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J.-A.

Miller: Intervenciones de Lacan en


la Sociedad Psicoanalítica de París

Intervención en el Primer Congreso Mundial


de Psiquiatría 1950

El mito individual del neurótico

Diálogo con los filósofos franceses

Carta a D. W. Winnicott

Psicoanálisis y medicina
Jacques Lacan

Intervenciones
y
Textos

Manantial
Jacques Lacan

INTERVENCIONES
Y
TEXTOS

EDICIONES MANANTIAL
Titulo original y fuente
Interventions de Lacan à la S.P.P., Ornicar? N ° 31
Intervention au Premier Congrès Mondial de Psychiatrie 1950, Ornicar?
No 30
Le mythe individuel du névrosé, Ornicar? N ° 17/18
Dialogue avec les philosophes français, Ornicar? N° 32
Lettre a D. W. Winnicott, Ornicar? N° 33
Psychanalyse et médicine. Lettres de l'Ecole freudienne N ° I

Traducción: Diana Silvia Rabinovich

Impreso en Argentina
Queda hecho el depósito que marca la Ley N° 11.723
© de las ediciones originales, Navarin éditeur, París, Francia
© de los derechos en lengua castellana y de la traducción al castellano
Adiciones Manantial S.R.L., 1985, Santa Fe 1385, 3o piso, Buenos
Aires, Argentina.

Publicado con el acuerdo de Jacques-Alain Miller titular de los derechos


morales de la obra de Jacques Lacan, según la Ley francesa del 11 de
marzo de 1957.

ISBN 950-9515-06-X

La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o modi­


ficada por cualquier medio mecánico o electrónico, incluyendo fotoco­
pia. grabación o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación
de información, no autorizada por los editores, viola derechos reservados.

EDICIONES MANANTIAL
INTERVENCIONES DE LACAN
EN LA SOCIEDAD PSICOANALITICA DE PARIS
Jacques-Alain Miller

Reuní aquí lo que queda de las intervenciones de Lacan en


la Sociedad Psicoanalítica de París; además de las que figuran
en los Escritos, y sin incluir los documentos que fueron
publicados otrora en la Escisión de 1953.
A partir de 1933, y hasta su renuncia en 1953, Lacan
participó regularmente en las actividades de la Sociedad, en
ese entonces la única asociación psicoanalítica de Francia. La
mayoría de sus intervenciones, realizadas durante las sesiones
científicas regulares, y en los congresos llamados "de psicoa­
nalistas de lengua francesa”, no son conocidas más que por
las breves menciones que surgen en las actas de sesión. Más
extensa es la réplica de Lacan a su psicoanalista, Ixjcwcnstein,
sobre el tema del “ instinto de muerte” . Finalmente, dos
resúmenes de Lacan son de su cosecha: el de su exposición de
1938, “De la impulsión al complejo” es de su mano, al igual
que su respuesta a las intervenciones que siguieron a su
comunicación de 1950, sobre la función del psicoanálisis en
criminología.
Fuera de estos dos escritos, el tenor de los comentarios que
se le adjudican a Lacan a través de las actas debe ser
considerado como aproximativo. Pero el conjunto, por alea­
torio e incierto que sea, no es menos significativo.
6 Intervenciones y textos

I
VALOR REPRESENTATIVO DEL CRIMEN PARANOICO
(1933)

La VIII Conferencia de psicoanalistas de lengua francesa,


que se realizó en París el 18 y 19 de diciembre de 1933,
incluyó la discusión de dos informes: uno, de Jean Piagct, “ El
psicoanálisis y el desarrollo intelectual’’; el otro, de Raymond
de Saussurc, “ Psicología genética y psicoanálisis”.
Una intervención de Jacqucs Lacan es mencionada, en el
curso de la discusión del informe de Piaget, el 19 de
diciembre:
“ El Dr. Lacan, un poco al margen de la discusión, señala
que en los paranoicos las manifestaciones esenciales, tales
como los asesinatos representativos, etc., tienen un eminente
valor representativo social. “ Hay allí algo que hace a la
estructura misma de lo social”.“

II
PSICOANALISIS Y PERVERSION
(1934)

La Sociedad escucha, el 20 de noviembre de 1934, una


comunicación de Charles Odier, titulada “Conflictos instinti­
vos y bisexualidad” donde presenta el caso “de un bisexual
perverso, constantemente cortocircuitado por el deseo de
conocer proxenetas con fines de fcllatio”.
En el curso de la discusión, Jacqucs Lacan, que fue
aceptado como miembro adherente de la Sociedad durante la
parte administrativa de esta misma sesión, figura de este
modo en el acta:
“quisiera preguntarle a Odier, sin dejar de felicitarlo por su
exposición tan seductora, cómo concibe el papel del psicoa­
nalista en la elección de los medios de acción en un caso
como éste”.
Intervenciones de Lacan en la S. P. P. 7

Odier “responde al Dr. Lacan que la cuestión es embarazo­


sa. En general, el pronóstico de estos casos no es muy bueno.
No hay posibilidad de adoptar una actitud particular. Hay
que llegar a hacer admitir al enfermo que tener un coito es
tan admisible como hacerse pis en la cama o como una fclla-
tio. En cuanto a una técnica especial eventual, ella esta aún
por descubrirse“.

Ill
EL SUICIDIO
(1934)

El 18 de diciembre de 1934, la sesión de la S.P.P. está


consagrada a un informe del Dr. Friedmann sobre el suicidio
(aparecido el año siguiente en la R.F.P. t. VIII, N° I).
Durante la discusión Marie Bonaparte señala en el suicidio
“cierta derrota, un repliegue del narcisismo’’. Jacques l^acan
interviene a continuación, en términos que son transmitidos
del siguiente modo: “ el Dr. I^acan piensa también que habría
que acordar la mayor importancia al factor narcisístico, pero
que no habría que contentarse con una concepción pura­
mente energética que, por el contrario, habría que introducir
una concepción estructural”.

IV
EL CRIMEN PARANOICO
(1935)

El Dr. Schiff presenta a la S.P.P., el 18 de febrero de 1935,


una comunicación titulada “Psicoanálisis de un crimen in­
comprensible”. La inculpada mató a una tía con la cual vivía,
tras un incidente fútil: “la víctima había manejado torpe­
mente una ‘lapicera lacrimógena’ que su sobrina le había
regalado”.
En la discusión, Rcné Spitz interviene para señalar que los
8 Intervenciones y textos

reproches hechos a la tía eran “ reproches claros de castra­


ción. Una queratitis, enfermedad hereditaria, tiene el valor de
una castración por su madre. ¿Pero su tía, por añadidura, no
la castró al prohibirle el acceso a una profesión masculina?
Luego, toma la palabra Jacques Lacan:
“También le parece que la importancia dada ala queratitis
está en el punto simbólico más alto de la mujer viril. Cree
también en el valor desencadenante del incidente aparente­
mente absurdo. Tal era también el caso en el crimen de las
dos hermanas Papin, que habían masacrado a su patrona a
propósito de un pequeño corte de energía. Esta coincidencia
de un acontecimiento objetivo con la tensión pulsional tiene
gran valor”.
“ ¿Puede, entonces, decirse verdaderamente que la crisis es
incomprensible? Lo es para una idea convencional que se
tiene de ella. Hay casos donde la realización del kakon es
incomprensible, otros en los que se comprende. El caso de
Aimée está calcado sobre el de Schiff. Se trata pues, verdade­
ramente, de una neurosis paranoica, no de una psicosis en la
que la agresión adquiere la significación de un esfuerzo para
romper el círculo mágico, la opresión del mundo externo".
Rene Uaforgue invita luego a la asistencia a reflexionar en
el “problema de la responsabilidad”. Luego de las interven­
ciones de Odcttc Codct, E. Pichón, G. Dalbiez y Maric
üonaparte, Lacan da su opinión: “ El punto de vista de la
defensa no puede más que conducir a conclusiones peligrosas.
Los médicos se burlan de este punto de vista: hay jueces a
medida para ello. Pero nosotros podemos dar una definición
de la personalidad y la sociedad tiene derecho a pedirnos
cuenta de la homogeneidad de esa personalidad. Sin doctrina,
llegamos a la experticia médica tal como se practica hoy:
absolutamente arbitraria. Es indignante ver a tantas plumas
médicas comprometarse en experticias judiciales” .
Intervenciones de Locan en ¡a S. P. P. 9

V
LA ANOREXIA MENTAL
(1935)

Sesión de la S.P.P. del 18 de junio. Odette Codel presenta


una comunicación: “ A propósito de tres casos clínicos de
anorexia mental”.
En el curso de la discusión, “el Dr. Lacan pregunta hasta
donde debe llevarse un análisis de niños. No se puede
considerar como totalmente muerta a una rama muerta que
está en la orilla. Ella lleva brotes a los cuales pueden
engancharse materiales capaces de hacer en un momento
dado todo un dique. ¿Un síntoma desprendido por una breve
terapéutica no puede acaso hacer lo mismo? ”
“ Desea subrayar dos puntos. Primero, que en los anorexi-
cos existen siempre fantasmas fálicos. Cita sueños en apoyo
de esta constatación”.
“ Y un segundo punto: al examinar en sus recuerdos de
consultas populares, se encuentra una treintena de casos de
anorexia mental. Todos esos casos se referían a varones, que
eran judíos”.

VI
LA ANGUSTIA Y EL CUERPO FRAGMENTADO
(1937)

Bajo el título “ Enfoques paleo-biológicos y biopsíquicos”


(cf. R.F.P., t. IX, N° 3), Marie Bonaparte presenta una
comunicación a la sociedad, el 19 de enero de 1937.
Jacqucs lacan interviene en la discusión:
“ Me parece que falta la cadena representativa; en el
complejo de castración está el fantasma de castración; en la
angustia de penetración, está el fantasma de cvcntración.
Representémonos el abismo; es obviamente cierto que nada
nos permite suponer que las células se reprc:.enten «algo; la
IO Intervenciones y textos

angustia es un fenómeno del yo (moi). Persiste cierta ambi­


güedad en mi mente en lo que respecta a la percepción de
estos temores; se trata de esa representación narcisistica que
intenté exponer en el Congreso Internacional al hablar del
“estadio del espejo”. Esta representación explica la unidad
del cuerpo humano; ¿por qué esta unidad debe afirmarse
precisamente para que el hombre experimente como lo más
penoso la amenaza de esta fragmentación? Es en los seis
primeros meses de prematuración biológica cuando llega a
fijarse la angustia”.

VII
FIJACION MATERNA Y NARCISISMO
(1937)

El 25 de mayo de 1937, Daniel Lagache presenta bajo el


título de “Duelo y melancolía” (cf. R.F.P., t. X, p. 693 sg. ),
el caso de una enferma que entra en análisis luego de la
muerte de su hijo, tras lo cual se suicida.
Después de los primeros comentarios de Rene Spitz,
Jacqucs I^acan hace saber que “desearía saber cuándo desapa­
reció el marido”. I^igachc: "fue muerto en la guerra”. Al
respecto, I.acan prosigue:
"Esta mujer nunca llegó al estadio genital. Esto me parece
que está en correlación con el hecho de que el hombre nunca
apareció en su vida más que bajo una forma mutilada. Este
caso está admirablemente estructurado para ilustrar el hecho
de algunos seres que nunca resolvieron el Edipo y quedan en
dos dimensiones: la fijación materna y el narcisismo. Si la
enferma esbozó algo logrado fue por la vía narcisística y por
el canal de su hijo. Bajo la forma de Voronof, es la madre la
que viene a criticar a Lagache y en esto no comparto la
interpretación de {¿agache ¿por qué se suicidó esta enferma?
No se; parece que el fenómeno de la anorexia que está en un
segundo plano está ligado con el traumatismo del destete”.
Intervenciones de ¡Mean en la S. P. P. 11

VIII
EL INSTINTO DE MUERTE
(1938)

Loewestcin presenta en la X Conferencia de los psicoanalis­


tas de lengua francesa, el 21 de febrero de 1938, una
comunicación consagrada a “ El origen del masoquismo y la
teoría de las pulsiones”.
En el curso de la discusión, Jacques I^acan se expresa,
según el acta, en los siguientes términos.
“ Agradezco en primer término a Loewenstein su informe,
cuyo' mérito es el de plantear claramente los problemas y
especialmente el problema de la teoría de las pulsiones de
muerte, que resuelve a su modo, pero que resuelve.
“ La complicación extrema de esta discusión sobre el
masoquismo surge de una suerte de diplopía que nos captura
cada vez que interviene este trasfondo del instinto de muerte.
Creo que es difícil eliminar de la doctrina analítica la
intuición freudiana del instinto de muerte. Intuición, porque,
para la actualización doctrinaria, queda aún mucho por hacer,
como nuestra discusión lo prueba; pero sin duda me parece
extraordinario, por parte de algunos, decir que, en lo que
respecta al tema de los instintos de muerte, Freud hizo una
construcción especulativa y ha estado alejado de los hechos.
Es más especulativo querer que todo lo que encontramos en
nuestro dominio tenga un sentido biológico que, siguiendo
esa experiencia concreta del hombre —ninguno otro la tuvo
en su siglo más que Freud—hacer surgir una noción bastarda,
que nos deja estupefactos. Poco me importa que esto consti­
tuya un enigma biológico; es cierto que en el dominio
biológico, el hombre se distingue, en tanto que es un ser que
se suicida, que tiene un superyó. Observamos su esbozo en el
reino animal y, obviamente, no se trata de separar al hombre
de la escala animal; pero de todos modos, puede señalarse que
lo que se parece más a un superyó humano no aparece en los
12 Intervenciones y textos

animales salvo en la vecindad del hombre, cuando están


domesticados. En lo referente a las otras sociedades animales,
desde hace cierto tiempo apareció una crítica que pone en
duda las semejanzas, un poco proyectadas, que se habían
establecido, entre la supuesta analogía de las sociedades de
hormigas y de las sociedades humanas; de modo tal que en lo
que hace a su superyó, no podemos decir gran cosa. El
hombre es también un animal que se sacrifica y nos es
imposible a nosotros, analistas, desconocerlo, sobre todo que,
sobre este último punto, ya surgieron equívocos. Esta especie
de convergencia que hemos subrayado, entre la culminación
del principio de realidad, de objetalidad y el sacrificio, es algo
que quizá no es tan simple como la teoría parece indicarlo.
No es una maduración del ser, es mucho más misterioso. May
una convergencia entre dos cosas totalmente distintas: entre
la culminación de la realidad y algo que parece ser la punta
extrema de esa relación entre el hombre y la muerte, que por
otro lado puede ser precisada fenomenològicamente hablante.
Estando intricado el sentido de la vida del hombre, en su
vivencia, con el sentido de la muerte, lo que especifica al
hombre en relación al instinto de muerte, es que el hombre es
el animal que sabe que morirá, que es un animal mortal.
“ Freud precisamente, partía de una formación, de una
mente biologista, y en el contacto mismo con la experiencia
de los enfermos, pronunciaba estas palabras que debían serle
difíciles: “ El instinto de muerte es una cosa que debemos
tener en cuenta, que me parece hacer una especie de irrup­
ción feliz en este biologismo que molesta demasiado”.
“ Palpamos en todo momento una suerte de distinción
entre los ordenes y los dominios, en esas estructuras que son
esenciales. No capté, recién, lo que quería decir Locwenstein
al terminar su informe, cuando insistía en que fuesen distin­
guidos los mecanismos y las tendencias. Si quería hablar de la
tendencia que tenemos a hacer que todos los mecanismos
sólo sean tendencias, ¿por qué dar todo más bien a las
intervenciones de ¡m can en la S. P. P. 13

tendencias o más bien a los mecanismos? Si simplemente es


esto a lo que quiso limitarse, estoy totalmente de acuerdo;
cada quien sabe en qué medida, en la doctrina analítica, las
tendencias siempre fueron una noción que prevaleció sobre
los mecanismos, y en muchos casos todavía nos incomodan.
Pero si se trata, fenomenològicamente, de establecer el
vínculo cronológico entre los mecanismos y las tendencias,
allí, ya no lo sigo más. Mecanismo es una palabra que me
parece dejar una duda, ya que, bajo este termino, parecería
citar otras cosas que mecanismos, que principios, y me
complació mucho la ironía de su demostración, de acuerdo a
la cual estos principios se arman y se desarman con la mayor
facilidad.
Entonces, si se trata de aportar un poco de claridad en esta
discusión, yo creo que ella puede estar en esta dirección:
investigación psicogenética, en consecuencia evolutiva e histó­
rica de las estructuras y de las formas, en sus relaciones con
las tendencias”.

IX
DE I.A IMPULSION AL COMPLEJO
(1938)

El 25 de octubre de 1938, Jacques Lacan presentó una


comunicación titulada “ De la impulsión al complejo” . El
resumen publicado en la R.F.P. es presentado como pcrtenc-
cicndole. El acta de la discusión (por J. Leuba) es reproduci­
da aquí in extenso.

Resumen de Jacques ÍMcan

Esta comunicación es una contribución al estudio de los


hechos definidos por la clínica clásica como "impulsiones”,
por los medios del psicoanálisis.
14 Intervenciones y textos

1.a preocupación clínica domina aquí tanto la presentación


como el análisis de los hechos.
La presentación de los dos casos relatados está hecha
tomándose un gran cuidado al describir las etapas de la
evolución psicológica de los sujetos en el curso del trata­
miento. En un vocabulario lo más cercano posible al fenóme­
no y que no se limita a la afirmación de mecanismos
supuestamente reconocidos en la patogenia. Un procedimien­
to tal subraya la extensión que encuentra en estos momentos
artificiales el campo de la clínica y el complemento que
aportan a la gama de los estados mórbidos: satisfacción que
supera el interés clasificatorio para revelar la estructura.
El análisis, oponiendo en sumo grado los dos casos elegidos
en formas aparentemente muy cercanas, manifiesta toda su
potencia de diagnóstico como técnica de intervención.
El primer caso muestra en efecto una resolución de los
síntomas desde el momento en que son dilucidados los
episodios edípicos, por una reevocación casi puramente
anamnésica y antes casi de toda condensación de la transfe­
rencia, sin embargo, totalmente lista para operarse. Manifesta­
ción mórbida muy plástica pues, y cuya desaparición sólo se
traduce como la de un parásito en la personalidad.
El segundo caso necesita, en cambio, el recurrir a fantas­
mas extraordinariamente arcaicos, exumados no solamente a
partir del recuerdo sino del sueño y cuya relación con las
impresiones recibidas del exterior en la primera infancia se
limita evidentemente a una incidencia ocasional, y no hace
más que profundizar la pregunta sobre su origen.
Fantasmas de desmembramiento y de fragmentación
corporal, polarizados entre la imagen del cadáver oculto
y aquellas mellizas del vampiro macho con rostro de vie­
jo y de la mujer ogro despedazadora de niños. Estas repre­
sentaciones caracterizadas efectivamente por el tono del
horror revelan ser solidarias, en la estructura, de revelacio­
nes mentales de una cualidad afectiva muy diferente y
Intervenciones de Locan en la S. P. P. ■ 15

que pueden definirse como estados de beatitud pasiva.


Su complejo, que coincide con ciertas intuiciones poéticas
muy llamativamente expresadas en la literatura, es destacado
por el autor en la presente ocasión bajo la invocación de
Saturno, debido al motivo de la devoración sangrienta del
niño y a su relación singular como si fuera el revés de un
sueño arcadiano.
1.a forma clínica, como es frecuente, hay que insistir en
ello, sólo libra plenamente sus particularidades tardíamente,
en el curso del flujo confidencial condicionado por el trata­
miento, mostrando claramente la relatividad de las obser­
vaciones de la práctica psiquiátrica ordinaria que sólo pueden
sondear las variaciones de cada caso no sólo en la reticencia,
sino en la ignorancia y la inconsciencia de los síntomas. Es
solamente por el acercamiento de las perspectivas proporcio­
nadas sobre el mismo síntoma por incidencias narrativas o
interpretativas múltiples, que en el curso del monólogo
psicoanalítico y sin ninguna sugestión del cuestionario,
verá dibujarse en su pureza un caso como el aquí presentado:
que el autor caracteriza como una neurosis obsesiva reducida
a su base pulsional, es decir a la cual le falta casi toda la
superestructura de las obsesiones en tanto que desplaza­
miento de afectos, y lo que el análisis ha aislado estructural-
mente como síntomas de defensa del yo.
Entidad que desde el punto de vista formal se sitúa entre la
neurosis y la perversión, desde el punto de vista estructural
impone el reconocimiento de una génesis preedípica tanto en
el caso de algunas formas neuróticas como en el de ciertas
perversiones.
1.a resolución de los síntomas es llamativamente comple­
ta en este caso, pero pese al carácter de los síntomas, apa­
rentemente localizados en paroxismos parasitarios, ésta fue
aquí correlativa de una verdadera restructuración de la per­
sonalidad, con toma de consciencia y reforma sistemática
de las actitudes más profundas hacia la realidad: verdade­
16 Intervenciones y textos

ra recreación por parte del sujeto de su yo y de su mundo.


Este ejemplo ilustra y confirma la forma teórica que dio el
expositor de un estado estructural primordial llamado “del
cuerpo fragmentado” en la génesis del yo.
La dirección terapéutica manifiesta hasta qué punto, a
pesar de las desventajas de un lenguaje abreviado e impactan­
te, conviene distinguir en la maniobra intelectual de las
interpretaciones analíticas, lo que es del orden del mundo
primordial de las imágenes y lo que pertenece a la materiali­
dad de los hechos.
La conclusión se inscribe en el esfuerzo teórico desarro­
llado por el autor para comprender el sentido y la realidad de
la transferencia, que son diferentes tanto según los casos
como según las funciones de la personalidad involucrada en el
análisis.

