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La familia china
¡"anÍ¡. o¡l c¡nrueN CoLoMBo

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hi los cditora
Dirección: Dolnres Etchecopar
Consejo editorial: Maria Julia De Ra$hL María Mascheroni
Ilustración de tapa: Dohrcs Etcbecopar
Fotografía: M aría M as c he nn i
Diseño Gráfico: Ingid Recchia

hilos editora: hiloseditora6lgmail.com

Para mi hija
Colombo, Ma¡ía del Carmen
E-mail; cotocolombo@gmail.com
La familia cbind
Grcera edición, Bue¡os Ai¡es - hilos edirora, 201I
72 páginas: 14 cm x 22 cm
lsBN 97 8 -9 87 -25844 -6-7

1. Poesía Argentina. I. Título.

CDD A86I

Fecha de catalogació ¡: 2810612011r

500 eiemplares.

, *&.. .tr-.
Couo uN Áruo1, este abanico tiene un solo pie,
pero de varillas, y un país de papel que se despliega,
lento, con dos manos.
Florece en cada varilla una escena, muy frja y finita,
pintada con pelo de pincel. Entre una escena y otra
la distancia es inmensa, porque tarda en llegar la
próxima varilla.
Cuando la escena por venir parece que no viene, los
o.jos humean de ansiedad, nublando el cristal con
que se mira; en el fondo sus arpones de pez desean
pescar cada una de las miniaturas, que huidizas se
escurren entre el papel de agua.
El pinchazo de un ojo podría ser fatal para un te-
clado tan liviano. Por suerte, entre el comienzo y el
fina1 de este despliegue sólo transcurre media hora.
Tiempo suficiente durante el cual un semicírculo
puede alcanzar su personalidad verdadera, y en el
instante hacerse aire, como este abanico.
SoN curNns LAs rRES cHICAS, pintadas por el fino
pincel de un copista oriental. Cjos como rendijas
miran la escena de la madre, Iavando el kimono en
el piletón del patio. Las miradas finitas rayan las
ojeras de la madre, imitación de la sombra de un
árbol exótico. Le dibujan persianas cerradas para
protegerla de un sol de siesta, insoportable.
El alma china de la familia se llena como una Pa-
langana porteña al compás de los dichos maternales
del agua. Y las tres chicas recuerdan, al unísono, los
agujeros dejados por las balas. Los agujeros del re-
cuerdo, multiplicados por tres, ensucian con la san-
gre del padre el kimono que la madre lava, infinita-
mente, adentro del piletón de sus propias ojeras.
Recordar, abrir el ojal de una herida llamada ojo,
provoca un dolor de sol, insoportable, entre ceia y
ceja. Por eso, a la sombra de un árbol exótico, las
tres chicas pintan el alma de un dragón subiendo al
cielo, con el fino pincel de sus pestañas.

1l
'lborrs LAS NocrrEs, la madre china pone su mente
adentro de una copita quieta. La llena con sus dimi-
nutos pensamientos de alfiler. Es de jade, la copita,
y parece un párpado vaciado por la punta de una
vara de bambú. Puede ser también un pájaro mudo
que se sostiene en una sola pata de gallo.
La mente maternal imita el salto de los equilibristas,
esos que tiran el alma por el aire y caer hecha un
bollito, en las aguas secas del vacío.
A la mañana, la mente china sale lívida del párpa-
do, como un pez o un ánima que ha vagado por los
vericuetos del limbo.

13
Er Novto DE LA cHINA MAYo& un italiano que la
chica conoció en el conventillo, es un exhibicionis-
ta. A pulso, despliega frente a ella el tapíz de sus
sentimientos, llenos de dragones y heroicos samu-
rais. Dice que quiere ser director de cine y ensaya
con la novia, que se disfraza de público para aplau-
dir las escenas más dramáticas del tapiz.
La chica, en cambio, quiere ser decoradora de in-
teriores y ensaya con el muchacho. Pone caricias
y besos artificiales adentro de los sentimientos del
italiano. A veces su actirud enfurece a los dragones.
Otras, los valientes samurais sacan sus espadas y le
ofrecen casamiento.

