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CONDUCTAS DE RIESGO, ALCOHOL, DROGA y VIH EN ADOLESCENTES.

A 10 AÑOS VISTA

Risueño, A., Motta, I., Mas, K., Raphael, S., Fontenla, A. Mas Colombo, E.

Universidad Kennedy Argentina

4 Congreso ALFEPSI. Colombia. 2015

Resumen

Aunque las cifras de personas que viven con el Virus de Inmunodeficiencia

Humana (VIH) y Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA) se han estabilizado

en los últimos años, la población adolescente sigue siendo foco de atención debido a la

vulnerabilidad y frecuencia de conductas de riesgo en salud sexual y reproductiva que

presentan. Las conductas de riesgo en la adolescencia se constituyen en las principales

causas de morbimortalidad de esta etapa. Los hábitos adquiridos y consolidados en la

adolescencia pueden además contribuir a la morbilidad y mortalidad precoz. A diez

años de nuestras primeras investigaciones en el marco de la Ciudad de Buenos Aires y

Gran Buenos Aires acerca de sus conductas, consideramos necesario relevar la situación

actual, con el fin de generar estrategias de promoción y prevención, que disminuyan los

riesgos frente a la transmisión por VIH/SIDA, consumo de alcohol y otras sustancias

enfocadas a las características propias de la población. Establecimos la relación entre

información y conocimiento y su influencia en la presencia de conductas de riesgo y

transmisión de VIH y cómo se perciben en relación a las mismas. Se efectuó un estudio

descriptivo y transversal a través de una encuesta autoadministrada, anónima y

voluntaria, compuesta por 47 ítems, de los que hemos seleccionado aquellos referidos al

objetivo de esta presentación.

Palabras Claves: Adolescencia- riesgo, alcohol, droga, VIH


Summary

Although the number of persons who lives with the HIV and AIDS has

stabilized in the last years, the teenager's population still been the focus due to its

vulnerability and frequency of behavior's risk in sexual health and reproductive which

presents. The behavior's risk at teen-age represents the mainly reasons of morbidity and

mortality of this stage. The acquire and consolidated habits could also contributes to the

premature morbidity and mortality.

Ten years after the first researches in Buenos Aires City and Gran Buenos Aires,

we believe its a must to relieve the current situation, having the purpose to generates

promotion and prevention's strategies which decrease the HIV/AIDS transitions' risks,

alcohol addiction and others substances focused on the characteristics of the population.

We have established the relation between information and knowledge and its influence

at the risk's behaviors and HIV transition and how can perceive the relation between

them selfs. A descriptive and traversal research has been made throughout a self-

administered survey, anonymous and voluntary, composed by 47 issues, of which we

have selected those related to the objective of this presentation.

Key Words: Teenagers-Risk, alcohol, drugs, HIV

Introducción

Desde la aparición de los primeros enfermos del síndrome de inmunodeficiencia

adquirida [SIDA] ha transcurrido más de medio siglo. A partir de la identificación del

agente patógeno, el virus de inmunodeficiencia humana [VIH], en 1983 hasta la fecha,

las investigaciones científicas han aportado importantes avances que condujeron a que

no sólo haya aumentado el tiempo de vida de los enfermos sino que también se haya
retrasado la aparición del período sintomático y mejorado la calidad de vida para todos

ellos. Podemos aseverar que en estos últimos quince años con la implementación de los

nuevos tratamientos antirretrovirales de gran actividad el pronóstico se ha modificado, y

de ser una patología subaguda y mortal a corto plazo, pasó a ser una enfermedad crónica

y controlable. No son estos los únicos cambios que sufrió el desarrollo de la enfermedad

y el conocimiento de la misma sino que, al mismo tiempo, se fue modificando la

epidemiología. Se tornó paulatinamente en una patología que no discriminó sexo, edad

ni condición social. Es así, como la “Estrategia de ONUSIDA” para 2011-2015 es

“revolucionar la prevención del VIH, catalizar la próxima fase del tratamiento, la

atención y el apoyo, y progresar en la realización de los derechos humanos y la igualdad

de género” (2010, p 10). Según los datos de ONUSIDA, cada día ser registran más de

7.000 personas que contraen el VIH y casi 40 millones de personas viven con el virus en

el mundo. Si bien, en Latinoamérica los datos oficiales registran un descenso de

fallecidos del 36% en la última década, asciende a 1,8 millones las personas que viven

con el VIH. Las dos terceras partes de los infectados viven en los cuatro países más

grandes: Argentina, Brasil, Colombia y México. En Argentina, según el Boletín

epidemiológico VIH de 2014 de la Dirección de Sida y ETS dependiente del Ministerio

de Salud, viven 110.000 personas con el VIH pero solo el 70% conoce su serología, se

notifican 6.000 nuevos casos por año y la relación es de 2,1 varones por cada mujer

diagnosticada. Por otro lado, la edad media de diagnóstico es de 33 años en los varones

y de 32 años en las mujeres. Del cien por cien diagnosticados, un 34% corresponde a la

