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Francis Ponge

De parte de las cosas

Precedido por
Doce escritos breves
y seguido por
Proemios
DOCE ESCRITOS BREVES

A J. P.1

1
A Jean Paulhan, amigo y principal interlocutor de Ponge desde 1923, y también su mentor ya que
dirigía la Nouvelle Revue Française desde 1925 y la colección de Gallimard destinada a promover a los
nuevos talentos descubiertos por la revista [T.].
I

Discúlpenme esta apariencia de falla en nuestras relaciones. Nunca podría


explicarme.
¿Les resulta imposible considerarme en cada encuentro como un bufón? Ahora
me río por hablar al respecto de una manera tan seria, querido Horacio. ¡Qué se le va a
hacer! Cualquiera sea por mi parte, la palabra me conserva mejor que el silencio. Mi
cabeza de muerto parecerá víctima de su expresión. Esto no le pasaba a Yorick cuando
hablaba.
II

A menudo forzado a huir por la palabra, que yo haya podido solamente a veces,
invertido por un golpe de estilo, desfigurar un poco ese lenguaje bello, por breve que
vuelva a nombrar a Ponge según Paulhan.
Tres poemas

Por la estampida aplastante


de mil bestias aturdidas
el sol no ilumina más
que un monumento de razones.

¿Podrán, mal entrazados


desde su barrio sucio,
la madre, el soldado
y la pequeña de rosa,

podrán, podrán
pasar? Borracho, ¡salta,
y tira, tira, mata,
tírales a los autos!
II

¡Qué pirotécnico
mueres! ¡Feroz César!2

¡Abigarra la platea
con juegos averiados!

¡Blande tu rabia corta


como antorcha! ¡Ruge rojo!3

¡Y rueda muerto, cebado


de imperio y nubes!

2
Entre los manuscritos de Ponge, se conserva uno de este poema titulado “Crepúsculo o Nerón”. El
autor alude también a la frase atribuida a Nerón en el momento de su muerte: Qualis artifex pereo!
(“¡Qué artista muere conmigo!”) [T].
3
Variante: ¡Aúlla, cruel!
III

Esos viejos techos


cuatro veces
resignados

esa aldea
sin ventanas
bajo las hojas

es tu corazón
cuatro veces
desecado

tu sabiduría
hermética
¡oh tortuga!
Cuatro sátiras

I. El monólogo del empleado

“Sin ninguna preocupación por el mañana, en una oficina luminosa y moderna,


paso mis días.
Me gano la vida de mi hijo que crece y engorda adecuadamente, no muy lejos de
París, con algunos otros lindos bebés, en una casona que se ve desde las vías del tren.
La madre había vuelto a su trabajo un mes después del acontecimiento y se
interpuso la fatalidad: todavía enferma, anhelando descanso, se fue con el
norteamericano al que la portera no le daba mucha importancia.
¿Qué se le va a hacer? ¡Mala suerte!
Me gano la vida de mi hijo y me gano mi vida, tranquilamente. Puedo ir a
comer, hacia la mitad de la jornada soleada; y comer también a la noche cuando la
actividad de la ciudad, tras un período de intensidad considerable, decrece y se apaga
con la luz.
También puedo acostarme, puedo volver a acostarme en una pieza modesta, por
cierto, pero bien ubicada, en la calle más grande de un barrio popular, que me gusta,
donde viven algunos amigos.
Me gano la vida apaciblemente, sin esfuerzo, haciendo un trabajo regular y fácil
con el cual para nada corro riesgos de aburrirme gravemente.
Todo ha sido cuidadosamente limpiado y ordenado cuando llego; cuando cierro
la puerta y me voy, tras saludar a mis jefes, ninguna preocupación sale conmigo.
Así me gano la vida que transcurre con bastante lentitud y comodidad, y que
aprecio mucho, en su justo valor.”

“Sin embargo, por la noche, libre en mi tiempo, tomo conciencia de ser un


hombre que piensa: leo y reflexiono, reservando una media hora para tal efecto antes de
dormir.
En ese momento, me invade una habitual amargura y me pongo a pensar que en
verdad soy un ser humano superior a su función social. Pero entonces digo una especie
de plegaria en la que agradezco a la Providencia por haberme hecho pequeño e
irresponsable en un orden de cosas tan malo.
Si me anima el enojo, enseguida me calmo, pensando en la fortuna de estar
situado, tanto por mis intereses como por mis sentimientos, en la clase que posee la
servidumbre y la inocencia.
Esclavo, me siento más libre que un amo cargado de preocupaciones y de mala
conciencia.
A veces sueño con un mundo mejor que mi entusiasmo reducido me manifiesta
más raramente desde hace algunos años. Pero pronto siento que me voy a dormir.
Y además oriento mi mente hacia mi hijo que me ata al orden social, y cuya
existencia agrava mi condición de siervo. Pienso también en esa mujer… Entonces mi
respiración se torna completamente regular porque la tranquilidad me parece el único
bien deseable, en un mundo demasiado malvado todavía como para ser capaz de
liberarse, según lo que dicen los diarios.”
II. Elogio al industrial

Señor, su cerebro puede parecer pobre, amoblado con mesas planas, con luces
cónicas que tensan cables verticales, con músicas que tamizan el espíritu comercial,
pero su auto, alrededor de la tierra, pasea visiblemente a París, como un chaleco
convexo, rayado por un río de platino, de donde cuelga la torre Eiffel junto a otros
famosos dijes, y cuando usted vuelve de sus fábricas, ubicadas en el fondo de unos
campos como otras tantas mierdas hediondas,
usted levanta un cortinado e ingresa en sus salones,
varias mujeres se le acercan, vestidas de seda, como moscas verdes.
III. El obrero paciente

A Ch. Falk4

Groseros camiones estremecen el vidrio sucio del amanecer.


Mal sentado en el barcito, Fabre mueve bajo la mesa unos zapatos embarrados el
día anterior. Al acero de su cuchillo, atacado por la papa hervida, lo frota con un pedazo
de pan, que enseguida se come. Toma un vino cuyo sabor terrible eriza las papilas de la
boca, después le paga al patrón con el que ha brindado.
A las siete, el barrio parece un patio de servicio. Llueve.
Fabre piensa en su carretilla que pasó la noche afuera, dada vuelta cerca de una
montaña de arena, y que levantará bruscamente, chirriante, despintada, para hacer otras
cargas.
Pero todavía está ahí, al abrigo, con un cuaderno, un lápiz grueso y el papel de la
caja de jubilación en un bolsillo de su campera.

4
Amigo de infancia de Ponge, médico estomatólogo [T.].
IV. El martirio del día o “contra la evidencia cercana”

Consideración, ventanal de las noches, puro vidrio de un aburrido fulgor tenue


en el amanecer apagado, el postigo azul cerrado de golpe adentro hay luz.

De inmediato sobre Oscar brilla la incisiva herramienta del sol. Divide sus
pestañas. Apenas abierto el ojo, abajo del sueño mensajero, Oscar es puesto de pie al
nivel del mar. Y su cuerpo volcador siempre esfuerza sus músculos contra la atracción
del suelo: animales de vano calor mecánico, vencidos. Prosaicamente todo salta y
hormiguea a su alrededor. Para apurarse, hay que multiplicar las miradas y prestar
atención muy cerca.

En una antología romántica, Julie, con la piel bronceada, los muslos aireados
bajo un vestido liviano, leía. Él la empuja frente a un negocio. Se ven alfombras
desplegadas como campos, y bronces encima como peñascos. Estuches abiertos se
parecen a ciudades. Una carpeta está entretejida con el oro de las retamas, el violeta de
los brezales. “Es demasiado, dijo Oscar, y barato en el Catálogo moderno.”

Están tostando café por ahí, el techo de enfrente es rojo, silba un chorro de
vapor. Oscar está completamente acaparado. Reducido, esterilizado, se agita sobre una
silla de hierro. Un deslumbramiento confunde el cielo con la calle. Detrás de una grilla
de luz, se ven nubes pegadas sobre las paredes azules.

Pero al final giran las sombras alrededor de las edificaciones, sin más se
apretujan en el fondo por el drama de las perspectivas, porque una majestad
poderosamente advenida sofoca la lámpara tiránica. Mientras que Julie debe cerrar su
libro, Oscar, pupilas dilatadas, guardados los escaparates, ve que se encoge rápido el
interés del sol.
Tres apólogos

I. La seriedad deshecha

A Charlie Chaplin

“Señoras y señores, la iluminación es oblicua. Si alguien hace gestos detrás de


mí, que me avisen. No soy un bufón.
Señoras y señores: la cara de las moscas es seria. Ese animal camina y vuela a
sus asuntos con precipitación. Pero cambia repentinamente sus objetivos, la
continuación de su maniobra es imprevista: se dice que el insecto es víctima del azar.
No deja que se le acerquen: pero en cambio viene, y nos toca a menudo en donde
quiere; o bien, menos de cerca, nos pone la única cara que quiere. Espantado, huye, pero
regresa en mil instantes por mil caminos a descansar en el espantador. Nos reímos
fácilmente. Dicen que es cómico.
Pensándolo, se puede decir también que los hombres miran volar a las moscas.
¡Ah!, señoras y señores, ¿incomoda mi aliento a los de la primera fila? ¿Era en
verdad esta noche cuando tenía que hablar? Ya fue suficiente, ¿no? Ustedes no
soportarían más.”
II. La mesita de la sangre azul

Un determinado número de seres organizados, notoriamente diferentes de las


especies comunes, pretendían estar imbuidos de sangre azul.
Para saber a qué atenerse con esa rareza, se instaló una nueva máquina pública.
Todo se puso en cuestión ante una muchedumbre de testigos, y todas las veces el
cuchillo enrojeció en lugar del secreto de la soga.
Así que nada grave pasó: la sangre azul no era más que una manera de hablar, y
solamente las costumbres estaban comprometidas en ello.
Por otra parte, las especies no se diferencian tan rápido; lo recuerdan de vez en
cuando, desde Darwin, en las clases superiores.
III. Sobre un motivo de aburrimiento

Grandes Cosas han ocurrido entre las personas en estos últimos tiempos, cuando
la mayoría andaba de uniforme.
Se han formado montones de cuerpos pesados de arrastrar, montones de
expresiones, de cosas que decir.
Y sin embargo es preciso desplazarlos, acomodarlos; hay que cuidar
públicamente sus huellas.
Pobre lector, a veces estoy de mal humor. Sus enfermedades vergonzosas, en
buena hora, ya no nos molestan mucho.
DE PARTE DE LAS COSAS
Lluvia

La lluvia, en el patio donde la miro caer, baja con aspectos muy diversos. En el
centro es una delgada cortina (o red) discontinua, una caída implacable pero
relativamente lenta de gotas probablemente bastante livianas, una precipitación
sempiterna sin fuerza, una fracción intensa de puro meteoro. A poca distancia de las
paredes de la izquierda y la derecha, caen con más ruido gotas más pesadas,
individuadas. Aquí parecen del grosor de un grano de trigo, allá de una arveja, más allá
casi de una canica. Sobre las molduras, sobre los antepechos de la ventana, la lluvia
corre horizontalmente, mientras que en la cara inferior de los mismos obstáculos, se
suspende en caramelos convexos. Siguiendo toda la superficie de un techito de cinc que
la mirada sobrevuela, chorrea en una capa muy delgada, tornasolada debido a corrientes
muy variadas por las imperceptibles ondulaciones y bultos de la chapa. De la canaleta
contigua de donde fluye con la contención de un arroyo hueco sin una gran pendiente,
cae de pronto en un hilo perfectamente vertical, trenzado bastante toscamente, hasta el
suelo donde se rompe y rebota en cordoncitos brillantes.
Cada una de sus formas tiene un aspecto particular; le corresponde un ruido
particular. Todo vive con intensidad como un mecanismo complicado, tan preciso como
azaroso, como un reloj cuyo resorte fuera la gravedad de una masa dada de vapor en
precipitación.
El repiqueteo en el suelo de los chorros verticales, el gluglú de las canaletas, los
minúsculos golpes de gong se multiplican y resuenan a la vez en un concierto sin
monotonía, con cierta delicadeza.
Cuando el resorte se ha destensado, algunas ruedas siguen funcionando por
algún tiempo, cada vez más lentas, y luego toda la maquinaria se detiene. Si el sol
entonces reaparece, todo se borra enseguida, el brillante aparato se evapora: llovió.
El final del otoño

Todo el otoño al fin no es más que una infusión fría. Las hojas secas de todas las
esencias se maceran en la lluvia. No hay fermentación ni creación de alcohol: hay que
esperar hasta la primavera el efecto de una aplicación de compresas sobre una pierna de
madera.
El despojamiento se realiza en desorden. Todas las puertas de la sala de
escrutinios se abren y se cierran, se golpean violentamente. ¡A la basura, a la basura! La
Naturaleza destroza sus manuscritos, demuele su biblioteca, zarandea furiosamente sus
últimos frutos.
Después se levanta bruscamente de su mesa de trabajo. Su estatura enseguida
parece inmensa. Despeinada, tiene la cabeza en las nubes. Con los brazos caídos, aspira
con deleite el viento helado que le refresca las ideas. Los días son cortos, la noche cae
rápidamente, lo cómico pierde sus derechos.
La tierra en el aire entre los demás astros recobra su aspecto serio. Su parte
iluminada es más angosta, infiltrada de valles sombríos. Sus zapatos, como los de un
vagabundo, se impregnan de agua y producen música.
En ese ranerío, en esa anfibigüidad salubre, todo recobra fuerzas, salta de piedra
en piedra y cambia de pradera. Los arroyos se multiplican.
¡Esto es lo que se llama una buena limpieza, y no respeta las convenciones! Lo
mismo vestido que desnudo, empapado hasta los huesos.
Y además dura, no se seca enseguida. Tres meses de reflexión saludable en ese
estado; sin reacción vascular, sin bata ni guante de crin. Pero su constitución fuerte
resiste.
Igualmente, cuando los pequeños brotes vuelven a empezar a despuntar, saben lo
que hacen y de dónde se regresa –y si se muestran con precaución, torpes y
congestionados, es con conocimiento de causa.
Pero allí comienza otra historia, que tal vez dependa de ella pero no tiene el olor
de la regla negra que me servirá para trazar mi línea debajo de ésta.
Pobres pescadores5

A falta de remolcadores dos cadenas tiran sin parar su propio atolladero en el


canal del rey, la chiquilinada en el medio gritaba cerca de los canastos:
“¡Pobres pescadores!”
Éste es el resumen declarado ante los faros:
“Mitad de peces extintos por sobresaltos en la arena, y tres cuartos de cangrejos
de regreso al mar.”

5
El título juega con la similitud, salvo por el acento, entre pêcheurs (“pescadores”) y pécheurs
(“pecadores”) [T.].
Ron de helechos

Debajo de los helechos y sus bellas chicas6, ¿tengo la perspectiva de Brasil?

Ni madera para la construcción ni pilas de fósforos: especies de hojas


acumuladas en el suelo que moja un viejo ron.

En crecimiento, tallos de pulsaciones breves, vírgenes prodigios sin tutores: una


vasta borrachera de palmas que perdió todo control, cada una ocultando dos tercios del
cielo.

6
En el original, fillettes, que significa “chicas” pero también “botellas de un cuarto” o “botellitas”, doble
sentido que alude al tema del “ron” [T.].
Las moras

En los arbustos tipográficos constituidos por el poema en una ruta que no


conduce fuera de las cosas ni a la mente, algunas frutas se formaron por una
aglomeración de esferas que llena una gota de tinta.

Negras, rosadas y caquis juntas en el racimo, ofrecen más bien el espectáculo de


una familia arrogante en sus diversas edades antes que una tentación muy vívida para la
cosecha.
Vista la desproporción de las pepitas con la pulpa, los pájaros no las aprecian
mucho, les queda tan poca cosa en el fondo cuando son atravesados así del pico al ano.

Pero el poeta durante su paseo profesional las usa como ejemplo con razón: “Así
pues, se dice, triunfan en gran cantidad los esfuerzos pacientes de una flor muy frágil
aunque defendida por un hosco enmarañamiento de zarzas. Sin muchas otras cualidades
–moras, están perfectamente maduras7–, como también está listo este poema.”

7
Juego que se pierde en la traducción entre los dos sentidos de la palabra mûres: “moras” y “maduras”
[T.].
El cajón

A medio camino entre caja y calabozo, la lengua francesa tiene el cajón,8 simple
cajita calada destinada al transporte de frutas que ante la menor sofocación seguramente
adquieren una enfermedad.
Armado de tal manera que al cabo de su uso pueda ser roto sin esfuerzo, no sirve
dos veces. De modo que dura aún menos que los productos tiernos o esponjosos que
encierra.
En todos los rincones de las calles que desembocan en los mercados, luce
entonces con el brillo sin vanidad de la madera blanca. Todavía totalmente nuevo, y
levemente desconcertado por estar en una pose torpe arrojado al basural sin retorno, ese
objeto es en resumen de los más simpáticos –sobre cuya suerte sin embargo conviene no
detenerse mucho tiempo.

8
En la traducción se pierde el juego de palabras entre cage (“caja”), cachot (“calabozo”) y cageot
(“cajón”, en particular uno usado para frutas y verduras) [T.].
La vela

La noche a veces reanima una planta singular cuyo fulgor descompone las
habitaciones amuebladas en macizos de sombra.
Su hoja de oro se sostiene impasible en el hueco de una columna de alabastro
mediante un pedúnculo negrísimo.
Las mariposas miserables la asaltan con preferencia a la luna demasiado alta,
que vaporiza las maderas. Pero quemadas de inmediato o reventadas en la pelea, todas
tiemblan al borde de un frenesí parecido al estupor.
Sin embargo la vela, por la vacilación de claridades sobre el libro con el brusco
desprendimiento de humaredas originales alienta al lector –después se inclina sobre su
plato y se ahoga en su alimento.
El cigarrillo

Primero tornemos la atmósfera a la vez brumosa y seca, desgreñada, donde el


cigarrillo siempre está apoyado en diagonal desde que continuamente la crea.

Luego su persona: una antorchita mucho menos luminosa que perfumada, de


donde se desprenden y caen según un ritmo por determinar un número calculable de
pequeñas masas de cenizas.

Por último, su pasión: ese botón encendido, que se descama en películas


plateadas, rodeado por una polaina contigua formada por las más recientes.
La naranja

Como en la esponja, hay en la naranja una aspiración a recuperar capacidad


luego de haber experimentado la prueba de la expresión. Pero allí donde la esponja
triunfa siempre, la naranja nunca: porque sus células explotaron, sus tejidos se
desgarraron. Mientras que sólo la cáscara se restablece lentamente en su forma gracias a
su elasticidad, un líquido ámbar se ha derramado, acompañado de un refresco, un
perfume ciertamente suaves –pero a menudo también con la conciencia amarga de una
expulsión prematura de pepas.

¿Hay que tomar partido entre esas dos maneras de no soportar la opresión? –La
esponja no es más que músculo y se llena de viento, de agua limpia o de agua sucia
según el caso: esa gimnasia es innoble. La naranja tiene mejor gusto, pero es demasiado
pasiva –y ese sacrificio oloroso… es darle al opresor verdaderamente demasiada
ganancia.

Pero no es haber dicho lo suficiente de la naranja sólo haber recordado su


manera particular de perfumar el aire y de deleitar a su verdugo. Hay que poner el
acento en la coloración gloriosa del líquido que resulta de ello, y que obliga a la laringe,
mejor que el jugo de limón, a abrirse ampliamente para la pronunciación de la palabra
así como para la ingestión del líquido, sin ninguna mueca aprensiva del umbral de la
boca cuyas papilas no hace erizar.

Y uno se queda por lo demás sin palabras para confesar la admiración que
merece la envoltura del tierno, frágil y rosado balón oval en ese denso tapón de papel
secante húmedo cuya epidermis extremadamente delgada aunque muy pigmentada,
acerbamente sabrosa, es justo lo bastante rugosa como para adherir dignamente la luz a
la perfecta forma de la fruta.

Pero al final de un estudio demasiado breve, llevado adelante lo más


redondamente posible –hay que llegar a la pepa. Esta semilla, de la forma de un limón
minúsculo, muestra exteriormente el color de la madera blanca del limonero, y en el
interior, un verde de arveja o de brote tierno. En ella se encuentran, luego de la
explosión sensacional de la lámpara veneciana de sabores, colores y perfumes que
constituye el mismo balón frutado, la dureza relativa y el verdor (no completamente
insípido, por otra parte) de la madera, la rama, la hoja: suma muy pequeña aunque con
certeza la razón de ser de la fruta.
La ostra

Del tamaño de una piedra mediana, la ostra tiene una apariencia más rugosa, un
color menos uniforme, brillantemente blancuzco. Es un mundo obstinadamente cerrado.
Sin embargo, podemos abrirlo: hay que sostenerla entonces en el pliegue de un
repasador, usar un cuchillo mellado y no inmaculado, volver a empezar varias veces.
Los dedos curiosos se cortan, las uñas se rompen: es un trabajo tosco. Los golpes que se
le dan marcan su envoltura con círculos blancos, una especie de halos.
Adentro encontramos todo un mundo, para beber y para comer: bajo un
firmamento (propiamente dicho) de nácar, los cielos de arriba se hunden en los cielos de
abajo para no formar ya sino un charco, una bolsita viscosa y verdosa, que fluye y
refluye al olfato y a la vista, orlada por un encaje negruzco en los bordes.
A veces, muy raramente, una fórmula perla su garganta de nácar, con la que
enseguida procuraremos adornarnos.
Los placeres de la puerta

Los reyes no tocan las puertas.

Desconocen esa felicidad: empujar delante suyo con suavidad o brusquedad uno
de los grandes paneles familiares, darse vuelta para volver a ponerlo en su lugar –tener
una puerta en sus brazos.

… La felicidad de agarrar del vientre por su nudo de porcelana uno de esos altos
obstáculos de una pieza; el cuerpo a cuerpo rápido mediante el cual la marcha se detiene
un instante, el ojo se abre y el cuerpo entero se acomoda en su nuevo departamento.9

Con una mano amistosa, la sigue sosteniendo, antes de rechazarla decididamente


y encerrarse –lo que el clic del potente resorte aunque bien aceitado gratamente le
asegura.