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CueNoo LAs rREs cHICAS sE ACERCAN, el padre cie-
rra el abanico de sus sentimientos, de golpe. Tiene
miedo el padre chino de que el calor de sus hijas
desplanche las rayitas de su alma, plisadas con suma
paciencia por sus antepasados.
El miedo le hace pitar de una boquilla elongada
hasta el límite. Chupa del pico el hombre, y de su
boca evaporada por el humo se desprenden pensa-
mientos finitos como el perfil de un pez raya. Es
el opio de los pueblos con que carga su boquilla el
que lo hace descifrar sus pensamientos en voz alta.
"Esas tintoreras -dice de sus hijas* calientan la pava
y después yo salgo hecho una planicie. Qué saben
ellas, tan chiquitas, del trabajo que costó a mis an-
tepasados imitar el oscuro abanico de las olas, es-
cama por escama, durante milenios, hasta hacer de
mi alma este biombo musical que sólo los hombres
chinos saben desplegar con dignidad."
Al escucharlo, la más china de las tres chicas des-
cnrolla el caracol de su rodete en señal de rebelión.

t7
Cae ondulado el bandoneón de su pelo, y el padre
recuerda el golpe, seco, de una sombrilla al cerrarse.
Sr psp pAMpERo sopl-A con labios de trompeta -la-
bios de libro de lectura-, y abomba a los payado-
punto de estallar,
res de esta tierra hasta dejarlos a
yo no recuerdo -dijo el abuelo-. Más bien, causa y
efecto, relaciono.
Esto le dijo el chino viejo a la menor de las tres
chicas, su nieta preferida que siempre lo escuchaba
con atención.
Emperifollado mandarín de antaño, acaso muerto
hace mucho, el añoso señor continuó relacionando
frente a La Menor. ¿Será por eso *di;o- que se me
vino a la cabeza, causa y efecto, el estruendo sedoso de
los alisios de mi tierra, esos que allanan el alma, la de-
jan lisita, tensa como cuerda, como cuerda de tocar?
La segunda relación del abuelo llegó justo en el mo-
mento en que la chica se llevaba el dedo a la boca.
Causa y efecto, dijo el abuelo: nena, sacáte el dedo
de la boca, porque hay actos que pueden con noso-
tros. Fijáte que en mi aldea, allá en la Manchuria,
uno se puede volver bobo o loco casi a voluntad.
Si tc llcvás el dedo a la boca, diariamente, si repetís

l8 I9
el acto, tanto va el cántaro a la fuente, que al final
babearás.
Mientras el viejo se esfumaba como el firulete del
IIN rr nARRro sE coMENTA que los chinos son trai-
cioneros, porque no miran de frente. I-os comer-
humo del sahumerio, La Menor -causa y efecto-
ciantes, sobre todo, se congregan debajo de los
pensó en su padre y di;o, sin darse cuenta: "No en-
párpados de sus tiendas y afirman: "los ojos son el
tender, no entender, así dice mi padre. Y de tanto
espejo del alma'. Abren, después, las cuencas de fal-
decirlo, se le hizo carne una especie de distracción
sos monederos sin fondo, con tanta ingenuidad que
que lo mantiene embalsamado en una iejanía casi
emergen, desde un pozo profundo hasta la superfi-
imperial, indemne ante cualquier suceso, sobre
cie de sus ojeras de barril, unas pupilas fetichistas,
todo ante un suceso sentimental".
similares a un dos de oro, perfecto.
Los sabios y difuminados pensamientos del abuelo
Con la mirada puesta en el futuro de un horizonte
obraron en su alma relaciones tan profundas, que
que se hilvana a lo lejos, las costureras apuntan que
la chica sintió en su interior, por primera vez., el
los chinos no son gente de confiar. Porque viven
esplendor instantáneo que provocan las epifanías.
guiñados, al sesgo, como esos vestidos tan provoca-
tivos llenos de recovecos y torsiones. Y estiran con
los dedos, índices, sus ojos imitando las libidinosas
comisuras de los rasgados.
"Ese pueblo vive de atajos", dicen los más, los rnás
malevos, que taciturnos se recuestan en la inconsis-
tencia de los antros nocturnos. Cortantes como son,
tiran a Ia cara, directo, que los chinos no enfrentan
la vida, "porque tejen un destino de araña en las tras-

20 2l
tiendas del aima'. A veces la mano se les va detrás de
las palabras y exageran que esa [rente, como buenos
EN ras NocHIls DE T'oRMENta, la menor de ias tres
amarillos, prefiere "el dolor a la muerte y el infierno
chicas escucha el dream dream del viento contra las
a la nada".
puertas dormidas. Y ese rasguido suelta las cuerdas
Con esa superioridad que les otorga vivir en una
de lana de su afiebradavoz.
casa de altos, las profesoras se asoman a sus plrntos
Por la rcndija de los labios, dream dream, como di-
de vista y emiten palabras de catalejo: "obsérvese,
ciendo sólo su respiración, con la dicción distraída
obsérvese", articulan señalando el piz,arrón del cie-
de algún sentido delirio, habla el sueño de la chica:
lo, donde unas estrcllas paranoicas ejemplifican el
Afuera el diablo chifla/ desde la copa de un árbol:/
parpadeo malicioso de sus vecinos.
cuelga unas babas de choclo/ como lluvia que des-
Los chicos se callan la boca. I-Iaccn de cuenta que
prende/ su risa deshilachada./ En el comedor dei
no ven nada y piensan en otra cosa. En las mismas
rancho,/ hierve el mate de la china, se cocina/entre
cosas que piensa cualquiera, clrando la noche se

