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Doce escritos breves
y seguido por
Proemios
DOCE ESCRITOS BREVES
A J. P.1
1
A Jean Paulhan, amigo y principal interlocutor de Ponge desde 1923, y también su mentor ya que
dirigía la Nouvelle Revue Française desde 1925 y la colección de Gallimard destinada a promover a los
nuevos talentos descubiertos por la revista [T.].
I
A menudo forzado a huir por la palabra, que yo haya podido solamente a veces,
invertido por un golpe de estilo, desfigurar un poco ese lenguaje bello, por breve que
vuelva a nombrar a Ponge según Paulhan.
Tres poemas
podrán, podrán
pasar? Borracho, ¡salta,
y tira, tira, mata,
tírales a los autos!
II
¡Qué pirotécnico
mueres! ¡Feroz César!2
¡Abigarra la platea
con juegos averiados!
2
Entre los manuscritos de Ponge, se conserva uno de este poema titulado “Crepúsculo o Nerón”. El
autor alude también a la frase atribuida a Nerón en el momento de su muerte: Qualis artifex pereo!
(“¡Qué artista muere conmigo!”) [T].
3
Variante: ¡Aúlla, cruel!
III
esa aldea
sin ventanas
bajo las hojas
es tu corazón
cuatro veces
desecado
tu sabiduría
hermética
¡oh tortuga!
Cuatro sátiras
Señor, su cerebro puede parecer pobre, amoblado con mesas planas, con luces
cónicas que tensan cables verticales, con músicas que tamizan el espíritu comercial,
pero su auto, alrededor de la tierra, pasea visiblemente a París, como un chaleco
convexo, rayado por un río de platino, de donde cuelga la torre Eiffel junto a otros
famosos dijes, y cuando usted vuelve de sus fábricas, ubicadas en el fondo de unos
campos como otras tantas mierdas hediondas,
usted levanta un cortinado e ingresa en sus salones,
varias mujeres se le acercan, vestidas de seda, como moscas verdes.
III. El obrero paciente
A Ch. Falk4
4
Amigo de infancia de Ponge, médico estomatólogo [T.].
IV. El martirio del día o “contra la evidencia cercana”
De inmediato sobre Oscar brilla la incisiva herramienta del sol. Divide sus
pestañas. Apenas abierto el ojo, abajo del sueño mensajero, Oscar es puesto de pie al
nivel del mar. Y su cuerpo volcador siempre esfuerza sus músculos contra la atracción
del suelo: animales de vano calor mecánico, vencidos. Prosaicamente todo salta y
hormiguea a su alrededor. Para apurarse, hay que multiplicar las miradas y prestar
atención muy cerca.
En una antología romántica, Julie, con la piel bronceada, los muslos aireados
bajo un vestido liviano, leía. Él la empuja frente a un negocio. Se ven alfombras
desplegadas como campos, y bronces encima como peñascos. Estuches abiertos se
parecen a ciudades. Una carpeta está entretejida con el oro de las retamas, el violeta de
los brezales. “Es demasiado, dijo Oscar, y barato en el Catálogo moderno.”
Están tostando café por ahí, el techo de enfrente es rojo, silba un chorro de
vapor. Oscar está completamente acaparado. Reducido, esterilizado, se agita sobre una
silla de hierro. Un deslumbramiento confunde el cielo con la calle. Detrás de una grilla
de luz, se ven nubes pegadas sobre las paredes azules.
Pero al final giran las sombras alrededor de las edificaciones, sin más se
apretujan en el fondo por el drama de las perspectivas, porque una majestad
poderosamente advenida sofoca la lámpara tiránica. Mientras que Julie debe cerrar su
libro, Oscar, pupilas dilatadas, guardados los escaparates, ve que se encoge rápido el
interés del sol.
Tres apólogos
I. La seriedad deshecha
A Charlie Chaplin
Grandes Cosas han ocurrido entre las personas en estos últimos tiempos, cuando
la mayoría andaba de uniforme.
Se han formado montones de cuerpos pesados de arrastrar, montones de
expresiones, de cosas que decir.
Y sin embargo es preciso desplazarlos, acomodarlos; hay que cuidar
públicamente sus huellas.
Pobre lector, a veces estoy de mal humor. Sus enfermedades vergonzosas, en
buena hora, ya no nos molestan mucho.
DE PARTE DE LAS COSAS
Lluvia
La lluvia, en el patio donde la miro caer, baja con aspectos muy diversos. En el
centro es una delgada cortina (o red) discontinua, una caída implacable pero
relativamente lenta de gotas probablemente bastante livianas, una precipitación
sempiterna sin fuerza, una fracción intensa de puro meteoro. A poca distancia de las
paredes de la izquierda y la derecha, caen con más ruido gotas más pesadas,
individuadas. Aquí parecen del grosor de un grano de trigo, allá de una arveja, más allá
casi de una canica. Sobre las molduras, sobre los antepechos de la ventana, la lluvia
corre horizontalmente, mientras que en la cara inferior de los mismos obstáculos, se
suspende en caramelos convexos. Siguiendo toda la superficie de un techito de cinc que
la mirada sobrevuela, chorrea en una capa muy delgada, tornasolada debido a corrientes
muy variadas por las imperceptibles ondulaciones y bultos de la chapa. De la canaleta
contigua de donde fluye con la contención de un arroyo hueco sin una gran pendiente,
cae de pronto en un hilo perfectamente vertical, trenzado bastante toscamente, hasta el
suelo donde se rompe y rebota en cordoncitos brillantes.
Cada una de sus formas tiene un aspecto particular; le corresponde un ruido
particular. Todo vive con intensidad como un mecanismo complicado, tan preciso como
azaroso, como un reloj cuyo resorte fuera la gravedad de una masa dada de vapor en
precipitación.
El repiqueteo en el suelo de los chorros verticales, el gluglú de las canaletas, los
minúsculos golpes de gong se multiplican y resuenan a la vez en un concierto sin
monotonía, con cierta delicadeza.
Cuando el resorte se ha destensado, algunas ruedas siguen funcionando por
algún tiempo, cada vez más lentas, y luego toda la maquinaria se detiene. Si el sol
entonces reaparece, todo se borra enseguida, el brillante aparato se evapora: llovió.
El final del otoño
Todo el otoño al fin no es más que una infusión fría. Las hojas secas de todas las
esencias se maceran en la lluvia. No hay fermentación ni creación de alcohol: hay que
esperar hasta la primavera el efecto de una aplicación de compresas sobre una pierna de
madera.
El despojamiento se realiza en desorden. Todas las puertas de la sala de
escrutinios se abren y se cierran, se golpean violentamente. ¡A la basura, a la basura! La
Naturaleza destroza sus manuscritos, demuele su biblioteca, zarandea furiosamente sus
últimos frutos.
Después se levanta bruscamente de su mesa de trabajo. Su estatura enseguida
parece inmensa. Despeinada, tiene la cabeza en las nubes. Con los brazos caídos, aspira
con deleite el viento helado que le refresca las ideas. Los días son cortos, la noche cae
rápidamente, lo cómico pierde sus derechos.
La tierra en el aire entre los demás astros recobra su aspecto serio. Su parte
iluminada es más angosta, infiltrada de valles sombríos. Sus zapatos, como los de un
vagabundo, se impregnan de agua y producen música.
En ese ranerío, en esa anfibigüidad salubre, todo recobra fuerzas, salta de piedra
en piedra y cambia de pradera. Los arroyos se multiplican.
¡Esto es lo que se llama una buena limpieza, y no respeta las convenciones! Lo
mismo vestido que desnudo, empapado hasta los huesos.
Y además dura, no se seca enseguida. Tres meses de reflexión saludable en ese
estado; sin reacción vascular, sin bata ni guante de crin. Pero su constitución fuerte
resiste.
Igualmente, cuando los pequeños brotes vuelven a empezar a despuntar, saben lo
que hacen y de dónde se regresa –y si se muestran con precaución, torpes y
congestionados, es con conocimiento de causa.
Pero allí comienza otra historia, que tal vez dependa de ella pero no tiene el olor
de la regla negra que me servirá para trazar mi línea debajo de ésta.
Pobres pescadores5
5
El título juega con la similitud, salvo por el acento, entre pêcheurs (“pescadores”) y pécheurs
(“pecadores”) [T.].
Ron de helechos
6
En el original, fillettes, que significa “chicas” pero también “botellas de un cuarto” o “botellitas”, doble
sentido que alude al tema del “ron” [T.].
Las moras
Pero el poeta durante su paseo profesional las usa como ejemplo con razón: “Así
pues, se dice, triunfan en gran cantidad los esfuerzos pacientes de una flor muy frágil
aunque defendida por un hosco enmarañamiento de zarzas. Sin muchas otras cualidades
–moras, están perfectamente maduras7–, como también está listo este poema.”
7
Juego que se pierde en la traducción entre los dos sentidos de la palabra mûres: “moras” y “maduras”
[T.].
El cajón
A medio camino entre caja y calabozo, la lengua francesa tiene el cajón,8 simple
cajita calada destinada al transporte de frutas que ante la menor sofocación seguramente
adquieren una enfermedad.
Armado de tal manera que al cabo de su uso pueda ser roto sin esfuerzo, no sirve
dos veces. De modo que dura aún menos que los productos tiernos o esponjosos que
encierra.
En todos los rincones de las calles que desembocan en los mercados, luce
entonces con el brillo sin vanidad de la madera blanca. Todavía totalmente nuevo, y
levemente desconcertado por estar en una pose torpe arrojado al basural sin retorno, ese
objeto es en resumen de los más simpáticos –sobre cuya suerte sin embargo conviene no
detenerse mucho tiempo.
8
En la traducción se pierde el juego de palabras entre cage (“caja”), cachot (“calabozo”) y cageot
(“cajón”, en particular uno usado para frutas y verduras) [T.].
La vela
La noche a veces reanima una planta singular cuyo fulgor descompone las
habitaciones amuebladas en macizos de sombra.
Su hoja de oro se sostiene impasible en el hueco de una columna de alabastro
mediante un pedúnculo negrísimo.
Las mariposas miserables la asaltan con preferencia a la luna demasiado alta,
que vaporiza las maderas. Pero quemadas de inmediato o reventadas en la pelea, todas
tiemblan al borde de un frenesí parecido al estupor.
Sin embargo la vela, por la vacilación de claridades sobre el libro con el brusco
desprendimiento de humaredas originales alienta al lector –después se inclina sobre su
plato y se ahoga en su alimento.
El cigarrillo
¿Hay que tomar partido entre esas dos maneras de no soportar la opresión? –La
esponja no es más que músculo y se llena de viento, de agua limpia o de agua sucia
según el caso: esa gimnasia es innoble. La naranja tiene mejor gusto, pero es demasiado
pasiva –y ese sacrificio oloroso… es darle al opresor verdaderamente demasiada
ganancia.
Y uno se queda por lo demás sin palabras para confesar la admiración que
merece la envoltura del tierno, frágil y rosado balón oval en ese denso tapón de papel
secante húmedo cuya epidermis extremadamente delgada aunque muy pigmentada,
acerbamente sabrosa, es justo lo bastante rugosa como para adherir dignamente la luz a
la perfecta forma de la fruta.
Del tamaño de una piedra mediana, la ostra tiene una apariencia más rugosa, un
color menos uniforme, brillantemente blancuzco. Es un mundo obstinadamente cerrado.
Sin embargo, podemos abrirlo: hay que sostenerla entonces en el pliegue de un
repasador, usar un cuchillo mellado y no inmaculado, volver a empezar varias veces.
Los dedos curiosos se cortan, las uñas se rompen: es un trabajo tosco. Los golpes que se
le dan marcan su envoltura con círculos blancos, una especie de halos.
Adentro encontramos todo un mundo, para beber y para comer: bajo un
firmamento (propiamente dicho) de nácar, los cielos de arriba se hunden en los cielos de
abajo para no formar ya sino un charco, una bolsita viscosa y verdosa, que fluye y
refluye al olfato y a la vista, orlada por un encaje negruzco en los bordes.
A veces, muy raramente, una fórmula perla su garganta de nácar, con la que
enseguida procuraremos adornarnos.
Los placeres de la puerta
Desconocen esa felicidad: empujar delante suyo con suavidad o brusquedad uno
de los grandes paneles familiares, darse vuelta para volver a ponerlo en su lugar –tener
una puerta en sus brazos.
… La felicidad de agarrar del vientre por su nudo de porcelana uno de esos altos
obstáculos de una pieza; el cuerpo a cuerpo rápido mediante el cual la marcha se detiene
un instante, el ojo se abre y el cuerpo entero se acomoda en su nuevo departamento.9
9
Dado el doble sentido de la palabra appartement, esta última frase también podría traducirse: “el
cuerpo entero se amolda a su nuevo apartamiento” [T.].
Los árboles se deshacen dentro de una esfera de niebla
En la niebla que rodea los árboles, les son sustraídas las hojas; que después de
los grandes calores de agosto, desconcertadas por una lenta oxidación y mortificadas
por el retiro de la savia en provecho de flores y frutos, se aferraban menos a ellos.
En la corteza se ahuecan surcos verticales por donde la humedad hasta el suelo
es conducida a desinteresarse de las partes vivas del tronco.
Las flores se dispersaron, los frutos cayeron. Desde la más temprana edad, la
resignación de sus cualidades vivas y de partes de sus cuerpos se ha vuelto para los
árboles un ejercicio familiar.
El pan
El fuego efectúa una clasificación: en primer lugar, todas las llamas se dirigen en
algún sentido…
(No se puede comparar el andar del fuego con el de los animales: hace falta que
deje un lugar para ocupar otro; camina al mismo tiempo como una ameba y como una
jirafa, salta del cuello, repta desde el pie)…
Después, cuando las masas contaminadas metódicamente se derrumban, en igual
medida los gases que se escapan se transforman en una sola rampa de mariposas.
El ciclo de las estaciones
10
Marca de un sistema automático de cierre de puertas [T.].