9
Dado el doble sentido de la palabra appartement, esta última frase también podría traducirse: “el
cuerpo entero se amolda a su nuevo apartamiento” [T.].
Los árboles se deshacen dentro de una esfera de niebla

En la niebla que rodea los árboles, les son sustraídas las hojas; que después de
los grandes calores de agosto, desconcertadas por una lenta oxidación y mortificadas
por el retiro de la savia en provecho de flores y frutos, se aferraban menos a ellos.
En la corteza se ahuecan surcos verticales por donde la humedad hasta el suelo
es conducida a desinteresarse de las partes vivas del tronco.
Las flores se dispersaron, los frutos cayeron. Desde la más temprana edad, la
resignación de sus cualidades vivas y de partes de sus cuerpos se ha vuelto para los
árboles un ejercicio familiar.
El pan

La superficie del pan es maravillosa en primer lugar debido a la impresión casi


panorámica que da: como si uno tuviera a su disposición y a mano los Alpes, el Taurus
o la cordillera de los Andes.
Así pues, una masa amorfa a punto de eructar fue introducida por nosotros en el
horno estelar, donde al endurecerse se modeló en valles, cumbres, ondulaciones,
fisuras… Y a partir de entonces todos esos planos tan claramente articulados, esas
baldosas finas donde la luz con aplicación dispone sus fulgores –sin una mirada hacia la
innoble blandura subyacente.
Ese flojo y frío subsuelo que llaman miga tiene un tejido parecido al de las
esponjas: hojas o flores que son como hermanas siamesas unidas por todos los codos a
la vez. Cuando el pan descansa esas flores se marchitan y se encogen: se separan
entonces unas de otras y la masa se vuelve desmenuzable…
Pero rompámosla: porque el pan debe ser en nuestra boca menos objeto de
respeto que de consumo.
El fuego

El fuego efectúa una clasificación: en primer lugar, todas las llamas se dirigen en
algún sentido…
(No se puede comparar el andar del fuego con el de los animales: hace falta que
deje un lugar para ocupar otro; camina al mismo tiempo como una ameba y como una
jirafa, salta del cuello, repta desde el pie)…
Después, cuando las masas contaminadas metódicamente se derrumban, en igual
medida los gases que se escapan se transforman en una sola rampa de mariposas.
El ciclo de las estaciones

Cansados de haberse contraído todo el invierno, los árboles de golpe se jactan de


ser crédulos. Ya no pueden contenerse: sueltan sus palabras, un torrente, un vómito
verde. Tratan de llegar a una foliación completa de palabras. ¡Qué se le va a hacer! ¡Se
ordenará como se pueda! ¡Pero se ordena, en realidad! No hay libertad alguna en la
foliación… Lanzan, al menos así lo creen, palabras cualesquiera, lanzan tallos para
colgar aún más palabras: nuestros troncos, piensan, están ahí para asumirlo todo. Se
esfuerzan en ocultarse, en confundirse unos entre los otros. Creen poder decirlo todo,
cubrir completamente el mundo con palabras variadas: no dicen más que “los árboles”.
Incapaces incluso de retener a los pájaros que vuelven a irse de ellos, cuando se
regocijaban por haber producido flores tan extrañas. Siempre la misma hoja, siempre el
mismo modo de desarrollo, y el mismo límite, siempre hojas simétricas a sí mismas,
simétricamente colgadas. ¡Intenta una hoja más! –¡La misma! ¡Otra más! ¡La misma!
En suma, nada podría detenerlos sino esta súbita observación: “No se sale de los árboles
por medio de árboles”. Un nuevo cansancio y un nuevo giro moral. “Dejemos que todo
esto se ponga amarillo y caiga. Que venga el estado taciturno, el despojamiento, el
OTOÑO.”
El molusco

El molusco es un ser-casi-una-cualidad. No necesita armazón sino solamente un


escudo, algo así como el color dentro del pomo.
La naturaleza en este caso renuncia a la presentación del plasma como forma.
Tan sólo muestra que lo estima abrigándolo cuidadosamente, dentro de un alhajero cuya
faz interior es la más bella.
No es por lo tanto un simple escupitajo, sino una realidad de las más preciadas.
El molusco está dotado de una fuerza poderosa para cerrarse. A decir verdad, no
es más que un músculo, una bisagra, un blount10 y su puerta.
Pero un blount que ha secretado su puerta. Dos puertas ligeramente cóncavas
constituyen toda su morada.
Primera y última morada. Ahí se aloja hasta después de su muerte.
Nada que hacer para sacarlo vivo de ahí.
La menor célula del cuerpo del hombre se aferra así, y con igual fuerza, a la
palabra –y recíprocamente.
Pero a veces otro ser llega a violar esa tumba, cuando está bien hecha, y a fijarse
allí en lugar del constructor difunto.
Es el caso del cangrejo ermitaño.11

10
Marca de un sistema automático de cierre de puertas [T.].
11
Ponge pasa aquí al orden general de los moluscos, ya que parecía estar describiendo un bivalvo y en
cambio el caparazón reutilizado por los cangrejos es el de los caracoles marinos. Precisamente el orden
de los gastrópodos univalvos, al que pertenecen los caracoles, es el único de la familia de los moluscos
con representantes en tierra firme, tema del escrito siguiente [T.].
Caracoles

Al contrario de las carbonillas que son huéspedes de las cenizas calientes, los
caracoles prefieren la tierra húmeda.12 Go on, avanzan adheridos a ella con todo su
cuerpo. La arrastran, la comen, la excretan. Ella los atraviesa. Ellos la atraviesan. Es una
interpenetración del mejor gusto porque se da, por así decir, tono sobre tono –con un
elemento pasivo, un elemento activo, el pasivo que a la vez ilumina y alimenta al
activo– que se desplaza al mismo tiempo que come.
(Hay algo más que decir sobre los caracoles. Primero su propia humedad. Su
sangre fría. Su extensibilidad.)
Hay que señalar además que no concebimos un caracol fuera de su caparazón y
que no se mueva. Apenas descansa, reingresa de inmediato en el fondo de sí mismo. Por
el contrario, su pudor lo obliga a moverse apenas muestra su desnudez, que exhibe su
forma vulnerable. Apenas se expone, camina.
Durante las épocas secas se retiran a las zanjas, donde parece que además la
presencia de sus cuerpos contribuye a mantener la humedad. Sin duda que ahí son
vecinos de otras clases de animales de sangre fría, sapos, ranas. Pero cuando salen no lo
hacen con el mismo paso. Tienen más mérito por dirigirse allí ya que salir les cuesta
mucho más esfuerzo.
Adviértase por otra parte que si bien les gusta la tierra húmeda, no aprecian los
sitios donde la proporción se torna favorable al agua, como los pantanos o los
estanques. Y ciertamente prefieren la tierra firme, aunque a condición de que sea
grasosa y húmeda.
También les encantan las verduras y las plantas de hojas verdes y colmadas de
agua. Saben alimentarse de ellas dejando solamente las nervaduras, y cortando lo más
tierno. Por ejemplo, son las plagas de las lechugas.
¿Qué son en el fondo de las zanjas? Seres que las aprecian por algunas de sus
cualidades, pero que tienen la intención de salir de allí. Son uno de sus elementos
constitutivos, pero errante. Y por otro lado tanto allí como a la plena luz de senderos
firmes su caparazón preserva su intimidad.
Por cierto, a veces resulta una molestia llevar consigo a todas partes ese
caparazón, pero no se quejan y finalmente están muy contentos con ello. Es hermoso,

12
Esta frase sólo se entiende por la asociación fónica entre las palabras escarbilles (“brasas, ascuas,
carbonillas”) y escargots (“caracoles”) [T.].
dondequiera que uno se encuentre, poder volver a casa y desafiar a los inoportunos. En
verdad valía la pena.
Babean de orgullo por esa facultad, esa comodidad. ¡Cómo es posible que yo sea
un ser tan sensible y tan vulnerable, y a la vez tan a salvo de los ataques de los
inoportunos, tan dueño de mi felicidad y tranquilidad! De allí esa maravillosa postura de
la cabeza.
A la vez tan pegado al suelo, tan enternecedor y tan lento, tan progresivo y tan
capaz de despegarme del suelo para reingresar en mí mismo y entonces, después de mí
el diluvio, una patada puede hacerme rodar a cualquier parte. Estoy seguro de volver a
ponerme de pie y volver a pegarme al suelo donde la suerte me haya relegado y
encontrar ahí mi sustento: la tierra, el más común de los alimentos.
Qué felicidad, qué alegría ser entonces un caracol. Pero le imponen esa baba de
orgullo a todo lo que tocan. Una estela plateada los sigue. Y tal vez se los señala al pico
de los volátiles que los aprecian mucho. Aquí está el punto, la cuestión, ser o no ser
(vanidosos), el peligro.
Solo, evidentemente el caracol está bien solo. No tiene muchos amigos. Pero no
los necesita para su felicidad. Se adhiere tan bien a la naturaleza, goza de ella tan
perfectamente y de tan cerca, es amigo del suelo que besa con todo su cuerpo, y de las
hojas, y del cielo hacia el que levanta tan altivamente la cabeza, con sus globos oculares
tan sensibles; nobleza, lentitud, sabiduría, orgullo, vanidad, altivez.
Y no digamos que en esto se parece al cerdo. No, no tiene esas patitas
mezquinas, ese trotecito inquieto. Esa necesidad, esa vergüenza de huir de una sola
pieza. Más resistencia y más estoicismo. Más método, más altivez y sin duda que menos
glotonería –menos capricho; dejando tal alimento para abalanzarse sobre otro, menos
exasperación y precipitación en la glotonería, menos miedo a dejar que algo se pierda.
Nada es tan bello como esa manera de avanzar tan lenta y tan segura y tan
discreta, ¡y a costa de cuántos esfuerzos ese deslizamiento perfecto con el que honran la
tierra! Igual que un largo navío, con la estela plateada. Tal manera de proceder es
majestuosa, sobre todo si tenemos en cuenta una vez más esa vulnerabilidad, esos
globos oculares tan sensibles.
¿Es perceptible la cólera de los caracoles? ¿Hay ejemplos? Como no tiene gesto
alguno, sin duda que sólo se manifestaría mediante una secreción de baba más
floculante y más rápida. Esa baba de orgullo. Vemos pues que la expresión de su cólera
es la misma que la de su orgullo. Así se tranquilizan y se imponen al mundo de una
manera más rica, plateada.
La expresión de su cólera, como la de su orgullo, se torna brillante al secarse.
Aunque también constituye su huella y los señala para el raptor (el predador). Además
es efímera y no dura sino hasta la próxima lluvia.
Es lo que les pasa a todos aquellos que se expresan de una manera
completamente subjetiva sin arrepentirse, y solamente mediante huellas, sin preocuparse
por construir y formar su expresión como una morada sólida, de varias dimensiones.
Más duradera que ellos mismos.
Pero sin duda que ellos no sienten esa necesidad. Son más bien héroes, es decir,
seres cuya misma existencia es una obra de arte –antes que artistas, es decir, fabricantes
de obras de arte.
Pero ahora llego a uno de los puntos principales de su lección, que por otra parte
no es especial de ellos sino que lo poseen en común con todos los seres con
caparazones: el caparazón, parte de su ser, es al mismo tiempo obra de arte,
monumento. Dura mucho más tiempo que ellos.
Y éste es el ejemplo que nos dan. Santos, hacen una obra de arte con sus vidas –
una obra de arte con su perfeccionamiento. Su misma secreción se produce de tal
manera que se convierte en forma. Nada exterior a ellos, a su necesidad, a su antojo
conforma su obra. No hay nada desproporcionado –por otra parte– en su ser físico. Nada
que no les sea necesario, obligatorio.
Así les trazan su deber a los hombres. Los grandes pensamientos provienen del
corazón. Perfecciónate moralmente y harás buenos versos. La moral y la retórica se
unen en la ambición y el deseo del sabio.
Pero santos por qué: precisamente por obedecer a su naturaleza. Conócete
entonces primero a ti mismo. Y acéptate tal como eres. De acuerdo con tus vicios. En
proporción con tu medida.
Y cuál es la noción propia del hombre: la palabra y la moral. El humanismo.

París, 21 de marzo de 1936


La mariposa

Cuando el azúcar elaborado en los tallos surge en el fondo de las flores, como
tazas mal lavadas –un gran esfuerzo se produce en el suelo de donde las mariposas salen
volando de golpe.
Pero dado que cada oruga tuvo la cabeza cegada y dejada a oscuras, y el torso
enflaquecido por la verdadera explosión de donde flamearon las alas simétricas,
A partir de entonces la mariposa errática ya no se posa sino al azar de su curso, o
casi.
Fósforo volante, su llama no es contagiosa. Y además llega demasiado tarde y no
puede sino constatar las flores eclosionadas. No importa: comportándose como un
farolero, verifica la provisión de aceite de cada una. Pone en la cima de las flores el
andrajo atrofiado que arrastra y venga así su larga humillación amorfa de oruga al pie de
los tallos.
Minúsculo velero de los aires maltratado por el viento como pétalo
superfetatorio, vaga por el jardín.
El musgo

Las patrullas de la vegetación se detuvieron antaño en la estupefacción de las


piedras. Mil bastoncillos de terciopelo sedoso se sentaron entonces con las piernas
cruzadas.
A partir de entonces, después de la aparente crispación del musgo sobre la roca
misma con sus lictores, todo en el mundo preso de un malestar inextricable y cerrado
allí abajo, se inquieta, patalea, se ahoga.
Aún más, los pelos crecieron; con el tiempo todo se ha ensombrecido más.
¡Oh preocupaciones por pelos cada vez más largos! Las alfombras profundas,
rezando cuando se sientan encima, hoy se levantan con aspiraciones confusas. Ocurren
así no solamente sofocaciones sino también ahogamientos.
Pero escalpar simplemente de la vieja piedra austera y sólida esos terrenos de
tela de esponja, esos felpudos húmedos, por saturación se vuelve posible.
Orillas de mar

El mar hasta la cercanía de sus límites es una cosa sencilla que se repite ola por
ola. Pero para llegar a las cosas más sencillas en la naturaleza es necesario emplear
muchas formas, realizar muchas modalidades, sutilizando un poco aun las cosas más
densas. Por eso, y también por rencor contra su inmensidad que lo abruma, el hombre se
precipita a las orillas o a la intersección de las cosas grandes para definirlas. Porque la
razón rebota peligrosamente y se enrarece en el seno de lo uniforme: un espíritu
necesitado de nociones debe ante todo aprovisionarse de apariencias.
Mientras que el aire hasta cuando es atormentado por las variaciones de su
temperatura o por una trágica necesidad de influencia y de informaciones directas sobre
cada cosa sólo superficialmente hojea y dobla las puntas del voluminoso tomo marino,
el otro elemento más estable que nos sostiene hunde en él oblicuamente hasta la
empuñadura rocosa anchos cuchillos de tierra que se quedan inmóviles en su espesor. A
veces, al encontrarse con un músculo enérgico una hoja vuelve a salir poco a poco: es lo
que llaman una playa.
Desorientada al aire libre, pero rechazada por las profundidades aunque hasta
cierto punto tenga familiaridad con ellas, esa parte de la extensión se estira entre los dos
más o menos leonada y estéril, y usualmente no sostiene más que un tesoro de desechos
incansablemente pulidos y recogidos por el destructor.
Un concierto elemental, más delicioso y digno de reflexión por su discreción, se
acordó allí desde la eternidad para nadie: desde su formación por la acción sobre una
chatura sin límites del espíritu de insistencia que suele soplar de los cielos, la ola
llegada de lejos sin choques y sin reproche al fin por primera vez encuentra con quién
hablar. Pero una sola y breve palabra se les confía a las piedritas y a las cáscaras, que se
muestran muy conmovidas, y la ola expira al proferirla; y todas las que la siguen
también van a expirar profiriendo lo mismo, a veces quizás clamando con algo más de
fuerza. Cada una por encima de la otra cuando llega a la orquesta se levanta un poco el
cuello, se descubre y da su nombre al destinatario. Mil señores homónimos son así
admitidos el mismo día a la presentación por el mar prolijo y prolífico en ofertas
labiales en cada una de sus orillas.
Así también en su foro, oh piedritas, no es que venga a hacerse oír un campesino
del Danubio para una grosera arenga: sino el Danubio mismo, mezclado con todos los
otros ríos del mundo después que perdieron su sentido y su pretensión y están
profundamente reservados en una desilusión amarga sólo al gusto de quien se cuidara
mucho de apreciar por absorción su cualidad más secreta, el sabor.
Porque es en efecto, después de la anarquía de los ríos, a su abandono en el
profundo y copiosamente habitado lugar común de la materia líquida a lo que se ha
dado el nombre de mar. Por tal motivo, éste parecerá siempre ausente en sus propias
orillas: aprovechando el alejamiento recíproco que les impide comunicarse entre sí
salvo a través suyo o mediante grandes desvíos, le hace creer sin duda a cada una que se
dirige especialmente a ella. En realidad, cortés con todo el mundo, y más que cortés:
capaz para cada cual de todos los arrebatos, de todas las convicciones sucesivas, guarda
en el fondo de su tazón permanente su infinita posesión de corrientes. Casi nunca sale
de sus bordes, por sí mismo pone freno al furor de sus olas y, como la medusa que
entrega a los pescadores cual imagen reducida o muestra de sí, se limita a hacer una
reverencia extática por todas sus orillas.
Esto es lo que pasa con la antigua vestimenta de Neptuno, amontonamiento
pseudo-orgánico de velos uniformemente extendido sobre las tres cuartas partes del
mundo. Ni el ciego puñal de las rocas, ni la más penetrante tormenta que hace girar
paquetes de hojas a la vez, ni el ojo atento del hombre usado con dificultad y además sin
control en un medio inaccesible a los orificios destapados de los otros sentidos y
trastornado todavía más por un brazo que se hunde para agarrar, han leído en el fondo
ese libro.
Sobre el agua

Más abajo que yo, siempre más abajo que yo, está el agua. Siempre la miro con
los ojos bajos. Como el suelo, como una parte del suelo, como una modificación del
suelo.
Es blanca y brillante, informe y fresca, pasiva y obstinada en su único vicio: el
peso; y dispone de medios excepcionales para satisfacer ese vicio: contornea, traspasa,
erosiona, se infiltra.
En su propio interior también actúa el vicio: se desfonda sin cesar, a cada
instante renuncia a toda forma, sólo tiende a humillarse, se acuesta boca abajo en el
suelo, casi cadáver, como los monjes de algunas órdenes. Cada vez más abajo: tal
parece ser su divisa: lo contrario de excelsior.

Casi podría decirse que el agua está loca, por esa histérica necesidad de no
obedecer más que a su peso, que la posee como una idea fija.
Por cierto, todas las cosas del mundo conocen esa necesidad, que siempre y en
todas partes debe satisfacerse. Este armario, por ejemplo, se muestra muy tenaz en su
deseo de adherirse al suelo, y si un día llega a encontrarse en equilibrio inestable,
preferirá desarmarse antes que oponérsele. Pero, en fin, hasta cierto punto juega con el
peso, lo desafía: no se desfonda en todas sus partes; su cornisa, sus molduras no se
prestan a ello. Existe en él una resistencia en provecho de su personalidad y de su
forma.
LÍQUIDO es por definición lo que prefiere obedecer al peso antes que mantener
su forma, lo que rechaza toda forma para obedecer a su peso. Y lo que pierde toda
distinción a causa de esa idea fija, de ese escrúpulo enfermizo. De ese vicio, que lo
torna rápido, precipitado o estancado; amorfo o feroz, amorfo y feroz, perforador feroz,
por ejemplo; astuto, filtrante, contorneante; a tal punto que podemos hacer con él lo que
queramos, y conducir el agua dentro de tubos para hacerla brotar enseguida
verticalmente y disfrutar al final de su manera de deshacerse como lluvia: una verdadera
esclava.
… Sin embargo, el sol y la luna están celosos de esa influencia excesiva, y tratan
de imponerse sobre ella cuando se encuentra ofreciendo el blanco de grandes
extensiones, y sobre todo si se halla en estado de menor resistencia, dispersa en charcos
delgados. El sol le arranca entonces un tributo mayor. La obliga a un ciclismo perpetuo,
la trata como a una ardilla en su rueda.

El agua se me escapa… se me escurre entre los dedos. ¡Y no sólo eso! Ni


siquiera resulta tan limpia (como una lagartija o una rana): me deja huellas en las
manos, manchas que tardan relativamente mucho en desaparecer o que tengo que secar.
Se me escapa y sin embargo me marca, sin que yo pueda hacer gran cosa en su contra.
Ideológicamente es lo mismo: se me escapa, escapa de toda definición, pero deja
en mi mente y en este papel huellas, huellas informes.

Inquietud del agua: sensible al menor cambio del declive. Que salta las escaleras
con los dos pies al mismo tiempo. Juguetona, pueril de obediencia, que vuelve de
inmediato cuando la llaman cambiándole la pendiente para este lado.
El pedazo de carne

Cada pedazo de carne es una especie de fábrica, molinos y prensas a sangre.


Tuberías, altos hornos, tanques lindan con los martillos pilones, los cojinetes de
grasa.
El vapor brota allí, hirviente. Fuegos oscuros o claros enrojecen.
Arroyos a cielo abierto acarrean escorias con la hiel.
Y todo eso se enfría lentamente a la noche, con la muerte.
Enseguida, si no la herrumbre, al menos otras reacciones químicas se producen,
que desprenden olores pestilentes.
El gimnasta

Como lo indica su G, el gimnasta tiene chiva y bigote que casi se une con un
grueso mechón enrulado sobre la frente estrecha.
Ceñido en una malla que forma dos pliegues en la ingle tiene también, como su
Y,13 la verga a la izquierda.
Devasta todos los corazones pero se debe ser casto y su juramento es: ¡BASTA!
Más rosado que lo natural y menos hábil que un mono, salta en los aparatos
presa de un celo puro. Después, de lo alto de su cuerpo en la cuerda con nudos,
interroga el aire como una lombriz desde su cascote.14
Para terminar, cae a veces de las barras como una oruga, pero rebota sobre sus
pies y es entonces el prototipo adulado de la estupidez humana que nos saluda.

13
Segunda letra de la palabra gymnaste [T.].
14
Dado el carácter un tanto erótico del texto, cabe señalar que la palabra motte (“cascote, terrón”)
también es el término vulgar para el sexo femenino (“coño” en España, “concha” en Argentina) [T.].
La madre joven

Unos días después del parto la belleza de la mujer se transforma.


El rostro inclinado a menudo sobre el pecho se estira un poco. Los ojos,
atentamente bajos hacia un objeto cercano, cuando a veces se levantan parecen un tanto
perdidos. Muestran una mirada llena de confianza, pero que solicitan su continuidad.
Los brazos y las manos se curvan y se fortalecen. Las piernas, que han adelgazado
mucho y se han debilitado, gustosamente toman asiento con las rodillas muy elevadas.
El vientre hinchado, lívido, todavía muy sensible; el bajo vientre se adapta al descanso,
a la noche de las sábanas.
… Pero pronto de pie, todo ese gran cuerpo evoluciona apretado entre el
embanderamiento útil a todas las alturas de cuadrados blancos de tela, que a veces con
su mano libre agarra, aprieta, tantea con sagacidad, para volver a tenderlos o doblarlos
enseguida según los resultados de tal examen.
R. C. Sena N° 15

Por una escalera de madera no encerada nunca desde hace treinta años, cubierta
de cenizas y colillas tiradas en la puerta, en medio de un pelotón de empleaduchos a la
vez mezquinos y brutos, de sombrero hongo, con sus maletines de comida en la mano,
dos veces al día comienza nuestra asfixia.
Una luz reticente reina en el interior de esa escalera de caracol desvencijada,
donde flota en suspensión el aserrín de la madera beige. Con el ruido de zapatos que el
cansancio levanta de un escalón a otro, siguiendo un eje mugriento, nos acercamos a la
velocidad de granos de café al engranaje triturador.
Cada cual cree que se mueve en estado libre, porque lo obliga una opresión
extremadamente simple, que no difiere mucho de la gravedad: desde el fondo de los
cielos la mano de la miseria hace girar el molino.

En verdad la salida no es tan peligrosa para nuestra forma. La puerta que hay
que pasar sólo tiene un gozne de carne del tamaño de un hombre, el vigilante que la
obstruye a medias: más que de un engranaje, en este caso se trata de un esfínter. Cada
cual es expulsado de inmediato, vergonzosamente sano y salvo, aunque muy deprimido,
por intestinos lubricados con cera, fly-tox16 y luz eléctrica. Bruscamente separados por
largos intervalos, nos encontramos entonces en una atmósfera intoxicante de hospital
para tratamientos de duración indefinida para el mantenimiento de los bolsillos flacos,
yendo a toda velocidad a través de una especie de monasterio-pista de patinaje cuyos
numerosos canales se intersectan en ángulos rectos –donde el uniforme es el traje
gastado.

15
“R. C.” significa “Razón comercial” y es el encabezado usado por las empresas. El autor alude a su
trabajo como empleado, ciertamente ingrato, desde marzo de 1931 a diciembre de 1937 en las
Mensajerías Hachette, empresa a gran escala de transporte, distribución y venta de papel impreso,
cuyas oficinas estaban en la orilla del Sena [T.].
16
Famosa marca norteamericana de insecticidas muy común en los años 1930 [T.].
Inmediatamente después, en cada departamento, con un ruido tremendo, se abren
los armarios con persianas de hierro –de donde los expedientes, como espantosos
pájaros-fósiles familiares, desenterrados de sus estratos, bajan pesadamente a posarse en
las mesas en las que se sacuden. Un estudio macabro comienza. Oh, analfabetismo
comercial, es hora de la larga, sempiterna celebración de tu culto que hay que oficiar
bajo el rumor de las máquinas sagradas.
Todo se inscribe a medida en impresos con varios duplicados, donde la palabra
reproducida en colores malva cada vez más pálidos sin duda terminaría disolviéndose en
el desdén y el mismo hastío del papel, si no existieran los registros de vencimiento,
fortalezas de cartón azul muy sólido, agujereados en el centro con una lucerna redonda
para que ninguna hoja insertada se ocultase en el olvido.
Dos o tres veces por día, en medio de ese culto, el cartero multicolor, radiante y
bobo como un pájaro tropical, recién salido de los sobres marcados de negro por el beso
del correo, llega sin aviso a posarse frente a mí.
Cada hoja extranjera entonces es adoptada, confiada a una palomita de nuestra
casa, que la guía a sucesivos destinos hasta su clasificación.
Algunas joyas sirven para esos enganches momentáneos: broches dorados,
grampas, clips aguardan en cuencos su utilización.

Poco a poco, sin embargo, mientras pasan las horas, sube la marea en los
canastos de papeles. Cuando se van a desbordar, ya es mediodía: un timbre estridente
invita a desaparecer instantáneamente de esos lugares. Reconozcamos que nadie se lo
hace decir dos veces. Se disputa una carrera enloquecida en las escaleras, donde los dos
sexos autorizados a confundirse en la huida, cuando no lo estaban para el ingreso, se
chocan y se empujan a más no poder.
Es entonces cuando los jefes de departamento toman verdaderamente conciencia
de su superioridad: “Turba ruit o ruunt”17; con aspecto de sacerdotes, dejando pasar el
galope de monjes y frailecillos de todas las órdenes, ellos visitan lentamente sus
dominios, rodeados por el privilegio de vidrios esmerilados, en un decorado donde las

17
Locución latina que se usa para ejemplificar en las gramáticas la posibilidad de hacer concordar el
verbo en singular o plural cuando el sujeto es colectivo: ruit (“se precipita”) o ruunt (“se precipitaron”)
[T.].
virtudes aromatizantes son el menosprecio,18 el mal gusto y la delación –y al llegar a su
vestidor, donde no es raro que se encuentren guantes, un bastón, un chal de seda, de
golpe cuelgan los hábitos de su mueca típica y se transforman en verdaderos hombres de
mundo.