deshoja en la vereda, casi como un eclipse"


sus manos:/ -Q"é -le dice la abuela./ -Nada,
te pasa
estoy pensando un tema.l -Mentira, escuchás ese
sonido que atormenta/ la concordancia universal.
En las noches de tormenta, el rasgado corazón des-
granasu sin sentido. Dream dream: es sólo el rumor
del viento contra las puertas dormidas, la copla del
sentimiento que se esfuma en la vigilia.

22
EN canNever no hay ofensas, salvo para los hombres
orientales como el joven de la familia quien, ante la
broma de un vecino, respondió echando chispas:
¿tavestis? Aquí somos todos bien machitos -dijo
el chino disfrazado de caballo, de caballo de fuego.

25
Los cHtNos, Los cHINos \TERDADERos sueñan con
la Banda Oriental. El sueño aflora siempre a la hora
de la siesta, cuando el destartalado carromato del
pasado se pasea por la barriada con paso decimal.
Todos los días a la misma hora, la abuela de la fami-
lia se sienta frente a la ventana, en una de esas silli-
tas de paja que suele usar la gente de hábito quieto
y penetrante.
La mirada de la anciana cÍtza la línea desafinada de
los techos; su mano continúa el movimiento y nave-
ga por el pecho como un pequeño barco de vapor.
Escapa de la muje¡ buscando el cielo, un suspiro si-
miiar a los vientos del destino, que arruga el corazón
de seda, oculto en el centro de su bata.
"¡Orientales, la patria o la tumba!", grita el altopar-
Iante de la boca para afuera. Y la voz de la abuela
contesta, de la boca para adentro: "Nadie insulte la
imagen del sol".
Una música gime entre ei polvo seco de los cami-
nos, y se aleja, hasta que sólo resuenan los ecos de

27
Io que fue: tristes y vidalas se agitan junto a los des-
flecados pabellones del aire.
TsupnaNo, cuando los pelos familiares despuntan
como los pensamientos más populares, la madre, la
típica madre china dice "así es la vida'. Y con pa-
A Cristina D. Marcialle
ciencia comienza el rito matinal que unos monjes
le transmitieron, rito sustentado en la máxima mi-
lenaria, ahora tan olvidada, que sentencia: "lo que
vale es el gesto".
Una por vez,la madre acar\cia y conduce las pun-
zantes cabecitas de las ffes hiias hasta el bordado
almohadón de su vientrer 'Aquí pueden hundirse
y descansar", dice la madre ancha, como la boca de
una anrigua vasija.
Se agrandan las flores del batón maternal regadas
por el sudor de las cuatro mujeres. Y las hijas, al res-
pirar profundamente, sienten toda la paz de la pa-
labra océano; las retorcidas ideas flotan en el vacío
de sus cráneos como plantas en una pecera) y cada
vez más mínimas se asemejan a esos detalles que
no hacen a la trama ni a la acción de una humilde
novelita de familia.
Si el oro del mediodía ocupa la habitación, después

2B 29
de concluida la ceremonia, madre e hijas, casi frí-
volas, se empapan con el bálsamo de un periume
ÉsE Bs u- cuÍe, el hombre iluminado, el mismo que
parecido al que fluye de los biombos nacarados.
conduce a los parientes a través de los amargos dé-
dalos de la ciudad. Dicen que no hay callejón ni
bajo fondo que resistan el alumbrado de semejante
luminaria, ni siquiera el intrincado corazón de La
del Medio, la más evanescente de las chinas.
Cada vez que un rebaño de parientes llega desde
la madre patria hasta la casa familiar, el muchacho
se despacha con un discurso tan brillante que deja
encandilados a los asistentes: la lumbrera de su en-
tendimiento predica, como un farol, ante cuaiquier
indicio de oscurantismo.
Así sucedió aquella vez. Alardes, enfadsmos: el peso
relumbrante de las palabras cegaba al confuso reba-
ño, como siempre. Ni siquiera el velo de las pausas
lograba opacar, con Lrn poco de nada, laluz hiriente
del guía.
Pero de pronto, uno de los recién llegados balbuceó

¡i-ke-ba-nal, señalando el arbolito de navidad que


guiñaba sus estrellas en la ventana de un vecino. To-
das las cabezas giraron al unísono, y el giro, brusco,

