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EDITORIAL LA AURORA : BUENOS AIRES Para el cristiano “Jo nuevo” ya ha sucedido y por eso puede atreverse a jugar su vida entera por cosas que atin no son, en camino hacia una esperanza. AMA Y HAZ LO QUE QUIERAS es una ética para el hombre nuevo, que participa gozosamente en la trans- formacién radical de todas las cosas, derramandg en el murido su amor, siendo un rebelde en toda situa- cidn estitica y asumiendo -una actitud permanente- mente revolucionaria. Tales los fundamentos de este libro en el cual el Dr. José Miguez Bonino nos pre- senta el bosquejo de una ética contemporinea. José Miguez Bonino, doctor en teologia, ¢s director de los estudios para post-graduados en ISEDET, Bue- nos Aires. Ha publicado CONCILIO ABIERTO (re- flexiones sobre el Concilio Vaticano. II, donde asis- tid como observador), EL NUEVO MUNDO DE DIOS (estudios sobre el Sermén del Monte) e IN- ‘TEGRACION HUMANA Y UNIDAD CRISTIANA. Durante varios aiios dicté la citedra de ética en Ia Facultad Evangélica de Teologia. Cc eDITORIAAL_ ESCATON Maui lerVl y haz lo que quieras Una ética para el hombre nuevo JOSE MIGU BONINO AMA é Y HAZ LO QUE QUIERAS JOSE MIGUEZ BONINO Doctor en teologia Profesor del Instituto Superior Evangélico de Estudios Teolégicos AMA Y HAZ LO QUE QUIERAS Hacia una 6ética del hombre nuevo AMERICA 2000 e# una serie que coed Paitorial Escatén, Bernardo de Irigoyen 650, Buenos Aires, Argentin: y Editorial La Aurora, Doblas 1758, Buenos Aires, Argentina © Copyright 1972 Editorial Escatén ‘Queda hecho el depésito que dispone Ta ley 38 Edicién, 1976 IMPRESO EN ARGENTINA Se terming de imprimir en METHOPRESS, Doblas 1753, 1424 Buenos Aires, fen junio de 1976. PROLOGO Esta obrita se presenta como parte de una serie, por di- versos autores, dedicada a explorar los problemas éticos que salen al paso al hombre de hoy. Es de esperar que este tomo aporte por'si mismo alguna orientacién. Pero se limita principalmente a plantear las cuestiones éticas generales que las otras obras, cada una a su modo, anali- zarén con respecto a aspectos particulares: la politica, el sexo, la vida en la ciudad, y otros, Tales temas entran s6lo como ilustraciones en este tomo. La serie esta enfocada desde la perspectiva de la fe cristiana. Presupone, por lo tanto, el punto de mira, las convicciones bdsicas y el horizonte iltimo de esa fe. Quien no se considere creyente encontraré un intento de interpretar —que se constituye siempre también en invi- tacién a participar— la problematica humana a la luz del mensaje de Jesucristo. Pero no hallara’una defensa, ni propaganda de la superioridad de esta interpretacién. Hemos tenido en cuenta Ja tradicién que ha formado a la mayoria de los cristianos’de este continente —caté- licos 0 protestantes. La inquietud en torno a los problemas éticos arrecia en nuestros dias, Noticias, debates, cine, la traen constantemente a nuestras puertas. Muchos cristia~ 5 nos se hallan perplejos; otros, alarmados; algunos se afe- tran a las tradiciones recibidas —lo que también puede cer una sefial de temor. Pero no podemos ser neutral Y no podemos eludir el hecho que toda la ética tradi nal es puesta en tela de juicio, tanto en los aspectos indi- Viduales como en los sociales. Parece que s6lo una cosa ts cierta: que nada puede darse por sentado. Esta serie de obras que presentamos parte de la cont cién de que el mensaje de la Biblia ofrece una perspectiva pertinente y creadora para responder a este cuestiona- prjento, No se trata, creemos, de respuestas hechas, especie Ge recetas de cocina que ahorren la imaginacién, el es{uerzo y la creacién del individuo y la comunidad cris- tianos. Pero si se trata de una visién del mundo, de la historia, de la vida, del hombre, de las cosas, de las rela- ciones, que permite al cristiano hallar su camino. ‘La consideracién de la problematica ética podria partir de los problemas de la sociedad. Algunos considerarén que, particularmente en esta hora y en nuestro continente, Qe ec el finico punto de partida admisible. Comparto el sentido de urgencia por les problemas sociales. Incluso coincide en que el horizonte bblico se centra en un pro- yecto humano total, el Reino de Dios, més bien que en Ia Nida ética individual. Pero no creo que debamos some- temos por eso a un rigido orden de temas, De hecho, no Io hace asi tampoco la Biblia. Podemos escoger cualquier punto de partida dentro del universo ético, con tal que ho perdamos de vista la totalidad. He preferido comencar tn esta obrita en el punto donde hemos sido iniciados qos cristianos latinoamericanos —catélicos y protestantes igualmente—, a saber, en la pregunta qué debo hacer? De alli trataremos de avanzar, guiados por el propio desa- rrollo del pensamiento biblico, a la otra pregunta, més amplia y significativa: gqué significa ser, aqui y ahora, testigo del Reino, del gobierno justo y generoso de Dios? Creo que ese itinerario, que es el que la mayoria de quie- nes compartimos una dominante preocupacién social 6 hhemos hecho, puede ser més titil a la mayor parte de nuestros lectores. Y nos parece perfectamente legitimo. ‘No nos divigimos al especialista. Por ello el tedlogo, et psicélogo, el sociélogo al que le caigan estas paginas en Jas manos advertiré generalizaciones e imprecisiones, Que- remos conversar sencillamente con el hombre que se pregunta con seriedad cémo vivir como hombre en el mundo de hoy. Queremos conversar con el creyente de veras interesado en responder fielmente en su vida al Mamado de Jesuctisto. Los problemas que tales personas confrontan no son distintos de los que ocupan al especia- lista —si se trata de un especialista ubicado en la realidad y no de un mero malabarista de abstracciones. Pero el enfoque de uno y otro son necesariamente distintos. Para quien quiera adentrarse en la consideracién de algunos de estos problemas ofrecemos unas breves notas de acla- racién e indicaciones bibliogréficas al final del libro. Tampoco estas notas son estrictamente especializadas, sino introductorias, destinadas a abrir un primer panora~ ma al lector interesado en un estudio més profundo, No podriamos concluir, sin embargo, como si nuestro tema fuera cuestion de simple “entendimiento” —vulgar o especializado— de cierts ideas o nociones. Hay una “comprobacién” més congruente que la profundizacién intelectual, por més que éste sea indispensable. A ese nivel mis profundo sefialan las palabras de Jesis cuando dice que el que hiciere lo que él manda, conocerfa su doctrina y sabria si viene de Dios. Ni los problemas éticos ni la fe cristiana pueden comprenderse en una reflexién neutral, para s6lo después adoptar una decisién. En ambas cosas es primero una accién, un compromiso concrete, cu contenido analizamos crtcamente como cristianos, Ja luz de la Palabra de