Discusión

Sr. Odier — Sólo tengo un reproche que hacerle a la


comunicación que acabamos de escuchar: el que sea demasia­
do larga. A partir del momento en que expone usted una tesis
y no casos clínicos, debería haber abreviado la exposición
demasiado larga de hechos que no siempre eran necesarios a
su tesis y reducirla a lo que era estrictamente indispensable
para desarrollar el hilo de su pensamiento.
El Dr. lacan suscitó, a propósito de estos dos casos
típicos, el último de los cuales parecería en efecto tener una
estructura primitiva muy pura, varios problemas complejos
sobre los cuales sería útil volver. Uno puede preguntarse, por
ejemplo, porque, en el segundo caso, la neurosis evolucionó
en sentido obsesivo más bien que en cualquier otro sentido.
Sr. Borel — Deseo simplemente hacer una pregunta sobre el
nivel saturniano del que habló Lacan: ¿en qué momento se
sitúa éste en el análisis?
Sr. Lacan — Esto coincide con el estadio sádico-oral. Lo que
Intervenciones de Ixican en la S. P. P. 17

digo acerca de él sólo tiene el valor de una descripción


fenomenológica.
Sr. Borel — ¿Había creído comprender empero que usted
hacía de él un estadio, en el estilo de lo que usted llama el
estadio del espejo?
Sr. Locan — Sí, si se quiere. Es efectivamente un estadio, yo
pienso que importa destacar esto.
Sr. Borel - Otra pregunta: usted dijo que las pulsiones en el
segundo caso se muestran en estado puro. ¿No tuvo la
enferma defensa contra esas pulsiones? ¿Nunca tuvo ese
cortejo de representaciones ideativas tal como se lo observa
en la mayoría de las obsesiones?
Sr. Locan —No, en lo más mínimo.
Sr. Borel — En esc caso el pronóstico es bueno. De todos
modos, ambos casos son bastante cercanos. Ix> que hace la
dificultad de una cura es la perdida de contacto, debido a las
defensas, con el hecho primitivo. El pronóstico es siempre
favorable cuando el contacto con el hecho primitivo no es
demasiado lejano.
Sr. Lowenstein Lacan destacó claramente la diferencia
entre una neurosis fundada en regresiones a planos p regen it a-
les y una neurosis cercana a la genital idad. Suscitó, sin
resolverlos a mi entender, problemas que me parecen nuevos
por el sistema imprevisto de coordenadas que construyó.
Quisiera volver a la discusión sobre la obsesión en relación
al segundo caso. Lacan hizo una distinción entre las obsesio­
nes puras y las obsesiones combatidas por sistemas de defensa
en segundo grado. Parece que la acción del superyó respecto a
las pulsiones primitivas es muy fuerte, aunque Lacan no lo
haya puesto en evidencia.
Algunos obsesivos son castigados allí por donde pecan, es
decir que la realización de la pulsión se vuelve la punición
misma. Creo que se puede agregar este punto de vista en la
distinción que hace Lacan.
Sr. Cénac — Quiero señalar la gran satisfacción mental que
18 Intervenciones y textos

hemos experimentado al ver al psicoanálisis dar todo su


sentido a la pulsión. En el segundo caso dcscripto por Lacan,
la importancia dada a esa impulsión muy primitiva, sin
defensa, permite decir que no se trata de una obsesión
¡deativa y Lacan tiene razón en no hacer de ella una neurosis
obsesiva. Por el contrario, yo esperaba en todo momento
mientras lo escuchaba que la denominase una neurosis his­
térica.
Creo que Lacan tiene mucha razón en hacer intervenir esa
noción de lo real en la comprensión de este caso. Hay en
efecto algo que se opone a la idea de la neurosis obsesiva
típica y es la idea de alivio que experimenta la enferma al
pensar en la realización de su pulsión.
Sr. Parcheminey — Mientras I^acan hablaba, pensaba en una
enferma de Odicr que tenía la compulsión de matar a su hijo.
En ese caso se veía la ii/iportancia preponderante que adqui­
ría la creencia en la omnipotencia mágica del pensamiento:
“Juro que mataré a mi hijo” , decía. Es quizás esto lo que
explique la intensidad de las reacciones de defensa en el caso
de Odier, defensas que no se vuelven a encontrar en el caso de
Lacan.
Laforguc había señalado que no hay que descuidar, en los
casos que hemos escuchado hoy a la noche, los mecanismos
de defensa del yo. Da dos ejemplos clínicos que ilustran este
mecanismo. En uno se trataba de una enferma cuya neurosis
la protegía contra el temor y la angustia que le había causado
siendo niña un aborto más que probable de su madre.
En el otro ejemplo se trataba de la represión de los
fantasmas de masturbación, con representaciones sádicas de
tortura, de llamas, etc. Estos fantasmas reprimidos fueron
despertados por un acontecimiento traumatizante, en este
caso el aborto de una hermana. En casos semejantes el ser se
acusa de querer llevar a cabo estos actos y busca ayuda en los
rituales obsesivos, no siendo él mismo suficientemente fuerte
como para reprimir estos fantasmas.
Intervenciones de Locan en la S. P. P. 19

Observé que en todos los casos en que una mujer, luego de


una frigidez total, encuentra el orgasmo, este retomo se
hace por la vía de la masturbación con predominio de
fantasmas sádicos.
.SV. Hartmann —Me limitare a hablar del segundo de los casos
sobre los que Lacan nos expuso un análisis tan instructivo.
Lacan tiene sin duda razón en fijar un límite entre el
síntoma principal de su enferma y la perversión. Me parece
sin embargo que se trata de un estado mórbido que, aunque
no pertenece a la perversión en el sentido estricto de esta
noción, puede ser dcscripto como una forma de transición
entre la neurosis y la perversión. Efectivamente, no estoy
convencido de la naturaleza primaria de las pulsiones en
causa. Ilabitualmentc, estos síntomas pulsionalcs muestran
una génesis más compleja, en tanto representan, por ejemplo,
el retomo de tendencias instintivas ya reprimidas, como en la
neurosis. Por otro lado, puede observarse, en casos semejan­
tes, cómo, debido a la tolerancia del yo hacia una tendencia
parcial del instinto (la pulsión), se explica el mantenimiento
en estado de represión de las tendencias principales (comple­
jo de Edipo y de castración), tal como ocurre en la perver­
sión.
I no de los problemas más interesantes, en los análisis
parecidos a los del segundo caso de Lacan, me parece que
consiste en la comparación de los mecanismos de defensa del
yo y de la función del superyó con las funciones análogas en
la neurosis obsesiva. Quizá la continuación de este análisis,
sobre todo al dirigirse hacia la neurosis infantil, podrá
ayudamos a aclarar estas cuestiones aún poco estudiadas por
el análisis.
Sr. Lacan - Debido a lo tardío de la hora, Lacan sólo
responde muy sucintamente a los argumentadores. Se limita
pues a constatar que Hartmann no está para nada de acuerdo
con su concepción de la pulsión primitiva en estado puro y
aporta en apoyo a lo dicho por I^aforgue un hecho relativo a
20 Intervenciones y textos

la segunda enferma: él también había sospechado un trauma


bajo la forma del aborto de su madre y había orientado las
investigaciones en ese sentido. La enferma volvió a encontrar
el recuerdo de un balde de baño que le parecía tan grande
como ella y que contenía cosas sospechosas. Mientras ella
miraba dentro de ese balde, su madre lanzaba gritos en la
habitación contigua. Diversos recortes permitieron establecer
que en realidad estos hechos se situaban en el momento del
nacimiento de su hermana.

La sesión administrativa es remitida a la próxima reunión.

X
DELINCUENCIA Y PASAJE AL ACTO
(1948)

Durante la reunión de la S.P.P. del 17 de febrero de 1948,


Francis Pasche presenta algunos casos clínicos bajo el título
“ 1.a delincuencia neurótica”. En el curso de la discusión,
Serge I^bovici interviene para señalar que “la noción de
delincuencia requiere las nociones de justicia y de pasaje al
acto”.
“ El Dr. I>acan está igualmente de acuerdo en centrar el
interés sobre el pasaje al acto, al igual que el Dr. Mâle [. . .]” .

XI
MADRE CASTRADORA Y PADRE CARENTE
(1948)

El 20 de abril de 1948 J. Leuba presenta un relato


titulado: “Madre fálica y madre castradora”.
En la discusión, Sacha Nacht “dice que no observa que el
autor haya establecido una diferencia muy neta entre el
temor del padre y el de la madre” . lâchât señala que “ vio la
castración por la madre mucho más a menudo que por el
Intervenciones de Locan en la S. P. P. 21

padre, hasta el punto que casi llegó a negar el temor de la


castración por el padre”. El resumen señala luego: “el Sr.
Dugauteiz también comparte esa opinión, y el Dr. Lacan se
inclina en el mismo sentido”.
‘‘La imago materna es mucho más castradora que la ¡mago
paterna. AI final de cada uno de mis análisis vi el fantasma de
desmembramiento, el mito de Osiris. Cuando el padre es
carente de una manera o de otra (muerto, ausente, incluso
ciego), se producen las neurosis más graves”.

XII
LAS DOS HIPERTENSIONES
(1948)

La comunicación de reinicio del año, el 19 de octubre de


1948, es realizada por el Dr. Ziwar acerca del “Psicoanálisis de
los principales síndromes psicosomáticos” (cf. R.F.P., 1948,
N° 4).
Sacha Nacht interviene en la discusión para reprocharle al
orador por “ buscar establecer una estructura patógena fija en
cada síndrome, pues si se dice que se debe encontrar tal o
cual estructura, se arriesga a observar mal”. Jacques I.acan
toma la palabra para responderle:
“ El Dr. Lacan cree que Nacht hace a Ziwar el reproche
inmerecido de haber querido describir estructuras típicas en
síndromes típicos. Por el contrario, su criterio es que es
adecuado sistematizar, lo que los americanos han hecho en
gran medida. Reliriéndosc a los síndromes dcscriptos, hay,
dijo, dos hipertensiones: la roja que mantiene, y la blanca (la
de las mujeres embarazadas, por ejemplo), que mata. La
blanca, la de los jóvenes, interesa al cirujano. Se encuentra en
la roja una fuerte emotividad, un carácter colérico, una
estructura pasional estudiada por Frcud (que describió tan
bien esa pasión: la ambición). En la hipertensión, el resenti­
miento adquiere un lugar importante. Pero no tendremos
22 Intervenciones y textos

fórmula definitiva hasta que no sepamos todo acerca de la


estructura psíquica y su formación”.

XIII
PSICOANALISIS Y SOCIOLOGIA
(1948)

El 14 de diciembre de 1948, exposición de S.A. Shcntoub:


“Comentarios metodológicos sobre el socio-análisis”. 1.a dis­
cusión es abierta por Citarles Odier, que indica que hay
“ siempre una antinomia entre lo individual y lo social y que
toda la sociología de. Engels y de Marx está basada en la
negación del individuo” . Jacques Lacan toma la palabra luego
de él, en un sentido contrario:
“ El Dr. Lacan está de acuerdo sobre todos los puntos de
vista de la exposición. Lo que el psicoanálisis puede aportar a
la sociología, dice, es un aparato conveniente para enfrentar
el sujeto (“ yo nunca digo el individuo” ) en el plano de la
experiencia subjetiva”.

XIV
MAGIA Y PSICOSOMATICA
(1949)

La comunicación es hecha el 20 de junio de 1949 por Rene


Hcld sobre “ El problema de la terapéutica en medicina
psicosomática”.
En los siguientes términos son recogidos los comentarios
de Jacques I>acan a lo largo de la discusión:
“ El I)r. Lacan lamenta verse reducido al papel de mago,
cuando es consultado en el servicio del Dr. Blondín acerca de
casos de hipertiroidismo pre-operatorio, por ejemplo; el
mismo papel le es dado en el servicio del Dr. Mocquot. A su
entender, no habrá jamás más que una galería de casos hasta
tanto no tengamos una teoría sólida del narcisismo, en la cual
Intervenciones de Lacan en la S. P. P. 23

trabaja. A propósito de un punto particular suscitado por cl


Dr. Hcld, está totalmente de acuerdo que las madres tienen
un carácter mortífero y muy especialmente en las relaciones
madre-hija, pero se separa de la opinión del conferencista que
quiere explicar ese carácter por la emancipación de la mujer:
el fenómeno es demasiado reciente para estar en el origen de
un problema demasiado antiguo”.

XV
LA MUÑECA-FLOR DE FRANÇOISE DOLTO
(1949)

Françoise Dolto continúa su trabajo ya publicado en la


N° 1, 1949, bajo el títu lo ‘‘Cura psicoanalítica con
ayuda de la muñeca-flor” , con una comunicación, el 18 de
octubre de 1949, “ A propósito de la muñeca-flor”.
En el curso de la discusión:
"El Dr. Lacan tiene el sentimiento cada vez más fuerte de
que la muñeca-flor de la Sra. Dolto se integra en sus
investigaciones personales sobre la imago del cuerpo propio
del estadio del espejo y del cuerpo fragmentado. Ix: resulta
importante que la muñeca-flor no tenga boca y luego de
haber señalado que ella es un símbolo sexual y que ella
enmascara el rostro humano, termina diciendo que espera
aportar un día un comentario teórico al aporte de la Sra.
Dolto”.
En su respuesta a las intervenciones, Françoise Dolto
aprueba la idea de que ‘‘la muñeca-flor se integra a las
reacciones del estadio del espejo, pero hay que entender la
idea del espejo como objeto de reflexión, no sólo de lo
visible, sino de lo audible, de lo sensible, de lo intencional. La
muñeca no tiene rostro, ni manos, ni pies, ni derecho ni revés,
ni articulaciones ni codo”.
24 Intervenciones y textos

XVI
EL SER VIVO Y SU “ UMWELT”
(1949)

Maric Bonaparte lee, el 16 de noviembre de 1949, un texto


basado en una exposición realizada en el Congreso Internacio­
nal de Zurich en agosto del mismo año: “ Psique en la
naturaleza o acerca de los límites de la psicogénesis” .
Jacques Lacan interviene en la discusión para “insistir en el
hecho de que el ser vivo no puede concebirse sin un Umwelt
que lo baña por lodos lados y cuya actividad se hace sentir en
el”.

XVII
LA MADRE FAL1CA
(1949)

El 20 de diciembre de 1949, Maurice Bouvet presenta una


exposición consagrada a las “ Incidencias terapéuticas de la
toma de consciencia de la envidia del pene en un caso de
neurosis obsesiva femenina” (cf. R.F.P., t. XIV, N° 2 y su
libro La relación de objeto, Payot, 1967).
El resumen de la discusión comienza así: “ Luego de que el
Dr. Nacht hubiese aprobado el conjunto de esta exposición, el
Dr. Lacan dice que quisiera hacer algunas críticas. Porqué el
autor no habló del estadio de la madre fálica, lo que habría
permitido dar una descripción mucho más simple de este
magnífico caso. Allí donde Bouvet ve un vuelco en el
momento de la toma de consciencia de la envidia del pene,
Lacan ve la emergencia de la imagen de la madre fálica”.
Serge Lebovici “quisiera asociarse a los comentarios de
Lacan. El sueño central se sirve de un símbolo ambiguo, a la
vez femenino y masculino y de cualidad prcgenital”. Angelo
Hcsnard “está de acuerdo con Lacan que, en el caso analizado
por Bouvet, el plano genital no fue alcanzado”.
Intervenciones de 1^2can cn la S. P. P. 25

El resumen finaliza con la mención de que “el Dr. Bouvet


le responde al Dr. Lacan que él mismo no tuvo la impresión
de que esta enferma hubiese alcanzado el estadio genital y
que había, cn cambio, subrayado que aún había permanecido
en el estadio pregenital”.

XVIII
PSICOANALISIS Y CRIMINOLOGIA
(1950)

Durante la XIII Conferencia de los psicoanalistas de lengua


francesa, Jacqucs Lacan presenta, el 29 de mayo de 1950,
una comunicación bajo el título “ Introducción teórica a las
funciones del psicoanálisis cn criminología”, (firmado con
Michcl Ccnac, pero enteramente redactada por el). Esta
comunicación, que figura en la R.F.P. 1951, N° 1, es reto­
mada en los Escritos. El número de la R.F.P. incluye
igualmente la reseña de la discusión, y un resumen de Lacan
de sus respuestas, que se leerá a continuación.

Resumen de Jacques Lacan

En una serie de respuestas a cada una de las personas que


intervinieron y cuyos momentos es imposible restituir porque
no fueron grabados, especialmente en un largo diálogo con
Hesnard, tuve ocasión de reafirmar las premisas esenciales
que doy por impuestas por la experiencia analítica a todo
desarrollo posible de la criminología.
El análisis, en la medida en que es, dentro de los límites de
ciertas convenciones técnicas, esencialmente diálogo y progre­
so hacia un sentido, mantendrá siempre presente, en el núcleo
de sus consecuencias objctivablcs en términos científicos, la
plenitud dramática de la relación del sujeto con el sujeto; si
el parte en efecto del llamado del hombre al hombre, se de­
26 Intervenciones y textos

sarrolla en una investigación que va más allá de la realidad de


la conducta: señaladamente a la verdad que allí se constituye.
Ningún método pues hará menos posible eludir la relación
dialéctica que vincula el Crimen con la Ley, en tanto que ésta
es a la vez normativa (imperativo categórico) y contingente
(ley positiva). Es decir que él no podrá apoyar ningún
rebajamiento cicntificista o pragmatista del nivel de los
problemas.
Ahora bien, esta es la tendencia misma de la criminología,
tal como ella surge al escuchar el discurso de Hesnard, en la
plena antinomia de sus efectos: a saber que, si ella humaniza­
rá el tratamiento del criminal, no lo hará más que al precio de
un derrocamiento de su humanidad, en la medida en que el
hombre se hace reconocer por su semejante por los actos
cuya responsabilidad asume.
F.l lazareto ciertamente es la solución ideal del problema
que plantea el crimen al idealismo científico. Y sin duda es
válida para prevenir los actos que una determinación orgánica
excluye con certeza del círculo de la interacción social.
Incluso esta exclusión es raramente tan completa como se la
supone demasiado simplemente (e incluso en los estados
epilépticos, casos ejemplares en la materia).
El psicoanálisis extiende el dominio de las indicaciones de
una cura posible del criminal como tal: al manifestar la
existencia de crímenes que sólo tienen sentido comprendidos
en una estructura cerrada de la subjetividad, señaladamente
aquella que excluye al neurótico de la realización auténtica
del otro, ahogando en él las pruebas de la lucha y de la
comunicación social, estructura que lo deja preso de esa raíz
cortada de la consciencia moral que llamamos el superyó, en
otros términos, a la ambigüedad profunda del sentimiento
que aislamos bajo el término de culpabilidad.
Aún debe señalarse que, si el reconocimiento de la morbi­
dez de estos casos permite evitarles felizmente, con la
degradación penitenciaria, el estigma que a ella se liga en núes-
Intervenciones de Locan en la S. P. P. 27

tra sociedad, sigue siendo cierto que la cura no podría ser otra
cosa que una integración por el sujeto de su verdadera
responsabilidad y que igualmente es esto a lo cual se tendía
por vías confusas mediante la búsqueda de una punición que
puede ser quizá más humano dejársela encontrar a él.
La denuncia del Universo mórbido de la falta no puede
tener como corolario ni como fin el ideal de una adaptación
del sujeto a una realidad sin conflictos.
Esto porque la realidad humana no sólo se debe a la
organización social, sino a una relación subjetiva que, por
estar abierta a una dialéctica patética que debe someter lo
particular a lo universal, adquiere su punto de partida en una
alienación dolorosa del individuo en su semejante y encuentra
sus caminos en las retorsiones de la agresividad.
Por eso comprendemos el hecho de esa importante frac­
ción de criminales acerca de los que nos afirma llcsnard,
harto justamente, que no se encuentra en ellos absolutamente
nada que pueda ser delimitado como anomalía psíquica. Y no
es poco que de fe de ello su gran experiencia y su rigor como
clínico cuando ese es el caso corriente «ante el cual el
psiquiatra sin idea preconcebida sigue asombrándose aún.
Sólo el psicoanalista que sabe a qué atenerse en lo
referente a la estructura del yo en tanto tal, comprenderá
también la coherencia de los rasgos que presentan estos
sujetos a los que se nos describe por su idealismo egocéntrico,
su apologética pasional, y esa extraña satisfacción del acto
realizado donde su individualidad parece encerrarse en su
suficiencia.
Esos criminales que hemos llamado aquí criminales del yo
(moi), son las víctimas sin voz de una evolución creciente de
las formas directrices de la cultura hacia relaciones de
coacción cada vez más exterior.
Igualmente la sociedad en que estos criminales se producen
no los toma sin mala consciencia como chivos emisarios y el
papel de vedette que les confiere tan fácilmente manifiesta
28 Intervenciones y textos

con claridad la función real que aseguran en ella. A ello se


debe esc movimiento de la opinión que se complace tanto
más en considerarlos como alienados en la medida en que
reconoce en ellos las intenciones de todos.
Sólo el psicoanálisis, por que sabe cómo desviar las resis­
tencias del yo (moi), es capaz en estos casos de desprender la
verdad del acto, comprometiendo en él la responsabilidad del
criminal por una asunción lógica, que debe conducirlo a la
aceptación de un justo castigo.
¿Quién osaría sin embargo llevar a cabo sin temblar una
tarca tal, si no lo inviste una teología?
Sólo el Estado, con la Ley positiva que él sostiene, puede
dar al acto criminal su retribución. El acto será entonces
sometido a un juicio fundado abstractamente en criterios
formales, en los que se refleja la estructura del poder
establecido. El veredicto dependerá, no sin escándalo pero
tampoco sin razón, del juego de los debates monos verídicos:
a partir de lo cual resulta no menos lógicamente esc reconoci­
miento del derecho del acusado a la mentira, al que se
denomina respeto de la consciencia individual.
Este encadenamiento implacable choca demasiado —al
menos aún por un tiempo— con los valores de verdad
mantenidos en la consciencia pública por las disciplinas
científicas, como para que los mejores espíritus no estén
tentados, bajo el nombre de criminología, por el sueño de un
tratamiento enteramente objetivo del fenómeno criminal.
De esta manera Piprot D’AlIeaumes nos incita a concertar,
con el fin de determinar las condiciones del estado peligroso,
a todas las ciencias del hombre, pero sin tener en cuenta las
prácticas jurídicas en ejercicio.
Ante esto nosotros le decimos entonces: “ Usted vuelve a la
trampa, sin embargo desembozada, de las categorías del
crimen natural Pero la etnografía al igual que la historia nos
testimonia que las categorías del crimen sólo son relativas a
las costumbres y a las leyes existentes. De igual modo que el
Intervenciones de Imc <m en la S. P. P. 29

psicoanálisis le afirma que la determinación mayor del


crimen, es la concepción misma de la responsabilidad que el
sujeto recibe de la cultura en la que vive”.
Por eso Lacan y Cénac escriben: “ La responsabilidad, es
decir, el castigo. . . ” , y vinculan la aparición de la crimino­
logía misma con una concepción de la pena que designan
según Tarde como concepción sanitaria, pero que, por ser
nueva, no deja de inscribirse al igual que las precedentes en
una estructura de la sociedad. Punto de vista que tuvimos el
honor fuese aprobado por varios juristas presentes hoy.
Pero si una tal concepción de la pena fue sostenida por un
movimiento humanitario cuyos fundamentos no se trata de
cuestionar, los progresos de la época luego de Tarde nos han
mostrado sus peligros: a saber la deshumanización que impli­
ca para el condenado.
Decimos que culmina en el límite, para obtener el endere­
zamiento de Cain, en colocar en el campo conccntracionario
exactamente al cuarto de la humanidad. Que se acepte
reconocer en esta imagen en la que encarnamos nuestro
pensamiento, la forma utópica de una tendencia cuyas meta­
morfosis futuras no pretendemos prever, ya que su realización
supondría el establecimiento del Imperio Universal.
Es por ello que es necesaria una conciliación de los
derechos del individuo tal como están garantizados actual­
mente por la organización jurídica (no olvidemos toda la
libertad que está suspendida en la distinción en el régimen
penal entre derecho político y derecho común, por ejemplo)
y los progresos abiertos por la ciencia a nuestra maniobra
psicológica del hombre.
Para una tal conciliación, el psicoanálisis aporta una medi­
da esencial.
Ciertamente es científicamente fecunda, pues define es­
tructuras que permiten aislar ciertas conductas para sustraer­
las de la común medida, y entre las que quedan por examinar,
permite comprender los juegos de espejismo y de compensa­
30 Intervenciones y textos

ción, restablece en su claridad dialéctica ese pegoteo de las


motivaciones agresivas con una alienación fundamental, en la
que naufragan las especulaciones irrisorias de los utilitaristas
sobre el valor intimidante de la pena.
No es de ningún modo hasta las tinieblas de un destino más
imposible de cambiar que todas las incidencias biográficas,
como esclarece, con la noción de automatismo de repetición,
la claridad nocturna de un sentido inscripto en el orden del
cuerpo.
Las nociones conjugadas del superyó, del yo y del ello, no
dependen entonces en modo alguno de una vana casuística y
pueden guiar la acción del pensamiento del pedagogo, del
político y del legislador.
1.a acción concreta del psicoanálisis es benéfica en un
orden duro. Las significaciones que revela en el sujeto
culpable no lo excluyen de la comunidad humana. Hace
posible una cura en la que el sujeto no está alienado de sí
mismo y la responsabilidad que restaura en él responde a la
esperanza que palpita en todo ser deshonrado, de integrarse
en un sentido vivido.
Pero por este hecho afirma también que ninguna ciencia de
las conductas puede reducir la particularidad de cada devenir
humano, y que ningún esquema puede suplir en la realización
de su ser a esa búsqueda en la que todo hombre manifiesta el
sentido de la verdad.
1.a verdad a la que el psicoanálisis puede conducir al
criminal, no puede ser desprendida del fundamento de la
experiencia que la constituye, y ese fundamento es el mismo
que define el carácter sagrado de la acción médica: a saber, el
respeto por el sufrimiento del hombre.
F.l psicoanálisis del criminal tiene sus limites que son
exactamente aquellos en que comienza la acción policial, en
cuyo campo debe rehusar entrar. Por eso no se ejercerá sin
dificultad, incluso allí donde el delincuente, infantil, por
ejemplo, se beneficia con una cierta protección de la ley.
Intervenciones de iMcan en la S. P. P. 31

