas circunstancias
que se generen en los sujetos enfrentados.
Los cinco criterios que plantea el tratadista son los siguientes: 1) es un privilegio
para la protección de los lugares destinados a la habitación como desarrollo del
derecho a la intimidad y a la seguridad; 2) se entiende por domicilio, para los
efectos de esta norma, el lugar destinado a morar, vivir o residir por una persona
o conjunto de personas. Es concepto excluyente como lugar privado que
manifiesta la voluntad de impedir la penetración o permanencia de extraños no
autorizados; 3) el concepto de dependencias inmediatas versa sobre aquellos
lugares, arquitectónicamente conexos o subordinados a la habitación principal,
tales como garajes, solares, jardines, piscinas, etc.; 4) la penetración intentada
o consumada ha de ser indebida, es decir, realizada por medios anormales, sin
derecho, sin autorización del que tiene la facultad de permitir o no el ingreso; 5)
la persona que efectúa el rechazo, debe ser aquella que tiene el derecho de
exclusión originario o derivado. Es titular de tal derecho quien viva actualmente
en el lugar profanado y puede ejercerse aún contra el propietario o poseedor de
la habitación.
Especial interés reviste el numeral 17 del artículo 324 del nuevo Código de
Procedimiento Penal, que permite aplicar el principio de oportunidad “cuando
los condicionamientos fácticos o psíquicos de la conducta permitan considerar el
exceso en la justificante como representativo de menor valor jurídico o social
por explicarse el mismo en la culpa”.
“Es la situación de peligro actual en que se encuentran los bienes protegidos por
el ordenamiento jurídico, en la cual no existe otro recurso, para la protección de
aquellos de mayor valor, que la lesión o sacrificio de los que tienen un menor
valor “(Cousiño Mac Giver).
Puede ser sujeto activo del estado de necesidad (puede ejercer esta justificante)
cualquier persona que realice conducta típica, con la finalidad de amparar los
bienes jurídicos que se encuentran en situación de amenaza o riesgo, por la
acción de fenómenos de la naturaleza, a causa de cosas o animales, o de
comportamientos provenientes de seres humanos (sin importar que se trate de un
trastornado mental).
En tercer lugar, el agente debe actuar para proteger un derecho propio o ajeno,
incluso de personas jurídicas o del estado o de la sociedad. Este requisito
permite hablar de un estado de necesidad propio y de un estado de necesidad en
beneficio de terceros.
En cuarto lugar, que el mal o daño no sea evitable por otro procedimiento menos
perjudicial. El artículo dice “inevitable de otra manera”, pero debemos entender
es “no evitable de otra manera”. Así, no podrá predicarse un estado de
necesidad como causal de ausencia de responsabilidad cuando se mata al perro
rabioso, sabiendo que se pudo evitar la mordedura cerrando la puerta o
subiéndose a un árbol.
En séptimo lugar, se requiere que el daño o mal no deba afrontarse por un deber
jurídico. Existen personas obligadas a afrontar las contingencias que amenazan
los bienes jurídicos o los derechos, en virtud de deberes emanados de la ley, la
profesión, un contrato o acuerdo, e incluso de la asunción voluntaria de ellas,
como es el caso de los socorristas de la defensa civil y de los bomberos.
Lo primeros que tenemos que decir es que la legítima defensa presupone una
agresión injusta; el estado de necesidad, por el contrario, exige tan sólo un
peligro cuya causa es irrelevante para su configuración. Como habíamos anotado
antes, no es lo mismo agresión injusta que peligro, la primera, supone la
presencia de otra persona, mientras que el segundo no.
La tesis subjetivista puede sintetizarse así: Solo hay ilicitudes culpables. Esta
afirmación arranca de otra: Las normas jurídicas son imperativos destinados a los
componentes del grupo social, que imponen el deber de hacer o no hacer algo o
actuar de determinado modo; la obediencia o desobediencia a ese imperativo
supone un acto anímico constituido por la conciencia de obrar contra el derecho.
Sin esta participación subjetiva, no puede hablarse de actos ilícitos. Así, pues,
los hechos de los inimputables sólo resultan dañosos en la medida en que pueden
serlo las fuerzas de la naturaleza; pero no en relación con el orden jurídico para
el cual resultan indiferentes. La desobediencia sólo resulta de un acto realizado
con dolo o culpa.
