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Cubierta Victimologia.

qxd 01/12/2011 16:16 Página 1

D. L. M ORILLAS
VICTIMOLOGÍA:
L
a Victimología ha sido la gran olvidada de las ciencias socia- R. M. PATRÓ

UN ESTUDIO
les y jurídicas. Sin embargo, a partir de 1973, se inicia un M. M. A GUILAR
reconocimiento internacional que ha permitido su actual
inserción no sólo en las esferas descritas sino también en la propia
sociedad. Mucho se ha avanzado desde que Von Hentig y Mendelsohn,
allá por finales de la década de los cuarenta, comenzaran a alertar
sobre la especial importancia que debe reunir el estudio de la víctima
SOBRE LA VÍCTIMA
hasta la actualidad, donde las investigaciones victimológicas, las
Y LOS PROCESOS

Y LOS PROCESOS DE VICTIMIZACIÓN


leyes victimales y los programas de asistencia a las víctimas de deli-
tos constituyen una de las políticas seguidas por los Estados moder-

UN ESTUDIO SOBRE LA VÍCTIMA


nos.
DE VICTIMIZACIÓN
La investigación presentada reúne los postulados referidos en
tanto se ha procedido a su subdivisión desde una doble perspectiva:
a) general, estudiando las principales cuestiones vinculadas a la

VICTIMOLOGÍA:
Victimología y la víctima, la incidencia de los factores victimógenos
en los procesos de victimización, las relaciones víctima-victimario,
la prevención victimal o el papel actual de la víctima en la legisla- David Lorenzo MORILLAS FERNÁNDEZ
ción española; y b) un análisis de los principales procesos de victi-
mización existentes en la sociedad: violencia doméstica, delitos vio- Rosa María PATRÓ HERNÁNDEZ
lentos, agresión y abuso sexual, acoso laboral y escolar y delincuen-
cia organizada.
Marta María AGUILAR CÁRCELES
En definitiva, se presenta una obra de temática exclusivamente
victimológica donde se compagina el estado evolutivo de la
Victimología y todas las cuestiones que la rodean, desde su origen
hasta las actualidad, prestando una especial atención a los procesos
de victimización vigentes hoy día que preocupan a la sociedad por
las altas tasas de criminalidad presentadas y la relevancia que para
los sujetos víctimas de tales delitos conlleva.

www.dykinson.com
VICTIMOLOGÍA:
UN ESTUDIO SOBRE LA VÍCTIMA
Y LOS PROCESOS DE VICTIMIZACIÓN
DAVID LORENZO MORILLAS FERNÁNDEZ
Profesor Titular de Derecho Penal y Criminología
Universidad de Murcia

ROSA MARÍA PATRÓ HERNÁNDEZ


Profesora Asociada de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico
Universidad de Murcia

MARTA MARÍA AGUILAR CÁRCELES


Profesora del Departamento de Historia Jurídica y de Ciencias Penales y Criminológicas
Universidad de Murcia

VICTIMOLOGÍA:
UN ESTUDIO SOBRE LA VÍCTIMA
Y LOS PROCESOS DE VICTIMIZACIÓN
Todos los derechos reservados. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede
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© Copyright by
David Lorenzo Morillas Fernández
Rosa María Patró Hernández
Marta María Aguilar Cárceles
Madrid, 2011

Editorial DYKINSON, S.L. Meléndez Valdés, 61 - 28015 Madrid


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Teléfono (91) 855 14 64
Índice

Prólogo ...................................................................................................................... 1

Capítulo primero. LA VICTIMOLOGÍA ............................................................ 5


I. ORIGEN .................................................................................................. 5
1. La Criminología como marco referencial. ............................ 5
2. Origen de la víctima y la Victimología .................................. 7
II. CONCEPTO Y CARACTERÍSTICAS .................................................. 15
1. Concepto ..................................................................................... 16
2. Características ............................................................................ 18
2.1. ¿Es la Victimología una ciencia o una disciplina científica?...... 18
2.2. Método ............................................................................... 22
2.2.1. Carácter empírico .............................................. 23
2.2.2. Interdisciplinariedad......................................... 30
2.3. Objeto................................................................................. 32
2.4. Funciones ........................................................................... 34
3. Definición propuesta ................................................................ 41
III. RELACIONES DE LA VICTIMOLOGÍA CON OTRAS CIENCIAS ..... 42
1. Victimología y Criminología ................................................... 42
2. Victimología y Derecho Penal ................................................. 45
3. Victimología y Penología ......................................................... 50
4. Victimología y Derecho Procesal............................................ 52
5. Victimología y Psicología......................................................... 54
6. Victimología y Biología ............................................................ 56
7. Victimología y Sociología ........................................................ 57
8. Victimología y Antropología ................................................... 58
VIII Índice

IV. TIPOS DE VICTIMOLOGÍA ................................................................ 59


1. Victimología tradicional........................................................... 60
2. Victimología constructivista ................................................... 63
3. Victimología crítica ................................................................... 65
4. Victimología académica ........................................................... 68
5. Victimodogmática ..................................................................... 69
V. TENDENCIAS DE LA VICTIMOLOGÍA CONTEMPORÁNEA .... 72
1. Las raíces de la moderna Victimología .................................. 73
2. Visión actual sobre la disciplina victimológica ................... 80
3. El futuro de una disciplina científica reciente ..................... 83
VI. CONCEPTOS VICTIMOLÓGICOS BÁSICOS ................................. 87
BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................... 91

Capítulo segundo. LA VÍCTIMA .......................................................................... 95


I. CONCEPTO ........................................................................................... 95
1. Contenido etimológico ............................................................. 96
2. Gramatical .................................................................................. 96
3. Congresual .................................................................................. 98
4. Doctrinal ..................................................................................... 99
5. Toma de posición ....................................................................... 101
II. DELITO, CRIMEN Y VÍCTIMA ........................................................... 104
III. LA VICTIMIZACIÓN: PROCESOS Y TIPOS .................................... 109
1. El proceso de victimización ..................................................... 109
2. Tipos de victimización ............................................................. 117
IV. PROCESO DE DESVICTIMIZACIÓN................................................ 122
1. Conceptualización..................................................................... 123
2. Características definitorias ...................................................... 124
3. Sentimientos despertados tras el hecho criminal................ 129
V. ESTADÍSTICAS VICTIMALES ............................................................. 131
1. Introducción a los tests de evaluación................................... 131
2. Principales instrumentos empleados en el ámbito victi-
mológico ...................................................................................... 138
BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................... 143
Índice IX

Capítulo tercero. TIPOLOGÍAS VICTIMALES ................................................ 149


I. INTRODUCCIÓN ................................................................................. 149
II. CRITERIOS DE LAS CLASIFICACIONES VICTIMALES................ 149
III. DESCRIPCIÓN DE LAS PRINCIPALES TIPOLOGÍAS
VICTIMALES INTERNACIONALES .................................................. 153
1. Mendelsohn................................................................................ 153
2. Von Henting ............................................................................... 157
3. Fattah............................................................................................ 165
4. Neuman ....................................................................................... 168
5. Joutsen ......................................................................................... 172
6. Otros autores internacionales relevantes ............................. 175
6.1. Aníyar de Castro ................................................................ 175
6.2. Gulotta ............................................................................... 176
6.3. Stanciu ............................................................................... 177
6.4. Farrell, Phillips y Pease ...................................................... 178
6.5. Henderson.......................................................................... 179
6.6. Landau, Freeman y Longo ................................................. 179
6.7. Zaffaroni ............................................................................ 180
6.8. Schneider ........................................................................... 181
IV. CLASIFICACIONES EN EL ÁMBITO ESPAÑOL ............................. 181
1. Jiménez de Asúa ........................................................................ 181
2. Peris Riera ................................................................................... 183
3. Landrove Díaz ............................................................................ 186
4. Beristáin Ipiña............................................................................ 191
5. Morillas Fernández ................................................................... 191
BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................... 201

Capítulo cuarto. FACTORES VICTIMÓGENOS ............................................. 203


I. CUESTIONES PREVIAS ....................................................................... 203
II. FACTORES ENDÓGENOS .................................................................. 206
III. FACTORES EXÓGENOS ...................................................................... 217
IV. CONCRECIÓN EN LA VIOLENCIA DOMÉSTICA ........................ 224
BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................... 224
X Índice

Capítulo quinto. RELACIONES VÍCTIMA-VICTIMARIO ...................... 227


I. EL PROCESO DE VICTIMIZACIÓN COMO PUNTO DE
ENCUENTRO ........................................................................................ 227
II. PAREJA PENAL VS PAREJA CRIMINAL ........................................... 230
III. RELACIÓN VÍCTIMA-CRIMINAL ..................................................... 233
IV. VALORACIÓN DE LAS IMPRESIONES EN LA PAREJA PENAL . 238
1. La percepción del criminal por su víctima ........................... 240
2. La percepción de la víctima por el criminal ......................... 242
V. SEMEJANZAS ENTRE LA VÍCTIMA Y EL AGRESOR .................... 246
VI. ITER VICTIMAE .................................................................................... 249
BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................... 252

Capítulo sexto. LA PREVENCIÓN VICTIMAL ........................................ 255


I. LA PREVENCIÓN DESDE UNA PERSPECTIVA
VICTIMOLÓGICA ....................................................................................... 255
II. LA IMPORTANCIA DE LA DENUNCIA ........................................... 259
1. El proceso de denuncia como sustento de la política pre-
ventiva ......................................................................................... 260
2. Factores que condicionan la denuncia................................... 264
III. VICTIMAS POTENCIALES Y PROPENSIÓN VICTIMAL ............. 269
IV. MODELOS DE PREVENCIÓN ........................................................... 280
1. Modelos teóricos en la prevención de la delincuencia....... 280
a) Modelo evolutivo ............................................................... 280
b) Modelo social ..................................................................... 281
c) Modelo situacional ............................................................. 282
2. Aportaciones del modelo de la Ciencia de la Prevención .... 283
BIBLIOGRAFIA ....................................................................................................... 286
Índice XI

Capítulo séptimo. LA VÍCTIMA EN LA LEGISLACIÓN ESPAÑOLA ..... 289


I. LEYES VICTIMALES............................................................................. 289
1. Introducción ............................................................................... 289
2. Ley Orgánica 7/1988, de 28 de diciembre .............................. 290
3. Ley Orgánica 19/1994, de 23 de diciembre, de Protección a
Testigos y Peritos en causas criminales ................................. 291
4. Ley 35/1995, de 11 de diciembre, de Ayuda y Asistencia a
Víctimas de Delitos Violentos y contra la Libertad Sexual .... 293
5. Real Decreto 738/1998, de 23 de mayo, por el que se aprue-
ba el Reglamento de Ayudas a las Víctimas de Delitos
Violentos y contra la Libertad Sexual .................................... 297
6. Ley 32/1999, de 8 de octubre, de solidaridad con las vícti-
mas del terrorismo..................................................................... 300
7. Real Decreto 288/2003, de 7 de marzo, por el que se aprue-
ba el Reglamento de ayudas y resarcimientos a las vícti-
mas de delitos de terrorismo ................................................... 301
8. Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de
Protección Integral contra la Violencia de Género ............. 303
9. Ley 29/2011, de 22 de septiembre, de Reconocimiento y
Protección Integral a las Víctimas del Terrorismo .............. 310
II. ASISTENCIA Y PROTECCIÓN AL SUJETO PASIVO DEL DELITO 317
1. El reconocimiento normativo de asistencia a las víctimas ... 317
2. Modelos de intervención y datos estadísticos ..................... 320
3. Oficinas de asistencia a las víctimas ...................................... 323
4. Especial mención a la afectación psicológica y a los indi-
cadores de recuperación ........................................................... 328
4.1. La respuesta individual ante los sucesos traumáticos ....... 328
4.2. La proximidad temporal del evento y las secuelas conse-
cuentes ............................................................................... 331
4.3. Indicadores del proceso de recuperación............................. 334
III. LA JUSTICIA RESTAURATIVA COMO RETO ACTUAL ................. 336
IV. LA MEDIACIÓN PENAL COMO HERRAMIENTA DE
RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS ..................................................... 342
1. Introducción general al concepto de mediación.................. 343
XII Índice

2. La mediación penal en el Ordenamiento Jurídico Español ... 347


2.1. Conceptualización.............................................................. 350
2.2. Sujetos implicados ............................................................. 354
2.3. Fases del proceso y aplicabilidad de las mismas ................. 358
V. VÍCTIMA Y RESPONSABILIDAD CIVIL DERIVADA DEL DELITO .. 361
BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................... 364

Capitulo octavo. ASPECTOS PSICOLÓGICOS EN VÍCTIMAS DE


DELITOS VIOLENTOS ..................................................... 369
I. VIOLENCIA Y TRAUMA ..................................................................... 370
1. Concepto y clasificación de la violencia ............................... 370
2. Concepto de trauma .................................................................. 371
3. Definición y caracterización del trastorno de estrés pos-
traumático ................................................................................... 374
4. El trastorno por estrés postraumático complejo .................. 377
II. FACTORES MEDIADORES EN EL IMPACTO DE LAS
EXPERIENCIAS TRAUMATICAS........................................................ 380
1. Características de la situación ................................................. 384
2. Características individuales .................................................... 385
3. Características del contexto ..................................................... 387
III. TRAUMA Y RESILIENCIA ................................................................... 389
IV. DAÑO PSICOLÓGICO EN VICTIMAS DE DELITOS VIOLENTOS 392
V. ESTRATEGIAS GENERALES DE INTERVENCIÓN Y
TRATAMIENTO CON VÍCTIMAS DE DELITOS VIOLENTOS .... 395
1. Intervenciones tempranas y en crisis .................................... 395
2. Tratamiento psicológico e indicadores de recuperación .... 399
BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................... 403

Capítulo noveno. VÍCTIMAS ESPECIALMENTE VULNERABLES EN


EL DELITO DE VIOLENCIA DOMÉSTICA (I): LA
MUJER MALTRATADA..................................................... 407
I. DELIMITACIÓN TERMINOLÓGICA ................................................ 407
II. TIPOLOGIAS ......................................................................................... 417
III. DINÁMICA DE LAS RELACIONES DE MALTRATO ...................... 428
1. La escalada de la violencia ....................................................... 428
2. El ciclo de la violencia .............................................................. 431
Índice XIII

IV. CONSECUENCIAS PSICOLÓGICAS ................................................ 433


V. FACTORES DE RIESGO ....................................................................... 439
VI. FACTORES QUE DIFICULTAN A LA VÍCTIMA LA RUPTURA
DE LA RELACIÓN DE MALTRATO ................................................... 442
VII. ACTUACIÓN DE LA VÍCTIMA EN LA SECUENCIA
MALTRATADORA ................................................................................ 449
VIII. MEDIDAS DE PREVENCIÓN E INTERVENCIÓN SOBRE LA
VIOLENCIA CONTRA LA MUJER..................................................... 453
1. Sensibilización y concienciación social ................................ 454
2. Detección y derivación ............................................................. 456
3. Intervención ............................................................................... 461
BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................... 463

Capítulo décimo. VÍCTIMAS ESPECIALMENTE VULNERABLES EN


EL DELITO DE VIOLENCIA DOMÉSTICA (II): EL
MENOR MALTRATADO .................................................. 469
I. CONCEPTUALIZACIÓN Y TIPOLOGÍA DEL MALTRATO
INFANTIL ....................................................................................... 469
1. Delimitación terminológica .................................................... 469
2. Clasificación del maltrato infantil.......................................... 474
II. MODELOS EXPLICATIVOS ................................................................ 485
III. FACTORES DE RIESGO EN EL MALTRATO INFANTIL ............... 488
1. Perfil del menor maltratado ..................................................... 488
2. Desencadenantes ....................................................................... 491
IV. LA IMPORTANCIA DE LA ACTUACIÓN MÉDICA EN LA
DETECCIÓN DEL MALTRATO: INTERPOSICIÓN DE LA
DENUNCIA ............................................................................................ 496
V. EL MALTRATO EN CIFRAS................................................................. 506
VI. CONSECUENCIAS PSICOLÓGICAS ................................................ 515
1. Necesidades psicológicas básicas........................................... 515
2. Respuesta emocional y trastornos psicológicos asociados
al maltrato infantil.....................................................................
VII. PREVENCIÓN Y TRATAMIENTO ..................................................... 528
XIV Índice

VIII. PROTOCOLOS DE ACTUACIÓN EN CASOS DE MALTRATO


INFANTIL ............................................................................................... 531
BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................... 535

Capítulo decimoprimero. VÍCTIMAS ESPECIALMENTE VULNERABLES


EN EL DELITO DE VIOLENCIA DOMÉSTICA (III):
EL ANCIANO MALTRATADO........................................ 541
I. CONCEPTO Y TIPOLOGÍAS .............................................................. 541
II. PERFILES DE VÍCTIMA Y VICTIMARIO .......................................... 549
III. FACTORES DE RIESGO ....................................................................... 551
IV. CONSECUENCIAS PSICOLÓGICAS ................................................ 557
V. PREVENCIÓN Y TRATAMIENTO ..................................................... 560
1. Estrategias generales de prevención ...................................... 560
2. Indicadores de sospecha y detección de situaciones de
maltrato ....................................................................................... 561
3. Actuación médica en el maltrato a ancianos ........................ 564
4. Pautas de actuación tras la detección de situaciones de
maltrato ....................................................................................... 567

Capitulo decimosegundo. VICTIMAS DE AGRESIÓN Y ABUSO SEXUAL .. 573


I. CONCEPTO Y TIPOLOGÍA DE LA VIOLENCIA SEXUAL ........... 573
II. AGRESIONES SEXUALES CONTRA MUJERES .............................. 574
1. Definición y caracterización .................................................... 574
2. Perfiles y factores de riesgo ..................................................... 578
3. Consecuencias físicas y psicológicas ..................................... 582
III. ABUSO SEXUAL EN LA INFANCIA .................................................. 584
1. Definición y caracterización del abuso sexual infantil ...... 584
2. Factores de riesgo y signos de detección ............................... 587
3. Consecuencias de los abusos sexuales en la infancia ......... 593
3.1. Efectos a corto y largo plazo ............................................... 593
3.2. Transmisión intergeneracional .......................................... 598
4. Las cifras del abuso sexual en la infancia.............................. 601
BIBLIOGRAFIA ....................................................................................................... 611
Índice XV

Capitulo decimotercero. VICTIMAS DE ACOSO LABORAL Y ESCOLAR ... 615


I. ACOSO LABORAL ................................................................................ 615
1. La violencia en el trabajo ......................................................... 615
2. Concepto y características del acoso laboral ........................ 616
3. Tipologías y dinámica del acoso laboral ............................... 621
4. Perfiles y factores de riesgo ..................................................... 624
5. Consecuencias psicológicas..................................................... 627
6. Medidas de prevención y actuación ante el acoso laboral ..... 630
II. ACOSO ESCOLAR ................................................................................ 634
1. Definición y caracterización .................................................... 634
2. Tipos de violencia y dinámica del acoso escolar ................. 636
3. Perfiles y factores de riesgo ..................................................... 638
4. Consecuencias psicológicas..................................................... 640
5. Medidas de prevención y actuación ante el acoso escolar ..... 642
BIBLIOGRAFIA ....................................................................................................... 645

Capítulo decimocuarto. VÍCTIMAS DE DELINCUENCIA


ORGANIZADA ................................................................... 649
I. TRÁFICO HUMANO Y TRATA DE PERSONAS .............................. 649
1. Introducción ............................................................................... 649
2. Precisión terminológica de los delitos de trata y tráfico
humano........................................................................................ 653
3. Sujetos especialmente vulnerables ........................................ 657
4. Adopción de medidas de protección en la lucha contra el
tráfico humano y la trata de personas .................................... 667
II. TERRORISMO ....................................................................................... 672
1. Introducción ............................................................................... 672
2. Factores psicosociales explicativos del terrorismo y su re-
lación con las víctimas .............................................................. 674
3. Las víctimas del terrorismo y las clases de victimización.. 676
4. Consecuencias físicas, psicológicas y sociales en víctimas
del terrorismo ............................................................................. 677
XVI Índice

III. GRUPOS SECTARIOS........................................................................... 682


1. Introducción ............................................................................... 682
2. Características generales .......................................................... 686
2.1. Fases ................................................................................... 686
2.2. La persuasión como elemento de captación ........................ 688
BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................... 691
Prólogo

Ha pasado casi un cuarto de siglo desde que, a finales de los años


ochenta, me dediqué durante un considerable periodo de tiempo al
estudio de determinados aspectos de la Victimología, no sólo desde la
estricta perspectiva criminológica, sino también, e incluso con mayor
énfasis, desde la dimensión penal.
En aquella época era frecuente individualizar posicionamientos
criminológicos que, salvo contadas excepciones, abordaban el análi-
sis de las cuestiones victimológicas como simples derivaciones de los
distintos objetos de estudio de la Criminología. En efecto, en las de-
finiciones sobre esta disciplina imperantes en esos años, sobre todo
en la Europa continental, el análisis de la víctima aparecía como uno
más de los objetos de estudio de aquella, junto con el estudio del delin-
cuente, del delito y del control social del comportamiento desviado.
Una orientación de este sesgo arrancaba en realidad de lo que en
torno a los años cincuenta del siglo pasado había supuesto una “am-
pliación” del tradicional objeto de estudio de la Criminología: análisis
de la víctima y del control social del comportamiento desviado habían
supuesto precisamente el núcleo de la referida ampliación, dado que
hasta el momento delincuente y delito ocupaban el centro de atención,
especialmente el primero.
Precisamente por eso no debía sorprender que los trabajos victi-
mológicos que aparecieron en el último cuarto del Siglo XX se orien-
tasen, fundamentalmente, a dotar de una cierta autonomía a ésta nue-
va disciplina criminológica respecto de la inicial y omnicomprensiva
Criminología. En tal sentido trabajos como el nuestro de “Aproximación
a la Victimología. Su justificación frente a la Criminología” (Cuadernos
de Política Criminal, 1988) se inscribían en esa línea tendente a dotar
de una relativa independencia a los estudios victimológicos; una inde-
pendencia que permitiera presentarlos no como meros apéndices de
una Criminología clásica. En esa línea pueden inscribirse los no de-
masiado numerosos trabajos que se dedicaron al establecimiento y de-
sarrollo de planteamientos victimológicos. Entiendo que fueron esas
2 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

investigaciones, unidas a otras iniciativas de carácter más pragmático,


las que dieron lugar a que en los distintos Institutos de Criminología
existentes entonces en España comenzara a introducirse en los planes
de estudio la asignatura de Victimología con carácter autónomo.
Quizás estas iniciativas no fueron tan sólo el reflejo de lo manifes-
tado hace unas líneas, pues entiendo que en tal proceder también in-
fluyó –y considero que mucho– el hecho de que quienes se habían ocu-
pado del desarrollo de la mayoría de estudios victimológicos lo habían
hecho desde una perspectiva marcadamente penal-criminológica.
Hoy, transcurridos más de veinticinco años, es relativamente fácil
individualizar en muchos de los trabajos que aparecieron en la década
de los noventa un sesgo de marcada tendencia dogmática; eso fue algo
que a mi entender influyó definitivamente en la posterior aparición en
el Código Penal de 1995 de determinadas novedades de corte induda-
blemente victimológico. Tal y como resulta ya sobradamente conoci-
do eso ocurrió no sólo en el ámbito de instituciones de parte general:
como las circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal
(tanto en la esfera de las atenuantes como de las agravantes) o la nue-
va regulación de las formas sustitutivas de la ejecución de las penas
privativas de libertad. Igualmente en la Parte Especial, dando lugar a
la aparición de no pocos figuras penales que contenían características
típicas inequívocamente victimológicas. Este fenómeno permitió a al-
gunos autores hablar ya de la existencia de una “victimodogmática”.
Resultó así al final que aquello que había comenzado siendo para
algunos una tímida aproximación a las “Proyecciones penales de la vic-
timología” (Valencia 1989), y que fue progresivamente aceptado des-
de muy distintos sectores doctrinales, acabó convirtiéndose en pocos
años en un conjunto de estudios y trabajos que conformaron un au-
téntico corpus de dogmática victimológica (si bien es cierto que es-
trechamente relacionada con el propio Derecho penal). El resultado
a medio plazo fue la aparición de todo un entramado “victimológico”
que abarcaría progresivamente la aparición de oficinas de ayuda a las
víctimas, el desarrollo normativo de protección asistencial y económi-
ca a las víctimas de delitos violentos, de terrorismo……etc.
Pretender citar ahora todos los autores que en España se han ocu-
pado de la materia en las últimas dos décadas, sería una tarea que
–de realizarse– debería asumir previamente las inevitables e indebi-
das omisiones en que se incurriría, dado que han sido numerosos los
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 3

penalistas y criminólogos que bien de forma muy especializada y di-


recta en unas ocasiones, de modo más general en otras, o incluso tan-
gencial, han colaborado en tal empresa (López Rey, Beristáin Ipiña,
Landrove Díaz, Tamarit Sumalla, Herrera Moreno, Silva Sánchez, De
la Cuesta Arzamendi, Echeburúa Odriozola, entre otros muchos).
La mejor constatación de lo dicho, así como la mejor prueba de
los niveles alcanzados en la actualidad, es precisamente este libro que
se me ha hecho el honor de prologar. Basta con examinar la bibliogra-
fía referenciada en el mismo para constatar no sólo lo relativo a los
autores, sino igualmente lo manifestado sobre el propio movimiento
victimológico. La estructuración de la obra, dividida entre lo que se
ha calificado de parte general y parte especial, anuncia sin ambages el
posicionamiento de los autores en orden a la aceptación de los plan-
teamientos dogmáticos antedichos.
No debe sorprender que en el seno de esta obra convivan plan-
teamientos propios de una visión victimológica “clásica”, incluyendo
conceptos y clasificaciones eminentemente criminológicas, con otros
de estricta victimodogmática (destaca muy en particular el estudio de-
dicado a las relaciones entre víctima-victimario y sus consecuencias).
El análisis de las cuestiones que se presentan como propias de la
denominada Parte General (conceptos de victimología y víctima, tipo-
logías, factores victimales, relaciones victimario y víctima, así como
lo referente a la prevención victimal) entiendo que pueden ser califi-
cadas de “descriptivas”, en tanto ofrecen un panorama completo del
estado de la cuestión, incluyendo referencias exhaustivas a los oríge-
nes, desarrollo y consecuencias de la Victimología en España. Por eso
precisamente la sistemática cuadra a la perfección con la inclusión de
un último capítulo dedicado al análisis de la víctima en la legislación
española.
Frente a este carácter marcadamente descriptivo adoptado en la
Parte General, los autores, en la Parte Especial, se han preocupado
por desarrollar una visión mucho más empírica y propia de una victi-
mología criminológica. El estudio de las víctimas de delitos violentos,
de las víctimas especialmente vulnerables en diversos ámbitos delicti-
vos, así como de las víctimas de una criminalidad tan específica como
la sexual, laboral y escolar, suponen en su conjunto un ejemplo para-
digmático del nivel que han alcanzado en la actualidad los estudios
victimológicos en España; unos trabajos que logran aunar y aprove-
4 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

char todas las aportaciones de la Criminología y de la victimodogmá-


tica. Para constatar lo manifestado sirve de muestra el contenido del
capítulo dedicado a las víctimas de la delincuencia organizada.
Deseo concluir estas líneas del Prólogo, escritas gracias a la ama-
ble invitación de los autores, mostrando la satisfacción que me pro-
duce constatar hoy, después de tantos años, el nivel alcanzado por
la Doctrina en los estudios victimológicos. Se trata de un logro que,
como pretendimos todos los que nos ocupamos alguna vez de estas
cuestiones, redunda en beneficio de una mejor justicia penal, en ese
sentido amplio que incluye a víctimas y victimarios.

JAIME MIGUEL PERIS RIERA


Catedrático de Derecho penal de la Universidad de Murcia.
Abogado
Capítulo primero
LA VICTIMOLOGÍA

I. ORIGEN

1. La Criminología como marco referencial.

La Criminología ha sido definida como una ciencia empírica e in-


terdisciplinar encargada del estudio del delito, del delincuente, de la
víctima y de los medios de control social, que trata de suministrar una
información válida y eficaz sobre el hecho delictivo, sus formas de
actuación y prevención (MORILLAS FERNÁNDEZ, 2010; GARCÍA-
PABLOS DE MOLINA).
De acuerdo con la anterior conceptualización, la víctima se con-
figura como un elemento u objeto esencial de la Criminología, sin la
cual, su praxis y razón de ser estaría totalmente fuera de lugar en tanto
desconocería uno de los elementos clave interviniente en el delito, algo
que, como se verá a continuación, estuvo arrastrando la Criminología
durante siglos y que, si se observa adecuadamente, encontrará multi-
tud de similitudes con la aparición de la víctima y la Victimología.
Para llevar a cabo semejante correlación deben traerse a colación,
como punto de partida, las palabras de Bernardo de Quirós, quien desta-
có que «criminología ha habido siempre, desde que ha habido crímenes
(…); una Criminología, siquiera, incipiente, rudimentaria, elemental; tan
elemental y tosca, tan pedestre y vulgar (…)». Efectivamente, si ha habido
delito debe haber Criminología, o al menos algo que se le parezca, unas
técnicas de investigación, unos medios de prueba, unos sospechosos, unos
razonamientos en virtud de los cuales quepa imputar un delito a una per-
sona. Sin embargo, la Criminología ha de ser algo más, ha de tener una
base científica y no meras presunciones o pruebas indiciarias de culpabili-
dad, muchas veces infundadas; ha de poseer un método de investigación;
unos objetos de estudio; unas funciones de cara a la sociedad (…).
Sobre semejantes premisas cabe resaltar dos etapas evolutivas dife-
renciadoras: a) una Criminología irracional y rudimentaria, asociada al
6 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

simple fenómeno criminal, independientemente de las circunstancias


lógicas que la rodean, que ha existido siempre y sería coetánea al hecho
penalmente ilícito ya que cuando ha habido un delito investigado ha
existido Criminología; y b) una Criminología científica, tal y como se
concibe hoy día, si bien su aparición se ha retrasado en el tiempo.
De acuerdo con lo anterior, datar el origen de la Criminología
científica no constituye una tarea fácil máxime cuando no existe una-
nimidad en la doctrina criminológica. La opción mayoritaria incardi-
na su nacimiento con la aparición de la Escuela Positiva italiana y, en
particular, en la figura de Lombroso (1835-1909)1.
Sin embargo, en mi opinión, el origen de la Criminología científi-
ca no se encuentra en la figura de Lombroso sino en la Escuela clásica
y en los denominados “antecedentes positivistas”, entre los que cabe
resaltar las trascendental aportación de la Estadística Moral; esto es,
la Escuela positiva italiana no hace sino recoger los frutos sembrados
por la primera, articuladora de las bases que regirán el nuevo marco
político-jurídico en el que se incardinarán las futuras investigaciones
criminológicas; y de los segundos, de los que toma postulados y teo-
rías como, por ejemplo, la localización, la interrelación delincuente-
locura, la idea degenerativa o evolutiva y el método empírico; lleván-
dolo todo a su ámbito de investigación y consolidándolo. Así pues,
Lombroso, Ferri y Garófalo supusieron un punto de inflexión conside-
rable en el pensamiento criminológico y un salto cualitativo hacia la
experimentación y el empirisimo pero empleando técnicas y métodos
utilizados con anterioridad (MORILLAS FERNÁNDEZ, 2010).
Sea como fuere, durante todo este tiempo, los dos grandes obje-
tos con los que trabajó la Criminología fueron delito y delincuente,
habiendo que esperar hasta mediados del siglo XX para encontrar los
primeros impulsos para un reconocimiento de la víctima en la esfera
criminológica, algo absolutamente ilógico en tanto ambas deben ir ne-
cesariamente de la mano ya que, como se irá comprobando a lo largo
de este trabajo, se necesitan mutuamente por lo que están condena-
das a entenderse y remar en una misma dirección. Es más, semejante
unión proviene incluso de su propia denominación, la cual, como ya
apuntó Landrove Díaz, radica en un neologismo aparecido a finales
de la década de los años cuarenta del siglo XX y que fue utilizado por
1
Más específicamente podría concretarse con la aparición de su obra “Tratado
antropológico experimental del hombre delincuente”, allá por 1876.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 7

primera vez en lengua inglesa (Victimology) y francesa (Victimologie)


como contraposición a Criminology y Criminologie.

2. Origen de la víctima y la Victimología

Ciertamente, el anterior razonamiento sobre el origen y evolución


de la Criminología pudiera ser igualmente extensible a la Victimología,
ya que desde el mismo instante en el que hay delito tiene que haber
necesariamente un delincuente y, del mismo modo, una víctima que
sufra la acción criminal por lo que habría igualmente que retroceder
hasta los orígenes de la humanidad, en concreto hacia el primer deli-
to, para verificar la existencia de la víctima. Por ello, no es de extrañar
la afirmación de Rodríguez Manzanera cuando sostiene que la mayo-
ría de pensadores que reflexionaron sobre el fenómeno criminal hicie-
ron Victimología sin saberlo.
Sin embargo, no sólo ya su estudio sino su reconocimiento como
objeto de la Criminología tardaría varios lustros en llegar. Las razones
de semejante situación han sido muy acertadamente compiladas por
Herrera Moreno bajo las siguientes premisas:
— Los científicos del Derecho Penal sólo le han prestado aten-
ción en pleno siglo veinte y únicamente la cuestión resarci-
toria fue objeto de cierta reflexión, siquiera más próxima a la
pena y a la función del Estado en la represión del delito que al
propio interés despertado por la víctima.
— La víctima se configuró como un objeto invisible ante el siste-
ma judicial en el sentido de que la histórica ritualización pro-
cesal y las correspondientes garantías constituyen un modelo
de Justicia penal construido en oposición a la reacción social
arbitraria que relegó a la víctima a un status inapreciable.
— La Criminología no le ha prestado una especial atención hasta
bien entrado el siglo XX por encontrarse más dispuesta a ve-
rificar variables en torno al delito y al delincuente. Semejante
afirmación puede comprobarse de una forma muy sencilla y
bastaría con revisar los postulados sobre los que se sustentan
las principales escuelas criminológicas que hicieron que la
víctima fuera considera como un mero objeto neutro, pasivo,
estático y fungible.
8 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Junto a ello, además, Rodríguez Manzanera se refiere a esa falta


de atención a la víctima resaltando las escasas aportaciones realizadas
históricamente sobre ella, vinculándola a la evolución del Derecho y
la pena, sobre el que puede apreciarse un evidente desinterés por la
víctima verificada en los siguientes momentos históricos:
a) En los tiempos remotos, el hombre primitivo utilizaba la ven-
ganza privada contando la víctima única y exclusivamente si
tiene la fuerza suficiente para desquitarse.
b) La Ley del Talión constituye un primer reconocimiento de la
víctima, aunque sea para medir el daño causado.
c) Cuando los juristas se apoderan de la reacción penal, la vícti-
ma es tomada en cuenta principalmente en su derecho a que-
jarse y pedir justicia.
d) Cuando el Estado se va haciendo cargo de la Administración
de Justicia, el delincuente se constituye como el personaje
central de los estrados judiciales, relegando a la víctima al
más absoluto olvido.
e) La doctrina tampoco ha ayudado a lograr semejante reco-
nocimiento histórico y así, entre las escasas manifestaciones
existentes al respecto, conviene llamar la atención sobre la
demanda de Ferri, tendente a reformar el procedimiento pe-
nal para facilitar la reparación del daño a las víctimas, ya sea
como pena sustitutiva de la prisión, aplicando el trabajo del
reo al pago, como pena para delitos menores, como obligación
del delincuente hacia la parte dañada o como función social a
cargo del Estado; o Garófalo, quien, en uno de sus libros, se
centra en la idea de la indemnización por el delito cometido.
A modo de resumen sobre el status o rol desempeñado por la víctima,
considero muy ejemplificativas y llenas de críticas las palabras de Prins
durante la celebración en 1895 en París de un Congreso Penitenciario:
“el hombre culpable, alojado, alimentado, calentado, alumbrado, entre-
tenido, a expensas del Estado en una celda modelo, salido de ella con
una suma de dinero legítimamente ganado, ha pagado su deuda con la
sociedad (…) pero la víctima tiene su consuelo, puede pensar que con
los impuestos que paga al Estado ha contribuido al cuidado paternal
que ha tenido el criminal durante su permanencia en prisión”.
Sin embargo, todo este panorama tan desalentador cambia radi-
calmente a partir de 1948 gracias a los siguientes acontecimientos:
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 9

1. Hans von Hentig publica en 1948 la obra “El criminal y su vícti-


ma”2, la cual podría considerarse el primer referente victimológico3 que,
salvando las distancias, se equipararía a la relevencia que el “Tratado
antropológico experimental del hombre delincuente” de Lombroso ha
tenido en el seno de la Criminología. La idea de la que parte von Hentig
es muy simple: la Criminología ha venido estudiando al delincuente y
al delito pero nadie se ha planteado que ese binomio está, a todas luces,
incompleto en tanto existe otra parte vinculada al ilícito criminal que
puede incluso contribuir a la perpetración del delito: la víctima.

Hipótesis de trabajo de la Hipótesis de trabajo de la


Criminología antes de von Hentig Criminología tras von Hentig
Delito
Delincuente Delito Delincuente Víctima

En la obra referenciada, entre otras cuestiones, von Hentig des-


cribe tres situaciones de especial atención para el desarrollo de la
Victimología4:
i) vinculación entre el criminal y la víctima, donde detalla las
hipótesis confluyentes empleando las variables conocimiento/
desconocimiento entre uno y otro;
ii) víctima latente, donde introduce la predisposición a la victimi-
zación delictiva que sufren determinadas personas.
iii) creación del término pareja-penal para referirse al delincuen-
te y la víctima del delito, que tanta repercusión tendrá en los
años sucesivos, particularizándola sobre las circunstancias
delictivas y la personalidad de ambos.
2. Ellenberger hace lo propio en 1954 con su obra “Relaciones psi-
cológicas entre delincuente y víctima”5, donde analiza la personalidad
de la víctima tomando en consideración una serie de variables: edad,
sexo, condición social, ocupación y elementos subjetivos vinculados
2
Título original: “The criminal and his victim”.
3
Antes de esta obra, von Hentig ya había escrito otras como, por ejemplo,
“Reflexiones sobre la interacción víctima-ofensor” (1933).
4
Muy relevante fue también, al efecto, su clasificación victimal, la cual será
desarrollada posteriormente en el epígrafe de la misma denominación.
5
Título original: “Relations psichologiques entre le criminal et la victime”.
10 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

a la esfera psíquica de la persona, sobre las cuales establece a su vez


una tipología victimal sobre las premisas de grado de participación de
la víctima en el hecho criminal y aspectos psicológicos6.
3. No obstante lo anterior, Mendelsohn debería ser considerado
el padre de este campo de conocimiento científico ya que fue culti-
vando progresivamente la Victimología con trabajos menores desde
la década de los cuarenta hasta la efectiva publicación de su obra “La
Victimologie” (1956), si bien su primerísima aportación es anterior al
resto de los autores e incluso se le atribuye la utilización de la palabra
“Victimología” por primera vez, allá por 1946, gracias a su obra “New
bio-psycho-social horizons: victimology”, lo cual ha despertado más
de un debate en la doctrina científica sobre la “paternidad” del citado
término junto con Wertham. En mi opinión, la resolución de semejan-
te debate es claro: Mendelsohn fue pionero en utilizar, siquiera de for-
ma inconsciente, la citada terminología (1946) si bien Wertham fue el
primero en darle un uso debido al plantear, en 1949, en su obra “The
show of violence”, la idea de una ciencia de la victimología7.
Sea como fuere, el pensamiento de Mendelsohn va más allá que el
de los autores anteriormente citados en tanto agrupa a la víctima en sí
y todos los factores que provocan su existencia, no cabiendo reducirla
únicamente al ámbito delictivo sino a otras esferas –hechos antisocia-
les no constitutivos de delito, desastres naturales (inundaciones, terre-
motos…), ataques de animales sin intervención humana (…)–.

Hipótesis de trabajo defendidas por Mendelsohn

Crimen social
Delito
Víctima Desastres naturales
Delincuente Víctima
Ataque de animales

4. A partir de las anteriores publicaciones, comienzan a sucederse


otras tantas y a apreciarse una cierta inquietud científica al respecto,
6
El contenido de la tipología de Ellenberger se detalla en el capítulo siguiente
dentro del epígrafe tipologías si bien conviene adelantar, siquiera de manera intro-
ductoria, la denominación de las clases de víctimas recogidas: no participante, laten-
te, provocativa, participante y falsa víctima.
7
Semejante discusión científica tiene su origen en la autoproclamación en
1956 de Mendelsohn como creador de la terminología “Victimología”.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 11

la cual encuentra su gran reflejo en el VI Congreso Internacional de


Criminología, celebrado en Madrid en 1970, en el que Israel Drapkin
propuso la celebración de una reunión científica vinculada única y ex-
clusivamente al ámbito de la Victimología, propuesta que fue acepta-
da por la mayoría de participantes, quienes quedaron emplazados en
Jerusalén para discutir y alcanzar acuerdos sobre el ámbito victimal
unos días antes del siguiente Congreso Internacional de Criminología,
que se celebraría tres años después.
5. El mencionado Symposium Internacional de Victimología se
celebró en Jerusalén, bajo la dirección del profesor Israel Drapkin,
entre los días 2 a 6 de diciembre de 1973 contando con un auditorio
lleno de especialistas que ya empezaban a trabajar cuestiones vincula-
das con la víctima.
Semejante encuentro científico se articuló sobre cuatro gran-
des paneles: a) delimitación de los aspectos identificativos de la
Victimología; b) la víctima; c) relaciones víctima y victimario; y d) so-
ciedad y víctima.
El resultado de esas jornadas de trabajo fue la concreción de con-
ceptos definitorios de Victimología y víctima, delimitación del método
empleado, metodología de trabajo, establecimiento de tipologías victi-
males, puntos de unión entre delincuente y víctima en diversas tipolo-
gías delictivas –principalmente en los delitos contra la propiedad, de
naturaleza sexual, lesiones, etc–, modelos de prevención victimal (…).
6. Fue tal la magnitud del éxito del Symposium que, desde enton-
ces, se han venido celebrando de forma trianual diversos eventos que
le han dado continuidad en los que se han ido debatiendo cuestiones
victimológicas actuales para cada una de las épocas en que se celebra-
ban. Por ello, podría decirse que, conociendo el contenido de cada uno
de los simposios, se determinarán las principales inquietudes victimo-
lógicas del momento y sus horizontes, por lo que resulta imprescindi-
ble vincularlos temporalmente y conocer sus hipótesis de trabajo8.
8
Los Symposiums de Victimología celebrados tras el ya descrito de Jerusalén
han sido los siguientes:
— II Symposium Internacional de Victimología, celebrado en Boston en
1976. Los temas debatidos fueron: aspectos conceptuales y legales de la
Victimología, relaciones victimales y víctima y sociedad.
— III Symposium de Victimología, celebrado en Munster (Alemania) en 1979. Los
grupos de trabajo se conformaron sobre: i) los conceptos, resultados, conse-
cuencias, descubrimientos y dimensiones de la Victimología; ii) la victimiza-
12 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

ción criminal; iii) las víctimas de conductas criminales –destacando las mesas
sobre violencia familiar y delitos violentos durante el nacional-socialismo–; iv)
la víctima en el proceso de victimización; v) el tratamiento de las víctimas, re-
paración y prevención; y vi) la víctima en el sistema de justicia penal.
— IV Symposium Internacional de Victimología, celebrado en Tokio y Kioto en
1982, circunscrito a: i) ámbito de los problemas generales de la Victimología;
ii) investigaciones empíricas; iii) nuevos problemas victimales surgidos por
la aparición de delitos –en particular, cuello blanco y medio ambiente–; y iv)
asistencia a las víctimas desde el prisma de la compensación, restitución,
servicios y centros de crisis.
— V Symposium Internacional de Victimología, celebrado en Zagreb (Croacia)
en 1985. Los temas abordados fueron: i) cuestiones teóricas y conceptuales;
ii) investigaciones; iii) víctimas de abuso de poder; iv) mecanismos para ase-
gurar justicia y reparación para las víctimas; v) asistencia a las víctimas y
prevención de la victimización; y vi) acciones regionales, interregionales e
internacionales.
— VI Symposium celebrado en Jerusalén en 1988 en donde se siguen las líneas
de los encuentros anteriores y se profundiza en: i) los programas de asis-
tencia a las víctimas; ii) victimización de determinados colectivos: mujeres,
niños, ancianos y homosexuales; y iii) se debatió sobre lo concerniente a las
víctimas de catástrofes nucleares y medio ambientales.
— VII Symposium organizado en Río de Janeiro en 1991 donde el tema nu-
clear del evento fueron las disquisiciones en torno a la naturaleza científica
de la Victimología sobre las tesis de una ciencia autónoma –o en proceso de
alcanzarla– o una disciplina científica.
— VIII Symposium celebrado en Adelaida (Australia) en 1994, bajo la rúbrica
“Victimización y violencia”, el cual trató las siguientes temáticas: i) parado-
jas y paradigmas; ii) investigación sobre crimen y víctima; iii) cuestiones le-
gales; iv) violencia intrafamiliar; v) estrés postraumático; vi) prevención de
la victimización; vii) servicios para las víctimas; y viii) derechos humanos.
— IX Symposium Internacional de Victimología, celebrado en Amsterdam en 1997,
bajo el lema “Protección de las víctimas”, abordó las siguientes cuestiones: i) el
delito como fenómeno social; ii) los derechos constitucionales de las víctimas de
delitos; iii) el creciente fenómeno de la violencia doméstica; iv) las iniciativas le-
gislativas victimales surgidas en Europa del Este; y v) los datos derivados de las
encuestas de victimización realizadas en más de cuarenta países.
— X Symposium Internacional de Victimología, celebrado en el año 2000 en
Montreal (Canadá) con el título “Investigación y acción para el tercer mile-
nio”. Trató temas como apoyo y compensación política, protección interna-
cional para víctimas de abuso de poder o prevención victimal.
— XI Symposium de Victimología, celebrado en Stellenbosch (Sudáfrica) en
2003 bajo el lema “Nuevos horizontes de la Victimología”. Las principales
temáticas abordadas fueron: i) atención a las víctimas; ii) víctimas de críme-
nes transnacionales; iii) los derechos victimales en el sistema de justicia pe-
nal; iv) justicia restaurativa; y v) naturaleza y alcance de la victimización.
— XII Symposium Internacional de Victimología, celebrado en Orlando (USA)
en 2006 bajo el lema “Realzando la Misión”, subdividiéndose los paneles en
cinco grandes categorías: a) Defensa y derechos de las víctimas: ¿Se conver-
tirá la Justicia de la víctima en el nuevo estándar del sistema de justicia pe-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 13

En definitiva, de acuerdo con todo lo anterior y recurriendo a la


comparativa establecida con la Criminología, podrían establecerse dos
grandes fases delimitadoras del grado evolutivo de la Victimología:

A) Victimología invisible. Abarcaría desde el primer delito cono-


cido hasta la década de 1.940 e incluiría una etapa oscura en la que
directamente no habría apenas referencias victimológicas y, las pocas
existentes, quedarían vinculadas de manera indirecta; esto es, habría
otros objetos o aspectos principales, apareciendo la víctima como algo
secundario –piénsese, por ejemplo, en la hipótesis ya comentada del
resarcimiento, no como algo creado exclusivamente para compensar
a la víctima sino más próximo a la idea retribucionista y de represión
del delito–.

Ahora bien, negar la presencia de la víctima en la Historia sería


absurdo pues siempre ha estado ahí, en cualquier delito, en las inves-
tigaciones sobre delincuentes (…) pero ha pasado inadvertida si bien
indirectamente era tenida en consideración. Reitero nuevamente las
nal?; b) Servicios para la víctima: ¿Es tiempo de ir más allá de la interven-
ción en crisis y de la defensa en la justicia penal?; c) Investigación: ¿Tiene
la Victimología un lado teórico o empírico en el cual apoyarse?; d) Crimen
Transnacional, Tecnología, Terrorismo y Tráfico: ¿Debería seguir siendo
el crimen “ordinario” el foco primario en Victimología?; y e) Educación y
Estándares: ¿Hay suficiente responsabilidad en los servicios a las víctimas y
en la Victimología?
— XIII Symposium Internacional en Victimología, celebrado Mito (Japón)
en 2009. Se configuró sobre un tema genérico central que versó sobre la
Victimología y la seguridad humana, subdividiéndose la temática en nueve
módulos más específicos: i) modelos teóricos; ii) las víctimas a la luz de
los instrumentos internacionales y las normas nacionales; iii) ACNUR, víc-
timas del abuso de poder, refugiados y personas desplazadas; iv) víctimas
del tráfico de seres humanos, explotación sexual y otros crímenes transna-
cionales; v) el papel de las víctimas en la justicia nacional, particularmente
la asiática; vi) respuestas a la victimización en casos de desastre; vii) inter-
venciones psicotraumatológicas y psicológicas; viii) victimización de gru-
pos aborígenes y otros grupos marginados; y ix) victimización por violencia
intrafamiliar, tortura, ataques terroristas, estafas al consumidor y víctimas
cibernéticas.
— XIV Symposium Internacional en Victimología, a celebrar en La Haya en
2012. Pese a estar aún pendiente de celebración, ya se conoce su temática
principal: “Justicia para las víctimas: perspectivas inter-culturales sobre el
conflicto, traumas y reconciliación”, donde jugarán un papel muy relevan-
te determinados tipos de victimización como, por ejemplo, las producidas
a gran escala, principalmente por motivos políticos, terroristas, sexuales y
otras de idéntica naturaleza.
14 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

palabras de Rodríguez Manzanera en tanto resumen perfectamente


esta fase victimológica: la mayoría de pensadores que reflexionaron
sobre el fenómeno criminal hicieron Victimología sin saberlo.
B) Victimología científica. Cabría diferenciar, a su vez, dos gran-
des etapas:
b1) Movimiento victimológico inicial. Dataría de la década de
1.940 y, por concretar una fecha específica, aunque no sería del todo
correcto en tanto hubo aportaciones menores anteriores, la doctrina
victimológica la circunscribe a 1.948 con la aparición de la ya mencio-
nada obra de von Hentig, a través de la cual logra llamar la atención
sobre la necesidad de traer a un primer plano la figura de la víctima.
Entre éste y Mendelsohn, principalmente, comienzan a marcar unas
bases o líneas guía sobre el fenómeno victimológico con base en las
premisas de que hay una relación entre autor y víctima y unos sujetos
que poseen una mayor probabilidad de ser victimizados.
b2) El reconocimiento internacional de la Victimología y su conso-
lidación científica se produce, en los términos ya enunciados, con la ce-
lebración del I Symposium Internacional de Victimología de Jerusalén
en 1973. A partir de ahí, la evolución científica de la Victimología es
un hecho que despierta interés en otras ciencias como, por ejemplo,
la Psicología o el Derecho y que puede ejemplificarse de una forma
muy concisa, tal y como hizo Landrove Díaz, sobre los postulados de
Sangrador:
— A finales de los años setenta la Psicología Social elaboró un
conjunto de teorías que, en ocasiones fueron utilizadas a la
hora de explicar los datos aportados por las investigaciones
victimológicas.
— El interés por las víctimas y espectadores de delitos violen-
tos y los comportamientos solidarios o de abandono de estos
últimos, generó un conjunto de interrogantes que los psicó-
logos sociales trataron de explicar en sus investigaciones. El
caso más recordado en este sentido fue el de Kitty Genovese,
asesinada en Estados Unidos en la puerta de su casa por un
individuo que tardó meida hora en consumar el delito sin que
ninguno de los vecinos presentes se moviese en su auxilio o
llamase a la policía.
— La proliferación y perfeccionamiento de las encuestas de victi-
mización permitieron obtener datos reales sobre la población
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 15

victimizada, al margen de las estadísticas policiales, lo que creó


la denominación “cifra negra” que permitió abordar la proble-
mática de la criminalidad desde la perspectiva de la víctima.
— La Criminología crítica ha jugado un papel muy relevante a
favor del reconocimiento de las víctimas y, sobre todo, los mo-
vimientos de corte feminista –conocido como Criminología
feminista–, llamando la atención sobre determinados tipos
de violencia dirigidos contra la mujer –malos tratos, delitos
sexuales, etc– con el consiguiente establecimiento de progra-
mas de asistencia y la creación de recursos asistenciales.
En definitiva, como concluye Sangrador, la Victimología fue ad-
quiriendo carta de identidad y, como acontece con todo nuevo campo
de investigación, trató de definir su identidad y sus límites, crear una
terminología propia y, en definitiva, ganarse un lugar respetable entre
el conjunto de disciplinas ya establecidas. A lo largo de la década de
los setenta, la Victimología entró ya en un estado de cierta madurez,
adquiriendo por entonces algunas de las características formales de
una disciplina científica hasta su configuración actual donde se en-
cuentra integrada en la sociedad gracias a determinados instrumentos
–leyes victimales, encuestas de victimización, tipos de victimización,
estadísticas victimales (…)–.