30 2l
,idi di (i!\f«¡srrieLr¡jor ú ñ.¡i. ú

¡Nr!{ $Fti¡ L¡ §n

t
goipe de una puerra en su cabeza estalla plena Ia
made¡a y rucd:r po¡ los peldaños el ánima de media.
rransparente, cae dcsde arriba cono en un desrnayo Coir'to uN vror.íN en su musgosa caparazón, así he
entre las sábanas espesas del mar de una china que vi\,ido adentro de mi bata de seda: cuerpo enftrnda,
dcspierta y dónde estoy quién soy, si, yo, La Mayor: do en el lujoso estuche de un disfráz. llnvuelto en
aquí mi caracol ardiente dcb:rjo de1 kimono matinal el pa:.;ic d, l limoro. niño perdido en .u p.opio
y salgo y saludo con resperuosa inclinación el paso, refugio, obedecí el impulso dcl regreso, grabado en
agrio, del señor inventor que dice, cntrc diettes, cl tapiz de la mcmo¡ia. Pclo ahora, por puro de-
como si algo hubiera adivinado: ,,rajá tr:rrira, rajá',. sco de metamorfosis, me desprendo de la espumosa
máscara cle hierba, mariposa excesiva en su teat¡o
dc ausencia.
"Papá, papí', sopla la voz en mis oídos, la voz lejana
de mi. hijJ,.,r,andoel r¡1, d.l vienrocn¿-nor¡ mi.
alas. Vuelvo a la melodía de mi tierra.
esencia me evaporo. Y asciendo.
lin el cielo enrojecido sc apaga la gran estrelle natal.
La luz fría de la luna me cubre con su lágrima-

35
II^RLA AHoRA DL HrJo MAyo& que soy yo. El dcseo
de mi padre hizo de mí un caballo. Infatigable mo-
vimiento a través de la planicie, nunca me detuve.
"El que de joven no trota, dc vicjo galopa", decia éi
y yo, como hijo obediente en seguimiento e¡contré
conducción, le de mi padre, claro, que desde el cie-
Io, como un dragón, de frrego sostenía mis riendas.
Yo per seuero, padre swero: lo dejé hacer en mí. Per-
severé hasÉ el cansancio entonces, galopa-ndo por el
recto camino. Aunque, lo rcconozco, muchas veces de
reojo codiciara la quierud de las vacas tumbadas en la
seda verde de los pastos. Pero, e¡a otra mi docilidad,
ot¡a mi servidumb¡e. Además, ese aliento de mi padre
sopláodome la nuca me llevaba a huir hacia adelante.
Y, ya se sabe, cuando el influ;o de un hombre sobre
otro se manifresta dlí, justamente en la nuca, no hay
conciencia que pueda ni provocarlo ni impedirlo.
Nada dice tampoco de una posible dicha o probable
desdicha el que un espíritu obre en otro, espíritu sen-
sible, como lo hizo mi padre en el pasado. Faltr no
existe entonces, mucho menos de qué arrepentirse.

37

f
Si es verdad que todo sentimiento del corazón in-
duce a un movimiento, sólo puedo asegurar que el
EN ssr,¡cros REDUctDos es Propicio menguat
trote y el galope fueron como los ritmos diferen-
como la luna y las mareas: la dirección del movi-
rcs de un solo y mismo sentimiento: el amor e ese
miento obedece a la necesidad Es favorable decre-
hombre que cn mi nombre resuena.
cer con rectitud, o¡ientados por el maPa nocturno
que dibujan las tablas de planchar, cuando doblan
rus hoja. ¡ culminan. firmet. en una revercnciJ.
L-\ biomboq \e someren al di.lado dc lo' tiempos y
ceden, dóciles, las teclas de sus abanicos. Una escale-
ra dcvora sll propio caracol, Peldaio Por Peldaiio'
Algunos pensamientos ensobran sus intimidades yse
apilan, al igual que las sábanas, en Prolijos acordeo-
nes. Las mentes más realistas se ait:stan tanto al pan
pan y al vino vino, que después se desparraman en
olras dimensiones, como la gente que vive apiÁada
en una pieza y sueña con Ia amplitud dei paraíso'

39
Los crrlNos No curiN'uq.N, ellos cantan: "Nosot¡os
no contamos,/ no tenemos palotes,/ palitos sí pero
son/ para comer". Y después dan un paso hacia
atrás, un pa,so de puntada porquc son punrillosos
y cumplen su palabla (interpretan la letra de sus
dichos con los pies).
A veccs su voz efímera se corta por lo más delga-
do. Como si un golpe de tensión los detuviera en
un instente eterno, se qucdan, entonces, velados.
Y cuando ¡etoman el vertiginoso ritmo del canto, a
nadie saben decirlc cn qué escena de película muda
quedaron atrapados.
La voz de Ios chinos se tensa tanto al cantar, que pa-
rece quc lo hicieran en puntas de pie. Así, elevados
por alguna misteriosa certidumbrc, desgranan unos
sonidos 6nos, casi inaudibles, simila¡es a los de una
flauta en F:ga.
I{asta que lin desaparecen, llevados por el viento,
aJ

que los anontona en los perdidos recovecos de sus


aposentos.