Cuando decimos que solo hay ilicitudes culpables o que no hay ilicitudes
inculpables, se subvierten los términos del problema. Si lo antijurídico es lo
contrario al derecho y, más claramente, si es la lesión o puesta en peligro de un
bien jurídico, es decir, de un bien o interés jurídicamente protegido por el
derecho, esta contradicción o desarmonía, puede apreciarse sin dificultades con
independencia de la actividad psicológica del sujeto; la acción es lo que se
califica de antijurídica, no la acción culpable. En cambio, carece de sentido
investigar la culpabilidad de un hecho lícito. La objetividad del hecho es lo que
ha de decidir a investigar la culpabilidad. Si el acto es ilícito, ¿qué le importa al
derecho la actitud subjetiva de su autor?
LO CONTRARIO A LA LEY Y LO CONTRARIO A LA NORMA. La opinión común fue
durante mucho tiempo la que sostenía que el delito consistía en una violación de
la ley penal. Recordemos que CARRARA lo define como “La infracción de la ley
del Estado”. Sin embargo, a poco que nos detengamos en las lecturas de las
prescripciones de la parte especial de cualquier código en vigencia, veremos que
la ley penal no adopta fórmulas de prohibiciones ni de imposiciones, describe las
conductas a las que corresponde pena y determina esta última.
LAS NORMAS DE CULTURA. Sostuvo MAX E. MAYER que el orden jurídico es un
orden de cultura constituido por normas que la sociedad tutela. La infracción de
esas normas de cultura constituiría lo antijurídico. Nos parece conveniente
recordar que MAYER no pretende sustituir el orden jurídico por el orden de
cultura, sino fundamentarlo, remontándose hasta el conjunto de nociones
prejurídicas que luego la ley ha tutelado y transformado así en Derecho.
Permítanme una cita textual que no dejará dudas de lo que pretendo plantear:
Dice el autor en comento: “Se debe repetir una vez más que para fundamentar el
orden jurídico y no para suplantarlo, es preciso retrotraer la teoría hasta aquel
complejo de normas prejurídicas de las que se obtiene el Derecho.”
Para la Ley penal sólo adquiere significación la conducta que ella describe como
contraria a la norma, no otras; puede haber, y efectivamente hay, numerosas
conductas que chocan con normas preexistentes, pero que la Ley penal no
describe. Ello no quiere decir, que tales actos, que quedan por fuera de la Ley
penal, no sean antijurídicos; pueden serlo, lo que ocurre es que no son
penalmente relevantes, no tienen como consecuencia una sanción.
ANTIJURIDICIDAD FORMAL Y ANTIJURIDICIDAD MATERIAL. Se debe a FRANZ VON
LIZT la concepción según la cual la reprobación jurídica que recae sobre el acto
es doble. Este autor propuso la existencia de una dualidad antijurídica, que él
distinguió en formal y material.
Digamos, en primer lugar, que el acto es “formalmente contrario al Derecho” en
razón de que infringe una norma establecida por el Estado e incorporada al orden
jurídico.
Digamos, en segundo lugar, que es “materialmente ilegal”, en cuanto esa
conducta es contraria a la sociedad (antisocial).
Es que una conducta puede ser típica pero jurídica, verbigracia quien mata a
otro pero lo hace bien porque es el verdugo en un régimen donde existe la pena
de muerte, bien porque actúa en legítima defensa.
Digamos que se denominan causas o fundamentos de justificación a determinadas
situaciones de hecho y de derecho cuyo efecto es excluir la antijuridicidad de la
acción. La ley penal se vale del mismo método de descripción de acciones y
circunstancias que utiliza al acuñar los delitos, para prever y resolver casos de
conflictos de intereses, deberes y bienes jurídicos. Mediante esas normas, por las
que se declaran lícitas determinadas acciones típicas, el derecho resuelve
expresamente esos conflictos.
Para que se pueda hablar de un hecho justificado, la acción debe reunir todas las
exigencias objetivas contenidas en un tipo penal, más las que prevé el
fundamento de justificación. Por eso, la acción típica es, y lo es siempre, una
parte del hecho justificado.
La acción que reúne objetivamente todos los requisitos de una causa de
justificación está de acuerdo con el Derecho. Y siendo lo antijurídico uno solo, la
acción es lícita para todo el ordenamiento legal. Por tanto, el acto no acarrea
consecuencias penales de ninguna naturaleza, ni puede haber daño resarcible.
Tampoco son posibles, por definición, las formas accesorias de manifestación del
delito o lo que en su momento denominamos dispositivos amplificadores del tipo
(tentativa y participación). No son aplicables, por último, medidas de seguridad,
pues la acción no es típicamente antijurídica, requisito indispensable para que se
trate de una acción atribuible.