11
Ponge pasa aquí al orden general de los moluscos, ya que parecía estar describiendo un bivalvo y en
cambio el caparazón reutilizado por los cangrejos es el de los caracoles marinos. Precisamente el orden
de los gastrópodos univalvos, al que pertenecen los caracoles, es el único de la familia de los moluscos
con representantes en tierra firme, tema del escrito siguiente [T.].
Caracoles
Al contrario de las carbonillas que son huéspedes de las cenizas calientes, los
caracoles prefieren la tierra húmeda.12 Go on, avanzan adheridos a ella con todo su
cuerpo. La arrastran, la comen, la excretan. Ella los atraviesa. Ellos la atraviesan. Es una
interpenetración del mejor gusto porque se da, por así decir, tono sobre tono –con un
elemento pasivo, un elemento activo, el pasivo que a la vez ilumina y alimenta al
activo– que se desplaza al mismo tiempo que come.
(Hay algo más que decir sobre los caracoles. Primero su propia humedad. Su
sangre fría. Su extensibilidad.)
Hay que señalar además que no concebimos un caracol fuera de su caparazón y
que no se mueva. Apenas descansa, reingresa de inmediato en el fondo de sí mismo. Por
el contrario, su pudor lo obliga a moverse apenas muestra su desnudez, que exhibe su
forma vulnerable. Apenas se expone, camina.
Durante las épocas secas se retiran a las zanjas, donde parece que además la
presencia de sus cuerpos contribuye a mantener la humedad. Sin duda que ahí son
vecinos de otras clases de animales de sangre fría, sapos, ranas. Pero cuando salen no lo
hacen con el mismo paso. Tienen más mérito por dirigirse allí ya que salir les cuesta
mucho más esfuerzo.
Adviértase por otra parte que si bien les gusta la tierra húmeda, no aprecian los
sitios donde la proporción se torna favorable al agua, como los pantanos o los
estanques. Y ciertamente prefieren la tierra firme, aunque a condición de que sea
grasosa y húmeda.
También les encantan las verduras y las plantas de hojas verdes y colmadas de
agua. Saben alimentarse de ellas dejando solamente las nervaduras, y cortando lo más
tierno. Por ejemplo, son las plagas de las lechugas.
¿Qué son en el fondo de las zanjas? Seres que las aprecian por algunas de sus
cualidades, pero que tienen la intención de salir de allí. Son uno de sus elementos
constitutivos, pero errante. Y por otro lado tanto allí como a la plena luz de senderos
firmes su caparazón preserva su intimidad.
Por cierto, a veces resulta una molestia llevar consigo a todas partes ese
caparazón, pero no se quejan y finalmente están muy contentos con ello. Es hermoso,
12
Esta frase sólo se entiende por la asociación fónica entre las palabras escarbilles (“brasas, ascuas,
carbonillas”) y escargots (“caracoles”) [T.].
dondequiera que uno se encuentre, poder volver a casa y desafiar a los inoportunos. En
verdad valía la pena.
Babean de orgullo por esa facultad, esa comodidad. ¡Cómo es posible que yo sea
un ser tan sensible y tan vulnerable, y a la vez tan a salvo de los ataques de los
inoportunos, tan dueño de mi felicidad y tranquilidad! De allí esa maravillosa postura de
la cabeza.
A la vez tan pegado al suelo, tan enternecedor y tan lento, tan progresivo y tan
capaz de despegarme del suelo para reingresar en mí mismo y entonces, después de mí
el diluvio, una patada puede hacerme rodar a cualquier parte. Estoy seguro de volver a
ponerme de pie y volver a pegarme al suelo donde la suerte me haya relegado y
encontrar ahí mi sustento: la tierra, el más común de los alimentos.
Qué felicidad, qué alegría ser entonces un caracol. Pero le imponen esa baba de
orgullo a todo lo que tocan. Una estela plateada los sigue. Y tal vez se los señala al pico
de los volátiles que los aprecian mucho. Aquí está el punto, la cuestión, ser o no ser
(vanidosos), el peligro.
Solo, evidentemente el caracol está bien solo. No tiene muchos amigos. Pero no
los necesita para su felicidad. Se adhiere tan bien a la naturaleza, goza de ella tan
perfectamente y de tan cerca, es amigo del suelo que besa con todo su cuerpo, y de las
hojas, y del cielo hacia el que levanta tan altivamente la cabeza, con sus globos oculares
tan sensibles; nobleza, lentitud, sabiduría, orgullo, vanidad, altivez.
Y no digamos que en esto se parece al cerdo. No, no tiene esas patitas
mezquinas, ese trotecito inquieto. Esa necesidad, esa vergüenza de huir de una sola
pieza. Más resistencia y más estoicismo. Más método, más altivez y sin duda que menos
glotonería –menos capricho; dejando tal alimento para abalanzarse sobre otro, menos
exasperación y precipitación en la glotonería, menos miedo a dejar que algo se pierda.
Nada es tan bello como esa manera de avanzar tan lenta y tan segura y tan
discreta, ¡y a costa de cuántos esfuerzos ese deslizamiento perfecto con el que honran la
tierra! Igual que un largo navío, con la estela plateada. Tal manera de proceder es
majestuosa, sobre todo si tenemos en cuenta una vez más esa vulnerabilidad, esos
globos oculares tan sensibles.
¿Es perceptible la cólera de los caracoles? ¿Hay ejemplos? Como no tiene gesto
alguno, sin duda que sólo se manifestaría mediante una secreción de baba más
floculante y más rápida. Esa baba de orgullo. Vemos pues que la expresión de su cólera
es la misma que la de su orgullo. Así se tranquilizan y se imponen al mundo de una
manera más rica, plateada.
La expresión de su cólera, como la de su orgullo, se torna brillante al secarse.
Aunque también constituye su huella y los señala para el raptor (el predador). Además
es efímera y no dura sino hasta la próxima lluvia.
Es lo que les pasa a todos aquellos que se expresan de una manera
completamente subjetiva sin arrepentirse, y solamente mediante huellas, sin preocuparse
por construir y formar su expresión como una morada sólida, de varias dimensiones.
Más duradera que ellos mismos.
Pero sin duda que ellos no sienten esa necesidad. Son más bien héroes, es decir,
seres cuya misma existencia es una obra de arte –antes que artistas, es decir, fabricantes
de obras de arte.
Pero ahora llego a uno de los puntos principales de su lección, que por otra parte
no es especial de ellos sino que lo poseen en común con todos los seres con
caparazones: el caparazón, parte de su ser, es al mismo tiempo obra de arte,
monumento. Dura mucho más tiempo que ellos.
Y éste es el ejemplo que nos dan. Santos, hacen una obra de arte con sus vidas –
una obra de arte con su perfeccionamiento. Su misma secreción se produce de tal
manera que se convierte en forma. Nada exterior a ellos, a su necesidad, a su antojo
conforma su obra. No hay nada desproporcionado –por otra parte– en su ser físico. Nada
que no les sea necesario, obligatorio.
Así les trazan su deber a los hombres. Los grandes pensamientos provienen del
corazón. Perfecciónate moralmente y harás buenos versos. La moral y la retórica se
unen en la ambición y el deseo del sabio.
Pero santos por qué: precisamente por obedecer a su naturaleza. Conócete
entonces primero a ti mismo. Y acéptate tal como eres. De acuerdo con tus vicios. En
proporción con tu medida.
Y cuál es la noción propia del hombre: la palabra y la moral. El humanismo.
Cuando el azúcar elaborado en los tallos surge en el fondo de las flores, como
tazas mal lavadas –un gran esfuerzo se produce en el suelo de donde las mariposas salen
volando de golpe.
Pero dado que cada oruga tuvo la cabeza cegada y dejada a oscuras, y el torso
enflaquecido por la verdadera explosión de donde flamearon las alas simétricas,
A partir de entonces la mariposa errática ya no se posa sino al azar de su curso, o
casi.
Fósforo volante, su llama no es contagiosa. Y además llega demasiado tarde y no
puede sino constatar las flores eclosionadas. No importa: comportándose como un
farolero, verifica la provisión de aceite de cada una. Pone en la cima de las flores el
andrajo atrofiado que arrastra y venga así su larga humillación amorfa de oruga al pie de
los tallos.
Minúsculo velero de los aires maltratado por el viento como pétalo
superfetatorio, vaga por el jardín.
El musgo
El mar hasta la cercanía de sus límites es una cosa sencilla que se repite ola por
ola. Pero para llegar a las cosas más sencillas en la naturaleza es necesario emplear
muchas formas, realizar muchas modalidades, sutilizando un poco aun las cosas más
densas. Por eso, y también por rencor contra su inmensidad que lo abruma, el hombre se
precipita a las orillas o a la intersección de las cosas grandes para definirlas. Porque la
razón rebota peligrosamente y se enrarece en el seno de lo uniforme: un espíritu
necesitado de nociones debe ante todo aprovisionarse de apariencias.
Mientras que el aire hasta cuando es atormentado por las variaciones de su
temperatura o por una trágica necesidad de influencia y de informaciones directas sobre
cada cosa sólo superficialmente hojea y dobla las puntas del voluminoso tomo marino,
el otro elemento más estable que nos sostiene hunde en él oblicuamente hasta la
empuñadura rocosa anchos cuchillos de tierra que se quedan inmóviles en su espesor. A
veces, al encontrarse con un músculo enérgico una hoja vuelve a salir poco a poco: es lo
que llaman una playa.
Desorientada al aire libre, pero rechazada por las profundidades aunque hasta
cierto punto tenga familiaridad con ellas, esa parte de la extensión se estira entre los dos
más o menos leonada y estéril, y usualmente no sostiene más que un tesoro de desechos
incansablemente pulidos y recogidos por el destructor.
Un concierto elemental, más delicioso y digno de reflexión por su discreción, se
acordó allí desde la eternidad para nadie: desde su formación por la acción sobre una
chatura sin límites del espíritu de insistencia que suele soplar de los cielos, la ola
llegada de lejos sin choques y sin reproche al fin por primera vez encuentra con quién
hablar. Pero una sola y breve palabra se les confía a las piedritas y a las cáscaras, que se
muestran muy conmovidas, y la ola expira al proferirla; y todas las que la siguen
también van a expirar profiriendo lo mismo, a veces quizás clamando con algo más de
fuerza. Cada una por encima de la otra cuando llega a la orquesta se levanta un poco el
cuello, se descubre y da su nombre al destinatario. Mil señores homónimos son así
admitidos el mismo día a la presentación por el mar prolijo y prolífico en ofertas
labiales en cada una de sus orillas.
Así también en su foro, oh piedritas, no es que venga a hacerse oír un campesino
del Danubio para una grosera arenga: sino el Danubio mismo, mezclado con todos los
otros ríos del mundo después que perdieron su sentido y su pretensión y están
profundamente reservados en una desilusión amarga sólo al gusto de quien se cuidara
mucho de apreciar por absorción su cualidad más secreta, el sabor.
Porque es en efecto, después de la anarquía de los ríos, a su abandono en el
profundo y copiosamente habitado lugar común de la materia líquida a lo que se ha
dado el nombre de mar. Por tal motivo, éste parecerá siempre ausente en sus propias
orillas: aprovechando el alejamiento recíproco que les impide comunicarse entre sí
salvo a través suyo o mediante grandes desvíos, le hace creer sin duda a cada una que se
dirige especialmente a ella. En realidad, cortés con todo el mundo, y más que cortés:
capaz para cada cual de todos los arrebatos, de todas las convicciones sucesivas, guarda
en el fondo de su tazón permanente su infinita posesión de corrientes. Casi nunca sale
de sus bordes, por sí mismo pone freno al furor de sus olas y, como la medusa que
entrega a los pescadores cual imagen reducida o muestra de sí, se limita a hacer una
reverencia extática por todas sus orillas.
Esto es lo que pasa con la antigua vestimenta de Neptuno, amontonamiento
pseudo-orgánico de velos uniformemente extendido sobre las tres cuartas partes del
mundo. Ni el ciego puñal de las rocas, ni la más penetrante tormenta que hace girar
paquetes de hojas a la vez, ni el ojo atento del hombre usado con dificultad y además sin
control en un medio inaccesible a los orificios destapados de los otros sentidos y
trastornado todavía más por un brazo que se hunde para agarrar, han leído en el fondo
ese libro.
Sobre el agua
Más abajo que yo, siempre más abajo que yo, está el agua. Siempre la miro con
los ojos bajos. Como el suelo, como una parte del suelo, como una modificación del
suelo.
Es blanca y brillante, informe y fresca, pasiva y obstinada en su único vicio: el
peso; y dispone de medios excepcionales para satisfacer ese vicio: contornea, traspasa,
erosiona, se infiltra.
En su propio interior también actúa el vicio: se desfonda sin cesar, a cada
instante renuncia a toda forma, sólo tiende a humillarse, se acuesta boca abajo en el
suelo, casi cadáver, como los monjes de algunas órdenes. Cada vez más abajo: tal
parece ser su divisa: lo contrario de excelsior.
Casi podría decirse que el agua está loca, por esa histérica necesidad de no
obedecer más que a su peso, que la posee como una idea fija.
Por cierto, todas las cosas del mundo conocen esa necesidad, que siempre y en
todas partes debe satisfacerse. Este armario, por ejemplo, se muestra muy tenaz en su
deseo de adherirse al suelo, y si un día llega a encontrarse en equilibrio inestable,
preferirá desarmarse antes que oponérsele. Pero, en fin, hasta cierto punto juega con el
peso, lo desafía: no se desfonda en todas sus partes; su cornisa, sus molduras no se
prestan a ello. Existe en él una resistencia en provecho de su personalidad y de su
forma.
LÍQUIDO es por definición lo que prefiere obedecer al peso antes que mantener
su forma, lo que rechaza toda forma para obedecer a su peso. Y lo que pierde toda
distinción a causa de esa idea fija, de ese escrúpulo enfermizo. De ese vicio, que lo
torna rápido, precipitado o estancado; amorfo o feroz, amorfo y feroz, perforador feroz,
por ejemplo; astuto, filtrante, contorneante; a tal punto que podemos hacer con él lo que
queramos, y conducir el agua dentro de tubos para hacerla brotar enseguida
verticalmente y disfrutar al final de su manera de deshacerse como lluvia: una verdadera
esclava.
