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MORAL SEXUAL

MAGISTERIO

PÍO XI (1922-1939)

CASTI CONNUBII (1930)


Es el comienzo de un paradigma que se está quebrando. El Papa incorpora una mirada que hasta
ese momento no se veía. Esto va a ser el comienzo del quiebre del viejo paradigma.

Contexto
 Matrimonio de la princesa Juana de Saboya (hija de Vittorio Emanuele III) con el rey de
Bulgaria, en una segunda ceremonia en el rito greco-ortodoxo (1930).
 Conferencia de Lambeth (1930): los obispos anglicanos declararon como lícito el uso de los
medios artificiales de contracepción.

Estructura
I. "Proles, fides, sacramentum”
a) Los hijos
b) La fidelidad conyugal
c) Sacramentum
- “Quod deus coniunxit”
- “Magen de una unión divina”
II. Insidias, fraudes, peligros
a) Obligación sacrosanta
b) Negación blasfema
c) Insidias contra la fecundidad
- Solemne condenación
- “Indicaciones terapéuticas”
d) Contra la fidelidad
- Perversas licencias
e) Emancipación de la mujer
- Sobre la arena...
F) Contra el sacramento
- El acto “civil”
- Matrimonio mixto
- Divorcio

Fundamentos
Se basa en los “bienes del matrimonio” de Agustín.
Aparece el Derecho Canónico como apoyo a la teología de Agustín: “lo mismo dice con frase
enérgica el Código de derecho canónico: El fin primario del matrimonio es la procreación y
educación de la prole” (8).
“Ningún motivo, sin embargo, aun cuando sea gravísimo, puede hacer que lo que va
intrínsecamente contra la naturaleza sea honesto y conforme a la misma naturaleza;
y estando destinado el acto conyugal, por su misma naturaleza, a la generación de
los hijos, los que en el ejercicio del mismo lo destituyen adrede de su naturaleza y
virtud, obran contra la naturaleza y cometen una acción torpe e intrínsecamente
deshonesta” (20).
Es intrínsecamente malo lo que va “en contra” de la naturaleza. Nos remite al recurso a la ley
natural que proviene de los estoicos.
“Por lo cual no es de admirar que las mismas Sagradas Letras atestigüen con cuánto
aborrecimiento la Divina Majestad ha perseguido este nefasto delito, castigándolo a
veces con la pena de muerte, como recuerda San Agustín: Porque ilícita e
impúdicamente yace, aun con su legítima mujer, el que evita la concepción de la
prole. Que es lo que hizo Onán, hijo de Judas, por lo cual Dios le quitó la vida” (20).
Las lecturas están condicionadas por el marco cultural. La muerte de Onán es… ¿porque no permite
la procreación? El pecado está en el egoísmo de Onán porque la descendencia no será suya.
Fines secundarios del matrimonio: “Sabe muy bien la santa Iglesia que no raras
veces uno de los cónyuges, más que cometer el pecado, lo soporta, al permitir, por
una causa muy grave, el trastorno del recto orden que aquél rechaza, y que carece,
por lo tanto, de culpa, siempre que tenga en cuenta la ley de la caridad y no se
descuide en disuadir y apartar del pecado al otro cónyuge. Ni se puede decir que
obren contra el orden de la naturaleza los esposos que hacen uso de su derecho
siguiendo la recta razón natural, aunque por ciertas causas naturales, ya de tiempo,
ya de otros defectos, no se siga de ello el nacimiento de un nuevo viviente. Hay,
pues, tanto en el mismo matrimonio como en el uso del derecho matrimonial, fines
secundarios -verbigracia, el auxilio mutuo, el fomento del amor recíproco y la
sedación de la concupiscencia-, cuya consecución en manera alguna está vedada a
los esposos, siempre que quede a salvo la naturaleza intrínseca del acto y, por ende,
su subordinación al fin primario” (22).
Esto es lo que quiebra el viejo paradigma. Para la Iglesia, el bien del matrimonio era la procreación.
Ahora se habla de fines secundarios. Se quiebra el viejo paradigma porque aparecen otros fines.
La concupiscencia es esa pasión desordenada.
Matrimonio mixto: “Mucho faltan en esta parte, y a veces con peligro de su eterna
salvación, quienes temerariamente y con ligereza contraen matrimonios mixtos, de
los que la Iglesia, basada en gravísimas razones, aparta con solicitud y amor
maternales a los suyos, como aparece por muchos documentos recapitulados en el
canon del Código canónico, que establece lo siguiente: La Iglesia prohíbe
severísimamente, en todas partes, que se celebre matrimonio entre dos personas
bautizadas, de las cuales una sea católica y la otra adscrita a una secta herética o
cismática; y si hay peligro de perversión del cónyuge católico y de la prole, el
matrimonio está además vedado por la misma ley divina[64]. Y aunque la Iglesia, a
veces, según las diversas condiciones de los tiempos y personas, llega a conceder la
dispensa de estas severas leyes (salvo siempre el derecho divino, y alejado, en
cuanto sea posible, con las convenientes cautelas, el peligro de perversión),
difícilmente sucederá que el cónyuge católico no reciba algún detrimento de tales
nupcias” (31).