II. CONCEPTO Y CARACTERÍSTICAS

Como puede presuponerse, han sido muchas las definiciones rea-


lizadas tendentes a dotar de contenido a la Victimología. Enunciarlas
sería una tarea ardua y compleja que requeriría escribir cientos de
páginas, no siendo ésta la tarea encomendada en estos momentos, de-
bido al extensísimo catálogo existente.
Pese a lo anterior, no conviene olvidar que hubo una época en la que
se huía de realizar definiciones, sobre todo de naturaleza internacional,
debido a un relativo temor a incluir o excluir aspectos o consideracio-
nes que limitaran el campo de actuación de la Victimología. Este he-
cho puede encontrarse documentado en el Convenio de Bellagio (1975)
que partió de que no era correcto proponer una definición completa de
Victimología por las propias variedades y limitaciones de las disciplinas
incursas y, sobre todo, por su escaso desarrollo al tratarse de una ciencia/
16 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

disciplina en nacimiento. Sin embargo, como puede observarse en los


Symposiums Internacionales celebrados no era ésa precisamente una de
las preocupaciones doctrinales, más bien lo contrario, los propulsores de
los mencionados encuentros, sobre todo el primero y el segundo, inten-
taban fomentar el debate y dotar de contenido a la Victimología, algo, en
mi opinión, completamente lógico y que debe realzarse, siempre y cuan-
do se haga desde un prisma científico, en tanto la aportación de nuevas
conceptualizaciones no hace sino crear y evolucionar el grado de cientifi-
cidad. Así, no conviene olvidar que, como muy bien ha apuntado Serrano
Maíllo, el conocimiento científico se construye mediante la refutación;
esto es, una vez que se formula un postulado científico intentar encontrar
algún otro que lo contradiga y, con ello, cuanto más tiempo transcurra
sin que la refutación se produzca, mayor será la vigencia de la proposi-
ción. Sin embargo, aquí el problema radica en que, como quiera que se
parte de conceptualizaciones teóricas, los datos empíricos desaparecen
o pueden resultar ínfimos pero el avance del conocimiento –en este caso
de las definiciones– debe seguir el mismo proceso: enunciar contenidos
y que otros autores hagan lo propio para ir consolidando cada vez un
concepto más formal y acorde a la realidad de la Victimología, donde el
debate y la crítica científica debe ser bien recibidas en tanto aportan nue-
vas perspectivas de trabajo.
Así pues, el esquema que se propone para desarrollar los conteni-
dos enunciados en el epígrafe es el siguiente: en primer lugar, realizar
una breve revisión histórica por lo que entiendo principales concep-
tualizaciones doctrinales; en segundo, enunciar las características co-
munes que configuran semejantes definiciones para profundizar en
los aspectos más problemáticos; y, por último, teniendo presente lo
anterior, proponer una definición que las integre.

1. Concepto

De conformidad con el esquema propuesto, se presentan algunas


de las definiciones de Victimología planteadas por reconocidos auto-
res a nivel nacional e internacional:
— Mendelsohn la identificó como la ciencia de las víctimas y la
victimidad.
— Ellenberger la consideró como “una rama de la Criminología,
que se ocupa de la víctima directa del crimen y que compren-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 17

de el conjunto de conocimientos biológicos, sociológicos y cri-


minológicos concernientes a la víctima”.
— Fattah se refiere a ella como “aquella rama de la Criminología
que se ocupa de la víctima directa del crimen y que designa el
conjunto de conocimientos biológicos, sociológicos, psicoló-
gicos y criminológicos concernientes a la víctima”.
— Gulotta la define como “una disciplina que tiene por objeto el
estudio de la víctima, de su personalidad, de sus característi-
cas biológicas, psicológicas, morales, sociales y culturales, de
sus relaciones con el delincuente y del papel que ha asumido
en la génesis del delito”.
— Ramírez González la identificó con “el estudio psicológico y
físico de la víctima que, con el auxilio de las disciplinas que le
son afines, procura la formación de un sistema efectivo para
la prevención y control del delito”.
— López Tapia la conceptualizó diciendo que “es la disciplina
que mediante el análisis de los datos de los hechos ilícitos –
circunstancias del hecho, características de la víctima y de los
delincuentes– la intervención de testigos y de la policía y de
sucesos posteriores por los que pasó la víctima, trata de bus-
car soluciones para recluir o eliminar la delincuencia y para
reparar el daño causado a la víctima”.
— Peris Riera se ha referido a ella como la disciplina que preten-
de el análisis científico de la víctima de un crimen.
— Hilda Marchiori la entiende como una disciplina cuyo objeto
lo constituye el estudio científico de las víctimas del delito.
— Tamarit Sumalla se ha referido a ella como “la ciencia multi-
disciplinar que se ocupa del conocimiento relativo a los pro-
cesos de victimización y desvictimización”.
— Beristáin Ipiña la asocia con “la ciencia y el arte pluri, inter y
transdisciplinar que –en íntima relación con la investigación
y la praxis del Derecho penal, la Criminología, la Sociología,
la Filosofía y la Teología– investiga la victimización primaria,
secundaria y terciaria, así como sus factores etiológicos, sus
controles, sus consecuencias y sus respuestas superadores de
los conflictos y la delincuencia”.
18 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

2. Características

2.1. ¿Es la Victimología una ciencia o una disciplina científica?

Si se presta atención a las definiciones anteriormente expuestas,


puede comprobarse la diferenciación que realiza la doctrina en estos
términos: unos autores inician su conceptualización sobre las premi-
sas de que la Victimología es una ciencia mientras otros afirman que
se trata de una disciplina integrante de la Criminología.
Semejante debate no ha sido baladí en la doctrina científica y, por
ende, en reuniones internacionales. Tal ha sido el acometimiento segui-
do al respecto que en el IV Symposium Internacional de Victimología
(Tokio y Kioto, 1982) se propuso no seguir discutiendo el problema de
la autonomía científica de la Victimología acordando que cada autor
era libre de defender una u otra posición, máxime por las disquisicio-
nes producidas.
Por ello, las posiciones existentes al respecto pueden resumirse en
cuatro:
A) Autores que entienden que la Victimología se configura como
una disciplina integrante de la Criminología. Dentro de esta
corriente pueden encontrase victimólogos, criminólogos
y juristas tan ilustres como Ellenberger, Goldstein, Fattah,
Göppinger, Gulotta, Neuman, Téllez Aguilera, Sáinz Cantero,
Hilda Marchiori (…), quienes defienden su postura desde la
praxis de que la Victimología carece de autonomía científica
integrándose en el seno de la Criminología, donde encontraría
todo su sentido y a la que aporta una contribución positiva sin
la cual quedaría ciega, máxime hoy día cuando la Criminología
se configura como una ciencia de relaciones en donde la victi-
mológica adquiriere una importancia trascendental.
B) Autonomistas. Bajo semejante denominación se incluyen una
serie de autores que defienden que la Victimología es una
ciencia autónoma ya que posee un objeto, un método y unos
fines propios. Entre sus principales valedores se encuentran
Mendelsohn, Drapkin, Separovic, Tamarit Sumalla (…).
C) Autores que defienden una posición intermedia entre la au-
tonomía y la dependencia de la Criminología. Esta corriente
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 19

surge a finales de la década de los ochenta encontrando en


Rodríguez Manzanera uno de sus principales valedores. Para
este autor, aunque pudiera constituir una paradoja, concede
en toda su amplitud autonomía a la Victimología y, a la vez,
acepta su pertenencia a la Criminología. Su tesis podría resu-
mirse en los siguientes puntos:
c1. La Victimología posee un objeto propio y reúne las ca-
racterísticas requeridas para toda ciencia fáctica, luego
posee autonomía científica.
c2. Forma parte de la gran síntesis criminológica, la cual no
se podría concebir sin el análisis de las víctimas.
c3. El objeto de estudio de la Victimología es más amplio que
el fenómeno criminal y la relación criminal-víctima, por
lo que podría manejarse de forma independiente pero,
por otra parte, adquiere su verdadera dimensión dentro
de la Criminología, de manera conjunta con otras cien-
cias –véase, por ejemplo, el caso de la penología, ciencia
independiente pero que forma una parte esencial de la
Criminología–.
c4. La solución a esta disquisitud puede encontrarse en un
doble reconocimiento: i) por un lado, una Victimología
General, que respondería a las premisas de autonomía
científica; y ii) una Victimología Criminológica, pertene-
ciente al catálogo de síntesis o ciencias criminológicas
encargada específicamente del estudio de las víctimas
vinculadas a hechos antisociales9.
D) Autores que niegan la Victimología. En mi opinión, se trataría
de una corriente absolutamente desfasada en el tiempo ya que
aceptar semejante tesis conlleva cerrar los ojos a la realidad
social en tanto hay un dato ineludible y es la presencia de un
movimiento victimológico en la sociedad, en los ordenamien-
tos jurídicos, en las políticas asistenciales, etc. Por ello, esta
línea doctrinal debe ser entendida y valorada en el momento
histórico en el que se produce –década de los setenta– y otor-
garle el valor que tuvo por aquel entonces si bien, como el
tiempo ha demostrado, resultó ser errónea. Entre sus partida-
9
Esta opción también ha sido contemplada por otros autores como, por ejem-
plo, Gassin o Landrove Díaz.
20 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

rios se encontraban Jiménez de Asúa, Kaiser o incluso López


Rey, quien, en su momento, realizó algunas de las manifesta-
ciones más duras al respecto: “La Victimología no es más que
el residuo de una concepción superada de la criminalidad y
la Criminología (…) la mayor parte de los sostenedores de la
Victimología son los que, sin pretenderlo, contribuyen más
efectivamente a su demolición”.
La respuesta a cuál de estas tesis resulta más adecuada hoy día re-
sulta algo complejo. Peris Riera se refirió a esta problemática en unos
términos muy interesantes al referir que la relación Criminología-
Victimología no puede resolverse ni por una situación de dependencia
ni de separatismo sino que quizás lo que debe cambiar sea la tradicio-
nal visión del delito para observar el fenómeno en su conjunto des-
de, donde no cabe ninguna duda, ambas adquieren una estrecha uni-
dad con interacción recíproca. Es más, si se comparan los postulados
suscritos por los integradores y los autonomistas –pone el ejemplo de
Mendelsohn, como principal referente, no se encuentran diferencias
esenciales más la separación entre ciencias sin más coincidiendo en el
resto de conclusiones sobre objetos, fines, etc.
Sin embargo, Landrove Díaz entiende que toda esta problemática
es achacable única y exclusivamente a los criminólogos ya que la rei-
vindicación tardía de la Victimología se produjo por el ignoro con que
la Criminología castigó a la víctima durante tantos lustros siendo aho-
ra cuando pretenden recuperar a la gran ausente de la especulación
criminológica.
En mi opinión, las hipótesis de la negación de la Victimología y la
autonomista deben ser rechazadas. La primera ya ha sido debidamen-
te justificada por lo que no reiteraré lo dicho, simplemente recordar
que aceptarla sería cerrar los ojos a la realidad; mientras la segunda
tampoco creo que sea del todo válida por una serie de cuestiones prác-
ticas: i) no le encuentro argumentos suficientes para constituirla como
una ciencia independiente de la Criminología, máxime porque, como
referiré a continuación, sus elementos característicos –método, objeto
y funciones– son similares a los de aquélla; ii) su campo de conoci-
miento está estrechamente vinculado a la Criminología adquiriendo
un indudable protagonismo en su seno, si bien es cierto que hay otras
cuestiones que se escapan del ámbito criminológico; y iii) por aplica-
bilidad práctica y es que tanto Criminología como Victimología deben
ir de la mano, máxime en determinados países, principalmente los
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 21

pertenecientes al modelo europeo, en contraposición al anglosajón,


donde aquélla es una ciencia en desarrollo que aún no ha alcanzado
un nivel empírico relevante por lo que en vez de abogar por una des-
unión deben aunarse esfuerzos para realizar investigaciones crimino-
lógicas serias y relevantes, tan escasas en países como España, que
incluyan aspectos o cuestiones victimales que cumplan con las funcio-
nes que tienen asumidas de cara a la sociedad pues, lo contrario, con-
llevaría, como ya adelantó Peris Riera (1988), incurrir en los defectos
padecidos en el pasado por todas aquellas corrientes que se dedicaron
a la observación aislada del autor del delito, repitiéndose aquello pero
centrado ahora en la víctima.
El debate se torna un poco más complejo respecto de las dos po-
siciones restantes. Inicialmente, mis planteamientos se encuentran
más próximos a la consideración de que la Victimología se configura
como una disciplina integrante de la Criminología, pues es ahí donde
encuentra toda su significación, además de compartir método, obje-
to y fines, pero no es menos cierta la tesis defendida por Rodríguez
Manzanera, quien lleva una importante carga de razón cuando afirma
que el grado evolutivo de la Victimología actual agrupa una serie de
consideraciones que quedan al margen de la Criminología. Se me ocu-
rre, en este sentido y a modo de ejemplo, el caso de un programa de
tratamiento victimal, hecho que se separa de ésta, en términos absolu-
tos aunque podría tener una pequeña repercusión en ilícitos futuros,
y de indudable interés para aquélla, si bien la Criminología clínica ya
ha venido reclamando ese campo competencial, extendiéndolo de la
originaria actuación sobre el delincuente, quizás por el fenómeno ya
descrito del histórico olvido que ha tenido sobre la víctima y su firme
intención de recuperar, a marchas forzadas, en la actualidad, todo lo
que tenga que ver con ella.
De acuerdo con lo anterior, como podrá comprobarse en la defi-
nición propuesta, debe considerarse a la Victimología una disciplina
científica inserta en el campo de la Criminología que, poco a poco, co-
mienza a profundizar en cuestiones particulares que se alejan del cam-
po criminológico en sí revistiendo una naturaleza propia por lo que
la distinción realizada por Rodríguez Manzanera entre Victimología
General y Criminológica resulta cierta y adecuada si bien en la ac-
tualidad existe una mayor identificación con la segunda, quedando
la primera aislada en pequeños reductos que impiden una considera-
ción superior, máxime porque muchas veces determinados elementos
22 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

que pretenden aducirse como de Victimología General no dejan de ser


cuestiones que la Criminología venía tratando históricamente dentro
de su campo de conocimiento y se han trasladado al ámbito victimo-
lógico –piénsese, por ejemplo, en la llamada Victimología crítica, que
no es otra cosa que emplear las técnicas usadas por la Criminología
crítica al campo de la víctima; diversas investigaciones criminológi-
cas aplicadas al ámbito victimológico (por ejemplo, las implicaciones
criminológicas del aprendizaje y sus derivaciones hacia el ámbito vic-
timal, si bien esto no es tan relevante pues se trata del mismo proceso
que en su tiempo hizo y continúa haciendo la Criminología respecto
de otras ciencias, como la Psicología); etc–.
Por último, tampoco cabe obviar dos elementos importantes que
refuerzan semejante tesis: i) los planteamientos metodológicos de una
y otra sugieren además una integración científica; y ii) en el propio
concepto de víctima, que se delimitará en el capítulo siguiente, va im-
plícita la Criminología ya que para poder hablar de ella, en cualquiera
de sus dimensiones, se necesita un delito o crimen social y un delin-
cuente o persona que genere el daño social producido –incluso en los
casos en los que no haya intervención humana (desastres naturales,
ataques de animales, etc.)– donde también la Criminología podría a
entrar a conocer toda vez que recurra a la acepción crimen social,
aunque no sea lo habitual.
Así pues, para concluir, cabría referir que la Criminología presen-
ta un denotado carácter integrador por cuanto es la expresión cien-
tífica de un todo donde se integran distintas disciplinas entre las que
destacaría sobremanera la Victimología.

2.2. Método

Al igual que acontece con la Criminología, el método utilizado


por la Victimología, como quiera que se integra en ella, es empírico e
interdisciplinar. Sin embargo, semejante afirmación no es pacífica y
precisamente los partidarios del autonomismo han pretendido huir de
ella, si bien negar tal hecho es absurdo por cuanto guste más o menos
la Victimología es considerada empírica –al igual que la Criminología–
y, entiendo, interdisciplinar –aunque algunos autores aboguen por la
multidisciplinariedad–, al igual que la Criminología. Cuestión distinta
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 23

es que se sirvan de instrumentos o herramientas diferentes para lle-


varlo a cabo –piénsese, por ejemplo, en un autosondeo, se trata de una
técnica empleada indistintamente por ambas; una encuesta de victi-
mización, algo más próximo a la Victimología que a la Criminología; o
una entrevista estructurada para establecer perfiles criminales–.

2.2.1. Carácter empírico

Antes de pasar a definir lo comprensible por método científico, se


considera necesario desarrollar algunas de las características genera-
les que otorgan a la disciplina victimológica su carácter empírico.
Así pues, y entendiendo como método aquel medio o forma em-
pleados para conseguir los fines pretendidos de la investigación en
base a un conjunto de procedimientos regulares y sistematizados con-
siderados adecuados en la resolución de un problema; en el método
científico propiamente dicho, la toma de decisiones basada en com-
probaciones previas, en estudios precedentes que han permitido afir-
mar que determinadas sucesiones de actos serían los más pertinentes
para la toma de decisiones posterior, es lo que determinaría propia-
mente el método científico son el calificativo de empírico. Del mismo
modo, permite garantizar la objetividad de los resultados obtenidos,
así como ser un importante aliciente en cuanto a su replicabilidad
posterior.
En relación a lo anterior, habría que señalar que existen dos ten-
dencias o paradigmas generales a seguir dentro del ámbito de las
Ciencias Sociales: a) el paradigma experimental y b) paradigma asocia-
tivo o correlacional.
El paradigma experimental se centra en la causalidad o relación
entre variables a partir de sus relaciones causa-efecto, siendo posible
tanto la manipulación del investigador como la asignación aleatoria
de los sujetos a los grupos establecidos para la investigación
El método experimental constituye uno de los más rigurosos en
su práctica, en tanto supone un mayor control de las variables anali-
zadas así como la posible manipulación o selección de los elementos
objeto de estudio. En estos casos, es posible establecer relaciones de
causalidad y, en su caso más puro, se caracteriza por selección al azar
de los sujetos, así como en su asignación aleatoria a los diferentes gru-
24 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

pos objeto de estudio (grupos control versus grupo de tratamiento) 10.


Dentro de este primer paradigma podrían diferenciarse tres tipos de
diseños:
— Diseños experimentales propiamente dichos: manipulación y
control de todas las variables unido a la selección y atribución
al azar de los sujetos a los grupos.
— Diseños cuasi-experimentales: el control se establece sobre la
variable independiente (causa) y la aleatorización de los su-
jetos es más restringida que en el caos anterior (trabajar con
grupos ya estipulados).
— Diseños de caso único (N=1): el estudio se centra en exclusivi-
dad en un sujeto.
Por su parte, el paradigma asociativo define un tipo de relación de
covariación entre las variables implicadas; esto es, la correlación o
asociación entre ambas no quedan sujetas a la manipulación del inves-
tigador. Se emplean pues métodos observacionales o diseños de inves-
tigación realizados en contextos naturales, que si bien no se caracteri-
zan por el control de los métodos experimentales, son de gran utilidad
para explicar determinados fenómenos de dificultosa manipulación.
Del mismo modo, en relación al método de investigación se pueden
diferenciar dos procedimientos de extracción de información; a saber:
a) el método de investigación deductivo, donde partiendo de permisas
universales se llega a conclusiones particulares; y b) método de inves-
tigación inductivo, el cual parte de la observación de fenómenos espe-
cíficos o para llegar a establecer conclusiones o verdades más genéri-
cas, siendo este último en que comparte la disciplina victimológica.
Presentados los anteriores matices podría afirmarse que el empi-
rismo es clave para obtener el calificativo científico utilizado anterior-
mente pues una de las funciones asignadas consiste en conocer la rea-
lidad y explicarla, basándose más en hechos que en opiniones, más en
la observación que en argumentos o silogismos.
Sobre semejante premisa, necesita de estudios científicos a través
de los cuales verificar una serie de hipótesis con el objeto de determi-
10
Los “grupos control” son colectivos que, no siendo tratados durante la inves-
tigación, su participación en la misma se hace imprescindible en el análisis y valo-
ración de los resultados; es decir, permite comparar los efectos que sobre los grupos
establecidos tiene una determinada intervención.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 25

nar si la conclusión a la que llega es fiable o no –y en todo caso aclarar


la representatividad de la misma–, formulando teorías basadas en las
citadas experiencias.
Bunge ya afirmó que las principales características de una ciencia
empírica se resumen en que, partiendo del estudio de unos hechos,
de manera analítica, especializada, clara, precisa, verificable y metó-
dica, se puedan formular hipótesis predictivas; mientras para Téllez
Aguilera el empirismo empieza por hechos, luego los circunscribe y
más tarde formula hipótesis y construye teorías para explicarlos, de
donde, a posteriori, deduce conclusiones particulares verificables.
Ante tal contexto, podría especificarse todo en el diseño de investi-
gación; esto es, la realización de un estudio científico soportado en el
seguimiento de un conjunto de fases o etapas, las cuales se establecen
con la finalidad de dar respuestas a determinadas hipótesis mediante
la recogida y el análisis de la información pertinente. Se trata de un
plan o estrategia de actuación ordenada y flexible que orienta la inves-
tigación. Entre las ventajas de esta sistematización podría decirse que
se permite aunar criterios entre los distintos profesionales o bien, que
su replicabilidad futura es mucho más accesible por cuanto existe una
metodología establecida.
En general, podrían diferenciarse tres fases dentro de diseño de
investigación; a saber: 1) una de aplicación conceptual o teórica; 2)
otra de formulación eminentemente práctica u operativas; y 3) relati-
va a las conclusiones y posibles modificaciones en los planteamientos
iniciales u operativos.
1) Fase conceptual o teórica. Partiendo de determinados modelos
y postulados teóricos se establecen las hipótesis o supuestos de estu-
dio, estableciendo las predicciones estimadas respecto a los posibles
resultados. Son tales definiciones y estimaciones sobre determinados
hechos las que serán objeto de aceptación o refutación tras el análisis
de la información
2) Fase operativa. Referida propiamente a la característica expe-
rimental o práctica del diseño, momento en que las hipótesis plantea-
das en un primer momento se operacionalizan en instrumentos que
permitan su medición y posterior recogida de información. Así pues,
las hipótesis definen determinadas variables (sexo) o categorías de las
mismas (hombre/ mujer) bajo determinados supuestos o formulacio-
nes sujetas a comprobación científica, siendo por medio de los instru-
26 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

mentos adecuados como definitivamente se obtendrá tal información.


Véase el siguiente ejemplo:

El interés de la investigación radica en estudiar los niveles


de ansiedad experimentados en menores que han sufrido
abuso por parte de los progenitores, en comparación con
colectivos de las mismas edades pero que no han experi-
mentado tal suceso; así pues, la redacción de sendas hipó-
tesis pudiera plantearse el siguiente modo:
a) “No existen diferencias significativas en los niveles de
ansiedad de dichos colectivos” (hipótesis nula).
b) “Los niveles de ansiedad son superiores en menores
que han sufrido abuso” (hipótesis alternativa).
* Tales conceptualizaciones previas serían típicas de la primer fase,
siendo lo relativo a la medición de las variables la segunda etapa o
fase operativa.

Una vez definido el objeto de estudio, así como las variables


involucradas: menor con o sin abuso (variable independiente
o causa) y niveles de ansiedad (variable dependiente o efecto),
se seleccionan los instrumentos de medida oportunos, en
este caso relacionados con la ansiedad, de adaptación como
prueba complementaria, etc.11, para con posterioridad ana-
lizar los resultados obtenidos (por ejemplo, el estadístico t-
Student para contemplar la posible existencia de diferencias
significativas o no entre sendos grupos).
Ya en las conclusiones, y si existieran diferencias significa-
tivas entre los sujetos señalados a favor de mayores puntua-
ciones en ansiedad en menores abusados, podrían generali-
zarse los resultados a sujetos que, no habiendo participado
en el estudio, responderían a las mismas características que
los sujetos evaluados.
11
Entre tales pruebas destacan el Cuestionario de Autoevaluación de Ansiedad
Estado/ Rasgo en Niños (STAIC), caracterizado por la medición de tal síntoma en base a su
frecuencia (esporádico o situacional –estado–, o bien con mayor cronicidad –rasgo–), ex-
presión y control; o el Test Autoevaluativo Multifactorial de Adaptación Infantil (TAMAI),
para la evaluación de la inadaptación del sujeto en diferentes ámbitos de la vida cotidia-
na (escolar, familiar, …) y así averiguar su grado de afectación, etc. Referencias biblio-
gráficas respectivas: SPIELBERGER, C. D., Cuestionario de Autoevaluación de Ansiedad
Estado/ Rasgo en Niños (STAIC), Madrid, 1998; y HERNÁNDEZ-HERNÁNDEZ, P., Test
Autoevaluativo Multifactorial de Adaptación Infantil (TAMAI), Madrid, 1996.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 27

Tras la recopilación de la información la misma pasa a ser analiza-


da a través de diversos estadísticos (medias, desviaciones típicas, etc.),
los cuales podrán dar más que una información de tipo de descripti-
vo; esto es, podrán advertir sobre la presencia de diferencias `efec-
tivamente significativas´ entre las hipótesis inicialmente planteadas,
afirmaciones que a favor del supuesto o hipótesis corroborada podrán
generalizarse al resto de la población.

3) Conclusiones. Enlazando con lo que se acaba de explicar, se-


ría en esta fase donde se podrían ampliar o generalizar los supuestos
estudiados al resto de la población. Ahora bien, no siempre los resul-
tados obtenidos son favorables a las modelos teóricos con los que se
trabaja, ni tampoco siempre los datos o puntuaciones obtenidas de las
distintas pruebas psicométricas son igualmente analizados correcta-
mente, por lo que el investigador deberá en cualquier momento ser
consciente de tales fallos y realizar las modificaciones pertinentes (re-
troalimentación `negativa´).

En definitiva, la ejemplificación del diseño de investigación que-


daría representada del siguiente modo:

ESQUEMA 1
Fases del diseño de investigación

Modelo conceptual

Definición del Planteamiento Revisión del marco


problema de hipótesis conceptual y de las
hipótesis planteadas

Modelo operativo Revisión del marco


operativo
Aplicación de Diseño Análisis de
Recogida
la hipótesis investi- los
de datos
planteada gación resultados
Negativas

Conclusiones Positivas

Corroboración de los planteamientos e


Proceso de retroalimentación hipótesis iniciales: ¿reformulación de teorías?
28 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Concretizando cada uno de los aspectos señalados, el carácter


investigador empírico le sobrevendría en el momento que cumpliera
con el siguiente diseño12:
Elección del tema → Formulación de hipótesis → Diseño de la investiga-
ción → Recogida de datos → Sistematización de los datos → Interpretación de
los datos → ¿Validación o rechazo de la hipótesis inicial? → ¿Formulación
de teoría? ¿Reformulación de las premisas iniciales?
a) Elección del tema de investigación. Debe realizarse de acuer-
do con las preferencias del investigador y siempre sobre una
temática a la que tenga acceso o capacidad para obtener re-
cursos y datos. Lo que no es admisible es intentar conseguir
resultados que se correspondan preferencias de la persona ya
que no será un estudio objetivo.
b) Formulación de la hipótesis. El diseño de un proyecto empírico
se inicia con un modelo conceptual sobre aspectos esenciales
como las teorías e hipótesis a formular, elemento trascenden-
tal en tanto la investigación girará en torno a la comprobación
empírica de la hipótesis formulada. Debe tratarse de una ex-
plicación novedosa, que aporte nuevo datos al conocimiento
de ese tema, pudiendo replicar estudios ya desarrollados por
otros investigadores confirmando o no sus resultados.
c) Diseño de la investigación. Abarcaría la forma de acometer el
estudio, el acceso a los datos, las fuentes empleadas (…) o, di-
cho de otro modo, la muestra sujeta a estudio y el mecanismo
o fuente utilizada. Debe tenerse muy presente, en cualquiera
de las fases, pero particularmente en esta, la presencia de ses-
gos que invalidarían o restarían la fiabilidad de los resultados
de la investigación.
d) Recogida de datos. Comprende el hecho de recabar la infor-
mación requerida de la población sujeta a muestreo. No con-
viene obtenerla de forma continua sino establecer un primer
corte o “estudio piloto” para verificar que no hay ningún tipo
de sesgo o impedimento ya que conviene detectarlo de inicio
antes que finalice esta fase por cuanto, caso de producirse,
puede invalidar la muestra. Una vez detectado, si acontece,
12
El diseño presentado fue enunciado para la Criminología (MORILLAS
FERNÁNDEZ, 2010) si bien, con algunas modificaciones, se encuentra fundamenta-
do en lo establecido por Garrido, Stangeland y Redondo.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 29

se procederá a realizar las modificaciones oportunas a fin de


optimizar el modelo.
e) Sistematización de los datos. La utilización de bases de datos
redunda en un mejor análisis en tanto se convierte en un pro-
ceso prácticamente automático. Si las mediciones estadísticas
son las adecuadas una vez alcanzado la representatividad po-
blacional prefijada no es necesario ni compilar más datos ni
analizarlos.
f) Interpretación de los datos. Una vez estructurados comienza
la verdadera tarea del investigador en tanto hay que darles for-
ma de acuerdo con la premisa o hipótesis enunciada. Aquí el
marcado carácter interdisciplinar de la Victimología juega un
papel trascendental en tanto deben ser constantes las remisio-
nes a estudios, teorías, aportaciones, etc., tanto de la propia
Criminología como de otros campos del saber, para así dotar
de una postulación coherente de los resultados obtenidos. La
verificación o refutación de otras investigaciones debe ser un
elemento central de esta fase, sin miedo a desarrollar un espí-
ritu crítico con la temática abordada y proponiendo siempre
alternativas a la misma.
g) Finalmente, cabrá validar o rechazar la hipótesis inicial pre-
sentada en lo que debe ser considerado como la aportación a
la evolución del pensamiento victimológico e incluso la for-
mulación de una teoría sustentada sobre la citada investiga-
ción empírica.
Una vez desarrolladas de manera más específica las etapas defini-
torias del diseño de investigación, cabría señalar las siguientes consi-
deraciones al respecto:
— El diseño de investigación es un proceso mucho más complejo
que el señalado, sobre todo en la segunda de las fases. Así por
ejemplo, en la determinación de las variables intervinientes
no sólo se considera las involucradas propiamente en el pro-
ceso (variable dependiente e independiente), sino también la
presencia de posibles variables no controladas que pudieran
alterar los resultados (variables extrañas o espureas).
— Advertir la transcendencia de los diseños de investigación de
N= 1 o diseños de caso único, los cuales se consideran de es-
pecial relevancia en el ámbito de la Victimología por entender
30 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

que el trabajo con tales sujetos ha de responder a una sistemá-


tica de individualización y tratamiento diferencial para cada
individuo. En este sentido, y a diferencia del diseño de inves-
tigación que se acaba de exponer, el número de sujetos con el
que se trabaja es una persona (estudio de caso aislado), lo que
hace de su acepción la categoría de cuasi-experimental, así
como una menor validez en la generalización posterior de los
resultados obtenidos en el proceso evaluativo.
— Los medios o procedimientos de actuación se entienden es-
pecíficos tanto de la disciplina o ciencia con que se trate,
como del objeto de estudio objeto de evaluación, por lo que
el empleo de uno u otro método dependerá de los intereses
perseguidos en la investigación, siendo generalmente los apli-
cados en la disciplina victimológica de origen probabilístico o
correlacional.
En resumen, y como recopilación de todo lo citado con anterio-
ridad, podría decirse que el método como elemento identificativo
comporta la gran diferencia de la Victimología –y, por ende, de la
Criminología– con otras ciencias afines –piénsese, por ejemplo, en
el Derecho– ya que se basa en la observación y no en argumentos u
opiniones.
Como aspecto de especial transcendencia conviene llamar la aten-
ción, tal y como se desarrollará en el Capítulo Segundo, en la espe-
cial sensibilidad que debe guardarse con los instrumentos empleados
para la recogida de datos ya que no conviene olvidar que la persona
que los proporciona puede haber sido víctima de un ilícito, la mayoría
de las ocasiones traumático –piénsese, por ejemplo, en las encuestas
de victimización– e inconscientemente puede producirse una nueva
victimización por lo que resulta muy recomendable y adecuado que,
llegado el caso, semejantes cuestionarios sean pasados por personal
cualificado y experto en tratar con víctimas.

2.2.2. Interdisciplinariedad

Se trata de una nota identificativa del método victimológico si


bien esta opción no es pacífica en la doctrina en tanto existen autores
como, por ejemplo, Tamarit Sumalla, que la identifican como multi-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 31

disciplinar por abarcar un espacio de confluencia e integración de los


conocimientos normativos, psicosociales y médicos relacionados con
los procesos de victimización y desvictimización.
Llegado a este punto se produce el clásico debate entre interdisci-
plinariedad vs multidisciplinariedad que debe resolverse, en mi opi-
nión, a favor de la primera ya que una de las principales característi-
cas del método victimológico es el recurso parcial a los conocimientos
que le sean útiles para completar su función.
Así pues, para verificar el por qué de semejante opción habría que
distinguir ambos conceptos. Respecto al primero, hace referencia a un
conjunto parcial de conocimientos de otra ciencia o disciplina, mien-
tras la multidisciplinariedad agrupa a la totalidad de conocimientos
conformadores de esa ciencia o disciplina; esto es, el carácter inter-
disciplinar permite a la Victimología hacer suyas diversas nociones
de otras ciencias de forma individual frente a la multidisciplinariedad
que agruparía la totalidad de postulados o, dicho de otra forma, la
interdisciplinariedad se proyectaría sobre la premisa de autonomía
científica, que no independencia, algo que no sería posible si se le re-
conoce el carácter multidisciplinar.
Rodríguez Manzanera las ha diferenciado sobre la premisa de
que la interdisciplinariedad implica la estrecha colaboración que de-
ben llevar las ciencias para que, a través de un método combinado,
se cumpla la función científica, mientras en la multidisciplinariedad
no hay más que una acumulación aritmética de diversas ciencias; es
decir, mientras la primera implica dependencia mutua en el sentido
de complemento de unas hacia otras, la segunda afecta tan sólo a la
cantidad. Así pues, la Victimología requiere, siguiendo los parámetros
referidos por el citado autor, un “sistema de retroalimentación” entre
diversas ciencias y disciplinas como motivadoras de la interdiscipli-
nariedad en tanto cada conclusión particular se corrige y enriquece
al contrastarse con las obtenidas en otros ámbitos y disciplinas, propi-
ciándose la necesaria síntesis libre de contradicciones.
Ahí es precisamente donde se refuerza la tesis de que la Victimología
es interdisciplinar pues es algo más que el Derecho, la Psicología, la
Criminología, la Medicina, la Estadística o la Sociología pero no pue-
de prescindir de ellos sino todo lo contrario: retroalimentarse con sus
conocimientos. Ahora bien, esa constante remisión a conocimientos o
herramientas de investigación provenientes de otras ciencias afines,
32 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

¿no le restará grado de cientificidad? La respuesta debe ser necesaria-


mente negativa ya que, empleando las palabras usadas para resolver
esta pregunta en el ámbito de la Criminología por Garrido, Stangeland
y Redondo, compartir ciertos conceptos e instrumentos con otras cien-
cias afines no menoscaba su entidad científica, antes bien, la corrobo-
ra, ya que el método científico es esencialmente único.
Por todo ello, conviene concluir diciendo que el método victimo-
lógico es eminentemente integral en tanto consiste en recabar datos
y saber integrarlos e interpretarlos con la finalidad de dotar de una
explicación coherente a un hecho ilícito, específico o general, sacra-
lizando en muchas ocasiones el estadístico. Con este propósito, la
interdisciplinariedad jugará un papel esencial a la hora de dotar de
contenido semejantes conclusiones pues permitirá a la Victimología
completar un amplio catálogo de teorías generales sin las cuales su
conocimiento quedaría anclado en la ambigüedad y el pasado.

2.3. Objeto

El objeto de la Victimología es la víctima. Lo problemático es do-


tarla de contenido ya que, como se verá en el Capítulo Segundo, hay
una multiplicidad de criterios al respecto que permiten restringir o
ampliar su configuración por lo que la clave para circunscribir ade-
cuadamente sus límites de vigencia radica en concretar su conceptua-
lización, para lo cual me remito a lo allí establecido, siendo cualquier
esfera que rodee a la víctima –social, psicológica, sociológica, clínica,
etc.– de interés para la Victimología.
Las dimensiones sobre las cuales la Victimología debe entrar a es-
tudiar a la víctima son, cuanto menos, las siguientes:
a) Bio-psico-social. Comprendería el análisis de los factores
biológicos, psicológicos y sociales que llevan a un individuo
a convertirse en víctima, independientemente de la naturale-
za de su causación –haya o no persona humana detrás de la
victimización–.
b) Criminológico. Vinculándola al hecho criminal en sí –por
ejemplo, papel asumido por la víctima en la génesis del deli-
to–, relación con el delincuente, aspectos terapéuticas y profi-
laxis victimal.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 33

c) Jurídico. Incluiría la interrelación entre víctima y ordena-


miento jurídico, no solamente desde la perspectiva penal sino
igualmente civil –derechos de reparación, restitución e in-
demnización–, administrativa –asistencia policial, proceso de
denuncia, puesta a disposición de los recurso asistenciales a
los que tiene derecho (…)– e incluso procesal –por ejemplo,
utilización de nuevas tecnologías en el proceso para evitar el
contacto con el agresor–.
Pero es más, algunos autores, entre los que destacan Rodríguez
Manzanera, independientemente del concepto de víctima acotado, el
cual dará una mayor o menor amplitud a la Victimología, entienden
que el objeto no puede quedar limitado a la víctima en sí, proponiendo
su extensión hacia tres niveles:
i) Individual, representado por la propia víctima; esto es, su per-
sonalidad y características.
ii) Conductual, vinculado a la victimización; es decir, su rela-
ción con el fenómeno criminal, si existiera, o bien su estudio
aislado;
iii) General, asociado a la victimidad; esto es, el fenómeno vic-
timal en su conjunto, como suma de víctimas y victimizacio-
nes, con características independientes de los individuos que
lo conforman.
Del mismo modo, conviene recordar, como acontece con la
Criminología, que el estudio de la víctima no sólo debe orientarse ha-
cia actos constitutivos de delito sino igualmente hacia los crímenes
sociales; esto es, hechos que, sin ser constitutivos de delito, generan
un daño –piénsese, en los accidentes de trabajo, tráfico, ataque de ani-
males (…) siempre y cuando no haya una intervención humana detrás
ya que, si no, la conducta se transformará en delictiva (por ejemplo,
el dueño de un perro que lo entrena para que, un buen día, mientras
lo saca de paseo, ataque a una persona; el individuo que no guarda
los deberes de cuidado o cautelas necesarias con el animal que ataca
a otra persona; la persona que pierde el control del vehículo, mata a
otro y posteriormente se demuestra que la causa es un exceso de velo-
cidad, etc)–.
En definitiva, el objeto de la Victimología puede ser referenciado
desde un prisma estricto –víctimas de delitos– y otro amplio –víctimas
de catástrofes naturales, ataque de animales, caso fortuito (…)–. A la
34 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

pregunta de cuál de los dos resultaría más adecuada creo que es nece-
sario adentrarse en los conceptos de víctima para responder a seme-
jante cuestión si bien ya adelanto que, a mi juicio, ambas percepciones
presentran sus pros y contras, no debiendo cerrar la Victimología las
puertas a una u otra, máxime cuando la última lleva implícita la pri-
mera, si bien a efectos prácticos la restringida resultará siempre más
útil si bien no por ello ha de excluirse la amplia ya que esto supondría
eliminar del campo victimológico situaciones muy relevantes –piénse-
se, por ejemplo, en las víctimas de accidentes–. Pero es más, Tamarit
Sumalla ha relatado muy bien la trascendencia que tiene el concepto
amplio cuando, antes de estar tipificado en el Código Penal, había una
serie de fenómenos, no constitutivos de delito, con unas connotacio-
nes muy graves para la víctima: stalking –acecho, con connotaciones
predatorias–, bullying –acoso o intimidación, básicamente entre igua-
les, con especial interés en la población adolescente), mobbing –acoso
laboral–, harassment –acoso moral– (…) que ya eran objeto de estudio
por parte de la Victimología, ante las cuales no puede cerrar los ojos.
En otras palabras: la mayoría de conductas que en un futuro serán
constitutivas de delito, por cuanto generan un daño en la víctima, an-
tes de su incorporación al Código Penal han sido sometidas a un se-
guimiento desde un prisma victimológico –incluso criminológico, de
acuerdo a la acepción crimen social–.

2.4. Funciones

Al igual que acontece con la Criminología, resumir las funciones


que debe desempeñar la Victimología resulta una tarea compleja dada
la multifuncionalidad que tiene asignada. No obstante, considero que
las más relevantes, sin desmerecer otras, pueden ser las siguientes:
— El estudio del proceso de victimización. La Victimología no
debe conformarse con analizar el papel de la víctima en la génesis
del delito sino que debe ir un poco más allá y abarcar todos aquellos
elementos que influyen en el hecho de que una persona pase a conver-
tirse en víctima desde su primaria e incluso inconsciente vinculación
con el hecho ilícito; esto es, el Derecho Penal no presta atención a las
víctimas del delito antes de producirse, entre otras razones porque
no es su cometido, mientras la Criminología sí ha mostrado interés
por la víctima en fases anteriores al delito precisamente por el grado
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 35

evolutivo de la Victimología. Un buen ejemplo que ayudará a entender


semejante premisa, objeto de un análisis más detallado en el capítulo
quinto, es la ya tradicional equiparación entre iter crimnis e iter vic-
timae, mientras el primero agrupa los elementos internos y externos
seguidos por el criminal para llegar a cometer la conducta delictiva el
segundo incluye el camino que sigue la víctima hasta llegar a ser victi-
mizada (RODRÍGUEZ MANZANERA, 2010).
En este sentido, todas las características que incidan en la victimi-
zación de la persona serán tenidas en cuenta, pudiendo destacar los as-
pectos biológicos, psicológicos o sociales como más representativos.
De acuerdo con lo anterior, semejante función puede ser cumpli-
mentada desde una doble esfera: i) de manera individual, estudian-
do todos y cada uno de los elementos concurrentes en un proceso de
victimización concreto, con lo que podrá obtenerse, llegado el caso,
una información muy útil que permitirá aportar un poco más de luz
a la hora de esclarecer el ilícito cometido, además de conocer todo lo
relevante al citado iter victimae respecto de la persona que ha sufrido
el daño; y ii) de forma general, estudiando y midiendo procesos de vic-
timización grupales con el propósito de obtener parámetros comunes
que incidan en las víctimas, permitiendo, con ello, establecer rasgos o
pautas comunes que derivarán en teorías victimológicas.
Ejemplificando a grandes rasgos lo anterior, la dimensión indivi-
dual se centraría en el estudio de una víctima particular –piénsese, por
ejemplo, en la víctima de un robo a las dos de la mañana en una calle
céntrica, lo que habría que hacer es reconstruir todas los movimien-
tos y variables del individuo desde el preciso instante en el que exista
una conexión directa con el ilícito hasta su producción– mientras la
genérica tomaría una muestra de víctimas para analizar una serie de
variables y buscar puntos de unión entre ambas que ayuden a explicar
el fenómeno delictivo –por ejemplo, se toma una muestra de ciento
quince personas que hayan sufrido robos en calles céntricas de una o
varias ciudades (según la dimensión del estudio) y se buscan variables
comunes, pudiendo formular, caso de que los datos sean representati-
vos, una teoría victimológica al respecto–.
— La medición del fenómeno victimal. Comprende una de los as-
pectos más relevantes de la Victimología ya que permite no sólo medir
la población victimal sino cuantificar porcentualmente la cifra negra
de ilícitos no revelados; esto es, cualquier estadística delictiva estable-
36 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

cida al respecto únicamente recoge aquellos ilícitos conocidos mien-


tras que a la Victimología le interesan única y exclusivamente las vícti-
mas de delitos, hayan o no denunciado el hecho ilícito.
Serrano Gómez (1986) ya se refirió a estos supuestos desconoci-
dos como cifra oscura, englobando aquella que se conoce su existen-
cia pero no se registra porque no hay denuncia o no hay pruebas; o
criminalidad oculta, en la que la víctima desconoce que haya sufrido
un delito o bien es la primera interesada en que el delito permanez-
ca oculto. En mi opinión, si bien el criterio de Serrano Gómez me
parece adecuado e innovador en aquella fecha, prefiero emplear la
siguiente terminología a la hora de clasificar los datos (MORILLAS
FERNÁNDEZ, 2003):
i) Detectados. Serían aquellos que repercuten en las estadísticas
en tanto se conocen de forma oficial ya que han salido a la luz
pública bien mediante la correspondiente denuncia, actuacio-
nes policiales, intervenciones judiciales (…).
ii) Detectados pero no declarados. Englobaría aquellos supuestos
en los que se ha producido un delito y algún sector de la socie-
dad o persona ajena a delincuente y víctima conoce o sospecha
su existencia pero no hace nada por su persecución o puesta en
conocimiento de las autoridades correspondientes. Se trataría
de un detestable caso de pasividad ciudadana que englobaría,
por ejemplo, el maltrato sufrido por una mujer o un menor de
edad conocido por un vecino que escucha habitualmente las
agresiones y los gritos y no hace nada por evitarlo.
iii) No detectados. Incluye los casos en que el delito queda en el
más absoluto silencio, siendo, por tanto, únicamente conocido
por la víctima y el victimario, no queriendo la primera, por la
razón que sea, que ese hecho sea público ni que lo conozcan
las autoridades.
Estas dos últimas categorías, la de casos detectados pero no decla-
rados y los no detectados, conformarían lo que se ha venido en deno-
minar cifra negra. Así pues, de acuerdo con lo referido anteriormente,
la mejor herramienta para su detección, cuantificación o aproxima-
ción radica en el uso de las estadísticas victimales, las cuales serán
objeto de estudio en el capítulo siguiente.
Piénsese en el siguiente ejemplo: el número de delitos de hurto
sufridos por los estudiantes de una Universidad es de x pero una vez
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 37

realizado un autosondeo entre los todos los alumnos del mencionado


centro se obtiene un resultado de x+135. La razón en virtud de la cual
hay 135 universitarios que no han querido denunciar los hechos pue-
de resultar muy diversa: miedo a las consecuencias, amenazas de los
autores, vergüenza ante sus progenitores o compañeros, desconfianza
en el sistema policial y/o judicial (…). En definitiva, lo que está claro
es que, por una u otra razón el delito ha existido pero no se ha notifi-
cado a las autoridades. Ese mismo ejemplo puede trasladarse a pobla-
ciones mayores en los mismos términos: mujeres víctimas de violencia
doméstica, delitos de violación, amenazas, etc13.

Tipos de datos existentes

Detectados Conforman cualquier estadística delictiva

Detectados pero no declarados Cifra negra que puede ser cuantificada gra-
No detectados cias a las estadísticas victimales

— Creación de programas de prevención victimal. Una vez cuan-


tificada la representatividad victimal de una tipología delictiva y co-
nocido el proceso de victimización conviene desarrollar programas
de prevención que permitan disminuir las tasas de criminalidad. La
particularidad de semejantes programas radica en que se ejercitan di-
rectamente sobre la víctima del delito, la cual resulta destinataria de
la instrucción establecida.

Semejante temática no es nueva ya que la propia Criminología se


ha hecho eco de ella y, en este sentido, existen teorías criminológicas
que inciden muy directamente en la prevención victimal como meca-
nismo de disminución de la criminalidad. Piénsese, por ejemplo, en
la teoría de la oportunidad, según la cual, muy resumidamente, para
que el delito se produzca deben confluir tres factores: i) delincuente
predispuesto; ii) víctima propicia; y iii) ausencia de control. La inter-
vención para evitar el delito debe redirigirse necesariamente sobre la
víctima, creando programas de prevención victimal, o sobre la ausen-
13
La motivación que puede llevar a una persona a denunciar o no un hecho
delictivo será objeto de estudio en el capítulo sexto.
38 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

cia de control, eliminando las zonas sin vigilancia o aquellas que den
una sensación de impunidad al delincuente.
Un ejemplo muy útil que puede ayudar a entender la dimensión
y utilidad de los programas de prevención victimal puede encontrar-
se en un aeropuerto donde, para evitar la sustracción de los bienes
de miles de pasajeros que circulan cargados de maletas diariamente
–conviene recordar que, al igual que en otras dependencias donde el
tráfico de personas es multitudinario y constante, hay individuos que
acuden a estos espacios buscando una víctima a la que sustraer algún
bien– se recuerda constantemente por megafonía que los pasajeros no
deben separarse de sus pertenencias. Otro buen ejemplo sería, dado
el aumento de robos en viviendas durante los meses de verano en zo-
nas muy pobladas, los consejos o precauciones dadas por las autorida-
des a los propietarios de las viviendas para disuadir a los hipotéticos
delincuentes14.
Como ha podido comprobarse en los ejemplos enunciados, ambos
tienen un destinatario común: la hipotética víctima que, en caso de
acotar semejantes precauciones, disminuirá el riesgo de ser victimi-
zada; esto es, semejante función de la Victimología complementa las
tradicionales visiones sobre la prevención del delito, las cuales han
venido centrándose en las figuras del delincuente y del propio delito
en sí, contemplando una tercera vía de prevención, muy útil, por otro
lado, ya que integra actuaciones, en algunos casos muy básicas, de
los principales interesados en que un hecho ilícito no concurra: las
víctimas.
Semejante función ha sido y es muy debatida en el seno de la propia
Victimología ya que, como señala Barberet, muchos victimólogos en-
tienden que prevenir la victimización es un trabajo que corresponde a
los criminólogos porque implica involucrarse en prevenir la conducta
típica de los infractores si bien otro sector de la doctrina victimológica
considera que la prevención es algo esencial para la Victimología. En
mi opinión, como quiera que la Victimología se integra en el campo
de conocimiento de la Criminología la solución a la tesitura planteada
es clara: la prevención criminal y victimal es una cuestión meramente
criminológica si bien, debido a la propia configuración de esta cien-
14
Entre otras, por ejemplo, no comentar con nadie el tiempo en que la casa
va a permanecer vacía, reducir los signos externos de abandono del hogar, entregar
una llave a alguien de confianza para que periódicamente entre y abra las persianas,
mueva objetos (…).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 39

cia, parece lo más adecuado que la Criminología en sí dedique sus


esfuerzos a la primera mientras que la Victimología deberá abarcar la
segunda.
— Asistencia a las víctimas del delito. Una vez producido el fenó-
meno delictivo, la Victimología debe dar una respuesta a los sujetos
victimizados a fin de minorar todas aquellas consecuencias no desea-
das. Tradicionalmente se ha buscado alcanzar semejante objetivo uti-
lizando o recurriendo al Derecho Penal, al que, en no pocas ocasio-
nes, casos hay muchos y recientes, se ha criticado enormemente por
no contemplar respuestas al fenómeno de la victimización e incluso
no dar cobijo ni cobertura a las víctimas del delito. Esto no puede ni
debe ser así en tanto la función del Derecho Penal no es ésa, ni mu-
cho menos, circunscribiéndose a la regulación del poder punitivo del
Estados y la protección de bienes jurídicos esenciales para la comuni-
dad social (MORILLAS CUEVA, 2011), siendo delito y delincuente sus
focos principales de conocimiento.
Por ello, el estudio científico y la concreción de unos recursos es-
pecíficos para las víctimas de un hecho delictivo, o simplemente ilíci-
to, debe quedar integrado en otro campo de conocimiento. Como ya
se ha referido, la Criminología ha venido ocupándose de semejantes
aspectos o, cuanto menos, demandándolos desde mediados del siglo
XX y, dentro de ella, dada la multiplicidad de objetos que integran su
campo de conocimiento, la Victimología es la que ha prestado toda la
atención posible hacia estos sujetos, tan olvidados en el tiempo.
Así pues, de acuerdo con lo anterior, la Victimología debe ser ca-
paz de desarrollar mecanismos asistenciales propios a las víctimas del
delito. Su contenido debe ser muy amplio ya que son múltiples las
afectaciones que puede presentar un sujeto que ha sufrido un daño, si
bien conviene destacar las de naturaleza jurídica, médica, psicológica
o la asistencial en su sentido más estricto en tanto, en no pocas oca-
siones, la víctima lo único que necesita es otra persona que la ayude
a volver a la situación de normalidad en la que vivía antes de que el
delito se produjera.
Un buen ejemplo de la naturaleza y dimensión de las políticas
asistenciales a víctimas de delitos viene puesta de manifiesto en mate-
ria de violencia de género donde, allá por la década de los noventa y
gracias a la Ley 35/1995, de 11 de diciembre, de ayuda y asistencia a
las víctimas de delitos violentos y contra la libertad sexual, se crearon
40 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

diversas oficinas de asistencia a la víctima de violencia doméstica, de


naturaleza gratuita15.
Otro aspecto que entiendo debe ser destacado ya que compren-
de un campo reciente de actuación e investigación es el de estableci-
miento de programas de intervención o tratamiento en las víctimas
de delitos; esto es, la Criminología, pero sobre todo la Psicología e
incluso la Psiquiatría, han centrado sus esfuerzos en la realización de
programas de tratamiento a delincuentes, principalmente delitos de
naturaleza grave, para dar respuesta no sólo a las demandas de la so-
ciedad sino de la propia Constitución española16. Sin embargo, desde
hace poco tiempo se ha ampliado semejante esfera a las víctimas de
delitos con la firme intención de dar una respuesta a sus necesidades
psicológicas acrecentadas tras la realización del delito.
Piénsese, en este sentido, a modo de ejemplo, la situación en la
que puede estar una mujer que ha sufrido malos tratos por parte de
su pareja durante nueve años o la víctima de una violación produci-
da cuando regresaba a su domicilio. Para ejemplificar al máximo la
naturaleza de estos hechos, se traen a colación las principales conse-
cuencias que las agresiones sexuales suelen tener en las víctimas: i)
a corto plazo: quejas físicas, alteraciones del apetito, trastornos del
sueño y pesadillas, desánimo, andisedad y miedo y tendencia al aisla-
miento; ii) a medio plazo: depresión, pérdida de autoestima, dificul-
tades en las relaciones sociales, disfunciones sexuales, estrés postrau-
mático y miedos vinculados a los estímulos ligados a la experiencia
de la agresión; y iii) a largo plazo: irritabilidad, desconfianza, alerta
excesiva, embotamiento afectivo, disfunciones sexuales y capacidad
disminuida para disfrutar de la vida (ECHEBURÚA ODRIOZOLA Y
GUERRICAECHEVARRÍA).
En definitiva, se trata de personas a las que la simple responsa-
bilidad jurídica del delito, en sus esferas civiles y/o penales, no le van
15
Anteriormente, mediante Ley 16/1983, de 24 de octubre, se crearon los
Institutos de la Mujer, si bien fue con el Real Decreto 7774/97, de 30 de mayo, cuan-
do fueron realmente impulsados desempeñando labores de promoción de las políti-
cas de igualdad, información y asesoramiento, desempeñando hoy día una función
esencial en muy diversas áreas, destacando, a modo de ejemplo de la importancia
victimal de semejantes institutos, la gestión, situación que varía según la Comunidad
Autónoma, de las casas de emergencia, acogida y pisos tutelados creados para aten-
der a mujeres víctimas de malos tratos.
16
Colaborando de esta forma a una mejor aplicación del artículo 25 de la Carta
Magna.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 41

a compensar íntegramente ya que presentan otro tipo de déficits o


secuelas que necesariamente deben ser tratadas y ese es precisamente
uno de los campos en los que la actual Victimología está prestando
una especial atención: desarrollar programas de atención, principal-
mente psicológica, a las víctimas de delitos que permitan su plena in-
tegración a la vida social sin las mermas generadas por el acto ilícito
sufrido.