… Sin embargo, el sol y la luna están celosos de esa influencia excesiva, y tratan
de imponerse sobre ella cuando se encuentra ofreciendo el blanco de grandes
extensiones, y sobre todo si se halla en estado de menor resistencia, dispersa en charcos
delgados. El sol le arranca entonces un tributo mayor. La obliga a un ciclismo perpetuo,
la trata como a una ardilla en su rueda.
Inquietud del agua: sensible al menor cambio del declive. Que salta las escaleras
con los dos pies al mismo tiempo. Juguetona, pueril de obediencia, que vuelve de
inmediato cuando la llaman cambiándole la pendiente para este lado.
El pedazo de carne
Como lo indica su G, el gimnasta tiene chiva y bigote que casi se une con un
grueso mechón enrulado sobre la frente estrecha.
Ceñido en una malla que forma dos pliegues en la ingle tiene también, como su
Y,13 la verga a la izquierda.
Devasta todos los corazones pero se debe ser casto y su juramento es: ¡BASTA!
Más rosado que lo natural y menos hábil que un mono, salta en los aparatos
presa de un celo puro. Después, de lo alto de su cuerpo en la cuerda con nudos,
interroga el aire como una lombriz desde su cascote.14
Para terminar, cae a veces de las barras como una oruga, pero rebota sobre sus
pies y es entonces el prototipo adulado de la estupidez humana que nos saluda.
13
Segunda letra de la palabra gymnaste [T.].
14
Dado el carácter un tanto erótico del texto, cabe señalar que la palabra motte (“cascote, terrón”)
también es el término vulgar para el sexo femenino (“coño” en España, “concha” en Argentina) [T.].
La madre joven
Por una escalera de madera no encerada nunca desde hace treinta años, cubierta
de cenizas y colillas tiradas en la puerta, en medio de un pelotón de empleaduchos a la
vez mezquinos y brutos, de sombrero hongo, con sus maletines de comida en la mano,
dos veces al día comienza nuestra asfixia.
Una luz reticente reina en el interior de esa escalera de caracol desvencijada,
donde flota en suspensión el aserrín de la madera beige. Con el ruido de zapatos que el
cansancio levanta de un escalón a otro, siguiendo un eje mugriento, nos acercamos a la
velocidad de granos de café al engranaje triturador.
Cada cual cree que se mueve en estado libre, porque lo obliga una opresión
extremadamente simple, que no difiere mucho de la gravedad: desde el fondo de los
cielos la mano de la miseria hace girar el molino.
En verdad la salida no es tan peligrosa para nuestra forma. La puerta que hay
que pasar sólo tiene un gozne de carne del tamaño de un hombre, el vigilante que la
obstruye a medias: más que de un engranaje, en este caso se trata de un esfínter. Cada
cual es expulsado de inmediato, vergonzosamente sano y salvo, aunque muy deprimido,
por intestinos lubricados con cera, fly-tox16 y luz eléctrica. Bruscamente separados por
largos intervalos, nos encontramos entonces en una atmósfera intoxicante de hospital
para tratamientos de duración indefinida para el mantenimiento de los bolsillos flacos,
yendo a toda velocidad a través de una especie de monasterio-pista de patinaje cuyos
numerosos canales se intersectan en ángulos rectos –donde el uniforme es el traje
gastado.
15
“R. C.” significa “Razón comercial” y es el encabezado usado por las empresas. El autor alude a su
trabajo como empleado, ciertamente ingrato, desde marzo de 1931 a diciembre de 1937 en las
Mensajerías Hachette, empresa a gran escala de transporte, distribución y venta de papel impreso,
cuyas oficinas estaban en la orilla del Sena [T.].
16
Famosa marca norteamericana de insecticidas muy común en los años 1930 [T.].
Inmediatamente después, en cada departamento, con un ruido tremendo, se abren
los armarios con persianas de hierro –de donde los expedientes, como espantosos
pájaros-fósiles familiares, desenterrados de sus estratos, bajan pesadamente a posarse en
las mesas en las que se sacuden. Un estudio macabro comienza. Oh, analfabetismo
comercial, es hora de la larga, sempiterna celebración de tu culto que hay que oficiar
bajo el rumor de las máquinas sagradas.
Todo se inscribe a medida en impresos con varios duplicados, donde la palabra
reproducida en colores malva cada vez más pálidos sin duda terminaría disolviéndose en
el desdén y el mismo hastío del papel, si no existieran los registros de vencimiento,
fortalezas de cartón azul muy sólido, agujereados en el centro con una lucerna redonda
para que ninguna hoja insertada se ocultase en el olvido.
Dos o tres veces por día, en medio de ese culto, el cartero multicolor, radiante y
bobo como un pájaro tropical, recién salido de los sobres marcados de negro por el beso
del correo, llega sin aviso a posarse frente a mí.
Cada hoja extranjera entonces es adoptada, confiada a una palomita de nuestra
casa, que la guía a sucesivos destinos hasta su clasificación.
Algunas joyas sirven para esos enganches momentáneos: broches dorados,
grampas, clips aguardan en cuencos su utilización.
Poco a poco, sin embargo, mientras pasan las horas, sube la marea en los
canastos de papeles. Cuando se van a desbordar, ya es mediodía: un timbre estridente
invita a desaparecer instantáneamente de esos lugares. Reconozcamos que nadie se lo
hace decir dos veces. Se disputa una carrera enloquecida en las escaleras, donde los dos
sexos autorizados a confundirse en la huida, cuando no lo estaban para el ingreso, se
chocan y se empujan a más no poder.
Es entonces cuando los jefes de departamento toman verdaderamente conciencia
de su superioridad: “Turba ruit o ruunt”17; con aspecto de sacerdotes, dejando pasar el
galope de monjes y frailecillos de todas las órdenes, ellos visitan lentamente sus
dominios, rodeados por el privilegio de vidrios esmerilados, en un decorado donde las
17
Locución latina que se usa para ejemplificar en las gramáticas la posibilidad de hacer concordar el
verbo en singular o plural cuando el sujeto es colectivo: ruit (“se precipita”) o ruunt (“se precipitaron”)
[T.].
virtudes aromatizantes son el menosprecio,18 el mal gusto y la delación –y al llegar a su
vestidor, donde no es raro que se encuentren guantes, un bastón, un chal de seda, de
golpe cuelgan los hábitos de su mueca típica y se transforman en verdaderos hombres de
mundo.
18
El adjetivo embaumantes, que tradujimos como “aromatizantes”, también quiere decir
“embalsamantes”, un sentido secundario que se actualiza debido a que morgue (“menosprecio,
desdén”) también designa el homónimo en español “depósito de cadáveres”. Una evidente anfibología
de las que abundan en la escritura de Ponge [T.].
El restaurante Lemeunier de calle de la Chaussée d’Antin
Una valva es una cosa pequeña, pero puedo exagerarla volviéndola a ubicar en
donde la encuentro, colocada sobre la extensión de arena. Porque entonces tomaré un
puñado de arena y observaré lo poco que me queda en la mano después de que casi todo
el puñado de arena se haya escurrido por los intersticios de mis dedos, observaré
algunos granos, luego cada grano, y ya ninguno de esos granos de arena me parecerá en
ese momento una cosa pequeña, y enseguida la valva formal, esa valva de ostra o esa
caparazón espiralada, o esa “navaja” me impresionará como un enorme monumento, al
mismo tiempo colosal y precioso, algo así como el templo de Angkor, Saint-Maclou o
las Pirámides, con una significación mucho más extraña que esos demasiado
indiscutibles productos de los hombres.
Si se me ocurre entonces que esa valva, que sin dudas una ola del mar puede
tapar, es habitada por un animal, si agrego un animal a la valva imaginándola reubicada
debajo de algunos centímetros de agua, los dejo pensando cuánto se incrementará, se
intensificará de nuevo mi impresión, y se volverá diferente a la que puede provocar el
más notable de los monumentos que recordaba recién.
19
Aunque no haya ninguna relación etimológica, hay relaciones fónicas que asocian aquí el monumento
del Louvre con “la obra” (l’oeuvre) y quizá también con el “libro” (livre) [T.].
Los tres negocios
Cerca de la plaza Maubert, en el sitio donde todas las mañanas temprano espero
el ómnibus, hay tres negocios colindantes: Joyería, Leña y Carbón, Carnicería. Al
contemplarlos alternadamente observo los diferentes comportamientos para mí del
metal, la piedra preciosa, el carbón, el leño, el trozo de carne.
No nos detengamos demasiado en los metales, que solamente son la
consecuencia de una acción violenta o divisoria del hombre sobre gredas o
determinados aglomerados que por sí mismos nunca tendrían semejantes intenciones; ni
en las piedras preciosas, cuya rareza justamente debe hacer que no se les concedan sino
pocas palabras muy escogidas en un discurso sobre la naturaleza compuesto
equitativamente.
En cuanto a la carne, un temblor ante su vista, una especie de horror o de
simpatía me obliga a la mayor discreción. Recién cortada, por otra parte, un velo de
vapor o de humo sui generis la sustrae de los mismos ojos que quisieran dar muestras de
cinismo propiamente dicho: habré dicho todo lo que puedo decir cuando haya llamado
la atención, por un minuto, sobre su aspecto palpitante.
Pero la contemplación de la leña y del carbón es una fuente de alegrías tan
fáciles como sobrias y seguras, y estaré contento de compartirlas. Sin dudas harían falta
varias páginas, mientras que ahora sólo dispongo de media. Por tal motivo, me limito a
proponerles este tema de meditación: “1°) EL TIEMPO OCUPADO EN VECTORES
SE VENGA SIEMPRE, MEDIANTE LA MUERTE. –2°) MARRÓN, PORQUE EL
MARRÓN ESTÁ ENTRE EL VERDE Y EL NEGRO EN EL CAMINO DE LA
CARBONIZACIÓN, EL DESTINO DE LA LEÑA AÚN IMPLICA –AUNQUE
MÍNIMO– UN GESTO, ES DECIR, EL ERROR, EL PASO EN FALSO, Y TODOS
LOS MALENTENDIDOS POSIBLES.”
Fauna y flora
No son… No son…
Su infierno es de otra clase.
No tienen voz. Son casi paralíticos. No pueden atraer la atención sino mediante
sus poses. No parecen conocer los dolores de la no-justificación. Pero de ninguna
manera podrían escapar huyendo de esa obsesión, o creer que se escapan, con la
embriaguez de la velocidad. No hay otro movimiento en ellos que la extensión. Ningún
gesto, ningún pensamiento, quizá ningún deseo, ninguna intención, que no desemboque
en un monstruoso crecimiento de sus cuerpos, en una irremediable excrecencia.
20
Hemos traducido por “están bien ubicados” la expresión ils ont pignon sur rue, frase hecha que
significa: “están bien establecidos; gozan de buena reputación; tienen buena fama”, con un desusado
origen literal que diría: “tienen fachada a la calle”; pero Ponge activa además esta literalidad ya que
escribe “ils ont pignon sur rue, ou sur route”, como si dijéramos, junto a los sentidos ya mencionados,
que “tienen vista a la calle o a la ruta” [T.].
O bien, lo que es mucho peor, nada monstruoso por desgracia: a pesar de todos
sus esfuerzos para “expresarse”, no logran nunca sino repetir un millón de veces la
misma expresión, la misma hoja. En primavera, cuando dejan salir una oleada, un
vómito verde, cansados de contraerse y ya sin insistir en ello, creen que entonan un
cántico variado, que salen de sí mismos, que se extienden a toda la naturaleza y la
abrazan, pero tampoco alcanzan más que la misma nota, la misma palabra, la misma
hoja en miles de ejemplares.
La belleza de las flores que se marchitan: los pétalos se retuercen como bajo la
acción del fuego; y por otra parte es en verdad lo que pasa: una deshidratación. Se
retuercen para dejar entrever las semillas a las que deciden darles su oportunidad, el
campo libre.
Entonces es cuando la naturaleza se presenta frente a la flor, la obliga a abrirse, a
separarse: ella se crispa, se retuerce, retrocede, y deja que triunfe la semilla que sale de
ella que la había preparado.
Entre los seres animados podemos distinguir a aquellos en los cuales, aparte del
movimiento que los hace crecer, actúa una fuerza con la que pueden mover todo o parte
de su cuerpo y desplazarse a su manera por el mundo –y aquellos en los cuales no existe
otro movimiento que la extensión.
Una vez liberados de la obligación de crecer, los primeros se expresan de varias
maneras, a propósito de mil preocupaciones de alojamiento, alimentación, defensa,
algunos juegos finalmente cuando se les concede cierto reposo.
Los segundos, que desconocen esas necesidades apremiantes, podemos afirmar
que no tendrían otras intenciones u otra voluntad que multiplicarse, pero en todo caso
cualquier voluntad de expresión por su parte es impotente, salvo para desarrollar sus
cuerpos, como si cada uno de nuestros deseos nos ocasionara la obligación en adelante
de alimentar y de sostener un miembro suplementario. ¡Infernal multiplicación de
sustancia con motivo de cada idea! ¡Cada deseo de fuga me encadena con un nuevo
eslabón!
Se dice que los inválidos, los amputados ven que sus facultades se desarrollan
asombrosamente: lo mismo con los vegetales: su inmovilidad forja su perfección, su
cincelado, sus bellas ornamentaciones, sus ricos frutos.
*
La variedad infinita de sentimientos que hace surgir el deseo en la inmovilidad
ha dado lugar a la infinita diversidad de sus formas.
La lluvia no forma los únicos guiones entre el suelo y el cielo: existen otra clase
de guiones, menos intermitentes y muchos mejor tramados, cuyo tejido no arrastra el
viento tan fuerte que los agita. Si a veces éste logra separar un poco las cosas, que se
esfuerza entonces por reducir en su torbellino, a fin de cuentas percibimos que no ha
disipado nada en absoluto.
Mirándolo más de cerca, nos encontramos entonces en una de las mil puertas de
un inmenso laboratorio, erizado de aparatos hidráulicos multiformes, todos mucho más
complicados que las simples columnas de lluvia y dotados de una original perfección:
todos a la vez ampolletas, filtros, sifones, alambiques.