PIO XII (1939-1958)

CONGRESO A LAS COMADRONAS CATÓLICAS (1951)


… Además, todo ser humano, aunque sea el niño en el seno materno, recibe derecho
a la vida inmediatamente de Dios, no de los padres, ni de clase alguna de la
sociedad o autoridad humana. Por eso no hay ningún hombre, ninguna autoridad
humana, ninguna ciencia, ninguna "indicación" médica, eugenésica, social,
económica, moral, que pueda exhibir o dar un título jurídico válido para una
disposición deliberada directa sobre una vida humana inocente; es decir, una
disposición que mire a su destrucción, bien sea como fin, bien como medio para
otro fin que acaso de por sí no sea en modo alguno ilícito. Así, por ejemplo, salvar la
vida de la madre es un nobilísimo fin; pero la muerte directa del niño como medio
para este fin no es lícita.

No tenemos necesidad de enseñaros en detalle la significación y la importancia en


vuestra profesión de esta ley fundamental, pero no olvidéis que por encima de
cualquier ley humana, de cualquier "indicación", se eleva, indefectiblemente, la ley
de Dios.

Nuestro Predecesor Pío XI, de feliz memoria, en su Encíclica Casti connubii, del 31 de
diciembre de 1930, proclamó de nuevo solemnemente la ley fundamental del acto y
de las relaciones conyugales: que todo atentado de los cónyuges en el
cumplimiento del acto conyugal o en el desarrollo de sus consecuencias naturales,
atentado que tenga por fin privarlo de la fuerza a él inherente e impedir la
procreación de una nueva vida, es inmoral; y que ninguna "indicación" o necesidad
puede cambiar una acción intrínsecamente inmoral en un acto moral y lícito (cf. AAS,
vol. 22, págs. 559 y sigs.).

Va tomando fuerza la idea de que lo que se utilice es “intrínsecamente malo”, lo que quiere decir
que en ningún momento se puede usar.

Esta prescripción sigue en pleno vigor lo mismo hoy que ayer, y será igual mañana y
siempre, porque no es un simple precepto de derecho humano, sino la expresión de
una ley natural y divina.

Está hablando como si fuera una verdad infalible.

Es preciso, ante todo, considerar dos hipótesis. Si la práctica de aquella teoría no


quiere significar otra cosa sino que los cónyuges pueden hacer uso de su derecho
matrimonial también en los días de esterilidad natural, no hay nada que oponer; con
esto, en efecto, aquellos no impiden ni perjudican en modo alguno la consumación
del acto natural y sus ulteriores consecuencias. Precisamente en esto la aplicación de
la teoría de que hablamos se distingue esencialmente del abuso antes señalado, que
consiste en la perversión del acto mismo. Si, en cambio, se va más allá, es decir, se
permite el acto conyugal exclusivamente en aquellos días, entonces la conducta de
los esposos debe ser examinada más atentamente.

No está claro el tema de las relaciones sexuales fuera de los días fértiles.

