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En América Latina durante el siglo pasado surge el fenómeno conocido como la nueva
novela histórica, a la par que en Chile ocurría el régimen militar que se extendió durante
casi dos décadas desde 1973 hasta 1989, este suceso provoca un quiebre en lo político,
social y sobre todo cultural, pues todo el desarrollo que hasta entonces se había logrado
acabó siendo detenido por la censura y las políticas de terror. (Flores y Bisama, 2017).
El gobierno militar buscaba fortalecer la identidad nacional que complaciera sus ideales
políticos y morales únicamente. La nueva novela histórica se presenta como una respuesta
de todo aquello que el régimen pretendía erradicar, pues su principal propósito era el de
legitimación de la democracia y dar voz a quienes el gobierno buscaba silenciar. Es por
esto que la literatura chilena se divide en dos partes: la escrita dentro del país y la del
exilio.
El dolor causado por la tortura posee tal intensidad que tiene la capacidad de destruir el
lenguaje, reduciéndolo a una serie de sonidos anteriores a la etapa del aprendizaje del
lenguaje (...). En el trance del dolor, el mundo del torturado se desintegra y, con él,
también el contenido del lenguaje: el mundo, el yo y la voz desaparecen en el intenso
dolor de la tortura. (35)
La mayoría de las veces autobiográficos los relatos testimoniales tenían por función
denunciar y arrojar luz sobre los abominables sucesos que se llevaron a cabo durante la
dictadura y que la historia oficial mantenía mantener oculto del público en general. Con una
narrativa fuerte, cruda y apelando muchas veces a la emotividad del lector estos textos
sirvieron como catarsis y como herramienta para la democracia.
Norberto Flores y Adolfo Bisama, en su libro “El relato testimonial chileno” afirman lo
siguiente: (...) el relato de un narrador-protagonista, específicamente de un prisionero político
víctima de tortura, constituye un doble valor en un proceso de resistencia al poder: a su
denuncia de las atrocidades a las que se puede llegar en el marco de un sistema autoritario se
une a su condición de ser humano, que despojado de su subjetividad, intenta reconstituirse
por la vía del relato. (Flores y Bisama, 2017).
Pero es absurdo pensar que cada relato sería igual, si bien comparten un objetivo en común lo
cierto es que la pluralidad de autores entregó también pluralidad de estilos y características
únicas. En el presente trabajo el objetivo será poner en contraste el relato masculino y el
femenino. También nos detendremos en las características que lo vuelven un texto literario al
mismo tiempo que contribuye a la historia, explorando su estilo narrativo.
Según Flores y Bisama, el tema central del relato testimonial de prisioneros políticos a
partir de 1973 es la situación de los Derechos Humanos en Chile, la veracidad de los
hechos narrados en los relatos testimoniales de prisioneros políticos o de personas que
sufrieron los efectos del régimen militar se evidencian en la realidad.
Debido a lo anterior, al erigirse como un relato cuya autenticidad puede ser sometida a
pruebas de veridicción, el testimonio se acerca más a la historiografía que al discurso
ficcional. Sin embargo, se aleja de la narración histórica -entendida como metanarrativa
caracterizada por la intención de "objetividad" que otorga la neutralidad-, en cuanto
constituye una referencia de marcada notación política que denota la posición asumida por
el autor. (Flores y Bisama, 2017).
Como se puede ver los relatos testimoniales han dado de qué hablar desde su concepción, por
los horribles hechos que relatan y su importancia a la memoria del país. Pero esto también ha
traído un tema de controversia y debate alrededor de la siguiente interrogante ¿Son estos
textos literarios o son más bien historiográficos?
A simple vista y conociendo a grandes rasgos los relatos testimoniales, no es difícil ver el
porqué de su categorización como texto histórico. Su principal objetivo no es narrar una
historia ficticia, sino entregar un hecho verídico, narrado la mayoría de las veces por sus
mismos protagonistas o escritos por alguien que haya dedicado largas horas a investigar y
documentar sus vivencias. Se intenta no dejar cosas al azar, mientras más precisión mejor, se
busca dar fechas, horas, nombres, lugares y descripciones lo más detalladas posibles a pesar
de que esto no sea una tarea sencilla. En palabras de Hernán Valdés, autor de Tejas Verdes:
En este proceso de reconstitución he hecho todo lo posible por conservar la más
fidedigna cronología de la cotidianidad, lo que resulta harto difícil si se tiene en cuenta la
total ausencia de referencias y plazos temporales que caracteriza a estos lugares, [los
campos de concentración] (p.20).