Ciudad Autónoma de Buenos Aires y un 29% al Gran Buenos Aires, que sumadas a

otras zonas urbanas del país constituyen un 79,90%. Los datos, a su vez, refieren que

las personas que se han realizado la prueba se encuentran entre los 20 y 49 años y

reportan que su primera relación sexual ha sido alrededor de los 15 años. Ya habíamos
informado en comunicaciones anteriores y con datos proporcionados por ONUSIDA

(2008) que una enorme cantidad de jóvenes desconoce cómo se transmite el VIH/SIDA.

Encuestas efectuadas en 64 países indican que el 60% de los varones y el 62% de las

mujeres de 15 a 24 años de edad no tienen un conocimiento preciso y exhaustivo sobre

el VIH y cómo evitar su transmisión. Tales datos fueron confirmados por nosotros en el

año 2005 y 2008 y se vuelven a ratificar en la investigación 2015, resaltando la

significatividad de los mismos, ya que tanto el 100% de la muestra estudiada entonces

como la actual corresponde a la franja de mayor transmisión en Latinoamérica. A partir

de la gravedad de los datos epidemiológicos aportados por los organismos oficiales, nos

resulta llamativo que la Ley de Educación Sexual Integral (Nº 2110) en la Ciudad de

Buenos Aires que data de octubre del 2006, llegó 15 años después de la promulgación

de la Ley Nacional de SIDA Nº 23.798 cuya reglamentación (Nº 1.244/91) en su art. 1°

invita a la entonces Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires a incorporar la

prevención del SIDA como tema en los programas de enseñanza de los niveles primario,

secundario y terciario de educación. Por otro lado, como bien se señala en la

denominación de la ley, ésta apunta a “trabajar” aspectos que si bien consideramos

fundamentales en la prevención de VIH, dejan fuera otros que no se corresponden a

transmisión del virus por relaciones sexuales y, como analizaremos luego, se convierte

en un arma de doble filo. Parece que la población en general, y los legisladores y

autoridades sanitarias y educativas en particular, no hubieran tomado conciencia de la

urgencia epidemiológica en la que venimos estando inmersos. Además, si bien desde el

2006 contamos con una ley de educación sexual integral, que se ha puesto en marcha

con diferente grado de consistencia y continuidad, la realidad nos muestra que la

implementación de las actividades que en ella se promueven parte de una visión

cientificista con predominancia del modelo biomédico que ha caracterizado las


intervenciones preventivas hasta la actualidad, a pesar que en su Cap.1 art. 2 propone la

formación en valores. De esta manera, se observa ineficacia en la instrumentación de las

estrategias que se pusieron a disposición de los docentes, quienes denuncian (Mas

Colombo et al, junio 2007, pp5-7) que no están recibiendo la formación y actualización

que requieren para cumplir de manera adecuada con todas las responsabilidades que le

corresponden a la escuela. Ya en su momento observamos que trabajos relevados

(GCBA, 2005; Guastini, Grieco, 2003; Maneiro, Rodal, Bargalló, 2003; Rogalski,

García Tuñon, Bicco Innamorato, Sigal, 2003) marcan un sesgo biomédico que deja de

lado al adolescente desde una visión integrativa en la que se lo considere como unidad

biopsicosocial. Otros autores parten de posturas ideológicas que desconocen las

características biopsicosociocognitivas del adolescente (Mas Colombo et al. Junio 2008;

Risueño, Motta, 2008; Risueño, Motta, Mas Colombo, 2008). Desde nuestro punto de

vista estos errores estratégicos son los que no permiten que las buenas intenciones en

términos de planes de prevención logren el objetivo de disminuir la incidencia de

transmisión del VIH/SIDA en la población adolescente. De lo antedicho surgen diversas

consideraciones reforzando que el modelo que se sigue implementando se basa casi

exclusivamente en los aspectos biomédicos de la transmisión del VIH, priorizando los

factores cognitivos y racionales que llevan a la mera incorporación de información,

dejando de lado la formación en la esfera ontoaxiológica. El hombre ha privilegiado en

estos años su ser pensante, desvalorizando otros aspectos de sí mismo que son

ineludibles para constituirse en humano, venerando ideologías y suponiendo que sólo

con la razón y la técnica se puede controlar todo. Informar y conocer sobre el SIDA no

basta, aunque estos son postulados básicos de cualquier acción preventiva, sobre todo si