18
El adjetivo embaumantes, que tradujimos como “aromatizantes”, también quiere decir
“embalsamantes”, un sentido secundario que se actualiza debido a que morgue (“menosprecio,
desdén”) también designa el homónimo en español “depósito de cadáveres”. Una evidente anfibología
de las que abundan en la escritura de Ponge [T.].
El restaurante Lemeunier de calle de la Chaussée d’Antin

Nada más conmovedor que el espectáculo que brindan, en el inmenso


Restaurante Lemeunier, en calle de la Chaussée d’Antin, la multitud de empleados y de
vendedoras que almuerzan allí al mediodía.
La luz y la música se suministran allí con una prodigalidad que hace soñar.
Cristales biselados, terminaciones doradas en todas partes. Se ingresa a través de unas
plantas verdes por un pasillo más oscuro contra cuyas paredes ya están instalados
algunos comensales apretados, y que desemboca en un salón de proporciones enormes,
con varios palcos de pino que forman un solo piso en ocho, donde te reciben a la vez
bocanadas de olores tibios, el estrépito de los tenedores y de los platos que chocan, los
llamados de las mozas y el rumor de las conversaciones.
Es una gran composición digna de Veronese por la ambición y el volumen, pero
que habría que pintar íntegramente a la manera del famoso Bar de Manet.
Los personajes dominantes indiscutiblemente son en primer lugar el grupo de
músicos en el centro del ocho, luego las cajeras sentadas en una zona sobreelevada
detrás de sus mostradores, de donde emergen enteras sus blusas claras y
obligatoriamente infladas, finalmente lamentables caricaturas de camareros que circulan
con relativa lentitud, aunque a veces obligados a ponerse manos a la obra con la misma
precipitación que las mozas, no por la impaciencia de los comensales (poco habituados
a exigir) sino por la febrilidad de un celo profesional aguijoneado por el sentimiento de
la incertidumbre de los puestos en el estado actual de la oferta y la demanda en el
mercado laboral.

¡Oh, mundo de simplezas y sandeces, aquí llegas a tu perfección! Toda una


juventud inconsciente imita cotidianamente la frivolidad escandalosa que los burgueses
se permiten ocho o diez veces por año, cuando el padre banquero o la madre cleptómana
han obtenido una ganancia suplementaria verdaderamente inesperada y quieren
sorprender a sus vecinos como se debe.
Ceremoniosamente emperifollados, como sus parientes en el campo sólo se
muestran los domingos, los jóvenes empleados y sus compañeras se sumergen allí con
deleite, todos los días con total buena fe. Cada cual se aferra a su plato como el cangrejo
ermitaño a su caracol, mientras el oleaje copioso de algún vals vienés, cuyo rumor se
impone sobre el traqueteo de las valvas de loza, revuelve los estómagos y los corazones.
Como en una cueva maravillosa, los veo a todos hablando y riéndose pero no los
escucho. Joven vendedor, aquí es donde debes hablarle a tu camarada, en medio de la
multitud de tus semejantes, y revelar tu propio corazón. ¡Oh, confidencia, es aquí donde
serás intercambiada!
Los postres de varios pisos cremosos audazmente superpuestos, servidos en
cálices de un metal misterioso, de pie alto pero lavados rápidamente y por desgracia
siempre tibios, les permiten a los consumidores que decidieron que se los pusieran
delante manifestar mejor que mediante otros signos los sentimientos profundos que los
animan. Para uno, es el entusiasmo que le procura la presencia a su lado de una
mecanógrafa de curvas magníficas, por la cual no dudaría en cometer otras mil costosas
locuras de la misma índole; para otro, es la preocupación de sostener una frugalidad
bien vista (antes no ingirió más que un entremés liviano) conjugada con un gusto
prometedor por los dulces; para algunos más, se muestra así un desdén aristocrático por
todo aquello de este mundo que no participe de la magia aunque sea mínimamente;
otros, finalmente, por la manera en que saborean, revelan un alma noble y hastiada, un
gran hábito y saciedad de lujos.
Sin embargo, al mismo tiempo aparecen por millares las migas rubias y grandes
manchas rosadas sobre la mantelería dejada a un lado o extendida.
Un poco más tarde, los encendedores se adueñan del papel principal; según el
dispositivo que accione la ruedita o la manera en que son manipulados. Mientras
levantan los brazos con un movimiento que descubre en sus axilas sus maneras
personales de ostentar las insignias de la transpiración, las mujeres se retocan el peinado
o juegan con el estuche de maquillaje.
Es la hora en que se efectuará, en un escándalo creciente de sillas empujadas,
repasadores chasqueantes, cáscaras de pan aplastadas, el último rito de la singular
ceremonia. Sucesivamente, las mozas acercan sus vientres apretados de una manera
conmovedora por los cordones del delantal a cada uno de sus huéspedes, cuyos bolsillos
ocupa una libreta y cuyos cabellos habita un lapicito; se dedican de memoria a una
rápida estimación. Entonces es cuando la vanidad se castiga y la modestia es
recompensada. Monedas y billetes azules se intercambian sobre las mesas: parece que
cada cual intenta salir bien librado del apuro.
No obstante, fomentado por las encargadas del salón durante los últimos
servicios de comida de la noche, poco a poco se propaga y a puertas cerradas se
concluye un levantamiento general del mobiliario, en cuyo beneficio se emprenden de
inmediato las tareas húmedas de la limpieza y se terminan sin obstáculos.
Solamente entonces las trabajadoras, sopesando una por una las pocas monedas
que tintinean en el fondo de sus bolsillos, con el pensamiento que vuelve a crecer en su
corazón de algún hijo con la niñera en el campo o al cuidado de unos vecinos,
abandonan con indiferencia esos sitios apagados, mientras que en la vereda de enfrente
el hombre que las espera ya no percibe sino una amplia fauna de sillas y mesas, el oído
alerta, unas encima de las otras erguidas para contemplar con estupor y pasión la calle
desierta.
Notas para una valva

Una valva es una cosa pequeña, pero puedo exagerarla volviéndola a ubicar en
donde la encuentro, colocada sobre la extensión de arena. Porque entonces tomaré un
puñado de arena y observaré lo poco que me queda en la mano después de que casi todo
el puñado de arena se haya escurrido por los intersticios de mis dedos, observaré
algunos granos, luego cada grano, y ya ninguno de esos granos de arena me parecerá en
ese momento una cosa pequeña, y enseguida la valva formal, esa valva de ostra o esa
caparazón espiralada, o esa “navaja” me impresionará como un enorme monumento, al
mismo tiempo colosal y precioso, algo así como el templo de Angkor, Saint-Maclou o
las Pirámides, con una significación mucho más extraña que esos demasiado
indiscutibles productos de los hombres.
Si se me ocurre entonces que esa valva, que sin dudas una ola del mar puede
tapar, es habitada por un animal, si agrego un animal a la valva imaginándola reubicada
debajo de algunos centímetros de agua, los dejo pensando cuánto se incrementará, se
intensificará de nuevo mi impresión, y se volverá diferente a la que puede provocar el
más notable de los monumentos que recordaba recién.

Los monumentos del hombre se parecen a los pedazos de su esqueleto o de


cualquier esqueleto, a grandes huesos descarnados: no evocan a ningún habitante a su
medida. Las catedrales más enormes no dejan salir sino una muchedumbre informe de
hormigas, y aun la mansión, el castillo más suntuoso hechos para un solo hombre
también son mucho más comparables a una colmena o a un hormiguero de numerosos
compartimentos, antes que a una valva. Cuando el señor sale de su residencia
ciertamente causa menos impresión que cuando el cangrejo ermitaño deja entrever su
monstruosa pinza en la abertura del soberbio cono que lo aloja.
Puedo complacerme en considerar a Roma o a Nîmes como el esqueleto
disperso, aquí la tibia, allá el cráneo de un antigua ciudad viva, de un antiguo ser vivo,
pero entonces tengo que imaginar a un enorme coloso de carne y hueso, que en verdad
no corresponde a nada de lo que podemos inferir razonablemente por lo que nos han
informado, incluso en virtud de expresiones en singular como el Pueblo Romano o la
Multitud Provenzal.
¡Cómo me gustaría que un día me hicieran vislumbrar que un coloso semejante
realmente existió, que alimentasen de alguna manera la visión muy fantasmal y
únicamente abstracta y sin ninguna convicción que me formo de él! Que me hicieran
tocar sus rodillas, la forma de su brazo y cómo lo apoyaba a lo largo de su cuerpo.
Con la valva tenemos todo esto: con ella estamos en plena carne, no dejamos la
naturaleza; el molusco o el crustáceo están ahí presentes. Por eso, una especie de
inquietud multiplica nuestro placer.

No sé por qué desearía que el hombre, en lugar de esos enormes monumentos


que no atestiguan más que la desproporción grotesca entre su imaginación y su cuerpo
(o bien sus innobles costumbres sociales, compañerísticas), en lugar también de las
estatuas a su escala o ligeramente más grandes (pienso en el David de Miguel Ángel)
que sólo son simples representaciones suyas, esculpiera unas especies de nichos, de
valvas a su medida, cosas muy diferentes a su forma de molusco pero sin embargo
proporcionadas con él (las chozas negras me satisfacen bastante desde este punto de
vista), que el hombre pusiera su atención en crear para las generaciones una morada no
mucho más grande que su cuerpo, que todas sus imaginaciones, sus razones estuviesen
incluidas allí, que empleara su ingenio en el ajuste, no en la desproporción –o por lo
menos que el ingenio reconociera los límites del cuerpo que lo soporta.
Y tampoco admiro a los que hacen ejecutar por una multitud, como el Faraón,
monumentos para uno solo: habría preferido que emplease a esa multitud en una obra
no más grande o no mucho más grande que su propio cuerpo, o bien –lo que habría sido
más meritorio aún– que atestiguara su superioridad sobre los demás hombres mediante
el carácter de su propia obra.
Desde este punto de vista, admiro sobre todo a algunos escritores o músicos
mesurados, Bach, Rameau, Malherbe, Horacio, Mallarmé –y a los escritores por encima
de todos los demás porque su monumento está hecho de la verdadera secreción común
del molusco hombre, de la cosa más proporcionada y acondicionada a su cuerpo, y no
obstante la más diferente a su forma que se pueda concebir: quiero decir la PALABRA.
Oh, Louvre de lectura,19 que podría ser habitado, después del final de la raza tal
vez por otros huéspedes, unos monos por ejemplo, o algún pájaro, o un ser superior, así
como el crustáceo sustituye al molusco dentro de la valva espiralada.
Y luego, tras el final de todo el reino animal, el aire y la arena penetran allí
lentamente en pequeños granos, no obstante que en el suelo todavía reluzca, se corroe, y
va a disgregarse brillantemente, oh estéril, inmaterial polvo, oh brillante residuo, aunque
sin fin amasado y triturado entre las laminadoras aéreas y terrestres, ¡AL FIN! Uno ya
no está ahí y nada puede rehacer la arena, ni siquiera el vidrio, ¡y SE ACABÓ!

19
Aunque no haya ninguna relación etimológica, hay relaciones fónicas que asocian aquí el monumento
del Louvre con “la obra” (l’oeuvre) y quizá también con el “libro” (livre) [T.].
Los tres negocios

Cerca de la plaza Maubert, en el sitio donde todas las mañanas temprano espero
el ómnibus, hay tres negocios colindantes: Joyería, Leña y Carbón, Carnicería. Al
contemplarlos alternadamente observo los diferentes comportamientos para mí del
metal, la piedra preciosa, el carbón, el leño, el trozo de carne.
No nos detengamos demasiado en los metales, que solamente son la
consecuencia de una acción violenta o divisoria del hombre sobre gredas o
determinados aglomerados que por sí mismos nunca tendrían semejantes intenciones; ni
en las piedras preciosas, cuya rareza justamente debe hacer que no se les concedan sino
pocas palabras muy escogidas en un discurso sobre la naturaleza compuesto
equitativamente.
En cuanto a la carne, un temblor ante su vista, una especie de horror o de
simpatía me obliga a la mayor discreción. Recién cortada, por otra parte, un velo de
vapor o de humo sui generis la sustrae de los mismos ojos que quisieran dar muestras de
cinismo propiamente dicho: habré dicho todo lo que puedo decir cuando haya llamado
la atención, por un minuto, sobre su aspecto palpitante.
Pero la contemplación de la leña y del carbón es una fuente de alegrías tan
fáciles como sobrias y seguras, y estaré contento de compartirlas. Sin dudas harían falta
varias páginas, mientras que ahora sólo dispongo de media. Por tal motivo, me limito a
proponerles este tema de meditación: “1°) EL TIEMPO OCUPADO EN VECTORES
SE VENGA SIEMPRE, MEDIANTE LA MUERTE. –2°) MARRÓN, PORQUE EL
MARRÓN ESTÁ ENTRE EL VERDE Y EL NEGRO EN EL CAMINO DE LA
CARBONIZACIÓN, EL DESTINO DE LA LEÑA AÚN IMPLICA –AUNQUE
MÍNIMO– UN GESTO, ES DECIR, EL ERROR, EL PASO EN FALSO, Y TODOS
LOS MALENTENDIDOS POSIBLES.”
Fauna y flora

La fauna se mueve, mientras que la flora se despliega ante la vista.


Toda una clase de seres animados es directamente asimilada por el suelo.
Tienen su lugar garantizado en el mundo, así como su condecoración por
antigüedad.
Difieren en esto de sus hermanos vagabundos, no están sobreañadidos al mundo,
inoportunos en el suelo. No erran en busca de un lugar para morir, cuando la tierra
absorbe cuidadosamente sus restos al igual que los de los otros.
En ellos no hay preocupaciones alimentarias o domiciliarias, ni devoración
mutua: ni terrores, ni carreras desenfrenadas, ni crueldades, ni quejas, ni gritos, ni
palabras. No son los cuerpos enajenados por la agitación, la fiebre y el asesinato.
Desde su aparición a la luz, están bien ubicados, o bien establecidos.20 Sin
ninguna preocupación por sus vecinos, no entran unos en otros por medio de
absorciones. No salen unos de otros por medio de gestaciones.
Mueren por desecación y caída al suelo, o más bien por debilitamiento en el
lugar, rara vez por corrupción. Ninguna parte de su cuerpo es particularmente sensible
hasta el punto de que cause la muerte de toda la persona si se perfora. Aunque sí una
sensibilidad relativamente más susceptible al clima, a las condiciones de existencia.

No son… No son…
Su infierno es de otra clase.

No tienen voz. Son casi paralíticos. No pueden atraer la atención sino mediante
sus poses. No parecen conocer los dolores de la no-justificación. Pero de ninguna
manera podrían escapar huyendo de esa obsesión, o creer que se escapan, con la
embriaguez de la velocidad. No hay otro movimiento en ellos que la extensión. Ningún
gesto, ningún pensamiento, quizá ningún deseo, ninguna intención, que no desemboque
en un monstruoso crecimiento de sus cuerpos, en una irremediable excrecencia.

20
Hemos traducido por “están bien ubicados” la expresión ils ont pignon sur rue, frase hecha que
significa: “están bien establecidos; gozan de buena reputación; tienen buena fama”, con un desusado
origen literal que diría: “tienen fachada a la calle”; pero Ponge activa además esta literalidad ya que
escribe “ils ont pignon sur rue, ou sur route”, como si dijéramos, junto a los sentidos ya mencionados,
que “tienen vista a la calle o a la ruta” [T.].
O bien, lo que es mucho peor, nada monstruoso por desgracia: a pesar de todos
sus esfuerzos para “expresarse”, no logran nunca sino repetir un millón de veces la
misma expresión, la misma hoja. En primavera, cuando dejan salir una oleada, un
vómito verde, cansados de contraerse y ya sin insistir en ello, creen que entonan un
cántico variado, que salen de sí mismos, que se extienden a toda la naturaleza y la
abrazan, pero tampoco alcanzan más que la misma nota, la misma palabra, la misma
hoja en miles de ejemplares.

No se puede salir del árbol con los medios del árbol.

“No se expresan sino mediante sus poses.”


Sin gestos, tan sólo multiplican sus brazos, sus manos, sus dedos –a la manera de
los budas. De manera que ociosos llegan hasta el fondo de sus pensamientos. No son
más que una voluntad de expresión. No tienen nada escondido para sí mismos, no
pueden guardar ninguna idea secreta, se despliegan completamente, honestamente, sin
restricción.
Ociosos, pasan el tiempo complicando sus propias formas, perfeccionando sus
propios cuerpos en el sentido de la máxima complicación analítica. En donde nacen, por
más ocultos que estén, sólo se dedican a realizar su expresión: se preparan, se adornan,
esperan que vengan a leerlos.
Para atraer la atención hacia ellos no tienen más que sus poses, más que unas
líneas, y a veces una señal excepcional, un extraordinario llamado para la vista y el
olfato en forma de ampollas o de bombas luminosas y perfumadas que se llaman flores,
y que sin duda son llagas.
Esa modificación de la sempiterna hoja ciertamente significa algo.

El tiempo de los vegetales: parecen siempre fijos, inmóviles. Les damos la


espalda durante unos días, una semana, y su postura se ha precisado más, sus miembros
se han multiplicado. Su identidad no genera dudas, pero sus formas se han realizado
cada vez mejor.
*

La belleza de las flores que se marchitan: los pétalos se retuercen como bajo la
acción del fuego; y por otra parte es en verdad lo que pasa: una deshidratación. Se
retuercen para dejar entrever las semillas a las que deciden darles su oportunidad, el
campo libre.
Entonces es cuando la naturaleza se presenta frente a la flor, la obliga a abrirse, a
separarse: ella se crispa, se retuerce, retrocede, y deja que triunfe la semilla que sale de
ella que la había preparado.

El tiempo de los vegetales se resuelve en su espacio, en el espacio que ocupan


poco a poco, completando un esquema sin duda determinado para siempre. Cuando se
acabó, entonces los apresa el cansancio, y se da el drama de una estación determinada.
Como el desarrollo de cristales: una voluntad de formación, y una imposibilidad
de formarse que no sea de una manera.

Entre los seres animados podemos distinguir a aquellos en los cuales, aparte del
movimiento que los hace crecer, actúa una fuerza con la que pueden mover todo o parte
de su cuerpo y desplazarse a su manera por el mundo –y aquellos en los cuales no existe
otro movimiento que la extensión.
Una vez liberados de la obligación de crecer, los primeros se expresan de varias
maneras, a propósito de mil preocupaciones de alojamiento, alimentación, defensa,
algunos juegos finalmente cuando se les concede cierto reposo.
Los segundos, que desconocen esas necesidades apremiantes, podemos afirmar
que no tendrían otras intenciones u otra voluntad que multiplicarse, pero en todo caso
cualquier voluntad de expresión por su parte es impotente, salvo para desarrollar sus
cuerpos, como si cada uno de nuestros deseos nos ocasionara la obligación en adelante
de alimentar y de sostener un miembro suplementario. ¡Infernal multiplicación de
sustancia con motivo de cada idea! ¡Cada deseo de fuga me encadena con un nuevo
eslabón!

El vegetal es un análisis en acto, una dialéctica original en el espacio. Progresión


por división del acto precedente. La expresión de los animales es oral, o imitada por
gestos que se borran unos a otros. La expresión de los vegetales es escrita, de una vez
por todas. No hay medio de volver atrás, arrepentimientos imposibles: para corregirse,
hay que agregar. Corregir un texto escrito, y publicado, mediante apéndices, y así
sucesivamente. Pero hay que agregar que no se dividen hasta el infinito. Existe un límite
para cada uno.
Cada uno de sus gestos no solamente deja una huella, como sucede con el
hombre y con sus escritos, sino que deja una presencia, un nacimiento irremediable, y
no separado de ellos.

Sus poses o “cuadros vivientes”:


instancias mudas, súplicas, calma intensa, triunfos.

Se dice que los inválidos, los amputados ven que sus facultades se desarrollan
asombrosamente: lo mismo con los vegetales: su inmovilidad forja su perfección, su
cincelado, sus bellas ornamentaciones, sus ricos frutos.

Ningún gesto de su accionar tiene efectos fuera de ellos mismos.

*
La variedad infinita de sentimientos que hace surgir el deseo en la inmovilidad
ha dado lugar a la infinita diversidad de sus formas.

Un conjunto de leyes complicadas al extremo, es decir, el más perfecto azar,


preside el nacimiento y la ubicación de los vegetales en la superficie del globo.
La ley de los indeterminados determinantes.

Los vegetales a la noche.


La exhalación del ácido carbónico por la función clorofílica, como un suspiro de
satisfacción que durase horas, como cuando la cuerda más baja de los instrumentos de
cuerdas, lo más floja posible, vibra en el límite de la música, del sonido puro y del
silencio.

AUN CUANDO EL SER VEGETAL PREFIERA SER DEFINIDO ANTES


POR SUS CONTORNOS Y POR SUS FORMAS, HONRARÉ PRIMERO EN ÉL
UNA VIRTUD DE SU SUSTANCIA: LA DE PODER REALIZAR SU SÍNTESIS A
EXPENSAS ÚNICAMENTE DEL MEDIO INORGÁNICO QUE LO RODEA. TODO
EL MUNDO A SU ALREDEDOR NO ES SINO UNA MINA DONDE EL PRECIOSO
FILÓN VERDE ABREVA CON QUÉ ELABORAR CONTINUAMENTE SU
PROTOPLASMA, EN EL AIRE POR LA FUNCIÓN CLOROFÍLICA DE SUS
HOJAS, EN EL SUELO POR LA FACULTAD ABSORBENTE DE SUS RAÍCES
QUE ASIMILAN LAS SALES MINERALES. DE ALLÍ LA CUALIDAD ESENCIAL
DE DICHO SER, LIBERADO A LA VEZ DE TODAS LAS PREOCUPACIONES
DOMICILIARIAS Y ALIMENTARIAS POR LA PRESENCIA EN SU ENTORNO
DE UNA FUENTE INFINITA DE ALIMENTOS: La inmovilidad.
El camarón

Varias cualidades o circunstancias constituyen uno de los objetos más púdicos


del mundo, y tal vez la más arisca presa de contemplación, con un animalito que sin
duda importa menos nombrar en primer lugar que evocar con precaución, dejándose
introducir por su propio movimiento en el conducto de las circunlocuciones, para
alcanzar finalmente mediante la palabra el punto dialéctico en que lo sitúan su forma y
su ambiente, su condición muda y el ejercicio de su profesión justa.
Admitámoslo en primer término, a veces sucede que un hombre con la vista
alterada por la fiebre, el hambre o simplemente el cansancio experimente una pasajera y
sin duda benigna alucinación: con saltos vivaces, súbitos, sucesivos, retrógrados
seguidos de lentos retornos, percibe de un sitio a otro de la amplitud de su visión que se
mueven de manera particular una especie de pequeños signos, bastante poco notorios,
traslúcidos, en forma de palitos, de comas, quizás de otros signos de puntuación, que de
alguna manera le obliteran el mundo sin ocultárselo del todo, que se desplazan como en
sobreimpresión, y finalmente dan ganas de frotarse los ojos para volver a disfrutar de
una visión más clara por su evicción.
Pero resulta que a veces se produce un fenómeno análogo en el mundo de las
representaciones externas: el camarón, en el seno de las olas que habita, no salta de
manera diferente, y así como las manchas de las que hablaba recién eran el efecto de
una alteración de la vista, ese pequeño ser parece en primer lugar una función de la
confusión marina. Se muestra además con mayor frecuencia en los sitios donde aun en
tiempos de calma dicha confusión siempre está en su punto culminante: en el hueco de
las piedras, donde las ondulaciones líquidas se contradicen sin pausa, entre las cuales el
ojo, en una densidad tan pura que no se distingue bien de la tinta, a pesar de todos sus
esfuerzos nunca percibe nada seguro. Una diafanidad tan útil como sus saltos le quita
por último a su presencia, aun inmóvil bajo las miradas, toda continuidad.
Uno se encuentra entonces exactamente en el punto donde resulta importante
que, en beneficio de esa dificultad y de esa duda, no prevalezca en la mente una floja
ilusión, en virtud de la cual el camarón, por la atención decepcionada y casi de
inmediato cedida a la memoria, no habría conservado más que un reflejo, o tan sólo la
sombra desvanecida y buena nadadora de los tipos de una especie representada de
manera más tangible en aguas profundas por el bogavante, el langostino, la langosta, y
por el cangrejo de río en los arroyos fríos. No, sin duda alguna, vive al igual que esas
carrozas torpes y conoce bien, aunque en una condición menos prosaica, todos los
dolores y las angustias que en todas partes soporta la vida… Si la extrema complejidad
interior que a veces las anima no debe impedirnos honrar las formas más características,
con una estilización a la que tienen derecho, para luego tratarlas cuando sea necesario
como ideogramas indiferentes, no hace falta sin embargo que esa utilización nos evite
los dolores simpáticos que la constatación de la vida provoca irresistiblemente en
nosotros: una exacta comprensión del mundo animado sin duda tiene ese precio.
Por otra parte, ¿qué puede añadirle más interés a una forma sino la observación
de su reproducción y diseminación a través de la naturaleza en millones de ejemplares
en todas partes a la misma hora, en las aguas frescas y copiosas tanto del buen como del
mal tiempo? Que numerosos individuos padezcan de esa forma, que sientan su condena
particular, en el mismo número de lugares, hace que nos aguarde la provocación del
deseo de percepción clara. Objetos púdicos en tanto que objetos, que parecen querer
suscitar la duda no tanto cada uno en su propia realidad sino más bien en la posibilidad
de una contemplación de ellos algo prolongada, de una posesión ideal algo satisfactoria;
un poder, que reside en la cola, dispuesto a una ruptura de perros ante cualquier
propósito: sin duda que sería en la cinemática antes que en la arquitectura, por ejemplo,
donde un motivo así finalmente podría ser utilizado… El arte de vivir primero debía
salir ganando: nos hacía falta afrontar ese desafío.
Vegetación

La lluvia no forma los únicos guiones entre el suelo y el cielo: existen otra clase
de guiones, menos intermitentes y muchos mejor tramados, cuyo tejido no arrastra el
viento tan fuerte que los agita. Si a veces éste logra separar un poco las cosas, que se
esfuerza entonces por reducir en su torbellino, a fin de cuentas percibimos que no ha
disipado nada en absoluto.
Mirándolo más de cerca, nos encontramos entonces en una de las mil puertas de
un inmenso laboratorio, erizado de aparatos hidráulicos multiformes, todos mucho más
complicados que las simples columnas de lluvia y dotados de una original perfección:
todos a la vez ampolletas, filtros, sifones, alambiques.
Son justamente los aparatos que la lluvia encuentra primero, antes de tocar el
suelo. La reciben con una cantidad de pequeños tazones, dispuestos a montones en
todos los niveles de una mayor o menor profundidad, y que se vierten unos en otros
hasta los del grado más bajo, mediante los cuales al fin la tierra es directamente
rehumedecida.
Enlentecen así el flujo a su manera, y conservan por largo tiempo el humor y el
beneficio en el suelo luego de la desaparición del meteoro. Sólo a ellos les pertenece la
capacidad de hacer brillar al sol las formas de la lluvia, es decir, exponer desde el punto
de vista de la alegría las razones tan religiosamente aceptadas así como fueron
precipitadamente formuladas por la tristeza. Curiosa ocupación, enigmáticos caracteres.
Crecen en estatura a medida que la lluvia cae; pero con más regularidad, mayor
discreción: y por una especie de fuerza adquirida, incluso cuando ya no cae más.
Finalmente, también encontramos agua en algunas ampollas que forman y que cargan
con ruborizada ampulosidad, a las que llaman sus frutos.