De esta prestación positiva obligatoria pueden eximir, incluso por largo tiempo y
hasta por la duración entera del matrimonio, serios motivos, como los que no raras
veces existen en la llamada "indicación" médica, eugenésica, económica y social. De
aquí se sigue que la observancia de los tiempos infecundos puede ser "lícita" bajo el
aspecto moral; y en las condiciones mencionadas es realmente tal. Pero si no hay,
según un juicio razonable y equitativo, tales graves razones personales o derivantes
de las circunstancias exteriores, la voluntad de evitar habitualmente la fecundidad de
la unión, aunque se continúe satisfaciendo plenamente la sensualidad, no puede
menos de derivar de una falsa apreciación de la vida y de motivos extraños a las
rectas normas éticas.
Hay una prescripción obligatoria (tener hijos), pero por ciertos factores, se puede eximir de dicha
prescripción, incluso por todo el matrimonio. Se supera una lectura totalmente diversa. La realidad
científica muestra que es lícito no tener los hijos.

SACRA VIRGINITAS (1954)


Conflicto con las tendencias personalistas.
Doms sostenía que el fin del matrimonio era el amor, y del amor surgían los hijos.

Cambio de acento:
Herbert DOMS (1890-1977): nació en la ciudad de Ratibor, hoy Polonia. Estudió ciencias naturales e
hizo el doctorado en filosofía en Munich. A los 30 años ingresa en el seminario y estudió teología
en la universidad católica de Breslau. En 1929 se doctoró en dogmática. Después de la segunda
guerra, fue docente de teología moral en la universidad de Monastyro
Publicó dos volúmenes sobre el matrimonio: “Este misterio es grande” y “Unidad de los esposos y
la prole” (“Sentido y finalidad del matrimonio”), con una clara posición personalista del matrimonio.
“La finalidad del acto conyugal no es engendrar, sino la unión personal de los esposos. Los hijos
son efectos y no fines del matrimonio”.

CONCILIO VATICANO II (1962-1965)


Debate conciliar de la tercera sesión: GS “Dignidad del matrimonio y de la familia” (47-52)
Comisión de expertos: problema de la población, familia y natalidad

PABLO VI (1963-1978)

HUMANAE VITAE (1968)


Contexto
 Concilio Vaticano II
 Cambios sociales, políticos, científicos y tecnológicos
 Comisión de estudio sobre los problemas para la población, la familia y natalidad (1965)

Estructura
I. Nuevos aspectos del problema y competencia del magisterio
Nuevo enfoque del problema
Los cambios que se han producido son:
 rápido desarrollo demográfico.
 en el campo económico y en el de la educación, con frecuencia hacen hoy difícil
el mantenimiento adecuado de un número elevado de hijos.
 tanto en el modo de considerar la personalidad de la mujer y su puesto en la
sociedad, como en el valor que hay que atribuir al amor conyugal dentro del
matrimonio y en el aprecio que se debe dar al significado de los actos
conyugales en relación con este amor.
 dominio y en la organización racional de las fuerzas de la naturaleza, de modo
que tiende a extender ese dominio a su mismo ser global: al cuerpo, a la vida
psíquica, a la vida social y hasta las leyes que regulan la transmisión de la vida.

Competencia del Magisterio


“Estas cuestiones exigían del Magisterio de la Iglesia una nueva y profunda reflexión
acerca de los principios de la doctrina moral del matrimonio, doctrina fundada sobre
la ley natural, iluminada y enriquecida por la Revelación divina.
“Ningún fiel querrá negar que corresponda al Magisterio de la Iglesia el interpretar
también la ley moral natural. Es, en efecto, incontrovertible -como tantas veces han
declarado nuestros predecesores- que Jesucristo, al comunicar a Pedro y a los
Apóstoles su autoridad divina y al enviarlos a enseñar a todas las gentes sus
mandamientos, los constituía en custodios y en intérpretes auténticos de toda ley
moral, es decir, no sólo de la ley evangélica, sino también de la natural, expresión de
la voluntad de Dios, cuyo cumplimiento fiel es igualmente necesario para salvarse”
La conciencia de esa misma misión nos indujo a confirmar y a ampliar la Comisión
de Estudio que nuestro predecesor Juan XXIII, de feliz memoria, había instituido en
el mes de marzo del año 1963. Esta Comisión de la que formaban parte bastantes
estudiosos de las diversas disciplinas relacionadas con la materia y parejas de
esposos, tenía la finalidad de recoger opiniones acerca de las nuevas cuestiones
referentes a la vida conyugal, en particular la regulación de la natalidad, y de
suministrar elementos de información oportunos, para que el Magisterio pudiese
dar una respuesta adecuada a la espera de los fieles y de la opinión pública mundial.