Dies— con la finalidad de inte- grar ese andlisis en una nueva accién y un renovado ‘mis eficaz compromiso. Por es0, si bien la teologia puede arrojar luz sobre las decisiones éticas del creyente— como esta serie presupone— también, y tal vez en primer lugar, 7 i ist da la obediencia del cristiano fiel, que se compromete ca ‘tia con todo su ser en la accién que percibe como i Soluntad de Dios, lo que convoca, corrige'e ilumina al tedlogo. Porque la Palabra de Dios es para ser “hecha”, no meramente ofda. José Micuez Boxtxo Buenos Aires, Pascua de Resurreccién de 1971. CAPITULO 1 & QUE HACER ? El teatro y la novela nos han presentado una visién del hombre construida en torno a esta pregunta, Se dibujan los caracteres, se articulan las situaciones, se urde la trama hasta que los personajes confrontan la hora de decision y a partir de su circunstancia y sus posibilidades, de su pasado y de su propésito, deben asumir o traicionar su propia historia —en suma, decidir qué hacer. El suspenso gira en torno a los conflictos de lealtades, de intereses 0 de valores, En el simple relato provinciano argentino “La barranca de! lorero”, la protagonista ve a su hijito gatear hacia el borde del barranco, en tanto sostiene la cuerda de la que pende su marido que recoge nidos sobre la ladera: sélo le es dado preservar una vida, cual? La clésica historia de Damén y Pitias plantea el conflicto entre la amistad —un hombre se ofrece como rehén mien- tras su amigo, condenado a muerte, se despide de los suyos —y el legitimo apego a la vida— tanto del que espera, que puede salvar su vida renunciando a su amis- tad, como del condenado, que puede aprovechar la oca- sién para huir, ;Mentir o traicionar a quien ha confiado en. mi? zArriesgar o sacrificar la vida de uno por la de muchos? ;Comprometer el honor por la felicidad? Dar el primer lugar a Ja patria o a la familia? Las variantes ie a de estos dilemas son casi infinitas; la angustia de la deci- sin es la misma, Los psicélogos utilizan més de una vez estas situaciones para provocar respuestas que revelan la orientacién, los valores o més profundamente las actitudes de las personas. En contadas ocasiones el hombre confronta decisiones draméticas en las que un acto determina evidentemente toda la vida. A veces se tratara de una emergencia que exige una respuesta instantnea, casi automatica: el auto- movilista esta a punto de cruzarse a velocidad con un vehiculo que viene en direccién opuesta; de repente, un nifio irrumpe corriendo frente a él en la carretera: atro- pellarlo?; gafrontar el choque frontal con el otro coche?; qprecipitarse contra los Arboles al lado del camino? Po- drfa uno pasarse horas debatiendo argumentos favorables © adversos a cada una de las opciones. Pero antes de tomar siquiera conciencia de las alternativas, la decisién ya estard irrevocablemente consumada, ;Decisién arbitra- ria?, gcasual? El psicdlogo nos diré que no es en manera alguna casual o atbitraria. Es la resultante de lo que ese hombre es: de Io que ha sufrido, de lo que ha aprendido, de lo que ha pensado, de lo que ha heredado, de Ia tota- idad de su pasado, que en una fraccién de segundo mueve la mano que aferra el volante, desplaza el pie del acelerador al freno o cierra los ojos y precipita el vehiculo hacia su derecha, Otras veces es la larga decisién, una prolongada agonia de marcha y contramarcha, angustia y arrepentimiento, frustracién y culpa. Es el caso del ma- irimonio con un hijo mongoloide: ginternarlo en un ho- gar mal atendido —el (inico abierto a sus recursos— para verlo sumnirse en un pantano de animalidad, y finalmente borrarlo de la memoria por vergiienza, lstima, impoten- cia? ;Mantenerlo en el seno de la familia y deformar toda la vida familiar, la relacién con los demas hijos, la salud emocional de todos, quién sabe por cudntos afios, sin la seguridad de poder hacer finalmente nada por él tampoco? La mayor parte de las veces, sin embargo, se trata de decisiones menos dramaticas y més rutinarias: gdénde 10 vivir? ¢Qué cosa debo comprar primero? ¢A qué escuela , enviar a mi hijo? ;Cémo resolver el altercado con mi esposa? ¢Dénde estara mejor mi madre anciana, dada mi situacién familiar y de vivienda? A veces tenemos con- ciencia de decidir; otras, tal vez. las més, lo hacemos sin pensarlo, Nuestras actitudes frente al matrimonio, a la amistad, al dinero, a la politica, a la diversién, se van sedimentando sin que lo advirtamos. Y tal vez un buen dia, cuando alguien —un hijo, un amigo, un libro que Jeemos o una pelicula que vemos— nos pregunta por qué, y sentimos la necesidad de explicar (o de explicarnos) por qué creemos que esto es bueno y aquello malo, entonces, nos damos cuenta que, en resumidas cuentas, tenemos una ética, ¢Por qué hacer esto y no aquello? ¢ Qué es Jo bueno? {Cémo reconocerlo? ;Cémo decidir y cémo juzgar los actos nuestros y los de los demés? Ninguna persona sen- sible puede dejar de plantearse estas preguntas, Son in- quietudes que han acompafiado a la humanidad desde que la conocemos. ; Qué es lo mas importante, la inten- cién que me mueve o el resultado de mi accién? ¢Debo obedecer los impulsos del corazén o el célculo de Ia raz6n? ¢Existen principios morales absolutos a los que debo someterme 0 todas las decisiones son circunstanciales? eDebo aceptar una autoridad moral a la que obedecer 0 determinar independientemente mis actos? 2Es legitimo buscar la felicidad? ;¥ en tal caso, qué felicidad —indi- vidual, colectiva, espiritual, material, presente, futura? Las respuestas se arraigan en posiciones filos6ficas, politi- cas, religiosas, ideolégicas. Y a su vez, muchas veces bus- camos argumentos para defender nuestras decisiones y construimos o adoptamos posiciones que justifiquen mies- tra conducta. Y asf han surgido diversas éticas y diversos sistemas éticos. Diversas formas de responder a la pregun- ta, tan simple y tan cotidiana, gqué hacer? Y a la otra, indisolublemente ligada a la condicién humana, por qué hacerlo? + u La bancarrota de las respuestas Lo grave de la situacién que atravesamos consist en que la mayor parte de las respuestas clisicas a estas pre- guntas se muestran inadecuadas, carentes de sentido 0 Inoperantes, Todo parece mis dificil y mAs complejo. Bas- ‘ard mencionar algunos ejemplos y analizar superficial- mente su significado para darnos cuenta de la situacién que confrontamos. © En circulos eclesiésticos y seculares de varios paises euro sn itete jos USA se ha desatado una fuerte, polémica j6n del Consejo Mundial de Iglesias Gerrecomendar a las iglesias miembros y a los cristianos fn general que retiren sus inversiones de bancos y empre: St Sque financian operaciones del gobierno de Africa del Sur mediante las cuales se consolida la politica de opresién, Giscriminaci6n racial y represién que este gobierno lleva