Pero precisamente porque la verdad que busca es la verdad


de un sujeto es que no puede más que mantener la noción de
la responsabilidad, sin la cual la experiencia humana no
entraña ningún progreso.
INTERVENCION
EN EL PRIMER CONGRESO MUNDIAL DE PSIQUIATRIA
1950

En esta intervención Jacques Locan responde a las


exposiciones presentadas por Franz Alexander,
Anna Freud, Melante Klein y Raymond de Saussu-
re, en el marco de la V Sección del Congreso Mun­
dial, "Psicoterapia, psicoanálisis ",
Este escrito fu e publicado por primera vez en tas
actas del Congreso, tomo V (A.S.I., rr 1172, Paris,
Hermán, 1952).

J .-A .M .

I-a noción de emoción, a la cual el ensayo teórico de


Raymond de Saussure indica un retorno, no nos parece que
pueda suplir a la de situación que la domina, y el epíteto de
alucinado nada cambia en ella, salvo recordamos que toda
retrospección del enfermo, fuera del análisis que la resuelve
en sus significaciones, sólo vale para nosotros bajo la caución
de su control. I-as vacaciones, por ende, consideradas aquí
como realizando el acceso del sujeto al placer, tíos parecen un
criterio excesivamente conformista, por relegar a un segundo
plano toda una historia obsesiva.
También debemos aquí tomar en cuenta la importancia de
la tan justificada advertencia de Thomas de Quincey en lo
que concierne al asesinato, a saber, que lleva al robo, luego a
la mentira y finalmente a la rumiación, y decir que una falta
de lógica condujo a nuestro amigo a una etiología pasada de
moda, a una anamnesis incierta y, para decirlo todo, a la falta
de humor.
Intervención en el I Congreso de Psiquiatría 33

Que interés puede tener, en efecto, traducir nuestra expe­


riencia a las categorías con las que Piaget con sus cuestiona­
rios separa la psicología del niño de una psicología ideal del
adulto que sería la de un filósofo en el ejercicio de sus
funciones: pueden remitirse aquí a los criterios enunciados en
la p. 144 en la distinción de lo subjetivo y de lo objetivo, la
reciprocidad de los puntos de vista, etc., para ver si digo la
verdad.
¿Por qué intentar fundar en estas falaces objetivaciones de
estructura lo que descubrimos por el método totalmente
contrario: a saber, por una dialéctica familiar, a nivel de los
intereses particulares del sujeto, donde la sola virtud de las
significaciones incluidas en el lenguaje, moviliza las imágenes
mismas que sin que lo sepa rigen su conducta y demuestran
reglarla hasta en sus funciones orgánicas?
Nuestro procedimiento parte de la similitud implicada en el
uso de la palabra, similitud supra-individual sin duda como su
soporte, pero por esta vía se realizaron los descubrimientos
impensables para el sentido común, (que esto no disguste a
Alcxander), que no sólo lian conmovido nuestro conocimien­
to del hombre sino, puede decirse, inaugurado el del niño.
¿Pues el hecho de estructura esencial para el estudio del
psiquismo del niño, no es acaso que hablando, con razón, la
lengua de la cual se sirven los adultos, usa sus formas
sintácticas con una precisión llamativa desde los inicios de su
aprendizaje?
Además, no son sólo nuestras las críticas que merecen las
nociones de pensamiento primitivo, de pensamiento mágico,
incluso la de pensamiento vivido, cuya novedad saludo aquí.
Un etnógrafo como Claude IxAi-Strauss quien las articula
definitivamente en el capítulo titulado La ilusión arcaica, de
su obra más importante, las ilustra fácilmente con este
comentario: que a los adultos de las sociedades primitivas sus
propios niños les parecen participar de formas mentales que
para ellos caracterizan al hombre civilizado.
u Intervenciones y textos

Recurramos pues para comprender nuestra experiencia a


los conceptos que se han formado en ella: la identificación,
por ejemplo, y si debemos buscar apoyo en otra ciencia,
tomémoslo en la lingüística, en la noción de fonema por
ejemplo, promovida por RománJakobson, yaque el lenguaje
determina la psicología más de lo que la psicología lo explica.
Que de Saussure nos perdone nuestra crítica de un trabajo
que sigue siendo una muy brillante observación de clínica
psicosomática.
Veremos ahora, en Alexander, cómo una exposición rigu­
rosa del pensamiento de Freud culmina en una completa
inversión de su sentido, bajo la influencia de un factor que
intentaremos definir.
El acento que coloca con justeza sobre el término de
prevcrbal para designar el campo del inconsciente dinámico
nos recuerda, —con la importancia que tienen en él los
fenómenos propiamente lingüísticos del lapsus, del calambur,
etc.,—que Freud exigía de la definición de lo reprimido, que
la situación hubiese sido en algún momento verbalizada.
Mclanie Klein, procediendo en el niño desde la aparición
del lenguaje a un verdadero encantamiento de lo vivido del
estadio infanSy ha despertado objeciones que se deben nada
menos que al eterno problema de la esencia de lo innomi­
nado.
Evocamos aquí su obra no solamente porque Anna Freud,
por más opuesta que ella se haya mostrado a esta suerte de
transgresión que la funda, es la única que la mencionó aquí,
sino porque vemos en este ejemplo ilustre que los frutos de
nuestra técnica sólo pueden ser apreciados sanamente a la luz
de la noción de verdad. Si esta noción, en efecto, puede ser
eliminada en física de las operaciones que se pueden conside­
rar denudadas de sentido; no podemos, bajo pena de sumergir
nuestro pensamiento en las tinieblas, dejar de sostenerla en su
vigor socrático: es decir, olvidar que la verdad es un movi­
miento del discurso, que puede valederamente esclarecer la
intervención en el / Congreso de Psiquiatría 35

confusión de un pasado que ella eleva a la dignidad de la


historia, sin agotar su impensable realidad.
Es, en efecto, esta dialéctica misma la que opera en la cura
y la que se descubre en ella porque ha determinado al hombre
desde su llegada al mundo hasta penetrar toda su naturaleza a
través de las crisis formadoras en las que el sujeto se
identificó alienándose.
Así el ego, síndico de las funciones más móviles por las
cuales el hombre se adapta a la realidad, se nos revela como
una potencia de ilusión, incluso de mentira: es una superes­
tructura comprometida en la alienación social. Si la teoría de
los instintos nos muestra una sexualidad donde ningún
elemento de la relación instintiva: tendencia, órgano, objeto,
escapa a la sustitución, a la inversión, a la conversión, es
porque la necesidad biológica cuyo alcance es supraindivi-
dual, era el campo predestinado a las combinaciones de lo
simbólico así como a las prescripciones de la Ley.
A partir de aqui, al dedicarse en su técnica abreviada a la
igualización de las tensiones del ego, Alcxander puede hacer
un trabajo de ingeniero. Desconoce el espíritu mismo de la
terapéutica freudiana que, planteando id sujeto entre la lógica
que lo lleva al universal y la realidad en la cual se alienó,
respeta el movimiento de su deseo. La verdad que será su
salvación, no está en vuestro poder el dársela, pues ella no
está en ningún lado, ni en su profundidad, ni en ninguna
alforja, ni ante él ni ante usted. Ella es, cuando él la realiza, y
si usted está allí para responderle cuando ella llega, no puede
usted forzarla tomando la palabra en su lugar.
Igualmente, la teoría de la sexualidad que Alcxander
introduce bajo el acápite de la psicosomática nos revela el
sentido de su posición: la sexualidad, lo hemos escuchado, es
una forma específica de descarga para todas las tensiones
psicológicas excesivas. Así la dialéctica freudiana que reveló
la verdad del amor en el regalo cxcremencia! del niño o en sus
exhibiciones motrices, se invierte aquí en un problema de
16 Intervenciones y textos

b.dance fuera de la naturaleza donde la función sexual se


define biológicamente como un exceso de la excreción,
psicológicamente como un prurito nacido de un yo en el
límite de su eficacia.
La teoría nos interesa en tanto que manifiesta que toda
ciencia llamada psicológica debe estar afectada por los ideales
de la sociedad en la que se produce, no ciertamente porque
nosotros la remitamos a lo que la literatura nos enseña sobre
las manifestaciones del sexo en América, sino más bien por lo
que se deduce de ella al lomarla al pie de la letra, a saber: que
los animales mecánicos que se están montando un poco por
todos lados con el mecanismo del feedback, pues ya ven, se
agitan y sufren por sus necesidades, no dejarán de manifestar
dentro de poco nuevas ganas de hacer el amor.
Designemos la carencia subjetiva que se manifiesta aquí en
sus correlatos culturales por la letra c, símbolo al cual es
posible darle cualquier traducción que parezca convenirle.
Kste factor escapa tanto a los cuidados como a la crítica,
mientras el sujeto se satisfaga en él y asegure la coherencia
social. Pero si el efecto de discordancia simbólica que llama­
mos la enfermedad mental, llega a disolverlo, sería nuestra
tarea restaurarlo. Es deseable, por ende, que el analista lo
haya, aunque más no sea mínimamente, superado.
Por eso el espíritu de Freud estará algún tiempo todavía en
el horizonte de todos nosotros, porque también, agradecién­
dole a Anna Freud el habernos recordado una vez más la
amplitud de sus puntos de vista, nos alegramos de que Lévinc
nos informe que algunos, incluso en América, lo consideran,
al igual que nosotros, amenazado.
EL MITO INDIVIDUAL DEL NEUROTICO
Texto establecido por
Jacques -Alain Miller
El mito individual del neurótico fu e una confe­
rencia dada en el Colegio filosófico Jean WahL El
texto fu e difundido en 1953, sin la aprobación de
¡Mean y sin haber sido corregido por é l (cf. Escritos,
T. I, p. 72),
El interés del Psychoanalytical Quaterly de pu­
blicar una traducción, nos llevó a hacer las correc­
ciones necesarias. La presente versión, releída por
el autor, ocupará por lo tanto, el lugar de la "nueva
versión" anunciada en 1966, que no fu e hecha.
Im traducción realizada por la Sra. Martha Evans
debe aparecer en una próxima edición de la revista
americana.
J . -A. M.
Septiem bre de 1978

Voy a hablarles de un tema que debo realmente calificar de


nuevo y que como tal es difícil.
La dificultad de esta exposición de ningún modo le es
intrínseca. Ella se debe al hecho de que trata de algo nuevo
que tanto mi experiencia analítica como la tentativa que
hago, en el curso de una enseñanza llamada de seminario, de
profundizar la realidad fundamental del análisis me han
permitido percibir. Extraer esa parte original fuera de esa
enseñanza y fuera de esa experiencia, para hacerles sentir su
alcance, entraña dificultades muy especiales en la exposición.
Por eso les pido de antemano indulgencia por si quizá
aparece alguna dificultad en la captación, al menos en un
primer abordaje, de lo que sigue.

El psicoanálisis, debo recordarlo como preámbulo, es una


disciplina que, dentro del conjunto de las ciencias, se nos
aparece con una posición verdaderamente particular. Se dice
a menudo que ella no es una ciencia hablando estrictamente,
lo que parece implicar por contraste que ella es simplemente
38 Intervenciones y textos

un arte. Este es un error, si se entiende por arte que ella no es


más que una técnica, un método opcracional, un conjunto de
recetas. Pero no lo es si se emplea esa palabra, un arte, en el
sentido en que se la empleaba en la Edad Media cuando se
hablaba de las artes liberales; conocen ustedes su serie que va
desde la astronomía a la dialéctica pasando por la aritmética,
la geometría, la música y la gramática.
Nos es difícil ciertamente aprehender hoy la función y el
alcance en la vida y en el pensamiento de los maestros
medievales de esas artes llamadas liberales. Sin embargo, es
cierto que lo que las caracteriza y las distingue de las ciencias
que surgieron de ellas es que mantenían en primer plano lo
que puede llamarse una relación fundamental con la medida
del hombre. ¡Pues bien! el psicoanálisis es actualmente la
única disciplina comparable quizá con esas artes liberales, ya
que preserva esa relación de medida del hombre consigo
mismo; relación interna, cerrada sobre sí misma, inagotable,
cíclica, que entraña por excelencia el uso de la palabra.
Tal es lo que hace que la experiencia analítica no sea
decisivamente objctivable. Implica siempre en el seno de ella
misma la emergencia de una verdad que sólo puede ser dicha,
porque lo que la constituye es la palabra, y porque sería
necesario de algún modo decir la palabra misma, que es,
hablando estrictamente, lo que no puede ser dicho en tanto
que palabra.
Vemos surgir del psicoanálisis, por otra parte, métodos que
tienden a objetivar medios de actuar sobre el hombre, sobre
el objeto humano. Pero no son más que técnicas derivadas de
ese arte fundamental que es el psicoanálisis en tanto que está
constituido por esa relación intersubjetiva que no puede, se
los dije, ser agotada, pues es la que nos hace hombres. Es, sin
embargo, aquello que nos vemos llevados a intentar expresar
de todos modos en una fórmula que da su esencia, a ello se
debe que exista en el seno de la experiencia analítica algo que
es hablando con propiedad un mito.
E l m ito individual 39

El mito es lo que da una forma discursiva a algo que no


puede ser transmitido en la definición de la verdad, porque la
definición de la verdad sólo puede apoyarse sobre ella misma
y la palabra en tanto que progresa la constituye. 1.a palabra
no puede captarse a sí misma ni captar el movimiento de
acceso a la verdad como una verdad objetiva. Sólo puede
expresarla de modo m ítico.En este sentido puede decirse que
aquello en lo cu¿d la teoría analítica concretiza la relación
iiucrsubjetiva, que es el complejo de Edipo, tiene un valor de
mito.
Me referiré hoy a una serie de hechos de experiencia que
intentaré ejemplificar a propósito de esas formaciones que
constatamos en lo vivido por los sujetos que tomamos en
análisis, los sujetos neuróticos por ejemplo, y que son
conocidos por todos aquellos a quien la experiencia analítica
no les es totalmente ajena. Estas formaciones necesitan
aportarle al mito cdípico, en tanto que está en el centro de la
experiencia analítica, ciertas modificaciones de estructura
que son correlativas a los progresos que realizamos nosotros
mismos en la comprensión de la experiencia analítica. Esto es
lo que nos permite, en segundo grado, captar que la teoría
analítica está enteramente subtendida por el conflicto funda­
mental que, por intermedio de la rivalidad con el padre,
vincula al sujeto con un valor simbólico esencial; pero esto,
como verán, está siempre en función de cierta degradación
concreta, quizá ligada a circunstancias sociales especiales, de
la figura del padre. La experiencia misma está tendida entre
esta imagen del padre, siempre degradada, y una imagen cuya
dimensión nuestra práctica nos permite cada día captar
mejor, y medir sus incidencias en el analista mismo, en tanto
que, bajo una forma seguramente velada y casi renegada por
la teoría analítica, adquiere de todos modos, de manera casi
clandestina, en la relación simbólica con el sujeto, la posición
de ese personaje muy borrado por la declinación de nuestra
historia, que es el del amo: el del maestro moral, el del amo
40 Intervenciones y textos

que instituye en la dimensión de las relaciones humanas


fundamentales a quien está en la ignorancia y que lo prepara
para lo que puede llamarse el acceso a la conciencia, incluso
a la sabiduría, en la toma de posesión de la condición
humana.
Si confiamos en la definición del mito como una cierta
representación objetivada de un epos o de una gesta que
expresa de modo imaginario las relaciones fundamentales
características de cierto modo de ser humano en una época
determinada; si lo comprendemos como la manifestación
social latente o patente, virtual o realizada, plena o vaciada de
su sentido, de esc modo del ser, es indudable que podemos
volver a encontrar su función en la vivencia misma de un
neurótico. 1.a experiencia nos proporciona, en efecto, toda
suerte de manifestaciones acordes con este esquema y de las
que puede decirse que se tratan, hablando estrictamente, de
mitos; se los mostraré con un ejemplo que creo es de los más
familiares para todos aquellos de entre ustedes que se intere­
san en estas cuestiones, que tomaré de una de las grandes
observaciones de Freud.
Estas observaciones se benefician periódicamente con un
recrudecimiento del interés en la enseñanza, lo que no impide
que uno de nuestros eminentes colegas manifestase reciente­
mente respecto a ellas —lo escuché de su boca—una suerte de
desprecio. La técnica, decía, es en ellas tan torpe como
arcaica. Después de todo, esto puede sostenerse si se piensa
en el progreso que hemos realizado tomando conciencia de
la relación intersubjetiva, y sólo interpretando a través de las
relaciones que se establecen entre el sujeto y nosotros en la
actualidad en las sesiones. ¿Pero mi interlocutor debía llevar
las cosas hasta el punto de decir que los casos de Freud
estaban mal elegidos? Puede decirse, ciertamente, que todos
son incompletos, que para muchos se trata de psicoanálisis
detenidos, de fragmentos de análisis. Pero esto mismo debería
incitamos a reflexionar y a preguntamos por qué Freud hizo
El m ito individual 41

esta elección. Esto, obviamente, si confiamos en Freud. Y es


necesario confiar en el.
Esto no es decirlo todo, como proseguía aquel que emitía
los comentarios que les he relatado, que seguramente esto
tiene al menos el carácter alentador de mostramos que basta
con un granito de verdad en algún lado para que esta llegue a
hacerse transparente y a surgir pese a los obstáculos que la
exposición le opone. No creo que sea ésta una visión justa de
las cosas. A decir verdad, el árbol de la práctica cotidiana le
ocultaba a mi colega la dimensión del bosque que surgió de
los textos freudianos.
Elegí para ustedes *W Hombre de las ratas” y creo poder
justificar en esta ocasión el interés de Freud por este caso.