nos referimos a prevención primaria. Ésta se vale de la educación, pero no hay

educación en tanto y en cuanto no hagamos de ella un saber, en tanto no nos pertenezca,


en tanto no sea autoeducación. La razón no es suficiente si no consideramos el para qué,

el sentido de nuestra existencia, el valor de elegir y no consideremos que el cuerpo no es

eterno. No alcanza con percibir o pensar, debemos mirar, mirarnos y mirar al otro. La

mirada como constitutiva de lo psíquico nos da sentido, posibilita un hombre con

imaginación, con desarrollos valorativos. El mundo requiere de un hombre que mire y

se mire (Risueño, Mas Colombo, 2001; Mas Colombo et al., 2002, 2003, 2004). Dada la

vulnerabilidad de los adolescentes en virtud de sus características

biopsicosociocognitivas y teniendo en cuenta los datos epidemiológicos actuales

(Ministerio de Salud de la Nación, 2014), abordamos la investigación de sus conductas

de riesgo y los conocimientos que tienen sobre VIH/SIDA. Además, dado que la

epidemia se concentra en la región central del país y en especial en la ciudad de Buenos

Aires (Ministerio de Salud, Agosto, 2014), se considera de suma importancia el

relevamiento de datos realizado en ella. Las características biopsicosocognitivas del

período adolescente señaladas en el párrafo anterior se relacionan con una conciencia de

temporalidad aún en construcción, que los somete a conductas ligadas a la inmediatez,

conduciéndolos a la falla en el control de los impulsos, con un mañana que sólo es

presente y que no permite la reflexión; imposibilitando la autopercepción que conduce a

la conciencia de mismidad (Mas Colombo, 2001). El adolescente, en pleno desarrollo,

aún está imposibilitado de llevar a cabo un equilibrio dinámico entre el “quiero, puedo,

debo y es la opción más conveniente en este aquí, ahora y así” en función de un

proyecto vital (Mas Colombo et al., junio 2007). Este es el aspecto que merece ser

atendido especialmente en las campañas preventivas de la transmisión, las que como se

vio en los antecedentes, presentan serios vicios. Quizás uno de los más importantes es

que la misma OMS (2005, 2014) aún planteaba la necesidad de fortalecer los sistemas

que lleven a políticas de prevención y disminución de la prevalencia entre los jóvenes


de 15 a 24 años disminuyendo la vulnerabilidad al VIH. Sin embargo, no llega a poner

en práctica medidas concretas que ataquen el problema desde sus orígenes. El lograr

consensos internacionales acerca de las políticas de estado a seguir, si bien es una

condición necesaria, no es una medida suficiente para combatir la pandemia, si sólo se

queda en meras declaraciones de principios. Como hemos señalado, lo característico del

comportamiento adolescente es la acción impulsiva, que en muchos casos llega a poner

en riesgo la integridad de la vida. Los datos muestran el incremento, a todas las edades,

de la transmisión por vía sexual en personas heterosexuales. Esto ha conducido a pensar

que la prevención se limita a brindar información sobre sexualidad a partir del modelo

biomédico, que ya hemos puesto en discusión precedentemente.

Los conocimientos biomédicos parecen ser insuficientes para controlar la

expansión del virus. Si bien las investigaciones realizadas en el marco de este

modelo son las que posibilitaron que se identificara el virus, se informara a la

población y que las expectativas de vida se prolongaran en el tiempo, las mismas

fueron y son insuficientes para controlar la expansión del contagio. (Mas

Colombo et al., 2004, p4)

A pesar de que ya hemos informado sobre la insuficiencia de este modelo para

frenar la epidemia seguimos estando ante un problema acuciante, cuyas dimensiones y

repercusiones exceden dicho ámbito y abarcan la esfera iuspolítica y el plano

socioeconómico. En investigaciones llevadas a cabo anteriormente (Mas Colombo et al.,

2004) señalábamos que en algunos casos el conocer la existencia de drogas

antirretrovirales que podrían cronificar la enfermedad y, por lo tanto, alejar el fantasma

de la muerte, ha provocado un aumento en las conductas de riesgo. Por otro lado, en el

caso de los adolescentes, el abordaje preventivo refiere casi exclusivamente a temas

vinculados con la fórmula educativa llamada “educación sexual”, que en la mayoría de


los casos se traduce en contenidos conceptuales ligados a los aspectos anatómicos y

fisiológicos, dejando de lado que la sexualidad es un intercambio comunicativo en el

que deben explicitarse los afectos y los vínculos en la dimensión que adquieren en el

contexto del pensamiento omnipotente característico de los adolescentes. Dejamos

planteado que no es suficiente con que en las currículas se contemplen estas temáticas

