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Hace cincuenta añes, al. clescifrarse el código de la molécula de DMA, pareció que se habían llegado a conocer con
precisión los mecani.smos de la información genética y su traspaso de una generación a otra. Pero al tratar de
entender su funcionamiento en organismos más complejos, incluyendo la especie humana, comenzaron a
evidenciarse numerosas discordancias. Poco a poco se ha ido revelando la existencia de mecanismos
reguladores capaces de modificar la expresión de los genes sin cambiar su estructura, por influencia directa de
factores ambientales externos, entre los cuales cabe señalar la nutrición.
La genética clásica no explica satisfactoriamente una diversidad de fenómenos que ocurren a lo largo del crecimiento y
desarrollo de los seres vivos, como tampoco las influencias que su propio entorno ejerce sobre ellos. No explica por
ejemplo, el por qué mellizos monocigotos con genes idénticos (1) o animales clonados (2), pueden llegar a desarrollar
diferentes características físicas (fenotipos), o por qué tienen comportamientos diferentes frente a las enfermedades.
Mientras tanto, se ha comenzado a comprobar que existen factores heredables, que pasan de una generación a otra,
independientes de las secuencias del DNA de los genes. Menos claro está el hecho que los seres humanos compartimos
con los chimpancés el 99% de los genes, y sin embargo somos tan diferentes. Tenemos que aceptar que no es posible
explicar estos y muchos otros hechos, ateniéndonos sólo a la genética clásica. Cada vez se están encontrando nuevas
evidencias que constatan que factores ambientales, como la dieta o el estrés, pueden tener consecuencias biológicas
transmisibles a los hijos, en ausencia de cambios estructurales de los genes, lo que tampoco tiene una explicación dentro
de los cánones aceptados por la genética clásica.
Es por ello que se ha comenzado a aceptar que existen otras formas de impresiones moleculares persistentes, no
atribuibles a la estructura de los genes, por medio de las cuales podrían pasar cambios biológicos de una generación a
otra, o inducir modificaciones metabólicas tempranas que se mantienen a lo largo de la vida. A esta nueva forma de
transmisión de cambios no inducidos por cambios del genoma, se las ha llamado con el nombre genérico de cambios
"epigenéticos", aceptando que aún no están bien definidos ni se conocen exactamente los mecanismos moleculares que
los inducen, pero que se están evidenciando rápidamente. Se trata de un nuevo paradigma, que en base a los
antecedentes que se han ido acumulando, permiten explicar muchos de los vacíos que deja la genética clásica,
especialmente respecto a variaciones inducidas por el ambiente y susceptibilidades frente a enfermedades como la
obesidad, la diabetes, el cáncer, o la transmisión de enfermedades mentales, como la esquizofrenia y los desórdenes
bipolares. En este sentido, se puede considerar la epigenética como la adecuación de los genes a los cambios
ambientales, sin que necesariamente deban ellos modificarse.
A la epigenética algunos la han apodado como el "Nuevo Lamarkismo", haciendo alusión al naturalista francés, Jean-
Batiste Lamark que, cincuenta años antes de Charles Darwin, había expresado su propia teoría de la evolución,
aceptando que ella se produciría por cambios morfológicos de los órganos por necesidad de supervivencia frente a
adversidades medioambientales. Así por ejemplo, afirmaba que las jirafas durante generaciones habían conseguido ir
alargando el cuello, en respuesta a las necesidades de alimentarse de las hojas de los árboles. Pero este apodo de
"Lamarkismo" es sólo una caricatura, ya que se ha ido observando que los cambios epigenéticos corresponden a
mecanismos biológicos bien definidos, que interactúan con los genes, acentuando, deprimiendo o coordinando su
accionar, sin necesidad de provocar cambios estructurales de éstos.
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