II

Se trata de una neurosis obsesiva. 1‘ienso que ninguno de


los que han acudido a escuchar la presente conferencia deja
de haber oído hablar de lo que se considera como la raíz y la
estructura de esta neurosis, a saber, la tensión agresiva, la
fijación instintiva, etc. El progreso de la teoría analítica
colocó en el origen de nuestra comprensión de la neurosis
obsesiva una elaboración genética extremadamente compleja
y, sin duda, tal elemento, tal fase de los temas fantasmáticos
o imaginarios que tenemos el hábito de encontrar siempre en
el análisis de una neurosis obsesiva, se vuelven a encontrar en
la lectura del “Hombre de las ratas”. Pero este lado tranquili­
zante, que siempre tienen para quienes leen o para quienes
aprenden, los pensamientos familiares, vulgarizados, enmasca­
ra quizás al lector la originalidad de esta observación y su
carácter especialmente significativo y convincente.
Este caso toma su título, como saben, de un fantasma
realmente fascinante que tiene, en la psicología de la crisis
que pone al sujeto al alcance del analista, una función
evidente de desencadenamiento. Es el relato de un suplicio
42 Intervenciones y textos

que siempre se benefició de una iluminación singular, incluso


de una verdadera celebridad, y que consiste en la introducción
de una rata, excitada por medios artificiales, en el recto del
supliciado, por medio de un dispositivo más o menos inge­
nioso. La primera escucha de este relato provoca en el sujeto
un estado de horror fascinado, que no desencadena su
neurosis, pero que actualiza sus temas y suscita la angustia.
Le sigue toda una elaboración cuya estructura deberemos ver.
Este fantasma es ciertamente esencial para la teoría del
determinismo de una neurosis y se vuelve a encontrar en
numerosos temas en el curso de la observación. ¿Quiere decir
que en ello reside todo su interés? No sólo no lo creo, sino
que estoy seguro que en toda lectura atenta se percibirá que
su interés principal surge de la extrema particularidad del
caso.
Como Freud siempre lo subrayó, cada caso debe ser
estudiado en su particularidad, exactamente como si ignoráse­
mos toda la teoría. Lo que hace la particularidad de este caso,
es el carácter manifiesto, visible, de las relaciones en juego. El
valor ejemplar de este caso particular reside en su simplicidad,
del mismo modo que en geometría puede decirse que un caso
particular puede tener una deslumbrante superioridad de
evidencia en relación a la demostración, cuya verdad, debido
a su carácter discursivo, permanecerá velada bajo las tinieblas
de una larga serie de deducciones.
En esto consiste la originalidad del caso, y se le presenta a
todo lector algo atento.
La constelación —¿por qué no? , en el sentido en que
hablan de ella los astrólogos—, la constelación original que
presidió el nacimiento del sujeto, su destino y diría casi su
prehistoria, a saber las relaciones familiares fundamentales
que estructuraron la unión de sus padres, resulta tener una
relación muy precisa y quizá definible a través de una
fórmula de transformación, con lo que aparece como más
contingente, más fantasmático, más paradójicamente mórbi­
El m ito individual 43

do en su caso, a saber, el estado último de desarrollo de su


gran aprehensión obsesiva, el argumento imaginario al cual
llega como a la solución de la angustia vinculada con el
desencadenamiento de la crisis.
La constelación del sujeto está formada en la tradición
tamiliar por el relato de cierto número de rasgos que
especifican la unión de los padres.
Debe saberse que el padre fue suboficial al comienzo de su
carrera y que siguió siendo muy “suboficial”, con la nota de
autoridad, pero algo irrisoria, que esto entraña. Cierta deva­
luación lo acompaña de modo permanente en la estima de sus
contemporáneos y una mezcla de desafío y de brillo compo­
nen un personaje convencional que se vislumbra a través del
hombre simpático descripto por el sujeto. Este padre se
encontró en posición de hacer lo que se llama un casamiento
ventajoso: su mujer pertenece a un medio mucho más elevado
en la jerarquía burguesa y le aportó a la vez los medios de
vida y la situación misma con la que se beneficia en el
momento en que van a tener a su hijo. El prestigio está pues
del lado de la madre. Y una de las bromas más frecuentes
entre estas personas, que en principio se entienden bien y
parecen incluso vinculadas por un afecto real, es una especie
de juego que consiste en un diálogo entre los esposos: la
mujer hace una alusión divertida a cuán prendado estuvo su
marido, justo antes del casamiento, de una joven pobre pero
linda, y el marido exclama y afirma en cada ocasión que se
trata de algo tan fugitivo como lejano y olvidado. Pero este
juego, cuya repetición misma implica quizá que entraña
cierto artificio, impresionó ciertamente de manera profunda
al joven sujeto que será más tarde nuestro paciente.
Otro elemento del mito familiar tiene mucha importancia.
El padre tuvo, en el curso de su carrera militar, lo que se
puede llamar en términos púdicos, problemas. No hizo ni más
ni menos que dilapidar, jugando, los fondos del regimiento,
de los que era depositario a causa de sus funciones. Debió su
44 Intervenciones y textos

honor, incluso su vida, al menos en el sentido de su carrera,


del papel que pudo seguir teniendo en la sociedad, a la
intervención de un amigo, que le prestó la suma que debía
reembolsar > que resultó de este modo su salvador. Se habla
aún de esc momento como de un episodio verdaderamente
importante y significativo del pasado paterno.
Así es entonces como se presenta la constelación familiar
del sujeto. El relato sale pedazo por pedazo en el curso del
análisis, sin que el sujeto lo una de ningún modo con nada de
lo que ocurre en el momento actual. Es necesaria toda la
intuición de Freud para comprender que están allí los
elementos esenciales del desencadenamiento de la neurosis
obsesiva. El conflicto mujer rica/mujer pobre se reproduce
exactamente en la vida del sujeto en el momento en que su
padre lo empujaba a casarse con una mujer rica y es entonces
cuando se desencadena la neurosis propiamente dicha. Apor­
tando este hecho, el sujeto dice casi al mismo tiempo: “Le
digo aquí algo que ciertamente no tiene ninguna relación con
todo lo que me ocurrió ”. Entonces, Freud se percata de
inmediato de la relación.
Lo que se ve, en electo, sobrevolando panorámicamente la
observación, es la estricta correspondencia entre estos ele­
mentos iniciales de la constelación subjetiva y el desarrollo
último de la obsesión fantasmática. ¿Cuál es este desarrollo
último.-’ I^a imagen del suplicio engendró primero en el
sujeto, según el modo del pensamiento propio del obsesivo,
toda suerte de temores, a saber, que ese suplicio pudiera serle
infligido un día a las personas que le eran más queridas y,
principalmente, o bien a esc personaje de la mujer pobre
idealizada a la cual le consagra un amor cuyo estilo y valor
propio veremos enseguida -e s la forma misma del amor de la
que es capaz el sujeto obsesivo—o bien, más paradójicamente
aún, a su padre que, sin embargo, ha muerto ya en ese
momento y se ve reducido a un personaje imaginado en el
más allá. Pero el sujeto se vio llevado finalmente a comporta-
E l m ito individual 4'

micntos que nos muestran que las construcciones ncuróti« .t*


del obsesivo terminan a veces por confinar con las construí
ciones delirantes.
Se encuentra en la situación de tener que pagar el precio de
un objeto que no es indiferente precisar, un par de anteojos
que le pertenecen, que se le perdieron en el curso de las
grandes maniobras durante las cuales se le hizo el relato del
suplicio en cuestión y en la que se desencadenó la crisis
actual: pide el reemplazo urgente de sus anteojos a su óptico
de Viena —pues todo esto ocurre en la antigua Austria-Hun-
gría, antes del inicio de la guerra del 14— y por un correo
expreso éste le envía una pequeña encomienda que contiene
el objeto. Ahora bien, el mismo capitán que le contó la
historia del suplicio y que lo impresiona mucho por cierta
ostentación de gustos crueles, le informa que debe reembol­
sarle su costo a un teniente A, que se ocupa de los asuntos del
correo y que se supone ha desembolsado la suma en su lugar.
En torno a esta idea del reembolso la crisis conoce su
desarrollo último. El sujeto se hace un deber neurótico de
reembolsar la suma, pero en ciertas condiciones muy preci­
sas. Se impone este deber a sí mismo bajo la forma de un
mandamiento interior que surge en el psiquismo obsesivo, en
contradicción con su primer movimiento que se había expre­
sado bajo la forma “no pagar”. Helo aquí, por el contrario,
vinculado consigo mismo por una suerte de juramento,
"pagar a A -A Ahora bien, se percata muy rápido que este
imperativo absoluto nada tiene de adecuado, ya que no es A
quien se ocupa de los asuntos del correo sino un teniente B.
Esto no es todo. En el momento mismo en que todas estas
elucubraciones se producen en él, el sujeto sabe perfectamen­
te, como se descubre luego, que en realidad tampoco le debe
esa suma al teniente B, sino sencillamente a la señora del
correo, que tuvo la amabilidad de confiar en B, señor
honorable que es oficial y que se encuentra en los alrededo­
res. Sin embargo, hasta el momento en que llegará a confiarse
46 Intervenciones y textos

a los cuidados de Freud, el sujeto estará en un estado de


angustia máximo, perseguido por uno de esos conflictos tan
característicos de la vivencia de los obsesivos, que gira
enteramente en torno al siguiente argumento, puesto que se
juró que le reembolsaría la suma a A, conviene, a fin de que
no le ocurran a aquellos a quienes más ama las catástrofes
anunciadas por la obsesión, que le haga reembolsar a la
generosa dama del correo por el teniente A, que ante él ésta
le de la suma en cuestión al teniente B y que él le reembolse
entonces al teniente A, cumpliendo así su juramento al pie de
la letra. Me aquí adonde lo lleva, por esa deducción propia de
los neuróticos, la necesidad interior que lo dirige.
No pueden no reconocer, en este argumento que implica el
paso de cierta suma de dinero del teniente B a la generosa
«lama del correo que pagó, luego de la dama a otro personaje
masculino, un esquema que, complementario en algunos
pumos, suplementario en otros, paralelo de cierta manera c
inverso de otra, es el equivalente de la situación original, en
tanto que ella pesa con un peso cierto sobre el espíritu del
sujeto y, sobre todo, lo qtic hace de él ese personaje con un
modo de relaciones muy especial hacia los otros que se llama
un neurótico.
Obviamente, este argumento es imposible de seguir. El
sujeto sabe perfectamente que no le debe nada ni a A ni a B,
sino a la dama del correo, y que si el argumento se realizase,
sería ella a fin de cuentas quien estaría allí para cobrar. De
hecho, como ocurre siempre en la vivencia de los neuróticos,
la realidad imperativa de lo real pasa por delante de todo lo
que lo atormenta infinitamente; que lo atormenta hasta en el
tren que lo lleva en la dirección exactamente contraria a
aquella que hubiera debido tomar para ir a cumplir ante
la dama del correo la ceremonia expiatoria que le parecía tan
necesaria. Diciéndose al mismo tiempo en cada estación que
todavía podía descender, cambiar de tren, volver; se dirige
hacia Viena, donde va a confiarse a Ercud, y se contentará
El m ito individual 47

simplemente, una vez comenzado el tratamiento, con enviarle


un giro a la dama del correo.
Este argumento fantasmático se presenta como un peque­
ño drama, una gesta, que es precisamente la manilestación de
lo que llamo mito individual del neurótico.
Refleja, en efecto, de un modo sin duda cerrado para el
sujeto, pero no absolutamente, lejos de ello, la relación
inaugural entre el padre, la madre y el personaje, mas o
menos borrado en el pasado, del amigo. Esta relación no es
dilucidada, evidentemente, del modo puramente fáctico en
que se las he expuesto, pues ella sólo adquiere su valor de la
aprehensión subjetiva que de ella tuvo el sujeto.
¿Qué da su carácter mítico a este pequeño argumento
fantasmático? No es simplemente el hecho de que ponga en
escena una ceremonia que reproduce más o menos exacta­
mente la relación inaugural que se encuentra en ella como
oculta, la modifica en el sentido de cierta tendencia. Por un
lado, tenemos en el origen una deuda del padre en relación al
amigo; pues omití decir que nunca volvió a encontrar al
amigo -lo cual sigue siendo misterioso en la historia origi­
nal—y nunca pudo reembolsar su deuda. Por otro, hay en la
lustoria del padre sustitución, sustitución de la mujer pobre
por la mujer rica. Ahora bien, en el interior del fantasma
desarrollado por el sujeto, observamos algo así como un
intercambio de los términos terminales de cada una de estas
relaciones funcionales. La profundización de los hechos
fundamentales de que se trata en la crisis obsesiva muestra, en
efecto, que el objeto del deseo tantalizante que tiene el sujeto
de volver al lugar donde está la dama del correo no es para
nada esa dama misma, sino un personaje que en la historia
reciente del sujeto encarna a la mujer pobre, una sirvienta, de
posada que encontró, en el curso de las maniobras, en la
atmósfera de calor heroico que caracteriza la fraternidad
militar, y con la cual se libró a alguna de esas operaciones de
pellizcar el trasero en que se expanden amablemente estos
48 Intervenciones y textos

generosos sentimientos. Para extinguir la deuda, de algún


modo hay que devolverla, no al amigo, sino a la mujer pobre
y, por esta vía, a la mujer rica que lo sustituye en el
argumento imaginado.
1odo ocurre como si los impasses propios de la situación
original se desplazasen a otro punto de la red mítica, como si
lo que no estuviese resuelto aquí se reprodujese siempre allí.
Para comprender bien es necesario ver que en la situación
original, tal como se las he pintado, hay una doble deuda.
Existe por un lado la frustración, incluso una suerte de
castración del padre. Existe, por otro, la deuda social nunca
resuelta implicada en la relación con el personaje, en un
segundo plano, del amigo. Esto es algo muy diferente de la
relación triangular considerada como típica en el origen del
desarrollo neurotizante. I,a situación presenta una suerte de
ambigüedad, de diplopía; el elemento de la deuda está
colocado en dos planos a la vez y es, precisamente, en la
imposibilidad de hacer que ambos planos se reúnan donde se
juega todo el drama del neurótico. Al intentar hacerlos
recubrirse el uno con el otro, realiza una operación giratoria,
nunca satisfactoria, que nunca llega a cerrar su ciclo.
En efecto, esto se produce en la continuación de las cosas.
¿Qué ocurre cuando el hombre de las ralas se confía a
Frcud? En un primer tiempo, Frcud substituye muy directa­
mente sus relaciones afectivas con un amigo que cumplía un
papel de guía, de consejero, de protector, de tutor tranquili­
zante, y que le decía regularmente, luego de haber recibido la
confidencia de sus obsesiones y de sus angustias: '‘Nunca
hiciste el mal que crees haber hecho, no eres culpable, no le
prestes atención Kreud es colocado pues en el lugar del
amigo. Muy rápidamente se desencadenan fantasmas agresi­
vos. No están ligados únicamente, lejos de eso, a la substitu­
ción de frcud al padre, como la intcrprctacmn de Kreud
mismo tiende sin cesar a manifestar, sino más bien, como en
el fantasma, a la sustitución del personaje llamado la mujer
E l m ito individual 49

rica por el amigo. Rápidamente, en efecto, en esa especie de


corto delirio que constituye, al menos en los sujetos profun­
damente neuróticos, una verdadera fase pasional en el interior
mismo de la experiencia analítica, el sujeto empieza a
imaginar que Kreud no desea nada menos que darle su propia
hija, con la cual fantásticamente hace un personaje dotado de
lodos los bienes de la tierra y que se representa en la forma
bastante singular de un personaje provisto de anteojos de
bosta en los ojos. La substitución pues del personaje de Kreud
por un personaje ambiguo, a la vez protector y maléfico, al
que le endilga anteojos que marcan suficientemente la rela­
ción narcisista con el sujeto, El mito y el fantasma aquí se
reúnen, y la experiencia pasional vinculada con la vivencia
actual de la relación con el analista, da su trampolín, por el
rodeo de las identificaciones que ella entraña, a la resolución
de cierto número de problemas.
He tomado aquí un ejemplo muy particular. Pero quisiera
insistir sobre lo que es una realidad clínica, que puede servir
de orientación en la experiencia analítica; hay en el neurótico
una situación de cuarteto, que se renueva sin cesar, pero que
no existe en un plano único.
Para esquematizar digamos que tratándose de un sujeto de
sexo masculino, su equilibrio moral y psíquico exige la
asunción de su propia función; hacerse reconocer como tal en
su función viril y en su trabajo, asumir sus frutos sin
conflicto, sin tener el sentimiento de que es algún otro el que
lo merece o que él mismo no lo tiene más que por casualidad,
sin que se produzca esa división interior que hace del sujeto el
testigo alienado de los actos de su propio yo (moi). Esta es la
primera exigencia. La otra es la siguiente: un goce que se
puede calificar como pacífico y unívoco del objeto sexu;d
una vez que éste ha sido elegido y le es concedido para toda
la vida.
i Pues bien! Cada vez que el neurótico logra o tiende a
lograr, la asunción de su propio papel, cada vez que se vuelve
so Intervenciones y textos

de algún modo idéntico a sí mismo, cada vez que se asegura


de lo bien fundado de su propia manifestación en su contexto
social determinado, el objeto, el partenaire sexual, se desdo­
bla: aquí bajo la forma mujer rica o mujer pobre. l,o
impactante en la psicología del neurótico -basta entrar, ya
no en el fantasma, sino en la vida real del sujeto para
palparlo— es el aura de anulación que rodea del modo más
iamiliar al partenaire sexual que para él tiene mayor realidad,
que le es más próximo, con el cual tiene en general los
vínculos más legítimos, ya se trate de una relación o de un
matrimonio. .Por otro lado, se presenta un personaje que
desdobla al primero y que es objeto de una pasión más o
menos idealizada, que se desarrolla de manera mas o menos
lamasinática, con un estilo análogo al del amor pasión y qui­
lo empuja hacia una identificación de orden mortal.
Si, por un lado, en otra faz de su vida, el sujeto hace un
esfuerzo para volver a encontrar la unidad de su sensibilidad,
es entonces en el otro extremo de la cadena, en la asunción
de su propia lunción social y de su propia virilidad —porque
elegí el caso de un hombre— donde ve aparecer a su lado un
personaje con el cual tiehe también una relación narráis tica
en tanto que relación mortal. A éste le delega la tarea de
representarlo en el mundo y de vivir en su lugar. No es él
verdaderamente, él se siente excluido, fuera de su propia
vivencia, no puede asumir sus particularidades y sus contin­
gencias, no se siente en armonía con su existencia y el
impasse se reproduce.
Es bajo esta forma muy especial del desdoblamiento
narcisístico donde yace el drama del neurótico, en relación
con el cual adquieren todo su valor las diferentes formaciones
míticas cuyo ejemplo les di en su momento bajo la forma de
fantasmas, pero que se puede encontrar también bajo otras
formas, en los sueños por ejemplo. Tengo numerosos ejem­
plos de ello en los relatos de mis pacientes. Es allí donde
verdaderamente puede mostrársele aJ sujeto las particulari-
E l mito individual Sì

dadcs originales de su caso, de un modo mucho más riguroso


y vivido para el que según los esquemas tradicionales surgidos
de la tematización triangular del complejo de Edipo.
Quisiera citarles otro ejemplo y mostrarles su coherencia
con el primero. Tomaré con este fin un caso muy cercano a la
observación del “Hombre de las ratas”, pero que se refiere a
un tema de un orden muy diferente: a la poesía o a la ticción
literaria. Se trata de un episodio de la juventud de Goethe,
que este nos narra en “Poesía y v e r d a d No se los traigo
arbitrariamente: en efecto, es uno de los temas literarios más
valorizados en las confidencias del hombre de las ratas.

III

Goethe tiene veintidós años, vive en Estrasburgo, y ocurre


entonces el célebre episodio de su pasión por Federica Brion,
por la cual conservó hasta una época avanzada de su vida, una
gran nostalgia. Ella le permitió superar la maldición que había
sido echada sobre él por uno de sus amores anteriores, la
llamada Lucinda, en lo que se refiere a todo acercamiento
amoroso con una mujer, muy especialmente al beso en los
labios.
La escena vale la pena de ser contada. Esta Lucinda tiene
una hermana, personaje un poco demasiado astuto para ser
honesto, que está dedicada a persuadir a Goethe de los
estragos que él hace sobre la pobre joven. Le ruega a la vez
que se aleje y que le de a ella, la astuta, la prenda del último
beso. Entonces Lucinda los sorprende y dice: “Malditos sean
para siempre esos labios. Que la desgracia le ocurra a la
primera que reciba su h o m e n a j e No sin razón Goethe,
entonces en toda la infatuación de la adolescencia conquista­
dora, acoge esta maldición como una prohibición que, en lo
sucesivo, obstaculiza el camino en todas sus aventuras amoro-
sas. Nos cuenta entonces como, exaltado por el descubrimien­
to de esa joven encantadora que es Federica Brion, llega por
52 Intervenciones y textos

primera vez a superar la prohibición y siente la ebriedad de su


triunfo, luego de la aprehensión de algo más fuerte que sus
propias interdicciones interiores asumidas.
Este es uno de los episodios más enigmáticos de la vida de
Goethe y no menos extraordinario que el abandono de
Federica. También los Goethesforscher —al igual que los
stendhalíanos, los bossuelistas, se trata de gente muy particu­
lar que se vinculan con uno de estos autores cuyas palabras
han dado forma a nuestros sentimientos y dedican su tiempo
a urgar los papeles en los armarios para analizar lo que el
genio puso en evidencia—los Goethesforscher estudiaron este
hecho. Nos h¿in dado toda clase de razones, cuyo catálogo no
quisiera hacer aquí. Es cierto que todas tocan esa suerte de
fílisteísmo que es correlativo de tilles investigaciones cuando
ellas se desarrollan en el plano común. Tampoco está exclui­
do que haya siempre, en efecto, alguna oscura disimulación
de fílisteísmo en las manifestaciones de las neurosis, pues en
el caso de Goethe se trata de una tal manifestación, como se
los mostrarán las consideraciones que ahora voy a exponer.
Hay un número de rasgos enigmáticos en el modo en que
Goethe aborda esta aventura, diría casi que la clave del
problema se encuentra en sus antecedentes inmediatos.
Para decirlo brevemente, Goethe, que vive entonces en
Estrasburgo con uno de sus amigos, conocía desde hace largo
tiempo la existencia en una aldea de la familia abierta,
amable, acogedora del pastor Brion. Pero cuando va allí, se
rodea de precauciones cuyo carácter divertido nos cuenta en
su biografía. A decir verdad, al examinar los detalles, no po­
demos dejar de asombramos de la estructura verdaderamente
tortuosa que revelan.
Ante todo, cree deber ir disfrazado. Goethe, hijo de un
gran burgués de Francfort, que se distingue entre sus camara­
das por la soltura de sus modales, por el prestigio de su
atuendo, por un estilo de superioridad social, se disfraza de
estudiante de teología, con una sotana muy especialmente
E l m ito individual 53

raída y descosida. Parte con su amigo y a lo largo de todo el


trayecto no hacen más que reírse a carcajadas. Pero, obvia­
mente, le resulta muy fastidioso a partir del momento en que
la realidad de la seducción evidente, deslumbradora, de la
joven, surgida en medio de esa atmósfera familiar le hace
comprender que si quiere mostrarse con todo su atractivo y
en su mejor forma debe cambiar lo más rápidamente posible
esc asombroso disfraz, que para nada lo favorece.
Las justificaciones que da de este disfraz son muy extrañas.
Evoca nada menos que el disfraz que vestían los dioses para
descender en medio de los mortales; el mismo señala que en
el estilo del adolescente que era entonces esto parece indicar,
más que infatuación, algo que confina con la megalomanía
delirante. Si observamos en detalle las cosas, el texto de
Goethe nos muestra cuál es su opinión al respecto. Los dioses
al disfrazarse buscaban sobre todo evitarse disgustos, en
suma, era un modo de no sentir como ofensiva la familiaridad
de los mortales. Lxis dioses lo que más arriesgan perder
cuando descienden hasta los mortales es su inmortalidad y la
única manera de escapar a esa perdida es, precisamente,
poniéndose a su nivel.
En efecto, se trata de algo semejante. La continuación lo
demuestra aún mejor, cuando Goethe retorna hacia Estras­
burgo para volverse a poner sus hermosos atavíos, no sin
haber experimentado, un poco tardíamente, su falta de
delicadeza al presentarse bajo una forma que no era la suya,
habiendo engañado así la confianza de esa gente que lo
acogió con encantadora hospitalidad; verdaderamente se en­
cuentra en el relato la nota misma de lo gernütlich.
Retoma entonces a Estrasburgo. Pero, lejos de ejecutar su
deseo de retomar pomposamente vestido a la aldea, no
encuentra nada menor que substituir su primer disfraz por un
segundo, que toma prestado del mozo de una posada. Se
presentará esta vez disfrazado de un modo aún más extraño,
más discordante que la primera vez y además maquillado. Sin
54 Intervenciones y textos

duda, coloca la cosa en el plano del juego, pero este juego se


toma cada vez más y más significativo: a decir verdad, ni
siquiera se coloca a nivel del estudiante de teología, sino
ligeramente por debajo. Se hace el bufón. Y todo esto está
entremezclado voluntariamente con una serie de detalles que
hacen que en suma todos los que colaboran en esta farsa
sientan muy bien que se trata de algo estrechamente vincula­
do con el juego sexual, con la parada.
Hay incluso algunos detalles que deben su valor, si puede
decirse, a su inexactitud. Como el título “Dichtung und
Wahrheit" lo indica, Goethe tuvo consciencia de que tenía
derecho a organizar y armonizar sus recuerdos con ficciones
que colmasen sus lagunas que, sin duda, no tenía el poder de
colmarlas de otro modo. El ardor de aquellos que, como dije
recién, siguen el menor rastro de los grandes hombres,
demostró la inexactitud de algunos detalles, que son por ende
mucho más reveladores sobre lo que se puede llamar las inten­
ciones reales de toda la escena. Cuando Goethe se presentó
maquillado, vestido como mozo de posada, y se divirtió
largamente en el quid pro quo resultante era, dice, portador
de una torta de bautismo que le había sacado también. Ahora
bien, los Goethesforscher demostraron que seis meses antes y
seis meses después del episodio de Federica, no hubo ningún
bautismo en el país. 1^ torta de bautismo, homenaje tradicio­
nal al pastor, no puede ser otra cosa salvo un fantasma de
Goethe, y adquiere asi a nuestros ojos todo su valor significa­
tivo. Implica la función paterna, pero precisamente en tanto
que Goethe se especifica por no ser el padre, sino tan sólo
quien aporta algo y quien no tiene más que una relación exter­
na con la ceremonia; se hace su suboficiante, no su héroe prin­
cipal. En forma tal que toda la ceremonia de su escapada apa­
rece, en verdad, no sólo como un juego, sino mucho más pro­
fundamente como una precaución y se ubica en el registro do­
lo que yo llamaba recién el desdoblamiento de la función per­
sonal del sujeto en las manifestaciones míticas del neurótico.
El m ito individual 55

