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LA PARTICIPACION DE LA MUJER INDIGENA EN LA PROPIEDAD DE LAS

TIERRAS

El presente resumen presenta una reflexión conceptual crítica respecto a la relación entre las

mujeres y la tierra, entendida esta relación como construcción histórico-social y simbólica que

coloca a las mujeres y a la tierra como objetos de posesión patriarcal para la producción y

reproducción no sólo desde el punto de vista biológico, si no también y fundamentalmente de la

fuerza de trabajo y las relaciones de poder que reproducen los sistemas de opresión. La literatura

de todos los tiempos ha recurrido al símil mujer/tierra con muchísima frecuencia, mientras que

los discursos políticos y hasta las estrategias de desarrollo colocan a las mujeres en una relación

privilegiada con la tierra y los pueblos reivindican a la madre tierra como dadora de vida, del

mismo modo que las mujeres/madres dan vida y alimentan a su prole; hay en esto una

construcción simbólica que naturaliza la relación mujer/tierra sin mucho juicio crítico de fondo

que ponga en contraste el discurso frente a la realidad de la vida, los derechos y la posición de las

mujeres en relación a la tierra y los poderes o no-poderes que devienen del lugar asignado a las

mujeres en las jerarquías sociales construidas a partir de la propiedad privada. Esta dedicado a

cuestionar esta “investidura simbólica” como punto de partida para problematizar la relación

mujeres–tierra, tomando en cuenta las muchas formas de entender la tierra, desde la perspectiva

de las mujeres.

Los Acuerdos de Paz y los derechos de las mujeres en relación a la tierra

Reconociendo que hay diversas miradas y valoraciones sobre los Acuerdos de Paz, en más de

una oportunidad he planteado que para las mujeres guatemaltecas hay un antes y un después en

relación a los acuerdos mencionados. No porque hayamos alcanzado las transformaciones


necesarias para ejercer plenamente nuestros derechos y disfrutar de una vida digna y libre de

violencia o porque efectivamente participemos en las decisiones de trascendencia en el país, ni

siquiera porque todas podamos disfrutar y decidir autónomamente respecto a nuestras vidas,

cuerpos y bienes, sino porque ha sido la primera vez en la historia del país que las mujeres han

colocado la desigualdad, la exclusión y la violencia contra las mujeres como parte de las

problemáticas cruciales que afectan los derechos, el desarrollo y la vida tanto de las mujeres

como de la sociedad en su conjunto.

Las mujeres organizadas lograron que en las negociaciones de paz se hiciera oír su voz y sus

propuestas fueran incorporadas, convirtiéndolas en un conjunto de compromisos de Estado, que

pese a no haber sido cumplidos íntegramente, se constituyen en un punto de partida para avanzar

en la transformación de las relaciones de poder desiguales fundadas en el sexismo, el racismo y

la explotación contra las mujeres.

La participación de las mujeres y sus organizaciones posibilitó que los Acuerdos de Paz

incorporaran en el análisis de las problemáticas nacionales la perspectiva de las mujeres,

proponiendo estrategias y formulando compromisos específicos para su abordaje, especialmente

en relación a la situación agraria y los derechos de las mujeres indígenas y campesinas. Pasados

más de tres lustros se ha evidenciado la ausencia de mecanismos para hacer efectivos los

derechos de las mujeres en relación a la tierra, especialmente porque priva en ellos un enfoque

familiarista neoliberal que sigue colocando a las mujeres como mediadoras del bienestar familiar

frente a las consecuencias de la pobreza, explotación y desigualdades que afectan a la población

campesina.
Como ha quedado mencionado en párrafos anteriores, “en Guatemala, las desigualdades en la

estructura agraria se encuentran en la base de las contradicciones económicas, sociales, políticas

y culturales que generaron la guerra de las últimas cuatro décadas del siglo pasado. La extrema

concentración de la tierra, la exclusión de los campesinos indígenas de todas las ventajas del

desarrollo, el despojo de sus tierras y el hecho de que grandes masas de trabajadores rurales

mayas aún vivan en contextos de explotación servil, son algunas de las características del agro

guatemalteco. Estas han determinado que la mayoría de los habitantes rurales sean indígenas

pobres, analfabetos, con ninguna o poca tierra degradada, una corta esperanza de vida, sin

servicios de educación, ni salud y deban emigrar temporalmente a las fincas agroexportadoras

donde se les transporta en camiones de ganado y viven en condiciones paupérrimas con un

salario de hambre y jornadas agotadoras de sol a sol” (Camacho, 2010:2).