La respuesta del Magisterio


No podíamos, sin embargo, considerar como definitivas las conclusiones a que
había llegado la Comisión, ni dispensarnos de examinar personalmente la grave
cuestión; entre otros motivos, porque en seno a la Comisión no se había alcanzado
una plena concordancia de juicios acerca de las normas morales a proponer y, sobre
todo, porque habían aflorado algunos criterios de soluciones que se separaban de la
doctrina moral sobre el matrimonio propuesta por el Magisterio de la Iglesia con
constante firmeza. Por ello, habiendo examinado atentamente la documentación
que se nos presentó y después de madura reflexión y de asiduas plegarias,
queremos ahora, en virtud del mandato que Cristo nos confió, dar nuestra respuesta
a estas graves cuestiones.

II. Principios doctrinales


Una visión global del hombre
El problema de la natalidad, como cualquier otro referente a la vida humana, hay que
considerarlo, por encima de las perspectivas parciales de orden biológico o psicológico,
demográfico o sociológico, a la luz de una visión integral del hombre y de su vocación, no
sólo natural y terrena sino también sobrenatural y eterna. Y puesto que, en el tentativo de
justificar los métodos artificiales del control de los nacimientos, muchos han apelado a las
exigencias del amor conyugal y de una "paternidad responsable", conviene precisar bien el
verdadero concepto de estas dos grandes realidades de la vida matrimonial, remitiéndonos
sobre todo a cuanto ha declarado, a este respecto, en forma altamente autorizada, el
Concilio Vaticano II en la Constitución pastoral Gaudium et Spes.

El amor conyugal
La verdadera naturaleza y nobleza del amor conyugal se revelan cuando éste es
considerado en su fuente suprema, Dios, que es Amor (6), "el Padre de quien procede toda
paternidad en el cielo y en la tierra" (7).
El matrimonio no es, por tanto, efecto de la casualidad o producto de la evolución de
fuerzas naturales inconscientes; es una sabia institución del Creador para realizar en la
humanidad su designio de amor. Los esposos, mediante su recíproca donación personal,
propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de sus seres en orden a un mutuo
perfeccionamiento personal, para colaborar con Dios en la generación y en la educación de
nuevas vidas.
En los bautizados el matrimonio reviste, además, la dignidad de signo sacramental de la
gracia, en cuanto representa la unión de Cristo y de la Iglesia.

Respetar la naturaleza y la finalidad del acto matrimonial


Estos actos, con los cuales los esposos se unen en casta intimidad, y a través de los
cuales se transmite la vida humana, son, como ha recordado el Concilio, "honestos y
dignos", y no cesan de ser legítimos si, por causas independientes de la voluntad de
los cónyuges, se prevén infecundos, porque continúan ordenados a expresar y
consolidar su unión. De hecho, como atestigua la experiencia, no se sigue una nueva
vida de cada uno de los actos conyugales. Dios ha dispuesto con sabiduría leyes y
ritmos naturales de fecundidad que por sí mismos distancian los nacimientos. La
Iglesia, sin embargo, al exigir que los hombres observen las normas de la ley natural
interpretada por su constante doctrina, enseña que cualquier acto matrimonial
(quilibet matrimonii usus) debe quedar abierto a la transmisión de la vida
(CConnubii).

Vías ilícitas para la regulación de los nacimientos


En conformidad con estos principios fundamentales de la visión humana y cristiana
del matrimonio, debemos una vez más declarar que hay que excluir absolutamente,
como vía lícita para la regulación de los nacimientos, la interrupción directa del
proceso generador ya iniciado, y sobre todo el aborto directamente querido y
procurado, aunque sea por razones terapéuticas.
Hay que excluir igualmente… la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del
hombre como de la mujer; queda además excluida toda acción que, o en previsión
del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias
naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación
(16).
Tampoco se pueden invocar como razones válidas, para justificar los actos
conyugales intencionalmente infecundos, el mal menor o el hecho de que tales
actos constituirían un todo con los actos fecundos anteriores o que seguirán
después y que por tanto compartirían la única e idéntica bondad moral. En verdad, si
es lícito alguna vez tolerar un mal moral menor a fin de evitar un mal mayor o de
promover un bien más grande no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el
mal para conseguir el bien, es decir, hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo
que es intrínsecamente desordenado y por lo mismo indigno de la persona humana,
aunque con ello se quisiese salvaguardar o promover el bien individual, familiar o
social. Es por tanto un error pensar que un acto conyugal, hecho voluntariamente
infecundo, y por esto intrínsecamente deshonesto, pueda ser cohonestado por el
conjunto de una vida conyugal fecunda.