¿Por qué Goethe actúa así? Muy sensiblemente tiene


miedo, como lo manifestará lo que sigue luego, pues esta
relación sólo irá declinando. Lejos de que el desencanta­
miento, que el haber levantado el hechizo de la maldición
original, se haya producido después de que Goethe osó
franquear su barrera, nos percatamos en cambio por todo
tipo de formas sustitutivas —la noción de sustitución está
indicada en el texto de G oethe- que sus temores respecto a
la realización de ese amor fueron siempre crecientes. Todas
las razones que se le pudo dar —deseo de no vincularse, de
preservar el destino sagrado de poeta, incluso la diferencia de
nivel social— no son más que formas hábilmente racionaliza­
das, superficie de la corriente infinitamente más profunda
que es la de la fuga ante el objeto deseado. Ante la meta,
vemos producirse nuevamente un desdoblamiento del sujeto,
su alienación en relación consigo mismo, las maniobras por
las que se da un sustituto sobre el cual deben recaer las
amenazas mortales. Una vez que ha reintegrado a esc susti­
tuto en sí mismo, se ve imposibilitado de alcanzar la meta.
No puedo darles esta noche más que la tcmatización
general de esta aventura, pero sepan que hay allí una
hermana, el doble de Federica, que viene a completar la
estructura mítica de la situación. Si retoman el texto de
Goethe, verán que aquello que puede parecerles en una
exposición rápida como una construcción, está confirmado
por otros detalles diversos c impactantes, incluyendo la
analogía, señalada por Goethe, con la muy conocida historia
del vicario de Wakefield, transposición literaria, fantasmática
de su aventura.

IV

El sistema cuaternario tan fundamental en los impasses, en


las insolubilidades de la situación vital de los neuróticos, es de
una estructura bastante diferente de la que se da tradicional­
56 Intervenciones y textos

mente: el deseo incestuoso por la madre, la interdicción del


padre, sus efectos de barrera y, alrededor, la proliferación
más o menos lujuriosa de síntomas. Creo que esta diferencia
debería conducimos a discutir la antropología general que se
desprende de la doctrina analítica tal como ella ha sido
enseñada hasta el presente. Kn una palabra, todo el esquema
del Edipo debe ser criticado. No puedo dedicarme a ello esta
noche, pero no puedo empero dejar de intentar introducir
aquí el cuarto elemento que está en juego.
Planteamos que la situación más normativizantc de lo vivi­
do original del sujeto moderno, bajo la forma reducida que es
la familia conyugal, está vinculada con el hecho de que el pa­
dre resulta ser el representante, la encamación, de una función
simbólica que concentra en ella lo que hay de más esencial en
otras estructuras culturales, a saber, los goces pacíficos, o más
bien simbólicos, culturalmente determinados y fundados, del
amor de la madre, es decir, del polo con el cual el sujeto está
vinculado por un lazo, para el, incuestionablemente natural.
1-a asunción de la función del padre supone una relación
simbólica simple, donde lo simbólico recubriría plenamente
lo real. Sería necesario que el padre no sea solamente el
nombre-del-padre, sino que represente en toda su plenitud el
valor simbólico cristalizado en su función. Ahora bien, está
claro que este recubrimiento de lo simbólico y de lo real es
absolutamente inaprehensible. Al menos en una estructura
social como la nuestra, el padre es siempre, en algún aspecto,
un padre discordante en relación a su función, un padre
carente, un padre humillado, como diría Claudel. May siem­
pre una discordancia marcadamente neta entre lo que es
percibido por el sujeto en el plano de lo real y la función
simbólica. En este intervalo yace lo que hace que el complejo
de Edipo tenga su valor: para nada normativizante sino, es el
caso más frecuente, patógeno.
Esto nada dice que nos haga avanzar demasiado. El paso
siguiente que nos hace comprender aquello de lo que se trata
E l m ito individuai 57

en la estructura cuaternaria, es este, que es el segundo gran


descubrimiento del psicoanálisis, no menos importante que la
función simbólica del Edipo: la relación narcisista.
La relación narcisista con el semejante es la experiencia
fundamental del desarrollo imaginario del ser humano. En
tanto experiencia del yo (moi), su función es decisiva en la
constitución del sujeto. ¿Qué es el yo, sino algo que el sujeto
experimenta primero como algo que le es ajeno a él mismo en
su propio interior? Es primero en un otro, más avanzado,
más perfecto que él, donde el sujeto se ve. En particular, ve
su propia imagen en el espejo en una época en que es capaz de
percibirla como un todo, mientras que él mismo no se
experimenta como tal, sino que vive en el desasosiego original
de todas las funciones motrices y afectivas que es propio dé­
los primeros seis meses después del nacimiento. El sujeto
tiene siempre de este modo una relación anticipada con su
propia realización, que lo rechaza a él mismo a un plano de
una profunda insuficiencia y da fe en él de una rajadura, de
un desgarro originario, de una derelicción, para retomar el
término hcideggcriano. Por eso, en todas sus relaciones
imaginarias se manifiesta una experiencia de la muerte.
Experiencia sin duda constitutiva de todas las manifestacio­
nes de la condición humana, pero que aparece muy especial­
mente en la vivencia del neurótico.
Si el padre imaginario y el padre simbólico, por lo general,
están fundamentalmente diferenciados, esto no sólo se debe a
la razón estructural que les estoy indicando, sino que surge
también de modo histórico, contingente, particular para cada
sujeto. En el caso de los neuróticos, es muy frecuente que el
personaje del padre, por algún incidente de la vida real, esté
desdoblado. Ya sea que el padre haya muerto precozmente,
que un padrastro lo haya sustituido, con el que el sujeto se
encuentra fácilmente en una relación más fraterna, que se
comprometerá naturalmente en el plano de esa virilidad
celosa que es la dimensión agresiva de la relación narcisista.
S8 Intervenciones y textos

Ya sea la madre la que haya desaparecido, y que las


circunstancias de la vida hayan dado acceso al grupo familiar
a otra madre, que ya no es la verdadera- Ya sea que el
personaje fraterno introduzca la relación mortal de modo
simbólico y la encame a la vez de manera real. Muy a
menudo, como se los indique, se trata de un amigo, como en
el “Hombre de las ratas ”, esc amigo desconocido y nunca vuel­
to a encontrar, que juega un papel tan esencial en la leyenda
familiar. Todo esto culmina en el cuarteto mítico. Es reinte­
grable en la historia del sujeto y desconocerlo es desconocer
el elemento dinámico más importante en la cura misma. No
hacemos aquí más que destacarlo.
¿Cuál es el cuarto elemento? Pues bien, lo designare* esta
noche diciéndoles que es la muerte.
La muerte es perfectamente concebible como elemento
mediador. Antes de que la teoría freudiana haya acentuado,
con la existencia del padre, una función que es a la vez
función de la palabra y función del amor, la metafísica
hegeliana no había hesitado en construir toda la fenomenolo­
gía de las relaciones humanas alrededor de la mediación mor­
tal, tercero esencial del progreso por el cual el hombre se
humaniza en la relación con su semejante. Puede decirse que
la teoría del narcisismo, tal como se las expuse en su
momento, da cuenta de algunos hechos que permanecen
enigmáticos en llegel. Después de lodo, para que la dialéctica
de la lucha a muerte, de la lucha de puro prestigio, pueda tan
sólo tomar su punto de partida, es necesario que la muerte no
sea realizada, pues el movimiento dialéctico se detendría a
falta de combatientes, es necesario pues que sea imaginada.
En efecto, en la relación narcisista se trata de la muerte
imaginada, imaginaria. Es igualmente la muerte imaginaria c
imaginada la que se introduce en la dialéctica del drama
edípico y es de ella de la que se trata en la formación del
neurótico; y quizá, hasta cierto punto, algo que supera
El m ito individual 59

ampliamente la formación del neurótico, a saber, la actitud


existencia! característica del hombre moderno.
No habría que insistir demasiado para hacerme decir que lo
que aquí media en la experiencia analítica real es algo que es
del orden de la palabra y del símbolo y que se llama en otro
lenguaje un acto de fe. Pero, seguramente, no es esto lo que c!
análisis exige ni tampoco lo que implica. Aquello de lo que se
trata pertenece más bien al registro de la última palabra
pronunciada por ese Goethe a quien no por nada, créanlo,
traje esta noche a título de ejemplo.
De Goethe puede decirse que, por su inspiración, por su
presencia vivida, ha animado extraordinariamente todo el
pensamiento freudiano. Freud reconoció que la lectura de los
poemas de Goethe lo había lanzado en sus estudios médicos y
había al mismo tiempo decidido su destino, pero esto es poca
cosa, ai lado de la influencia del pensamiento de Goethe
sobre su obra. Diré, entonces, con una frase de Goethe, la
última, el resorte de la experiencia analítica, con esas palabras
muy conocidas que pronunció antes de sumergirse, con los
ojos abiertos, en el negro abismo: “Mehr Licht" (más luz).
DIALOGO CON LOS FILOSOFOS FRANCESES

El 23 de febrero de 1957, la Sociedad francesa de


filosofía recibía a Jacques Locan, quien hizo una
comunicación sobre "El psicoanálisis y su enseñan­
za " publicado en los Escritos, II. p. 160. Presento
aquí el texto de la discusión que te siguió, tal como
figura en el Boletín de la Sociedad, p. 86-101, año
2, abril-junio de 1957.

J.-A.M.

Sr. Berger. Agradezco al Dr. Lacan esta exposición tan


vigorosa, plena y tan vivaz.
Pienso que después de haberlo escuchado, Señor, no
podríamos contentamos con un psicoanálisis demasiado sim­
ple: usted nos invita a hacer el esfuerzo de elevamos a un
psicoanálisis complejo, pero rico, deseoso de abrirse a las
ciencias humanas. Usted nos invita a pasar de la simple
descripción de los símbolos a su inteligencia genética y no
duda en dar, para alentamos a ello, la explicación del análisis
y en hacer el psicoanálisis del psicoanalista. . .
Hay, en esta sala, muchos colegas que han hecho de estos
temas el objeto principal de sus reflexiones y pienso que
muchos de ellos tendrán comentarios que hacer.
Sr. ¡Agache. Señor Presidente, le agradezco el honor que
usted me hace al darme primero la palabra, y uno mis
felicitaciones a las suyas respecto a la hermosa exposición que
hemos escuchado.
Diálogo con los filósofos franceses 61

Cuando los filósofos leen obras de psicoanálisis, pero esto


también es válido para los psicoanalistas que tienen algún
tinte filosófico, la filosofía que se encuentra en el psicoaná­
lisis, o en relación al psicoanálisis, no es siempre la más
satisfactoria; aunque se sueñe a veces con un psicoanálisis
depurado de todo agregado filosófico, que ya no sería más
que la recolección de las soluciones que los psicoanalistas han
encontrado a los problemas que les planteaban sus pacientes.
Por el contrario, una reflexión personal, como la del Dr.
Lacan, es de naturaleza tal que permite reconciliar al psicoa­
nalista con algunas consideraciones filosóficas y convencerlo
de que si el psicoanálisis puede, fructíferamente, consultar a
la filosofía, la filosofía, a su vez, no puede dejar de interro­
garse sobre el psicoanálisis.
Muchos puntos de la exposición del Sr. Lacan podrían
despertar discusiones y, en primera instancia, su manera de
entender a Frcud. Hay muchas tendencias en él; cualquiera
sea la importancia- que se haya dado al lenguaje, a las
relaciones del significante y del significado, su obra no por
ello está menos empapada de realismo “ naturalista” . El Sr.
Lacan se refirió varias veces a los instintos de muerte y a la
compulsión a la repetición; cuando Freud habla de ellos en
Más allá del principio del placer, es a menudo desde la
mentalidad de este realismo naturalista que evoqué. Cuando
Lacan interpreta la repetición a la luz de un formalismo
lógico—matemático, ya no es Freud quien habla, es latean.
No se lo reprochemos. Ix>s mejores discípulos no siempre son
los más fieles, y no podemos sino felicitar a Lacan por haber
encontrado en una lectura muy atenta de Freud, quizás a
veces demasiado atenta, temas de reflexión personal.
Segundo pumo: una de las grandes direcciones del pensa­
miento de Lacan es la crítica a un modo de comprender el
psicoanálisis en el sentido del naturalismo causal. Pudimos
leer, hace ya muchos años, una crítica al naturalismo causal
de Freud, y sólo puede causamos admiración que Jaspers, en
62 Intervenciones y textos

1913, en su Psicopatología general, haya podido mostrarse


tan clarividente. La distinción que hace entre expresión
directa y expresión indirecta, la noción de una doble signifi­
cación de la expresión indirecta, proporcionaron instrumen­
tos muy valederos para dar forma a los descubrimientos de
Freud desde la perspectiva de las relaciones del significante y
del significado. No puedo más que estar de acuerdo con
Lacan en cuanto a la importancia de estas relaciones. El
campo psicoanalítico es un campo de significaciones. Se ve a
menudo a algunos pacientes detenerse, dudar, interrogarse,
porque tienen miedo de decirle al psicoanalista algo que no
sea exacto, como si la verdad psicoanalítica se situase en el
plano de la exactitud de un reportaje, y no en el de las
significaciones que se desarrollan en la entrevista entre el
psicoanalizado y el psicoanalista.
Así, con la importancia que Lacan adjudica a la intersub­
jetividad en tanto que transportadora de sentido, no se toca
aún lo más personal de la posición de Lacan. A mi juicio, se
trata de una especie de trascendencia que adjudica al lengua­
je, id conjunto y a la serie de significantes. Esta trascendencia
del lenguaje llega a encubrir los complejos cuya repetición
Freud atribuía, de generación en generación, ala filogenia, o
bien a jugar un papel análogo al de los arquetipos de Jung.
Cualesquiera sean las conclusiones de estos acercamientos,
es esta especie de trascendencia que Lacan confiere al
lenguaje lo que me parece constituir el momento más especí­
fico de su pensamiento.
l)r. J. Lacan. El diálogo con mi colega Lagache es siempre
tan fructífero para mí que lo continúo ininterrumpidamen­
te a lo largo de nuestros años de colaboración; por esta ra­
zón mi respuesta será menos larga de lo que debería ser
quizás. ¿Acaso no estoy hoy sediento de otras interven­
ciones?
Respondo en primer término que no podía decir todo
en una exposición como ésta.
Diálogo con los filósofos franceses A3

No sé si el termino de “ realista” es el término que


opondría a lo que concibo y enseño del pensamiento de
Freud. I^e pediría ciertamente precisiones a Lagachc sobre
qué quiere decir cuando usa ese término. Para motivar el uso
que yo mismo haría de él, recordaría la distinción con la cual
inauguré los trabajos científicos de nuestra nueva Sociedad:
la de los tres registros de lo simbólico, de lo imaginario y de
lo real.
Ciertamente, fuera de la perspectiva freudiana se puede
concebir cómo el hombre, para hacerse objeto del orden
simbólico que se le impone como actualmente constituido,
debe, de acuerdo con la ley constituyente de esc objeto,
“hacerse nada”, lo que introduce en él muchas posibilidades
poco naturales; concebir que ese objeto que es su yo (rnoi) es
de un orden diferente, cuyo principio está en el orden
imaginario y que se constituye, adecuándose a las experien­
cias de ese orden, como un acumulo de oropeles superpuestos
( ¡de todos modos, la “ filosofía de los hábitos” no data de
ayer! ). Tan sólo Freud aporta un vínculo esencial que
faltaba entre estos dos órdenes que reconoce en el núcleo
mismo de su experiencia, a saber, su descubrimiento, que es
el de la consistencia y el de la insistencia de los efectos
simbólicos provenientes del inconsciente en el sujeto, de
modo que el sujeto debe hacer valer lo que hay de realidad en
el hombre, no solamente a través de estos dos órdenes, sino
en medio de las tramas de una conspiración que ellos
constituyen por fuera del sujeto.
Hacer su análisis podrá ser sumamente precioso para hacer
valer esta realidad. ¿Quiere decir que éste sea el campo donde
ella ejerce su potencia? Seguramente no, e incluso importa
recordar que su límite está de ese lado. Soy el primero en
reconocer que hay elementos que se pueden llamar innatos,
puesto que recuerdo a los analistas que estos elementos
constituyen el límite de su campo propio y que, para darle a
este su sentido operatorio, es necesario oponerlo al campo de
64 Intervenciones y textos

la realidad, analizarlo, puede recordarse, diría, ya sin más


vergüenza, sin falsa turbación verbal, como el campo de la
verdad. Pues el descubrimiento de Freud no es otra cosa más
que haber mostrado, desde un ángulo de la experiencia
inédito y de naturaleza tal que estaba destinado a transformar
nuestro pensamiento, que esta verdad tiene una incidencia
activa, y que la fuerza propia y las vías que muestra al
revelarse van mucho más lejos de lo que puede imaginarse, ya
que ellas llegan hasta a involucrar a la fisiología misma o sea a
hacer así una singular intrusión en lo real.
En lo tocante a ese campo de la realidad, soy tan
brutalmente, tan ingenuamente realista, como lo han sido
todos los filósofos con "sentido común”. i“ Ix» realidad, es la
realidad"! Pero la cosa, de todas maneras muy extraordina­
ria, que nos revela Freud: es que esa cosa muy diferente de la
realidad y que se llama la verdad, tiene una acción por la cual
ella es independiente de aquellos que hacen profesión de su
búsqueda.
En otros términos, la manera en la cual se revela la entrada
en el mundo de la cuestión del ser, de la pregunta: ¿"Qué soy
yo en el mundo? ”, no siempre es cosa mental. El filósofo se
dedica a ella, pero, cosa sorprendente, esta especie de privile­
gio y de corona que había adquirido, está obligado a
compartirlos en beneficio del neurótico, quien es, él mismo,
enteramente, de pies a cabeza, la pregunta, y la pregunta
puesta en forma. A diferencia del perverso, que abraza el
pedazo que la palabra le ha permitido arrancar al velo de
Maya, para hacer de él el objeto de su satisfacción, el
neurótico es la pregunta articulada en el más allá del velo.
¡Esto no implica que él mismo sepa articular esta pregunta!
Naturalmente, cuando se llama Goethe, se esfuerza en ello:
podemos decir incluso que lo logra, y que un tal parto de la
pregunta de su ser sea el ejemplo más bello que pueda darse
de ella fuera del análisis, es decir, del reconocimiento del
inconsciente como tal.
Diálogo con ¡os filósofos ftw u . •. • 65

Ixj que hay de bello, por otra parte, c§ que • liando Ioh
analistas tocan este problema, lo hacen tan torprn« ntr qur •
les escabulle de las manos.
Consolémonos pensando que lo que se lee en los r»iudio>
analíticos sobre el tema del poeta o del filósofo, nos prueba
que los psicoanalistas se ocupan de ellos de tanto en tanto,
incluso si esta preocupación es poco feliz, al menos nos
asegura que han leído, al menos en parte, al autor del que
hablan, y esto es beneficioso para sus pacientes, puesto que
esto es pertinente a un orden de formación que es esencial
para la acción psicoanalítica misma, lejos de representar lo
que se llama tan impropiamente el “psicoanálisis aplicado” .
En lo que concierne a Jaspers, ¡Lagache sabe muy bien
que no es un santo de mi devoción! y esta es la razón por la
cual evité citarlo.
En cuanto a la gran importancia que los enfermos otorgan
a la verdad, de la cual Lagache nos da una imagen tan
impactante con esas hesitaciones que muestran para aden­
trarse en ella, declarando algo acerca de ella, es éste simple­
mente el hecho de la verdad a secas, mostrándonos el
mecanismo mismo y, si se puede decir, el engranaje por el
cual entra en el análisis. Pues en la convención que libera su
palabra de toda constricción, si dicen algo, pase lo que pase,
será necesario que lo tengan en cuenta, ya sea para rectifi­
carlo, ya sea para confirmarlo. Lo que está dicho está dicho y
es esto únicamente lo que yo llame la trascendencia del
lenguaje: lo que está dicho está dicho y una vez que está
dicho, eso cuenta.
Esta transmisión del discurso en el inconsciente, es decir,
bajo una forma criptográfica, es la única que nos permite
concebir la conservación latente a través de las generaciones
de una verdad histórica: pues aunque no dicha en ese
discurso, puede estar en la estructura de su decir. Al menos
esto es lo que nos impone lo que Freud admite de esa verdad
que es para él el asesinato de Moisés, en Moisés y el
66 Intervenciones y t ex tos

