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Hace unos momentos leí el comentario del general Ornar N. Bradley, el famoso
comandante aliado de la Segunda Guerra Mundial, quien dijo en una ocasión:
“Cada impulso noble, cada expresión gratuita de amor, cada sufrimiento valeroso
por una causa justa; cada entrega de uno mismo para alcanzar algo más elevado,
cada lealtad a un ideal; cada devoción gratuita hacia un principio; cada ayuda a la
humanidad; cada acto de autocontrol; cada valor fino del alma, invicto por la
pretensión o la política, más siendo, haciendo y viviendo el bien, esto es la
espiritualidad.”
El hombre que añora las cosas del mundo, que no titubea en engañar a su
hermano, que miente para obtener ganancia, que roba a su vecino o mediante la
injuria, le roba la reputación a su semejante, vive en un nivel de existencia animal y
suprime o permite que dormite su espiritualidad. La muerte espiritual existe en
una persona que tiene una mente carnal.
Por otra parte, guardando en mente nuestras vocaciones diarias, el hombre que ara
su tierra, almacena su fruta, aumenta sus rebaños y manadas, teniendo en mente el
mejoramiento del mundo en que vive, deseando contribuir a la felicidad de su
familia y sus semejantes y que hace todas las cosas para gloria de Dios, desarrollará
su espiritualidad hasta el grado en que se niegue por los ideales. En realidad,
solamente cuando alcance este nivel se alzará por encima del animal.
Hace algunos años leímos en la escuela lo siguiente, escrito por el filósofo alemán
Rudolph Eucken:
“No puedo”, dice, “concebir el desarrollo de una poderosa personalidad, una mente
profunda y arraigada, un carácter que se alza por encima de este mundo, sin que
éstos hayan sentido o experimentado una divinidad en la vida más allá del mundo
de la realidad sensible, y así como creamos en nosotros mismos una vida
contrastada con la naturaleza pura, creciendo por grados y extendiéndonos hasta
las cumbres de la verdad, la bondad y la hermosura, podremos tener la misma
seguridad de esa religión llamada universal.”
“. . . fornicación, inmundicia. . .
“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
“mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.
“Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.
“Si vivimos en el Espíritu, andemos también por el Espíritu “, cada día y cada hora.
(Gálatas 5:15-25.)
A pesar de toda la civilización que presumimos tener, nunca ha habido una era en
la que fueran más necesarias un despertar espiritual e ideales espirituales. La
civilización se ha vuelto muy compleja para visión o control de la mente humana. A
menos que nos demos cuenta que se deben desarrollar las cualidades más altas y no
las más bajas, está en peligro el presente estado de la civilización. Al nivel animal la
vida tiene como ideal la supervivencia del más fuerte: aplasta o serás aplastado,
destroza o serás destrozado, asesina o serás asesinado. Para el hombre, con su
inteligencia, este es un camino seguro hacia la angustia y la muerte.
“Podéis imaginaros que sería el que no hubiera necesidad de cerrar con llave las
puertas y ventanas, no sentir el temor de dejar el automóvil sin protección, ningún
peligro de que se insultara a vuestra hija o esposa, ningún temor de ser atacado al
salir de noche, ningún miedo de que hubiera sobornos en las elecciones, ni en la
política el tráfico con los puestos públicos, y ningún temor de que alguien estuviera
tratando de engañaros, ¿podéis imaginaros todo esto? Casi sería el cielo sobre la
tierra. Claro que no puede suceder (algún día tendrá que suceder). . . y sin embargo
si se pudieran eliminar todos los destructores de la civilización, y se pudieran
eliminar los rasgos del resto de nosotros que vienen de origen destructor, no sería
inconcebible llegar a tal estado dentro de unos cien años.”
Que Dios os bendiga a los que estáis reunidos aquí para que tengamos un sentido
como nunca antes de la eficacia del evangelio restaurado y que tenemos como
deber la aplicación de rasgos espirituales en nuestra asociación diaria unos con
otros en el hogar, los negocios, la sociedad. Lo pido en el nombre de Jesucristo.
Amén (CR, abril de 1958, págs. 5-9).