Sunteți pe pagina 1din 113

Capítulo 1

Chloe

–Prisioneros a la espera de ser procesados ‒exclama un guardia al abrirse las


compuertas de nuestra pequeña nave de transporte con un siseo. –Y no van a creer
la clase de kef que traigo conmigo hoy.
Hace un extraño sonido sibilante con sus labios como pétalos, parecen florecer y
hacerse un capullo con cada palabra. No está hablando inglés, sino una extraña
lengua llena de agudos quejidos y sonidos nasales que yo no sería capaz de replicar.
Pero gracias al enorme y bulboso traductor universal que alguien instaló en mi oído
puedo entender todo lo que dice.
Lo entiendo… solo que ya no me importa nada.
Esto no puede ser peor de lo que ya he vivido.
Pero claro, incluso mientras lo pienso, sé que siempre puede ser peor. De hecho,
cada día parece ser peor que el anterior.
Mi guardia asignado me empuja hacia adelante.
–Muévete, prisionera.
Suena tanto como lo que esperaría que dijera un guardia humano que me dan
ganas de reír… o de llorar. Porque la verdad es que él no es para nada humano. El
tipo que me lleva por el corredor tiene la piel rayada como la de un gato, y su boca se
abre como una rosa con cada una de sus palabras. Es bajito y achaparrado, pero
fuerte, con cuatro dedos en cada mano. Para nada humano.
Sin embargo, empiezo a acostumbrarme a eso. Nada me sorprende, luego de
esta semana de pesadilla que he tenido desde que me secuestraron de mi dormitorio
universitario mientras dormía. ¿Gente gato? Claro. ¿Salamandras alienígenas?
También. ¿Qué la luna está hecha de queso verde? En este punto lo creería.
Tengo las manos esposadas hacia el frente, y un collar eléctrico alrededor del
cuello. Llevo puesto un extraño uniforme blanco, como de papel, que me cubre del
cuello a los pies, y voy descalza. Es como estar en un consultorio médico, en lo que
respecta a la falta de privacidad. Detrás de mí vienen otros tres prisioneros, todos
amarrados de la misma manera que yo. Dos llevan también un bozal, y el otro no ha
mostrado interés en hablar. Pero todos me miran. No importa que dos de ellos
parezcan perros bípedos y el tercero parezca… mierda, no sé, un malvavisco con
patas, supongo.
Al parecer soy el fenómeno entre todos los alienígenas.
Otro guardia sale a nuestro encuentro. Este tiene una escamosa piel de lagartija,
y parece estar a punto de mudarla. Es alto, delgado, y tiene seis brazos, como de
hormiga, saliendo de las muchas mangas de su uniforme azul de guardia. Sus ojos,
como dos joyas brillantes, se fijan en mí, haciéndolo detenerse en seco.
‒¿Y qué clase de kef es eso? ‒le pregunta a mi guardia.
‒¿Verdad que es rara? ‒le responde mi gato‒guardia. –No me lo vas a creer,
pero esto es un “humano”.
‒¿Un qué? ‒el tipo serpiente‒hormiga se desliza a mi alrededor, obviamente
interesado, e ignora a los otros prisioneros.
Yo fijo mi mirada al frente, pretendiendo que no los puedo entender.
Pretendiendo que estoy muy por encima de esto. Solo espero que no noten que
tiemblo de espanto.
‒¿Estás sordo? Un humano, kef ‒repite Gato‒Guardia, orgullosamente. –Lo
busqué en mi datapad. Son de una galaxia cercana, pero de un planeta clase D. Sabes
lo que eso significa.
‒Debajo del promedio. Básicamente salvajes ¿no? Fascinante ‒serpiente‒
hormiga me acaricia el cabello con una de sus extrañas garras. –Huele muy bien.
¿Qué hace aquí?
‒Es aquí donde la historia se pone rara. ¿Tienes un minuto? Te lo puedo contar
todo.
‒Claro que si ‒Serpiente‒hormiga deja escapar un sonido ahogado que puede
ser una risa. –Déjame procesar a los otros. A esta tendremos que mandarla a
cuarentena. Debemos asegurarnos que no traiga ninguna enfermedad contagiosa.
Genial. Tratamiento especial. No me sorprende. Desde el momento en que me
secuestraron, ha sido un desfile interminable de criaturas observándome. Siempre y
cuando quede en eso…
Temblorosa, trato de no pensar en eso.
‒No sé qué es esta “humano”, pero me agrada ‒sisea Serpiente‒hormiga.
‒Me pareció que así sería, Noku. Sé que te gustan las cosas raras ‒Gato‒guardia
se ríe distraídamente. –Pensé que lo había visto todo hasta que esta cosa se apareció
en mi transporte. Intenta adivinar de dónde viene, la cosa se pone mejor.
‒Déjame terminar de procesar a los otros y entonces hablamos con calma ‒le
responde Noku, acariciando nuevamente mi cabello. –Por lo menos es dócil.
‒Esa es la parte graciosa ‒dice Gato‒guardia. –Esta cosa mató a una docena de
Tritarianos.
Serpiente‒hormiga aparta su garra de pronto.
‒¿Es… venenosa?
‒La historia se pone mucho mejor que eso ‒Gato‒guardia hace un gesto
desdeñoso. –Tengo tiempo. Procesa a los otros. Esperaremos, ¿verdad, humana? ‒
me sacude con un brazo y le guiña un ojo a Noku. –A esta cosa no le gusta el collar
eléctrico.
Serpiente‒hormiga me echa otra mirada fascinada antes de marcharse, seguido
de los otros tres. Quedo sola con Gato‒guardia. Él no me habla, solo se acomoda en
un banquillo de tres patas y saca algo que parece un cigarrillo electrónico.
Me tomo un momento para mirar mis alrededores “mi nuevo hogar”.
Por lo menos hay ventanas. Incluso en este lugar (esta especie de muelle de
carga o centro de procesamiento) hay enormes ventanas que permiten ver al
exterior. Sé que debería mirar con más atención la prisión en la que estoy, con sus
paredes grises y estériles, y sus extraños muebles, pero no puedo evitarlo. Miro por
la ventana con una sensación de horror y anhelo.
Parece Marte allá afuera. Todo parece rojizo y rocoso, con una diferencia
masiva. El sol parece ocupar la mitad del firmamento, y lo miro con un extraño
sentido de asombro. A pesar de que es enorme, no despide demasiada luz, y a
diferencia del amarillo brillante del sol terrestre, este es rojo. Trato de recordar lo
que aprendí de los planetas en primaria. Hay tipos diferentes de estrellas allá afuera,
algunas enanas y otras… ¿gigantes? Eso es, gigantes. Recuerdo que decían que,
mientras más grande era una estrella, menos luz emitía. Esa debe ser una gigante
roja. Debe ser por eso que es tan enorme.
A pesar de su tamaño, emite una gran cantidad de luz roja, bañando todo el
paisaje con ese brillo carmesí. La habitación donde estamos parece estar en una alta
torre, y desde aquí puedo ver todo a nuestro alrededor. Filas de edificios grises nos
rodean, y a la distancia puedo ver gente caminando entre ellos, tan pequeñas desde
aquí que parecen hormigas. En el terreno adjunto hay maquinarias, y filas y filas de
algún extraño cultivo rojizo. Una especie de enorme chimenea humea a la distancia,
y puedo ver cosas que parecen tractores maniobrando entre los cultivos. En el
horizonte puedo ver unos riscos, cuyas paredes muestran las capas del planeta. Es un
lugar extraño, y no muy amigable.
Supongo que no debería sorprenderme. Este lugar es una prisión, después de
todo. No entiendo por qué alguien querría vivir aquí. Aunque quizás no quieran.
Aparte de la prisión y la plantación no puedo ver nada más. Nada más que tierra y
piedras, y rojo, rojo, todo es rojo.
Quizás la prisión sea lo único que esté en este planeta. Eso me desespera como
nunca nada antes.
Jamás regresaré a casa. Jamás.
Se me aguan los ojos. Mierda. Pasé los primeros tres días de mi cautividad
llorando, y pensaba que ya no podía llorar más. Supongo que sí me quedan algunas
lágrimas. Lo odio. Odio todo lo que tiene que ver con esto.
También odio a Serpiente‒hormiga, que acaba de regresar, dándome otra
mirada casi lasciva.
‒¿Ya? ‒pregunta Gato‒guardia, emitiendo un ruido que mi traductor universal
identifica como un eructo.
‒Se los pasé a Jajji ‒Noku se encoje de hombros sinuosamente. –Él se encargará.
Cuéntame más de esta cosa. Es hembra, ¿no? ‒el guardia me mira fascinado al
acercarse. ‒¿Tiene garras o alguna clase de armas naturales de las que deba
preocuparme?
‒No. Eso es lo más extraño sobre los humanos. Son las criaturas más indefensas
que he visto en la vida. Hasta sus dientes son patéticos.
Serpiente‒hormiga me agarra la mandíbula con una de sus pinzas. Yo le muestro
los dientes con una mueca, ya que no quiero que introduzca nada en mi boca.
‒Interesante ‒repite Noku. –Pero, ¿dices que mató a una docena de Tritarianos?
‒me señala con la cabeza. ‒¿Es… consciente? ¿Puede hablar? ‒como si eso no fuese
suficiente insulto, me toquetea la nariz con una garra.
‒Sí ‒le respondo sin entusiasmo en mi propio lenguaje. –Solo que no tengo nada
que decirte.
Serpiente‒hormiga agita sus muchos brazos antes de exclamar:
‒¡Escúchala! Que voz tan única. Y dices que es hembra. No mandan muchas al
sistema de prisión Haven. No sirven mucho para terraforming.
Gato‒guardia suelta un resoplido, que suena tan extraño como se podría esperar
viniendo de un gato.
–Lo llamas “terraforming” para mantener contentos a los de finanzas. Todos
sabemos que solo estás forzando a estos brutos a trabajar como esclavos hasta que
mueran.
‒A nadie más les importa, ¿por qué debería importarnos a nosotros? ‒Noku
volvió a encogerse de hombros en un movimiento fluido. –Los envían aquí para
poder olvidarse de ellos ‒los ojos como joyas me estudian detenidamente. –Supongo
que es por eso que la mandaron aquí también.
‒Adivinaste ‒dice Gato‒guardia. ‒¿Así que no escuchaste lo de los Tritarianos?
Es un escándalo en la Estación Prefalon, y en todos los sistemas que pasé para llegar
aquí.
‒Nope, pero asumo que tú me lo contarás todo ‒Noku toma un extraño
artefacto electrónico y presiona algunos botones. El collar alrededor de mi cuello
emite un pitido, y sé lo que eso significa; lo acaban de activar. Noku me señala y
luego a la pared. –Contra la pared, separa las piernas.
Siento miedo de pronto.
‒¿Por qué? ‒pregunto, abrazándome el cuerpo, como si eso pudiera
protegerme.
Noku me sonríe con maldad, pero es Gato‒guardia quién me responde.
–Es solo un escaneo estándar, humana. Obedece.
Los miro con aprehensión. No tengo mucha opción. Puedo escuchar voces en la
habitación contigua, todas masculinas. Y por el tema, puedo deducir que la población
de este lugar; tanto guardias como prisioneros, es en su mayoría masculina.
En la escala de Cosas Malas que Podrían Pasarme, esta es una de las peores.
Pero no sé qué hacer. Sé lo debilitante que puede ser el collar. Un ligero toque puede
dejarme inconsciente. O peor, consciente pero paralizada mientras ellos me hacen lo
que les venga en gana. Es mejor cooperar, aunque lo deteste. Me dirijo a la pared
indicada, llena de terror y desprecio, y me apoyo contra ella, con las piernas
separadas, dándoles la espalda.
Noku pasa el escáner inmediatamente por una de mis piernas. Pita al acercarse a
mi rodilla. –Objeto foráneo detectado. Parece metal. ¿Puedes explicar, pequeña
humana?
Lo miro de reojo, notando la expresión confusa en su rostro viperino.
–Tornillos. Así me repararon la pierna cuando me desgarré el ACL. Es un
músculo.
‒Que… primitivo ‒los guardias intercambian miradas. –Bueno, humana, te
recomiendo que no lo menciones a nadie más mientras estés en el sistema. Odiaría
que otro reo te arranque la pierna para hacerse con el metal.
Lo miro horrorizada, con la boca seca. No creo que esté bromeando… ¡Oh, Dios!
No pertenezco aquí. Dios, es una pesadilla. Soy solo una estudiante universitaria,
no la asesina espacial que creen que soy.
‒Lo marcaré como una anomalía conocida. ¿Alguna otra cosa que deba saber,
humana?
Trato de recordar cualquier otra cosa que el alien podría no haber notado.
–Eh… esta cosa ‒señalo el brillante bulbo plateado en mi oído. Al verlo asentir,
señalo hacia mi brazo, donde hay un pequeño nódulo bajo mi brazo, no más grande
que la picada de un mosquito. –Me dijeron que eso era un rastreador. Y… este…
tengo coronas en algunos dientes. De porcelana.
Me hace señas de que me voltee.
–Muéstrame ‒luego de echarle una mirada a mi boca, gruñe: ‒Primitivo, pero
discreto. No debería ser problema.
‒Es bastante dócil ‒comenta Gato‒guardia.
‒Eso solo significa que terminará como el juguete favorito de alguien ‒le dice
Noku. ‒¿Los que la enviaron acá están conscientes de que nuestro sistema de prisión
es uniespecie y unisex? Esta cosita no tendrá ninguna oportunidad ‒me hace señas
de que me vuelva a voltear y cuando lo hago prosigue con su escaneo.
Gato-guardia resopla otra vez.
–Estoy seguro que es por eso que la mandaron aquí. Deja que te cuente lo que
sé.
Me quedo quieta y en silencio mientras el escaneo procede, y Gato‒guardia le
cuenta a su amigo todo sobre mí. O por lo menos todo lo que ha escuchado sobre mí
en la red de chismes alienígenas. Que, a pesar de que poseer un humano es uno de
los tabúes más grandes, ya que nuestro planeta está fuera de límites para la gente
civilizada, alguien me compró en el mercado negro. Que mi comprador fue un
embajador Tritariano, quién sabía que el tenerme era condenadamente ilegal y
decidió comprarme de todas maneras. Que él buscaba una compañerita de juegos
sexuales a la que pudiera maltratar en privado.
Bueno, “en privado” para los Tritarianos es más bien “tres contra una”. Porque,
aparte de tener el cuerpo en forma de trípode y apéndices duales, los Tritarianos
están triplemente enlazados, lo que quiere decir que lo hacen todo juntos.
Y como humana cautiva, yo no estaba en absoluto de acuerdo con mi
tratamiento. Puede que pateara y gritara, y puede que una de mis patadas golpeara
el centro del suave estómago de uno de los Tritarianos. Y aparentemente la fuerza de
esa patadita en esa frágil área fue suficiente para matarlo.
Y aquí viene la parte que yo no sabía hasta ese momento: el triple lazo que une a
los tritarianos es tan fuerte que cuando uno muere, también mueren los otro dos. Y
ya que estos eran embajadores, tenían una segunda triple alianza cada uno, lo que
significa que nueve tritarianos murieron de una sola patada.
¿Cómo podría haber sabido que acabaría con tres violadores y todo su séquito
de una sola patada?
Se rumora que soy una asesina enviada de un planeta rival cuyo nombre no
puedo pronunciar. Que maté a doce Tritarianos en lugar de solo a nueve. Mi favorito
sin duda es el que dice que mi vagina es venenosa, y que la vagina de los humanos es
peligrosa para los alienígenas.
Eso evitó que me violaran en la última celda de contención que estuve.
Nadie se ha molestado en preguntarme quién soy. A nadie le importa que en
realidad soy Chloe Fuller, una estudiante universitaria que trabaja a medio tiempo en
una pizzería para pagar sus estudios y que sueña con ser zoóloga. Que me desperté
hace siete días (siete largos días) apresada contra mi voluntad en una nave espacial,
rodeada de alienígenas de piel naranja que querían venderme al mejor postor.
Ha sido una pesadilla interminable desde entonces. Claro, jamás imaginé que
empeoraría de esa manera. Que terminaría siendo el centro de un escándalo
internacional. Han hecho todo lo que han podido para ocultar que los embajadores
Tritarianos compraron una humana en el mercado negro, y en cambio me
catalogaron como una especie extraña. En un noticiero que me mostraron en mi
última celda de contención me asusté al ver que mostraban el rostro de un extraño,
no el mío. Ese era el enfoque de la conversación actual de Noku y Gato‒guardia –que
la “asesina” de Tritarianos no era un mazu (lo que sea que fuese eso) sino una
humana.
Básicamente me enviaron a esta prisión para hacerme desaparecer. A mí y a diez
mil de los peores asesinos seriales, violadores, pirómanos y toda la basura de la
galaxia. Aquí mandaban a lo peor de lo peor.
Y ahora era mi hogar.

***

Los dos guardias continúan su conversación mientras me hacen una serie de


pruebas para asegurarse de que pueden ponerme con el resto de la población.
Aunque a nadie le importa si los prisioneros viven o mueren, lo que me queda muy
claro al escuchar la manera en la que hablan, se ha hecho una gran inversión
monetaria para volver a este planeta; Haven, una colonia, con la labor de los reos.
Así que no importamos como individuos. Solo como músculo.
Y está claro que yo, al ser tan pequeña, incluso para estándares humanos, soy
realmente insignificante.
Me quitan mi traje de papel, el collar y las esposas. Luego de pasarme por una
cámara de esterilización, me inoculan contra un montón de enfermedades
alienígenas. Me toman muestras de sangre y me ponen una inyección de hormonas
para evitar el embarazo. Al final de todo eso me espera Noku con un uniforme de
prisión. No me gusta la manera en que me mira, pero no puedo hacer nada al
respecto. Tomo el uniforme y me sorprende encontrar que es básicamente una
enorme bolsa. Se cierra en el cuello, las mangas y las perneras. Noku pasa las manos
por mis costados, haciendo que se sellen, quedándome como una suerte de leotardo
ajustado. Supongo que nos quitan todo lo que pueda ser usado como arma. No sé si
me agrade este material extraño, que se ajusta incómodamente en los peores
lugares, y estoy segura que se me ven los pezones a través de la tela grisácea, pero
supongo que no fue hecha con modestia humana en mente. Y juzgando por la
sonrisa de autosuficiencia que me está dando Noku, no me dará ningún otro traje.
Gato‒guardia se marchó, terminado su deber. Intento no sentirme muy nerviosa
al respecto, ya que no es como si hubiese trabado amistad con él. Ni siquiera sé su
nombre. Es solo que… ahora me llevarán con los demás prisioneros, y eso me aterra.
‒¿Te doy un tour? ‒me pregunta Noku al terminar de sellar mi traje. Hay algo en
el tono de su extraña voz que no me agrada. Incluso a través del traductor suena…
tenebrosa. Casi posesiva. Quizás me equivoco. Quizás solo trata de ser amable con el
obviamente aterrado fenómeno humano.
Pero entonces me acaricia el cabello, haciendo sonar alarmas en mi cabeza.
‒Eres una cosita suave y extraña, humana. Te van a comer viva allá abajo. Luego
de un vistazo, se pelearan a ver quién puede follarse primero tu vagina ponzoñosa.
No les importará morir. No tienen nada por lo que vivir de todas maneras ‒deja
escapar un extraño ruido sibilante, como una risotada.
‒¿Así que solo vas a dejar que me violen? ‒me cruzo de brazos, tratando de
ocultar mis pechos. ‒¿De qué sirve tener guardias si van a dejar que ataquen a
cualquiera de todas maneras?
Él vuelve a soltar ese ruido sibilante.
–Mi pequeña y adorable humana. No atacarán a nadie más, solo a ti. Claro, hay
maneras de mantenerse a salvo, ¿sabes? Si tienes un protector, nadie te lastimará.
Y entonces vuelve a tocar mi cabello con una de sus muchas, muchas garras.
Trato de no estremecerme. Así que, si me le entrego voluntariamente, ¿me
protegerá? ¿Por cuánto tiempo? ¿Y con cuantos guardias tendré que hacer el mismo
trato? A la mierda con eso. A la mierda con él. No pienso acostarme con una
serpiente‒hormiga o lo que sea que sea. No pienso acostarme con nadie.
Claro, también me estoy quedando rápidamente sin opciones. Lo ignoro y
también la manera como me acaricia el cabello, porque no estoy segura de que otra
cosa hacer.
‒Puedes pensarlo, pequeña ‒me acaricia la mejilla con una garra. –Mientras
tanto, ¿te muestro donde viven las hembras?
¿Tengo opción?
‒¿Mantienen a todas las mujeres juntas?
‒Hay muy pocas en Haven. Tiene sentido que vivan juntas. No se les dan tareas
con maquinaria, como a los machos. No deseamos… lastimar a miembros tan frágiles
e importantes de la comunidad.
Sí, claro. Todo eso de “las hembras juntas” suena cada vez más como una
especie de prostíbulo.
‒¿Me darán zapatos?
‒Nada de zapatos ‒él desenvaina un bastón, y la punta se ilumina
estrepitosamente con electricidad. –Sígueme, prisionera Fem14‒H. El
desobedecimiento de esta orden resultará en la reprimenda apropiada.
Es decir, una golpiza con su bastón eléctrico.
–Te sigo ‒le respondo en voz baja.
Noku entra en un espacioso tubo de plástico que debe ser un elevador. Entro
detrás de él, y le obedezco cuando me indica que debo agarrarme a un barandal
metálico. Mis manos quedan inmediatamente pegadas al metal, y no puedo
separarlas, por mucho que jale.
‒No podrás liberarte ‒me dice Noku, con una fría sonrisa al ver mis jalones
frenéticos. –Es para la seguridad de todos los pasajeros. Se esperará que tomes
inmediatamente el barandal de cualquier unidad de transporte cuando te encuentres
en una, ¿entendido, Fem‒14H?
Asiento. Detesto sentirme subyugada e impotente, pero no tengo opción.
El compartimiento no parece moverse, pero el panel cerca de la entrada
parpadea, mostrando a donde nos dirigimos. También las ventanas, donde el paisaje
nos pasa rápidamente. En lugar de subir y bajar como un elevador normal, esta cosa
parece estarnos llevando de un lado al otro del complejo, como una mezcla de tren y
elevador. Quiero apretar la cara contra el vidrio para verlo todo, pero hay
demasiado. Las máquinas de cosecha, las interminables filas de edificios, los campos
encapsulados de extraños cultivos, los estriados riscos, la chimenea que parece botar
un interminable halo de humo (o químicos) a la atmosfera roja del planeta.
‒¿Podemos respirar el aire aquí? ‒preguntó, curiosa. ‒¿Es para eso que sirve la
chimenea?
‒El aire todavía es un compuesto desbalanceado ‒me dice Noku, en tono
aburrido. –Tomará un par de años más para que los químicos que liberamos a la
atmosfera hagan algo. Hasta entonces, si te toca salir al exterior; lo cual dudo, se te
dará el equipo apropiado, pequeña humana ‒el elevador se detiene de pronto, y él
roza mi muslo con su bastón, enviándome una pequeña descarga. –Puedes soltarte
ahora.
Pretendo que no acaba de darme un toque y levanto las manos cautelosamente.
Estoy efectivamente libre. Aprieto los puños antes de dejarlos caer y seguirlo, como
me indica. Odio a este tipo. No me acostaré con él. No. Preferiría morir antes de
hacerlo.
Hago lo mejor que puedo para actuar como si su mezquina actuación no me
afectara. Me concentro en mis alrededores. Este lugar me recuerda más a una vieja
secundaria que a una prisión. Aunque el edificio está lleno de extraña tecnología que
no reconozco, hay un halo de suciedad y descuido en todo. Incluso los pasillos tienen
la misma cualidad claustrofóbica que te hace sentir encerrado en un hospital o una
escuela. Aquí abajo no hay ventanas. Aquí solo hay paredes grises y puertas cerradas.
Y gente de todos los colores y las formas más variadas que he visto. Me es difícil
no pegarme más a mi guardia al caminar. Es fácil distinguir a los guardias de los
prisioneros por el uniforme; los guardias llevan trajes azul oscuro, mientras que los
prisioneros llevan el mismo gris blancuzco que yo. Es lo único que los diferencia. Hay
una agrupación de especies, desde algo que parece vagamente un león a otra cosa
que jamás había visto en mi vida y carezco de palabras para describir. Hay cosas con
cuatro piernas y sin brazos. Hay cosas con tentáculos. Hay cosas que parecen estar
cambiando de piel.
Ni siquiera puedo distinguir si son machos o hembras. Entonces recuerdo que
Noku dijo que no tenían muchas prisioneras hembras, y eso me hace sentir aún más
insegura.
Todos me miran. Los guardias, los prisioneros que los siguen, la gente sentada en
lo que parece una cafetería a la distancia; todos los ojos están sobre mí. Es lo más
desconcertante y alarmante del mundo.
‒Eso fue rápido ‒dice Noku, en su sibilante voz. –Serás muy popular aquí, hasta
que esa popularidad te mate, claro. La mayoría de los reos solo duran un par de
años, hasta que el ambiente se les hace demasiado insoportable.
‒¿Y qué pasa entonces?
Él se ríe.
‒¿Qué crees, pequeña humana?
Odio esa respuesta casi tanto como lo odio a él.
Seguimos adelante y viramos en una esquina, hacia otro pasillo, con filas y filas
de prisioneros. Un guardia les indica a dos prisioneros que regresen a sus celdas. Me
sorprende darme cuenta que esto parece un panal de abejas. Cada prisionero tiene
una celda particular, aunque no veo mantas, ni colchones, ni ningún tipo de
posesión. Tampoco veo baños de ningún tipo, y me preocupo más a cada paso. ¿Voy
a… voy a estar aquí? ¿Con todos estos tipos que me miran como si no hubiesen visto
a una mujer en siglos?
Cristo. Mi viperino guardia y su tono meloso empiezan a no parecerme tan
malos. Ninguno de estos hombres tiene un ápice de suavidad en sus rostros. En
algunos casos ni siquiera sé si miro sus rostros o algo más. Trato de no hace contacto
visual, mi cuerpo estremeciéndose de horror con cada paso.
Noku se detiene a conversar con otro guardia, en voz baja. Ambos me miran, y
yo solo me abrazo, tratando de empequeñecerme. Doy varios vistazos por el panal,
pero cada celda parece estar llena, y cada ocupante parece estar mirándome. Los
guardias hablan por lo que me parece una eternidad, y entonces el segundo; que
parece un búho sin plumas, sacude la cabeza y continúa su camino luego de echarme
un último vistazo. Noku me hace un gesto de que lo siga y obedezco.
Me permito sentirme algo aliviada cuando nos alejamos del ruidoso panal,
bajando por otro túnel.
‒¿No me quedaré aquí?
‒¿Eso querías?
‒¡No!
Él vuelve a soltar otra risa sibilante.
–Entonces sígueme, pequeña humana, y quédate cerca. Pasamos por esas celdas
porque quería mostrarte a uno de mis amigos. Me harás muy popular el día de hoy.
Suertudo. Deseo escupirle, pero no digo nada. No tengo amigos ahora, pero si
muchos, muchos enemigos.
‒Un último desvío antes de llevarte a donde tenemos a las hembras ‒me dice
Noku, ingresando un código en un panel y luego apretando una de sus garras contra
él. La puerta se abre con un siseo, y puedo ver otra serie de paredes de cristal, pero
es diferente a la forma de panal del pasillo anterior. Estas habitaciones parecen
como cajas de zapatos, apiladas una sobre otra, y Noku me empuja hacia adelante
con el bastón. –Anda.
Para mi sorpresa, no hay nadie caminando en los pasillos. El lugar anterior
estaba lleno de prisioneros y guardias caminando a todos lados. Aquí solo hay unos
cuantos, vigilando desde el centro, sentados en una suerte de alargado banco.
Vigilan las celdas, y a diferencia de los otros guardias, parecen duros y sombríos. Uno
tiene la piel naranja y empedrada, con filosos colmillos, mientras que otro se ve
extremadamente fuerte y tiene la piel cubierta de escamas. Llevan muchas más
cosas que Noku en sus cinturones, y adivino que son armas de algún tipo.
‒¿Qué es eso? ‒pregunta el naranja al verme.
‒Una nueva prisionera ‒responde Noku, tras de mí.
‒No ¿Qué clase de kef es esa cosa? ‒el alienígena naranja me fulmina con la
mirada.
‒Humana. La mandaron aquí para que desapareciera, ¿verdad, cosita? ‒Noku
vuelve a acariciarme el cabello.
Me estremezco involuntariamente, con los ojos clavados al suelo.
Uno de los guardias suelta una horrible risotada.
‒¿Y la trajiste aquí?
‒Creí que sería divertido ver lo que piensan los prisioneros de nivel 3 con
respecto a ella ‒sisea Noku y entonces se voltea hacia mí, apoyando las manos en las
rodillas como si se dirigiera a un niño. –Nivel 3 es máxima seguridad, pequeña
humana. Estos son lo peor de lo peor, y te devorarían de un solo bocado. Solo salen
de sus celdas a trabajar, así que no tienes que preocuparte por ellos. Pero nos
gusta… mostrarles de lo que se pierden de vez en cuando ‒me vuelve a empujar con
el bastón, enviando otro choque directamente a mi espina dorsal. –Ven, pequeña
humana. Vamos a pavonearte.
¿Habla en serio? Lo miro horrorizada. ¿Me va a hacer desfilar frente a los
asesinos? No, espera ¿frente a los PEORES asesinos, solo para atormentarlos? Eso es
una locura… y peligroso. No quiero hacerlo. Puedo sentir como se me pone la carne
de gallina por la atención que recibo, y no me agrada.
Me siento como un gusano en el anzuelo.
‒Muévete, prisionera ‒me da un golpe más fuerte, enviando una descarga más
potente hacia mí. –Contra el vidrio.
Le dirijo una mirada iracunda, pero él solo se ríe. Doy un paso inseguro, ya que
no sé qué tanto debo acercarme al vidrio. El estómago se me contrae de horror al
acercarme, hasta que quiero vomitar. Estos hombres no están acomodados en un
panal estéril, como los demás. Las celdas no son más que piedra, sin sillas, ni camas
ni nada. Hay como media docena de tipos en cada celda, y al acercarme todos se
incorporan para verme. Uno se lleva la mano a la entrepierna inmediatamente y
empieza a frotarse. Otro aprieta el rostro al vidrio y lo lame, con una lengua llena de
succionadores.
Noku solo se ríe.
–Justo como esperaba. No importa que les parezcas rara, pequeña. Igual follaran
cada uno de tus agujeros.
Aparto la mirada, apretando los brazos alrededor de mi torso.
‒¿Podemos irnos, por favor?
Un segundo después, Noku me agarra el mentón con una de sus garras y me jala
hacia él. Me sisea en la cara, mojándome con una fina capa de saliva.
–Tú no pones las reglas, pequeña humana. No me tientes a echarte allí con ellos
‒sus ojos, como joyas, parecen fríos y letales al mirarme. –Yo estoy a cargo aquí. Tú
eres solo otra prisionera. Solo vales lo que yo digo que vales.
Tengo la boca seca del miedo. Me le quedo mirando, aterrada. No me atrevo a
moverme, ni siquiera la amenaza del bastón eléctrico podría hacerme mover.
‒Ponla en su lugar ‒le grita uno de los guardias. –Haz que te aprecie como las
demás.
Noku se ríe otra vez.
–Todavía no. Hay tiempo para eso.
Cristo.
Pero Noku solo vuelve a tocarme el mentón.
–Compórtate, o terminarás como eso ‒él señala algo dentro de la celda. No veo
nada al principio. Es difícil ver más allá de los alienígenas que se masturban y lamen
el vidrio al verme. Pero entonces noto un montón de algo al fondo de la celda. Hay
manchas verdes por todas partes y un pequeño retazo de lo que reconozco como el
mismo material que mi uniforme. ‒¿Qué… qué es eso?
‒Parece que se comieron a uno de sus compañeros de celda. Otra vez.
¿Comer? Cristo. Esas manchas verdes deben ser sangre. Y ahora que lo veo bien,
esa pila si parece tener la consistencia de carne. Dios. Qué manera tan terrible de
morir.
‒¿Estás prestando atención? ‒me pregunta Noku.
‒Sí ‒le respondo. Ahora sí que tiene mi atención.
‒Bien. Vamos un poco más abajo ‒me apoya una garra en la espalda, guiándome
adelante, y yo aparto la vista a regañadientes del prisionero muerto. Miro
desconsolada las filas y filas de alienígenas que me miran como si quisieran
lastimarme, violarme, comerme, o cualquier otra cosa demasiado horrible para
imaginarla.
Estoy completamente sola. La sensación es tan avasallante que me dan ganas de
llorar. Llorar no me ayudará en nada, pero estoy asustada y desvalida.
‒Al vidrio ‒me sisea Noku, golpeándome la espalda con el bastón. Doy un grito al
recibir la descarga y me tropiezo contra el cristal, apartándome de un salto al
momento.
Al hacerlo, veo un montón de músculo azul, más al alzar la vista noto piel azul,
cuernos y tatuajes. Es uno de los alienígenas más humanos que he visto desde mi
llegada, pero no se parece demasiado a mí. De hecho, parece más un demonio con
ese cabello oscuro y cuernos. Pero sus ojos, al encontrarse con los míos, parecen
sorprendidos.
Toca el cristal con su enorme mano de tres dedos, como saludando, y sus labios
se curvan en lo que parece una sonrisa, revelando sus colmillos.
Capítulo 2
Jutari