Declaraciones episcopales sobre la HV


 Comunicado de la conferencia episcopal italiana
 Carta pastoral de los obispos nórdicos
 Declaración de los obispos suizos
 Declaración del episcopado español
 Declaración pastoral del episcopado norteamericano
 Declaración del episcopado belga
 Declaración de los obispos alemanes
 Declaración del episcopado austríaco

Reacciones y conflictos
 Obispos Alemanes (1974)
 Congregación de la Doctrina de la fe: “Persona Humana” (1975)
 Human Sexuality (1976), condenado por la Congregación de la Doctrina de la Fe (1979)

JUAN PABLO II (1978-2005)


Conferencias miércoles (1979-83) sobre la Teología del cuerpo.
Catecismo de la Iglesia (1992)

BENEDICTO XVI (2005-2013)


Deus caritas est (2005)

FRANCISCO (2013- )
Sínodo sobre la familia (General, 2015)

EXHORTACIÓN AMORIS LAETITIA (2016)

Realmente hay un apoyo de lo que hubo en el sínodo. Habla de una metodología.


Es una exhortación larga, con muchos capítulos. Son 9 capítulos.

Capítulo primero: A LA LUZ DE LA PALABRA


Capítulo segundo: REALIDAD Y DESAFÍOS DE LAS FAMILIAS
Capítulo tercero: LA MIRADA PUESTA EN JESÚS: VOCACIÓN DE LA FAMILIA
Capítulo cuarto: EL AMOR EN EL MATRIMONIO
Capítulo quinto: AMOR QUE SE VUELVE FECUNDO
Capítulo sexto: ALGUNAS PERSPECTIVAS PASTORALES
Capítulo séptimo: FORTALECER LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS
Capítulo octavo: ACOMPAÑAR, DISCERNIR E INTEGRAR LA FRAGILIDAD
Capítulo noveno: ESPIRITUALIDAD MATRIMONIAL Y FAMILIAR

Se habla del “amor del matrimonio”, se podría pensar cómo se retoma el pensamiento de Doms,
donde los hijos son consecuencia de ese amor.

MAJORIANO
El lenguaje, el razonar del discernimiento es una novedad teológica que AL propone a toda la
Iglesia. Poniendo en paralelo FC (frecuencia del termino discernimiento 7 veces, discernir 5 veces)
y AL (discernimiento 32 vueltas, discernir 9), es claro que ahora nos encontramos frente a un
Magisterio que nos propone razonar metiendo al centro el discernimiento.
Podemos observar 3 elementos que están detrás de AL:
• El Vaticano II había pedido de abandonar el paradigma moral de la aplicación de la norma,
superando la visión de conciencia que hace de la conciencia el juicio y el silogismo práctico
que aplica la norma.
Moral autónoma teónoma, en esta persona la norma es la expresión de un valor moral. El
sujeto no obedece por miedo al castigo, sino porque siente dentro de sí el valor. La norma
en un adulto es propia, interna.
El valor para el cristiano es Dios, el Bien absoluto. Pero Dios está en una dimensión fuera
del tiempo y del espacio, mientras que los valores están circunscriptos en estas
coordenadas. La expresión del bien se expresa en realidades culturales.

• En el postconcilio, después de un primer momento de renovación del lenguaje y del


razonar, tuvimos una situación magisterial que hizo un poco incierta esta indicación clara del V
II (Observar como viene presentada la conciencia en el Compendio del Catecismo de la Iglesia
Católica del año 92, donde se darán cuenta que viene omitida la descripción de GS)

• Durante el trabajo del Sínodo se dijo que se necesitaba volver a proponer con fuerza la
metodología, el lenguaje y la manera de proceder del discernimiento como era propuesta por el
V II (ver y comparar en paralelo las citaciones que hacen del CV II en los textos conclusivos del
Sínodo en relación a los textos preparatorios), el Papa Francisco hace suya esta indicación.

