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La llamada es iniciativa y don de Cristo y supone una relación personal con él. El
Señor llama para compartir su misma misión. Es una llamada que pide seguimiento como
disponibilidad para compartir la vida con él. La vocación a la santidad y a la misión se
vive en grupo espiritual y apostólico.
La diversidad de vocaciones (cfr. 1Cor 7,24; 12), dentro del ámbito de la vocación
cristiana, indica una variedad que construye la unidad o comunión eclesial, puesto que
todos estamos "llamados a formar un solo cuerpo" (Col 3,15). La variedad puede
manifestarse en diversos niveles: en la vivencia de la fe, de la santidad o perfección, de la
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misión, de la fraternidad, del propio estado de vida. A veces esta diferenciación tiene su
origen en el hecho de seguir la pauta de un "carisma" personal o "fundacional".
(AA 4), es decir, "gestionar los asuntos temporales y ordenarlos según Dios" (LG 31; cfr.
RMi 71). Los laicos, "guiados por el espíritu evangélico, contribuyen a la santificación del
mundo como desde dentro, a modo de fermento" (ibídem).
Su campo de apostolado es, pues, también el de la misión "ad gentes": "Los laicos
cooperan a la obra de evangelización de la Iglesia y participan de su misión salvífica a la
vez como testigos y como instrumentos vivos" (AG 41). La historia ha confirmado su
importancia: "La participación de los laicos en la expansión de la fe aparece claramente,
desde los primeros
tiempos del cristianismo" (RMi 72).
Apóstoles, hasta el punto de "dejarlo todo para seguirlo" esponsalmente (cfr. Mt 4,19ss;
19,27ss; Lc 5,11; 8,1-3. Esta "vida apostólica" o "evangélica" incluye la disponibilidad
misionera a "todos los pueblos" (Mt 28,19). "Las personas consagradas que abrazan los
consejos evangélicos, reciben una nueva y especial consagración que, sin ser sacramental,
las compromete a abrazar —en el celibato, la pobreza y la obediencia— la forma de vida
practicada personalmente por Jesús y propuesta por El a los discípulos" (VC 31). Esta
consagración conlleva una "especial conformación con Cristo, virgen, pobre y obediente"
(ibídem).
viviente del modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado ante el Padre y
ante los hermanos" (VC 22).
Es una especial "unción del Espíritu" (carácter) y "configuración con Cristo" (PO
2), como consagración en vistas a la misión de "servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey"
(PO 1). Por esta participación especial en el sacerdocio de Cristo (del que ya se participa
en grado y modo diverso por el bautismo), el sacerdote ministro es signo personal de
Cristo para servir a la comunidad eclesial. Por esto, la comunidad tiene derecho de ver
este signo en la función pastoral y en una vida evangélica como la del Señor.
La doctrina conciliar es muy clara, aunque poco aplicada: "El don espiritual que
recibieron los presbíteros en la ordenación no los dispone sólo para una misión limitada y
restringida, sino para una misión amplísima y universal de salvación «hasta los extremos
de la tierra» (Act 1,8), porque cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma
amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles. Porque el sacerdocio
de Cristo, de cuya plenitud participan verdaderamente los presbíteros, se dirige por
necesidad a todos los pueblos y a todos los tiempos... Recuerden, pues, los presbíteros que
deben llevar en el corazón la solicitud de todas las Iglesias" (PO 10).
La dimensión misionera es intrínseca a toda vocación cristiana, puesto que "a todo
discípulo de Cristo incumbe propagar la fe según su condición" )AG 23). Pero esta
realidad de la vocación misionera general no excluye la existencia de una "vocación
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misionera especial" (AG 23), "que tiene como modelo la de los Apóstoles: se manifiesta
en el compromiso total al servicio de la evangelización; se trata de una entrega que abarca
a toda la persona y toda la vida del misionero, exigiendo de él una donación sin límites de
fuerzas y de tiempo" (RMi 65). Esta vocación especial o específica se encuentra descrita
en los documentos magisteriales sobre la misión "ad gentes", la cual también hoy
"conserva toda su validez" (RMi 66).
Aunque todo cristiana esté llamado a colaborar en este universalismo, quienes han
recibido la vocación misionera específica se hacen disponibles, de modo efectivo y
comprometido, a realizar esta misión sin fronteras. Así son los "misioneros ad gentes y de
por vida, por vocación específica" (RMi 32).