como meros contenidos conceptuales. Los mismos deben transformarse en procesos

vivenciales que atraviesen la experiencia autoeducativa y se ubiquen en el centro de la

misma. La información no alcanza en tanto no hagamos de ella un saber que se encarne

en existencia temporalizada de modo que se organice en un estilo personal de pensar y

pensarse que les permita acciones tendientes al cuidado de sí y de los otros. Hace más

de cuatro décadas la comunidad científica psi ya señalaba con claridad el riesgo en el

que se encontraban los adolescentes. En la década de los 70 autores como Arminda

Aberastury, Mauricio Knobel (1976) y Edgardo Rolla (1976) ya hacían referencia a las

características de los adolescentes y a las dificultades de los adultos para hacerse cargo

de ello. Por lo tanto, si los adolescentes siguen siendo el grupo etario más vulnerable,

nos preguntamos en esta investigación qué es lo que saben sobre VIH/SIDA y cuáles

son las conductas de riesgo más frecuentes en ellos. Estos son datos fundamentales para

el diagnóstico situacional que dará sustento a las posteriores acciones promotoras de

prevención en el marco educativo que corresponde a este período. Las acciones de salud

pública llevadas a cabo intentan aumentar gradualmente la información sobre este tema,

pero las mismas no son suficientes para lograr cambios reales de conducta. Estamos de

acuerdo con autores que indican la necesidad de ahondar en investigaciones que

profundicen el análisis de las conductas humanas y especialmente en las conductas de

riesgo. No por nada muchos autores, desde el siglo pasado han dado en llamar al SIDA

la “enfermedad comportamental” (AIDS Control And Prevention Project, 1997). El


mismo Jonathan Mann, quien fuera director del programa SIDA de la OMS hasta 1990,

dijo: “El comportamiento humano es más complejo que cualquier virus”; casi tres

décadas después estas palabras siguen estando vigentes y sin una respuesta adecuada y

pertinente a los tiempos actuales. A los efectos de elaborar estrategias eficaces y

eficientes sostenemos que es indispensable describir, comprender y conocer cabalmente

las características propias del adolescente, sus conductas y en especial sus conductas de

riesgo (Mas Colombo et al., diciembre, 2007).

Objetivos

En la presente investigación los objetivos propuestos son: 1. Determinar la

información pertinente al VIH/SIDA que tienen los adolescentes que cursan sus

estudios secundarios en escuelas gestión pública y privada de la Ciudad Autónoma de

Buenos Aires. 2. Obtener antecedentes acerca de las conductas de riesgo respecto de

VIH/SIDA de los mismos. 3. Determinar la autopercepción de conductas de riesgo en

dicha población. A los efectos de: 1. Conocer si existe relación entre información,

conocimiento y conductas de riesgo en la población adolescente estudiada 2. Conocer si

existe relación entre conductas de riesgo conocidas y autopercepción de riesgo en dicha

población

Material y Métodos

Se efectuó un estudio descriptivo y transversal para el que hemos elaborado una

encuesta autoadministrada, anónima y voluntaria, compuesta por 47 ítems. A partir de

allí la forma metodológica de análisis es de naturaleza descriptiva en términos

fenomenológicos. Ya que la condición de administración consideraba la voluntariedad

de respuesta por parte de los estudiantes, y teniendo en cuenta que las temáticas
planteadas pueden rozar cuestiones privadísimas de los adolescentes, no se consideró

conveniente la utilización de métodos aleatorios puros, por lo que el número total de

encuestas que se obtuvo responde a la cualidad de “voluntaria” que se subrayó para las

mismas. Se administraron 600 encuestas, de las cuales resultaron finalmente válidas

581. A los efectos del análisis cuanti-cualitativo de los datos se elaboraron cuatro

constructos, a saber:

1.- Información: conjunto de abstracciones sistematizadas y transmitidas por

agentes que a distintos niveles representan los modelos societarios en un determinado

momento histórico. (Mas Colombo et al., 2004)

2.- Conocimiento: es la composición y síntesis de lo percibido y valorado que se

organiza en un estilo personal de pensar y pensarse. (Mas Colombo et al., 2004)

3.- Conductas de Riesgo: toda aquella conducta o situación específica que real o

potencialmente conduzca al deterioro actual o futuro de la salud biopsicosocial del

humano, teniendo en cuenta las conductas de riesgo general y sexual (Mas Colombo et

al., 2004).

4.- Autopercepción: posibilidad de dar cuenta de uno mismo a partir de lo que la

conciencia nos propone, permitiendo construir un modelo personal del mundo,

estimando y evaluando la experiencia y la acción, considerando antecedentes y

prospectivas que posibilitan una imagen de sí mismo. (Mas Colombo et al., 2004)

La muestra quedó conformada por un 46% de varones y un 54% de mujeres; en

un rango de edad entre 13 y 19 años de edad, con una media de 15 años.