4l
E¡ r-¡s Nocuss DE'IoRMENTA, Ia segunda de las
chicas esc¡cha el dream dream del viento cont¡a las
puertas dormidas. Y ese rasguido suelta Ias cuerdas
de lana de su alieb¡ada voz.
Por las rendijas de los labios, dream dream, como
diciendo sólo su respiración, con la dicción distraída
de algún sentido delirio, habla el sueño de la chica:
f)iablo, sirena del mar de la pampa, no me/ chiflés
que estoy tomando Ia leche. Después,/ las cue¡das
de rripa revientan en la panzal de mi guitarra. Y yo
cengo qrre es,ribir un¡. ¡i¡¡¿'/ para rer.i entro ton
mi sandalia/ en el parna-so.
En las noches de to¡menta, el rasgado corezón des-
grana su si¡ sentido. Dream dream: es sólo el rumor
clel viento contra las puerras dormidas, la copla del
senrimicnto que se esfuma en la vigilia.

43

?
EN EL crNE TEATRo OLAVARRíI, el único número
vivo es el t¡ío de voces chinas El Trébol: con fondo
de timbales las artistas se presentan en el escenario,
y después de una triple reverencia, comienza el reci-
tado cuando el gong así 1o indica.
"Japonesitas, coreanas nos dicen, pero nosotras
somos chinas, chinas de la Manchuria', gritan las
chicas al unísono, mienüas golpean el piso como
encaprichadas, con uno de sus dos pies diminutos.
Yapelando a un tono de familia, conceden con des-
precio, en fila y de perfll a la platea: "Porterios pro-
vincianos todo lo confuoden'. Agregan, ahora sí, de
frente y enojadas: "Está bien que en los Puertos los
pensamientos se mezclen como me¡caderías al sol.
Pero es un atropello a la mo¡al chi¡a, este cambala-

che que convierte en mámarracho todo lo que toca.

Que mezcla las sangres err la memoria, ah..., colo-


¡inches del pensamiento de esta tie¡ra". Avanza¡
por el escenario las tres luntas y paradas en la orilla
de la plataforma, descargan sobre el público unos
dedos de espadachín cuando Preguntan: "¿Te dicen

_**..---.td,--:¡íiaÜf¡--, .,. .. .
japonés y sos malayo?
¿Colchonero tc llaman y sos
cuta? Qué rabia, qué dolor, qué desencanto", gri,
tan las chicas y llevari corno marionetas sus manos A¡- r,¡so o¡ r-¡ r¡,t»n¡, el hclecho, única planta de la

al peinado. Más delicadas y mientras retroceden, se casa, despliega sus hojas como si quisiera abanicar-

arropan sigilosas en sus batas de seda: 'Argcntinos la- Es una ext¡aña reverencia la quc transforma esos
penachos de plumero en graciosas alas dc organza y
-senrencian-, basra de confusión, no sc dejen enga-
ña¡ como libélulas cnarnoradas de Ia imagen de las plumetí.
cosas y no de las cosas mismas". Ave. ave. hcce la planL, fr, nre r la gran empcrar'rr

Siempre al llegar a esta parte clel perlamento, sue- del patio.


nan las cas¡añuelas acuáricas porque EI Trébol se Micntras c¡ee escuchar lo que no cscucha, la nadre
despide. Sin despegar los seis pies del piso, las tres vuele hacia aquel jardín de la infancia. Y una som-
bocas arrastran las palebras, hasta quc erda sílaba bra indefensa la inunda. Ante el sol imperial esas

del cstribillo se scpara lo sulicicnte conro para evo, lejanas 11ores de pestaÁas tiritaban: aleteo de los ta-

.¡r el fra,co Je su lengua mrdre: ' la.po-oe-.i ra. llo.. rnrimo p¿rp.rde,rr. 'Su..omLrreror antiguo. in-
co-rca-l1as-nos-di-ccri'. clinaban", recuerda la mxdre, casi en voz alta, como
La gente aplaude con ganas, y nunca se sabe si es damas anre el candil de los eclipses.

porquc el Trío colmó sus expectativas, o porque la AJ reg'erar de .u tierr: nat2l. l:l emPer¿lri/ com'
retirada de las much¿chas anuncia el comicnzo de probó, con gran alivio, que los plebeyos abanicos
la primcra pelicula. dcl ave se agitaban todavía en su honor. Sintió las
suaves aspas del presente continuo dcsalando en su
cára l¡ alegría.