Son justamente los aparatos que la lluvia encuentra primero, antes de tocar el
suelo. La reciben con una cantidad de pequeños tazones, dispuestos a montones en
todos los niveles de una mayor o menor profundidad, y que se vierten unos en otros
hasta los del grado más bajo, mediante los cuales al fin la tierra es directamente
rehumedecida.
Enlentecen así el flujo a su manera, y conservan por largo tiempo el humor y el
beneficio en el suelo luego de la desaparición del meteoro. Sólo a ellos les pertenece la
capacidad de hacer brillar al sol las formas de la lluvia, es decir, exponer desde el punto
de vista de la alegría las razones tan religiosamente aceptadas así como fueron
precipitadamente formuladas por la tristeza. Curiosa ocupación, enigmáticos caracteres.
Crecen en estatura a medida que la lluvia cae; pero con más regularidad, mayor
discreción: y por una especie de fuerza adquirida, incluso cuando ya no cae más.
Finalmente, también encontramos agua en algunas ampollas que forman y que cargan
con ruborizada ampulosidad, a las que llaman sus frutos.
21
El título del poema, Le galet, se refiere en francés a una piedra pequeña y achatada, pulida por el
agua, que en español se llama “canto rodado” o “guijarro”, ambas formas poco usuales en la Argentina,
de allí que para el título mantengamos el término más genérico y puntualmente debamos usar más
adelante el término específico [T.].
Imaginamos que semejante sacrificio, la expulsión de la vida fuera de
naturalezas antes tan gloriosas y ardientes, no se habrá dado sin dramáticos trastornos
internos. Tal es el origen del caos gris de la Tierra, nuestra humilde y magnífica morada.
Así, luego de un período de torsiones y de pliegues parecidos a los de un cuerpo
que se agita al dormir debajo de las mantas, nuestro héroe, reprimido (por su
conciencia) como por una monstruosa camisa de fuerza, ya no experimentó más que
explosiones íntimas, cada vez más raras, de efecto detonante sobre una envoltura cada
vez más pesada y fría.
Muerto él y ella caótica actualmente se confunden.
La historia de ese cuerpo, tras haber perdido de una vez por todas junto a la
facultad de conmoverse la de volver a fundirse en una persona completa, después de la
lenta catástrofe del enfriamiento, ya no será más que la de una perpetua disgregación.
Pero en ese momento ocurren otras cosas: ya muerta la grandeza, la vida hace ver
enseguida que no tiene nada en común con ella. Enseguida, con mil recursos.
Tal es la apariencia del globo actualmente. El cadáver en pedazos del ser de la
grandeza del mundo no hace más que servir de decorado para la vida de millones de
seres infinitamente más pequeños y más efímeros que él. Su muchedumbre en ciertos
lugares es tan densa que oculta por completo la osamenta sagrada que antiguamente les
sirvió como único soporte. Y no es sino una infinidad de sus cadáveres, que desde
entonces logran imitar la consistencia de la piedra, por medio de lo que llaman tierra
vegetal, lo que les permite desde hace algunos días reproducirse sin deberle nada a la
roca.
Por otra parte, el elemento líquido, de un origen quizás tan antiguo como aquel
del que estoy hablando, tras haberse juntado en extensiones más o menos grandes, lo
cubre, se frota allí, y mediante golpes reiterados activa su erosión.
Describiré entonces algunas de las formas que la piedra actualmente dispersa y
humillada por el mundo pone frente a nosotros.
*
Los fragmentos más grandes, baldosones casi invisibles debajo de las
vegetaciones entrelazadas que se aferran allí tanto por religión como por otros motivos,
constituyen el esqueleto del planeta.
Se trata de verdaderos templos: no construcciones elevadas arbitrariamente
encima del suelo, sino los restos impasibles del antiguo héroe que antaño fue en verdad
el mundo.
Comprometido en la imaginación de grandes cosas entre la sombra y el perfume
de los bosques que cubren a veces esos bloques misteriosos, el hombre sólo mediante el
espíritu supone su continuidad por debajo.
En los mismos lugares, numerosos bloques más pequeños atraen su atención.
Diseminadas bajo maderas por el Tiempo, desiguales bolas de miga de piedra, amasadas
por los dedos sucios de ese dios.
Desde la explosión de su enorme antepasado, y de su trayectoria por los cielos
abatidos sin energía, los peñascos se callaron.
Invadidos y quebrados por la germinación, como un hombre que ya no se afeita,
ahuecados y colmados por la tierra móvil, ninguno de ellos dice ya ni una palabra,
incapaces de reacción alguna.
Sus caras, sus cuerpos se agrietan. En las arrugas de la experiencia la ingenuidad
se acerca y se instala. Las rosas se sientan en sus rodillas grises, y lanzan contra ellos su
diatriba ingenua. Ellos las aceptan. Ellos, cuyo granizo desastroso en otro tiempo
aclaraba los bosques, y cuya duración es eterna en el estupor y la resignación.
Se ríen al ver a su alrededor tantas generaciones de flores suscitadas y
condenadas, y dígase lo que se diga, de una encarnación por otro lado apenas más viva
que la suya, y de un rosa tan pálido y tan marchito como su gris. Piensan (como estatuas
sin tomarse el trabajo de decirlo) que esos tonos son tomados de los fulgores del cielo
con el sol poniente, fulgores a su vez intentados por el cielo todas las tardes en memoria
de un incendio mucho más explosivo, durante el famoso cataclismo con motivo del cual
fueron proyectados violentamente por los aires y conocieron una hora de libertad
magnífica terminada con ese formidable aplastamiento. No lejos de allí, en las rodillas
rocosas de los gigantes espectadores en sus orillas de los esfuerzos espumosos de sus
mujeres abatidas, el mar sin cesar arranca bloques que guarda, aprieta, acuna, acaricia,
machaca, amasa, fomenta y pule en sus brazos contra su cuerpo o abandona en un
rincón de su boca como una píldora que después sale de su boca y deposita en un borde
hospitalario de pendiente suave entre una tropa ya numerosa a su alcance, con miras a
recuperarlo pronto para ocuparse de él más afectuosamente, aún más apasionadamente.
Sin embargo el viento sopla. Hace que la arena vuele. Y si una de esas
partículas, forma última y la más ínfima del objeto que nos ocupa, llega a introducirse
realmente en nuestros ojos, resulta pues que la piedra, con la manera de cegar que le es
peculiar, castiga y concluye nuestra contemplación.
La naturaleza nos cierra así los ojos cuando llega el momento de indagar en el
interior de la memoria si las enseñanzas que una larga contemplación ha acumulado no
le habrán proporcionado ya algunos principios.
Si ahora quiero examinar con mayor atención uno de los tipos particulares de
piedra, la perfección de su forma, el hecho de que pueda agarrarlo y darlo vuelta en mi
mano, me hacen elegir el canto rodado.
Después de todo, el canto rodado sería precisamente la piedra en la época en que
comienza para ella la edad de la persona, del individuo, o sea de la palabra.
Comparado con el banco rocoso del que deriva directamente, es la piedra ya
fragmentada y pulida en un grandísimo número de individuos casi semejantes.
Comparado con la pequeña granza, podemos decir que por el lugar en el que está,
debido a que el hombre tampoco tiene la costumbre de darle un uso práctico, es la
piedra todavía salvaje, o al menos no doméstica.
Todavía por unos días sin significado en ningún orden práctico del mundo,
aprovechemos sus virtudes.
Traído un día por una de las innumerables carretas del oleaje, que desde
entonces, al parecer, ya sólo arrojan su vano cargamento para los oídos, cada canto
rodado descansa sobre el amontonamiento de las formas de su antiguo estado y de las
formas de su futuro.
No lejos de los lugares donde una capa de tierra vegetal todavía cubre a sus
enormes ancestros, debajo del banco rocoso donde se realiza el acto de amor de sus
parientes inmediatos, tiene su sede en el suelo formado por el grano de los mismos,
donde la ola excavadora lo busca y lo pierde.
Pero esos lugares adonde el mar usualmente lo relega son los más inapropiados
para cualquier homologación. Sus poblaciones yacen ahí sólo para la extensión. Cada
cual se cree perdido porque no tiene número, y porque no ve más que fuerzas ciegas que
lo tengan en cuenta.
Y en efecto, en todas partes donde se posan semejantes rebaños, tapan
prácticamente todo el suelo, y sus espaldas forman un parque tan incómodo para el
apoyo del pie como para el de la mente.
Nada de pájaros. Briznas de pasto a veces surgen entre ellos. Los recorren
lagartos, los contornean sin miramientos. En vez de medirlos, con sus saltos unas
langostas se miden entre sí. A veces unos hombres tiran distraídamente lejos a uno de
los suyos.
Pero esos objetos de la más baja estofa, perdidos sin orden en medio de una
soledad violada por los pastos secos, las algas, las boyas viejas y toda clase de desechos
de las provisiones humanas –imperturbables entre los remolinos más fuertes de la
atmósfera–, asisten mudos al espectáculo de tales fuerzas que corren a ciegas a su
sofocación por la persecución de todo más allá de toda razón.
Sin embargo, no atados a ninguna parte, se quedan en su lugar cualquiera sobre
la superficie. El viento tan fuerte como para desarraigar un árbol o demoler un edificio
no puede desplazar un canto rodado. Pero dado que hace volar el polvo alrededor,
resulta pues que a veces los fisgones del huracán desentierran alguno de esos hitos del
azar de sus lugares cualesquiera desde hace siglos bajo la capa opaca y temporal de la
arena.
No diré más, porque esta idea de una desaparición de signos me lleva a pensar
en los defectos de un estilo que se basa demasiado en las palabras.
Tan sólo demasiado feliz por haber podido elegir para estos comienzos el canto
rodado: porque un hombre ingenioso no podrá más que sonreír, aunque sin dudas se
sentirá afectado, cuando mis críticos digan: “Habiéndose propuesto escribir una
descripción de la piedra, se petrificó”.22
22
En el original, s’empêtra, que el autor usa por su posibilidad de asociación sonora con lo “pétreo”,
pero que significa literalmente “se enredó” [T.].
PROEMIOS
Todo sucede (o al menos lo imaginé a menudo) como si desde que empecé a
escribir estuviese corriendo, sin el menor éxito, “detrás” de la estima de una persona
determinada.
Dónde se ubica esta persona, o si merece o no mi persecución, no importa.
Sobre De parte de las cosas, me pareció que había pensado sobre todo que los
textos de esa compilación daban cuenta de una infalibilidad un tanto limitada.23
Le mostré entonces estos Proemios: me daban algo de vergüenza, pero al menos
creía que debían destruir esa impresión (de infalibilidad).
Les reprochó enseguida el temblor de certidumbre que parecía afectarlos.
¡Por desgracia! Había entonces ahí algo que se volvía muy grave y casi
redhibitorio. Sin duda, lo sintió, porque redoblando prontamente sus rigores me hizo
partícipe de su consternación “al pensar en todos aquellos para quienes este librito
podía volverme ridículo u odioso”.
A partir de entonces, me decidí. Pensé: “Ya no me queda más que publicar (ya
no podía volver atrás) este amasijo para mi vergüenza, para merecer por este mismo
gesto la estima de la que no puedo prescindir”.
Vamos a ver… Pero como ya no me hago demasiadas ilusiones, volví a partir
hacia otro lugar con nuevos bríos
23
Alusión a los juicios de Jean Paulhan en su correspondencia con Ponge. En este prefacio, que
reproduce pasajes de esa correspondencia, se alude también a la condena del mismo Paulhan sobre la
posible publicación de los Proemios [T.].
I
24
Proverbio latino que significa: “Le estás enseñando a nadar a un pez”, y significa que se le quiere
enseñar algo a un experto en la materia [T.].
Memorándum
Es sorprendente que pueda olvidar, que olvide tan fácilmente y en cada ocasión
por tanto tiempo, el único principio a partir del cual se pueden escribir obras
interesantes, y escribirlas bien. Sin duda, es porque nunca supe definirlo claramente, en
fin, de una manera representativa y memorable.
De vez en cuando se produce en mi mente, es cierto que no como un axioma o
una máxima: es como un día soleado después de mil días oscuros, o más bien (ya que se
relaciona menos con la naturaleza que con el artificio, y más exactamente aún con un
progreso del artificio) como la repentina luz de una lámpara eléctrica en una casa hasta
entonces iluminada a kerosén… Pero donde al día siguiente se hubiesen olvidado de que
la electricidad acaba de ser instalada, y volvieran a llenar trabajosamente los faroles, a
cambiar las mechas, a quemarse los dedos con los vidrios, y a estar mal iluminados…
“Primero hay que decidirse a favor de la propia mente y del propio gusto.
Luego hay que tomarse el tiempo y el valor de expresar todo nuestro pensamiento
acerca del tema elegido (y no sólo conservar las expresiones que nos parezcan brillantes
o típicas). Por último, hay que decirlo todo simplemente, fijándose como meta no los
atractivos, sino la convicción.”
1935
El futuro de las palabras
Cuando en las cortinas del día, en los nombres comunes que cubren nuestra
morada de lectura ya no se reconozca gran cosa excepto desde afuera por ahí nuestras
iniciales brillando como alfileres metálicos sobre un monumento de tela,
Un culo se elevará a los cielos contra las frazadas, soplará el viento por un
escape compensador del fundamento, los bosques del bajo vientre se frotarán contra la
tierra, hasta que en la rodilla del Oeste se desabroche el último favor diurno:
¡El cuerpo del bello oscuro fuera de la sábana de palabras entonces totalmente
descubierto, listo como un tazón para beber de la teta de la madre de Hércules!25
1925
25
Según una tradición, para volverse inmortal Hércules debía mamar del seno de Hera, a la que lastimó
por chupar demasiado fuerte. La vía láctea habría surgido del chorro de leche que brotó entonces de la
“teta” de la diosa, que no era la madre sino la madrastra de Hércules [T.].
Prefacio a los “zapatos”26
Lo que escribo ahora tal vez tenga su propio valor: no lo sé en absoluto. Debido
a mi condición social, ya que estoy obligado a ganarme la vida por lo menos durante
doce horas por día, no podría escribir algo muy distinto: dispongo de alrededor de
veinte minutos a la noche antes de ser invadido por el sueño.