Resultados y Discusión

Con respecto al constructo de información, los adolescentes dan cuenta que tanto

la familia como la escuela son los espacios pertinentes y válidos para recibir
información. En función del análisis comparativo entre el 2005 y el 2015 dejamos para

otra presentación el análisis de este constructo. Pero no sin antes señalar que aún

persiste esta temática como tabú y hay temas sobre los que resulta complejo conversar,

no sólo con los jóvenes sino entre los mismos docentes. Quedó planteada la necesidad

de más espacios de intercambio para reflexionar acerca de las incertidumbres que aún se

plantean y de allí partir hacia un trabajo en prevención. Podemos inferir que si subsisten

mitos y divergencias en relación con los criterios de vías de transmisión, uso de

preservativo, etc. entre los adultos, cuánto más pueden existir entre los jóvenes. Si bien

el 76,41% de los jóvenes encuestados responde que la causa del SIDA es un virus, sólo

el 14% conoce el significado de la sigla SIDA, en tanto que el 88,12% desconoce el

significado de la sigla VIH, lo que los lleva a desconocer, a su vez, que existen

diferencias entre ambas etapas del proceso VIH/SIDA (64%) y a confundir el virus con

la enfermedad. Aún persiste la creencia de que las personas portadoras de VIH pueden

ser reconocidas por su apariencia. En el 2005 los que respondían de forma incorrecta

eran el 26,4% (Mas Colombo et al., 2008), en tanto en la actualidad aumenta al 47,85%;

al mismo tiempo, el 66% de la muestra actual asegura no conocer a nadie que viva con

el virus. Las respuestas incorrectas a este ítem, nos muestran un elevado número de

adolescentes que podrían ver incrementado su riesgo de transmisión, ya que esperan

encontrar a un portador con claros signos que evidencien la presencia del virus. Es en

relación con este riesgo que el 47,63% responde de forma incorrecta o no sabe que una

persona VIH+ que no tiene síntomas, puede transmitir el virus; ascendiendo el 4,73% el

desconocimiento. El 87,60% de los estudiantes encuestados sabe que el VIH se

transmite por relaciones sexuales sin preservativo, por lo tanto, según estas respuestas

consideran que el preservativo protege; sin embargo, en preguntas de control

posteriores, el 51,80% responde que no hay forma de prevenir “efectivamente” el SIDA,


podemos inferir que la información recibida sigue siendo inconsistente y no se ha

logrado que se traduzca en conocimiento disponible al momento de cuidarse frente a

una relación sexual. De esta manera, si estiman que no se puede prevenir efectivamente,

tampoco es relevante su uso.

Esta realidad señala la ineficacia de las campañas preventivas centradas en el

reparto masivo de preservativos. Por otro lado, los datos indican que solo el 49,74%

responden correctamente acerca del conocimiento del uso adecuado del preservativo,

cuando hace 10 años atrás respondía correctamente el 60,3 %. De particular

importancia resultan los datos obtenidos respecto del conocimiento de la transmisión

por vía vertical [TV]. Existen evidencias de que la transmisión de madre a hijo puede

darse en varios momentos: durante la gestación, intraparto y durante la lactancia siendo

el riesgo de que un bebé se le transmita el virus durante estos períodos de alrededor del

35% si la madre no recibe ningún tratamiento, o reducirse hasta el 2% si la madre

recibió los cuidados adecuados. Los avances en diagnóstico y tratamiento han hecho

que la incidencia de secuelas y muerte en niños haya disminuido notablemente. Pero

esto aún no ha erradicado la transmisión vertical. En la República Argentina se

introduce en el año 1997 la “Norma Nacional de SIDA en Perinatología” que incluye

tanto el ofrecimiento a la embarazada de realizar la serología como la administración de

antirretrovirales a las que resulten seropositivas (Norma Nacional de SIDA en

Perinatología, 1997). Las estrategias con las que cuenta la ciencia médica para evitar el

transmisión vertical son muchas y responden a la detección precoz, a la terapia

antirretroviral durante el embarazo en mujeres con carga detectable, el parto en el recién

nacido por cesárea electiva y la suspensión de la lactancia materna. Si bien esto ha

representado una mejora importante en la detección precoz, aún se siguen presentando

casos de transmisión vertical. Diversas son las causas a las que se atribuye este
fenómeno. Falta de ofrecimiento sistemático de realización de serología, deficitarios

controles prenatales, devolución inadecuada de resultados y dificultades en la

administración de tratamientos antirretrovirales. En la muestra que estudiamos, a pesar

de que el 59,20%5 de la población sabe acerca de la posibilidad de que un niño nazca

con VIH, el 72,62 % no sabe o responde incorrectamente si la leche materna transmite

el VIH. Por lo tanto, un 27% de la muestra no tiene información adecuada sobre este

tópico. De manera similar que en la investigación realizada en estudiantes universitarios