El discurso sobre el discernimiento es sobre el discernimiento, pero es también algo más.


Estamos invitados a retomar y desarrollar lo que fue evidenciado en el V II y que hoy debemos
retomar con más fe todavía.
El camino del discernimiento es para proponer a todos los fieles para que puedan responder al
bien que Dios pide a ellos. Es una elección pastoral general que está al lado del responsabilizar,
abandonando la pastoral del des-responsabilizar (“yo te digo lo que debes hacer”), para ayudar y
acompañar al otro en el discernir lo que Dios le está pidiendo (GS 43 y OA 4: Pablo VI).
Debemos entrar en una óptica donde nosotros estimulamos a los fieles a entender que Dios es una
presencia viva en la historia y que está pidiendo está interpelando. La ley y los otros instrumentos
ayudan, pero no resumen el discernimiento.
El discernimiento es la modalidad que el creyente está llamado a responder a Dios.
No se trata sólo de algo que vale para algunas casuísticas, es el estilo de vida cristiana que se
necesita promover y dentro este estilo de vida cristiana encontraremos los criterios para poder
responder también frente a situaciones que no son reportadas a una norma única como tal.
La doctrina propone es el amor misericordioso de Dios, esto no debemos más vacilar. Es el
significado último que no podemos meter en crisis, es un desafío para la teología moral hacer
experimentar que las palabras que decimos sobre el bien son palabras que decimos, no sobre el
deber que limitan la libertad, sino sobre el amor misericordioso de Dios que bajó a tu
fragilidad y te quiere llevar a la plenitud. (Majorano)

35. Los cristianos no podemos renunciar a proponer el matrimonio con el fin de no


contradecir la sensibilidad actual, para estar a la moda, o por sentimientos de
inferioridad frente al descalabro moral y humano. Estaríamos privando al mundo de
los valores que podemos y debemos aportar. Es verdad que no tiene sentido
quedarnos en una denuncia retórica de los males actuales, como si con eso
pudiéramos cambiar algo. Tampoco sirve pretender imponer normas por la fuerza
de la autoridad. Nos cabe un esfuerzo más responsable y generoso, que consiste en
presentar las razones y las motivaciones para optar por el matrimonio y la familia, de
manera que las personas estén mejor dispuestas a responder a la gracia que Dios les
ofrece.

Se debe descubrir primero el valor para comunicar y proponer, porque de otro modo se estaría
imponiendo ante la ausencia de razones y motivaciones.

36. Al mismo tiempo tenemos que ser humildes y realistas, para reconocer que a
veces nuestro modo de presentar las convicciones cristianas, y la forma de tratar a
las personas, han ayudado a provocar lo que hoy lamentamos, por lo cual nos
corresponde una saludable reacción de autocrítica. Por otra parte, con frecuencia
presentamos el matrimonio de tal manera que su fin unitivo, el llamado a crecer en
el amor y el ideal de ayuda mutua, quedó opacado por un acento casi excluyente en
el deber de la procreación. Tampoco hemos hecho un buen acompañamiento de los
nuevos matrimonios en sus primeros años, con propuestas que se adapten a sus
horarios, a sus lenguajes, a sus inquietudes más concretas. Otras veces, hemos
presentado un ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi
artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y de las posibilidades
efectivas de las familias reales. Esta idealización excesiva, sobre todo cuando no
hemos despertado la confianza en la gracia, no ha hecho que el matrimonio sea más
deseable y atractivo, sino todo lo contrario.

¿Cuál sería un ideal del matrimonio demasiado abstracto?

37. Durante mucho tiempo creímos que con sólo insistir en cuestiones doctrinales,
bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia, ya sosteníamos
suficientemente a las familias, consolidábamos el vínculo de los esposos y
llenábamos de sentido sus vidas compartidas. Tenemos dificultad para presentar al
matrimonio más como un camino dinámico de desarrollo y realización que como un
peso a soportar toda la vida. También nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los
fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus
límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se
rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a
pretender sustituirlas.

Formar las conciencias, no sustituirlas.