— Crítica a los medios de control social. Integra una de las fun-


ciones más relevantes de la Victimología a nivel institucional ya que
comprende la suma de las funciones anteriormente señaladas; esto es,
cumplimentado todo lo anterior sobre la premisa de una investigación
empírica cabría afirmar que posee datos y elementos valorativos más
que suficientes para conocer la realidad victimológica y verificar si
las medidas de Política Criminal acotadas resultan idóneas o, de lo
contrario, debe resaltar semejante incongruencia aportando elemen-
tos que rechacen la hipótesis vigente y elaborando nuevas propuestas
acordes con el panorama social o jurídico actual.

No se trata simplemente de detectar un incremento del número


de víctimas en la tipología delictiva que sea, ni determinar las causas
sobre las que se sostiene semejante aumento, lo cual también resulta-
ría un logro importante pero incompleto ya que la Victimología debe
aportar soluciones a la problemática detectada, normalmente me-
diante la modificación de los medios de control social estableciendo
nuevas propuestas de Política Criminal que vengan a revertir la situa-
ción detectada. En otras palabras, la Victimología tiene la capacidad
y los instrumentos para detectar y modificar situaciones que generen
victimización o las consecuencias que se deriven de ella.

3. Definición propuesta

De conformidad con todo lo anterior, la Victimología debe identi-


ficarse con aquella disciplina científica que posee un método empírico
e interdisciplinar encargada del estudio de la víctima, capaz de pre-
sentar información relevante sobre los procesos de victimización, sus
formas de actuación y prevención.
42 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

III. RELACIONES DE LA VICTIMOLOGÍA CON OTRAS CIENCIAS

Una vez descritas las características esenciales que definen a la


disciplina victimológica y más aún, habiendo concretado ya su as-
pecto de interdisciplinariedad, cabría describir a continuación cuáles
han sido los campos de conocimiento que, a lo largo de los años, han
permitido su desarrollo y evolución. En este sentido, se refieren a con-
tinuación las relaciones que la Victimología establece con otras cien-
cias afines, a saber: Criminología, Derecho Penal, Penología, Derecho
Procesal, Psicología, Biología, Sociología y Antropología.

1. Victimología y Criminología

La vinculación entre ambas constituye un hecho irrefutable. Es


más, como ha referido Rodríguez Manzanera, la Victimología ha na-
cido a la sombra de la Criminología, como lo hizo ésta en sus inicios
respecto del Derecho Penal. Semejante comparativa resulta similar a
la de aquellos dos saberes ya que, allá por 1948, cuando comienza a
fraguarse la necesidad de crear un campo de conocimiento relativo a
las víctimas hasta la actualidad donde, como se ha referido, existen
incluso partidarios de una separación científica entre ambas.
Sea como fuere, se trata de una relación complementaria que pre-
senta más puntos de encuentro que de desencuentro. Así, si se obser-
van los caracteres identificativos de ambas –método y funciones, prin-
cipalmente– puede encontrarse una dualidad solamente rota por los
ámbitos de estudios: la Victimología se centra única y exclusivamente
en la víctima mientras la Criminología va más allá extendiéndose tam-
bién al delito, delincuente y los medios de control social. Es más la
Criminología abarca toda la extensión del fenómeno criminal lo que
implica también la inclusión de la víctima. Así pues, puede decirse que
la Victimología se encuentra integrada en el seno de la Criminología
sin que eso le haga perder autonomía. Ese mismo fenómeno acontece
también a la inversa ya que la Victimología no puede centrarse única-
mente en la víctima sino que debe ponerla en conexión con el fenóme-
no criminal, lo contrario sería asilarla hacia un camino sin salida.
En el siguiente gráfico comparativo pueden encontrarse los prin-
cipales rasgos identificativos de una y otra:
CUADRO 1
Comparativa entre la criminología y la Victimología.

Características CRIMINOLOGÍA VICTIMOLOGÍA


Cualidad Ciencia Disciplina científica integrada dentro de la Criminología.
Autonomía Presenta autonomía pero no Goza de cierta autonomía por defender un objeto de estudio
independencia debido al ca- exclusivo y propio, pero depende en cualquier caso de las
rácter interdisciplinar. ciencias criminológicas.
Objeto de estudio Delito, delincuente, víctima, Centrada en la figura de la víctima pero en conexión con el
y medios de control social. resto de elementos de estudio de la Criminología.
Investigación Diseño de investigación científico sustentado en una metodología empírica (contraste de hi-
pótesis y corroboración o refutación de los datos iniciales).
Recopilación datos Tanto la Criminología mediante las estadísticas delictivas, como la Victimología mediante las
encuestas de victimización y autosondeos, permiten obtener una cifra aproximada del núme-
ro de delitos y víctimas respectivamente. No obstante, y en cualquier caso, si bien el número
de delitos suele ser bastante representativo del número de ilícitos existentes, la “cifra negra”
en el caso de las víctimas es lo que haría hablar de datos estimables más que de casos reales.
Fuente del saber La Criminología como en la Victimología influyen y se dejan influir por ciencias y disciplinas afi-
nes, como sería el caso del Derecho, Biología, Psicología o Sociología entre otras; lo que denota
su aspecto interdisciplinar y, en todo caso, la necesidad de retroalimentación entre unas y otras.
Fines Funciones genéricas orientadas Si bien se entiende la víctima dentro un marco global de ac-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización

a todos aquellos factores que tuación; esto es, en consideración del delincuente, delito y en-
guarden conexión con el delito torno social, la aplicabilidad de la Victimología resalta sobre
(se advierte que al ser su objeto todo las funciones de rehabilitación, asistencias, protección y
de estudio más amplio también ayuda a las víctimas, así como la prevención de posibles victi-
lo serán los fines de la misma). mizaciones secundarias.
43
44 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Sin embargo, semejante vinculación no puede quedar reducida


simplemente al ámbito estructural o configurador de cada una sino
que puede plasmarse igualmente en sus grados evolutivos, tal y como
ha compilado Téllez Aguilera:
a) Aportaciones de la Criminología a la Victimología. En este
sentido, convendría destacar el impulso teórico proporcio-
nado ya que muchas teorías criminológicas formuladas para
explicar el fenómeno delictivo han sido utilizadas para el es-
tudio de la víctima del delito. A saber: teorías del conflicto o
control social, por ejemplo el labeling approach, han eviden-
ciado el importante papel que tiene la víctima, en su papel de
denunciante, en el acotamiento de la delincuencia conocida,
permitiendo explicar las diferencias entre delincuencia real
y registrada; o la Criminología crítica, que ha derivado en
Victimología crítica, sobre la premisa de la existencia de una
visión deformada que desde el sistema judicial y la opinión
pública se da de la víctima del delito (…).
b) Incidencia de la Victimología en la Criminología. Peters lo ha
resumido en las siguientes categorías más representativas:
b1) La manera de describir y medir la delincuencia. El des-
cubrimiento de una criminalidad oculta producto de la
pasividad de las víctimas supuso la creación de nuevos
retos para la Criminología debido, sobre todo, a la im-
periosa necesidad de estudiar a las víctimas a través de
encuestas de victimización.
b2) Por la necesaria atención que debía dispensarse a las víc-
timas desde la perspectiva de los controles sociales y el
proceso penal, dada la evidente desprotección que sufrían
y que ha motivado reformas legislativas y una importante
sensibilización desde determinadas instituciones.
b3) En la forma de controlar la delincuencia, no sólo desde la re-
presión sino, sobre todo, desde la prevención, lo que conlle-
va la adopción de nuevas formas de resolución del conflicto
víctima delincuente –por ejemplo, conciliación, mediación–
o el estudio de las principales variables concurrentes en la
víctima –personalidad, relaciones, victimización, tratamien-
tos que eviten una revictimización, etc.– a través de las cua-
les también se puede controlar o, cuanto menos incidir en el
fenómeno criminal (TÉLLEZ AGUILERA)
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 45

En definitiva, a modo de resumen, deben hacerse buenas las pala-


bras de Pittaro cuando afirmó que la relación entre ambas no puede
solucionarse ni en una situación de dependencia absoluta ni de sepa-
ratismo ya que ambas adquieren una estrecha unidad con interacción
recíproca. Además, como refirió Peris Riera (1988), la persona ofendi-
da por el delito no puede ser ignorada pero tampoco debe ser la única
protagonista del hecho criminal. Del mismo modo, conviene matizar
las palabras de Fattah, debido al tiempo histórico transcurrido desde
su formulación, las cuales en ese instante eran ciertamente adecuadas,
cuando señala que el objetivo de la Victimología es desarrollar median-
te el estudio profundo de la víctima un conjunto de reglas generales y
principios comunes, así como otros tipos de conocimiento que puedan
contribuir al desarrollo, a la evolución y al progreso de las ciencias
criminológicas y jurídicas, permitiendo una mejor comprensión del
fenómeno criminal, de los procesos criminógenos, de la personalidad
y del carácter peligroso del delincuente. Hoy día, la Victimología ha
evolucionado desde entonces bastante presentando otras funciones
propias no vinculadas necesariamente ni a la Criminología ni a las
Ciencias Jurídicas lo que le otorga una cierta independencia respec-
to de las anteriores –piénsese, por ejemplo, en las encuestas de victi-
mización; los programas de tratamiento y asistencia postdelictual a
las víctimas de un ilícito; los procesos de victimización posteriores al
hecho criminal, principalmente los de naturaleza secundaria y, bien
formulados, los terciarios, etc–.

2. Victimología y Derecho Penal

Aunque también existe una relación de complemento, la vincula-


ción entre ambas se caracteriza igualmente por ser de conflicto, en el
sentido de que los objetos de estudio son diametralmente opuestos, si
bien están condenadas a encontrarse.
El Derecho Penal ha sido definido como el conjunto de normas ju-
rídicas que regulan el poder punitivo del Estado y que protegen bienes
jurídicos esenciales para la comunidad social a través de la concre-
ción como delitos o estados peligrosos de determinadas conductas a
las que se le asocian en su realización penas, medidas de seguridad o
consecuencias accesorias como consecuencias jurídicas (MORILLAS
CUEVA).
46 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Así pues, la principal diferencia entre ambas radica en los objetos


de estudio ya que, como puede apreciarse en la definición presentada,
el Derecho Penal se centra en el delito, mientras la Victimología hace
lo propio respecto de la víctima. Sin embargo, el primero no puede
abarcar únicamente la esfera delictual ya que, por ejemplo, necesita
comprender las motivaciones del delincuente para adecuar su conte-
nido a la realidad social. De ahí surge una estrechísima relación con
la Criminología17 basada principalmente en la consideración de la
personalidad del autor como aspecto esencial de la realidad punitiva
(MANTOVANI) y, como se ha referido anteriormente, existe una nece-
saria relación entre ella y la Victimología si bien, independientemente
de esto, el Derecho Penal tampoco puede cerrar los ojos a la realidad
victimológica si quiere crear un cuerpo normativo adecuado –piénse-
se, por ejemplo, en la importancia que puede tener el hecho de cono-
cer los procesos de victimización en la prevención del delito a la hora
de regular una conducta típica–.

Delito
(Derecho Penal)
Delincuente Víctima
(Criminología) (Victimología)

Del mismo modo, existen diversos puntos de encuentro fundados


en el propio ordenamiento jurídico penal; esto es, como se ha referido
anteriormente, el Derecho Penal no debe cerrar los ojos a los procesos
de victimización y la repercusión que pueden tener en la concreción
del delito ni al papel que la víctima puede desempeñar en su génesis.
Sobre semejante interrelación, Peris Riera (1989) realizó una brillan-
te comparativa sobre la representatividad de la víctima en el Texto
Refundido de Código Penal de 1973. Así pues, teniendo en conside-
ración lo anterior, se traen a continuación diversos ejemplos de la ci-
tada vinculación con el Código Penal de 1995 y sus connotaciones18,
las cuales, en algunos supuestos, presentan también implicaciones
penológicas:
17
En este sentido, pueden recordarse las palabras de Jeschek y Weigend
quienes resumen las relaciones y el significado de ambas de la siguiente forma: «El
Derecho Penal sin la Criminología está ciego, la Criminología sin el Derecho Penal
es estéril».
18
Véase, de forma bastante más amplia y detallada, Peris Riera (1989).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 47

A) Consentimiento. Se trata de una de las figuras victimológicas


por antonomasia que más incidencia presenta en el Derecho Penal;
esto es, el consentimiento mostrado por la víctima del delito puede
presentar efectos justificantes o excluyentes de la tipicidad, lo que de-
notará una ausencia de responsabilidad penal siempre y cuando sea
mostrado de forma válida, sin injerencias externas por el titular del
bien jurídico protegido y sea reconocida semejante potestad por el or-
denamiento jurídico.
Así, por ejemplo, tomar una cosa mueble ajena de un individuo
con su consentimiento no es constitutivo de delito pero hacerlo sin él
convierte la acción en un delito de hurto; entrar en casa de un tercero
es lícito siempre y cuando se cuenta con el consentimiento del titular
pero hacerlo y no atender los requerimientos para que lo abandone-
mos convierte el hecho en un allanamiento de morada.
Ahora bien, semejante regla no es universal ya que hay supuestos en
los que el legislador no comprende la exoneración de responsabilidad
sino que simplemente la atenúa o, directamente, no produce ningún tipo
de efecto por considerar que el bien jurídico protegido es irrenunciable.
Piénsese, por ejemplo, en el delito de lesiones donde, en virtud del artí-
culo 155 del Código Penal, no exime de responsabilidad penal sino que
la atenúa en uno o dos grados19 –individuo que pide a otro que lo golpee
reiteradamente causándole lesiones–; o en los delitos de abuso sexuales
en los que no se reconoce capacidad válida para consentir a los menores
de trece años por lo que el consentimiento no generaría ningún efecto –el
sujeto que propone mantener una relación sexual a una chica de doce
años, quien consiente y la desarrolla sería responsable de un delito de
abuso sexual por ser el consentimiento jurídicamente inválido–.
B) La legítima defensa constituye un claro ejemplo de justifica-
ción por la comisión de un hecho ilícito que no merece reproche penal
en tanto el autor no hace sino repeler una agresión inicial; esto es,
la hipotética víctima inicial responde al atacante. No conviene olvi-
dar que para apreciar semejante causa de justificación deben vislum-
brarse unos requisitos: i) agresión ilegítima; ii) proporcionalidad del
medio empelado para repeler la agresión; y iii) falta de provocación
suficiente.
19
En el artículo 156 del Código Penal existen tres supuestos en los que sí exo-
nera de responsabilidad de manera plena: transplante de órganos, cirugía transexual
y esterilización de incapaces.
48 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

C) El grado de participación de una víctima en el delito también


presenta efectos penales. Así, por ejemplo: i) la provocación victimal
permite atenuar la pena –por ejemplo, circunstancia atenuante de
obrar por causas o estímulos tan poderosos que hayan producido arre-
bato, obscecación u otro estado pasional semejante (artículo 22.3ª del
Código Penal)–; ii) la voluntariedad victimal, aquellos casos en que la
víctima se ofrece para ser victimizada, se trataría de bienes jurídicos
indisponibles en los que el consentimiento no operaría plenamente
–piénsese, por ejemplo, en la diferencia entre un homicidio (artículo
138 del Código Penal) y un homicidio a petición (artículo 143.3), don-
de el segundo parece que debe tener una penalidad inferior por cuan-
to la víctima solicita una cooperación que llegue hasta causar la muer-
te–; o iii) la participación positiva de la propia víctima en el delito, la
cual debe conllevar la consiguiente responsabilidad penal tanto para
el autor como para ésta –por ejemplo, un delito de aborto, fuera de los
casos legalmente permitidos, consentido por la madre (artículo 145).
D) El Texto Punitivo contempla también una serie de supuestos
agravatorios genéricos fundados en diversos aspectos de naturaleza
victimal. Semejante incardinación puede encontrarse en el artículo 22
con las circunstancias agravantes y, en particular: i) con la alevosía,
sobre la premisa de la eliminación del riesgo que para el victimario pu-
diera suponer la defensa del ofendido; ii) uso de disfraz, evitando el re-
conocimiento de la víctima por el uso de una falsa apariencia; iii) abuso
de superioridad, basado en la existencia de una interrelación personal
entre sujeto activo y pasivo, con la consiguiente superioridad de uno
sobre otro y el aprovechamiento de semejante status para desarrollar
la acción delictiva; iv) aprovechando las circunstancias del lugar, tiem-
po o auxilio de otras personas que debiliten la defensa del ofendido; v)
por motivos discriminatorios, incluiría los de origen racista, antisemi-
ta u otros basados en la ideología, religión o creencias de la víctima,
etnia, raza o nación a la que pertenezca, su sexo, orientación o identi-
dad sexual, enfermedad o discapacidad; vi) el ensañamiento, sobre la
premisa de aumentar deliberada e inhumanamente el sufrimiento de la
víctima, causándole padecimientos innecesarios para la ejecución del
delito; o vii) el abuso de confianza, basado en una lealtad o relaciones
personales favorables para la comisión del delito con mayor facilidad.
E) El perdón del ofendido exonera de responsabilidad penal en
aquellos delitos en los que así conste expresamente, configurándose
como una suerte de “gracia privada” si bien su operatividad se en-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 49

marca dentro de los delitos perseguibles a instancia de parte, siempre


y cuando el bien jurídico sea eminentemente personal (COBO DEL
ROSAL Y QUINTANAR DÍEZ), debiendo ser otorgado de forma expre-
sa antes de que se haya dictado la sentencia. Ahora bien, si los delitos
cometidos fueran contra menores o incapaces, los Jueces o Tribunales
podrán rechazar su eficacia.
En la actualidad, los delitos en los que el perdón goza de la efica-
cia enunciada se reducen a los delitos de descubrimiento y revelación
de secretos, injurias y calumnias, daños causados por imprudencia
grave en cuantía superior a 80.000 euros y faltas.
F) La perseguibilidad de determinados delitos queda al arbitrio de
la víctima y, en concreto, a la presentación de denuncia por parte del
ofendido. Se trataría de supuestos de bienes jurídicos personalísimos
en los que se reconoce la disponibilidad del objeto tutelado. Piénsese,
por ejemplo, en los delitos de reproducción asistida sin consentimien-
to; agresiones, abuso o acoso sexual; descubrimiento y revelación de
secretos; injurias y calumnias; incumplimiento de los deberes asocia-
dos a la patria potestad, tutela, guarda o acogimiento; impago de pres-
taciones económicas acordadas judicialmente; daños causados por
imprudencia grave en cuantía superior a 80.000 euros; los relativos
al mercado y los consumidores, excepto los contemplados en los artí-
culos 284 y 285 o si la comisión del delito afectase a los intereses ge-
nerales o a una pluralidad de personas; societarios; y las faltas de los
artículos 620 –a excepción del apartado segundo, siempre y cuando la
víctima fuera una de las personas contempladas en el artículo 173.2
del Código Penal, si bien no afecta a la injuria– 621 y 624.1.
G) Algunas penas privativas de derechos contienen una justificación
puramente victimológica. Piénsese, por ejemplo, en la prohibición de
aproximarse a la víctima, comunicarse con ella, aproximarse a deter-
minados lugares, la inhabilitación para ejercer la patria potestad, etc.
H) La especial protección otorgada por el legislador a determina-
das víctimas de delitos mediante el incremento punitivo de la sanción
penal cuando el sujeto pasivo reúna algunos caracteres. Piénsese, por
ejemplo, en las referencias a la violencia de género, menores e incapa-
ces en materia sexual, víctimas especialmente vulnerables (…).
Así pues, como se ha podido advertir, la vinculación entre el Derecho
Penal y la Victimología resulta bastante más amplia de lo que de inicio
pudiera pensarse. No obstante, lo que sí debe criticarse profundamen-
50 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

te son determinadas campañas sociales iniciadas contra el Derecho


Penal por no atender demandas específicas de las víctimas en cuestio-
nes puntuales, muchas veces alentadas por medios de comunicación
desinformadores, especialmente en delitos de especial calado en la so-
ciedad –sexuales, terrorismo, violencia doméstica (…)– hasta convertir-
lo en único responsable por no ofrecer una atención o cobertura legal
–por ejemplo, un determinado delincuente que abandona la prisión tras
cumplir íntegramente su pena y no tener un diagnóstico de reinserción
social adecuado (…)–. Sin embargo, todas esas funciones no corres-
ponden al Derecho Penal, quien únicamente se encarga de concretar
delitos o estados peligrosos a los que imponer una pena o medida de
seguridad. Todo lo concerniente a las víctimas debe delimitarse en un
campo de conocimiento como es la Victimología, si bien se encuentra
difuminado, a excepción de las leyes específicamente victimales, en sec-
tores del ordenamiento jurídico español –Derecho Procesal, Derecho
Civil, Derecho Administrativo o incluso el propio Derecho Penal–.
Por último, junto con todo lo anterior, también pueden advertirse
otra serie de diferencias propias vinculadas al propio contenido cientí-
fico y método de investigación empleado por una y otra. Así, mientras el
Derecho Penal se caracterizaría por ser una ciencia del deber ser, norma-
tiva y deductiva, la Victimología lo sería del ser, empírica e inductiva.

3. Victimología y Penología

La doctrina científica ha debatido intensamente sobre la ade-


cuada configuración de la Penología, bien como parte integrante del
Derecho Penal, de la Criminología o como una ciencia independiente,
por lo que he considerado conveniente otorgarle un tratamiento di-
ferenciado de las anteriores, no porque crea en su configuración por
separado, sino para delimitar contenidos.
Sea como fuere, de lo que no cabe duda es que Victimología y
Penología presentan una relación de conflicto ya que han de resul-
tar incompatibles si se pretende tener un sistema punitivo adecuado,
equilibrado y proporcional; esto es, la Penología se encargaría del es-
tudio de los mecanismos de represión y prevención directa del delito.
Por ello, si bien es cierto que pueden encontrarse puntos de unión
entre ambas, como, por ejemplo, la importancia que los estudios victi-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 51

mológicos pueden tener en la resolución de problemas penológicos


que ayuden a la mejor clarificación del fenómeno de la reacción social
(RODRÍGUEZ MANZANERA) entiendo que el fenómeno victimal debe
encontrarse alejado de todo lo relativo a los mecanismos de represión
del delito ya que no se tratará de una parte imparcial u objetiva sino que
siempre estará influenciada, de forma perfectamente lógica, por la con-
dición de víctima que reúne. Un buen ejemplo de semejante situación
puede observarse en las constantes peticiones de incrementos de pena
para una u otra tipología delictiva sobre una doble creencia errónea: i)
una pena superior equivale a mayor nivel de disuasión del delincuente,
lo que no es ni mucho menos cierto ya que sobrepasado un determinado
quantum el efecto disuasorio desaparece –por ejemplo, en el delito de
violencia doméstica (artículo 173 del Código Penal) la pena de prisión es
de seis meses a tres años (más la derivada de los correspondientes hechos
ilícitos cometido), aumentar semejante intervalo a cuatro o cinco años no
tiene efectos disuasorios para el maltratador; ii) realizar un incremento
punitivo sobre una u otra tipología delictiva altera el sistema de penas, el
cual se encuentra fundado en el principio de proporcionalidad y el nivel
de afectación de bienes jurídicos por lo que si se fuera coherente, la mo-
dificación de uno u otro delito debe conllevar la revisión de los restantes
que se encuentran en un nivel similar –por ejemplo, castigar una agre-
sión sexual con hasta quince años de prisión puede resultar más o menos
acertado pero lo que parece no tener mucho sentido es que sea equipa-
rable, e incluso más grave en cuanto al límite inferior, que un homicidio
ya que el bien jurídico de mayor protección por antonomasia debe ser la
vida, constituyéndose en un nivel superior a los demás–.

No obstante lo anterior, también hay un fenómeno victimológico


muy interesante para la Penología y el Derecho Penitenciario: aque-
llos casos en los que un delincuente, durante el cumplimiento de la
pena, sufre un proceso de victimización transformándose, a su vez, en
víctima del delito20.

Por último, quisiera traer a colación las palabras de Rodríguez


Manzanera que creo que reflejan perfectamente el espíritu de la re-
lación entre ambas disciplinas: «En la sociedad primitiva la víctima
buscaba el castigo por sí misma, al llegar la idea de “consenso social”
20
Semejante cuestión será tratada en el Capítulo Segundo al abordar los tipos
de victimización ya que un sector doctrinal aboga por considerarlo como victimiza-
ción terciaria.
52 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

la víctima dio su derecho a castigar al Estado, bajo la condición que el


Estado tomara en sus manos el daño y la compensación».

4. Victimología y Derecho Procesal

La relación que debe regir ambos campos de conocimiento ha ser


necesariamente de colaboración e integración. La norma procesal re-
gula, entre otras cuestiones, el devenir de un proceso, en este caso
concreto de naturaleza penal, en donde, como ya se ha referido, la víc-
tima ha pasado prácticamente desapercibida a lo largo de la Historia.
Sin embargo, me atrevería a destacar que una de las esferas de mayor
intervención de la Victimología ha sido precisamente la de superar el
citado déficit mediante el reconocimiento de derechos a las víctimas
del delito en el correspondiente proceso penal.
En este sentido, si se echa la vista atrás en el tiempo, podrá com-
probarse como las principales leyes victimales conllevan reformas de
naturaleza procesal para configurar y consolidar derechos básicos de
las víctimas. A modo de ejemplo, puede consultarse la Ley Orgánica
1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra
la Violencia de Género, donde el Título V, relativo a la Tutela Judicial,
recoge aspectos como, por ejemplo, el reconocimiento de la existencia
de, al menos, un Juzgado de Violencia contra la Mujer en cada partido
judicial; o medidas judiciales de protección y seguridad a las víctimas,
con las consiguientes reformas legislativas de leyes anteriores.
Sea como fuere, Villacampa Estiarte ha compilado en tres gran-
des bloques los principales aspectos victimales vinculados al ámbito
procesal:
a) Información. Constituye un derecho tradicional que ha os-
tentado toda víctima en el ordenamiento procesal penal me-
diante el cual se le ha ofrecido la posibilidad de iniciar las
correspondientes acciones legales. Semejante reconocimien-
to aparece contemplado en diversos preceptos de la Ley de
Enjuiciamiento Criminal como, por ejemplo, los artículos 10921
21
Art. 109 LECrim: «En el acto de recibirse declaración por el Juez al ofendido
que tuviese la capacidad legal necesaria, el Secretario judicial le instruirá del dere-
cho que le asiste para mostrarse parte en el proceso y renunciar o no a la restitución
de la cosa, reparación del daño e indemnización del perjuicio causado por el hecho
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 53

y 77122, los cuales se han ido configurando a través de sucesi-


vas modificaciones legislativas. Pero es más, en el caso de que
hubieran desistido de ello, gozan del derecho a que se les in-
forme por escrito de la fecha y lugar de celebración del juicio y
de la vista –artículos 785.3 y 791.2 LECrim– y a la notificación
de la sentencia –789.4 y 792.4 LECrim–.

b) Participación. Tradicionalmente su intervención se ha limita-


do a ser parte o no hacerlo, en cuyo caso actuaría como testigo
–al margen de lo señalado en el párrafo anterior, vid. artículo
110 LECrim23–
punible. Asimismo le informará de la posibilidad y procedimiento para solicitar las
ayudas que conforme a la legislación vigente puedan corresponderle.
Si no tuviese capacidad legal, se practicará igual diligencia con su representante.
Fuera de los casos previstos en los dos párrafos anteriores, no se hará a los inte-
resados en las acciones civiles o penales notificación alguna que prolongue o detenga
el curso de la causa, lo cual no obsta para que el Secretario judicial procure instruir
de aquel derecho al ofendido ausente.
En cualquier caso en los procesos que se sigan por delitos comprendidos en el
artículo 57 del Código Penal el Juez asegurará la comunicación a la víctima de los
actos procesales que puedan afectar a su seguridad».
22
Artículo 771 LECrim: «En el tiempo imprescindible y, en todo caso, durante
el tiempo de la detención, si la hubiere, la Policía Judicial practicará las siguientes
diligencias:
1. Cumplirá con los deberes de información a las víctimas que prevé la legisla-
ción vigente. En particular, informará al ofendido y al perjudicado por el delito de
forma escrita de los derechos que les asisten de acuerdo con lo establecido en los ar-
tículos 109 y 110. Se instruirá al ofendido de su derecho a mostrarse parte en la cau-
sa sin necesidad de formular querella y, tanto al ofendido como al perjudicado, de su
derecho a nombrar Abogado o instar el nombramiento de Abogado de oficio en caso
de ser titulares del derecho a la asistencia jurídica gratuita, de su derecho a, una vez
personados en la causa, tomar conocimiento de lo actuado, sin perjuicio de lo dis-
puesto en los artículos 301 y 302, e instar lo que a su derecho convenga. Asimismo, se
les informará de que, de no personarse en la causa y no hacer renuncia ni reserva de
acciones civiles, el Ministerio Fiscal las ejercitará si correspondiere.
La información de derechos al ofendido o perjudicado regulada en este artículo,
cuando se refiera a los delitos contra la propiedad intelectual o industrial, y, en su
caso, su citación o emplazamiento en los distintos trámites del proceso, se realizará
a aquellas personas, entidades u organizaciones que ostenten la representación legal
de los titulares de dichos derechos.
2. Informará en la forma más comprensible al imputado no detenido de cuáles
son los hechos que se le atribuyen y de los derechos que le asisten. En particular, le
instruirá de los derechos reconocidos en los apartados a, b, c y e del artículo 520.2.
23
Art. 110 LECrim: «Los perjudicados por un delito o falta que no hubieren
renunciado a su derecho podrán mostrarse parte en la causa si lo hicieran antes del
trámite de calificación del delito, y ejercitar las acciones civiles y penales que proce-
54 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

c) Protección. Comprende uno de los principales avances victimo-


lógicos en la materia en tanto determinadas decisiones como,
por ejemplo, celebrar el juicio a puerta cerrada; la cuestionable,
por un sector doctrinal, posibilidad de que los testigos –eventual-
mente víctimas– presten declaración ausentándose de la Sala
el acusado; la imposición de medidas cautelares de alejamiento
o prohibición de acercarse a determinados lugares o personas
–principalmente víctima–, suspensión del permiso de armas, del
ejercicio de la patria potestad o guarda (…) si bien las últimas re-
feridas se focalizan al ámbito de la violencia doméstica.
Junto a ello, además, debe advertirse un considerable esfuerzo de
la Administración por erradicar la victimización secundaria24. En este
sentido, se han acotado iniciativas tendentes a proteger la intimidad
de la víctima, a evitar su identificación visual o cualquier contacto con
el agresor, etc.
En definitiva, podría concluirse afirmando sin riesgo a equivoca-
ción que el principal ámbito jurídico de evolución victimal ha sido el
campo procesal, donde se ha pasado de un aislamiento absoluto a un
reconocimiento de derechos básicos en el proceso.

5. Victimología y Psicología

Al igual que la Psicología incide y aporta conocimiento a la ciencia


criminológica, por cuento permite conocer determinados modus ope-
dan o solamente unas u otras, según les conviniere, sin que por ello se retroceda en el
curso de las actuaciones.
Aun cuando los perjudicados no se muestren parte en la causa, no por esto se
entiende que renuncian al derecho de restitución, reparación o indemnización que a
su favor puede acordarse en sentencia firme, siendo menester que la renuncia de este
derecho se haga en su caso de una manera expresa y terminante.
Cuando el delito o falta cometida tenga por finalidad impedir u obstaculizar
a los miembros de las corporaciones locales el ejercicio de sus funciones públicas,
podrá también personarse en la causa la Administración local en cuyo territorio se
hubiere cometido el hecho punible».
24
Semejante tipo de victimización será objeto de estudio en el Capítulo
Segundo, si bien conviene definirla ahora como una consecuencia negativa del pro-
pio sistema tendente a aclarar la investigación de los hechos y el posterior proceso
penal orientado a determinar la inocencia o culpabilidad del imputado, lo que hace
que la víctima tenga que volver a revivir el hecho traumático mediante, por ejemplo,
declaraciones, al volver a ver a su agresor en el juicio, etc.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 55

randi de ciertos individuos; esto es, analiza el comportamiento de los


sujetos y conforme a ello establece determinadas pautas de actuación
–como sería el caso de los asesinos en serie organizados–, en el caso de
la Victimología su repercusión tampoco pudiera pasar inadvertida.
Como se referirá posteriormente, las predisposiciones psicológi-
cas juegan un papel especialmente relevante en la exposición o riesgo
a ser victimizado, tratándose en todo caso de factores idiosincrásicos
que condicionan un posible atentado futuro. A tal efecto, destaca aquel
menor de edad que en razón de su madurez mental todavía no pudiera
ser consecuente ante ciertos actos realizados por un tercero conocido
que le golpea reiteradamente (violencia en el ámbito familiar), o aquel
que lo obliga a la realización de ciertas conductas sexuales de manera
explícita (pornografía infantil).
Del mismo modo, aquella persona que sufra determinadas alte-
raciones psíquicas también se incluiría dentro de aquellos individuos
con un nivel elevado de vulnerabilidad a padecer ciertos ilícitos. Como
ejemplo destaca aquella persona anciana que presenta alzheimer y
cuyo despiste en las primeras fases pudiera camuflar un posible hurto,
o aquel otro individuo que sufre una depresión y cuyas condiciones
desesperanzadoras la harían más propensa a sufrir ciertos fraudes.
Pero no todas las víctimas han de padecer necesariamente una al-
teración mental, es más, en su mayoría están completamente sanas a
nivel psicológico, lo que dependería en cualquier caso de su selección
por el agresor o de las características explícitas que pudieran definir-
la como un individuo propenso a sufrir determinadas victimizaciones.
En este sentido, también es cierto que determinados individuos, si bien
sanos en un primer momento, comienzan a desarrollar durante su pro-
ceso de victimización ciertos comportamientos de dependencia hacia la
que ellos mismos defienden como sujeto de autoridad o poder, sin ser en
cualquier caso conscientes de que verdaderamente están siendo objeto
de victimización. Como ejemplo de este último caso destaca el desarro-
llo del Síndrome de Estocolmo en el delito de violencia de género.
Del mismo modo, y en relación al ámbito de la Victimología, podría
advertirse pues que el temperamento y el carácter25 serían considerados
factores preponderantes en el proceso victimal, aspectos que unidos a
25
En este sentido cabría advertir que, mientras la personalidad sería el cons-
tructo genérico que englobaría entre otros aspectos al carácter y al temperamento,
habría que diferenciar que mientras el primero de ellos se configuraría mediante el
56 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

la presencia o no de patología; es decir, entiendo en este último caso los


fenómenos psicológicos en su vertiente más amplia (inteligencia, cogni-
ción, emotividad, etc.), pudieran despertar en el sujeto activo del delito
mayores impulsos a acometer contra ciertas personas caracterizadas
por su mayor indefensión o, simplemente, atentar contra ellas por ser
las mismas de sus propias provocaciones. En este último caso, se en-
contrarían aquellos sujetos pasivos que por sus especiales característi-
cas son más propensos a inmiscuirse en peleas bandálicas. A tal efecto
cabría resaltar el caso de aquellos individuos que presentan sintomato-
logía hiperactiva e impulsiva, características que, sin llegar contemplar
en muchas ocasiones el denominado Trastorno por Déficit de Atención
e Hiperactividad (TDAH), sí pudieran incidir en mayores predisposicio-
nes a implicarse en los citados altercados.
Por su parte, habría que mencionar también la asunción de las psi-
copatológicas tras el sufrimiento de determinados hechos traumáticos;
esto es, la manera en que el propio sujeto es capaz de enfrentarse o
resarcirse de los daños y evitar el riesgo de futuras revictimizaciones.
Entran aquí a valorarse la autosuficiencia, autoestima, y la esperanza
que el sujeto tenga en su persona como individuo capaz de rehacerse
tras el acontecimiento vivido, aspecto este último muy relacionado con
la capacidad de “resiliencia” que se tratará en temas posteriores.
En general, la relación de la Victimología con la Psicología estaría
vinculada con el estudio de los patrones de personalidad del sujeto;
esto es, su forma de pensar, sentir y actuar, que la harían más predis-
ponente a ser víctima de un ilícito con independencia o no de padecer
ciertas patologías mentales. No obstante, y en relación a lo anterior,
semejante afirmación resultaría demasiado tajante y simplista, por
cuanto cabría considerar a su vez los aspecto que a continuación se
desarrollan; es decir, no cabría comprender a la persona sin atender a
su fisiología, relaciones y entorno social que la definen.

6. Victimología y Biología

Las características fisiológicas inciden incuestionablemente en el


comportamiento humano, quedando a su vez innegablemente vincu-
proceso de aprendizaje y experiencia personal, el temperamento haría mención a las
variables fisiológicas o hereditarias de la forma de actuar.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 57

ladas a las manifestaciones comportamentales que se definían con an-


terioridad para el ámbito de la Psicología.
Los factores biológicos, entendiendo por los mismos desde carac-
terísticas hereditarias o cromosómicas, hasta aquellos otros endocri-
nológicos con posibles fluctuaciones en determinadas etapas vitales,
configuran en cualquier caso un organismo vivo que responde a unas
características observables específicas.
Es en este momento donde la Victimología se hace eco de la apor-
tación de la Biología para delimitar que, ciertos individuos en razón
de su edad, sexo, raza o estado físico, presentan un mayor riesgo de ser
considerados sujetos pasivos de ciertos ilícitos. En esta línea, determi-
nados actos criminales suelen darse con mayor frecuencia atendiendo
a la presencia de uno u otros de los factores indicados; así pues, será
con mayor probabilidad objeto de violación una chica menor de edad,
o víctima de robo aquel anciano que por su estado físico no pudiera
enfrentarse con el delincuente que entre a robar en su hogar.
En esta línea, el cometido de la Victimolgía atañe tanto a la labor
asistencial como preventiva para los sujetos que, definidos por las ca-
racterísticas señaladas, destacarían por su mayor vulnerabilidad a ser
victimizados.

7. Victimología y Sociología

Al igual que las predisposiciones biológicas suponen una impor-


tante consideración para los fines de la Victimología actual, también
se diferencian un conjunto de favorecedores sociales de evidente in-
fluencia en la propensión a ser víctima de un delito.
La Sociología se caracteriza por ser una ciencia que estudia la co-
lectividad, los fenómenos sociales en su esfera más amplia, y que in-
cluye dentro de la misma el análisis de la organización social, de las
estructuras y status de determinados sujetos en base a las caracterís-
ticas sociales, demográficas, culturales e históricas que definen a una
comunidad en un período de tiempo establecido.
En términos genéricos, la Sociología atañe a la Victimología en
su selección victimal atendiendo a las condiciones económicas, perte-
nencia a minorías, status social, la profesión o trabajo que se desem-
58 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

peña el sujeto, así como a las relaciones y/ o vínculos sociales estable-


cidos. Son estos aspectos los que por lo general definen a la mayoría
de crímenes, por considerarlos dentro de la colectividad; esto es, en
su mayoría representados por una pareja penal26.
El estudio de las variables sociales supone un amplio cometido
que no se va a desarrollar, estableciendo que en cualquier caso serían
sujetos con mayor considerados especialmente propensos a la victimi-
zación ancianos, menores y mujeres, así como inmigrantes y colecti-
vos minoritarios; aspectos todos ellos especialmente vinculados a los
factores previamente señalados (condiciones económicas, profesión,
etc.). Baste señalar a tal respecto la mayor probabilidad del inmigran-
te a no encontrar trabajo, así como a vivir en condiciones precarias.
En cualquier caso, habría que señalar que la Sociología incidiría
en el estudio de la colectividad, del análisis de los grupos dentro del
contexto social de referencia27, lo que enlazaría directamente con las
víctimas colectivas defendidas por las clasificaciones victimológicas
que se estudiarán con posterioridad, y no sólo con el sujeto individual
víctima tanto del agresor como de la sociedad en su conjunto.
Así pues, en la relación general entre la Victimología y la Sociología
podría decirse que esta última contribuye al conocimiento de los co-
lectivos con mayor probabilidad de ser victimizados dentro de un de-
terminado contexto social, favoreciendo en todo caso una mayor com-
prensión de la relación entre la víctima y el fenómeno criminal en su
conjunto.

8. Victimología y Antropología

Según Rodríguez Manzanera, la Antropología puede aportar co-


nocimientos básicos a la Victimología, ya sea por el estudio físico
del ser humano como por el análisis de las relaciones humanas o la
pertenencia a determinados grupos étnicos. Sea como fuere, seme-
26
La excepción a este cometido, si bien mínima, lo suponen el caso de las
autovictimizaciones.
27
Cabría señalar que la Psicología Social se ocuparía igualmente de la colec-
tividad pero atendiendo en cualquier caso al comportamiento del individuo en el
endogrupo y en relación al exogrupo.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 59

jante relación científica se caracteriza por los siguientes aspectos:


(RODRÍGUEZ MANZANERA, 2010):
— La antropología propiamente dicha, entendiendo la influen-
cia de los restos materiales en la conexión directa con las di-
ferentes formas de victimización a lo largo de la historia de la
humanidad.
— Estudio de las manifestaciones culturales a través de la etno-
logía, entendiendo a partir de la misma la relación del contex-
to con el fenómeno victimal.
— La lingüística, comprendida bajo la amplitud de la acepción
de victimización como manifestaciones del lenguaje verbal,
enlazando en todo caso tal cometido con las diferentes acep-
ciones que la víctima ha recibido en otros tiempos.
En definitiva, y entendida la antropología como ciencia integral
que estudia al ser humano tanto de la perspectiva de las ciencias so-
ciales como naturales, aporta a la Victimología cuantiosa información
por cuanto permite valorar la historia general del tratamiento victimal
desde el origen de los tiempos, analizar su evolución y desarrollo.
Finalmente, y respecto a cada una de las Ciencias aquí relaciona-
das con la Victimología, advertir que entre las mismas también exis-
tiría cierta retroalimentación sin la cual no serían comprensibles los
postulados y fines de las mismas y cuya ausencia de tal supondría un
limitado saber y estancamiento evolutivo.

IV. TIPOS DE VICTIMOLOGÍA

La evolución y desarrollo de la reciente disciplina científica, y no


por su existencia y manifestaciones a lo largo del tiempo, sino más bien
por su conceptualización como una rama dentro las ciencias criminoló-
gicas, ha permitido trazar su recorrido atendiendo a diferentes etapas.
Es por ello por lo que podría hablarse de tipos de Victimología;
esto es, su constitución como tal no ha estado exenta de críticas y dis-
cusiones desde los diversos ámbitos, sino que más bien estos vaivenes
han propiciado que a día de hoy pudieran distinguirse un conjunto de
etapas que, si bien se han influenciado mutuamente, cada una de ellas
comporta a su vez características particulares. A saber: Victimología
tradicional; constructivista; crítica; académica y Victimodogmática.
60 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

1. Victimología tradicional

En los últimos años de la primera mitad del s. XX, correspondien-


te con la denominada escuela victimológica clásica, convencional
o positivista, se mantiene hasta la década de los sesenta-setenta un
interés casi exclusivo en el análisis del causalismo y responsabilidad
victimal.
Los autores procedentes del positivismo criminológico entienden
que la víctima podría provocar el resultado de la acción ilícita de un
tercero, pues tal y como indica con posterioridad Herrera Moreno:
‹‹la víctima puede acarrearse a sí misma su propio destino victimi-
zador, a expensas de un comportamiento precipitante, favorecedor o
crimino-legitimador››.
Atendiendo a los considerados “padres de la Victimología”, tanto
por sus novedosas aportaciones como por la creación de las tipolo-
gías victimales que se estudiarán con posterioridad, Von Henting y
Mendelsohn representan las figuras esenciales en cuanto a la conside-
ración de las raíces de esta disciplina en torno a los años cuarenta. En
sus inicios parten de ideas bastante radicales en cuanto a la configu-
ración o implicación de la víctima en el hecho criminal, definiendo en
cualquier caso a la misma por su participación activa y provocadora.
No obstante, con el paso del tiempo ambos autores acaban cuestio-
nando tal visión casi exclusivamente estigmatizadora, para otorgar un
mayor interés a la aplicabilidad que tanto en la esfera social como ju-
dicial ostenta la figura de la víctima como un elemento más dentro de
la dinámica que envuelve y define al delito.
Coetáneos a los citados autores, destacan también en la década de
los cincuenta como precursores de la Victimología clásica Ellenberg
y Wolfgang. El primero, incide en el concepto de la predisposición
psicológica de la víctima, lo que vendría a explicar su vulnerabilidad
ante la posibilidad de sufrir un determinado ataque. En este sentido,
define la denominada como “victimogenesia victimal” como la posibi-
lidad de ser víctima en base a las características personales, y lo hace
no centrándose tanto en la dinámica del hecho criminal, como en la
relación entre las partes (ELLENBERG, 1974). Su teoría podría re-
presentarse del siguiente modo:
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 61

ESQUEMA 2.
Contribución victimal de Ellenberg

Relación psicológica víctima-agresor

Victimogenesia Reducción probabilidad


victimal de sufrir actos de
SI
Neutralización de criminalidad futuros
Predisposiciones y
los rasgos
riesgos personales
victimogenésicos Mayor riesgo y
de victimización NO
vulnerabilidad victimal

Sería importante señalar que si bien esta autor incide en que los
factores víctimo-contribuyentes pudieran ser controlados o reducidos
con la finalidad de disminuir los niveles de criminalidad hacia una
víctima concreta, no hace mención alguna a las características psico-
lógicas definitorias de la figura del agresor, pues solamente se centra
en su persona como parte de la relación víctimo-criminal.
Por su parte, Wolfgang destaca por su aportación empírica a los es-
tudios victimológicos; es decir, realiza una de las primeras aportaciones
aplicadas al margen de los postulados teórico-especulativos de autores
precedentes. El análisis práctico de las relaciones entre la víctima y su
ofensor le llevaron a acuñar el concepto de “precipitación victimal”,
mediante el cual define la motivación del agresor partiendo de una víc-
tima provocadora. En sus textos la aplicación de la citada terminología
se ciñe a los delitos de homicidio, siendo en estos la víctima quien pre-
viamente hacía uso de la provocación y del empleo de armas.
La teoría de Wolfgang supuso un cambio drástico en lo que iba a
considerarse como un período de tránsito a favor de la consideración
de la figura de la víctima, pues si bien rompe con el estereotipo de la
víctima como sujeto pasivo, lo hace de una forma que la vincula con
su participación en el hecho delictivo.
En esta línea, y respecto a la consideración inicial de la figura de la
víctima, señala Schafer que su primera conceptualización respondería a
una doble caracterización; esto es, tanto a la promoción de su figura de
la víctima como objeto de tutela como, y en su vertiente más negativa, a
la posible atribución de la culpabilidad respecto al ilícito, siendo dicha
responsabilidad funcional de la víctima la que acentuaría los aspectos ne-
gativos respecto a la mención ya señalaba Wolfgang (SCHAFER, 1977).
62 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

En definitiva, el decaimiento de la Victimología tradicional surge


tras la consideración del modelo víctimo-contribuyente, donde la vic-
timización respondía en exclusividad a las características y actitudes
personales como causa inequívoca de la probabilidad de sufrir un ata-
que al bien jurídico y que, en cualquier caso, sería la propia víctima
la que debiera solventar sus propios déficits; es decir, abogan por una
tendencia de tipo correccionalista.

Unida a la crítica anterior, otras dos carencias propias de la ideo-


logía positivista harían alusión a: 1) la falta de objetividad o parciali-
dad científica, donde las acciones imputables del victimario queda-
rían racionalizadas en base al modelo víctimo-contribuyente; y 2) la
legitimación de la victimización, sustentada en las características per-
sonales de la figura de la víctima (HERRERA MORENO, 2006).

Por último, uno de los autores igualmente relevante en su contribu-


ción a la etapa final de la Victimología positivista sería Gulotta, quien
si bien defiende una postura más dinámica en la estructura criminal,
pues incorpora la participación de la víctima al defender la existencia
de un contexto biopsicosocial recíproco, tampoco podría considerarse
completamente ajeno a los postulados de la Victimologia tradicional.
Propone un “sistema interactivo”, donde el procedimiento de interre-
lación entre la víctima-agresor no está sometido a patrones estáticos,
sino más bien a unas pautas de actuación imprevisibles influidas por
diversos y variados factores. En este sentido, y al igual que Schafer,
ambos autores podrían considerarse por su afán de transición hacia
una tendencia victimal mucho menos conservadora.