(Mas Colombo et al., 2004) creemos que existe en el imaginario colectivo una suerte de

fantasía acerca de la maternidad y la lactancia. Si bien, es un período de la vida de la

mujer en la que se consolidan los afectos, se proyecta el futuro y se asientan las bases

para la formación de una familia, muchas veces este ciclo vital es producto del

desasosiego, el abandono, la no continencia, la violencia, el acoso o la violación,

convirtiéndose en un estado de incertidumbre. Más allá de la importancia de la relación

madre-hijo que se fortalece en el amamantamiento y la importancia que tiene ésta para

la prevención de futuras infecciones, las madres que viven con VIH deben reemplazar el

pecho por el biberón, lo que no las hace abandonar el amamantamiento como forma de

acercamiento y afianzamiento del vínculo con su hijo. Lo que sí nos preocupa es que

esto no sea dicho con claridad y que aún permanezca en el marco de la educación media

desconocimiento al respecto.

“Cuando se habla de riesgo, aludimos a toda conducta o situación específica que

real o potencialmente conduzca al deterioro actual o futuro de la salud biopsicosocial

del humano” (Mas Colombo et al., 2002, p15). Actualmente, el enfoque de la atención a

la salud juvenil procura desde una perspectiva más integral y articulada reducir los

factores de riesgo, incrementar los factores de protección y brindar oportunidades de

reconstrucción y avance de la situación. La conceptualización de la salud se refiere, por


lo tanto, a una meta, a un proceso, no a un estado, particularmente en personas que se

encuentran en un crítico período de crecimiento y no atravesando una mera transición

de la niñez a la adultez (Krauskopf, 1999). Durante la adolescencia, por la inmadurez de

las bases neurofuncionales que condicionan la conducta, es necesaria la presencia de los

adultos como reguladores de la conducta. De otro modo, los adolescentes pueden tener

comportamientos dirigidos por el componente impulsivo temperamental, que las más de

las veces pueden conllevar algún tipo de riesgo (Mas Colombo et al., junio 2007). Si

deliberadamente los adultos abandonan esta responsabilidad, el joven queda sin malla

social que lo proteja de sus propios impulsos, los cuales se vuelven contra sí mismo,

generándose la aparición de conductas de riesgo que tienen un trasfondo netamente

autodestructivo. Estas conductas autodestructivas van desde el consumo de tabaco y

drogas (entre otras conductas de riesgo) al franco intento de suicidio. Sin embargo,

debemos destacar que el riesgo no es un atributo unipersonal sino que es una

circunstancia resultante de una dinámica interactiva en el seno de una comunidad. Al

referirnos a las conductas de riesgo propias de un adolescente no podemos desconocer

que las mismas se dan en una sociedad de riesgo tal como ya lo señalaba Beck (1998).

Esta sociedad de riesgo, sumada a las características impulsivas del adolescente, da

como resultado la aparición frecuente de conductas riesgosas.

La combinación de la curiosidad, el comportamiento asociado con la tendencia a

correr riesgos y las presiones sociales hacen difícil que digan “no” (Vogelmann,

Gutiérrez, Morales Barturen et al., 2004). La bibliografía científica señala el

alcoholismo, el tabaquismo, el consumo de drogas en general, el inicio sexual precoz,

etc. como algunas de las conductas de riesgo más frecuentes en los adolescentes. A

continuación describiremos las halladas en nuestra muestra. El porcentaje de consumo

de alcohol asciende según lo reflejan los datos al 63,85%; porcentaje similares a los del
2005, lo que indica que las acciones preventivas no han logrado el objetivo de disminuir

el consumo. Estudios realizados en nuestro país desde hace más de una década

(Vogelmann, et al., 2004) y que continúa en ascenso señalan que algunos adolescentes

hacen uso del alcohol regularmente para compensar el estado de ansiedad, depresión y

la falta de destrezas sociales positivas. Cronenbold (2007, sept.) resalta que “el alcohol

muchas veces es usado como lubricante social". Claro es que el consumo de alcohol es

una práctica muy difundida en todos los sectores de la población. Tanto es así que

algunos autores lo consideran la droga de mayor uso y abuso del mundo; es muy común

entre los adolescentes y puede tener consecuencias graves. Un 50% de las muertes

debidas a accidentes, homicidios y suicidios de personas entre los 15-24 años, tienen

que ver con el abuso del alcohol. El consumo excesivo de alcohol reduce las

inhibiciones, aumenta la agresión, reduce la capacidad de uso de la información

importante aprendida acerca de la prevención del VIH/SIDA y deteriora la capacidad de

tomar decisiones respecto a la protección. (Schmidt, Messoulam, Molina, Abal, 2005).