Tal es la función física, al parecer, de esa especie de tapicería de tres


dimensiones a la que se ha dado el nombre de vegetación por otras características que
presenta y en particular por la clase de vida que la anima… Pero en primer lugar quise
insistir en este punto: aun cuando la facultad de realizar su propia síntesis y de
producirse sin que se los rueguen (incluso entre las baldosas de la Sorbona) emparente a
los aparatos vegetales con los animales, es decir, con todo tipo de vagabundos, sin
embargo en muchos lugares fijos forman un tejido, y ese tejido pertenece al mundo
como uno de sus cimientos.
La piedra

La piedra no es algo fácil de definir con precisión.


Si nos contentamos con una descripción sencilla, podemos decir en primer lugar
que es una forma o un estado de lo pétreo entre la roca y el pedregullo.21
Pero esta afirmación ya implica una noción de la piedra que debe ser justificada.
No me reprochen entonces que en esta materia me remonte más atrás que el mismo
diluvio.

Todas las rocas surgieron por escisiparidad de un mismo ancestro enorme. De


ese cuerpo fabuloso no podemos decir sino una cosa, a saber que fuera de los limbos no
se mantuvo de pie.
La razón no le llega sino amorfo y deshecho entre los saltos pastosos de la
agonía. Se había despertado para el bautismo de un héroe del tamaño del mundo, y
descubre el terrible atolladero de un lecho de muerte.
Que el lector no pase demasiado rápido por aquí, sino que más bien admire, en
lugar de expresiones tan densas y tan fúnebres, la grandeza y la gloria de una verdad
que pudo hacérselas mínimamente transparentes y no parecer totalmente opacada por
ello.
De tal modo, en un planeta ya apagado y frío, ahora brilla el sol. Ningún satélite
en llamas se engaña más al respecto. Toda la gloria y toda la existencia, todo lo que
hace ver y todo lo que hace vivir, la fuente de toda apariencia objetiva se retrajo en él.
Los héroes surgidos de él, que gravitaban a su alrededor, se eclipsaron voluntariamente.
Pero para que la verdad cuya gloria abdican –en beneficio de su misma fuente–
conserve un público y unos objetos, muertos o a punto de estarlo, no dejan de continuar
las rondas, su oficio de espectadores, a su alrededor.

21
El título del poema, Le galet, se refiere en francés a una piedra pequeña y achatada, pulida por el
agua, que en español se llama “canto rodado” o “guijarro”, ambas formas poco usuales en la Argentina,
de allí que para el título mantengamos el término más genérico y puntualmente debamos usar más
adelante el término específico [T.].
Imaginamos que semejante sacrificio, la expulsión de la vida fuera de
naturalezas antes tan gloriosas y ardientes, no se habrá dado sin dramáticos trastornos
internos. Tal es el origen del caos gris de la Tierra, nuestra humilde y magnífica morada.
Así, luego de un período de torsiones y de pliegues parecidos a los de un cuerpo
que se agita al dormir debajo de las mantas, nuestro héroe, reprimido (por su
conciencia) como por una monstruosa camisa de fuerza, ya no experimentó más que
explosiones íntimas, cada vez más raras, de efecto detonante sobre una envoltura cada
vez más pesada y fría.
Muerto él y ella caótica actualmente se confunden.

La historia de ese cuerpo, tras haber perdido de una vez por todas junto a la
facultad de conmoverse la de volver a fundirse en una persona completa, después de la
lenta catástrofe del enfriamiento, ya no será más que la de una perpetua disgregación.
Pero en ese momento ocurren otras cosas: ya muerta la grandeza, la vida hace ver
enseguida que no tiene nada en común con ella. Enseguida, con mil recursos.
Tal es la apariencia del globo actualmente. El cadáver en pedazos del ser de la
grandeza del mundo no hace más que servir de decorado para la vida de millones de
seres infinitamente más pequeños y más efímeros que él. Su muchedumbre en ciertos
lugares es tan densa que oculta por completo la osamenta sagrada que antiguamente les
sirvió como único soporte. Y no es sino una infinidad de sus cadáveres, que desde
entonces logran imitar la consistencia de la piedra, por medio de lo que llaman tierra
vegetal, lo que les permite desde hace algunos días reproducirse sin deberle nada a la
roca.
Por otra parte, el elemento líquido, de un origen quizás tan antiguo como aquel
del que estoy hablando, tras haberse juntado en extensiones más o menos grandes, lo
cubre, se frota allí, y mediante golpes reiterados activa su erosión.
Describiré entonces algunas de las formas que la piedra actualmente dispersa y
humillada por el mundo pone frente a nosotros.

*
Los fragmentos más grandes, baldosones casi invisibles debajo de las
vegetaciones entrelazadas que se aferran allí tanto por religión como por otros motivos,
constituyen el esqueleto del planeta.
Se trata de verdaderos templos: no construcciones elevadas arbitrariamente
encima del suelo, sino los restos impasibles del antiguo héroe que antaño fue en verdad
el mundo.
Comprometido en la imaginación de grandes cosas entre la sombra y el perfume
de los bosques que cubren a veces esos bloques misteriosos, el hombre sólo mediante el
espíritu supone su continuidad por debajo.
En los mismos lugares, numerosos bloques más pequeños atraen su atención.
Diseminadas bajo maderas por el Tiempo, desiguales bolas de miga de piedra, amasadas
por los dedos sucios de ese dios.
Desde la explosión de su enorme antepasado, y de su trayectoria por los cielos
abatidos sin energía, los peñascos se callaron.
Invadidos y quebrados por la germinación, como un hombre que ya no se afeita,
ahuecados y colmados por la tierra móvil, ninguno de ellos dice ya ni una palabra,
incapaces de reacción alguna.
Sus caras, sus cuerpos se agrietan. En las arrugas de la experiencia la ingenuidad
se acerca y se instala. Las rosas se sientan en sus rodillas grises, y lanzan contra ellos su
diatriba ingenua. Ellos las aceptan. Ellos, cuyo granizo desastroso en otro tiempo
aclaraba los bosques, y cuya duración es eterna en el estupor y la resignación.
Se ríen al ver a su alrededor tantas generaciones de flores suscitadas y
condenadas, y dígase lo que se diga, de una encarnación por otro lado apenas más viva
que la suya, y de un rosa tan pálido y tan marchito como su gris. Piensan (como estatuas
sin tomarse el trabajo de decirlo) que esos tonos son tomados de los fulgores del cielo
con el sol poniente, fulgores a su vez intentados por el cielo todas las tardes en memoria
de un incendio mucho más explosivo, durante el famoso cataclismo con motivo del cual
fueron proyectados violentamente por los aires y conocieron una hora de libertad
magnífica terminada con ese formidable aplastamiento. No lejos de allí, en las rodillas
rocosas de los gigantes espectadores en sus orillas de los esfuerzos espumosos de sus
mujeres abatidas, el mar sin cesar arranca bloques que guarda, aprieta, acuna, acaricia,
machaca, amasa, fomenta y pule en sus brazos contra su cuerpo o abandona en un
rincón de su boca como una píldora que después sale de su boca y deposita en un borde
hospitalario de pendiente suave entre una tropa ya numerosa a su alcance, con miras a
recuperarlo pronto para ocuparse de él más afectuosamente, aún más apasionadamente.
Sin embargo el viento sopla. Hace que la arena vuele. Y si una de esas
partículas, forma última y la más ínfima del objeto que nos ocupa, llega a introducirse
realmente en nuestros ojos, resulta pues que la piedra, con la manera de cegar que le es
peculiar, castiga y concluye nuestra contemplación.
La naturaleza nos cierra así los ojos cuando llega el momento de indagar en el
interior de la memoria si las enseñanzas que una larga contemplación ha acumulado no
le habrán proporcionado ya algunos principios.

A la mente carente de nociones que se alimentó en primer lugar con tales


apariencias acerca de la piedra, la naturaleza le parecerá finalmente, desde una óptica
quizá demasiado simple, como un reloj cuyo principio está hecho de ruedas que giran a
velocidades muy desiguales, aunque sean activadas por un único motor.
Los vegetales, los animales, los vapores y los líquidos, al morir y al renacer
giran de una manera más o menos rápida. La gran rueda de la piedra nos parece
prácticamente inmóvil, e incluso teóricamente no podemos concebir sino una parte de la
fase de su lentísima disgregación.
De modo que contrariamente a la opinión común, que la torna para los hombres
un símbolo de la perduración y de la impasibilidad, se puede decir que de hecho la
piedra, por no reconstituirse en la naturaleza, es en realidad la única cosa que muere
constantemente en ella.
De manera que cuando la vida, por la boca de los seres que reciben
sucesivamente su depósito y por un período bastante corto, hace creer que envidia la
solidez indestructible del decorado que habita, en realidad asiste a la disgregación
continua de ese decorado. Y así es la unidad de acción que le parece dramática: piensa
confusamente que su soporte algún día puede faltarle, mientras que ella misma se siente
eternamente resucitable. En un decorado que ha renunciado a conmoverse y que
solamente piensa en caer en ruinas, la vida se inquieta y se agita por no saber más que
resucitar.
Es cierto que la piedra misma se muestra a veces agitada. En sus últimos
estados, como cascotes, granza, arena, polvo, ya no es capaz de cumplir su papel de
continente o de soporte de las cosas animadas. Desmontada del bloque fundamental
rueda, vuela, reclama un lugar en la superficie, y entonces toda vida retrocede lejos de
las sombrías extensiones donde alternadamente la dispersa y la reúne el frenesí de la
desesperación.
Señalaré por último, como un principio muy importante, que todas las formas de
la piedra, que representan todas ellas un estado de su evolución, existen
simultáneamente en el mundo. No hay en este caso generaciones, ni razas
desaparecidas. Los Templos, los Semidioses, las Maravillas, los Mamuts, los Héroes,
los Antepasados conviven todos los días con los nietos. Cada hombre puede tocar en
carne y hueso todas las posibilidades de ese mundo en su jardín. No hay concepción:
todo existe; o más bien, como en el paraíso, toda la concepción existe.

Si ahora quiero examinar con mayor atención uno de los tipos particulares de
piedra, la perfección de su forma, el hecho de que pueda agarrarlo y darlo vuelta en mi
mano, me hacen elegir el canto rodado.
Después de todo, el canto rodado sería precisamente la piedra en la época en que
comienza para ella la edad de la persona, del individuo, o sea de la palabra.
Comparado con el banco rocoso del que deriva directamente, es la piedra ya
fragmentada y pulida en un grandísimo número de individuos casi semejantes.
Comparado con la pequeña granza, podemos decir que por el lugar en el que está,
debido a que el hombre tampoco tiene la costumbre de darle un uso práctico, es la
piedra todavía salvaje, o al menos no doméstica.
Todavía por unos días sin significado en ningún orden práctico del mundo,
aprovechemos sus virtudes.

Traído un día por una de las innumerables carretas del oleaje, que desde
entonces, al parecer, ya sólo arrojan su vano cargamento para los oídos, cada canto
rodado descansa sobre el amontonamiento de las formas de su antiguo estado y de las
formas de su futuro.
No lejos de los lugares donde una capa de tierra vegetal todavía cubre a sus
enormes ancestros, debajo del banco rocoso donde se realiza el acto de amor de sus
parientes inmediatos, tiene su sede en el suelo formado por el grano de los mismos,
donde la ola excavadora lo busca y lo pierde.
Pero esos lugares adonde el mar usualmente lo relega son los más inapropiados
para cualquier homologación. Sus poblaciones yacen ahí sólo para la extensión. Cada
cual se cree perdido porque no tiene número, y porque no ve más que fuerzas ciegas que
lo tengan en cuenta.
Y en efecto, en todas partes donde se posan semejantes rebaños, tapan
prácticamente todo el suelo, y sus espaldas forman un parque tan incómodo para el
apoyo del pie como para el de la mente.
Nada de pájaros. Briznas de pasto a veces surgen entre ellos. Los recorren
lagartos, los contornean sin miramientos. En vez de medirlos, con sus saltos unas
langostas se miden entre sí. A veces unos hombres tiran distraídamente lejos a uno de
los suyos.
Pero esos objetos de la más baja estofa, perdidos sin orden en medio de una
soledad violada por los pastos secos, las algas, las boyas viejas y toda clase de desechos
de las provisiones humanas –imperturbables entre los remolinos más fuertes de la
atmósfera–, asisten mudos al espectáculo de tales fuerzas que corren a ciegas a su
sofocación por la persecución de todo más allá de toda razón.
Sin embargo, no atados a ninguna parte, se quedan en su lugar cualquiera sobre
la superficie. El viento tan fuerte como para desarraigar un árbol o demoler un edificio
no puede desplazar un canto rodado. Pero dado que hace volar el polvo alrededor,
resulta pues que a veces los fisgones del huracán desentierran alguno de esos hitos del
azar de sus lugares cualesquiera desde hace siglos bajo la capa opaca y temporal de la
arena.

Pero en cambio el agua, que vuelve resbaloso y comunica su cualidad de fluido a


todo lo que puede bañar completamente, a veces logra seducir a esas formas y
arrastrarlas. Porque el canto rodado recuerda que nació por el trabajo de ese monstruo
informe sobre el monstruo igualmente informe de la piedra. Y como su persona todavía
no puede ser acabada sino por la aplicación del líquido en varias ocasiones, por
definición le sigue siendo dócil para siempre.
Deslucido en el suelo, así como el día es deslucido con respecto a la noche, en el
mismo momento en que la ola lo recupera lo hace relucir. Y aunque no actúe en
profundidad y sólo penetre apenas el finísimo y muy apretado aglomerado, la
delgadísima pero muy activa adherencia del líquido provoca en su superficie una
modificación sensible. Parece que volviese a pulirla, y así cura ella misma las heridas
causadas por sus amores anteriores. Entonces, por un momento, el exterior de la piedrita
se parece a su interior: tiene en todo el cuerpo la mirada de la juventud.
Sin embargo, en la perfección su forma soporta los dos ambientes. Permanece
imperturbable en el desorden de los mares. Tan sólo sale más chico, pero entero y, por
así decir, también grande, porque sus proporciones no dependen de ningún modo de su
volumen.
Una vez salido del líquido, se seca de inmediato. Es decir que a pesar de los
monstruosos trabajos a los que fue sometido, la huella líquida no puede permanecer en
su superficie: la disipa sin ningún esfuerzo.
Por último, cada día más pequeño pero siempre seguro de su forma, ciego,
sólido y seco en lo profundo, su carácter consiste pues en no dejarse confundir, sino más
bien reducir por las aguas. De tal modo, cuando vencido finalmente pertenece a la
arena, el agua no penetra allí exactamente como en el polvo. Conserva entonces todas
las huellas, excepto precisamente las del líquido, que se limita a poder borrar en él
justamente las que dejan los otros, y deja pasar a través suyo todo el mar, que se pierde
en su profundidad sin poder hacer con él de ninguna manera barro.

No diré más, porque esta idea de una desaparición de signos me lleva a pensar
en los defectos de un estilo que se basa demasiado en las palabras.
Tan sólo demasiado feliz por haber podido elegir para estos comienzos el canto
rodado: porque un hombre ingenioso no podrá más que sonreír, aunque sin dudas se
sentirá afectado, cuando mis críticos digan: “Habiéndose propuesto escribir una
descripción de la piedra, se petrificó”.22

22
En el original, s’empêtra, que el autor usa por su posibilidad de asociación sonora con lo “pétreo”,
pero que significa literalmente “se enredó” [T.].
PROEMIOS
Todo sucede (o al menos lo imaginé a menudo) como si desde que empecé a
escribir estuviese corriendo, sin el menor éxito, “detrás” de la estima de una persona
determinada.
Dónde se ubica esta persona, o si merece o no mi persecución, no importa.
Sobre De parte de las cosas, me pareció que había pensado sobre todo que los
textos de esa compilación daban cuenta de una infalibilidad un tanto limitada.23
Le mostré entonces estos Proemios: me daban algo de vergüenza, pero al menos
creía que debían destruir esa impresión (de infalibilidad).
Les reprochó enseguida el temblor de certidumbre que parecía afectarlos.
¡Por desgracia! Había entonces ahí algo que se volvía muy grave y casi
redhibitorio. Sin duda, lo sintió, porque redoblando prontamente sus rigores me hizo
partícipe de su consternación “al pensar en todos aquellos para quienes este librito
podía volverme ridículo u odioso”.
A partir de entonces, me decidí. Pensé: “Ya no me queda más que publicar (ya
no podía volver atrás) este amasijo para mi vergüenza, para merecer por este mismo
gesto la estima de la que no puedo prescindir”.
Vamos a ver… Pero como ya no me hago demasiadas ilusiones, volví a partir
hacia otro lugar con nuevos bríos

23
Alusión a los juicios de Jean Paulhan en su correspondencia con Ponge. En este prefacio, que
reproduce pasajes de esa correspondencia, se alude también a la condena del mismo Paulhan sobre la
posible publicación de los Proemios [T.].
I

NATARE PISCEM DOCES24

24
Proverbio latino que significa: “Le estás enseñando a nadar a un pez”, y significa que se le quiere
enseñar algo a un experto en la materia [T.].
Memorándum

Es sorprendente que pueda olvidar, que olvide tan fácilmente y en cada ocasión
por tanto tiempo, el único principio a partir del cual se pueden escribir obras
interesantes, y escribirlas bien. Sin duda, es porque nunca supe definirlo claramente, en
fin, de una manera representativa y memorable.
De vez en cuando se produce en mi mente, es cierto que no como un axioma o
una máxima: es como un día soleado después de mil días oscuros, o más bien (ya que se
relaciona menos con la naturaleza que con el artificio, y más exactamente aún con un
progreso del artificio) como la repentina luz de una lámpara eléctrica en una casa hasta
entonces iluminada a kerosén… Pero donde al día siguiente se hubiesen olvidado de que
la electricidad acaba de ser instalada, y volvieran a llenar trabajosamente los faroles, a
cambiar las mechas, a quemarse los dedos con los vidrios, y a estar mal iluminados…
“Primero hay que decidirse a favor de la propia mente y del propio gusto.
Luego hay que tomarse el tiempo y el valor de expresar todo nuestro pensamiento
acerca del tema elegido (y no sólo conservar las expresiones que nos parezcan brillantes
o típicas). Por último, hay que decirlo todo simplemente, fijándose como meta no los
atractivos, sino la convicción.”
1935
El futuro de las palabras

Cuando en las cortinas del día, en los nombres comunes que cubren nuestra
morada de lectura ya no se reconozca gran cosa excepto desde afuera por ahí nuestras
iniciales brillando como alfileres metálicos sobre un monumento de tela,
Un culo se elevará a los cielos contra las frazadas, soplará el viento por un
escape compensador del fundamento, los bosques del bajo vientre se frotarán contra la
tierra, hasta que en la rodilla del Oeste se desabroche el último favor diurno:

¡El cuerpo del bello oscuro fuera de la sábana de palabras entonces totalmente
descubierto, listo como un tazón para beber de la teta de la madre de Hércules!25
1925

25
Según una tradición, para volverse inmortal Hércules debía mamar del seno de Hera, a la que lastimó
por chupar demasiado fuerte. La vía láctea habría surgido del chorro de leche que brotó entonces de la
“teta” de la diosa, que no era la madre sino la madrastra de Hércules [T.].
Prefacio a los “zapatos”26

Lo que escribo ahora tal vez tenga su propio valor: no lo sé en absoluto. Debido
a mi condición social, ya que estoy obligado a ganarme la vida por lo menos durante
doce horas por día, no podría escribir algo muy distinto: dispongo de alrededor de
veinte minutos a la noche antes de ser invadido por el sueño.
Además, si tuviese tiempo, me parece que no me gustaría trabajar mucho y en
varias ocasiones sobre el mismo tema. Lo que me importa es captar un nuevo objeto
casi todas las noches, extraer de él a la vez un goce y una lección; me instruyo y me
divierto así, en fin: a mi manera.
Estoy muy contento cuando un amigo me dice que le gusta uno de estos escritos.
Pero creo que son cosas muy pequeñas. Mi ambición era diferente.
Durante años, cuando disponía de todo mi tiempo, me planteé las cuestiones más
difíciles, inventé todas las razones para no escribir. La prueba de que sin embargo no
perdí mi tiempo consiste justamente en que a veces puedan gustar estas pequeñas cosas
que escribo ahora sin forzar mi talento, e incluso con facilidad.
1935

26
Este texto debía prologar una serie de escritos, varios incluidos luego en De parte de las cosas, que no
se publicaron como tales y que tenían el título de Sapates, término arcaico encontrado por Ponge en el
diccionario Littré, que el mismo Littré hace derivar supuestamente del español “zapato”, “como los
zapatos que en Navidad se dejan en la chimenea” para los regalos. Ponge citaba en ese proyecto de libro
la definición del término en dicho diccionario: “Regalo apreciable, ofrecido envuelto en otro que lo es
mucho menos, por ejemplo, un limón que contiene adentro un diamante”. Littré también ofrece esta
otra acepción: “Nombre de una especie de fiesta usual entre los españoles, los días 5 de diciembre, en
vísperas de San Nicolás, y que consiste en hacer regalos a los amigos sin que ellos sepan de dónde
provienen”. En los diccionarios de la lengua española, incluso en los de autoridades del siglo XVIII, no
figuran estos usos [T.].
Opiniones políticas de Shakespeare

Por increíble que pueda parecer el hecho, un día (y pasó) se pudo comprobar una
determinada correlación entre la reposición de Coriolano en el Teatro Francés y el
levantamiento del 6 de febrero.27
Mientras que acerca de dicha puesta en escena se oyó decir en todas partes que
la obra es una apología del poder personal (y hacía ya varios años que Léon Blum había
considerado que debía buscar excusas para las opiniones antidemocráticas de
Shakespeare)28, sin duda que es bueno recordar las siguientes frases, puestas en boca de
Casio en Julio César (acto I, escena II):
“¿De qué alimentos se nutre entonces este César para haberse vuelto tan grande?
¡Qué vergüenza para nuestra época! ¿Qué generación hubo desde el diluvio universal
que sólo haya podido enorgullecerse de un solo hombre? Y en este caso podemos llamar
a Roma un desierto puesto que la habita un solo hombre.”
E incluso las siguientes de Coriolano, que aclaran toda la obra cuyo tono es,
entre Troilo y Crésida y Julio César, el de una tragicomedia:
“Era un hombre y se convirtió en dragón; tiene alas, ya no toca la tierra. La
amargura impresa en su rostro bastaría para arruinar una vendimia… Su voz se parece al
sonido de una campana fúnebre y su murmullo al ruido de una batería.”
Para seducirnos con la dictadura habrá que encontrar otra cosa.
Como sospechábamos.
1934

27
Coriolano era representada por la Comedia Francesa desde el 9 de diciembre de 1933. La amarga
descripción del pueblo romano y de sus representantes que hace allí Shakespeare se puso en relación
con la crisis del parlamentarismo francés. El gobierno reaccionó y destituyó al administrador del teatro
el 3 de febrero de 1934. La multitud se agolpó en las siguientes funciones, que dieron lugar a agitadas
manifestaciones antigubernamentales; tras los alzamientos del 6 de febrero, el gobierno restituyó al
director del teatro pero exigió que sacaran de escena la obra, que no volvió a montarse hasta el 12 de
marzo [T.].
28
Acerca de una representación de Coriolano del 21 de abril de 1910, que ya había suscitado polémicas,
Blum admitía que “en las descripciones de lo que fue la plebe de Roma para Shakespeare hay dureza y
crueldad”; pero también decía que en su época “era difícil ser demócrata”. Para ver su reseña completa,
Blum, Léon, Au théâtre: réflexions critiques, Ollendorf, París, 1910 [T.].
Testimonio

Un cuerpo fue puesto en el mundo y mantenido durante treinta y cinco años


sobre los que ignoro casi todo, presente sin cesar deseando un pensamiento que sería mi
deber sacar a la luz.

Así, a la densidad de las cosas no se le opone más que una exigencia mental, que
todos los días vuelve más costosas las palabras y más urgente su necesidad.