20. LA CULPABILIDAD
LA CULPABILIDAD.
ESTRUCTURA DE LA CULPABILIDAD.
FORMAS DE CULPABILIDAD.
EL DOLO.
Para hablar de dolo se supone que ya se realizó el proceso de adecuación típica y
que en acto racional el juez halló lo injusto del actuar humano. Solamente
teniendo claridad entre tales conceptos objetivos del delito, el juzgador se
puede introducir en el análisis de la subjetividad de su autor, porque el reproche
presupone haber evaluado en él la conciencia y la voluntad dirigida a delinquir.
Pues bien, aquella investigación subjetiva del delito se efectúa respecto del
autor mismo, en su conciencia y voluntad de delinquir, así como la exigibilidad
del deber de no haber sido impuesto por la norma.
Antes habíamos dicho que la imputabilidad es una condición espiritual del autor
que le habilita para actuar reflexiva, lógica y valorativa mente, eligiendo con
voluntad moral su propio hacer, pues bien, la culpabilidad es la concreción
fenoménica y jurídica de esa condición. Al señalar el comportamiento realizado
por el autor, se dirá de él que conoció lo ilícito de su actuación al momento de
ejecutarla, y que se determinó a ella. Según esto, el hecho fue realizado por él
dolosamente. En consecuencia, el dolo se encuentra con la acción humana, como
la imputabilidad es una cualidad espiritual del mismo.
“Actúa con dolo, el que sabe lo que hace”, dice Graf ZuDohna.
Para Carrara dolo es la intención más o menos completa de hacer algo que se
sabe contrario a la ley. En términos del maestro “es más fácil captar lo doloso de
una acción cuando más vencible era el impulso malvado del autor, lo que supone
mayor tiempo concedido a la reflexión”. La voluntad cognoscitiva a que se
refiere Carrara, no se limita a conocer la prohibición tipificada de su propia
conducta, sino que implica un análisis total y reflexivo sobre la maldad del
hecho, que no solamente conoce, sino que comprende y hasta valora
apriorísticamente. Es conocer la prohibición estructurada en el tipo, pero
también es aceptar su valoración de daño o lesión a derechos ajenos y es
quererla a pesar de esa prohibición.
CULPA.
Tradicionalmente la culpa se ha definido con un criterio privatista. Algunos
tratadistas sostienen que la culpa es una hacer sin aquella diligencia o cuidado
con que se actúa en sus propios negocios y que habría podido evitar el daño
causado a otro.
PRETERINTENCIÓN.
“Un resultado que excede de nuestra voluntad, que traspasa la intención que
tuvimos al emprender nuestro acto”. Jiménez de Asúa.
Se trata, desde luego, de aquellos eventos consagrados por la ley en los cuales no
es posible emitir en contra del agente un juicio de exigibilidad, ya que en tales
excepciones la conducta no se torna jurídica o lícita para el ordenamiento,
simplemente, la excusa de manera absoluta teniendo en cuenta la anormalidad
de la circunstancia bajo la cual se ha realizado y atendiendo a la posición
subjetiva del agente.
Como ya habíamos dicho, los presupuestos sobre los cuales descansa el juicio de
culpabilidad son: la capacidad de comprender la ilicitud del acto y la capacidad
de autodeterminarse con esa comprensión, a esta altura de la exposición nos
interesa mirar cómo, si falta uno cualquiera de ellos, o ambos al mismo tiempo,
no se puede emitir en contra del agente ningún juicio de responsabilidad penal;
dicho en otras palabras, es culpable quien tiene la capacidad de comprender las
exigencias normativas y de conducirse o motivarse de acuerdo con dichos
dictados, por el contrario, no es culpable o responsable quien se encuentra en
imposibilidad de decidirse conforme a las exigencias del derecho, lógicamente,
teniendo en cuenta las circunstancias de orden personal y social concretas en las
que realiza la conducta típica y antijurídica no justificada.
La coacción sobre el autor significa que éste puede ser compelido mediante
violencia ya sea a realizar ciertos movimientos o a inhibirse de accionar, y por
ello se consigue tanto con la ejecución de ciertos movimientos del coaccionante,
como impidiendo los propios del coaccionado, o eliminando total o parcialmente
su voluntad para determinarse, mediante el empleo, por ejemplo, de una droga o
la hipnosis. Al suprimir la libre determinación en el hombre, tanto en su
capacidad cognoscitiva como en la volitiva, así sea parcialmente, se elimina su
“libertad moral”, y ello incide en su culpabilidad.