Esta pequeña hembra es mía.


Lo sé apenas la miro. Los machos Messakah tienden a ser territoriales a la hora
de cortejar a una mujer, y así me siento al ver a esta extraña cosita. No sé de qué
planeta viene o cuantos años tiene. Solo sé dos cosas, al mirar sus aterrados ojos
humedecidos de lágrimas y sus manitas apretadas contra el vidrio:
Es mía.
Y voy a destrozar a cualquiera que se atreva a ponerle las manos encima.
‒Kef ‒exclama Cthorn del otro lado de nuestra celda compartida. ‒¿Qué diablos
es esa cosa?
‒Tiene coño ‒responde Ast. –Es todo lo que me importa. Necesitan dejárnosla
un rato para poderla saludar como se debe.
Me volteo para gruñirle, mostrándole mis colmillos.
–Es mía.
Hay algunos murmullos de descontento entre los demás hombres de la celda,
pero ninguno se atreve a llevarme la contraria. Tengo los músculos y el
temperamento para apoyar mi mala reputación, y nadie me ha llevado la contraria
más de una vez. Hay una razón por la cual estoy encerrado aquí con ellos, por
supuesto.
¿Pero con ella? Ah, con mi pequeña y dulce alienígena sería tan bueno.
La contemplo con avidez mientras el guardia ssethri la empuja contra el vidrio.
No escucho lo que le dice, pero ella parece molesta. Vuelve a mirarme a los ojos
antes de apartarse tambaleante del vidrio que nos separa. Bajo la mano, mirando
como Noku la atormenta. No hay razón para traerla a esta parte de la prisión, así que
lo único que se me ocurre es que la está pavoneando como su nuevo “juguete”
delante de los demás guardias. A ellos les gusta acaparar a las hembras aquí.
Pero él no sabe que ella será mía.
Es extraño ver a una hembra; en especial una de otra especie, y darme cuenta
que la quiero para mí. No imaginé conocer a alguien en la prisión Haven. Claro,
después de verla, el desear a esta criaturita me parece lo más natural del mundo. Es
pequeña, pero valiente. Sus ojos brillan, queriendo revelarse cuando el ssethri la
empuja. Pero también es inteligente. Cuando el ssethri la vuelve a agarrar por el
mentón, me toma toda mi fuerza de voluntad aguantar las ganas de lanzarme contra
el vidrio hasta que se parta; o yo.
Pero eso no ayudará a nadie, así que me agacho, observo y espero.
Es todavía más extraño volver a sentirme vivo. Me parece que hace tanto que
estoy muerto por dentro. Desde mis días como asesino luego de las guerras, hasta la
muerte de mi extremadamente importante padre. Perdí parte de mí luego de que él
muriera, y luego de caer en este agujero inmundo me dejé adormecer por la vida de
prisión en lugar de luchar por un modo de salir. Froto la lengua contra el interior de
mi mejilla, sintiendo el disco implantado allí. Contiene todo lo necesario para
escapar… pero no me he molestado en intentarlo. No he tenido razones para querer
huir.
He existido así durante todo un año. Nada me ha importado. Cada día es tan
poco memorable como el anterior, y aunque hay muchos que me temen, no conozco
ninguno de sus rostros. No tengo amigos, muy pocos aliados y muchos enemigos. No
es que me importe, claro.
No me he sentido vivo hasta que vi su rostro.
La pequeña hembra vuelve a mirarme a los ojos antes de que el guardia se la
lleve. La veo partir con una sensación de pérdida que me lastima. No puedo
protegerla de este lado del vidrio. No puedo salvarla en caso de que algún guardia
decida atacarla, o que algún otro prisionero decida que debería ser suya. Aprieto los
dientes, suprimiendo los gruñidos animales que amenazan con escaparse de mi
garganta.
Del otro lado, Dremmigan se endereza de donde estaba recostado.
‒¿Te interesa esa cosa?
Me levanto de inmediato, estudiándolo cuidadosamente. Dremmigan es casi tan
peligroso como yo. Según los rumores, asesinó a toda su tripulación porque querían
una tajada de un robo crediticio y a él no le provocó compartir. Pero él y yo nos
llevamos bastante bien. Es astuto, no un idiota como Ast o Cthorn, o cualquiera de
los demás de la docena de alienígenas encerrados con nosotros. No estoy de humor
para discutir demasiado.
–Es mía ‒le repito, sin flaquear. No importa que no nos hayamos presentado
formalmente o que haya una pared de vidrio y cientos de guardias entre nosotros.
Es solo cuestión de tiempo.
Dremmigan asiente lentamente y cruza dos de sus cuatro brazos.
–Tengo un amigo en la patrulla de ese ssethri. Veré que puedo averiguar.
‒Averigua su nombre y de que especie es ‒me volteo nuevamente al vidrio,
mirando como su pequeña forma desaparece por el pasillo. –Y dime que quieres a
cambio.
Dremmigan se ríe por lo bajo.
–El precio es el mismo de siempre. Un favor a futuro. No se puede negociar de
este lado del vidrio, sin nada.
Gruño. Tiene razón. Tanto él como yo consideramos a Haven como una parada
temporal. No pretendemos morir aquí, así que esperamos el momento adecuado.
Tengo un año aquí, y Dremmigan cinco. Es un bastardo duro de roer, y todavía sigue
planeando a futuro. Lo conocen en toda la prisión. Tiene la cuchara metida en cada
olla, como dicen por ahí.
Si hay alguien que pueda conseguirme información de esa hembra, es él.
–Hazlo. No me importa el precio.
‒Me imaginé que así sería ‒me sonríe discretamente. –Pero este no es un buen
lugar para una chica.
No se equivoca. Es uno de los peores lugares, pero eso no cambia nada. Ahora
que la he visto, será mía. No hay duda de ello en mi cabeza. Miro de reojo a Ast,
quién tiene la mano metida en los pantalones y se frota el pene. Gruño, iracundo, y
acaricio la punta de mi cuerno.
–Si te estás masturbando pensando en mi mujer, te arrancaré el pene y te lo
haré tragar.
Ast se detiene de golpe. Un segundo después se saca la mano del pantalón y se
marcha al fondo de la celda.
Mejor. Nadie se masturba pensando en mi chica.
Cuando digo que es mía y de nadie más, lo digo en serio.

***

Chloe

Me siento aliviada cuando Noku me saca finalmente de las celdas de máxima


seguridad hacia un pasillo más silencioso. Siento que puedo respirar aquí, y ni
siquiera me importa que se ponga más atrevido y mano larga con cada paso. Espero
que esté mayormente fanfarroneando. Seguimos por el pasillo y nos detenemos
mientras Noku introduce un nuevo código.
Me froto los brazos, estremeciéndome al recordar a los alienígenas en máxima
seguridad y como los guardias me hicieron desfilar como si fuera un juguete. No
dudo ni por un segundo que, de no haber estado ese vidrio de por medio, habría
acabado como el montón de carne al fondo de la celda.
Extrañamente me encuentro pensando en el enorme macho azul tras el vidrio.
No era humano, o necesariamente amigable. Pero no me miró como si quisiera
solamente abusar de mí. Claro, no tengo ni idea de por qué está en una celda de
máxima seguridad. Probablemente sea tan malo como los demás.
Eso es lo más seguro.
Noku me lleva por otro largo pasillo, y llegamos a otra habitación. Espío otra
formación tipo panal y se me hace nudos el estómago, pero esta vez está todo
bastante vacío. Veo algunas mujeres conversando desperdigadas por la habitación, y
parecen sorprendidas de verme. Una silba y me señala.
‒¡Miren, carne fresca!
‒Silencio, Fem22-A ‒Noku me empuja hacia adelante. –Este será tu nuevo hogar,
Fem14-H. Las barracas de las mujeres. Estarás aquí treinta horas al día, ocho días a la
semana a menos que te toque trabajar.
Me deprime ligeramente escuchar eso. Todo es estéril y vacío. Las pocas mujeres
que hay aquí se encuentran en grupos, menos una o dos que conversan con los
guardias uniformados en el centro. ¿Jamás salimos de aquí? ¿No volveré a ver el
exterior? Contengo las ganas de llorar. A lo mejor consigo un trabajo.
Noku mira alrededor. Le hace señas a los guardias, quienes me miran con
demasiado interés.
‒¿Dónde está Taantian?
Una rechoncha mujer color rosado brillante sonríe traviesamente.
–Con Irita.
‒Va a lograr que le arranque el pene de un mordisco ‒Noku sisea nuevamente,
empujándome adelante. –Estás en la celda catorce, a juego con tu número de
prisionera. Tendrás unos días para ajustarte a tus alrededores, y entonces vendré a
verte ‒me vuelve a acariciar el cabello. –Si te metes en problemas y necesitas
protección, pequeñita, puedes pedir por mí. Tengo bastante poder en este lugar.
Me toma toda mi fuerza de voluntad no apartarme de él. No lo mandaré a
llamar. Me quedo mirando al frente, a las filas de celdas estilo panal. La mayoría
están vacías, como dijo Noku. No hay muchas mujeres aquí. Las pocas que hay…
parecen rudas. Y mayores que yo. Hay un par de mujeres canosas acurrucadas a un
costado. Me toma un momento darme cuenta que no son dos mujeres sino una, con
un extraño torso bífido que termina en una larga cola de serpiente. La mujer rosada
habla con un par de guardias, y otra con un largo cuerpo segmentado, como el de
una oruga, me sonríe calculadora. Hay otras dos mujeres arrugadas y con cuerpos
grises, que me recuerdan un poco a unos alienígenas medio derretidos de una
película de los ochenta. Mientras miro, dos personas emergen de una celda. Es un
guardia macho de la misma especie que Noku, quien se reajusta el uniforme. Tras él,
sale una mujer con la piel cubierta de escamas rojas. Le sonríe con dulzura y ladea la
cabeza mientras él le pone algo en la mano. Apenas él se voltea, ella le hace una
mueca odiosa, metiéndose lo que sea que le dio en el escote.
‒¡Taantian, ven conmigo! ‒le grita Noku, y el guardia se apresura a seguirlo,
agitando sus seis brazos. Me mira por un momento, sorprendido, antes de dirigirse a
Noku y entablar una susurrada conversación mientras se alejan.
Estoy en casa… supongo.
‒Oh, ¿alguien nuevo? ¿Una hembra? Déjame adivinar tu especie ‒la mujer de
escamas rojas se me acerca. Es de tamaño humano, aunque bastante más alta que
yo, y camina orgullosa, como si fuese la dueña del lugar. Sus ojos son dorados, su
cabello tan rojo como su piel y al acercarse me doy cuenta que tiene un par de
cuernitos en la coronilla. Se ajusta el cuello de su traje antes de dirigirme una afilada
sonrisa. ‒¿Sanguloriana? No, muy gordita. ¿Quizás… Markkad?
Empiezo a sentirme incómoda bajo su escrutadora mirada.
‒¿Se… se supone que tengo que adivinar?
Ella hace un gesto con la mano.
–Oh, olvídalo. Mi traductor acaba de decirme que eres humana. Acabó
completamente con la sorpresa. Y tenemos tan pocas aquí ‒me mira entonces con
avidez. –Pero eres realmente interesante. ¿No son ilegales los humanos?
‒¿Supongo?
La mujer roja se estremece, como emocionada.
–Ahora cuéntanos todos los jugosos detalles de lo que hiciste para que te
pusieran aquí con nosotras.
Parpadeo, mirando a mí alrededor nerviosamente. ¿Puedo confiar en estas
mujeres? ¿O están siendo amables solo para que baje la guardia? Estoy tan fuera de
mi zona de confort.
‒Qué tímida ‒croa otra. La mujer oruga se me acerca, sus patitas golpeando
rítmicamente contra el suelo. –Te dejarás de eso pronto.
‒Deja que le metan unos cuantos penes y ya la verás diciendo obscenidades
como el resto de nosotras ‒dije la mujer roja, con una sonrisa. –Soy Irita, una drakoni
‒señala el collar dorado alrededor de su cuello. –O por lo menos la versión en dos
piernas. Esto impide que cambie de forma.
Parece amistosa, a pesar de los dientes afilados y la piel roja, y no me vendría
mal tener una amiga. No estoy segura de como tomarme el comentario acerca de los
penes, así que decido ignorarlo y sonreírle.
–Soy Chloe.
‒Kloo-ee. Vaya nombrecito ‒se dirige a uno de los banquillos en el centro del
largo corredor rodeado de celdas, haciéndome señas de que me siente junto a ella. –
Ven. Cuéntanos sobre ti. No llegan muchas chicas nuevas.
Me siento a su lado, sintiendo algo de incomodidad cuando las otras mujeres se
acercan.
–Yo, eh, no creo pertenecer aquí.
Ella suelta una risa encantadora, y las demás se unen en una atronadora
carcajada.
–Oh, mi pequeña y dulce niña, nadie cree pertenecer aquí ‒me da una palmada
en el hombro con una de sus manos: sus dedos terminan en garras. –Mírame. Yo
tampoco creo que debería estar aquí.
‒¿Qué hiciste? ‒le pregunto.
Sus ojos brillan como oro derretido.
–Maté a un hombre.
Alguien suelta un resoplido tras ella.
–Cuarenta y un veces ‒agrega una de las mujeres canosas.
Irina solo sonríe orgullosamente.
–Los hombres son útiles… hasta que dejan de serlo. Y no puedo hacer nada si no
saben cómo lidiar con una mujer fuerte ‒sus ojos se tornan negros de pronto ante de
volver a ser dorados. –Te diría que soy inocente, pero tampoco soy buena mentirosa
‒me sonríe dulcemente, ignorando mi mirada aterrada. –No tengas miedo. Estás a
salvo, cielo, no mato mujeres. ¿Con quién chismearía entonces?
Otra de las mujeres se sienta junto a Irita y agrega:
‒Yo era asesina profesional, hasta que me atraparon ‒otra comenta que es;
“era”, una pirata. Otra es responsable de encabezar un motín que terminó matando
cientos de personas. Cada historia parece más terrible que la anterior.
‒¿Y bien? ‒pregunta Irita, mirándome con curiosidad. –Cuéntanos tu historia.
‒Maté a alguien por accidente ‒Irita no parece muy impresionada por mi
confesión, por lo que agrego: ‒Y al matarlo, hice que murieran otros ocho.
‒¿Solo ocho? ‒la mujer rosa parece poco impresionada. ‒¿Entonces la trajeron
aquí porque es humana? Debieron mandarla a un zoológico.
¿Un zoológico? Eso me ofende ligeramente, pero tiene razón, no debería estar
aquí.
–No debería estar aquí. Alguien me secuestró mientras dormía y cuando
desperté, estaba en una nave de esclavistas. Un embajador me compró para que
fuera su esclava y entonces… ‒abrí las manos, señalando a mi alrededor. –Llegué
aquí.
Los ojos de Irita vuelven a tornarse negros, y se inclina sobre mí.
–Un embajador. ¿Uno Tritariano? Creo que escuché algo al respecto ‒me estudia
con curiosidad. –Están regando el rumor de que eres una mujer Tritariana, no una
esclava humana. Alguien definitivamente trata de cubrir todo el asunto. ¡Qué
fascinante!
Quiero decirle que solo quiero irme a casa, pero entonces caigo en cuenta de
que todas ellas quieren irse a sus hogares también. Nadie quiere estar aquí. No
realmente. Me trago las palabras.
–Noku dijo que me trajeron aquí para hacerme desaparecer.
Irita asiente.
–No se equivoca. Dudo que nadie en esta prisión haya visto nunca un humano,
mucho menos un humano hembra. Eso es una sentencia de muerte clara ‒pero el
brillo de curiosidad no abandonó sus ojos. –Necesitas alguien que te cuide. Que te
enseñe cómo funciona la prisión y te cuide la espalda en el comedor.
Varias de las mujeres asienten, y yo estoy de acuerdo que lo que dice Irita tiene
sentido.
‒Alguien que te ayude a elegir a cual guardia follarte ‒continúa.
Hasta allí todo iba bien.
‒¡No quiero follarme a nadie!
Una de las mujeres canosas resopla desdeñosamente, pero Irita no deja de
sonreír.
–Ese coño entre tus piernas es la única cosa que tienes para negociar, cielo.
Puedes ofrecer tu mano, pero eso no te traerá tantas ganancias como un coño
apretadito.
Me le quedo mirando, espantada.
–Pero… no quiero negociar. Solo quiero que me dejen tranquila.
Alguien se echa a reír. Irita solo me da unas palmaditas en la mano. La piel le
arde, y su collar brilla contra sus escamas rojas.
–Oh, mi pequeña y dulce humana. Aprenderás pronto, me temo. Hasta
entonces, yo te cuidaré, ¿de acuerdo?
‒Gracias ‒le susurro, tratando de no recordar que mató cuarenta y un personas.
Está siendo amable, de momento, y necesito una amiga, o por lo menos alguien en
quien confiar.
‒Ahora, lo primero ‒mira de reojo a los guardias que nos miran con interés pero
se mantienen alejados. –Noku no está a cargo de la prisión. Habla mucho, pero es
solo el capitán de la guardia de esta ala en particular. Puede hacerte unos cuantos
favores si le abres las piernas, pero no tantos como crees. Claro, el problema con eso
es que claramente declaró que eres suya primero. Te toca decidir cómo te lo tomas.
¿Declaró que soy suya? Me llené de aprehensión.
‒¿Segura?
‒Te paseó por toda la prisión, mostrándote a todos los prisioneros y a los
guardias, ¿verdad? En lugar de traerte directamente aquí ‒al ver mi expresión
aterrada, asiente. –Me hizo lo mismo a mí y a Anjli.
‒¿Y qué hiciste? ‒le pregunto, el estómago haciéndoseme nudos.
Ella encoje sus brillantes y escamosos hombros.
–Dejé que me follara hasta que se cansó. He tenido peores. He tenido mejores,
pero también peores.
Me estremezco.
–No quiero que me toque.
‒Anjli dijo lo mismo ‒la voz de Irita se torna dura.
‒¿Y dónde está? ‒pregunto, mirando alrededor a ver si me la señalan.
‒En ningún lado. Hizo molestar a Noku y la lanzaron a las celdas de máxima
seguridad para darle una lección. Según, algunos de los reos todavía se la están
limpiando de los dientes.
Creo que voy a vomitar.