Según el propio estado de vida, toda vocación cristiana está abierta a colaborar en
este universalismo. Hay instituciones misioneras que ofrecen este cauce a vocaciones
laicales, religiosas y sacerdotales. Cualquier vocación cristiana puede, pues, entrar en el
abanico de estas posibilidades.
no encuentran un cauce adecuado para ellos, a menos que se inserten en alguna institución
estrictamente misionera.
Este universalismo puede vivirse en acción directa (como San Francisco Javier) o
también por medio de una vida ofrecida (contemplativa, oblativa) a la misión "ad gentes"
(como santa Teresa de Lisieux). Puede también darse esta vocación por la dedicación a la
animación misionera de la comunidad eclesial (como Paulina Jaricot y quienes trabajan en
las Obras Misionales o en la docencia misionológica).
Hay muchas instituciones misioneras de acción directa "ad gentes", que no pueden
dedicar todas las personas explícitamente a esta acción, puesto que existen servicios de
organización, dirección, animación, además de personas enfermas o ancianas. Entonces la
vocación misionera específica se salva por la "comunión" fraterna, puesto que todos los
miembros de un Instituto, de modo diverso y complementario, cooperan al mismo
objetivo.
Pero los diversos tipos de universalismo que acabamos de describir, urgen a una
totalidad de compromiso misionero. La vocación específicamente misionera "se
manifiesta en el compromiso total al servicio de la evangelización; se trata de una entrega
que abarca a toda la persona y toda la vida del misionero" (RMi 65). A la luz de esta
relación entre el universalismo y la totalidad del compromiso misionero, se entiende
mejor que "la vocación a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la
misión" (RMi 90).
Aunque todo misionero trabaja en estas motivaciones, hay que reconocer que
existen instituciones (y personas particulares) que tienen el carisma no sólo de la
disponibilidad universal, sino principalmente de dedicarse a implantar la Iglesia o a que el
anuncio evangélico llegue ahí donde todavía no ha sido proclamado. El corazón del
apóstol, que entrega su vida totalmente a la evangelización, busca anunciar el evangelio a
los más necesitados de él, sea donde sea.
Existen Institutos o Instituciones misioneras específicas "ad gentes", hacia las que
se orientan ordinariamente las vocaciones misioneras. El decreto conciliar Ad Gentes dice
de ellos que "han soportado desde hace muchos siglos el peso del día y del calor" y que
"continúan siendo necesarios" (AG 27; cfr. RMi 66). Indica también que "bajo el nombre
de «Institutos» se comprenden las Ordenes, las Congregaciones, los Institutos y
Asociaciones que trabajan en las misiones" (AG 27). Implícitamente se incluyen a las
diócesis que asumen la misión "ad gentes" (diócesis misioneras).
Los Institutos o Instituciones misioneras presentan hoy una gran variedad, sea por
el carisma fundacional, que por el tipo de organización o por el campo de acción en la
misión "ad gentes". No se pueden reducir a sólo los Institutos que dependen directamente
del Dicasterio misionero. Pueden ser de tipo laical, religioso, sacerdotal religioso,
sacerdotal diocesano, mixto, etc. Algunas Conferencias Episcopales han creado sus
propias Instituciones como cauce misionero "ad gentes". Algunas diócesis han asumido,
por encargo de la Santa Sede, un cauce misionero estrictamente dicho. Lo importante es
asegurar la línea de misión universalista "ad gentes", así como la asistencia y la
dedicación del personal a esta misma misión.
Hay siempre elementos comunes a toda vocación misionera (cfr. RMi 65),
especialmente cuando se trata de ser "misioneros ad gentes y de por vida" (RMi 32), pero
las diferencias provienen de la perspectiva personal o comunitaria respecto a la
disponibilidad misionera efectiva. Existen Instituciones que "también" tienen la
derivación "ad gentes", pero no de modo exclusivo o preeminente. Por esto, la
disponibilidad efectiva queda más asegurada cuando la persona pertenece a una
institución misionera estricta o con compromisos misioneros reales: Instituto misionero,
Instituciones o cauces permanentes, diócesis misionera, asociaciones para la misión "ad
gentes", etc.
Los "sellados con vocación especial" misionera, tienen que estar "dotados" de
"disposiciones y talentos", de suerte que estén "dispuestos a emprender la obra misional"
según la misión que recibirán de la Iglesia. De este modo, quedan "segregados para la
obra que han sido llamados, como ministros del evangelio, para que la oblación de los
gentiles sea acepta y santificada por el Espíritu Santo" (AG 23; cfr. Rom 15,16).