No importa. La actividad resultante es la única en que llegan a ponerse en juego


todas las cualidades de esta construcción asombrosa, la persona, a partir de la cual todo
se ha vuelto a poner en cuestión y a la que tanto parece costarle aceptar francamente su
existencia.
1933
La forma del mundo

En primer lugar, tengo que confesar una tentación absolutamente atractiva,


persistente, característica, irresistible para mi mente.
Consiste en darle al mundo, al conjunto de las cosas que veo o que concibo
mediante la vista, no como lo hacen la mayoría de los filósofos, y como sin duda sería
razonable, la forma de una gran esfera, una gran perla, suave y nebulosa, como
brumosa, o por el contrario cristalina y límpida, cuyo centro, como dijo uno de ellos,
estaría en todas partes y su circunferencia en ninguna, ni tampoco la forma de una
“geometría en el espacio”, un inconmensurable damero, o una colmena de innumerables
alveolos unas veces vivos y habitados, otras muertos y desafectados, como ciertas
iglesias que se convirtieron en depósitos o cocheras, como ciertas caparazones antaño
adheridas a un cuerpo móvil y voluntario de molusco, que flotan vaciadas por la muerte,
y no alojan más que agua y un poco de arena fina hasta el momento en que un ermitaño
las elija como habitáculo y se les pegue con la cola, ni siquiera un inmenso cuerpo de la
misma naturaleza que el cuerpo humano, tal como se podría imaginar también
considerando en los sistemas planetarios el equivalente de los sistemas moleculares y
comparando lo telescópico con lo microscópico.
Sino más bien, de manera totalmente arbitraria y en cada ocasión, la forma de las
cosas más particulares, las más asimétricas y contingentes por reputación (y no sólo su
forma sino todas sus características, sus particularidades de color, de perfume), como
por ejemplo una rama de lilas, una langosta en el acuario natural de piedras de la
escollera de Grau-du-Roi, una toalla de manos en mi baño, un agujero de cerradura con
una llave adentro.
Y con razón sin duda se pueden burlar de mí o reservarme un lugar en los asilos,
pero en esto consiste toda mi alegría.
1928
Paso y salto

Una vez llegado a cierta edad, uno se da cuenta de que los sentimientos que le
parecían el resultado de una franqueza absoluta superan la rebeldía ingenua: la voluntad
de poder cumplir todos los papeles, y una preferencia por los papeles más comunes
porque te disimulan mejor, coinciden peligrosamente con aquellos a los que conducen
su apatía o su bajeza a todos los burgueses cerca de los treinta.
Entonces la rebeldía más ingenua resulta de nuevo meritoria.
Pero, ¿acaso desde el estado mental en que uno se encuentra por decidir no
considerar más las consecuencias de sus actos no se corre el riesgo de deslizarse pronto
e imperceptiblemente hacia aquel en que no se tiene en cuenta ningún futuro, ni siquiera
inmediato, en el que ya no se intenta más nada, en el que uno se deja llevar? Y si por lo
menos fuese uno mismo el que se dejara llevar, pero son los otros, las niñeras, la
sabiduría de las naciones, toda esa mayoría en el interior de nosotros que nos hace
parecernos a los demás, que sofoca la voz de lo más apreciable.
Y sin embargo, ya lo sé, todo puede virar de inmediato a lo peor, como la muerte
en un lapso muy breve si decido un nuevo desprendimiento, una vida libre, sin tener en
cuenta ninguna consecuencia. Por mala suerte, por amor al riesgo –y todo lo que se
desencadena a cada momento en la calle… ¡Quién sabe lo que voy a desear! ¡Qué
fantasía me hará su presa, qué fuerza me va a arrastrar!
Pero en fin, si ponerse así a disposición de la propia mente, a merced de nuestros
impulsos morales, si seguir siendo capaz de todo es seguramente lo más difícil, requiere
el mayor coraje, tal vez no sea una razón suficiente para convertirlo en nuestro deber.
¡Abajo el mérito intelectual! Éste sigue siendo un grito de revuelta aceptable.
Pero no quisiera quedarme ahí –y más bien preconizaría el embrutecimiento con
un abuso de técnica, cualquiera; por supuesto, preferentemente la del lenguaje o
RETÓRICA.
¿Qué tiene de sorprendente en efecto que aquellos que farfullan, que cantan o
que hablan le reprochen a la lengua que no pueda hacer nada propio? Abstengámonos
de sorprendernos. Ya no se trata tanto de hablar sino de cantar. “¿Qué es la lengua?,
leemos en Alcuino. Es el látigo del aire.”29 Podemos estar seguros de que producirá un
sonido si se la concibe como un arma. Se trata de convertirla en instrumento de una

29
Alcuino de York, teólogo, filósofo y gramático anglosajón, nacido en York cerca de 735 y muerto en
804 en Tours [T.].
voluntad sin compromiso –sin vacilación ni murmullo. Tratada de cierta manera, la
palabra es seguramente una manera de castigar.

1927
Concepción del amor en 1928

Dudo que el verdadero amor implique deseo, fervor, pasión. No dudo que sólo
pueda NACER de una disposición a aprobar lo que sea, luego de una entrega amistosa
al azar o a los usos del mundo, para conducirnos a tales o cuales encuentros; VIVIR
sólo de una aplicación extrema en cada uno de esos encuentros para no molestar al
objeto de sus miradas y dejarlo vivir como si nunca nos hubiese encontrado;
SATISFACERSE sólo con una aprobación tan secreta como absoluta, una adaptación
tan total y tan detallada que nuestras palabras traten para siempre a todo el mundo como
lo trata ese objeto por el lugar que ocupa, sus semejanzas, sus diferencias, todas sus
cualidades; MORIR finalmente sólo por el efecto prolongado de esta supresión, esta
desaparición completa ante sus ojos –y también por el efecto de la entrega confiada al
azar de la que hablé al comienzo, que nos conduzca a tales o cuales encuentros o que
igualmente nos separe de ellos.
1928
Modos de la mirada

Hay una ocupación reservada en todo momento al hombre: es la mirada-tal-


como-se-la-habla, la observación de aquello que lo rodea y de su propio estado en
medio de aquello que lo rodea.
De inmediato reconocerá la importancia de cada cosa, y la muda súplica, las
mudas instancias que hacen que se las mencione, por su valor y por sí mismas –fuera de
su valor de significación habitual– sin opción y no obstante con medida, ¿con qué
medida?: la suya propia.
1927
Ola

Ola, quieres para andar una piedra en suelo opaco


que al lustrar en tu fuente al primer paso pierdes.
1928
La modificación de las cosas por la palabra

El frío, tal como se lo nombra después de haberlo reconocido en otros efectos


alrededor, entra en la ola, que es reemplazada por el hielo.

Igualmente los ojos, de pronto, se acomodan a una nueva extensión: por un


movimiento de conjunto llamado atención, mediante el cual un nuevo objeto es fijado,
se capta.

Es el resultado de una espera, de la calma, un resultado al mismo tiempo que un


acto: en una palabra, una modificación

A una ola igualmente, a un conjunto informe que colma su contenido, o por lo


menos que enlaza hasta cierto nivel su forma –por efecto de la espera, de una
acomodación, de una especie de atención de igual naturaleza además, puede entrar
aquello que ocasionará su modificación: la palabra.

La palabra sería pues para las cosas mentales su estado de rigor, su manera de
mantenerse en pie fuera de su continente. Una vez comprendido esto, tendremos el
tiempo, y el placer, de estudiar con calma, minuciosamente, con aplicación sus
cualidades enumerables.

La más notable y que salta a la vista es una especie de crecimiento, de aumento


de volumen del hielo con respecto a la ola, y la fractura, por parte de ésta, del continente
que antes fuera forma indispensable.
1929
Justificación nihilista del arte

Esto fue lo que Séneca me dijo hoy:

Supongamos que la meta fuera la aniquilación total del mundo, del hábitat
humano, las ciudades y los campos, las montañas y el mar.

Pensamos primero en el fuego, y consideramos a los conservadores como


bomberos. Les reprochamos que apaguen el fuego sagrado de la destrucción.

Entonces, para intentar anular sus esfuerzos, como tenemos un espíritu absoluto
nos aferramos a nuestro “medio”: procuramos prenderle fuego al agua, al mar.

Hay que ser más traicionero aún. Es preciso poder traicionar incluso nuestros
propios medios. Abandonar el fuego, que no es más que un instrumento brillante, pero
ineficaz contra el agua. Ingresar hipócritamente a los bomberos. Y con el pretexto de
ayudar a apagar un fuego destructor, destruirlo todo bajo una catástrofe de agua.
Inundarlo todo.

La meta de la aniquilación será alcanzada, y los bomberos se ahogarán ellos


mismos.

Así, ridiculizamos las palabras mediante la catástrofe –el simple abuso de las
palabras.
1926
Drama de la expresión

Mis pensamientos más queridos son ajenos al mundo, por poco que los exprese
parecen serle ajenos. Pero si los expresara por completo, podrían volverse comunes.

¡Por desgracia! ¿Puedo hacerlo? Me parecen ajenos también a mí. Dije bien: los
más queridos…

Una serie (extravagante) de referencias a las ideas, luego a las palabras, luego a
las palabras, luego a las ideas.
1926
Fábula

Con la palabra con empieza entonces este texto


cuya primera línea dice la verdad,
pero, ¿acaso puede tolerarse
el azogue debajo de una y otra?
Querido lector ya puedes juzgar
con esto nuestras dificultades…

(DESPUÉS de siete años de desgracias


ella rompió su espejo.)
El paseo en nuestros invernaderos

Oh, drapeados de palabras, ensamblajes del arte literario, oh macizos, oh


plurales, jardines de vocales coloridas, decorados de renglones, sombras de la letra
muda, soberbios bucles de las consonantes, arquitecturas, adornos de los puntos y de los
signos breves, ¡ayúdenme! Ayuden al hombre que ya no sabe bailar, que ya no conoce
el secreto de los gestos, y que ya no tiene la valentía ni la ciencia de la expresión directa
por medio de los movimientos.

Sin embargo, gracias a ustedes, reservas inmóviles de impulsos sentimentales,


reservas de pasiones sin duda comunes a todos los civilizados de nuestra Época, quiero
creer que pueden comprenderme, que soy comprendido. Concéntrense, relajen sus
capacidades, y que la elocuencia en la lectura imprima tantos trastornos y deseos,
puestas en marcha, estímulos, como el micrófono más sensible en el oído del oyente. Un
aparato, pero profundamente sensible.

Divina necesidad de la imperfección, divina presencia de lo imperfecto, del vicio


y de la muerte en los escritos, vengan también en mi ayuda. Que la impropiedad de los
términos permita una nueva inducción del humano en medio de signos ya demasiado
apartados de él y demasiado resecos, demasiado pretenciosos, demasiado presuntuosos.
Que todas las abstracciones sean corroídas internamente y como fundidas por el secreto
calor del vicio, causado por el tiempo, por la muerte y por los defectos del genio. Por
último, que no podamos creer con certeza en ninguna existencia, en ninguna realidad,
sino tan sólo en algunos profundos movimientos del aire al paso de los sonidos, en
alguna asombrosa decoración del papel o del mármol por el trazo del estilo.

Oh huellas humanas de brazos extendidos, oh sonidos originales, monumentos


de la infancia del arte, casi imperceptibles modificaciones físicas, CARACTERES,
objetos misteriosos perceptibles sólo mediante dos sentidos y sin embargo más reales,
más simpáticos que signos –quiero acercarlos a la sustancia y alejarlos de la cualidad.
Quiero hacer que los amen por ustedes mismos antes que por sus significados. Y
elevarlos finalmente a una condición más noble que la de simples designaciones.
1919
Natare piscem doces

P. no quiere que el autor salga de su libro para ir a ver cómo funciona afuera.30

¿Pero en qué momento se sale? ¿Hay que escribir todo lo que se piensa acerca de
un tema? ¿No se sale ya al hacer otra cosa acerca de ese tema que no sea escritura
automática?
¿Quiere decir que el autor debe permanecer en el interior y deducir la realidad de
la realidad? ¿Descubrir algo excavando, picando las paredes de la caverna? En fin,
¿acaso el libro, al contrario que la estatua que se desprende del mármol, es una
habitación que uno abre en la piedra, para quedarse adentro?

Pero entonces el libro, ¿será la habitación o los materiales desechados? Y


además, ¿no habremos vaciado la habitación como quien hubiera desprendido la estatua,
según su gusto, que es totalmente exterior, que viene de afuera y con mil influencias?
No, no hay ninguna disociación posible entre la personalidad creadora y la
personalidad crítica.

Aun cuando diga todo lo que se me pasa por la cabeza, eso ha sido trabajado en
mí por toda clase de influencias externas: una verdadera rutina.

Esa identidad del espíritu creador y el crítico se comprueba además con el


“ANCH’IO SON’ PITTORE”: es delante de la obra de otro, por lo tanto como crítico,
que uno se reconoce creador.

Me parece que lo más inteligente es revisar la propia biografía, y corregirla


acentuando algunos rasgos y generalizando. En suma, anotar determinadas asociaciones
de ideas (lo que no se puede hacer perfectamente sino en uno mismo) y luego corregir

30
Se refiere a Jean Paulhan, amigo de Ponge, quien le había criticado en una carta la mezcla de la crítica
y la obra creativa en los borradores de estos Proemios [T.].
eso, muy poco, poniéndole título, falseando levemente el conjunto: ahí está el arte. Cuya
eternidad sólo resulta de la indiferencia.

Y todo esto no sólo es válido para la novela, sino para todas las clases posibles
de escritos, para todos los géneros.

El poeta nunca debe proponer un pensamiento, sino un objeto, es decir que aun
al pensamiento debe hacerlo asumir una pose de objeto.

El poema es un objeto de goce propuesto al hombre, hecho y ofrecido


especialmente para él. Tal intención no debe fallarle al poeta.

Es la piedra de toque del crítico.

Hay reglas para complacer, una eternidad del gusto, debido a las categorías de la
mente humana. Pienso pues en las más generales de esas reglas, en ARISTÓTELES.
Por cierto, en cuanto a la metafísica y en cuanto a la moral, prefiero a PIRRÓN o a
MONTAIGNE, como es sabido, pero está claro que pongo la estética en otro nivel, y
que al practicar las artes, podría decir que por debilidad o por vicio, reconozco en ese
punto solamente reglas empíricas, como una terapéutica de la intoxicación.
1924
El águila común

–Porque yo bajé entre ustedes…


–¡Hola! ¡Viva! Te escuchamos.
–Éste es el efecto de la primera conjunción. ¡Oh palabra! Oh movimiento
lamentable de mis alas, ¿adónde, con qué vergüenza, a qué baja región no me conduces?
¿Adónde no bajaré? Cada sílaba me entorpece, enturbia el aire, de caída en caída.
“¿Dónde estás, pájaro puro? Ya no soy yo. Qué mal. No puedo parar de hablar,
de bajar. ¡Oh red inextricable! Cada esfuerzo se suma a mi cadena. Todo está perdido.
¡Oh, ya basta! ¡Que vuelva a remontar espacios del silencio! Pero no. Todos ustedes
hablan. ¿Quién habla? ¡Somos nosotros! ¡Oh confusión! Los veo a todos. Me veo en
todos. Espejos por todas partes.”

Así habla el águila común.


1923
Lo imperfecto
o
Los peces voladores

La escena se sitúa encima del agua

Personajes:31 APIO Espíritus de lo imperfecto.


P VOSCA Apariciones de peces voladores,
I PASKO o del mismo: PISCAVIO.
S POSKI
C VASCO
A IOPA
V
I
O

APIO

“¡Sí, sí, presente! Es hermoso, se siente bien.


Pero enseguida huye: perfecto, perfecto, abandono su persecución.
¿Qué quieren? Un soñador…”

VOSCA

“Esas cabecitas que vuelan tan alto, tan rápido, son imbéciles.
Yo soy humano: me siento retenido por todo lo que olvido.
Quisiera, si me permiten, mediante lentos rodeos, describir en el aire todo mi
pensamiento.”

PASKO

31
Estas bocas no pueden hablar sino en el presente (encima del agua) y no pueden hablar sino del
pasado (debajo del agua). Por lo tanto, sólo hablan en imperfecto o imperfectamente.
“Yo estaba, yo estaba justo espesando el aire sin huellas. Mis semejantes
callaban. Por dos grandes heridas abiertas en sus gargantas respiraban mal. Sus brazos
permanecían soldados al busto, sólo las manos batían débilmente en las caderas.
Sin embargo, cuando empezaban a moverse, ¡qué vivacidad singular en los
pasajes vegetales, qué naturalidad de común acuerdo en las idas al cielo!
Ninguna voz llegaba de ellos, aun con la más extrema lentitud.”

POSKI

“Naturalmente, había potros32 encabritados en las ramas, carros articulados para


escalar las rocas.
Un viento fuerte me empujaba lentamente, circulaba a través de las capas del
cielo, donde se agitaban parques colgantes, que en el barrio de las nubes inmuebles a
veces tapaban las escaleras, los monumentos rocosos.
Nuestros semejantes se escondían ahí, se quedaban con los ojos de par en par.
Cuando lo pienso sin dudas Venus nacía en otra parte.”

VASCO

“¿Inferior, superior? ¿Quién se atreverá a firmar?


En este nivel las palabras extrañan los espacios del silencio sin que se le
parezcan.
¡Desgraciadamente! Mi ala es imperfecta, dejemos ya esta fantasía imposible.”

IOPA

“Díganme: ¿el Recuerdo se Presenta en el Imperfecto, el Hábito Marino,


Piscavio tal vez?
–Ya no.”
1924

32
En el original, poulain, que literalmente significa “potro” pero que también se usa para designar a un
“pupilo” o “protegido” o “discípulo” de alguien, e incluso etimológicamente deriva del latín puer
(“niño”) [T.].
Notas de un poema
(sobre Mallarmé)

El lenguaje sólo se niega a una cosa, a hacer tan poco ruido como el silencio.
La ausencia se manifiesta también por los jirones (cf. Rimbaud). Mientras que
cualquier tipo de signos, salvo quizás los de la ausencia, nos dejan ausentes.
Mallarmé no es de los que piensan introducir el silencio en las palabras. Tiene
una elevada idea del poder del poeta. Trasluce el ruido mediante el ruido.
No desalienta a nadie del orden, de la locura.
Encarceló el tesoro de la justicia, de la lógica, de todo lo adjetivo. Los
magistrados de esas artes volverán a pasar más tarde.

Momentos en que los proverbios ya no bastan. Después de determinada


enfermedad, determinado tumulto, miedo, trastorno.
A los que no quieren más argumentos, los que ya no se contentan con proverbios
en fusión, con armas de encierro mutuo, Mallarmé les ofrece una maza tachonada de
expresiones-fijas para dar el golpe-de-superioridad.
Creó una herramienta antilógica. Para vivir, para leer y escribir. Contra el
gobierno, los filósofos, los poetas-pensadores. Con la dureza de su materia lógica.
Esgrimiendo a Mallarmé, el primero que se quiebra es un discípulo de vidrio
soplado.
Cada deseo de expresión llevado a su maximidad.
Poesía no es capricho si ahí el menor deseo se torna máxima.
No la idea a toda costa, no la belleza a toda costa, su forma reconocida, sino lo
que merece a la vez los elogios del espíritu de búsqueda y los elogios del espíritu de
descubrimiento.
Hay tanto azar de apetencia como azar de imaginación. Tanto azar de “hay que
vivir” como azar de “no se puede vivir”.
Liberación no de la imaginación, del sueño, del flujo de ideas, sino liberación de
la apetencia, del deseo de vivir, de cada capricho de expresión.
Necesidad puramente cristalina, puramente de formación.
Cualquier azar elevado al rango de fijeza. Proverbios de lo gratuito. Locura,
capaz de victoria en una discusión práctica.
Más adelante se llegará a usar a Mallarmé como proverbios. En 1926, todavía no
se ha usado mucho. Salvo mucho por los poetas, para hablarse a sí mismos. Se lo ha
nombrado y seguirá siendo para el literato una base de atributos.
Malherbe, Corneille, Boileau querían más bien decir “certeramente”. La poesía
de Mallarmé viene a decir simplemente “Sí”. “Sí” a sí misma, a él mismo, cada vez que
lo desea.
Poeta, no para expresar el silencio.
Poeta para tapar las otras voces sorprendentes del azar.
1926
La deriva del sabio

Porque uno está solo en su isla (solo con la sombra de su sabio), actor maníaco
de señales que nadie observa, ¿será siempre diciendo: “Piedad, miren mi torpeza”,
como habrá que tratar de hacerse entender?

¡No! (la deriva de mi sabio está lista). Estoy quemando mi última provisión de
orgullo –¡en vez de alimentarme de él unas horas más!

¡Le prenderé fuego a mi isla! ¡No solamente a la vegetación! ¡Pondré al rojo


vivo hasta las piedras! ¡Hasta lo inhabitable! ¡Tal vez encienda un sol!

“¡El Verbo es Dios! ¡Yo soy el Verbo! ¡No existe más que el Verbo!”

(La deriva de la sombra, en el bote, siempre está lista, lista para lanzarse de la
orilla.)
1925
Pélagos33

El desastre se pinta al amanecer


en el puente del barco de rescate
y el rostro de los hombres
a punto de hablar.

La tierra, los bolsillos llenos de piedritas,


en la línea de las olas
protesta en nombre del cielo
que ella reniega del hombre.

Éste no ve sino cortezas, cáscaras,


vergonzosos fragmentos de máscaras que se doblan,
y decide abortar la Memoria
madre de las Musas.

33
En griego: “alta mar, piélago”, aunque también “peligro, desgracia”, sentido que se relaciona con la
expresión “un mar de dificultades, de males”, que ya existía en lengua griega [T.].
La antecámara

Presente en algún juego donde la sombra tolerada


fuerte en preguntar sólo responde con monstruos
recibe a un visitante que te hará más extraña
y con frente rebelde activará tu juego.
Muestra que sabes bien los modales del trato
y con tu puerta abierta para que no se alejen
huésped fallido no te olvides de prometer
un fulgor repentino entre tus cuatro paredes.
Invierno de 1925-1926
El árbol joven

Tu rosa distraída, traicionada


por un entorno de insectos
muestra en su vestido abierto
un corazón demasiado usurpado.

Por esa manzana te alquilan


y qué te importa cualquier niño
hazte tú mismo agitador
y prívate del fruto y de la flor.

Aunque todavía malentendido


y quizá un poco breve contra ellos
¡habla! Erguido frente a tus padres

poeta vestido de árbol


habla, habla contra el viento
autor de un fuerte razonamiento.
Invierno 1925-1926
Caprichos de la palabra

En primer lugar, lo que anoté súbitamente fue lo siguiente:


“Distraída e incluso traicionada por mil vuelos de insectos, cada
muchacha merece apenas un vistazo, con su concha negra siempre demasiado
usurpada.
Cualquier muchacho vestido como un árbol con rectángulos de tela me
parece mucho más simpático, porque sólo piensa en las entradas dramáticas de
las brisas en el jardín.”

No era sino la expresión de una opinión, excesivamente huraña.

Luego durante varios meses me obstiné para obtener a partir de allí un


poema que sin dudas sorprendiera en principio al lector tan intensa o
agudamente como la Nota, pero finalmente y sobre todo que lo convenciera; que
se sostuviera por tantos lados que finalmente el lector crítico renunciara y
admirase. ¿Sería algo mejor? Era difícil.
Al fin, por cansancio, distraído además por otros mil pinchazos,
inyecciones de poesía, no me ocupé más del tema, muy deprimido por no haber
podido obtener sino lo que sigue:

Poema del árbol joven

Tu rosa distraída, traicionada


por un entorno de insectos
ofrece en su vestido abierto
un corazón demasiado usurpado

Por esa manzana te alquilan


pero qué te importa un niño
hazte tú mismo agitador
y prívate del fruto y de la flor.

Aunque todavía malentendido


y quizá un poco breve contra ellos
¡habla! Erguido frente a tus padres

muchacho vestido de árbol


habla, habla contra el viento
autor de un fuerte razonamiento.

Desde un principio había confiado mucho en las palabras. Hasta que una
especie de cuerpo me pareció que salía más bien de sus lagunas. Cuando lo pude
reconocer, fue al que saqué a la luz.
1928
Frases salidas del sueño

A: “Coriza auténtica, pipa, y burbujas de agua.”


B: “Camisa liviana… sed… (aquí una laguna)… el veneno se une a los
cuatro venenos. –DANTE.”

Estas frases fueron formadas por mí en sueños, donde me parecían


completamente bellas y significativas.
En cada caso me pareció que había encontrado como la piedra filosofal
de la poesía. Hacía falta que la sacara a la luz. La dificultad entonces consistía en
efectuar dos operaciones a la vez: 1° despertarme; 2° no perder la frase en el
camino. Exactamente igual que un guardavidas.

No conservaba las frases sino repitiéndolas a cada momento. Dicha


repetición no era para nada mecánica. Cada vez tenía que hacer un esfuerzo: al
mismo tiempo pronunciar firmemente cada palabra y sin embargo hacerlo con
bastante rapidez, porque parecía que las palabras se extinguían apenas las había
pronunciado. La desgracia era que los esfuerzos de esa repetición, al parecer, no
me dejaban ningún tiempo libre para la otra tarea, que era salir del sueño, volver
al día.
Pero si dejaba de repetir mi frase, ésta se hundía de nuevo ya sea íntegra,
ya sea de a pedazos, en un fondo oscuro, especie de representación del olvido.
Mientras que en el instante previo, cuando me parecía posible apresarla, estaba
en plena luz. (Habría pues un medio luminoso, un cielo del sueño.)
Entonces tenía que volver a sumergirme en mí mismo, es decir, volver a
dormirme más profundamente, y de algún modo esperar o a veces buscar. Se
habría dicho que era con una especie de patada en el fondo que las palabras
perdidas volvían, ascendían de nuevo a mi conciencia. Siempre debía esperarlas
un tiempo, el que les era necesario para llegar a rebotar en el fondo.