***

Sorprendentemente, logro sobrevivir una semana en el sistema de prisiones


Haven.
Es una semana completamente aterradora. Una semana en la que lloro hasta
quedarme dormida todas las noches, esperando despertarme en cualquier momento
de la pesadilla en la que vivo. Una semana en la que todos me miran como si fuera
un fenómeno, y todas las demás reas me dan consejos; cada uno más horripilante
que el otro. Una semana en la que me vigilan a cada momento de cada día, incluso
en el baño y en mi camastro dentro de mi celda.
Es una semana infernal, y el solo pensamiento de tener que pasar el resto de mis
días aquí me hace caer en el más completo pánico. De toda la semana que tengo en
prisión, he salido de la barraca de las mujeres solo dos veces. Al parecer es una
prisión vieja, y los drenajes se tapan con regularidad. Existen máquinas para lidiar
con los tapones, pero o son muy costosas, o es más divertido hacer que las
prisioneras los limpien. Yo estoy al final de la cadena alimenticia; y tengo las manos
más pequeñas, así que es a mí a quién le dan esta “divertida” tarea. Irita me
acompaña para “mostrarme como se hace”, aunque se pasa la mayor parte del
tiempo charlando y coqueteando con los guardias mientras trabajo. Ya dos veces me
ha tocado arrodillarme en los sucios baños de los hombres a sacar tapones de
suciedad con las manos. Y no puedo vomitar, porque eso solo sería tener otra cosa
que limpiar.
Durante esas dos salidas estuvimos fuertemente escoltadas, y aun así hubo dos
motines entre los demás prisioneros, quienes nos gritaban obscenidades o se
masturbaban al vernos. Tres guardias y veintitrés reos resultaron muertos.
A nadie parece importarle.
Empiezo a comprender que solo somos cuerpos aquí, y que a nadie le importa si
vivimos o morimos. Más aún, a nadie le importa cómo vivimos. No tenemos
privacidad, y las mujeres se pelean constantemente por “mejores” camastros o
uniformes nuevos. Se suponía que me darían un cambio de ropa hace dos días, pero
Lxist; la mujer oruga, decidió que lo quería, y no me atreví a pelear con ella.
No son solo las ropas o las acomodaciones. Las barras proteícas que nos dan de
comer han venido con moho, sucias, y estoy segura que la mía llegó cubierta de
semen el otro día. No la comí. Irita estuvo feliz de quitármela de las manos.
‒Es solo un toque extra de proteínas ‒me dijo, con una risotada.
Irita es un caso extraño. A nadie parece importarle que sea más o menos una
asesina serial; algo que admite frecuentemente con una carcajada. Una multitud de
guardias la visitan todos los días, y a ella no le importa follárselos por cualquier cosa
que puedan traerle. Puede ser solo una barra proteica extra, o algún chisme, pero
ella de todas maneras les abre las piernas.
–El coño es solo un huequito ‒me dice. –Si me permite estar más cómoda en
este lugar, los dejaré follarlo todo lo que quieran.
También me anima a que me folle a los guardias.
–Tendrás que abrir las piernas tarde o temprano. Mejor estar del lado correcto
de la mesa de negociaciones ‒me dice.
Pero yo no puedo ser como ella. No me importa si muero de hambre, o si jamás
me dejan ir a ducharme, o si tengo que meter la mano en cada horrible drenaje de
esta prisión. No me acostaré con los guardias. Con ninguno.
Parece que soy la única que piensa así. Por lo que he visto, los guardias actúan
como si las mujeres fuesen su propiedad. Cualquier guardia que tenga ganas de algo
de acción solo tiene que acercarse a una de las mujeres y ofrecerle algo. Las barras
proteicas parecen ser el objeto común. A veces es un uniforme nuevo, o un viaje
extra a las duchas (a las que solo vamos una vez a la semana). A veces es solo por el
privilegio de no tener que meter la mano en un drenaje tapado. Básicamente, si es
una razón plausible para follarte, los guardias la tomaran.
Es horrible. Y todos parecen sorprendidos de que me horrorice. El sexo es la
moneda común aquí, y si quiero probar el pene de un bicho, o uno con escamas, o
incluso uno como tentáculo, solo tengo que pedirlo. Pero no quiero ninguno de esos.
Solo quiero que me dejen en paz.
Parece que ese es un concepto difícil de entender aquí. Es como si todos
creyeran que solo es cuestión de tiempo para que abra las piernas. No pasará. Jamás.
Jamás.
Moriré primero.
Hoy, estoy en el salón principal de las barracas de las mujeres con las demás. No
se nos permite estar en nuestras celdas durante el día, a menos que queramos llevar
un guardia allí. Estoy en una esquina, abrazándome las rodillas y tratando de ignorar
los ruidos que Lxist y un guardia hacen en la cercanía. Irita conversa
entusiasmadamente con la mujer pirata rosa, cuyo nombre no puedo pronunciar, y la
roja mujer drakoni mastica con delicadeza un bocadillo por el que “trabajó”. Las
otras se reúnen en pequeños grupos, pero ninguno me incluye. Está bien. Las
confundo, creo, por mi renuencia a usar a los guardias para beneficio propio.
Pero entonces, las mujeres me miran y siento un hormigueo ansioso. Se hace
más potente cuando Irita se termina el bocadillo, limpiándose las manos, y se dirige
hacia mí.
Oh, no.
‒Así que, pequeña Kloo-ee. Te has vuelto bastante popular aquí ‒sonríe,
mostrándome sus dientes afilados al sentarse a mi lado. –Uno de los prisioneros ha
estado preguntando por ti, y muchos rumorean sobre el por qué.
Me enderezo, frunciendo el ceño.
‒¿Pregunta por mí?
‒Sí ‒los ojos le brillan, emocionados. –Al parecer llamaste la atención de un
enorme messakah en máxima seguridad. Se ha corrido la palabra de que busca
información sobre ti. Quién eres, de que planeta vienes, quién te ha tocado. Noku
está bastante molesto por la situación, ya que te ve como su mascota personal.
Me estremezco, tratando de no pensar en las terribles implicaciones que
conlleva ser la “mascota” de Noku.
–Ni siquiera sé de qué hablas, Irita.
Ella suelta una risita profunda y algo rasposa. Me rodea los hombros con un
brazo, aparentemente amistosa. –Es una verdaderamente mala situación, amiga, y
estoy tratando de aconsejarte sobre la mejor manera de salir ilesa. Ahora, ¿sabes a
quién me refiero?
‒¿Al… miss‒ah‒kah? No sé qué es eso ‒incluso al hablar, pienso en el enorme
alienígena azul con el que compartí una mirada. Fue el único que no me hizo sentir
atacada con los ojos.
‒Sí. Son una raza muy grande y muy poderosa, de un planeta al que ellos llaman
Planeta Madre. Tiene una fea piel azul y cuernos. Es muy alto, comparado contigo,
Kloo-ee. Muy fuerte. Haría polvo tu frágil cuerpo humano si tratara de follarte ‒eso
parece divertirla, ya que sonríe. –Aunque creo que morirías feliz.
No respondo, pero puedo sentir como se me calientan las mejillas. ¿Entonces, el
enorme tipo azul pregunta por mí? Eso me alegra, por alguna razón, aunque también
me preocupa. Lo recuerdo; no es feo, como dijo Irita. Su piel es de un hermoso tono
azul, recuerdo que tiene tatuajes y los ojos oscuros. Y cuernos. Y músculos. Parecía
amenazante, pero no poco atractivo.
‒¿Sabes quién es? ¿El alien?
‒Ah, pequeñina, yo sé todo lo que pasa en esta prisión ‒estira una pierna de una
manera que es relajada y obviamente sexual a la vez. –Se llama Jutari, y tiene un año
en Haven. Trabajaba en las cosechas hasta que mató a tres hombres en un motín,
por lo que lo mandaron a máxima seguridad. Dicen los rumores que sus compañeros
o le temen o trabajan para él. Así funcionan la mayoría de los prisioneros influyentes
aquí: estás bajo ellos o estás bajo tierra ‒Irita se ríe de su propio chiste.
‒¿Por qué lo enviaron aquí? ¿Cuál es su sentencia?
‒Está aquí por las mismas razones que todos nosotros ‒responde ella, pensativa.
–Porque fue un chico muy, muy malo ‒se levanta abruptamente y se aleja de mí.
Me sorprende su abandono repentino, hasta que veo a Noku caminando hacia
las barracas de las mujeres. El estómago se me hace nudos al ver como las otras
mujeres se apartan de mí. Irita me ignora abiertamente y se va a charlar con otro
guardia.
No me levanto. Una parte de mí tiene la esperanza de que Noku esté buscando a
otra y que me ignorará. La otra parte sabe que eso es mentira. No me sorprende
cuando se detiene delante de mí, saca su bastón eléctrico y mi collar emite un ligero
zumbido de activación.
‒Levántate, Fem14-H. Tengo trabajo para ti.
Oh, ugh. Esta puede ser la primera vez en mi vida en la que reciba con alegría un
drenaje tapado.
Capítulo 3
Jutari

Han pasado días, pero he sido paciente. Cruzo los brazos sobre el pecho y me
recargo de la pared, esperando.
Hoy volveré a ver a mi hembra.
El sacarle información a los guardias y a otros prisioneros ha sido un trabajo
lento. He hecho un montón de promesas, e incluso me comprometí a asesinar a un
rival para obtener detalles de mi pequeña hembra. Pagaré cualquier precio. No me
importa cuanto sea.
Mientras espero, repaso mentalmente los detalles que he podido averiguar. No
ha sido fácil. Noku ha mostrado interés en ella, y eso hace que algunos prisioneros
teman hablar. El teniente ssethri es conocido por su cruel temperamento y su humor
volátil, lo que hace que algunos de los más cobardes guarden silencio en deferencia a
él. También es difícil sobornar desde máxima seguridad, aunque no es imposible. Le
digo a Dremmigan lo que quiero. Dremmigan se lo pasa al guardia con el que tiene
tratos. El guardia se lo pasa a un prisionero en los campos de trabajo y por ahí se va.
Con cada persona, se acumula otro favor, se debe algo más.
Y no me importa una kef. Haré lo que sea necesario.
Por la cadena de chismes, me enteré que se llama Kloo-ee. Es una humana, una
salvaje de un planeta clase D, y se vio envuelta en un peligroso incidente que resultó
en varias tapaderas gubernamentales. Lo que yo creo es que la compraron por su
coño. He escuchado de esclavos traídos de planetas exóticos y prohibidos,
comprados y vendidos para tales depravaciones. Parece que alguien obtuvo más de
lo que creía al comprarla.
Me agrada. Va con mi lado peligroso.
También me enteré que Noku tiene los ojos puestos en ella, lo que hace que me
hierva la sangre de frustración y se me agite la cola. Ella no está a salvo con él. Otras
hembras han tratado de evitarlo y han terminado muertas o lastimadas. Sé que Noku
tiene suficiente influencia en la prisión como para que alguien intente detenerlo si
decide que Kloo-ee le pertenece. Y dado que la enviaron aquí para desaparecerla,
está incluso menos segura que la mayoría.
Por eso necesito hacer todo lo que pueda para hacerle saber que está segura.
Que la estoy protegiendo.
A través de mis conexiones, me entero de que la hembra humana ha salido de
las barracas de las mujeres dos veces en la semana, ambas veces para limpiar
drenajes atascados en otras partes de la prisión. Es un problema fácil de recrear. Me
paso la mayor parte de la guardia nocturna rascando cuidadosamente la argamasa
alrededor de los bordes de la reja de drenaje en la esquina que generosamente
llamamos “lavabo” de nuestra celda. No importa que pueda ser controlada
remotamente a través de un panel cuando puedo sencillamente arrancarlo todo de
cuajo. Cuando logro levantarla, arranco una manga de mi uniforme y la meto dentro
del tubo, reemplazando la tapa. El agua no tarda mucho en desbordarse, y hago que
Cthorn le notifique a un guardia en la mañana.
Entonces, solo queda esperar.
‒Esto es pura kef, Jutari ‒gruñe Ast. Me echa una mirada fulminante, pero no se
levanta. –Tengo que orinar.
‒Puedes aguantar ‒le dije con voz calmada, mirando atentamente por la pared
de vidrio de nuestra celda, buscando un rostro en particular. –No orinarás donde
pondrá las manos mi hembra.
Deja escapar un gruñido y empieza a pasearse. Voy a decirle que se detenga
cuando nuestros collares zumban y un fuerte choque eléctrico me recorre. Caigo al
suelo, inmóvil. Dremmigan, Ast y Cthorn caen a mí alrededor. Sabía que esto estaba
por pasar, pero no hace que el dolor sea más fácil de aguantar. La piel se me pone de
gallina y tengo que apretar los dientes para soportarlo.
Por ella, vale la pena.
Un momento más tarde, el vidrio se retracta, desapareciendo en la pared. Noku
entra, con su bastón en la mano.
–Quédense donde están, prisioneros. Estamos aquí para hacer reparaciones en
su miserable celda de kef.
Logro abrir los ojos, enfocando la mirada en el maldito ssethri. Desde que llegué
a la prisión, he ocultado mi tolerancia al collar y al bastón. Duele terriblemente, por
supuesto, como si me quemara las venas, pero no me inmoviliza como a los demás.
Puedo soportarlo mejor por mi enorme tamaño. Claro, si los guardias se enteraran, le
subirían la potencia, así que lo he mantenido en secreto. Supongo que me será de
utilidad en algún momento.
Como ahora. Logro voltear lentamente la cabeza para mirar a Noku entrar a la
celda con la pequeña humana pisándole los talones. El guardia es tan arrogante que
ni siquiera me mira. Simplemente señala la reja cubierta de mierda en la esquina.
–Tu trabajo, pequeña humana. A menos que quieras negociar.
Y entonces le acaricia el cabello, el bastardo. La ira me hace hervir la sangre al
verlo.
Kloo-ee se aparta de él.
–Trabajaré ‒su lenguaje no me suena familiar, hasta que el traductor en mi oído
lo interpreta. –Lenguaje Humano de la Tierra, variante Inglés.
Ella mira a su alrededor nerviosamente, y su mirada se detiene en mí. Nuestros
ojos se encuentran y los de ella se ensanchan sorprendidos al reconocerme.
Me recuerda. Eso me produce un fogonazo de placer y lujuria que parece incluso
sobrepasar el dolor de los toque eléctricos que me mantienen inmóvil en el suelo.
Está tan cerca que puedo ver el vibrante color castaño de sus ojos, sus largas
pestañas oscuras, la delicada curva de su mandíbula, y la sombra de sus pezones bajo
el ajustado uniforme de prisión.
‒No pueden hacerte daño, pequeña humana ‒le dice Noku. –Los tengo
atrapados. Te advierto que te haré lo mismo si no te pones a trabajar ‒vuelve a
acariciarle el cabello. –No me obligues a ser cruel, pequeña. Te preferiría… dispuesta.
Ella se estremece, dándome la espalda y apartándose de la mano de Noku. Es
más pequeña de lo que recordaba, dudo que me llegue al hombro. Solo la hace más
frágil de lo que anticipé, y la necesidad de protegerla amenaza con salírseme por los
poros.
Si ese ssethri se atreve a tocarla otra vez voy a hacerlo polvo, bastón o no.
Kloo-ee se arrodilla junto al drenaje y espera pacientemente a que Noku ingrese
el código de apertura en su datapad. Un siseo y entonces ella levanta la reja. Su
naricita se arruga al sentir el olor, y yo me hago un recordatorio mental de moler a
Ast a golpes si se atrevió a usar el drenaje mientras dormía. Ella se arremanga el
uniforme e introduce la mano, su rostro impasible mientras saca un montón de
suciedad y la deja caer en el suelo.
Noku da un paso atrás con un siseo amenazante.
‒¡No tan cerca!
‒Disculpa ‒dice ella, pero a mí me divierte la sutil rebelión. La pequeña humana
tiene chispa. Vuelve a meter la mano, sacado varios pedazos de suciedad. Kloo-ee
guardia silencio mientras trabaja, pero me mira de reojo cada vez que puede. Le
causo curiosidad. Eso me gusta.
Le toca meter la mano más profunda, haciendo que casi tenga que pegar la
mejilla al sucio suelo. Entonces frunce el ceño, dando un fuerte jalón y sacando algo
que cae pesadamente al suelo con un ruido como de chapoteo.
–Encontré el tapón.
Noku toma el material con la punta de su bastón y entonces mira alrededor de la
celda. Su mirada se fija en mí y en mi uniforme, al que le falta una manga.
–Así que fue a propósito ‒sisea rabiosamente. ‒¿Acaso fue solo para poder
echarle otro vistazo a mi pequeña humana, Jutari? No creas que no sé quién eres.
Logro sonreír descaradamente, haciéndolo parecer más duro de lo que
realmente es. Ssethri bastardo.
Se inclina sobre mí, sus ojos como cuentas brillando de ira.
–Es mía, prisionero. No lo olvides. Puedo hacerle lo que se me venga en gana. Si
quiero arrastrarla desnuda frente a todos ustedes, puedo hacerlo. Si quiero
llevármela a la cama, puedo hacerlo. Si quiero hacerle la vida miserable, también
puedo hacerlo.
Entonces, con un gesto casual, golpea la mejilla de la humana con el bastón.
Kloo-ee se desploma en el suelo con un chillido.
Un gruñido animal amenaza con escapar de mi garganta. No puedo detener el
golpe que ya le dio; aunque me rompa el corazón, pero si la vuelve a tocar, lo haré
pedazos. No me importa que pueda freírme el cerebro con su collar o su bastón. No
volverá a tocar a mi hembra.
‒Mía ‒sisea el ssethri. ‒¿Crees que puedes tocar lo que es mío? ¿Qué te daría la
espalda y te dejaría violarla? ‒me muestra sus pequeños y patéticos colmillos. –Ese
placer será solo mío.
¿Cree que la violaré? Ese idiota. Yo rendiría culto a su cuerpo.
‒He visto como la miras ‒me dice Noku. Se me acerca y baja la voz hasta que es
solo un susurro. –He escuchado los rumores en la prisión, que la quieres para ti. No
te servirá de nada. ¿Quieres que grabe la primera vez que me la folle? Podrás ver
como la penetro con mi escamoso pene.
Me toma toda mi fuerza de voluntad no responderle. Destripar a Noku no me
servirá de nada ahora. Debo esperar el momento indicado.
Aunque me destruya por dentro el no poder ayudarla en este momento.
Noku se endereza. Mira a Kloo-ee de soslayo.
–De pie, pequeña humana. Cierra la reja del drenaje y ponte de pie.
Ella se levanta con calma, aunque tiene un delgado y rojo verdugón en la mejilla
que me llena de ira. Pienso en que ventajas tendría si ataco a Noku ahora. Si le parto
el delgado cuello y lo destrozo contra la pared… ¿y luego qué? ¿Esperar a que vengan
más guardias con bastones y armas a atacarme?
No, debo esperar al momento indicado, aunque me destruya.

***
Chloe

Al verdugón en mi mejilla le toma dos días desaparecer. Durante ese tiempo no


veo a Noku, lo que supongo es algo bueno, pero no puedo evitar sentirme incómoda.
Parece como la calma antes de la tormenta. Cuando se marchó el otro día, estaba
enojado, y parecía que estaba más enojado conmigo que con el enorme extraño azul.
Jutari. Repito su nombre por lo bajo. La forma en que me miraba… Me aferro a
mis rodillas. No es igual a como me mira Noku. Noku parece que quiere… hacerme
pedazos. Jutari no. Pero Noku no ha venido a buscarme para que limpie los drenajes
en dos días, así que quizás estoy fuera de su radar. Por lo menos eso espero.
La esperanza muere aplastada al tercer día cuando uno de los guardias ssethri
pasa, haciendo un conteo, y una peste extraña se apodera del ambiente. Arrugo la
nariz, pero Irita se pone en alerta. Igual las otras mujeres. Al pasar junto a Lxist, el
guardia la agarra con saña por las antenas y la arrastra hacia una celda. La violencia
me sorprende, pero más que todo lo repentino. Lxist siempre está dispuesta a dejar
que los guardias jueguen con su cuerpo de oruga. No sé qué hizo para provocarlo.
Irita suelta un quejido ahogado y espera a que desaparezcan antes de venir a mi
lado.
–Kloo-ee, hoy será un mal día.
‒¿Qué? ¿Por qué? ‒si es un mal día para Irita, quien se toma todo a risa, no
quiero ni pensar en lo que significa para mí.
‒¿Hueles eso? ‒olisquea exageradamente. ‒¿Esa peste metálica? ‒cuando
asiento, se acerca más para susurrarme. ‒Esas son feromonas de ssethri. Pierden
control una vez al mes y buscan hembras. Si puedes, trata de evitar a Noku hoy.
‒Espera, ¿los ssethri solo follan una vez al mes? ‒ahora que lo pienso, no he
visto ningún ssethri desapareciendo con alguna hembra antes de ahora.
‒Son de sangre fría. Ya que la temperatura es controlada cuidadosamente aquí
en la prisión, sus instintos se disparan al azar. Como te dije, evítalos si es posible, y
esperemos que sea otra la que termine con el coño lleno de escamas hoy.
Se me seca la boca y asiento en silencio. Eso explica por qué Noku no me ha
tocado, a pesar de amenazarme regularmente con ello. Claro, eso puede significar
cosas terribles el día de hoy. Desearía poder esconderme en mi celda todo el día,
pero los guardias que quedan; ningún ssethri, me darían toques con el collar solo de
intentarlo. Le doy un tirón al collar, sintiéndome miserable.
La puerta de las barracas se abre y, como si pudiera leernos la mente, Noku
entra. Sus escamas parecen más brillantes y al avanzar, puedo percibir esa horrible
peste metálica. Busca con los ojos entre las mujeres, y me dan ganas de vomitar.
Sé a quién busca.
Irita se pone delante de mí, colocando los brazos en jarra y acercándosele con
paso seductor.
–Hola, Noku ‒le ronronea. ‒¿Será que hoy estás dispuesto a dejar que una chica
se gane algo de tu buena voluntad? ‒le acaricia el estrecho pecho viperino con una
mano al hablar.
Él la aparta con un gesto.
–A un lado, prisionera. Fem14-H, ven.
Mierda.
Me levanto lentamente y doy un paso adelante.
No es lo suficientemente rápido para Noku. Me agarra del cabello de un
manotazo, jalándolo con crueldad.
‒¿No te dije que te levantaras, humana?
‒¡Me haces daño!
‒Te haré algo peor si me vuelves a desobedecer ‒me sisea.
Irita vuelve a acercarse.
–Noku, escucha.
‒Silencio, hembra, o haré que te cosan el coño, ¿entendido? ‒se voltea y fulmina
a Irita con la mirada.
Ella alza las manos, echándose para atrás.
–Claro. Me marcho ahora ‒se voltea, marchándose y él vuelve a jalarme el
cabello.
La veo marcharse, con una rabia impotente. No la culpo, pero al mismo tiempo
me gustaría que se hubiera quedado. Froto mi dolorido cuero cabelludo.
–Iré contigo, Noku. Solo detente.
Me suelta y colapso en el suelo.
–Sígueme, prisionera ‒saca su bastón, una amenaza silenciosa.
Aunque solo deseo encogerme en algún lugar a sobarme la cabeza, me fuerzo a
pararme y seguirlo. Es una mala idea, me digo al seguirlo al pasillo. Lo último que
quiero es estar a solas con Noku.
¿Pero qué otra opción tengo ahora?
Mi desconfianza crece cuando me mete en uno de los elevadores. Todos los
prisioneros viven en el primer piso, mientras que los guardias y el equipo están
arriba, y dudo que vayamos a buscar algún equipo. Quiero preguntarle a donde me
lleva, pero hay un brillo peligroso en su mirada, y su peste me agua los ojos.
Miro a mí alrededor, preguntándome por qué no se molestó en ordenarme que
agarrara el barandal paralizador. Estoy agradecida pero confundida. Eso solo enfatiza
que hay algo diferente; y peligroso el día de hoy.
La puerta se abre a un pasadizo desconocido, y Noku me hace señas de que me
baje. Esto no parece otra parte de la prisión, sino más bien un dormitorio.
‒¿A dónde vamos? ‒pregunto, vacilante.
‒Siempre con tantas preguntas ‒me espeta, ignorando las puertas para
agarrarme por el cuello con sus pinzas, que yo aferro con un quejido. ‒¿Quieres
mamarme el pene aquí entonces? ¿Frente a las cámaras de seguridad? Hazlo
entonces, ¡de rodillas!
Me lanza contra la pared y se desabrocha el pantalón. Lo miro horrorizada, pero
me mantengo de pie. No lo haré.
Cuando se da cuenta que no lo obedezco, todo su cuerpo se tensa de ira. Cierra
sus seis puños.
‒¿Acaso no me oíste? ‒alza su bastón.
‒Te escuché ‒le susurro, echándome para atrás hasta golpear la pared. Mis
manos rozan el barandal y las aparto. Lo último que quiero es estar paralizada ahora.
‒¿Qué pasa? ¿Acaso no quieres ganarte mi buena voluntad, pequeña humana?
Niego con la cabeza, aterrada.
‒No te violaré, pero no me agradará que te rehúses, pequeña tonta. ¿Creíste
que el estar a solas te protegería? ¿Creíste por un segundo que sería incapaz de
lanzarte a los lobos, y que no te violarían al momento? ‒las palabras del ser
serpiente-hormiga son duras, su expresión despiadada. –Puedes aceptar que te folle
por las buenas, o esperar a que una docena lo haga por las malas. Tú eliges.
Cruzo los brazos sobre el pecho, apretándome contra la pared.
–Eso no es una opción ‒le digo.
‒Es la única que tienes ‒me gruñe, alzando el bastón. –Si tengo que persuadirte
por las malas, lo haré.
Le clavo una mirada desafiante, aterrada pero decidida. No cambiaré de opinión.
Ni siquiera luego de que me golpea la primera vez. O la segunda.

***

Jutari
‒Viene un guardia ‒murmura alguien. –Noku.
Aunque no me levanto, todo mi cuerpo se tensa al escuchar el odiado nombre.
Es ese quien toca a mi hembra. Quién la amenaza.
Es quien va a morir.
Me fuerzo a permanecer tranquilo, sentado contra la pared cerca del vidrio. Me
volteo calmadamente, como si no me interesara Noku. No es bueno mostrar
demasiado interés.
Aun así, me toma toda mi fuerza de voluntad no levantarme de un salto cuando
aparece el guardia ssethri, con una pequeña figura inconsciente sobre los hombros.
Me doy cuenta que viene hacia nosotros cuando mi collar zumba y me inmoviliza
contra el suelo, junto a todos los demás en la celda.
Noku entra, y lanza el pequeño cuerpo de Kloo-ee en el suelo.
‒¿Querías violarla? Aquí la tienes. Enséñale una lección ‒gruñe. –Úsala bien y
duro.
Y entonces se marcha.
El vidrio regresa a su lugar entre un suspiro y el siguiente, y hay una pausa tensa
entre todos los ocupantes de la celda. Cthorn es el primero en levantarse, y da un
paso hacia la figura inconsciente de Kloo-ee.
‒No ‒le advierto en tono amenazante.
Él se congela dónde está y se agacha, observándome.
Todos me observan.
Miro a los guardias, pero ellos están ocupados mirando a Noku marcharse. Me
acerco a Kloo-ee y la volteo. Tiene marcas del bastón en el rostro y el cuello. Tiene el
rostro hinchado por la paliza, y puedo ver moretones adicionales a través del
material ligero de su uniforme.
La molió a golpes.
La rabia me hace arder la cabeza. Haré que Noku pague por esto. Lo desollaré
vivo y le haré tragar su piel de kef. Tratar así a una hembra es imperdonable. Tratar
así a mi hembra se merece una muerte lenta y dolorosa.
La tomo en brazos cuidadosamente y la acuno contra mi pecho. Mientras lo
hago, miro por encima de mi hombro.
–Es mía. Nadie la tocará, solo yo. Arrancaré de un mordisco cualquier mano que
intente tocarla. ¿Entendido?
Silencio.
‒¿No vas a compartir? ‒se queja alguien en la parte de atrás.
‒Los messahka no comparten ‒dice Dremmigan con un resoplido divertido. –Usa
la mano ‒me mira con curiosidad, pero no dice nada.
Mejor que me crean avaro. Es preferible a que crean que me importa esta
hembra. Noku la lanzó aquí para que la hiciéramos pedazos. Claramente la odia, y
sospecho que ella lo rechazó. Si ese es el caso, voy a tener que aparentar que la uso
con violencia para satisfacer su necesidad de venganza.
Pero primero mi hembra tiene que despertar para poder curar sus heridas y
dejarle claro que está a salvo conmigo.
Me retiro a una de las esquinas traseras de la celda, de espaldas al vidrio.
Debería desnudarla para ver qué tan graves son sus heridas, pero sé que se asustará
si despierta desnuda conmigo. Aunque quizás su miedo lo haga más convincente.
Pero no puedo hacerlo. No puedo hacerle daño a mi hembra. Y soy lo
suficientemente fuerte para protegerla de los otros en la celda, así que eso no
importa. Ellos no me preocupan. Me preocupa que los guardias me la quiten.
Mientras la tenga entre mis brazos, puedo protegerla.
Si está con Noku, no puedo ayudarla.
Acaricio su rostro amoratado, su delicada boca, sus largas pestañas. Es la cosa
más hermosa que he visto, incluso ahora. Su cabello se siente sedoso contra mi piel y
es curiosamente suave por todas partes, sin nada de armadura natural. Muy suave,
mi hembra. Eso solo me hace querer protegerla más. Recorro con suavidad la curva
de su oreja, mirando con desagrado el bulboso traductor plateado que alguien le
pego descuidadamente. Quién sea que lo hizo fue demasiado tacaño para ponerle el
chip que usan la mayoría de las razas que viajan por el espacio. Fueron esclavistas,
supongo. En lo que salgamos de aquí, lo repararé. Ella merece algo mejor que esa
cosa horrible guindándole de la cabeza.
Ella merece algo mucho mejor que todo esto.
‒¿Qué harás con ella, Jutari? ‒me pregunta Ast, estremeciéndose. Tiene los ojos
fijos en mi hembra, y se lleva la mano a la entrepierna.
‒Lo que me dé la gana ‒le gruño. –Y más te vale que no te masturbes pensando
en ella.
Se detiene, alzando ambas manos al aire.
–No. Jamás lo haría.
‒Lo mismo va para todos ‒digo, fulminando con la mirada al resto. –Nadie la
toca. Si le llega a caer una sola gota de semen que no sea el mío, le arrancaré el pene
al culpable y se lo haré tragar.
Alguien ahoga un quejido. Otro se aparta. Bien. Saben que puedo cumplir mis
amenazas. He matado al menos tres hombres desde mi llegada a Haven. Fácilmente
puedo matar unos más.
Solo tienen que mirar mal a mi hembra, y los mataré.
Capítulo 4
Chloe

Todo me duele.
Dejo escapar un quejido bajo al sentir el dolor latiente. Los recuerdos llegan al
mismo tiempo que el dolor: Noku, golpeándome una y otra vez con su bastón
eléctrico. Pateándome cuando colapso en el elevador. Gritándome porque no le abro
las piernas voluntariamente.
Y entonces, nada.
Hay un peso cálido junto a mí, y el aliento de alguien me acaricia el cuello. Me
congelo, temiendo abrir los ojos. ¿Quién es? ¿Irita? ¿Noku? ¿Algo peor? ¿Qué me
pasó mientras estuve inconsciente? Hago un catálogo mental de mis heridas; todo
duele, pero no siento dolor en mi vagina, así que no creo que me hayan violado.
Eso espero.
‒Puedo sentir que despiertas ‒murmura una voz baja en mi oído. –No te
levantes todavía o tendremos que montar un espectáculo.
¿Un espectáculo? Quizás mi cerebro está revuelto por la golpiza, pero no sé
quién es o de qué habla. Me humedezco los labios, pero me duele. Están hinchados y
uno me arde.
–Eh… ¿quién eres?
‒Sav Jutari Bakhtavis ‒responde la voz. –Pero puedes llamarme Jutari.
Jutari. El enorme tipo azul. Abro los ojos de golpe y puedo ver por el rabillo del
ojo algo de piel azul, y siento un brazo rodeándome el torso.
¿Qué… qué hago aquí, con él?
–No… no lo entiendo ‒admito luego de un momento. ‒¿Cómo llegué aquí?
‒Noku te tiró acá. Dijo que te usáramos.
Tiemblo al escuchar eso, recordando la ira de Noku, su peste metálica, los
dolorosos golpes del bastón. ¿Me… me lanzó con los prisioneros de máxima
seguridad? ¿Solo porque no me acosté con él?
¿Dijo que me usaran?
Puedes aceptar que te folle por las buenas, o esperar a que una docena lo haga
por las malas.
Quiere que me maten. Me siento tan asustada que podría desmayarme.
Jutari siente mi terror.
–No te haré daño, pero tengo que fingir que te poseo delante de los otros. Solo
sígueme la corriente, ¿sí? Y si tienes que llorar, llora. Lo hará más creíble.
‒Vaya, gracias.
Me sorprendo un poco cuando agarra el cuello de mi uniforme y lo desgarra
para descubrir mis pechos. Ahogo un grito y trato de detenerlo, pero él aparta mis
manos. ¿Qué mierdas pasa? Empiezo a caer en pánico.
Él gruñe en voz alta y esconde el rostro en mi cuello.
–Lo siento ‒susurra lo más bajo posible. –Tengo que hacer que se vea real.
Ódiame luego, si quieres.
¿Esto es parte de su plan? ¡Detesto este plan! Vuelvo a gritar cuando destroza
mi uniforme hasta la entrepierna. No puedo evitar el sollozo que se me sale de la
garganta. Cuando dijo que tenía que hacerlo ver real, no me imaginaba esto.
‒¿Qué haces, Jutari? ‒pregunta una voz a un costado.
El enorme macho azul que me cubre con su cuerpo gruñe, sus cuernos brillando
como armas letales al voltearse. –Apártate, Ast.
‒Entiendo ‒el otro macho se aparta, y cuando lo hace puedo escuchar más
murmullos. Todos nos miran.
Dios. Es una pesadilla. Quiero cerrar los ojos, pero no me atrevo. Solo miro
aterrada al macho sobre mí.
Jutari me mira a los ojos mientras se desabrocha el uniforme. Hay una pequeña
conmoción, y él vuelve a gruñir, enseñando sus filosos colmillos. Voltea, mirando por
encima de su hombro.
‒¿Acaso dije que alguien podía mirar?
Hay un sutil tono de amenaza en su voz que me hace estremecer. Los demás en
la celda se retuercen un poco y entonces, silencio. Jutari suelta un gruñido
aprobatorio y acomoda sus caderas sobre las mías.
Siento el calor de su piel contra mí y caigo en cuenta de que está desnudo.
Cristo. Y hay algo duro presionándose contra mi vagina que no es… anatomía
humana. Chillo de terror y le golpeo un hombro, pero él vuelve a apartar mi mano
como si no fuera nada.
–Lucha si quieres ‒me dice en voz alta. –Solo me excita más.
‒Te odio por hacerme esto ‒le digo.
Él gruñe y agarra mis piernas desnudas, rodeándose la cintura con ellas. Mi
uniforme está completamente desgarrado ahora, dejándome desnuda bajo él. Pero
su cuerpo está estratégicamente colocado sobre mí, y cuando se acomoda entre mis
piernas, quedo prácticamente cubierta por una enorme capa de musculo azul.
Un segundo más tarde, él vuelve a gruñir y sus caderas se frotan contra las mías.
Ahogo un grito, asustada. Sentí su miembro apretarse contra mi muslo, pero no
me está penetrando. Aterrada, espero que se acomode, ajustándose para poder
penetrarme profundamente y violarme. Si se arregla, y la próxima vez que se frota
contra mí lo único que siento es la tela de su pantalón.
Está… evitando deliberadamente penetrarme. Como dijo, es solo un espectáculo
para los demás en la celda.
Ahogo otro sollozo, esta vez de alivio.
‒Llora todo lo que quieras ‒me dice, y vuelve a frotarse contra mí. Me azota con
sus caderas, lo suficientemente fuerte como para que se me estremezcan las piernas
y se bamboleen mis senos. Nuestros cuerpos hacen unos ruidosos chasquidos al
encontrarse, y hace mucho silencio en la celda. Estoy mortificada y horrorizada de
que haya llegado a esto.
Sobre mí, Jutari deja escapar otro largo gruñido, apretándose con fuerza contra
mis caderas como estuviese acabando adentro. Siento como se colorean mis mejillas
cuando colapsa sobre mí, aferrándose a mis piernas como si estuviese determinado a
mantenerme enrollada alrededor de él.
‒Lo siento ‒susurra contra mi cuello. –Tengo que fingir que te poseo o si no todo
los que están aquí querrán un pedazo de ti.
‒Entiendo ‒le susurro. Trato de empujarle los hombros, para hacerlo ver más
creíble.
Él me palmea el muslo.
–Compórtate, o solo conseguirás un segundo round.
Chillo alarmada y alguien se ríe en la distancia, lo que me horroriza todavía más.
No hay privacidad aquí. Me encerraron junto a un montón de asesinos y violadores;
lo peor de lo peor, y todos esperarán tener un turno conmigo a menos que Jutari
pueda salvarme. Empiezo a caer en pánico.
Él agarra un mechón de mi cabello, echándome la cabeza para atrás.
–Cálmate ‒habla con calma, pero su tono no es tan bajo como antes, y me
pregunto si este es el verdadero Jutari o el violador que pretende ser. Supongo que
no importa. Tener un ataque de pánico en esta celda no me ayudará. Trago saliva y
asiento.
‒Me perteneces ‒me dice en el mismo tono, todavía agarrándome el cabello de
manera que estoy obligada a mirarlo a los ojos. –Si miras a otro macho en esta celda,
le arrancaré el pene. Si alguno te toca, solo tienes que decirme y lo tendré muerto en
menos de una hora. Le perteneces a Jutari y solamente a Jutari. Tu coño es mío.
¿Entendido?
Qué barbárico. Asiento.
‒Dilo ‒me exige.
‒Le pertenezco a Jutari y solamente a Jutari.
‒¿Y?
‒Y mi coño es tuyo ‒lo miro con una mezcla de asombro y terror.
‒Bien ‒él bosteza y me palmea un seno. Me sorprendo al sentir mi pezón
endurecerse bajo su mano. Cristo, ¿acaso eso que siento es excitación, a pesar de
todo? Eso es retorcido…
Pero… no puedo negar que está allí. Debe ser la adrenalina. Ciertamente no es
porque una docena de cachondos violadores en potencia me miran, esperando tener
una oportunidad. Ugh.
Las cosas en la celda se aquietan. Jutari no parece tener prisa de quitárseme de
encima, y luego de unos minutos empieza a acariciar mi muslo desnudo. Me mira con
una posesiva calma que hace que mi estómago se haga nudos, y ocasionalmente se
endereza para gruñirle a los demás en caso de que estén mirando. Está dejando claro
que no permitirá que nadie sienta placer a costa mía.
Es algo dulce… pero espero que pueda cumplir sus amenazas. ¿Y si todos se
rebelan a la vez? Me violaran en grupo.
Alguien más debe estar pensando en lo mismo, porque una mano sacude el
enorme hombro de Jutari.
–Comparte ese coñito, amigo. Detestaríamos tener que quitártelo.
Jutari vuelve a gruñir amenazante.
‒¿No dije que es mía? ¿No lo he dejado claro desde que llegó?
¿De veras? Me sorprende escucharlo, pero me recuerda que Irita me comentó
que él buscaba información sobre mí. Eso llegó a oídos de Noku y es por eso que
estaba enfurecido conmigo. Como si yo hubiese pedido algo de esto. No debería
sentirme feliz de escucharlo, pero no puedo evitar sentir un ligero placer al
enterarme que Jutari me marcó como suya desde el momento en que me vio.
Creo que tengo síndrome de Estocolmo.
‒Solo creo que deberías compartir, es todo ‒dice el alienígena verde. Su voz es
profunda y aterradora, y su piel está cubierta de verrugas como un sapo. Me mira
con pavorosos ojos ávidos, y se relame con su larga lengua negra. –A todos nos
gustaría probar.
Jutari se levanta, lanzándome su uniforme.
–Cúbrete. Ese coño es solo mío, ¿entendido?
Solo asiento, agarrando la ropa y tapándome.
Él se yergue por completo, tronándose el cuello. Da lentamente un paso hacia
adelante.
El alienígena verde se echa para atrás, vacilante. Mira a su alrededor, pero
ninguno de los otros se levanta a apoyarlo.
–Jutari ‒empieza, delicadamente. ‒Solo queremos jugar con ella un rati…
Un puñetazo lo hace tragarse el resto de su frase, tan rápido que no lo puedo
seguir. Ahogo un grito. Jutari taclea al tipo verde contra una de la paredes y le muele
el rostro a puñetazos. El tipo verde trata de quitárselo de encima, y una de sus
manazas se estrella contra el pecho de Jutari. Se escucha un ruidoso chasquido, y el
tipo verde chilla de dolor, agarrándose la mano obviamente fracturada. Eso no
detiene a Jutari. El enorme demonio azul vuelve a atraparlo contra la pared y
descarga sus puños contra su cabeza una, y otra, y otra vez, es un espectáculo de
brutalidad salvaje. Estoy completamente en shock. ¿Cómo puede ser tan gentil
conmigo y tan despiadado con los demás?
El tipo verde se desploma en el suelo, y aun así Jutari no se detiene. La sangre
vuela por todas partes, cayendo sobre su piel azul, pero eso no parece calmarlo.
Estoy tan fascinada por la pelea que no noto a otro alienígena aproximándoseme
lentamente. Un tentáculo me roza el hombro de camino a mis pechos, y suelto un
alarido de horror, apartándolo a manotazos cuando intenta hacerme caer de rodillas.
Me ataca mientras Jutari está distraído.
Una exclamación de ira resuena en la celda, y el alienígena es apartado de un
empujón. Veo como Jutari lo agarra por el tentáculo; que le sale de la cara, y lo lanza
al otro lado de la habitación. El tentáculo se rompe soltando un chorro de baba, y la
criatura colapsa en el suelo, agarrándose el rostro.
Jutari ni siquiera está sudando. Está manchado de sangre, pero ninguna es suya.
Se limpia la mejilla con el dorso de la mano, mirando la mancha con frialdad antes de
voltearse a ver a los demás. Está completamente desnudo, su cola yendo de un lado
para otro como la de un gato molesto, sobre un firme trasero azul.
‒¿Alguien más quiere pelear? ‒silencio. ‒¿Alguien más cree que debería
compartir?
Silencio absoluto. Nadie lo mira; y tampoco a mí.
Jutari gruñe, complacido. Se vuelve a voltear hacia mí y obtengo una mirada
frontal completa de todo su equipamiento. Su enorme pecho musculoso está
cubierto de placas, lo que no había notado cuando lo tuve, eh, encima. Sus brazos
parecen estar cubiertos de las mismas placas naturales, y puedo ver otras parecidas
en sus muslos y en su frente. Creí que serían simplemente formas callosas, pero a
juzgar por el crujido de la mano del tipo verde, son alguna clase de armadura natural.
También está fantásticamente en forma; no hay ni una onza de grasa en su cuerpo, y
sus muslos son enormes y definidos. Sus abdominales están tan definidos que
podrías verlos incluso en la oscuridad. Pero lo más sorprendente es lo que cuelga
entre sus piernas.
Quizás sea porque soy una humana, pero jamás esperé que un pene alienígena
se viera tan… distinto. Jutari es un tipo grande, de por lo menos tres metros, sin
contar los cuernos y su enorme pene va a juego. No está circuncidado, pero no es
eso lo que me mantiene mirándolo. Tampoco es su impresionante grosor.
Tiene formaciones como las de su frente y brazos por todo el pene, pero algo me
dice que esas se sienten distintas al tacto, y me estremezco de solo verlas.
Pero eso no es lo más raro de todo. Tiene una dura protuberancia, como del
tamaño de un pulgar en la parte superior de la base del pene. Jamás había visto algo
así, y no tengo ni idea de para qué sirve. No puedo dejar de mirarlo.
Jutari pretende no notar como lo miro y se arrodilla a mi lado, empujándome
gentilmente hacia el suelo.
–Abre las piernas ‒me ordena.
Ahogo un suspiro, apretando el uniforme contra mí al acostarme. Jutari vuelve a
“montarme”, y esta vez noto que tiene la piel suave como el terciopelo y comienza a
simular sexo, rodeando su cintura con mis piernas otra vez.
Esta vez, cuando termina, nadie se acerca a pedir turno.

***

Jutari

Monto a la hembra humana unas siete u ocho veces durante el transcurso de la


noche para dejarles claro a los demás que no voy a cansarme de ella. Nadie intenta
retarme, no después de la paliza que le di a Zzixl y a Tkarl. Bien. Noku tampoco
regresa. Si revisa alguna de las grabaciones de seguridad de la celda, solo me verá
montándola una y otra vez, lo cual es mi intención.
No hay privacidad para tratar de consolarla, así que espero que entienda que
todo esto es necesario para asegurarme de que esté a salvo.
Pero es una cosita valiente, y no puedo evitar sentirme orgulloso al mirar su
rostro amoratado mientras duerme. No ha protestado por mi plan, e incluso ha
luchado ligeramente para hacerlo ver más auténtico. Es lo suficientemente
inteligente para entender que la mantengo a salvo, y que si se me para el pene al
frotarme contra ella, no abusaré de mi privilegio.
Sin importar lo mucho que desee penetrarla, no lo haré. Pero no puedo evitar la
respuesta de mi cuerpo a su calor, y el rastro de fluido que chorrea de la punta de mi
pene solo hace que todo parezca más real.
Es temprano en la mañana, y sé que ella debe estar dolorida y exhausta. Duerme
a ratos, acurrucada contra la pared, con mi enorme cuerpo rodeándola para
protegerla de los otros. Yo no me duermo. Espero que alguien intente algo, como
enterrarme un chuzo entre las costillas apenas cierre los ojos. Una hembra, en
especial una tan atractiva como esta, vale la pena proteger.
No dormiré hasta no saber que está segura. Mi propia seguridad solo vale la
pena considerarse mientras pueda protegerla.
Aunque siempre haya tenido un plan de escape, desde que llegué, no estaba
seguro de querer intentarlo. Siempre me pareció mejor esperar un mejor momento.
Pero con Kloo-ee a mi lado, tengo algo por lo que vale la pena pelear. Algo que
vale la pena proteger.
Algo por lo que vale la pena salir de aquí.
Porque yo puedo sobrevivir aquí, pero ella no. Sin importar lo “gentil” que sea
con ella, algo tiene que ceder. Tendré que dormir en algún momento. Pueden
transferir a un bastardo más grande y fuerte a la celda.
Noku puede decidir que la quiere de regreso.
Tengo que sacarla de aquí y mientras más rápido mejor.
Froto la lengua contra el pequeño chip implantado dentro de mi mejilla. Está
hecho de un material indetectable y altamente ilegal. Es mi “salida de emergencia”,
algo que planeé cuando comencé mi trabajo como mercenario. Siempre supe que
algún tiro me saldría por la culata y terminaría en una situación parecida. Algo
siempre sale mal. Por lo que creé un kit de data de emergencia, un rastreador con
una nueva identidad, un montón de créditos espaciales para empezar mi nueva vida
y un mensaje automático para mi hermano (y compañero pirata) Kivian, para que me
viniera a buscar apenas llegue a la superficie.
Bueno, a mí y a mi hembra, enmiendo, acariciándole el brazo con un fogonazo
de lujuria posesiva. Puede que ella no lo sepa, pero voy a quedármela, incluso fuera
de este lugar.
Sus ojos se abren y quedo sorprendido de lo inusual y bonita que es. Parpadea
sorprendida y se tensa al recordar donde está.
Me llevo un dedo a los labios, indicándole que guarde silencio y vuelvo a
acariciarle el brazo. Puedo sentir ojos mirándonos, así que le toco casualmente los
pechos, frotando el suave pezón con el pulgar. Es muy diferente a las messahkah
hembras, y me encanta lo suave que es. Ella trata de apartar mi mano, pero la aparto
con facilidad y vuelvo a juguetear con su pezón. Aunque la situación es aterradora
para ella, responde a mis caricias, su pezón endureciéndose rápidamente. Jadea
ligeramente, y sus ojos se llenan de preocupación.
Sabe que responde a mis caricias, pero no está segura de que le agrade.
Pero necesito dejar bien claro que es mía, y eso conlleva tocarla por todas
partes.
‒¿Te duelen los moretones? ‒su rostro aún está hinchado y descolorido, y los
golpes en el resto de su cuerpo se hacen cada vez más prominentes. El verlos me
hace enfurecer. Decido que mataré a Noku. Lenta y dolorosamente.
‒Claro que duelen ‒me susurra molesta. –Son moratones ‒mira por encima de
mi hombro antes de mirarme a los ojos. ‒¿Puedes quitarme la mano de mi pecho?
‒No si quieres estar a salvo.
‒No me gusta ‒dice ella, en voz baja para que solo yo pueda escucharla.
‒Creo que el problema es que sí te gusta y no quieres que te guste ‒le murmuro.
–Pero tienes que pertenecerme por completo para poder protegerte, pequeña.
Ella hace una mueca y yo aguanto la risa. Se retuerce con un quejido bajo
cuando continúo jugueteando con ella.
‒Si sigues haciendo eso voy a tener que montarte otra vez, Kloo-ee ‒le advierto.
Me mira entonces, sorprendida.
‒¿Sabes mi nombre?
‒He pagado un montón de favores para averiguar más sobre ti ‒acaricio la suave
curva de su seno, fascinado por su suavidad. Toco el valle entre sus pechos y también
es suave allí, su cuerpo carece de armadura natural. Eso la hace incluso más
vulnerable.
‒¿Sobre mí? ¿Por qué?
‒Porque supe que serías mía apenas te vi. Los messahkah somos posesivos,
había algo en ti que me llamaba. Somos una raza avanzada, pero a veces
sucumbimos a nuestros instintos.
Y felizmente me dejaré llevar por los míos para poseerla y hacerme de su
suavidad. Cada minuto que paso con ella solo enfatiza lo correcto de estar con ella.
No importa que estemos en prisión, o que la mayoría no dejen este lugar con vida.
Es mía, y sería capaz de morir para mantenerla a salvo.
Kloo-ee traga saliva al escucharme y se estremece cuando vuelvo a jugar con sus
pezones.
‒¿Así que solo eres amable conmigo para poder meterte en mi pantalones?
Quiero echarme a reír, pero no deseo que nos escuchen conversar. Es tarde, y lo
único que se escucha en la celda son los ronquidos de Ast.
–Si solo quisiera “meterme en tus pantalones”, Kloo-ee ‒le digo, apretando un
pezón entre mi pulgar e índice. ‒Ya me hubiera follado tu coño hasta el fondo. No
quiero solo tu cuerpo, sino tu espíritu. Serás mía.
‒¿Tuya cómo?
‒Mi todo. Esposa, pareja, como sea que lo llamen en tu planeta.
Abre mucho los ojos.
–Cielos, te mueves rápido.
Rápido o no, es mía. Le acaricio el vientre.
‒Chloe ‒ella susurra. –Irita pronuncia mal mi nombre. Es Chloe.
Chloe. Es un sonido más gentil de lo que pensaba. Le queda bien.
–Saludos, Chloe.
Ella ahoga una risita y se acurruca más cerca de mí.
‒¿Es raro que no esté perdiendo la cabeza aquí abajo? Creo que estoy perdiendo
sensibilidad por todas las cosas horribles que me han pasado. De estar cuerda,
estaría catatónica de miedo ahora.
‒¿Qué cosas malas te pasaron? ¿Cómo llegaste tan lejos de tu planeta? ‒le
pregunto, queriendo saber más de ella. Quiero saberlo todo. Me fascina por
completo, desde sus pestañas oscuras hasta sus rosados pezones que se endurecen
al tocarlos.
‒Es una larga historia.
‒¿Te parece que tengo prisa?
‒Supongo que no ‒me sonríe, y quedo completamente desarmado. Me cuenta
su historia mientras acaricio su suave piel; cómo los esclavistas la secuestraron y
vendieron como un juguete a los embajadores Tritarianos. De cómo mató
accidentalmente a uno, haciendo que los otros ocho murieran al unísono. Es algo
que he escuchado antes. Es por eso que los Tritarianos son terribles mercenarios,
pero excelentes como asignación para un asesino. Son básicamente un enorme
blanco. Me cuenta de cómo la trajeron a la prisión y del interés antinatural de Noku.
Al hablar de él, se acurruca más contra mi cuerpo y no puedo evitar sentir ganas de
protegerla.
Nadie la lastimará otra vez. No si puedo evitarlo.
‒Estás conmigo ahora, Chloe ‒la consuelo. –Estás a salvo.
‒No sé si volveré a sentirme a salvo otra vez ‒me susurra. ‒¿Qué hay de ti?
¿Cuál es tu historia?
Debato que contarle. La verdad sobre mí puede asustarla. No tengo las manos
limpias. He tenido una vida difícil y me ha tocado tomar decisiones difíciles. No
quiero que me tema, o peor, que me odie, pero tengo que ser honesto con Chloe.
Necesita poder confiar en mí por completo si vamos a escapar de aquí.
–No te gustará.
‒No me gusta nada de esto ‒admite. ‒¿Qué es algo más?
‒Bueno ‒digo lentamente, tomándome mi tiempo para encontrar las palabras
correctas en su lenguaje. –Fui un soldado por mucho tiempo, hasta que la guerra
terminó y me dieron licencia. No había trabajos, por lo que me volví mercenario para
varias estaciones espaciales. Las asignaciones se hicieron cada vez más peligrosas y
oscuras. Al poco tiempo estuve matando por dinero.
La siento tensarse.
‒¿Eres un asesino?
‒Por un tiempo. No me agradaba. No me gusta matar simplemente porque a un
tipo gordo y rico le cae mal otro tipo gordo y rico en otro planeta. No hay honor en
eso. Rechacé el último contrato de mi jefe y me mandó a cazar ‒me encojo de
hombros. –Los maté a todos, les robé la nave y la vendí por partes.
‒Si eres tan letal, ¿cómo terminaste aquí?
Sonrío tristemente.
–De la misma manera que los demás. Me atraparon ‒me guardo lo vacío y
muerto por dentro que estaba a causa de la muerte de mi padre. Que una vida de
piratería no valía la pena si no tenía al mejor pirata del universo a mi lado. Que me
había dejado caer en la depresión más profunda imaginable. –Choqué con un
asteroide mientras llevaba una carga delicada, así que tuve que detenerme en la
estación más cercana para reparar mi nave. Resulta que el tipo de aduanas que me
atendió había servido conmigo en la guerra y se dio cuenta que mi identificación era
falsa. Las cosas empeoraron a partir de allí ‒vuelvo a sonreír para ocultarle lo
decepcionado que estoy conmigo mismo. –El hombre más letal en las tres galaxias
más cercanas, atrapado por un agente de aduana.
Chloe no se ríe. Parece preocupada.
Le acaricio el vientre, sintiendo su piel sedosa.
–No tienes que temer. Mi reputación te mantendrá a salvo.
‒¿Y cuando no sea suficiente? –me pregunta.
Deslizo una mano entre sus muslos, acariciando el pequeño parche velludo que
allí se encuentra. Me fascina, porque es algo de lo que carecen las hembras de mi
especie.
–Cuando mi reputación no sea suficiente para mantenerte a salvo, estaré yo.
Hablo en serio cuando te digo que eres mía, Chloe ‒acaricio su intimidad con la
punta de los dedos, y ella ahoga un suspiro.
Sonrío complacido, porque la siento humedecerse bajo mis caricias. Puede decir
que me teme todo lo que quiera, o que le desagrade que sea un mercenario. A su
cuerpo le gusta el mío.
Puedo enamorar su mente también. Solo necesito algo de tiempo.
Capítulo 5
Chloe

Es realmente difícil permanecer indiferente cuando un enorme, atractivo y


musculoso hombre azul se frota sobre ti, simulando acabar una y otra vez.
Aunque no me está penetrando realmente, su pene roza entre mis muslos, y
puedo sentirlo contra mis partes más sensibles. Jutari juega con mis pechos sin
cansarse cuando no me está “montando”, y yo me digo que cualquier chica en mi
situación se excitaría un poco.
Es fácil pretender que los demás no están allí luego de un tiempo. Nadie se nos
acerca, solo un tipo raro de piel gris y plana, sin nada de vello corporal. Le trae a
Jutari sus raciones, y le conversa de los guardias, pero nadie viene a molestarnos. No
después de la brutal golpiza que le dio a esos dos.
Me alegra, de cierto modo. Me alegra que Jutari sea lo suficientemente fuerte
para demostrar quién manda aquí y que le hagan caso. Mientras él me escude, estoy
a salvo.
Solo me preocupa estar cometiendo un error al confiar en Jutari. Es amable y
atento, pero puedo adivinar por el brillo en su mirar que le gusta tocarme. Y dijo que
sería suya para siempre. Eso me llama la atención. ¿Cuándo salgamos; si salimos, no
me dejará partir? ¿Qué haré entonces?
Pero, según lo que me han dicho, nadie deja Haven con vida.
Trato de no pensar en eso.
En lugar de ello, duermo. No hay mucho que hacer de todas maneras, porque a
Jutari no le gusta hablar cuando nos miran. Me “agarra” y me “usa” varias veces al
día, e incluso los guardias han comentado lo insaciable que es. Jutari solo asiente,
como confirmando que es por eso que necesita a una mujer para él solo. Parece
estar funcionando.
Pero todavía me preocupo. Me preocupo cada vez que tiene que escoltarme a la
esquina designada como baño. Me preocupo cada vez que me tiende una barra
proteica, y me preocupo cada vez que me voy a dormir. ¿Cómo no hacerlo? Pero me
preocupo muchísimo más cuando algún guardia se detiene frente a la celda a
conversar con el tipo gris o algún otro. ¿Cuándo se le ocurrirá a Noku venir a
buscarme? ¿Y si deciden que Jutari está maltratando demasiado a sus compañeros y
lo envían a confinamiento solitario? Eso harían en una prisión humana.
Pero no parece ser lo que se estila aquí, ya que dos días después sigo junto a
Jutari y no hay señal de Noku. Eso me pone ansiosa. No creo que Noku sea de los que
se olvidan rápidamente. No, creo que es más vengativo.
Se lo cuento a Jutari, ya que siento que necesitamos alguna especie de plan. Esto
de ser “su” propiedad es una solución a corto plazo, pero dudo que me dejen
eternamente en máxima seguridad. A lo sumo un par de días más. O quizás Noku
solo venga por mí cuando vuelva a estar en modo serpiente apestosa.
‒No te apartarán de mí ‒me responde él, confiado.
‒¿Cómo estás tan seguro? ‒esa respuesta es demasiado simple para mi gusto.
Jutari mira a su alrededor antes de contestarme. Yo también vigilo a los demás.
Nadie nos mira, pero hay una tensión en algunos de esos hombres que me hace
sentir incómoda. Es como si estuviesen esperando a que Jutari se distraiga para
abalanzarse sobre mí.
Me acurruco más junto a él al pensarlo.
Él me pone una mano en la rodilla, un gesto posesivo. Me hace sentir mejor.
Jamás actúa con ternura frente a los demás, porque tiene una charada que
mantener, pero siempre me toca de maneras sutiles para recordarme que está de mi
lado. A veces es una mano en la rodilla. La mayoría de las veces es una mano en mi
seno.
Me hace sentir mejor, pero no es suficiente.
–Me preocupa que Noku venga a buscarme, Jutari. ¿Qué hago si me tira con
otro?
Jutari no me mira, los ojos fijos en la pared de vidrio que separa la celda del
pasillo. Sus dedos aprietan casi imperceptiblemente mi rodilla.
–No regresará en este momento.
‒¿Cómo lo sabes?
Me mira por un momento antes de regresar la mirada a la pared de vidrio. Se
inclina lentamente hacia mí.
–Su comandante está de visita en este momento en la prisión, y él estará muy
ocupado durante esta próxima semana entreteniéndolo y mostrándole el buen
trabajo que está haciendo aquí ‒sonríe discretamente al hablar.
Bien, tengo una semana de gracia.
‒¿Y luego de eso?
‒No importará entonces ‒me dice Jutari. –Porque nos marchamos.
No estoy segura de haberlo escuchado bien. Vacilo, pensativa.
‒¿Cómo que nos marchamos? ¿Cómo…?
En ese momento Ast voltea a mirarnos. Me mira por más de lo que debería y
Jutari le gruñe. Ast vuelve a voltearse rápidamente y pretende mirar el cambio de
guardia del otro lado del vidrio.
‒Acuéstate ‒me dice Jutari, arrodillándose y desabrochándose el uniforme.
Ay, Cristo. Es hora de otro round de rebotar uno sobre el otro.
–Eh ‒miro a mi alrededor, y todos los demás apartan rápidamente la mirada.
Todos pretenden no mirar, pero creo que ven más de lo que admiten. He
descubierto a Ast toqueteándose un par de veces mientras me miraba, pero no le he
comentado a Jutari por miedo a que lo mate. Además Ast siempre se detiene cuando
nota que lo caché.
‒Acuéstate ‒me repite Jutari, agarrándome el mentón. –O haré que me chupes
el pene ‒habla fuerte, así que sé que es para el beneficio de los demás, pero me hace
estremecerme con una emoción ilícita. No es que quiera que los demás me vean
llevarme el pene de Jutari a la boca, pero el pensar en tocarlo…
Solo digamos que es cada vez más difícil fingir indiferencia.
Pero obedezco con rapidez, quitándome el uniforme y cubriéndome los senos
para preservar algo de modestia. Me acomodo sobre mi espalda y él me cubre de
inmediato, acomodando sus caderas entre mis piernas. Ajusta su miembro, y esta
vez lo frota en su totalidad contra mi vagina, pero sin penetrarme. Rodea su cintura
con mis piernas y yo lo dejo manipularme.
Esta vez, sin embargo, él acaricia mis pechos e inclina la cabeza para lamer un
pezón.
Ahogo un grito de sorpresa. No me lo esperaba… ni tampoco el estremecimiento
placentero que siguió a esa acción.
Él vuelve a lamerme y me doy cuenta que también tiene formaciones tipo
callosidades en la lengua, que se sienten maravillosamente contra mi piel. Tengo que
ahogar un gemido, ya que mis pezones están completamente endurecidos y puedo
sentir como mi vagina empieza a humedecerse descontroladamente. Es… tan injusto.
–Bastardo.
Jutari se ríe, y alguien más en la celda lo corea. No me importa. Deja que crean
que odio como me toca. La verdad es todo lo contrario. Me molesta que logre
hacérmelo placentero. No me debería gustar que hay un montón de tipos a menos
de cinco metros de nosotros. No debería gustarme el estar atrapada en una celda, en
una situación peligrosa sin saber qué pasará.
Pero todo eso le da un toque extra a las cosas, y esta vez, los ojos le brillan con
una candente intensidad al frotar su erección entre mis piernas. Está lubricado con
sus propios jugos, y se siente más duro y más grande que nunca. Una mano me
aferra por la cintura, y me aprieta firmemente contra él. No puedo evitar el gemido
que escapa de mi garganta.
‒Puta madre ‒suspira alguien. –A la putita de kef le encanta. Le gusta que le den
duro, ¿no, Jutari?
Jutari gruñe, volteándose a fulminarlos con la mirada, pero sin dejar de frotarse
contra mí. Su enorme glande separa mis labios, rozando mis zonas más sensibles. Es
casi como si estuviese usando los dedos para complacerme y no es justo. No. Es.
Justo. No quiero disfrutar de esto.
‒Si acaso están mirando… ‒gruñe él, dejando que la amenaza se termine sola.
‒No estamos mirando ‒alguien se queja. –Pero tu perra hace demasiado ruido,
kef. Es todo.
No se equivocan. Me retuerzo bajo él. Es la sensación más frustrante y deliciosa
del mundo, porque necesito de caricias más fuertes en ese lugar… y no las estoy
obteniendo.
Pero no quiero que deje de fingir y empiece a follarme de verdad aquí frente a
los demás.
No.
Por lo menos no lo creo.
¿Pero en este momento? Cristo, lo aceptaría. Vuelve a frotarse contra mí y sus
caderas se colocan en tal ángulo que se arrastra con más fuerza contra mí. La mano
en mi cadera sube a mis pezones y empieza a juguetear con ellos como siempre,
pero esta vez es más intenso. Me aferro a sus caderas con mis piernas y alzo las mías
para ir a su ritmo. Dios.
Cristo. Tendré un orgasmo si esto sigue así, y será el orgasmo más brutal y el
más… erróneo que he tenido.
Y aun así lo deseo.
Su pulgar vuelve a rozar mi pezón mientras él se frota, y no puedo evitar el
gemido que se me escapa de entre los dientes. Necesito guardar silencio, necesito
que no me importe. Necesito que no…
Ay, coño. Acabo tan fuerte que puedo sentir como mi vagina se contrae
alrededor de nada, y es la sensación más vacía y frustrante, a pesar del clímax que
me estremece. Ahogo un suspiro, mordiéndome los labios mientras mi cuerpo se
tensa alrededor del suyo.
El fiero gruñido que se le escapa a Jutari es casi tan excitante como el orgasmo
en sí, y no me sorprende cuando se derrama sobre mis muslos, cubriéndolos de su
semilla caliente. Se agarra el pene, estrujando las últimas gotas de su enorme pene
azul y entonces desdibuja con la mano las pálidas líneas que dibujó sobre mí.
‒Mía ‒me susurra con voz ronca.
Y esta vez no creo que esté fingiendo.

***

Jutari

Acaricio posesivamente el costado de mi hembra mientras ella dormita, con la


cabeza apoyada en mi regazo. Estoy cansado. Tengo días sin dormir, pero su
seguridad es más importante. Afortunadamente, luego de los pleitos iniciales, los
demás parecen aceptar que es mía y está fuera de su alcance. Eso está bien. Lucharé
con todos los ocupantes de la celda por ella de ser necesario, y ganaré. Pero mientras
más caos causo, más peligro para ella. Lo último que necesito es que a un guardia se
le ocurra separarnos. Es mejor ser discreto. El guardia que tenemos asignado ahora
está en el bolsillo de Dremmigan, pero eso podría cambiar.
Me froto el interior de la mejilla con la lengua, recordando el chip que hay allí.
No tendré que esperar mucho más, me recuerdo. Habrá una oportunidad pronto, y
entonces podremos escapar. Y dormir. Si, dormir sería agradable.
Pero mi Chloe necesita estar a salvo primero. Yo puedo pasar unos días más sin
dormir, pero no será necesario por mucho más. Hay una ligera tensión en la prisión,
tanta que se puede sentir hasta en nuestras aisladas celdas. Es bastante obvia, los
guardias se pasean incómodos. Todos los días hay rumores de cambios en los
horarios: un grupo en particular no salió a trabajar este día, y el siguiente se
encontró en encierro forzado. Pone nerviosos a los guardias, y nos indica a los que
estamos atentos que algo pasará, y pronto.
Preferiblemente mientras Noku está aún ocupado con su superior.
‒No hablas mucho estos días ‒me comenta Dremmigan, agachándose junto a
mí. Tiene una expresión casual en su rostro plano y casi sin facciones. ‒¿Gastas toda
tu energía follándote a la hembra?
Resoplo divertido, pero no digo nada más.
Baja la voz, y mira a los demás reos con desdén.
‒¿Crees que alguno tenga idea?
No me gusta su tono conspiratorio.
‒¿De qué?
Dremmigan me mira de reojo.
–No te hagas el tonto conmigo, Jutari. Eres demasiado astuto para no notarlo ‒
señala al guardia paseándose frente a la celda con la cabeza. –Saben que algo pasa.
No están seguros de qué, pero están alerta. Y por eso tratan de apegarse a los
horarios normales de trabajo, pero con el doble de guardias.
¿El doble de guardias, eh? Hago nota de ello. Sé que Dremmigan pasa mucho
tiempo hablando con los guardias, aunque no entiendo cómo es posible si está
encerrado aquí conmigo. Sospecho que se envían notas o acaso hay algún link
psiónico que desconozco. No me importa.
–Me entero ‒le digo, acariciando el cabello de Chloe. Ella se estremece,
acurrucándose más contra mi muslo, como queriendo estar cerca de mí. O deseando
que la acaricie más. Despierta mis instintos más básicos, pero los ignoro. Necesito
escuchar lo que Dremmigan sabe, o por lo menos cree saber.
‒¿De verdad? ‒la tercera pestaña de Dremmigan parpadea lentamente, la señal
de sarcasmo en su extraña raza. –No lo creo.
‒Habla claro ‒le digo. –O si no, no tengo tiempo para ti.
‒Todo lo que digo es que algo está pasando, algo peligroso. Los guardias lo
saben, yo lo sé. De seguro tú también. Has pasado el suficiente tiempo aquí para
saber que cuando las cosas se ponen incómodas, la gente se amotina. Quieren salir,
aunque no haya a donde ir en este maldito planeta ‒señala a Chloe. –Tienes más que
proteger que los demás. Ella te hace más rico y mucho más vulnerable que cualquier
otro aquí. Pero no te veo preocupado.
‒¿Y?
‒Y no es lo que dices, amigo mío, sino lo que callas ‒vuelve a parpadear
lentamente. –Creo que tienes un plan y quiero ser parte de él.
No se equivoca, si tengo un plan. Apenas salga de aquí, puedo sacarme el chip
de la mejilla, activarlo y enviarle un mensaje a mi hermano Kivian para que venga a
buscarme. Y a Chloe.
Dremmigan sigue hablando.
–No mencionaré esto a nadie más, por supuesto. Y usaré mis considerables
conexiones para colaborar en todo lo posible. Pero si tienes un plan para salir con tu
hembra, seguro puedes incluir a alguien más. A un amigo.
Es la segunda vez que usa casualmente esa palabra, “amigo”. No soy tonto. Soy
tan amigo de Dremmigan como él de mí. Trabajamos juntos porque nos conviene.
Puede que no sea mala idea dejar de me asista si decido que es hora de salir.
He tenido este plan por un largo rato, pero el traerme a una hembra; en especial
a una humana conmigo, no era parte del plan. He tenido que reajustar mis ideas,
recalcular que tanta distancia podré cubrir con alguien a mi lado, ralentizando mis
pasos. Será otra persona que cuidar, que alimentar. Otra persona que esconder. No
estoy seguro que mi plan funcione para uno, mucho menos para dos.
Tres podría ser multitud.
Pero Dremmigan tiene un buen punto. Tiene conexiones. Tiene guardias en su
bolsillo.
Puede que lo necesite. Lo pienso, contemplando a la mujer en mi regazo. Ella
confía demasiado. Si la dejo sola, la violaran y matarán o la forzarán a darle a los
guardias lo que quieran. Esta prisión es despiadada, y ella está fuera de su zona. Es
mi deber protegerla y mantenerla a salvo… y si eso significa trabajar con Dremmigan
por una meta en común, a pesar de que no me agrade, tendrá que pasar.
Miro alrededor de la celda, acariciando el cabello de mi hembra nuevamente. –
Tengo un compañero de negocios que vendrá a buscarme si logro salir de la prisión y
alejarme lo suficiente como para que no le disparen a su nave.
‒Así que tendrá que ser durante la cosecha ‒sus ojos estrechos brillan con
interés y se frota la barbilla. –Es posible.
‒Necesitaremos una distracción. Una maquina rota. Un motín. Algo así. Una
distracción lo suficientemente buena para permitirme; permitirnos, salir de la prisión
en sí –mi plan jamás ha estado escrito en piedra, como dicen. Soy un oportunista, y
pensé en usar cualquier oportunidad que se me presentara. Claro, ahora que tengo a
Chloe, necesito pensar con más cuidado.
Dremmigan sigue frotándose la barbilla, pensativo.
‒¿Y el cerco eléctrico que rodea la prisión? ¿Tienes alguna manera de
desactivarlo?
‒No será necesario. Solo llévame hasta allí y yo haré el resto ‒puedo soportar la
descarga y arrastrar a Chloe conmigo si no la soporta. Supongo que puedo arrastrar a
uno más.
Él asiente y se levanta.
–Veré que puedo hacer.
Mientras el extraño alienígena se aleja, me encuentro tocando a mi humana
nuevamente. Froto sus caderas, ya que una caricia más tierna podría ser
malinterpretada. Desearía haberla conocido en otras circunstancias, donde no
tuviera que tratarla así tan a menudo. Debe odiarlo y a mí.
Pero… recuerdo como gimió la última vez que la toqué. No había estado
prestando demasiada atención, enfocándome en uno que nos miraba, y debí cambiar
el ángulo. No esperaba que respondiera con un gemido urgente, arqueándose. Luego
de eso, no me pude detener. Lo deseaba demasiado. La deseaba demasiado. Chloe
me apremió con sus gemiditos y la manera en que se aferraba a mí. Fue la
experiencia más intensamente placentera que tuve. Le acabé en los muslos, a pesar
de que me moría por penetrar su dulce calidez y llenarla de mi semilla. Preñarla.
Reclamarla completamente.
No puedo hacerlo mientras no esté a salvo. Necesito sacarla de aquí.
Hasta entonces, no puedo llevar las cosas tan lejos. No si quiero que confíe en
mí.

***
A mitad de la noche, escucho voces fuera de la celda.
‒¿Qué hace una hembra en máxima seguridad con los demás prisioneros?
Hay un siseo que me pone los pelos de punta. Conozco ese sonido.
–Esa hembra es una prisionera con mal comportamiento, de un planeta
primitivo. Solo responde a la violencia. Está siendo castigada en este momento.
Me fuerzo a enderezarme, contemplando desde mi esquina mientras Noku y
otro oficial uniformado se detienen frente al vidrio. Noto con interés que Noku se ve
distinto. Sus escamas están pulidas y el uniforme que lleva parece nuevo, no como el
que usa normalmente. El muy bastardo seguramente no se esfuerza en nada
normalmente. El otro tipo; un szzt, mira con desdén a sus alrededores, obviamente
no muy complacido. Le cuelgan grandes medallas del uniforme, y está firme mientras
anota en un datapad sus observaciones.
‒¿Y qué es exactamente esa cosa? ‒pregunta el comandante, señalando a Chloe.
–Es horrenda.
‒Humana. Una raza asquerosa ‒dice Noku. –Es una prisionera política y ha sido
enviada aquí para que nos encarguemos discretamente de ella.
El szzt hace una mueca desagradable.
‒¿Y solo responden a la violencia?
‒Es correcto ‒le asegura Noku. –Cómo puede ver, se ha integrado
perfectamente con sus compañeros de máxima. Cuando haya sido suficiente el
castigo, será regresada a las barracas femeninas ‒le da la espalda a la celda y sigue
por el pasillo. –Por aquí tenemos a nuestro caudillo Angariano.
Pero el comandante se queda atrás, aun estudiando a Chloe con el ceño
fruncido.
Le rodeo las caderas con la mano, tratando de verme lo más amenazante
posible. Es mía.
‒¿Le molesta algo, Comandante? ‒pregunta Noku, en el tono más solicito que le
he escuchado usar. ‒¿Desea que la saque de allí?
Enseño los dientes. Si tratan de quitármela.
‒No, no es eso ‒el comandante mira de soslayo a Noku. –Estoy al corriente que
las hembras en esta prisión intercambian favores sexuales por comodidades con los
guardias. Es un mal necesario que elijo pasar por alto para mantener a todos
contentos. Pero… esta cosa. Esta humana. Puede tener enfermedades.
‒Podría ‒concuerda Noku. Enfoca su mirada penetrante en mí en lugar de Chloe,
aunque solo puedo imaginarme lo mucho que quiere mirarla. Es demasiado
codicioso, ese oficial ssethri. Querrá tenerla de vuelta.
‒¿No la han tocado, verdad? ¿Los demás guardias? ‒la expresión en su rostro
indica que eso claramente le desagradaría.
‒Por supuesto que no. Como dice, podría traer enfermedades ‒Noku suena
ofendido. –Es una criatura realmente desagradable.
Su respuesta me divierte y enfurece a la vez. Si tan solo el Comandante supiera
lo que Noku se propone. Chloe no es ninguna criatura grotesca.
Es mía.
Quizás es porque soy un bastardo rebelde o porque soy el más acérrimo
defensor de Chloe, pero el escuchar a Noku mentir tan alegremente me llena de ira.
Deslizo una mano entre sus muslos, buscando el parche de rulos que cubre su coño.
Acaricio sus labios inferiores con los dedos. Tiene un pequeño bultito allí que rocé
accidentalmente antes y la hizo volverse loca en mis brazos, así que lo tocaré otra
vez a ver si responde igual.
Chloe despierta con un gemido, aferrándose a mí.
‒Maldita sea, ahí van de nuevo ‒se queja alguien en voz alta. –Humana de kef,
anda a dormir.
Continuo acariciando a Chloe mientras sus piernas se abren para mí. Está medio
dormida, apretando su cuerpo contra el mío mientras juego con su coño. Se
humedece de inmediato, y mi pene se erecta al notarlo. Miro al vidrio, lleno de
satisfacción al ver que Noku me mira tocar a su hembra.
Que escucha sus gemidos de placer.
El oficial le habla a Noku, pero dudo que esté escuchando algo. Mira fijamente a
Chloe mientras ella se estremece bajo mis caricias.
‒¡Jutari! ‒gime ella, aferrándose a mi cuello. ‒¿Qué… ?
‒Di que eres mía, Chloe ‒le digo mientras sigo acariciando ese capullo de
nervios. Y le sonrío con suficiencia a Noku. Déjalo que me mire complacer a su
hembra. Que mire como se aferra a mí y me demanda que la posea, cuando se negó
a tocarlo a él.
Que sepa que Sav Jutari Bakhtavis tomó lo que él codiciaba.
Capítulo 6
Jutari

La implicación de mis acciones no se sienten hasta la mañana siguiente.


Dremmigan conversa con el guardia que viene a traernos nuestra ración de
barras proteicas. Toma el paquete, las reparte y se guarda dos, acercándose a donde
estoy con Chloe. Ella todavía está sonrojada y avergonzada por lo que le hice en la
noche. La hice acabar dos veces más y lamí sus jugos de mis dedos. Le avergüenzan
los ruidos que hace cuando la toco, pero yo los necesito.
No soy un buen tipo, porque pretendo hacer que los siga emitiendo. No me
importa que todo el sistema Haven se entere de que la hago gritar cuando la toco.
Dremmigan me tiende nuestras barras. Cuando trato de agarrarlas, las quita de
mi alcance, ladeando la cabeza.
‒¿Qué? ‒le gruño.
‒¿Ya terminaste de pavonearte con tu juguete nuevo? ‒su tono es frío.
Me río, mostrándole los dientes.
–No. Necesitaré tocarla pronto otra vez. Tápate los oídos si no te gusta.
‒Jutari ‒susurra Chloe fieramente, avergonzada.
No me importa. Drem solo parpadea con esa tercera pestaña que tiene, del
modo que indica exasperación.
–Gracias a tu pequeño espectáculo con la hembra, nos asignaron a la cosecha
durante toda la semana.
Gruño nuevamente, arrancándole las barras de la mano y dándole una a Chloe.
Trabajar en la cosecha es un mal necesario. Me agrada solo porque nos permite salir
unas pocas horas, aunque sea bajo el cielo rojo de Haven y su aire enrarecido.
‒¿Y?
‒Nos asignaron a las trilladoras.
Eso me hace vacilar. Trabajar con las trilladoras es la tarea más peligrosa, y
normalmente se les da a quienes quieren castigar. Las enormes máquinas de cosecha
(las trilladoras) son completamente automatizadas, pero se mueven rápidamente
para cortar las hierbas especiales que se plantan aquí. El estar asignado a las
trilladoras significa limpiar los obstáculos en el camino de las máquinas, y
ocasionalmente limpiar las cuchillas. No es algo que alguien quiera hacer
voluntariamente, a menos que tenga tendencias suicidas.
Pero… las trilladoras están en el campo al borde del complejo de prisión. Si
salimos allá, entonces lo único que quedaría entre nosotros y los rojos riscos de la
libertad sería el cerco eléctrico invisible que rodea la prisión. Puede desmayar a la
mayoría de los humanoides con un toque, casi como un collar.
Menos a mí.
Esta es la oportunidad que he estado esperando. Solo le sonrío, mostrándome
confiando.
–Es nuestro momento, entonces ‒le hago señas a Chloe de que coma y le tiendo
mi barra también. Necesitará fuerzas.
Me mira, preocupada, pero no comenta nada frente a Dremmigan. Es una cosita
inteligente. Sé que tiene preguntas, pero está esperando para hacerlas. Bien. No
quiero que se entere que Noku habló de regresarla a la barraca de las mujeres. Se
quedará conmigo y es todo.
‒Pensé que dirías eso ‒comenta Drem con su voz plana. –Hablé con el guardia, y
me debe un favor. Tiene un amigo trabajando en el perímetro. Ese amigo se
encontrará con nosotros para traernos comida, agua y respiradores extras ‒entrelaza
sus largos dedos mientras me mira. –Si logras sacarnos a través del cerco, tengo
provisiones.
Asiento.
–Puedo hacerlo ‒la confianza casual de Dremmigan me tiene algo escéptico.
Parece muy fácil, considerando que lo que hará ese guardia por nosotros puede
hacer que lo ejecuten. –Ese guardia debe deberte un enorme favor.
‒Ciertamente.
Le hago señas impacientemente de que continúe cuando se calla.
‒Le dije que podía jugar un rato con la hembra.
Me levanto de un salto, la ira quemándome las venas. Las manos me tiemblan
de ganas de partirle su patético cuello.
‒¿Le dijiste qué?
‒Cálmate ‒dice Drem. –Estás poniéndonos en evidencia.
Le gruño. Como si me importara una kef ponernos en evidencia.
‒Jutari ‒me susurra Chloe, tomándome las manos. –Por favor.
Su mano logra calmar algo de la furia que quema en mi interior. Me toma toda
mi fuerza de voluntad volver a sentarme, en lugar de romper a Dremmigan a la
mitad. Me siento junto a mi hembra y la siento en mi regazo, posesivamente.
–Eso no se negocia.
‒Obviamente le mentí ‒me asegura Dremmigan. –Déjalo pensar que esa es la
única razón para llevarla con nosotros. Tenía que ofrecerle algo. Se rumorea que los
superiores de Noku se marchan hoy, y sabes lo que eso significa.
Lo sé. Significa que Noku viene por Chloe. Y Drem adivina correctamente que no
me marcharé sin ella.
Chloe me echa los brazos al cuello, alzando una mano para acariciar uno de mis
cuernos. No creo que se dé cuenta de lo erótico de su actitud, ya que trata de
consolarme, pero hace que mi sangre hierva de una manera distinta, y me provoca
tirarla al suelo y follármela; follármela de verdad, para que no quede duda de que es
mía. Es mi lado más salvaje, saliendo a la luz de solo pensar en que ella podría estar
en peligro.
Chloe es mía.
‒¿Qué vamos a hacer? ‒pregunta Chloe en voz baja. ‒¿Tienes un plan, Jutari?
Asiento lentamente, enfocándome en sus palabras y no en el impasible rostro de
kef de Dremmigan. Le acaricio la espalda distraídamente.
–Las cosechadoras son fáciles de atrancar. Solo tenemos que encontrar una
manera de romper una ‒o arreglar que alguien tenga un accidente, pero no lo digo
en voz alta. Sospecho que Chloe no se da cuenta de lo malo que soy. Tiene un aire de
inocencia, y eso… eso me hace querer ser mejor persona. Que me importen las
cosas, aunque dejaron de importarme hace mucho tiempo. Pero el tenerla en mi vida
ha cambiado las cosas.
‒Un accidente es fácil de lograr ‒dice Dremmigan con esa voz fría que lo
caracteriza. –Entonces nos encontraremos en el perímetro.
Asiento. Debería ser fácil. Rozo el chip en mi mejilla con la lengua.
Entonces, libertad.

***

Chloe

Es aterrador estar formada con los otros prisioneros para ir a trabajar en la


cosecha. Será la primera vez que salga desde que llegué. Me pongo algo nerviosa
cuando me dan, además de un gastado par de zapatos, un extraño aparatito que se
agarra de la nariz y se llama “respirador”. Aparentemente tiene pequeños filtros que
van en las fosas nasales y hacen que pueda respirar el aire de afuera. He visto
algunos alienígenas usarlos, pero no sabía que eran para eso. Estoy en fila detrás del
delgado Dremmigan, con su piel gris plomo, y Jutari detrás de mí. Cada guardia que
nos pasa por al lado me hace saltar de nervios. Estoy esperando que alguno se dé
cuenta de que hay una chica mezclada con los de máxima y decida regresarme con
las mujeres.
Necesito quedarme con Jutari. No solo porque piensa sacarnos de aquí, sino
porque me mantiene a salvo.
Y porque… me agrada. Es tonto. No es momento de tener un enamoramiento de
colegiala, pero no puedo evitarlo. Me emociono cuando me toca. No importa que la
situación sea tan loca; quizás la situación sea una razón por la cual estoy tan
fascinada con él. No importa, pues al final del día le pertenezco a Jutari… y me
encanta.
Preferiría estar sola con él en lugar de en una celda rodeada de reos, pero trato
de no pensar mucho en ello.
Casi como si pudiera oírme los pensamientos, Jutari me agarra por el cabello y
me jala hacia él. Parece rudo y posesivo, pero sé que es porqué tiene que aparentar
que le “pertenezco”. Se ha disculpado múltiples veces por el maltrato. Mientras no
me haga daño… me agrada. Es algo sexy, y malo a la vez.
–Mantén la calma ‒me murmura. –Obedece mis órdenes allá afuera y quédate
cerca.
‒Lo haré.
‒Las máquinas son peligrosas. Trataré de mantenerte fuera de su camino, pero
tienes que estar atenta ‒me acaricia el cuello. –Estés lista todo el tiempo.
Asiento y él me suelta.
Tanto él como Dremmigan están supremamente calmados. Es un poco
frustrante que logren disimular tan bien. Yo soy un desastre de nervios. Drem ya me
ha gruñido varias veces por estar nerviosa, pero Jutari le explicó a uno de los
guardias que me daba miedo salir. Es comprensible.
Me da mucho más miedo que alguien trate de separarme de Jutari.
Nos guían por un largo corredor metálico. Hay barandales a los lados, y coloridos
letreros en un lenguaje que no puedo comprender. Supongo que dicen cosas tan
agradables como “Mantenga las manos a los costados todo el tiempo” o “No apuñale
a su compañero”.
Al caminar, siento que mis pasos se hacen más elásticos. Raros. Al principio creo
que es el suelo, pero cuando atravesamos las puertas y entramos a la roja atmosfera
del planeta, me doy cuenta que es el aire.
Es… extraño. Se siente enrarecido, y trato de inhalar fuertemente, como si no
hubiera suficiente oxígeno. Enrarecido… pero pesado. Se siente húmedo y
sobrecargado, comparado con el interior. Muevo un brazo y parece flotar sin
esfuerzo. Huh.
‒La gravedad es algo más ligera aquí afuera ‒dice Jutari, tocándome la cintura. –
Cuidado.
–Lo tendré.
Sigo la fila de prisioneros mientras desfilan por el borde de lo que parece un
enorme campo verdoso. Hay mucho ruido aquí afuera; el viento me golpea sin
piedad, cubriéndome de una fina capa de polvo rojo en segundos. Por encima del
viento hay un constante chirrido mecánico, lo suficientemente fuerte para hacerme
querer arrancarme el traductor del oído. No puedo ver lo que lo causa hasta que una
de las enormes máquinas pasa junto a nosotros. Esa cosa es malditamente enorme,
con forma de bala, y tiene un montón de cuchillas rotatorias en la parte frontal. Al
pasar, trilla la hierba a su paso, arrancándola de raíz y echándola completa a un
compartimento en su interior.
‒¿Qué carajos está haciendo? ‒pregunto en medio del chirrido.
‒Los ravástagos tienen que crecer aquí. Cuando llegan a cierta altura, las
trilladoras los sacan de la tierra y son replantados en otra parte. Es parte del proceso
de “terraforming” ‒me explica Jutari.
¿Ravástagos? Recojo uno que cayó cerca de nosotros. Lo que creí que era una
hierba resulta ser una suerte de pequeño arbolito. Fascinante.
‒Caminen ‒dice un guardia por los intercomunicadores. –No se detengan hasta
llegar a su puesto asignado.
Ups. Me apresuro a seguir a Dremmigan con una mueca. Entre lo húmedo y raro
del aire y la gravedad disminuida, el hecho de que el suelo se sienta resbaloso no me
ayuda en nada. Me caeré de culo si nos toca correr.
Espero, de verdad, que no nos toque.
Caminamos aparentemente por horas. Nadie habla mucho, y cuando lo hacen
son acallados rápidamente por un guardia. Hay más de los que jamás había visto aquí
afuera, vigilando. Supongo que la mayoría del personal trabaja aquí. Miro detrás de
nosotros y noto la interminable fila de prisioneros con sus collares eléctricos
encendidos. Mucha gente trabaja en el campo hoy.
‒¿Siempre hay tanta gente?
‒Normalmente ‒me responde Jutari. –Solo que a nosotros no se nos permite
salir tan a menudo ‒descubre sus colmillos con una sonrisa. –Es nuestro castigo.
Un castigo que nos permitirá escapar; eso espero.
Llegamos al borde del campo, y los riscos parecen tan encantadoramente
cercanos desde aquí. Aunque ha sido una marcha lenta con el viento polvoso y el
suelo resbaloso, y estoy exhausta.
‒Busquen su ración de agua y diríjanse al campo, prisioneros ‒ordena uno de los
guardias.
Veo un borrón rojo por el rabillo del ojo.
–Cápsula de agua ‒exclama Irita, alzando un saquito transparente del tamaño de
mi puño. Le lanza uno a un prisionero y alza otro. –Se bueno conmigo y conseguirás
el doble.
‒Eso es mentira ‒gruñe el guardia más cercano.
‒Cierto. Se bueno conmigo y no echaré la tuya al suelo ‒corrige Irita,
entregándole una a Dremmigan.
‒Vamos ‒me dice Jutari. –Antes de que noten que eres mujer y te pongan a
repartir agua.
Pero Irita me nota.
‒¡Kloo-ee! Mírate. Kef, tienes la cara hecha un desastre.
‒Hola, Irita ‒me alegra e irrita a la vez verla. –Necesito marcharme.
Jutari me jala de la mano.
‒Búscame si necesitas agua ‒me dice ella con un guiño. –Estaré aquí. Ten
cuidado en el campo.
Le asiento y dejo que Jutari me lleve. Nos vamos al borde del campo, un lugar
que los demás prisioneros parecen evitar. Una trilladora chilla en nuestra dirección,
acercándose cada vez más.
‒¿Qué hacemos aquí? ‒le pregunto a Jutari, haciendo una mueca al hundírseme
los pies en el terreno lodoso. –Además de evitar que nos atropellen.
Él recoge un ravástago caído y lo replanta.
–Replantamos los que se han quedado por fuera para que la trilladora los recoja
cuando vuelva a pasar. Y vigilamos en caso de que la maquina tenga algún fallo ‒me
mira de soslayo. –Y esperamos nuestra oportunidad.
No parece haber demasiada gente en este lado del campo, pero nos falta
Dremmigan.
‒¿Ahora no?
‒Ahora no ‒concuerda él. –Necesitamos esperar a que los guardias se aburran
un poco. Estarán menos alertas en un par de horas.
‒Entendido ‒me agacho a recoger un ravástago caído. El suelo está cubierto de
ellos, la tierra vuelta un desastre lodoso por el paso de las máquinas y la humedad
del aire. Mientras trabajo escucho un chillido y alzo la vista para ver cómo alguien
salta justo a tiempo fuera del camino de una de las máquinas. Cielos. –Tiene que
haber una mejor manera de hacer esto.
‒Sí la hay ‒me dice Jutari mientras trabaja. –Pero somos trabajo barato.
Buen punto.
‒Quédate cerca. Si te cansas, dime. Te cargaré si es necesario ‒me palmea
cariñosamente la cabeza. –No quiero que te pase nada. Eres mía.
Y eso me hace derretirme.
–Estoy nerviosa.
‒No te preocupes, yo me encargo.
Extrañamente, su confianza me hace sentir muchísimo mejor.
‒¿Me das un beso de la buena suerte?
Él ladea la cabeza, confundido.
‒¿Beso? No entiendo lo que dices.
‒¿Tu gente no se da besos? ¿Boca a boca?
Los ojos de Jutari brillan interesados.
–Creo que eso violaría muchas reglas de higiene en varios planetas.
‒Oh ‒eso me decepciona.
‒Pero te besaré ‒recoge distraídamente otro ravástago. –Pero no aquí. Cuando
estemos solos por primera vez, pondré mi boca contra la tuya.
Jamás he escuchado algo tan romántico.

***

‒Dicen los rumores que escaparás hoy.


Me ahogo con el agua, e Irita me ofrece discretamente otra bolsita. Estoy al
borde del campo mientras los hombres trabajan cerca. Hace calor y demasiada
humedad, y aunque hace mucha brisa, solo me ensucia. Es como estar atrapada en
un secador de cabello y me siento miserable. A Jutari no parece afectarle, pero me
mira preocupado, y creo que teme que yo no pueda correr cuando llegue la hora.
Puede que tenga razón: solo han pasado unas horas y ya estoy agotada. Me tropecé
escapando de la última trilladora y aunque me recuperé al segundo, tuve un breve
vistazo de cómo pudo haber sido mi muerte. Nada bueno. Miro a Irita por el rabillo
del ojo.
‒¿Dónde escuchaste eso?
‒Por todas partes. De uno de los guardias de pene pequeño y boca grande. Es de
donde salen casi todos los chismes ‒ella se encoge de hombros. –Creí que debía
advertirte que no debes confiar en Dremmigan.
Miro al alienígena gris, preocupada. Empezó trabajando en el centro del campo y
se ha movido discretamente en nuestra dirección. Jutari ha estado haciendo lo
mismo, pero va lo suficientemente lento como para hacerlo ver natural.
‒¿Quieres… querías venir con nosotros?
‒No, pequeña. Estoy muy bien acá. Prostituirse es lo mismo allá afuera que aquí
adentro ‒me quita el saquito vacío de la mano y lo echa en la bolsa de desechos. –
Pero quise advertirte. Tu compañero no es de confianza. Cuídate las espaldas, es lo
que digo ‒se aparta de mí, cimbreando las caderas como de costumbre. –Y ahora
tengo que irme. Suerte.
Pienso en sus palabras al regresar junto a Jutari.
‒Cuidado ‒me dice él al verme tropezar con un surco. Alza una enorme mano
azul para sostenerme. ‒¿Necesitas descansar?
‒No. Estoy bien ‒volteo a mirar en dirección a Irita. En la atmosfera roja del
planeta y sin el uniforme, ella sería invisible. –Jutari… estoy preocupada. Irita me dijo
que conoce el plan. Dijo que no podemos confiar en Dremmigan.
Él se endereza, mirando hacia donde está el alien gris y luego volteando a verme.
–Es demasiado tarde para echarnos para atrás.
‒¿Pero y si… ?
Jutari me acaricia la mejilla, y caigo en cuenta de que me limpia una mancha.
–Tiene que ser hoy, Chloe. Noku vendrá a sacarte de mí celda hoy, si estoy en lo
correcto. No permitiré que te toque. Por eso tenemos que irnos hoy, aunque
signifique tener que confía en Dremmigan, de una forma u otra ‒baja la voz. –Lo que
hay recordar es…
Un terrible y ensordecedor chillido ahoga sus palabras. La trilladora más cercana
se detiene de golpe con un estruendo, echando humo por los costados, y puedo ver
cómo la gente corre a nuestro alrededor.
–Hay un atasco ‒exclama alguien. ‒¡Hay alguien atrapado en las cuchillas!
Un guardia pasa corriendo junto a nosotros, jaloneando su bastón torpemente
mientras se dirige a la máquina.
Miro a Jutari, asombrada, pero él mira a lontananza. Sigo su vista y noto a
Dremmigan deslizándose hacia el borde del cerco.
‒Hora de irnos ‒me dice Jutari. Sin esperar mi respuesta, me alza en brazos y
echa sobre su hombro como si no pesara. Me trago mi quejido e ignoro el golpe de
su duro hombro contra mi estómago. Una arcada amenaza con hacerme vomitar, y
cierro los ojos, aferrándome al uniforme de Jutari para concentrarme en no morir. La
baja gravedad hace que rebote con cada uno de sus pasos y eso no me ayuda.
Me parece que pasa una eternidad, pero puedo sentir el momento en que el
terreno cambia bajo los pies de Jutari. Abro un ojo cautelosamente y veo que
estamos cerca del cerco. Desde mí privilegiada posición no parece más que un halo
brillante, acentuado por varas metálicas estratégicamente colocadas. Supongo que
hay mucho voltaje en ese halo y me estremezco de pensar en cómo lo
atravesaremos.
Quizás el guardia que nos ayuda lo apagará momentáneamente.
Jutari me baja, acariciándome la mejilla.
–Quédate a mi lado ‒me toma de la mano y veo que corremos a una garita
camuflada al borde del cerco. Entramos, encontrando a Dremmigan con un saco,
conversando con un guardia. Todavía puedo oír los chirridos de la trilladora a la
distancia, como ruido gris.
‒Tengo las provisiones ‒dice Dremmigan. ‒¿Listo?
Jutari asiente.
‒Hay suficiente agua y comida para uno por tres días. O uno para cada uno ‒dice
el guardia. Parece joven, con la piel lisa y verde brillante como la de una rana. Me
mira de soslayo y prosigue. –Buena suerte. La necesitaran. Este planeta es una
trampa mortal.
‒Mmm ‒Dremmigan revisa el saco antes de echárselo al hombro. Le tiende una
delgada mano de uñas largas al guardia. ‒¿Tienes un cuchillo?
El guardia se saca uno del cinturón inmediatamente, tendiéndoselo con el filo
por delante.
–Tuve que usar muchos favores para obtenerlo ‒me mira largamente, con
interés, y se me pone la piel de gallina. Me pego más de Jutari.
‒Te lo agradezco ‒responde Dremmigan. Se acerca a tomar el cuchillo, pero en
lugar de agarrarlo, se abalanza sobre el guardia. El arma se hunde profundamente en
su pecho, y el guardia alienígena se desploma con un quejido burbujeante.
Ahogo un grito, horrorizada. Cristo.
Jutari me rodea protectoramente con un brazo.
–Nos estaba ayudando, idiota.
‒Ciertamente ‒concuerda Dremmigan, inclinándose a recuperar el cuchillo.
Limpia el filo en el uniforme del guardia y lo guarda en el saco. –Y fue demasiado
confiado. Nos habría delatado al momento en que alguien le ofreciera un mejor
trato. Es mejor que muera y mantenga el secreto ‒revisa sus bolsillos
distraídamente.
Me enferma. No había necesidad de matar al guardia. Recuerdo la advertencia
de Irita y me provoca alejarme lo más rápidamente posible de Dremmigan.
‒No hay tiempo que perder ‒dice Dremmigan, levantándose. Sostiene una
delgada varilla metálica. –La llave de los collares. Si quieres salvar a tu hembra, hay
que movernos.
Miro a Jutari. Parece incómodo, pero asiente, aceptando la llave.
–Vámonos entonces.
Me trago mis lágrimas, aparentando coraje. Bien. Bien. Puedo ser fuerte hasta
que salgamos. Entonces podré perder los estribos todo lo que quiera. Me quedo
quieta mientras Jutari pasa la varilla cerca de mi collar y este cae al suelo con un
siseo. Hace lo mismo con el suyo y finalmente con el de Dremmigan. Trato de no
mirar al alien gris, pero me pregunto cómo se tomará esta pequeña decisión. Jutari
me favoreció en algo tan simple como los collares. ¿Seré la siguiente en morir porque
soy un riesgo?
No debo pensar en eso. Debo confiar en Jutari. Dice que me quiere para
siempre. Debo confiar en eso.
‒¿Y ahora qué? ‒pregunto, frotándome el cuello. ‒¿Cómo pasamos la barrera?
‒¿Confías en mí? ‒pregunta Jutari, su mirada oscura fija en mí.
‒Por supuesto.
Me tiende su enorme y fuerte mano de tres dedos. La tomo de inmediato,
sintiéndome segura al sentir su calor.
Él no dejará que nada me pase.
Jutari besa mis nudillos sucios y antes de que pueda decir algo al respecto me
carga. Me quedo sin aliento al golpear su hombro.
–También tú, Drem ‒lo oigo decir. –No hay tiempo.
¿Qué quiere decir con eso? Alzo la cabeza para preguntar, pero un segundo más
tarde noto al delgado alien echado sobre el otro hombro de Jutari. ¿Qué diantres?
Jutari echa a correr de la garita hacia la barrera. Se me ponen los pelos de punta
y siento el zumbido de la energía.
‒¿Qué hacemos? ‒exclamo. ‒¿Esperamos a que el cerco se apague?
‒No, la atravesaremos ‒me dice él.
¿Qué?
‒Sostente, Chloe ‒me dice Jutari, apretando el brazo alrededor de mi cintura. –
Esto va a doler.
Eso es lo último que oigo antes de sentir el golpe de energía recorriendo mi
cuerpo. Entonces todo se oscurece.
Capítulo 7
Jutari

El dolor de atravesar la barrera es casi indescriptible. Gruño, luchando para


seguir avanzando con el peso muerto de Chloe y Dremmigan en mis hombros. El
cerco no es grueso, pero cada paso parece tomarme una eternidad. Entonces logro
atravesarla y caigo de rodillas, débil. Tengo la visión desenfocada, la piel y el cabello
me huelen a quemado, y estoy seguro de que los cuernos me humean.
Pero estoy vivo. Me tomo un momento para que se calmen los aterrados y
acelerados latidos de mi corazón. Tanto Chloe como Dremmigan yacen
despatarrados en el suelo, y me acerco a mi pareja, apretando la mano contra su
pecho. El corazón le late. Está bien. Acaricio con gentileza su rostro amoratado y la
tomo entre mis brazos. No creo en ninguna deidad, pero en este momento no puedo
evitar enviar una plegaria agradecida a sea lo que sea que mantuvo a mi Chloe a
salvo.
Tomo el cuchillo del saco de Dremmigan y hago un pequeño corte en el
uniforme de Chloe. Entonces corto donde sé que está el rastreador en su brazo.
Detesto cada gota de sangre que mana de la herida, pero es necesario. Saco el
rastreador y lo aplasto entre mis uñas. Entonces hago lo mismo con el mío. Así no
nos rastrearán.
Cargo a mi Chloe y la acuno contra mi pecho, levantándome. Es pequeña, y no sé
por cuanto tiempo estará desmayada por la descarga, así que la llevaré en brazos.
Quito el saco del hombro de Dremmigan y entonces me le quedo mirando a mi
“amigo”.
No sé qué hacer. Llevarme a Chloe siempre fue parte del plan. Es mi razón para
escapar. Salir sin ella no tiene sentido.
Le debo a Dremmigan. Debería llevarlo conmigo… pero quiero dejarlo. Usó sus
conexiones para buscarnos provisiones y asegurarnos parte del escape, pero… no
estoy conforme. Asesinó a ese joven y tonto guardia solo porque le convenía. Incluso
en mis momentos más bajos como mercenario, jamás maté sin necesidad. Siempre
había una razón de peso. Los bastardos que maté siempre eran peores que los que
me contrataban. Siempre había una razón.
Ese fue un asesinato sin sentido.
Pero, si lo dejo aquí, ¿pongo en peligro mi vida y la de Chloe? ¿Si lo traigo
conmigo, la pongo en aún más peligro? ¿Rompo mi promesa y lo dejo, a pesar de que
me cumplió, por lo menos a mí?
¿O lo mato a sangre fría para arreglar las cosas, como hizo él con el guardia?
Sería muy sencillo quitarle el respirador de la nariz y dejar que se ahogue mientras
está inconsciente.
Jamás he confiado completamente en él, pero ahora que me toca decidir, no
creo poder tener la sangre tan fría como la suya. Quizás me estoy suavizando ahora
que tengo una mujer que proteger. Quizás quiero ser mejor persona por ella.
No importa, al final no puedo abandonarlo ni matarlo a traición. Me echo a
Chloe al hombro y me inclino para sacar el rastreador del brazo de Dremmigan.
Entonces acomodo mi carga y lo agarro por el cuello del uniforme, arrastrándolo por
el suelo mientras avanzamos.

***

Me arrastro por las colinas. Es bueno que estemos cubiertos del grueso polvo
rojo de los campos; nos camufla de las inevitables patrullas que deben estar saliendo
a buscarnos. Estoy exhausto y me duele todo el cuerpo, pero continuo adelante, mi
paso tan apresurado como puedo con los dos pesos muertos que arrastro. Necesito
una cueva para detenerme y que mi frágil Chloe pueda descansar. Cuando caiga la
noche podemos seguir viajando a un mejor lugar para contactar a Kivian. De
momento, mi prioridad es alejarnos.
Los riscos cerca de la prisión son rocosos y prometedores, pero están muy cerca.
Sin importar que haya una cueva allí, nos encontrarán de inmediato. Lo más seguro
es seguir moviéndonos.
Luego de un rato, Dremmigan suelta un gruñido. Suelto el cuello de su uniforme,
ofreciéndole una mano para que se levante.
–No me dejaste ‒gruñe temblorosamente. –Estoy sorprendido.
‒Teníamos un trato ‒le dijo. Le ofrezco el saco como una muestra de confianza,
aunque no confíe en lo absoluto en él y él lo toma, echándoselo a los hombros.
‒Eso dolió más de lo que esperaba ‒admite él, rotando un hombro y dando un
tambaleante paso adelante. ‒¿Tu hembra lo soportó?
‒Sí, pero sigue inconsciente ‒la acomodo mejor, escondiendo su rostro contra
mi cuello. –Es más pequeña que nosotros. Puede que le lleve un rato despertar ‒no
quiero ni considerar que no despierte.
Dremmigan asiente lentamente.
–Puedo caminar, ¿a dónde vamos?
‒Buscamos refugio. Cualquiera servirá ‒señalo un risco distante, cerca de una de
las chimeneas siempre en funcionamiento. –Pensé que podríamos ir hacia allá hasta
que caiga la noche. Será más fácil movernos en la oscuridad.
Él asiente y se frota el antebrazo.
‒¿Y los rastreadores?
‒Los saqué.
‒Me alegra que se te ocurriera.
Entonces no queda más que decir. Nos miramos largamente, pensativos.
Pensamos lo mismo; calculamos por cuánto tiempo más podemos confiar en el otro.
No he llegado tan lejos para dejar que Dremmigan lo arruine todo.
Yo todavía tengo el cuchillo.
Así que volteo hacia el risco distante y continuo caminado.
***

Chloe.

Estoy viva.
Es lo primero que pienso al despertar. Oh, claro, todo me duele y me siento
como un enorme pedazo de pollo frito, pero estoy viva. Me siento lentamente,
sosteniéndome la cabeza mientras trato de ver mis alrededores.
–Mmm… ¿Jutari?
‒Aquí ‒un enorme y familiar cuerpo azul se mueve junto a mí, tapando la poca
luz que entra en la cueva. Por lo menos creo que es una cueva. Está oscuro y se me
dificulta ver. Una mano acaricia mi mejilla y me ponen algo en las manos. –Bébete
esto.
‒¿Dónde estamos? ‒pregunto mientras abro el sello del saquito de agua. Cielos,
sabe mejor de lo que esperaba. Debo haber estado desmayada largo tiempo porque
me trago todo rápidamente y sigo sedienta.
‒Estamos cerca de una de las chimeneas que circulan los químicos a la
atmosfera, tomándonos un respiro. Ahora que es de noche, podemos movernos otra
vez ‒Jutari me acaricia la mejilla otra vez. ‒¿Cómo te sientes?
‒Estoy bien ‒miento. Lo menos que quiero es moverme, pero no tengo otra
opción. Así que lo soportaré. ‒¿Estamos… ? ¿Logramos salir todos?
‒Drem está afuera.
Ah. No estoy segura de como sentirme al respecto. Se siente mal desearle la
muerte, pero no puedo dejar de pensar en la advertencia de Irita. No quiero que
lleguemos tan lejos solo para ser apuñalados por la espalda. Me levanto lentamente,
tomando la mano que él me ofrece para equilibrarme.
‒¿Estás bien? ¿Cómo logramos escapar?
‒El toque del cerco es solo un poco más fuerte que los collares. Jamás me han
afectado como a los demás, por eso los cargué a ti y a Dremmigan a través de la
barrera mientras estaban desmayados.
‒¿Hiciste eso por nosotros? ‒se me hace un nudo de gratitud en la garganta. –
Gracias, Jutari. ¿Estás bien? ‒me preocupo cuando se me acerca. No se ve bien. Se
ve… exhausto. Tiene unas profundas ojeras y sus hombros se ven caídos. Cuando me
abraza, me doy cuenta de que huele a ozono y piel quemada, y le acaricio la espalda
mientras me abraza.
‒Estoy bien.
‒No te ves bien ‒susurro en voz baja, porque no quiero que Drem me oiga.
Él se ríe ligeramente.
–Bien, estoy hecho kef. No he dormido mucho estos últimos días.
‒¿Por qué no?
La boca de Jutari se estremece, y acuna mi mentón en su mano.
–Tenía una dulce hembra a la que proteger de los otros en mi celda.
Oh. No había caído en cuenta. Me siento como una verdadera mierda por no
darme cuenta antes.
‒¿Hiciste eso por mí?
‒Por supuesto ‒responde él, como si fuese lo más natural del mundo. –Estoy
cansado y mataría por una siesta, pero no es una opción en este momento.
Necesitamos alejarnos lo suficiente de aquí. Vinimos a la chimenea a buscar algunas
partes para hacer un faro, pero Kivian no podrá aterrizar aquí. No con toda la niebla
que produce esta cosa. Necesitamos una mejor locación, a preferencia muy lejos de
la prisión.
‒Bien ‒le respondo, no muy convencida, pero si eso es lo que él cree
conveniente, confío en él. Sabe mejor como sobrevivir aquí. ‒¿Quién es Kivian?
‒Un compañero pirata de confianza ‒me acaricia el cabello y luego roza mi
mejilla con los nudillos. –Se sorprenderá que me haya asentado.
‒Nadie está más sorprendida que yo ‒le respondo secamente, pero con humor.
Es cierto: jamás creí encontrar a alguien en una prisión intergaláctica… y estoy
ansiosa de ver cómo será la vida cuando seamos solo Jutari y yo en una situación
normal. Una en la que podamos hablar y reírnos y disfrutar de la compañía del otro
sin preocuparnos de la presencia de los demás. Una en la que podamos aprender del
otro. Una en la que podamos pasar el día en la cama sin alguien más mirando.
Sí, todo eso suena excelente. Suena como una ilusión, pero me da algo a lo que
aferrarme.
Me he resignado al hecho de que jamás regresaré a casa. Jamás volveré a la
Tierra. Está claro que mi planeta está fuera del alcance y es algo desconocido para la
mayoría de los alienígenas que he conocido, y los que se enteran de dónde vengo me
miran con recelo. A menos de que Jutari quiera arriesgarse, no regresaré a mi
sistema solar. No volveré a ver los cielos azules de la Tierra ni a abrazar a mis amigos.
Eso lo he sabido por largo rato.
No me duele tanto ahora que tengo a Jutari. Ya no me siento tan terriblemente
sola. Froto su brazo con entusiasmo, tratando de animarlo.
–Bien, ¿cuál es el plan? ¿Y en que puedo ayudar?
Sus ojos brillan y creo que está complacido.
–El plan es marcharnos ahora que es de noche. Tendremos que cruzar una gran
explanada de terreno rocoso. No será fácil. Te puedo cargar si estás muy cansada.
‒Estoy bien ‒le aseguro, revisando mi respirador. Estoy cansada, sedienta y
hambrienta, pero imagino que él también lo está. No tiene sentido quejarse, y no
quiero hacerlo sentir que debe cargarme. Quiero ayudar. ‒¿Qué hay de las
provisiones? Dijiste que necesitábamos construir un faro, ¿tenemos todo lo
necesario? ¿Deberíamos agarrar repuestos ya que estamos aquí?
Jutari asiente.
–Buena idea. Agarraremos algunos cables y tarjetas madre extra antes de
marcharnos.
‒Ya era hora ‒dice Drem desde la entrada. Su voz es tan monocorde como
siempre, pero hay algo que me hace estremecerme. No me gusta. No confío en él.
Algo en él me pone los nervios de punta, más que este escape de prisión.

***

Nos marchamos un rato después, al abrigo de la noche. Jutari lleva un enorme


montón de componentes que arrancó de un panel de circulación de aire. A mí me
parece basura, pero él dice que es suficiente para construir lo que necesitamos y
confío en él.
Me alegra alejarnos de la chimenea, porque el aire a su alrededor es opresivo. Se
siente más pesado que el aire en el resto del planeta, lleno de condensación. Aunque
está oscuro, caminamos por el terreno rocoso sin detenernos. Mis zapatos de prisión
son una mierda, pero lo soporto. Me preocupa demasiado como el normalmente
grácil Jutari se tambalea cada cierto tiempo para quejarme.
Necesita descansar, pero no me atrevo a decirlo. Algo me dice que cualquier
señal de debilidad frente a Dremmigan es una mala idea. Mientras caminamos,
recojo una pesada piedra del tamaño de mi mano y la aferro. En caso de que intente
algo raro.
Entonces aparecen unas brillantes luces en la noche, haciendo que tengamos
que acurrucarnos; los tres, contra una piedra ahuecada, contemplando una de las
patrulla que salió en nuestra búsqueda. Jutari aprieta los labios, y no creo que esté
muy contento. Quizás creyó que tendríamos más tiempo.
Pero los vehículos aéreos no nos detectan y continúan su búsqueda sin mirar
atrás. Recogemos nuestras pocas provisiones y nos marchamos.
Empieza a amanecer cuando encontramos una hendidura en uno de los riscos lo
suficientemente profunda para ofrecernos sombra durante el día y ocultarnos de
ojos vigilantes. Jutari colapsa contra la pared, los ojos cerrándosele solos.
Le acaricio la mejilla, asustada.
‒¿Estás bien?
‒Solo… cansado. Necesito un momento ‒logra sonreírme, pero noto su
cansancio.
Dremmigan no está feliz con esto. Se agacha junto a Jutari, empujándole la
pierna.
–No es momento de descansar.
Jutari se frota los ojos con la mano.
–Lo sé. Solo necesito un momento.
Quiero gruñirle a Dremmigan. Trato de interponerme entre él y Jutari.
–Puede dormir unos minutos. Déjalo descansar.
‒No es momento ‒repite Dremmigan. –Construye tu faro. Llama a tu amigo para
que venga a por nosotros.
‒Puede hacerlo luego de dormir media hora ‒protesto.
‒No, tiene que hacerlo ya ‒insiste Dremmigan. –No tenemos suficientes
provisiones para varios días.
Guardo silencio, porque no se equivoca. Ya no tenemos comida ni agua. Las
“maravillosas” provisiones del contacto de Dremmigan no duraron demasiado al
tener que ser divididas en tres. Pero no puedo evitar sentirme culpable porque Jutari
no ha dormido para mantenerme a salvo. Quiero ofrecerle la misma cortesía.
–Pensaremos en algo.
‒Necesita construir el comunicador ahora ‒insiste Dremmigan. –Puede
descansar cuando el rescate esté en camino.
‒Déjalo tranquilo.
‒No, está bien ‒dice Jutari, tocándome el brazo. –Tiene razón. Puedo relajarme
cuando el comunicador esté listo ‒se endereza, tendiéndome la mano. –Pásame el
saco, Chloe.
Fulmino a Drem con la mirada pero me levanto a buscar el saco que Jutari. El
enorme alienígena azul saca componente tras componente, y me preocupa pensar
que no logre construir nada. Yo no sabría ni por dónde empezar de tener que hacerlo
sola, y eso me hace caer en cuenta de lo mucho que dependo de otros. Nunca más.
En lo que salga de aquí aprenderé a cuidarme sola.
Miro como Jutari tuerce cables y junta chips electrónicos, pegando varios
cachivaches eléctricos. No parece nada especial, pero Jutari no se detiene, ni siquiera
con el viento aullando a nuestro alrededor, echándonos polvo en la cara. Luego de lo
que parece una eternidad, conecta un cablecito azul a algo que parece un picaporte.
Un ligero zumbido llena el aire y una sonrisa confiada curva los hermosos labios de
Jutari.
‒¿Eso es todo? ‒pregunto. ‒¿Lo lograste?
‒Está enviando una señal ‒me explica con una sonrisa.
‒Sí, pero ¿dónde está la información que tiene que mandar? ‒Dremmigan no
parece complacido. Señala el montón de componentes que Jutari astutamente
convirtió en algo nuevo. –Un faro tiene que tener información que mandar.
‒Tengo la información.
‒¿Dónde, en tu cabeza? ‒se queja Drem. –Tiene que se precisa si…
Jutari saca el cuchillo. Me congelo, preguntándome que hará con él, y me alarmo
todavía más cuando se lo lleva a la boca. Pero un segundo más tarde veo que toma
un pequeño chip de la punta de su lengua y escupe un poco de sangre.
–Tenía que guardarlo en un lugar donde no buscarían.
‒Pero… ¿cómo? ‒le pregunto. –A mí me checaron hasta las coronas ‒resisto el
impulso de frotarme la cicatriz de la pierna, porque temo que Drem me arranque la
pierna para sacar los tornillos.
‒Es un material especial que saqué del mercado negro ‒explica Jutari, limpiando
el pequeño cuadrado. –Hecho para una ocasión como esta ‒lo inserta en una
apertura del aparato y entonces algo empieza a entonar una letanía de números. –
Nuestra locación ‒me dice cuando la voz computarizada se calla. –Le estoy enviando
esto directamente a Kivian. El tiempo que tarde dependerá de en qué lado de la
galaxia se encuentre, pero vendrá sin duda por nosotros ‒se deja caer contra la
pared, el cuchillo sobre su regazo. –Solo tenemos que esperar.
‒¿Está listo? ‒pregunta Dremmigan. ‒¿No necesita enviar nada más?
‒Listo ‒confirma Jutari sin abrir los ojos.
Me aferro a la roca que recogí. Las constantes preguntas de Drem me hacen
sospechar que trama algo. Me recuerdo que todos estamos con los nervios de punta,
pero… no me gusta cómo le echa el ojo al cuchillo en el regazo de Jutari. No confío en
él.
Pero Drem se aparta, sentándose al borde de nuestro escondite. Y me relajo
ligeramente. Son mis nervios nada más.
‒Chloe ‒dice Jutari, su voz como una caricia cansada. –Ven a dormir junto a mí.
Estoy cansada, sedienta y adolorida. Me encantaría, pero no puedo olvidar todo
el sueño que ha sacrificado él para mantenerme a salvo. Me siento junto a él y le
acaricio el brazo.
–Duerme tú. Yo vigilo.
Él asiente sin abrir los ojos, y sé que está al borde de la inconsciencia. Me toma
la mano, frotando mis dedos. El pequeño gesto es suficiente para derretirme el
corazón.
A veces los pequeños gestos lo son todo.
Capítulo 8
Chloe

Las cosas no tardan mucho en echarse a perder.


Jutari lleva poco tiempo dormido, con la mano en mi rodilla. Duerme
profundamente, y mientras descansa, trato de pensar en maneras de hacer aparecer
provisiones de la nada. Trato de recordar alguno de los muchos programas de
supervivencia que vi en televisión. Recuerdo que hay una manera de sacar agua de la
condensación, incluso en el desierto, pero no recuerdo los detalles. Sé que
necesitamos un plástico, pero no lo tenemos, así que tendré que pensar en
alternativas. Busco el saco de Jutari para ver que tenemos disponible.
Una sombra me cubre por detrás.
La piel se me pone de gallina y un profundo silencio cae sobre nuestro escondite.
Me fuerzo a guardar silencio y a disimular. Pero mi corazón late aterrado. Fue una
estupidez darle la espalda a Drem. Una estupidez dejar el cuchillo en el regazo de
Jutari por no querer molestarlo.
Aferro casualmente mi roca, apretándola contra mi pierna. Solo deja que intente
algo. Estoy lista. Estoy…
Una mano me agarra el rostro por detrás. Resulta que no estoy lista. Antes de
que pueda hacer algo, me arranca el respirador de la nariz y me tira al suelo. No
sabía que era tan fuerte.
Me ahogo al respirar la primera bocanada de aire sin filtrar. Se siente como si no
hubiera nada y vuelvo a ahogarme, tratando de aspirar. ¡No moriré así! Me pongo en
cuatro, buscando desesperadamente el respirador en el suelo.
Dremmigan pisa algo que emite un horrible crujido metálico.
Oh, mierda. Moriré así. Ese bastardo.
Se dirige a Jutari, quién todavía está inmóvil e inconsciente. Quizás no hemos
hecho el ruido suficiente para despertarlo. Al verlo aproximarse al enorme alienígena
azul, dejo de pensar; solo actúo.
Agarro mi roca y aplasto el pie de Dremmigan con todas mis fuerzas.
El alien gris chilla de dolor, lanzándome contra la pared con uno de sus largos
brazos. Me estrello contra la roca. El dolor que me sube por el espinazo es casi
insoportable, pero lucho por mantenerme consciente. Va a matarme. Lo sé. No
importa porque igual me ahogaré, pero puedo tratar de salvar a Jutari.
Un borrón azul atraviesa nuestro escondite, y veo como el enorme cuerpo de
Jutari choca contra Dremmigan mientra boqueo inútilmente. El filo del cuchillo brilla
en la mano de Jutari. Cierro los ojos, pero puedo escuchar como penetra el cuerpo
de Dremmigan y el seco gorgoteo que emite antes de caer.
‒¿Chloe?
Abro los ojos, jadeando, y veo a Jutari. Está de pie, con el cuerpo de Drem tras
él. El cuchillo en su mano rezuma sangre, pero no me importa. Me llevo la mano a la
garganta. –Respirador ‒mascullo. –Necesito el suyo.
‒Ese bastardo de kef ‒escupe él, tocando mi mejilla antes de ir junto a Drem.
Resuello horrorizada. Siento que me ahogo a pesar de que puedo respirar bien. Es lo
más indefensa que me he sentido nunca y la visión se me desdibuja. ¿Y si el
respirador de Drem no me queda?
Siento unas manos en mi rostro, y un segundo después que me ajustan algo en
la nariz. –Respira por la nariz ‒me murmura Jutari. –Tranquila.
Inspiro profundamente y termino tosiendo. Pero es aire, y me paso un largo
momento solo tratando de respirar normalmente, mientras Jutari acuna mi cabeza
en su regazo y me acaricia el cabello. Cuando logro respirar sin temer que el aire se
me acabe de un momento al otro, le toco la mano. Está manchada de algo raro, pero
no me importa. ‒¿Lo mataste?
‒Sí. ¿Estás decepcionada?
‒En lo absoluto ‒vuelvo a inhalar profundamente. Estoy segura que puedo oler a
Drem, pero no me importa. Prefiero respirar. –El bastardo trató de atacarte mientras
dormías.
‒Fingí estar dormido cuando lo oí atacarte para poder sorprenderlo ‒acaricia mi
mejilla con el pulgar. –Y justo cuando tu rostro empezaba a sanar. Soy un terrible
protector.
‒Detente ‒le susurro, disfrutando de cómo me toca. –Estabas exhausto. Tienes
permitido descansar unos minutos.
‒Hiciste lo que pudiste para protegerme ‒dice Jutari en voz baja. –Me honras.
‒Claro que lo hice ‒sus cumplidos me hacen sentir tímida. –Me cuidaste todos
esos días. Lo menos que puedo hacer es evitar que algún imbécil te mate.
‒Pudiste habernos dejado morir a ambos, y esconderte en la nave de Kivian. O
entregarlo a las autoridades de la prisión ‒al ver la expresión asqueada en mi rostro,
se ríe. –Me alegra ver que tienes un sentido del honor tan desarrollado. Es raro
encontrarlo estos días.
¿Sentido del honor? ¿Está loco?
–No hay nada de honor. Me alegra que lo hayas hecho papilla. Creo que somos
un equipo. No me agradezcas por valorar tu vida porque me importas.
Me sonríe, todavía acariciando mi mejilla.
–Mi gente tiene un dicho… posees mi corazón, mi Chloe.
Le sonrío, olvidando mis dolores, mi sed y el respirador prestado que uso por un
momento.
–No sé si estoy enamorada oficialmente todavía, porque todo ha sido demasiado
raro hasta ahora. No hemos tenido oportunidad de estar a solas. Pero siento muchas
cosas por ti. Muchas. Solo es… muy pronto.
Él se ríe.
–Todo llegará a su momento.
Sí, sospecho que así será.
***

Jutari

Desechamos el cadáver de Dremmigan, despojándolo de lo poco que lleva


encima antes de enterrarlo en el suelo rojo y arenoso cercano. Apenas y echamos el
último puñado sobre su brillante piel gris escuchamos el zumbido de otra patrulla,
que nos obliga a correr al refugio.
Ambos estamos agotados, y nos acurrucamos a esperar que pase. Debo estar
más exhausto de lo que creo, porque me duermo rápida y profundamente. Sueño
con Chloe. Sueño que estamos en un hermoso campo de cultivos dorados. Ella me
sonríe con una mano en el vientre y puedo sentir su felicidad.
Casi no quiero despertar.
Pero cuando me despierto tengo que pestañear varias veces para convencerme
de que no estoy soñando. Chloe está sentada cerca, con las piernas bajo el cuerpo,
completamente desnuda. Su pálida piel brilla bajo la luz rojiza de este planeta. Desde
donde estoy puedo ver la curva de su trasero, sus caderas y la suave línea de su
espalda. Siento un verdadero placer, ya que es la primera vez que puedo verla a mi
antojo sin ese feo uniforme encima. Parece incluso más pequeña y suave desde aquí.
‒¿Chloe?
Ella se voltea a mirarme con una sonrisa.
–Despertaste. ¿Lograste dormir bien?
Me siento como si pudiera dormir por dos días más, pero asiento.
–¿No hay señal de ninguna nave?
‒Nada aún. Tampoco he visto más patrullas ‒se levanta, acercándoseme.
Entonces veo que su uniforme y el de Drem están tendidos en el suelo, con rocas
manteniéndolos en su lugar. ¿Qué se propone? Al ver mi expresión curiosa, se ríe y
me tiende la mano. ‒¿Quieres ver lo que hago?
‒¿Acaso no dormiste? ‒la dejo que me tome la mano, aunque me interesa más
mirar su cuerpecillo que nada más. El solo verla me hace sentir mejor, y mi pene
despierta de solo ver los rulos entre sus piernas.
Chloe niega con la cabeza.
–Estaba demasiado tensa. Decidí buscar una manera de hacernos algo de agua.
¿”Hacernos agua”? Espero que no sea algún eufemismo humano para orinar.
‒¡Sí! Tenía sed, y recordé un programa donde explicaron que en los sitios
húmedos y calurosos puede sacarse agua de la condensación con un trozo de
plástico. El aire es tan pesado aquí que tiene a la fuerza que tener agua. Nuestros
uniformes se sienten como plástico, así que decidí intentarlo. Me tomó un rato,
porque primero traté de colgarlos, pero eso solo hizo que se agitaran en el viento ‒se
inclina junto a uno de los uniformes y levanta las piedras que lo sostiene. Noto que
hay una en el medio, haciendo que se curve hacia abajo, y caigo en cuenta de que
hay una oquedad cavada a mano debajo. Al fondo, hay uno de nuestros saquitos de
agua vacíos. Ella lo toma cuidadosamente y me lo tiende con una sonrisa.
Y ciertamente, en el fondo del saquito, hay agua. Son solo unos tragos, pero es
agua.
‒No sabemos cuánto tiempo estaremos aquí, pero si podemos recolectar agua,
sobreviviremos más tiempo.
Me sorprendo de lo inteligente que es mi chica. Me mira ansiosamente, como si
esperara mi aprobación. Quiero tomarla entre mis brazos y decirle lo feliz que me
hace, pero me aguanto. Todavía tiene la preciosa agua en sus manos.
–Bébela ‒le digo.
‒Oh, pero la hice para ti. Eres más grande y probablemente la necesitas más ‒
me la vuelve a ofrecer. –Yo puedo esperar a la próxima.
‒Y yo insisto en que la bebas ‒le digo, fascinado por el tono rosado de sus
pezones a plena luz de día.
‒Entonces deberíamos compartirla ‒dice con firmeza. –Porque no pienso jugar a
“tu supervivencia es más importante que la mía” por más tiempo del necesario.
Mientras más rápido la vuelva a poner bajo el uniforme, más rápido tendremos más
agua.
Me río y tomo la pequeña bolsa cuando me la vuelve a ofrecer.
–Muy bien ‒tomo un pequeño sorbo, y luego otro, antes de devolvérsela.
Ella se la termina de un sorbo y hace una mueca.
–No sé si estoy decepcionada porque no hay más o asqueada porque está tan
caliente que es casi como beber saliva.
‒Pero es agua, que no teníamos, y nos ayudará hasta que llegue Kivian.
Chloe se muerde el labio, mirándome.
‒¿Seguro que vendrá?
‒Seguro.
‒¿Pero cómo estás tan seguro?
‒Porque es mi hermano.
Me mira asombrada.
‒¡Nunca me lo dijiste!
‒Nunca salió a colación. Tenemos muchos años sin vernos, pero ese chip es algo
que tenemos desde muy jóvenes. Fue idea de mi padre, en realidad.
‒¿Tu padre?
Asiento.
–Era un corsario bastante famoso, y quería que tuviéramos una manera de
escapar en caso de que nos cacharan.
Ella sacude la cabeza, sorprendida.
–Hay tantas cosas que aún no sé de ti.
Igual yo. Pero tendremos todo el tiempo del mundo cuando salgamos que este
infernal planeta.
La miro mientras regresa el saquito al hueco y lo cubre con el uniforme.
–Toma ‒le digo, desabrochándome el uniforme. –Agrega el mío y tendremos
más agua.
‒Excelente idea. Tráelo.
Me desnudo mientras ella cava un tercer agujero y coloca la última bolsa vacía
en el fondo. O por lo menos lo intento. Pero su desnudez me distrae. Sus pechos se
bambolean cuando se mueve, y su trasero redondito me hace agua la boca. Para
cuando se endereza, sacudiéndose las manos, solo puedo pensar en todo lo que
quiero hacerle ahora que es mía y solo mía.
Y no puedo dejar de pensar en esa cosa de boca a boca que me dijo. Rompe
todas las reglas de higiene que conozco, pero… no puedo negar que me intriga. Me
pregunto cómo se siente. ¿Cuál es el beneficio? Debe ser placentero, o ella no lo
habría sugerido. Me fascina el imaginármelo.
Se voltea a mirarme y su rostro se suaviza, sus labios entreabriéndose
ligeramente.
‒¿En qué piensas? ‒me pregunta, sin aliento. –Estás pensativo.
‒Pensaba en ti y en tu boca ‒le digo francamente. –Estamos solos ahora, y
pretendo cumplir mi promesa.
‒¿Tú promesa? ‒Chloe parece avergonzada. –Ah sí, nuestro primer beso.
Su reacción me fascina. Me acerco, acariciando sus labios con la yema de los
dedos.
–Muéstrame.
‒Bien ‒ella se muerde los labios y el movimiento me atrae. Presiona las palmas
contra mi pecho y alza la cabeza. –Eres un poco más alto que yo, y eso lo hará un
poco más difícil.
Me río. ¿Un poco? La supero por dos cabezas.
‒¿Cómo lo hacen los humanos?
‒Bueno, no somos tan altos como tú. Y normalmente lo hacemos sentados.
Ah. Tiene sentido. Me dejo caer de rodillas y extiendo los brazos.
–Vamos entonces.
Las mejillas se le colorean, y se me acerca, nerviosa. Su reacción es extraña.
¿Acaso no la he tocado por todas partes? ¿Acaso no hemos simulado copular miles
de veces en una celda, juntos? Conozco íntimamente su cuerpo, bajo el mío. Sé que
ruidos hace cuando está a punto de acabar. He tocado sus pechos y su coño. ¿Por
qué tanta vergüenza, de pronto?
Sus pálidas manos aferran mis hombros, y vacila.
–Estoy toda sucia.
‒¿Crees que eso me importa? ‒le sacudo algo de polvo rojo del hombro y dejo
que mis dedos bajen por su brazo. –De todas maneras quiero ponerte la boca en
todas partes.
Se le suaviza la mirada, y me toma por las mejillas. Cae de rodillas y se acerca
hasta quedar entre mis muslos. Entonces presiona sus labios contra los míos.
Al principio no es más que una caricia. Agradable, pero nada por lo que
emocionarse tanto. Pero entonces abre los labios y su lengua acaricia mis labios
entreabiertos y siento un estremecimiento subirme por el espinazo. Abro los labios, y
su lengua se introduce, acariciando el interior de mi boca dulcemente.
Siento una imperiosa necesidad de tenerla cerca. La rodeo con mis brazos y le
aprieto las nalgas, haciendo que suelte un chillido contra mi boca, pero no se aparta.
Su lengua se aprieta contra la mía y suelta otro ruidito de sorpresa. Yo también estoy
sorprendido, su lengua no tiene las mismas formaciones que la mía. Es suave como el
resto de su cuerpo. Eso me parece sumamente erótico y no puedo evitar frotar con
más fuerza mi lengua contra la suya, disfrutando de la sensación de nuestros cuerpos
frotándose. Nuestras lenguas copulan en este “beso” hasta que ambos quedamos sin
aliento y mi pene queda completamente erecto. Nos apartamos y ella me mira
alelada.
‒¿Siempre se siente tan bien? ‒le pregunto, fascinado por el húmedo brillo en
sus labios.
‒No, no siempre ‒me responde sin aliento, y vuelve a mirarme la boca. Entiendo
lo que quiere decirme y vuelvo a besarla. Le acaricio las nalgas y la espalda. No hay
ninguna formación callosa ahí tampoco, es pura suavidad por todas partes y no
puedo evitar querer tocar todo lo que está a mi alcance. Chloe se arquea bajo mis
caricias y separa ligeramente los muslos.
No resisto la invitación y mis dedos se deslizan a su centro, encontrándola ya
húmeda para mí. Otro gruñido se me escapa al sentir su húmeda calidez y deseo
penetrarla con mis dedos. Pero mi necesidad de darle placer es mayor y me lleva
inconscientemente al ramillete de nervios escondido entre sus labios inferiores.
Cuando lo encuentro se estremece por completo, y parece derretirse contra mí.
‒¿Qué es esto? ‒le pregunto entre besos, frotándolo otra vez. –Mi gente no
tiene nada parecido.
Ella se aprieta contra mi mano, un gemido escapándosele de entre los labios.
–Es… clítoris ‒jadea. –Ningún… propósito biológico. Solo… se siente bien ‒cierra
los ojos y descansa su frente contra la mía. –Cristo, sí que se siente bien.
Vuelvo a capturar su boca en la mía.
‒¿Quieres que te lama el coño? ¿Qué acaricie ese pedacito de carne con mi
lengua hasta que chilles?
Chloe se aprieta contra mí con un quejido.
Me lo tomo como un “si” y muevo mis labios hacia su cuello. Incluso aquí huele
dulce. Me fascina como se siente esta frágil humana entre mis brazos. Debo tratarla
con cuidado, justo como se merece. No puedo ser demasiado brusco o perder el
control. Solo importa mi Chloe.
La aprieto contra mí y rodeo mi cintura con sus piernas. Cuando está
completamente enrollada a mí alrededor, me inclino, apoyándola del suelo.
–Debería esperar ‒murmullo mientras bajo la cabeza para besar entre sus
pechos. –Pero ya no aguanto más.
‒Bien ‒suspira ella, hincándome las uñas en los hombros. –Estoy cansada de
esperar. Estamos solos y es lo que importa.
Parece que pensamos igual. Lamo su vientre redondeado, arrastrando la lengua
sobre su suavidad. Huele delicioso, un aroma delicado con un toque de sudor y su
esencia femenina que me enloquece. Bajo más y aprieto los labios contra los rulos
que cubren su coño. Ella gime, retorciéndose de anticipación mientras beso más
abajo. No puedo esperar a probar su esencia. Se me hace agua la boca. He estado
esperando este momento por días y pienso disfrutarlo.
Abro los labios de su coño, asombrándome de lo rosado y húmedo que está.
–Mira cuanto me deseas ‒le digo. –Mira cómo te mojas de solo pensar en mis
labios en tu coño ‒ella gime y sonrío para mis adentros, explorando su suavidad con
un dedo. El ramillete de nervios parece más pequeño y rosado de cerca, y me inclino
a lamerlo.
Su cuerpo se estremece violentamente y oigo como se queda sin aire.
–Dios ‒la oigo gemir. –Tu boca…
‒¿Quieres más? ‒me agrada complacerla, lamiendo por encima y alrededor de
su “clítoris” con entusiasmo. Sé que le agrada cuando la escucho hacer esos
fantásticos ruiditos. La lamo más despacio entonces, dejando que sienta cada
callosidad de mi lengua. –Te lo daré todo, mi Chloe. Mi humana ‒amo poder decirlo
en voz alta, sin nadie alrededor que nos amenace.
Es mía ahora, por completo y para siempre. No pienso dejarla ir.
Su cuerpo se arquea debajo de mí, y ella alza las manos, enredando una en mi
cabello y rodeando uno de mis cuernos con la otra. Suelto un gruñido y ella aparta la
mano, asustada.
‒¿Te lastimé?
‒No ‒le digo, la voz llena de deseo. –Me gustó ‒y entonces continuo lamiéndola
para demostrarle lo mucho que me gustó. Mis cuernos no son muy sensibles, pero
mi imaginación se encarga del resto. La imagino aferrándolos con fuerza, sus dedos
enrollados alrededor de su grosor, y me hace desear enterrarme profundamente en
ella.
Chloe aferra ambos cuernos entonces, manteniéndome entre sus piernas y jadea
mi nombre. Le doy lo que quiere, lamiéndola con entusiasmo hasta que acaba,
estremeciéndose. Se deja caer sobre el suelo, jadeando y no puedo evitar
contemplar su reacción, su coño rosado húmedo con su orgasmo y me estremezco.
No puedo esperar más para estar dentro de ella. La cubro con mi cuerpo, en una
posición familiar. ‒¿Cuántas veces fingimos así? ‒le digo, y ella gime. ‒¿Cuántas
veces he frotado mi enorme pene entre tus muslos? ¿Cuántas veces te apreté contra
mí, temblando de deseo?
‒Esta vez será de verdad ‒me dice, sin aliento. Tiene la mirada algo
desenfocada, pero me acaricia el pecho. –Esta vez te quiero dentro de mí.
Yo también lo quiero, más que nada. No perderé más tiempo. He esperado
demasiado para hacerla mía. Me apoyo contra el piso mientras guío la cabeza de mi
pene dentro de ella. Su coño es estrecho, pero su calor parece succionarme hacia
adentro. La penetro lentamente mientras gime. Chloe mueve las caderas para
ayudarme a entrar con facilidad. No quiere que vaya lento.
Yo tampoco quiero. Con un empujón, me entierro en ella hasta la base.
El grito que se escapa de sus labios me asusta. Abre los ojos, como asombrada.
Me congelo, horrorizado.
‒¿Chloe? ¿Te hice daño? ‒lo último que quería era lastimarla. Quizás fui muy
rudo. Debí…
‒¿Q‒qué es eso? ‒baja la mano hasta donde estamos íntimamente unidos,
tanteando. ‒¿Qué eso sobre tu pene?
‒¿Mi espuela? ‒está en la parte superior de la base de mi pene, así que tiene
que ser eso.
‒Sí ‒gime nuevamente, y casi pone los ojos en blanco cuando muevo mis
caderas. –Cristo, esa cosa.
‒¿No te gusta?
‒Me está tocando el clítoris ‒dice con un quejido. –Puede que me guste
demasiado.
Me echo a reír del alivio. Nos tomará algo de tiempo aprender las necesidades
de nuestros cuerpos y como están constituidos, pero de momento estoy feliz de no
estarla lastimando.
‒¿Quieres que me quite?
‒No, mierda ‒se arquea nuevamente y suspira. –Quiero que te muevas.
Mi dulce y exigente humana. Me muevo hacia adelante y Chloe deja escapar
otro gritito.
‒Cristo, estás estriado también. Esto no es justo ‒sus uñas se clavan en mi piel y
cuando vuelvo a moverme, vuelve a gemir desesperadamente.
Esta vez reconozco que un sonido de placer y me aferro a sus caderas. Encuentro
un ritmo constante y la penetro deliciosamente, hundiéndome una y otra vez en su
calor. Nada se ha sentido jamás tan bien como esto. Se aferra con todo el cuerpo a
mí, su coño apretando mi pene. Con cada movimiento, Chloe se excita cada vez más,
hasta que chilla mi nombre y se estremece violentamente, a punto de tener un
segundo orgasmo. Su placer solo excita el mío, y pronto siento como mis testículos
se contraen, derramando mi placer dentro de ella.
Veo estrellas, y el placer es tan intenso que siento que me derramé por
completo en su interior. Si muriera en este momento, sería un macho feliz.
Exhausto, colapso sobre mi pequeña hembra, pero encuentro la fuerza para no
aplastarla con mi peso. Nuestros alientos jadeantes se mezclan y verifico que su
respirador siga en su lugar.
‒¿Estás bien?
‒Oh sí ‒suspira ella alegremente. –Estoy lo que llamarías “más que bien”.
Mi Chloe tiene una expresión tan satisfecha que no puedo evitar sonreír. Me
inclino y froto nuestras narices juntas. Tiene el cabello pegado a la frente y le quito
un mechón sudado, pasándolo por detrás del bulboso traductor.
–Nos desharemos de esta cosa en la nave ‒le digo. –Kivian tiene mucho equipo
moderno. Podemos insertarte un chip, que es mucho más práctico que esta basura
barata.
‒¿Es eso lo que tú tienes? ‒me pregunta con un bostezo. ‒¿Es difícil de poner?
‒Es uno de los procedimientos más simples ‒acaricio su pequeña oreja. –Y
entonces podré apreciar la belleza de mi pareja sin esta cosa.
‒Suena bien ‒dice con una sonrisita somnolienta. –Me preguntaba como sabías
tanto inglés.
‒¿In-glés? ‒vagamente recuerdo haber escuchado la palabra antes, cuando mi
chip cambió de configuración. ‒¿De allí vienes? ¿Tu país se llama In-glés?
‒Nah, mi país se llama América. El idioma es inglés ‒vuelve a bostezar y me
palmea el brazo. –Seguro te gustaría la Tierra. Es completamente diferente a esta
pocilga.
Me rio. “Pocilga” es una manera amable de llamar a Haven.
–Si es diferente a eso, de seguro me gustará ‒vacilo. Yo… probablemente
debería preguntarle si quiere quedarse conmigo o quiere que la lleve a casa. Sé que
es lo correcto, pero el solo pensar en dejarla ir me llena de una ira posesiva.
‒¿Estás bien? Me estás apretando demasiado ‒se retuerce debajo de mí.
No me había dado cuenta.
–Eh… ‒me aclaro la garganta, buscando mi coraje. –Mi hermano llegará pronto
en su nave. De seguro podremos encontrar alguna forma de llevarte de vuelta a tu
planeta. ¿Te… gustaría eso?
Abre los ojos y me mira, parpadeante.
‒¿Es… posible?
Asiento. Es lo más difícil que he tenido que hacer, y es solo un gesto. Si su
planeta está fuera de los límites, Kivian no estará muy contento, pero puedo
convencerlo. La piratería está en nuestra sangre. No hay nada fuera de nuestro
alcance, por lo menos no por mucho tiempo.
Traga saliva. Se le humedecen los ojos.
‒¿Acaso… tratas de deshacerte de mí, Jutari?
¿Qué?
–Jamás ‒le digo, agarrando un mechón de su sedoso cabello, como si eso nos
atara juntos de por vida. –Pero quiero que seas feliz, aunque sea sin mí.
‒Quiero quedarme contigo ‒me echa los brazos al cuello y me aprieta hasta que
caigo sobre ella. –Eres mío y yo soy tuya, ¿entendido?
‒Chloe… no hay nada que quiera más que eso ‒acaricio su suave piel. –Pero…
soy un criminal. No podemos vivir libremente. Eso significaría vivir escondidos por el
resto de nuestras vidas y…
‒No me importa. Quiero quedarme contigo. Un humano tampoco podría vivir en
tu planeta. Soy un fenómeno para ellos.
Dice la verdad. Tratarían a una humana como a una curiosidad… si es que le
permiten vivir. Luego de cómo he visto que la tratan, incluso eso me parece dudoso.
–Por lo cual debería llevarte a casa.
‒¿Para qué? ¿Para qué me olvide de este último mes? ¿Cómo si no hubiera
cambiado por completo? ¿Cómo si no te hubiera conocido? ¿Irme a trabajar a una
zapatería, pretendiendo que esto no pasó? ‒una risita húmeda se le escapa de entre
los labios y noto que está a punto de echarse a llorar. –No soy la misma de antes,
Jutari. He matado gente. He vivido en una prisión. Te conocí. No me importa si
tenemos que pasar el resto de nuestras vidas escondidos en algún planeta recóndito,
siempre y cuando estemos juntos, ¿entiendes?
‒Entiendo ‒le digo suavemente, escondiendo el rostro en su cuello. Jamás había
escuchado palabras más dulces. Si ella hubiese querido marcharse… Me asusta el
darme cuenta de que la habría dejado partir. Es gracioso como he dejado de ser el
bastardo egoísta que solía ser. El despiadado Jutari, asesino y mercenario, vencido
por las lágrimas de una hembra. Solo quiero hacer feliz a Chloe.
Ella se sorbe las lágrimas.
‒¿Qué es eso, Jutari?
‒¿Qué es qué? ‒me le quito de encima, quitándole el cabello sucio de la cara.
Ella señala al cielo y yo alzo la mirada.
Las luces de una nave parpadean sobre nosotros. Me congelo, entrecerrando los
ojos, escudriñando en el halo rojizo que rodea todo a nuestro alrededor. Al
acercarse, me relajo. No es un transporte de la prisión.
Es Kivian.
Me inclino a besar los labios de Chloe. Me he hecho rápidamente adicto a su
sabor.
–Mejor nos vestimos. No quiero que Kivian vea lo que es mío.
Se le ilumina la cara.
‒¿Estamos a salvo?
Epílogo
Chloe

Froto mi vientre redondeado mientras contemplo los campos de nuestra granja.


Jutari debe regresar pronto y estoy ansiosa de verlo. Quiero un masaje en los pies, en
los hombros y un beso, no necesariamente en ese orden. Ha sido un largo pero
exitoso día y contemplo mi pequeña cocina con orgullo. Trescientas latas de
mermelada de bayas jitai y ciento dieciséis hogazas de pan protéico que encogido y
sellado al vacío puede durar años. Ayer fueron seskis encurtidos, un tipo de vegetal
salado que he aprendido a amar. Parte de ser granjero; incluso en el espacio, es el
saber enlatar y preservar los víveres, de modo que no tengas que preocuparte
demasiado por tu próxima comida. Hay una cierta felicidad silenciosa en eso de tener
una alacena llena, y esta vez es como la última que cosechamos y preservamos para
soportar el largo invierno de Risda III.
Bueno, no exactamente. El invierno pasado no estaba embarazada. El invierno
pasado mandamos a buscar a un doctor ambulante para que nos visitara en nuestra
granja en el fin del universo. Me inyecto suficientes hormonas para que mi cuerpo
reconociera y aceptara el semen de Jutari, para poder tener un hijo.
Ahora estamos aquí, casi un año terrestre más tarde (dos tercios de un año de
Risda), y mi vientre por fin está abultado. Finalmente superé los vómitos que me
acosaron durante el primer trimestre de un embarazo normal. Los embarazos de la
especie de Jutari, los messahkah, parecen durar mucho tiempo, y no sabemos
cuándo vendrá el pequeñín, pero eso no me preocupa. Estoy disfrutando mi
embarazo (ahora que no vomito cada cinco minutos) y disfruto lo mucho que nos ha
acercado a mí y a Jutari.
Jamás creí que amaría tanto a mi gigante azul. Incluso ahora, el solo pensar en él
me hace suspirar de felicidad. Me asomo a la ventana y el corazón se me acelera al
ver unos familiares hombros anchos y cuernos avanzando por el campo. Está en casa.
Me dirijo al frente de nuestra casa y aprieto el botón que abre el “portal”,
aunque siempre lo consideraré la puerta de enfrente. Nuestro hogar es una
construcción en forma de domo con temperatura auto-regulada, incluso en el calor o
el frío más extremo, y no es muy grande, pero me gusta lo hogareña que es. Ya que
estoy embarazada y no puedo trabajar en el campo (a mi sobreprotector marido le
daría un infarto de solo pensarlo) me he dedicado a hacerla más cómoda. Conseguí
lana en la granja vecina que cría unas peludas criaturas que parecen cabras y como
mi madre me enseñó a tejer de niña me he dedicado a cubrir todas las superficies
disponibles con mantas y cojines.
El rostro de Jutari se ilumina al verme salir a recibirlo y es como si estuviéramos
“recién casados” aún, aunque ya tenemos casi dos años juntos. Acelera el paso hasta
que llega a mi lado y me alza en brazos, escondiendo el rostro en mi cuello.
–Mi dulce esposa. Te extrañé.
‒Y yo a ti ‒rodeo su cuerpo con brazos y piernas. ‒¿Cómo está la cosecha?
Me besa y me sostiene contra sí.
–Bien. Las kachas volvieron a meterse en las habichuelas, pero Goros me
prometió darnos dos de las crías en lo que estén destetadas como pago por lo que
perdimos.
‒Son buenos vecinos ‒respondo, pensando en la cercana granja de Goros, y
vuelvo a besar a mi Jutari. ‒¿Estás molesto?
‒Para nada. Mi pequeña humana me ha dicho varias veces que le gusta la leche
de kacha, así que pensé que sería bueno tener unas cuantas ‒me sonríe. –Espero que
estés lista para lidiar con animales.
‒Vivo contigo, así que si eso no me ha preparado, nada lo hará.
‒¿Ah, sí? ‒me gruñe juguetonamente, mordisqueándome el cuello. Me encanta
lo travieso que es mi enorme y azul esposo. Nunca habría creído que ese enorme y
feroz alienígena azul en el ala de máxima seguridad de una prisión intergaláctica
podría ser divertido, pero tiene un lado travieso que sale a relucir cuando está
conmigo.
‒Es solo la verdad ‒le digo mientras entramos a nuestra pequeña casa y él me
lleva en vilo directo a la cama. Está algo sudado y sucio del trabajo, pero no me
importa. Nuestro intercambio juguetón termina cuando lo beso profundamente y
ese beso se torna algo más.
Mucho más.
Cuando terminamos de tener sexo, Jutari me pone una de sus enormes manos
en el vientre, acariciándolo.
‒¿Y cómo está mi hijo hoy?
‒Mmm, ocupado. Ha estado saltando sobre mi vejiga toda la mañana ‒cubro su
mano con la mía. ‒¿Crees que saldrá ya con cuernos?
‒Los niños messahkah nacen con cuernos, pero él será medio humano ‒su
expresión se torna extrañamente seria. ‒¿Eres feliz, aquí conmigo?
Ladeo la cabeza para mirarlo.
–Es una pregunta extraña.
Él frota mi vientre con el pulgar, haciéndome estremecer.
–Solo me preocupa… que no seas feliz aquí. Estamos lejos de la estación espacial
más cercana. No nos visitan con regularidad. Somos solo tú y yo y pronto tendremos
un niño al que cuidar. Me preocupa que te sientas sola, Chloe. Solo quiero que seas
feliz.
‒Soy feliz ‒le aseguro. ‒¿Creí que terminaría volviéndome una granjera espacial?
No. ¿Creí que me casaría con un notorio criminal y viviríamos en el confín de la
galaxia porque lo buscan por una lista de crímenes y yo soy un fenómeno alienígena?
No ‒su expresión se torna cada vez más seria con cada palabra, pero continúo. –
Pero, ¿me preguntas si soy feliz? Absolutamente ‒le acaricio la mejilla. –Amo estar
aquí contigo. Amo nuestra pequeña granja. No me importa no tener muchos vecinos,
de hecho me hace sentir más segura, porque nadie vendrá a arrebatarte de mi lado.
No me importa que solo tengamos unos cuantos visitantes al año y que sean
normalmente tu hermano y su nueva esposa. No me importa trabajar en la granja.
No me molesta nada de esto. No me importa que no sea una vida demasiado
excitante. Tuve demasiadas emociones en Haven. Estoy lista para algo de paz y
tranquilidad.
Él sonríe, descubriendo esos colmillos que se ven tan peligroso pero son tan
gentiles con mi piel.
–Yo siento lo mismo.
Nuestro bebé elige justo ese momento para patear contra la mano de su papá.
‒¿Ves? ‒le digo a Jutari. –Estamos todos de acuerdo.

S-ar putea să vă placă și