Finalmente, señalar que tampoco sería correcto desterrar a día de


hoy la influencia ejercida por la víctima en el hecho criminal, pero de
ningún modo el origen de tal acontecimiento pudiera ser responsa-
bilidad exclusiva de las características de su personalidad. Con ello
quiere decirse que la víctima pudiera tener parte de responsabilidad
en muchas ocasiones, pero no de manera tan radical como apostaban
los autores de la victimología clásica. Como ejemplo, baste señalar el
caso de un accidente de tráfico donde el que fallece había bebido, caso
distinto sería el que habiendo bebido coge su vehículo y atropella a
dos peatones de manera fortuita. Se trata de hechos imputables donde
la responsabilidad del autor denota su coincidencia o no con la figura
de la víctima, pero no siempre en base a la acción deliberada de esta
última.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 63

2. Victimología constructivista

Tras relegar la visión positivista de la victimología tradicional, lle-


ga una segunda etapa de leve pero merecido impacto en el sistema
penal. Se trata de un período de logros legislativos, de consideración
de la víctima, de su promoción frente a la culpabilización que la ca-
racterizaba en años anteriores.
Fue a partir de los años 80 cuando la atención y asistencia a las
víctimas comienza a ser notoria, apoyo que se aleja de la concepción
de la etapa víctimo-incriminadora y que aboga por el sustento tanto
económico como personal y emocional de la víctima.
Como se ha dicho, y al contrario de lo que defendía la Victimología
tradicional, se evoluciona desde la “Victimología del acto”, típica de los
años 40 y centrada casi en exclusividad en el hecho delictivo en sí mismo,
hasta la “Victimología de la acción o asistencial”, sustentada en la reivin-
dicación y apoyo de los derechos de las víctimas (JOUTSEN, 1986).
La Victimología convencional queda ahora desterrada por los pro-
nunciamientos ciudadanos y por las movilizaciones sociales, las cua-
les recogen a la figura de una víctima insatisfecha y frustrada como eje
central de perturbación social, que no confía en el sistema de Justicia
existente y que reclama fervientemente sus derechos.
Entre los objetivos que plantea esta nueva etapa, también denomi-
nada como Victimología realista, destacan los siguientes:
i) El reconocimiento y promoción de los derechos de las víctimas.
Las constantes reivindicaciones por parte de los colectivos victimales
no pasan inadvertidos al Derecho penal, que debe ahora adaptarse a
las demandas sociales. Se trata de reclamaciones que, sustentadas en
las raíces de un Estado Social y Democrático de Derecho, demandan
que las normas penales sean también expresión de los propios dere-
chos y beneficios de las víctimas. Aspecto y tendencia general que re-
cibiría la denominación de: “la nueva gramática victimológica”.
En este sentido, no se pretende en ningún caso contraponer los
derechos de las partes en conflicto, sino más bien puntualizar cuáles
serían las necesidades a subsanar desde cada uno de los roles vícti-
ma-criminal. Del mismo modo, tampoco se pretende a favorecer más
a una de las partes, sino que se defiende un tipo de Victimología pro-
mocional de los derechos de las víctimas ni mucho menos a costa del
64 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

recorte de los mismos en la figura del infractor. No se atacan los dere-


chos del propio detenido, ni tampoco se pretende hacer más dura la
relación de especial sujeción que mantiene el encarcelado con la insti-
tución penitenciaria, sino que simplemente se entienden que estas me-
didas, además de afectar a la prevención especial del sujeto y actuar
indirectamente en la salvaguarda del agredido, también debieran de
responder a otros derechos de cobertura de las necesidades mínimas
y satisfacción directa de la víctima (BERISTAIN, 2004).
Con todo ello se pretende fomentar las especificaciones penales
respecto a la figura de la víctima, modificaciones en las actuaciones
del sistema de Justicia que impidan llevar a cabo, si bien en muchas
ocasiones de manera inconsciente, un segundo ataque contra la per-
sona o colectivo que acaba de ser objeto de una agresión; es decir,
se pretende evitar el posible riesgo de victimización secundaria como
consecuencia del desamparo al que se enfrenta la víctima al ponerse
en contacto con el sistema de actuación procesal y penal.
ii) Solvencia a la escasa asistencia que tanto penal, como terapéu-
tica y social, ha recibido la víctima en los últimos años. Una de las ex-
plicaciones más plausibles responde a su olvido e invisibilidad frente
al conocimiento social de la figura del agresor, motivo que ha podido
interferir en el sesgo de elaboración de diferentes teorías criminoló-
gicas. La especial mención que durante mucho tiempo a atraído la
atención del agresor responde en su mayoría al impacto social de sus
crímenes y, por ende, al sentimiento ciudadano creado al respecto; es
decir, reacciones de temor, ansiedad, miedo o pánico, en detrimento
de aquellas otras que responden a un principio de humanización y al-
truístimo hacia aquellos que han sufrido las consecuencias directas y
adversas de un determinado atentado contra los bienes jurídicos.
Del mismo modo, y no sólo en lo relativo al apoyo social, las ayu-
das financieras constituyen el punto imprescindible en la rehabilita-
ción victimal. Así pues, la solvencia económica permitiría a una per-
sona acogerse mayores servicios o prestaciones del sistema sanitario
para vencer las secuelas características del impacto criminal con la
mayor inmediatez temporal posible. A tal efecto, sería común la apa-
rición del Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT)28, o cuadros sin-
28
El trastorno por estrés postraumático se caracteriza por la reexperimenta-
ción de acontecimientos altamente traumáticos, síntomas debidos al aumento de la
activación (arousal) y comportamiento de evitación de los estímulos relacionados
con el trauma.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 65

drómicos sustentados en el sufrimiento de la víctima, como podría ser


el relativo a la mujer maltratada, los cuales debieran ser asistidas de
manera inmediata a fin de evitar posibles reactivaciones o exacerba-
ciones post-traumáticas (ECHEBURÚA ET AL., 2006).
Ahora bien, ¿es accesible dicha intervención para todas las perso-
nas victimizadas? Es aquí donde se hace patente la reivindicación de
la Victimología realista, de la modificación de un Código Penal que
promocionase la figura de la víctima en cuanto a la solvencia de las
consecuencias que el hecho delictivo ha dejado en la misma29.
iii) Surgimiento de las estadísticas victimales y encuestas de victi-
mización. Como se estudiará con posterioridad, constituyen una me-
todología aplicada y oficial respecto a la cuantificación de las víctimas
en una determinada población. Permite conocer tanto experiencias
personales del sujeto agredido (iter victimae, percepción del sistema
de Justicia,…), como el registro general de los índices de victimización
en una zona concreta; es decir, constituye un acercamiento a la deno-
minada “victimología oculta” (SCHNEIDER, 2001). Según Landrove
Díaz, sería esta denominada “cifra negra” la que haya propiciado la
creación de un clima político-social sustentada en la visión de la vícti-
ma sobre la criminalidad (LANDROVE DÍAZ, 1998).
iv) Contemplación de la Víctimología como disciplina omnicompren-
siva. Se define por la pluralidad de contenidos que aborda, tratando es-
feras de tipo psicológico, social, así como aquellas otras ramas más vin-
culadas al derecho (penal, procesal, forense, etc.); en definitiva que no
agota su fuente en la esfera de las ciencias criminológicas (GARRIDO
ET AL., 2006), quedando incluso reforzada su amplitud en base a los
diferentes Symposium Internacionales celebrados desde 1973.

3. Victimología crítica

De manera simultánea y complementando a la tendencia prece-


dente surge la denominada Victimología crítica, la cual se aparta de
la Victimología promocional o realista por definir a esta última en su
29
Especial mención en este caso reciben las víctimas indirectas; esto es, sujetos
que por sus circunstancias y características personales vivencian un hecho personal que
no acomete directamente contra su persona pero que, igualmente, podría acarrear con-
secuencias devastadoras para su salud psicológica. Tal es el caso de un menor que viven-
cia continuamente hechos de violencia doméstica o de género en el seno familiar.
66 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

afán eminentemente humanitario. Por su parte, y respecto a la ideo-


logía que ahora se contempla, destaca Herrera Moreno las siguientes
nociones (HERRERA MORENO, 2006):
a) Victimización social. El sistema de Justicia queda a expensas
de las demandas de los ciudadanos, los cuales únicamente han
de quedar satisfechos atendiendo a la pena impuesta a un pre-
sunto culpable; es decir, se critica la naturaleza opresiva del
ius puniendi del Estado en la victimización de los ciudadanos,
sobre todo aquellos que son marginados en razón de su raza,
adicción, o cualquier otra condición social objeto de despre-
cio (consumidores, inmigrantes, etc). En definitiva, víctimas
de exclusión social sometidas a un sistema de estrategias de
resolución discriminatorias.
b) Instrumentalización de la víctima. Se refiere al empleo de la
víctima con fines eminentemente políticos, como un sujeto
vulnerable y moldeable a los efectos del monopolio estatal.
Censura su tratamiento al hacerla participe del sistema de
Justicia pero sin considerarle voto alguno, lo que favorecería
el aumento de aquellos casos de victimización secundaria. El
ejemplo más evidente de este acto lo situamos en las propues-
tas electorales que atañen a dicha materia.
c) Justicia Restauradora. Parte de la concepción, tanto de la víc-
tima como del agresor, como seres sociales, enfatizando la im-
portancia de la resolución de conflictos mediante una perspec-
tiva pacificadora y restauradora pero que incida en el móvil
del hecho criminal.
d) Obsesión por la seguridad. El temor o pánico a ser agredidos
condiciona al individuo a convivir en una sociedad domina-
da por el miedo, por la probabilidad de ser agredido, por el
condicionamiento de ser una víctima potencial dentro de un
ambiente de inseguridad ciudadana constante. Estos pensa-
mientos quedan además reforzados por los medios de comu-
nicación, principales manipuladores de la información y favo-
recedores de la creación de sesgos de pensamiento, así como
por la propia actuación del Estado, del cual se desconfía en su
tarea de tutelar y de protección de los bienes jurídicos de los
ciudadanos.
e) Emotivización victimológica. Las mismas reacciones sociales
acaban convirtiéndose en patológicas, pues crecen y se fortale-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 67

cen dentro de un ambiente que favorece el etiquetado de todos


aquellos comportamientos que se apartan de la normalidad.
Entre otros aspectos negativos destacarían:
e1) La disminución de las redes sociales de apoyo, pues
cada vez existe una mayor desconfianza de los demás
ciudadanos.
e2) El aumento en la conceptualización de la vulnerabilidad
personal a sufrir determinados ataques.
e3) Un pensamiento colectivo originado en las teorías del
etiquetado social30.
e4) La dependencia del sistema de asistencia a las víctimas
en aquellas personas más inseguras o con mayor riesgo
auto-percibido de ser victimizadas.
f) Clarificación de la asistencia. La eficacia asistencial se susten-
ta en una mayor descripción del proceso de intervención, sien-
do de gran relevancia a nivel estatal el discernimiento entre
aquellos casos que verdaderamente requieren de inmediata
atención sanitaria de aquellos otros que podría relegarse a un
segundo plano. Del mismo modo, la efectividad de un determi-
nado tratamiento en un sujeto concreto habrá de sopesarse en
términos de los recursos disponibles, de los costes y beneficios
del empleo de los mismos31.
A diferencia de la Victimología constructivista, se parte de una crí-
tica al sistema de Justicia más concisa y productiva. Se especifican en
mayor medida cuáles son las deficiencias que acometen contra la pro-
moción de la víctima y se intentan solventar tales fracasos mediante
propuestas prácticas y esperanzadoras.
30
La versión victimológica del etiquetado denuncia la elaboración de estereo-
tipos, así como sus efectos negativos, derivados en todo caso de la atribución de la
condición de víctima a un sujeto determinado. Así pues, y al tratarse de creencias
compartidas por un colectivo, los estereotipos pueden llegar a condicionar deter-
minados comportamientos en quien las presenta, obedeciendo generalmente a una
motivación defensiva.
31
Respecto a la clarificación de la asistencia, y concretamente en lo relativo a
los programas de tratamiento psicológico, habría que diferenciar los siguientes con-
ceptos: a) eficacia o capacidad de un tratamiento de producir los cambios en la direc-
ción esperada dentro del ámbito investigador; b) efectividad o logro de los objetivos
terapéuticos en la práctica clínica; y c) eficiencia o empleo de los mínimos e impres-
cindibles recursos a la hora de tratar un sujeto. Se trata pues de economizar y agili-
zar el proceso de intervención a partir de la ponderación entre los costes-beneficios.
68 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

No se trata tanto de empatizar y comprender a la víctima en sus


circunstancias personales, sino de reivindicar sus derechos en la esfe-
ra social y hacerlos patentes mediante políticas realistas y aplicadas.

4. Victimología académica

Enlazando con la “Victimología del acto” y “Victimología de la ac-


ción”, centradas respectivamente en los aspectos del hecho delictivo
y de la asistencia a las víctimas, la tendencia de la Victimología aca-
démica surge en torno a un debate similar; a saber: la victimología
teórica y la práctica.

Se parte de una primera aproximación a la figura de la víctima


desde una perspectiva causal, la defensa de la etiología del delito ba-
sada en la contribución y responsabilidad de la víctima en el hecho
criminal. Tendencias positivistas que acaban siendo sustituidas por
una victimología de carácter eminentemente práctico, más realistas
y cercanas a las demandas sociales, prestando mayor atención a los
modelos de prevención del delito y de asistencia a las víctimas, y no
tanto a los aspectos retribucionistas que caracterizan a la pena como
medida de consuelo del propio afectado.

Llegado a este punto la pregunta sería la siguiente: ¿sería posible


concebir la Victimología sin teoría o sin praxis? Evidentemente la res-
puesta es negativa. En ningún caso pudiera avanzar cualquier ciencia
o disciplina siendo desprovista de alguno de los componentes men-
cionados. Concretamente, y extrapolando dicha cuestión al ámbito de
la Victimología, habrían de entenderse ambos elementos de manera
integrada, pues una dicotomía entre sendos aspectos únicamente con-
duciría a una victimología teórica estigmatizadora y a una práctica
asistencial desprovista de una fundamentación de base.

En general, podría considerarse su aparición como una etapa de


tránsito entre la Victimología clásica y la constructivista y crítica, una
tendencia que supone un antes y un después en la comprensión de la
figura de la víctima. No obstante, y a pesar de los avances producidos,
la figura del ofensor sigue siendo el objeto de mira de los distintos pro-
fesionales, ya sea tanto a nivel teórico como empírico.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 69

5. Victimodogmática

Enlazando con la mentalidad de la Victimología académica, ten-


dencia que destierra la dicotomía entre la teoría y la práctica para
abogar por la contemplación e influencia recíproca entre ambos ele-
mentos, el ejemplo más claro de su aplicación se encontraría en la re-
cogida de los principios de dicha disciplina por el sistema de Justicia.
Así pues, y tal y como su denominación indica, la Victimodogmatica
haría referencia a la influencia de la Victimología en el dogma jurí-
dico-penal, donde la estructura general del Derecho penal quedaría
adaptada a las nuevas demandas sociales reivindicadas por la recogi-
da legal de la citada disciplina (LANDROVE DÍAZ, 1998).
Es quizá en este momento cuando la aplicación práctica de la
Victimología se hace eco y respuesta a partir de las políticas existentes,
donde los reconocimientos de los derechos a las víctimas, así como la
satisfacción de sus necesidades mínimas (protección, asistencia, apo-
yo económico,…), se hacen cada vez más notorios.
Sobre la definición de la Victimodogática destacan los siguientes
aspectos:
— La sensibilidad de la justicia penal y su reacción frente nuevas
formas de incorporación a la doctrina consecuente.
— Reconstrucción de los tipos delictivos desde la perspectiva
de la víctima, existiendo en cualquier caso un mayor recono-
cimiento de esta en cuanto a su necesidad de ser informada
sobre el proceso, su iniciativa, protección, asistencia y re-
paración o rehabilitación sobre el daño causado (TAMARIT
SUMALLA, 2006).
— El reconocimiento de la posible implicación de la persona
victimizadas en determinados hechos delictivos. Se trata de
averiguar hasta que punto la víctima propicia en el ofensor
determinada conducta ilícita.
— La protección y tutela del objeto pasivo del delito, en este caso
la víctima, no siempre trae consigo la inimputabilidad, sino
que exclusivamente quedará impune cuando su responsabi-
lidad en el acto delictivo quede demostrada con efecto nulo.
Así, sus garantías y protección quedarán relegadas a su posi-
ble atribución de culpabilidad.
70 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

— Enlazando con lo anterior, y si bien existe un interés creciente


en los principios de subsidariedad y protección mencionados,
la determinación de la pena pudiera verse atenuada o eximida
en el autor de los hechos pudieran verse modificadas por las
características de la víctima (por ejemplo: provocación, inges-
ta de sustancias, etc.).
— Se enfatiza el principio de la actuación del Derecho penal en
ultima ratio, lo que refleja dos aspectos complementarios. Por
un lado, que el empleo de medios coercitivos no será emplea-
do a no ser que se considere imprescindible y, por otro, que en
cualquier caso los medios habrán de asegurar la protección
de la víctima por estar la misma amparada bajo un Estado
Social y Democrático de Derecho.
— A pesar de que se conoce de la dinámica existente entre vícti-
ma-agresor, donde ambas partes son consideradas por su in-
fluencia recíproca dentro de un entorno social determinado,
los estudios se continúan centrando en el agresor.
— Las teorías victimológicas son viables por cuanto se apoyan
en las ciencias empíricas al margen de planteamientos de ma-
yor abstracción (SILVA SÁNCHEZ, 1989).
En definitiva, se trata de una integración de la figura de la víctima
en la teoría jurídica del delito, sistemática que no incluye en exclusivi-
dad su interpretación en base a su posible consentimiento o provoca-
ción de la misma en el hecho ilícito, sino que, por tratarse de un sujeto
que no siempre habrá de estar involucrado en la acción criminal, tam-
bién debieran serle reconocidos los derechos de asistencia terapéutica
y protección penal correspondientes.
Cabría indicar que en ningún caso se deberían rechazar las apor-
taciones de una u otra tendencia, pues todas ellas contribuyen a la
formulación de la Victimología actual, a una visión más integrada y
multidisciplinar de la misma.
Finalmente, y haciendo una recopilación de los postulados y ca-
racterísticas propias de los tipos de Victimología, se presenta a conti-
nuación el siguiente cuadro-resumen:
CUADRO 2
Tipos de Victimología

TIPO DE
TRADICIONAL ACADÉMICA CONSTRUCTIVISTA CRÍTICA DOGMÁTICA
VICTIMOLOGÍA

TEMPORALIDAD Finales de la primera mitad Etapa de tránsito Segunda mitad del s. XX (auge en torno a los años Últimas décadas del s.
del s. XX (40-70) 80) XX hasta la actualidad

• Denominaciones: clásica, • Separación de las postu- Semejanzas: • Aplicación y repre-


convencional o positivista. ras más radicales que en Evolución de la “Víctimología del acto” a la sentación de los
• La víctima es consi- torno a la figura de la “Victimología de la acción”. derechos de las víc-
derada contribuyente víctima defendía la etapa timas en la doctrina
en la etiología causal anterior. • También conocida • Visión más próxima jurídico-penal.
del delito (postulado • Avance hacia la promo- como Victimología rea- al sistema de Justicia • Reconocimiento pe-
víctimo-contribuyente). ción de la víctima como lista o promocional. vigente. nal de la figura de la
• El destino victimizador de objeto de reconocimien- • La nueva gramática • Crítica al ius punien- víctima basado en dos
la propia víctima tiene sus to no sólo en la esfera de la Victimología: di estatal. aspectos:
raíces en: teórica, sino también en defensa del reconoci- • Justicia Restaurativa - Su amparo en el siste-
— La victimogenesia o fac- el ámbito aplicado. miento político de sus como medio de ma de Justicia.
tores predisponentes • Destierro de la dicotomía derechos y protección resarcir el daño - Su posible respon-
psicológicamente a au- entre la teoría y la prác- de los mismos. causado. sabilidad en el acto
mentar el riesgo de ser tica e integración de am- • Reclamación de asis- • Reflexión científica. criminal.
vistimizado. bos elementos. tencia en diferentes • Eficacia de las

CARACTERÍSTICAS
— La precipitación victi- esferas (terapéutica, intervenciones.
mal; esto es, la propia económica, etc.) • Seguridad social.
víctima es considerada • Vertiente omnicom-
responsable de los he- prensiva del saber.
chos criminales. • Datos oficiales.
• Sistema interactivo: contexto
bio-psico-social de influencia
recíproca.

• Se basa en fundamentos La figura del agresor sigue Visión demasiado huma- Demasiado exigen- Lenta y costosa adapta-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización

de elevada abstracción siendo la gran estudiada en nitaria y altruista discu- te con las políticas ción del derecho a las
teórica. el sistema vigente. tida por la Victimología existentes. demandas sociales.
• Falta de parcialidad y obje- crítica.
tividad en los escasos estu-
dios empíricos realizados.

CRÍTICAS
• Legitimación de la
victimización.
71
72 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

V. TENDENCIAS DE LA VICTIMOLOGÍA CONTEMPORÁNEA

Tal y como se ha podido apreciar en el epígrafe anterior, la historia


de la Victimología ha estado, y en muchas civilizaciones aún conti-
núa, vinculada a su destierro e invisibilidad. Tanto en el ámbito de
las ciencias criminológicas, como en el Derecho en sí mismo, el ori-
gen y desarrollo de la Criminología como disciplina de merecida aten-
ción acaba constituyéndose a partir de las ya señaladas Reuniones
Internacionales que con una periodicidad de tres años se llevan efec-
tuando desde 1973.

Han sido los citados encuentros los que han permitido aunar fuer-
zas para reunir a diversos especialistas y así demandar, desde la esfera
de una sociedad necesitada de ser escuchada, un hueco en las políti-
cas internacionales existentes.

En esta línea, y enlazando con el avance y desarrollo que susten-


tan a día de hoy el éxito de las mencionadas reuniones, desatacan en
la fase de consolidación de la disciplina pro-victimal la aparición de
una revista especializada en la temática denominada “Victimology”,
así como la creación de la Sociedad Internacional de Victimología en
los años 80 (LANDROVE DÍAZ, 1998)32.

Esta nueva dimensión político-internacional conforma uno de sus


mayores hitos a finales de la década señalada, momento en que en-
tra en vigor una de las más pretendidas reivindicaciones de los movi-
mientos sociales pro-víctimas; a saber: la denominada ‹‹Convención
Europea sobre Compensación a Víctimas de Delitos Violentos››33.

Unido a lo anterior, la creación de la Corte Penal Internacional a


primeros del siglo, evidencia el verdadero interés colectivo en el ur-
32
La Sociedad Internacional de Victimología es una organización sin fines de
lucro, organización no gubernamental con estatus consultivo especial categoría con
el Consejo Económico y Social (ECOSOC) de las Naciones Unidas y el Consejo de
Europa. Más información en la página web: www.worldsocietyofvictimiology.org.
33
La Convención Europea sobre Compensación a Víctimas de Delitos Violentos,
si bien fue firmada en el año 1983, no entró en vigor hasta 1988. En este Convenio
los Estados Miembros del Consejo de Europa firmantes apoyan la necesidad de una
cooperación internacional sustentada en las bases de la solidaridad social y compen-
sación de la víctima atendiendo a sus circunstancias personales.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 73

gente tratamiento de aquellas víctimas desamparadas ante el sistema


de Justicia vigente34.
En definitiva, y si bien podría señalarse la década de los setenta
como el momento álgido y de madurez debido en gran medida a la
escucha activa de grandes profesionales en la materia y de las consi-
deraciones en materia penal, cabe referir que sería la sociedad la que
representaría el principal motor e impulsor de cambio en las perspec-
tivas y doctrinas jurisprudenciales.
Finalmente, y una vez acabada esta breve exposición de motivos,
se considerarán con posterioridad los aspectos relacionados con la
existencia de la Victimología actual; esto es: a) las que han sido las
raíces de su origen y desarrollo actual; b) las visiones más recientes
sobre el citado ámbito; y c) las propuestas o tendencias de futuro por
lo que a la misma respecta.

1. Las raíces de la moderna Victimología

Los fundamentos de consolidación de la Victimología podrían en-


contrarse tanto en su reconocimiento como campo de investigación
científico, aportando datos reales y estimaciones sobre el número de
población victimizada; así como en los diversos movimientos sociales
y literarios, y el avance de las teorías de la Psicología Social y de la
Criminología.
Centrando el interés de este epígrafe en los movimientos sociales,
se presenta a continuación un resumen de los aspectos más relevantes
en los campos mencionados.
A lo largo de la historia la reacción social ante personas victimiza-
das ha evolucionado desde una actitud de compasión por la víctimas
hacia una “Victimología de la acción”, caracterizada esta última por
la puesta en práctica e implantación de mecanismos reales a favor del
apoyo, asistencia y protección al ciudadano, o en su caso colectivos,
que han sufrido una determinada afectación en sus bienes jurídicos.
34
El Tribunal Penal Internacional o Corte Penal Internacional, se adopta en
Estatuto en el año 1998. Define a una figura con personalidad jurídica propia, legiti-
mada para fijar las responsabilidades penales por la comisión de aquellos delitos de
repercusión internacional y colectiva (genocidio, crímenes de guerra, de lesa huma-
nidad, etc.)
74 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

El avance en este ámbito se ha producido desde una esfera perso-


nal a la implicación de grupos ciudadanos cada vez más numerosos,
afectación privada que considera igualmente la repercusión pública,
aspecto este último que supondría la progresión hacia el reconoci-
miento estatal de la cobertura y gestión de las demandas de los colec-
tivos pro-víctimas.
En esta línea, las citadas demandas sociales responderían a las de-
nominadas “victimagogias” o ideologías promotoras del movimiento
social, las cuales darían respuesta a los cuatro fundamentos siguientes
(VAN DIJK, 1988):
A) Ideología del ciudadano o reivindicación de unas políticas
asistenciales y de prestación de servicios adecuadas.
B) Ideología de la rehabilitación o planteamientos basados en la
resolución de conflictos como una solución conciliadora y be-
neficiosa para las partes involucradas. Incide en la promo-
ción de los aspectos pro-sociales en la figura del agresor.
C) Ideología retributiva o punitiva edificada sobre la necesidad
de venganza que podrían constituirse en demandas irraciona-
les de penalización.
D) Ideología abolicionista. Consistente en evitar las posibles vic-
timizaciones que pudiera sufrir la víctima al entrar en contac-
to con el sistema de justicia penal; esto es, la revictimización
comprendida como un proceso de victimización secundaria
consecuente con las tareas de la propia Administración.
En consonancia con las ideologías mencionadas, se considera-
da necesaria la incorporación de seis nuevas formas de pensamien-
to en cuanto a la explicación de la promoción política y social de la
Victimología; a saber:
i) Ideología motivada por los movimientos feministas. Tomando
como referencia a Tamarit Sumalla, podría considerarse una quinta
ideología propia de los movimientos feministas, defendiendo la apli-
cación de mecanismos más coercitivos para la figura del ofensor sin
considerar la posibilidad solvencia ni su reinserción posterior. Se tra-
taría de una `victimopraxis´ anclada en construcciones ideológicas
más restrictivas, radicales y conservadoras35.
35
Si bien es cierto que se trata de un grupo de personas, concretamente mu-
jeres, que dentro de un colectivo de víctimas más numeroso y diverso reclaman una
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 75

ii) Ideología asociacionista. Las asociaciones constituyen grupos


de presión heterogéneos en cuanto a los miembros que la integran
pero homogéneos en cuanto a los motivos de su creación, vinculándo-
se con un conjunto de personas unidas por unos intereses comunes: la
aceptación y consideración de los derechos de la víctima en las políti-
cas sociales existentes.
Tal y como lo denomina Germán Mancero, ‹‹el fenómeno del vícti-
mo-asociacionismo cobra ya una entidad tal que los sistemas jurídicos
no pueden menos que reconocerlo y hacer concesiones y adaptacio-
nes en su estructura›› (GERMÁN MANCERO, 1995).
iii) Ideología de la seguridad ciudadana. La incerteza ante la cons-
titución de nuevos atentados crea un sentimiento de miedo y pánico
social que sobrepasa los esfuerzos de los agentes que intervienen en
la disuasión de delito por medio del control social informal. Se de-
manda así una mayor protección a partir de mecanismos o instancias
oficiales de vigilancia y seguridad ciudadana, apoyando sobre todo
en el caso de los delitos sin víctimas la idea de seguridad en policías y
medios de control social formal (LARRAURI, 2000).
iv) Ideología literaria. Se encuentra la existencia de una cuarta
ideología en el clima de expansión propiciado por diversos autores
literarios los cuales, sin llegar a especialistas en la materia, favorecen
la difusión social de determinadas concepciones, ya sean erróneas o
verídicas en cuanto a la comprensión de la realidad.
v) Ideología científica. A diferencia de la tendencia de pensamien-
to anterior, en estos casos las argumentaciones se sustentan en sólidos
argumentos teóricos de diversos profesionales de la materia. Teorías y
pensamientos que adquieren un elevado impacto social por cuanto su-
pone una base, en muchas ocasiones empírico-práctica, sobre la que
justificar la necesidad de reforma en el sistema de Justicia. Se trata de
una influencia recíproca y beneficiosa entre el ciudadano y su apoyo o
representación ideológica en la literatura científica.
vi) Ideología de contagio internacional. La motivación de ser un
país apoyado en tierras extranjeras, donde movimientos de la citada
índole ocurren al unísono, hace que la conciencia social sobre la nece-
sidad de cambio se afiance.
serie de derechos, también es verdad que esta ideología podría suponer peligros im-
portantes en cuanto al endurecimiento de las políticas existentes se refiere.
76 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

En general, `las voces de las víctimas´, apoyadas por un cambio


en la mentalidad e ideología ciudadana, razones sociológicas ampara-
das en movimientos reivindicativos o victim´s blaming, la negativa a
legitimar el comportamiento del ofensor, el aumento de la solidaridad
ciudadana, y el reclamo continuo de un soporte asistencial, constitu-
yen entre otros muchos aspectos, los que han promovido cambios en
los planteamientos jurídicos existentes; ahora bien, ¿han sido siempre
beneficiosos los citados movimientos? La respuesta es negativa.
La sobrerrepresentación de la influencia de los movimientos de víc-
timas podría suponer importantes riesgos en la elaboración de un siste-
ma penal justo (FATTAH, 1986). Estas amenazas serían las siguientes:
a) La comprensión de los derechos del ofensor como antagóni-
cos a los de las víctimas y, por consiguiente, la demanda de su
posible derogación.
b) Manipulación política a favor de beneficios electorales; es de-
cir, en la promoción y consecución de determinadas aspira-
ciones gubernamentales.
c) El riesgo de derivar los fondos estatales a la cobertura de las
necesidades específicas de las víctimas en detrimento de polí-
ticas de prevención general.
d) Olvido de las víctimas propias de la marginación social36.
e) La elevada preocupación social por el delito que pudiera llegar a
considerarse condicionante del estilo de vida habitual del sujeto.
f) Afianzamiento del conflicto víctima-agresor sin mediar solu-
ciones pacíficas de resolución.
g) Obligación de adhesión de las víctimas a los movimientos
reivindicativos.
h) La sustitución del apoyo y vínculos sociales por organismos
públicos de atención a la víctima, produciéndose por ende un
descuido de la solidaridad colectiva.
i) Cuestionar las características propias del sujeto para reconsti-
tuirse del daño sufrido y considerar el proceso de intervención
como único mecanismo de rehabilitación.
j) Generación de expectativas que podrían verse frustradas con
posterioridad.
36
Ver más información al respecto en BERISTAIN, A., Victimología. Nueve pa-
labras clave, Valencia, 2000.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 77

Se desprende de todo ello la necesidad de que el Estado ejerza las


competencias para las que ha sido constituido, que defienda por igual
a cada uno de sus ciudadanos, y que conozca fehacientemente las cau-
sas que incriminan y responsabilizan a cada uno de los sujeto parte en
el proceso penal.
Este último aspecto atiende a importantes divergencias en la doc-
trina jurídico-penal, ¿pues que ocurre cuando se hace imposible atri-
buir la responsabilidad de un hecho determinado a una persona físi-
ca?; o bien, ¿cómo se tratarían aquellos casos en que los roles entre
víctima y agresor son fácilmente intercambiables?37
En cualquier caso, y ya para finalizar, los objetivos más inmediatos
dimanarían de la recogida de derechos, libertades e intereses que, en
razón de las circunstancias concretas, correspondieran al reo implica-
do en el hecho delictivo, sea como sujeto activo o como sujeto pasivo.
Finalmente, y como ya se ha citado a lo largo del texto, cabría de
nuevo indiciar que han sido muchas y variadas las fuentes de las que
se ha nutrido la Victimología, destacando en este caso las procedentes
de la Psicología Social y de la Criminología.
Desde la vertiente multidisciplinar de la Victimología se despren-
de la idea de que este disciplina pasaría a formar parte de la deno-
minada “síntesis criminológica” sin perder su autonomía; es decir,
la interdependencia con las diversas ramas del saber que nutren a la
Criminología serían ahora también influenciadas por la Victimología,
y viceversa (RODRÍGUEZ MANZANERA, 2010).
Se uniría a tal afirmación la concepción de la Psicología Social
por su innegable aportación a la citada disciplina, por comprenderse
igualmente como uno los mayores motores de cambio y consideración
de la víctima como un ser humano dependiente de las relaciones y po-
líticas sociales existentes, ambas a su vez apoyadas por la Sociología
como ciencia general de estudio de los fenómenos colectivos.
En este sentido, y dado que la extensión de la materia no permite
desarrollar detalladamente cada una de las teorías que, tanto de la
rama psicológica como criminológica han contribuido a la evolución
de la Victimología, bastaría señalar como ejemplo de unas y otras,
tanto la teoría de la indefensión aprendida de Seligman en relación
a las primeras, o las relativas a la teoría de las subculturas de Cohen
37
Un ejemplo de rol intercambiable respondería al caso de la prostitución, así
como a los matrimonios por conveniencia.
78 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

y del control social de Hirschi que, entre otras, gozarían de especial


trascendencia en la promoción de la Victimología como disciplina
apoyada por las corrientes criminológicas en este último caso38.
38
Como ejemplo de algunas de las teorías más influyentes al ámbito victimio-
lógico desde la Psicología Social y la Criminología, y atendiendo a sus postulados
fundamentales en el desarrollo de la citada disciplina, se presentan resumidamente
las siguientes teorías:

Teorías basadas en la Psicología Social

Teoría de la Indefensión Desesperanza y ausencia de control sobre las consecuencias contingentes


Aprendida a la realización de una determinada conducta, entendida esta última como
la imposibilidad de evitar/ escapar ante una situación desagradable*.
Teoría de la Atribución La atribución causal sobre las conductas realizadas por determina-
dos sujetos podría sostenerse en esquemas de pensamiento erróneos
y, por ende, llegar a producir victimización secundaria.
Profecía autocumplida Victimización del victimario como tipo de victimización terciaria,
es decir, se acaban cumpliendo las en un primer momento denomi-
nadas creencias hipotéticas. Por ejemplo, tal es el caso de aquel que
acaba de ser excarcelado y que tras su puesta en libertad su estigma
social se basa en la idea de que `nunca cambiara´.

Teoría del Mundo Justo Al igual que la teoría de la atribución, los postulados del `mundo
justo´ defienden un tipo de victimización secundaria, pues si las víc-
tima ha sufrido un determinado hecho criminal era porque verdade-
ramente se lo merecía.
Teorías del Aprendizaje Las personas podrían aprender lo beneficioso de asumir el rol de
víctima y actuar conforme al mismo.

Teorías basadas en la Criminología

Premisas de la Escuela de Determinados tipos de víctimas serían más posible de encontrarse en


Chicago núcleos metropolitanos caracterizados por la desorganización social.
Teoría de la Auto-legitimación del comportamiento del ofensor sustentada en la
Neutralización provocación de la víctima.
Teoría de las Subculturas Roles víctima-ofensor fácilmente intercambiables debido a la `apa-
rente normalidad´ con que se vive la violencia en determinados es-
tratos sociales.
Teoría de los Vínculos Las víctimas con mayores apoyos sociales y compromisos ciudada-
Sociales nos gozarían de mayores recursos y posibilidades de rehabilitación.
Teoría de la Asociación Destacan dos planteamientos fundamentales: 1) las víctimas pueden per-
Diferencial tenecer a cualquier clase social; y 2) las experiencias condicionan la pos-
terior rehabilitación de la vivencia de determinados sucesos traumáticos.

* La diferencia entre la evitación y el escape se sustenta en que, mientras el pri-


mero de los mecanismos defensivos advierte la posible presencia de un estímulo po-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 79

En esta línea cabría afirmar que si bien son múltiples las teorías
de innegable aportación al avance de la Victimología, ninguna de ellas
se ha orientado directamente a dar cobertura a este campo, sino que
más bien se han desprendido de las mismas diversos postulados que
han contribuido a dar solidez a muchos de los planteamientos poste-
riores sobre el ámbito señalado.
Por último, y ya para finalizar, cabría añadir que a pesar de las con-
tribuciones referidas también han existido importantes impedimentos
que han enlentecido la progresión de la Victimología. En este sentido,
quizá una de las razones de esta tardía ampliación de los postulados
de corte criminológico a la esfera de la Victimología se encuentra en
la figura del agresor, en la contemplación ciudadana que hace desde
hace años se tenía del mismo. Éste representaba tanto un sistema de
alarma tanto comunitario como individual, como un favorecimiento
de la inseguridad ciudadana alimentado por el miedo, el temor y el
pánico, suponía el centro de atención, el foco de humillación y dolor
de muchos, así como el punto de identificación de otros tantos.
Es este último aspecto el que denota la mayor preocupación so-
cial. El identificarse con personas que cometen actos vandálicos, que
realizan todo aquello que desean sin reparo social alguno, sin respeto
por las normas vigentes ni por los bienes jurídicos de los demás. El
ciudadano medio desea adquirir los mismos beneficios que consigue
el ladrón cuando roba, evadir los impuestos que le son atribuidos, o
incluso dañar a un tercero cuando el daño causado resulta para su
persona desmerecedor, pero, en cualquiera de los casos, el poder del
sistema de Justicia vigente permite frenar las consecuencias que pu-
dieran resultar de la desinhibición de sus actos.
Además de todo ello, y si la incertidumbre de las posibles recom-
pensas pudieran conllevar la comisión de actos castigados penalmen-
te, esta inseguridad o desasosiego quedaría desterradas `gracias´ a la
sibilitando al sujeto su huída, el escape acontece cuando el estímulo ya está presente,
desencadenando consecuentemente, y siempre con posterioridad, el alejamiento del
individuo. Un ejemplo de evitación se encontraría en la mujer que sufre violencia de
género y decide salir de su casa antes de que llegue el marido a su casa; por su parte,
se catalogaría como escape en dicho ejemplo cuando la mujer observa al marido en-
trando por la puerta.
Concretamente, y aplicado al ejemplo al caso de la Indefensión Aprendida, la
evitación y el escape serían mecanismos que en ningún caso tendrían cabida, pues
la mujer sufriría las consecuencias de dicho maltrato o agresión sin posibilidad de
huída alguna.
80 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

imagen que transmiten tanto los textos no científicos y novelas litera-


rias, como los medios de comunicación social; es decir, procedimien-
tos de información que en muchas ocasiones fomentan el desarrollo
de tales comportamientos.
Por su parte, la actuación del Estado no se ha vinculado en el apo-
yo y protección a las víctimas hasta bien reciente, aspecto que intensi-
fica más aún la indecisión o duda sobre si verdaderamente la identifi-
cación inconsciente con la figura del delincuente llevaría consigo una
mayor rentabilidad y ganancias a merced del resto de ciudadanos.
El delincuente se instaura como la figura que verdaderamente re-
presenta el peligro social y político, el que puede provocar los alterca-
dos más temidos en una sociedad sustentada en la exigencia de la ma-
yoría; de ello que el Estado no podría negar el interés por la figura de
la víctima, sino más bien camuflarlo en un conjunto de políticas que
verdaderamente siguen prestando interés al sujeto activo del delito.

2. Visión actual sobre la disciplina victimológica

La Victimología se sustenta en la contribución de diversos enfo-


ques y planteamientos, cada uno con sus características particulares
pero no por ello menos validado.
En la actualidad son tres las corrientes que sustentan la Victimología
moderna; a saber: la positivista, la interaccionista y la crítica. (RODRÍGUEZ
MANZANERA, 2010).
Antes de su presentación, conviene señalar que cada una de ellas
defiende un paradigma concreto y unas teorías determinadas; así
pues, mientras el paradigma se correspondería con un conjunto de
conocimientos aplicados en la resolución de determinados problema
en base a determinadas pautas genéricas, la teoría haría alusión a un
conjunto de hipótesis o proposiciones destinadas a explicar un fenó-
meno específico. Del mismo modo, se recogen las tendencias ideoló-
gicas propias de cada una de ellas, y se destacan las perspectivas o
modelos sobre los que se justifican.
a) Victimología consensual. También denominada como Victimología
conservadora, penal, anti-victimología, o criminal, estudias las relaciones
existentes entre la víctima y el agresor, aportando en todo caso un plan-
teamiento de tipo positivista o causalista sobre los hechos criminales.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 81

Se basa en una estructura social persistente, estable e integrada


que apoya en una normativa de origen consensuado y mediante la
cual todos los vecinos son amparados por igual.
Distingue tanto a la víctima como sujeto pasivo del delito, como
de aquellos otros casos en que se produce la auto-victimización. La
responsabilidad penal queda al margen, pues o bien la culpabilidad
se depende del infractor, o bien es la propia víctima la que provoca la
situación.
b) Victimología pluralista. Defiende la existencia de una sociedad
plural caracterizada por la convivencia de distintos grupos sociales
con diferentes intereses y valores que podrían incluso llegar a ser
contradictorios.
Se pretende que los conflictos puedan resolverse de manera pa-
cífica, evitando cualquier tipo de etiquetado o estigmatización de la
figura de la víctima; así pues, y enlazando con lo dicho, su estudio se
centraría no tanto en la conducta criminal en sí misma, sino en la res-
puesta y movimiento social que la misma provoca.
Se apoya la creación de un sistema de Justicia que rehúya cual-
quier tipo de manifestación de sufrimiento humano y que evite posi-
bles formas victimización posterior.
c) Victimología conflictual. La victimización se sustenta en la exis-
tencia de valores, metas e intereses diferenciales, las que favorecen las
desigualdades sociales y la creación de una sociedad dividida en co-
lectivos que buscan obtener o mantener el status/ poder que ostentan.
La elaboración de la Ley está sesgada, favoreciendo en cualquier
caso a los grupos sociales más poderosos. Se caracteriza por la ausen-
cia de neutralidad frente a sus ciudadanos y por responder de manera
beneficiosa ante una minoría de sujeto y en detrimento de los dere-
chos de la mayoría.
Se crítica un orden de la situación caracterizado por el capitalis-
mo y que criminaliza todas aquellas conductas que pudieran atentar
contra el orden social y político que mantiene sus privilegios.
La solución que plantea respondería a un cambio en las estructu-
ras sociales, una crítica al sistema sustentada en la reforma y amparo
de los derechos igualitarios de todos los ciudadanos.
82 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

En definitiva, plantea una modificación profunda a nivel político


que sea representativa de todos los individuos y que evite la `victimi-
zación de los victimizados´.

CUADRO 3
Paradigmas, modelos y tendencias aplicados a la Victimología39

PARADIGMA TENDENCIA MODELO


(teoría) (ideología) (perspectiva)

Positivista Conservadora Consensual

› Objeto de estudio: relaciones víctima-victimario y causas del hecho criminal.


› Estructura social: la estructura social es integrada, persistente y estable.
› Visión de la Ley: basada en el consenso de la mayoría.
› Propuesta: no existe responsabilidad estatal.

Interaccionista Liberal Pluralista

› Objeto de estudio: la respuesta social al hecho criminal.


› Estructura social: pluralista y diversa, caracterizada por la convivencia de
diferentes grupos sociales.
› Visión de la Ley: existe para solventar los desacuerdos ciudadanos.
› Propuesta: resolución pacífica de conflictos.

Crítico Socialista Conflictual

› Objeto de estudio: las diferencias sociales y los conflictos de valores, metas e


intereses.
› Estructura social: victimizadora de determinados grupos sociales.
› Visión de la Ley: defiende a una minoría de sujetos que ostentan el poder, no
siendo neutral ni imparcial.
› Propuesta: Los derechos serán igualitarios en tanto que se modifique la orga-
nización en diferentes estratos sociales.

Según Rodríguez Manzanera, el paradigma positivista sería el


que a día de hoy prevalece aunque con algunas modificaciones in-
corporadas posteriormente por el paradigma interaccionista y crítico
(RODRÍGUEZ MANZANERA, 2010).
39
Elaborado a partir de Rodríguez Manzanera, 2010.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 83

En definitiva, se trata de una aproximación más integral hacia la


esfera victimológica, enriquecida a partir de los diferentes enfoques,
y en base a una adaptación e influencia recíproca de las soluciones
aportadas a las diferentes cuestiones planteadas.

3. El futuro de una disciplina científica reciente

Como ya se mencionaba en la introducción del epígrafe, la


Declaración sobre los derechos de las víctimas aprobada en el año
1985 por la Asamblea General de Naciones Unidas, supuso uno de
los puntos álgidos en cuanto al avance de la disciplina victimológica,
concretando en cualquier caso que serían caracterizadas como víc-
timas todas aquellas personas que tanto de manera individual como
colectiva hubieran sufrido algún menoscabo que afectara su persona
o derechos fundamentales.
A este respecto, añade igualmente Peris Riera que entre uno de los
errores precisamente vinculados a la citada visión histórica de su reco-
nocimiento de las víctimas, pues si bien se indica su presencia como dis-
ciplina científica en los últimos años, su resarcir indemnizatorio ya era
patente en el Código Penal español desde 1848 (PERIS RIERA, 1989)40.
Así pues, y aunque el objeto de estudio es bien antiguo, apenas
llega a los cincuenta años su reconocimiento como disciplina cien-
tífica, habiendo evolucionado en cualquier caso desde opciones más
conservadoras hasta las más progresistas, tendencias estas últimas
que abren paso a que podría denominarse como dimensión político-
internacional de la Victimología. Se trata de un momento en el que
‹‹la Victimología, entendida en su sentido ambicioso actual, eclosio-
na como reacción ideológica internacional como consecuencia a las
experiencias vividas durante un siglo de masivas victimizaciones››
(CARIO, 2005).
Según Tamarit Sumalla los derechos de las víctimas atienden en
mayor medida a requisitos específicos cuando se precisa dicha noción
en su vertiente de menor abstracción. Indica que una formulación sis-
40
Dedicado el número 123 del Título IV del Código Penal español de 1848 a la
responsabilidad civil, se incluye bajo dicho precepto que en cualquier caso se debiera
indemnizar al agraviado por delito o falta. Aspecto distinto de su reconocimiento le-
gal sería el escaso desarrollo o promoción que el mismo tendría en los citados años.
84 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

temática de los derechos de las víctimas respondería a la considera-


ción de los siguientes cinco elementos:
1. Información. Entendiendo el conocimiento del proceso, servi-
cios y prestaciones como la mayor capacidad de actuación y
reclamo de otros derechos.
2. Protección o amparo ante posibles ataques posteriores contra
su persona, especialmente en el caso de acudir en calidad de
testigo a comparecer o declarar.
3. Participación. Reconocimiento del papel activo de la misma
durante el proceso. Favoreciendo las formas de resolución de
conflicto que ampara la nueva Justicia restaurativa.
4. Asistencia. Derecho a ser asistida tanto psicológica como jurí-
dicamente por organismos públicos.
5. Reparación. El resarcimiento de los daños causados constitu-
ye una de las principales pretensiones estatales y quizá el ob-
jetivo más ambiguo y de difícil consecución. Se añaden como
posibles inconvenientes en la reparación del daño los siguien-
tes factores: a) la escasez de recursos disponibles; b) la indivi-
dualidad del sujeto para responder ante determinados tipos de
intervención; y c) la evitación de acudir a centro de ayuda, ya
sea por necesidades por la creencia de ser estos insatisfacto-
rios, por una conservación de la auto-valía personal, o por el
miedo a revivir determinadas experiencias traumáticas.
En cualquiera de los casos se promueven mecanismos de resarci-
miento de los daños causados, así como medidas de impedimento de
futuras victimizaciones (victimización secundaria). En definitiva, los
avances se hacen patentes en las siguientes esferas:
a) En su asistencia. La cobertura de las secuelas físicas y psíqui-
cas que los hechos criminales pudieran dejar en las víctimas ha sido
una de las principales preocupaciones a solventar por el sistema de
Justicia. Constancia de ello serían los grandes avances sociales que en
este aspecto se han producido, como sería el caso de las indemniza-
ciones y de la aplicación de programas de tratamiento específicos en
dicho campo.
b) En su afectación a diferentes esferas del Derecho. Las conside-
raciones de las diversas respuestas del Ordenamiento Jurídico, no se
agota en la extensión de éste en la mera respuesta del Derecho penal,
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 85

sino que también se sostiene la necesidad de vincular a otras ramas


del Derecho, tanto de la esfera pública como privada. En este último
caso se encontraría la gestión y/o reparación del daño causado e aun
tercero, acto que ha día de hoy se correspondería en su mayoría de
ocasiones con un tipo de responsabilidad civil sustentado en un me-
canismo de compensación económica, tal sería el caso de la contra-
tación de seguros privados que muchas veces respondería a medidas
obligatorias de tipo estatal (TAMARIT SUMALLA, 2006).
Por su parte, dentro del Derecho público y si bien el Estado no
debería quedar ajeno a las infracciones cometidas sobre la figura vic-
timizadas, como tampoco lo hace con la persona del victimario, se
extienden los preceptos jurídicos al ámbito de la sociedad en su con-
junto. Se refiere pues a un tipo de prevención general dirigida a la
población en su conjunto y consistente tanto en disuadir o intimidar al
ciudadano evitando la comisión de posible ilícitos (prevención gene-
ral negativa), como en el respeto y aceptación de la norma estipulada
en la legislación vigente (prevención general positiva)41.
Respecto a esta misma rama del Derecho, conviene referir que
son los mecanismos administrativos los que se hacen eco de controlar
y asegurar que la efectiva responsabilidad social ante el delito no que-
da olvidada en el tiempo, sino que hace práctica y concluyente en el
tiempo estimado.
En esta línea, cabría citar la denuncia como mecanismo de in-
terposición y defensa de los intereses personales y en demanda de la
Justicia como principio protector de un Estado de Derecho. De lo cual
podría decirse que, cada vez en mayor medida, la progresión y `rege-
neración´ de la victimología actual confía en la misma como principio
de detección de determinados tipos de ilícitos.
c) En sus novedosas aplicaciones de resolución de conflictos. Puesto
que se tratará en capítulos posteriores, únicamente indicar que se pro-
mueve el cambio de paradigma que orientado hacia un tipo de Justicia
reparadora. Una medida del sistema político que ensalce los valores
de la resolución de conflictos desde una perspectiva más saludable,
41
A diferencia de la prevención general, la prevención especial se centraría
en el individuo particular, sea mediante el aislamiento, castigo o sanción penal de la
persona que comete el delito (prevención especial negativa), o mediante la aplicación
de programas de tratamiento que favorezcan tanto un comportamiento adecuado en
el centro del internamiento donde se cumple la medida como su reinserción y reso-
cialización una a vez el sujeto sea puesto en libertad (prevención especial positiva).
86 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

enfatizando la empatía como una actitud imprescindible para la re-


construcción social, cognitiva y conductual de las secuelas propias del
hecho criminal.
Del mismo modo se entendería interesante el desarrollo de habili-
dades sociales en general y de la asertividad en particular de las par-
tes implicadas en el proceso, queriendo con esta última notificar que
tanto la víctima como el ofensor son completamente libres de expre-
sar sus ideas siempre y cuando se respeten, aunque no compartan, las
defendidas por la otra parte.
Ya para finalizar, indicar que otros logros alcanzados en esta es-
fera responderían a la fuerza del método científico, a su tratamiento
autónomo, a la proliferación de los centros asistenciales de origen pú-
blico, al análisis dinámico del delito en su interacción víctima-agresor
y en consideración de las circunstancias sociales, etc. No obstante,
¿cuáles son las predicciones de futuro que sobre la Victimología se
plantean?
Según Rodríguez Manzanera, la base de conocimiento sobre la
que sustenta la Victimología se ve nutrida constantemente por otras
ciencias, lo que favorece la probabilidad de mejora en un futuro no
muy lejano. A ello se une el esfuerzo realizado por diversos especia-
listas en la materia, lo que además permite a las políticas existentes
orientarse en base a los estudios empíricos practicados sobre dicha
materia. Todo ello queda además reforzado por la insistencia de los
movimientos reivindicativos como una contante en la historia de la
configuración de la Victimología.
Se reconoce así la influencia de aspectos psicológicos, sociales,
políticos, biológicos, criminológicos, sociales y legales en la concep-
tualización de la Victimología como disciplina novedosa, haciendo
cada vez más extensa la sensibilización social sobre la figura de la
víctima.
Aplicado todo ello al ámbito español, podría decirse que el cre-
ciente interés por los temas victimológicos se ha hecho evidente, so-
bre todo si se repara en la superación de los planteamientos más tra-
dicionales que desde las ciencias criminológicas y jurídico-penales
(LANDROVE DÍAZ, 1998).
Finalmente, y en palabras de Cario: ‹‹la tradición histórica de la víc-
tima se ha resumido como una transición de la pretérita venganza in-
dividual, a la contemporánea reparación social de la víctima›› (CARIO,
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 87

2000). Y cabría apuntar que no se trata tanto del destierro de la figura


del criminal, sino del reconocimiento de la figura de la víctima como un
elemento más a considerar dentro de la dinámica del hecho criminal.
No se trata, como se citaba en líneas precedentes, de ganar beneficios
y reconocimientos a costa de la otra parte del conflicto, es decir, en de-
trimento de los derechos y deberes de la figura del infractor; pues muy
al contrario, se pretende establecer un sistema de tratamiento político
igualitario y en absoluto antagónico entre las partes.