Como para toda vocación, hay que discernir la rectitud de intención, la libertad de
la voluntad, la idoneidad y conjunto de cualidades. Si se trata de la intención recta, hay
que constatar la motivación sincera de dedicarse a la evangelización universal o al primer
anuncio e implantación de la Iglesia. Respecto a la voluntad libre, es necesario constatar
la decisión y donación personal "gozosa" a la misión sin fronteras. Cuando se trata de la
idoneidad, se orienta hacia las cualidades necesarias para dedicarse a la misión "ad
gentes": espíritu sobrenatural, fortaleza en las dificultades, paciencia, testimonio de las
bienaventuranzas, sentido de comunión eclesial, sintonía con el carisma de la institución,
etc. (cfr. AG 24-25; RMi 91).
Iglesia y en todos los pueblos... A partir de este enfoque, la formación teológica se hará
más kerigmática y salvífica, más apta para la el anuncio inculturado y para responder a la
problemática que presentan las religiones, así como las nuevas tendencias religiosas o
pseudoreligiosas.
Para la evangelización del mundo actual, se necesita presentar "una nueva síntesis
creativa entre el evangelio y la vida"; por esto, los evangelizadores deben ser "expertos en
humanidad y, al mismo tiempo, contemplativos enamorados de Dios" (Juan Pablo II)
La formación a nivel pastoral (cfr. AG 26) tiende a enfocar todos los datos
recibidos hacia el anuncio, la celebración y la comunicación del misterio pascual de
Cristo. Es formación que apunta a anunciar el evangelio a todos los pueblos y a
acompañar a la comunidad ya cristiana en su camino de configuración con Cristo, en
comunión de hermanos.
Hay algunos campos específicos de la misión "ad gentes", que necesitan una
atención mayor y reclaman una formación adecuada: el diálogo interreligioso (y
conocimiento de las religiones), la inserción del evangelio en las culturas (inculturación),
la religiosidad popular (como medio de evangelización inculturada), los nuevos
movimientos religiosos... Cada uno de estos campos necesita una metodología y unos
medios adecuados, no solamente teóricos, sino de modo especial a partir de la experiencia
comprobada.
formación están llamados los sacerdotes y sus colaboradores, los educadores y profesores,
los teólogos, particularmente los que enseñan en los Seminarios y en los centros para
laicos" (RMi 83).
Se necesita una formación peculiar para vivir la misión específica "ad gentes". Se
trata de una formación profunda y práctica, que se traduzca en "capacidad de iniciativas,
constancia para continuar lo comenzado hasta el fin, perseverancia en las dificultades,
paciencia y fortaleza para soportar la soledad, el cansancio y el trabajo infructuoso" (AG
25). Esta formación ayudará a adoptar una actitud de apertura, disponibilidad en los
cargos, adaptación a las situaciones y culturas diferentes, fraternidad, etc. (cfr. AG 23-25;
EN 74-80).
Lectura de documentos:
- Laicado y misión: Cfr. LG 31; GS 38; AA 2, 6, 10, 13; EN 70-73; CFL 7-8, 64; can. 225.
- Vida consagrada y misión: LG 43-47; AG 18, 40; EN 69; RMi 69-70; VC 72-74, 77-78.
Cfr. Instrucción Caminar desde Cristo. Un renovado compromiso de la vida consagrada
en el tercer milenio (19 mayo 2002); (Congregación para la Educación Católica) Las
personas consagradas y la misión en la escuela (Lib. Edit. Vaticana, 2002).
- Vocación misionera del sacerdote ministro: LG 23, 28; ChD 5-6; PO 10; OT 20; AG 38-
39; EN 68; RMi 63-64, 67; PDV 16-18, 31-32, 74; Directorio 14-15.
1. Espiritualidad misionera
Es "vida según el Espíritu" (Rom 8,9; Gal 5,25) y "caminar en el Espíritu" (Rom
8,4), para ser fieles a la misión del mismo Espíritu. Es "vida en Dios" (Rom 6,11) y "vida
en Cristo" (Gal 2,20). Es, pues, una vida que se quiere vivir en toda su realidad humana y
cristiana, con autenticidad y profundidad.
El decreto conciliar Ad Gentes describe las virtudes del misionero (AG 23-24) e
insta a adquirir una formación espiritual (AG 25). Invita a vivir una "vida realmente
evangélica", expresada en fidelidad generosa a la llamada, de suerte que los apóstoles
sean coherentes con las exigencias de la misión. Por esto "han de renovar su espíritu
constantemente" (AG 24) y adquirir "una especial formación espiritual y moral" (AG 25).
Imbuido de esta "vida espiritual", el misionero hará posible que "la vida de Jesús obre en
aquellos a los que es enviado" (AG 25).