Los Acuerdos de Paz son integrales, lo que significa que tanto el reconocimiento de la

problemática como los compromisos y estrategias para su abordaje están interrelacionados,

aunque por la naturaleza de los asuntos abordados hayan sido diferenciados.

En cuanto a los derechos y participación de las mujeres, los compromisos expresados en cada

uno de los tres acuerdos mencionados deben asumirse igualmente en su integralidad e

interrelación.

En términos de género, la política declara que “la equidad de género se entiende como la

inclusión de las mujeres en igualdad de condiciones y oportunidades con respecto a los hombres,
como beneficiarias de los programas y proyectos que deriven de la implementación de la

presente política. Para lograr la equidad de género es importante la adopción de medidas

afirmativas favorables a las mujeres, para lograr su pleno desarrollo” (SAA,2014:17), con este

propósito dentro del eje de acceso a la tierra prevé el impulso de mecanismos de acceso a la

tierra para las mujeres a cargo del Fondo de Tierras. Aunque estos mecanismos no son descritos,

dentro de los márgenes del mandato institucional del Fontierras parecieran referirse a los

programas analizados en páginas posteriores.

La inclusión subordinada de las mujeres en las políticas y programas del Fondo de Tierras

Históricamente en Guatemala, todos los programas de acceso a la tierra han sido excluyentes

para las mujeres, como se refleja en los porcentajes de mujeres participantes en dichos

programas; situación que intentó ser superada incorporando algunas medidas afirmativas en la

Ley del Fondo de Tierras, aprobada en el año 2000.

Roldán, Carmen Gramajo e Ingrid Urízar; el análisis de las experiencias y preocupaciones en

torno a los derechos de las mujeres con relación a la tierra llevada por las mujeres a la mesa de

discusión, posibilitó que en la Ley del Fondo de Tierras se estableciera la copropiedad de la

tierra en igualdad de condiciones para mujeres y hombres, haciendo explícitos los derechos de

las mujeres en el acceso a la tierra. Los artículos 20 y 21 precisan estos derechos:

“Artículo 20. Beneficiarios. Serán beneficiarios de FONTIERRAS, los campesinos y

campesinas guatemaltecas, individualmente considerados u organizados para el acceso a la tierra

y la producción agropecuaria, forestal e hidrobiológica. Las condiciones de elegibilidad de los


beneficiarios del Fondo de Tierras serán establecidas en el reglamento específico, el cual deberá

emitirse en un plazo no mayor de sesenta días, contados a partir de la integración del Consejo

Directivo. Con excepción de los casos en que la familia beneficiaria tenga padre soltero o madre

soltera, los títulos serán emitidos a favor de los cónyuges o convivientes, jefes de la familia

beneficiaria. El Fondo de Tierras, en el marco de sus proyectos, deberá estimular la participación

de la mujer campesina en forma individual u organizada.

“Artículo 21. Criterios de elegibilidad.

Para efectos de ser elegible se considerarán los siguientes criterios: a) Campesinos y campesinas

sin tierra. Personas que se dedican en forma permanente a labores agropecuarias, forestal e

hidrobiológica, y que, de acuerdo

Registro General de la Propiedad y los registros de los programas de acceso a la tierra, no

poseen inmuebles rústicos, cuya carencia deberán expresar en declaración jurada ante

funcionario o autoridad competente. b) Campesinos y campesinas con tierra insuficiente.

Personas que se dedican en forma permanente a labores agropecuarias, forestal e hidrobiológica,

y que, no obstante ser propietarios de tierra, la extensión que poseen es igual o inferior a una

hectárea y la calidad del suelo no permite generar ingresos suficientes para la satisfacción de sus

necesidades básicas. La extensión del terreno deberá ser expresada a través de declaración jurada

del propietario. FONTIERRAS podrá comprobar la misma mediante inspección ocular y análisis

de las condiciones de productividad de la calidad de los suelos del terreno. c) Campesinos y

campesinas en situación de pobreza. Personas que se dedican en forma permanente a labores

agropecuarias, cuyos ingresos familiares mensuales no superen el equivalente a cuatro salarios

mínimos mensuales en el sector agrícola”.90 (FONTIERRAS, 2000).