Monoteísmo. Pues toda herencia del orden imaginario, es


decir, fundada en una impresión psíquica, sería verdadera­
mente bajo la pluma de Freud de lo más desconcertante. Si
Moisés fue muerto, esto ciertamente no está inscripto en
algún lado en el fondo del alma de todos los judíos.
¿Cómo en todo caso lo admitiría Freud, para quien el
arquetipo de Jung es una promoción de lo irracional en el
pensamiento? Está claro que la doctrina de Freud no sólo es
razonable y razonante, sino que es racionalista.
La verdad del inconsciente no se impone pues como una
profundidad inefable de la realidad. Ella es verdad porque ella
se produce según la ley de la verdad en una estructura de
lenguaje, porque es verdad en tanto que articulada, toda
articulación del lenguaje basta para darle su vehículo. No hay
necesidad de haber atravesado dos guerras para saber que una
verdad censurada, violentada, perseguida, se deja decir y
conocer, que se la puede decir diciendo cualquier otra cosa. . .
un poco más un poco menos. . . un poco demasiado. . .,
poniendo en ella un poco de énfasis, incluso una hermosa
absurdidad. No vemos acaso allí una modulación en la que
puede hacerse escuchar la verdad de modo inatacable, incluso
bajo la forma de su contrario.
Sr. WahL Pedí la palabra después de muchas dudas.
Admiré la exposición del Dr. Lacan, y quizás más aún lo
que dijo al responder a las observaciones del Sr. Lagache, a
quien le estoy agradecido por haber sido la causa de lo que
acaba de ser dicho en último término. Me pregunto si debo
hablar; lo que Lacan comprende, yo no lo comprendo, y me
parece que creo comprender lo que dice que no com­
prende. . .
Dr. Lacan. Por el contrario, estamos en las mejores dis­
posiciones para la discusión. Siendo las condiciones co­
munes del diálogo el malentendido, uno puede enten­
derse a partir del momento en que uno empieza a per­
catarse de él.
Diálogo con los filósofos franceses 67

Sr. WahL Usted dijo en determinado momento: “no se ve por


que la manifestación de una distancia contribuiría al refuerzo
del yo (m oi)'\
Personalmente veo muy bien porque la manifestación de
una distancia puede contribuir al reforzamiento del yo (moi),
pero ya que comprendo esto, no lo comprendo probable­
mente demasiado bien. Me encuentro entonces frente a una
dificultad: lo que usted dijo acerca del yo (moi) como
obstáculo no debe aplicarse al psicoanalista. Usted dice que el
yo (moi) del psicoanalizado es finalmente el yo (moi) del
psicoanalista, en la mente del psicoanalizado, sino en la del
psicoanalista. Pero entonces, debe admitirse que el yo (moi)
para el psicoanalista, ha dejado ya de ser un obstáculo. Ahora
bien, usted terminó diciendo que el yo (moi) del psicoanaliza­
do no es un obstáculo para el psicoanalista, mientras que el
yo (moi) en sí es un obstáculo.
Tomé nota también del termino “ agresión del psicoana­
lista”. Yo creo que el psicoanálisis es un acto caracterizado de
agresión. Esta agresión, ¿cómo se explica? ¡Dejo a los psicoa­
nalista la preocupación de responder!
Usted también nos hable), por otro lado, del desprecio del
hombre en l'rcud, que se completa indudablemente con un
gran amor por el hombre.
Y para pasar de aquí a algo más particular, al ejemplo de
Signorelli, ya no recuerdo el texto, pero creo que hay un
modo, sin pensar en la muerte, de comprender, cómo la
palabra “Signor” tachó la palabra “Signorelli” en la mente.
Ciertamente, habría que saber todas las representaciones que
pasaron en ese momento por la mente de Freud. A menudo,
cuando no se encuentra una palabra, no es porque se pensó
en algo terrible, es porque la palabra es presa de otro uso, está
bloqueada por un uso más frecuente que se hace de ella. . .
Leí en su argumento que hay una dualidad entre el
significante y el significado. Para mí el significante es signifi­
cado a su vez.
68 Intervenciones y textos

Por otro laclo, usted dice que hay dualidad entre el analista
y el analizado. Entonces me pregunté: ¿acaso hay una
correspondencia posible entre ambas dicotomías? ¿Quizá el
analista ve el significante y el significado y c! analizado tan
sólo el significado? Usted dirá si lo que digo es o no absurdo.
Quisiera ver claramente como todo esto se conjuga, la
síntesis. . .
Esta noche tuve un sueño. Soñé con una mujer muy
pequeñita y muy negra. Ella se llamaba Melanie Klein.
Dr. Locan. Primero hay algo que ciertamente es obra mía,
pero que, usted me perdonará, tuvo como resultado un
desconocimiento caracterizado de lo que dije.
Señalé, en efecto, como formando parte de la lógica de los
errores en que el análisis se instaló después de Freud, y como
habiéndose producido de manera comprobada, la afirmación
de que el yo (moi) del analista, lejos de ser un obstáculo en el
análisis tendría, en efecto, el privilegio y algo así como el
estado de gracia de ser a la medida de toda realidad que pudie­
se en el análisis ser cuestionada. Ahora bien, es exactamente
contra esto contra lo que me sublevé.
Ahora, yo no pude decir todo. Por ejemplo, respecto a los
resultados del análisis didáctico; es, me parece, totalmente
abusivo decir, como se escucha decir, que el análisis didáctico
haría del analista alguien totalmente liberado de las opacida­
des pasionales. No solamente no lo creo para nada, sino que
está precisamente en desacuerdo con todo lo que dije sobre el
valor y el campo del análisis, que no podría hacer que el yo
(moi) no siga siendo irremediablemente alienante, en tanto
que es yo (moi); pues es su naturaleza el serlo. Somos muy
infelices por tener un yo (moi); no son ni Freud ni yo quienes
lo hemos dicho; un cierto Hcgel lo mostró desde más de un
ángulo, y si supe articular algunas cositas que lo confirman en
mi ámbito, la lectura que hice en otra época, por ejemplo, del
trabajo del Sr. Wahl sobre la consciencia desgraciada, no está
allí verosímilmente por azar.
Diálogo con los filósofos franceses 69

F o t lo tanto, e l retomo a estos datos iniciales, que no sólo


permanecen inconmovibles, sino que están confirmados por
la experiencia, es algo que me parece debe excluir todo tipo
de malentendido.
En cuanto a la cuestión del olvido del nombre de Signorelli
y a todo lo que se puede sacar de el, sería necesario estudiar
juntos el texto. A decir verdad, quiero admitir todas las re­
servas del psicólogo sobre el tema de la interpretación del
caso. Lo que quise indicar simplemente recién, es que Frcud,
articulando tal como lo hace su mecanismo, lo concibe de
acuerdo con mi tesis, como la substracción del significante
“Signor”, en beneficio de una parte que se ha vuelto subte­
rránea, en tanto está reprimida del diálogo.
Sobre el tema del significante y el significado, no admitiría
en modo alguno esc recubrimiento dicotòmico que usted me
propone entre esa pareja por un lado, y la del analista y la del
analizado, por otro. Usted me tiende allí un gancho que no
me parece para nada manejable.
En lo que hace a la función del yo (moi) en el análisis y a
la concepción acerca del yo (moi) y en primer término, sobre
lo que dije del yo (moi), que hace del análisis una relación
dual entre un yo (moi) y un otro yo (moi) que consistiría
para el sujeto en la localización de la proliferación imaginaria,
provocada por el análisis, en relación a ese yo (moi) ideal, a
ese yo (moi) medida de todas las cosas, que sería el yo (moi)
del analista, me parece que esto lleva ya en sí la explicación
de aquello por lo cual rehusó, no en toda eventualidad, cier­
ta técnica, sino que se limita a su alcance el análisis. Pues
no hay que creer tampoco que los analistas aplican esto. Lo
teorizan brutalmente de este modo. Tienen de todas mane­
ras ciertas tradiciones y los datos iniciales de la técnica
analítica están orientados enteramente en oposición a esto;
así hacen sobre su práctica curiosamente una doctrina cu­
yo sentido es completamente inverso a lo que hacen; no
por esto deja de ser este un lado extremadamente falseado
70 Intervenciones y textos

de la teoría que abre la puerta a ciertos tropiezos técnicos.


No pu'cdo extenderme en este punto. No estoy en una
asamblea de terapeutas y sólo sobre pruebas se pueden
discutir los resultados, aunque fuesen aparentemente catas­
tróficos. Recientemente retomé de este modo en un semina­
rio una observación notable donde se examina la manifesta­
ción de ciertos síntomas transitorios, en la que el interrogante
es cómo pudo verdaderamente producirse eso; y como uno
no deja de tener antenas, se presiente bastante bien el
carácter significativo de una intervención dudosa, donde
parece desconocerse que la totalidad de la actitud del analista
es tal que uno sólo puede asombrarse de que el resultado no
fuese más desastroso.
En lo tocan te al yo (moi) en tanto que función de síntesis
pretendida, me falta tiempo para realizar aquí su crítica.
Sr. WahL En cuanto al significante y el significado, o bien hay
que colocarse en el interior de esa unidad (significante-signifi­
cado), cosa que hace muy a menudo Freud;o bien colocarse
fuera de ella; entonces se los separa.
Ih. Locan. Esto nos lleva a la trascendencia, en la cual de
acuerdo a Lagache yo situaría el lenguaje, a saber, el conjunto
de los significantes. 1.a palabra no me asusta, pero evité
comentarla y responder a ella.
Lo que quiero simplemente decir es que, cuando hablo de
significante, hablo de algo que se puede poner ahí: el
significante es la palabra “potro”, que quiere decir yegua
hasta el día en que se llama a las yeguas “ yeguas” y en esc
momento se usa la palabra “potro” para otra cosa. Esto
indica que no se podría colocarla fuera de la totalidad de las
relaciones dia-y sincrónicas con los otros significantes. Esto
quiere decir también que el significante, no sólo debe tomarse
al pie de la letra, sino que es la letra.
Es lo que Lagache subrayó claramente recién, mucho más
osadamente de lo que me hubiera animado a hacerlo delante
de una asamblea tan intimidante. Pero, por otro lado, quise
Diálogo con los filósofos franceses 71

encarnar lo que quiero decir hablando del significante, mate­


rializándolo con un apólogo ejemplar a través de una letra (*)
tomada en otro sentido, una misiva, un papel, cuyo conteni­
do nadie sabe. . . Es decirles hasta dónde puedo llegar en este
sentido. Obviamente, la paradoja está aquí justificada por un
fin apologético. Pero la incidencia del significante sobre el
significado es algo perfectamente sensible a nivel del abe de la
experiencia del analista. Tomemos la función del padre, ella
es en esta experiencia absolutamente impensable sino se
desprende el significante que es su termino, el “nombre del
padre”, como se dice en las invocaciones religiosas, si el
nombre del padre no tiene ese valor significante que conden­
sa, orienta, polariza hacia el toda una serie de significaciones
que están en planos extremadamente diferentes.
Para comprender un conjunto de fenómenos como los que
se constituyen en una psicosis, esta referencia al significante
como tal, a la asunción del significante por el sujeto, me
parece ser el único punto de referencia que nos permite poder
seguir verdaderamente en todos los detalles las incidencias de
determinada relación particular de carencia del sujeto en
relación a cierto significante como tal, y no en relación con el
significado.
Pitra concluir, la noción de significante debe ser tomada en
el sentido lingüístico del término.
Sr. Alquié. Quisiera primero decirle a mi amigo Lacan cuánto
le agradezco su exposición, con la cual estoy casi enteramente
de acuerdo. Yo he notado también, desde hace mucho
tiempo, que uno de los grandes descubrimientos de Freud era
extender el dominio del lenguaje y mostrar que muchas cosas
que no se consideran generalmente como lenguaje un
síntoma, una afonía son también lenguaje, tienen una
significación de lenguaje.
Igualmente, me sentí particularmente feliz de escuchar a
latean comparar al neurótico con el filósofo, cosa que he
• N.T.: Recordar que l e t t r r en trance* significa carta y letra a la vez.
72 Intervenciones y textos

hecho por mi parte y que en general es muy mal comprendi­


da- En efecto, se concluye de inmediato a partir de esta
comparación que el filósofo es un enfermo y que, por ende,
no hay porque tomar en serio lo que dice, mientras que, si
comprendí bien a Lacan, lo que hay que pensar es exacta­
mente lo contrario, a saber, que el neurótico es un filósofo
(un filósofo sin saberlo, esto es obvio). En todo caso, el
neurótico es, junto con el filósofo, el único que plantea
verdaderamente el problema del ser. Y esto me parece
extremadamente importante. Esta relación entre la experien­
cia neurótica y la experiencia filosófica es reveladora.
Una vez dicho esto quisiera hacerle una pregunta a I^acan:
¿estima él que todo es lenguaje? Lo afectivo, en cuanto tal,
¿es para él lenguaje? ¿Acaso, por ejemplo, una angustia
experimentada por el sujeto es, para él, igualmente'lenguaje?
¿O, en cambio, todo lenguaje no remite, en cierto modo y
por esencia, a algo que para nada es lenguaje y que precisa­
mente éste quiere expresar?
Formularé la pregunta de un modo diferente, pero que se
reduce finalmente a lo mismo si se la comprende bien. I^can
dijo “ El yo (moi) es objeto”, y creo que muchos entre
nosotros nos sobresaltamos un poco cuando escuchamos esa
fórmula. . . Ahora bien, cuando el yo (moi) se angustia por su
muerte —ya que se trata efectivamente del yo (moi) mortal,
no es ese sujeto más vasto, situado por debajo mío y
hablando por mi el que puede morir—, cuando el yo (moi) se
angustia por su muerte, ¿acaso es un objeto en relación a ese
sujeto, que habla en el?
No se si comprendí bien lo que Lacan quiso decir, pero
ésta es la única pregunta que quiero hacerle. Se la presenté
bajo dos formas, pero, en ambos casos, se trata de saber si
todo es lenguaje, si lo afectivo mismo, en cuanto tal, es
lenguaje. Esto nos llevaría a una noción a la cual Lacan le
tiene horror, que es la de lo inefable, inefable que da sentido
y permanece como fundamento del lenguaje y que alcanza un
Diálogo con los filósofos franceses 73

cierto sentido del ser, de la muerte, es esc sentido lo que el


lenguaje expresa, pero aquello por lo cual el lenguaje adquiere
sentido no es en sí mismo lenguaje.
/>. Locan. Alquié acaba de jugar el papel de la sirena. ¡Será
necesario entonces que me ate fuertemente al mástil!
Diré que no dudo que, más allá del lenguaje, exista lo
inefable, pero finalmente esc inefable, puesto que es inefable,
¿por qué hablar de él? .
Se muy bien que esto es simplemente un punto de partida,
comparable a la presentación muda, iniciadora del ascetismo
estoico: se cierra la mano o bien se la abre. Comienzo por ce­
rrarla. Lo que me importa, no es agotar una filosofía de la
condición humana; lo que me importa definir de mi posición
de analista, y lo que parece para todos extremadamente im­
portante, es que esta posición particular —de donde parto y a
la que vuelvo—destaca como valor fundamental cierta relación
del hombre con el significante. Yo creo que es esto lo que de­
fine el campo que hemos descubierto mediante el análisis y to­
do lo que está verdaderamente involucrado en el análisis está
en este campo. Al respecto, usted habla de la angustia.
Dejo de lado lo afectivo y todo lo demás, totalmente
secundario según mi opinión. Voy a ir verdaderamente al
nodulo de su pregunta que es para mí, diré, un punto de
llamado, algo sobre lo cual usted intenta mostrarme que mi
terreno no se basta. (Por otra pai te, yo no digo que se baste,
intento a duras penas bastarme yo mismo en él. . .).
Pero irá usted a discutirme que la angustia que el yo (moi)
experimenta por su propia muerte es algo sobre lo cual el
analista tiene mucho que decir, tanto que decir que en
muchas de esas angustias que usted nombra “angustia” de su
propia muerte, el análisis nos demuestra que esa angustia es
una señal de la captación del yo (moi) en ese poder siempre
hiante de identificarse con el otro, en su tentación esencial:
señal de lo que es necesario hacer en todo instante para no
caer en cualquier alienación.
74 Intervenciones y textos

Que haya personas, personas muy fuertes, que llegan a


confrontarse con lo que nuestro maestro Heidegger llama la
condición insuperable, absoluta y última, que es justamente
esc ser-para—la—muerte, esto me parece precisamente algo
que, para la persona que en nuestros días habló de ello con
más énfasis, sigue siendo el fin del fin, sino el fin del fin de
una experiencia que no será quizás inefable —pues yo no creo
que sea así como la presenta Heidegger—, sino algo terminal,
muy en el extremo de la noche humana, cercana a una
mutación del ser, al menos para nuestros contemporáneos,
completamente comprometidos en las funestas consecuencias
de la metafísica aristotélica y otra.
Usted me planteó la pregunta de saber si esta angustia era
también un lenguaje. Ella es ciertamente, en el texto sintomá­
tico de la neurosis, significante. Quiero decir que en el curso
de esa repetición marcada en fases por la pregunta, en la que
gira en redondo la estrategia del obsesivo, en sus ejercicios,
que acabo de describirles, de engañar-la-mucrtc, hay que
distinguir la amenaza que le llega desde la identilicación
paterna, amenaza de la castración donde existe siempre el
medio de la culpabilidad para componer, el de la punición
para pagar el rescate y el que constituye la identificación
materna respecto a la cual, fuera de la identificación fálica
generadora de la perversión, puede encontrarse sin ayuda,
abandonado a una deriva imaginaria, cuya detención sólo la
angustia puede motivar.
Ven, obviamente, en todo esto la presencia de la muerte.
¿Pero qué es esta muerte? Quiero decir que la pulsación
imaginaria está reglada por una escansión del significante,
cuyo límite se ve bastante claramente en tanto se resume a
fin de cuentas en una sucesión de cuadros vivos. ¿Bastará esto
acaso al filósofo para fundar sobre la experiencia la afirma­
ción de una angustia del yo (moi) respecto a su propia
muerte? Digamos u n sólo que aquí la muerte es designada
por su nombre, que el juego del yo (moi) es en sí mismo un
Diálogo con los filósofos franceses 75

juego angustiante, pero que aquí por añadidura está jugado,


acentuado con el fin de producir la angustia como signifi­
cante.
Sr. Alquié. Le hice esa pregunta porque usted y yo asimila­
mos precisamente al neurótico con el filósofo.
Dr. Locan. Asimilamos. . . Digamos, en fin, que podemos
hablar durante cierto tiempo de ellos en términos que les son
comunes.
Sr. Alquié. Pero, finalmente, podemos decir que si se entien­
de que las angustias del neurótico se motivan de manera
inexacta, manera que usted puede muy bien percibir y
mostrar, ellas tienen de todos modos como fondo una
angustia verdadera. En otras palabras, si el neurótico no fuese
de entrada un hombre, y un hombre mortal, todo lo demás, a
saber el hecho de que está angustiado porque tiene miedo de
la castración o tal otro miedo, todo el resto no sería siquiera
posible. Me parece pues que la angustia neurótica tiene como
fondo lo que yo llamaría la angustia verdadera.
Por eso no pienso que se pueda eliminar la cuestión
diciendo: “ La angustia verdadera no nos atañe. . O enton­
ces su meta es simplemente reducir las falsas angustias a las
angustias verdaderas, lo cual es posible: pero en ese caso le es
necesario tan sólo comprender la angustia, no curarla.
Dr. Locan. Comenzando a responderle, a partir de la posición
del psicoanalista, plantee un principio. Creo que al atenerse a
esa posición, se desprende que la muerte está mucho más
presente en la existencia del significante que en ninguna
experiencia vivida de la angustia; fuera de las confrontaciones
últimas que quedan excluidas de ella.
Sr. Merleau-Ponty. A decir verdad, no pedí la palabra. ¡No
soy ni analizado ni analista, cuando casi todos los que han
intervenido hasta aquí eran lo uno o lo otro! No tengo pues
una competencia particular para hablar, pero ya que han sido
tan amables como para darme la palabra, quisiera decir
simplemente lo siguiente: que la exposición del Dr. Lacan me
76 Intervenciones y textos

ha convencido absolutamente—como por otra parte otros tra­


bajos suyos—al menos de una cosa: es que, entre el freudismo
y lo que, hoy, se llama el psicoanálisis, por ejemplo, en los
Estados Unidos, entre el freudismo y esa práctica psicoana-
lítica que tiene como eje el reforzamicnto del yo (moi), sobre
la intervención del psicoanalista, práctica que hace descender
el psicoanálisis, diría, a lo empírico, no hay absolutamente
nada en común y que, en consecuencia, es estrictamente
necesario retomar a Frcud.
Ahora, yo no diría quizá, como lo hace el Dr. Lacan, que to­
do sea claro en Freud y que toda la expresión que Frcud dio
de sus pensamientos sea satisfactoria. Les confesare que la his­
toria Signorelli, a la cual usted nuevamente hizo alusión, me
incomoda siempre. Cuando se Ice esc texto, como muchos
otros textos psicoanalíticos, y cuando uno no es un iniciado,
cuando no se tiene la práctica ni siquiera la experiencia, uno
siempre se ve impactado por el hecho de que Freud, parece,
quiere siempre invertir las cosas y no tomarlas tal como
aparecen. . .
De este modo, esc bloqueo de la palabra “ Signorelli”, le
concedo que es un hecho de lenguaje, un hecho de palabra.
¿Pero de qué palabra se trata? De un puro y simple
calambur, usted mismo lo ha dicho. Uno podría en todo caso
decir que el lenguaje no se reduce a los calambures, al menos
en sujetos normalmente dotados, y que Frcud mismo designó
otro lenguaje, el de las agudezas, en sus relaciones con el
inconsciente. Usted estará de acuerdo conmigo en que una
agudeza y un calambur son totalmente diferentes.
No basta pues con decir: “lenguaje”. Sería necesario quizá
estudiar el lenguaje fallido, el lenguaje logrado, el acto fallido
y el acto logrado. Me parece que en lo que se lee de Freud en
todo caso, más bien uno tiene que vcrselas con el análisis de
fenómenos de desecho como éste del que hablamos, en que
los ejemplos se asemejan más bien a calambures. . . ¿Acaso
Freud rió verdaderamente el lenguaje, la palabra, la función
Diálogo con los filósofos franceses 77

filosófica de la palabra tal como usted la ve? Me parece que


no. Ahora esto no quiere decir que esto no esté en Freud y
que usted no tenga razón de encontrarlo allí.
Sacaré de esto una única conclusión: es indispensable, es
urgente que el verdadero freudismo, que reposa en las obras
de Freud y en su mente, que reposa en la mente de Ijgachc,
y en la mente de cierto número de otros, es urgente que esc
verdadero freudismo sea expresado. No lo está en ningún
lado. Para nosotros, que no hemos pasado por la dura prueba
de un análisis, es necesario que ustedes se den cuenta que
aquello de lo que hablan no se asemeja demasiado a lo que
encontramos en muchos de los textos de Freud. De esto sólo
se puede sacar una única conclusión: la sesión de esta noche
era especialmente la bienvenida y es necesario multiplicar este
género de manifestaciones y de publicaciones, como usted
comenzó a hacerlo en su revista.
!>. iMcan. No sabría agradecer suficientemente a Maurice Mcr-
leau-Ponty los comentarios benevolentes de su intervención.
Si comprendo bien su objeción a la historia del caso
Signorelli, ella reside en lo siguiente: debido a la elección de
la presentación del fenómeno por Freud, usted acentúa
justamente el lado déficit de la cosa. No obstante, no olvide
entonces que todo el conjunto de la obra está hecho, en
suma, para mostramos que el acto fallido es justamente,
como lo digo desde siempre (espero no repetirme demasiado),
un acto logrado, ya que lo que Freud nos muestra es, a través
del defecto de la verbalización, lo que se revela de algo que es
totalmente diferente, que quiere hacerse escuchar, y es seguro
que esto está mucho más en lo que nos cuenta a propósito del
caso Signorelli que en el hecho localizado del olvido del
nombre, sobre todo si lo reducimos a ser un ejemplo de una
generalidad calificada: olvido del nombre. ¿Qué quiere de­
cir? Que este caso particular desde la perspectiva analítica
desemboca en el análisis de Freud y que todo lo que nosotros
podemos conocer de él lo hace cada vez más significativo.
78 Intervenciones y textos