a. cabo. © Una joven pareja piensa en su futura familia. Qué debe Ua joven parla fen ony feu fa ee fosa? gos recursos econémicos que necesitaré para man- Tener, eduear y asegurar una vida decente a sus hijos? ¢L.a Meeeridad de poblacién —o el exceso de poblacién— de Ju pais? Las condiciones de poblacién del mundo cuya Capacidad no es ilimitada? (Piense también en el gober- Gente que parte del extremo opuesto en ia linea de pre- guntas, pero que también tiene que legar a la personal, Squé derecho tengo de influir en las decisiones personales §@ina pareja con respecto a su familia? pero, si no Io hhago geome puedo tomar en cuenta las necesidades totales de mi pats?) ©; Ha legado el momento de cambiar mi auto! No es que [bp sirva ya, sino que me gustaria y vendria bien otro mayor 7 més nuevo, ¥, tengo los recurios para comprarlo. ; Pero Jango derecho de hacerlo sin tener en cuenta el problema Gols congestién del trénsito, la progresiva contaminacién Gal aire, la destruceién de materiales que la humanidad Secesita’—todo ese equilibrio de la vida y 1a naturaleza de Ta que me hablan todos los dias los cientificos? Los ejemplos podrian multiplicarse. Algunos son més claros, otros més distantes y dificiles de percibir. Pero algunos hechos saltan a la vista: 2 1) Las relaciones cada vez més estrechas que se anu- dan entre los distintos grupos humanos a través del mundo entero. Mis decisiones y acciones, que antes afec- taban al circulo reducido de mi familia, mi pueblo o cuanto més mi nacién, entran a formar parte de una trama en la que millones de hombres sufren —o disfru- tan— las consecuencias. Las cosechas o el plantel de ga- nado en Argentina, el mercado comin europeo, los exce- dentes de la produccién norteamericana, el hambre de la India, forman una sola trama, Una radio a transistores japonesa, que compro por ser la més barata, involuera Jos bajos salarios del obrero japonés, los capitales norte- americanos, los conflictos politicos internos del Japén y los internacionales de Extremo Oriente, la politica econé- mica de mi pais y los conflictos en los que se verdn en- vueltos mis hijos. Una mafiana muy temprano, al dete- nerse el 6mnibus en una pequefia poblacién puntana en Argentina, escuché a dos campesinos comentando con gran interés la reciente devaluacién de la libra esterlina, {Hace pocos afios apenas habrian sabido que existia la libra! 2) Esta simple anécdota nos trae ya a otro aspecto. Hoy “sabemos” mucho mfs: tenemos los medios para “seguir” nuestras acciones en su recorrido a través del mundo, y ver cémo tocan la vida de otros hombres. Por consiguiente, el ambito de la responsabilidad se ha exten- dido; no puedo alegar ignorancia. El secuestro del emba- jador britdnico en Uruguay alerta a todo el mundo en Gran Bretafia (jrecordemos el reportaje de la BBC a los tupamaros!) de que hay sectores uruguayos que conside- ran a aquella nacién como culpable de su opresién econé- mica y social, Inevitablemente, el limite de mi responsa- bilidad estd dado por mi conocimiento de las consecuen- cias de mis acciones. Al extenderse hoy enormemente ese conocimiento, se amplia la responsabilidad. 3) Esta relacién entre conocimiento y responsabilidad no se establecerfa tan claramente si no tuviéramos a la vez conciencia de la posibitidad de cambiar las cosas. Si 13 no fuera asi podrfamos ocultamos tras una impotencia para evitar ciertas consecuencias de nuestros actos. De hecho, muchos Jo hacen. Pero tanto los revolucionarios que proponen un cambio total de las estructuras sociales y econémicas existentes, como los conservadores que sélo Gesean realizar las: adaptaciones minimas, afirman que las condiciones de vida dafinas o insuficientes que existen pueden ser cambiadas, Ambos creen en la posibilidad de una “ingenierfa social” (revolucionaria o evolutiva). Es posible arbitrar los medios para corregir los efectos de nuestras acciones, a corto, medio o largo plazo. * Es claro que aqui afiadimos una nueva complejidad, ya que esos cambios requieren la accién concertada de grupos huma- nos a distintos niveles de la sociedad. Yo no puedo modi- ficar por una decisién personal independiente las_co cuencias de mi accién al comprar la radio de fabricacién japonesa. Sélo puedo hacerlo mediante ciertas formas de aceién politica y econémica, en el orden nacional e inter~ nacional. El problema que resulta es doble: gdebo seguir complicdndome en acciones que tienen —lo sé muy cla- ramente— consecuencias negativas para mi préjimo? y geémo ejercer mi responsabilidad para cambiar algunas de esas condiciones? Tal vez estos ejemplos parezcan exagerados. No €s absurdo pretender que me ponga a pensar en todas estas cosas cada vez que hago algo? Finalmente, tendria que retirarme del mundo, porque toda accién tendré alguna consecuencia negativa. Y retirarme del mundo también tendria consecuencias negativas. Por consiguiente, el pro- blema deberia simplificarse. Hacer lo mejor que pueda. iy dejar en manos de Dios las consecuencias! En un sen- tido, ésta tiene que ser nuestra iltima respuesta. Pero esa respuesta no elimina el problema. Porque “hacer lo mejor que pueda” significa tomar conciencia de las con- secuencias de mis acciones hasta donde me sea posible. Dios ha dejado ciertas consecuencias en mis manos. Cuanto mds sé y més puedo, tanto mayor es la responsa- bilidad, No puedo esquivarla devolviéndosela, por asi de- cirlo, a Dios. u“ Si dejo un arma de fuego al alcance de un nifio, soy responsable de lo que ocurra. ¢No lo seré, acaso, si per- mito que su mente se nutra desde la infancia de una televisién que le ofrece dosis masivas de violencia cada dia? Si vendo conservas de cuyo estado no estoy seguro, soy culpable de una posible intoxicacién. ¢Lo seré si no advierto que mi hijo adolescente frecuenta un ambiente de drogadictos 0 delincuentes? Pero si respondo afirma- tivamente, gcémo hacer? Porque no es tan sencillo ex- cluir a un nifio o un joven (y en todo caso se trata también de los otros) de un ambiente creado y mante- nido por una propaganda masiva, apoyada en intereses econémicos que se imponen por su propio peso en todas las esferas de Ia vida. No puedo eludir la responsabilidad, pero su ejercicio desborda mis acciones individuales. He abi un dilema, Mirando el tema desde otro Angulo, podriamos decir que hoy hemos tomado consciencia més clara que nunca antes del caracter social de nuestras decisiones y nos da- ‘mos cuenta que no podemos circunscribir nuestra respon- sabilidad moral a lo individual. La contradiccién entre una moralidad individual y la inmoralidad social se hace intolerable, precisamente porque comprendemos que no son dos cosas aisladas o aislables, sino tan inseparables como las caras de una moneda, como un objeto y su sombra, O tal vez més precisamente, habria que decir que son como el