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Pero, más allá de los conceptos (por válidos que sean), la espiritualidad misionera
debe dejar traslucir el misterio de Dios Amor manifestado en Cristo, que llama a la
contemplación de la Palabra, al seguimiento evangélico, a la vida de comunión eclesial y
a la disponibilidad misionera. Todavía cabe distinguir en el proceso de profundización de
los conceptos, si se trata de la espiritualidad misionera de todo cristiano, del apóstol en
general o del misionero en particular (vocación misionera específica, carisma misionero
peculiar, etc.).
Se trata, pues, de una espiritualidad que deriva de la misión y que tiene como
objetivo la misión, al estilo de Cristo evangelizador que ha querido prolongarse en la
Iglesia evangelizadora, bajo la acción del Espíritu Santo. Se pueden distinguir todavía
diversos niveles concretos para aplicar la espiritualidad misionera: dimensión misionera
de toda la espiritualidad cristiana, espiritualidad del cristiano en general, del apóstol en
general, de cada vocación cristiana específica (laical, religiosa, sacerdotal), del misionero
"ad gentes", urgencias y retos actuales...
sus ovejas, las busca y ofrece su vida por ellas (cfr. Jn 10)" (ibídem). Se traduce en el
"celo por las almas, que se inspira en la caridad misma de Cristo, y que está hecha de
atención, ternura, compasión, acogida, disponibilidad, interés por los problemas de la
gente" (RMi 89). Por esto, "el misionero es el hombre de la caridad" (ibídem).
El mismo Espíritu Santo que guió la vida del Buen Pastor y de los Apóstoles, ha
ido señalando, a través de la historia, otros matices peculiares, para responder a
situaciones nuevas. En las figuras históricas, experiencias y documentos, es necesario
discernir lo que tiene valor permanente y, al mismo tiempo, valorar en sus justos términos
lo que es pasajero, secundario e incluso limitado o erróneo. A cada época hay que juzgarla
dentro de su misma perspectiva histórica. Los "hechos de gracia" de todo momento
histórico van siempre acompañados de signos pobres y limitados.
De este modo, a partir de la figura del Buen Pastor y de los Apóstoles, se pasa a
las realidades misioneras concretas, iluminadas por el mensaje evangélico predicado por
la Iglesia, según el estilo de vida de los santos misioneros, siguiendo líneas de
espiritualidad y virtudes concretas, en el contexto de carismas, instituciones o servicios
misioneros, con los medios comunes y peculiares de espiritualidad.
En todos estos temas, conviene distinguir (sin separar) si se trata de la persona del
evangelizador o de la comunidad evangelizadora. La espiritualidad apunta a hacer
disponible al apóstol y a la comunidad para la evangelización local y universal. Esta
espiritualidad, personal y comunitaria, se basa en el seguimiento de Cristo que deriva de
la misión.
su ministerio cuando el mismo Espíritu Santo descendió sobre él mientras oraba" (AG 4;
cfr. LG 59; EN 82; RH 82).
La misión se vive en sintonía con la misión del Señor, puesto que es el Espíritu
Santo quien "infunde en el corazón de los fieles el mismo espíritu de misión que impulsó
a Cristo" (AG 4). Si la "espiritualidad" es "vida según el Espíritu", la espiritualidad
misionera puede definirse como fidelidad al Espíritu Santo, que realiza en la Iglesia la
misión confiada por Cristo (cfr. Jn 20,21-23).
El apóstol, ungido y enviado por el Espíritu, vive en armonía con el ser, la vida y
la acción apostólica de Jesús. La fuerza y misión del Espíritu, que actuó en Jesús, es ahora
la fuerza y el "alma" de la misión de la Iglesia. Cada apóstol, como Pablo, se siente
impulsado por el Espíritu y "prisionero" suyo (Rom 15,18; Act 20,22).
Para discernir la acción del Espíritu Santo y distinguirla del espíritu del mal (y de
la lógica simplemente humana), se siguen las mismas líneas evangélicas de la vida de
Jesús: oración, sacrificio, humildad, vida ordinaria de "Nazaret" (= "desierto"); amor
preferencial por los que sufren, campos de caridad y servicio (= "pobres"); esperanza de
confianza y tensión comprometida (= "gozo"). No son reglas fijas, sino orientaciones
según el estilo de vida de las "bienaventuranzas", con el "gozo" de transformar las
dificultades en una nueva posibilidad de darse y de evangelizar.
El Espíritu Santo hace caminar al apóstol por el mismo camino pascual de Jesús.