Para las victimas es importante que esos hechos se conozcan y sean hablados a la luz pública,
que sean reconocidos como verdad. Se podría decir que poseen una funcionalidad
cognoscitiva, es decir, su función es la de entregar un relato fiel para que nunca vuelvan a
ocurrir en Chile violaciones a los derechos humanos como las que fueron realizadas durante
la dictadura. (Bisama, 1994).
Con respecto a esto Flores y Bisama afirman que el factor común de todo relato testimonial
es la apelación al lector respecto de una realidad desconocida para este. Por esto adquiere
características del relato oral, en donde quizás se dejan de lado los artificios literarios en pos
del impacto del relato crudo y doloroso. (Flores y Bisama, 2017).
Pero es de hecho allí cuando nos encontramos con los primeros indicios de ficcionalidad en el
Relato Testimonial, pues a diferencia de un libro de historia o un reporte policiaco, los relatos
cuentan con una emocionalidad detrás y un objetivo muy claro; provocar emoción en el
lector, esta puede ser rabia, tristeza, impotencia, lástima, empatía. etc. Y tal como ocurre con
los relatos de tradición oral, es imposible que el relato de una experiencia vivida, en especial
una tan traumática, no se vea influenciada por sus memorias y emocionalidades, es por esto
que es imposible que sean totalmente objetivos y ajenos a la ficcionalidad.
Es más, según las palabras de Norberto Flores, (...) el testimonio se construye como una
forma de resistencia del narrador/torturado a la destrucción de su subjetividad. (Flores y
Bisama, 2017).
En este momento es necesario pasar al punto de comparación entre las diferencias de las
voces femeninas y masculinas de la época, como dos vivencias similares difieren en su
narrativa según el género de quién lo escriba.
Primero analizaremos el caso de Marcia Alejandra Merino Vega, agente de la DINA y CNI.
Ex-dirigente del MIR que se transforma en agente de la represión, está involucrada en la
denuncia, detención, tortura y desaparición de decenas sus ex amigos y compañeros del MIR.
De esta manera comienza el relato testimonial de Marcia Alejandra Merino, más conocida
como Flaca Alejandra durante la Dictadura militar de Augusto Pinochet, autora del libro "Mi
verdad: más allá del horror, yo acuso". En el libro, Marcia narra sus recuerdos en un
testimonio que no dejó de ser polémico durante los años 90.
Este texto relata el tránsito de su vida como militante revolucionaria a una informante de la
DINA. Este está dividido en 5 capítulos ordenados temporalmente desde su detención en
1974 hasta los momentos previos a la publicación del texto en 1993. Su relato es de tono frío
y angustiante, delata nombres como quien hace una cuenta ordinaria:
Desde el 1º de agosto de 1974 hasta fines de mayo de 1975, fecha en que salí de los
centros clandestinos de detención, tortura, muerte y desaparecimiento, di también los
nombres de Muriel Dockendorf y Francisco Aedo, hasta ahora desaparecidos. Además
entregué el domicilio de Adriana Urrutia, Sara Astica, Liliana Maldonado, Zaida Cataldo
y Gloria Laso, todas ellas sobrevivieron a la detención y tortura.
Apenas llegué a ese lugar, que después supe era Londres 38, me invadió un terror
indescriptible, pues el ambiente era el infierno. Escuchaba gritos de personas
torturadas, voces de mando, insultos, golpes... A la mañana siguiente, lo sé porque
escuché órdenes de levantarse a muchas personas, me tomaron de la mano y me
llevaron a un segundo piso (...). (p. 31. Las cursivas son nuestras)
En 1974 caí prisionera porque otro militante del MIR "me entregó". No pude soportar
la tortura mía y la de otros, el dolor físico, el miedo, el pánico... el horror inconcebible
que viví a partir de ese momento. Entre la desnudez, los estertores producidos por la
electricidad, la vejación, los golpes, grité sin poder controlarme, el primer nombre:
María Angélica Andreoli.