VI. CONCEPTOS VICTIMOLÓGICOS BÁSICOS

Como se ha venido refiriendo en los epígrafes anteriores, la


Victimología ha ido avanzando y configurándose hasta su dimensión
actual con el paso de los años. Fruto de semejante evolución ha sido la
concreción de una terminología victimológica propia. Ése es, precisa-
mente, el objeto del presente epígrafe, conceptualizar el vocabulario
victimológico y dotarlo de contenido. En este sentido, se presentan las
siguientes acepciones:
A) Victimario. Es la persona que produce el daño a la víctima.
Etimológicamente, es una palabra que proviene del latín “victima-
rius” con la que se identificaba a los antiguos sacerdotes gentiles que
encendían el fuego, ataban a las víctimas al ara y las sujetaban en el
acto del sacrificio.
De acuerdo con el citado contenido, podría pensarse que se tra-
ta de la traslación al campo victimológico del delincuente o del suje-
to activo del delito. Sin embargo, victimario es un concepto bastante
más amplio que los referidos en tanto éste o aquél quedan reducidos
necesariamente a la aparición del delito; esto es, para que exista un
delincuente o sujeto activo debe producirse un delito mientras seme-
jante exigencia no es trasladable al supuesto del victimario en tan-
to puede ser el autor de un crimen social no constitutivo de delito o,
para una mejor comprensión de un supuesto de autovictimización.
Piénsese, por ejemplo, en unas autolesiones o en un suicidio, hechos
no constitutivos de delito –luego no puede existir delincuente o sujeto
activo– pero generadores de un daño a una persona, independiente-
mente de que, en estos casos particulares, las condiciones de víctima y
victimario recaigan sobre un mismo individuo.
88 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

B) Victimización. Se identifica con el proceso en virtud del cual


una persona o grupo llega a convertirse en víctima. En consecuencia,
no tiene por qué tratarse de un hecho puntual o aislado sino que tam-
bién puede englobar un conjunto de fases, de ahí que lo habitual sea
referir a esta acepción como “proceso de victimización”.

La doctrina victimológica ha debatido mucho sobre las posibles


dimensiones de los procesos de victimización en tanto existieron co-
rrientes que pretendieron vincularlo únicamente a una esfera crimi-
nal –mecanismo por el cual una persona llega a convertirse en sujeto
pasivo del delito (NIEVES)–; y otras, más aperturistas, que han pre-
tendido extenderlo a los supuestos de autovictimización o aquellas en
las que se produzca una conducta no criminal –identificada con la
acepción criminológica crimen social–. Para Rodríguez Manzanera
no hay dudas al respecto y todas las hipótesis descritas pueden ser
perfectamente englobadas bajo la terminología “proceso de victimi-
zación”. Bajo mi punto de vista, deben hacerse buenas las palabras
de Rodríguez Manzanera y aceptar las hipótesis descritas, no siendo
recomendable restringir el citado concepto, el cual debe operar en
virtud de la cobertura conceptual otorgada a la víctima; esto es, como
se verá en el capítulo siguiente, no existe una definición unitaria de
víctima, más bien todo lo contrario, confluyen multitud de contenidos
a la hora de definirla, si bien los más recurridos son el victimológico
general, criminal y jurídico, los cuales abarcan las hipótesis descritas
por lo que desde el momento en el que se acepta uno u otro concepto
debe admitirse el proceso de victimización generado sobre sí mismo.
Lo que no parece coherente es, por ejemplo, aceptar el concepto victi-
mológico general de víctima y negar el proceso de victimización a los
supuestos de víctima sin delito –piénsese, por ejemplo, en el caso de
la autolesión que referí anteriormente, al no tratarse de un delito ya
hay autores que rechazan el proceso de victimización42, pero desde el
momento que se acepta el concepto victimológico general o criminal
debe admitirse el proceso de victimización en tanto uno va ligado a
otro–. En definitiva, lo que hay que hacer es mantener una coherencia
al respecto y si se acepta uno u otro concepto de víctima debe admi-
tirse el proceso de victimización, lo cual lleva a tener que definir ini-
cialmente por qué concepto victimal se decanta en tanto eso marcará
42
Para este sector, víctima sólo será el sujeto pasivo del delito, al no haber
delito en una autolesión no puede haber sujeto pasivo, no cabiendo la posibilidad de
hablar de víctima.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 89

el devenir de la investigación. Pero eso será una disquisición que se


abordará en el capítulo siguiente.
De otro lado, existe un campo de la Victimología que ha evolucio-
nado muy rápidamente, quizás demasiado, y ha verificado distintos
tipos de victimización, los cuales serán desarrollados en el capítulo
siguiente de una forma más detenida, si bien a continuación se enun-
cian de manera muy esquemática para una primera toma de contac-
to: i) primaria, incluiría a la víctima en sí del ilícito; ii) secundaria,
agruparía la revictimización del sujeto debido a su paso por deter-
minadas instancias públicas en virtud de las cuales debe rememorar
los hechos acontecidos –por ejemplo, al prestar declaración–; y iii)
terciaria, se trata de un concepto, en mi opinión, vacío de contenido,
aún no construido en tanto la doctrina victimológica le ha otorgado
definiciones muy diversas que no casan unas con otras, quizás de-
bido a esa excesiva velocidad con la que se está queriendo construir
la Victimología. Sea como fuere, como ya he señalado, me remito al
siguiente capítulo para un estudio más exhaustivo y detallado de los
tipos de victimización.
C) Victimar. Comprende el hecho de convertir a otra persona en
víctima. Podría ser sinónimo del verbo victimizar si bien entiendo que
éste resulta más amplio que aquél en tanto victimar integra la mera
conversión de una persona en víctima; esto es, el hecho en sí –por
ejemplo, golpearlo con el objeto, empujarlo al vacío (…)– mientras la
victimización es un proceso más amplio que, como ya se refirió, pue-
de englobar varias fases –piénsese en la victimización primaria y se-
cundaria– y no el mero hecho de ejecutar la acción victimal. En otras
palabras, victimar es el simple proceso de transformar a alguien en
víctima mientras que victimizar no sólo incluye semejante hecho sino
también sus antecedentes y consecuencias victimales.
D) Victimante. Rodríguez Manzanera lo ha definido adecuada-
mente como aquello con capacidad de víctimar, lo que se entendería
propiamente identificado con aquel instrumento o cosa con la idonei-
dad señalada.
E) Victimógeno. Se trata de un concepto fundamental en
Victimología que será desarrollado ampliamente en el capítulo cuar-
to. Baste aquí con identificarlo con aquellos factores que pueden
producir la victimización de una persona; esto es, determinadas ti-
pologías delictivas son más proclives a ser desarrolladas sobre una
90 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

u otra persona en virtud de ciertas características que concurran


en ella. Esos elementos serán los que se denominan victimógenos.
Por ejemplo, la edad de una persona, su profesión, nivel económico,
sexo, domicilio, etc.
F) Victimizable o victimable. Ambos vocablos se identifican con
el sujeto capaz de convertirse en víctima. La conjunción de la perso-
na victimizable con los factores victimógenos permitirá la delimita-
ción de las víctimas especialmente vulnerables de un determinado
delito.
Víctima especialmente vulnerable= persona victimizable + facto-
res victimógenos
G) Victimidad. Algunos autores la encuentran muy en consonan-
cia con lo referido anteriormente ya que se trataría de la predisposi-
ción de unas personas a ser victimizadas, debiendo la Victimología
establecer si los riesgos de ser víctima de algún crimen están igual-
mente repartidos en la población o bien si determinados individuos
se encuentran más predispuestos que otros a convertirse en vícti-
mas (FATTAH). Sin embargo, otros, como Rodríguez Manzanera, lo
vinculan con el total de victimizaciones dadas dentro de un límite
espacial y temporal, configurándolo como un concepto contrapues-
to a la criminalidad ya que mientras éste agruparía al conjunto de
conductas antisociales acontecidas, aquél haría lo propio respecto
de las victimizaciones. Nuevamente, a mi juicio, creo que resulta
más adecuada la percepción de Rodríguez Manzanera ya que la de
Fattah, entre otros autores, si bien recoge la descripción originaria
del término, entiendo que no resulta adecuada hoy dia ya que seme-
jante premisa ha ido evolucionando con el paso de los años hacia dos
conceptos: i) las “víctimas especialmente vulnerables” y ii) la predis-
posición victimal en sí.
Sea como fuere, siguiendo a Rodríguez Manzanera, la victimi-
dad presenta un alcance mayor que la criminalidad ya que ésta sólo
atiende a los hechos del criminal mientras que la víctima puede ser
victimizada por: a) un criminal; b) sí misma; c) comportamientos an-
tisociales, ya sean individuales o colectivos; d) de la tecnología, como
resultado de una insuficiente prevención; y e) de energías no contro-
ladas, como resultado de la ausencia de control humano o su pérdida
–lluvias, inundaciones, rayo, etc–.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 91

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Capítulo segundo
LA VICTIMA

I. CONCEPTO

Al hablar de víctima, se hace referencia a una figura olvidada en el


tiempo debido, principalmente, al papel central que ha desempeñado
el delincuente en el Derecho Penal. Sin embargo, como ya se concre-
tó en el capítulo anterior, a partir de 1950 surge una fuerte corriente
criminológica de protección a la víctima, sustentada en las ideas de
actuación y prevención del delito, que va a desembocar en una disci-
plina propia encargada de su estudio: la Victimología.
El término víctima ha sido empleado desde tiempos inmemoria-
les. Así, se encuentran manifestaciones en el Código de Hammurabi
(1728-1686 A. C.), en sus secciones 22-24, en donde se dice que «Si un
hombre ha cometido un robo y es atrapado, tal hombre ha de morir;
si el ladrón no es atrapado, la víctima del robo debe formalmente de-
clarar lo que perdió (...) y la Ciudad (...) debe reembolsarle lo que haya
perdido. Si la víctima pierde la vida, la Ciudad o el alcalde debe pagar
un “maneh” de plata a su pariente».
Las referencias históricas a la víctima son innumerables si bien se
produce siempre desde un plano secundario. En tal sentido, destacan
las aportaciones realizadas por Ferri, quien plantea la necesidad de fa-
cilitar la reparación del daño ya sea como pena sustitutiva de la pena
de prisión, aplicando el trabajo del reo al pago, como pena para deli-
tos menores, como obligación del delincuente hacia la parte dañada o
como función social a cargo del Estado; por Garófalo, quien propugna
la idea de la indemnización a las víctimas del delito; y más tarde, en
1941, por Von Hentig, en donde propugna una concepción dinámica e
interaccionista de la víctima del delito, entendiendo que no es un objeto
ni un elemento pasivo en la génesis del delito, sino un sujeto activo que
contribuye decisivamente en el proceso de criminalización, en el origen
y en la ejecución del hecho criminal. En consecuencia, el sistema penal
no debía limitarse a velar sólo por los derechos y garantías del acusado,
sino también, y sobre todo, por los de la víctima del delito.
96 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Encontrar unos parámetros comunes para poder definirla de for-


ma unitaria constituye una tarea muy compleja debiendo optar por
una perspectiva plural; esto es, no basta una concepción unitaria que
pretenda abarcarla sino que es necesario conjugar una serie de ideas
que permitan una aproximación al concepto genérico de víctima.
De inicio cabe referir la existencia de una dicotomía conceptual a
la hora de definirla. Existen diversas posiciones alrededor del término
víctima, cada una tendente a otorgarle una protección concreta de-
pendiendo de la rama, jurídica o social, que suscite interés. Así, según
la acepción victimológica asumida, podrán hallarse definiciones his-
tóricas y sociales o, por el contrario, si se está más interesado en una
perspectiva jurídica podrá manejarse, de un lado, una cuya conducta
agresora esté tipificada como delito o bien optar, de otro, por una con-
cepción más amplia en la que no sea necesario que el hecho ilícito sea
constitutivo de delito.

1. Contenido etimológico

En consecuencia con lo anterior, el primer paso para obtener un


concepto válido de víctima ha de ser, necesariamente, analizar su sig-
nificado etimológico. Así pues, el término víctima proviene del latín
“victima”, el cual designaba a la persona o animal sacrificado.
Como es lógico, semejante concepto ha ido evolucionando con el
paso del tiempo hasta conformar otras conceptualizaciones más acor-
des con el significado otorgado hoy día.

2. Gramatical

El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua otorga


cuatro significaciones al citado vocablo:

«1. Persona o animal sacrificado o destinado al sacrificio.


2. Persona que se expone u ofrece a un grave riesgo en obse-
quio de otra.
3. Persona que padece daño por culpa ajena o por causa fortuita.
4. Persona que muere por culpa ajena o accidente fortuito».
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 97

Aunque las mencionadas definiciones puedan parecer de inicio


algo alejadas del concepto buscado, posteriormente podrá compro-
barse que no se encuentran tan desencaminadas ya que, si se obser-
va bien, la primera, equivalente al concepto etimológico, integra la
acción criminal que va a desarrollar el victimario sobre una víctima
inocente –aquella que no va a tener ningún grado de participación en
el hecho ilícito– siendo, en términos absolutos, el concepto básico de
víctima en tanto un individuo va a sacrificar un bien perteneciente a
otro –por ejemplo, en el homicidio el homicida sacrifica la vida de un
tercero; en el robo el ladrón hará lo propio con el patrimonio de la víc-
tima (…)– pudiendo afirmar, salvando las distancias, que el victimario
va a sacrificar los bienes jurídicos de la víctima, los cuales podrán ser
personales (vida, salud, etc.) o materiales (por ejemplo, patrimonio).
La segunda acepción referida incluiría el supuesto de víctima vo-
luntaria, si bien semejante equiparación no es correcta en términos
absolutos ya que, como se verá en el siguiente capítulo, el ofrecimien-
to realizado por el sujeto que será victimizado no tiene por qué com-
prender exclusivamente un “obsequio” o ventaja para el victimario
siendo lo más habitual que el beneficio sea para la propia víctima y
que el hecho ilícito desarrollado por aquél sea por solidaridad hacia
ésta. En este sentido, el ejemplo más común es el de la eutanasia activa
directa, donde una persona imposibilitada para valerse por sí misma
y con padecimientos incurables solicita a otro que acabe o le ayude a
terminar con su vida.
La tercera y cuarta definición son muy similares en tanto com-
prenden un mismo supuesto con resultado diferente; esto es, mientras
aquélla requiere el mero hecho de padecer el daño, ésta contempla el
supuesto de la persona que ya no lo padece por haber fallecido, de-
biendo provenir la acción de un tercero o bien por causas fortuitas.
Ambas dimensiones integrarían el concepto victimológico básico de
víctima: persona que padece un daño por causa ajena o fortuita, com-
prendiendo una delimitación excesivamente genérica ya que la inmen-
sa mayoría de supuestos tendrían cabida en la citada descripción.
Sin embargo, las citadas definiciones, sobre todo las dos últimas,
presentan una serie de déficits, entre los que cabe destacar: a) quedaría
excluido el supuesto de la autovictimización, el cual no tendría cabida
en el seno de la Victimología, cuando se trata de una hipótesis de traba-
jo recurrida en la práctica –piénsese en los casos, por ejemplo, de suici-
dio–; b) se excluyen los supuestos de víctimas colectivas; y c) acotar las
98 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

acepciones tercera y cuarta conlleva recurrir a unos criterios victimales


demasiados amplios –piénsese, por ejemplo, en el caso de una pelea en
el que un sujeto ha sido brutalmente agredido y se encuentra internado
en la UCI, víctimas serían: el propio lesionado, sus familiares, amigos y
cualquier persona que se vea afectada, siquiera psicológicamente, por
la acción descrita–; d) porque no hay opción de contextualizar el tipo de
víctima –piénsese, por ejemplo, cuando se quiera aislar simplemente a
la víctima y al perjudicado del delito–; y e) no hace mención alguna al
ilícito penal, sino a una acción antisocial genérica.

3. Congresual

A nivel internacional existe cierto consenso a la hora de definir el


término víctima. Con tal fin la Organización de Naciones Unidas plan-
teó, en su VI Congreso (Caracas, 1980), así como en las reuniones pre-
paratorias del VII Congreso (Milán, 1985), que el término “víctima”
puede indicar que la persona ha sufrido una pérdida, daño o lesión,
sea en su persona propiamente dicha, su propiedad o sus derechos
humanos, como resultado de una conducta que: a) Constituya una vio-
lación a la legislación penal nacional. b) Suponga un delito bajo el
derecho internacional, que constituya una violación a los principios
sobre derechos humanos reconocidos internacionalmente. c) Que de
alguna forma implique un abuso de poder por parte de personas que
ocupen posiciones de autoridad política o económica.
En consecuencia, la víctima puede ser un individuo o colectividad,
incluyendo grupos, clases o comunidades de individuos, corporacio-
nes económicas o comerciales, y grupos u organizaciones políticas.
Para el VII Congreso, y con miras al proyecto de declaración pro-
puesto se expusieron las tres hipótesis siguientes: a) La de que la tipifi-
cación como “víctimas” debía basarse únicamente en las leyes penales
nacionales imperantes; b) La de que la tipificación como “víctimas”
debía incluir a las personas afectadas por los casos de abuso de po-
der producidos dentro de la jurisdicción nacional y aún no proscritos
por el derecho penal o posiblemente ni siquiera por el derecho civil;
c) La de que la tipificación como “víctimas” debía incluir a las perso-
nas afectadas por las violaciones del derecho penal internacional o las
violaciones de las normas reconocidas internacionalmente, relativas a
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 99

los derechos humanos, la actuación de las empresas, o los abusos de


poder económico o político.
Finalmente, se llegó a la conclusión de manejar el concepto de
víctima en dos grandes grupos: las víctimas de delito y las de abuso de
poder.
A) Víctimas de delitos (art. 1º). «Se entenderá por “víctimas” las
personas que, individual o colectivamente, hayan sufrido daños, in-
cluidos lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdida
financiera o menoscabo sustancial de sus derechos fundamentales,
como consecuencia de acciones u omisiones que violen la legislación
penal vigente en los Estados Miembros, incluida la que proscribe el
abuso de poder».
En esta categoría, conforme a lo expuesto en el art. 2, se incluye a
los familiares o dependientes inmediatos de la víctima directa y a las
personas que hayan sufrido daños al intervenir para asistir a la vícti-
ma en peligro o para prevenir la victimización.
B) Víctimas del abuso de poder (art. 18). «Se entenderá por “víc-
timas” las personas que, individual o colectivamente, hayan sufrido
daños, incluidas lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional,
pérdida financiera o menoscabo sustancial de sus derechos fundamen-
tales, como consecuencia de acciones u omisiones que no lleguen a
constituir violaciones del derecho penal nacional, pero violen normas
internacionalmente reconocidas relativas a los derechos humanos».
A tenor de ello, tanto en el supuesto de víctima de delitos como en el
de abuso de poder es necesario que el agresor haya incumplido una nor-
ma jurídica, bien de carácter nacional, primer supuesto, bien de carác-
ter internacional, segunda hipótesis. Con ello queda de manifiesto que el
espíritu de la Organización de Naciones Unidas es defender el concepto
de víctima desde un punto de víctima meramente jurídico, dejando a un
lado todos aquellos supuestos en los que la víctima lo sea por un hecho
social que no merezca la protección de ninguna rama jurídica.

4. Doctrinal

De otro lado, y desde un punto de vista meramente doctrinal, se en-


cuentran multitud de definiciones alrededor del concepto de víctima
100 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

difiriendo, principalmente, en si el bien afectado está jurídicamente


tutelado o no. Así pues, lo que pretendo es desarrollar a continuación
una serie de definiciones orientativas encaminadas a la concreción de
un concepto de víctima enfocado desde varios puntos de vista –social,
jurídico, victimológico (…)–.
El concepto inicial de víctima nace y se perfila en lo que Mendelsohn
denomina “pareja penal” formada por el criminal y su víctima o, por
lo que Von Hentig llama, delincuente y víctima, la cual no es armónica
sino contrapuesta debido a que ambos tienen intereses distintos. No
obstante, en algún caso puede comenzar siendo armónica pero lo que
interesa al delincuente es causar, al final, esa desarmonía que deter-
mina y destaca los roles del acto delictual.
De este modo, el concepto de víctima en relación con la “pareja pe-
nal”, tal y como indican, entre otros, V. Hentig, Paasch y Nagel, hace
referencia a personas humanas que experimentan subjetivamente un
malestar o dolor ante una lesión objetiva de bienes jurídicos.
El principal problema imputable a dicha definición es que deja
fuera de la consideración de víctima a las personas jurídicas e inte-
reses supraindividuales, puesto que, parece obvio, determinadas or-
ganizaciones, o incluso la propia sociedad, el Estado o la Comunidad
Internacional también pueden ser víctimas de delitos.
Mendelsohn, por su parte, afirmó que «es la personalidad del in-
dividuo o de la colectividad en la medida en que está afectada por
las consecuencias sociales de su sufrimiento determinado por factores
de origen muy diverso físico, psíquico, económico, político o social
así como el ambiente natural o técnico». Además, continúa este autor
afirmando que «se puede ser víctima: de un criminal; de sí mismo,
por deficiencias o inclinación instintiva, impulso psíquico o decisión
consciente; del comportamiento antisocial, individual o colectivo; de
la tecnología; de energía no controlada».
Separovic, de otro lado, indica que la víctima podrá ser “cualquier
persona física o moral, que sufre como resultado de un despiadado
designio, incidental o accidentalmente”.
De Vega Ruiz entiende que, en la actualidad, existen dos posiciones
doctrinales totalmente distintas para definir a la víctima del delito. De
un lado, la doctrina tradicional dogmática la equipara al sujeto pasivo
de la infracción que directamente sufre en su persona el menoscabo
de sus derechos, en cierto modo identificado con el perjudicado. Con
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 101

semejante tesis, por tanto, quedarían relegados todos los demás afec-
tados de forma mediata por el delito a la consideración de terceros.
De otra, se consideraría víctima no sólo al sujeto pasivo sino a toda
persona física o jurídica que directa o indirectamente sufra un daño
notable como consecuencia inmediata o mediata de la infracción.
En términos parecidos a esta segunda posición doctrinal se ma-
nifiesta Rodríguez Manzanera al definir a la víctima desde un doble
punto de vista: a) victimológico general, «individuo o grupo que pade-
ce un daño por una acción u omisión propia o ajena, o por causa for-
tuita»; y b) victimológico criminal, «aquella persona física o moral que
sufre un daño producido por una conducta antisocial, propia o ajena,
aunque no sea el detentador del derecho vulnerado».
Bustos Ramírez entiende que las víctimas no sólo son los afectados
por cualquier delito contra las personas (homicidio, detención ilegal,
injuria, violencia doméstica...) sino que también habría que incluir a
todos aquellos afectados personalmente por delitos contra el funcio-
namiento del sistema (intoxicados por el medio ambiente, por la ca-
lidad del consumo, etc.); aunque, de otro lado, considera diferente la
situación si se trata de la colectividad o del Estado como tal ya que,
según el autor en cita, es dudoso hablar de víctima, en el sentido antes
expuesto, y se ha de usar mejor el término sujeto pasivo. Continúa su
razonamiento con la necesidad de diferenciar entre el concepto de
víctima de la Victimología y el del Derecho penal puesto que ambos
son sustancialmente distintos. Así, frente a los conceptos penales que
se han venido manejando, para la Victimología se identifica con cual-
quier afección que sufra una persona en sus derechos, definición que
escapa a la del Derecho penal; así, por ejemplo, para la Victimología
el testigo, en cuanto se encuentre desprotegido en su función, o el pro-
pio delincuente, en la medida en que le sean negados sus derechos,
pueden ser también víctimas, aunque el Derecho penal no las recoja
como tales.

5. Toma de posición

De conformidad con todo lo expuesto, se observa que el término


víctima puede adoptar varias acepciones, desde la originaria (ofrenda
a la divinidad), la popular (de sufrimiento), la jurídica (padecer por un
102 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

acto ilícito), la penal restringida (sujeto pasivo), la penal amplia (so-


ciedad ofendida por el delito) o la victimológica, ya sea en su vertiente
general o criminal.
Así pues, como ya se ha apuntado en más de una ocasión, no existe
un concepto unitario de víctima y su definición dependerá, en todo
caso, del campo o rama jurídica o social en el que pretenda desen-
volverse. Ahí es precisamente donde radica la esencia del concepto
victimal, en la destreza que debe manifestar el investigador para optar
por una u otra conceptualización según la finalidad perseguida y los
objetivos marcados en la investigación. Sea como fuere, se resaltan
las tres más utilizadas en la práctica:
— Victimológica general: Individuo o grupo de personas que pa-
dece un daño por una acción u omisión propia o ajena, o por
causa fortuita.
— Victimológica criminal: Individuo o grupo de personas que
sufre un daño producido por una conducta antisocial, propia
o ajena, aunque no sea el detentador del derecho vulnerado.
— Jurídico-penal: Sujeto pasivo del delito.
Sobre la última, conviene resaltar la diferencia entre sujeto pasivo y
perjudicado ya que, no en pocas ocasiones, se confunden ambas acepcio-
nes. El primero responde a la persona titular del bien jurídico protegido
o puesto en peligro –por ejemplo, en un homicidio el bien jurídico pro-
tegido es la vida luego el sujeto pasivo es el fallecido; en un robo, el bien
jurídico es el patrimonio, luego el sujeto pasivo será el propietario del
objeto–. De otro lado, el perjudicado se identifica con la persona que, a
consecuencia del delito, sufre un daño, generalmente de naturaleza pa-
trimonial –verbigracia, en el caso anterior del homicidio serían los fami-
liares o terceros–. Así pues, nada impide que sujeto pasivo y perjudicado
recaigan sobre una misma persona. Piénsese, por ejemplo, en un hurto
en el que le sustraen a un sujeto un teléfono móvil de su propiedad.
Las diferencias existentes entre las tres descripciones de víctimas
más recurridas en la práctica resultan evidentes y pueden focalizarse
desde una doble perspectiva:
a) Rigidez-flexibilidad del concepto. Si se observan las definicio-
nes expuestas podrá comprobarse que la consideración de víctima
resulta cada vez más restringida conforme se pasa de la opción victi-
mológica general, a la criminal y se concluye con la jurídica, como la
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 103

más cerrada de todas y la que menos margen de maniobra permite al


quedar muy delimitada.
En este sentido, la representación gráfica del concepto de víctima
atendiendo a que todo supuesto aceptado desde la rama jurídico-pe-
nal sería también definitorio de la postura victimológica general, pero
no todo lo admitido por la victimológica criminal sería definitorio de
la acepción de víctima desde la jurídico-penal, quedaría pues repre-
sentado del siguiente modo:

VICTIMOLÓGICA GENERAL

Aumenta la VICTIMOLÓGICA CRIMINAL Aumenta la


rigidez flexibilidad
(concepto de JURÍDICO-PENAL (concepto de
víctima más víctima más
restrictivo) amplio/ genérico)

b) De contenido. Para reunir la consideración de víctima, en la con-


cepción jurídica se requiere la comisión de un delito recayendo la citada
consideración únicamente en el titular del bien jurídico lesionado; en la
victimológica criminal ha de existir un hecho antisocial cuyo destinata-
rio sea un sujeto, independientemente de que sea o no el titular del obje-
to protegido, en otras palabras, permite incluir también al perjudicado;
mientras la victimológica general comprendería el supuesto más am-
plio de todos ya que cualquier sujeto que sufra un daño, independiente-
mente de la naturaleza del hecho, reunirá semejante consideración.
Por ejemplo: A entrega su vehículo a B para que se desplace a una
ciudad cercana al concierto de su grupo musical favorito. Una vez con-
cluido, al ir a recoger el vehículo, se encuentra que ha sido sustraído.
De acuerdo con los conceptos victimológicos enunciados: A sería vícti-
ma en cualquiera de las tres dimensiones establecidas: las dos victimo-
lógicas resultan obvias, al sufrir un daño, y también lo sería desde la
perspectiva jurídica ya que el titular del bien jurídico protegido –pro-
piedad del coche– le pertenece; B sería víctima de acuerdo con las con-
creciones victimológica general –hay un daño generado por una acción
(robar)– y criminal –existe un hecho antisocial no siendo el titular del
derecho vulnerado– pero no contempla los caracteres necesarios para
104 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

ser víctima desde la perspectiva jurídica –ostenta sólo la posesión tem-


poral del vehículo, no la titularidad, la cual le corresponde a A–.
Así pues, de las tres definiciones características no cabe decantarse
por una u otra a priori debiendo ser la propia investigación que se inicie
la que delimite el sentido victimal. No obstante lo anterior, la práctica
ha demostrado que acotar la victimológica general conlleva ampliar en
exceso el ámbito operativo victimal, soliendo recurrirse mayoritariamen-
te a la victimológica criminal o la jurídica. Tradicionalmente ha gozado
de una mayor atención la última, lo cual restringe en exceso el objeto de
la investigación, si bien, por el contrario, permite aunar criterios con el
Derecho Penal y, en particular, la definición de delito. Sin embargo, de un
tiempo a esta parte, la doctrina victimológica viene recurriendo al con-
cepto victimológico criminal en un claro intento de no reducir el objeto
victimal única y exclusivamente al sujeto pasivo del delito y en un claro
propósito de considerar a la Victimología como un campo propio que
no dependa del Derecho Penal, algo que parece lo más idóneo hoy día
para entender, incluso, la génesis del delito desde una perspectiva victi-
mal –piénsese, en el ejemplo anterior de la sustracción del vehículo si se
centra la investigación únicamente en el sujeto pasivo del delito y no en el
perjudicado–. En definitiva, sea como fuere, cualquier investigación que
se inicie al respecto debe contar con una delimitación conceptual en la
que se aclare el concepto victimológico seguido si bien la más operativa
de todas puede resultar, hoy día, la victimológica criminal.

II. DELITO, CRIMEN Y VÍCTIMA

Una vez delimitado el concepto de víctima conviene concretar


las distintas hipótesis en las que puede apreciarse. En este sentido,
Rodríguez Manzanera ha sido el principal autor que se ha encargado
del estudio de las tres variables citadas.
Antes de conjugarlas y delimitar las posibilidades de interrelación
existentes, conviene recordar el contenido de los conceptos que se van
a trabajar:
— Delito. Hay que identificarlo con el artículo 10 del Código
Penal español que lo define como “toda aquella acción u omisión, do-
losa o imprudente, penada por la Ley”.
— Crimen. La Criminología no se centra únicamente en el delito
en los términos penales referidos sino que aboga por una dimensión más
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 105

amplia por lo que incorpora la acepción crimen, identificándolo como


aquel hecho que genera un daño que atenta contra un bien común que
afecta a los valores reconocidos y aceptados por la sociedad, no siendo
necesariamente constitutivo de delito. Como puede comprobarse, se tra-
ta de un concepto muy subjetivo que varía según la época histórica en la
que nos encontremos llegando a configurarse incluso como la antesala
de futuros comportamientos delictivos. Por ejemplo, la prostitución sería
un crimen ya que si bien su ejercicio de manera libre y consentida se en-
cuentra permitido no es menos cierto que genera un mundo de conduc-
tas antisociales en donde las coacciones, amenazas, marginación (…) se
encuentran muy relacionadas; o el propio supuesto de aborto o el simple
suicidio, para los que existen partidarios y detractores.
Por último, lo que sí debe tenerse muy claro es que si hay delito
necesariamente va a haber crimen social –el delito lo lleva implíci-
to– mientras que el fenómeno contrario; esto es, cuando hay crimen
no tiene por qué haber delito.
— Víctima. Podría recurrirse a cualquiera de las definiciones
planteadas en el epígrafe anterior, si bien se optará inicialmente por
seguir la jurídica ya que vislumbrándose esa las demás se apreciarán
y, en el caso de que no sea posible, se irá bajando de nivel –victimoló-
gica criminal y, en su defecto, general–.
Así pues, delimitadas las variables enunciadas se procede a formu-
lar las posibles hipótesis que pueden encontrarse en la práctica:
A) ¿Puede haber delito –y por ende crimen– sin víctima? La res-
puesta debe ser necesariamente negativa43 ya que en el momento en
el que un hecho se configura como delito ha de haber un bien jurídico
protegido detrás, el cual será más o menos tangible, pero siempre ten-
drá una tutela. Semejantes objetos de protección podrán quedar más o
menos definidos, ser más o menos concretos o difusos pero siempre hay
un interés a proteger. En este sentido, piénsese que el Código Penal no
43
De manera contraria a esta opción se han mostrado algunos autores como
por ejemplo, Rodríguez Manzanera, para quien sí es posible toda vez que hay delitos
sin víctima ya que nadie es perjudicado ni dañado o no podría clarificarse quien es el
detentador del derecho vulnerado. Entre los ejemplos que señala se encuentra el del
tráfico de drogas en virtud del cual hay dos sujetos que deciden vender y comprar la
droga no considerándose ninguno ni delincuente ni víctima. Sin embargo esta tesis
no la considero correcta ya que, tomando las propias palabras del autor cuando de-
sarrolla el supuesto del crimen sin víctima, considera que hay un crimen cuando la
colectividad regula ese supuesto y se victimiza a uno de sus miembros.
106 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

deja de ser una Constitución en negativo; esto es, la Constitución recoge


derechos y libertades mientras el Código Penal lo que hace es castigar
las conductas que los vulneran –derecho a la vida vs homicidio o asesi-
nato; derecho a la integridad física vs delito de lesiones (…)–.
Por ejemplo, en el delito de homicidio, siempre habrá un sujeto pa-
sivo –el fallecido–; en las lesiones –el lesionado–; ¿y en los delitos contra
el medio ambiente? También habrá una víctima, el bien jurídico prote-
gido, siquiera de manera difusa pues se trata del propio medio ambien-
te en sí pero que tiene una vinculación directa con los ciudadanos para
el normal desarrollo de la persona; o los delitos de tráfico de drogas,
donde lo protegido es la salud pública, vinculada a la concreta salud de
las personas. La problemática de estos dos últimos ejemplos, sobre todo
el del tráfico de drogas, radica en que se trata de una víctima simbólica.
Piénsese, por ejemplo, en la persona que compra a otra una cantidad
de cocaína para su consumo, ¿puede ser considerado el consumidor
víctima de la venta? La respuesta debe ser negativa ya que lo hace de
manera libre y consentida pero sin embargo comprende un hecho de-
lictivo en el que se vulnera el bien jurídico antes referido por lo que se
trataría de un supuesto completamente difuso; o piénsese en los delitos
de peligro abstracto donde no se ha creado un riesgo concreto sino una
presunción de puesta en peligro hipotética de los objetos tutelados.
B) ¿Puede haber crimen –se excluye el delito– sin víctima? Si se
parte de la noción jurídica de víctima, la respuesta es clara: resulta
imposible, ya que al no haber delito no existe sujeto pasivo. Ahora
bien, eliminada semejante opción, toda vez que la propia definición
de crimen integra un hecho antisocial debe negarse también la citada
hipótesis ya que, al menos existe una víctima: la comunidad, que es la
que se ha encargado de otorgar el calificativo contrario a las normas
sociales. En palabras de Rodríguez Manzanera, si la conducta antiso-
cial agrede el bien común, y éste es aquél que siendo bien de la colec-
tividad es a la vez bien de cada uno de sus miembros, es incontestable
que el ataque al bien común victimiza a cada componente del grupo.
C) ¿Puede haber víctima sin delito –pero con crimen–? La respues-
ta a esta cuestión es muy simple ya que depende del concepto victimal
empleado. Obviamente, si se opta por el concepto jurídico la respues-
ta es negativa porque delito y sujeto pasivo van de la mano; si se aboga
por el criterio victimológico criminal nada impide su presencia siem-
pre que exista un hecho antisocial no constitutivo de delito –piénsese,
por ejemplo, en una infracción administrativa–; y menores problemas
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 107

presenta la opción victimológica general ya que permitiría la inclusión


de hechos que ni siquiera reunieran la consideración de antisociales
siempre y cuando se derivara de ellos un daño –piénsese, por ejemplo,
un evento deportivo en el que chocan dos jugadores resultando uno de
ellos con una brecha en la cabeza–.
D) ¿Puede haber víctima sin crimen –y, por ende, sin delito–? Esta
cuarta hipótesis resulta más compleja que las anteriores si bien, de ini-
cio, caben descartarse la hipótesis de la víctima jurídica, por no existir
delito, y la victimológica criminal por no existir conducta antisocial.
La única opción posible sería reconducirlo en virtud de la descripción
victimológica general, para la cual no hay inconveniente alguno.
Se trataría simplemente de buscar situaciones en las que se genera-
ra un daño carente de lesividad social. En este sentido, pueden traerse
a colación los supuestos, por ejemplo, del estado de necesidad –persona
que sufre la picadura de una serpiente, se le empieza a gangrenar la
pierna y para evitar el contagio y posterior muerte un tercero se la am-
puta–, o el caso, referido anteriormente, de los deportistas que chocan
durante la disputa de un balón resultando uno de ellos lesionado.
No obstante lo anterior, Rodríguez Manzanera incluye igualmente
otras hipótesis para resolver esta cuarta pregunta:
i) Supuestos en los que no existe intervención humana. Incluiría los
casos de desastres naturales –terremotos, inundaciones, huracanes, de-
rrumbes (…)– y ataques de animales o agentes biológicos. Sobre todas
conviene incidir expresamente que no cabe intervención humana po-
sible ni por acción ni por omisión pues en tal caso respondería el in-
dividuo, siquiera por imprudencia. Piénsese, por ejemplo, en el dueño
de un perro peligroso que no adopta las normas mínimas de cuidado
exigibles escapándose el animal y atacando a una persona; el ingenie-
ro que no diseña adecuadamente una presa produciéndose filtraciones
que dan origen a una inundación con resultados mortales; etc.
ii) Autovictimización, por no incluir conductas antisociales en sí
sino hechos derivados única y exclusivamente a la responsabilidad –o
en algunos casos también a la irresponsabilidad– del propio sujeto.
Piénsese en las autolesiones –por ejemplo, el uso de cilicios en deter-
minadas religiones–, en la imprudencia del que se mete en el mar sin
saber nadar, etc.
E) ¿Puede haber víctima sin crimen pero con delito? Pese a que
inicialmente la hipótesis de un crimen sin delito se rechazó –y así se
108 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

va a mantener por las razones ya expuestas–, algún autor, como es el


caso de Rodríguez Manzanera, sí lo contempla en el caso en que la
acción no cause un daño social pero esté tipificada como delito, po-
niendo el ejemplo de la evasión de impuestos cuando el gobierno se
encuentra corrompido y utiliza el dinero recabado en beneficio perso-
nal de sus miembros, debiendo considerar víctimas a los funcionarios
que dejaran de enriquecerse.

En mi opinión, como ya he manifestado, integra una posibilidad


que no debe acontecer en la práctica ya que todo delito lleva consigo
la vulneración de un objeto tutelado ya que la sociedad ha demandado
semejante protección, de ahí que la hipótesis citada sea impensable en
sociedades democráticas avanzadas.

En general, y como resumen de las hipótesis planteadas, la con-


figuración de la pregunta y su correspondiente respuesta quedarían
representadas para cada uno de los supuestos de la siguiente forma:

Cuadro 1
Relaciones entre la víctima, el delito y el crimen
Presencia (●)/ Ausencia (○)
de los elementos Respuesta en base a la posible exis-
Supuesto en la configuración de las hipótesis tencia o no del supuesto planteado*
VÍCTIMA DELITO CRIMEN
No es posible la ausencia de víctima
ante la existencia de los otros dos
A ○ ● ●
componentes para ninguno de los
tres supuestos.
No es posible crimen sin víctima, so-
B ○ ○ ● bre todo si atendemos a dicho sujeto
pasivo como colectividad.
Mientras que al no existir delito no
sería posible aceptar el concepto de
C ● ○ ● víctima desde la vertiente jurídico-
penal, las otras dos posturas sí admi-
tirían su contemplación.
Únicamente aceptada por la victimo-
D ● ○ ○ lógica general (supuestos de catástro-
fes naturales, autovictimización, etc.)
E ● ● ○ Inadmisible.

**
La respuesta dependerá en todo caso de la definición de víctima que se comprenda; esto es,
la defendida por la postura jurídico-penal, victimológica criminal o victimológica general.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 109

En definitiva, se aprecia en el cuadro que, mientras las hipótesis


planteadas por la interrelación entre los tres elementos suelen ser fá-
cilmente rechazables desde la perspectiva jurídico-penal, las posturas
más flexibles de la victimológica criminal y general sí que admitirían
un mayor número de supuestos.

III. LA VICTIMIZACIÓN: PROCESOS Y TIPOS

1. El proceso de victimización

Tal y como se mencionó en el Capítulo Primero, con la acepción


de victimización se haría referencia al cambio en un estado inicial que
conlleva para la persona o colectivo concreto la adquisición del rol
de víctima. Generalmente, la también denominada victimización, se
identifica con un proceso general más que con un hecho aislado; esto
es, con una concepción multidimensional de la citada y mantenida
transformación en víctima, y no solo atendiendo a la contextualiza-
ción espacio-temporal de la acción de delincuente.
Con todo ello se pretende advertir que el proceso de victimiza-
ción constituye un entramado de complejos factores que interactúan
y conforman, no sólo las secuelas que el propio suceso criminal pu-
dieran suponer, lo que enlazaría con la acepción de `victimar´ o ac-
ción aislada empleada por el ofensor y estudiada en el tema previo,
sino que además incluiría todos aquellos elementos que, como conse-
cuencia de la acción ilícita o antisocial ejercida por tercero, pudieran
desprenderse.
Entre tales aspectos destacarían fundamentalmente dos tipos
de consecuencias: a) las secuelas psicológicas, propias del hecho de
victimización o el impacto traumático que la propia acción delictiva
sobre la figura de la víctima (trastorno de estrés postraumático, de-
presión, ansiedad, etc.); y b) las relativas al sistema socio-político; es
decir, elementos que, sin ser intrínsecos a la persona repercutirían en
su bienestar posterior. Se distinguen dentro de este segundo grupo de
elementos aquellos referentes a la estabilidad económica-laboral, la
existencia de vínculos y apoyo social, y las concernientes a la propia
Administración de Justicia.
110 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Este último aspecto cobra especial relevancia si se atiende a la


importancia del Sistema Judicial en la rehabilitación victimal, expec-
tativa ciudadana que en su mayoría queda por la falta o descuido del
propio Derecho en el tratamiento de las víctimas. Así por ejemplo, la
incoación del proceso mediante denuncia queda en muchas ocasio-
nes supeditada a la mínima información recibida por la parte de la
persona afectada, motivo que, unido a la escasa confianza en el sis-
tema, repercutiría a su vez en el conocimiento oficial de las tasas de
victimización.
Del mismo modo, y ya interpuesta la denuncia, la víctima durante
el proceso de enjuiciamiento podría sufrir futuras victimizaciones re-
lacionadas entre otras con la escasez y descuido asistencial, con la fal-
ta de cobertura económica desde el ámbito civil o bien, el encontrarse
con el propio imputado en el momento de la declaración, motivo que
incuestionablemente le haría revivir los acontecimientos traumáticos.
Se trata de un conjunto de aspectos que, como se tratará a continua-
ción, responde a un tipo de consecuencias resultado de la que venía
a considerarse hasta el momento como la principal secuela de la víc-
tima; esto es, a partir del hecho criminal –considerado fuente de la
primera victimización–, la víctima se enfrenta a nuevas y sucesivas
victimizaciones que quedarían indirectamente favorecidas por la ac-
ción criminal (victimización secundaria).
Unido a todo ello, no es de extrañar que algunos sujetos por sus
especiales condiciones se caractericen por una mayor probabilidad
a sufrir determinados ilícitos. Tal sería el caso del abuso sexual de
menores, las agresiones sexuales contra mujeres, los ancianos por su
condición de indefensión, o determinados grupos minoritarios, entre
otros colectivos. Se trataría en general de un conjunto de víctimas vul-
nerables que, tal y como indica Marchiori ‹‹no perciben el peligro de
la agresión ni tienen posibilidad de reaccionar y defenderse, son víc-
timas absolutamente indefensas y por ello padecen los mayores su-
frimientos individuales y familiares (…). La crueldad e insensibilidad
del delincuente está totalmente relacionada con las características de
vulnerabilidad de las víctimas›› (MARCHIORI, 2009).
En general, y de lo dicho hasta el momento, el proceso de victimi-
zación podría representarse del siguiente modo44:
44
Baste señalar que los ejemplos incluidos dentro de la victimización secun-
daria son anecdóticos, pudiendo nombrar a su vez bajo este tipo de victimización
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 111

Figura 1
PROCESO DE VICTIMIZACIÓN
Persona/
Colectivo Víctima Víctima

Vulnerabilidad Hecho Carencia Contacto con


especial de criminal asistencial agresor en juicio
menores,
ancianos, mujeres, Victimización Victimización
minorías,… primaria secundaria

Acciones aisladas (`victimar´) que configuran y


afianzan el proceso de victimización

Así pues, y atendiendo a las características esenciales del proceso


de victimización, podrían señalarse los siguientes aspectos como defi-
nitorios del mismo:
— La aparición de un conjunto de secuelas en la figura de la víc-
tima tras la experiencia, obviamente negativa, de un hecho
traumático. En cualquier caso el resultado de dicho aconteci-
miento pudiera o no responder a un acto criminal; esto es, se
entienden también dentro de esta categoría las acciones anti-
sociales no penadas, catástrofes naturales, etc.
— Las consecuencias pueden ser experimentadas tanto de mane-
ra directa como indirecta; es decir, la víctima entendida como
joven violada, como la persona que sufre el hecho criminal,
o bien, repercusión en la madre víctima de una hija agredida
sexualmente. Dicha experiencia indirecta se visualiza común-
mente en los supuestos de terrorismo.
— Fenómeno complejo y multicausal donde intervienen multi-
tud de elementos que condicionan y definen la respuesta del
sujeto como única; esto es, dependiente de su subjetividad y
relacionada con su contexto social, cultural y político.
— Caracterizado por una doble perspectiva, distinguiendo pues:
a) el hecho criminal en sí mismo, entendido este como el con-
junto factores que intervienen en su desarrollo y que precipi-
nuevas acciones criminales ejercidas contra la víctima, o la pésima orientación e
información en el momento de interposición de la denuncia, entre otros aspectos. En
definitiva, se trata de un proceso multidimensional por la confluencia de la diversi-
dad de factores que intervienen en el citado proceso.
112 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

tan la puesta en práctica del comportamiento ilícito (riesgo de


victimización); b) el impacto o secuelas que el mismo deposita
en el sujeto pasivo del delito (vulnerabilidad victimal)45.
Se entiende pues la existencia de una interdependencia entre el
riesgo de victimización y la vulnerabilidad de la víctima en su sentido
directo y positivo; es decir, el riesgo de victimización será mayor cuanto
más vulnerable sea la persona a victimar. En este sentido, robarle el
bolso a una anciana, o agredir a una joven a las dos de la mañana, se-
rían circunstancias de fácil acceso al sujeto pasivo atendiendo tanto a
las características personales de la víctima como al contexto donde se
inserta la situación. En ambos supuestos, la vulnerabilidad victimal se
comprendería bajo la repercusión psicológica que el delito pudiera de-
positar en el sujeto pasivo, enfatizando en cualquier caso dichas conse-
cuencias ante la presencia de desequilibrios emocionales preexistentes
(ECHEBURÚA ODRIOZOLA y GUERRICAECHEBARÍA, 2006).
Respecto a esto último, cabría además señalar que la vulnerabili-
dad de la víctima resulta esencial no solo a efectos de resarcimiento
psicológico, sino que además su consideración no pasa inadvertida
en el tratamiento de las consecuencias generales derivadas de hecho
criminal. Así por ejemplo, los efectos en la cuantificación de los daños
de repercusión indemnizatoria, o la determinación de la pena, son dos
aspectos que quedarían innegablemente vinculados al padecimiento o
secuelas depositadas en la víctima tras el suceso experimentado.
Los factores de vulnerabilidad de la víctima adquieren un papel
decisivo en el análisis del riesgo de victimización46, comportándose
como variables moduladoras de mismo (confluencia de factores biop-
sicosociales y estrategias de afrontamiento personales). En este sen-
tido, y a modo de aclaración, habría que diferenciar entre variables
predisponentes (mayor susceptibilidad personal, experiencias previas
de sintomatología ansiosa, niveles basales de estrés), precipitadoras
(fuente desencadenante de ciertas secuelas, patológica o no, en el su-
jeto en cuestión) y mantenedoras (desarrollo de un Trastorno de Estrés
45
La vulnerabilidad victimal comprendería en todo caso los momentos previos
como posteriores a la acción antisocial por cuanto se entiende la misma como un
precipitador de la acción del delincuente así como un indicador de cronificación de
las secuelas depositadas en la víctima, y entendidas estas últimas en su afectación
general del comportamiento humano (biológico, psicológico, social,…).
46
Se trata de un aspecto esencial de cara a la instauración de medidas
preventivas.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 113