Además, si tuviese tiempo, me parece que no me gustaría trabajar mucho y en
varias ocasiones sobre el mismo tema. Lo que me importa es captar un nuevo objeto
casi todas las noches, extraer de él a la vez un goce y una lección; me instruyo y me
divierto así, en fin: a mi manera.
Estoy muy contento cuando un amigo me dice que le gusta uno de estos escritos.
Pero creo que son cosas muy pequeñas. Mi ambición era diferente.
Durante años, cuando disponía de todo mi tiempo, me planteé las cuestiones más
difíciles, inventé todas las razones para no escribir. La prueba de que sin embargo no
perdí mi tiempo consiste justamente en que a veces puedan gustar estas pequeñas cosas
que escribo ahora sin forzar mi talento, e incluso con facilidad.
1935
26
Este texto debía prologar una serie de escritos, varios incluidos luego en De parte de las cosas, que no
se publicaron como tales y que tenían el título de Sapates, término arcaico encontrado por Ponge en el
diccionario Littré, que el mismo Littré hace derivar supuestamente del español “zapato”, “como los
zapatos que en Navidad se dejan en la chimenea” para los regalos. Ponge citaba en ese proyecto de libro
la definición del término en dicho diccionario: “Regalo apreciable, ofrecido envuelto en otro que lo es
mucho menos, por ejemplo, un limón que contiene adentro un diamante”. Littré también ofrece esta
otra acepción: “Nombre de una especie de fiesta usual entre los españoles, los días 5 de diciembre, en
vísperas de San Nicolás, y que consiste en hacer regalos a los amigos sin que ellos sepan de dónde
provienen”. En los diccionarios de la lengua española, incluso en los de autoridades del siglo XVIII, no
figuran estos usos [T.].
Opiniones políticas de Shakespeare
Por increíble que pueda parecer el hecho, un día (y pasó) se pudo comprobar una
determinada correlación entre la reposición de Coriolano en el Teatro Francés y el
levantamiento del 6 de febrero.27
Mientras que acerca de dicha puesta en escena se oyó decir en todas partes que
la obra es una apología del poder personal (y hacía ya varios años que Léon Blum había
considerado que debía buscar excusas para las opiniones antidemocráticas de
Shakespeare)28, sin duda que es bueno recordar las siguientes frases, puestas en boca de
Casio en Julio César (acto I, escena II):
“¿De qué alimentos se nutre entonces este César para haberse vuelto tan grande?
¡Qué vergüenza para nuestra época! ¿Qué generación hubo desde el diluvio universal
que sólo haya podido enorgullecerse de un solo hombre? Y en este caso podemos llamar
a Roma un desierto puesto que la habita un solo hombre.”
E incluso las siguientes de Coriolano, que aclaran toda la obra cuyo tono es,
entre Troilo y Crésida y Julio César, el de una tragicomedia:
“Era un hombre y se convirtió en dragón; tiene alas, ya no toca la tierra. La
amargura impresa en su rostro bastaría para arruinar una vendimia… Su voz se parece al
sonido de una campana fúnebre y su murmullo al ruido de una batería.”
Para seducirnos con la dictadura habrá que encontrar otra cosa.
Como sospechábamos.
1934
27
Coriolano era representada por la Comedia Francesa desde el 9 de diciembre de 1933. La amarga
descripción del pueblo romano y de sus representantes que hace allí Shakespeare se puso en relación
con la crisis del parlamentarismo francés. El gobierno reaccionó y destituyó al administrador del teatro
el 3 de febrero de 1934. La multitud se agolpó en las siguientes funciones, que dieron lugar a agitadas
manifestaciones antigubernamentales; tras los alzamientos del 6 de febrero, el gobierno restituyó al
director del teatro pero exigió que sacaran de escena la obra, que no volvió a montarse hasta el 12 de
marzo [T.].
28
Acerca de una representación de Coriolano del 21 de abril de 1910, que ya había suscitado polémicas,
Blum admitía que “en las descripciones de lo que fue la plebe de Roma para Shakespeare hay dureza y
crueldad”; pero también decía que en su época “era difícil ser demócrata”. Para ver su reseña completa,
Blum, Léon, Au théâtre: réflexions critiques, Ollendorf, París, 1910 [T.].
Testimonio
Así, a la densidad de las cosas no se le opone más que una exigencia mental, que
todos los días vuelve más costosas las palabras y más urgente su necesidad.
Una vez llegado a cierta edad, uno se da cuenta de que los sentimientos que le
parecían el resultado de una franqueza absoluta superan la rebeldía ingenua: la voluntad
de poder cumplir todos los papeles, y una preferencia por los papeles más comunes
porque te disimulan mejor, coinciden peligrosamente con aquellos a los que conducen
su apatía o su bajeza a todos los burgueses cerca de los treinta.
Entonces la rebeldía más ingenua resulta de nuevo meritoria.
Pero, ¿acaso desde el estado mental en que uno se encuentra por decidir no
considerar más las consecuencias de sus actos no se corre el riesgo de deslizarse pronto
e imperceptiblemente hacia aquel en que no se tiene en cuenta ningún futuro, ni siquiera
inmediato, en el que ya no se intenta más nada, en el que uno se deja llevar? Y si por lo
menos fuese uno mismo el que se dejara llevar, pero son los otros, las niñeras, la
sabiduría de las naciones, toda esa mayoría en el interior de nosotros que nos hace
parecernos a los demás, que sofoca la voz de lo más apreciable.
Y sin embargo, ya lo sé, todo puede virar de inmediato a lo peor, como la muerte
en un lapso muy breve si decido un nuevo desprendimiento, una vida libre, sin tener en
cuenta ninguna consecuencia. Por mala suerte, por amor al riesgo –y todo lo que se
desencadena a cada momento en la calle… ¡Quién sabe lo que voy a desear! ¡Qué
fantasía me hará su presa, qué fuerza me va a arrastrar!
Pero en fin, si ponerse así a disposición de la propia mente, a merced de nuestros
impulsos morales, si seguir siendo capaz de todo es seguramente lo más difícil, requiere
el mayor coraje, tal vez no sea una razón suficiente para convertirlo en nuestro deber.
¡Abajo el mérito intelectual! Éste sigue siendo un grito de revuelta aceptable.
Pero no quisiera quedarme ahí –y más bien preconizaría el embrutecimiento con
un abuso de técnica, cualquiera; por supuesto, preferentemente la del lenguaje o
RETÓRICA.
¿Qué tiene de sorprendente en efecto que aquellos que farfullan, que cantan o
que hablan le reprochen a la lengua que no pueda hacer nada propio? Abstengámonos
de sorprendernos. Ya no se trata tanto de hablar sino de cantar. “¿Qué es la lengua?,
leemos en Alcuino. Es el látigo del aire.”29 Podemos estar seguros de que producirá un
sonido si se la concibe como un arma. Se trata de convertirla en instrumento de una
29
Alcuino de York, teólogo, filósofo y gramático anglosajón, nacido en York cerca de 735 y muerto en
804 en Tours [T.].
voluntad sin compromiso –sin vacilación ni murmullo. Tratada de cierta manera, la
palabra es seguramente una manera de castigar.
1927
Concepción del amor en 1928
Dudo que el verdadero amor implique deseo, fervor, pasión. No dudo que sólo
pueda NACER de una disposición a aprobar lo que sea, luego de una entrega amistosa
al azar o a los usos del mundo, para conducirnos a tales o cuales encuentros; VIVIR
sólo de una aplicación extrema en cada uno de esos encuentros para no molestar al
objeto de sus miradas y dejarlo vivir como si nunca nos hubiese encontrado;
SATISFACERSE sólo con una aprobación tan secreta como absoluta, una adaptación
tan total y tan detallada que nuestras palabras traten para siempre a todo el mundo como
lo trata ese objeto por el lugar que ocupa, sus semejanzas, sus diferencias, todas sus
cualidades; MORIR finalmente sólo por el efecto prolongado de esta supresión, esta
desaparición completa ante sus ojos –y también por el efecto de la entrega confiada al
azar de la que hablé al comienzo, que nos conduzca a tales o cuales encuentros o que
igualmente nos separe de ellos.
1928
Modos de la mirada
La palabra sería pues para las cosas mentales su estado de rigor, su manera de
mantenerse en pie fuera de su continente. Una vez comprendido esto, tendremos el
tiempo, y el placer, de estudiar con calma, minuciosamente, con aplicación sus
cualidades enumerables.
Supongamos que la meta fuera la aniquilación total del mundo, del hábitat
humano, las ciudades y los campos, las montañas y el mar.
Entonces, para intentar anular sus esfuerzos, como tenemos un espíritu absoluto
nos aferramos a nuestro “medio”: procuramos prenderle fuego al agua, al mar.
Hay que ser más traicionero aún. Es preciso poder traicionar incluso nuestros
propios medios. Abandonar el fuego, que no es más que un instrumento brillante, pero
ineficaz contra el agua. Ingresar hipócritamente a los bomberos. Y con el pretexto de
ayudar a apagar un fuego destructor, destruirlo todo bajo una catástrofe de agua.
Inundarlo todo.
Así, ridiculizamos las palabras mediante la catástrofe –el simple abuso de las
palabras.
1926
Drama de la expresión
Mis pensamientos más queridos son ajenos al mundo, por poco que los exprese
parecen serle ajenos. Pero si los expresara por completo, podrían volverse comunes.
¡Por desgracia! ¿Puedo hacerlo? Me parecen ajenos también a mí. Dije bien: los
más queridos…
Una serie (extravagante) de referencias a las ideas, luego a las palabras, luego a
las palabras, luego a las ideas.
1926
Fábula
P. no quiere que el autor salga de su libro para ir a ver cómo funciona afuera.30
¿Pero en qué momento se sale? ¿Hay que escribir todo lo que se piensa acerca de
un tema? ¿No se sale ya al hacer otra cosa acerca de ese tema que no sea escritura
automática?
¿Quiere decir que el autor debe permanecer en el interior y deducir la realidad de
la realidad? ¿Descubrir algo excavando, picando las paredes de la caverna? En fin,
¿acaso el libro, al contrario que la estatua que se desprende del mármol, es una
habitación que uno abre en la piedra, para quedarse adentro?
Aun cuando diga todo lo que se me pasa por la cabeza, eso ha sido trabajado en
mí por toda clase de influencias externas: una verdadera rutina.
30
Se refiere a Jean Paulhan, amigo de Ponge, quien le había criticado en una carta la mezcla de la crítica
y la obra creativa en los borradores de estos Proemios [T.].
eso, muy poco, poniéndole título, falseando levemente el conjunto: ahí está el arte. Cuya
eternidad sólo resulta de la indiferencia.
Y todo esto no sólo es válido para la novela, sino para todas las clases posibles
de escritos, para todos los géneros.
El poeta nunca debe proponer un pensamiento, sino un objeto, es decir que aun
al pensamiento debe hacerlo asumir una pose de objeto.
Hay reglas para complacer, una eternidad del gusto, debido a las categorías de la
mente humana. Pienso pues en las más generales de esas reglas, en ARISTÓTELES.
Por cierto, en cuanto a la metafísica y en cuanto a la moral, prefiero a PIRRÓN o a
MONTAIGNE, como es sabido, pero está claro que pongo la estética en otro nivel, y
que al practicar las artes, podría decir que por debilidad o por vicio, reconozco en ese
punto solamente reglas empíricas, como una terapéutica de la intoxicación.
1924
El águila común
APIO
VOSCA
“Esas cabecitas que vuelan tan alto, tan rápido, son imbéciles.
Yo soy humano: me siento retenido por todo lo que olvido.
Quisiera, si me permiten, mediante lentos rodeos, describir en el aire todo mi
pensamiento.”
PASKO
31
Estas bocas no pueden hablar sino en el presente (encima del agua) y no pueden hablar sino del
pasado (debajo del agua). Por lo tanto, sólo hablan en imperfecto o imperfectamente.
“Yo estaba, yo estaba justo espesando el aire sin huellas. Mis semejantes
callaban. Por dos grandes heridas abiertas en sus gargantas respiraban mal. Sus brazos
permanecían soldados al busto, sólo las manos batían débilmente en las caderas.
Sin embargo, cuando empezaban a moverse, ¡qué vivacidad singular en los
pasajes vegetales, qué naturalidad de común acuerdo en las idas al cielo!
Ninguna voz llegaba de ellos, aun con la más extrema lentitud.”
POSKI
VASCO
IOPA
32
En el original, poulain, que literalmente significa “potro” pero que también se usa para designar a un
“pupilo” o “protegido” o “discípulo” de alguien, e incluso etimológicamente deriva del latín puer
(“niño”) [T.].
Notas de un poema
(sobre Mallarmé)
El lenguaje sólo se niega a una cosa, a hacer tan poco ruido como el silencio.
La ausencia se manifiesta también por los jirones (cf. Rimbaud). Mientras que
cualquier tipo de signos, salvo quizás los de la ausencia, nos dejan ausentes.
Mallarmé no es de los que piensan introducir el silencio en las palabras. Tiene
una elevada idea del poder del poeta. Trasluce el ruido mediante el ruido.
No desalienta a nadie del orden, de la locura.
Encarceló el tesoro de la justicia, de la lógica, de todo lo adjetivo. Los
magistrados de esas artes volverán a pasar más tarde.
Porque uno está solo en su isla (solo con la sombra de su sabio), actor maníaco
de señales que nadie observa, ¿será siempre diciendo: “Piedad, miren mi torpeza”,
como habrá que tratar de hacerse entender?
¡No! (la deriva de mi sabio está lista). Estoy quemando mi última provisión de
orgullo –¡en vez de alimentarme de él unas horas más!
“¡El Verbo es Dios! ¡Yo soy el Verbo! ¡No existe más que el Verbo!”
(La deriva de la sombra, en el bote, siempre está lista, lista para lanzarse de la
orilla.)
1925
Pélagos33
33
En griego: “alta mar, piélago”, aunque también “peligro, desgracia”, sentido que se relaciona con la
expresión “un mar de dificultades, de males”, que ya existía en lengua griega [T.].