4t 47
"No uNr¡No¿r¡ No ¿NTENDER", rsí dice mi herma-
no. fmpcrrado, con l¡ tirri¿ a tue\r.r\, nieBa quc
niega, olvida aquellos nuestros ideales- No digas
esas cosas le digo yo, por bien, mien¡¡as el río de mi
sangre se revuelca y vuelvo, tajante como soy: ¿qué
nos queda si un oriental se desorienta?
Asqueado por semejarrte deshonor, recucrdo cuan_
do altos y veloces y bellos montábamos e¡ Cólera,
nuest¡o caballo favorito. Almas de jefes bravos con-
r ra cl vienro. rolí¿¡n,-,' galopar por el amplio rerrito-
rio dc la Manchu¡ia. Rabia contra Ia agonía siento
yo, y golpea mi puño Ia mesita de lacá; saltan los
tazones por el aire cono nosot¡os los cercados de
aquel tiempo. La cara de ceniza de mi he¡r¡ano se
fuga hacia el exilio, convertido en piltrafa, en pálido
excremcnto de cordero.
A veces, desesperado, desen¡ollo en su oido la seda
de un murmullo trabajada por grao copista chino,
verdadero maestro oriental: el pueblo aprendió que
estaba solo -susurro yo , y qu" pelear debía por si
mismo, y de su entraÁa propia sacaría los medios:
silencio, astucia, fuerza. He¡mano sólo mira con
exrr¿ñ¿mi<nro. como s; un bo.que nocturno vie-
Cu¡Noo sr, rDEAL BAJA A uc. Ti¿Rx , con la fuerza
ra florecer en medio de esta pieza. Y somos dos, Io
que derriba las ba¡ricadas metaflsicas, sus pies de
reconozco, los que guiados por esa inmensa noche
niebla pequeña sienten la alegría del descenso. Des-
volvemos a perder.
nudos, como vinieron al mundo, se hunden en la
Primero ocultarse, luego cambiar el nombre y más
línea desaflnada de los baches y felices chapotean en
tarde pasar por otro. Pero antes, necesatio es repetir
el barro junto a otras flores del arroyo.
muchas veces frente a Ia claridad de algún espejo
A veces parecen margaritas diamantinas seml¡radas
yo es otro-yo es otto, hasta convence¡se totalmen-
por el sol. Otras veces b¡illan en el lodo como el
re. y después. en efecto. como se desmigajan ciercos
aura abandoneda de algunos santos.
cuerpos a¡te el ¡oce del viento, regando con sus pe-
queños granos el camino, letra por letra abandonar
el nombre, otras pertenencias y desaparecer
E.te arte muy lacil dc aprender curndo un¡ rida se
juega, mala costumbre traída de la patria en exilio

'e ¡cenruó. Y en mi hermano no queda ni siquiera


el hiliro de furia que me mantiene a mí. Algunas
veces cua¡do lo abrazo recupera la memoria y dice:
ni olvido ni perdón.

50 5l
VA cAMiNo DEL puERlo el hiio, mcnor de h familia.
Bordua I¿.,.rlle'y.ontempb el pai.ajc.orno si 'e
rr¡rrr¿ de una anrigrrr pintur;. E.¡ nri'm¡ Pintur¿
donde el centro es ocupado por unavacía extensión,
en txnto que la costa y u¡a barca resulÉn elementos
secunclarios del tcma, que es ni más ni mcnos que
la lejanla.
De pronto, cl menor de lo' hiio'.e detiene. porque
en esa vacía extcnsión cree ver 1a imagen del hom-
bre desterrado que habita en él como en un cuadro.
Hombrecito que guarda, según dicen, el secrcto de
las fronteras y dc las orillas.
Cuando el negro enrejado del pucnte cubre el cielo,
una voz le dicta en su cabcza: uiene uno como dar-
mido/ cu¿ndo uaebe del desierto Pero el o1o¡ de las
aguas descompuestas del río lo despiertan.
Mira ahora el muchacho el aslixiante mural rePlc-
to de guinches, barcos, grúas, que se despliega por
completo ante sus ojos. Y respira entonces aliviado,
al deletrear de pronto en su mc,_¡oria el nombre dc
aquella antigua pintura: "Regreso a casa".
1,¡ M¡Nor sospECH quc su novio, un argenti¡o
de pura ccpa, tiene algún antepasado oriental. Su
presentimiento se asienta, sob¡e todo, en el cuerpo
que el varót cxhibe como una reencarnación dcl
Gre¡ Maest¡o.
C;da vcz quc el mu, h¡rho.ae ¡or su prnpio pc'o.
el ambiente se impregna de tal gra"edad, que la chi-
na es at¡aida hacia el centro de un tembladeral de
terciopelo. Envuelvc la abundante carne masculina,
y abrasada por el telón espeso de esa picl, La Menor
confrrma su sospccha: un murmullo parecido al que
dc.prcnd, n lo' rntiguo. rollo. dc or'¡ciotrc. <'c¡P,r
dc sus iabios cuando siente en su intcrior el soPlo
esfumado de la divinidad.
Otro dato que desata el presentimiento de la chica
es esa forma de otear alrededor con e1 rabillo tan
ptopia del muchacho. Y que concucrda -según
.'ll¿ corr un¡ mente punrrdora. de gran crizo que
azuza con sus puntas de aguja, de tal mane.a qtte
otras mentes se mantienen a pr'.idente distancia, y
l:r del lluda, siemprc cn libertad.