En nuestra muestra, el 26,85% de los que admiten haber dañado físicamente de manera

intencional o accidental alguna vez a alguien, consumen alcohol; a veces las

manifestaciones no son sólo socialmente aceptadas sino positivamente valoradas.

Surgen así modalidades conductuales que manifiestan "memoria sin afecto y violencia

sin emoción" (Leal Marchena, 2002). Es sabida la mutua influencia entre la madurez

del SNC y las conductas impulsivas y cómo éstas, a su vez, conllevan riesgo implícito

(Mas Colombo et al., 2004, junio 2007). En algunos casos, hablamos de conductas

riesgosas en sí mismas (por ej. mantener relaciones sexuales sin protección); en otros

casos, el riesgo radica en la potenciación de la posibilidad de incurrir en una conducta

intrínsecamente riesgosa como por ej., el consumo de sustancias psicoactivas o alcohol

cuya cualidad desinhibidora favorece la ocurrencia de conductas de riesgo directo como


la citada en el ejemplo anterior. En nuestro caso, si bien el 87,60% de los encuestados

dicen saber que el preservativo previene la transmisión, lo cierto es que un gran

porcentaje de los jóvenes encuestados toman alcohol frecuentemente, los fines de

semana, una vez a la semana, etc. El 50,30% de la muestra del 2015 y el 57,5% de la

muestra del 2005 ve el SIDA como una amenaza para su vida. Esto se relaciona con lo

que señala Weller (2004) en referencia a los distintos tipos de campañas de prevención;

las reacciones encontradas se relacionarían con una campaña del tipo de “prevención

bajo amenaza de muerte”, las cuales hacen hincapié en el carácter mortal de la

enfermedad y promueven el miedo. Éste, en tanto emoción primaria, provoca

comportamientos dirigidos por mecanismos defensivos tales como la disociación, la

negación, la evitación y la omnipotencia. De esta manera, tenemos que consideran el

SIDA como una amenaza de muerte, pero aún así no se cuidan. Directamente

relacionado con esto se encuentra la consideración de si el SIDA es un problema de un

grupo en particular; el estigma tiene la utilidad social de marcar la diferencia de lo que

hay que cuidarse. Por eso la necesidad de seguir buscando grupos de riesgo y la

consideración de que es un problema de homosexuales ya que el 28,57% de la muestra

responde de manera positiva o que no sabe a este ítem. Del mismo modo, sucede con las

señales físicas; el enfermo de SIDA está estigmatizado pero el portador no porque no

tiene marca física. Así, como ya señalamos, el 47,85% de la muestra cree que se puede

reconocer por la apariencia a un portador del virus. Esto nos remite a las preguntas

referidas a la información y conocimiento acerca de la temática. La encuesta contempla

dos preguntas que, a los efectos de analizar la autopercepción de conocimiento, son

claves. Al principio de la encuesta, antes de las preguntas acerca de lo que significan las

siglas VIH y SIDA, se indaga sobre si consideran que tienen suficiente información

sobre VIH/SIDA. Al comienzo de la encuesta el 51,30% responde positivamente. Sobre


el final de la encuesta vuelve a preguntarse su apreciación acerca de si tienen suficiente

información. El 80,10% reconoce que sabe más o menos o no sabe de VIH/SIDA; en

ese punto fue posible la apertura de un espacio de reflexión con los jóvenes que

participaron de los grupos a los que se administró la encuesta ya que ellos mismos

comenzaron a solicitar talleres. Esto quiere decir que la acción tiene efectos, que se abre

el diálogo; hubo un cambio significativo y positivo en la autopercepción de

conocimiento.

Conclusión

“l futuro de la epidemia de VIH está en manos de los jóvenes, porque los

comportamientos que adopten ahora y los que mantengan durante toda su vida

sexual determinarán la evolución de la epidemia en las próximas décadas.

Continuarán aprendiendo unos de otros, pero su comportamiento dependerá en

gran parte de la información, los nacimientos y los servicios con los que la

generación actual de adultos dote a sus hijos. (Toledo Vila, Navas Pinzón, Navas

Pinzón, Pérez Manrique, 2002, p150)

De acuerdo a los datos relevados en la presente investigación concluimos que un

alto porcentaje de los adolescentes de la muestra presentan algún tipo de riesgo general

y/o sexual, sin diferencias significativas por género. Consideramos incluido dentro del

porcentaje de riesgo aún a aquellos que manifiestan una sola conducta de riesgo pues,

independientemente de que los resultados numéricos no parezcan epidemiológicamente

relevantes, en este caso, una sola conducta de riesgo puede convertirse en el cien por

cien de probabilidad de transmisión para esa persona o aumentarla geométricamente.