Postraumático prolongado en el tiempo; es decir, período postraumá-


tico) (GARCÍA-PABLOS DE MOLINA, 2009).
No obstante, y si bien el riesgo de victimización y la vulnerabilidad
victimal son conceptos diferentes, la mayoría de propuestas elabora-
das en la comprensión de las dimensiones generales intervinientes en
el hecho criminal se han desarrollado a partir de la síntesis de am-
bos elementos. En este sentido, se entienden que intervienen en su
determinación los siguientes cinco grupos de factores: i) individuales,
abarcando tanto aspectos relativos a la edad, género o temperamen-
to, como aquellas otras características adquiridas por aprendizaje
y experiencia personal; ii) factores relativos al comportamiento del
ofendido, referidas en su mayoría al estilo de vida del sujeto (contacto
con el agresor, exposición a situaciones de riesgo, etc.); iii) caracte-
rísticas del ofensor, definidas fundamentalmente en sus motivaciones
en la elección de ciertas víctimas, así como en sus consideraciones
en base a la oportunidad de cometer el ilícito; iv) circunstancias es-
paciotemporales, donde se inscriben propiamente las oportunidades
del agresor (ausencia de vigilancia, multitudes para carteristas, aisla-
miento en beneficio de agresores sexuales, etc.); y v) factores sociales,
determinados por la estructura social, los colectivos de pertenencia, o
el establecimiento de vínculos sociales y apoyo emocional, entre otros
aspectos (TAMARIT SUMALLA, 2006).
En esta línea, cabría también mencionar aquellos sucesos delicti-
vos que, destacando por su particular gravedad, suponen en la víctima
el desarrollo de ciertas distorsiones cognitivas que defienden la justi-
ficación de la conducta del ofensor, y la legitimación de su conducta.
Se trataría de una secuela psicopatológica en la que la víctima llega a
autoculpabilizarse del hecho criminal.
Al igual que entraría a formar parte del proceso de victimización
el citado postulado, también lo harían aquel conjunto de víctimas de-
finidas por su provocación y/ o precipitación del suceso punible; esto
es, tanto aquellas que se autoculpabilizan, como aquellas otras que fa-
vorecen la acción de ofensor, entrarían a configurar, si bien en sentido
inverso, las consecuencias del crimen47.
47
Se advierte en estos casos que la responsabilidad de la víctima pudiera tener
importantes consecuencias en el enjuiciamiento de los hechos, siendo en los dos ca-
sos expuestos más beneficiosas para la figura del ofensor; es decir, la primera por no
reconocer comportamiento ilícito alguno en el agresor, y la segunda por demostrarse
su parcial implicación en el hecho imputado al delincuente.
114 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Descritas las características fundamentales del proceso de victi-


mización, y dejando al margen las tipologías victimales como objeto
de tratamiento en temas posteriores, se desarrollan a continuación al-
gunos de los principales modelos teóricos explicativos definitorios del
citado fenómeno. En este sentido, y atendiendo a García-Pablos de
Molina, el estudio y explicación del proceso de victimización se sus-
tentaría en los siguientes tipos de modelos:
A) Interactivos. La génesis de la victimización vendría determi-
nada por la interacción entre la víctima y el victimario, teniendo en
consideración cualquier tipo de provocación del delito suscitada por
parte del sujeto pasivo48.
En este sentido, cabría subrayar que estos modelos hablan de `in-
teracción´ pero no de `relación´, de lo que se entiende la primera de
las acepciones en su sentido aislado o momentáneo ceñido al instante
mismo del hecho criminal. Por su parte, cuando se habla de relación
víctima-agresor, se comprende el conocimiento previo entre las par-
tes, independientemente de que dicha `relación´ incluya a su vez la
`interacción´ entre ambos.
B) De enfrentamiento social. Este segundo modelo comprende
tanto la vulnerabilidad individual como social derivada del hecho de-
lictivo; esto es, las habilidades con las que el individuo habrá de go-
zar para enfrentarse a un medio o entorno social modificado tras el
suceso traumático. En esta línea, se indica que toda aquella persona
concienciada con lo sucedido, que disponga de recursos (sociales, ma-
teriales, psicológicos,…), y que afronte la situación de la manera más
saludable y contractiva posible, será quien verdaderamente no se defi-
na como vulnerable ante sus efectos.
Un ejemplo ilustrativo de este modelo sería el caso de aquel menor
que, tras recibir maltrato de los progenitores pasa a ser derivado a los
Servicios Sociales, siendo estos quienes gestionan con los Juzgados
su guarda y tutela respecto a un tercero. La aplicación del modelo de
enfrentamiento social vendría a responder a las capacidades y habili-
48
Caben aquí mencionar los estudios de Wolfgang sobre la precipitación de
la víctima en los delitos de homicidio, relevantes desde el punto de vista de la moti-
vación del infractor para iniciar el hecho criminal (uso de armas), o los ‹‹ciclos de
victimización›› de Zeigenhaguen, señalando la presencia de los factores psicológi-
cos como responsables de la retroalimentación e interdependencia entre las partes.
Más información en GARCÍA-PABLOS DE MOLINA, A., Tratado de Criminología,
Valencia, 2009, págs. 132 y ss.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 115

dades del menor para adaptarse a una nueva situación consecuencia


del acontecimiento ilícito experimentado.
C) Oportunidad. Los teóricos de la oportunidad abordan la proba-
bilidad de ser victimizado atendiendo a dos perspectivas; a saber:
c1) El modelo del estilo de vida del sujeto. La víctima potencial se
caracteriza en estas situaciones por un estilo de vida arries-
gado e impulsivo, de lo que se desprende la idea de que la
victimización no es un riesgo azaroso sino determinado en
base a las condiciones sociales de cada individuo.
El riesgo de victimización no dependería de factores biológi-
cos o psicológicos, sino sociales o dependiente de la asunción
de un rol, del contacto con ciertos colectivos, de la estructu-
ra social, de la implicación en actividades de alto riesgo, etc.
En definitiva, sería este riesgo de exposición el que lo define
como un sujeto especialmente vulnerable a sufrir determina-
dos ilícitos.
c2) El modelo de las actividades rutinarias. Las tasas de criminali-
dad estarían vinculadas a los patrones de actividad cotidiana
del individuo, y no tanto a factores de origen personal ni so-
cial. Según este modelo, en el proceso de victimización exis-
tiría dentro de un marco especial y temporal concreto vincu-
lado a la convergencia de los siguientes factores; a saber: i)
motivación criminal, incluyendo la posibilidad material de
llevarlo a práctica; ii) existencia de blancos preferentes; iii)
inexistencia de medios de control social preventivos; iv) au-
sencia de una persona cercana al agresor y que le intimidara
o neutralizara en su potencial delictivo; y v) presencia de un
facilitador del crimen.
D) Psicosociales. Sustentadas en las teorías de la Psicología Social
que explican las distorsiones cognitivas como instrumento mediante
los cuales ciertos individuos estigmatizan a la víctima de un hecho
criminal. Se trata de la difusión de creencias erróneas sobre la misma
y en base a las cuales se pretende neutralizar la existencia de ciertas
injusticias (“mundo justo”). Así pues, para estas teorías, el proceso de
victimización respondería a un pensamiento erróneo y colectivo sobre
la figura de la víctima como persona que merecía lo sucedido, culpa-
bilizándola del hecho y redefiniéndola de forma degradante. Se trata
de un tipo de racionalización distorsionada producida por lo general
sobre colectivos marginales (prostitutas, drogadictos,…).
116 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Respecto a estas últimas teorías, la reacción social a la justifica-


ción también podría considerarse opuesta; esto es, igual que algunos
ciudadanos difunden sus creencias irracionales sobre la legitimación
de la acción del infractor sobre la víctima, otros muchos promueven
y favorecen la puesta en práctica de actitudes sancionadoras para el
victimario y de medidas asistenciales hacia la víctima. Ello sucede
normalmente cuando las consecuencias de proceso de victimización
resultan dramáticas o alarmantes a nivel social, impulsando en todo
caso movilizaciones reivindicativas de los derechos de las víctimas
(victimización de menores, terrorismo indiscriminado, etc.). Es en
esta segunda visión de la teoría del mundo justo cuando su identifi-
cación se hace evidente con un sistema de Justicia penal que, siendo
retributivo en su justa medida, no pasará inadvertido a las propuestas
restauradoras reclamadas por la mayoría de ciuadanos.
En general, y como se ha podido apreciar, el proceso de victimiza-
ción abarca mucho más que la mera relación entre víctima y victima-
rio, relación que, como se estudiará en el capítulo quinto, únicamente
supone una parte del complejo fenómeno de victimación. Se entende-
ría pues iniciada dicha relación a partir del acontecimiento criminal,
independientemente de que previamente existieran nexos de conexión
entre ambas partes no consideradas antisociales; es decir, se defini-
ría esta acción inicial como el proceso de victimización primaria o
momento en el que una persona, de manera directa o indirecta, sufre
los efectos nocivos del hecho traumático, entendido este en el sentido
amplio de la acepción (delito o no).
Conforme a ello, no debe dejar de entenderse el posible riesgo a
sufrir victimizaciones por el mismo u otro agresor; esto es, no se esta-
blece en exclusividad la denominación de `victimización secundaria´
a todos aquellos efectos producto de la acción criminal donde el ofen-
sor ya deja de intervenir, sino que se entiende que el mismo también
pudiera tener cabida en futuras victimizaciones. Piénsese el caso en
que por un descuido del policía en el Juzgado el agresor golpea de
nuevo a la víctima en el instante en que iba a prestar declaración.
Finalizado las concepciones básicas atribuidas al proceso de vic-
timización, se desarrollan a continuación los tipos de victimización
comúnmente aceptados, para explicar seguidamente los principales
cometidos, y tareas más ambiciosas, de la Victimología actual; a sa-
ber, el resarcimiento del daño en la persona ofendida, el proceso de
desvictimización.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 117

2. Tipos de victimización

Como se acaba de referir, la victimización comprende todo aquel


proceso en virtud del cual una persona o grupo llega a convertirse en
víctima. Semejante definición resulta pacífica en la doctrina si bien
no lo es tanto los diversos tipos de victimización existentes, sobre los
cuales se han llegado a configurar en la actualidad hasta tres catego-
rías –primaria, secundaria y terciaria– si bien entiendo que no es del
todo correcto ya que, en esta materia más que en otras, han existi-
do determinadas prisas por incorporar tipologías no quedando ade-
cuadamente delimitadas; esto es, mientras la victimización primaria
y secundaria comprenden unos postulados consolidados, la terciaria,
pese a los intentos de reconocimiento existentes, no deja de ser más
que un cúmulo de opiniones sin un criterio definido basado, funda-
mentalmente, en el ímpetu del avance victimológico, el cual, en esta
ocasión debe resultar más pausado.
Así pues, antes de entrar a analizar las tipologías existentes, con-
viene resaltar que la terminología “tipos de victimización” no es, ni
mucho menos, reciente ya que en 1964 Sellin y Wolfgang ya se refi-
rieron a ella, siquiera en otros términos a los empleados hoy día, al
establecer su tipología victimal basada en la relación víctima-victima-
rio y, en particular, a la persona sobre la que recae. A tal efecto, iden-
tificaron la victimización primaria con la víctima individual que sufre
un daño generado por un tercero; secundaria, relativa a una víctima
impersonal, comercial o colectiva; y terciaria, donde se incluirían los
supuestos de víctimas difusas y generalizadas49.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, se ha modulado el conte-
nido de los mencionados vocablos para describir situaciones específi-
cas de victimización según el mecanismo empleado. En este sentido,
pese a la extensa literatura existente sobre la materia creo muy ade-
cuado traer a colación las definiciones realizadas por García-Pablos
respecto de la victimización primaria y secundaria, ya que, como refe-
ría anteriormente, se trata de conceptos consolidados, debiendo desa-
rrollar la terciaria por las motivaciones que describiré:
49
La clasificación de Sellin y Wolfgang se completa con las categorías mutua
–ambos participantes son criminal y víctima a la vez, siendo lo más habitual la reali-
zación de actos consensuados– y no victimización –más próxima a la figura del ofen-
sor que a la víctima, algo que Rodríguez Manzanera asocia al crimen sin víctima–.
118 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

A) Victimización primaria. Se identifica con el proceso por el que


una persona sufre, de modo directo o indirecto, los efectos nocivos
derivados del delito o hecho traumático, independientemente de su
naturaleza material o psíquica; esto es, incluiría el proceso de victi-
mización en sí generado por el propio delito o crimen. Landrove Díaz
sistematizó muy bien sus efectos: severo impacto psicológico que in-
crementa el daño físico o material del delito, impotencia ante la agre-
sión, miedo a que se repita, producción de ansiedad, angustia o aba-
timiento, surgimiento de sensación de culpabilidad, lo que repercute
en los hábitos del sujeto alterando su capacidad de relación. Si a eso
además se añade la respuesta social hacia la víctima, la cual no siem-
pre es solidaria, genera más aislamiento.
B) Victimización secundaria. Abarca los costes personales deriva-
dos de la intervención del sistema legal que, paradójicamente, incre-
menta los padecimientos de la víctima. Por ejemplo, el interrogatorio
policial, el dolor causado al revivir el delito sufrido al declarar ante el
Juez, el reencuentro con el agresor al acudir al Juzgado, el sentimien-
to de humillación experimentado en el juicio si la defensa del acusado
argumenta que la responsabilidad recae en ella (…). Landrove Díaz va
incluso más allá al señalar, de acuerdo con lo anterior, la víctima pue-
de sentir que está perdiendo el tiempo, malgastando el dinero, sufre
incomprensiones derivadas de la excesiva burocratización del sistema
o, simplemente, sus pretensiones resultan ignoradas. Todo esto si no se
producen prácticas “dudosas” tendentes a tratar a las víctimas como
acusadas y sufrir la falta de tacto o la incredulidad de determinados
profesionales. Piénsese, por ejemplo, en aquéllas en las que el abogado
defensor intenta tergiversar el testimonio de la víctima para lograr que
no se trate de una agresión sexual con acceso carnal sino de un hecho
consentido por las partes, logrando así la absolución de su defendido.
La diferencia entre victimización primaria y secundaria radica en
que aquélla procede del mismo delito en sí mientras ésta resulta una
consecuencia negativa del propio sistema tendente a aclarar la inves-
tigación de los hechos y el posterior proceso penal orientado a deter-
minar la inocencia o culpabilidad del imputado.
C) Victimización terciaria. Ya se ha referido que no existe un crite-
rio unánime al respecto sino una suma de construcciones conceptua-
les que, en muchos casos, no presentan vinculación unas con otras.
En este sentido, para demostrar lo que acabo de afirmar, se procede a
englobar las definiciones más representativas:
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 119

c1) Vinculadas al delincuente. Landrove Díaz ha sido uno de los


principales defensores de semejante corriente en virtud de la
cual se produciría la victimización del victimario desde una
perspectiva institucional; esto es, se convertiría en víctima de
unas estructuras sociales injustas que le abocarían indefecti-
blemente a la comisión de hechos delictivos a través de los
que intentaría librarse de la marginación, la cual le impedi-
ría recurrir a medios legítimos de emancipación. Se trataría
de sujetos para los que el aparato estatal tendría reservada
toda su naturaleza represiva, siendo ahí donde se generaría
la verdadera victimización carcelaria donde, además de su-
frir una privación de libertad, padecen sus desoladoras con-
secuencias. En cualquier caso, a modo de síntesis, Landrove
Díaz refiere cuatro grandes ámbitos de victimización de de-
lincuentes por la maquinaria de la justicia penal:
c1.1) Ámbito legislativo. Procedería de las propias leyes pena-
les, cada vez más abundantes, complejas y represivas,
que no hacen sino victimizar a un mayor número de per-
sonas. Ejemplos en el Código Penal español pueden en-
contrarse por doquier si bien en la actualidad podría des-
tacarse el ámbito de los delitos contra la seguridad vial.
c1.2) Esfera policial. Se vincula a los supuestos de bruta-
lidad, corrupción e ineficacia policial que, en oca-
siones, genera violaciones de los derechos humanos
–piénsese, por ejemplo, en la tortura–.
c1.3) Ámbito judicial. Incluiría los errores judiciales que
condenan a un inocente, la lentitud judicial –piénsese
en el sujeto que, pasados seis años desde la comisión
de un delito y una vez adaptado a la vida social reci-
be la comunicación de que ha sido condenado y debe
ingresar en prisión–, la burocratización de la justicia
o las influencias políticas o económicas de los jueces.
Semejante victimización judicial alcanza cotas intole-
rables en determinados países.
c1.4) Plano ejecutivo. Independientemente de la posible
aplicación, en algunos países de la pena de muerte, in-
tegraría la victimización carcelaria, producido por una
escasa imaginación del legislador y una ausencia de al-
ternativas a la pena privativa de libertad que no hacen
120 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

sino convertir la prisión en un siniestro pudridero de


seres humanos en donde el hacinamiento, los tratos
vejatorios, la dudosa alimentación, las consecuencias
psicológicas del propio encarcelamiento (despersona-
lización, perdida de autoestima), los efectos destruc-
tores del ocio al que se ven forzados los reclusos, las
agresiones sexuales, las violencias e intimidaciones de
todo tipo, la circulación de drogas (…) no hacen sino
favorecer el marco de victimización del delincuente50.
También se ha identificado la victimización terciaria con los
padecimientos físicos y psicológicos sufridos por la familia
del delincuente debido a la condena social a la que deben ha-
cer frente debido a su vinculación familiar con el victimario.
Por su parte, semejante victimización del victimario no con-
cluiría ahí, ya que una vez superado el período carcelario,
debe enfrentarse a la victimización postpenitenciaria; esto
es, tras haber superado la nocividad intrínseca de la prisión
y el contagio criminógeno sufrido se encuentra un nuevo in-
conveniente extra muros: una sociedad cerrada, egoísta y
con prejuicios que no duda en usar contra el ex recluso sus
antecedentes penales negándole un puesto de trabajo, la im-
posición de condiciones laborales leoninas (…) convirtiéndo-
se en una víctima sumisa y cooperante.
c2) Asociada a la víctima o su entorno. Cabría destacar las si-
guientes concreciones:
c2.1) Los familiares o círculo de amistades próximo a la
víctima que sufren un daño de naturaleza emocional
por todo lo que se encuentra soportando la víctima.
c2.2) Terceras personas que no padecieron el proceso victi-
mal de manera directa sino como testigos presentan-
do secuelas derivadas del hecho victimal. Existe un
debate entre los partidarios de semejante opción ya
que algunos autores lo consideran victimización ter-
ciaria mientras otros la califican como victimización
primaria indirecta.
50
Semejante realidad carcelaria no es la que en la actualidad, ni de un tiempo
a esta parte, se vive en los Centros Penitenciarios españoles, donde me atrevería a de-
cir que salvo el problema de las drogas, el cual no es un secreto sino una realidad, no
existen casos, salvo alguno puntual. Sin embargo, desgraciadamente, sí que se trata
de una realidad en las cárceles de otros países.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 121

c3) Posición mixta. Tamarit Sumalla y García-Pablos la identifican


con el conjunto de costes de la penalización sobre quien la so-
porta personalmente o sobre terceros, y tendría que ver con la
premisa lógica de que los costes del delito sobre las personas y
la sociedad deben ser ponderados con los costes de la penaliza-
ción del infractor para él mismo, terceros o la propia sociedad.
En otras palabras acontecería en un momento ulterior a la se-
cundaria asociándose a la reacción de la comunidad y el modo
en que lo experimenta la víctima. Por ejemplo, piénsese en el
terrorismo, una vez que un terrorista es excarcelado por haber
cumplido la pena de prisión acordada vuelve a la vida en socie-
dad siendo aclamado con honores, como si de un héroe se trata-
ra, por un sector social, mientras la víctima sufre el aislamiento
y el rechazo social hasta el punto de no poder celebrar pública y
dignamente el duelo por sus feudos.

Así pues, de acuerdo con lo anterior, entiendo que los conceptos de


victimización primaria y secundaria no revisten ninguna complejidad
por lo que deben focalizarse como los efectos producidos del hecho
ilícito en sí y los derivados del contacto de la víctima con las institu-
ciones destinadas a la investigación y sanción del hecho delictivo, res-
pectivamente. Sin embargo, la concreción del término victimización
terciaria no resulta del todo adecuada debiendo reflexionar y profun-
dizar aún más la doctrina victimológica para dotar de un contenido
adecuado al citado vocablo. En mi opinión, debiera quedar configura-
do de acuerdo a las siguientes premisas:

i) No cabría vincularla al delincuente ya que desempeña el rol de


victimario y, si bien es cierto que puede sufrir actos no desea-
dos durante su estancia en prisión, tampoco conviene olvidar
los mecanismos de denuncia con los que cuenta, al igual que
cualquier ciudadano, produciéndose una victimización por un
hecho ilícito acontecido en el ámbito penitenciario, no como
una consecuencia derivada de la estigmatización de la propia
prisión. Es más, sería más lógico recurrir a la citada termino-
logía para agrupar a los familiares del delincuente que quedan
etiquetados por la sociedad debido al comportamiento del vic-
timario, si bien tampoco entiendo que sea la solución adecuada
ya que todo proviene de la acción del delincuente y lo que aquí
se enuncian son simplemente los efectos derivados del delito.
122 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

ii) Tampoco comparto las tesis derivadas de la víctima o allega-


dos en tanto la hipótesis de la víctima-testigo creo que debe
incluirse como victimización primaria indirecta mientras que
extender el supuesto a los familiares de la víctima no deja de
ser sino una ampliación extensa, en cuanto al número de per-
sonas, que no hace sino caer en la indeterminación propia del
concepto victimológico general de víctima.
iii) Por el contrario, sí entiendo adecuada la teoría mixta suscrita
entre otros por Tamarit Sumalla y García-Pablos de vincular la
victimización terciaria a un momento posterior de la secunda-
ria, al igual que sucedía entre ésta y la primaria, creando una
secuencia de victimización lógica, que acontecería sobre la re-
acción de la comunidad ante el cumplimiento de una sanción
y la repercusión que semejantes hechos tienen en la víctima.

Por último, incidir en que, si bien la terminología más recurrida es


aquella que distingue entre victimización primaria, secundaria y ter-
ciaria, existen diversos autores que abogan por emplear otras deno-
minaciones. Así, por ejemplo, Rodríguez Manzanera ha reconocido la
existencia de una victimización directa y otra indirecta, comprendien-
do la primera aquélla en contra de la víctima en sí o, en otras pala-
bras, la agresión que recae inmediatamente sobre la víctima; mientras
la segunda engloba aquellas consecuencias derivadas de la primera,
recayendo sobre las personas que presentan una estrecha relación con
el agredido. No obstante, si se verifica el contenido de ambas catego-
rías puede comprobarse como la directa se identifica con la primaria
y la indirecta con la secundaria por lo que se trataría simplemente de
un cambio en la denominación pero no de contenido.

IV. PROCESO DE DESVICTIMIZACIÓN

Al contrario del proceso de victimización, entendido tanto por los


mecanismos y variables mediante las cuales una persona llega a con-
vertirse en víctima (vulnerabilidad víctimal), así como por el impacto
o secuelas traumáticas consecuentes del mismo, el proceso de des-
victimización atiende a la recuperación global de la persona tras el
hecho criminal.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 123

1. Conceptualización

La desvictimización es el proceso de restitución o resarcimiento


del impacto o secuelas que el hecho criminal haya podido generar en
la figura de la víctima. Dicha reparación es uno de los objetivos funda-
mentales, si no el que más, de la disciplina victimológica.
Se trata de un proceso complejo y multicausal, caracterizado por
la intervención de muy diversos factores, y sobre el cual que se sus-
tentan la construcción de nuevas políticas de apoyo y asistencia a los
sujetos damnificados por dichos actos criminales51.
En esta línea, podría decirse que tiene en cuenta el grado de victi-
midad o conjunto de factores que, desde una triple perspectiva (bioló-
gica, social y psicológica), pudieran repercutir en la victimización del
sujeto, en su propensión a sufrir determinados hechos delictivos; esto
es, el proceso de desvictimización se relacionaría con el estudio tales
características una vez el hecho criminal acontezca, pues en definitiva
planteará métodos preventivos para evitar situaciones semejantes en
un futuro.
Actúa sobre las consecuencias de ser víctima, rebajando las secue-
las del hecho traumático y reduciendo el posible impacto provocado
por el mismo. En este sentido, cabría señalar que las respuestas y con-
secuencias ante un hecho criminal son muy diversas entre los indi-
viduos victimizados, pudiendo diferenciar casos donde incluso dicho
impacto pasa inadvertido, de aquellos otros donde la cronicidad hace
que el propio suceso condicione la forma de vivir del sujeto.
En este sentido, indica Baca Baldomero que al igual que sucede
en el proceso de victimización o de “construcción de la identidad de
la víctima”, debiera emplearse su similitud con el modelo médico de
enfermedad en el tratamiento o intervención del individuo víctima de
un delito (BACA BALDOMERO, 2006).
Continúa el citado autor refiriendo que si bien la enfermedad es
un riesgo que pudiera afectar a cualquiera, el ser víctima también es
un riesgo potencial que pudiera acontecer sobre cualquier individuo,
51
Señalar que en cualquier caso debieran también considerarse supuestos de
actos antisociales no tipificados, complejo supuesto por no conocer más que los ac-
tos delictivos propiamente dichos cuando son denunciados y, en todo caso, respon-
der exclusivamente a preceptos legales.
124 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

entendiendo pues que los medios empleados para la subsanación de


uno y otro caso debieran igualmente cubrir ambas necesidades. Del
mismo modo, la afectación de la rutina habitual del sujeto, el deterio-
ro de ciertos vínculos sociales, o su búsqueda de ayuda en determi-
nados organismos públicos, son aspectos que pudieran considerarse
comunes. Ahora bien, ¿es verdaderamente igualitario el tratamiento
recibido por cada uno de ellos?

Evidentemente no se puede asemejar toda víctima a todo enfer-


mo, pues no en todos los casos la primera correría los riesgos que el
segundo experimenta; no obstante, sí que existen ciertos casos de vic-
timización que verdaderamente pudieran dar lugar a patologías men-
tales, siendo en estas ocasiones cuando las medidas aquí demandadas
debieran de verse igualmente ofertadas.

No es un hecho real en la práctica que la víctima sea cubierta con


las necesidades del enfermo, pero si es cierto que su impacto tras de-
terminados hechos criminales pudieran suponer tal demanda.

En definitiva, el proceso de desvictimización supone uno de los


grandes retos de la Victimología actual, y ya no tanto por cuestionar
las secuelas que un hecho traumático pudiera dejar en la figura de la
víctima, sino por la necesidad de promover políticas asistenciales a
favor de las mismas.

2. Características definitorias

Como se acaba de referir, el proceso de desvictimización supo-


ne una ardua y compleja tarea por cuanto se consideran innumera-
bles tanto la cantidad como diversidad de variables que influyen en
la restitución del daño causado (solvencia económica, apoyo familiar,
respuesta del sistema, ayuda de profesionales, capacidad personal de
afrontamiento, etc.).

Dada la extensión que supone la denominación y desarrollo de


cada uno de estos factores, se presentan a continuación de manera
agrupada aquellos aspectos más vinculantes con el proceso señalado.
Se parte de su objetivo y funcionalidad para proseguir con lo que se-
rían las fases del proceso, los actores implicados, etc.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 125

A) Objetivo del proceso de desvictimización. Se trata de un aspecto


nuclear de la Victimología por cuanto supone la reparación del daño
causado a las víctimas, así como el restablecimiento de su estilo de
vida previo al suceso criminal.
B) Funcionalidad. Radica en el establecimiento y despliegue de
políticas preventivas, así como en la protección de la figura de la vícti-
ma y la rehabilitación de las mismas. Su proyección final se extiende a
la recuperación absoluta del sujeto en sus diferentes facetas (personal
y social).
Del mismo modo, la orientación de los procesos de desvictimiza-
ción se sustenta en evitar el riesgo de revictimización (victimizaciones
futuras) en personas que ahora pudieran considerarse como más vul-
nerables o susceptibles a sufrir determinados atentados.
No obstante, y como puntualización general, conviene indicar que
mientras son las víctimas reales las que debieran ser objeto de la des-
victimización –en el sentido más amplio de la acepción–, las víctimas
potenciales, entendidas como aquellas personas no victimizadas, de-
bieran igualmente ser objetivo de la acción preventiva general.
C) Fases del proceso. La vivencia de determinados acontecimientos
traumáticos, en este caso los relativos a atentados criminales, requie-
ren del sujeto su capacidad de concienciación del daño, adaptación
o ajuste tras lo sucedido, y reparación de las posibles consecuencias
tanto materiales como personales; en este sentido, podrían diferen-
ciarse las siguientes fases:
c1) Fase de impacto. Momento inmediatamente después del su-
ceso criminal presentado en muchas ocasiones como un `es-
tado de shock´.
c2) Fase de negación. El sujeto expresa incredulidad e incerteza
ante lo ocurrido, e incluso en determinadas situaciones pare-
ce expresar control sobre la situación mientras que en otros
momentos el desequilibrio lo gobierna. Experimentaría un
estado especialmente susceptible a las influencias de terce-
ros, sobre todo en lo relativo a la culpabilización de terceros
por el hecho acontecido52.
52
Aunque con ciertas modificaciones, se aplica al caso concreto del proceso de
desvictimización lo planteado por Jiménez Serrano para la restitución personal de
las crisis en sujetos que han experimentado un suceso violento.
126 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

c3) Fase de aceptación. El sujeto toma conciencia de lo sucedido,


busca ayuda y apoyo en personas cercanas, se implica en el
proceso penal, recibe asistencia de diferentes profesionales,
etc. Dentro de este apartado habría que especificar aquellos
casos en que posibles síntomas iniciales acaban favoreciendo
el desarrollo de ciertas patologías mentales, tal sería el caso
de individuos que acaban padeciendo una fobia a determi-
nadas situaciones, un trastorno de ansiedad generalizada a
eventos de características similares, o un trastorno afectivo
(depresión), entre otros muchos.
Por su parte, conviene matizar que en bastantes ocasiones
el propio sujeto no llega a aceptar el rol de víctima, lo que
supone un hándicap tanto en su proceso de rehabilitación,
como en el reconocimiento estatal del número de casos de
sujetos victimizados (cifra negra).
c4) Fase de organización. Tras la etapa de aceptación o progresi-
va reparación del daño experimentado, la víctima se adapta
paulatinamente a su antiguo estilo de vida. Se tiene en consi-
deración el cambio producido tras el impacto del hecho cri-
minal pero se intenta retomar su antigua rutina de la manera
más favorable posible.
D) Sujetos implicados. Entre los individuos que afectan a la evolu-
ción posterior o restitución del hecho criminal podrían diferenciarse
las siguientes figuras:
— Ofensor. El `hacer justicia´ con el mismo supone cierta confian-
za en que el sistema de Justicia y las políticas de apoyo a las vícti-
mas son realmente efectivas. Del mismo modo, se evita cualquier
tipo de contacto con el agresor, sobre todo en aquellos casos en
que existía relación previa (delito de violencia doméstica).
— Personas cercanas. Se incluye dentro de este grupo la pre-
sencia de sujetos de apoyo y vínculos de relaciones estables y
duraderas, entendiendo que mayores lazos personales propi-
ciarían una evolución más avanzada y favorable hacia la recu-
peración del sujeto.
— Profesionales. Son especialistas de diferentes ámbitos los que
intervienen en el proceso rehabilitador de la víctima (psicó-
logos, médicos, abogados, policías, etc.). Se trata un plantea-
miento de actuación integral y multidisciplinar que favorece
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 127

que la restitución del daño sea abordada desde muy diversas


perspectivas.
E) Características individuales. Las actitudes personales suponen
un papel esencial en la recuperación del individuo. En esta línea, la
percepción sobre el propio acontecimiento, así como la consideración
inadecuada de las opiniones de terceros, pudieran suponer más o me-
nos trabas en el proceso de recuperación posterior.
En el caso de las interpretaciones y relaciones sociales, muchas
veces son las propias personas vinculadas con el sujeto las que estig-
matizan su comportamiento e incluso legitiman la manera de actuar
que tuvo el ofensor, aspecto este último que supone una falta de reco-
nocimiento social al daño experimentado y, por ende, dificulta aún
más la posibilidad de superar el evento traumático. Como ejemplo de
este último caso podría distinguirse aquella mujer que, tras sucesivas
agresiones por su pareja, sigue sin denunciarlo o marcharse casa. Se
trata de una situación en la que la propia víctima pudiera ser afecta-
da por comentarios del tipo “es tonta por no haberlo denunciado”, o
bien, “tiene lo que se merece por no haber escapado antes de casa”,
afirmaciones que aún enfatiza más su situación inicial.
Por su parte, una de las características personales que mayor im-
pacto tienen en la probabilidad de restitución personal del daño es
la `resiliencia´, la cual, como se verá en temas posteriores, se define
como la capacidad personal de afrontar determinados acontecimien-
tos traumáticos de la forma más saludable posible; esto es, ser capaz
de resistir a un suceso y rehacerse del mismo.
Por último, indicar que las características que definen a la perso-
na desde el ámbito social, como serían el caso de tener una buen tra-
bajo, la solvencia económica o el estatus social, entre otros, suponen
igualmente factores que determinan el bienestar personal y que, por
ende, podrían ser considerados como igualmente importantes que las
variables intrínsecas que delimitan al sujeto.
F) Desarrollo de patologías mentales posteriores. Son numerosas
las ocasiones en que, tras vivenciar determinados hechos delictivos, el
sujeto acaba desarrollando ciertos síntomas patognomónicos o tras-
tornos psicopatológicos propiamente dichos. Tal es el caso de una jo-
ven violada que acaba desarrollando una fobia específica a determi-
nados individuos con características físicas parecidas a su agresor, o
de aquellos menores que han sufrido incesto por un progenitor y que
acaban padeciendo un trastorno de estrés postraumático (TEPT).
128 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

En esta línea, cabría destacar la existencia de individuos que si


bien no llegan a superar el hecho traumático, tampoco denotan los
efectos paliativos de la intervención. Se trata de las denominadas víc-
timas crónicas, donde las consecuencias del hecho traumático se en-
tienden prolongadas en el tiempo.
G) Intervenciones personalizadas. A pesar de la existencia de pro-
gramas generales de atención a las víctimas, las directrices básicas de
los manuales de apoyo debieran priorizar las demandas individuales de
cada sujeto. En este sentido, y al igual que sucedería en el caso de desa-
rrollar ciertas patologías tras el impacto del hecho criminal, el profesio-
nal deberá en todo caso atender a las secuelas concretas que presente la
víctima, así como a sus características sociales y personales.
Desde el plano jurídico-penal, y si bien las intervenciones se esta-
blecerían de una manera más rigurosa, igualmente podrían adaptarse
en cuanto a la compresión y flexibilidad de diversos profesionales en
el tratamiento de la víctima. A tal efecto destacaría una mayor aten-
ción cuando el sujeto vaya a denunciar un posible atentado, o un tra-
tamiento mucho más cercano y empático por parte de su abogado.
Ambos aspectos propiciarán que la percepción del sistema sea cata-
logada en sentido positivo y, en todo caso, se vuelva a recurrir a las
mismas en el caso de futuros cometidos.
H) Afectación del estilo de vida. El acontecimiento de un hecho trau-
mático, sea padecido de manera directa o indirecta, no pasa inadver-
tido a la experiencia vital del sujeto, constituyéndose en todo caso en
secuelas personales. Son dichas afecciones las que propician una mo-
dificación, cambio o desequilibrio en la rutina habitual de la persona,
alteraciones representadas en diversas esferas de su vida cotidiana (tra-
bajo, relaciones personales, contacto con el sistema de Justicia, etc.).
En todo caso, el proceso de desvictimización se orienta a la repa-
ración de tal ambiente o situación inicial, a revertir los costes que la
acción criminal le haya podido suponer. De cualquier modo, conviene
señalar que dicho estado inicial es muy improbable de conseguir, pero
sí se insta al sujeto a involucrarse en su proceso rehabilitador en aras
a conseguir un estilo de vida lo más semejante al existente con ante-
rioridad al suceso delictivo.
I) Asociaciones. Las instituciones externas constituyen una fuente
de apoyo esencial para las víctimas, sobre todo para aquellas personas
que no gozan de los suficientes recursos sociales (materiales o perso-
nales) para hacer frente a tan distinguido impacto.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 129

En este sentido, las entidades de atención y asistencia a las víctimas


debería tender fundamentalmente hacia un objetivo desvictimizador.
Destacan en esta labor la creación de asociaciones victimales como
instrumento de apoyo ante el impacto sufrido por determinados suje-
tos, sobre todo en la defensa de sus derechos y reconocimiento social;
ahora bien, también podrían encontrarse ciertos riesgos inherentes al
citado asociacionismo. Así pues, a nivel personal, se corre el riesgo de
fomentar aún más el rol del sujeto pasivo, la dependencia de la ayuda
ofertada por otros, la desvaloración de su grado de autonomía, o la
instauración, más que rehabilitación, del papel actual que la define;
de otro lado, y desde una dimensión social, dichas entidades pudieran
sustentar en su base un aprovechamiento de tales sujetos con un afán
eminentemente político (“victimización del victimizado”).
En general, se trata de diversos factores agrupados en varias ca-
tegorías y que, en cualquier caso, debieran de ser considerados, por
lo menos valorados, en cuanto a la finalidad misma del proceso de
desvicitimización: el resarcimiento de las secuelas procedentes y con-
secuentes de un hecho delictivo.

3. Sentimientos despertados tras el hecho criminal

Cuestión aparte sería la planteada por los sentimientos y respuestas


que despierta en el sujeto ofendido el acontecimiento criminal, tal es el
caso de la impotencia, rabia e indefensión experimentados, así como
los deseos de venganza o de restitución inmediata del daño causado.
En este sentido, la venganza podría definirse como una respuesta
premeditada y dirigida ante el sentimiento de rabia, resentimiento y
odio despertado por un daño considerado de especial trascendencia
en la vida del sujeto, comportamiento de reclamación o reivindica-
ción de ciertos valores personales que, ya sean directos (el que sufre
desprecio por parte de su jefe) o indirectos (el padre de una joven vio-
lada), se pretenden resarcir.
Se sustenta en un sentimiento motivado de hostilidad, ausencia
de perdón, o incluso falta de compasión, ante una persona o colectivo
considerado amenazante. Del mismo modo, no se entiende el hecho
causado restituido mediante un mecanismo de negación, sino que el
130 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

odio experimentado es tal que el propio sujeto pudiera llegar a legiti-


mar su acción.
Se trata de una actitud normal en sujetos con poca tolerancia a la
frustración, personas inmaduras, que plantean una justificación cog-
nitiva extrema ante la percepción de un hecho injusto. Además, di-
chas concepciones quedarían magnificadas en el caso de contemplar
el sistema de Justicia como inadecuado e inefectivo, lo que llevaría al
propio individuo a `tomarse la propia justicia por su cuenta´.
El odio podría a su vez considerarse como una reacción inicial de
la víctima, un sentimiento natural a la lesión sufrida y que en cualquier
caso, genera consecuencias más dramáticas que la mera hostilidad.
En esta línea, y si bien es verdad que la presencia del odio es fre-
cuente en muchos de los conflictos cotidianos (pelea callejera, discu-
siones con la expareja), su gravedad es bien distinta cuando excede
en su expresión. De este modo, podría decirse que la intensidad ex-
perimentada cuando se transforma en afán vengativo suele sobrepa-
sar los límites cuando se refiere a hechos delictivos, pudiendo incluso
llegar a generar la muerte del ofensor. En este sentido, afirma Baca
Baldomero ‹‹dos males no hacen un bien››, y cierto es si en estas si-
tuaciones se crea un círculo vicioso de afán resarcitorio donde ya ni
siquiera podrían distinguirse las partes por ser víctima u ofensor.
Así pues, la génesis tanto del odio como en la consecuente venganza,
pudieran responder tanto a patrones intrínsecos como a aprendizajes so-
ciales y culturales. En este último caso, la pertenencia a grupos desorgani-
zados o conflictivos favorecería el desarrollo de comportamientos disrupti-
vos, y en todo caso en defensa de determinadas motivaciones endogrupales
que menosprecian cualquier tipo de valor de origen exogrupal53.
En este sentido, la consideración social del delito queda marca-
da por las experiencias del sujeto, por la deseabilidad y reacción so-
cial frente al mismo y, en todo caso, por la subjetividad de la víctima.
Respecto a ello debieran considerarse dos aspectos: a) la presión so-
cial como legitimador y cronificador del rol de víctima, pues según
las justificaciones cognitivas realizadas sobre el delito así será la afec-
tación posterior; y b) el establecimiento de determinadas sanciones a
53
A diferencia del concepto `endogrupo´, el ` exogrupo´ definiría las costum-
bres y valores de los grupos o colectivos a los cuales no se pertenece. Se utilizan los
conceptos de manera discriminativa y en todo caso para marcar las divergencias
entre ambos.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 131

los ofensores no siempre es reparador para ciertas víctimas, pues la


regulación social no siempre es sinónimo de la restitución del daño.
Se diferencian así aquellas víctimas que, tras aplicarle un pena con-
siderada al infractor, no quedan rehabilitadas exclusivamente por tal
cometido político, sino que además el devenir de ciertas ayudas polí-
ticas y asistenciales es lo que verdaderamente pudiera considerarse
como restitutorio en su persona.
De otro lado, siguiendo algunos estudios empíricos realizados so-
bre la materia, se ha llegado a confirmar que ‹‹la identificación del cul-
pable correlaciona positivamente con las posibilidades de venganza y
negativamente con las posibilidades de reconcialiación››, que ‹‹el olvi-
do de la ofensa está estrechamente relacionado con el mantenimiento
de actitudes de venganza y la capacidad de empatía de la víctima››, o
que ‹‹la capacidad de perdonar se correlaciona negativamente con los
rasgos de rabia, hostilidad, neuroticismo, miedo y rumiaciones venga-
tivas›› (BACA BALDOMERO, 2006).
En definitiva, la venganza se sustenta en un tipo de respuesta mul-
tidimensional, donde intervienen tanto factores biológicos, cognitivos
y conductuales, como circunstancias y acontecimientos sociales rela-
cionados con el propio sujeto.
Por último, conviene señalar que la creciente progresión de polí-
ticas restaurativas ha favorecido el desarrollo de mecanismos de con-
ciliación entre los sujetos implicados, pues como se tratará en temas
posteriores ha propiciado el desarrollo de medios pacíficos para la
solvencia de ciertos sucesos penales.

V. ESTADÍSTICAS VICTIMALES

Antes de comenzar a explicar directamente los reconocidos como


instrumentos de recogida y análisis de información comúnmente em-
pleados dentro del ámbito de la Victimología, se considera convenien-
te advertir algunas nociones generales sobre las características de los
tests de evaluación.

1. Introducción a los tests de evaluación

Como se acaba de referir, antes de hacer mención expresa a las


técnicas de investigación más empleadas en la esfera victimológica,
132 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

conviene delimitar algunas de las estrategias de recogida de informa-


ción que pudieran tener mayor impacto, en cuanto a su empleo se
refiere, dentro de la disciplina victimológica.

A) Técnicas de observación. Se sustentan en protocolos establecidos


de recogida de información, los cuales presentan un mayor o menor
grado de estructuración en base al objeto de estudio planteado –algo
distinto sería lo relativo a la denominada “observación conductual”,
que simplemente haría mención a la valoración de los aspectos explí-
citos u observables de la conducta por parte del evaluador–. Así pues,
mientras se está realizando una entrevista clínica, o bien, cuando el su-
jeto rellena determinados cuestionarios o efectúa ciertas pruebas psico-
lógicas, el observador/ evaluador podrá obtener un tipo de información
que, aún siendo subjetiva, es muy efectiva de cara a analizar la validez
posterior de las pruebas efectuadas. En esta línea, ciertos indicadores
comportamentales como una sudoración excesiva, mantener los puños
apretados, o una mirada evadida tras contar determinados hechos, son
signos que pudieran indicar mentira o engaño si no se advierte la pre-
sencia de indicadores en la información aportada por el sujeto. Esto
quiere decir que, tanto información verbal como no verbal, debieran
de corresponderse y manifestarse en el mismo sentido pues, ¿es posible
reírse a carcajadas y decir que uno siente tristeza al mismo tiempo?

En general, las técnicas de observación no se agotan en la mera


“observación conductual”, pues si bien se entienden como soporte de
estas serían muchos más aspectos los que las definen. En este sentido,
las técnicas de observación destacarían por:

No ser exclusivamente un método de aplicación dentro de la


consulta clínica, sino que su extensión es incluso más reco-
mendable en contextos naturales, donde el sujeto actuará de
una manera normalizada.
Existe una contemplación directa de la conducta de sujeto así
como el registro de la misma. En este sentido se observan dos ti-
pos de observación: a) observación con lista de cotejo, donde una
redacción de conductas explícitamente determinadas son las que
se evalúan y anota en base a determinados códigos establecidos;
y b) observación anecdótica, en la que el propio evaluador narra o
describe en un intervalo de tiempo los comportamientos, interac-
ciones, resultados de las acciones del sujeto, etc.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 133

La unidad de análisis responde tanto a conductas manifiestas,


como a las interacciones con otros individuos y a las conse-
cuencias de las acciones llevadas a cabo.
En la unidad de medida se estima la frecuencia, intensidad
y duración de ciertas conductas con el objeto de determi-
nar si corresponden a patrones de conducta adaptativos o
disfuncionales.
Respecto al evaluador indicar que puede ser participe o ajeno
a la acción evaluada, pero prima en todo caso el desconoci-
miento del sujeto de que su conducta está siendo analizada.
Es importante la presencia de más de un evaluador en el estu-
dio de la conductas (valoración inter-jueces), aspecto que de-
notará mayor validez en los resultados obtenidos.
Si bien los supuestos señalados responden en su mayoría a una
perspectiva psicológica de evaluación y análisis del comportamiento
del sujeto, se estima necesaria su consideración en cuanto a su apli-
cabilidad dentro del ámbito victimológico. A tal efecto, una de las de-
rivaciones de mayor utilidad respondería a la aplicación de medidas
preventivas tras el estudio de los antecedentes y consecuentes de una
determinada conducta.
Sería la identificación de estos factores la que supondría un gran
avance en el ámbito que aquí se trata pues, como se verá con poste-
rioridad, son los métodos preventivos los que en cierta manera evitan
determinadas comisiones delictivas.
Se trata en general de métodos post-facto, diseños preventivos
puestos en práctica tras la existencia de sucesos reales pero que, en
definitiva, intentan evitar la aparición de hechos semejantes. Por
ejemplo, un caso de ello sería el establecimiento de controles de alco-
holemia en determinadas horas de la noche, pues a partir del estudio
de un gran número de casos se ha observado que existe una relación
directa entre el número de accidentes y las tasas de alcohol en sangre;
de ello la distribución de dispositivos policiales como medida de evita-
ción de nuevos accidentes de tráfico.
Así pues, se relaciona la aplicación de las técnicas de observación
en el diseño de métodos preventivos de aplicación victimal, no por ob-
servar la conducta de un sujeto supuestamente vulnerable y ver lo que
sucederá, sino por advertir que ciertos antecedentes son considerados
agentes de riesgo en la determinación de posibles sucesos delictivos.
134 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

B) Técnicas de auto-informe. Las técnicas de auto-informe se ca-


racterizan fundamentalmente por ser el propio sujeto el que aporta la
información sobre lo sucedido o sobre lo que a su persona acomete.
Dentro de este grupo de técnicas se diferencian varios métodos eva-
luativos, entre los que destacan las entrevistas, los tests, y los auto-re-
gistros54; no obstante, y dado el cometido de la disciplina que aquí se
trata, se desarrollarán en exclusividad los dos primeros.
b1) Los tests se caracterizan por ser auto-informes de tipo estructura-
do; esto es, atienden a una sistematización del contenido en base al esta-
blecimiento de enunciados pero diferenciándose en el modo de respuesta
que se pide al sujeto. Se trata de un conjunto de preguntas y respues-
tas son de tipo cerrado, no dando margen a la subjetividad del individuo
pero que, a su vez, podrían clasificarse en los siguientes tipos atendiendo,
fundamentalmente, a la presentación de sus respuestas; a saber:
CUADRO 2
Características de los tests evaluativos

Características Características Ejemplificación


Tipo de test
en común diferenciales en el ámbito victimal

Cuestionarios Preguntas y res- Respuestas dicotómi- CuestionarioFactorial


puestas cerradas y cas o nominales (si/ de Personalidad (16
referidas al ámbito no, verdadero/ falso) PF-5)
cotidiano
Escalas Respuestas escalares Escala de Inteligencia
(escala tipo Likert: de Wechsler para
mucho, bastante, re- Adultos (WAIS-III) y
gular, poco, nada) para Niños (WISC-IV)

Inventarios Respuestas de orden Inventario de


o jerarquización Adaptación de
Conducta (IAC)

En cuanto a su extrapolación al ámbito de la Victimología la eva-


luación mediante instrumentos específicos permite tanto desarrollar
procedimientos de rehabilitación como mecanismos de prevención
54
La también denominada técnica de auto-informe por auto-observación con-
siste en un doble proceso de implicación activa del sujeto, esto es, el observar delibe-
radamente la conducta problema y en registrar la misma en base a un análisis topo-
gráfico de la conducta, esto es, atendiendo a la frecuencia, intensidad y duración de
la misma. La finalidad de dicha técnica consiste en determinar de manera objetiva la
funcionalidad de la misma, así como hacer al sujeto visible alternativas prácticas a
dicho comportamiento.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 135

posteriores. A tal efecto destaca el inventario de adaptación señalado


anteriormente, el cual permite observar la adaptación del sujeto en
cuatro niveles diferentes: personal, familiar, escolar y social.
En general, las conductas y categorías a evaluar en cada uno de
ellos están previamente seleccionadas y suelen ser referidas a situa-
ciones conocidas por el sujeto. En relación a la figura de la víctima
podrían advertir sobre la presencia de determinados síntomas patog-
nomónicos, sobre su adaptación al sistema social, o incluso sobre el
diagnóstico de ciertas disfunciones mentales. Por ejemplo, en este úl-
timo caso la evaluación de la inteligencia podría respaldar el hecho
de que el sujeto sea más vulnerable a sufrir un atentado, sustentado
en escalas psicológicas que detectan la presencia de un coeficiente
intelectual bajo.
Cabría también señalar que, en cualquier caso, los instrumentos
de medida responden generalmente a la evaluación clínica de los tras-
tornos mentales, no siendo en vano su adaptación a la figura victimi-
zada por el hecho criminal a la hora del estudio de sus posibles secue-
las, así como en el desarrollo preventivo del riesgo de victimización
posterior.
Finalmente, cabría destacar el empleo de las encuestas como un
tipo de cuestionario específico aplicado sobre una población o colecti-
vo determinado. Están orientadas fundamentalmente a extraer cierta
información para el estudio de problemas de impacto y envergadura
social. Especial mención reciben dentro de este tipo de instrumen-
tos las “encuestas de victimización”, sobre todo en cuanto a su fun-
cionalidad o detección de víctimas ocultas así como en la estimación
del número de casos constituyentes de la denominación de la llamada
“cifra negra”. Todos estos aspectos serán objeto de un desarrollo más
profundo conforme avance la materia.
b2) La entrevista podría considerarse como el método más exten-
dido y comúnmente empleado de las técnicas de auto-informe. Se pre-
sentan a continuación los aspectos que en todo caso debieran consi-
derarse en la evaluación o peritación psiquiatra y psicológica de la
figura de la víctima mediante el empleo de la entrevista, los cuales
podrían sistematizarse en los apartados siguientes:
Información múltiple. Recopilación general de información
sobre diferentes aspectos de la vida del sujeto y sobre sus caracterís-
ticas definitorias; así como la relativa al hecho mismo de la victimi-
136 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

zación. El primero de los elementos respondería a las características


propias de la entrevista clínica; esto es, a la valoración de los aspectos
personales y sociales, las valoraciones centradas en el hecho criminal
responderían en exclusividad a la existencia de la figura de la víctima.
En este sentido, la `recogida de información múltiple´ podría agru-
parse en las dos categorías siguientes:
• Aspectos intrínsecos y extrínsecos ajenos al hecho criminal.
Haría referencia al conjunto de factores biológicos/ fisiológicos,
conductuales, cognitivos y sociales que caracterizan al sujeto
concreto; esto es, a la presencia de comportamientos adaptati-
vos o desadaptativos, cogniciones o esquemas de pensamiento
funcionales o disfuncionales, establecimientos de relaciones
sociales adecuadas o vínculos con determinados colectivos pe-
ligrosos, entre otros aspectos. Todo ello tendría bastante rele-
vancia a la hora de valorar la vulnerabilidad o propensión a ser
víctima de un determinado delito.
• Factores relacionados con el hecho criminal. En esta subcate-
goría se recogería la siguientes información: a) antecedentes de
hecho (declaraciones, testimonios); b) anamnesis (datos de vic-
timizaciones anteriores, antecedentes familiares, antecedentes
personales)55; c) exploración (evaluación mediante el empleo
de instrumentos diagnósticos específicos, actitud respecto a
la misma y resultados obtenidos); y d) datos complementarios
(entrevistas con allegados, pruebas requeridas a la víctima de
manera complementaria)56.
Evaluación de los afectados. Se trata de un método de recogida
de información en base al contacto directo con la persona afectada
y/ o familiares cercanos. Es en el sujeto afectado en el que radica el
interés del estudio y sobre el que se realizará la entrevista, pero en
muchas ocasiones se extiende tal método de recogida de información
a personas vinculadas a la víctima radica en una consideración más
objetiva del hecho sucedido; así por ejemplo, cuando un menor de
55
En general, con la acepción “anamnesis” se haría referencia de forma ge-
nérica a la entrevista clínica, a la recopilación multimensional de todos los factores
relacionados con la vida del sujeto (edad, pasado, relaciones familiares, presencia de
enfermedades, etc.).
56
Basado en una modificación y aplicación a la figura del sujeto pasivo de
los criterios referidos por Checa González para el victimario. Referencia en CHECA
GONZÁLEZ, M. J., Manual práctico de Psiquiatría Forense, Barcelona, 2010.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 137

edad es víctima de abusos sexuales por parte del padre, la valoración


de los criterios maternos sobre el hecho permitirán verificar que no
existe engaño en la versión informada por el menor. No obstante, es-
tos casos suelen ser bastante complejos de evaluar, pues bien se camu-
fla dentro del ámbito familiar lo sucedido y no se denuncia o bien, el
impacto producido sobre los sujetos pasivos pudiera suponer serias
distorsiones, sesgos cognitivos, o incluso engaño, en la redacción de la
información.
Sistematización de la entrevista. La estructuración de la entre-
vista depende de los fines planteados inicialmente, aplicada en todo
caso atendiendo a criterios de flexibilidad y adaptación situacional y
personal. En relación al grado de estructuración pueden diferenciarse
tres categorías; a saber (TIFÓN NONIS, 2008): i) abierta o no estruc-
turada, cuya ventaja radica en su flexibilidad de aplicación e inconve-
niente en la recogida de información irrelevante (el sujeto libremente
relata lo acontecido sin guía alguna del evaluador); ii) semiestructu-
rada, donde si bien existe mayor rigidez que en el caso de las entrevis-
tas abiertas también se obtiene un tipo de información objetivamente
más relevante por el grado de intervención superior que caracteriza
al evaluador; iii) estructurada, la cual atiende en exclusividad a la in-
formación relevante (preguntas cerradas) al ser un tipo de entrevista
mucho más directiva que las anteriores; no obstante, igualmente pue-
de obviar determinados aspectos de interés del sujeto concreto que se
está evaluando.
Como puede apreciarse, el margen de subjetividad del entrevis-
tador es menor en aquellas que gozan de una mayor sistematización
interna, aspecto que evitaría la posible subjetividad típica de las entre-
vistas menos estructuradas. Este matiz enlaza claramente con el que
se describe a continuación.
Recopilación de la información. Dentro de este grupo podrían
referirse dos aspectos; a saber: los relativos al origen individual de la
información, esto es, a la recopilación de la misma por el profesional
y, por otro lado, los concernientes a la necesidad de emplear diferen-
tes evaluadores para obtener una información más contrastada y ob-
jetiva. Respecto al primero de los supuestos, la pericia del profesional
constituye una de los aspectos más relevantes tanto en la recogida de
información con el paciente como en la toma de decisiones posterior,
así pues, crear un clima de confianza y apoyo, o mostrar empatía y
confidencialidad, serían algunas de las principales premisas a consi-
138 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

derar previa evaluación psicológica del sujeto. Por su parte, la validez


inter-evaluadores evitaría la propensión individual a sesgar la infor-
mación57, aunque si bien es cierto es más el empleo de diferentes eva-
luadores en la exploración propiamente dicha del individuo en cues-
tión; así por ejemplo, es frecuente la presencia de varios profesionales
evaluadores en el análisis observacional de la conducta descrito con
anterioridad.