55
Todos los integrantes de la familia parecen sospe,
char lo mismo que la chica. Reacios a orros preren-
INl'EvrAMos I-A póLvoRA, en chimangos: el origen
dientes, con éste mantienen alguna complicidad y
de todos nuestros males. Estallar en el aire y derra-
aceptan el camino culebrero del alma del argenti-
mar los fuegos, pasajeros. Como flores que escapan
no, donde creen adyertir un rasgo familiar.
de una galera hasta la coronilla, nuestros alumbra-
mientos apenas rozan el misterio y caen como los
pobres sueños de los magos de feria.
El papel de los chinos fue grandioso, pero el metal
vence al papel. El vil metal que acuÁan las espedas
cuando lucen de modo lirme, duradero. Y de aque-
lla papelina de biblia desce¡dimos, de mandarín a
mandamás. Del arte de manila a este oficio que sólo
causa agiración, relámpagos.
CaÁitas voladoras, estrellitas. Ardiente cáravana en
busca de un oasis. Ete¡nidad, eso anhelamos al sem-
brar con paciencia en nuestra sálamendra lo que no
secosechr ave fénix, dragones, unicornios, ningu-
na utilidad sólo ilusiones en espiral viajaron por los
antiguos alambiques. ¡Gastar en salvas una vida! En
Ia hoguera de un tiempo sin susta¡cia nos fuimos
consumie¡do hasta desvanecernos en el cielo como
espigas fugaces.

56 57
El fuego va hacia arriba, la claridad se eleva, llamea
breve y desfallece. ¿Y la elevada estatura del fuego
Pers,l.Je srN coNclEmo de las casas del barrio. So-
que encendió Ias miradas con su mecha de orgu-
bre rodo el fuir dislocado de los techos que delata
Ilo? Huesos dorados de aquellos mediodías, cantan
la desarmonía de sus habitantes. Adic¡os al etílico
las voces dc los antcpasados en este coro de buenos
pincel, de gorda brocha entintada, lo pintaron un
mandarines: en su declinación la luz toca la tierra,
día, seguramente calígrafos disidentes del imperio,
irradia oscuridad (omo quien vela qu propio rc'.
maestros viscerales atacados por la furia.
plandor futuro.
Por allí se desliza el contrahecho. un mamotreto al
que los chinos llaman el Hombre de Pekín. "Oscu-
ridad, humillación, se¡vidumbre avanza entre bro-
chazos y rabiosos manchones, lanzando frases cotno
navajazos al aire : Errantes y proscriptos andamos",
dice con tono sentencioso el garabato de su boca.
A su paso, cientos de abanicos y párpados suspen-
den en el aire su ba¡ir de mariposas: atruena ese va-
cío como una etcrnidad que el viejo mamarracho
rccorre con sus dichos: "deseamos y no podemos
satisfacer, ambicioDamos y no Podemos realizar".
Cr¡ando el Loco se pietdc entre los escoml¡ros de
1,, lej.,ni:. el p-risaie pierde pc(o. drJm¡ri\mo. y en

cl desvío su dibuio adquiere la alegria turística que


alivia un poco a los desheredados.