relémpago y el trueno, que pueden per- cibirse de distinta manera y en momentos sucesivos, pero componen uno y el mismo fenémeno. La comprensién de esta relacién constituye uno de los hechos mas importantes de nuestra problemdtica moral” actual, Afios atrés, el tedlogo norteamericano Reinhold Niebuhr titulé uno de sus libros “El hombre moral y la sociedad inmoral.” * Su propésito era mostrar, contra una ética puramente individualista, que los problemas de la sociedad no se resuelven simplemente por la suma de la moralidad de los individuos, o de los dirigentes o gober- nantes. La dinémica de un grupo social lleva a individuos perfectamente honestos, sinceros, altruistas en su vida 6 personal, a defender intereses (de clase, grupo social, raza, nacionalidad) en perjuicio de otros y a adoptar para ello procedimientos que jams admitirian en su vida privada, La importancia de este hecho se nos impone s6lo cuando comprendemos que en la vida moderna bue- na parte de la existencia del hombre est en manos de grupos sociales. Lo ilustra muy bien un autor en este parrafo: Hoy, mi pozo es el agua corriente; el Smnibus es mi carro; Ja caja de caudales del banco es el colchén 0 la media; 1a vara del agente de policfa reemplaza a mi pufio. Mi vista y clfato han delegado su juicio al inspector de alimentos, de medicamentos, 0a la compafia de gas, 0 de seguros. Otros se ocupan de los desperdicis y las aguas servidas, de hacer producir mis ahorros, cuidar a mis enfermos y ensefiar a mis hijos, El frigorifico faena mi ganado, la compafiia de electri- cidad hace y enciende mis velas y corta mi lefa... Pero todas estas cosas, hechas ahora colectivamente, y por lo tanto impersonalmente, crean nuevas estructuras y problemas éticos, en los que la moralidad individual frecuentemente naufraga. Y lo que es més grave, se fa- brican Iuego excusas, para encubrir con motivaciones aparentemente generosas lo que son intereses de grupos. En el libro mencionado, Niebuhr documenta hasta la saciedad cémo las conquistas coloniales, la explotacién de grupos sociales, la esclavitud de una raza, la injusticia © incluso la destruccién de grupos humanos se justifican apelando al patriotismo, a la obligacién de extender la civilizacién, a la defensa de Ia libertad, e incluso a la defensa o la propagacién de la fe cristina. No aminora la gravedad del problema el hecho que las personas que tilizan tales argumentos sean totalmente sinceras. El hombre de nuestros dias, particularmente los jéve- nes, no toleran mis este estad6 de cosas, La hipocresia, la irresponsabilidad, el egoisino y la falsedad de una si- tuacién que se recubre con bellas palabras y con decla- maciones de honestidad y decencia personal, tras las cua~ les se ocultan las fuentes de las més flagrantes injusticias 16 que repugnan al sentido de dignidad e integridad del hombre. Somos responsables, y lo sabemos, no slo de los actos aislados ¢ individuales, sino de la totalidad de Io que soy, de lo que hago, de mis relaciones y de las estruc- turas a las que pertenezco, ¢Somos responsables? EI mismo conocimiento del hombre y de la sociedad —la psicologia, la sociologia y las dems ciencias del hombre— que me permiten comprender las relaciones y consecuencias de mis actos, muestran, por otra parte, cémo soy afectado, y tal vez condicionado, por influen- cias y factores que no estn bajo mi control. Si un alcoho- lista arruina su vida y hunde a su familia en la abyeccién y la miseria zes un vicioso o un enfermo? Si un joven de “catorce, quince o dieciséis afios emprende desde la choza de lata de su “villa miseria”* un camino sembrado de vicio, de robo y de sangre, ges un delincuente o un des- orientado a quien le deformé el alma el choque con la jungla sin corazén de una ciudad que le exige el éxito sin darle los recursos para lograrlo? Una pareja desave- nida que concluye separindose y dejando un par de hi- Jitos sin raices ni afecto, zson culpables del egofsmo, la intolerancia, la ambicién o la inconstancia que han des- truido su hogar, o son a su vez las victimas de otro hogar, de maestros sin amor, de una propaganda que los hace sentirse infelices y frustrados cuando no consiguen todo lo que se les anuncia? ¢Hasta dénde hay que retroceder en la cadena de efec- tos y causas? ¢Qué ocurre con las ideas de responsabili- dad, virtud y vicio cuando el psicélogo remonta a expe- * “Villa miseria”: barrio de viviendas precarias construidas ppor sus mismos ocupantes con materiales de desecho en terrenos baldios, en las afueras de las grandes ciudades, Argentinismo equivalente a “favella”” (bras.), “bidonvuille” (franc), “shanty towns” (ing.). "7 riencias de la infancia las tendencias homosexuales de tun joven, o muestra que la decisién de un hombre de quitarse 1a vida responde a una psicosis depresiva, tan independiente de la voluntad como un defecto fisico? {Qué decir cuando el sociélogo nos sefiala la relacién innegable entre la delincuencia y el estado de desorienta- ‘cién moral de las poblaciones marginales de la ciudad, repentinamente arrancadas de la sociedad rural con sus normas y valores, y trasladadas a un mundo de leyes, reglamentos, horarios y relaciones impersonales que no entienden? "¢Qué tienen que ver con el bien y el mal las deficiencias hhormonales 0 las condiciones sociales que parecen desencadenar actos y conductas? Finalmente, las preguntas zqué es el bien?, qué es lo bueno? tampoco se presentan simples o claras. Los mismos hechos histéricos que nos aproximan y vinculan a los hombres en el mundo de hoy, han puesto en estrecho con- tacto las distintas culturas y tradiciones, mostrando la diversidad de critetios y normas morales, de concepciones éticas con respecto a la propiedad, la familia, el sexo y otros aspectos de la vida humana. Es cierto que todos los pueblos distinguen entre actos buenos y malos, aceptables (© repudiables, pero lejos de coincidir en cudles son unos y cuales otros, casi no hay delito en un pueblo o periodo histérico que no sea virtud —o al menos aceptable— en otro, y viceversa. ‘Asi se hace inevitable la pregunta por qué no podrian también nuestras normas morales cambiar, invertirse, ca- ducar? ¢Qué hay de sagrado, de permanente, en la mo- nogamia, la fidelidad conyugal o la indisolubilidad det matrimonio sobre las que —al menos tedricamente— hemos fundado la familia en nuestra sociedad? ¢ Qué ra- zones “absolutas” hay para prohibir la homosexualidad, al uso de drogas u otras formas de conducta que algunas sociedades han practicado hasta con caracter religioso? Parece que el piso ha cedido totalmente bajo nuestras convicciones éticas. Cuando el alcance de la accién ética se muestra mAs complejo, exigente y amplio, cuando mas seguros deberiamos estar de lo que hacer, es cuando nos sentimos més impotentes y dominados por fuerzas que nos