En relación a ello, y en todo caso, depende también del propio


profesional analizar aspectos paralingüísticos (tono de voz) y no ver-
bales definitorios igualmente del comportamiento del sujeto. En este
aspecto evidentemente la subjetividad del evaluador es mucho mayor
pero siempre debiera ir en consonancia con lo que de manera más
objetiva está valorando.

Resultados. En clara relación con el supuesto anterior se re-


lacionaría con el análisis objetivo de los resultados así como con una
adecuada trasmisión al pacientes (víctima) de los mismos.

Por último, cabría denotar que no todas las entrevistas (clínicas)


son auto-informes, tal es el caso de las referidas previamente a las
efectuadas sobre personas vinculadas a la víctima, de ello que puedan
referirse tanto al propio sujeto como a personas relacionadas con el
mismo.

2. Principales instrumentos empleados en el ámbito victimológico

Uno de los principales campos evolutivos de la Victimología, que


ha incidido sobremanera en la consolidación de esta disciplina, ha
sido a través de las estadísticas victimales ya que, gracias a ellas, se ha
aportado un poco más de luz al fenómeno criminal. Entre sus apor-
taciones más relevantes conviene referir la extraordinaria contribu-
ción hacia la medición de la delincuencia real producida a través de
la detección de un porcentaje importante de casos ocultos debido a la
ausencia de denuncia o la propia pasividad ciudadana.
57
El sesgo de información o mala interpretación de la misma pudiera de-
berse a la defensa de diferentes postulados y modelos teóricos entre los distintos
profesionales.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 139

Es más, como se ha venido criticando desde hace tiempo por la doc-


trina, si algo caracteriza a las estadísticas delictivas o victimales realiza-
das en España es la inexactitud entre unas y otras. Así, por ejemplo, pue-
de consultarse la proveniente de una fuente oficial con otra no oficial58 y
comprobarse como los datos incluidos en una y otra, pese a medir varia-
bles similares, no suelen concordar (MORILLAS FERNÁNDEZ, 2003).
En este sentido, las estadísticas victimales se configuran como una
fuente de información real sobre los procesos de victimización deri-
vando, en consecuencia, en la criminalidad. Por tanto, no se trataría
de medir el número de delitos producidos en un lugar o intervalo de
tiempo, sino conocer de primera mano las tasas de victimización exis-
tentes lo que, repito, deriva inexorablemente en la criminalidad. Sin
embargo, las estadísticas victimales comportan una información real
sobre el fenómeno delictivo ya que mientras aquél ha podido o no ser
denunciado por una u otra razón, aquí las víctimas van a manifestar
su consideración o no como tales sin necesidad de que ello les supon-
ga ningún tipo de actuación o intervención –piénsese, por ejemplo, en
un autosondeo en el que se quiere medir el número de estudiantes uni-
versitarios que ha sufrido un robo en el Campus X de la Universidad
Y, para lo cual se presenta el cuestionario habilitado al efecto a todos
los grupos con docencia en las Facultades del citado Campus–. Junto
a ello, el carácter anónimo que suele reunir este tipo de instrumentos
hace que la sinceridad y veracidad de lo manifestado sea muy alta y
supere los datos oficiales existentes hasta ese momento. Es más, las
citadas evaluaciones no suelen responder a una peritación de la su-
puesta víctima con la finalidad de averiguar su grado de responsabili-
dad en el supuesto de hecho, sino que más bien se estudian y valoran
las características propias del sujeto victimizado en aras a conocer su
grado de afectación. Ahora bien, los problemas derivados de la consi-
deración de la ética profesional, en el respeto al sujeto afectado y en la
confidencialidad, no pueden pasar inadvertidos ya que determinados
aspectos deontológicos considerados esenciales e imprescindible en el
quehacer de la práctica profesional deben ser siempre respetados.
El principal problema que puede surgir con este tipo de medición
radica en el instrumento empleado para llevarla a cabo, ya que debe
58
Conviene recordar que por fuente oficial debe entenderse aquélla que emana
de un organismo público –Policía, Guardia Civil, Ministerio del Interior (…)– mien-
tras las no oficiales pertenecen a otros colectivos no públicos –asociaciones, institu-
tos de investigación, federaciones (…)–.
140 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

tenerse muy presente que la población sometida a estudio reúne o


puede reunir la consideración de víctima con las implicaciones que
esto conlleva debiendo rehuir en todo caso de la generación de una
nueva victimización por el mero hecho de poseer un dato estadísticos;
esto es, toda estadística victimal debe alejarse de un nuevo proceso
de victimización, en cualquiera de sus manifestaciones, debiendo op-
tar, llegado el caso, por suspender la investigación. En términos muy
parecidos se manifestó Rodríguez Manzanera sobre la hipótesis del
caso de un estudio de laboratorio, donde la eficacia o posibilidad de
generalización de resultados es mínima, y los problemas éticos que
revisten pudieran ser bastante elevados.
Su funcionalidad se orienta sobre todo a conocer a la víctima del
delito, sus circunstancias personales y sociales así como a una valora-
ción más exhaustiva mediante la aplicación de determinadas baterías
neuropsicológicas, tests, o diversos instrumentos diagnósticos sujetos
en todo caso a las directrices aportadas por la entrevista realizada
inicialmente. Esto último indicaría que si tras la valoración de la in-
formación recogida de la entrevista se intuyen posibles síntomas an-
siógenos respecto al hecho sucedido, lo más normal sería actuar en
esta dirección y valorar el grado de ansiedad que experimenta dicha
persona, lo que llevará con posterioridad efectuar un determinado
diagnóstico clínico.
Así pues, si hubiera que referir los principales instrumentos em-
pleados a la hora de realizar una estadística victimal, dentro del am-
plio espectro de posibilidades existentes, entiendo que deben resaltar-
se dos: las encuestas de victimización y los autosondeos.
1. Encuestas de victimización (Anexo I). Constituyen una fuente
de información sobre el proceso de victimización y, por ende, del cri-
men real. Se trataría de una serie de cuestionarios estructurados en
los que se realizan a la víctima diversas preguntas sobre el hecho ilíci-
to padecido. Por ejemplo: circunstancias en que se produjo, relación
con el agresor, tiempo y lugar de comisión, datos representativos de
la víctima y del agresor, atención sanitaria recibida, intervención po-
licial (…) en definitiva, lo perseguido es conocer al máximo toda la in-
formación derivada del hecho delictivo, tanto anterior como in situ y
posterior desde la perspectiva de la víctima, siendo precisamente ahí
donde radica la gran dificultad de estos cuestionarios y es que deben
ser cumplimentados por la propia víctima. Este hecho hace que se
deba tener un muy buen diseño del texto a validar evitando preguntas
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 141

innecesarias o traumáticas que puedan hacer abandonar el cumpli-


mento del cuestionario. Del mismo modo, resulta muy recomendable
que, junto a la víctima, haya un profesional dedicado a la atención de
las víctimas del delito para apoyar o ayudarla. La labor del citado pro-
fesional suele resultar imprescindible para el adecuado cumplimiento
del cuestionario ya que su pericia puede resultar esencial, debiendo
buscar la fórmula o método más idóneo para rellenarlo, pudiendo
ofrecerse como redactor de las respuestas o simplemente crear una
entrevista en la que vaya sacando las contestaciones a la víctima sin
las lógicas molestias de cumplimentar x casillas, como si de una con-
versación se tratara. En el caso de que se observe que el cumplimen-
tado resulta algo pesado para la víctima deberá suspenderse y reanu-
darse en una o varias sesiones siempre y cuando la víctima acceda a
continuar máxime porque la premisa que debe regir estas encuestas
radica en que la víctima marca el inicio y el fin del cuestionario.

Las información que se pretende obtener con semejantes encues-


tas engloba diversos aspectos como, por ejemplo, características per-
sonales y familiares del victimario y la víctima, relación existente entre
ambos, antecedentes, índice de victimización, eficacia de los progra-
mas de prevención, características típicas del hecho delictivo, modus
operandi más frecuente tanto del victimario como de la víctima, efi-
cacia de los aparatos policiales y judiciales –por ejemplo, tiempo que
duró la investigación, tiempo transcurrido hasta que la víctima reci-
bió la indemnización, si se acotaron las medidas de separación entre
delincuente y víctima propias del proceso, etc.– (…).

En definitiva, la encuesta de victimización comprende un estudio


pormenorizado del fenómeno criminal y sus consecuencias desde la
perspectiva de la víctima.

Ahora bien, como todo no es positivo, también conviene realizar


una serie de críticas a las encuestas de victimización:

i) La citada posibilidad de incurrir en una nueva victimización


por hacer recordar a la víctima la secuencia delictiva y sus
consecuencias. Por ello, pese a ser algo absolutamente volun-
tario, no conviene confundir el consentimiento dado por la víc-
tima para cumplimentar el cuestionario con la obligatoriedad
de su finalización. Como ya se ha referido, la víctima marca
los tiempos, eligiendo el momento de inicio y de su conclusión,
142 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

aunque no se haya cumplimentado del todo pues el principio


que debe regir la toma de datos es el del interés de la víctima.
ii) El principal inconveniente que presenta es conocer qué sujeto
han sido victimizados y cuáles no ya que no existe un censo de
víctimas por una u otra tipología delictiva; esto es, conviene
recordar que la encuesta de victimización únicamente puede
ser rellenada por una víctima de delito, resultando un verda-
dero problema encontrar una muestra representativa de suje-
tos victimizados. Por ello, la pericia del investigador resultará
tremendamente útil. Así, por ejemplo, si la investigación ra-
dica en mujeres maltratadas podría acudirse a un centro de
asistencia a mujeres maltratadas.
iii) Tienden a sobrerepresentar los delitos comunes frente a deter-
minadas tipologías delictivas de las que no podrían obtenerse
datos –por ejemplo, delincuencia de cuello blanco– (BUSTOS
RAMÍREZ Y LARRAURI PIJOÁN).
iv) Las conclusiones obtenidas responden única y exclusivamente
a la percepción de la víctima por lo que todo aquello que se
aleje de su ámbito presentará un margen de subjetividad.
v) La propia intervención de los encuestadores pueden hacer mo-
dular la opinión de las víctimas hacia un parámetro u otro o
bien, si se emplea la técnica de la entrevista/conversación para
cumplimentarlo puede haber algunas cuestiones que no que-
den adecuadamente contestadas. Por ello, se ha manifestado
que la pericia de los encuestadores resulta esencial.
vi) Como en toda encuesta conviene medir de alguna forma el
grado de sinceridad de la víctima por lo que la inclusión de
preguntas similares, formuladas de manera distinta, en partes
diferentes del cuestionario o la percepción que tenga el encues-
tador serán indicios suficientes para acreditarlo o no.
2. Autosondeos (Anexo II). Incluye el establecimiento de un cues-
tionario en donde se le pregunta de manera anónima a un porcentaje
representativo de la población sometida a estudio cuestiones deriva-
das de su participación o conocimiento de un hecho delictivo o con-
ducta antisocial; esto es, aquí interesaría pasar el cuestionario a la po-
blación en general sin discriminar entre víctimas o no ya que ambas
interesarían al estudio para determinar, entre otras cosas, la tasa de
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 143

victimización y conocer de primera mano aspectos vinculados con el


fenómeno descrito.
Su diseño resulta bastante más sencillo que el anterior ya que úni-
camente habría que determinar la población sometida a muestreo y
comenzar a pasar el citado cuestionario.
Por último, y relacionando las dos técnicas de recogida de infor-
mación más empleadas en el conocimiento del fenómeno victimal con
las características generales que para los tests evaluativos se expusie-
ron con anterioridad, se puede observar que tanto las encuestas de
victimización como los autosondeos responderían a un tipo de técnica
de autoinforme, si bien cada una de ellas con sus variantes pertinen-
tes. Así pues, mientras en la encuesta de victimización la víctima de-
berá rellenar un conjunto de cuestionarios y responder a las pregun-
tas planteadas por el profesional en la entrevista durante el momento
de la evaluación, en el caso de los autosondeos, si bien las respuestas
que se argumentan se establecen igualmente sobre la situación con-
creta experimentada por el sujeto (víctima o no), no atiende en ningún
momento a un tipo de entrevista conducida bajo la dirección de un
entrevistador.

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Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 145

ANEXO I
EJEMPLO DE ENCUESTA DE VICTIMIZACIÓN59

VII.7. ¿Han existido en la familia de origen de su pareja o cónyuge, problemas de


alcohol, drogas ludopatía, celos, delitos, etc...?: 1.Sí;2.No; 3.NS/NC...........................................|_|

VII.8. Por favor señálelos:


|_||_| |_||_| |_||_| |_||_| |_||_| |_||_|

VII.9. ¿Quién los padecía?:


|_||_| |_||_| |_||_| |_||_| |_||_| |_||_|

VII.10. ¿Han existido en la familia de origen de su pareja o cónyuge, malos tratos físicos?:
1.Sí 2.No. 3.NS/NC .......................................................................................................................|_|

VII.11. ¿Quién o quiénes los inflingían?:


|_||_| |_||_| |_||_| |_||_| |_||_| |_||_|

VII.12. ¿Quién(es) los sufría(n)?:


|_||_| |_||_| |_||_| |_||_| |_||_| |_||_|

VII.13. ¿Han existido en la familia de origen de su pareja o cónyuge, malos tratos


psíquicos?: 1.Sí 2.No 3. No sé .......................................................................................................|_|

VII.14. ¿Quién o quiénes los inflingían?:


|_||_| |_||_| |_||_| |_||_| |_||_| |_||_|

VII.15. ¿Quién(es) los sufría(n)?:


|_||_| |_||_| |_||_| |_||_| |_||_| |_||_|

VII.16. Durante los malos tratos, que el le inflingió (o inflinge), tuvo (o tiene) su
pareja o cónyuge algún ingreso propio: 1. Sí, todo el tiempo; 2.Sí, a veces; 3.Nunca..................|_|

VII.17. Si, durante los malos tratos que el le inflingió (inflinge) tuvo (tiene) ingresos,
aunque fueran (sean) esporádicos, me podría indicar la cuantía mensual de los más
cercanos a la actualidad......................................................................................|_||_||_|,|_||_||_|

VII.18. ¿Existe enfermedad mental diagnosticada de la pareja o cónyuge?


1.Sí; 2.No;3.NS/NC........................................................................................................................|_|

VII.19. Especificar el diagnóstico si lo conoce:


|_||_|

VIII.7.1. ¿Es capaz de detectar la inminencia de un maltrato?: 1.Nunca;


2. Algunas veces (1 ó 2); 3.Muchas veces (Más de 2 veces y menos de 10); 4.Siempre........... |_||_|

59
Encuesta de victimización utilizada en la investigación coordinada por
Morillas Cueva sobre 338 casos a mujeres maltratadas en Andalucía.
146 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

VIII.7.2. Si es capaz de detectarlo, ¿hace algo para evitarlo?: 1.Nunca;


2. Algunas veces (1 ó 2); 3.Muchas veces (Más de 2 veces y menos de 10); 4.Siempre........... |_||_|

VIII.7.3. ¿Qué hace para evitarlo?


|_||_| |_||_| |_||_| |_||_| |_||_| |_||_|

VIII.8. Forma de actuar, de la víctima, durante y después del maltrato.


A continuación, le voy a presentar una serie de opciones sobre que hace usted durante y
después de los malos tratos. Usted debe responder con la frecuencia con que se presen-
tan tales hechos: 1. Nunca; 2.Una o dos veces; 3. Entre 3 y 10 veces; 4. Más de 10 veces.

VIII.8.1.Durante VIII.8.2.Después

VIII.8.1.1. Nada/Bloqueo...............................|_| VIII.8.2.1. Nada/Bloqueo

VIII.8.1.2. Trata de defenderse......................|_| VIII.8.2.2. Irse a otro lugar

VIII.8.1.3. Huye..............................................|_| VIII.8.2.3. Decirle que lo va a dejar

VIII.8.1.4. Otros (Especificar)........................|_| VIII.8.2.4. Rogarle que no vuelva a suceder

VIII.8.2.5. Pedirle explicaciones

VIII.8.2.6. Pedir ayuda (a quién y cuál)......|_|

VIII.8.2.7. Ir a un centro médico

VIII.8.2.8. Ir a presentar una denuncia

VIII.8.2.9. Otros(Especificar)......................|_|

VIII.9. Posibles causas por las que se produce el maltrato.


VIII.9.1. En general, ¿sabe usted porqué la maltrata su pareja o cónyuge?: 1.Sí; 2.No.....
VIII.9.2. Señalar el o los motivos que usted cree:
VIII.9.2.1. Alcohol: 1.Sí; 2.No.............................................................................................
VIII.9.2.2. Celos: 1.Sí; 2.No.................................................................................................
VIII.9.2.3. Problemas mentales: 1.Sí; 2.No..........................................................................
VIII.9.2.4. Problemas económicos: 1.Sí; 2.No.....................................................................
VIII.9.2.5. Problemas de Salud: 1.Sí; 2.No..........................................................................
VIII.9.2.6. Carácter agresivo: 1.Sí; 2.No..............................................................................
VIII.9.2.7. Problemas laborales: 1.Sí; 2.No.........................................................................
VIII.9.2.8. Drogas: 1.Sí; 2.No...............................................................................................
VIII.9.2.9. Problemas de Juego: 1.Sí; 2.No..........................................................................
VIII.9.2.10. Influencia de otras personas: 1.Sí; 2.No...........................................................
VIII.9.2.11. Llevarle la contraria: 1.Sí; 2.No.......................................................................
VIII.9.2.12. Otras causas (Especificar):
|_||_| |_||_| |_||_| |_||_| |_||_| |_||_|

VIII.10. Épocas de incremento del maltrato


Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 147

ANEXO II
EJEMPLO DE AUTOSONDEO
Se trataría de un autosondeo con el que se quiere medir la inciden-
cia en el consumo de drogas de la población universitaria española. Al
tratarse de un autosondeo interesa tanto la población consumidora
como la que no.
Número de veces
4.1. Responde con el grado de acuerdo 0 1-2 3-4 5-10 11-20 21-30
días días días días días días
3.1.1. Bebidas alcochóicas A B C D E F
3.1.2. Tabaco A B C D E F
3.1.3. Haschis A B C D E F
3.1.4. Marihuana A B C D E F
3.1.5. Cocaina A B C D E F
3.16. Heroina A B C D E F
3.1.7. Crack A B C D E F
3.1.8. Éxtasis A B C D E F
3.1.9. Anfetaminas A B C D E F
3.1.10. LSD A B C D E F
3.1.11. Pegamentos inhalados, etc... A B C D E F
3.1.12. Otras A B C D E F
Capítulo tercero
TIPOLOGÍAS VICTIMALES

I. INTRODUCCIÓN

Dada la trascendencia que en el ámbito de la disciplina victimoló-


gica han supuesto la elaboración de las tipologías victimales, se dedi-
ca un Capítulo específico a su exposición y desarrollo.
Así pues, se presentan en primer lugar aquellos criterios conside-
rados básicos y esenciales en la sistematización de dichas clasifica-
ciones; esto es, los ejes tipológicos sobre los que se han sustentado las
principales tipologías victimales, tanto los relativos a la contribución
de la víctima en la dinámica del delito, como los referentes a la vulne-
rabilidad de la misma y posible riesgo a ser victimizada.
Por ello, enlazando directamente con el contenido del Capítulo, se
desarrollan de manera más precisa las principales tipologías victima-
les que, tanto desde una perspectiva internacional como nacional, han
fomentado el crecimiento de la Víctimología como disciplina científi-
ca, y donde destacan a su vez las figuras de Mendelsohn y Von Henting
como los autores más relevantes en su desarrollo y promoción.

II. CRITERIOS DE LAS CLASIFICACIONES VICTIMALES

El establecimiento de categorías victimales permite abordar de


una manera más sistemática y procedimental los diferentes roles asu-
mibles por el sujeto pasivo del delito, destacando su trascendencia
tanto a la hora agilizar el estudio de la implicación victimal en el he-
cho delictivo, como de su impacto en el desarrollo y formulación de
nuevas propuestas en la disciplina victimológica.
Ahora bien, también es cierto que los citados esquemas de agru-
pación victimal no siempre se elaboran en base a criterios objetivos,
sino que muchas veces el afán por ampliar nuevas formas de victi-
150 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

mización, así como de contemplar supuestos insólitos, ha hecho que


la tendencia a categorizar se sostenga más en una ambición que una
necesidad real.
Las tipologías permiten sistematizar los hallazgos empíricos con-
cretados en una materia dada, del mismo modo que agilizan el pro-
ceso de clasificación de los elementos (materiales o no) con los que
se está tratando. En este sentido, afirma Serrano Maíllo que ‹‹serían
valores relevantes en una tipología la coherencia interna, el respaldo
empírico, la utilidad legal, la capacidad de integración y la correla-
ción teórica›› (SERRANO MAÍLLO, 2004).
Se prima ante todo la utilidad, pragmaticidad, objetividad, realis-
mo, exhaustividad y carácter explicativo, sin obviar la trascendencia
de la multicomprensión y multidimensionalidad de la disciplina vic-
timológica. Todo ello además unido a la consideración de diferentes
factores situacionales o personales, así como a las variadas formas
de su presentación, configurarían lo correspondiente a una adecuada
clasificación victimal.
En general, y si bien es verdad que han producido grandes avan-
ces en el desarrollo tipológico de la figura de la víctima, también es
cierto que no se han fijado unos criterios exclusivos sobre los que
sustentar tales propuestas, sino que más bien, y tras el desarrollo de
numerosos planteamientos teóricos, se han llegado a realizar inclu-
so tantas propuestas como divergencias en este ámbito se presentan.
Concretando aún más en la materia, indica Peris Riera que ‹‹sin que
ello suponga exagerar los niveles reales, que hay tantas clasificaciones
sobre los tipos de víctimas como autores se han ocupado de tema››
(PERIS RIERA, 1988). Clasificaciones que, si bien han podido con-
tribuir al desarrollo de la disciplina victimológica, se han quedado en
muchas ocasiones en los umbrales de simple retoques y maquilladas
innovaciones.
Ahora bien, y antes de pasar a los que podrían concebirse como
los dos criterios victimales comúnmente apreciados en las elaboracio-
nes tipológicas, sería conveniente señalar con anterioridad cuáles son
los fundamentos en que se sustentan tales formulaciones.
Podría decirse que la necesidad de desarrollar categorías victima-
les responde ante una demanda social que cada vez con mayor ansia
reivindica la consideración de las víctimas en el proceso penal. Lo
hace sobre todo desde una perspectiva de defensa, apoyo y protección
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 151

de los intereses de éstas frente a la figura del agresor, no siendo pocos


los que se interesan por este último y defienden sus condiciones y de-
rechos como ser humano implicado en un determinado ilícito.
Por otro lado, no sólo el desarrollo de nuevas tipologías victimales
ha influido en el sustento legislativo de determinados preceptos san-
cionadores, sino que a su vez éstos han facilitado la elaboración de
más variadas y modernas clasificaciones.
Se trata pues de un proceso que, junto con el reclamo social, se
nutre de una interdependencia e influencia recíproca pues, ¿qué autor
podía considerar en sus teorías la desigualdad social sin sustento en el
abuso de poder y en la existencia de diferentes status sociales? O bien,
¿quién podría establecer determinadas tipologías victimales sin la espe-
cial consideración de ciertos sujetos en razón de su edad o minusvalía?
En definitiva, y si bien son innumerables los elementos que desde
el plano político, social y personal debieran ser considerados fuente de
elaboración de las tipologías existentes, son los mismos los que debieran
verse reconocidos como categorías diferenciales en las clasificaciones
victimales; esto es, que si bien son la base de la proliferación de ciertas
víctimas por eso mismo debieran de ser considerados en las tipologías
victimales. Esta obviedad aclaratoria quedaría representada en el su-
jeto cuya fuente de propensión a ser víctima de un delito responde a
determinadas características personales, siendo por ende estas últimas
objeto de un tratamiento diferencial como grupo independiente, y pu-
diendo decir que, en general, se construyen las categorías victimales
sobre aquellos factores en los cuales se sustenta su existencia.
De los criterios que mayor influencia y aceptación científica han
tenido dentro de la disciplina victimológica, Herrera Moreno afirma
que son dos los principales enfoques clasificatorios marcados por
las tendencias de los paradigmas tipológicos de Mendelsohn y Von
Henting; a saber: a) la contribución de la víctima al delito, y b) la vul-
nerabilidad de la misma, y de los cuales debieran considerarse los si-
guientes aspectos:
a) Coadyuvancia activa de la víctima al hecho criminal. La con-
tribución de la víctima en el proceso criminal parte de un enfoque
positivista o tradicional de la Victimología, siendo las características
más destacadas las siguientes: i) interacción dinámica sustentada en
la concepción de la `víctima contribuyente´; ii) existencia de diferen-
tes grados de participación de la víctima en la trama criminal; iii) con-
152 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

sideración de un modelo uniaxial o un sólo eje tipológico en el que


sustentar las explicaciones teóricas; iv) clasificaciones establecidas en
base a un criterio penal–crimnológico; v) figura de la víctima como
instigadora o precipitadora del delito en base a concepciones sociales
(no legales); y vi) esquemas subjetivos de la consideración de la vícti-
ma (prejuicios estereotipos, etc.).
b) Vulnerabilidad de la víctima. La proclividad de la víctima a su-
frir determinados atentados se contempla en una dimensión más am-
plia que la anterior, señalando como características más relevantes
las que a continuación se refieren:
b1) Engloba dos clases de tipologías victimales: a) las específicamen-
te dedicadas a la valoración de la vulnerabilidad social de la víc-
tima, también conocidas como tipologías de vulnerabilidad social
(Schneider); y b) aquellas otras que contemplan la contribución
victimal que se ha señalado previamente junto con los factores
personales y biológicos que caracterizan a las tipologías genera-
les de propensión/ proclividad victimal (Neuman). Esta última
comprendería una visión mucho más integral y completa, y se-
rían denominadas tipologías de contribución-vulnerabilidad.
b2) Respecto a las tipologías de la contribución, la vulnerabili-
dad en la dinámica victimal debiera considerarse por su ca-
racterización multiaxial, basándose sus ejes clasificatorios
en un plano tridimensional e interactivo; a saber:
b2.1) Personal: consideración de los aspectos biológicos y
psicológicos que afectan al grado de vulnerabilidad e
indefensión personal.
b2.2) Relacional: basada en la interacción entre las par-
tes implicadas en el delito, en la dinámica del hecho
criminal.
b2.3) Contextual: mayor configuración del riesgo en deter-
minadas zonas urbanas o hábitat sociales (barrio, tra-
bajo, etc.), se defiende la interacción de la víctima en
un entorno vitcimogenésico.
b3) Por su parte, las tipologías de vulnerabilidad social sue-
len considerarse mucho más críticas, ya que responde casi
en exclusividad a postulados que defienden la desigualdad
de clases, de poder y la existencia de marginación de cier-
tos colectivos como producto de unas políticas legislativas
discriminatorias.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 153

III. DESCRIPCIÓN DE LAS PRINCIPALES TIPOLOGÍAS VICTIMA-


LES INTERNACIONALES

A lo largo de la historia, la elaboración de tipologías victimales ha


estado supeditada a las conceptualizaciones y modelos teóricos que
sobre la Victimología se han ido desarrollando. Verdaderamente, no
se podría indicar todas y cuantas válidas contribuciones han aportado
numerosos profesionales sobre la citada materia, pero se destacarán
en este apartado aquellas que mayor impacto y trascendencia han su-
puesto en dicho campo.
Así pues, se presentan seguidamente las consideradas como las
principales tipologías victimales, comenzando con las elaboradas
por los considerados “padres de la Victimología” (Mendelsohn y Von
Henting), y continuando con otros autores relevantes en el ámbito
internacional. La sistematización se establece en orden a un criterio
cronológico.

1. Mendelsohn

Destaca por su trascendente aportación en el ámbito internacio-


nal, tanto en los postulados y conceptos victimológicos, como el de-
sarrollo de una específica nomenclatura victimal, siendo todo ello lo
que le permitiría consolidar la dimensión global de la Victimología
(SCHAFER, 1977).
Atendiendo al campo de las tipologías, Mendelsohn establece una
de las primeras clasificaciones de víctimas y, sin lugar a dudas, la más
comentada y aceptada. De hecho podría decirse que ha constituido la
base de fundamentos y desarrollos tipológicos posteriores, tomando
como ejemplo las elaboradas por Fattah y Gulotta, autores que se estu-
diarán con posterioridad.
Una de sus características fundamentales responde a la valoración
gradual de la implicación de la víctima en el hecho criminal; esto es,
la existencia de una relación inversa entre la culpabilidad del agresor
y la del ofendido, a mayor responsabilidad de uno menor culpabilidad
del otro (MENDELSOHN, 1958).
154 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Para una visión más clarificadora, se establece a continuación un


esquema sobre la tipología elaborada por Mendelsohn, así como su
posterior aplicación penológica, para dar paso seguidamente a una
descripción más detallada de cada una de sus conceptualizaciones.

ESQUEMA 1
Tipología victimal de Mendelsohn

Mínima Máxima
responsabilidad CRITERIO DE CULPABILIDAD CORRELATIVA responsabilidad
víctima víctima

Víctima de Víctima tan Víctima más


Víctima totalmente menor culpable como culpable que el Víctima únicamente
inocente culpabilidad el infractor infractor culpable

Víctima Víctima por Víctima Víctima provocadora o Víctima infractora,


ideal ignorancia voluntaria imprudencial simuladora e imaginaria

Responsabilidad penal Responsabilidad penal compartida entre la Responsabilidad penal


máxima para el ofensor víctima y el agresor máxima para la víctima

SANCIÓN PENAL IMPUESTA AL INFRACTOR

Cumplimiento Modificación de la sanción en el sujeto activo Absolución para el


íntegro de la pena en base al grado de implicación de la víctima inculpado

En general, la tipología victimal propuesta por Mendelsohn que-


daría conformada por las siguientes clases de víctimas:
A) Víctima completamente inocente o ideal. En estos casos un
niño supondría un tipo de víctima que representaría las ca-
racterísticas ideales para atentar contra su persona. Se trata-
ría de un tipo de víctima ideal que ni provoca la agresión ni se
le considera responsable de la misma.
B) Víctima de culpabilidad menor o víctima por ignorancia. El
ejemplo típico respondería a aquella mujer embarazada que
se provoca un aborto por medios impropios y muere a conse-
cuencia de éste. En cualquier caso, se trata de personas que
pueden ignorar los alcances de su acción prestándose a ser
victimizadas.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 155

C) Víctima tan culpable como el infractor y víctima voluntaria.


En esta categoría podrían recogerse los supuestos de euta-
nasia activa o el suicidio por medio de la “ruleta rusa” en-
tre otros ejemplos. También denominada víctima consensual
o que voluntariamente se somete a serlo, pues se trata de
una persona consciente de los posibles resultados de sus
acciones.
D) Víctima más culpable que el infractor. Referida a la peligro-
sidad de la propia víctima en cuanto al favorecimiento de
la acción del criminal. Dentro de este grupo se diferencian
dos tipos: a) víctima provocadora o individuo que incita y
promueve la comisión del delito; y b) víctima imprudente;
esta es, la que obviando posibles métodos preventivos se
arriesga a ser atacada por el infractor. Como ejemplo de este
último caso se distingue aquella mujer que no cierra con
llave la puerta de su domicilio, favoreciendo así la acción
ilícita de un ladrón que pudiera estar esperando la citada
oportunidad.
E) Víctima más culpable o únicamente culpable, categoría en la
que se diferencian los siguientes supuestos:
— Víctima infractora o agresora. Un caso típico es la legíti-
ma defensa, donde cometiendo una infracción es el pro-
pio agresor el que cae víctima.
— Víctima simuladora. Basada en la mentira o simulación
como estrategia de convencimiento de juez para la apli-
cación de una sentencia condenatoria contra un tercero.
— Víctima imaginaria. Los casos más comunes son los da-
dos por paranoico, seniles, niños, (…).
Siguiendo con la tipología inicial del autor, y centrada en los
efectos penológicos sobre la figura de la víctima, Mendelsohn pro-
pone una agrupación general en base a la pena que habría de im-
ponerse al presunto culpable; así pues, alude que dicha sanción irá
disminuyendo en su duración conforme se aumente de grado clasi-
ficatorio en la tipología victimal (MORILLAS FERNÁNDEZ, 2003);
en esta línea, las tres nuevas categorías quedarían representadas de
la manera siguiente:
CUADRO 1
156

Aplicación penológica de la tipología de Mendelsohn


GRUPO TIPOLOGÍA IMPLICACIÓN APLICACIÓN
CARACTERÍSTICAS
(grado) VICTIMAL DEL OFENSOR SANCIÓN
I Víctima Inocente La figura de la víctima repre- Máxima Íntegra
senta al sujeto pasivo en la más
estricta acepción del término
II Víctima por igno- La víctima colabora o parti- Compartida con la Modificada en base
rancia, voluntaria, cipa en la comisión de ilícito, víctima al grado de partici-
provocadora e sea de manera incidental ó pación de la víctima
imprudencial intencional
III Víctima agreso- La culpabilidad recae en Nula Absolución del
ra, simuladora e exclusividad sobre la figura inculpado
imaginaria de la víctima, sea por haber
cometido el acto delic-
tivo o bien por fingir su
existencia
D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 157

Como se puede apreciar, el matiz aportado a esta `segunda clasifi-


cación´, o mejor dicho, a la rectificación en la agrupación de los sujetos
atendiendo al grado de culpabilidad, parece tener mayores aplicacio-
nes prácticas por cuanto vincula tanto el grado de responsabilidad del
delincuente, como la sanción penal aplicada en cada caso particular.
Pro último, conviene destacar una de las críticas fundamentales,
y de las que el mismo autor era consciente, responde a su exhausti-
vidad en la calificación de los sujetos así como el determinismo ge-
neralizado de su clasificación al incluir al sujeto pasivo del delito en
uno de los cinco grupos mencionados. Se trata de un planteamiento
eminentemente teórico ya que la realidad demuestra que no existen
casos de inocencia o culpabilidad absoluta y que, además, las con-
ductas de los seres humanos se tornan impredecible en consideración
de diversos factores biopsicosociales. Del mismo modo, autores como
Silverman sustenta en su crítica la escasa aplicación colectiva de su ti-
pología, aspecto discutible por cuanto se comprende su extrapolación
a destinatarios victimales no sólo individuales sino también de origen
grupal (SILVERMAN, 1975). No obstante, y observando también que
su planteamiento parte de una conceptualización gradual de la res-
ponsabilidad victimal, se entiende que dicha crítica repara en haber
establecido exclusivamente cinco grupos clasificativos.
A pesar de todo, cabría considerar a Mendelsohn por la realiza-
ción de una de las más completas tipologías hasta la fecha efectuadas,
así como su elevado impacto tanto a nivel teórico como práctica en el
campo de la Victimología.

2. Von Henting

Junto con Beniamin Mendelsohn supone uno de los grandes pre-


cursores de la Victimología, apoyados ambos en las concepciones po-
sitivistas de la Escuela tradicional o convencional, la cual sostenía su
inquietud victimológica en la etiología del hecho criminal.
Su obra The criminal and his victim en el año 1948, podría califi-
carse como el punto de partida de estudios científicos sobre la víctima
del delito, pues si bien no supuso un cambio de perspectiva radical
respecto a la Victimología, si que se contempló con gran interés su alu-
sión a una clasificación tipológica de las víctimas (HENTING, 1948).
158 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Subraya este autor que las causas del delito debieran responder a
una contemplación de la denominada “víctima-contribuyente”; es de-
cir, abre camino hacia una novedosa `conceptualización interactiva´
entre las figuras implicadas en el pensamiento criminológico tradicio-
nal. El interés por la citada relación provoca un cambio en la visión
de la persona victimizada, y no tanto en cuanto a la consideración de
sus derechos, sino en su vinculación como posible sujeto activo en la
trama criminal60.
En la relación entre la víctima y el ofensor, la primera de ellas
pudiera suponer amplias consecuencias en cuanto a la valoración de
la responsabilidad penal del segundo, por lo que se considera ahora
en dicha interacción la posible cooperación incluso provocación de
la misma. Se trata pues de señalar qué características de un sujeto lo
hacen especialmente predisponente a sufrir o participar en un deter-
minado delito, en averiguar la `propensión victimal´ o características
específicas de la persona a experimentar futuras victimizaciones, en
analizar su nivel de riesgo o vulnerabilidad.
Von Henting parte de un modelo integrador que aporta los cono-
cimientos y explicaciones necesarias para que, con posterioridad, re-
dactase en su obra El delito (1975) una segunda tipología victimal.
Esta segunda elaboración se establece en base a cuatro criterios; a
saber: 1) características de la situación; 2) actitudes propias de sujeto
(impulsos y eliminación de inhibiciones); 3) capacidad de resistencia;
y 4) propensión a ser víctima (HENTING, 1975).
Con todo ello, y enlazando con la clasificación de Mendelsohn
anteriormente citada, cabría destacar antes de continuar que ambos
autores abordan una tipología victimal en base a dos aspectos especí-
ficos: 1) la interacción víctima-ofensor; y 2) los factores determinantes
de los papeles de cada uno de los sujetos implicados en la trama cri-
minal (LANDROVE DÍAZ, 1998).
Retomando de nuevo la idea de su influencia en la clasificación vic-
timal y antes de desarrollar cada una de ellas, se presenta a continua-
ción el siguiente esquema representativo de la tipología de Von Hentig:

60
Se entiende en este sentido todo grado de responsabilidad que, por mínimo
que sea, pudiera serle atribuido a la víctima.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 159

ESQUEMA 2
Tipología victimal de Von Henting

- Niños
- Mujeres
Clases generales - Ancianos
- Débiles y enfermos mentales
Primera - Inmigrantes, minorías y tontos
clasificación “Víctimas especialmente
vulnerables”
-
Deprimido
“El criminal
-
Ambicioso
y su víctima” Tipos psicológicos -
Lascivo
(1948) -
Solitario
-
Atormentador
TIPOLOGÍA -
Bloqueado, excluido y agresivo
VICTIMAL
- - Aislada - Espacial
Situaciones de la víctima - Próxima - Familiar
- Profesional

- Ánimo de lucro
Impulsos y eliminación - Ansias de vivir
de inhibiciones en la - Agresivas
Segunda víctima
clasificación - Sin valor

- Por estado emocionales


“El delito” - Por transiciones normales en el
(1975) curso vital
Víctima con resistencia
reducida - Perversa
- Bebedora
- Depresiva
- Voluntaria
- Indefensa
- Falsa
- Inmune
Víctima propensa - Hereditaria
- Reincidente
- Convertida en autor

Su primera tipología, esta es, la relativa a las “clases generales”,


constituye el antecedente de las hoy denominadas “víctimas especial-
mente vulnerables”. Alude con especial atención a menores, mujeres,
ancianos, deficientes mentales, inmigrantes, entre otros, así como a la
actitud de los mismos frente al agresor. En definitiva, se centra tanto
en una clasificación general de víctimas como en los tipos psicológi-
cos que las caracteriza.
Dicha tipología victimal parte de dos clases genéricas de víctimas
que se subdividen en once categorías más frecuentes o de mayor ries-
160 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

go de victimización, hecho éste que permite distinguir entre “víctima


nata” y “víctima hecha por la sociedad”. Se desarrollan a continua-
ción cada uno de los elementos.
1) Clases generales:
• El niño. Destaca por su debilidad física, inmadurez e inexpe-
riencia, estando en un proceso de formación biológica y men-
tal, no tiene aún la capacidad de resistencia corporal, ni inte-
lectual ni moral para oponerse en igualdad de condiciones a
un agresor adulto. Así, los niños pueden ser víctimas propicias
de delitos sexuales, pueden verse obligados a trabajar en con-
diciones infrahumanas –sobre todo debido a la pobreza que ca-
racteriza a los países subdesarrollados–, e incluso pueden ser
instrumento de las organizaciones criminales como auxiliares
en determinados delitos.
• Las mujeres. Sus agresores suelen aprovechar sus condiciones
físicas para cometer delitos de naturaleza sexual. Tal es el caso
de las violaciones que, en algunos supuestos, concluyen con la
muerte de la mujer; delitos contra la propiedad, como puede
ser el caso de los comúnmente llamados “tirones” de bolsos; o
infracciones violentas; entre otros muchos.
• Los ancianos. Suelen ser víctimas propicias de delitos contra la
propiedad. Como afirma Von Hentig, ‹‹en la combinación de la
riqueza y la debilidad reposa el peligro››.
• Los débiles y enfermos mentales. Poseen un elevado grado de
victimización. En su estudio, Von Hentig pone de manifiesto
que el 66% de hombres muertos de forma dolorosa eran alco-
hólicos. Los intoxicados son víctimas fáciles de cualquier clase
de crimen, sobre todo contra la propiedad. Ellos suelen ser los
blancos de carteristas, ladrones, criminales sociales, etc.
• Los inmigrantes, las minorías y los tontos –impropia y criticable
clasificación conjunta–. Se trata de tipos delimitados en base a
una conceptualización sociológica. En cuanto a los primeros,
su principal problema radica en la dificultad que tienen para
adaptarse a una nueva cultura. Ello le lleva a sufrir situaciones
extremas que le hace agarrarse a cualquier punto de salvación
para evitar la victimización. En idéntica posición se hallan las
minorías, las cuales suelen ser víctimas de prejuicios raciales y
políticos, no tienen iguales derechos que los colectivos mayori-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 161

tarios y ofrecen así un campo amplio para que los maltraten. El


último lugar –en mi opinión, muy distantes conceptualmente
de las anteriores categorías—se hallan los tontos o personas
con escasa inteligencia y que Von Hentig clasifica de “víctimas
innatas”. En base a ello, el éxito de la labor del criminal no se
debe siempre a la inteligencia del delincuente sino más bien a
la deficiencia de la víctima.
2) Los tipos psicológicos.
• El deprimido. Forma una categoría de tipo sociológico. La depre-
sión es una actitud emocional que se expresa por sentimientos
de inadecuación y pérdida de la esperanza y va acompañada por
una general disminución de la actividad física y mental61. En es-
tas condiciones, una persona pierde toda capacidad de iniciativa
y se torna sumisa y apática, se anula toda su capacidad de lucha
y, por consiguiente, es susceptible de convertirse en víctima.
• El ambicioso. Está movido por un deseo de lucro y avaricia que
lo hace fácilmente victimizable.
• El lascivo. Suele aplicarse a mujeres víctimas de delitos sexua-
les que presuntamente han provocado.
• El solitario. Es aquella persona que no sólo busca dinero y
bienestar económico, sino también compañía, amor y felicidad,
motivo que le hace rebajar sus defensas y ser más propenso a la
victimización. Suele ser víctima de robos y estafas.
• El atormentador. Con este término se hace referencia a aque-
llos que por disturbios de la personalidad o bajo el influjo de las
drogas o el alcohol, atormentan a quienes lo rodean, creando
una atmósfera tensa y difícil, y que terminan siendo víctimas
de aquel ambiente creado por ellos mismos62.
61
Hoy en día la depresión se incluye dentro de los “trastornos del estado de
ánimo”; es decir, la misma podría considerarse tanto como un estado (forma de ac-
tuación referida a un período de tiempo) o como rasgo (forma estable de comporta-
miento que se encontraría dentro de las “formas no específicas den los trastornos de
personalidad”). Ver más información en AMERICAN PSYCHIATRIC ASSOCIATION
(APA), Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, Fourth Edition, Revised
(DSM-IV-TR), Barcelona, 2000.
62
Podría verse un reflejo del deminado “atormentar a los que le rodean” bajo
la calificación diagnóstica “deterioro o malestar clínicamente significativo”, défi-
citss que en la vida diaria conllevarían el padecimiento de un determinado trastorno
mental. Ver más información en AMERICAN PSYCHIATRIC ASSOCIATION (APA),
162 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

• El bloqueado, el excluido y el agresivo. Son personas que por


una u otra razón, porque no pueden defenderse, por su margi-
nación, por su provocación etc., son víctimas fáciles.
Respecto a la segunda de sus tipologías, y como se dijo con ante-
rioridad, Von Henting establece que las víctimas podrían diferenciar-
se en base a los siguientes cuatro criterios:
A) Situación de la víctima.
a1) Víctima aislada: todas aquellas personas que no gozan de la
protección propia de las relaciones sociales o de la pertenen-
cia a una comunidad (anciano, extranjero de viaje en un país
desconocido, etc.). Se trata de la persona que pone en peli-
gro su integridad por apartarse del amparo y seguridad que
supondrían la vida en sociedad.
a2) Víctima por proximidad: la cercanía y contacto con determi-
nadas personas podría propiciar el hecho de convertirse en
objeto de victimizaciones futuras. Dentro de esta tipología
diferencia las siguientes: i) víctima por proximidad espacial
(aglomeraciones); ii) víctima por proximidad familiar (in-
cesto, parricidio); y iii) víctima por proximidad profesional
(médicos, asistentes sociales, enfermeros) (RODRÍGUEZ
MANZANERA, 2010).
B) Impulsos y eliminación de inhibiciones de la víctima.
b1) Víctima con ánimo de lucro: personas que por deseo o búsque-
da de beneficios inmediatos cae en manos de redes de prosti-
tución, objeto de estafa, etc. Tal es el caso del inmigrante que
confía ansiadamente en emigrar a un país desarrollado para
poder trabajar y enviar dinero a su familia, para lo cual se
pondría en contacto con individuos que, en la mayoría de oca-
siones, pertenecen a organizaciones criminales y únicamente
se lucran de un gestión ficticia de las demandas solicitadas.
b2) Víctima con ansias de vivir: personas que tras haberse dado
cuenta de las privaciones en su experiencia vital se proponen
recuperar el tiempo perdido (búsqueda de nuevas, adicción
al juego, emigración). Tal es el caso de jóvenes que empren-
den compromisos con bandas callejeras y que se habitúan
Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, Fourth Edition, Revised
(DSM-IV-TR), Barcelona, 2000.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 163

al consumo de drogas como algo novedoso o bien, de aque-


llos otros que, cansados de la rutina, se escapan de sus casas
para buscar nuevas sensaciones.
Podría entenderse como un tipo de víctima social o circuns-
crita a unas condiciones rutinarias determinadas que, en un
momento preciso, desencadena o fomenta en el sujeto una
respuesta de `escape´ a su modo de vida habitual, una nece-
sidad de evadirse de su cotidianidad.
b3) Víctimas agresivas: antiguos sujetos victimizados que por un
mecanismo de recelo, saturación y explosión se convierten
ahora en el victimario de sus antiguos ofensores (pareja, fami-
lia, amigos). Vulgarmente denominado “ajuste de cuentas”.
b4) Víctimas sin valor: conceptualización que desde un punto de
vista sociológico determinaría quienes son aquellos indivi-
duos que menor `valor social o cultural´ representarían den-
tro de la comunidad (jubilados, pecadores, etc.). Se entiende
que se trata de un colectivo que, si bien nadie se preocuparía
por ellos, tampoco lo haría la Justicia en cuanto a la aplica-
ción del castigo correspondiente al criminal.
C) Victima con resistencia reducida. Incluye las siguientes categorías:
c1) Víctima por estados emocionales: el miedo, el odio o la devo-
ción podrían considerarse estados emocionales que, en sus
manifestaciones más extremas, podrían conllevar la realiza-
ción de acciones tanto objeto de sanción como, una mayor
vulnerabilidad del sujeto pasivo a sufrir las consecuencias
del hecho criminal. Como ejemplo del primer supuesto se re-
fiere aquel el matar por celos al cónyuge de una exmujer.
c2) Víctima por transiciones normales en el curso de la vida: se re-
fiere a las personas más vulnerables a ser victimizadas como
consecuencia de la etapa y circunstancias vitales en la que se
encuentra. Tal es el caso de un menor de edad, donde la falta
de competencias no le permite en ocasiones defenderse de
posibles ataques contra su persona, o de una mujer embara-
zada, en la cual la indefensión se torna evidente en el caso de
ser atracada por la calle.
c3) Víctima perversa o psicopáticos: donde se incluyen violado-
res, prostitutas, homosexuales; en definitiva, aquellos sujetos
desviados que son explotados por su `problema´.
164 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

c4) Víctima bebedora: el alcohol se constituye como una de las


razones más favorecedoras del riesgo de victimización.
c5) Víctima depresiva: el riesgo a auto-lesionarse o destruirse, así
como la promoción de situaciones victimógenas, es propias
de los sujetos con características de tipo depresivo. Así por
ejemplo, sentimientos de desesperanza extrema, o creencias
del tipo “no valgo para nada”, podrían llevar a un sujeto a
acabar con su propia vida (suicidio).
c6) Víctima voluntaria: se vincularía con el consentimiento para
que el agresor lleve a cabo la conducta ilícita.
D) Víctima propensa. Distingue entre:
d1) Víctima indefensa: persona que, tras una valoración entre los
beneficios y los costes de la persecución legal de un caso ilí-
cito, decide tolerar la lesión antes que tener que enfrentar-
se a nuevos daños. Como ejemplo de este caso, una orden
de alejamiento podría suponer un coste adicional de peligro
para la figura del menor, así como el aumento de las amena-
zas por parte del ofensor.
d2) Víctima falsa: auto-victimización para conseguir determina-
dos objetivos (simulación de una baja laboral).
d3) Víctima inmune: se considera que en razón de su profesión,
determinadas personas son menos vulnerables a ser atenta-
dos contra su persona (fiscales, agentes del orden y seguri-
dad ciudadana, abogados, jueces, etc.)63.
d4) Víctima hereditaria. Categoría que si bien es incluida direc-
tamente por el autor apenas realiza mención alguna en su
definición.
d5) Víctima reincidente: personas con elevadas probabilidades a
sufrir futuras victimizaciones. Podrían enlazarse con lo que
hoy se entiende como “victimización secundaria”.
63
Haciendo una critica al citado postulado, podría decirse que estas personas
son, en ocasiones, igual o más vulnerables que el resto de ciudadanos. así pues, debe-
rían diferenciarse los siguientes aspectos:
- Su relación con organizaciones criminales: las relaciones mantenidas por
un policía involucrado en la ayuda a organizaciones criminales lo harán menos vul-
nerable a sufrir atentados y, por otro lado, lo situarán en el punto de mira de los cita-
dos grupos en el caso de existir traición a los mismos.
- Se entienden que los citados profesionales trabajan con sectores poblacio-
nales peligrosos, por lo que su riesgo a ser victimizado no constituiría freno alguno
para los ofensores, sobre todo en el caso de represalias posteriores.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 165

d6) Víctima que se convierte en agresor: cambio de roles entre la figu-


ra de la víctima y el ofensor, como consecuencia del, aprendiza-
je de la primera respecto a la metodología y trama criminal64.
Finalmente, y en relación a las características generales de sus ti-
pologías, cabría mencionar que a la primera se le critica la falta de
exhaustividad; es decir, por no contemplar un criterio único de cate-
gorización de los sujetos. Por el contrario, la misma clasificación se
entiende bastante interesante a la hora de determinar qué personas
van a tener un mayor riesgo de ser victimizadas, considerando tanto
factores psicológicos, como sociológicos y biológicos.
Por su parte, la inclusión de los cuatro nuevos elementos conside-
rados en su segunda elaboración permite reconocer en mayor medida
cuáles son los criterios de selección de ciertas personas como objeto
de victimización. No obstante, prima cierto grado de subjetividad en
cuanto a la categorización de los individuos se refiere; esto es, el riesgo
o vulnerabilidad a experimentar determinados acontecimientos podrá
considerarse bajo su inclusión en más de una categoría, y en todo caso
favoreciendo su adhesión a unas más que a otras. En definitiva, tanto
en su primera como en su posterior clasificación, la figura victimal
puede ser incluida en diferentes grupos categóricos.