La antecámara
Desde un principio había confiado mucho en las palabras. Hasta que una
especie de cuerpo me pareció que salía más bien de sus lagunas. Cuando lo pude
reconocer, fue al que saqué a la luz.
1928
Frases salidas del sueño
Me parece que basta con que me agregue a ellos para que la literatura
esté completa.
Día a día, la suma de lo que todavía no dije crece, se hace una bola de nieve,
proyecta una sombra sobre la significación para otros de la mínima palabra que
entonces intento decir. Porque para expresar una nueva impresión, aunque sea a mí
mismo, me refiero, sin poder obrar de otro modo, aunque tenga conciencia de esa
manía, a todo aquello que todavía no expresé por muy poco que sea.
A pesar de su riqueza y su confusión, todavía me encuentro bastante fácilmente
en el mundo secreto de mi contemplación y de mi imaginación, y aunque me aburra de
mis sensaciones, cada vez que penetro allí de nuevo, como en un bosque sofocante
donde a cada instante no puedo admirar todas las cosas a la vez y en todos sus detalles,
sin embargo gozo intensamente de muchas bellezas, y a veces incluso de su confusión y
de su imbricación.
Pero si trato de agarrar la lapicera para escribir solamente un pequeño bosquejo,
o de hablarle al respecto en voz alta a un camarada aunque sea un poco –a pesar del
trabajo agotador que me tomo y el esfuerzo que me cuesta expresarme lo más
sencillamente posible–, el papel de mi cuaderno o la mente de mi amigo reciben esas
revelaciones como una extraña y casi imposible piedra, de una “cualidad oscura” pero
sobre la cual “no pueden siquiera adquirir la menor impresión”.
Y sin embargo, como tal vez lo demuestre un día, el peligro no está en ese
bosque tan espeso sino en el bosque de mis reflexiones de orden puramente lógico,
donde además nadie en ningún momento ha sido introducido todavía por mí (ni a decir
verdad yo mismo con sangre fría o en estado de vigilia)…
¡Por desgracia!, también hoy retrocedo espantado por la enormidad del peñasco
que tendría que mover para destrancar mi puerta…
Invierno 1928-1929
Fragmentos de máscara
Tampoco nadie puede creer en el hueco absoluto de cada papel que interpreto.
Lo impreso se multiplica. Y hay personas que piensan que todo eso no pulula lo
suficiente, que hacen versos, poesía, surrealidad, que se añaden a eso.
Los sueños (parece que los sueños merecen entrar en danza, que más vale no
olvidarlos). Las reencarnaciones, los paraísos, los infiernos, qué más: ¡después de la
vida, todavía la muerte por vivir!”
1926
No hay que decir más
Aquel que revienta los ataúdes a taconazos de zapatos o con otra cosa es por
definición un ángel.
A este ángel –¿qué quieres que haga?– lo mando a la mier… como a los otros.
Rimbaud, Vaché, Loti, Dupneu, Barrès y France…34: no hay que decir más:
cuando se habla, se descubren los dientes.
Ven conmigo: prefiero besarte en la boca, amor de lector.
1929
34
Según parece, se alude a André Breton, con cuyas posiciones en ese momento discrepaba Ponge, así
como con el surrealismo en general. En un panfleto célebre de 1924, titulado Un cadáver, en el
momento del entierro de Anatole France, Breton había incluido en la misma denostación también a
Pierre Loti y a Maurice Barrès, fallecidos a pocos meses de distancia. Ponge añade los nombres de
Rimbaud y Jacques Vaché, venerados por los surrealistas, y un desconocido Dupneu (nombre cómico
pues podría traducirse como “De la goma”), con lo que parece aunar a burgueses e iconoclastas en el
mismo gesto [T.].
Mi árbol
Hojas rosas del arbusto “necesidad de dinero”, ese comercio es con mucho el
único honorable.
“Por otra parte, nadie está obligado a leer.” Con esta prueba los idiotas y los
brutos se hacen reconocer rápidamente. Ya sea que abran, no abran, lean, no lean, o
paguen sin haber leído, se creen que están dando limosna, mientras que a punto de
recobrar un aspecto serio para comprarle a un vendedor mucho mejor señalado por la
policía los innobles pasquines del Sentier35 o de otro lugar, de sus manos perezosas, de
esos magníficos simuladores, de esos fugitivos y desdeñosos informantes de bocas
cerradas, en la forma perfectamente vaga y decepcionante que les conviene,
evidentemente la están recibiendo.
1930
35
La mayoría de los periódicos de la prensa financiera tenían su sede en ese barrio de París, cercano a la
Bolsa [T.].
Los establos de Augías
El vergonzoso orden de cosas en París hace saltar los ojos, desfonda los oídos.
Cada noche, sin duda, en los barrios oscuros donde el tráfico cesa por unas
horas, se lo puede olvidar. Pero desde el amanecer se impone físicamente con una
precipitación, un tumulto, un tono tan excesivo que no puede quedar ninguna duda
sobre su monstruosidad.
Las ruedas de camiones y autos, los barrios que no alojan a nadie sino tan sólo
mercaderías o depósitos de empresas que las transportan, las calles donde la miel de la
producción corre a borbotones, donde nunca se trata de otra cosa, para nuestros amigos
de colegio que saltaron con ambos pies de la filosofía y de una vez por todas a los
aceites o el camembert, esa otra clase de hombres que no son conocidos sino por sus
colecciones, los que se matan por haberse “arruinado”, los gobiernos de oficinistas y de
comerciantes, vaya y pase, si no nos obligaran a participar, si no nos metieran a la
fuerza la cabeza ahí, si todo eso no hablara tan fuerte, si no fuera lo único que habla.
Por desgracia, para colmo del horror, dentro de nosotros mismos habla el mismo
orden sórdido, porque no tenemos a nuestra disposición otras palabras ni otras grandes
palabras (o frases, es decir, otras ideas) que aquellas que un uso diario en ese mundo
grosero prostituye desde la eternidad. Es igual que si nosotros fuéramos pintores que
sólo tuvieran a su disposición para mojar sus pinceles un mismo pote inmenso donde
desde la noche de los tiempos todos hubiesen tenido que diluir sus colores.
… Pero ya haber tomado conciencia de ello es casi haberse salvado, ya no queda
más que hartarse de imitaciones, de fardos, de rúbricas, de procedimientos, arreglando
las fallas según los principios del mal gusto, y por último tratar de hacer que aparezca la
idea en filigrana mediante estratagemas de esclarecimiento a través de ese agotador
juego de abusos mutuos. No se trata de limpiar los establos de Augías, sino de pintarlos
al fresco con su propia mierda: trabajo conmovedor y que requiere un corazón más
firme, más ingenio y perseverancia de los que se le exigieron a Hércules para su trabajo
de simple y grosera moralidad.
1929-1930
Retórica
36
El título original, À chat perché, alude al juego infantil Le chat perché (“El gato encaramado”), donde
un jugador, el gato, debe perseguir y tocar a los demás, los ratones, que pueden salvarse
momentáneamente de ser “cazados” con alguna pose o tocando un objeto. Como en la mancha, el
ratón cazado se vuelve gato y le toca perseguir al resto [T.].
37
Prestigiosa escuela militar de enseñanza superior para la formación de oficiales [T.].
La ley y los profetas
Las estatuas se despertarán un día en la ciudad con una mordaza de toalla entre
los muslos. Entonces las mujeres se arrancarán la suya y la tirarán a las ortigas. Sus
cuerpos, antes orgullosos de su blancura y de no tener salida veinticinco días sobre
treinta, dejarán ver la sangre manando hasta los tobillos: se mostrarán como belleza.
Así se les comunicará a todos, mediante la visión de una realidad un poco más
importante que la redondez o que la firmeza de los senos, el terror que invade a las niñas
la primera vez.
Toda idea de forma pura será definitivamente manchada.
Los hombres que corran ese día detrás del ómnibus perderán el paso y se
romperán la cabeza contra el pavimento.
De todos los cuerpos, pelados como porotos para bolsa de cocina, saldrá un brote
hacia arriba: la libertad, verde y bifurcada. Mientras que en el suelo se hundirán las
raíces, pálidas de emoción.
38
En francés, naître (“nacer”) está incluido en connaître (“conocer”) [T.].
39
Poisson d’avril (“pescado de abril”) es una expresión que se utiliza para las bromas hechas el 1° de
abril, cerca de Pascuas, aunque su origen es incierto; equivaldría a las del día de los Inocentes, o sea a la
exclamación: “¡Que la inocencia te valga!” [T.].
Todo entonces ondea. Todo salmodia intensamente estas palabras:
“No se trata tanto de una revolución como de una revolución y media. Y que
todo el mundo al fin se reúna en la cabeza.”
Una cabeza negra y terrible, llena de consecuencias como granitos en las
praderas.
Una queja, un alto rencor que ya no impresiona ningún sonido de trompetas que
toquen la dislocación de las flores.
1930
Razones para escribir
Convenzámonos: nos han hecho falta razones imperiosas para volvernos o para
seguir siendo poetas. Nuestro primer motivo fue sin duda el asco ante lo que nos
obligan a pensar y a decir, aquello en lo que nos fuerza a tomar parte nuestra naturaleza
de hombres.
Avergonzados por el acomodo de las cosas tal cual es, avergonzados por todos
esos grandes camiones que pasan en nosotros, por las fábricas, manufacturas, negocios,
teatros, monumentos públicos que constituyen mucho más que el decorado de nuestra
vida, avergonzados por la agitación sórdida de los hombres no sólo alrededor nuestro,
hemos observado que la Naturaleza en cierto sentido más poderosa que los hombres
hace diez veces menos ruido, y que la naturaleza dentro del hombre, quiero decir la
razón, no hace ruido en absoluto.
Pues bien, ¿no será que en nosotros queremos hacer oír la voz de un hombre?
Por cierto, en el silencio la oímos, pero en las palabras la buscamos: eso ya no es nada.
Son palabras. Ni siquiera: palabras son palabras.
¡Oh, hombres, informes moluscos, muchedumbre que sale a las calles, millones
de hormigas que los pies del Tiempo aplastan! La única morada que tienen es el vapor
común de su verdadera sangre: las palabras. Su propio rumiar los desalienta, a ustedes
respirar los ahoga. Su personalidad y sus expresiones se devoran entre sí. ¡Tales
palabras, tales costumbres, oh sociedad! Todo no es más que palabras.
II
Mal que les pese a las palabras mismas, dados los hábitos que en tantas bocas
infectas han contraído, hace falta cierta valentía para decidirse no solamente a escribir
sino incluso a hablar. Un montón de trapos viejos que no hay que tomar con pinzas, es
lo que nos dan para mover, sacudir, cambiar de lugar. Con la esperanza secreta de que
nos callaremos. Pues bien, aceptemos el desafío.
¿Por qué, considerándolo bien todo, un hombre así debe hablar? ¿Por qué los
mejores, se diga lo que se diga, no son los que han decidido callarse? Eso es lo que
quiero decir.
No les hablo sino a los que se callan (un trabajo de suscitación), sin perjuicio de
juzgarlos después por sus palabras. Pero si ni siquiera esto hubiese sido dicho, ¿habrían
podido creerme solidario de semejante orden de cosas?
Lo que no me importaría, si no supiera por experiencia que así me arriesgaría a
convertirme en ello.
Que hace falta a cada instante sacudirse el hollín de las palabras y que el
silencio en ese orden de valores es tan peligroso como posible.
Una sola salida: hablar contra las palabras. Arrastrarlas con uno a la
vergüenza adonde nos llevan de tal manera que se desfiguren. No hay ninguna otra
razón para escribir. Pero una vez concebida, ésta es absolutamente determinante y
conminatoria. Ya no podemos escapar de ella sino por una cobardía humillante que no
es de mi gusto tolerar.
1929-1930
Recursos ingenuos
40
Ponge juega con la etimología del término rien (“nada”, “nadería”) que deriva del latín res (“cosa”)
[T.].
Razones para vivir feliz
A todos los poemas deberíamos poder ponerles este título: “Razones para vivir
feliz”. Al menos para mí, los que escribo son en cada caso como la nota que intento
registrar cuando de una meditación o de una contemplación brota en mi cuerpo el
destello de unas palabras que lo refresca y lo decide a vivir por unos días más. Si llevo
más lejos el análisis, veo que no hay otra razón para vivir sino porque primero están los
dones del recuerdo, y la facultad de detenerse para gozar del presente, lo que significa
considerar ese presente como quien considera por primera vez los recuerdos: es decir,
guardar el goce presunto de una razón en estado vivo o crudo cuando acaba de ser
descubierta en medio de circunstancias únicas que la rodean en el mismo segundo. Es el
motivo que me hace agarrar mi lápiz. (Entendiendo que sin dudas uno no desea
conservar una razón sino porque es práctica, como una nueva herramienta sobre nuestra
mesa.) Y ahora tengo que decir además que lo que llamo una razón les podrá parecer a
otros una simple descripción o un relato, o una pintura desinteresada e inútil. Y yo me
justificaría de este modo: Dado que la alegría me vino por la contemplación, el retorno
de la alegría bien puede serme dado por su descripción. Tales retornos de la alegría,
esos refrescamientos en la memoria de los objetos de sensaciones, son exactamente lo
que llamo razones para vivir.
Si las llamo razones es porque son retornos de la mente a las cosas. Sólo la
mente puede refrescar las cosas. Advirtamos además que dichas razones son justas o
válidas sólo si la mente retorna a las cosas de una manera aceptable para las cosas:
cuando éstas no son lesionadas y, por así decir, cuando son descriptas desde su propio
punto de vista.
Pero eso es un término, o una perfección, imposible. Si pudiera alcanzarse, cada
poema les gustaría a todos y a cada uno, a todos y en cada momento como gustan y
afectan los objetos de sensaciones en sí mismos. Pero no se puede: siempre hay una
relación con el hombre… No son las cosas las que hablan entre sí, sino los hombres
entre sí que hablan de las cosas y no podemos de ningún modo salir del hombre.