desbordan, cuando més inseguros.estamos acerca de Jo que realmente seria bueno. Este es el grave dilema ético del que la novela, el teatro, el cine y hasta Ia can- cién moderna se hacen constantemente eco. Perplejidad y claridad La situacién que hemos esbozado provoca reacciones muy diversas y hasta opuestas. Algunos han caido en un total relativismo. Simplemente renuncian a cualquier va- loracién moral, Todo puede explicarse en términos de la cultura, las circunstancias, las condiciones imperantes en un determinado tiempo y luger. En realidad, es muy di- ficil ser totalmente consecuertes en esa’ posicién, Para formar una familia, educar los hijos, ejercer una profe- sin, una persona tiene que mantener cierta ‘coherencia, fen sus decisiones, por més claudicante que sea su con- ducta. La vida lo coloca frente a mil encrucijadas en las que no puede evitar escoger un camino —y por consi- guiente desechar el otro. ‘A menudo el relativista se dejaré llevar, més 0 menos conscientemente, por las circanstancias, por los usos y modas de la sociedad. Enviara sus hijos a los colegios a donde van los hijos de la gente de su clase, seguiré las normas morales aceptadas por sus compaiieros de oficina, adoptar4 el partido politico tradicional de su familia o de su grupo social. ; Para qué hacerse el raro, si todo es igual! Lo mejor es hacer “lo que se hace”, es decir, cal- zarse las costumbres de Ja. sociedad, sus normas y valores, como quien se acomoda a una horma ya hecha, Tal persona no se preocupard por defender esas costumbres; incluso es posible que las mire con indiferencia y hasta con cierto cinismo. Pero, de hecho, al amoldarse a ellas, Jas prolonga y les da mds fuerza. El relativista acomoda- ticio opera, en la realidad, como una fuerza conservadora, como un defensor —tal vez involuntario, pero no menos eficaz— de las “cosas como son”. 19 om i ; | La reaccién del relativista puede dirigirse también en la direccién opuesta: consciente de que las normas y va- | lores que rigen la sociedad actual son ambiguos y preca- rios, asume frente a ellos una posicién critica. Se dedica a la defenestracién de les héroes y modelos, mostrando (que cllos fueron también hijos de su tiempo, con sus deficiencias, siervos de los intereses y prejuicios de sus grupos sociales. No ser rada dificil mostrar que algunas de las virtudes 0 costumbres que hoy reverenciamos res- ponden a condiciones econémicas y sociales de la época Gue las exalté. Asi la frugalidad, la contraccién al trabajo, la puntualidad y el sentido de responsabilidad de los que tanto nos cnorgullecemos los protestantes se explican muy bien como las formas de conducta necesarias al periodo de ahorro y acumulacién de riqueza requcridos por los comienzos del sistema capitalist, coincidentes con el origen de esa ¢tica’ protestante. Estin tan relacionados con ese proceso econémico como la reduccién de pueblos enteros. al coloniaje, la explotacién de los esclavos y el pillaje de los recursos naturales en los que también estri- bé el capitalismo. ® ‘Tras los ideales de emancipacién y libertad de la gesta de la independencia de los paises Jatinoamericanos es f4cil sefialar la presencia de los inte- reses econémicos de Ia naciente oligarquia criolla y la consiguiente indiferencia frente a la condicién del cam | pesinado provinciano y de los indios. Esta accién icono- flasta de héroes y tradiciones obra como elemento de transformacién, destruyendo los controles que los modelos | tradicionales y las pautas establecidas ejercen sobre la conducta. Pero el cjercicio de esta critica involucra, a su vez, la aceptacién de algunas normas y valores, de juicios Sticos que permitan, por ejemplo, criticar la escla- Yitud, el coloniaje, la eliminacién sistematica de la pobla- Gén indigena o cualquier otra accién. A sabiendas 0 no, nds o menos claramente, el relativista critico adopta una posicién que a su turno tendri que justificar. La complejidad y amplitud del problema ético ha trafdo consigo una confusién que fomenta el relativismo. | Es muy dificil decir hoy con precisién qué ¢s 1o.bueno y 20 qué cs lo malo. Pero es igualmente imposible quedarse en esa incertidumbre, porque la misma accleracién de la vida moderna nos obliga a decidir, nos presiona a tomar en cuenta el significado de nuestras acciones, nos exige tun compromiso y requiere coherencia en nuestra conduc- a, Fl relativisino una respuesta satisfactoria, ya que mismo relativisino se ve obligado a adoptar —por mis provisionalmente que sea— alguna posicién, A la pre- gunta, “gqué hacer?” no basta responder, “; quién sabe!” ve ina, sobre todo, la incoherencia entre los valores que profesa y los que verdaderamente la rigen. Cantamos loas a la paz, pero dedicamos a la preparacién 0 accién mili tar las mayores sumas de los presupuestos nacionales. Nos declaramos defensore tales sistemas de represién, timidad del hombre y, sobre todo, de una masiva propaganda e indoctrinacién que viola la conciencia y “lava” el cerebro del hombre desde su infancia. Hablamos de cristianismo, de amor y de rechazo de Ja violencia, pero son el éxito y el poder econdmico los que realmente gobiernan nue tras acciones, y estamos dispuestos a condonar y aun de- fender cualquier violencia represiva para defenderlos. “Tras la fachada del “hombre rspetable” se ocultan ambi- ciones, falsedades, pasiones mil veces més turbias que los “crimenes” ante los cuales nos mostramos horrorizados. Bajo la superficie de nucstra “civilizacién occidental y cristiana” se esconde mal la explotacién de grupos, clases y pueblos enteros, cl uso del hombre como instrumento. Ayudados por los intelectuales —escritores, filésofos, artis- ss en gencral— los j6venes se han dedicado a mostrar el crdadcro rostro de nuestra sociedad. ¥ como contrapar- da, rec an una total “autenticidad” en la conducta, en cl lenguaje, en las acciones. Es facil sefialar el ingenuo optimismo que frecuente- mente acompajia a estas protestas juveniles. Parecerian 21 pensar que basta liberar al hombre de las coerciones y tabiies, las inhibiciones y las leyes que lo traban, para que encuentre su verdadero ser. La ilusién es doble. Por una parte, consiste en creer que es posible eliminar de Ja vida humana la coercién, la ley, la censura moral que ejerce el grupo. Por otra parte, se basa en una injustifi- cada confianza en que el hombre es natural y espontd- neamente bueno. Parece creerse que, eliminada la de- formacién de un puritanismo represivo, por ejemplo, la vida sexual se manifestaré. como comunicacién y amor totales. Se supone que lo inico que impide la generosa y espontanea mutualidad entre los hombres es la propiedad privada. Se intenta crear una total apertura al otro siendo absolutamente “auténticos” —es decir, hablando y obran- do totalmente “segiin se siente”. Todas estas ideas han mostrado