Recordemos los resultados de la experiencia en los talleres con docentes (muchos de

ellos, seguramente también padres) que revelan fallas en la información y en el


conocimiento, además de poner en discusión creencias y valores divergentes acerca de

la sexualidad. Esto nos lleva a reflexionar sobre las posibilidades que tienen los adultos

en la actualidad para tutorear el desarrollo armónico del proceso adolescente, en el

marco de una sociedad en crisis de valores. Se aúna a esta crisis societaria la crisis

adolescente, no encontrando los jóvenes modelos identificatorios que les posibiliten

entrar a la adultez con la madurez necesaria para encarar, y de ser posible, operar

cambios positivos en lo epocal. De igual manera que durante en la primera infancia la

forma en que se sostiene y manipula al bebé le brinda el marco de confianza que le

permite aprender a manejarse frente a las situaciones impredecibles, durante la

adolescencia se requiere una presencia fuerte del adulto que sea capaz de oponerse

consistentemente al intento del adolescente de independizarse prematuramente. Las

figuras parentales deben hacerse cargo de esta responsabilidad, aunque la misma debe

ser compartida por otras instituciones sociales (escuela, club, etc.). Es innegable que los

procesos de aprendizaje, sobre todo los correspondientes a los primeros años de vida y

al período adolescente, dejan huellas mnémicas a nivel sensorial, emocional y cognitivo.

Un joven carente de estímulos adecuados, con ausencia de funciones materna y/o

paterna que orienten la conducta, no tendrá facilitado un ordenamiento psíquico acorde

a las exigencias relacionales entre el yo y el medio. Estas acciones que desde el medio

obligan al adolescente a acomodarse, modulan sus impulsos y sus actos, promoviendo

cambios a nivel cerebral, psíquico e intelectual. Quizás debamos pensar qué nos ha

pasado en los últimos tiempos, en los que la violencia, la inmediatez de la satisfacción,

la incapacidad para tolerar la frustración y el predominio del quiero ya, han generado

personalidades inestables incapaces de pensar por sí mismas y de sostener a las

generaciones más jóvenes. Si esta sociedad se caracteriza por los trastornos impulsivos,

la depresión, los trastornos limítrofes de la personalidad, los trastornos antisociales, etc.,


es porque ha fallado en su propia función ejecutiva, ha sido más impulsiva que sintiente

y reflexionante; más expulsiva que contenedora. No ha sabido comprender las

necesidades de sus integrantes, interpretándolas desde ideologías rígidas e

imposibilitando despliegues humanos saludables. Así como nuestro cerebro requiere de

redes neuronales en funcionamiento para actuar, la sociedad requiere de conexiones

afectivas para tejer entramados humanos que posibiliten anticipar el mañana, supervisar

acciones futuras y, fundamentalmente, inhibir aquello que sólo la condena a su

extinción. El desarrollo del adolescente se caracteriza por los cambios que se relacionan

con los procesos que conducen a la construcción de la conciencia de sí mismo a partir

del desarrollo de la identidad del yo corporal, del yo psíquico y del yo social (Mas

Colombo, 2004). Esta conciencia de mismidad pierde su unidad, su integración, cuando

se ve amenazada por las conductas de riesgo que desregulan, desordenan y desorganizan

la dinámica existencial, haciendo prevalecer lo instintivo, en desmedro de una conducta

equilibrada signada por la libertad de elección y no por el condicionamiento ciego de las

necesidades y deseos. En las conductas impulsivas queda negada la posibilidad de la

realización de un proyecto, de un futuro. Sin descartar el goce y el placer, pero sin caer

en axiomas como “pienso luego existo”, el hombre debe evaluar situaciones,

posibilidades y necesidades. En consonancia con el modelo integrativista que da marco

a esta investigación consideramos que las acciones que se emprendan deben ser los

principios liminares que propendan a la maduración del sistema nervioso central, en

especial los lóbulos prefrontales, a la estructuración psíquica y a la organización

sociocognitiva, para un desarrollo integral que tienda, no sólo a la prevención sino

también a la promoción de salud biopsicoaxiosocial. Pensar en la promoción como

praxis cotidiana permitirá que cada integrante de la comunidad pueda ser protagonista
de su propia existencia. No debemos olvidar que ya han transcurrido casi dos décadas

del siglo XXI y que la pandemia continúa extendiéndose; el tiempo apremia.

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