Al menos, con un amasamiento, una primordial falta de respeto por las palabras,
etc., deberíamos dar la impresión de un nuevo idioma que producirá el efecto de
sorpresa y de novedad de los objetos de sensaciones en sí mismos.
Así, la obra completa de un autor más adelante podrá a su vez ser considerada
como una cosa. Pero si lo pensamos rigurosamente de acuerdo a la idea precedente, no
haría falta tampoco una retórica por autor, sino una retórica por poema. Y en nuestra
época vemos esfuerzos en este sentido (cuyos autores son Picasso, Stravinsky, yo
mismo: y en cada autor una manera por año o por obra).
El tema, el poema de cada uno de esos períodos corresponde evidentemente a lo
esencial del hombre en cada una de sus edades; como las sucesivas cortezas de un árbol,
que se desprenden por el esfuerzo natural del árbol en cada época.
1928-1929
Ad litem41
41
Frase latina usada en derecho: “para el proceso”, “con vistas al juicio” [T.].
Admito que desde el punto de vista de cada ser su nacimiento y su muerte sean
acontecimientos casi desdeñables, al menos cuya consideración es prácticamente
desdeñada. También acepto que para toda madre concebir en el dolor sea un castigo
ruin, muy rápidamente olvidado.
De modo que no es por tales dolores, ni por los que se deben a ciertos accidentes
o enfermedades, que sería justo reprocharle algo a la Naturaleza, sino por dolores
diferentes y más graves: los que provoca en toda criatura el sentimiento de su no-
justificación, los que en el hombre, por ejemplo, conducen al suicidio, los que en los
vegetales conducen a sus formas…
… Una apariencia de calma, de serenidad, de equilibrio en el conjunto de la
creación, una perfección en la organización de cada criatura que puede hacer suponer
como consecuencia su beatitud; pero un desorden inaudito en la distribución sobre la
superficie del globo de las especies y de las esencias, de incesantes sacrificios, una
mutilación de lo posible, que también hacen suponer como experimentadas las
desgracias de la guerra y de la anarquía: a primera vista todo en la naturaleza contribuye
a sumir al observador en una grave perplejidad.
Hay que ser justo. Nada explica, salvo una megalomanía de creación, la
profusión de individuos realizados de igual tipo en cada especie. Nada explica en cada
individuo la detención del crecimiento: ¿un equilibrio? ¿Y entonces por qué se
descompone poco a poco?
…………………………………………………………………………………………
Y luego, igualmente, ya que es la naturaleza del hombre alzar la voz en medio de
la multitud de las cosas silenciosas, que al menos lo haga a veces a propósito de ellas…
1931
Estrofa
42
Alusión a la fábula de La Fontaine “El león y la rata”, donde el roedor salva al león de una red en la
que cae atrapado como agradecimiento porque anteriormente éste le perdonara la vida [T.].
objetos extremadamente diferentes me harán tomar conciencia y obtener en
consecuencia un goce efectivo.
*
Ejemplo del poco espesor de las cosas en la mente de los hombres hasta mí:
sobre el canto rodado o la piedra, lo más original que encontré que se piensa o que se
pensó es lo siguiente:
PÁGINAS BIS
I. Reflexiones al leer “El ensayo sobre el absurdo”43
26-27 de agosto de 1941
Él no clasifica entre los “temas del absurdo” uno de los más importantes (para
mí el más importante históricamente), el de la infidelidad de los medios de expresión, el
de la imposibilidad para el hombre no solamente de expresarse sino de expresar
cualquier cosa.
Es el tema tan bien puesto en evidencia por Jean Paulhan y es lo que yo viví.
Solamente se hace una alusión a ello en el momento de la cita de Kierkegaard
(¡que yo no conocía!): “El más seguro de los mutismos no es callarse, sino hablar”, una
verdad (¿?) que reinventé, sacada de mi propio fondo, cuando cerca de 1925 escribí:
“Por mi parte cualquier palabra me guarda más que el silencio. Mi cabeza de muerto
parecerá víctima de su expresión. Esto no le pasaba a Yorick cuando hablaba”.
Históricamente lo que pasó por mi mente fue lo siguiente:
1° Reconocí la imposibilidad de expresarme;
2° Me conformé con la tentativa de descripción de las cosas (¡aunque enseguida
quise trascenderlas!);
3° Reconocí (recientemente) no sólo la imposibilidad de expresar sino también
de describir las cosas.
Mi proceso está en ese punto. Puedo decidir entonces ya sea callarme, aunque
eso no me conviene: uno no se resuelve al embrutecimiento.
Ya sea decidir publicar descripciones o relatos de fracasos de descripciones.
En términos camusianos, cuando el poema me resulta apremiante, hay nostalgia.
Hay que satisfacerla, desahogarse (o tratar de describir).
Naturalmente, me doy cuenta rápido que no alcanzo mis objetivos.
En ese momento, empiezo a callarme.
Cuando tomé partido por el Absurdo, me falta publicar el relato de mi fracaso.
En una forma agradable, en la medida de lo posible. Por otra parte, el fracaso nunca es
absoluto.
43
El mito de Sísifo de Albert Camus le fue enviado en manuscrito al autor por la intermediación de
Pascal Pia.
Porque hay una noción que no aparece nunca en el ensayo de Camus, y es la de
medida (cuando digo nunca, es falso. En primer lugar, está en el epígrafe, donde se trata
de lo “posible” –también en algunos otros pasajes, donde le concede un valor relativo a
la razón).44 Toda la cuestión reside en esto. En una medida determinada, en ciertas
medidas, la razón tiene éxito, obtiene resultados. Igualmente hay éxitos relativos de
expresión.
Lo sabio es contentarse con esto, no enfermarse de nostalgia.
Trasponiendo la frase de Littré: “Hay que imaginar la propia obra como si uno
fuera inmortal y trabajar en ella como si uno fuera a morir mañana”,45 podríamos decir:
Hay que imaginar la propia obra como si uno fuera capaz de expresión, de
comunión, etc., es decir, como si uno fuera Dios, y trabajar en ella o más bien
realizarla, limitarla, circunscribirla, separarla de uno mismo como si uno después se
burlara de su nostalgia de absoluto: tal es la manera de ser verdaderamente un hombre.
Cuando Camus escribe, acerca del donjuanismo, que hay que agotar el campo de lo
posible, no obstante sabe bien que uno nunca agota la más mínima porción del campo.
Cuando evoca la posibilidad de cincuenta amantes, sabe bien que nunca se posee
absolutamente a una sola.
Si se trata del resultado que consiste en obtener la entrega momentánea de una
amante, comparable al que se obtiene de un vecino de mesa al pronunciar las palabras:
páseme la sal (y un resultado así basta incluso –que quede claro– para justificar el
lenguaje), entonces estamos de acuerdo.
Es en verdad un resultado, un resultado muy importante. Pero no habría que dar
a entender, como lo hace cuando critica la interpretación de Don Juan como un perpetuo
insatisfecho, que Don Juan satisface una necesidad de absoluto. Obtiene un resultado
práctico, en resumen el siguiente: 1° su propio orgasmo; 2° la exhibición de su orgasmo;
3° el orgasmo de su pareja; 4° la contemplación de ese orgasmo. Ya es una gran cosa,
estamos de acuerdo.
Pero en términos camusianos la nostalgia es el amor, la comunión imposible (y
aún más imposible permanente) de dos seres.
44
El epígrafe de El mito de Sísifo es la traducción de unos versos de la tercera Pítica de Píndaro, con los
que Paul Valéry encabezó El cementerio marino: “Oh, alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero agota
el campo de lo posible” [T.].
45
Hay algunas diferencias con la formulación del Diccionario de Littré: “Quien quiera hacer un uso serio
de la vida siempre debe actuar como si fuera a vivir largo tiempo y regularse como si tuviera que morir
próximamente” [T.].
Y justamente esa nostalgia empujó a Don Juan hacia tal o cual mujer.
–¡No, claro que no!, esa nostalgia es la sublimación mórbida, la bovaryzación
del instinto sexual. Y precisamente Don Juan es sano por no dejarse llevar a eso.
En cierto sentido, nada resulta más útil que esta crítica de Kierkegaard, Chestov,
Husserl:
“El objetivo del razonamiento que proseguimos aquí es aclarar el trayecto del
espíritu cuando, partiendo de una filosofía de la no-significación del mundo, termina
encontrándole un sentido y una profundidad” (página 43).
Por mi parte, desembocaría naturalmente, en términos camusianos, en una
fórmula como la siguiente:
Sísifo feliz,46 claro, no solamente porque examina su existencia, sino también
porque sus esfuerzos desembocan en resultados relativos muy importantes.
Por cierto, no logrará calzar su piedra en lo alto de su recorrido, no alcanzará lo
absoluto (inaccesible por definición), pero llegará a resultados positivos en las diversas
ciencias, y en particular en la ciencia política (organización del mundo humano, de la
sociedad humana, control de la historia humana y de la antinomia individuo-sociedad).
46
Es la frase con que termina el ensayo de Camus: “Hay que imaginar a Sísifo feliz” [T.].
El hombre nuevo no tendrá preocupación (en el sentido del cuidado
heideggeriano) por el problema ontológico o metafísico –se suponga o no primordial
todavía para Camus.
Considerará como definitivamente aceptado lo absurdo del mundo (o más bien
de la relación hombre-mundo). Hamlet, sí, está bien, ya entendimos. Será el hombre
absurdo de Camus, siempre parado sobre el filo del problema, pero su vida (intelectual)
no se la pasará manteniendo su equilibrio sobre ese filo como el hombre-acróbata del
siglo XX. Se mantendrá allí cómodamente y podrá ocuparse de otra cosa, sin caerse.
47
La esperanza, título de una novela de André Malraux de 1937 [T.].
II
Es sobre todo (tal vez) contra una tendencia a la ideología densa y patética48 que
inventé mi toma de partido.
48
Estos adjetivos desglosan la traducción de un solo término, el neologismo patheuse, donde Ponge
ensambla pathétique (“patética”) y pâteuse (“espesa, densa, pesada”) [T.].
III
No sé cómo fui hecho, pero me parece que aquellos que fuerzan a la criatura a
bajar la cabeza no merecen de esa criatura menos que el desprecio. Por más débil que
sea. Y tanto más en la medida en que es más débil.
49
Según los editores de La Pléiade, se trataría de Jacques Babut, pastor en Chambon-sur-Lignon, con el
que Ponge había mantenido discusiones que se relatan en el apéndice de El cuaderno del bosque de
pinos (1947). Ponge le oponía a la esperanza religiosa del pastor su ideal laico de redención social e
intelectual, cuya realización pasa por la poesía y por la revolución [T.].
50
Es decir: comunista, palabra prohibida en 1943.
IV
51
La rabia de la expresión, libro de 1952. Sobre el título de Los zapatos (Les sapates), que Ponge había
pensado también para su primer libro y luego utiliza en una publicación posterior, remite a un arcaísmo
recuperado por el autor del Littré que significa: regalo encubierto, o un presente valioso envuelto en
una apariencia humilde, como ya se indicó [T.].
52
Hay un juego de palabras intraducible entre surrection (“levantamiento de la corteza terrestre”),
“resurrección” e “insurrección”; en español ha dejado de ser evidente la relación etimológica de estos
últimos términos con el latín surrigo (“levantar”) [T.].
que ser”). Y no obstante prestar atención a que las palabras no se les peguen, que los
esperen en cada momento crucial. Hay que prestarles atención a ellas. Sin demasiado
ilusión de que uno las domina. Un juego de abuso recíproco, por eso es que se trata de
decir indirectamente.
Algunos poetas (véanse las variantes de Baudelaire: ejemplo típico “que tuerce
apaciblemente” sustituyó a “que duerme apaciblemente”)53 sólo entendieron a medias:
comprendieron hasta qué punto las palabras son temibles, autónomas y que (como dijo
Valéry: “Hay que querer… y no querer en exceso…”) los dejan hacer, limitándose a dar
un empujoncito para obtener la redondez de la esfera o de la pompa de jabón (su
perfección y su separación, su vuelo). Obtienen así un poema perfecto, que dice lo que
quiere decir, lo que tiene ganas de decir, lo que resulta que dice. Pero ellos se burlan de
eso. No tienen nada más que decir, o al menos de jactan de ello.
Eso está muy bien.
Pero con un poco de heroísmo, de gusto por la dificultad, una prueba de fuerza,
se puede intentar ir aún más allá. Se puede a pesar de todo porque uno debe
verdaderamente (¿y cómo, hombre vivo, no debería?) intentar expresar algo, es decir, a
uno mismo, su propia voluntad de vivir, por ejemplo, de vivir íntegramente, con los
sentimientos nobles y puros de buen muchachito ferviente que existen en ustedes. Y que
contienen toda la moral, todo el humanismo, todo el principio de una sociedad perfecta.
Es lo que voy a intentar con el Hombre.
Fronville, 14 de marzo de 1944
53
Ponge se refiere al soneto titulado “El Ideal”, de Las flores del mal, donde efectivamente Baudelaire
hizo esa corrección [T.].
V
No pienso que haga falta buscar el propio pensamiento, más que forzar el
talento.
Me parece que en ello hay algo indigno, más aún que penoso o ridículo.
Pero, ¿qué es pensar, sino buscar el propio pensamiento? Entonces, ¡abajo el
pensamiento!
Nada es bueno sino lo que llega solo. No hay que escribir sino por debajo de la
propia capacidad.
(Como puede verse, de inmediato me voy a los extremos.)
Si elegí hablar de la mariquita fue por hastío de las ideas. ¿Y el hastío de las
ideas? Es porque no me llegan con felicidad, sino con desgracia. ¡Váyanse a la
desgracia,54 vayan, almas trágicas! Porque me empujan, me insultan, me pegan, se
burlan de mí, como una inundación torrentosa.
54
En el original, allez à la malheure, traducido aquí literalmente, pero que como expresión usual
significa: “malditos sean” [T.].
¿El hastío de las ideas? –“Están demasiado verdes”, dijo. (No porque no las
alcance, pero no domino su curso.)55
¡Y bien! ¿Escribiré acaso como un desafío un boceto de obra filosófica? ¿Como
hizo con Eureka Edgar Poe, cuyo placer era en verdad hablar de Annabel Lee o de otras
muchachas?