Que el accionar o el omitir sea causado por la coacción es lógico que lo que
proviene de hechos, humanos o no, pero no queridos o surgidos de un accidente,
se denomina “caso fortuito”. En consecuencia, la culpabilidad se elimina cuando
la causa de un accionar es la violencia empleada por otra persona contra quien
así procede. Resulta obvio que quien coaccionó a otro a ejecutar una conducta
punible, sin ser él, a su vez, coaccionado,.responderá por el resultado típico
como autor.
Es claro que esta causal de inculpabilidad se debe entender como una situación
de no exigibilidad; por lo tanto, obrar impulsado por miedo insuperable tiene una
naturaleza y una identificación material diversas de los estados de
inimputabilidad o del estado de necesidad como justificante, con las que puede
confundirse equivocadamente.
El mal futuro y posible que exige la causal debe ser serio, creíble; por ello se
debe presentar como inminente; tales aspectos junto con la insuperabilidad,
componen la estructura objetiva.
La insuperabilidad no puede ser entendida en sentido técnico psicológico, como
imposibilidad de vencimiento de un determinado estado emotivo, sino en sentido
de óntico, como inexigibilidad. Insuperable es, pues, el miedo que no es exigible
vencer. Y para que esta exigibilidad concurra, puesto que la configuración de la
eximente se mueve en un ámbito normativo, el miedo ha de referirse a un mal
“igual o mayor” que el causado.
Emiro Mira y López en un importante texto titulado “Los Cuatro Gigantes del
Alma”, se refiere al miedo en los siguientes términos:
Ahora debemos estudiar el error de prohibición, que no es otra cosa sino aquel
que recae sobre la potencial comprensión de la antijuridicidad de la conducta.
Hasta aquí, las tres hipótesis mediante las cuales puede presentarse el error de
prohibición directo. Hablemos ahora del error de prohibición indirecto, o sea, el
que recae sobre una causal excluyente de responsabilidad como la denomina el
artículo 32 numeral 10º, el cual a su vez puede ser, también, de tres clases.
En segundo lugar, el error sobre los límites de una justificante, que se da cuando
el agente desborda las exigencias legales para que –en el caso concreto– concurra
una excluyente de la antijuridicidad, lo cual se traduce en una situación de
exceso motivada por un error. Esto sucede, a manera de ejemplo, en el acreedor
que después de ejercer su derecho por las vías legales, invocando el pago de una
deuda sin éxito, cree permitido tomar algún bien del deudor para pagarse la
deuda; o el agente de la autoridad que causa lesiones al delincuente, cuando
este le propina resistencia verbal; o el maestro que en ejercicio del derecho de
corrección, infiere ofensas a su estudiante, con la creencia equivocada de que
esta amparado por la actitud del estudiante. A estos casos se les conoce como
error sobre los límites de una justificante, que conforma el error de permisión en
unión con el error sobre la existencia de una justificación.
Importante rescatar de lo hasta aquí dicho que no basta una simple equivocación
respecto de uno cualquiera de los elementos integradores del tipo penal dentro
del cual se subsume la conducta ejecutada por el actor para que le sea
reconocible la causal de inculpabilidad; es necesario que haya actuado bajo la
convicción sincera de ese error y que además, no hubiera estado en condiciones
de evitarlo o superarlo. Hemos dicho en muchas oportunidades que el finalismo
llevó la valoración del conocimiento de la antijuridicidad a un conocimiento
posible (exigible, actualizable o potencial) y no como un conocimiento actual,
como un conocimiento efectivo de la prohibición, vale decir, que lo que se valora
es lo que sabía la persona al momento de actuar. No. El criterio acogido por el
nuevo Código Penal es el de un conocimiento posible, no un “error burdo o
craso”, que se presenta como inexcusable y que ni siquiera disminuye la
reprochabilidad del hecho, sino que la mantiene plenamente.
Concluyamos con Gerardo Barbosa Castillo que “el Código penal de 2000 regula
de manera conjunta todas las causales de exclusión de la responsabilidad, sin
distinguir expresamente las que excluyen la tipicidad, la antijuridicidad o la
culpabilidad. A pesar de ello, una lectura en conjunto de las normas que regulan
la problemática del error (Art. 32. 10, 11 y 12) permite identificar los rasgos
fundamentales de la teoría limitada de la culpabilidad. En efecto: