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PANORAMA DESDE EL PUENTE

De ARTHUR MILLER
Adaptación de L. Alonso
REPARTO (Por orden de intervención)

Alfieri
Louis
Mike
Eddie Carbone
Catherine
Beatriz
Mario
Rodolfo
Primer oficial
Segundo oficial
Lípari

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INTRODUCCIÓN
Arthur Miller, dramaturgo y novelista norteamericano, nació el 17 de octubre de 1915 en Brooklyn,
Nueva York. En 1932 ingresa en la Universidad de Michigan, al mismo tiempo que trabaja para costearse
los estudios. Gana pronto un premio literario por dos años consecutivos, 1936-1937, que le estimula
extraordinariamente. La primera de sus obras representadas, Un hombre con suerte, se estrenó, con escaso
éxito, en 1944. A ésta le siguió Todos eran mis hijos, 1947, que tuvo mejor fortuna, ya que se mantuvo en
las carteleras de Broadway durante un año. La muerte de un viajante, 1949, fue su consagración dramática
definitiva y obtuvo los codiciados premios Pulitzer y Premio de la Crítica Dramática de Nueva York. Un
enemigo del pueblo, 1950, es su adaptación, con resultado discreto, de la obra de Ibsen del mismo título.
Las brujas de Salem, 1953, fue otro de sus éxitos más señalados, al que siguió en 1955 los estrenos de
Recuerdo de dos lunes y Panorama desde el puente. El 21 de enero de 1964 estrenó, en el Lincoln Center
de Nueva York, la más discutida de sus obras: Después de la caída.
El 30 de enero de 1968 estrena en Nueva York El precio, que narra la historia, en el Nueva York de
principios de siglo, de dos hermanos, uno oscuro oficial de policía y otro, cirujano famoso.
Toda la problemática de Miller hay que entenderla en su dimensión sociológica. Sólo del estudio atento
de la circunstancias en medio de la que se desenvuelven sus personajes, se puede llegar a derivar la luz
que descifre la íntima entraña de su producción. Las relaciones entre padres e hijos, la defensa
anticomunista desatada por el senador McCarthy en los años cincuenta, el matrimonio del dramaturgo con
Marilyn Monroe; éstos y otros detalles biográficos hondamente sentidos, profundamente pensados, son
materia prima de la que Miller extrae, abstrayéndolos y universalizándolos, algunos de sus temas más
importantes, tratados.
todos ellos con un lirismo atormentado en el que hace la autopsia dolorida y sincera de una situación
personal que trasciende el plano meramente individual.
Alrededor, y por encima de todo esto, hay en su obra un intento de superación de ese pesimismo que
predomina en la literatura norteamericana desde 1920, y que la convierte, en palabras del propio Miller,
en «una auténtica documentación de la frustración del hombre». Su aportación original a esa
documentación ha sido para interpretarla con una nueva luz: la que arroja sobre el problema su propia
concepción de los valores del hombre y su fe en la posibilidad de un elevarse en busca de otras categorías,
con respecto a las cuales lo que se llama frustración puede llegar a convertirse en la profunda y auténtica
realización del ser humano.
Sobre Panorama desde el puente ha dicho A. Miller: «Quizá la pieza sería adecuada para un drama de
lento desarrollo, que expusiera las previas condiciones de la vida pasada, una tras otra, hasta que
llegáramos a conocer la conducta de Eddie para con sus padres, sus tíos y su abuela y ese acontecimiento
de su vida que se revela hacia el fin del segundo acto, se nos revelará como lo que le arrastra
inexorablemente a la desdicha. Pero, así como a menudo mi desarrollo lleva ya a una mayor
profundización, en el pasado de Eddie, de esas tendencias subjetivas que hacen de él lo que exteriormente
es, así también, a menudo, me ha hecho retroceder un impulso contrario: el sentido de la forma, de las
líneas generales de la obra…
«Cuando oí esta historia, por primera vez, me pareció como si ya hace mucho tiempo la hubiese
escuchado. Al cabo de un tiempo, supuse que se trataba de la repetición de algún mito griego, que
despertaba alguna cuerda largamente dormida en mi subconsciente… A menudo se me ha ocurrido la idea
de que los emigrantes «ilegales» que vienen desde Italia hada Eddie, en cierto sentido se han puesto en
camino hace dos mil años.»
J. L. Alonso

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ACTO I
En el centro del escenario el comedor-cuarto de estar de Eddie, un interior limpio, desnudo,
sencillo, como corresponde a la casa de un obrero. Una estufa. Puertas que dan al dormitorio y
a la cocina. Afuera, cerca del público, el despacho de Alfieri. Una mesa, una percha de pie.
Rampas, que representan las aceras, rodean el cuarto de estar.
Al levantarse el telón, Luis y Mike, dos estibadores, juegan, tirando unas monedas a unos
agujeros que hay en el suelo. Sirena de barco en la lejanía.
Entra Alfieri, abogado, alrededor de los cincuenta. Afable, reflexivo, sereno. Los estibadores le
saludan al pasar inclinando la cabeza. Alfieri entra en su despacho, se quita el sombrero y se
dirije al público.

ALFIERI: ¿Se han dado ustedes cuenta? Me saludan siempre con cierto temor. Soy abogado, y
en este barrio el abogado es como el cura, sólo piensan en él cuando las cosas les van mal.
Somos una especie de pájaros de mal agüero. Me llamo Alfieri y a pesar de ser abogado iré
directamente, y sin rodeos, al fondo de la cuestión. Estoy contento con mi profesión y creo que
he llevado casos realmente interesantes. Cuando aún se es joven, lo caprichoso y arbitrario de
esta vida le impacientan a uno porque de joven se busca siempre la lógica. Pero cuando se llega a
viejo, los hechos cotidianos se transforman en algo precioso. En esos hechos se encuentra toda la
poesía, toda la maravilla, todo el deslumbramiento de la primavera. Y pasados los Cincuenta la
primavera es ¡realmente hermosa! Amo lo que de verdad sucedió. No lo que pudo o debió haber
sucedido. Mi mujer y mis amigos me dicen siempre que la gente de este barrio carece de
elegancia, de buenas maneras… ¿Y cómo las van a tener? ¿A quién tratan durante toda su vida?
A estibadores, marinos, obreros del puerto… A sus mujeres, sus padres, sus amigos… Despidos,
desahucios, riñas familiares… Los pequeños problemas de los pobres, y sin embargo… (Se
sienta.) Cuando sube la marea y el viento lanza el aire del mar contra estas casas, me siento aquí,
en mi despacho, y pienso que todo lo que me rodea está fuera del tiempo. Pienso en Sicilia, cuna
de estos seres, y en las rocas romanas de Calabria, y en Siracusa, sobre su acantilado, en donde
griegos y cartagineses derramaron su sangre. Y en Aníbal, que apuñaló a los antepasados de esta
gente, y en César, que en latín les flagelaba. En estas calles Al Capone aprendió su oficio y
Frankie Yale fue agujereado por una ametralladora en la esquina de Unión y Presidente, donde
tantos hombres murieron justamente a manos de hombres injustos. Ahora todo es diferente,
claro. Yo no guardo un revólver entre mis papeles. Somos norteamericanos, somos civilizados.
Partidos en dos mitades. Y lo prefiero. (Se levanta.) Sin embargo, cuando hay marea alta, y el
olor verde del mar entra por mi ventana, alzo la vista y veo a las palomas revolotear y posarse

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sobre el sucio pavimento. (Por la izquierda, al mismo tiempo que vuelven los estibadores, vuelve
la luz. Entra eddie y se une al grupo de los que juegan a las monedas.) Estamos en Red Rock, un
barrio encarado en la bahía, frente al mar y bajo el puente de Brooklyn. De vez en cuando llevo
un pleito, y cuando oigo a estas gentes, contando sus penas, entreveo telarañas que se desgarran.
Adriáticas ruinas entre las montañas de Calabria. Y de pronto, los ojos del que pleitea parecen
cincelados y su voz sube hasta mí desde infinitas piedras milenarias. Este se llama Eddie
Carbone, Estibador. Trabajaba en los muelles que van desde el rompeolas al puente de Brooklyn.

(Eddie en este momento está tirando unas monedas.)

EDDIE: Hasta luego, colegas.

(Catherine entra en el cuarto de estar. Viene de la cocina. Va a la ventana. Saluda con la mano
a Luis que está en la calle.)

LUIS: ¿Trabajas mañana?


EDDIE: Sí, todavía tenemos para otro día. Hasta luego Luis.

(Entra en la casa al tiempo que viene la luz. Catherine, su sobrina, desde la ventana saluda a
Luis con la mano, Eddie va hacia el dormitorio. Se oscurece la zona de la calle. Entra Beatriz la
mujer de Eddie.)

BEATRIZ: ¿Te enteraste de algo?


EDDIE: Sí. llegó el barco. Desembarcarán de un momento a otro.
BEATRIZ:: (Junta sus manos.) ¡Ay, que alegría! ¿Hablaste con Tony? (Se sienta.)
EDDIE: Sí, hablé con Tony. Esta noche darán permiso a la tripulación. Me dijo que podían
llegar en cualquier momento.
CATHERINE: ¡Estarán asustadísimos!
BEATRIZ:: ¡Los pobres!
EDDIE: Tienen documentación de marineros mercantes. Todo saldrá bien. (A Beatriz) Saben
dónde van a dormir, ¿no?

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BEATRIZ: Descuida. En la carta les decía que aquí no teníamos sitio.
CATHERINE: Pero a ellos no les viste, ¿verdad?
EDDIE: Todavía están a bordo… pero ¿qué es lo que te pasa? ¡Cálmate! ¿Te has vuelto loca?
CATHERINE: ¡No!
EDDIE: (A Catherine.) No vienen a divertirse, vienen a trabajar.
CATHERINE: (Azarada.) Ya lo sé. ¿Quién habla de divertirse?
EDDIE: ¿Por qué no te lavas la cara y te pones otros zapatos? ¡Qué tacones!, pareces una artista
de cine. ¡Vamos!
CATHERINE: Pero no cuentes nada hasta que yo vuelva, ¿eh?

(Sale rápida, quitándose los zapatos.)

EDDIE: ¿Por qué la dejas ponerse…? (Beatriz le da un beso.) ¡Pero bueno! ¿A qué viene…?
BEATRIZ: Para que te calmes. ¡Te pones de una manera!
EDDIE: Con tal de que sepan que no nos sobra el dinero, sino todo lo contrario… Eso es lo
único que me preocupa.
BEATRIZ: Ya se lo dije en la carta. Ellos pagarán en cuanto puedan.
EDDIE: Lo que no quiero es que al final duermas en el suelo como cuando se quemó la casa de
tu madre.
BEATRIZ:: Eddie. ¿Ya no te acuerdas? Les dije en la carta que no teníamos habitación.

(Entra Catherine con zapatos planos y la cara lavada.)

EDDIE: A cada pariente que viene, en cuanto me descuido, tú a dormir en el suelo. ¡Pues eso se
acabó!
BEATRIZ: (Entre divertida y enfadada.) Eso digo yo: se acabó. ¿Quieres una cerveza?, todavía
no está la comida.
EDDIE: No me apetece, hace frío. (Va hacia Catherine amenazándola, en broma, con un puño.
Catherine se cuelga de su brazo. La levanta en vilo y le da unas vueltas.) ¿Has estudiado ya la
lección, Greta Garbo?

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CATHERINE: Sí. Y estoy muy adelantada porque soy muy lista. Ahora sólo tengo que
practicar mucho.
BEATRIZ: Puede escribir tan rápido como le hablan. Dile algo muy de prisa. ¡Te vas a
quedar…!
EDDIE: ¡Así me gusta, Caty! ¡Llegarás lejos!
CATHERINE: Ya podría estar colocada.
EDDIE: Tendrás tiempo. (Hojea el periódico.) Encontraremos en los anuncios una buena
empresa o el despacho de un abogado. ..
CATHERINE: ¡Qué maravilla!
EDDIE: Pero por el momento, tranquila. Primero debes sentar la cabeza… (Le da con el
periódico en el trasero.)¿Dónde están los chicos?
BEATRIZ: Pasarán la noche en casa de mi madre. Si se quedan aquí con todo este jaleo no
pegarían un ojo. ¿Qué cargamento te tocó hoy?
EDDIE: (Se sienta comiendo una manzana.) Café del Brasil.
BEATRIZ: Con razón me ha parecido que olía la casa a café.
EDDIE: Como el barco, ¡qué gusto!, también olía a café. Mañana romperé un saco y te traeré
unos kilos. Bueno, ¿comemos? (Cruza a la mesa y se sienta.)
BEATRIZ: Un momento. Quiero que la salsa hierva más.
CATHERINE: (Se levanta) ¿Cómo es que no está casado, siendo tan mayor, BEATRIZ:?
BEATRIZ: (A Eddie.) ¿Mayor? ¿Veinticinco años?
EDDIE: (A Catherine.) (Coge unas uvas.) ¿Es en eso en lo que estás pensando?
CATHERINE: Y en otras cosas.
EDDIE: Tienes la cabeza llena de pájaros.
CATHERINE: ¿Tú crees?
EDDIE: Debió atropellarme un coche cuando le prometí a tu madre que me haría cargo de ti.
CATHERINE: ¡Y a mí un autobús!
EDDIE: (Riendo.) ¡Cielo santo! No te callas, tienes contestación para todo. ¡Pobre del jefe que
le caigas como secretaria!
CATHERINE: ¿Le compadeces o le envidias? (Va a la ventana.)
EDDIE: Te dije que no saludaras a nadie desde la ventana. CATHERINE: Era Luis.

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EDDIE: (Se limpia en el pantalón la navajita con la que estaba pelando una manzana.) Si yo te
contase unas cuantas cosas de ese Luis, se te quitarían las ganas de saludarle.
CATHERINE: (A BEATRIZ:, que sonríe.) Me gustaría conocer alguien de que no pudiera
contarme cosas terribles.
BEATRIZ:: Ya habrá alguien, Katty. Tienes tiempo hasta que cumplas los cien años…
EDDIE: ¿Por qué te metes ahora conmigo?
BEATRIZ:: Todas las muchachas de su edad llevan tacón alto, se pitan. Te pones muy pesado.
EDDIE: ¿Tú te pintabas cuando tenías la edad de ella?
BEATRIZ:: Yo a su edad, era como ella, ¡qué se te meta en la cabeza!
EDDIE: Si hubieras llevado tacón alto y los labios pintados, no me hubiera fijado en ti.
BEATRIZ:: Tampoco te fijas ahora que voy en zapatillas. Así que estamos en paz. (Va a la
cocina.)
EDDIE: Bueno… (a Catherine que ríe) soy el responsable de lo que te ocurra. Se lo prometí a tu
madre antes de morir, de modo ¡que no te rías! Hablo muy en serio. No me gustan las miradas
que te echan en la calle.
CATHERINE: ¡Pues sí que tengo yo mucho que mirar! Esos gamberros miran a todas las
chicas.
(Entra BEATRIZ: con una sopera.)
EDDIE: No me gusta tampoco que andes movimiento las caderas.
CATHERINE: ¿Qué yo ando…?
EDDIE: ¡Sí, tú!
CATHERINE: (Furiosa.) ¡Oh, mierda! (Y sale.)
EDDIE: Nada de contestar mal, ¿eh?
BEATRIZ:: (Sirve la sopa en silencio. Trata de evitar un tema difícil.) Pero, ¿por qué no la dejas
en paz? ¿Qué es lo que quieres que haga?
EDDIE: (Tira el periódico en el sillón y va a la mesa.) Nada. Lo normal. (Pausa.) ¡Si la viera tu
hermana! Es como un milagro… Era una niña… y un día ¡de pronto…! (Entra Catherine con
cuchillos y tenedores.)
BEATRIZ:: Siéntate, Caty, hija. (Catherine se sienta. Comen.)
EDDIE: Que tranquilidad sin los niños.
CATHERINE: (Después de una pausa.) ¿Encontrarán la casa?

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EDDIE: ¿Quién? ¡Ah, sí! Vendrán con Toni.
BEATRIZ:: El tal Toni, debe ganarse sus buenos dólares con esos tejemanejes.
EDDIE: No tanto. La mejor tajada se la lleva el Sindicato.
CATHERINE: ¿Y qué pasará cuando el barco zarpe y ellos no estén a bordo?
EDDIE: No sufras. El capitán también moja.
CATHERINE: ¿También el capitán?
EDDIE: Por muy capitán que seá, tiene que comer como tú y como yo. Y también le caerá algo
al tipo que arregló los papeles en Italia… (A Beatriz) Van a tener que trabajar seis meses para el
Sindicato, antes de ver un centavo. Supongo que lo sabrán.
BEATRIZ:: Sí. Pero Toni les encontrará trabajo en seguida. Ya verás.
EDDIE: ¡Claro! Les encontrará trabajo, mientras le deben dinero. Lo malo será cuando le hayan
pagado… Van a tener que sudar bien la camiseta como todos nosotros.
BEATRIZ:: ¡Pobrecilos! Se estarían muriendo de hambre en Italia. ¡Pasar tantos apuros para
ahorrar unos dólares!… Dan ganas de llorar.
EDDIE: Oye. ¿Qué les vas a decir a los vecinos si preguntan qué hacen?
BEATRIZ:: Les diré… bueno, si no van a preguntar, se lo imaginarán.
EDDIE: Eso es peligroso. La oficina de emigración tiene chivatos en todo el barrio.
BEATRIZ:: Sí, pero no en esta casa…
EDDIE: ¿Y por qué no en esta casa? Oídme bien: Para todo el mundo son dos primos que viven
en Filadelfia y que están aquí de paso.
CATHERINE: ¿Y si alguien les preguntan algo sobre Filadelfia?
EDDIE: Bueno, pues que hablen lo menos posible con los vecinos. Hay mucho sinvergüenza
capaz de cualquier cosa por un par de dólares. Y la Inmigración paga bien los chivatazos.
CATHERINE: Yo puedo contarles muchas cosas de Filadelfia.
EDDIE: Tú no les vas a contar nada de nada ¿sabes? Por el día trabajarán y aquí sólo vendrán a
dormir. Cuanta menos confianza tengas con ellos, mejor. El Gobierno de los Estados Unidos no
se anda con bromas con estas cosas. De manera que tú no sabes nada de nada. Y cuidadito con
cotilleárselo a tus amigas. (Pausa.) ¿Y la sal?
CATHERINE: (Mira hacia la ventana.) Se está nublando.
EDDIE: Mañana va a llover, seguro.
BEATRIZ:: ¡Jesús! Me estaba acordando de Alberto Bolzano.

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EDDIE: ¡Qué casualidad! Hace un rato yo me acordé también de él.
CATHERINE: ¿Quién es ese Alberto?
BEATRIZ:: Tú eras muy chica. Alberto tenía dieciséis años. Vivía en la calle Sackett. Denunció
a su familia a la oficina de Inmigración. Eran cinco hermanos y el padre. Entre todos le agarraron
por la camisa y lo tiraron desde un tercer piso rodando por la escalera. La cabeza rebotaba en las
escaleras como una pelota. Nosotros vivíamos en la casa de al lado. ¡Fue horroroso!
CATHERINE: ¿Y él que hizo?
BEATRIZ:: Se fue para siempre, creo. (A eddie) ¿Tú le has visto después?
EDDIE: No. No se atreverá a venir. Se le caería la cara de vergüenza. (Pausa.) Esto tiene mucha
sal.
BEATRIZ:: Y tú le has puesto más.
EDDIE: Es que me sacáis de quicio. (Se levanta, va a la derecha.)
BEATRIZ:: No darán mucho que hacer. Vendrán sólo a dormir. Casi no les verás. No he tenido
más remedio. ¡Compréndelo! Son primos míos…
(Eddie va hacia Beatriz:. Le loma la cara entre las manos. Rebaja la luz, sube al despacho de
Alfieri.)
ALFIERI: Sólo sé que tenían dos hijos y que él era un hombre bueno y trabajador; un hombre
de vida gris y monótona. Trabajaba en los muelles cuando había trabajo y volvía a su casa con su
paga. Vivía, y a las diez de esa noche, acabada la cena, llegaron los dos primos. (Eddie va a la
ventana. Catherine y Beatriz quitan la mesa.)

(Luz sobre la calle. Entra Tony seguido de Mario y Rodolfo, cada uno con una maleta.)

RODOLFO: Esta es la primera casa de América en donde voy a poner un pie. ¡Imagínate! ¡Y
nos decían en las cartas que eran pobres!

(Están cerca de la puerta, Mario llama, Eddie sale a abrir. Entran Mario y Rodolfo quitándose
las gorras.)

EDDIE: ¿Mario?
MARIO: (Dice que sí con la cabeza. Se acerca a las mujeres.)¿Tú eres mi prima?

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BEATRIZ:: (Emocionada asiente con la cabeza.) Este es mi marido. Catherine, la hija de mi
hermana Nancy.
MARIO: (Por Rodolfo.) Mi hermano Rodolfo. (A Eddie.) Quiero que sepas que cuando te
canses de nosotros no tienes más que decirlo, nos marcharemos en el acto.
EDDIE: No, hombre. (Coge la maleta de Mario.)
MARIO: Veo que el piso es pequeño, pero quizá pronto Rodolfo y yo podamos alquilar uno.
EDDIE: Nos sobra sitio, Mario. Así que no os preocupéis. Catherine, dales algo de cenar, anda.
(Va al dormitorio.)
CATHERINE: Sentaros. Os traeré sopa. Está muy rica.
MARIO: Hemos cenado ya en el barco, gracias. (A Eddie que esta en el dormitorio.) Gracias,
Eddie.
BEATRIZ:: ¿Un café, entonces? Tomaremos todos café. Pero sentaros. (Se sienta.)
CATHERINE: ¿Cómo se explica que él sea tan moreno y usted tan rubio?
RODOLFO: No sé. Dicen que hace mil años los daneses invadieron Sicilia. (Ríe.)
CATHERINE: (A Beatriz) ¿Has visto qué rubio es?
EDDIE: (Entrando.) ¿Cómo anda ese café?, pero ¿qué haces que no lo traes?
CATHERINE: ¡Es verdad! ¡Se me había olvidado! (Corre a la cocina.)
EDDIE: (Se sienta en el sillón.) ¿Qué tal el viaje?
MARIO: El mar estuvo bravo. Pero somos buenos marineros.
EDDIE: ¿Alguna dificultad para llegar aquí?
MARIO: Nos trajo un hombre muy simpático.
RODOLFO: (A Eddie.) Toni se llama. Dice que mañana nos encontrará un trabajo… ¿Es de
fiar?
EDDIE: No. Pero descuida, mientras le debáis dinero, os conseguirá trabajo. (Ríe, ellos sin
comprenderle ríen con él. (A Mario.) ¿En qué trabajabas en Italia? ¿En los muelles?
MARIO: ¿En los muelles…?, no.
RODOLFO: (Ríe pensando en lo pequeño que es su pueblo.) En nuestro pueblo no hay puerto
ni muelles, sólo una playa de muchos kilómetros y unas cuantas barcas de pescadores.
BEATRIZ:: ¿Entonces, en qué trabajabais?
MARIO: (Encogiéndose de hombros.) En lo primero que saliera…

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RODOLFO: A veces, en la construcción, o en las obras para reparar el puente… Mario ponía
las piedras, yo hacía el cemento. Y en el verano la cosecha.
EDDIE: Por lo que veo las cosas siguen mal por allá.
MARIO: Muy mal, sí.
RODOLFO: Hay poco que hacer. Durante el día pasear alrededor de la fuente de la plaza
escuchando los pájaros. (Ríe.) Y esperar la llegada del tren.
BEATRIZ:: ¿Esperar qué?
RODOLFO: Si hay viajeros y si hay suerte se pueden ganar unas liras empujando los cohes
cuesta arriba.

(Entra Catherine y escucha.)

BEATRIZ:: ¿Empujáis los coches?


RODOLFO: (Ríe.) ¡Es ya típico de mi pueblo! Allí los caballos están más flacos que las cabras.
Por eso, si hay muchos viajeros, hay que empujar los coches hasta el hotel. (Ríe más.) En mi
pueblo los caballos están sólo de adorno.
CATHERINE: ¿No hay taxis?
RODOLFO: Hay uno… y también lo tenemos que empujar. (Ríen todos.)
BEATRIZ:: ¡Qué vida espantosa!
EDDIE: (A Mario.) ¿Y qué pensáis hacer? ¿Quedaros en América o volver?
MARIO: (Sorprendido.) ¿Volver?
EDDIE: Tú eres casado, ¿no?
MARIO: Sí. Tengo tres hijos.
BEATRIZ:: Yo creí que tenías sólo uno.
MARIO: Tres. De cuatro, de cinco y de seis años.
BEATRIZ:: Se habrán quedado llorando como descosidos… ¡pobre- cilios!
MARIO: El mayor está enfermo del pecho. Mi mujer a veces no come para dárselo a ellos. Si
me quedo allí, se morirían de hambre.
BEATRIZ:: ¡Dios mío! Así que ¿cuánto tiempo pensáis quedaros?
MARIO: Si no os molestamos demasiado, tal vez…
EDDIE: No se refiere a esta casa, se refiere al país.

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MARIO: ¡Qué se yo! Cuatro, cinco afios…
RODOLFO: (Riendo.) ¡Tiene confianza en su mujer!
BEATRIZ:: Bueno, a lo mejor ahorráis pronto una buena cantidad y podéis volver antes.
MARIO: ¡Ojalá! No sé. (A Eddie.) Por lo que veo, aquí tampoco las cosas andan muy bien.
EDDIE: No. Tendréis que sudar lo vuestro. Pero a pesar de todo, aquí se está mejor que en
Italia.
RODOLFO: ¿Y cuánto se puede ganar? Nos han dicho toda clase de cifras. Trabajáremos lo que
haga falta, de día y de noche.
(Mario le lanza una mirada para hacerle callar.)
EDDIE: (Sin darse cuenta se está dirigiendo solamente a Mario.) Bueno es difícil calcularlo… a
veces no damos golpe en tres o cuatro semanas porque no llegan barcos.
MARIO: ¡Tres o cuatro semanas! ¡Qué barbaridad!
EDDIE: Pero vosotros, lo más seguro es que ganéis de treinta a cuarenta a la semana, los doce
meses del año.
MARIO: (Se levanta.) ¿Dólares?
EDDIE: Claro, dólares.
(Mario abraza a Rodolfo. Ríen.)
MARIO: (Feliz.) BEATRIZ:, si pudiéramos quedarnos aquí unos meses.
BEATRIZ:: Claro que sí, Mario…
MARIO: Si no pagamos alquiler, podría mandarle un poco más.
BEATRIZ:: Todo el tiempo que queráis. Hay sitio.
MARIO: (Al borde de las lágrimas.) Mi mujer… (A Eddie), mi mujer… quisiera mandarle algo
cuanto antes… ¿sabes?
EDDIE: La semana que viene, podrás ya mandarle algo.
MARIO: (Casi llorando.) Eduardo… no sé cómo… gracias…
EDDIE: Nada hombre, nada de darme las gradas. (A Catherine.) ¿Qué pasa con el café?
CATHERINE: Ya falta poco. (A Rodolfo.) ¿Usted también es casado?
RODOLFO: (Se levanta.) ¿Yo? No.
BEATRIZ:: Ya te dije que…
CATHERINE: Lo sé, pero podría haberse casado hace poco.

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RODOLFO: Tengo, eso sí, un tipo y una cara que no están mal. Pero de aquí. (Hace un gesto
con la mano, de dinero.) ¡Nada! . (Ríe.)
CATHERINE: (A Beatriz) Es rubio natural.
BEATRIZ: (A Rodolfo.) ¿Tú también te vas a quedar aquí para siempre?
RODOLFO: ¡Ojalá! Lo que quiero es hacerme americano y volver a Italia cuando sea rico. Me
compraré una motocicleta.
CATHERINE: ¡Una motocicleta!
RODOLFO: Con una motocicleta en Italia no se muere uno de hambre.
BEATRIZ:: Voy a por el café. (Sale.)
EDDIE: ¿Qué vas a hacer con una motocicleta?
MARIO: Tú ¡sueña, sueña!
Rodolfo,—Llevar mensajes. La gente rica del hotel siempre necesita que alguien les lleve un
mensaje. ¡Con rapidez y con ruido!
MARIO: Cuando no se tiene una mujer, es fácil soñar.
RODOLFO: El hombre que monta en una motocicleta, es alguien, existe. A ese hombre le darán
mensajes. ¡Ah! También canto.
EDDIE: ¿Qué cantas?
RODOLFO: Recuerdo que una noche, hace un año, Andreoda, que cantaba en la terraza del
hotel, se puso malo. Es barítono, y yo le sustituí. Canté tres canciones sin dar un solo gallo.
Desde todas las mesas me tiraban billetes de mil, el dinero llovía a mí alrededor. Treinta mil
liras, así, por el suelo. ¡Fue colosal! Vivimos seis meses de aquella noche. ¿Eh, Mario?

(Mario asiente no muy seguro.)

MARIO: Dos meses, sí…


BEATRIZ:: ¿Y por qué no te quedaste en ese hotel a trabajar?
RODOLFO: Andreoda se puso bueno y yo me tuve que ir a la porra.
CATHERINE: ¿Sabes lo que es el jazz?
RODOLFO: ¡Claro! ¡También canto jazz!
CATHERINE: ¿Qué cantas jazz?

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RODOLFO: Canto de todo: canciones napolitanas, jazz, ópera… «muñeca de papel»… ¿te
gusta «muñeca de papel»?
CATHERINE: Me vuelve loca. A ver, cántala.
RODOLFO: (Se pone en. pie y comienza a cantar. Mientras canta Eddie se levanta y va al
fondo. Unos compases más y…)
EDDIE: ¡Eeee, muchacho… un momento…! ¡Muchacho!
CATHERINE: (Entusiasmada.) ¡Déjale terminar! (A Beatriz) ¡Es formidable! ¡formidable!
¡Rodolfo, muy bien! Eddie: ¡Oye! ¡No querrás que te cacen como a un conejo! ¿Verdad?
MARIO: ¡No! ¡No!
EDDIE: En esta casa nunca tuvimos cantantes… y si de pronto los vecinos oyen… ¿entiendes lo
que quiero decir?
MARIO: Sí, claro… calla, Rodolfo.
EDDIE: (Excitado.) No se puede uno fiar de nadie. Los de la Inmigración mandan espías a todas
partes.
MARIO: ¡Qué razón tienes! ¡No cantará más! (A Rodolfo.) Ya lo sabes.
EDDIE: (Sonríe sin ganas a Catherine.) ¿Te has puesto otra vez esos zapatos, Greta?
CATHERINE: Pensé que esta noche…
EDDIE: Pues quítatelos, ¿quieres? ¡Vamos!

(Catherine furiosa va al dormitorio. Beatriz se levanta, mira a eddie con un gesto contenido por
la presencia de los dos hombres. Sirve el café.)

Todas con la misma manía: ser artistas de cine.


RODOLFO: ¡Huy! ¡Igual que en Italia!

(Catherine viene del dormitorio con zapatos planos.)

EDDIE: (Observa a Rodolfo.) Sí, ¿verdad?


RODOLFO: Y en cantidad. (Ríe señalando a Catherine.) ¡Sobre todo cuando son así de guapas!
CATHERINE: ¿Le gusta con azúcar?
RODOLFO: Con mucho azúcar. Soy muy goloso. Más, más azúcar.

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( Eddie no deja de observarles. Silencio. Oscuro en la habitación. Luz sobre Alfieri.)

ALFIERI: ¿Quién sabrá alguna vez lo que le espera? Eddie Carbone no sospechó jamás que
tuviera un Destino. El hombre trabaja, cría hijos, se divierte, come, envejece, muere. Pero un día
Eddie Carbone descubrió que tenía un futuro.

(Rebaje de luz en el despachó de Alfieri. Sube en la calle. Eddie y Beatriz en la puerta de la


casa.)

EDDIE: Son más de las cuatro.


BEATRIZ:: ¿Y qué? En el cine Palace dan siempre programa doble.
EDDIE: Por la hora que es, tienen tiempo de haber visto todas las películas que dan en
Brooklyn. Cuando no trabaja, debería quedarse en casa. Hace mal en ir exhibiéndose por ahí.
BEATRIZ:: Bueno, eso es asunto suyo… ¿Y a ti que te importa? Si le cogen, le cogen a él.
Nada más. Anda, entra.
EDDIE: ¿Y Caty? ¿Se ha peleado con la taquigrafía? Ya no la veo practicar.
BEATRIZ:: (Se acerca a él.) ¿Qué te pasa? Es un buen muchacho.
EDDIE: ¿Un buen muchacho? A mí me pone a parir. Me da grima nada más verle.
BEATRIZ:: (Ríe.) ¡Huy! Estás celoso.
EDDIE: ¿De ese cretino? ¡Bonita opinión tienes de mi.
BEATRIZ:: No está bien que digas de él esas cosas.
EDDIE: Tú lo encuentras maravilloso para Caty, ¿verdad?
BEATRIZ:: ¿Por qué no? Es simpático, trabajador, guapo…
EDDIE: Canta en los barcos, ¿sabías?
BEATRIZ:: ¿Cómo que canta?
EDDIE: Lo que te digo. Se pone a cantar, así de repente en las cubiertas. ¡Con unos
movimientos! ¿Sabes cómo le llaman? Muñeca de papel. ¡Es un fantasma!
BEATRIZ:: Es muy joven y le falta aprender muchas cosas.
EDDIE: ¡Y con ese pelo! Parece una corista de cabaret… o algo peor, ¡qué sé yo!
BEATRIZ:: Es rubio. ¿Qué culpa tiene él?
EDDIE: Si por lo menos fuese su color natural…

16
BEATRIZ:: ¡Estás loco!
EDDIE: ¿Por qué loco?
BEATRIZ:: ¿Nunca viste en tu vida un hombre rubio? ¿Y Giacomo, el Albino?
EDDIE: (Volviéndose hacia ella con un grito.) ¡Sí claro! ¡Pero el albino no canta, ni hace cosas
raras en los barcos!
BEATRIZ:: Bueno, quién sabe, a lo mejor en Italia son así de alegres.
EDDIE: No. Su hermano es muy distinto y es italiano. Mario se comporta como un hombre. A él
nadie le gasta bromas. Me asombra que tú no veas lo que está tan claro. Yo no la crié para que se
la lleve un tipo como ése. ¿Cuándo vas a abrir los ojos? Para ti todo está bien.
BEATRIZ:: No, para mí no todo está bien. Tengo otras preocupaciones.
EDDIE: ¿Tú? ¿Preocupaciones?
BEATRIZ:: Sí. ¿Cuándo volveré a ser tu mujer, Eddie?
EDDIE: Desde que llegaron esos no sé, no me siento bien.
BEATRIZ:: Hace tres meses que no te sientes bien, y ellos, hace sólo dos semanas que llegaron.
EDDIE: Déjame tranquilo, ¿quieres? Esa muchacha me tiene preocupado. ..
BEATRIZ:: ¿Por qué? Ya tiene edad para casarse.
EDDIE: (Estallando.) ¡Se está burlando de ella!
BEATRIZ:: Eso es cosa de Caty. ¿O es que piensas vigilarla hasta que cumpla los cuarenta? No,
Eddie. No me gusta nada de lo que está pasando. Ven, entra. Preocúpate de tus hijos, que los
tienes abandonados.
EDDIE: Voy a dar una vuelta. No tardaré.
BEATRIZ:: ¿Van a venir más pronto porque te quedes en la calle? No está bien lo que haces,
Eddie.
EDDIE: (Alejándose.) He dicho que no tardaré.

(Ella entra en la casa, Eddie ve a Luis y a Mike que se acercan. Se sienta en la barandilla de
hierro.)

LUIS: ¿Vienes a la bolera?


EDDIE: Estoy muy cansado. Me quiero acostar pronto.
LUIS: ¿Qué tal los parientes?

17
EDDIE: Bien… Bien…
LUIS: Veo que siempre están trabajando… Han tenido suerte. EDDIE: Sí. No les va mal…
MIKE: Eso es lo que deberíamos hacer nosotros. Irnos de este país y volver de tapadillo. Ya
verías como encontraríamos trabajo fácilmente.
EDDIE: Tienes razón.
LUIS: (Se sienta en la barandilla a la derecha de eddie.) Ahora hablando en serio, te has portado
muy bien con tus parientes. No tendrán queja.
EDDIE: ¡Bah! No me molestan ni me cuestan un centavo.
LUIS: El mayor es un verdadero toro. El otro día le vi descargando sacos de remolacha en la
Matson. Si le dejan es capaz de vaciar el barco él solo. ¡Qué bárbaro!
EDDIE: Sí. Es un tío fuerte. Creo que mi hijo Frankie sale a él. El padre era un gigante, según
dicen.
LUIS: Seguro. De tal palo…
MIKE: Pero el rubio, en cambio… (Eddie le mira.) Nada, que ¡tiene mucha gracia!
EDDIE: Sí, mucha.
MIKE: ¡Cuenta cada chiste! Llega el y todo el mundo se troncha a reír.
EDDIE: (Incómodo.) Sí, sí… todavía es muy joven… ¿Sabes? (Pausa.)
LUIS: (Se levanta.) Bueno, hasta luego Eddie.
EDDIE: Que te diviertas.
LUIS: Haré lo que pueda.
MIKE: Sí te apetece venir a la bolera más tarde, allí estaremos.
(Al salir, se cruzan con Rodolfo y Catherine, eddie va a entrar en la casa.)
CATHERINE: ¡Hola, Eddie! ¡Qué película más divertida! ¡Cómo nos hemos reído!
EDDIE: ¿A dónde fuisteis?
CATHERINE: Al Palace.
EDDIE: ¿Al Palace de Brooklyn?
CATHERINE: (Incómoda por la presencia de Rodolfo.) Claro, al Palace de Brooklyn. Ya te
dije que no iríamos a Nueva York.
EDDIE: No te pongas así. Sólo era una pregunta. (A Rodolfo.) No quiero que Caty vaya al
centro a estas horas. No hay más que gentuza.

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RODOLFO: A mí me gustaría ir algún día a Brodway, Eddie. Pasear con Caty, ver los teatros,
la Opera… Desde niño conozco esas calles por fotografía.
EDDIE: (Impaciente.) Quiero hablar con Caty. (A Rodolfo.) Entra en casa ¿quieres?
RODOLFO: Lo único que hicimos es pasear…
CATHERINE: ¿A qué no sabes lo que más le intriga a Rodolfo? ¡Que en Brooklyn no haya
fuentes!
EDDIE: (Sonríe contra su voluntad.) ¿Fuentes?
CATHERINE: Dice que en Italia en todas las ciudades, hasta en los pueblos más pequeños, hay
fuentes y la gente se reúne alrededor de ellas. Y ¿sabes una cosa? ¡En su pueblo hay naranjos y
limoneros en las calles y en las plazas! ¿no es maravilloso? Pero a pesar de que aquí sólo hay
hierro y cemento, le entusiasma Nueva York.
RODOLFO: (Intenta ganar la confianza de Eddie.) Eddie. ¿Por qué no vamos juntos algún día a
Broadway?
EDDIE: ¿Nos dejas? tengo que decirle algo a Caty…
RODOLFO: Usted también podría venir, quisiera ver las luces…
(Eddie no le contesta, mira a Catherine y entra en la casa.)
CATHERINE: ¿Por qué no le contestas, Eddie? El te admira mucho.
EDDIE: (Le envuelve con la mirada.) También yo te admiro y tú tampoco me hablas. (Intenta
sonreír.)
CATHERINE: ¿Qué no te hablo? (Le da un golpe cariñoso en el brazo.) ¿Y qué estoy haciendo
ahora?
EDDIE: Has cambiado. Te veo cada vez menos. Cuando llego a casa, estás por ahí, quién sabe
dónde…
CATHERINE: Bueno, Rodolfo quiere conocer Nueva York y yo le acompaño. ¿Estás enfadado
conmigo?
EDDIE: No. (Sonríe triste.) Pero es que antes, cuando volvía a casa, tú siempre me esperabas.
Ahora, de pronto es como si te hubieras convertido en una extraña. No sé ni cómo hablarte.
CATHERINE: ¡Qué tontería!
EDDIE: Te escapas… te escapas, Catherine. No me haces caso.
No te ocupas de mí.
CATHERINE: ¡Eddie! ¡qué cosas dices! No te cae bien Rodolfo.

19
(Ligera pausa.) ¿Verdad? No te gusta…
EDDIE: (La mira.) ¿Y a ti?
CATHERINE: (Se sonroja, baja la cabeza. Segura.) A mí. sí. Mucho…
EDDIE: (Su sonrisa desaparece.) Lo sabía. Te gusta…
CATHERINE: Sí. (Ahora le mira de frente, sonriente pero tensa. El la mira como un niño
perdido.) Pero, ¿qué tienes contra él? Te tiene mucho afecto y…
EDDIE: (Se aleja.) ¡Caty!
CATHERINE: Para él eres como un padre.
EDDIE: Caty…
CATHERINE: ¿Qué, Eddie?
EDDIE: ¿Vas a casarte?
CATHERINE: No sé… por el momento salimos juntos, eso es todo. ¿Qué tienes en contra
suya? Dímelo, por favor.
EDDIE: No te respeta.
CATHERINE: ¿Por qué dices eso?
EDDIE: Caty… si no fueras huérfana, tendría que pedirle permiso a tu padre para salir contigo.
CATHERINE: Bueno, no pensé que a ti te importase.
EDDIE: -Sabe que me importa, ¡y mucho! Pero eso le tiene sin cuidado.
CATHERINE: No, Eddie. Te respeta mucho. Y a mí. No le conoces bien.
EDDIE: ¡Con tal de conseguir el pasaporte, es capaz hasta de ser bien educado.
CATHERINE: No te entiendo…
EDDIE: Si se casa contigo, tiene derecho a ser ciudadano norteamericano. ¿Entiendes ahora?
CATHERINE: (Desconcertada, dolida.) No, Eddie. No creo que…
EDDIE: ¡Con que no lo crees! ¿Eh? En cambio sí crees que es ¡un honrado trabajador! ¡Imbécil!
¿Qué hizo con el primer dinero que ganó? Comprarse una cazadora de última moda, discos, y un
par de zapatos con mucha punta… y, mientras tanto, los hijos de su hermano, muriéndose de
hambre y de tuberculosis en Italia. Ese es de los que, cuando consiga el pasaporte, desaparece de
la noche a la mañana. Cásate, cásate con él y no le volverás a ver hasta que os encontréis en el
juzgado para tramitar el divorcio.
CATHERINE: Eddie, jamás me ha dicho nada sobre sus papeles…
ni sobre el pasaporte.

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EDDIE: ¿Y crees que ahora te va hablar de eso? De momento se calla… pero…
CATHERINE: Es que creo que ni siquiera se le haya pasado por la imaginación.
EDDIE: Pues ya se le pasará, descuida. ¡Como que va a dejar que le pesquen y que le manden a
Italia! ¡No! ¡Esc no vuelve a empujar más taxis cuesta arriba en su vida!
CATHERINE: No creo nada de lo que dices.
EDDIE: (Angustiado.) Caty, escúchame…
CATHERINE: ¡No me da la gana!
eddie,—Caty, escucha…
CATHERINE: ¡Me quiere! y no te creo…
EDDIE: (Con dolor.) ¡No digas eso! Es el cuento más viejo de este país…
CATHERINE: (Desesperada, recordando lo que EDDIE, le acaba de decir.) ¡No te creo! ¡Si no
es posible!
EDDIE: Desde que se aprobó la Ley de Inmigración, estoy harto de ver a chicas a las que han
dejado plantadas nada más casarse. ¡Siempre hay alguna tonta a la que engañar!
CATHERINE: ¡No te creo! ¡Y te pido, por favor, que te calles!
(Corre llorando y entra eri la casa.)
EDDIE: ¡Caty! (La sigue. Las luces del cuarto de estar se encienden. Catherine, al entrar,
tropieza con Beatriz:. Llega Eddie. Beatriz: mira a Eddie y tí Catherine que solloza. Eddie se
cohíbe en presencia de su mujer.)
BEATRIZ:: (Con tono dolorido.) ¿Cuándo la vas a dejar tranquila?
EDDIE: Ese tipo no la conviene.
BEATRIZ:: (De pronto, furiosa.) ¡Déjala en paz de una vez!
EDDIE: Tienes que ser más dura con ella.
BEATRIZ:: ¡Me voy a volver loca!
(Eddie intenta conservar la calma, pero con gesto culpable, sale a la calle. Catherine va al
dormitorio.) Catherine.(Catherine se vuelve sumisa.) ¿Qué piensas hacer?
CATHERINE: No sé.
BEATRIZ:: No me digas que no lo sabes. Ya no eres una niña. Contéstame. ¿Qué piensas
hacer?
CATHERINE: Me ha dicho unas cosas…
BEATRIZ:: No es tu padre, Catherine. No entiendo nada de lo que pasa…

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CATHERINE: (Intenta racionalizar un impulso oculto.) Bueno. El… ¿Qué quieres que haga?
¿Que le restriegue eso por la cara?
BEATRIZ:: Háblame sin rodeos. ¿Quieres casarte o no?, ¿Qué es lo que piensas hacer, Caty?
CATHERINE: (Temblando.) No se, Bea. Se opone de una manera. Que me parece que estoy
haciendo algo terrible…
BEATRIZ:: Escúchame. ¿Le gustó alguna vez alguien para ti? No, ¿verdad?
CATHERINE: Pero me ha dicho que a Rodolfo sólo le interesa tener un pasaporte…
BEATRIZ:: Dirá lo primero que se le ocurra. ¡No le hagas caso! ¿me lo prometes?
CATHERINE: Sí. Creo que tienes razón.
BEATRIZ:: La tengo, seguro. ¿Sabes lo que debes hacer?
CATHERINE: ¿El qué?
BEATRIZ:: Ser más fuerte. Que se entere de una vez, que ya no puede darte órdenes, manejarte
cómo cuando eras una niña.
CATHERINE: Sí, pero lo malo es que él sigue creyendo que soy una niña.
BEATRIZ:: Y tú también lo crees. Te he dicho cincuenta veces que no te pasees delante de él en
enaguas y sostén.
CATHERINE: Tienes razón. Pero me olvido de…
BEATRIZ:: ¡Pues no lo olvides! Si actúas como una niña, él te seguirá tratando como una niña.
Cuando vuelve del trabajo te abalanzas a él y le besas y le abrazas como cuando tenías doce
años.
CATHERINE: Es que me da alegría verle, no lo niego.
BEATRIZ:: No estoy tratando de decirte lo que debes hacer, pero…
CATHERINE: Pues deberías decírmelo. Estoy hecha un lío. Me da mucha pena verle así. Está
muy triste.
BEATRIZ:: Os tenéis demasiada confianza. Por eso me pareció muy bien que buscases un
trabajo. Así no estarás tanto tiempo metida en casa. Es maravilloso que en una familia todo el
mundo se quiera, pero ya eres una mujer y vives junto a un hombre mayor y…
CATHERINE: Lo tendré en cuenta.
BEATRIZ:: A él le he dicho que debe dejarte en paz. Pero si le hablo como a ti, creerá que le
quiero poner a malas contigo, o que estoy celosa, o qué sé yo… ¿Me entiendes?
CATHERINE: ¿Dijo que estabas celosa?

22
BEATRIZ:: No, pero a lo mejor se lo imagina.(Coge la mano de Catherine y con una sonrisa
forzada…) ¿Crees que yo pueda estar celosa de ti?
CATHERINE: No, no lo he pensado nunca.
BEATRIZ:: Pues muy mal hecho. Deberías de haberlo pensado antes. Pero no estoy triste. Todo
terminará bien, ya lo verás. Dale a entender, convéncele, poco a poco, que ya eres muy mayor,
que tienes un novio muy guapo, y que ha llegado el momento de que nos digas adiós. Es la
vida… lo que siempre ocurre.
CATHERINE: (Un poco emocionada.) Conforme… le diré todo eso, veré si puedo…
BEATRIZ:: Caty… tienes que poder. Haz un esfuerzo.
(Caty está a punto de llorar. Como si de pronto se hubiera derrumbado todo su mundo familiar.
Acaba de descubrir a Beatriz.)
CATHERINE: Okey.

(Las luces se apagan en el cuarto de estar y se encienden en el despacho de Alfieri.)

ALFIERI: Fue en esa época cuando vino a verme por primera vez. Yo había llevado hace
algunos años un pleito a su padre por un accidente laboral. Recuerdo ahora cómo atravesó la
puerta. (Eddie viene por la derecha.) Sus ojos eran como dos túneles. Mi primer pensamiento fue
que este hombre venía de cometer un crimen. (Entra eddie, se sienta delante de la mesa del
despacho con la gorra en la mano.) Pero pronto comprendí todo; era la pasión que, como una
intrusa, se había infiltrado en su cuerpo. (Pausa. Mira a la mesa, después a eddie como si
continuara una conversación.) No sé bien qué es lo que puedo hacer por usted. ¿Hay algo ilegal
en lo que acaba de contarme?
EDDIE: Yo soy el que no lo sé. Por eso se lo pregunto.
ALFIERI: No hay nada ilegal en que una muchacha se enamore de un inmigrante.
EDDIE: ¿Y si todo es un engaño de él para conseguir el pasaporte y ser americano?
ALFIERI: En primer lugar, usted no puede saber si…
EDDIE: ¡Lo sé! Se está riendo de ella, de mí. ¡De todos!
ALFIERI: Eddie, no lo olvide, soy abogado. Y sólo puedo ocuparme de los casos en los que
haya pruebas. ¿Me entiende? ¿Puede usted probar lo que dice?
EDDIE: ¡Yo sé que él piensa hacerle una faena muy sucia, señor Alfieri!

23
ALFIERI: Eddie, usted no puede probar…
EDDIE: ¿Quiere escucharme? Mi padre siempre decía que es usted un abogado muy hábil.
Escúcheme.
ALFIERI: No soy más que un simple abogado.
EDDIE: ¿Quiere escucharme? (Está agitado.) Verá… si un hombre entra ilegalmente en un país
¿no es lógico que ahorre cada centavo que gana? Porque no sabe lo que le puede ocurrir el día
menos pensado, ¿verdad? (Se calla.)
ALFIERI: (Paciente.) Le escucho…
EDDIE: Pues él tira el dinero. Discos, zapatos, camisas. ¿Me entiende? No tiene ninguna
preocupación. El ya se ve americano para toda la vida. ¿Por qué? Porque lo tiene todo muy bien
planeado. ¿No lo ve usted también claro?
ALFIERI: ¿Y qué más?
EDDIE: Pues… (Mira a Alfieri, después a su alrededor.) Lo que voy a decirle es un secreto.
¿Entiende?
ALFIERI: Sí.
EDDIE: Son cosas que no me gusta decirlas a nadie, ni siquiera a mi mujer.
ALFIERI: Hable, hable con toda confianza.
EDDIE: (Respira hondo.) Ese tipo no es normal, señor Alfieri.
ALFIERI: ¿Qué quiere decir?
EDDIE: Pues eso… que no es normal.
ALFIERI: No le entiendo…
EDDIE: ¿Se ha fijado usted bien en él?
ALFIERI: No. No mucho…
EDDIE: Es rubio. Pero un rubio… vamos, un rubio poco natural ¿entiende?
ALFIERI: No, no…
EDDIE: Pues que si usted cerrase un periódico de golpe… o diese un fuerte portazo, él se caería
al suelo de golpe.
ALFIERI: Bueno… y eso ¿qué significa?…
EDDIE: No he terminado… además canta, ¿sabe? eso es… quiero decir… ya sé que no es malo
cantar, pero a él, a veces, le salen unos tonos muy agudos ¿entiende?
ALFIERI: Será tenor…

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EDDIE: ¡Yo sé lo que es un tenor señor Alfieri! Mire, si usted entrase en casa de pronto y no
supiese quien canta, pensaría que está cantando una, no uno.
ALFIERI: Sí, pero ése no es…
EDDIE: Déjeme, déjeme terminar, por favor, señor Alfieri. Hace un par de noches mi sobrina
sacó del armario un vestido que se le había quedado pequeño. Y él va, lo coge, lo ponesobre la
mesa y con unas tijeras, en un dos por tres, cortando de aquí y de allá le hace un vestido nuevo.
Y ¡con qué movimientos! Así… muy suaves…
ALFIERI: Bueno, Eddie… ya está…
EDDIE: Se rién de él en el trabajo. ¡Qué vergüenza! Muñeca de papel, le llaman. ¡Ah!, y ahora
«Rubita bonita». Su hermano cree que es porque dice chistes y tiene gracia. ¿Entiende? Y la
tiene, claro…, pero no se ríen por eso. Si no se lo dicen, es porque saben que es pariente mío y
piensan que si le gastan alguna broma, tendrían que vérselas luego conmigo. Pero yo sé por qué
se ríen. Y cuando pienso que un tipo así pueda ¡llevársela un día! ¡No lo puedo soportar señor
Alfieri! Yo he criado a esa muchacha, he luchado por ella y ahora, él se mete en mi casa y…
ALFIERI: Eddie, yo tengo hijos y le comprendo. Pero la Ley es clara y específica. La Ley no…
EDDIE: ¿No hay ninguna Ley que prohíba los tejemanejes de un anormal para casarse con
una…? Alfieri,—No hay nada que pueda usted hacer. Créame. Absolutamente nada. Bueno, sí
hay algo que les concierne y que está dentro de lo ilegal.
EDDIE: ¿El qué?
ALFIERI: La forma en que han entrado en los Estados Unidos. Pero no creo que usted intentase
hacer nada en ese sentido… ¿verdad?
EDDIE: ¿Quiere decir?
ALFIERI: …Que han entrado de manera ilegal…
EDDIE: Sí, pero ¡Jesús! no, no. Yo no haría nada para que… no, no.
ALFIERI: Me lo imagino. Y ahora. ¿Me deja hablar a mí?
EDDIE: (Obstinado.) Señor Alfieri, debe haber alguna Ley que…
ALFIERI: Eddie, escúcheme. Quiero que me escúche. (Pausa.) Algunas veces, Eddie, Dios
confunde a sus criaturas. Todos amamos a alguien: A la mujer, a los hijos… Todos tenemos que
amar algo. ¿Me comprende? Pero a veces… a veces ponemos demasiado amor. Y si hay
demasiado amor… suele torcerse el rumbo. El hombre lucha, para criar un niño. O una hija, una

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sobrina y sin que él se dé cuenta, sin saberlo, al correr los años, es demasiado grande el amor a
esa hija, es demasiado grande el amor a esa sobrina… ¿Comprende lo que le digo, Eddie?
Eddie—(Sarcástico.) ¿El qué? ¿Que no debo buscar su felicidad?
ALFIERI: Sí, pero también que todo tiene un final. La niña tiene que crecer y marcharse y el
hombre debe aprender a olvidar. Por que, dígame, Eddie… ¿De qué otra manera puede terminar
todo esto? (Pausa.) Déjela ir. Es mi consejo. Ya hizo cuanto pudo. Es su vida. Que se vaya, y que
la suerte le acompañe. (Pausa.) ¿Me hará caso? Porque no hay Ley ninguna Eddie, convénzase.
EDDIE: ¿Aunque él sea un ser repugnante?
ALFIERI: Aunque lo sea.

(Eddie se pone en pie.)

EDDIE: Está bien, gracias.


ALFIERI: ¿Qué va a hacer?
EDDIE: (Impotente, irónico.) ¿Qué puedo hacer? Soy un imbécil, ¿qué puede hacer un imbécil?
Trabajé como un perro durante veinte años, para que ahora se la lleve ese trozo de basura. En los
tiempos peores, cuando no llegaban barcos al puerto, jamás me crucé de brazos, ni pedí
limosna… Luché siempre, porque le había prometido a su madre que la sacaría adelante. Les
quité el pan a mis hijos para dárselo a ella. Yo mismo he pasado hambre, muchas veces. (Va
descubriendo poco a poco lo que oculta.) ¿Y ahora, tengo que sentarme en mi propia casa y ver
como un hijo de puta se la lleva? Le di cobijo para que durmiera, las sábanas de mi cama… y él
va y… como un maldito ladrón, ¡hijo de puta!
ALFIERI: (Serio poniéndose de pie.) Ella ya es una mujer…
EDDIE: ¡Me la roba! ¡Sí, me la roba…!
ALFIERI: Quiere casarse, Eddie… Ella no puede casarse con usted. ¿Verdad?
EDDIE: (Furioso.) ¿Qué ha dicho? ¿Casarse conmigo? (Le agarra por las solapas.) ¿Es eso lo
que ha dicho? (Le zarandea.) ¡Repítamelo! ¡Repítamelo!
ALFIERI: (Después de una pausa.) Le he dado un consejo, Eddie. Nada más.
EDDIE: (Se domina. Pausa.) Bueno, gradas. Muchísimas gradas. (Está a punto de llorar. Se
traga las lágrimas. Baja la cabeza.) Es que… es que… no sé qué me pasa… estoy destrozado.
¿Sabe?… Yo… (Pausa.)

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ALFIERI: Lo comprendo. ¡Quítesela de la cabeza! ¿Podrá?
EDDIE: (Antes de romper a llorar y con un movimiento desvalido.) Hasta pronto. (Sale.)
ALFIERI: Hay veces en la vida en que uno quisiera dar una voz de alarma. Yo supe, supe en
ese instante lo que iba a ocurrir. Aquella misma tarde pude haber puesto punto final a esta
historia, sabía donde iba a terminar y muchas tardes me quedaba aquí sentado preguntándome
cómo, siendo yo inteligente, no podía impedirlo. Hasta fui a visitar a una andana de la vecindad,
una andana muy sabia y se lo conté todo. Ella movió la cabeza y me dijo: Reza por él… y
espera… (Se sienta) … Esperé… (Oscuro.)

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ACTO II
El cuarto de estar. Después de la cena. Beatriz y Catherine, quitan la mesa. Risas.

CATHERINE: ¿Sabes a dónde fueron una vez?


BEATRIZ:: ¿A dónde?
CATHERINE: A África. En un barco pesquero, (Eddie la mira.) De verdad Eddie.
(BEATRIZ: va a la cocina con los platos.)
EDDIE: Yo no he dicho nada.
(Se levanta. Va al sillón. Se pone a leer el periódico.)
CATHERINE: ¡Y pensar que yo ni siquiera he salido de Nueva York!
EDDIE: No te has perdido nada.
(Pausa. Catherine lleva otros platos a la cocina.)
¿Cuánto tardasteis en llegar a África?
MARIO: Tres días. La mar se portó.
RODOLFO: (Se levanta.) Otra vez fuimos a Yugoslavia.
EDDIE: (A MARIO.) ¿Pagan bien en esos barcos?

(Entra Beatriz.)

MARIO: Si se lleva pesca, no pagan mal.


BEATRIZ:: ¿Sabes, Mario, lo que yo no comprendo? Que estando el mar lleno de peces haya
gente que se muera de hambre.
EDDIE: Es que para pescar esos peces se necesitan barcos, redes, petróleo. Se necesita, como
para todo: dinero.
BEATRIZ:: Sí, ¿pero no se puede pescar desde la playa? Como en Long Island.
MARIO: Sardinas.
EDDIE: (Riendo.) ¿Cómo van a pescar sardinas con anzuelo?
BEATRIZ:: No sabía que eran sardinas. (A Catherine.) Son sardinas.
CATHERINE: Sí. Las siguen por todos los océanos, por África, Yugoslavia.
BEATRIZ:: ¡Qué raro! ¿Verdad? Uno no piensa nunca que las sardinas vivan en el mar. (Sale a
la cocina con mas platos.)

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CATHERINE: Ni que las naranjas y los limones crezcan en los árboles. Unas frutas tan
pesadas.
EDDIE: ¡Qué curioso! He oído decir que pintan las naranjas para que parezcan naranjas.
MARIO: ¿Qué las pintan?
EDDIE: Sí. Crecen verdes y luego…
MARIO: No. En Italia las naranjas son de color naranja.
RODOLFO: Los limones, en cambio, son verdes.
EDDIE: (Disgustado.) ¡Joder! Ya sé que los limones son verdes. En la verdulería puede verse. Y
no siempre son verdes. Dije que pintan las naranjas, no los limones. (Pausa.)
BEATRIZ:: (Se .sienta.) ¿Tu mujer recibe el dinero normalmente?
MARIO: Sí. Ya compró las medicinas para el niño.
BEATRIZ:: ¡Cuánto me alegro! ¿Estás ya mas tranquilo?
MARIO: Tranquilo sí, pero muy solo…
BEATRIZ:: ¡Ojalá no te ocurra lo que a muchos! Se pasan aquí veinticinco años ahorrando y
nunca logran reunir lo suficiente para volver a Italia, aunque sea de visita.
MARIO: Ya lo sé. En nuestro pueblo hay muchas familias cuyos hijos nunca vieron al padre.
Pero yo volveré. Ya lo verás. Dentro de tres o cuatro años.
BEATRIZ:: Tal vez te conviniese dejar aquí, en un Banco, parte del dinero que ganas. Si tu
mujer piensa que te es fácil ganarlo, nunca saldréis a flote.
MARIO: ¿Mi mujer? No. Ella es muy ahorrativa. Yo se lo mando todo. Está también muy sola.
BEATRIZ:: Debe ser muy simpática… ¿Es guapa? ¡Qué tonta! ¡Seguro! (Ríe.)
MARIO: (Poniéndose colorado.) No, no es guapa, pero es buena.
RODOLFO: Y más viva que una lagartija.
EDDIE: Estoy seguro que muchos al volver, ¡deben llevarse cada sorpresa!
MARIO: No te entiendo, ¿qué clase de sorpresa?
EDDIE: Pues que a lo mejor, bueno, sería a lo peor, al contar a los hijos, se encuentran con un
par de más.
MARIO: No, no… En mi pueblo las mujeres esperan, Eddie, la mayoría. Hay muy pocas
sorpresas de esas que te imaginas.
RODOLFO: Nuestro pueblo es muy distinto a Nueva York. (Eddie le mira.) Allí no hay tanta
libertad.

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EDDIE: (Se levanta.) Tampoco hay aquí tanta libertad como tú crees. ¡He visto a muchos
pazguatos en cada lío por creerse eso! Las mujeres no necesitan ir vestidas de negro para ser
honradas. ¿Entiendes lo que quiero decir?
RODOLFO: Bueno, yo siempre respeto…
EDDIE: ¿Siempre? ¿Estás seguro? ¿Te atreverías en tu pueblo a llevarte a una muchacha sin
pedir permiso a su familia? ¿Sabes a lo que me refiero, Mario?
MARIO: Creo que sí.
BEATRIZ:: Eddie, ¡qué cosas dices! Rodolfo no se la ha llevado…
EDDIE: Ya lo sé, pero por si acaso. Aquí tal vez, haya un poco más de libertad, pero las mujeres
son tan. serias como en Italia.
RODOLFO: No necesito que usted me advierta nada. Yo respeto a Catherine… ¿Tiene usted
alguna queja de mí?
EDDIE: Oye, muchacho. Yo no soy su padre, sólo soy su tío…
BEATRIZ:: No tienes por qué meterte en…
MARIO: Déjale, Beatriz, si Rodolfo hace algo que no está bien, hay que decírselo. (A Eddie.)
¿Ha hecho algo malo? No te dé apuro hablar.
EDDIE: Mario, hasta que él vino, Catherine nunca llegó a casa más tarde de las diez.
MARIO: (A Rodolfo.) Ya lo sabes. Tienes que volver temprano.
BEATRIZ:: (A Catherine.) Pero tú me dijiste el otro día que la película terminó muy tarde.
CATHERINE: Sí.
BEATRIZ:: ¿Y por qué te quedas ahí callada? Dilo. (A Eddie.) Ya lo oyes. La película terminó
tarde.
EDDIE: Puede que no tenga él la culpa, pero…
MARIO: No hay más que hablar. Tienes que volver antes. ¿Te enteras, Rodolfo?
RODOLFO: (Incómodo.) Está bien. Pero no puedo quedarme todo el tiempo encerrado en casa.
EDDIE: No lo digo solamente por ella imbécil. Cuanto más andes por ahí, más peligro corres.
¿O es que todavía no te has enterado de lo que te puede ocurrir?
BEATRIZ:: También durante él día le puede coger un coche…
EDDIE: (Conteniéndose.) Sí, pero de día no tiene más remedio que salir. Ha venido a trabajar,
¿no? Si ha venido a juerguearse, entonces, que siga dando tumbos por ahí como un tonto. (A

30
Mario.) Porque yo creí que veníais sólo a ganar un dinero para la familia. Tú me entiendes. ¿No,
Mario?
MARIO: (Ve que el problema está planteado casi y dice con precauciones.) No, no te
entiendo…
EDDIE: Quiero decir que: eso es lo que yo siempre creí.
MARIO: Sí. A eso vinimos.
EDDIE: (Se sienta de nuevo.) Pues entonces nada más, bien.
(Lee el periódico. Pausa embarazosa. Catherine se levanta y pone el disco «Muñeca de papel».)
CATHERINE: ¿Quieres bailar, Rodolfo?
(Eddie acusa estas palabras.)
RODOLFO: (Mira a Eddie.) No… Estoy… cansado.
CATHERINE: ¡Bah! ¡Para quién te crea… No te dé vergüenza. Ven. (Lo toma de la mano. Se
levanta sintiendo la mirada de Eddie que se clava en su espalda. Bailan.)
EDDIE: (A CATHERINE.) ¿Es Un disco nuevo?
CATHERINE: No. Es el mismo. Lo compramos el otro día.
BEATRIZ:: (A Eddie.) Sólo han comprado tres discos.
(Les mira bailar, eddie vuelve la cabeza hacia otro lado. A Eddie para rellenar el silencio.)
Debe ser maravilloso navegar en uno de esos barcos pesqueros. Me gustaría conocer ¡países y
más países!
EDDIE: ¡ Mmmmm!
BEATRIZ:: Pero apuesto a que en esas travesías no van mujeres.
MARIO: No, no van mujeres. Es un trabajo muy duro.
BEATRIZ:: ¿Tenéis cocina y lavabos y… comodidades en general?
MARIO: ¡Huy, sí! Y comemos muy bien. Sobre todo cuando viene Rodolfo. Notamos su
presencia porque engordamos como cerdos.
BEATRIZ:: ¿Sabes guisar?
MARIO: ¡Es muy buen cocinero! Arroz, pasta, pescado, sabe guisar de todo.
EDDIE: (Deja de leer el periódico. A Rodolfo.) Cantas, guisas…
(RODOLFO sonríe agradecido.)
BEATRIZ:: Eso es bueno. Siempre podrá ganarse la vida.
EDDIE: …Cortas vestidos…¡Magnífico!

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BEATRIZ:: En las cocinas de los grandes restaurantes hay siempre cocineros, hombres. ¿No lo
sabías?
EDDIE: Lo sabía. No soy tan burro. (Siguen bailando.) Caty tiene suerte. Es lo que la gente rica
dice un buen partido. (Ligera pausa.) Por eso los trabajos duros no se le dan bien. (Dejan de
bailar.) Si yo pudiera guisar, cantar, hacer vestiditos, no estaría en los muelles rompiéndome los
cuernos, descargando barcos. (Durante este párrafo y de una manera inconsciente retuerce el
periódico que tiene entre las manos. Presiente que ha descubierto el juego. Se va poco a poco
descarando.) Estaría en otro sitio, en el que fuera, en una cocina, en una casa de modas.
(Dobla el periódico y lo rompe en dos.) (Se sube los pantalones. A Mario.) Qué, Mario, ¿vamos
al boxeo el sábado por la noche? Nunca has visto un combate, ¿verdad?
MARIO: (Incómodo.) Sólo en el cine…
EDDIE: Te invito. ¿Qué te parece danés? ¿Quieres venir con nosotros? Pago yo.
RODOLFO: Bueno, si me gustarla ir.
CATHERINE: -(Respira feliz.) ¿Queréis café?
EDDIE: Anda, sí. Y bien cargado.
(Desconcertada, Catherine sonríe y va a la cocina, eddie parece alegre, de pronto. Frota el puño
de una mano contra la palma de la otra.)
Vas a ver, Mario, lo que es un buen combate. ¿Nunca te ha dado por boxear?
MARIO: No, nunca.
EDDIE: (A Rodolfo.) Apuesto a que a ti, sí.
RODOLFO: Tampoco.
EDDIE: Bueno, ven te voy a enseñar.
BEATRIZ:: ¿Para qué necesita aprender a dar puñetazos?
EDDIE: ¿Y si alguien le ataca? Nunca se sabe. Es bueno saber defenderse. Ven Rodolfo, te voy
a enseñar dos pegadas.
BEATRIZ:: Ya verás, Rodolfo. Es un boxeador estupendo.
RODOLFO: (Se levanta. Se acerca a Eddie.) Bueno, yo no sé… ¿qué hago?
EDDIE: Levanta las manos… Así, ¿ves? Eso es… ¡Muy bien! La izquierda levantada, porque es
con esa mano con la que hay que… ¿ves? Así…
(Da un golpe suave en la cara de Rodolfo.)
¿Ves? Ahora tienes que bloquearme, de modo que cuando

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yo pegue… (Rodolfo para con la izquierda.) ¡Bien! ¡Eso, muy bien, muchacho! (Rodolfo más
confiado ríe.) Eso es… venga, otra vez. A la mandíbula… venga…

(Rodolfo golpea con más confianza.)

BEATRIZ:: (A Mario.) Muy bien… ¿eh? EDDIE: Vamos, muchacho. ¡Sin miedo! ¡Pega!
(Rodolfo golpea con más fuerza la mandíbula de Eddie.) ¡Bien! ¡Vas aprendiendo! (Entra
Catherine.) Ahora voy yo. Trata de bloquearme, ¿a ver?
CATHERINE: (Un poco alarmada.) Pero ¿qué hacéis? (Boxean suavemente.)
BEATRIZ:: Le está enseñando a boxear. Rodolfo es muy buen alumno.
EDDIE: ¡Ya lo creo! ¡Pega fuerte! (Rodolfo le alcanza.) Me has alcanzado. Cuidado, danés,
¡ahora voy yo!

(Amaga con la izquierda y pega con la derecha un puñetazo a Rodolfo. Mario se levanta.)

CATHERINE: (Corre al lado de Rodolfo.) ¡Eddie!


EDDIE: ¿Qué? ¿Te he hecho pupa, colega? RODOLFO: No, no ha sido nada.
(A Eddie con una sonrisa.)
Me pilló de sorpresa.
BEATRIZ:: (Empuja a Eddie a su sillón.) Bueno, ya está bien de hacer el tonto. No me gustan
estos juegos. ¡Se acabó! EDDIE: Tiene madera, ¿eh? Otro día seguiremos.
(Mario asiente indeciso.)
RODOLFO: (Ahora un poco retador.) ¿Bailamos Catherine? Ven.

(La toma de la mano. Ponen «Muñeca de papel». Bailan. Eddie, pensativo se sienta, Mario coge
una silla y la coloca frente a Eddie. Beatriz y Eddie le observan.)

MARIO: ¿Puedes levantar esta silla a pulso?


EDDIE: ¡Pues claro!

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MARIO: No, no. Desde aquí. Pone una rodilla en tierra, una mano detrás de la espalda y coge,
desde la parte inferior, casi pegando al suelo una de las patas de la silla, pero no la levanta.)
Así. Y ahora, levántala.
EDDIE: Ya verás como la levanto. ¿Por quién me tomas?
(Se arrodilla, agarra la pata. Levanta la silla unos centímetros, pero por más fuerza que hace no
puede llegar al final.) ¡Joder, es difícil!… no sabía qué… (Lo intenta de nuevo sin conseguir
nada.)
MARIO: Déjame a mí.

(Se arrodilla y con gran esfuerzo la va levantando. Se pone incluso de pie. Rodolfo y Catherine
dejan de bailar, Mario levanta amenazante la silla sobre la cabeza de Eddie. Gran tensión. El
cuello congestionado, la silla en alto como un arma… Y de pronto transforma este gesto
amenazante en una risa de triunfo que contagia a los demás. Oscuro.) (Las luces vuelven en el
despacho de Alfieri.)

ALFIERI: El veintitrés de aquel diciembre, al descargarlo, en el muelle, cayó un cajón de


Whisky. Era un día veintitrés de diciembre, no había nevado, pero hacía frío. La mujer de Eddie
había salido de compras, y Mario estaba en los muelles. Rodolfo, aquel día descansaba. Según
me dijo luego Catherine era la primera vez que los dos se quedaban solos en casa.

(Luz en el cuarto de estar. Catherine plancha, Rodolfo la mira.)

CATHERINE: ¿Tienes hambre?


RODOLFO: Sí, pero no de comida. (Va bacía ella.) He ahorrado ya casi trescientos dólares,
Catherine… (Silencio.) ¡Catherine…!
CATHERINE: Te he oído…
RODOLFO: ¿Y por qué no me contestas?
CATHERINE: No sé…
RODOLFO: ¿Qué es lo que te pasa, Catherine? Estás muy seria.
CATHERINE: ¿Sí?
RODOLFO: ¿Y se puede saber por qué?

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CATHERINE: Rodolfo… hace tiempo que quiero preguntarte una cosa… ¿No te enfadarás?
RODOLFO: Todo lo que pueda contestarte está escrito aquí, en mis ojos. Pero como
últimamente no me miras como antes… Estás muy rara. Venga, pregunta.
CATHERINE: Suponte que yo quisiera vivir en Italia.
RODOLFO: (Sonríe ante lo absurdo de la proposición.) ¿Piensas casarte con un rico?
CATHERINE: No. Pienso casarme contigo.
RODOLFO: …¿y vivir en Italia?
CATHERINE: Sí.
RODOLFO: (Asombrado.) ¿Quieres ser italiana?
CATHERINE: No. Vivir allí sin ser italiana. En Italia viven muchos norteamericanos.
RODOLFO: ¿Y para siempre?
CATHERINE: Sí.
RODOLFO: Una de dos: o estás bromeando o te has vuelto loca.
CATHERINE: Hablo en serio.
RODOLFO: ¿Y por qué esa ocurrencia?
CATHERINE: Tienes tú la culpa. Siempre me estás contando cosas de Italia. Lo bonitas que
son las montañas, los monumentos, las catedrales, el mar que, allí, es más azul. Me has puesto
los dientes largos.
RODOLFO: Es una broma, ¿no?
CATHERINE: Hablo muy en serio.
RODOLFO: Si yo te llevara a mi pueblo sin dinero, sin trabajo, sin nada, llamarían corriendo ai
médico y al cura.
CATHERINE: Allí seríamos más felices.
RODOLFO: ¿Y qué comerías? Ni las ruinas ni el paisaje son comestibles.
CATHERINE: Podrías cantar, como aquella vez en Roma, o…
RODOLFO: ¡Roma está llena de cantantes!
CATHERINE: Bueno, yo podría trabajar…
RODOLFO: Pero, ¿dónde?
CATHERINE: (Perdiendo la paciencia.) En algún sitio habrá trabajo ¿no?

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RODOLFO: ¡¡No!! ¡Allí no hay nada de nada! (Se acerca a ella.) No sabes lo que dices, Caty.
No puedo llevarte de un país rico para que te mueras de hambre en un país pobre. Cuando los
hijos de mi hermano lloran, les dan un poco de agua. ¡Sí! Agua hervida con un hueso. No me
crees, claro.
CATHERINE: (Deja de planchar.) (En voz baja.) Le tengo miedo…
RODOLFO: ¿A quién?
CATHERINE: A Eddie.
RODOLFO: Nos iremos lejos de esta casa. Cuando yo sea norteamericano, me será más fácil
encontrar trabajo. Ya verás. Alquilaremos un piso para los dos solos.
CATHERINE: (Armándose de valor.) Dime una cosa… la verdad. ¿Me vas a decir la verdad?
¿Te casarías conmigo aunque tuviéramos que irnos a vivir a Italia? Quiero decir ¿si las
circunstancias nos obligaran?
RODOLFO: ¿Esa pregunta es tuya o de él?
CATHERINE: ¡ Contéstame!
RODOLFO: ¿Irnos a Italia sin nada?
CATHERINE: Sí.
RODOLFO: No. No me iría. No me casaría contigo para vivir en Italia. Quiero que seas mi
esposa, sí. (Pasea enfadado.) Y entérate tú también, quiero obtener la nacionalidad americana.
CATHERINE: Bueno, no te enfades.
RODOLFO: Sí me enfado. ¡Tengo motivos! ¿Crees que estoy angustiado por mi situación? No.
Mi hermano si lo está. ¿Crees que cargaría para siempre con una mujer que no amo sólo para ser
americano? ¿Crees acaso que en Italia no hay casas altas, luz eléctrica, lavadoras, grandes
avenidas, coches? Allí, menos trabajo, hay de todo. Es para trabajar, ¿me entiendes? Para lo que
quiero ser americano. La única cosa maravillosa de este país es el trabajo. Me has insultado,
Caty.
CATHERINE: Perdona.
RODOLFO: ¿Por qué le tienes tanto miedo?
CATHERINE: (A punto de llorar.) No sé…
RODOLFO: Ten confianza en mí.
CATHERINE: Es que… ha sido ¡tan bueno siempre conmigo! No le conoces, no. No es el
mismo. Ha cambiado tanto… Y no quiero que sufra. Siempre soñé que cuando me casara le vería

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feliz en mi boda. Y ahora… está agresivo, amargado. Dile que no te importaría vivir en Italia.
Tal vez así empiece a tener confianza en ti. Deseo que sea feliz, porque le quiero, ¿sabes? y es
una situación insoportable.
RODOLFO: Catherine, eres como una niña pequeña.
CATHERINE: Te quiero…
RODOLFO: Entonces, ¿de qué tienes miedo? ¿De que se líe a golpes contigo? (Ríe.)
CATHERINE: No, no te rías. Le conozco desde que era muy pequeña y…
RODOLFO: Ya lo sé.
CATHERINE: No, no lo sabes. ¡Nadie lo sabe! A pesar de mi aspecto, soy bastante más
madura y sé más de lo que la gente cree.
BEATRIZ: me aconseja que actúe como si fuera una mujer.
RODOLFO: Sí.
CATHERINE: Pero ¿por qué no actúa ella así? Si yo estuviera casada haría todo lo posible por
hacer feliz a mi marido, en lugar de estarme peleando constantemente con él. Yo sé mejor que
ella, antes de que abra la boca, cuando tiene hambre, cuando quiere una cerveza. Y ahora debo
volverle la espalda. Dice que tengo muchas confianzas con él. ¡No entiendo nada!
RODOLFO: Catherine, si yo crío a un pájaro desde pequeñito, y . el pájaro crece y un día quiere
volar, pues me dolería mucho. Como también es lógico que tú te cases y te vayas de esta casa.
Pero no por eso debes de odiarle.
Catherine. —Abrázame.
(RODOLFO la aprieta contra su pecho.)
No sé nada de nada. Enséñame tú, Rodolfo.
RODOLFO: Estamos solos. Ven adentro. Ven.
(La lleva a uno de. los dormitorios.)
Y no llores.
CATHERINE: Ya no lloro.
(RODOLFO la lleva al fondo. Cierran la puerta, eddie llega por la calle. Está borracho, entra en
el piso y saca una botella del bolsillo. Ve la plancha la toca y retira rápido la mano.)
EDDIE: ¡Beatriz:! (Se acerca a la puerta de la cocina.) ¡Beatriz:! (Entra Catherine arreglándose
el vestido.)
CATHERINE: Has vuelto más temprano.

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EDDIE: (Intuye algo.) Me fui antes del trabajo. ¡Hay que celebrar la Navidad! Si dejas la
plancha enchufada puede haber un incendio.
CATHERINE: Ha sido un momento.

(Aparece RODOLFO en la puerta del dormitorio.)

EDDIE: (Llama.)¡Beatriz:!
CATHERINE: Salió temprano, fue de compras. Sí, eso, a comprar zapatos a los niños.
EDDIE: (De pronto.) ¡Fuera de aquí! ¡Vamos! Recoge tus cosas y lárgate! (Catherine va rápida
hacia el dormitorio. El la agarra del brazo.) ¿Tú dónde vas?
CATHERINE: (Está temblando.) Yo también me iré.
EDDIE: No. Tú no te vas. El que se va a ir, y ahora mismo, es él.
CATHERINE: Yo no puedo quedarme aquí más tiempo. Me voy con Rodolfo.
EDDIE: Anda, atrévete a irte. Anda.
(Se acerca más. Le coge la cara entre las manos con furia, se la estruja.)
CATHERINE: (Grita.) ¡Suéltame!
EDDIE: ¡No te irás!
(La besa torpemente en la boca. Ella se debate.)
RODOLFO: (Corre y separa a eddie) ¡No!
EDDIE: Tú métete en lo que te importe.
RODOLFO: Ella es lo que más me importa. Va a ser mi mujer.
EDDIE: ¿Qué ella va a ser tu mujer? ¿Te digo yo lo que tú eres?
RODOLFO: ¡Cállate de una vez!
(Con lágrimas de rabia se lanza contra él. Eddie le agarra por los brazos, forcejea. De pronto lo
acerca a su cara y le besa. Se echa a reír con los ojos llenos de lágrimas. Catherine le mira
horrorizada, Rodolfo, tenso, inmóvil. Son como dos animales que se hubieran estado mordiendo
y se separan para observar las mutuas reacciones, Rodolfo va al lado de Catherine.)
EDDIE: Te doy de plazo hasta mañana. ¿Me oyes? Y te irás solo.
CATHERINE: ¡No! ¡Me iré con él!
EDDIE: (Todavía jadeante, cierra los ojos intentando recobrar el aliento.) No… Solo…
(Rebaje de luz. Viene sobre Alfieri en su despacho.)

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ALFIERI: El veintisiete de diciembre volví a verle. Habitualmente me voy antes de las seis,
pero ese día me quedé mirando la bahía desde mi ventana, y cuando le vi entrar por esa puerta,
supe por qué me quedé a esperarle. Sí da la sensación de que cuento todo esto como un sueño, es
porque fue así. Entre una charla y otra, hubo varios momentos en que descubrí cuanto me
afectaba toda esta historia. (Entra Eddie quitándose la gorra.) Más que escucharle, miré sus ojos.
Ahora no recuerdo sus palabras, pero jamás olvidaré como se oscureció la habitación cuando
Eddie me miró. Mi primer impulso fue llamar a la policía. Pero ¿por qué? no había pasado nada.
En realidad no había pasado absolutamente nada. (Se vuelve a Eddie.) De manera que se niega a
irse.
EDDIE: Mi mujer habla de alquilarles una habitación en el piso de arriba.
ALFIERI: ¿Qué dice Mario?
EDDIE: Poco. No es de muchas palabras.
ALFIERI: ¿Imagino que Rodolfo y Catherine no le contaron lo que pasó?
EDDIE: No lo sé. Como Mario no abre la boca…
ALFIERI: ¿Y su mujer qué dice?
EDDIE: Nada. (Quiere cambiar de conversación.) Nadie dice nada en casa… ¿Y qué le parece
lo que le he contado?
ALFIERI: Que usted no pudo probar nada. Pienso que no tendría bastante fuerza para soltarse…
EDDIE: Le digo y le repito que es anormal. Cualquiera se puede zafar de algo que no le gusta.
Hasta un ratón. Si usted caza un ratón y lo agarra con la mano, el ratón luchará con todas sus
fuerzas para que le suelte.
ALFIERI: ¿Y con qué objeto hizo usted eso?
EDDIE: Para que ella viera por sus propios ojos quién es él y lo que es… Basura. (Pausa.) ¿Y
qué cree usted que debo hacer ahora?
ALFIERI: ¿Ella le dijo que se iba a casar con él?
EDDIE: ¡Sí! Por eso, ¿qué debo hacer?
ALFIERI: (Después de una breve pausa.) Este es mi último consejo Eddie. Moral y legalmente
no tiene usted derecho, ni puede impedir nada. Ella es dueña y responsable de sus actos.
EDDIE: (De nuevo excitado.) Pero, ¿no me ha oído lo que le he contado, señor Alfieri?
Alfieri.-—Oí lo que me contó, y le estoy dando la respuesta, que es, además, una advertencia. La
ley es la naturaleza. La ley es mala cuando es antinatural. Pero en este caso, es natural y un

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torrente caerá sobre usted, ahogándolo, si pretende quebrantarla. Déjela ir y bendígala. (Se
ilumina lentamente un teléfono al otro extremo del escenario. Eddie se pone de pie, las
mandíbulas encajadas.) Alguien tenía que venir a llevársela, Eddie, tarde o temprano. (Eddie se
pone de pie y se dispone a salir, alfieri se levanta con una nueva ansiedad.) Hasta los que más le
quieren, le volverán la espalda, (Eddie sale, se aleja.) ¡Quítese esos pensamientos de la cabeza,
Eddie! (Eddie ha desaparecido. El teléfono, ahora iluminado, Eddie surge a su lado. Oscuro
sobre Alfieri.)
EDDIE: (Al teléfono.) Quiero dar una información… hay dos inmigrantes ilegales en la calle
Saxon, número 441, Brooklyn, planta baja. ¿Eh? ¿Mi nombre…? Un vecino. Vivo cerca.

(Le están interrogando. Cuelga y se aparta del teléfono en el momento en que mike y luis bajan
por la calle de la izquierda.)

LUIS: ¿Vas a ir a la bolera?


EDDIE: No. Es tarde. Tengo que ir a casa.
LUIS: Bueno, hasta luego.
EDDIE: Hasta luego.

(Le dejan solo, echa un vistazo a su alrededor y sube a la casa. Cuando entra las luces de la
habitación se encienden. Beatriz sentada a la mesa, cose unos pantalones de niño.)

EDDIE: ¿Donde están los demás?


(BEATRIZ: no contesta. Sigue cosiendo.) ¡Pregunto qué dónde están los demás!
BEATRIZ:: (Cansada con un temor escondido.) Se han ido a vivir arriba. A casa de Lipari, el
carnicero.
EDDIE: ¡Ah! ¿Se han ido…?
BEATRIZ:: ¡Mmmm!
EDDIE: ¿También… Catherine… ?
BEATRIZ:: Ella fue a llevar unas almohadas. Bajará pronto.
EDDIE: ¿Seguro? ¿No se quedará con ellos?
BEATRIZ:: (Estallando.) ¡No puedo más! ¡Estoy harta de todo! ¡Enferma!

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EDDIE: Oye, oye, ¡tranquila! ¡Sin gritar!
BEATRIZ:: ¡No quiero oír hablar más de nada de esto! Te lo pido… ¡Nunca más!
EDDIE: Pero ¡qué gritos! ¿Quién los trajo aquí?
BEATRIZ:: ¡Ojalá me hubiera muerto antes de decirles que vinieran! ¡Ojalá estuviera bajo
tierra para no ver y oír nada!
EDDIE: ¡No! ¡No te hagas la mártir! Sólo quiero que recuerdes quien les ofreció esta casa.
(Pasea de un lado a otro.) Eso es… ¡Esta es mi casa no la de esos dos…!
BEATRIZ:: ¿Pero no puedes callarte? ¿No me puedes dejar en paz? ¿Qué más quieres que
haga? Ya se han ido. ¿Qué más quieres?
EDDIE: Quiero que se me respete.
BEATRIZ:: Les dije que se fueran. ¿Qué más quieres? ¡Ya tienes tu casa para ti solo!
EDDIE: (Pasea mordiéndose los labios.) ¡Qué no me hables así!
BEATRIZ:: Me callaré. Es lo que deseo.
EDDIE: No me gusta ni cómo hablas, ni cómo me miras. Esta es mi casa y ella es mi sobrina ¡y
yo soy el responsable de todo lo que le ocurra!
BEATRIZ:: ¿Y por eso. le hiciste a él… eso?
EDDIE: ¿Le hice… qué?
BEATRIZ:: Lo que… le hiciste delante de ella.
EDDIE: (Se siente más tranquilo.) Sí, para que se enterase de que no es normal… (Ella calla.)
¿Has oído lo que he dicho?
BEATRIZ:: Te he oído, pero no quiero hablar más. Eso es todo.

(Reanuda la costura. Pausa.)

EDDIE: Has cambiado, sí has cambiado.


BEATRIZ:: No he cambiado.
EDDIE: Antes no me contestabas con esos modales. Estás en contra mía. La mujer tiene que
creer al marido. Y no llevarle la contraria. Si te digo que ese tipo no es normal…
BEATRIZ:: Pero, ¿cómo lo sabes?
EDDIE: Estoy seguro. Yo no soy de los que inventan. Nada más verle me dieron ganas de
vomitar. Y no es verdad eso de que yo no quiero que se case con nadie. ¿Quién ha costeado sus

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clases de taquigrafía? ¡yo! Y lo hice para que el día de mañana pudiera colocarse en una buena
empresa o en un banco. Y así pudiera conocer a otra clase de gente y encontrar… A veces me
hablas como si me hubiera vuelto loco.
BEATRIZ:: Pero a ella le gusta, le quiere… ¿No te entra eso en la cabeza?
EDDIE: (Después de una pausa.) No puede quererle.
BEATRIZ:: Se casan la semana que viene.
EDDIE: (Levanta la cabeza bruscamente.) ¿Es eso cierto? ¿Te lo ha dicho?
BEATRIZ:: Eddie ¡por Dios te lo pido! ¡Habla con ella! ¡Deséale suerte!
EDDIE: ¡La semana que viene! ¿Por qué esa prisa?
BEATRIZ:: Es que Caty teme que le detengan. Así podrá empezar cuanto antes los trámites y el
papeleo para convertirse en ciudadano americano. Le quiere, Eddie.
(El se levanta. Pasea de un lado a otro nervioso.)
¿Por qué no le hablas? ¿Le dices algo cariñoso? Anda, por ejemplo, que vas a ir a la boda.
EDDIE: ¿Te lo pidió ella?
BEATRIZ:: Yo sé que le gustaría mucho. Y deberíamos dar una fiesta de despedida. ¿Eh?
Bastante le queda por sufrir en la vida. Por lo menos que empiece feliz. ¿Qué te parece? A pesar
de todo lo que está ocurriendo, te quiere mucho, Eddie. Yo lo sé.
(El aprieta los dedos contra sus ojos.)
¿Estás llorando? (Va bacía él, le toma la cara entre las manos.) No, no… No seas tonto…
Anda… ¿Por qué no le dices que estás arrepentido y le pides perdón? (Catherine baja del piso de
arriba.) Ahí viene… Anda, ¿me vas a hacer caso? Dile algo.
EDDIE: No. Ahora no podría…
BEATRIZ:: Eddie, una boda no debe ser triste, sino todo lo contrario.
EDDIE: Voy a dar una vuelta.
(Se pone la chaqueta. Entra Catherine.)
BEATRIZ:: Caty… Eddie, no te vayas… Espera… (El va a salir.) Pídeselo, Caty. Vamos… (Va
a irse. Beatriz le retiene.) Caty quiere pedirte… Daremos una fiesta. Tenemos que querernos
mucho, no odiarnos. ¡Caty!
CATHERINE: Voy a casarme, Eddie. (Pausa.) Me gustaría que vinieras a mi boda. Será el
viernes.

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EDDIE: ¿El viernes? Bueno… (No sabe que decir.) Sólo deseo lo mejor para ti… Lo sabes,
¿no?
CATHERINE: (Va a salir.) Sí.
EDDIE: Catherine, le estaba diciendo a Bea que si quieres salir más o menudo… Comprendo
ahora que te he tenido demasiado encerrada en casa… Es el primer chico que conoces… Si
encontrases una colocación y conocieras a más gente… a otros chicos, puede que cambiases de
opinión. Si no… Siempre tendrías tiempo para volver a él… Todavía sois unos crios. Sería mejor
que conocieras un poco más el mundo. Y tal vez, dentro de un par de meses verías las cosas de
otra forma… No tiene por qué ser él…
CATHERINE: Quiero que sea él.
EDDIE: (Cada vez más inquieto.) Caty, espera a…
CATHERINE: No. Estoy decidida.
EDDIE: ¡Pero si no has conocido a otros muchachos!… ¿Por qué has decidido…?
CATHERINE: Porque sí. Porque sólo le querré a él. Lo sé.
EDDIE: ¿Y si le detienen?
CATHERINE: Por eso vamos a casarnos cuanto antes, para que cuanto antes sea
norteamericano. Estoy decidida, Eddie, perdóname. (A Beatriz:.) ¿Puedo llevarme dos
almohadas más para los otros?
BEATRIZ:: Claro, lo que quieras.
(Catherine entra en el dormitorio.)
EDDIE: ¿Hay otros inquilinos arriba?
BEATRIZ:: Sí. Dos más. Acaban de llegar de Italia.
EDDIE: ¿Qué acaban de…?
BEATRIZ:: Sobrinos de Lipari, el carnicero, vienen de Siracusa. Llegaron ayer. Yo no sabía
nada, hasta que Mario y Rodolfo subieron.
(Entra Catherine con las almohadas y va hacia la salida.)
EDDIE: ¡Catherine! Pero ¿es que no tienes cabeza? ¿Les has llevado a vivir con otros dos
ilegales? Tú no sabes si les están buscando. Vendrán a por ellos y se encontrarán con Mario y
Rodolfo. ¡No deben quedarse ni un minuto más en esa casa! ¡Llévatelos cuanto antes!
CATHERINE: No te pongas así. Exageras…

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EDDIE: No sabemos los enemigos que pueda tener Lipari, ¿y si alguien le quiere dar una
puñalada por la espalda?
CATHERINE: (Desconcertada.) Bueno… ¿Y qué hacemos?
EDDIE: El barrio está lleno de habitaciones que se alquilan. ¿O es que no puedes soportar que
vivan dos esquinas más arriba? ¡Llévatelos cuanto antes!
CATHERINE: Bueno, mañana…
EDDIE: ¡Mañana no, ahora! ¡Hazme caso, si no, puede que te arrepientas!
(Aparecen por la calle dos hombres con abrigo.)
CATHERINE: ¿Cómo voy a encontrarles un sitio esta noche? Es muy tarde…
EDDIE: No discutas y sácalos de aquí. ¿Crees que no puedo pensar en tu bien? ¿Crees que no
tengo sentimientos? ¡Nunca hice nada en la vida que no fuera por tu bien! ¡Nada! ¡Y mira cómo
rae lo pagas! ¡Como si fuera tu enemigo!…
(Llaman a la puerta, Eddie vuelve rápido la cabeza. Quedan inmóviles. Llaman de nuevo.)
EDDIE: (En un susurro.) Sal por la escalera de incendios. Bájalos y por el patio trasero salid a la
calle. (Catherine corre a la puerta del dormitorio)
PRIMER OFICIAL: ¡Inmigración! ¡Abran!
Eddie,—¡Corre, corre! ¡Pronto!
(Catherine se detiene, se vuelve y le mira horrorizada por lo que ha adivinado.)
¿Qué miras?
PRIMER OFICIAL: ¡Abran!
EDDIE: ¿Quién es?
PRIMER OFICIAL: ¡Inmigración, abran!
(Eddie mira a Beatriz:, después mira a Catherine, quien con un sollozo abogado entra rápida en
el dormitorio.)
EDDIE: (Otra llamada.) ¡Un momento, un momento! (Abre la puerta. Entran los oficiales.)
¿Qué ocurre?
PRIMER OFICIAL: ¿Dónde están?

(El segundo oficial cruza por delante de ellos y entra en la cocina.)

EDDIE: ¿Dónde está quien?

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PRIMER OFICIAL: Vamos, sin disimulos. ¿Dónde están?

(Entra en el dormitorio.)

EDDIE: Pero ¿quién? Aquí no hay nadie. (Mira a Beatriz: que dolida y furiosa vuelve la cabeza
a otro lado. Va hacia ella.) ¿Qué te pasa?

(Entra el primer oficial, grita en dirección de la cocina.)

PRIMER OFICIAL: ¡Dominík! (Entra el segundo oficial.)


SEGUNDO OFICIAL: No, nadie. Nos habremos equivocado de piso.
PRIMER OFICIAL: Vamos arriba. Yo iré por la escalera principal. Te abriré la puerta. Ve con
cuidado. Nunca se sabe.
SEGUNDO OFICIAL: Está bien, Charly.

(El primer Oficial antes de salir, se vuelve.)

PRIMER OFICIAL: ¿Este es el número 441, no?


EDDIE: Sí.

(El primer oficial, sube la escalera y el segundo sale por la cocina. Beatriz se vuelve hacia
Eddie con gesto de terror, aunque intenta dominarse.)

BEATRIZ:: (Comprende. En voz baja.) ¡Jesús, Eddie! (Se levanta. No sabe donde ir.) ¡Eddie!
EDDIE: Pero, ¿qué te pasa?
BEATRIZ:: (Se tapa la cara con las manos.) ¡Dios mío, Dios mío!
EDDIE: ¡Mírame!
BEATRIZ:: ¡Dios mío! Pero ¿qué has hecho? ¡Es imposible! ¡Jesús!

(Ruido de pasos. Vemos bajar al primer oficial con Mario. Detrás de él, Rodolfo y Catherine y
los otros dos huéspedes, seguidos por el segundo oficial, Beatriz corre a la puerta.)

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CATHERINE: ¡Déjeles! ¿Por qué se los lleva? ¿Qué quiere de ellos? Trabajan en el muelle.
BEATRIZ:: (Al Primer Oficial.) Óigame. ¿Qué han hecho? ¿Han hecho daño a alguien?
CATHERINE: (Señaló a Rodolfo.) No son ilegales. Nació en Filadelfia.
PRIMER OFICIAL: Déjame pasar, señora…
CATHERINE: Suéltenles. No pueden meterse así en una casa y…
PRIMER OFICIAL: (A Rodolfo.) ¿En qué calle de Filadelfia nació usted?
CATHERINE: ¡Qué pregunta! Y usted ¿se acuerda de la calle en que nació?
PRIMER OFICIAL: Claro, señora. Cuatro calles más abajo. Unión 112. Vamos.
CATHERINE: (Protegiendo a Rodolfo.) ¡No, no! ¡No se lo lleven! ¡Váyanse ustedes! ¡Fuera,
fuera de aquí! ¡Fuera!
PRIMER OFICIAL: (La empuja dentro del piso.) Si no hay nada contra ellos, mañana
quedarán libres. Si son ilegales volverán a su país. Búscate un abogado, aunque, si me haces
caso, no lo hagas, porque perderás tiempo y dinero. Vamos al coche. Andiamo, An diamo.
(Inician la salida, Mario queda rezagado.)
BEATRIZ:: (Desde la puerta.) ¿Pero qué han hecho de malo? ¡No se los lleven! Allí se morían
de hambre. ¡Mario!

(De pronto Mario se separa del grupo, corre hacia la habitación y se enfrenta con Eddie)

BEATRIZ: y el primer oficial corren tras él. Llegan en el momento en que Mario escupe a la
cara de Eddie. Catherine abraza a Rodolfo, Eddie, con un grito se abalanza a Mario.)
EDDIE: ¡Hijo de…! (Se interpone rápido el primer oficial y los separa.)
PRIMER OFICIAL: ¡Basta!
EDDIE: (Furioso a Mario.) ¡Me las pagarás! ¡Te mataré hijo de puta!
PRIMER OFICIAL: Usted, quédese ahí dentro y no salga. ¿Me oye? Sino, vendrá también con
nosotros.

(Coge de un brazo a Mario, se lo lleva.)

EDDIE: (Gritando.) ¡Me las pagarás Mario! ¡Me oyes! ¡Te acordarás de mí!
PRIMER OFICIAL: Está bien, señora, déjelos. Al coche.

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(Catherine solloza, va abrazada a Rodolfo.)
CATHERINE: Nació en Filadelfia. ¡No se lo lleve por lo que más quiera!
PRIMER OFICIAL: Déjele señora, vamos… vamos…

(El segundo oficial se ba alejado con los dos huéspedes. Mario, aprovechando que el primer
oficial está con Catherine, se suelta y señala a Eddie que ha salido a la escalera.)

MARIO: ¡Ese es el culpable de todo! ¡Ese!


PRIMER OFICIAL: (Agarra a mario con fuerza y le empuja.)
¡Vamos, basta ya!
MARIO: (Mientras se lo llevan.) ¡Ese criminal! ¡Mató a mi mujer! ¡Me robó la comida de mis
hijos!
(mario sale acompañado de los demás.)
EDDIE: ¡Está loco! ¡Además de ser un hijo de puta, está loco! ¡Le di comida! ¡una cama! ¡Seis
meses los tuve en mi casa como si fueran mis hermanos! ¡Lipari! ¡Escúchame! ¡Yo Ies escondí!
¡Y ese es el pago que me dan! (eddie a luis y a mike.) ¡Luis! ¡Luis! ¡Mike! ¡No os vayáis! (Se ha
quedado solo con Beatriz que ha salido a la escalera. Vuelve Catherine.) Tendrá que retirar lo
que ha dicho, si no, le mataré. ¿Me oís? (Sale corriendo por la calle.) ¿Me oís? ¡Le mataré! ¡Le
mataré!
(Oscuro, cuando vuelve la luz, en tres bancos, Mario, Alfieri, Rodolfo y Catherine.)
ALFIERI: Bueno, Mario. ¿Cuál es su decisión?
RODOLFO: Mario nunca hizo daño a nadie.
ALFIERI: Puedo conseguir su libertad bajo fianza, hasta el día que se vea su caso en la
Audiencia, pero no saldrá de aquí sino me promete… Usted es un hombre de fiar, creeré en su
promesa. (Silencio.) ¿Qué dice?
MARIO: En mi tierra ya estaría muerto.
ALFIERI: Bien. Rodolfo, Catherine, vamos…
RODOLFO: ¡No! Mario, por favor, prométele que no le harás nada. Anda, quiero que vengas a
mi boda, si tú te quedas aquí, no podré casarme. (Silencio.) ¡Mario!
CATHERINE: (Se arrodilla al otro lado de Mario.) ¿No lo comprendes? Si no le prometes al
abogado Alfieri que no le vas a hacer nada, no te dejarán en libertad. Olvídalo, ya tiene bastante

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castigo. Nadie le dirigirá la palabra, aunque viva cien años. Todo el mundo sabe que le escupiste
en la cara. Y eso es bastante. ¿No crees Mario? Dame esa alegría… quiero que vengas a la boda.
Piensa en tu mujer y en tus hijos. Si sales, podrías trabajar hasta que se celebre el juicio. No te
quedes aquí encerrado.
MARIO: (A Alfieri.) ¿No hay ninguna posibilidad para que se arregle mi caso?
ALFIERI: No, Mario. Tendrá que volver a Italia.
MARIO: (Por RODOLFO,) Pero. ¿Y él? ¿Hay alguna esperanza para él?
ALFIERI: Cuando se case, podrá iniciar los trámites para conseguir la ciudadanía
norteamericana.
MARIO: (Mira a Rodolfo.) Algo bueno conseguimos.
(Agarra a Rodolfo cariñosamente por un brazo.) Enhorabuena, zángano.
RODOLFO: Mario, promételo al abogado…
MARIO: ¿Qué quieres que le prometa? Esa promesa es una deshonra…
ALFIERI: Prometer no matar, no es deshonroso.
MARIO: ¿Entonces? ¿Qué se hace con un hombre que es peor que una hiena?
ALFIERI: Nada. Si cumple con la Ley, dejarle vivir. Eso es todo.
MARIO: ¿La Ley? Todas las leyes no están en un libro.
ALFIERI: Sí. Todas las leyes están en un libro.
MARIO: (Con ira creciente.) ¡Insultó a mi hermano! ¡A los míos!¡Robó a mis hijos! ¡Nos ha
denunciado!
ALFIERI: Lo sé, Mario…
MARIO: ¿Y no hay leyes que castiguen todo eso?
ALFIERI: No las hay.
MARIO: (Se sienta.) No entiendo a este país.
ALFIERI: ¿Cuál es su decisión? ¿Venir con nosotros o quedarse aquí?
MARIO: (Después de un silencio baja los ojos avergonzado.) Está bien.
ALFIERI: Me promete no tocarle ¿verdad?
MARIO: Sí… (Vuelve la cabeza.)
ALFIERI: (Toma una mano de mario, la levanta.) Esta mano, no es la mano de Dios. ¿Me oye?
MARIO: Sí.
ALFIERI: (Respira tranquilizado.) Catherine, Rodolfo… Mario, vamos.

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CATHERINE: (En un impulso besa a Rodolfo y a Mario. Después besa la mano de Alfieri.) Iré
a buscar a Beatriz. Nos reuniremos todos en la iglesia.

(Van a salir, Mario mira fijamente a Alfieri.)

ALFIERI: Sólo Dios, Mario. Recuérdalo siempre, sólo Dios.


(Oscuro. Viene la luz en él cuarto de estar, Eddie, sentado en la mecedora. Pausa. Viene
BEATRIZ: del dormitorio. Se ha puesto sus mejores galas.)
BEATRIZ:: (Con temor.) Volveré dentro de una hora, más o menos. ¿Te parece bien?
EDDIE: (Estaba ausente.) ¿Qué? ¡Ah! Sí… sí…
BEATRIZ:: Eddie. ¡Por el amor de Dios, se casan hoy!
EDDIE: Ya lo sabes, si cruzas esa puerta y vas a la boda, no vuelvas a esta casa.
BEATRIZ:: ¿Por qué?
EDDIE: El que avisa no es traidor.

(Entra Catherine.)

CATHERINE: Son más de las tres. Se hace tarde. El. cura no querrá esperar.
BEATRIZ:: Eddie, vamos con ella. Y si no, déjame ir a mí. No habrá nadie de su familia. Por la
memoria de mi hermana, déjame ir. Aunque sea sólo por eso.
EDDIE: Te lo he dicho y te lo repito. Si no me pide perdón, nadie de esta casa irá hoy a la
iglesia. Si ellos te interesan más que yo, ve. Pero no vuelvas. Nada más.
CATHERINE: (De pronto.) ¿No te basta con el daño que has hecho?
BEATRIZ:: … ¡calla, calla!
CATHERINE: No tienes derecho a decirla nada, ni a ella ni a mí ¡ni a nadie! ¡A nadie! ¡Por el
resto de tu vida, a nadie!
BEATRIZ:: ¡Cállate!
CATHERINE: Beatriz, ven conmigo.
BEATRIZ:: ¡No puedo, Caty, no puedo!
CATHERINE: ¿Pero vas a hacerle caso a esa rata inmunda?

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BEATRIZ:: (Aterrorizada por la expresión de Eddie. Coge a Catherine de un brazo y quiere
llevársela afuera.) Vete… vete tú yo no puedo ir…
CATHERINE: ¿Por qué le tienes miedo? ¡Si es una rata! Es como una rata de esas que viven en
las alcantarillas de los muelles. Muerde a la gente cuando está dormida y no se puede defender.
¡Rata asquerosa!
(Eddie, corre hacia ella con el puño levantado y Beatriz: forcejea con él. Aparece Rodolfo por la
calle.)
BEATRIZ:: (Gritando.) ¡Vete Caty! ¡Por lo que más quieras, Eddie! ¡No, Eddie! Eddie: (Intenta
librarse de Beatriz:.)
(Entra Rodolfo.) ¿Tú?
EDDIE: Fuera de aquí.
RODOLFO: ¡Viene Mario! (Pausa, Beatriz: en tono suplicante levanta los brazos.) Se ha
quedado rezando en la iglesia… ¿Comprende?
BEATRIZ:: (Aterrorizada.) Eddie, Eddie. ¡Vete!
EDDIE: (Separándola.) ¿Irme de mi casa? ¿Estás loca?
BEATRIZ:: Tiene hijos. ¡Vete, vete!
EDDIE: ¿Irme? ¿Qué he hecho para tener que irme de mi casa? ¿Por qué no quise que la
muchacha se convirtiera en una puta? ¿Por qué cumplí una promesa?
(Avanza hacia Catherine.)
CATHERINE: (Temblando.) Eddie… (Se la quita de encima.)
CATHERINE: Por favor. ¡Vete! ¡Viene a buscarte!
EDDIE: ¿Y qué te importa a ti si viene a buscarme?
CATHERINE: (Se cuelga de su cuello.) Nunca en mi vida quise hacerte daño.
EDDIE: (Hay lágrimas en sus ojos.) ¿Quién lo quiso entonces?
CATHERINE: No sé, no sé.
EDDIE: (La suelta. Señala a Rodolfo.) ¡Fueron ellos! ¡Este y su hermano vinieron a robarme!,
¡son tinos ladrones (A Rodolfo que está en la puerta.) ¡Anda y dile que venga, que le espero para
que me pida perdón por todo lo que me dijo delante de la gente! Vamos.
RODOLFO: (Intenta agarrar a Catherine de un brazo.) Vamos Catherine.
EDDIE: (De un empujón, lo tira contra la puerta.) ¡No te acerques a ella!
RODOLFO: ¡Catherine!

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EDDIE: (A Catherine que se iba a acercar a Rodolfo.) ¡Dile que se vaya! (Catherine se
defiende.) Caty, si no sale de aquí no respondo.
BEATRIZ:: ¡Eddie, es su marido! Déjala ir con él.
(Catherine se lanza hacia la puerta. El la agarra brutalmente. Forcejean, eddie, la besa en la
boca.)
EDDIE: (Enloquecido.) ¡No, no es tu marido! Dime que no es tu marido.
(Beatriz: y Rodolfo intentan separarlos.)
BEATRIZ:: ¡Eddie…!
EDDIE: No es tu marido. Soy yo ¿verdad? ¡Tú sabes que soy yo!
CATHERINE: Eddie, suéltame… Eddie. ¡Ay!
(Rodolfo logra rescatarla y la lleva hacia la puerta. Aparece Mario por la calle.)
EDDIE: (A Rodolfo.) ¡Basura, basura! Eso es lo que eres. Un cubo de basuras lleno de
inmundicias.
CATHERINE: (Empuja a Rodolfo a la calle.) Vamos, no le hagas caso.
EDDIE: (Se lanza tras ellos.) ¡Un cubo lleno de inmundicias! ¿Por qué no contestas?

(Sale a la calle, Beatriz: detrás de él.)

BEATRIZ:: ¡Eddie, vuelve!

(Entran mire y Luis por la calle, Rodolfo se encuentra con Mario y le ruega angustiado. «No,
Mario, Mario, vete», pero Mario no le hace caso.)

EDDIE: ¿Por que no me contestas? ¡No te atreves! Eso hacen los cobardes. (Ve a Mario. Han
salido unos vecinos.) Beatriz:: Entra en la casa Eddie.
EDDIE: (Mirando fijamente a Mario.) Déjame Beatriz:, A lo mejor viene a pedirme disculpas.
¿Vienes a eso Mario?

(Mario no le contesta. A los vecinos.)

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Crié una niña que no era mía, mis hijos pasaron privaciones para que a ella no le faltase de nada
y me la quitaron, me la robaron de mi propia casa y además me insultaron, me escupieron en la
cara. ¡Retira lo que me hiciste!
BEATRIZ:: ¡Eddie, Eddie!
EDDIE: ¡Delante de todos!
BEATRIZ:: (Trata de alejar a Mario a empujones.) ¡Vete, no le hagas caso! ¡No sabe lo que
dice!
MARIO: (Agarra a Eddie por el cuello.) ¡Animal, asqueroso, ponte de rodillas!
(Mario golpea en el costado y en la cabeza a Eddie, quien cae al suelo y saca un cuchillo.
Forcejean. Caen rodando por el suelo. Gran revuelo. Les intentan separar, gritos. El cuchillo se
pierde entre la maraña de cuerpos. De pronto un alarido, es Beatriz, Mario se yergue sobre Eddie,
con el cuchillo ensangrentado en la mano, Eddie en el suelo se retuerce, agoniza. Levanta los
ojos hacia Catherine, Eddie, asombrado hace un gesto de no comprender.)
EDDIE: Catherine…, ¿por qué?

(Muere. Catherine se cubre la cara con las manos. Beatriz, con sollozos entrecortados, le cierra
los ojos. La luz se vuelve azulada sobre el grupo de vecinos que, inmóviles, contemplan el
cuerpo de Eddie. Se va haciendo el oscuro. Un proyector sobre Alfieri que surge por la
derecha.)

ALFIERI: A pesar de que sabía lo equivocado que estaba y lo inútil que fue su muerte, cada vez
que recuerdo lo que pasó, tiemblo y pienso que algo perversamente puro me llama desde su
recuerdo. Eddie Carbone era como un libro abierto. Nos dejaba ver siempre el interior de sus
entrañas. Quizás por eso le quise más que a cualquier otro de mis clientes, más inteligentes y
sensibles. Siento y recuerdo su muerte con dolor c impotencia. Aquel último porqué fue uno de
esos tantos porqués que jamás podrán ser contestados. Eddie Carbone, ¿por qué?, ¿por qué?…

FIN

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