54. En esta breve mirada a la realidad, deseo resaltar que, aunque hubo notables
mejoras en el reconocimiento de los derechos de la mujer y en su participación en el
espacio público, todavía hay mucho que avanzar en algunos países. No se terminan
de erradicar costumbres inaceptables. Destaco la vergonzosa violencia que a veces
se ejerce sobre las mujeres, el maltrato familiar y distintas formas de esclavitud que
no constituyen una muestra de fuerza masculina sino una cobarde degradación. La
violencia verbal, física y sexual que se ejerce contra las mujeres en algunos
matrimonios contradice la naturaleza misma de la unión conyugal. Pienso en la
grave mutilación genital de la mujer en algunas culturas, pero también en la
desigualdad del acceso a puestos de trabajo dignos y a los lugares donde se toman
las decisiones. La historia lleva las huellas de los excesos de las culturas patriarcales ,
donde la mujer era considerada de segunda clase, pero recordemos también el
alquiler de vientres o «la instrumentalización y mercantilización del cuerpo femenino
en la actual cultura mediática»[42]. Hay quienes consideran que muchos problemas
actuales han ocurrido a partir de la emancipación de la mujer. Pero este argumento
no es válido, «es una falsedad, no es verdad. Es una forma de machismo»[43]. La
idéntica dignidad entre el varón y la mujer nos mueve a alegrarnos de que se
superen viejas formas de discriminación, y de que en el seno de las familias se
desarrolle un ejercicio de reciprocidad. Si surgen formas de feminismo que no
podamos considerar adecuadas, igualmente admiramos una obra del Espíritu en el
reconocimiento más claro de la dignidad de la mujer y de sus derechos.

¿Qué formas de machismo se ven en nuestra cultura?


¿A qué formas de feminismo se está refiriendo?
La Iglesia está en contra no del feminismo, sino de algunas formas de feminismo inadecuadas.

55. El varón «juega un papel igualmente decisivo en la vida familiar, especialmente


en la protección y el sostenimiento de la esposa y los hijos [...] Muchos hombres son
conscientes de la importancia de su papel en la familia y lo viven con el carácter
propio de la naturaleza masculina. La ausencia del padre marca severamente la vida
familiar, la educación de los hijos y su integración en la sociedad. Su ausencia puede
ser física, afectiva, cognitiva y espiritual. Esta carencia priva a los niños de un modelo
apropiado de conducta paterna»[44].

Hay un concepto de varón anclado con la idea de naturaleza masculina.


¿El varón juega un papel decisivo en la vida familiar en la protección y el sostenimiento?
Hay una concepción fuertemente cultural donde los roles están fuertemente marcados.

56. Otro desafío surge de diversas formas de una ideología, genéricamente


llamada gender, que «niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de
mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento
antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices
legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva
radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer. La
identidad humana viene determinada por una opción individualista, que también
cambia con el tiempo»[45]. Es inquietante que algunas ideologías de este tipo, que
pretenden responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles, procuren
imponerse como un pensamiento único que determine incluso la educación de los
niños. No hay que ignorar que «el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del
sexo (gender), se pueden distinguir pero no separar»[46]. Por otra parte, «la
revolución biotecnológica en el campo de la procreación humana ha introducido la
posibilidad de manipular el acto generativo, convirtiéndolo en independiente de la
relación sexual entre hombre y mujer. De este modo, la vida humana, así como la
paternidad y la maternidad, se han convertido en realidades componibles y
descomponibles, sujetas principalmente a los deseos de los individuos o de las
parejas»[47]. Una cosa es comprender la fragilidad humana o la complejidad de la
vida, y otra cosa es aceptar ideologías que pretenden partir en dos los aspectos
inseparables de la realidad. No caigamos en el pecado de pretender sustituir al
Creador. Somos creaturas, no somos omnipotentes. Lo creado nos precede y debe
ser recibido como don. Al mismo tiempo, somos llamados a custodiar nuestra
humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla como ha sido creada.

Seguimos con una mentalidad binaria, pensamos “el humano es un compuesto de cultura y
naturaleza”. ¿La naturaleza sería el don de Dios y la cultura lo propiamente humano? Lo humano se
manifiesta también en otros géneros, ¡existe!

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