Frecuentemente, los grandes resultados en el campo de la evangelización se han realizado
después de grandes fracasos, cruces y martirios. No se trata de buscar directamente estas
situaciones, sino de asumir responsablemente la historia prefiriendo la actitud de "dar más
que de recibir" (Act 20,35), de vida de "Nazaret" o "vida escondida con Cristo en Dios"
(Col 3,3).
actitud de docilidad a una doctrina, sino especialmente una actitud relacional respecto "al
Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo" (cfr. Ef 2,18). De hecho, es una dinámica
"espiritual" de participación en la vida de Dios Amor, que compromete toda la existencia
del apóstol.
El Espíritu "marca" toda la vida para colaborar fielmente con los planes salvíficos
de Dios en Cristo su Hijo (Ef 1,3-14): el tiempo se distribuye según la escala de valores o
prioridades del evangelio; los criterios se ajustan a la línea de las bienaventuranzas, para
pensar como Cristo; las decisiones y compromisos se toman de acuerdo con el mandato
del amor. Esta fidelidad al Espíritu suscita el nuevo fervor de los apóstoles, para afrontar
las nuevas situaciones con nuevos métodos misioneros y nuevas expresiones.
A pesar de la ambigüedad del fenómeno religioso actual, hay que constatar que "se
busca la dimensión espiritual de la vida como antídoto a la deshumanización" (RMi 38).
Mientras tanto, las religiones buscan el contacto con el cristianismo para preguntar sobre
su peculiar experiencia de Dios. De ahí que pueda afirmarse que "el futuro de la misión
depende en gran parte de la contemplación" (RMi 91). Las "semillas del Verbo",
sembradas por el Espíritu Santo en otras religiones, necesitan el testimonio de la
contemplación cristiana para llegar a su madurez.
"búsqueda de verdad y búsqueda de una persona de quien fiarse" (ibídem, 33). Por esto, el
apóstol debe saber anunciar con franqueza y por su propia experiencia, que "en Jesucristo,
que es la Verdad, la fe reconoce la llamada última dirigida a la humanidad, para que pueda
llevar a cabo lo que experimenta como deseo y nostalgia" (ibídem).
Este desafío forma parte de los "signos de esperanza" de nuestra época (TMA 46).
Las nuevas situaciones geográficas, sociológicas y culturales (cfr. RMi 37-38) urgen a
reconocer que "la Iglesia tiene un inmenso patrimonio espiritual para ofrecer a la
humanidad: en Cristo, que se proclama «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6). Es la
vida cristiana para el encuentro con Dios, para la oración, la ascesis, el descubrimiento del
sentido de la vida. También éste es un areópago que hay que evangelizar" (RMi 38). Más
que una explicación técnica sobre la experiencia contemplativa de Dios, se necesita el
testimonio de esta misma experiencia (cfr. Jn 1,14; 1Jn 1,1.3).
Hay una definición descriptiva sobre la misión, que incluye esta experiencia
contemplativa: "La venida del Espíritu Santo los convierte (a los Apóstoles) en testigos o
profetas (Hech 1,8; 2, 17-18), infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a
transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima" (RMi 24). Se
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transmite, pues, a los demás la propia experiencia de encuentro con Cristo: "Precisamente
porque es «enviado», el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo
acompaña en todo momento de su vida" (RMi 88).
Todo ello reclama, por parte del creyente y, de modo especial, por parte del
evangelizador, una fe más vivencial, que no se reduzca a la afirmación de unos conceptos
(cuya validez no se pone en duda): "Urge recuperar y presentar una vez más el verdadero
rostro de la fe cristiana, que no es simplemente un conjunto de proposiciones que se han
de acoger y ratificar con la mente, sino un conocimiento de Cristo vivido personalmente,
una memoria viva de sus mandamientos, una verdad que se ha de hacer vida... La fe es
una decisión que afecta a toda la existencia; es encuentro, diálogo, comunión de amor y
de vida del creyente con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (cfr. Jn 14,6). Implica un acto
de confianza y abandono en Cristo, y nos ayuda a vivir como él vivió (cfr. Gal 2,20), o
sea, en el mayor amor a Dios y a los hermanos" (VS 88).
mientras, al mismo tiempo, sabrá purificarlos y llevarlos a "su madurez en Cristo" (cfr.
RMi 28). Una señal de autenticidad será la capacidad de no absolutizar ninguna cultura
(ni reflexión filosófico-teológica, por válida que sea). De este modo, la inculturación del
evangelio, en unas determinadas coordenadas, se convertirá en una nueva plataforma para
evangelizar a todas las culturas y a todos los pueblos.