Sentí que todo había terminado para mí. Había traicionado lo que más amaba en ese
entonces. Fue como entrar en una espiral sin retorno. (p. 6)
En lo que respecta a mí debo señalar que, aparte de las torturas físicas y psicológicas a
que fui sometida permanentemente, me angustiaba y aterraba el saber que mi madre
mantenía contactos con el MIR, a través de "Carola", información que nunca
proporcioné a la DINA por terror de que mi madre cayera detenida. Otro dolor y
sufrimiento fue el aislamiento que sufrí, ya que la DINA, en todo momento, hizo
público ante el resto de los detenidos el que yo estaba "colaborando" con ellos,
magnificando mi colaboración e incluso mintiendo sobre las personas que yo había
entregado. Ahora me doy cuenta de que esto tenía una doble finalidad: por un lado
aumentar mis sentimientos de culpa -y de esa forma ahondar mi quiebre- y, por otra
parte, utilizar la imagen que yo tenía en el MIR, con el objeto de desmoralizar y crear
temor en las otras personas detenidas, ante eventuales careos u otros contactos
conmigo. (p.43. Las cursivas son nuestras.)
Hubo hechos que me iban destruyendo cada vez más y que me hacían sentir como "la
traidora". Esto era acrecentado por la DINA, que me mostraba constantemente
panfletos del MIR en los que se mentía respecto de mis "privilegios" y se me
condenaba a muerte. Así, mi "traición" adquiría una dimensión diferente, trascendiendo
mis propios sentimientos. La ruptura con el partido, iniciada con el hecho de "hablar",
se hizo irreversible. Sentía asco de mí misma. (p.53)
En estos fragmentos vemos la culpa revestida de impotencia y traición que envuelven a
Marcia en un callejón sin salida, como se relata en la mayoría del libro, puesto que en la
DINA no contentos con torturarla físicamente y mantenerla constantemente amenazada,
también destruyeron su vida para siempre.
Por otro lado tenemos el relato Tejas verdes, el cual, es el testimonio de la prisión y tortura
de Hernán Valdés, detenido en febrero de 1974. Valdés es torturado. Atado y con los ojos
vendados, es advertido de lo que le espera:
(...) Me palpan el cuerpo, pese a que no llevo sino un blue jean muy estrecho y una
blusa. No alcanzo a distinguir cuántos son. Subo precedido y escoltado por gente
armada; me llevan a mi propio piso. Todo es muy veloz, parece que no hubiera un
segundo que perder. Desde ya, esta angosta escalera que sube directamente (...) al
cuarto piso me hace sentir culpable de alguna anormalidad. (p.22. Las cursivas son
nuestras.)
Si bien se describe la culpa, es todo exteriorizado. Nos hace conocer detalladamente el
contexto de lo que vivió en ese entonces, y conectar casi perfectamente con el momento.
Hay odio en los ojos azules del tipo que ha hecho el descubrimiento: unos cuarenta y
cinco años, rubicundo, calvicie en desarrollo, pelo rubio castaño, constitución fuerte,
estatura mediana. La inutilidad de las explicaciones que le doy me desalienta, comienzo
a sentirme incesantemente atrapado. Les parezco despreciable, me insultan.
- Soy escritor, señor - le digo al de ojos azules, si este fuera un último y mágico recurso
para recuperar mi respetabilidad… (p. 25. Las cursivas son nuestras.)
Me ponen algo sobre los bordes de los párpados, supongo que tela adhesiva. (...) Me
han puesto frente a un escritorio (...). Ninguna pregunta que se refiera a las razones de
mi detención. Pienso que esto vendrá pronto y guardo silencio. (...) Debo descender una
escalinata. El ruido anuncia una puerta de fierro con cerrojos. Un calabozo, sin duda.