58 59
EN LAs NocHEs DE ToRMENT^, la mayor de las úes
chicas escucha el dream drearn del viento conra las
puertas dormidas. Y ese rasguido desafinado suelta
las cr¡erdas de lana de su afiebrada voz.
Por la rendiia de los labios, dream dream, como di-
ciendo sólo su respiración, con la diccióo distraída
de algún sentido delirio, habla el sueño de la chica:
Cordaje, cordura: yo quiero cantar/ segura, la can-
ción de Ia belleza/ universel. La canción de cada
cosa/ en su lugar. Pe¡o me falta des¡reza/ me dicen
que escribo mal: maldita/ soy mal escrita, malen-
dendo y/ desaprendo aunque ponga voluntad.
En las noches de to¡menta, el rasgado corazón des-
grana su sin sentido. Dream, dream: es sólo el ¡u-
mor del viento contra las puertas dormidas,la copla
del sentimiento que se esfuma en la vigilia.
IsL ACArARADA poR EL cRIsr"Ar., la china se demora
anre (l c5pcjo. lJn pendient, J. :u propi.r imagcrr
que epenas siente el prendedor, Punzante, en su Pe-
queño pecho.
El hecho, tan alejado del centro de atención, rebota
como una voz en lir moDtaña. La cej:r minuciosa se

levanta, movimiento supetlicial, en realidad rellcjo


del viscoso molusco que adentro, o por debajo, co-
mienza a revolca¡se,
El eco dc la cavidad ciiiar roza el carey de Ia peineta,
y la cima del pcinado se deshace. En su cae¡ el pelo
imira esas aguas que van ablandaado Ias murallas
de la Ciudad Prohibida. Una maro intenta aplacrr
lo que se viene, pero ceden las prolijas comPuertas
de la antigua pagoda del kimono: un alud de as-
trolabios, clcpsidras y dragones se abre Paso con la
misma fuerza de una peregrinación de bicicletas.
Milagrosa es la mezda y bello el caos cuando estallan
en un tapiz de seda. Sueña la piel amarilla, madre de
los diez mil seres, y los sueÁos semejaa esas pesadillas

de la pirotecnia, tan populares en los cielos colorialcs.


Los tatuajes se muevcn como las aguas de un río, al Así comienzan los deshielos en el imperio de la
compás del cuerpo de la china: bailan en su pechu- personalidad.
ga los pespunres festivos de la cola de un pavo tan
rc¿l quc a\usra. Y ojiros de perdicer curio\es. comu
cicatrices, se pierden en una bacinilla, de donde
asoman las hojas de una vid. En el omóplato dere-
cho, una mano en ascesis surca la columna vertebral
levantando la copa que ostenta la leyenda "sabidu-
ría oriental". Algo parecido a una liana da ¡,'ueltas la
cadera y baja por el muslo izquierdo hasta llegar al
pic. En el vientre florece una primavera de ciruelos,
y por el torso se deslizan dos o tres abanicos abier-
tos, un parasol y diversos relojes de agua. La cara de
un demiurgo impresionante en su gesto de Moisés
ocupa las nalgas por complero.
Como ¡i ¿lEuien hubicra divulgado su inrimid¿d ¿

Ios cuatro vientos, la china intenta tapar el pande-


monium qr-re la caja de pandora de su cuerpo desta-
pó en una distracción o alejamiento del cenrro, de
atcnción. lero y,r e' rarde y ¿rrartr¿da por semejan-
te manifestación se pierde entre los seres aparecidos
mientns se pregunte: ¿quién soy?

64
Índice

CoMo uN ÁRBoL 9
SoN cH¡NAs LAs rRF.s crrc,as 1l
ToDAs LAs NocHEs I3
EL Novro DE L{ cr.rNA M^YoR 15
Cu NDo L{s lREs cHlcas str acERCAN
Sr ljsE l,AMi,ERo soPLA l9
EN EL R^RRro sE coMÉNTA 2I
LN L s NocHls DE ToRM!NrA
EN o{RNAVAL 25
Los cflrNos, Los cHtNos vERDADtrRos
29
É-sc ¿s rr cuí,\ 3I
EL MAA DE LA CIIINA 33
CoMo uN vroliN 35
I I^BLA AHoRA trI- rrlto M^YoR 37
EN EsPAcros R}]DUcIDos 39
Los crrrNos No cu¡NTAN
EN r.As Noc[ES DE ToRMEN'|A 43
EN ¡r crNr r¿rrno Or¡vanrri¡ 15
Ar- PAso D¡ LA M^DRE
No EN'I'PNDER, No ¡NT¡NDER 19
CuANDo EL rDEAL B I^ LA TlEnlLq 5I
^
V^ c\MrNo DF,f, PUERTo 53
h MtrNoR sosPECHA 55
INvENIAMos LA PóLvoRA 57
Pars^lE srN coNcIEl{fo 59
EN L{s NocHls DE ToRMENTA 6t
Isr-q ¡c¡p¡x¡n r pon rr cnlsr¡¡. 63
t

Se temiñó de imprimir en elmes dejullo de 2011


en Altutu hno¡ews. Oóblas 1968, (C14248[¡N) Buenos Aires, Argeñlina.
altunaimpEsores@aliunaimp

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