ya su ambigtiedad en la practica en las amargas experiencias de algunas comunidades “hippies”. La liber- tad, el amor, la receptividad que procuraron crear se emponzofiaton muy pronto, desde dentro y desde afuera, mostrando persistentes factores humanos recalcitrantes a soluciones aparentemente tan simples y promisorias. Es demasiado fécil, sin embargo, desembarazarnos de esta incémoda acusacién juvenil sefialando su ingenuidad ‘0 documentando algunos de sus fracasos. Hay en la pro- testa de los jévenes y de los intelectuales de nuestra época un contenido ético bastante preciso. En lo que respecta ala conducta, lo que piden puede resumirse en las pala- bras autenticidad, coherencia y compromiso —es decir, que el hombre se ubique realmente tras su palabra, que la respalde con todo lo que es y lo que tiene, que no utilice la palabra como disfraz sino como articulacién clara de quién es y qué quiere. En cuanto al significado de la vida humana, su demanda se concentra en comu- nicacién, comunidad, amor— la ruptura del mito de la “privacidad” tras el cual la burguesia ha camuflado su monstruoso egofsmo, su deseo de gozar de las cosas, las personas, hasta de Dios, en forma exclusiva y excluyente. En la realizacién de estas nuevas condiciones de existen- 2 erence: cia, Ia protesta juvenil ¢ intelectual propone la experi- mentacién, la espontaneidad y la imaginacién —es decir, la liberacién de la creatividad humana de la rigidez de las estructuras, las convenciones, el encasillamiento y la omnipotencia del precedente, Se trata, en verdad, de un proyecto de renovacién del hombre y la sociedad, siguien- do un camino que parte de la comprobacién de la cadu- cidad de todo lo vigente, la bancarrota total de la socie- dad y la moral que hemos recibido, y que avanza en la busqueda de algo totalmente nuevo. ® ¢Claridad de los cristianos? Qué dice el cristiano a todo esto? Convencido de que en el evangelio tiene la respuesta iiltiina —dada por Dios mismo— a los interrogantes de la vida humana, el cris- tiano se resistird a entregarse al relativismo. Sabe que el bien, Ia verdad, no son simples convenciones 0 caprichos ‘humanos sino la voluntad del Dios creador, manifestada en Jesucristo. A partir de aqui, sin embargo, suele pro- ducirse una lamentable confusién, histéricamente com- prensible, pero lena de graves consecuencias negativas tanto para los cristianos como para el resto de la comu- nidad humana. La confusién consiste, muy simplemente, en identificar ese firme fundamento que es el evangelio ‘con las normas y valores, o peor afin con las convenciones, y costumbres de nuestra sociedad, © Un ejemplo banal: 1a identificacién del atuendo y Ia apa~ riencia personal desarrollados por la cultura burguesa con la “decencia”, la “limpieza” y hasta la “honestidad” ; iden- tificacién que ha Hevado a muchas congregaciones cristia- nas y sta autoridades cvs, a exgi ol pelo coro, Ia cara afeitada, la corbata y el saco como pasaporte de hono- rabilidad; : ae © EI caricter determinante de pautas culturales: la frecuen- cia con la que iglesias evangélicas juzgan la moral miembros mediante restricciones surgidas en las condiciones morales de un determinado tiempo y lugar —baile, teatro, cine, bebidas alcohélicas, hasta ‘silbar’ mndsica, en un caso. La simple variedad e incoherencia de estas normas muestra claramente su condicionamiento cultural; © Menos evidente, pero sin duda no-menos cierto y més im- portante: la conviceién con Ia que muchos eristianos de- Fienden la idea capitalista de la propiedad privada de los medios de produccién como si fuese un postulado de la fe, ‘cuando es evidente que esta totalmente ausente del pano- rama rural del pensamiento biblico, y que surge en condi- iones econémicas y sociales muy posteriores y es fuerte- mente resistida por toda una importante tradicién teolé- ica. Se trata, deciamos, de un equivoco comprensible, por- que las iglesias cristianas han ejercido, de hecho, marcada influencia’en-la formacién de nuestra sociedad y de sus leyes, particularmente en los paises occidentales. Las instituciones, leyes, usos culturales, normas y valores plas- mados en la cultura occidental, han resultado del encuen- tro del mundo mediterrneo con la tradicién cristiana y de la evolucién que lo siguié, Los cristianos nos sentimos, por ello, naturalmente dispuestos a defenderlos y atin a considerarlos la tinica y legitima encarnacién de las de- mandas de la fe. Y quienes los rechazan por hallarlos inadecuados, falsos 0 inhumanos, reniegan con ellos de las iglesias que los han defendido y defienden y det Dios que se supone haberlos inspirado. Ast los cristianos nos vemos enrolados con frecuencia en las filas de los defen- sores de Ia tradicién, del orden establecido, de las insti- tuciones vigentes y —casi sin advertitlo— de la represién, Ia censura y la coercién con que se intenta defenderlos. De la defensa de la fe pasamos, casi insensiblemente, a Ta defensa del estado de cosas vigente, Es esa la batalla que nos corresponde librar? ¢Es esa nuestra vocacién come cristianos? Es nécesario contem- plar el pioblema serenamente. Hay, al menos, dos verda- des importantes en Ja posicién del cristiano conservador. Una es la conviecién que, como cristiano, tiene una res- ponsabilidad muy particular frente a la demanda y la confusién ética de nuestro tiempo. La forma de vivir de m4 los cristianos fue, en efecto, uno de los aportes més sig- nificativos que la Iglesia hizo al mundo antiguo y una de las causas fundamentales del triunfo de la fe cristiana cn los primeros siglos. La perplejidad ética y la angus- tiosa busqueda de sentido para la vida que caracterizaban la sociedad en la que predicaron los primeros apéstoles y misioneros cristianos encontraron en el evangelio de Jesucristo una respuesta a la crisis; el mensaje cristiano emergié asi, naturalmente, como la piedra de toque de toda ética valida. Lo cristiano y lo moralmente bueno vinieron a ser sinénimos, Y por consiguiente, todo lo que pretendia ser aceptado como bueno, debia de algtin modo “hacerse pasar” por cristiano. ‘También tiene razén el cristiano conservador en repu- diar el relativismo total o el facil optimismo naturalista. La medida, la meta y el origen de nuestra conducta como cristianos nos han sido dados en Jesucristo y por mis, imprecisién, fragilidad 0 falibilidad que debamos admitir fen nuestros juicios éticos, no podemos dejarnos arrastrar por “cualquier suerte de ensefianza”, ni en lo doctrinal ni en lo ético, En sus mejores momentos, la fe cristiana ha sabido definir, bajo la direccién del Espiritu Santo, un proyecto de vida humana, con respecto al cual se hacia posible decir que “asi proceden” los cristianos o que “tales cosas no hacen” los que son de Cristo. El cristiano con- servador tiene razén de insistir en que tanto