Fuerte olor a orines, a metales (...) ruidos ensordecedores, un chorro de agua
intermitente, quizás en el urinario. Me sientan en una silla y me atan fuertemente cada
mano contra la parte superior de las patas y los tobillos contra la parte inferior. Me
sacan los lentes y me conminan a no abrir los ojos mientras me arrancan de tirones
violentos las telas adhesivas, posiblemente con buena parte de mis pestañas. En su lugar
cubren la parte superior de mi cabeza con un antifaz que aseguran fuertemente
mediante una pita delgada que me rebana las orejas y la nuca. (...) Quiero saber qué
pasa, por qué estoy aquí. Un palo o algo semejante me remece el cráneo. Los insultos
suenan escandalizados, intolerantes. (p. 26-27. Las cursivas son nuestras)
Quedo temblando ¿va a venir un nuevo golpe? ¿De qué se trata? ¿No hay alguien que
quiera preguntarme concretamente qué quieren de mí? (...) Los pasos se alejan de mi
lado, mis palpitaciones disminuyen. Recién comienzo a percibir que no soy aquí el
único. Hay toses, suspiros, “dioses mío”, “madres mía” en sordina. Pero nadie habla,
nadie intenta comunicarse conmigo. (p.28)
Con los fragmentos anteriores vemos la importancia que le da este autor a la descripción
externa de lo sucedido más que a la interioridad, los sentimiento y la emoción que aquello le
produce no cobra un protagonismo y adoptan más bien un papel secundario, está ahí pero sus
líneas son reducidas. Se podría comparar su narrativa con ver una película de los hechos, te
sientes sumergido en el momento desde los ojos del espectador, pero es como si el libro te
dejara hacer tus propias conjeturas sobre cómo tú te sentirías en ese momento en lugar de
brindar un emoción precisa, quizás nos sentimos asustados, quizás nos da impotencia, quizás
deducimos su culpa, quizás esperamos desesperadamente por un final feliz que sabemos no
llegará.
Aquí nos parece interesante detener, puesto que el narrador describe aquel sentimiento de
culpa, expresada de forma directa y miserable por el hecho de que su temor, más allá de lo
físico se transporta a la traición de que las personas de su misma ideología pudiesen sufrir
tortura.
También nos parece relevante destacar que Hernán hace hincapié en que no puede ahondar en
el dolor y las sensaciones de horror que experimentó porque son algo imposible de reproducir
en palabras para él, al parecer escribirlo solo un atisbo débil de lo que verdaderamente sintió.
En contraste con lo anterior, nos encontramos con ciertas diferencias entre un relato y otro,
primero porque este es más físico, pues relata casi cronológicamente y con lujo de detalle las
maneras en las que fue abusado y torturado.
Además de esto, lo enfático que es Hernán con respecto a lo que ocurre a su alrededor: lo que
oye, lo que siente y los olores. Todo se resume en una perfecta “película” que es capaz de
situarnos en el momento y lugar adecuados. Así mismo, justifica el por qué de su forma de
narrar. Él explica que si se detuviera a describir sus emociones del momento no podría
capturar verdaderamente las sensaciones, y al final lo que Valdés busca con su relato es
mostrarle al lector los hechos lo más apegados a la realidad posible.
Con respecto a la culpa por haber entregado nombres es bastante crítico de sí mismo. Se
siente miserable, se lamenta por no haber aguantado algo más, es bastante directo con el
impacto negativo que esto tuvo en él.
Conclusión:
Recapitulando lo expuesto en el trabajo se logró concluir que el relato testimonial cuenta con
características que lo acercan tanto a un texto historiográfico como a un texto ficcional, por lo
que ambas categorizaciones guardan algo de verdad.
En conclusión pudo comprobar que a pesar de compartir género y contexto, los relatos
testimoniales escritos por mujeres guardan un estilo propio que los distingue de los de
hombres y viceversa.
Bibliografía:
Scarry, Elaine. The Body in Pain. New York, Oxford: oxford university press, 1985.
Merino, Marcia. Mi verdad: más allá del horror, yo acuso. Santiago de Chile: S.E, 1993.
Morales, Eddie. "El relato testimonial chileno por Eddie Morales Piña.” Espacio Regional.
[Valparaíso, Chile] 2 de junio de 2018: s.p. Web 20 Ago. 2019a.