¡No!
Si prefiero a La Fontaine –la menor fábula– antes que a Schopenhauer o a Hegel,
sé bien por qué.
Porque me parece: 1° menos cansador, más agradable; 2° más limpio, menos
mugriento; 3° no inferior intelectualmente y superior estéticamente.
Pero, viéndolo bien, si me gustan Rameau o La Fontaine, ¿no sería por contraste
con Schopenhauer o Hegel? ¿No haría falta que conociera a los segundos para gustar
plenamente de los primeros?
… Lo elegante sería entonces no hacer más que “escritos breves” o “Zapatos”56,
pero de modo tal que se sostengan, que satisfagan y al mismo tiempo descansen, laven
luego de la lectura de los grrrandes metafisicólicos.57
55
Cita de la fábula de La Fontaine titulada “La zorra y las uvas”, versión de una de Esopo, donde la zorra
ve unas uvas que no puede alcanzar y alega que están verdes [T.].
56
Véanse las notas anteriores sobre el arcaísmo Sapate extraído del Littré [T.].
57
Tanto el énfasis de las tres “r” como el neologismo rabelesiano están en el original: grrrands
métaphysicoliciens [T.].
VI
Sí, ponerse de Parte de las Cosas surge en el extremo de una filosofía de la no-
significación del mundo (y de la infidelidad de los medios de expresión).
Pero al mismo tiempo resuelve lo trágico de esa situación. Desata esa situación.
Lo que no se puede decir de Lautréamont, ni de Rimbaud, ni del Mallarmé de
Igitur, ni de Valéry.
En De parte de las cosas, hay un desprendimiento, un desapego con respecto al
rompecabezas metafísico… Por creación FELIZ de la metalógica.
“Calmos bloques caídos aquí de un desastre oscuro”,59 tal vez pero sin decirlo
nunca. Diciendo solamente los calmos bloques y su permanencia.
También esto: estoy convencido de que hay que escribir por debajo de la propia
capacidad.
58
Camus, con quien Ponge iba a encontrarse luego de varios intercambios previos [T.].
59
Cita de un verso de “La tumba de Edgard Poe” de Mallarmé, aunque en el poema original la tumba
consta de un solo “bloque”, en singular [T.].
No buscar el propio pensamiento al escribir.
Pensar primero sin duda… Escribir luego, mucho después.
Dejar rodar desde arriba de la montaña.
Y en suma, en primer lugar, aún menos haber pensado que haber sido.
1943
VII
“Describe porque fracasa” (Carta de C.). –¿En qué fracasa?, ¿en explicar el
mundo? ¡Pero si no apuntaba a eso!
Toda tentativa de explicación del mundo tiende a desalentar al hombre, a
inclinarlo a la resignación. Pero también toda tentativa de demostración de que el
mundo es inexplicable (o absurdo).
Condeno por lo tanto a priori toda metafísica (con perdón del costado payasesco
de semejante declaración). La preocupación ontológica es una preocupación viciosa.
Del mismo tipo que el sentimiento religioso, etc.
Y (condeno) aún más todo juicio de valor referido al Mundo o a la Naturaleza.
Decir que el Mundo es absurdo quiere decir que es inconciliable con la razón
humana.
Lo que no debe conducir a ningún juicio ni sobre la razón (impotente) ni sobre el
mundo (absurdo).
El Triunfo de la razón consiste justamente en reconocer que no tiene que perder
su tiempo en semejantes ejercicios, que debe dedicarse a lo relativo.
¿De qué se trata para el hombre?
De vivir, de seguir viviendo, y de vivir feliz.
Una de las condiciones es desembarazarse de la preocupación ontológica (otra,
concebirse como animal social, y realizar su felicidad o su orden social).
Para mí no es trágico no poder explicar (o comprender) el Mundo.
Puesto que mi capacidad poética (o lógica) debe sacarme todo sentimiento de
inferioridad con respecto a él. Ya que está en mi poder –metalógicamente– rehacerlo.
Lo único que es trágico es constatar que el hombre se torna desdichado con este
propósito.
Y por eso mismo se abstiene de dedicarse a su felicidad relativa (algunos lo
saben bien –y lo usan…)
Usted me dice que hago admitir el mutismo por una ciencia prestigiosa del
lenguaje.
Tal vez el mutismo en cuanto a un determinado número de temas…
Pero no un mutismo absoluto. Muy por el contrario, toda mi obra tiende a probar
que es preciso hablar, decididamente.
En cuanto a la metafísica de la piedra (“indiferencia” y “renunciamiento total”) o
a la inmovilidad de la vegetación… Sí, pero no se trata más que de cualidades-entre-
otras.
“El objeto –dice también usted– es la última imaginería del mundo absurdo”…
Pero no representa solamente algunos sentimientos o algunas actitudes. Los representa a
todos: un número inmensamente variado, una variedad infinita de cualidades y de
sentimientos posibles.
(“De varietate rerum”: G.60 me decía que habría podido titular así mi libro,
antes que solamente De natura.)
La “belleza” de la naturaleza está en su imaginación, la manera que tiene el
hombre de poder salir de sí mismo, de la noria estrecha, etc. En su mismo absurdo…
El freudismo, la escritura automática, el sadismo, etc., permitieron
descubrimientos.
Escrutar los objetos permite muchos otros.
“Nostalgia de la Unidad”, dice usted…
–No: de la variedad.
60
El filósofo Bernard Groethuysen [T.].
61
Jean Paulhan [T.].
Porque si su respuesta es afirmativa, entonces para mí ya no hay ningún deber de
explicarme de otro modo…
(Y solamente un determinado sentimiento del deber me podría hacer pasar por
alto los aburrimientos y las dificultades de esa buena obra.)
1° de febrero de 1943 en el tren
VIII
62
Rimbaud: considero que todo lo que dice C. sobre mi fracaso expresado por mi control es cierto en
primer lugar o cierto más bien sobre Rimbaud.
*
Elegí con calma el orden, pero el orden nuevo, el orden futuro, actualmente
perseguido… y que soporta esa persecución con la más magnífica frialdad.
Cuando yo le decía que para nosotros se trataba de salvar del suicidio a algunos
jóvenes, no estaba completo: también se trata de salvarlos de la resignación (y a los
pueblos de la inercia).
Nuestra divisa debe ser:
“¿Ser o no ser?” –“SER RESUELTAMENTE”.
El otro día vino L…63 Le mostré los Proemios (primer libro). Lo mejor que dije
al respecto fue, al final, que me daría vergüenza publicar eso.
Son verdaderamente mis períodos, en el sentido de menstruaciones (esto no se lo
dije). Por qué las menstruaciones se consideran vergonzosas: porque prueban que uno
no está embarazado (de una obra).
Sí, pero al mismo tiempo prueban que uno todavía es capaz de embarazarse. De
producir, de engendrar.
Cuando ya no sea capaz de esos sangrados críticos, cuando ya no esté obligado a
esas hemorragias periódicas, puede temerse que eso signifique que ya no soy capaz
tampoco de ninguna obra poética…
Reflexionar sobre esto e informarse de por qué la mujer (¿cómo lo explican?) es
(¿lo es?) el único mamífero hembra sometido a esas “reglas”.
El defecto de esa clase de escritos es que me muestro en ellos demasiado serio,
demasiado shinssehro… Lo que rebaja la grandeza de mi personaje. Mi única expresión
sincera, válida, acerca del mundo a nuestro alrededor y en nosotros, es la siguiente:
“estamos demasiado lejos de lo que hace falta…”
Entonces describo por rabia fría, porque hay que hacer algo, asumir alguna
postura, bajo pena de muerte o de locura inmediatas (o a corto plazo).
Pero resulta que allí encontré recursos –y recursos de alegría. ¡A tal punto que
casi me capto con ello!
63
René Leynaud, poeta y periodista, nació en Lyon en 1910, fue miembro de la resistencia y fue fusilado
por ello en 1944 [T.].
64
Jean Tardieu.
cualquier epopeya). Pareció desear que concluyera mi trabajo sobre El hombre (le hablé
también de La mujer y Odette).65
Al respecto, puedo decir que esto me enoja un poco, esa manera de lanzarme al
hombre a las piernas, y tengo ganas de explicar por qué el hombre es en realidad lo
contrario de mi tema.
En general, es así: si tengo un designio oculto, en segundo plano, no es
evidentemente describir la mariquita o el puerro o el edredón. Sino que es sobre todo no
describir al hombre.
Porque:
1° se nos calientan demasiado las orejas con él;
2° etc. (lo mismo hasta el infinito).
Fronville, 1943
65
Odette Chabanel se llamaba la mujer de Ponge. No hay ningún esbozo del proyecto mencionado,
excepto este título [T.].
X
También para meterles las narices en su caca es que describo un millón de otras
cosas posibles e imaginables.
¿Por qué no la toalla de manos, la papa, la lejía, la antracita?66
… En todos los tonos posibles.
En ese mundo con el cual no tengo nada en común, donde no puede desear nada
(estamos demasiado lejos de lo que hace falta), por qué no empezaría yo,
arbitrariamente… etc.
66
Temas de poemas de Ponge que se publicarán en libros posteriores, sobre todo en Piezas (1961).
67
Alusión a un verso de Hernani de Victor Hugo, acto III, escena IV: Vous êtes mon lion, superbe et
généreux!, le dice Doña Sol a Hernani [T.].
III
Pero sería decir demasiado poco del hombre tan sólo describir su cuerpo. Porque
la característica del hombre, cualesquiera sean las particularidades de su cuerpo
(hablaremos brevemente de ello en un momento), consiste en estar determinado –o
dominado– por algo muy diferente de las necesidades de la buena salud o de la
perpetuación de ese cuerpo.
*
Hay que volver a poner al hombre en su lugar en la naturaleza: que es bastante
honorable. Hay que reubicar al hombre en su puesto en la naturaleza: que es bastante
elevado.
El hombre es hasta ahora un animal social no mucho más civilizado que los
demás (abejas, hormigas, termitas, etc.). Bastante menos. Sin embargo, por ciertos
indicios pareciera, etc.
Extrajo de sí mismo la idea de Dios. Es preciso que la reintegre en sí mismo.
“Vine al mundo con este cuerpo, piensa el hombre: no puedo decir que me
estorbe, me resulta muy útil. No, no me estorba exageradamente, me incumbe al
mínimo. Pero en verdad no siento por él ningún sentimiento de apego o de fidelidad, ni
siquiera de curiosidad. ¿Es así? –¡Bueno, que así sea! No me ocuparé más de él.
Sigamos nuestro camino.”
No está resentido con su cuerpo sino cuando éste lo obliga a perder su tiempo
con él.
Curiosa despreocupación…
De manera general, la despreocupación del hombre no ha terminado de
sorprendernos.
Digamos que al menos es notable (si no admirable); ciertamente, un rasgo
característico del hombre.
El hombre es intrepidez y progreso. Sigue adelante con alegría, entusiasmo,
valentía. Tiene la sensación de tener esencialmente algo que descubrir. Procede casi
como esos insectos que golpean incesantemente unas antenas, por estar ciegos en medio
de un misterio geográfico total.
Así, el hombre estaría más curioso por su entorno antes que por sí mismo. Por el
mundo, por sus accidentes, por sus recursos. Tiende a pasearse en él con todos los
aspectos posibles (y cómodamente) –destruyéndolo– recomponiéndolo.
La piedra, el cajón, la naranja: son temas fáciles. Por tal motivo sin duda es que
me tentaron. Nadie había dicho nunca nada al respecto. Bastaba con decir la más
mínima cosa. Bastaba con pensar en ello: no más difícil que eso.
Pero el hombre, me reclaman…
El hombre ha sido –en varios rubros– el tema de millones de bibliotecas.
Por la misma razón que nadie habló nunca de la piedra, no hay nadie que no
haya hablado del hombre. No se habló de nada excepto de él.
Sin embargo, en literatura nunca se intentó –que yo sepa– un retrato sobrio del
hombre. Simple y completo. Esto es lo que me tienta. Habrá que decir todo en un
pequeño volumen… ¡Vamos! ¡Ahora nos toca a nosotros!
Movimientos brownianos.68
68
El movimiento browniano es el movimiento aleatorio que se observa en las partículas que se hallan en
un medio fluido (líquido o gas), como resultado de choques contra las moléculas de dicho fluido [T].
Influjo de vida en las proporciones escogidas. Simetría del cuerpo del hombre.
Complejidad íntima. Pero la naturaleza se realiza completamente sin duda en cada una
de las coagulaciones que alcanza.
Puesto que se trata de un tema difícil, sólo diremos una cosa: la facultad de
equilibrio, ese poder vivir entre dos infinitos, y lo que resulta moralmente de la toma de
conciencia, del desempeño de tal cualidad.
Ese hombre sobrio y simple, que quiere vivir según su ley, su equilibrio feliz, su
propia densidad de ludión –se forja en la matanza actual (o más bien es su última
prueba, su último golpe de fragua luego de siglos de un largo forjamiento).
Se forja allí tal como se forja también en la mente de algunos hombres, como yo
que me ocupo a la vez de su redención social y de la redención de las cosas en su mente.
“Ecce homines” (podrá decirse más adelante…) o más bien no: ecce nunca
querrá decir nada justo, no será nunca la palabra justa.
No ve (aquí) al hombre, sino quiere al hombre.
1943-1944
IV
EL TRONCO DE ÁRBOL
El tronco de árbol
Lluvia
El final del otoño
Pobres pescadores
Ron de helechos
Las moras
El cajón
La vela
El cigarrillo
La naranja
La ostra
Los placeres de la puerta
Los árboles se deshacen dentro de una esfera de niebla
El pan
El fuego
El ciclo de las estaciones
El molusco
Caracoles
La mariposa
El musgo
Orillas de mar
Sobre el agua
El pedazo de carne
El gimnasta
La madre joven
R. C. Sena n°
El restaurante Lemeunier de calle de la Chaussée d’Antin
Notas para una valva
Los tres negocios
Fauna y flora
El camarón
Vegetación
La piedra
PROEMIOS