Todavía queda por saber por que elegí ese ejemplo. ¿Por
qué me referí a él, por lo demás, como vieron, en forma
bastante rápida? Es porque si verdaderamente, de acuerdo a
lo que dije, el significante por sí mismo juega el papel, no
sólo de material sino de estructura que da a la dinámica
analítica su alcance, es mucho más impactante ver que este
hecho es desconocido en el análisis, cuando la obra de Freud
despliega en todos lados su ilustración que se vuelve induda­
ble cuando ella es llevada al grado de esquema.
Tomé el ejemplo de Signorelli porque es conocido por
todos y porque en todas las buenas ediciones está resumido
en un gráfico en el que se remonta desde ese “signor” hasta la
muerte, amo absoluto, por una transferencia que ni siguiera
es de palabras sino de fonemas: que circulan a partir del Bo
que se desprende de Boltraffio como factor común con
Botticelli que es quien esconde la rima, para conducimos a
través de Bosnia al Her de Herzegovina, llerr de la Señoría
que reconoce la dignidad del nativo al médico unido con la
fatalidad, y permite alcanzar en Trafoi el punto de llamado
de la represión por la noticia que acaba de recibir Freud del
suicidio de uno de sus pacientes (afectado de impotencia
sexual).
¿Puedo hacerme entender diciendo que es el lado “de
máquina uragamonedas” de esta presentación lo que me
colma ?
En otros términos, aquello de lo que se trata por el
momento es del modo en que Freud concebía el incons­
ciente, de los modos propios para operar con él y de saber si
aún estamos allí.
Si el recurso al texto de Freud nos aporta el testimonio
siempre renovado de que éste se profundiza en un sentido
siempre más orgánico a medida que se lo comenta, digo que
se lo comenta auténticamente y no se lo reduce a resúmenes,
si los tesoros siempre nuevos que se descubren en un tal
comentario nos llevan a las verdades primeras, las más
Diálogo con los filósofos franceses 79

csclarcccdoras para nuestro pensamiento y nuestra práctica,


creo que ustedes no reprobarán este método.
Sr. Hyppolite. Quisiera primero asociarme a los comentarios
de mi amigo Mcrleau-Ponty. El Dr. Lacan nos enseña a
comentar a Freud a la vez como filósofos y como médicos.
Tiene el mérito de enderezar ciertas interpretaciones positi­
vistas de Freud, que no reconocen el sentido y el alcance de
su obra. Pero el Dr. Lacan, como Sócrates, nos tortura, usa el
lenguaje para introducimos en aporías siempre nuevas, y yo
nunca estoy demasiado seguro de comprender.
En particular ¿qué significa en él la noción de sujeto, la
relación del sujeto con el yo (moi) y la superación evidente
de estas nociones relativas hacia una alteridad absoluta?
Existe, en el Dr. Ixican, la noción del Otro (con una O
mayúscula), noción que supera a la del sujeto. Ixi que se
revela en el diálogo psicoanalítico, es, si entiendo bien, la
trascendencia del significante, el campo del simbolismo, que al
igual que una formidable máquina (y las relaciones de familia
son un ejemplo de este significante), nos atrapa y nos
domina.
Pero esta trascendencia del significante, característica de la
vida humana, nos orienta hacia una nueva pregunta inevita­
ble. No se puede pensar el significante sin su relación, al
menos global, con el significado. Es esta relación última del
significante con el significado la que usted deja en la sombra
—para introducirnos en esa dimensión propia del significante
donde el significado parece desvanecerse— y no por ello
dejamos de ser esa relación misma, como referencia suprema.
Usted interpreta el síntoma leyéndolo en esa dimensión del
significante, pero esa dimensión a su vez plantea la pregunta
última de la relación con el significado. El síntoma es un
signo de signo, ¿pero qué es el signo en general sin la
intención última del sentido? .
Dr. Lacan. Sin duda, la situación paradójica es hablar del
lenguaje, pero solamente en apariencia, si la función de la
80 Intervenciones y textos

palabra es tan sólo que nosotros en ella adquiramos nuestro


lugar.
Personalmente no puedo más que suscribir esa especie de re­
ducción que usted acaba de hacer, en suma, a lo que enseño.
Al final de todo esto, estoy de acuerdo con usted, vemos
que hay una dificultad que es la siguiente, en efecto, que esta
relación con el significante en sí misma no es pura y
simplemente padecida, inmanente. En otros términos, ¿qué
está significado en mi relación con el significante? .
Aquí nosotros tenemos muchas cosas que decir porque,
justamente, hasta cierto punto, el síntoma analítico es algo
de este orden, es un significante en segundo grado en tanto
que participa de esta relación con el significante.
Ustedes me dirán: “ Allí, el sujeto está completamente en
la sombra” . En efecto, es exactamente así como formulo las
cosas. El inconsciente es el discurso del Otro. Lo que ocurre
se sitúa en una alteridad originaria. Por más que intentemos
penetrar esc más allá en el análisis, nos adentramos allí
incuestionablemente “por procuración”, porque es en el pa­
ciente donde lo descubrimos en tanto que analista y en la
transferencia en tanto que analizado.
Si intentamos abordar esc más allá por la experiencia del
pensamiento que Freud hizo descubriendo en el inconsciente
el núcleo de esa relación del hombre con el significante, creo
que de este modo, no es en vano que constatamos que Freud
se vió llevado a hablar del instinto de muerte, porque, a fin de
cuentas, ese significado, que es la relación del hombre con el
significante, es quizá allí, tan sólo, donde está el lugar de su
relación, de su verdadera relación con su propia muerte.
Sr. Hippolite. En suma, ¡es inefable!.
/>. Lacan. ¡Por eso yo no hablo de ella!
Sr. Gastón Berger. Al levantar la sesión, expresemos una vez
más nuestro agradecimiento al I)r. Lacan y nuestras felicita­
ciones por haber defendido tan brillantemente su tesis y
respondido a sus numerosos interlocutores.
CARTA A WINNICOTT

Una fotocopia de esta carta, manuscrita, de Lacan


a Winnicott, me fu e proporcionada p o r la Sra. EUie
Kaglarul-SuUivan, a quien aquí le expreso m i grati­
tud. La Sra. Gloria González y el Sr. Kussell Grigg
tuvieron la amabilidad de transcribir el texto para
esta publicación.

J . -A. M.

Villa La Brígida - Parcs de Saint-Tropez - Saint-Tropez - Var

Mi muy querido amigo,


Llevo conmigo su carta desde el 11 (digamos el 12) de
febrero, en que la recibí. Sólo ahora después de algunos días
de vacaciones me siento suficientemente descansado como
para responderle a mi gusto (ahórrese, ahórreme, imaginar lo
que esto representa como ausencia de respiro).
Heme aquí pues releyéndola y saboreando como por
primera vez su amabilidad. Pongamos fin a la vergüenza que
experimenté ante la errata que alteraba su nombre, y no tan
sedo en la cita de un texto, sino en tanto autor que honraba
nuestro sumario1. Errata sí: quien coligió las pruebas, pese a
conocer tanto su nombre como sus artículos, no vio la falta
del imprentero. El ridículo recae sobre todos nosotros; no se
ofenda por ello.
82 Intervenciones y textos

En lo que se refiere a la amable oferta que usted me hace


de ir a hablar a la Sociedad de Londres, cómo no ser sensible
a ella cuando se rodea de explicaciones tan profundamente
benévolas. ¿Tal como ellas se presentan, cómo pensaría
siquiera en molestarme por esas conveniencias, aun cuando
ellas me recuerden aquello que constantemente me hiere?
Tenía demasiado que hacer para responder a su invitación
antes de las vacaciones (recibí su carta a mi retorno de
Bruselas donde di dos conferencias). Pero iré cuando comien­
ce el año, en el momento en que a usted le convenga y en las
condiciones que usted establezca.
Consagre mi año de seminario a intentar plantear las bases
de una Etica del psicoanálisis. Pienso que usted me tiene con­
fianza suficiente como para imaginar que medí las dificul­
tades, la audacia del tema. La pasión del trabajo no me deja
tiempo para ningún vano arrepentimiento.
Podría empero, quizás, sentir uno hoy respecto a lo que
usted me dice acerca de no haber podido asimilar adecuada­
mente el sentido de mi artículo ni medir su alcance2.
Es en este punto donde puedo sentir lo que pierde mi
enseñanza por no tener en nuestra comunidad su difusión
normal. Y esto me resulta aún más sensible cuando se trata de
usted, con quien siento que tengo tantas razones para
entendenne.
Puedo precisar que elegí, para ese memorial de Jones,
hablar de su teoría del simbolismo:
1. porque encuentro su esfuerzo entre los más fundamen­
tados para situar en relación a la metáfora, es decir a una
figura del lenguaje, los efectos llamados de simbolismo en
análisis (lamentando que este esfuerzo, hasta mí, haya queda­
do sin continuación);
2. porque su fracaso es instructivo, como son los fracasos
de las mentes vigorosas. Los agujeros que muestra su empresa
designan los lugares donde ella debe ser rectificada;
3. porque encuentro en ella nuevamente una confirmación
Carta a Wirmicott 83

de mis tesis sobre la función privilegiada del falo: el modo en


que la derivo de sus relaciones con el significante está
ilustrado de manera mucho más deslumbrante en la medida
en que lo es a pesar del autor, por el hecho de que cada uno
de los ejemplos que éste se ve llevado a promover para
satisfacer su teoría no es más que un símbolo fálico.
Sin embargo, esto sólo puede ser bien comprendido por
aquellos que saben lo que yo hago girar de decisivo (para el
pensamiento de nuestra acción como para su técnica) alrede­
dor de las relaciones del significante con lo real. Posición que
resume (p. 9) la afirmación de que “ la relación de lo real con
lo pensado no es la del significado con el significante, y la
primacía que lo real tiene sobre lo pensado se invierte del
significante al significado’’3.
Digamos que hay que invertir la pasividad implicada en el
verbo significar y concebir que el significante, mucho más
qué representarlo, marca lo real.
No se equivoque. No hay en esto ni idealismo ni siquiera
simple filosofía, sino tan sólo esfuerzo para invertir un
prejuicio cuya falsa evidencia se confunde con todo lo que
forma el mayor obstáculo a nuestra experiencia, con todo lo
que nos desvía del camino en su configuración exacta, con
todo lo que nos arrastra a camuflarla para hacerla admitir
afuera.
Admiro en Jones una profunda apercepción del verdadero
relieve de esta experiencia, y habría podido encontrar mu­
chos otros términos originales de su obra, la afánisis, o la
noción de privación como diferente de la frustración, o
hubiese podido demostrar lo que ellas aportan a lo que yo
mismo enseño. Elegí este artículo sobre el simbolismo porque
me permitía esclarecer para mis alumnos algunos puntos
difíciles de la teoría y de la historia analíticas.
Esto es lo que me dirige siempre en mi elección. Todo lo
que he escrito desde hace siete años sólo vale en el contexto
de mi enseñanza.
84 Intervenciones y textos

Afuera, no puede usted saber todo lo que construí sobre


una distinción tan simple, decisiva y fundamental como la del
deseo y de la demanda. Ella aparecerá con varios años de
retraso bajo la forma de una nueva versión de mi informe de
Royaumont (1958) en el próximo número de la Psychanalyse
(usted recuerda quizás el título: The rules o f the cure and the
lures o f its power).
Y, sin embargo, cómo me siento sostenido y de acuerdo
con sus investigaciones en su contenido y en su estilo. Ese
“objeto transicional” del que mostré a los míos todos sus
méritos, no indica acaso el lugar donde se marca precozmente
esta distinción del deseo en relación a la necesidad.
Me parece ahora empero que es necesario que yo reúna
todo esc esfuerzo en una obra que fije lo esencial. Incluso si
yo no tuviese el tiempo de hacerlo, se que un impulso es dado
a un grupo donde una dirección será preservada el tiempo
suficiente como para ser trasmitida incluso si se olvida su
origen.
Cómo todo esto será forjado en este relativo aislamiento
no es una cuestión que me concierna particularmente. 1.a
confusión de lenguas en el interior de la Internacional me
quita mucho de mi pena de haber continuado mi carrera
fuera de ella.
Usted sabe quizás que hacemos este año un pequeño
Congreso con los holandeses en Amsterdam sobre la sexuali­
dad femenina. Otro tema, descuidado después de Jones, sobre
el cual creí deber llamar la atención de nuestra época. Me
abstengo esta vez de presentar allí un informe, abriré el
Congreso y me interesaré menos en intervenir en él que en ver
qué es lo que darán allí aquellos a quienes formé.
Estoy aquí con mi mujer y mi hija menor. La otra,
Laurence, la hija de mi mujer, que usted evoca tan amable­
mente a propósito de la botella que se rompió en la cocina,
nos provocó este año muchas inquietudes (cosa de la cual
estamos orgullosos) habiendo sido detenida por sus relaciones
Carta a Winnicott 85

políticas. Ahora está liberada, empero seguimos preocupados


por un asunto que aún no está cerrado.
Tenemos también un sobrino que vivió en nuestra casa
como un hijo mientras realizaba sus estudios, que acaba de
ser condenado a una pena de dos años de prisión por su
actividad de resistencia a la guerra de Argelia.
Que esto complete para usted el cuadro de lo que ocupa un
silencio demasiado largo. Que esto lo ayude a perdonármelo,
si agrego que mi pensamiento a menudo se dirigió hacia usted
y su mujer, con toda la amistad que nosotros les hemos
prometido en mi casa fo r ever.
J. tacan
5 de agosto de 1960

NOTAS

1 Se trata <lcl sum ario del núm ero 5 de la revista La psychanalyse (PUF,
1959), donde figura una traducción del artícu lo de W innicott “Transitional
Objects and Transitional P h e n o m e n a cl nom bre del a u to r tiene allí una sola t.

2 F.l artículo en cuestión, que abre el núm ero 5 de La psychanalyse, es “ A la


memoria de Ernest Jone»: sobie su teoría del sim bolism o” (R etom ado en lo*
Exentos, T. II, p. 307 - 322).
3
Cf. Escritos, T. II, p. 315.
PSICOANALISIS Y MEDICINA

Intervención de J. Lacan en ¡a mesa redonda


del mismo titulo, realizada en el Colegio de Medi­
cina, el 16 de febrero de 1966, en la Salpétrière.

Me permitirán atenerme, en relación a algunas de las


preguntas que acaban de ser planteadas, a las respuestas de la
señora Aubry, que me parecen suficientemente pertinentes.
No veo que democratizar la enseñanza del psicoanálisis
plantee otro problema más que el de la definición de nuestra
democracia. Ella es una, pero existen varias especies concebi­
bles y el porvenir nos lleva hacia otra.
Ix> que creía haber aportado a una reunión como ésta,
caracterizada por quien la convoca, es decir el Colegio de
Medicina, es precisamente el abordar un tema que nunca tuve
que tratar en mi enseñanza, el del lugar del psicoanálisis en la
medicina.
Actualmente, este lugar es marginal y, como lo he escrito
más de una vez, extra territorial. Es marginal debido a la
posición de la medicina respecto al psicoanálisis, al que
admite como una suerte de ayuda externa, comparable a la de
los psicólogos y a la de otros asistentes terapéuticos. Es
extra-territorial por obra de los psicoanalistas quienes, sin
duda, tienen sus razones para querer conservar esta extra­
territorialidad. Ellas no son las mías pero, a decir verdad, no
pienso que mi anhelo bastase para cambiar al respecto las
cosas. Encontrarán su lugar en su momento, es decir muy
Psicoanálisis y medicina 87

rápido, si consideramos el tipo de aceleración que vivimos en


cuanto a la parte que le toca a la ciencia en la vida común.
Quisiera hoy considerar ese lugar del psicoanálisis en la
medicina desde el punto de vista del médico y del rapidísimo
cambio que se está produciendo en lo que llamaría la función
del medico y en su personaje, ya que éste es también un
elemento importante de su función.
Durante todo el período de la historia que conocemos y
podemos calificar como tal, esta función, este personaje del
médico, han permanecido con gran constancia hasta una
época reciente.
Debe señalarse, empero, que la práctica de la medicina
nunca dejó de tener un importante acompañamiento doctri­
nario. El hechp de que durante un tiempo bastante corto, en
el siglo XIX, las doctrinas invocasen a la ciencia, no las volvió
más científicas. Quiero decir que las doctrinas científicas
invocadas en la medicina eran siempre, hasta una época
reciente, la recuperación de alguna adquisición científica,
pero con un retardo no menor de veinte años. Esto muestra
claramente que este recurso sólo funcionó como sustituto y
para enmascarar lo que anteriormente hay que ubicar más
bien como una suerte de filosofía.
Al considerar la historia de la medicina a través de las
épocas, el gran médico, el médico tipo, era un hombre de
prestigio y de autoridad. que ocurre entre el médico y el
enfermo, fácilmente ilustrado ahora por comentarios como
los de Balint de que el médico al recetar se receta él mismo,
siempre sucedió: así el emperador Marco Aurelio convocaba a
Galeno para que le vertiese con sus propias manos la teriaca.
Es, por otra parte, Galeno quien escribió en su Tratado que el
médico en su mejor forma es también un filósofo; no
limitándose esta palabra al sentido históricamente tardío que
tiene en la filosofía de la naturaleza.
Pero den a esa palabra el sentido que quieran, la pregunta
que se trata de situar se esclarecerá a partir de otros puntos
88 Intervenciones y textos

de referencia. Pienso que aquí, aunque se trata de una


asistencia en su mayoría médica, no se me pide que indique
lo que Michel Foucault nos aporta en su gran obra sobre un
método histonco-crítico para situar la responsabilidad de la
medicina en la gran crisis ética (es decir, en lo concerniente a
la definición del hombre) que él centra en tomo al aislamien­
to de la locura; tampoco se espera que introduzca esa otra
obra “ Nacimiento de la clínica” en tanto que en ella se fija lo
que entraña la promoción por parte de Bichat de una mirada
que se fija en el campo del cuerpo en esc corto tiempo donde
subsiste como entregado a la muerte, es decir, el cadáver.
Están marcados de este modo los dos franqueamientos, a
través de los cuales la medicina consuma por su parte el cierre
de las puertas de un antiguo Jano, el que redoblaba en forma
irrecuperable todo gesto humano con una figura sagrada. La
medicina es una correlación de este franqueamiento. El paso
de la medicina al plano de la ciencia, e incluso el hecho de
que la exigencia experimental haya sido inducida en la
medicina por Claudc Bemard y sus compañeros, no es
algo que cuente por sí solo, el equilibrio está en otro
lado.
I-a medicina entró en su fase científica en tanto surgió un
mundo que, en lo sucesivo, exige los condicionamientos
necesarios en la vida de todos en la medida que la presencia
de la ciencia incluye a todos en sus efectos.
I^as funciones del organismo humano siempre fueron obje­
to de una puesta a prueba de acuerdo con el contexto social.
Pero, al hacérselas funcionar, sirven en las organizaciones
altamente diferenciadas, que no habrían nacido sin la ciencia.
Al médico se le ofrecen en el laboratorio ya constituido, in­
cluso ya proporcionado, créditos sin límites que empleará
para reducir esas funciones a montajes equivalentes a aquellos
de esas otras organizaciones, es decir, que tengan estatuto de
subsistencia científica.
Citemos simplemente aquí, para aclarar lo que queremos
Psicoanálisis y medicina 89