la seriedad como el compromiso ético pertenecen a la esencia del ser cristiano. “Donde yerra el cristiano conservador es en creer —dan- dose o no cuenta de ello— que ese evangelio de Jesucristo coincide con las instituciones, las leyes y el orden moral imperantes en nuestra sociedad, Es cierto que la institu- cién de la familia, las normas tradicionalmente aceptadas —en teorla al menos— sobre las relaciones sexuales, los cédigos de derecho civil, ciertas normas y regiinenes poli-\ ticos (la democracia representativa, por ejemplo) y otros muchos elementos de nuestra sociedad que podriamos mencionar, han gozado de la influencia del evangelio. Pero también es cierto que son producto de circunstancias, a histéricas que han’ variado a través de los siglos, que re~ presentan condiciones econémicas y sociales distintas, que son hechos por hombres y que pertenecen por lo tanto a “este mundo” que pasa y que esté en constante cambio. No forman parte del “reino eterno”. Al confundir ambas cosas se comete el doble y grave error de rebajar a Jesu- ‘cristo al nivel de las instituciones, leyes 0 costumbres imperfectas, caducas y transitorias y de elevar a éstas a tun lugar de privilegio que sélo a aquél corresponde. Je~ sucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Pero precisa~ mente por es0, ninguna otra cosa es eterna o merece ser defendida como tal. Este error brota, en realidad, de otro mas profundo y muy arraigado: el de concebir la moral cristiana primor- dialmente como un conjunto de normas inmutables y Higidas que regulan cada acto de la conducta. Tendremos oportunidad de volver nuevamente sobre este tema con mis detencién. Pero vale ya la pena recordar que quien fs eterno (quien, no ‘lo que’) es Jesucristo, el Sefior vi- viente que nos prometié su Espiritu para guiarnos a toda verdad. Si es asf, gen qué consiste la respuesta que, a partir del evangelio, debe aportar el cristiano a la crisis ética actual Supuesto que su aporte no deba ser la defensa de la tradicién? Para responder a esa pregunta, tenemos que examinar el mensaje de las Escrituras, y a ello nos dedi- Caremos en los préximos capitulos. Pero tal vez es dtil ‘concluir estas observaciones preliminares con una afirma- cién que debemos analizar y probar mas adelante: el aporte ético del evangelio a la crisis moral —la del pri- mer siglo y la nuestra— no consiste tanto, ni fundamen- talmente, en principios, instituciones o leyes nuevas como en un hombre nuevo. Lo que Jesucristo pone en este mun- do es una nueva humanidad, una nueva forma de ser hombre, Y esa nueva humanidad en Jesucristo no se prolonga, no penetra en Ja historia humana primordial mente por medio de leyes o instituciones (que sin duda existen y tienen su valor) sino mediante un mensaje, que engendra sin cesar vida nueva y mediante una comunidad 26 de hombres “renacidos”, “re-suscitados” a una nueva vida, “redimidos” (es devi, liberados), renovados (con te orientacién total radicalmente "Si esto es asi, la demanda de la juventud a la que alu- diamos més artiba se nos muestra en toda sy pertinencia ética, Pues su biisqueda se dirige, precisamente, a una nueva calidad de vida humana, a una forma renovada de ser hombre-en-comunidad. Esto es, nos parece, lo que desesperadamente anbela nuestra época. En esa perspec- tiva la confusién moral no se nos presenta sélo bajo un aspecto negativo, como una “corrupcién”, sino también en su significado positive, como una marcha, incierta sf, pero esperanzada y receptiva, como una serie de ensayos, fallidos muchas veces, pero no por ello menos significati- vos. La confusién es parte de la busqueda. Es bien posible interpretar a esta luz fenémenos diversos entre si como la indignada protesta de la juventud, la revolucién para cambiar las estructuras sociales, politicas y econémicas, Ja revolucién cultural, las nuevas orientaciones de la psi- cologia, e incluso ciertas formas de religiosidad y de mis- ticismo, Tal interpretacién permite un didlogo fecundo de la fe con la problemética actual, en la comin bis- queda de lo que significa concretamente ser humano “para el cristiano, ser “nueva criatura en Cristo” — con- cretamente en las condiciones de nuestra situacién actual. La ineludible pregunta ética zqué hacer? con su inevita- ble corolario actual gqué posicién tomar? nos conduce a una formulacién més profunda de partida: qué sig- nifica ser hombre? " 7 CAPITULO 2 EL HOMBRE NUEVO Pablo habia visitado Galacia™ dos veces; atin en medio de las penurias fisicas y morales que circundaron su es- tada en Ia regién, su predicacién habia engendrado una pequefia comunidad cristiana. sta enfrentaba ahora su primera crisis. La epistola a los Galatas la refleja. Y esa crisis tenia que ver con Ia pregunta que nos acabamos de plantear: ;qué hacer? En su anterior vida de paganos, los galatas habian tenido obligaciones religiosas muy pre- cisas: fiestas, estaciones y sacrificios cuidadosamente pres- criptos. ;Qué correspondia hacer ahora, como creyentes en Jestis, el Cristo? Las ensefianzas de Pablo parecian dejar un vacio sobre este tema. No tardaron en presen- tarse maestros con una respuesta. Provenian del judaismo y su solucién era muy simple y atrayente: puesto que Jesucristo provenia del pueblo judio, al aceptarlo a El se entraba en la érbita de la ley judia. Alli podian encon- trarse todas las ordenanzas ceremoniales y religiosas ne- cesarias. Alli se hallaban también leyes morales y civiles suficientes para ordenar toda la vida, Bastaba entrar por la puerta de acceso sefialada al mundo de la ley de Moi- sés: el rito de la circuncisién. La fe se afiadiria a este sistema de ordenanzas como una pieza final que corona el edificio, como el acorde que completa la partitura. 29 [eee sutsneaueansceuenan! ©. °Unsurduennauenamnsuesnasunsnesunnues ues nesnanessesurauesnaecuesnelguennaer’ Por el anuncio de Jesucristo habfan entrado en contacto con la ley y en ella hallarian la respuesta a sus inquietu- des éticas y religiosas. La reaccién de Pablo a este programa estalla con una violencia casi incontrolada, Acusa, ruega, conjura, mal- dice, Ninguna palabra le parece demasiado dura para nunciar la enormidad del error, mas atin, de la traicién en que los galatas corren el peligro de precipitarse. Todo esta en juego aqui: la fe, el evangelio, la naturaleza mis- ma de la comunidad cristiana, la persona de Jesucristo. Perder esta batalla seria perderlo todo, seria reducir el mensaje a una parodia. Aqui est el corazén de todo el asunto. Y Pablo entra en el conflicto a favor del evan- gelio y de la fe de los creyentes de Galacia con todas las armas de que dispone. El programa que los judaizantes proponen, explica el apéstol, es precisamente inverso al propésito y plan di- | vinos. Es tan absurdo como volver de la madurez a la infancia, como haber sido