En fin, después de muchos esfuerzos, como se ha visto, logré sacar esas


dos frases, aunque la parte central de la frase B se hundió sin retorno.
En cuanto a la calidad de estas fórmulas, renuncio a intentar pronunciar
un juicio. ¿Por qué me parecieron tan bellas, tan decisivas?
Todo lo que se puede observar, según parece, es que en la primera (A)
están representadas todas las vocales. La segunda (B) se ha vuelto más rara
debido a que la consideraba no solamente digna de Dante, sino efectivamente
como una cita de este poeta –y sin embargo estaba muy orgulloso de ella.
1927
El parnaso

Me imagino a los poetas más en un lugar que a través del tiempo.

No considero que Malherbe, Boileau o Mallarmé me precedan, con sus


lecciones. Sino que más bien les concedo un lugar dentro de mí.

Y yo mismo no tengo otro sitio sino en ese lugar.

Me parece que basta con que me agregue a ellos para que la literatura
esté completa.

O más bien: para mí lo difícil es agregarme a ellos de tal modo que la


literatura esté completa.

… Pero basta con no ser nada más que yo mismo.


1928
Un peñasco

Día a día, la suma de lo que todavía no dije crece, se hace una bola de nieve,
proyecta una sombra sobre la significación para otros de la mínima palabra que
entonces intento decir. Porque para expresar una nueva impresión, aunque sea a mí
mismo, me refiero, sin poder obrar de otro modo, aunque tenga conciencia de esa
manía, a todo aquello que todavía no expresé por muy poco que sea.
A pesar de su riqueza y su confusión, todavía me encuentro bastante fácilmente
en el mundo secreto de mi contemplación y de mi imaginación, y aunque me aburra de
mis sensaciones, cada vez que penetro allí de nuevo, como en un bosque sofocante
donde a cada instante no puedo admirar todas las cosas a la vez y en todos sus detalles,
sin embargo gozo intensamente de muchas bellezas, y a veces incluso de su confusión y
de su imbricación.
Pero si trato de agarrar la lapicera para escribir solamente un pequeño bosquejo,
o de hablarle al respecto en voz alta a un camarada aunque sea un poco –a pesar del
trabajo agotador que me tomo y el esfuerzo que me cuesta expresarme lo más
sencillamente posible–, el papel de mi cuaderno o la mente de mi amigo reciben esas
revelaciones como una extraña y casi imposible piedra, de una “cualidad oscura” pero
sobre la cual “no pueden siquiera adquirir la menor impresión”.
Y sin embargo, como tal vez lo demuestre un día, el peligro no está en ese
bosque tan espeso sino en el bosque de mis reflexiones de orden puramente lógico,
donde además nadie en ningún momento ha sido introducido todavía por mí (ni a decir
verdad yo mismo con sangre fría o en estado de vigilia)…
¡Por desgracia!, también hoy retrocedo espantado por la enormidad del peñasco
que tendría que mover para destrancar mi puerta…
Invierno 1928-1929
Fragmentos de máscara

Nadie puede creer a qué calma dentro de la desesperación he llegado bajo la


corteza más común; allí nadie se reencuentra, porque no le proporciono el decorado ni
réplica alguna: yo hablo solo.

Tampoco nadie puede creer en el hueco absoluto de cada papel que interpreto.

Ya ningún interés más, ninguna importancia más: todo me parece fragmento de


máscara, fragmento de hábito, fragmento de lo común, para nada fundamental, cáscaras
de ajos.
1924
La muerte por vivir

“Padecemos la cosa más insoportable que existe. Tratan de taparnos de piojos,


larvas, orugas. Han poblado el aire de microbios (Pasteur). Ahora hay que beber y
comer en el agua pura.

Lo impreso se multiplica. Y hay personas que piensan que todo eso no pulula lo
suficiente, que hacen versos, poesía, surrealidad, que se añaden a eso.

Los sueños (parece que los sueños merecen entrar en danza, que más vale no
olvidarlos). Las reencarnaciones, los paraísos, los infiernos, qué más: ¡después de la
vida, todavía la muerte por vivir!”

1926
No hay que decir más

Aquel que revienta los ataúdes a taconazos de zapatos o con otra cosa es por
definición un ángel.
A este ángel –¿qué quieres que haga?– lo mando a la mier… como a los otros.
Rimbaud, Vaché, Loti, Dupneu, Barrès y France…34: no hay que decir más:
cuando se habla, se descubren los dientes.
Ven conmigo: prefiero besarte en la boca, amor de lector.
1929

34
Según parece, se alude a André Breton, con cuyas posiciones en ese momento discrepaba Ponge, así
como con el surrealismo en general. En un panfleto célebre de 1924, titulado Un cadáver, en el
momento del entierro de Anatole France, Breton había incluido en la misma denostación también a
Pierre Loti y a Maurice Barrès, fallecidos a pocos meses de distancia. Ponge añade los nombres de
Rimbaud y Jacques Vaché, venerados por los surrealistas, y un desconocido Dupneu (nombre cómico
pues podría traducirse como “De la goma”), con lo que parece aunar a burgueses e iconoclastas en el
mismo gesto [T.].
Mi árbol

Mi árbol en un siglo aún malentendido,


erguido en el bosque de las razones eternas
crecerá lentamente, se proveerá de hojas,
será reconocido tarde como los más grandes.

Pero entonces si hubiese tempestad o silencio,


contra el viento su voz tendrá cien argumentos,
y si parece agitado por nuevos tormentos,
más bien querrá librarse de su exceso de ciencia.
1926
Folletos repartidos por un fantasma

La fortuna de los poemas se parece mucho a la de los horóscopos irrisorios que


una clase magnífica de mensajeros deja en las mesas de los consumidores en las terrazas
de los bares.

Hojas rosas del arbusto “necesidad de dinero”, ese comercio es con mucho el
único honorable.

“Por otra parte, nadie está obligado a leer.” Con esta prueba los idiotas y los
brutos se hacen reconocer rápidamente. Ya sea que abran, no abran, lean, no lean, o
paguen sin haber leído, se creen que están dando limosna, mientras que a punto de
recobrar un aspecto serio para comprarle a un vendedor mucho mejor señalado por la
policía los innobles pasquines del Sentier35 o de otro lugar, de sus manos perezosas, de
esos magníficos simuladores, de esos fugitivos y desdeñosos informantes de bocas
cerradas, en la forma perfectamente vaga y decepcionante que les conviene,
evidentemente la están recibiendo.
1930

35
La mayoría de los periódicos de la prensa financiera tenían su sede en ese barrio de París, cercano a la
Bolsa [T.].
Los establos de Augías

El vergonzoso orden de cosas en París hace saltar los ojos, desfonda los oídos.
Cada noche, sin duda, en los barrios oscuros donde el tráfico cesa por unas
horas, se lo puede olvidar. Pero desde el amanecer se impone físicamente con una
precipitación, un tumulto, un tono tan excesivo que no puede quedar ninguna duda
sobre su monstruosidad.
Las ruedas de camiones y autos, los barrios que no alojan a nadie sino tan sólo
mercaderías o depósitos de empresas que las transportan, las calles donde la miel de la
producción corre a borbotones, donde nunca se trata de otra cosa, para nuestros amigos
de colegio que saltaron con ambos pies de la filosofía y de una vez por todas a los
aceites o el camembert, esa otra clase de hombres que no son conocidos sino por sus
colecciones, los que se matan por haberse “arruinado”, los gobiernos de oficinistas y de
comerciantes, vaya y pase, si no nos obligaran a participar, si no nos metieran a la
fuerza la cabeza ahí, si todo eso no hablara tan fuerte, si no fuera lo único que habla.
Por desgracia, para colmo del horror, dentro de nosotros mismos habla el mismo
orden sórdido, porque no tenemos a nuestra disposición otras palabras ni otras grandes
palabras (o frases, es decir, otras ideas) que aquellas que un uso diario en ese mundo
grosero prostituye desde la eternidad. Es igual que si nosotros fuéramos pintores que
sólo tuvieran a su disposición para mojar sus pinceles un mismo pote inmenso donde
desde la noche de los tiempos todos hubiesen tenido que diluir sus colores.
… Pero ya haber tomado conciencia de ello es casi haberse salvado, ya no queda
más que hartarse de imitaciones, de fardos, de rúbricas, de procedimientos, arreglando
las fallas según los principios del mal gusto, y por último tratar de hacer que aparezca la
idea en filigrana mediante estratagemas de esclarecimiento a través de ese agotador
juego de abusos mutuos. No se trata de limpiar los establos de Augías, sino de pintarlos
al fresco con su propia mierda: trabajo conmovedor y que requiere un corazón más
firme, más ingenio y perseverancia de los que se le exigieron a Hércules para su trabajo
de simple y grosera moralidad.
1929-1930
Retórica

Supongamos que se intenta salvar a algunos jóvenes del suicidio y a otros de


ingresar a la policía o a los bomberos. Pienso en los que se suicidan asqueados, porque
creen que “los otros” tienen demasiada injerencia en ellos mismos.
Podemos decirles: al menos denle la palabra a la minoría de ustedes mismos.
Sean poetas. Responderán: pero es entonces sobre todo, es sobre todo ahí cuando siento
a los otros en mí mismo, y cuando procuro expresarme no lo logro. Todas las palabras
están hechas y se expresan, pero no me expresan. También entonces me ahogo.
Es entonces que se vuelve útil enseñar el arte de resistir a las palabras, el arte de
no decir sino lo que se quiere decir, el arte de violentarlas y de someterlas. En resumidas
cuentas, fundar una retórica, o más bien enseñarle a cada uno el arte de fundar su propia
retórica, es una obra de salud pública.
Que salva a las únicas, las raras personas que vale la pena salvar: las que tienen
la conciencia y la preocupación y el asco por los otros dentro de sí mismas.
Las que pueden hacer avanzar el pensamiento y, hablando apropiadamente,
cambiar la faz de las cosas.
1929-1930
La mancha36

No puedo explicarme nada en el mundo sino de una sola manera: por la


desesperación. En ese mundo que no entiendo, del que no puedo aceptar nada, donde no
puedo desear nada (estamos demasiado lejos de lo que hace falta), me veo obligado
además a una determinada compostura, casi cualquiera, pero una compostura. Pero si le
supongo entonces a todo el mundo el mismo hándicap, se explica la compostura
incomprensible de todo ese mundo: por el azar de las poses a las que los fuerza la
desesperación.
Exactamente como en el juego de la mancha. En un solo pie, sobre cualquier
cosa, pero no en el suelo: hay que quedarse con el pido gancho, aun en equilibrio
inestable, cuando pasa el cazador. De lo contrario te tocan: entonces es la muerte o la
locura.
O como algún sorprendido que hace un gesto cualquiera: tal es nuestra suerte en
todo momento. En todo momento hay que responder algo cuando no comprendemos
nada de nada; decidir cualquier cosa cuando no contamos con nada; actuar sin ninguna
confianza. No hay tregua. Hay que “tener cara de nada”, seguir colgado del pido
gancho. ¡Y todo sigue! Cuando ya no tenemos ganas de jugar, no es gracioso. Pero
entonces todo se explica: el carácter idiota, descabellado, de todo en el mundo: aun los
tranvías, la escuela de Saint-Cyr37 y varias instituciones más. Algo ha cambiado, se fijó
allí súbitamente, al azar, perseguido por la desesperación. Oh, si bastara con tirarse al
suelo para dormir, para morir. ¡Si uno pudiera negarse a toda compostura! Pero el paso
del cazador es irresistible: es preciso, aunque no sepamos a qué fuerza obedecemos, es
preciso levantarse, saltar en un hueco, asumir posturas idiotas.
… Pero tal vez haya una posible pose que consiste en denunciar esta tiranía a
cada instante: nunca me volveré a levantar sino en la pose del revolucionario o del
poeta.
1929-1930

36
El título original, À chat perché, alude al juego infantil Le chat perché (“El gato encaramado”), donde
un jugador, el gato, debe perseguir y tocar a los demás, los ratones, que pueden salvarse
momentáneamente de ser “cazados” con alguna pose o tocando un objeto. Como en la mancha, el
ratón cazado se vuelve gato y le toca perseguir al resto [T.].
37
Prestigiosa escuela militar de enseñanza superior para la formación de oficiales [T.].
La ley y los profetas

“No se trata tanto de conocer como de nacer.38 El amor propio y la pretensión


son las principales virtudes.”

Las estatuas se despertarán un día en la ciudad con una mordaza de toalla entre
los muslos. Entonces las mujeres se arrancarán la suya y la tirarán a las ortigas. Sus
cuerpos, antes orgullosos de su blancura y de no tener salida veinticinco días sobre
treinta, dejarán ver la sangre manando hasta los tobillos: se mostrarán como belleza.
Así se les comunicará a todos, mediante la visión de una realidad un poco más
importante que la redondez o que la firmeza de los senos, el terror que invade a las niñas
la primera vez.
Toda idea de forma pura será definitivamente manchada.

Los hombres que corran ese día detrás del ómnibus perderán el paso y se
romperán la cabeza contra el pavimento.

Ese año habrá pájaros de Pascua.


En cuanto a los pescados de abril,39 se comerán sus filetes fríos a la vinagreta.
Entonces las palmas se alzarán, palmas antaño aplastadas por la procesión de los
asnos de Cristo.

De todos los cuerpos, pelados como porotos para bolsa de cocina, saldrá un brote
hacia arriba: la libertad, verde y bifurcada. Mientras que en el suelo se hundirán las
raíces, pálidas de emoción.

Luego llegará el verano, el profundo, el cálido equilibrio. Y ya no se distinguirá


ningún cuerpo. Más que un gran acopio como una cabellera, todos los violines en
concierto.

38
En francés, naître (“nacer”) está incluido en connaître (“conocer”) [T.].
39
Poisson d’avril (“pescado de abril”) es una expresión que se utiliza para las bromas hechas el 1° de
abril, cerca de Pascuas, aunque su origen es incierto; equivaldría a las del día de los Inocentes, o sea a la
exclamación: “¡Que la inocencia te valga!” [T.].
Todo entonces ondea. Todo salmodia intensamente estas palabras:
“No se trata tanto de una revolución como de una revolución y media. Y que
todo el mundo al fin se reúna en la cabeza.”
Una cabeza negra y terrible, llena de consecuencias como granitos en las
praderas.
Una queja, un alto rencor que ya no impresiona ningún sonido de trompetas que
toquen la dislocación de las flores.
1930
Razones para escribir

Convenzámonos: nos han hecho falta razones imperiosas para volvernos o para
seguir siendo poetas. Nuestro primer motivo fue sin duda el asco ante lo que nos
obligan a pensar y a decir, aquello en lo que nos fuerza a tomar parte nuestra naturaleza
de hombres.
Avergonzados por el acomodo de las cosas tal cual es, avergonzados por todos
esos grandes camiones que pasan en nosotros, por las fábricas, manufacturas, negocios,
teatros, monumentos públicos que constituyen mucho más que el decorado de nuestra
vida, avergonzados por la agitación sórdida de los hombres no sólo alrededor nuestro,
hemos observado que la Naturaleza en cierto sentido más poderosa que los hombres
hace diez veces menos ruido, y que la naturaleza dentro del hombre, quiero decir la
razón, no hace ruido en absoluto.
Pues bien, ¿no será que en nosotros queremos hacer oír la voz de un hombre?
Por cierto, en el silencio la oímos, pero en las palabras la buscamos: eso ya no es nada.
Son palabras. Ni siquiera: palabras son palabras.
¡Oh, hombres, informes moluscos, muchedumbre que sale a las calles, millones
de hormigas que los pies del Tiempo aplastan! La única morada que tienen es el vapor
común de su verdadera sangre: las palabras. Su propio rumiar los desalienta, a ustedes
respirar los ahoga. Su personalidad y sus expresiones se devoran entre sí. ¡Tales
palabras, tales costumbres, oh sociedad! Todo no es más que palabras.

II

Mal que les pese a las palabras mismas, dados los hábitos que en tantas bocas
infectas han contraído, hace falta cierta valentía para decidirse no solamente a escribir
sino incluso a hablar. Un montón de trapos viejos que no hay que tomar con pinzas, es
lo que nos dan para mover, sacudir, cambiar de lugar. Con la esperanza secreta de que
nos callaremos. Pues bien, aceptemos el desafío.
¿Por qué, considerándolo bien todo, un hombre así debe hablar? ¿Por qué los
mejores, se diga lo que se diga, no son los que han decidido callarse? Eso es lo que
quiero decir.
No les hablo sino a los que se callan (un trabajo de suscitación), sin perjuicio de
juzgarlos después por sus palabras. Pero si ni siquiera esto hubiese sido dicho, ¿habrían
podido creerme solidario de semejante orden de cosas?
Lo que no me importaría, si no supiera por experiencia que así me arriesgaría a
convertirme en ello.
Que hace falta a cada instante sacudirse el hollín de las palabras y que el
silencio en ese orden de valores es tan peligroso como posible.
Una sola salida: hablar contra las palabras. Arrastrarlas con uno a la
vergüenza adonde nos llevan de tal manera que se desfiguren. No hay ninguna otra
razón para escribir. Pero una vez concebida, ésta es absolutamente determinante y
conminatoria. Ya no podemos escapar de ella sino por una cobardía humillante que no
es de mi gusto tolerar.
1929-1930
Recursos ingenuos

Renace la mente, que podemos decir que primero se abisma en la contemplación


de las cosas (que sólo son naderías40), mediante la nominación de sus cualidades, de tal
modo que en su lugar son aquellas las que las proponen.
Fuera de mi falsa persona, remito mi felicidad a los objetos, a las cosas del
tiempo, cuando la atención que les presto los forma en mi mente como compost de
cualidades, de maneras-de-comportarse propias de cada uno de ellos, bastante
inesperadas, sin ninguna relación con nuestras propias maneras de comportarnos con
respecto a ellos. Entonces, oh virtudes, oh modelos posibles-de-repente, que voy a
descubrir, donde toda la mente de nuevo se ejercita y se adora.
1927

40
Ponge juega con la etimología del término rien (“nada”, “nadería”) que deriva del latín res (“cosa”)
[T.].
Razones para vivir feliz

A todos los poemas deberíamos poder ponerles este título: “Razones para vivir
feliz”. Al menos para mí, los que escribo son en cada caso como la nota que intento
registrar cuando de una meditación o de una contemplación brota en mi cuerpo el
destello de unas palabras que lo refresca y lo decide a vivir por unos días más. Si llevo
más lejos el análisis, veo que no hay otra razón para vivir sino porque primero están los
dones del recuerdo, y la facultad de detenerse para gozar del presente, lo que significa
considerar ese presente como quien considera por primera vez los recuerdos: es decir,
guardar el goce presunto de una razón en estado vivo o crudo cuando acaba de ser
descubierta en medio de circunstancias únicas que la rodean en el mismo segundo. Es el
motivo que me hace agarrar mi lápiz. (Entendiendo que sin dudas uno no desea
conservar una razón sino porque es práctica, como una nueva herramienta sobre nuestra
mesa.) Y ahora tengo que decir además que lo que llamo una razón les podrá parecer a
otros una simple descripción o un relato, o una pintura desinteresada e inútil. Y yo me
justificaría de este modo: Dado que la alegría me vino por la contemplación, el retorno
de la alegría bien puede serme dado por su descripción. Tales retornos de la alegría,
esos refrescamientos en la memoria de los objetos de sensaciones, son exactamente lo
que llamo razones para vivir.
Si las llamo razones es porque son retornos de la mente a las cosas. Sólo la
mente puede refrescar las cosas. Advirtamos además que dichas razones son justas o
válidas sólo si la mente retorna a las cosas de una manera aceptable para las cosas:
cuando éstas no son lesionadas y, por así decir, cuando son descriptas desde su propio
punto de vista.
Pero eso es un término, o una perfección, imposible. Si pudiera alcanzarse, cada
poema les gustaría a todos y a cada uno, a todos y en cada momento como gustan y
afectan los objetos de sensaciones en sí mismos. Pero no se puede: siempre hay una
relación con el hombre… No son las cosas las que hablan entre sí, sino los hombres
entre sí que hablan de las cosas y no podemos de ningún modo salir del hombre.
Al menos, con un amasamiento, una primordial falta de respeto por las palabras,
etc., deberíamos dar la impresión de un nuevo idioma que producirá el efecto de
sorpresa y de novedad de los objetos de sensaciones en sí mismos.
Así, la obra completa de un autor más adelante podrá a su vez ser considerada
como una cosa. Pero si lo pensamos rigurosamente de acuerdo a la idea precedente, no
haría falta tampoco una retórica por autor, sino una retórica por poema. Y en nuestra
época vemos esfuerzos en este sentido (cuyos autores son Picasso, Stravinsky, yo
mismo: y en cada autor una manera por año o por obra).
El tema, el poema de cada uno de esos períodos corresponde evidentemente a lo
esencial del hombre en cada una de sus edades; como las sucesivas cortezas de un árbol,
que se desprenden por el esfuerzo natural del árbol en cada época.
1928-1929
Ad litem41

Mal informados como estamos por sus expresiones sobre el coeficiente de


alegría o desgracia que afecta la vida de las criaturas del mundo animado, quien, a pesar
de su voluntad de hablar de ellas, no experimente en el momento de hacerlo una
opresión en el corazón y la garganta que se traduzca en una lentitud y una prudencia
extremas del avance intelectual, no merecería que lo siguieran ni, por tanto, que se
aceptara su lección.
Dado que casi todos los seres de tipo profundo que nos rodean están condenados
al silencio, no resulta adecuado un flujo de palabras para tratar sobre ellos; tampoco un
andar ebrio o arrebatado, cuando al menos la mitad están encadenados al suelo por
raíces y privados hasta de los gestos, y no pueden llamar la atención sino mediante
poses, lentamente, con esfuerzo, y contraídas de una vez por todas.
Por otra parte, a priori pareciera que un tono fúnebre o melancólico no debe ser
conveniente, o al menos no haría falta que fuese el efecto de una prevención sistemática.
En este caso, el escrúpulo debe provenir del deseo de ser justo con un posible creador, o
por razones inmanentes, de las cuales nos han informado cuidadosamente desde la
infancia, y de donde nació la religión, fuerte en la mente de muchas generaciones de
pensadores respetables, por la necesidad de justificar el aparente desorden del universo
mediante la afirmación de un orden o la confianza en designios superiores, que la
pequeña mente de cada uno sería incapaz de discernir. Pero la debilidad de nuestra
mente… hay que confesar que es posible: tenemos bastantes signos manifiestos en el
curso de nuestra misma lucha con nuestros medios de expresión.
Y sin embargo, aunque tal vez debamos desconfiar de la tendencia a dramatizar
las cosas, y a imaginarnos la naturaleza como un infierno, determinadas constataciones
en primera instancia bien pueden justificar en el espectador una aprehensión funesta.
Pareciera que considerando los seres desde el punto de vista en que su período
de existencia puede captarse íntegramente de un solo vistazo intelectual, los
acontecimientos más importantes de dicha existencia, es decir, las circunstancias de su
nacimiento y de su muerte, prueban una propensión falaz de la Naturaleza para asegurar
la subsistencia de sus criaturas unas a expensas de las otras –lo que sólo podría tener
como consecuencia para cada una de ellas el dolor y las pasiones.