Esta "relación" con Cristo se traduce en "una comunión de vida y de amor cada
vez más rica, y una participación cada vez más amplia y radical de los sentimientos y
actitudes de Jesucristo" (PDV 72). Toda la formación del apóstol consiste en "un itinerario
de progresiva asimilación de los sentimientos de Cristo hacia el Padre" (VC 65).
Con esta perspectiva de experiencia de encuentro con Cristo, el apóstol capta, por
sintonía de fe, que "el Verbo Encarnado es, pues, el cumplimiento del anhelo presente en
todas las religiones de la humanidad: este cumplimiento es obra de Dios y va más allá de
toda expectativa humana" (TMA 6). Solamente una actitud contemplativa, a modo de un
conocimiento vivencial de Cristo, será capaz de aceptar gozosamente y de descubrir las
enormes potencialidades misioneras de estas afirmaciones: "En él (en Cristo) el Padre ha
dicho la palabra definitiva sobre el hombre y sobre la historia" (TMA 5).
Para que "al encontrar a Cristo, todo hombre descubra el misterio de su propia
vida" (Bula IM 1), se necesita que el apóstol sea testigo experiencial de este mismo
encuentro. El objetivo de la evangelización, en línea paulina, es el de "formar a Cristo"
en los demás (Gal 4,19). Es el objetivo que "deriva de la exigencia profunda de la vida de
Dios en nosotros" (RMi 11), también al estilo de San Pablo: "Cristo quien vive en mí...
vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2,20).
La Iglesia de Cristo está marcada por la cruz. "La Iglesia va peregrinando entre las
persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz del Señor hasta que
venga" (LG 8). La explicación de este misterio la puede dar y captar sólo el amor: "Cristo
nos amó y se entregó a sí mismo en sacrificio por nosotros" (Ef 5,2). "La cruz de Cristo es
a medida de Dios, porque nace del amor y se completa en el amor" (DM 7).
La fuerza apostólica del cristianismo radica sólo en Cristo resucitado, que fue
"exaltado", porque "se humilló hasta la muerte de cruz" (Fil 2,8). Por esto el apóstol no se
avergüenza de predicar el evangelio, "para no desvirtuar la cruz de Cristo" (1Cor 1,17).
La cruz fecunda, con esperanza de resurrección, todo lo que toca.
constante de la misión. "El mártir, sobre todo en nuestros días, es signo de ese amor más
grande que compendia cualquier otro valor... El creyente que haya tomado seriamente en
consideración la vocación cristiana, en la cual el martirio es una posibilidad anunciada ya
por la Revelación, no puede excluir esta perspectiva en su propio horizonte existencial"
(Bula IM 13).
El mártir cristiano entrega su vida perdonando a los perseguidores (cfr. Act. 7,60),
a ejempo de Cristo en la cruz. "El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe;
designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto
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En los mismos textos conciliares se habla con cierta frecuencia de los objetivos
del Concilio, indicando la necesidad de renovación personal y comunitaria para conseguir
los objetivos trazados: "Este sacrosanto Concilio se propone acrecentar de día en día entre
los fieles la vida cristiana" (SC 1). De este modo, al "anunciar el Evangelio con la claridad
de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia", podrá "presentar a sus fieles y a todo
el mundo con mayor precisión su naturaleza y su misión universal" (LG 1).
El encuentro del cristianismo con los creyentes de otras religiones comporta, por
parte del cristiano, una actitud de permanente conversión: "Cada convertido es un don
hecho a la Iglesia y comporta una grave responsabilidad para ella... porque, especialmente
si es adulto, lleva consigo como una energía nueva, el entusiasmo de la fe, el deseo de
encontrar en la Iglesia el Evangelio vivido. Sería una desilusión para él, si después de
ingresar en la comunidad eclesial encontrase en la misma una vida que carece de fervor y
sin signos de renovación. No podemos predicar la conversión, si no nos convertimos
nosotros mismos cada día" (RMi 47).
Los documentos que se refieren a las diversas vocaciones o estados de vida (laical,
sacerdotal y de vida consagrada) indican también esa pista relacional e incluso
contemplativa, en vistas a una renovación del propio camino vocacional. En la práctica, la
"clave" de toda renovación es la relación personal con Cristo (PDV 12), a modo de "amor
apasionado" por él (VC 109), así como de sintonía con sus "sentimientos" (Fil 2,5; cfr.