Nosotras también somos derecheras de la tierra. Experiencias y voz de las mujeres rurales,

campesinas e indígenas

La primera vez que escuché la expresión “derecheras” utilizada por Guadalupe García no la

comprendí, no la tenía registrada como parte del vocabulario aprendido. Ella en su exposición

fue explicándola tan pedagógicamente que me hizo comprender desde una dimensión distinta los

derechos en relación a la tierra, ella afirmaba “estamos allí todos los días, caminamos por la

tierra, sembramos y trabajamos en la tierra, comemos de ella, hasta le hablamos… pero como

algo natural, como que nos nace. No pensamos que tenemos derecho sobre la tierra, como que la

tierra es una cosa o una mercancía, sino que cuando hablamos de la tierra tenemos derechos a la

par o por debajo de los hombres, con la comunidad, con las organizaciones, con la cooperativa y

con los finqueros y también con el gobierno y las instituciones.

Ellos sí saben que tienen derechos y los defienden contra todos y muchas veces también en

contra de nosotras, son dueños porque se las heredan sus padres o la compran, o la logran porque

tienen mucho poder. Nosotras no es que pensemos igual o que vamos a hacer así igual que ellos,

nosotras tendríamos que pensar que tenemos derecho de opinar qué pasa con la tierra, cómo

trabajarla, cómo nos organizamos para tener acceso a la tierra. No importa que el finquero sea el

dueño, eso no quiere decir que puede matar a alguien por pasar por su finca, o que puede desviar

el río o envenenar el aire; ni que el hombre en la casa porque es el dueño de la parcela decida

venderla y ya vamos todos a buscar a dónde vivir, porque cuando vende hasta nos echan a la

calle o agarran para el norte. También tenemos derecho a ser reconocidas como copropietarias,

eso lo aprendimos en el refugio… las mujeres también somos derecheras de la tierra, si no

pensamos así nos van a seguir sacando de todos lados… ¿Cómo vamos a pensar en el buen vivir,

si las mujeres seguimos medio viviendo?


Fue precisamente ante estas problemáticas que las mujeres refugiadas organizadas, articulan sus

propuestas políticas en torno al acceso a la tierra, ellas recuerdan que:

“En el año de 1994, nace nuestra larga y difícil lucha por la copropiedad de la tierra, que salió en

un taller que realizamos en Las Margaritas, en donde analizamos el Acuerdo 6 sobre el derecho a

la tierra, donde sólo se decía que las viudas con hijos y madres solteras podían acceder a la tierra,

porque las que tenían marido él las representaba. En 1995, junto a Madre Tierra e Ixmucané

hicimos un primer documento en el que expresábamos nuestro derecho a ser dueñas o condueñas

de la tierra, a ser integrantes reales de las cooperativas y a participar de las estructuras y toma de

decisiones en nuestras comunidades, también exigimos el reconocimiento del trabajo doméstico

y de cuidado que realizamos las mujeres.

En 1996, logramos el reconocimiento de nuestros derechos por parte de la CEAR (Comisión

Especial para la Atención a los Repatriados), de la COMAR (Comisión Mexicana de Atención a

Refugiados) y de ACNUR (Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados); pero no se

logró la comprensión del resto de ONGs que trabajaban con nuestras comunidades.

Es hasta 1997 cuando en una reunión tripartita se reconoce el derecho de que las mujeres

accedamos a la tierra, acordando los siguientes pasos: firmar el mandato legal para la gestión del

crédito, ser parte gestora del crédito, visitar las tierras donde retornar, ser socias e integrar la

junta directiva de la cooperativa, firmar la escritura de compra y venta de la tierra.

Los abogados105 de las organizaciones e instituciones nos metieron en contradicción aunque ya

teníamos acuerdos. Apareció un tal licenciado Moya que dijo que nos debíamos casar, que él no

iba a recoger doble firma, que sólo era una firma por familia retornada, nos echaba la culpa de

que la compra de tierra se iba a retrasar por la necedad de las mujeres, convenciendo a los

hombres de excluirnos del proceso”.


La Comisión Negociadora de Tierras de la Alianza de Mujeres Rurales definió con claridad los

contenidos de su propuesta con relación al acceso a la tierra para las mujeres, los cuales son

complementarios con las demandas contenidas en la Agenda de Mujeres Rurales.

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