41
Frase latina usada en derecho: “para el proceso”, “con vistas al juicio” [T.].
Admito que desde el punto de vista de cada ser su nacimiento y su muerte sean
acontecimientos casi desdeñables, al menos cuya consideración es prácticamente
desdeñada. También acepto que para toda madre concebir en el dolor sea un castigo
ruin, muy rápidamente olvidado.
De modo que no es por tales dolores, ni por los que se deben a ciertos accidentes
o enfermedades, que sería justo reprocharle algo a la Naturaleza, sino por dolores
diferentes y más graves: los que provoca en toda criatura el sentimiento de su no-
justificación, los que en el hombre, por ejemplo, conducen al suicidio, los que en los
vegetales conducen a sus formas…
… Una apariencia de calma, de serenidad, de equilibrio en el conjunto de la
creación, una perfección en la organización de cada criatura que puede hacer suponer
como consecuencia su beatitud; pero un desorden inaudito en la distribución sobre la
superficie del globo de las especies y de las esencias, de incesantes sacrificios, una
mutilación de lo posible, que también hacen suponer como experimentadas las
desgracias de la guerra y de la anarquía: a primera vista todo en la naturaleza contribuye
a sumir al observador en una grave perplejidad.
Hay que ser justo. Nada explica, salvo una megalomanía de creación, la
profusión de individuos realizados de igual tipo en cada especie. Nada explica en cada
individuo la detención del crecimiento: ¿un equilibrio? ¿Y entonces por qué se
descompone poco a poco?
…………………………………………………………………………………………
Y luego, igualmente, ya que es la naturaleza del hombre alzar la voz en medio de
la multitud de las cosas silenciosas, que al menos lo haga a veces a propósito de ellas…
1931
Estrofa

Que un motín que confluye con audacia y escrúpulos


al Louvre del hablar se extermine y se encierre,
oh con cuánto rigor perpetras tu ruptura,
sobria jarra que tiene toda naturaleza,
nudo a nudo en tu fuero esperé la creciente,
¡estrofa! Feliz, sumiso a tu urna caída,
con tácitos contornos cuando asumes el tono…

¡No! Aunque haya con mi cuerpo agitado el señuelo,


halcones de otras presas, dentro de un rato suéltenme,
por el disgusto audaces en los torneos de nubes.
Introducción a la piedra

Como después de todo si consiento en la existencia es con la condición de


aceptarla plenamente, en cuanto vuelve a cuestionarlo todo; cualesquiera sean mis
medios por otra parte y por débiles que parezcan en la medida en que obviamente son
más bien de orden literario y retórico; no veo por qué no empezaría, arbitrariamente,
mostrando que acerca de las cosas más simples es posible hacer discursos infinitos
íntegramente compuestos de declaraciones inéditas, y por último que acerca de
cualquier cosa no sólo no se ha dicho todo, sino que falta decir casi todo.
De todos modos, desde varios puntos de vista resulta insoportable pensar en qué
pequeña noria giran desde hace siglos las palabras, la mente, en fin, la realidad del
hombre. Para darse cuenta basta con fijar la atención en el primer objeto que aparezca:
notaremos enseguida que nadie lo ha observado nunca, y que con respecto a él quedan
por decir las cosas más elementales. Y entiendo que para el hombre sin dudas no se trata
esencialmente de observar y describir objetos, pero finalmente esto es un signo, y de los
más claros. ¿De qué se ocupa entonces? De todo por cierto, excepto de cambiar de
atmósfera intelectual, de salir de los salones polvorientos donde se aburre hasta morir
todo lo vivo que existe en la mente, de progresar –¡al fin!– no sólo mediante los
pensamientos, sino también por las facultades, los sentimientos, las sensaciones, y en
suma para incrementar la cantidad de sus cualidades. Porque de los millones de
sentimientos, por ejemplo, tan diferentes del pequeño catálogo de los que experimentan
actualmente los hombres, los más sensibles aún quedan por conocer, quedan por
apreciar. ¡Pero no! El hombre se contentará todavía por mucho tiempo con ser
“orgulloso” o “humilde”, “sincero” o “hipócrita”, “alegre” o “triste”, “enfermo” o
“sano”, “bueno” o “malo”, “limpio” o “sucio”, “durable” o “efímero”, etc., con todas las
combinaciones posibles de estas lamentables cualidades.
¡Y bien! Debo decir por mi parte que soy muy distinto, y que por ejemplo
además de todas las cualidades que tengo en común con la rata, el león y la red,42 aspiro
a las del diamante, y a su vez me solidarizo completamente tanto con el mar como con
el acantilado que éste acomete y con el canto rodado que se crea en consecuencia, y
cuyo intento de descripción se hallará más adelante a título de ejemplo, sin prejuzgar
sobre todas las cualidades de las que pienso que la contemplación y la nominación de

42
Alusión a la fábula de La Fontaine “El león y la rata”, donde el roedor salva al león de una red en la
que cae atrapado como agradecimiento porque anteriormente éste le perdonara la vida [T.].
objetos extremadamente diferentes me harán tomar conciencia y obtener en
consecuencia un goce efectivo.

A todo deseo de evasión, oponerle la contemplación y sus recursos. Es inútil


partir: transferirse a las cosas, que nos colman de impresiones nuevas, nos proponen un
millón de cualidades inéditas.
Personalmente, las distracciones me molestan, en prisión o en una celda, solo en
el campo, me aburriría menos. En cualquier otra parte, haga lo que haga, tengo la
impresión de perder mi tiempo. Incluso la riqueza de las proposiciones contenidas en el
menor objeto es tan grande que todavía no concibo la posibilidad de dar cuenta de
ninguna otra cosa que no sea de las más simples: una piedra, un yuyo, el fuego, un
pedazo de madera, un pedazo de carne.
Los espectáculos que a otros les parecerían los menos complicados, como por
ejemplo sencillamente el rostro de un hombre hablando o de un hombre que duerme, o
cualquier otra manifestación de actividad en un ser vivo, me parecen también y por
mucho demasiado difíciles y cargados de significados inéditos (por descubrir y luego
vincular dialécticamente) como para que pueda soñar con dedicarme a ellos mucho
tiempo. A partir de allí, ¿cómo podría describir una escena, realizar la crítica de un
espectáculo o de una obra de arte? No tengo ninguna opinión al respecto, ni siquiera
puedo adquirir sobre eso la más mínima impresión un tanto correcta o completa.

Todo el secreto de la felicidad del contemplador reside en su rechazo a


considerar como un mal la invasión de su personalidad por las cosas. Para evitar que
esto vire al misticismo, hace falta: 1° darse cuenta precisamente, es decir, expresamente,
de cada una de las cosas que uno hace objeto de su contemplación; 2° cambiar con
bastante frecuencia de objeto de contemplación, y conservar en suma cierta mesura.
Pero lo más importante para la salud del contemplador es la nominación de todas las
cualidades que descubre a medida que lo haga; no hace falta que dichas cualidades, que
lo TRANSPORTAN, lo transporten más allá de su expresión mesurada y exacta.
*

Le propongo a cada uno la apertura de sus trampas internas, un viaje al espesor


de las cosas, una invasión de cualidades, una revolución o una subversión comparable a
la que realiza el arado o la pala cuando, de golpe y por primera vez, se sacan a la luz
millones de terrones, pepitas, raíces, gusanos y animalitos hasta entonces enterrados.
¡Oh recursos infinitos del espesor de las cosas, vertidos mediante los recursos infinitos
del espesor semántico de las palabras!

La contemplación de objetos precisos también es un descanso, pero es un


descanso privilegiado, como el descanso perpetuo de las plantas, que da frutos. Frutos
especiales, tomados tanto del aire o del medio ambiente, al menos por la forma a la que
están limitados y los colores que adquieren por contraste, como de la persona que les
suministra la sustancia; y así es como se diferencian de los frutos de otro descanso, el
dormir, que se llaman sueños, formados únicamente por la persona, y por consiguiente
indefinidos, informes y sin utilidad: por tal motivo es que no son verdaderamente frutos.

Así pues, por más ridículamente pretencioso que pueda parecer,


aproximadamente mi designio sería el siguiente: quisiera escribir una especie de De
natura rerum. Se nota bien la diferencia con los poetas contemporáneos: no quiero
componer poemas, sino una sola cosmogonía.
Pero, ¿cómo hacer posible este designio? Considero el estado actual de las
ciencias: bibliotecas enteras sobre cada parte de cada una de ellas… ¿Sería preciso
entonces que empezara a leerlas y a aprenderlas? No alcanzarían varias vidas. En medio
de la enorme extensión y la cantidad de conocimientos adquiridos por cada ciencia, del
número incrementado de ciencias, estamos perdidos. El mejor partido que se puede
tomar es por lo tanto considerar todas las cosas como desconocidas, y pasear o acostarse
bajo árboles o sobre el pasto, y retomar todo desde el principio.

*
Ejemplo del poco espesor de las cosas en la mente de los hombres hasta mí:
sobre el canto rodado o la piedra, lo más original que encontré que se piensa o que se
pensó es lo siguiente:

Un corazón de piedra (Diderot);


Uniforme y chato canto rodado (Diderot);
Desprecio este polvo que me compone y que le habla (Saint-Just);
Si hay algo que me gusta
no es más que la tierra y las piedras (Rimbaud).

¡Y bueno! Piedra, canto rodado, polvo, motivo de sentimientos tan comunes


aunque contradictorios, no te juzgo tan rápidamente, porque deseo juzgarte por tu valor:
y me servirás, y a partir de entonces servirás a los hombres con muchas otras
expresiones, les proporcionarás para sus discusiones entre ellos o consigo mismos
muchos otros argumentos; incluso, si tengo suficiente talento, los proveerás de algunos
nuevos proverbios o lugares comunes: esa es toda mi ambición.
1933
II

PÁGINAS BIS
I. Reflexiones al leer “El ensayo sobre el absurdo”43
26-27 de agosto de 1941

Él no clasifica entre los “temas del absurdo” uno de los más importantes (para
mí el más importante históricamente), el de la infidelidad de los medios de expresión, el
de la imposibilidad para el hombre no solamente de expresarse sino de expresar
cualquier cosa.
Es el tema tan bien puesto en evidencia por Jean Paulhan y es lo que yo viví.
Solamente se hace una alusión a ello en el momento de la cita de Kierkegaard
(¡que yo no conocía!): “El más seguro de los mutismos no es callarse, sino hablar”, una
verdad (¿?) que reinventé, sacada de mi propio fondo, cuando cerca de 1925 escribí:
“Por mi parte cualquier palabra me guarda más que el silencio. Mi cabeza de muerto
parecerá víctima de su expresión. Esto no le pasaba a Yorick cuando hablaba”.
Históricamente lo que pasó por mi mente fue lo siguiente:
1° Reconocí la imposibilidad de expresarme;
2° Me conformé con la tentativa de descripción de las cosas (¡aunque enseguida
quise trascenderlas!);
3° Reconocí (recientemente) no sólo la imposibilidad de expresar sino también
de describir las cosas.
Mi proceso está en ese punto. Puedo decidir entonces ya sea callarme, aunque
eso no me conviene: uno no se resuelve al embrutecimiento.
Ya sea decidir publicar descripciones o relatos de fracasos de descripciones.
En términos camusianos, cuando el poema me resulta apremiante, hay nostalgia.
Hay que satisfacerla, desahogarse (o tratar de describir).
Naturalmente, me doy cuenta rápido que no alcanzo mis objetivos.
En ese momento, empiezo a callarme.
Cuando tomé partido por el Absurdo, me falta publicar el relato de mi fracaso.
En una forma agradable, en la medida de lo posible. Por otra parte, el fracaso nunca es
absoluto.

43
El mito de Sísifo de Albert Camus le fue enviado en manuscrito al autor por la intermediación de
Pascal Pia.
Porque hay una noción que no aparece nunca en el ensayo de Camus, y es la de
medida (cuando digo nunca, es falso. En primer lugar, está en el epígrafe, donde se trata
de lo “posible” –también en algunos otros pasajes, donde le concede un valor relativo a
la razón).44 Toda la cuestión reside en esto. En una medida determinada, en ciertas
medidas, la razón tiene éxito, obtiene resultados. Igualmente hay éxitos relativos de
expresión.
Lo sabio es contentarse con esto, no enfermarse de nostalgia.
Trasponiendo la frase de Littré: “Hay que imaginar la propia obra como si uno
fuera inmortal y trabajar en ella como si uno fuera a morir mañana”,45 podríamos decir:
Hay que imaginar la propia obra como si uno fuera capaz de expresión, de
comunión, etc., es decir, como si uno fuera Dios, y trabajar en ella o más bien
realizarla, limitarla, circunscribirla, separarla de uno mismo como si uno después se
burlara de su nostalgia de absoluto: tal es la manera de ser verdaderamente un hombre.
Cuando Camus escribe, acerca del donjuanismo, que hay que agotar el campo de lo
posible, no obstante sabe bien que uno nunca agota la más mínima porción del campo.
Cuando evoca la posibilidad de cincuenta amantes, sabe bien que nunca se posee
absolutamente a una sola.
Si se trata del resultado que consiste en obtener la entrega momentánea de una
amante, comparable al que se obtiene de un vecino de mesa al pronunciar las palabras:
páseme la sal (y un resultado así basta incluso –que quede claro– para justificar el
lenguaje), entonces estamos de acuerdo.
Es en verdad un resultado, un resultado muy importante. Pero no habría que dar
a entender, como lo hace cuando critica la interpretación de Don Juan como un perpetuo
insatisfecho, que Don Juan satisface una necesidad de absoluto. Obtiene un resultado
práctico, en resumen el siguiente: 1° su propio orgasmo; 2° la exhibición de su orgasmo;
3° el orgasmo de su pareja; 4° la contemplación de ese orgasmo. Ya es una gran cosa,
estamos de acuerdo.
Pero en términos camusianos la nostalgia es el amor, la comunión imposible (y
aún más imposible permanente) de dos seres.

44
El epígrafe de El mito de Sísifo es la traducción de unos versos de la tercera Pítica de Píndaro, con los
que Paul Valéry encabezó El cementerio marino: “Oh, alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero agota
el campo de lo posible” [T.].
45
Hay algunas diferencias con la formulación del Diccionario de Littré: “Quien quiera hacer un uso serio
de la vida siempre debe actuar como si fuera a vivir largo tiempo y regularse como si tuviera que morir
próximamente” [T.].
Y justamente esa nostalgia empujó a Don Juan hacia tal o cual mujer.
–¡No, claro que no!, esa nostalgia es la sublimación mórbida, la bovaryzación
del instinto sexual. Y precisamente Don Juan es sano por no dejarse llevar a eso.

En cierto sentido, nada resulta más útil que esta crítica de Kierkegaard, Chestov,
Husserl:
“El objetivo del razonamiento que proseguimos aquí es aclarar el trayecto del
espíritu cuando, partiendo de una filosofía de la no-significación del mundo, termina
encontrándole un sentido y una profundidad” (página 43).
Por mi parte, desembocaría naturalmente, en términos camusianos, en una
fórmula como la siguiente:
Sísifo feliz,46 claro, no solamente porque examina su existencia, sino también
porque sus esfuerzos desembocan en resultados relativos muy importantes.
Por cierto, no logrará calzar su piedra en lo alto de su recorrido, no alcanzará lo
absoluto (inaccesible por definición), pero llegará a resultados positivos en las diversas
ciencias, y en particular en la ciencia política (organización del mundo humano, de la
sociedad humana, control de la historia humana y de la antinomia individuo-sociedad).

Hay que volver a poner las cosas en su lugar. En particular, el lenguaje en el


suyo (obtención de determinados resultados prácticos: páseme la sal, etc.).
El individuo, tal como lo considera Camus, el que siente nostalgia por lo uno, el
que exige una explicación clara, bajo amenaza de suicidarse, es el individuo del siglo
XIX o del siglo XX dentro de un mundo socialmente absurdo.
Es el que han enervado veinte siglos de lavado de cerebro idealista y cristiano.

46
Es la frase con que termina el ensayo de Camus: “Hay que imaginar a Sísifo feliz” [T.].
El hombre nuevo no tendrá preocupación (en el sentido del cuidado
heideggeriano) por el problema ontológico o metafísico –se suponga o no primordial
todavía para Camus.
Considerará como definitivamente aceptado lo absurdo del mundo (o más bien
de la relación hombre-mundo). Hamlet, sí, está bien, ya entendimos. Será el hombre
absurdo de Camus, siempre parado sobre el filo del problema, pero su vida (intelectual)
no se la pasará manteniendo su equilibrio sobre ese filo como el hombre-acróbata del
siglo XX. Se mantendrá allí cómodamente y podrá ocuparse de otra cosa, sin caerse.

No habrá esperanza (Malraux),47 pero tampoco habrá cuidado (Heidegger). ¿Por


qué? Sin juego de palabras, porque habrá encontrado su régimen (régimen de un motor):
en el cual ya no vibra más.

47
La esperanza, título de una novela de André Malraux de 1937 [T.].
II

Es sobre todo (tal vez) contra una tendencia a la ideología densa y patética48 que
inventé mi toma de partido.

Para exponerlo de la manera más sencilla, permítasenos decir lo siguiente:


1° Estoy (absurdamente tal vez) atormentado por un sentimiento de
“responsabilidad civil”;
2° No admito que se le propongan al hombre más que objetos de goce, de
exaltación, de despertar. (¿Qué es la lengua?, leemos en Alcuino. –Es el látigo del aire.)

En consecuencia: nada de ostentación de la perturbación del alma (abajo los


pensamientos de Pascal). No ostentación de pesimismo, sino que en determinadas
condiciones de orden y belleza el hombre encuentre razones para exaltarse, para
felicitarse.
Nada de novelas que “terminan mal”, tragedias, etc., sino… (véase más arriba).

Nada desesperante. Nada que fomente el masoquismo humano.


Bourg, primavera de 1943

48
Estos adjetivos desglosan la traducción de un solo término, el neologismo patheuse, donde Ponge
ensambla pathétique (“patética”) y pâteuse (“espesa, densa, pesada”) [T.].
III

En esto habíamos quedado con mi pastor:49 en que mi doctrina le da confianza al


hombre mientras que la suya le niega toda confianza para siempre.

Y entiéndame: eso es lo que desprecio.

No sé cómo fui hecho, pero me parece que aquellos que fuerzan a la criatura a
bajar la cabeza no merecen de esa criatura menos que el desprecio. Por más débil que
sea. Y tanto más en la medida en que es más débil.

Me dice usted que comprende por qué soy (activista).50 Si yo me comprendo


bien, no es sin embargo porque me guste la brutalidad, al contrario.

Sino porque tengo muy intensamente la impresión de una “responsabilidad


civil”, tanto más exigente en la medida en que uno es más consciente, educado,
“intelectual”.
No puedo imaginarme sino tomando partido, y creo que no tomar partido
también implica tomar uno (el malo). Elegí entonces aquel que –en el plano de la
experiencia política– me parece el menos malo. Eso es todo. Una especie de
radicalismo: sí, es precisamente así.

… ¿Mundo nuevo? El motivo es el siguiente: creo (de nuevo el tono mesiánico,


ridículo, tiene razón) que el hombre habrá cambiado mentalmente debido a que su
condición social lo habrá hecho. Supongamos al menos, si se quiere, su estado psíquico.
Fraternidad y felicidad (o más bien alegría viril): tal es el único cielo al que
aspiro. Aquí arriba.
Bourg, 1943

49
Según los editores de La Pléiade, se trataría de Jacques Babut, pastor en Chambon-sur-Lignon, con el
que Ponge había mantenido discusiones que se relatan en el apéndice de El cuaderno del bosque de
pinos (1947). Ponge le oponía a la esperanza religiosa del pastor su ideal laico de redención social e
intelectual, cuya realización pasa por la poesía y por la revolución [T.].
50
Es decir: comunista, palabra prohibida en 1943.
IV

Ciertamente, en algún sentido, De parte de las cosas, Los zapatos, La rabia51 no


son más que ejercicios. Ejercicios de reeducación verbal. Mientras buscaba un título
para el libro que tal vez un día termine siendo La rabia, por un momento consideré los
siguientes: Tracciones de la lengua o La respiración artificial.
Luego de haber atravesado determinada crisis, me hacía falta (porque no soy un
hombre que se deje abatir) recuperar la palabra, fundar mi diccionario. Elegí entonces
ponerme de parte de las cosas.
Pero no me voy a quedar allí. Hay algo más, por supuesto, más importante que
decir: estoy muy de acuerdo con mis amigos.
Ya empecé entonces, a través de la toma de partido por las Cosas, luego por la
Lejía, el Jabón, finalmente el Hombre. La lejía, el jabón, a decir verdad, todavía no son
más que estudios universitarios: el Hombre es la meta (Hombre finalmente convertido
en centauro, a fuerza de cabalgarse a sí mismo…).
1° Hay que hablar; 2° hay que incitar a hablar a los mejores; 3° hay que suscitar
al hombre, incitarlo a ser; 4° hay que incitar a que la sociedad humana sea de tal modo
que cada hombre pueda ser.
¿Suscitación o levantamiento? Resurrección. Insurrección.52 Es preciso que el
hombre, así como en primer lugar el poeta, encuentre su ley, su clave, su dios en sí
mismo. Que quiera expresarlo fuerte y a muerte, contra viento y marea. O sea
expresarse. Su mayor particularidad (cf. el tronco de árbol). El hombre social…
(Desarrollo): Hay que hablar: el silencio en estas materias es lo más peligroso
del mundo. Uno se vuelve víctima de todo. Uno es formado definitivamente, crédulo.
Hay que hablar primero, y en ese momento poco importa, decir cualquier cosa. Como
una patada inicial en el juego de rugby: lanzarse a través de las palabras, a pesar de las
palabras, arrastrarlas consigo, haciéndolas tambalear, desfigurándolas.
Después ya no decir más cualquier cosa. Sino decir (y más bien indirectamente
decir): “hombre, hay que ser. Sociedad, hay que ser” (y en primer lugar: “Francia, hay

51
La rabia de la expresión, libro de 1952. Sobre el título de Los zapatos (Les sapates), que Ponge había
pensado también para su primer libro y luego utiliza en una publicación posterior, remite a un arcaísmo
recuperado por el autor del Littré que significa: regalo encubierto, o un presente valioso envuelto en
una apariencia humilde, como ya se indicó [T.].
52
Hay un juego de palabras intraducible entre surrection (“levantamiento de la corteza terrestre”),
“resurrección” e “insurrección”; en español ha dejado de ser evidente la relación etimológica de estos
últimos términos con el latín surrigo (“levantar”) [T.].
que ser”). Y no obstante prestar atención a que las palabras no se les peguen, que los
esperen en cada momento crucial. Hay que prestarles atención a ellas. Sin demasiado
ilusión de que uno las domina. Un juego de abuso recíproco, por eso es que se trata de
decir indirectamente.

Algunos poetas (véanse las variantes de Baudelaire: ejemplo típico “que tuerce
apaciblemente” sustituyó a “que duerme apaciblemente”)53 sólo entendieron a medias:
comprendieron hasta qué punto las palabras son temibles, autónomas y que (como dijo
Valéry: “Hay que querer… y no querer en exceso…”) los dejan hacer, limitándose a dar
un empujoncito para obtener la redondez de la esfera o de la pompa de jabón (su
perfección y su separación, su vuelo). Obtienen así un poema perfecto, que dice lo que
quiere decir, lo que tiene ganas de decir, lo que resulta que dice. Pero ellos se burlan de
eso. No tienen nada más que decir, o al menos de jactan de ello.
Eso está muy bien.
Pero con un poco de heroísmo, de gusto por la dificultad, una prueba de fuerza,
se puede intentar ir aún más allá. Se puede a pesar de todo porque uno debe
verdaderamente (¿y cómo, hombre vivo, no debería?) intentar expresar algo, es decir, a
uno mismo, su propia voluntad de vivir, por ejemplo, de vivir íntegramente, con los
sentimientos nobles y puros de buen muchachito ferviente que existen en ustedes. Y que
contienen toda la moral, todo el humanismo, todo el principio de una sociedad perfecta.
Es lo que voy a intentar con el Hombre.
Fronville, 14 de marzo de 1944

53
Ponge se refiere al soneto titulado “El Ideal”, de Las flores del mal, donde efectivamente Baudelaire
hizo esa corrección [T.].
V

No pienso que haga falta buscar el propio pensamiento, más que forzar el
talento.
Me parece que en ello hay algo indigno, más aún que penoso o ridículo.
Pero, ¿qué es pensar, sino buscar el propio pensamiento? Entonces, ¡abajo el
pensamiento!
Nada es bueno sino lo que llega solo. No hay que escribir sino por debajo de la
propia capacidad.
(Como puede verse, de inmediato me voy a los extremos.)

¡Por supuesto, el mundo es absurdo! ¡Por supuesto, la no-significación del


mundo!
Pero, ¿qué tiene eso de trágico?
Gustosamente le sacaría al absurdo su coeficiente trágico.
Mediante la expresión, la creación de la Belleza Metafísica (es decir,
Metalógica).
El suicidio ontológico sólo es obra de algunos jóvenes burgueses (por otra parte
simpáticos).
Oponer a esto el nacimiento (o resurrección), la creación metalógica (la
POESÍA).

Si elegí hablar de la mariquita fue por hastío de las ideas. ¿Y el hastío de las
ideas? Es porque no me llegan con felicidad, sino con desgracia. ¡Váyanse a la
desgracia,54 vayan, almas trágicas! Porque me empujan, me insultan, me pegan, se
burlan de mí, como una inundación torrentosa.

54
En el original, allez à la malheure, traducido aquí literalmente, pero que como expresión usual
significa: “malditos sean” [T.].
¿El hastío de las ideas? –“Están demasiado verdes”, dijo. (No porque no las
alcance, pero no domino su curso.)55
¡Y bien! ¿Escribiré acaso como un desafío un boceto de obra filosófica? ¿Como
hizo con Eureka Edgar Poe, cuyo placer era en verdad hablar de Annabel Lee o de otras
muchachas?
¡No!
Si prefiero a La Fontaine –la menor fábula– antes que a Schopenhauer o a Hegel,
sé bien por qué.
Porque me parece: 1° menos cansador, más agradable; 2° más limpio, menos
mugriento; 3° no inferior intelectualmente y superior estéticamente.
Pero, viéndolo bien, si me gustan Rameau o La Fontaine, ¿no sería por contraste
con Schopenhauer o Hegel? ¿No haría falta que conociera a los segundos para gustar
plenamente de los primeros?
… Lo elegante sería entonces no hacer más que “escritos breves” o “Zapatos”56,
pero de modo tal que se sostengan, que satisfagan y al mismo tiempo descansen, laven
luego de la lectura de los grrrandes metafisicólicos.57

En el mismo sentido, parecería que debiera preferir además (antes que a La


Fontaine, Rameau, Chardin, etc.) un cascote, una brizna de pasto, etc.
¡Bueno! ¡Sí y no! ¡Y más bien no! ¿Por qué?
Por un amor propio humano. Por orgullo humano, prometeico.
Me gusta más un objeto hecho por el hombre (el poema, la creación metalógica)
que un objeto sin mérito de la Naturaleza.
Pero es preciso que sea solamente descriptivo (quiero decir sin intrusión de la
terminología científica o filosófica). Y descriptivo de tal manera que me reproduzca el
objeto mediante el compost de las cualidades extraídas, etc.
Bourg, 1943

55
Cita de la fábula de La Fontaine titulada “La zorra y las uvas”, versión de una de Esopo, donde la zorra
ve unas uvas que no puede alcanzar y alega que están verdes [T.].
56
Véanse las notas anteriores sobre el arcaísmo Sapate extraído del Littré [T.].
57
Tanto el énfasis de las tres “r” como el neologismo rabelesiano están en el original: grrrands
métaphysicoliciens [T.].
VI

Usted me pide, le diré a C.,58 que me vuelva filósofo.