decir, lo que debe nuestro progreso en la formalización


funcional del aparato cardiovascular y del aparato respira­
torio, no sólo a la necesidad de operarlo, sino al aparato
mismo de su inscripción en tanto que impone, a partir del
alojamiento de los sujetos de esas reacciones en los “satéli­
tes": o sea lo que se puede considerar formidables pulmones
de acero, cuya construcción misma está vinculada con su
destino de soportes de determinadas órbitas, órbitas que sería
harto equivocado llamar cósmicas, pues a esas órbitas, el
cosmos no las “conocía". En suma, en un único movimiento
se revela la sorprendente tolerancia del hombre a las condicio­
nes acósmicas, incluso la paradoja que lo hace aparecer allí
de algún modo “adaptado", es así como se muestra que este
acosmismo es lo que la ciencia construye. Quien podía
imaginar que el hombre soportaría muy bien la ingravidez,
quien podía predecir lo que advendría del hombre en esas
condiciones si nos hubiésemos atenido a las metáforas filosó­
ficas, por ejemplo a esa de Simone Wcil, que hacía de la gra­
vedad una de las dimensiones de dicha metáfora.
En la medida en que las exigencias sociales están condiciona­
das por la aparición de un hombre que sirve a las condiciones de
un mundo científico, dotado de nuevos poderes de investiga­
ción y de búsqueda, el médico se encuentra enfrentado con
problemas nuevos. Quiero decir que el médico ya no tiene
nada de privilegiado en la jerarquía de ese equipo de científi­
cos diversamente especializados en las diferentes ramas cientí­
ficas. Desde el exterior de su función, principalmente en la
organización industrial, le son proporcionados los medios y al
mismo tiempo las preguntas para introducir las medidas de
control cuantitativo, los gráficos, las escalas, los datos estadís­
ticos a través de los cuales se establecen, hasta la escala
microscópica, las constantes biológicas y se instaura en su
dominio ese despegue de la evidencia del éxito que corres­
ponde al advenimiento de los hechos.
La colaboración médica será considerada bienvenida para
90 Intervenciones y textos

programar las operaciones necesarias para mantener el funcio­


namiento de tal o cual aparato del organismo humano en
condiciones determinadas, pero después de todo ¿qué tiene
que ver todo esto con lo que llamaremos la posición tra­
dicional del médico?
El medico es requerido en la función de científico f¡-
siologista, pero sufre también otros llamados: el mundo
científico vuelca entre sus manos un número infinito de lo
que puede producir como agentes terapéuticos nuevos,
químicos o biológicos, que coloca a disposición del público,
y le pide al medico, cual si fuere un distribuidor, que los ponga
a prueba. ¿Dónde está el límite en que el médico debe actuar
y a qué debe responder? A algo que se llama la demanda.
Diría que es en la medida de este deslizamiento, de esta
evolución que cambia la posición del medico respecto de
aquellos que se dirigen a él, como llega a individualizarse, a
especificarse, a valorizarse retroactivamente, lo que hay de
original en esa demanda al médico. Este desarrollo científico
inaugura y pone cada vez más en primer plano ese nuevo
derecho del hombre a la salud, que existe y que se motiva ya
en una organización mundial. En la medida en que el registro
de la relación médica con la salud se modifica, donde esa
suerte de poder generalizado que es el poder de la ciencia
brinda a todos la posibilidad de ir a pedirle al médico su
cuota de beneficios con un objetivo preciso inmediato, vemos
dibujarse la originalidad de una dimensión que llamo la
demanda. Es en el registro del modo de respuesta a la
demanda del enfermo donde está la posibilidad de superviven­
cia de la posición propiamente médica.
Responder que el enfermo viene a pedirnos la cura no es
responder, pues cada vez la tarea precisa, que debe realizarse
con urgencia, no responde pura y simplemente a una posibili­
dad que se encuentra al alcance de la mano, supongamos: a
un aparato quirúrgico o a la administración de antibióticos (c
incluso en estos casos todavía debe saberse cual es su conse-
Psicoanálisis y medicina 91

cucncia para el porvenir), existe fuera del campo de lo que se


modificó por el beneficio terapéutico algo que permanece
constante y todo médico sabe muy bien de qué se trata.
Cuando el enfermo es remitido al médico o cuando lo
aborda, no digan que espera de él pura y simplemente la
curación. Coloca al médico ante la prueba de sacarlo de su
condición de enfermo, lo que es totalmente diferente, pues
esto puede implicar que él esté totalmente atado a la idea de
conservarla. Viene a veces a demandamos que lo autentifique­
mos como enfermo; en muchos otros casos viene, de la
manera más manifiesta, para demandarles que lo preserven en
su enfermedad, que lo traten del modo que le conviene a
él, el que le permitirá seguir siendo un enfermo bien ins­
talado en su enfermedad. ¿Necesito acaso evocar mi ex­
periencia más reciente? Un formidable estado de depresión
ansiosa permanente, que dura desde hace ya más de veinte
años, el enfermo venía a buscarme aterrorizado ante la idea
de que yo le hiciese lo más mínimo. A la sola proposiciem de
volverme a ver cuarenta y ocho horas más tarde, ya, la madre
temible, que durante ese tiempo había acampado en mi sala
de espera, había ya logrado tomar disposiciones para que
nada de esto ocurriese.
Esta es una experiencia banal, sólo la evoco para recordarles
la significación de la demanda, dimensión donde se ejerce
hablando estrictamente la función médica, y para introducir
lo que parece fácil de captar, aunque no haya sido seriamente
interrogado más que en mi escuela, a saber, la estructura de la
falla que existe entre la demanda y el deseo.
Una vez que se ha hecho este comentario, surge que no es
necesario ser psicoanalista, ni siquiera médico, para saber que
cuando cualquiera, nuestro mejor amigo, sea hombre o mujer,
nos pide algo, esto no es para nada idéntico, e incluso a veces
es diametralmentc opuesto, a aquello que desea.
Quisiera retomar aquí las cosas en otro punto, y hacer
notar que si es concebible que lleguemos a una extensión
92 Intervenciones y textos

cada vez más eficaz de nuestro procedimientos de interven­


ción en lo concerniente al cuerpo humano en base a los
progresos científicos, el problema no podría resolverse a
nivel de la psicología del medico, con una pregunta que
refrescaría el termino de psicosomático. Permítanme delimi­
tar más bien como falla epistcmo-somática, el efecto que
tendrá el progreso de la ciencia sobre la relación de la
medicina con el cuerpo. Nuevamente aquí, para la medicina,
la situación es subvertida desde afuera. Por eso, nuevamente
aquí lo que, antes de ciertas rupturas, permanecía confuso,
velado, mezclado, embarullado, aparece con tal brillo.
Pues lo que está excluido de la relación cpistemo-somática
es justamente lo que propondrá a la medicina el cuerpo en su
registro purificarlo. \x> que se presenta de este modo se
presenta como pobre en la fiesta donde el cuerpo brillaba
recién con la posibilidad de ser enteramente fotografiado,
radiografiado, calibrado, diagramado y posible de condi­
cionar, dado los recursos verdaderamente extraordinarios
que guarda, pero quizá también ese pobre le trae una
oportunidad que le llega desde lejos, a saber del exilio al que
proscribió ai cuerpo la dicotomía cartesiana del pensamiento
y de la extensión, la cual elimina completamente de su
aprehensión todo lo tocante, no al cuerpo que imagina, sino
al cuerpo verdadero en su naturaleza.
Este cuerpo no se caracteriza simplemente por la dimen­
sión de la extensión: un cuerpo es algo que está hecho para
gozar, gozar de sí mismo. La dimensión del goce está excluida
completamente de lo que llamé la relación cpistemo-somáti­
ca. Pues la ciencia no es incapaz de saber qué puede; pero
ella, al igual que el sujeto que engendra, no puede saber qué
quiere. Al menos lo que quiere surge de un avance cuya mar­
cha acelerada, en nuestros días, nos permite palpar que supe­
ra sus propias previsiones.
¿Podemos nosotros prejuzgar acerca de ella, por ejemplo,
por el hecho de que nuestro espacio, ya sea planetario o
Psicoanálisis y medicina 93

transplanetario, pulula con algo que hay que llamar clara­


mente voces humanas que animan el código que encuentran
en ondas cuyo entrecruzamiento sugiere una imagen total­
mente diferente del espacio que aquella en la cual los torbelli­
nos cartesianos establecían su orden en el cielo? Por qué no
hablar también de la mirada que ahora es omnipresente, bajo
la forma de los aparatos que ven por nosotros en los mismos
lugares: o sea algo que no es un ojo y que aisla la mirada
como presente. Todo esto podemos ponerlo en el activo de la
ciencia, pero nos hace alcanzar lo que en esto nos concierne,
no diré como ser humano, pues a decir verdad Dios sabe qué
se agita detrás de ese fantoche que se llama el hombre, el ser
humano o la dignidad humana cualquiera que sea la denomi­
nación bajo la cual cada uno de nosotros coloca lo que
escucha de sus propias ideologías, más o menos revoluciona­
rias o reaccionarias. ¿Preguntamos más bien en que concierne
esto a lo que existe, a saber, nuestros cuerpos? Voces,
miradas que se pasean, se trata verdaderamente de algo que
sale de los cuerpos, pero son curiosas prolongaciones que en
un primer aspecto incluso en un segundo o en un tercero,
sólo tienen poca relación con lo que yo llamo la dimensión
del goce. Es importante ubicarla como polo opuesto, pues allí
también la ciencia está produciendo ciertos efectos que no
dejan de implicar ciertas apuestas. Materialicémoslo bajo la
forma de los diversos productos que van desde los tranquili­
zantes hasta los alucinógcnos. Esto complica singularmente el
problema de lo que hasta ahora se ha calificado, de modo pu­
ramente policial, como toxicomanía. Si un día estuviésemos
en posesión de un producto que nos permita recoger informa­
ciones sobre el mundo exterior, no veo cómo una contención
policial podría ejercerse.
Pero, cuál será la posición del médico para definir estos
efectos respecto a los cuales hasta aquí mostró una audacia
alimentada sobre todo de pretextos pues, desde el punto de
vista del goce, qué es un usa ordenado de lo que se llama, más
94 Intervenciones y textos

o menos adecuadamente, tóxicos, qué puede tener de repren­


sible, a menos de que el médico no entre francamente en lo
que es la segunda dimensión característica de su presencia en
el mundo, a saber, la dimensión ética. Estos comentarios que
pueden parecer banales, tienen de todos modos el interés de
demostrar que la dimensión ética es aquella que se extiende
en la dirección del goce.
Tenemos pues dos puntos de referencia: primero, la de­
manda del enfermo; segundo, el goce del cuerpo. Ambos
confinan, en cierto modo, en esa dimensión ética, pero no los
confundamos demasiado rápido, pues aquí interviene lo que
llamaré simplemente la teoría psicoanalítica, que llega a
tiempo y no ciertamente por casualidad, en el momento de la
entrada en juego de la ciencia, con ese ligero avance que es
siempre característico de las invenciones de Freud. Así
como Freud inventó la teoría del fascismo antes que éste
apareciese, del mismo modo treinta años antes, inventó lo que
debía responder a la subversión de la posición del médico por
el ascenso de la ciencia: a saber, el psicoanálisis como praxis.
Acabo de indicar suficientemente la diferencia que hay
entre la demanda y el deseo. Sólo la teoría lingüística puede
dar cuenta de una tal apercepción, y ella puede hacerlo tanto
más fácilmente en tanto es Freud quien del modo más vivaz y
más inatacable, mostró precisamente su instancia a nivel del
inconsciente. Porque es el inconsciente descubierto por Freud
en la medida en que está estructurado como un lenguaje.
Leí con asombro en un escrito muy bien apadrinado que el
inconsciente era monótono. No invocare aquí mi experiencia,
ruego que abran las tres primeras obras de Freud, las más
fundamentales, y que vean si es la monotonía lo que caracte­
riza la significancia de los sueños, los actos fallidos y los
lapsus. Muy por el contrario, el inconsciente me parece no sólo
extremadamente particularizado, más todavía que variado, de
un sujeto a otro, sino cada vez más astuto y espiritual, porque
es justamente a partir de él que la agudeza adquiere sus
Psicoanálisis y m edicina 95

dimensiones y su estructura. No hay un inconsciente porque


hubiese en él un deseo inconsciente, obtuso, pesado, cual
Calibán, incluso animal, deseo inconsciente surgido de las
profundidades, que fuese primitivo y debiese elevarse al nivel
superior de lo consciente. Muy por el contrario, hay un deseo
porque hay inconsciente, es decir lenguaje que escapa al sujeto
en su estructura y sus efectos, y hay siempre a nivel del
lenguaje algo que está más allá de la conciencia, y es allí
donde puede situarse la función del deseo.
Por eso es necesario hacer intervenir ese lugar que llame el
lugar del Otro, en todo lo concerniente al sujeto. Es en
sustancia el campo donde se ubican esos excesos de lenguaje
cuya marca que escapa a su propio dominio lleva el sujeto. Es
en ese campo donde se hace la junción con lo que llamé el
polo del goce.
Pues se valoriza en él lo que introdujo Freud a propósito
del principio del placer y que no había nunca sido advertido,
a saber, que el placer es una barrera al goce, en lo cual Freud
retoma las condiciones a partir de las cuales las viejas escuelas
de pensamiento habían hecho su ley.
¿Qué se nos dice del placer? Que es la menor excitación,
lo que hace desaparecer la tensión, la tempera más, por lo
tanto aquello que nos detiene necesariamente en un punto de
alejamiento, de distancia muy respetuosa del goce. Pues lo
que yo llamo goce en el sentido en que el cuerpo se
experimenta, es siempre del orden de la tensión, del forza­
miento, del gasto, incluso de la hazaña. Incontestablemente,
hay goce en el nivel donde comienza a aparecer el dolor, y
sabemos que es sólo a ese nivel del dolor que puede
experimentarse toda una dimensión del organismo que de
otro modo permanece velada.
¿Qué es el deseo? El deseo es de algún modo el punto de
compromiso, la escala de la dimensión del goce, en la medida
en que en cierto modo permite llevar más lejos el nivel de la
barrera del placer. Pero éste es un punto fantasmático, quiero
96 Intervenciones y textos

decir donde interviene el registro imaginario, que hace que el


deseo esté suspendido a algo cuya naturaleza no exige verda­
deramente la realización.
¿Por qué es que llego a hablar aquí de aquello que de
todos modos no es más que una muestra minúscula de esta
dimensión que desarrollo desde hace quince años en mi
seminario? Es para evocar la idea de una topología del
sujeto. Es en relación a su superficie, a sus límites fundamen­
tales, a sus relaciones recíprocas, id modo en que ellas se
entrecruzan y se anudan que pueden plantearse problemas,
que ya no son más puros y simples problemas de interpsicolo­
gía, sino más bien los problemas de una estructura que
concierne id sujeto en su doble relación con el saber.
El saber sigue estando para él marcado con un valor
nodal, debido a algo cuyo carácter central se olvida en el
pensamiento, que el deseo sexual tal como lo entiende el
psicoanálisis no es la imagen que debemos hacemos de
acuerdo a un mito de la tendencia orgánica: es algo infinita­
mente más elevado y anudado en primer término precisa­
mente con el lenguaje, en tanto que es el lenguaje el que le
da primero su lugar, y que su primera aparición en el
desarrollo del individuo se manifiesta a nivel del deseo de
saber. Si no se ve que éste es el punto central donde arraiga la
teoría de la libido de Freud, simplemente se pierde pie. Perder
pie es querer reunir los marcos preformados de una preten­
dida psicología general, elaborada con el correr de los siglos pa­
ra responder a necesidades extremadamente diversas, que cons­
tituye el desecho del despliegue de las teorías filosóficas. Es
perder pie así también no ver qué tipo de nueva perspectiva,
que cambio total de punto de vista, es introducido por la
teoría de Freud, pues se pierde entonces a la vez su práctica y
su fecundidad.
Alguno de mis alumnos, exterior al campo del análisis, me
preguntó a menudo: ¿cree usted que basta explicar esto a
los filósofos, que le basta con plantear en un pizarrón el es­
Psicoanálisis y medicina 97

quema de su grafo para que reaccionen y comprendan?


No tengo al respecto, obviamente, la más mínima ilusión y
demasiadas pruebas de lo contrario. Pese a ello las ideas se
pasean, y en la posición en que estamos en relación a la
difusión del lenguaje y al mínimum de impresos necesarios
para que algo dure, esto basta. Basta con que esto haya sido
dicho en algún lado y que un oído entre doscientos lo haya
escuchado para que en un porvenir no muy lejano sus efectos
estén asegurados.
lx> que indico al hablar de la posición que puede ocupar el
psicoanalista, es que actualmente es la única desde donde el
médico puede mantener la originalidad de siempre de su posi­
ción, es decir, la de aquel que tiene que responder a una deman­
da de saber, aunque sólo se pueda hacerlo llevando al sujeto a
dirigirse hacia el lado opuesto a las ideas que emite para
presentar esa demanda. Si el inconsciente es lo que es, no una
cosa monótona sino, en cambio, una cerradura lo más precisa
posible, cuyo manejo no es otro que abrirla al reves con una
clave llave*, que está más allá de una cifra, esta abertura
sólo puede servir al sujeto en su demanda de saber. lx>
inesperado, es que el sujeto confiese el mismo su verdad y
que la confiese sin saberlo.
El ejercicio y la formación del pensamiento son los
preliminares necesarios a una operación tal: es necesario que
el médico se haya entrenado en plantear los problemas a nivel
de una serie de temas cuyas conexiones, cuyos nudos, debe
conocer, y que no son los temas corrientes de la filosofía y de
la psicología. lx>s temas corrientes en cierta práctica investi­
gadora que se llama psicotécnica, donde las respuestas están
determinadas en función de ciertas preguntas, ellas mismas
registradas en un plano utilitario, tienen su precio y su valor
en límites definidos que nada tienen que ver con el fondo de
aquello que está en juego en la demada del enfermo.
Al final de esta demanda, la función de la relación con el
• (N.T.) C ié en francés significa a la vez clave y llave..
98 Intervenciones y textos

sujeto supuesto al saber, revela lo que llamamos la “ transfe­


rencia”. En la medida en que más que nunca la ciencia tiene
la palabra, más que nunca se sostiene esc mito del sujeto
supuesto al saber, y esto es lo que permite la existencia del
fenómeno de la transferencia en tanto que remite a lo más
arraigado del deseo de saber.
En la época científica, el médico se encuentra en una doble
posición: por un lado, tiene que enfrentar una carga energéti­
ca cuyo poder no sospecha sino se le explica; por el otro,
debe colocar esa carga entre paréntesis, debido justamente a
los poderes de los que dispone, a los que debe distribuir, al
plano científico en que está situado. Quiéralo o no, el médico
está integrado a ese movimiento mundial de la organización
de una salud que se vuelve pública y, por este hecho, nuevas
preguntas le serán planteadas.
En ningún caso podrá motivar el mantenimiento de su
función propiamente médica en nombre de un “privado” que
sería atinente a lo que se llamaría el secreto profesional, y no
hablemos demasiado del modo en que es observado, quiero
decir en la práctica de la vida a la hora en que se toma el
cognac. Pero no es éste el resorte del secreto profesional, pues
si este fuese del orden de lo privado, seria del orden de las
mismas fluctuaciones que han acompañado socialmentc la
generalización en el mundo de la práctica del impuesto a las
ganancias. Se trata de algo diferente: es estrictamente de esa
lectura por la cual el medico es capaz de conducir al sujeto a
aquello que está en cierto paréntesis, aquello que comienza
con el nacimiento, que termina con la muerte y que entraña
las preguntas que se despliegan entre uno y otra.
¿En nombre de qué los médicos podrán estatuir acerca del
derecho o no al nacimiento? ¿Cómo responderán a las
exigencias que muy rápidamente confluirán con las exigencias
de la productividad? Pues si la salud se vuelve objeto de una
organización mundial, se tratará de saber en qué medida es
productiva. ¿Qué podrá oponer el médico a los imperativos
Psicoanálisis y medicina 99

que lo convertirán en el empleado de esa empresa universal de


la productividad? El único terreno es esa relación por la cual
es médico: a saber la demanda del enfermo. En el interior de
esta relación firme donde se producen tantas cosas está la
revelación de esa dimensión en su valor original, que no tiene
nada de idealista pero que es exactamente lo que dije: la
relación con el goce del cuerpo.
¿Qué tienen ustedes que decir, médicos, sobre lo más
escandaloso de lo que viene ahora? Pues si era excepcional el
caso en el que el hombre hasta aquí profería “Si tu ojo te
escandaliza arráncalo”, que dirán ustedes del slogan ¿“Si tu
ojo se vende bien, dónalo” ? ¿En nombre de que tendrán que
hablar, sino precisamente de esa dimensión del goce de su
cuerpo y de lo que él ordena de participación a todo lo tocan­
te a él en el mundo?
Si el médico debe seguir siendo algo, que ya no podría ser
la herencia de su antigua función que era una función
sagrada, es para mí, continuar y mantener en su vida propia el
descubrimiento de Freud. Siempre me consideré como misio­
nero del médico: la función del médico como la del sacerdo­
te no se limita al tiempo que uno le dedica a ella.
INDICE

Intervenciones de Lacan en la Sociedad Psicoanalitica


de París, por Jaeques -Alain M iller..................................... 5
Intervención en el Primer Congreso Mundial de
Psiquiatría.................................................................................32
El Mito Individual del Neurótico............................................ 37
Diálogo con los Filósofos Franceses..................................... 60
Carta a I). W. Winnicott.......................................................... 81
Psicoanálisis y Medicina........................................................... 86
PUBLICACIONES DE MANAN 11AL

Clínica bajo transferencia A. Cordie, R. Lefort, P. Lemoine


J. -A. Miller, M. Silvestre y C. Soler.
Reseñas de enseñanza —J. Lacan
Recorrido de Lacan J. -A. Miller
Freud y el deseo del analista S. Cottet
Dos dimensiones clínicas: Síntoma y Fantasma — 1.a teoría
del yo en Lacan J. -A. Miller I). S. Rabinovich
Concepciones de la cura en psicoanálisis Eric luiurent
¿Cómo se analiza hoy? Fundación del Campo Freudiano
Acto e interpretación - G. Clastres, S. Cottet, S. Criscaut,
C. Gallano, S. Hommel, J. Indart, J. P. Klotz, E. I.emoine,
J. Matusevich, J. -A. Miller, R. Portillo, S. Schneiderman,
D. Silvestre, M. Silvestre, C. Soler, M. Strauss, //. Wachs-
berger.
Psicosis y psicoanálisis — R. Broca, O. Clastres, S. Cottet,
F. Gorog, J.J. Gorog, E. Ixiurent, F. Leguil, J.-A. Miller,
D. Rabinovich, D. Silvestre, M. Silvestre, C. Soler, M.L.
Susini, J. Torrisi.

De próxima aparición:

I/ )S fundamentos de la clínica —P. Bercherie


Revista El Hombre (antropología) — Varios
Histeria y psicoanálisis — Varios

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