liberado y venderse de nuevo como esclavo, como abandonar el lugar de hijo en la familia y atarse ala condicién del esclavo. La ley, en efec- lto, rige la infancia moral y religiosa del hombre, como la institutriz encargada de acompafiar y vigilar al nifio para que no se mieta en peligros ni tome un camino equivo- cado. Como tal, ha cumplido un propésito, Pero ahora hemos alcanzado la mayoria de edad y “ya no necesi- tamos de nifiera” (3:23). ¢En qué corisiste, pues, la ma- durez de la fe? En saberse hijos de Dios y por lo tanto libres, herederos legitimos de todo lo que Dios ha creado, en condiciones de dirigirse directamente a Dios —lamarle| ‘Abba’, ‘mi padre’, tal como lo Ilamé Jestis— y en con- diciones de ser guiados directa y cotidianamente por el propésito activo y poderoso del Padre (“vivir en el Espi- rity”). Pero gcémo se hace eso? ¢No se necesitan nuevas leyes para saber qué es lo que Dios quiere? Toda la direccién| que necesitamos, responde Pablo, est dada ya en esa ién. Porque lo tnico que nos hace falta para guiar nuestra conducta con respecto a Dios y a los hom- bres, es el amor, ¥ el amor no es otra cosa que esa nueva familiaridad que nos es dada en Cristo. Quien vive en ella, comienza a percibir todas las cosas de una manera nueva. Las viejas distinciones religiosas, sociales, raciales 0 legales —judio y griego, esclavo y libre, hombre 0 mu- jer— pierden significado porque todos los hombres vienen a ser una nueva familia, la de los hijos de Dios. De alli brotarin formas de conducta, actitudes y disciplinas, Pero serén las que el amor constituye para la plena madurez de todos, para la edificacién de una nueva comunidad de hombres, no las prescripciones en las que uno se encierra y se protege para esconderse del préjimo y de Dios. Es por eso que Pablo se opone a Ja regresién judaizan- te, que quiere volver de Cristo a la ley. Por el contrario, ‘conocer a Cristo —o mejor, ser conocido por E]— es dejar atrés la infancia ética y religiosa. Por El, se ingresa a esa nueva manera de ser hombre, la de los hijos de Dios. Esta es la realidad que ahora queremos explorar, a base de la ensefianza del Nuevo Testamento, Dos formas de existencia humana Pablo ha combatido encamizadamente una forma ca- prichosa e incontrolada de vivir, “la vida segiin Ia carne”, a la que nos referiremos més adelante, El problema de Galacia, sin embargo, se presenta bajo una modalidad particular de la corrupcién de la existencia humana: la sclavitud a-la ley, La defensa de la vida auténtica se identifica, pues, con el ataque contra la vida bajo la ley. Qué significado y valor tiene la ley? El tema ha sido objeto de enconada polémica entre teélogos. En realidad, encontramos en el Nuevo Testamento toda una serie de afirmaciones respecto de la ley, dificiles de coordinar en un sistema, Veamos, sin embargo, lo que parecen los ele- mentos esenciales. Es evidente que, para Pablo, la ley (por Ja que entiende principalmente el cuerpo de leyes aL err, LL trst—~—<“i‘“‘“‘“‘ CSCS F rituales y morales del Antiguo Testamento, la ley mosaica, pero también a veces las prescripciones y maximas del mundo gentil) no es la realidad original ni més profunda de la vida humana. No corresponde a la creacién, a saber, al propésito original de Dios para el hombre. Es algo que ha “intervenido” Iuego (Romanos 5:20), una medida circunstancial y provisional, Es un largo rodeo, necesario para reincorporar al hombre a su verdadero ser luego de haber quedado descentrado, desplazado de su realidad original y auténtica, gCual es la realidad original y auténtica del hombre? Gémo se ha perdido? Pablo hace referencia a la ense- fianza judia corriente, que el cristianismo ha hecho suya. La realidad original es: dada en la creacién del hombre a imagen y semejanza de Dios; la desviacién es el pecado, que entré “‘con el primer hombre” y penetra ahora toda la existencia humana, Pero el apéstol no especula mucho sobre la creacién, o el cémo o el cuando del pecado, No es necesario buscar en algin pasado distante la imagen del hombre verdadero y auténtico, porque Dios nos la hha mostrado con claridad meridiana en un hombre: Jesu- cristo, Esta es Ia humanidad original, Ia calidad de exis tencia para Ia que fuimos creados, Tampoco aqui se sbunda’ en detalles, Pero cuando Pablo se ve obligado a lamar a los cristianos a esa forma de vida, y a orien- tarse segtin el “sentir que hubo en Cristo Jesés”, 0 “hacia Jo que vale en el terreno de Cristo”, como alguien ha traducido, vuelve una y otra vez. sobre el contenido basico de esa vida: la obediericia gozosa y esponténea del amor, que se identifica totalmente con el propésito liberador del Padre y por consiguiente con la condicién necesitada del hombre. “La forma de ser” de Cristo esté definida por el ca- mino que el amor traza de la gloria a la humillacién; es la disposicién a “despojarse de si mismo” (Fil. 2), de “hacerse pobre” (1 Cor. 8), no como un acto de disci- plina ascética sino como un acto de amor. Este camino de Jesucristo nos es descrito'a. veces con relacién a la voluntad del Padre, como un sendero de obediencia; en 32 otras, en relacién con los hombres, como un sendero de servicio. Pero en una u otra forma —ambas son comple- mentarias— como un acto voluntario, No es una ley impuesta, forzando a la voluntad: es la forma de existir, el ser auténtico del Hijo. Tanto el cuarto evangelio como los tres primeros corroboran este cuadro, ilustrandolo con las palabras y los actos de Jesis. En el cuarto evangelio esta espontnea y total identidad del Hijo con la voluntad de amor del Padre aparece explicitamente a cada instan- te: “Mi comida es hacer la voluntad del que me envid, y terminar su trabajo” (Juan 8:34), Los restantes evan. gelios no lo repiten de la misma manera pero lo ponen de manifiesto mostrando cémo la vida de Jestis asume y leva a cabo el programa de liberacién, salud y recont liacién de los hombres que Dios ha prometido en el Ant guo Testamento, Esta es la existencia humana: la con- fiada, voluntaria, gozosa comunicacién e identidad de Propésito con el Padre, la plena comunicacién con los semejantes, la apertura a ellos en servicio de amor. Para quien vive de esa manera, “no hay ley”: no hay necesidad de una instancia intermedia que le diga qué es lo que Dios quiere o qué es lo que el prdjimo necesita, En otros términos, la verdadera existencia es aquella en la que un hombre, libre y gozosamente, por sobre ba- treras y limitaciones convencionales, més alld de lo que demanda o exige la ley, incluso tal vez més alld de lo que la ley permite, se solidariza con la necesidad del pré- jimo y responde a ella. La bien conocida historia del Buen Samaritano lo ilustra grificamente. Sacerdote y le- vita pasan a un lado del herido en el camino. No es

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