VC 65-66, 109; PDV 49; ChL 64). Sólo a partir de ahí se ama a la Iglesia como él la ha
amado, para entregarse con amor apasionado a la evangelización.
No siempre las personas y las instituciones eclesiales han sido transparencia del
evangelio durante los dos primeros milenios del cristianismo, porque "hijos suyos han
desfigurado su rostro" (TMA 35). Aunque la acción y el resultado global han sido
positivos, debido principalmente a santos y mártires, non han faltado momentos oscuros
en los que la acción evangelizadora se ha querido realizar "con métodos de intolerancia e
incluso de violencia" (TMA 35). La misma indiferencia religiosa de algunos sectores de la
sociedad actual, puede haberse originado "por no haber manifestado el genuino rostro de
Dios" (TMA 36; cfr. GS 19). Las directrices del concilio Vaticano II y del magisterio
postconciliar, urgiendo a una fidelidad mayor a la nueva acción del Espíritu, no siempre
han encontrado acogida filial, acertada y generosa.
Al mismo tiempo, para llegar a esa comunión eclesial se necesita una conversión
permanente y una actitud de adaptar la propia vida al seguimiento evangélico de Cristo.
Todo obstáculo a la comunión y a la renovación evangélica, se convierte en obstáculo
para la misión.
La "mirada" hacia los hermanos debe ser siempre "contemplativa", como de quien
intuye un misterio de amor. La misión necesita esta "mirada contemplativa que...
encuentra en el rostro de cada persona una llamada a la mutua consideración, al diálogo y
a la solidaridad" (EV 83).
Las posibilidades misioneras del inicio del tercer milenio parecen abrir "horizontes
de una humanidad más preparada para la siembra evangélica" (RMi 3). La Iglesia necesita
ser, en su misma vida, el anuncio de que "el tiempo se ha cumplido... con la Encarnación"
(TMA 9). Este cumplimiento del tiempo salvífico en la Encarnación del Verbo indica la
confluencia de toda la acción de Dios en los diversos pueblos y religiones, e "invita a
encontrarnos con renovada fidelidad y profunda comunión en las orillas de este gran río:
el río de la Revelación, del Cristianismo y de la Iglesia" (TMA 25).
Puede servir de pauta para toda institución y estructura eclesial, lo que se afirma
de la Curia Romana: "La actividad de todos los que trabajan en la Curia Romana y en los
demás organismos de la Santa Sede es un verdadero servicio eclesial, marcado por un
carácter pastoral, en cuanto que es participación en la misión universal del Romano
Pontífice, y todos deben cumplirlo con la máxima responsabilidad y con la disposición
para servir" (Const. Apost. Pastor Bonus, art. 33). Naturalmente que esta disponibilidad
misionera dependerá de la correspondiente renovación evangélica.
Si en Cristo "es Dios quien viene en persona", y en él aparece que "el Verbo
Encarnado es el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la
humanidad" (TMA 6), los creyentes en Cristo tienen que vivir de la convicción de que "en
El, el Padre ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre y sobre la historia" (TMA 5).
La vivencia de esta fe, como "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88),
hace de la Iglesia un signo transparente de la realidad de la Encarnación. Los no creyentes
en Cristo no darán el paso a la fe sólo por aceptación de conceptos, sino principalmente
por la gracia de Dios y el anuncio y testimonio de los cristianos. "Viviendo las
bienaventuranzas, el misionero experimenta y demuestra concretamente que el Reino de
Dios ya ha venido y que él lo ha acogido" (RMi 91).
El cristianismo se presenta tal como es, cuando ofrece con su propia experiencia la
manifestación de la Palabra definitiva de Dios insertada en la historia: el Verbo encarnado,
Cristo muerto y resucitado. Los no cristianos ya tienen las "semillas del Verbo", pero
necesitan ver en los signos de una vida de fe, cómo es la manifestación definitiva de Dios
por medio de Jesucristo en "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4). Las "muchas maneras"
de hablar de Dios, han llegado a su manifestación definitiva "en su Hijo" (Heb 1,1-2), que
se transparenta a través de sus apóstoles. El conocimiento respetuoso de los valores de
otras religiones se convierte en una invitación a "dar testimonio del resucitado entre las
gentes" (EN 66).
La base de una renovación evangélica de la Iglesia pasa, pues, por una recta
eclesiología de comunión, que dinamizará el camino de santificación, de fraternidad, de
ministerios, de ecumenismo y de misión.