Claro que no, no me dedico a la confusión de los géneros. Soy artista en prosa
(¿?)
Le diré –le susurraré insidiosamente– que la filosofía me parece que surge de la
literatura como uno de sus géneros… Y que prefiero otros. Menos voluminosos. Menos
tominosos. Menos voluminovariostominosos…
Lo cierto es que hace falta que siga siendo filósofo in petto, es decir, digno de
complacer a mis profesores de filosofía, aunque convencido del absurdo de la filosofía y
del mundo, para seguir siendo un buen literato, para gustarle… lo acepto y lo intentaré.

Sí, ponerse de Parte de las Cosas surge en el extremo de una filosofía de la no-
significación del mundo (y de la infidelidad de los medios de expresión).
Pero al mismo tiempo resuelve lo trágico de esa situación. Desata esa situación.
Lo que no se puede decir de Lautréamont, ni de Rimbaud, ni del Mallarmé de
Igitur, ni de Valéry.
En De parte de las cosas, hay un desprendimiento, un desapego con respecto al
rompecabezas metafísico… Por creación FELIZ de la metalógica.

“Calmos bloques caídos aquí de un desastre oscuro”,59 tal vez pero sin decirlo
nunca. Diciendo solamente los calmos bloques y su permanencia.

También esto: estoy convencido de que hay que escribir por debajo de la propia
capacidad.

58
Camus, con quien Ponge iba a encontrarse luego de varios intercambios previos [T.].
59
Cita de un verso de “La tumba de Edgard Poe” de Mallarmé, aunque en el poema original la tumba
consta de un solo “bloque”, en singular [T.].
No buscar el propio pensamiento al escribir.
Pensar primero sin duda… Escribir luego, mucho después.
Dejar rodar desde arriba de la montaña.
Y en suma, en primer lugar, aún menos haber pensado que haber sido.
1943
VII

“Describe porque fracasa” (Carta de C.). –¿En qué fracasa?, ¿en explicar el
mundo? ¡Pero si no apuntaba a eso!
Toda tentativa de explicación del mundo tiende a desalentar al hombre, a
inclinarlo a la resignación. Pero también toda tentativa de demostración de que el
mundo es inexplicable (o absurdo).
Condeno por lo tanto a priori toda metafísica (con perdón del costado payasesco
de semejante declaración). La preocupación ontológica es una preocupación viciosa.
Del mismo tipo que el sentimiento religioso, etc.
Y (condeno) aún más todo juicio de valor referido al Mundo o a la Naturaleza.
Decir que el Mundo es absurdo quiere decir que es inconciliable con la razón
humana.
Lo que no debe conducir a ningún juicio ni sobre la razón (impotente) ni sobre el
mundo (absurdo).
El Triunfo de la razón consiste justamente en reconocer que no tiene que perder
su tiempo en semejantes ejercicios, que debe dedicarse a lo relativo.
¿De qué se trata para el hombre?
De vivir, de seguir viviendo, y de vivir feliz.
Una de las condiciones es desembarazarse de la preocupación ontológica (otra,
concebirse como animal social, y realizar su felicidad o su orden social).
Para mí no es trágico no poder explicar (o comprender) el Mundo.
Puesto que mi capacidad poética (o lógica) debe sacarme todo sentimiento de
inferioridad con respecto a él. Ya que está en mi poder –metalógicamente– rehacerlo.
Lo único que es trágico es constatar que el hombre se torna desdichado con este
propósito.
Y por eso mismo se abstiene de dedicarse a su felicidad relativa (algunos lo
saben bien –y lo usan…)

Usted me dice que hago admitir el mutismo por una ciencia prestigiosa del
lenguaje.
Tal vez el mutismo en cuanto a un determinado número de temas…
Pero no un mutismo absoluto. Muy por el contrario, toda mi obra tiende a probar
que es preciso hablar, decididamente.
En cuanto a la metafísica de la piedra (“indiferencia” y “renunciamiento total”) o
a la inmovilidad de la vegetación… Sí, pero no se trata más que de cualidades-entre-
otras.
“El objeto –dice también usted– es la última imaginería del mundo absurdo”…
Pero no representa solamente algunos sentimientos o algunas actitudes. Los representa a
todos: un número inmensamente variado, una variedad infinita de cualidades y de
sentimientos posibles.
(“De varietate rerum”: G.60 me decía que habría podido titular así mi libro,
antes que solamente De natura.)
La “belleza” de la naturaleza está en su imaginación, la manera que tiene el
hombre de poder salir de sí mismo, de la noria estrecha, etc. En su mismo absurdo…
El freudismo, la escritura automática, el sadismo, etc., permitieron
descubrimientos.
Escrutar los objetos permite muchos otros.
“Nostalgia de la Unidad”, dice usted…
–No: de la variedad.

Finalmente, sobre la cuestión de saber si debo expresar esto filosóficamente.


Pero mi propia teoría (¿?) me proporciona la respuesta.
No tengo tiempo que perder, dolores, marasmo, para dedicarme a la ontología…
mientras que no tengo suficiente tiempo para escrutar los objetos, rehacerlos, extraerles
cualidades y goces…
Una pregunta: si usted hubiese leído ingenuamente De parte de las cosas, sin
conocerme en absoluto, ¿piensa que le habría atribuido alguna importancia, o incluso
que verdaderamente lo habría leído?
¿Se habría enganchado? (P.61 me escribió recientemente también: “Tan
cautivado como la primera vez.”)
Eso es esencial para mí.

60
El filósofo Bernard Groethuysen [T.].
61
Jean Paulhan [T.].
Porque si su respuesta es afirmativa, entonces para mí ya no hay ningún deber de
explicarme de otro modo…
(Y solamente un determinado sentimiento del deber me podría hacer pasar por
alto los aburrimientos y las dificultades de esa buena obra.)
1° de febrero de 1943 en el tren
VIII

Haremos una obra clásica (la elección de hablar y de escribir –y de escribir


según los géneros) pero después de haber dicho por qué (Boileau).

¿Por qué solamente se puede elegir vivir por la literatura literante?:


Al parecer, podríamos elegir entre ser un buen burgués, un buen artesano,
intendente de su pueblo, etc., o un novelista de folletines como Jules Mary o un
comerciante de cualquier cosa como su amigo Rimbaud.62
Claro que no, porque esto es insignificante, puede prestarse a confusión: la
experiencia lo ha demostrado.
Sólo la literatura (y sólo en la literatura la descriptiva –por oposición a la
explicativa–: toma de partido por las cosas, diccionario fenomenológico, cosmogonía)
permite jugar el gran juego: rehacer el mundo, en todos los sentidos de la palabra
rehacer, gracias al carácter a la vez concreto y abstracto, interno y externo del VERBO,
gracias a su espesor semántico.
En este punto Camus y yo nos unimos a Paulhan.

Diferencia entre expresión y conocimiento (ver mi texto al respecto en El


cuaderno del bosque de pinos, in fine –y texto de C. en la carta que me envió con
respecto a De parte de las cosas).
En verdad, expresión es más que conocimiento; escribir es más que conocer; al
menos más que conocer analíticamente: es rehacer.

Si no reproducir la cosa, es por lo menos producir algo, un objeto de placer para


el hombre.

62
Rimbaud: considero que todo lo que dice C. sobre mi fracaso expresado por mi control es cierto en
primer lugar o cierto más bien sobre Rimbaud.
*

Elegí con calma el orden, pero el orden nuevo, el orden futuro, actualmente
perseguido… y que soporta esa persecución con la más magnífica frialdad.

Cuando yo le decía que para nosotros se trataba de salvar del suicidio a algunos
jóvenes, no estaba completo: también se trata de salvarlos de la resignación (y a los
pueblos de la inercia).
Nuestra divisa debe ser:
“¿Ser o no ser?” –“SER RESUELTAMENTE”.

Mi título (tal vez): La resolución humana, o Humano, resueltamente humano u


Hombre, resueltamente.
febrero de 1943
IX

El otro día vino L…63 Le mostré los Proemios (primer libro). Lo mejor que dije
al respecto fue, al final, que me daría vergüenza publicar eso.
Son verdaderamente mis períodos, en el sentido de menstruaciones (esto no se lo
dije). Por qué las menstruaciones se consideran vergonzosas: porque prueban que uno
no está embarazado (de una obra).
Sí, pero al mismo tiempo prueban que uno todavía es capaz de embarazarse. De
producir, de engendrar.
Cuando ya no sea capaz de esos sangrados críticos, cuando ya no esté obligado a
esas hemorragias periódicas, puede temerse que eso signifique que ya no soy capaz
tampoco de ninguna obra poética…
Reflexionar sobre esto e informarse de por qué la mujer (¿cómo lo explican?) es
(¿lo es?) el único mamífero hembra sometido a esas “reglas”.
El defecto de esa clase de escritos es que me muestro en ellos demasiado serio,
demasiado shinssehro… Lo que rebaja la grandeza de mi personaje. Mi única expresión
sincera, válida, acerca del mundo a nuestro alrededor y en nosotros, es la siguiente:
“estamos demasiado lejos de lo que hace falta…”
Entonces describo por rabia fría, porque hay que hacer algo, asumir alguna
postura, bajo pena de muerte o de locura inmediatas (o a corto plazo).
Pero resulta que allí encontré recursos –y recursos de alegría. ¡A tal punto que
casi me capto con ello!

Otra cosa. Hemos hablado de la toma de partido. Y entonces L… (como


anteriormente T…,64 aunque no completamente como él) me preguntó si no me
molestaba poder describir así a perpetuidad, sin parar. Y pareció desear que yo
encontrara una modificación de mi manera (hacia la épica, porque tiene esa tendencia y
la considera por consiguiente como en la cumbre de la supuesta jerarquía de los
géneros… –aunque yo prefiero, y por mucho, una fábula de La Fontaine antes que

63
René Leynaud, poeta y periodista, nació en Lyon en 1910, fue miembro de la resistencia y fue fusilado
por ello en 1944 [T.].
64
Jean Tardieu.
cualquier epopeya). Pareció desear que concluyera mi trabajo sobre El hombre (le hablé
también de La mujer y Odette).65
Al respecto, puedo decir que esto me enoja un poco, esa manera de lanzarme al
hombre a las piernas, y tengo ganas de explicar por qué el hombre es en realidad lo
contrario de mi tema.
En general, es así: si tengo un designio oculto, en segundo plano, no es
evidentemente describir la mariquita o el puerro o el edredón. Sino que es sobre todo no
describir al hombre.
Porque:
1° se nos calientan demasiado las orejas con él;
2° etc. (lo mismo hasta el infinito).
Fronville, 1943

65
Odette Chabanel se llamaba la mujer de Ponge. No hay ningún esbozo del proyecto mencionado,
excepto este título [T.].
X

Para mí la expresión es el único recurso. La rabia fría de la expresión.

También para meterles las narices en su caca es que describo un millón de otras
cosas posibles e imaginables.
¿Por qué no la toalla de manos, la papa, la lejía, la antracita?66
… En todos los tonos posibles.

En ese mundo con el cual no tengo nada en común, donde no puede desear nada
(estamos demasiado lejos de lo que hace falta), por qué no empezaría yo,
arbitrariamente… etc.

¡Ah, es usted un león, soberbio y generoso!67 Y bueno, amigo mío, le voy a


mostrar todo lo distinto que se puede ser, igual de legítimamente…

La ridiculización de la expresión… La poesía, la moral ridiculizadas…

Ejemplos de todo lo que se puede poner en el mundo en poesía, en moral, si uno


insiste.
1943

66
Temas de poemas de Ponge que se publicarán en libros posteriores, sobre todo en Piezas (1961).
67
Alusión a un verso de Hernani de Victor Hugo, acto III, escena IV: Vous êtes mon lion, superbe et
généreux!, le dice Doña Sol a Hernani [T.].
III

PRIMERAS NOTAS PARA “EL HOMBRE”


Primeras notas para “el hombre”

El hombre religioso de su propio poder…

El hombre físicamente sin duda no cambiará mucho (aunque se pueden imaginar


sin embargo algunas modificaciones de detalles: una más completa atrofia de los dedos
gordos del pie, por ejemplo, una desaparición casi total del sistema piloso). Por lo tanto,
podemos describirlo. De allí pasaremos a otra cosa.

Pero sería decir demasiado poco del hombre tan sólo describir su cuerpo. Porque
la característica del hombre, cualesquiera sean las particularidades de su cuerpo
(hablaremos brevemente de ello en un momento), consiste en estar determinado –o
dominado– por algo muy diferente de las necesidades de la buena salud o de la
perpetuación de ese cuerpo.

El rostro. ¿Qué es el rostro del hombre o de los animales? Es la parte anterior de


la cabeza. Donde se reúnen los órganos de los sentidos principales, con el orificio bucal.
Es allí donde se leen los sentimientos. Allí se exteriorizan la mayoría de las expresiones.
Un cuerpo animal sin rostro no se concibe mucho mejor que un cuerpo animal
sin cabeza.
Se dice que es la ventana del alma (los ojos). Sin embargo, los ojos no son
ventanas. Sino una especie de periscopios. A través de ellos la luz no entra en el cuerpo.

Uno no puede acercarse al hombre, la mente del hombre no puede acercarse a la


idea del hombre, sino con respeto y cólera a la vez. El hombre es un dios que se
desconoce.
*

Despreocupación. El hombre ignora casi todo sobre su cuerpo, nunca ha visto


sus propias entrañas; rara vez percibe su sangre. Si la ve, se preocupa. No está
autorizado por la naturaleza sino a conocer la periferia de su cuerpo. ¿Qué tengo ahí
debajo?, se dice mirándose la piel. Sólo puede inferirlo remitiéndose a los libros y
figuras, a su imaginación, a su memoria. No supone nada sobre sí mismo más que a
partir de sus observaciones sobre sus semejantes. Pero nunca conocerá su propio
cuerpo. Nada le resulta más ajeno.
Su curiosidad en estas materias es castigada con graves sufrimientos.
Reconozcamos por otra parte que no le importa demasiado. Nada es más
flagrante (ni más sorprendente) que la facultad del hombre de vivir tranquilamente en
pleno misterio, en total ignorancia de aquello que lo afecta más de cerca, o más
gravemente.

Reconozcámoslo: el hombre se burla de ello. Constantemente parece tener otra


cosa que hacer antes que ocuparse de su propio cuerpo.
El hombre no tiene ninguna curiosidad, ningún amor por su cuerpo, por sus
partes. Por el contrario, muestra una indiferencia bastante extraña con respecto a sí
mismo.

El hombre se mantiene de pie mejor que el más antropoide de los monos. Ha


terminado de erguirse.
No podemos asegurar sin embargo que haya completado del todo su evolución
física. Por el contrario, algunos indicios parecen probar, etc.
(No lo tomo de bastante arriba.)

*
Hay que volver a poner al hombre en su lugar en la naturaleza: que es bastante
honorable. Hay que reubicar al hombre en su puesto en la naturaleza: que es bastante
elevado.

El hombre considera juzga la naturaleza absurda, o misteriosa, o cruel. Bueno.


Pero la naturaleza no existe más que para el hombre.
Que no se enferme entonces por eso.
Que más bien se felicite: dispone de medios para:
1° mantenerse en equilibrio en ella: el instinto (similar al de los muñecos con
culo de plomo que siempre se vuelven a parar), la ciencia, la moral (es decir, el arte de
la salud física y mental);
2° expresarla, reflexionarla, deshacerse de todo complejo de inferioridad con
respecto a ella: la literatura, las artes.

El hombre es hasta ahora un animal social no mucho más civilizado que los
demás (abejas, hormigas, termitas, etc.). Bastante menos. Sin embargo, por ciertos
indicios pareciera, etc.
Extrajo de sí mismo la idea de Dios. Es preciso que la reintegre en sí mismo.

“Vine al mundo con este cuerpo, piensa el hombre: no puedo decir que me
estorbe, me resulta muy útil. No, no me estorba exageradamente, me incumbe al
mínimo. Pero en verdad no siento por él ningún sentimiento de apego o de fidelidad, ni
siquiera de curiosidad. ¿Es así? –¡Bueno, que así sea! No me ocuparé más de él.
Sigamos nuestro camino.”
No está resentido con su cuerpo sino cuando éste lo obliga a perder su tiempo
con él.
Curiosa despreocupación…
De manera general, la despreocupación del hombre no ha terminado de
sorprendernos.
Digamos que al menos es notable (si no admirable); ciertamente, un rasgo
característico del hombre.
El hombre es intrepidez y progreso. Sigue adelante con alegría, entusiasmo,
valentía. Tiene la sensación de tener esencialmente algo que descubrir. Procede casi
como esos insectos que golpean incesantemente unas antenas, por estar ciegos en medio
de un misterio geográfico total.
Así, el hombre estaría más curioso por su entorno antes que por sí mismo. Por el
mundo, por sus accidentes, por sus recursos. Tiende a pasearse en él con todos los
aspectos posibles (y cómodamente) –destruyéndolo– recomponiéndolo.

Tratándose del hombre, el juego no consiste en descubrir verdades nuevas o


inéditas acerca de él: es un tema que ha sido explorado hasta en sus recovecos (¿?). Sino
en tomarlo desde arriba y bajo diversas iluminaciones, desde todos los puntos de vista
imaginables. En levantar finalmente una estatua sólida suya: sobria y sencilla.
La dificultad consiste en la distancia que hay que tomar. Hay que apartarse,
conseguir la suficiente distancia pero no demasiada.
Lo que ya no es fácil. Nos atrae (atrae al autor, la palabra, el portaplumas) como
un imán. Nos vuelve a pegar con él, nos absorbe como un cuerpo tiende siempre a
absorber su sombra. Por otra parte, la sombra nunca logra despegarse del cuerpo, ni
brindar una representación de éste que no lo deforme de alguna manera…

La piedra, el cajón, la naranja: son temas fáciles. Por tal motivo sin duda es que
me tentaron. Nadie había dicho nunca nada al respecto. Bastaba con decir la más
mínima cosa. Bastaba con pensar en ello: no más difícil que eso.
Pero el hombre, me reclaman…
El hombre ha sido –en varios rubros– el tema de millones de bibliotecas.
Por la misma razón que nadie habló nunca de la piedra, no hay nadie que no
haya hablado del hombre. No se habló de nada excepto de él.
Sin embargo, en literatura nunca se intentó –que yo sepa– un retrato sobrio del
hombre. Simple y completo. Esto es lo que me tienta. Habrá que decir todo en un
pequeño volumen… ¡Vamos! ¡Ahora nos toca a nosotros!

El hombre es un tema que no resulta fácil de disponer, de hacerlo saltar en la


mano. No es fácil girar a su alrededor, tomar la distancia necesaria. Lo difícil es la
distancia que hay que tomar, y la adecuación de la mirada, la puesta a punto.
No es fácil de captar con el objetivo.

¿Cómo se las arreglaría un árbol que quisiera expresar la naturaleza de los


árboles? Haría hojas, y eso no nos enseñaría mucho.
¿No estamos un poco en el mismo caso?

El hombre (como especie) se mantiene mediante vibraciones continuas,


mediante una multiplicación incesante de los individuos. Allí puede estar la explicación
de la multiplicación de individuos del mismo tipo dentro de la especie: la especie
mantiene su idea en favor de dicha multiplicación, con lo cual se reasegura…

La noción de hombre está cerca de la noción de equilibrio.


Una suerte de ludión.
Fantásticamente azaroso, despreocupado.
(Cf. el sonámbulo que no se cae del techo –el dios que cuida a los borrachos…–,
el instinto que hace que el hombre no decida cruzar los puentes más bien a lo ancho,
etc.)
Entre dos infinitos, y miles de posibles, un ludión…
*

El hombre y su apetito de absoluto –su nostalgia de absoluto (Camus): Sí, es una


característica de su naturaleza. Pero la otra, menos señalada, es su facultad de vivir en lo
relativo, en lo absurdo (aunque esto no sea juzgado absurdo sino por voluntad).
El poder del sueño: recuperación –la distracción, la recreación.
Es preciso que relea a Pascal (para demolerlo).
¿Qué es ese apetito de absoluto? Un resto del espíritu religioso. Una proyección.
Una exteriorización viciosa.
Hay que reintegrar la idea de Dios a la idea del hombre.
Y simplemente vivir.

Una determinada vibración de la naturaleza se llama hombre.

Vibración: las intermitencias del corazón, las de la muerte y la vida, la vigilia y


el sueño, la herencia y la personalidad (originalidad).

Movimientos brownianos.68

Una de las decisiones de la naturaleza o de los resultados (una de las


coagulaciones frecuentes) de la naturaleza es el hombre. Una de sus realizaciones (la
naturaleza se realiza en él).

68
El movimiento browniano es el movimiento aleatorio que se observa en las partículas que se hallan en
un medio fluido (líquido o gas), como resultado de choques contra las moléculas de dicho fluido [T].
Influjo de vida en las proporciones escogidas. Simetría del cuerpo del hombre.
Complejidad íntima. Pero la naturaleza se realiza completamente sin duda en cada una
de las coagulaciones que alcanza.

–“No, el hombre decididamente me resulta demasiado imponente como para que


pueda hablar de él. Hay demasiadas cosas que decir y el tema me impone demasiado
respeto. Es un tema demasiado conmovedor y demasiado vasto. Me desalienta…”

Para tomar notas sobre el hombre, elegí instintivamente un cuaderno bastante


extraordinariamente más alto que ancho: se ve bien por qué.

Tenderemos a un hombre simple. Claro y simple. Nuevo clasicismo.


A partir de lo más profundo y lo más oscuro (adonde nos llevaron los siglos
precedentes).
Para salir de las brumas y las humaredas religiosas y metafísicas –de las
desesperaciones…

Puesto que se trata de un tema difícil, sólo diremos una cosa: la facultad de
equilibrio, ese poder vivir entre dos infinitos, y lo que resulta moralmente de la toma de
conciencia, del desempeño de tal cualidad.

Bajando la vista desde el cielo estrellado hasta mí, hasta el hombre, me


sorprende la obstinación que muestro en vivir.
¡Imaginarme un papel tan pequeño y querer cumplirlo!
Pero, sobre todo, ¿cómo puedo perder la conciencia del costado mezquino de ese
pequeño papel? ¿Mediante qué feliz inconciencia lo interpreté seriamente?
Es que en verdad hace falta vivir.
Y que todo no es más que una cuestión de nivel, o de escala.

Ese hombre sobrio y simple, que quiere vivir según su ley, su equilibrio feliz, su
propia densidad de ludión –se forja en la matanza actual (o más bien es su última
prueba, su último golpe de fragua luego de siglos de un largo forjamiento).
Se forja allí tal como se forja también en la mente de algunos hombres, como yo
que me ocupo a la vez de su redención social y de la redención de las cosas en su mente.

De parte de las cosas, Los zapatos pertenecen a la literatura-tipo de la post-


revolución.

El Hombre está por venir. El hombre es el porvenir del hombre.

“Ecce homines” (podrá decirse más adelante…) o más bien no: ecce nunca
querrá decir nada justo, no será nunca la palabra justa.
No ve (aquí) al hombre, sino quiere al hombre.
1943-1944
IV

EL TRONCO DE ÁRBOL
El tronco de árbol

Ya que pronto el invierno nos pondrá de relieve


mostrémonos dispuestos al rol de la madera

emocionados crótalos que enloquecen por nada


dejen las efusiones a nuestra costa oh hojas
cuyo cambio de humor nos cubre o nos despoja
con esfuerzo sin pausa nos las imaginamos
ya ustedes sólo son con esfuerzo creíbles

apártate de mí corteza demasiado


sincera a mis pies júntate con las de otros siglos

rostros pasados máscaras pasadas público


contra mí de tu suerte quedaron por testigos
todos como tú tuvieron la palma viva un instante
que por tierra y por agua vemos desconcertados
aunque de mis virtudes te creo la más cercana
en lugares comunes fallece fuiste hecha
para ellos costumbres urgentes Por tu obra
deniega la desgracia y ya desenmascara
con buena voluntad a tu autor voluntario…

Así se esfuerza un árbol aún bajo la corteza


en mostrar vivo el tronco que la muerte
ha de perfeccionar.
ÍNDICE

DOCE ESCRITOS BREVES

Discúlpenme esta apariencia de falla…


A menudo forzado a huir…
Tres poemas
Cuatro sátiras
Tres apólogos

DE PARTE DE LAS COSAS

Lluvia
El final del otoño
Pobres pescadores
Ron de helechos
Las moras
El cajón
La vela
El cigarrillo
La naranja
La ostra
Los placeres de la puerta
Los árboles se deshacen dentro de una esfera de niebla
El pan
El fuego
El ciclo de las estaciones
El molusco
Caracoles
La mariposa
El musgo
Orillas de mar
Sobre el agua
El pedazo de carne
El gimnasta
La madre joven
R. C. Sena n°
El restaurante Lemeunier de calle de la Chaussée d’Antin
Notas para una valva
Los tres negocios
Fauna y flora
El camarón
Vegetación
La piedra

PROEMIOS

Todo sucede (o al menos lo imaginé a menudo)…


Natare piscem doces (Cuarenta y dos proemios, 1919-1935)
Páginas bis (Diez breves capítulos, 1941-1943)
Primeras notas para “el hombre” (1943-1944)
El tronco de árbol

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