La "casa de todos", como "familia" del resucitado, es decir, la "Iglesia", tal vez no
esté preparada convenientemente. En realidad, la dificultad se encuentra en todas las
culturas y religiones, también en el cristianismo. Falta un conocimiento y aprecio mutuo,
para poder compartir los dones recibidos, que son patrimonio común de toda la
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humanidad. El don peculiar de la fe cristiana tendría que preparar a los creyentes para
valorar gozosamente, desde la misma fe, todos los dones que son "preparación
evangélica" y "semillas del Verbo".
El testimonio cristiano tiene que aportar este aprecio positivo, precisamente para
mostrar la peculiaridad de la experiencia del encuentro con Cristo resucitado, que es el
don definitivo del mismo Dios Amor que ya ha sembrado todos los otros dones. La
actitud de fe cristiana no es complejo de superioridad, sino experiencia de humildad: el
don que hemos recibido, sin merecerlo, es definitivo y para todos. Por esto, estamos
llamados a comunicarlo a todos y tal como es.
"La verdad no se impone de otra manera, sino con la fuerza de la misma verdad,
que penetra suave y fuertemente en las almas" (Dignitatis humanae, 1; citado por TMA
35). El cristiano ha encontrado a Cristo y siente, por gratitud, la necesidad de comunicar a
todos que "en su nombre pondrán las naciones su esperanza" (Mt 12,21; cfr. Is 42,6).
Cristo es el esperado de todos los pueblos.
Decimos que la misión cristiana está empezando (cfr. RMi 1), porque está
entrando en un nivel de más hondura, en armonía con los dones recibidos del Espíritu
Santo durante toda la historia eclesial. Esta armonía con el pasado (a modo de evolución
armónica) se convierte en apertura hacia los nuevos dones, para saber afrontar las nuevas
situaciones con actitudes apostólicas siempre nuevas. Faltan los nuevos apóstoles
moldeados en los "sentimientos de Cristo" (Fil 2,5).
El camino para el encuentro global con Cristo es largo y lento, porque hay que
discernir en toda institución humana (también eclesial) el "misterio de la piedad" (1Tim
3,16) y el "misterio de la iniquidad" (2Tes 2,7). Hay que tener humildad para reconocer
que en toda institución hay santos y también personas que bloquean la nueva acción del
Espíritu Santo.
Lectura de documentos:
- Tres preguntas para constatar la situación misionera actual, según Evangelii Nuntiandi:
"¿Qué eficacia tiene en nuestros días la energía escondida de la Buena Nueva, capaz de
sacudir profundamente la conciencia del hombre?
¿Con qué medios hay que proclamar el Evangelio par que su poder sea eficaz?" (EN 4).
¿Da testimonio de la propia solidaridad hacia los hombres y al mismo tiempo del Dios
Absoluto?
- Para ser expresión del misterio pascual: anunciado (para entender y comprometerse),
celebrado (para participar activamente), vivido (como transparencia de Cristo crucificado
y resucitado). Constitución conciliar Sacrosantum Concilium (Iglesia del misterio
pascual).
- Como "signo" transparente y portador de Cristo para todos los pueblos. Constitución
conciliar Lumen Gentium y Decreto conciliar Ad Gentes (Iglesia "sacramento universal de
salvación").
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- Siguiendo la invitación del Espíritu Santo (Apoc 2-3): hacia el "desierto" (Lc 4,1), al
servicio de los "pobres" (Lc 4,18), con el "gozo" de la esperanza pascual (Lc 10,21).
Constitución conciliar Gaudium et Spes (Iglesia solidaria con Cristo, en el mundo, bajo la
acción del Espíritu Santo).
- Ser "pan partido", como Cristo Eucaristía, en la caridad y la misión: los bienes de la
Iglesia proceden del ofertorio de la Eucaristía y son para distribuirlos a los pobres. Una fe
vivida para anunciarla y testimoniarla.
- Los no cristianos descubrirán una nueva luz en los dones que ya han recibido de Dios,
como preparación evangélica, cuando vean en la vida de los cristianos la novedad del
Misterio de Cristo: la actitud filial del "Padre nuestro", la actitud fraterna del mandato del
amor, la actitud de reaccionar amando y perdonando según las "bienaventuranzas". La
peculiaridad de la experiencia religiosa cristiana consiste en haber encontrado a Cristo
resucitado (propiamente es él quien se ha hecho encontradizo) y en vivir en sintonía con
su caridad pastoral. "¿Dónde pastoreas, pastor bueno, tú que cargas sobre tus hombros a
toda la grey? Toda la humanidad, que cargaste sobre tus hombros, es, en efecto, como una
sola grey" (San Gregorio de Nisa, Cantares, cap.2: PG 44, 802).