3. Fattah

La influencia más significativa de los autores precedentes se re-


fleja en la elaboración tipológica de Ezzat Fattah. Lo hace tanto en la
consideración de un criterio gradual de la responsabilidad de la figura
víctima (concepción mendelsohniana), como en el establecimiento de
una categoría de víctima predispuesta, por el autor denominada tam-
bién como víctima latente (influencia de Von Henting).
En la elaboración de las tipologías victimales de Fattah podrían
considerarse dos momentos; una primera época centrada en la cate-
gorización victimal en consonancia con su grado de implicación de-
64
Actualmente se le asigna la denominación “Síndrome de Estocolmo” para
denominar a este hecho, caracterizado por la creación de complicidad entre víc-
tima-agresor, de manera que incluso la primera podría llegar a ayudar al segundo
en la consecución de sus objetivos, e incluso comportarse como el mismo. Entre las
explicaciones a este hecho destacan la búsqueda de protección personal, la propia
indefensión de la víctima, o las características de personalidad, entre otros aspectos.
166 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

lictual, lo que supondría el establecimiento de una primera clasifica-


ción; y un segundo momento de desarrollo de cinco tipos básicos de
víctimas, lo que constituiría su segunda tipología.
A continuación se presenta un esquema de sendas conceptualiza-
ciones tipológicas, las cuales serán a su vez objeto de desarrollo con
posterioridad.

ESQUEMA 3
Tipología victimal de Fattah
- Víctima deseosa o suplicante - Edad
Grado de - Víctima que consiente libremente - Predisposiones - Sexo
responsabilidad - Víctima sin consentimiento biopsicológicas - Estado físico
- Alcoholismo
Clasificación - Profesión
victimal - Víctima no participante - Nivel económico
- Predisposiciones
sociales - Sociabilidad
- Víctima latente o predispuesta

Tipos de víctimas - Desviación sexual


- Víctima - Provocadora - Negligencia
generales - Predisposiciones
provocativa - Precipitadora - Confianza
psicológicas - Defectos carácter
- Víctima - Actitud activa
participante - Actitud pasiva
- Víctima
falsa - Simuladora
- Auto-victimización

Respecto a la primera de sus clasificaciones, fue su publicación


Quelque problemes poses a la justice penale par la Victimologie la que
impulsó su conceptualización victimal en base a tres categorías de
responsabilidad, diferenciando entre (FATTAH, 1966):
• Víctima deseosa o suplicante. Sujeto que desesperado y ansioso
llega a realizar todo lo posible por la consecución de ciertos
objetivos en la mayor brevedad de tiempo posible. Se relacio-
na con un deseo de facilitación y comisión del acto criminal,
así como de la promoción de comportamientos ilícitos (aborto,
compra de drogas, etc.).
• Víctima que consiente libremente o víctima voluntaria. Víctima
que sin ser considerada parte activa en el Iter criminis, caso
opuesto a lo definido para el caso de la víctima voluntaria, tam-
poco realiza ningún impedimento en la ejecución de mismo.
• Víctima sin consentimiento. La falta de aceptación voluntaria
de la víctima en la realización de una determinada conducta no
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 167

cuestiona el posible favorecimiento de la misma en la realiza-


ción de ésta última; es decir, y aplicado a un caso concreto, que
la víctima no consienta mantener relaciones sexuales con su
agresor no significa que con anterioridad la primera no haya
suscitado en el ofensor dicha respuesta (vestimenta ligera, invi-
tación a una copa, etc.). No obstante, la responsabilidad de una
posible agresión sexual sería casi con exclusividad atribuida al
sujeto que realiza la conducta punible, valorando las circuns-
tancias del caso concreto para considerar la pena final.
De otro lado, evoluciona dicho autor a la elaboración de una tipo-
logía más compleja, y en su intento exhaustiva, en la que diferencia
cinco categorías generales (FATTAH, 1967):
o Víctima no participante. Correspondiente en la clasificación de
Mendelsohn a su denominada víctima ideal o con grado de res-
ponsabilidad nulo, define a un sujeto sin vínculo alguno con la
figura del agresor y que muestra comportamientos aversivos
tanto a éste como al mismo hecho criminal.
o Víctima latente o predispuesta. Persona que por presentar de-
terminadas características de personalidad se hace más fácil-
mente vulnerable a los ataques del victimario. Entre los riesgos
que promueven su catalogación como víctima, y siempre aten-
diendo a la subjetividad y definición que de la misma realice el
delincuente, se encuentran factores con origen:
— Biopsicológico. Origen establecido en base a cuatro aspec-
tos no excluyentes; a saber: edad (menor), sexo (mujer),
estado físico (presencia de enfermedad degenerativa) y al-
coholismo (embriaguez).
— Sociales. Se clasifican en base tres criterios: oficio o profe-
sión, condición económica y condiciones de sociabilidad.
A tal efecto, es más probable que sea objeto de robo una
persona con solvencia económica cuantiosa.
— Psicológico. Serán con más probabilidad victimizados aque-
llos sujetos caracterizados por uno de los siguientes cuatro
aspectos: desviación sexual, negligencia e imprudencia, ex-
ceso o defecto de confianza y defectos del carácter. Así por
ejemplo, en muchas ocasiones es el exceso de confianza lo
que puede llevar a un sujeto a involucrarse de manera invo-
luntaria en determinados ilícitos; no obstante, señalar que en
168 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

el caso contrario la desconfianza extrema también pudiera


llevar la comisión de determinados delitos (crimen pasional).
o Víctima provocativa. Se distingue en este caso aquella que pro-
picia las condiciones idóneas para la comisión de delito (vícti-
ma precipitadora) de aquella otra que incita el hecho criminal
en sí mismo (víctima provocadora).
o Víctima participante. Se define así al sujeto que colabora acti-
vamente en el hecho criminal, ya sea dicha facilitación de ma-
nera activa como pasiva.
o Víctima falsa. Persona que simula ser víctima de un crimen
o bien, que se auto-victimiza esperando determinadas conse-
cuencias positivas de tal acción.
La crítica a la tipología de Fattah se sustenta sobre todo en su con-
fusión conceptual, aspecto que, siguiendo con las críticas de efectua-
das a sus predecesores, no escapa de la escasa exhaustividad y exceso
de yuxtaposición en las categorías planteadas. No obstante, y a pesar
de lo citado, cabría resaltar las objeciones que realiza en cuanto con-
sideración de factores biológicos, psicológicos y sociales en la descrip-
ción de su denominada “vícima predispuesta”, lo que plantea la utili-
dad de su división para futuras investigaciones.

4. Neuman

La característica esencial de la obra de Neuman descansa en una


clasificación más moderna, dinámica y exhaustiva que sus preceden-
tes a partir de una consideración del ambiente donde la acción crimi-
nal tiene lugar. Se trata pues de tipología minuciosa sustentada en la
contextualización del sujeto pasivo, y descrita en base a las caracterís-
ticas propias de la situación en que se vivencia el hecho delictivo.
En general, y partiendo de su conceptualización multicompren-
siva, la inclusión de la víctima en una determinada categoría pudiera
responder a un criterio de tipo individual, familiar, colectivo, o social,
pero en cualquier atendiendo a la imposibilidad de determinar fer-
vientemente las características de la pareja penal (NEUMAN, 1984).
Atendiendo a la amplia gama de subdivisiones sustenta su catego-
rización en base a cuatro tipos de factores. Se presenta a continuación
un esquema-resumen para con posterioridad desarrollar cada uno de
los grupos mencionados.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 169

ESQUEMA 4
Clasificación victimal de Neuman

VÍCTIMAS INDIVIDUALES
Inexistente Culposa Dolosa
• Inocentes • Provocadoras (legítima defensa) • Por propia determinación (suicidio)
• Resistentes • Provocadoras genéricas. • Delincuentes.
• Cooperadoras o coadyuvantes.

VÍCTIMAS FAMILIARES
• Niños golpeados y explotados económicamente (trabajo, instigación a robar).
• Mujeres maltratadas.
• Delitos del ámbito conyugal (violación, incesto).

VÍCTIMAS COLECTIVAS
La comunidad como •
Alta traición.
nación •
Sedición.

Levantamientos

Toda otra forma de conspiración para derrocar un gobierno legítima-
mente establecido
La comunidad social • Terrorismo subversivo.
• Genocidio.
• Etnocidio.
• Delitos de “cuello blanco” cometidos por particulares (fraude banca-
rio, financiero).
• Polución de la atmósfera, la tierra y las aguas.
• Falsificación de medicamentos.
• Falsificación de alimentos.
• Tráfico internacional de drogas.
• Compra fraudulenta de armas de guerra.
• Abuso de poder gubernamental.
• Terrorismo de Estado.
• Abuso de poder económico y social.
• Evasión fraudulenta de capitales por funcionarios.
• Ocultación de “beneficios” por funcionarios.
• Monopolios ilegales.
• Especulaciones ilegítimas desde el poder (con motivo del conocimien-
to de desvalorizaciones monetarias, por ejemplo).
• Fraudes con planos urbanísticos.
• Persecuciones políticas a disidentes de todo tipo.
• Censura y uso abusivo de medios de comunicación.
Determinados gru- • Leyes que crean delincuencia (drogadictos, usuarios, tenedores).
pos comunitarios por • Menores con conductas antisociales.
medio del sistema • Detenidos en sede policial (vejaciones, tratamiento cruel, torturas).
penal • Inexistencia de asistencia jurídica.
• Exceso de detenciones preventivas.
• Prisiones de máxima seguridad promiscuas, que sólo atienden al depósito.
• Inoperancia en la reinserción social de liberados (definitivos o
condicionales).
• Dificultades para el resarcimiento económico de las víctimas.
VÍCTIMAS DE LA SOCIEDAD O DEL SISTEMA SOCIAL
• Niños material o moralmente abandonados
• Enfermos.
• Minusválidos
• Locos
• Ancianos
170 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

En cuanto al desarrollo de cada uno de los grupos, y a modo de


aclaración respecto a los factores presentados, cabría señalar los si-
guientes aspectos:
A) Víctimas individuales. El criterio tipológico se ciñe a la actitud
victimal, pudiendo diferenciar entre65:
a1) Inexistente: divisible según se considere a la víctima inocente o
resistente; así pues, mientras en el primero de los casos la víc-
tima no se entiende en absoluto implicada en la trama crimi-
nal (accidente de tráfico provocado por un tercero), en la víc-
tima resistente existe cierta oposición por parte de la misma.
a2) Culposa: diferenciando dentro de este grupo las provocado-
ras (precipitación de la víctima a ser ofendida), cooperado-
ras (colaboración que podría ser producto de la presencia de
amenazas) y coadyuvantes (participación más activa).
a3) Dolosa. Entendiendo en este último caso la implicación acti-
va del supuesto sujeto pasivo66.
B) Víctimas familiares. Tipo especial de ilícitos cometidos en el ám-
bito doméstico; es decir, en ambientes familiares donde las relaciones y
vínculos establecidos hacen que, en la mayoría de ocasiones, los aten-
tados contra los bienes jurídicos de la persona sean enmascarados (me-
nores agredidos, incesto, mujeres maltratadas, etc.). Como caracterís-
ticas de las “víctimas familiares” mencionar dos aspectos: 1) tal y como
señala el autor se trata de delitos que pasan inadvertidos al sistema de
justicia, constituyendo en muchas ocasiones un aumento desmesurado
de la denominada `cifra negra´; y 2) se echa en falta la figura del an-
ciano como sujeto predisponente a sufrir violencia doméstica; así como
todas aquellas personas que con algún tipo de minusvalía o déficit su-
frieren tal atentado. Del mismo modo, podría incorporarse la figura de
la cuidadora del menor o de la persona mayor, generalmente de origen
extranjero y explotada en muchas ocasiones mediante la aplicación de
medidas coercitivas. Como ejemplo de esto último señalar una ame-
65
Se podría estimar la existencia de un cuarto subgrupo; esto es, el compuesto
por aquellas víctimas individuales denominadas “solicitantes o rogantes” (eutanasia).
Más información en AGUILAR AVILÉS, D., Estudios cubanos sobre Victimología,
Málaga, 2010. Disponible en Biblioteca Virtual de Derecho, Economía y Ciencias
Sociales, en página web: www.eumed.net
66
Señalar que, en cualquier caso, las acepciones de culposa y dolosa no so-
portan connotaciones penales, sino simplemente actitudes referidas a la persona
victimizada.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 171

naza a su futura alta en la seguridad social sino cumple determinadas


horas semanales no previstas en un pacto inicial.
C) Víctimas colectivas o lesión general de determinados grupos so-
ciales caracterizados por el poder de conformar cada uno de ellos una
comunidad victimal. Se diferencian dentro de este grupo:
c1) La víctima como nación. Se sustenta sobre todo en los movi-
mientos de rebelión y conspiración en base, no solo a fines de
modificación legislativa, sino con ansias de anular y derro-
car la política existente.
c2) La víctima como comunidad social, como serían los sujetos
pasivos de los actos de genocidio o de los delitos cometidos
por grupos terroristas.
c3) La victimización a grupos específicos. Caso concreto de la vic-
timización del sistema penal hacia determinados sujetos. A tal
efecto se considerarían las consecuencias añadidas del interna-
miento de un sujeto en un centro penitenciario, así como el des-
cuido de cumplimiento íntegro de las garantías procesales cuan-
do se trata con determinados colectivos, entre otros aspectos.
D) Víctimas del sistema social o colectivos propicios a ser exclui-
dos socialmente y marginados en razón de su raza, nivel económico,
tendencia sexual, etc.
Según Aguilar Avilés, a estos cuatro grupos cabría la incorpo-
ración de una quinta clasificación victimal; a saber, la denominada
“victimización supranacional de naciones y pueblos dependientes”,
ya sea en su vertiente “ataque a la soberanía nacional” (invasión de
fronteras, políticas, embargos, razones humanitarias, etc.), como por
lo referente al “ataque a la soberanía en general” (extorsiones, extradi-
ciones forzadas, jurisprudencia internacional, corporaciones interna-
cionales, etc.) (AGUILAR AVILÉS, 2010).
Haciendo alusión a las críticas sobre la tipología de Neuman, el
mismo autor es consciente de la multitud de variantes incluidas en su
clasificación. En este sentido, las desventajas que manifiesta su clasi-
ficación responden en cualquier caso a la covariación de los factores
incluidos, es decir, a la carencia de exhaustividad o inexistencia de un
criterio más o menos específico de organización victimal.
No obstante, y en términos generales, indica Herrera Moreno:
‹‹Ciertamente, la clasificación de víctimas de Neuman maneja todos
los registros tipológicos hasta ahora revisados. Se alternan así criterios
172 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

victimológicos (actitud victimal), criminológicos (área de criminalidad


afectada), jurídico-penales (delitos productores de determinadas victimi-
zaciones) para dar paso al fin a criterios informales de tipo sociológico
(áreas de vulnerabilidad social)››; y continúa la autora ‹‹se trata en suma
de una de las tipologías más completas›› (HERRERA MORENO, 1996).

5. Joutsen

La propuesta de Matti Joutsen resulta innovadora porque parte de


la perspectiva situacional-preventiva, considerando en todo caso la pre-
caución o no de la víctima en el origen y desarrollo del hecho delictivo.
Del mismo modo, realiza también una clasificación en cuanto a la in-
tencionalidad del sujeto pasivo en la trama criminal (JOUTSEN, 1986).
En definitiva, y respecto al citado autor podría destacarse su contri-
bución en base al desarrollo de una tipología que toma en consideración
dos ejes relacionados; a saber: a) las medidas de precaución de la vícti-
ma; y b) la consideración de la intencionalidad de esta última. Así pues, la
clasificación de Joutsen podría representarse del siguiente modo:

ESQUEMA 5
Tipología victimal de Joutsen
- Victima concienzuda o diligente
Precaución/ prevención - Víctima facilitadora
- Víctima invitadora
Características
consideradas en la
persona de la víctima - Victima provocadora
Implicación/ intencionalidad - Víctima consentidora
- Víctima instigadora
- Víctima simuladora

A) Respecto al primer criterio de clasificación; esto es, en relación


a la actitud de precaución o prevención tomada por el sujeto, la tipología
victimal quedaría establecida en base a tres grupos de víctimas, a saber:
a1) Víctima concienzuda o diligente. Identificada también con la
denominada víctima ideal o irreprochable, se traduce en aquel
sujeto precavido que desarrolla conductas que en definitiva vie-
nen a asegurarle su estado físico y psíquico. Se trataría de la
adopción razonable de medidas que aboguen por su seguridad.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 173

a2) Víctima facilitadora. Se trata del sujeto que favorece o `fa-


cilita´ sobre su persona la acción victimal. En este sentido
podrían diferenciarse:
— Víctima facilitadora accidental: caracterizada por no to-
mar las medidas de prevención necesarias con indepen-
dencia de las determinaciones del ofensor. Afectaría por
tanto al modo de perpetración.
— Víctima facilitadora esencial o determinante: mediada la
facilitación victimal por la decisión o motivación del au-
tor hacia el aprovechamiento de la misma. A diferencia
del caso anterior, el ofensor es más exigente en estos su-
puestos, pues la víctima ha de cumplir o presentar deter-
minadas características incitadoras de la conducta.
a3) Víctima invitadora. Persona con plena conciencia del riesgo
y que lo asume a sabiendas de las posibles consecuencias.
De manera más clarificadora, las diferencias entre las categorías
señaladas podrían representarse del siguiente modo:

CUADRO 2
Variantes implicadas en la toma de decisiones de la víctima
Conciencia del
Tipo de víctima Consideración de la prevención
riesgo

Concienzuda Alta Adopción de medidas para evitar riesgos futuros

Facilitadora Baja Negligencia preventiva accidental/ esencial

Invitadora Alta Negligencia preventiva intencional

B) De otro lado, y en referencia a la intencionalidad de la víctima,


podrían considerarse cuatro categorías:
b1) Víctima provocadora. El sujeto precipita o `provoca´ las con-
diciones necesarias y suficientes para la práctica del hecho
criminal. Suele entenderse dicha terminología en su aplica-
ción a situaciones específicas, como sería el caso del robo en
una tienda tras la distracción del dependiente.
b2) Víctima consentidora. Podría entenderse este supuesto como
la asunción voluntaria de un posible daño contra la propia
persona (material o no). En este sentido, la validez de dicho
consentimiento o voluntad habría que establecerla en base
174 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

a ciertas consideraciones, como sería el caso de su ausencia


en determinados tipos de ilícitos con menores o de su posible
aceptación en base a al empleo métodos coactivos.
b3) Víctima instigadora. También se denomina víctima promotora al
facilitar la acción, no los inicios de la misma (víctima provoca-
dora). A diferencia del caso anterior la voluntad en la participa-
ción del delito no se cuestiona, sino que es el mismo sujeto quien
activamente lo fomenta. En esta línea, indica Herrera Moreno
que ‹‹la “víctima consentidora” constituirá un tipo participativo
válido solo cuando el asentimiento victimal no indique la atipi-
cidad de la conducta del autor›› (HERRERA MORENO, 1996).
b4) Víctima simuladora. Es aquella persona que alega la existencia de
un determinado hecho criminal en base a la falsedad y el engaño
y con aras a satisfacer determinadas pretensiones, generalmente
de tipo económico. Una mejor denominación de las mismas res-
pondería, según la autora inmediatamente señalada, a su catalo-
gación como ‹‹víctimas de falsedad o imputación simulada››.
Este segundo eje de intencionalidad se relacionaría con el tipo de
prevención negligente comentado con anterioridad, pues en cualquie-
ra de los cuatro casos señalados existe conciencia del riesgo y ausen-
cia de métodos preventivos.
Quizás la salvedad pudiera encontrarse en la “víctima simulado-
ra”, donde si bien la intencionalidad está presente también lo haría la
precaución victimal a ser descubierto. Un ejemplo de ello sería pre-
sentar denuncias sustentadas, deliberadamente, en pruebas falsas. En
estos casos, la persona prevé las posibles consecuencias de su conduc-
ta y por ello con frecuencia tenderá a sustentar sus argumentos apoya-
da en elementos materiales o tangibles.
Entre las críticas a su tipología, el mismo autor indica la escasa fun-
cionalidad práctica de la misma, pues las propias categorías advierten
sobre la falta de exclusividad y ambigüedad que las representa.
En esta línea, Herrera Moreno refiere que la clasificación de Joutsen
descansa sobre todo en concepciones individualistas de la víctima, obvian-
do la implicación victimal de la que son objeto ciertos colectivos e insti-
tuciones. Consideración a la que habría que añadir su ingenuidad de la
creación de un tipo de “víctima ideal” en base a su actitud preventiva, des-
tacando en todo caso que, a pesar de las precauciones o medidas preven-
tivas adoptadas, no se entiende la trama criminal como dependiente en
exclusividad de un determinado individuo (HERRERA MORENO, 1996).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 175

6. Otros autores internacionales relevantes


Se presentan a continuación algunas de las aportaciones que, si
bien no se caracterizan por el impacto de las señaladas con anteriori-
dad, han supuesto también importantes efectos en la evolución de las
tipologías victimales.

6.1. Aníyar de Castro

Esta autora realiza una breve clasificación victimal con notables


parecidos respecto a la tipología ya señalada de Neuman, pudiendo
denotar la influencia del mismo en la consideración de las acepciones
de “víctima culposa” o “víctima dolosa”.
En general, su propuesta se establece en base a la diferencia de
cuatro grupos de víctimas, que para una mejor clasificación se han
agrupado del siguiente modo: a) grupo I: víctima singular y víctima
colectiva; b) grupo II: víctima del delito y víctima de si misma; c) grupo
III: víctima por tendencia, víctima reincidente, víctima habitual y víc-
tima profesional; y d) grupo IV: víctima culposa, víctima consciente y
víctima dolosa (ANÍYAR DE CASTRO, 1969).
Entre las consideraciones a la presente tipología, Rodríguez
Manzanera destaca las establecidas en el siguiente cuadro (RODRÍGUEZ
MANZANERA, 2010):

CUADRO 3
Críticas a la tipología victimal de Aníyar de Castro.
GRUPO TIPO DE VÍCTIMA Objeción de Rodríguez Manzanera

I Víctima singular Ningún tipo de observación


Víctima colectiva

II Víctima del delito - Estructuración en base a un criterio jurídico


Víctima de si misma - Necesidad de agregar bajo un tipo independien-
te aquellas conductas antisociales no tipificadas.

III Víctima por tendencia Faltaría la incorporación de uno de los tipos de


Víctima reincidente víctimas más abundantes; esto es, la “víctima for-
Víctima habitual tuita u ocasional”
Víctima profesional

IV Víctima culposa Necesidad de incorporar un tipo de “víctima


Víctima consciente inocente”
Víctima dolosa
176 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Indicar finalmente que su contribución en la disciplina victimológi-


ca destaca por su interés en el futuro de la misma, en la defensa en el es-
tudio de la víctima tanto en sus condiciones y motivaciones personales,
como en lo relativo a la influencia de la dinámica social sobre la mis-
ma (ANÍYAR, 1974). Del mismo modo, señalar el acertado postulado de
Rodríguez Manzanera en la necesidad de considerar no en exclusividad
las víctimas representadas en base a los tipos penales, preceptos que
han sido creados en definitiva para los propios ofensores del sistema.

6.2. Gulotta

Una primera aproximación del trabajo de este autor respondería a


su diferenciación entre las consideradas víctimas simuladoras (cons-
cientes o inconscientes), las víctimas accidentales y las víctimas par-
ticipantes (víctimas provocadoras, víctimas imprudentes y víctimas
voluntarias). Clasificación efectuada junto con Ermentini y que pos-
teriormente aúna y amplía en la creación de un enfoque enriquecido
por tendencias médico-psicológicas (GULOTTA, 1976). Su tipología
definitiva quedaría establecida tal y como se presenta a continuación:
ESQUEMA 6
Tipología victimal de Gulotta

- Simulada
Víctima falsa - Imaginaria
Tipología - Accidental
victimal - Fungible - Indiscriminada
Víctima real - Imprudente
- Alternativa
- Participante - Provocadora
- Voluntaria

Dentro del primero de los grupos (víctimas falsas), podrían encon-


trarse tanto aquellos sujetos que por motivaciones personales mienten
sobre la existencia de un ilícito, o que bien engañan sobre las caracte-
rísticas propias del mismo (víctima simuladora), como aquellos otros
individuos que como consecuencia de una afección psicológica creen
verdaderamente sobre la existencia del mismo (víctima imaginaria).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 177

Por su parte, dentro de las víctimas reales o auténticas las subca-


tegorías se establecen en base a la consideración de dos grupos; esto
es, en base a la fungibilidad o no de la víctima. Así pues, dentro de las
víctimas no participantes, se diferencia entre víctimas accidentales y
víctimas indiscriminadas, sujetos que en ambos casos no guardan nin-
gún tipo de relación con el ofensor.
En cambio, dentro de las víctimas reales participantes la clasifica-
ción subcategorial es más amplia al distinguir cuatro tipos de vícti-
mas; estas son: imprudentes, alternativas, provocadoras y voluntarias.
En cualquiera de los casos la facilitación de la víctima en el origen y
desarrollo del hecho criminal es evidente, pues ya sea de forma más
incidental o por no tomar las medidas necesarias (imprudente), como
de forma más deliberada o activa (provocadora), no es posible negar
su participación en el delito.

6.3. Stanciu.

Establece una tipología específica en base a la presencia de fac-


tores endógenos y exógenos, consideración victimal de gran impacto
en lo relativo a la aplicación de mecanismos preventivos (HERRERA
MORENO, 1996).
La brevedad en la explicación del autor quedaría representada por
los siguientes grupos victimales (STANCIU, 1985):
• Víctimas de nacimiento: sujetos que nacen con determinadas
características físicas o psíquicas que los hace más propenso a
ser víctimas de determinados hechos delictivos. Se considera
en esta categoría la influencia tanto de factores hereditarios,
como de complicaciones perinatales67.
• Víctimas de los padres: referida en estos casos a la influencia
directa de los progenitores sobre el menor68.
67
Destacar que, a diferencia del “temperamento”, sustentado en bases biológi-
cas, el “carácter” se apoya y configura en base a las experiencias vitales del sujeto.
68
En este caso se podrían diferenciar dos supuestos; por un lado, los relativos
a las implicaciones legales de determinados tipos penales que relacionan la violencia
de los progenitores ejercida sobre la figura del menor dentro del ámbito familiar
(incesto) y, por otro lado se distinguirían aquellos otros casos que, no estando sancio-
nados en la normativa vigente, demostrarían la influencia negativa de determinados
178 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

• Víctimas de la civilización. Resalta en esta ocasión la influen-


cia del entorno y la cultura de cada sujeto en la formación de
su personalidad.
• Víctimas del Estado. No se destaca ninguna forma específica
de victimización, pero podrían diferenciarse dentro de esta ca-
tegoría los supuestos de abuso de poder o de represión ideoló-
gica, entre otros aspectos.
• Víctimas de la técnica. Indica el autor que si bien no es de modo
directo e inmediato, las repercusiones del progreso tecnológico
inciden también sobre las dos caras del proceso criminal; esto
es, afectando tanto a la víctima como al sujeto activo del delito.
Se considera que su novedosa aportación responde a dos aspectos
fundamentales:
— La comprensión de la figura de los progenitores como propios
agentes de victimización del menor, categoría no especificada
en teorías precedentes de manera individual sino y en todo
caso, mediante su inclusión en grupos más amplios. Así pues,
se entiende que tal mención deba atenderse separadamente
por las implicaciones y repercusiones que conllevan para un
sujeto considerado por su especial vulnerabilidad.
— El desarrollo tecnológico como potenciador o difusor tanto de
aspectos que pudieran influir en las víctimas (manifestacio-
nes pro-etarras), como aquellas otras que pudieran repercutir
en el proceso de comisión del delito (avanzar nuevos métodos
e instrumentos de robo y hurto en casas habitadas). Ya sea en
cualquiera de los casos de manera directa como indirecta.

6.4. Farrell, Phillips y Pease

Breve tipología pero destacada por centrarse en la reincidencia


victimal, destacando así la importancia de factores de vulnerbilidad
determinantes en el aumento de la probabilidad de sufrir futuros y
comportamientos parentales en el desarrollo de conductas futuras por el menor. En
este último caso jugaría un papel esencial el aprendizaje por observación o imitación
de modelos. Para más información ver la Teoría del Aprendizaje Social o Vicaria de
Albert Bandura (1963). BANDURA, A. y WALTERS, R. H., Aprendizaje social y desa-
rrollo de la personalidad, Madrid, 1983.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 179

repetidos atentados; aspecto que, según Herrera Moreno, se asociaría


en este caso a tipos penales de mayor reiteración.
En este sentido, la clasificación victimal de los autores se relacio-
naría con las siguientes áreas de criminalidad: a) ámbito familiar en el
desarrollo del delito de maltrato doméstico, b) agresiones inter-raciales;
c) abuso sexual y físico de niños; y d) hurto. (FARRELL ET AL., 1995).
Como puede apreciarse, la tipología de Farrell et al., responde a
un sentido eminentemente práctico; esto es, a la consideración de la
víctima en base a los tipos penales existentes, concretamente, a los de
mayor reincidencia o habitualidad.

6.5. Henderson

Desarrolla una clasificación victimal basada en la relación esta-


blecida entre la víctima y agresor. Diferencia así entre aquellos suje-
tos que facilitan o precipitan la práctica del hecho criminal (víctimas
provocadoras), de aquellos otros que por mostrar determinadas carac-
terísticas presentan un mayor riesgo de ser victimizadas (víctimas pro-
pensas) (HENDERSON, 1985).
Siguiendo a Jiménez Serrano, y partiendo del interés inicial del
autor en estudiar la correlación existente entre los agresores sexua-
les y sus víctimas, amplia la categoría bidimensional señalada por
Henderson en la elaboración de cinco categorías generales; a saber
(JIMÉNEZ SERRANO, 2010):
• Víctimas completamente inocentes o ideales, caracterizadas por
una contribución nula al ataque del ofensor.
• Víctimas por ignorancia o de culpabilidad menor.
• Victima tan culpable como el agresor o víctima voluntaria.
• Víctima provocadora o más culpable que el agresor, siendo la
primera quien promueve la realización del ilícito.
• Víctima culpable, infractora, imaginaria o simuladora.
La semejanza de esta clasificación con Beniamin Mendelsohn es
evidente, sobre todo en la consideración de los grados de responsabili-
dad de sujeto victimizado.

6.6. Landau, Freeman y Longo.


Tal y como señala Rodríguez Manzanera, estos autores elaboran una
tipología multidimensional de la Victimología. Lo hacen centrando su co-
180 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

metido no solo en concepciones jurídicas, sino también bajo la conside-


ración de la asistencia y apoyo a las víctimas de los hechos criminales.
En definitiva, la completa visión de la acción delictiva en la fi-
gura victimizadas y más aún, en su aplicabilidad práctica, quedaría
sistematizada atendiendo a la existencia de los siguientes factores
(LANDAU ET AL., 1992):
• Fuente de victimización.
• Marco legal.
• Intencionalidad.
• Identificación de la víctima.
• Vulnerabilidad de la víctima.
• Percepción de la víctima de la victimización.
• Percepción de los otros sobre la victimización.
• Modus Operandi y tipo de victimización.
• Severidad de la victimización.
• Relación víctima-victimario.
• Contribución de la víctima al evento.
Como puede apreciarse, se estiman una cantidad considerada de
factores involucrados en el hecho delictivo, pero se echa en falta la
deferencia a los colectivos victimales como objetivo genérico de victi-
mización criminal.

6.7. Zaffaroni

Defiende una tipología sustentada en la contribución al delito de


la vulnerabilidad social; esto es, la propensión de cierto individuo a
ser víctima en base a la consideración de los poderes estatales, estruc-
tura social y marginación o desigualdades entres otros aspectos.
Según Herrera Moreno, se proponen dos ejes de vulnerabilidad
social correlativos; a saber, los referentes a la vulnerabilidad a la
criminalización y los relativos a la vulnerabilidad a la victimización
(HERRERA MORENO, 2006).
Sería este último tipo de vulnerabilidad la sustentada en una estruc-
tura social y económica deficitaria y responsable de la discriminación
y desigualdad entre las pertenencias e intereses de distintos individuos,
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 181

generalmente agrupados en colectivos minoritarios y reivindicativos.


Dentro de la vulnerabilidad a la victimización, el propio autor diferen-
cia entre las víctimas primarias, y las denominadas víctimas secunda-
riamente victimizadas (selección institucional) (ZAFFARONI, 2000).

6.8. Schneider

Al igual que Zaffaroni, presenta una sistematización victimal basada


en la vulnerabilidad que atañe ciertos grupos sociales (SCHNEIDER,
2001). Su tipología victimal quedaría establecida en base a tres grandes
categorías:
• Víctimas socio-estructurales o víctimas que serían el resultado
de un sistema social deficitario o desigualmente distribuido en
cuanto al abuso de poder y reparto social de bienes.
• Víctimas culturales o ideológicamente reprimidas (racismo).
• Víctimas institucionales. Destaca el autor en este caso aquellos
sujetos que son victimizados como consecuencia directa de la
acción ejercida por ciertos organismos oficiales.
Como ya se ha señalado, se trata de categorías de atribución emi-
nentemente colectivista, lo que denota la preocupación del autor por
la defensa de los derechos y libertades de los colectivos más allá de las
meras preocupaciones individualistas.

IV. CLASIFICACIONES EN EL ÁMBITO ESPAÑOL

Una vez desarrolladas las tipologías de mayor trascendencia en


lo que al ámbito internacional se refiere, se presentan a continuación
cinco de las más relevantes clasificaciones elaboradas por autores es-
pañoles. Se desarrollan a continuación, y en el orden cronológico es-
tablecido, las tipologías victimales elaboradas por Jiménez de Asúa,
Peris Riera, Landrove Díaz, Beristáin Ipiña y Morillas Fernández.

1. Jiménez de Asúa

Es uno de los primeros autores españoles en realizar una tipolo-


gía victimal, la cual establece en base a las atribuciones propias de la
182 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

figura de delincuente; es decir, según la determinación o no del sujeto


pasivo, de su elección azarosa o deliberada. Una representación de su
clasificación victimal quedaría representada de la siguiente forma:

ESQUEMA 7
Tipología victimal de Jiménez de Asúa

Indeterminadas o indefinidas
Real
Víctimas
Resistentes
Determinadas Presunta
Coadyuvantes

Las víctimas indeterminadas, también denominadas indiferentes, in-


definidas, anómalas o fungibles, se definirían como aquel grupo de suje-
tos que, si bien victimizados individualmente, son escogidos de manera
azarosa por el agresor. Por su parte, las víctimas determinadas o infungi-
bles, responderían a una selección específica de determinados individuos,
dirigiendo en todo caso las agresiones contra una persona concreta.
En este último caso, la presencia de determinadas características fí-
sicas y psicológicas en la víctima aumenta su probabilidad o vulnerabi-
lidad constituirse como sujetos pasivos del delito. La citada propensión
depende en todo caso de la definición y subjetividad del agresor en la
definición de su víctima. Tal sería el caso de un crimen pasional, donde la
mujer respondería a una persona concreta, con determinadas caracterís-
ticas, que despierta sentimientos específicos en la figura de ofensor.
Dentro de este último grupo de víctimas definidas, se encuentran
también las denominadas víctimas resistentes y las víctimas coadyu-
vantes. Respecto a esta subdivisión señalar que:
a) Las víctimas resistentes se caracterizan por defenderse o prestar
resistencia al victimario, distinguiéndose dentro de este colecti-
vo los siguientes tipos: 1) resistencia real o explícita (el compor-
tamiento defensivo de la víctima se lleva a cabo); y 2) resistencia
presunta (teniendo en situaciones normalizadas las caracterís-
ticas suficiente para defenderse la imposibilidad material del
momento le impide oponerse al agresor).
b) Las víctimas coadyuvantes se caracterizan por colaborar en la
propia victimización, participando activamente en el delito;
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 183

de este modo las consecuencias podrían ser tanto de atenua-


ción de la pena para el ofensor, como de privación de la com-
pensación económica en el caso de la víctima. El propio autor
propone entre estas los homicidios pasionales, las lesiones en
accidentes causados por otros, el suicidio, o la estafa, entre
otros casos (JIMÉNEZ DE ASÚA, 1961).
Por su parte, y entre las críticas a la clasificación de Jiménez de
Asúa se encuentran:
— La creación de una “sistematización uniaxial” o tipológica
global sustentada en un solo criterio delimitador general; esto
es: la determinación o no de la figura de la víctima.
— La apreciación de las “víctimas indeterminadas” como si se trata-
se de un colectivo genérico o, como él autor define, “anómalo”.
— La consideración un tipo de “víctimas parcialmente determina-
das”; es decir, aquellas que sin ser conocidas por el autor sí son
escogidas en base a determinados criterios de selección. Tal es el
caso de las características victimales perseguidas por asesinos en
serie, los cuales eligen a sus víctimas por denotar determinados
rasgos específicos en las mismas (HERRERA MORENO, 1996).
— Una comprensión penal de la cooperación victimal en su sentido
más tradicional del concepto, oponiendo en todo caso la concep-
tualización de “víctima coadyuvante” al de “víctima resistente”69.
Por último, señalar que si bien se trata de una tipología muy sen-
cilla y esquemática, sus aportaciones no pasan inadvertido. Así por
ejemplo, abarca en su calificación victimal la consideración motiva-
cional de las figuras implicadas; esto es, tanto desde la figura del de-
lincuente en la selección de la víctima, como en la actitud de esta últi-
mo ante la comisión de delito (resistencia o no al hecho criminal).

2. Peris Riera

La necesidad de establecer una auténtica clasificación victimal


surge de la inquietud por averiguar, no tanto la víctima como una par-
69
Como es sabido, hoy en día no es concepción antagónica la resistencia de la
víctima y la cooperación en el Iter criminis. A tal efecto destacan los casos de amena-
zas a la víctima, en su persona o en terceros, por falta de colaboración.
184 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

te en la pareja penal, sino cuál es su dinámica dentro del mismo en-


tramado criminal. No se pretende justificar la existencia de personali-
dades victimales, ni tampoco estudiarla al margen de un conjunto de
factores interdependientes, sino contemplarla dentro de una estructu-
ra multicausal del delito en la que la propia víctima queda vinculada.
Presenta el mismo autor una tipología victimal que, sin ir más lejos,
destaca por la claridad expositiva y su especial mención a una agrupa-
ción categorial. Se trata de una clasificación en la que cada categoría no
excluye de manera automática al resto, sino que se determina en base
a un conjunto de parámetros que en muchas ocasiones pudieran estar
presentes en más de uno de los restantes tipos (PERIS RIERA, 1988).
A continuación se presenta su tipología victimal:

ESQUEMA 8
Tipología victimal de Peris Riera.

a) Víctima fungible
o infungible
- Por imprudencia
- Alternativas
b) Víctima participante
Clasificación - Provocadoras
victimal c) Falsas víctimas - Voluntarias

d) Víctimas ocultas

e) El grupo como víctima

A) Víctima fungible o infungible. Se trataría de una categoría im-


prescindible por cuanto de la misma quedan derivados el res-
to de tipos victimales. Se parte de una concepción dinámica
de la relación entre víctima y victimario, diferenciando así los
dos subgrupos enunciados.
a1) En el primero de los casos, las víctimas fungibles se de-
finen porque la relación entre el agredido y el ofensor es
irrelevante, de lo que se desprende que la víctima podría
ser cualquier persona (víctima sustituible). Así por ejem-
plo, la víctima accidental, se ha situado casualmente en
el camino del agresor, lo que ha propiciado su inclusión
en el hecho criminal. Se establece un tipo de víctima in-
discriminada que responde a la regla de proporciones
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 185

descrita por Nuvolone, según la cual al decaer la im-


portancia o trascendencia de la víctima aumentaría la
probabilidad de delinquir indiscriminadamente; aspecto
este último que conduciría a un incremento de la peli-
grosidad del infractor (NUVOLONE, 1973).
a2) Por su parte, las víctimas infungibles serían aquellas en
las que sí existe relación entre víctima y victimario, bien
porque el agresor seleccione las características del suje-
to pasivo (asesino en serie), o bien porque éste último ya
fuera conocido (violencia doméstica).
B) Víctima participante. En muchos supuestos no es posible afir-
mar que la víctima sea al sujeto pasivo en su denominación más
precisa del término; esto es, son bastantes las ocasiones en que
la propia víctima interviene activamente en el hecho criminal,
sea o no de forma deliberada o intencional. Esta determinación
de la responsabilidad supone uno de los aspectos esenciales del
Ordenamiento Penal, de lo que se precisa la necesidad de dife-
renciar entre: 1) víctimas por imprudencia o sujetos que facili-
tan de algún modo la comisión del hechos criminal (robo por no
cerrar la puerta del inmueble); 2) víctimas alternativas o aque-
llas que dependen del azar para constituirse en agente pasivo
del delito; 3) víctimas provocadoras; esto es, aquellas personas
que son víctimas de sus propias actitudes, las cuales formarían
un papel esencial en la determinación final de la conducta del
criminal (persona que reta al agresor por considerarlo incapaz
de realizar ciertos actos delictivos, por ejemplo, dispararle); y 4)
víctimas voluntarias o que consienten ser sujeto activo de ciertos
actos criminales instigados por ellas mismas (eutanasia).
C) Falsas víctimas. Dentro de este grupo destacan aquellas personas
que, no siendo efectivamente víctimas reales, afirman su padeci-
miento como sujeto activo del delito. Ahora bien, la diferencia
dentro de este grupo radicaría en averiguar si verdaderamente
la persona cree y percibe fehacientemente que ha sido víctima
de ciertos ilícitos (víctima imaginaria), de aquella otra que sien-
do consciente de su farsa manifiesta engañosamente su situación
como sujeto pasivo. En este último caso, la denominada víctima
simuladora actúa conscientemente por motivos personales (ven-
ganza) o materiales (económicos), intentando conseguir el máxi-
mo beneficio de la situación deliberadamente creada.
186 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

D) Víctimas ocultas. Se refiere este tipo a aquellos sujetos víc-


timas de los delitos de “cuello blanco” o bien, y de manera
más genérica, a todos aquellos individuos que constituyen la
denominada “cifra negra”. Unida a estas, podría configurar-
se a su vez un tipo de victimización social, la marginación
como producto del desprecio y discriminación sobre ciertos
ciudadanos.
E) El grupo como víctima. Tal y como indica el propio autor, si
bien se trata de uno de los campos de menor avance en área de
la victimología, no ha estado exenta su promoción desde el ám-
bito internacional. Así por ejemplo, se advierte cobre la necesi-
dad de controlar ciertas actividades gubernamentales que aten-
ten directamente sobre aquellos colectivos más vulnerables.
En general, y si bien se comentó previamente, destacaría de la
presente clasificación su reconocimiento a la víctima como grupo o
colectivo, pues como se acaba de citar supone una advertencia su-
pranacional con eminente necesidad de ser cubierta. A este respecto,
cabría citar aquellos casos de las víctimas de terrorismo, o incluso
aquellos colectivos que en razón de su raza o ideología pudieran ser
más proclives a sufrir rechazo y discriminación social y política.
Del mismo modo, no podría pasar inadvertida la especial mención
que reciben aquellos sujetos que conforman la ya conocida “cifra ne-
gra”, pues incuestionablemente se trata de una concepción que, a día
de hoy, supone uno de los mayores retos de la disciplina victimológica.

3. Landrove Díaz

Según este autor, la ambición clasificatoria ha favorecido la consi-


deración no sólo de criterios penales, sino también de aquellos proce-
dentes de otras ramas, indicando textualmente que ‹‹no todas las tipolo-
gías se han constreñido exclusivamente sobre criterios jurídico-penales
(modelo uniaxial), incidiendo en ocasiones en la más compleja proble-
mática de la victimización estructural o socioeconómica (modelo mul-
tiaxial)›› (LANDROVE DÍAZ, 1998). Podría decirse pues que las progre-
siones más recientes responden a una utilidad eminentemente práctica,
a una elaboración de tipología victimal sustentada en determinados ti-
pos criminales; es decir, se proyecta al ámbito penal una clasificación
victimal sustentada en base a modalidades criminales específicas.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 187

De acuerdo con lo anterior, Landrove Díaz propone una tipología


basad en la experiencia victimológica. Su clasificación quedaría re-
presentada de la siguiente forma:

ESQUEMA 9
Tipología victimal de Landrove Díaz

- Accidentales
- Víctimas no participantes - Indiscriminadas
Experiencias
individuales
- Poco precavidas
generadas tras la
- Provocadoras
victimización - Víctimas participantes - Alternativas
- Voluntarias
Victimización Tipología - Víctimas familiares
primaria victimal
- Víctimas colectivas
- Factores personales
Sistematización - Víctimas especialmente - Factores sociales
de la persona vulnerables
victimizadas Victimización
secundaria - Víctimas simbólicas
(clasificación)
- Simuladora
- Falsas víctimas - Imaginaria
Victimización
terciaria

Atendiendo de manera específica a la tipología señalada, este au-


tor parte de la participación del sujeto pasivo como uno de los grandes
ejes en la consideración de las categorías victimales; es decir, repre-
senta en sus dos primeros grupos de víctimas el tradicional binomio
al que se ha sometido durante décadas la Victimología: la fungibilidad
de la víctima versus su infungibilidad.
Así pues, se desarrolla a continuación cada una de las siete categorías
incluidas en la tipología victimal del autor para, con posterioridad, hacer
alusión a la sistematización metodológica que él mismo inspiró70.
A) Víctimas no participantes o víctima fungibles. Las también deno-
minadas víctimas inocentes o ideales se caracterizan por la ausencia de
relación alguna con el ofensor; esto es, cualquier persona pudiera llegar
a ser victimizadas. Se considera que todo sujeto podría ser susceptible de
70
Señalar que ya fue competencia del tema previo la definición y desarrollo
de los tipos de victimización elaborados por el presente autor, por lo que se remite al
lector a los mismos para una mayor comprensión de su tipología.
188 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

ser victimizado y, por tanto, se consideraría que cualquiera de los miem-


bros de un colectivo serían susceptibles de padecer el hecho criminal.
La víctima es considerada sustituible, fungible o intercambiable
por cualquier otro individuo, no teniendo papel alguno en el origen
y desarrollo de la trama criminal, considerando a todas estas anóni-
mas en cuanto a su relación con el agresor y víctimas potenciales en
cuanto a su probabilidad de sufrir determinado ilícito. Dentro de las
víctimas fungibles podrían diferenciarse dos grupos:
a1) Víctimas accidentales: consideradas producto del azar; esto
es, estar en un lugar y momento precisos justo en el desarro-
llo de la acción criminal.
a2) Víctimas indiscriminadas: no existen motivos personales ni
relación alguna con el agresor para que el ilícito se lleve a
término, ni siquiera podría decirse que existiera el vínculo
del caso anterior, pues el atentado suele cometerse en ausen-
cia del sujeto activo. A diferencia de la víctima accidental, la
cual pudiera representar a un sujeto presente en una tienda
cuando se comete un robo, ésta categoría respondería a su-
puestos de terrorismo, donde la presencia del sujeto activo
en el momento del ilícito es bastante cuestionable.
B) Víctimas participantes o infungibles. Existe cierto grado de im-
plicación o responsabilidad de la víctima en la dinámica criminal, sea
o no voluntaria dicha implicación. Se diferencian cuatro casos:
b1) Víctimas poco precavidas: sujetos que no toma las precaucio-
nes necesarias y facilitan, o bien generan, el desarrollo del
ilícito. Como ejemplo destaca el autor la visualización de un
objeto valioso en el coche, o el descuido del cierre de las ven-
tanas o puertas de acceso al inmueble.
b2) Víctimas precipitadoras: papel más activo que en el caso an-
terior, pues la previsión de futuros acontecimientos queda
relegada a un segundo plano bajo las características provo-
cadoras e incitadoras del sujeto pasivo.
b3) Víctimas alternativas: si bien el azar depende de ser victimi-
zado, son ellas mismas las que se colocan deliberadamente
en posición de serlo. Señala el autor a este efecto el duelo.
b4) Víctimas voluntarias: supondría la categoría más comprensible
de la víctima participante; esto es, aquella que libremente asume
y estima las consecuencias de un determinado hecho criminal.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 189

C) Víctimas familiares. Entendiendo la relación previa con el agre-


sor como un elemento que acentúa la vulnerabilidad del sujeto, el caso
concreto de los vínculos familiares podría suponer el caso extremo de
tal propensión a ser victimizado.
En este sentido, la especial condición se define, no tanto por el vín-
culo general establecido entre los miembros de la familia extensa, sino
entre los sujetos que habitan en un mismo domicilio. Se trata pues de
ilícitos desarrollados en el ámbito doméstico, donde la convivencia
con determinados miembros hace de estos víctimas más propensas o
vulnerables a una agresión sexual o el incesto, entre otros delitos. En
definitiva, podría decirse que el ofensor conoce las debilidades fami-
liares, las indefensiones de los miembros, y acomete contra ellas.
D) Víctimas colectivas. Se deja de lado la atención sobre la pareja
penal y la dinámica exclusiva suscitada entre la víctima y el ofensor,
para ampliar el primero de los conceptos hacia una acepción del tér-
mino más genérica. Se consideran pues colectivos concretos damnifi-
cados, las afectaciones al Estado, a personas jurídicas, etc.; es decir,
se considera al conjunto victimizado, se despersonaliza la concreción
de la figura de la víctima en una persona física, e incluso se considera
el posible anonimato (fraudes empresariales, delitos financieros).
Respecto a esta categoría habría que advertir que la difícil identi-
ficación de sujeto pasivo no es sinónimo de “no víctima”, aspecto que
se definiría en su perfección si se atiende a la cifra negra existente, al
número de casos de víctimas ocultas o camufladas que no llegan a ser
detectados por las instituciones oficiales.
E) Víctimas especialmente vulnerables. La propensión a ser victi-
mizadas es lo que hace que en ocasiones estas víctimas sean también
catalogadas como `víctimas natas´; es decir, la consideración de de-
terminadas predisposiciones o circunstancias personales que las ha-
cen más vulnerables a sufrir determinados a ser víctimas de ciertos
delitos. En este grupo se diferencian dos tipos de factores:
e1) Personales: referentes al conjunto de influencias biológicas y
psicológicas que definen a la persona en un momento dado
(edad, salud mental, sexo). Así por ejemplo, tanto un menor
de edad como una personas con severas alteraciones psicoló-
gicas serán sujetos con más riesgo a ser victimizaddos.
e2) Sociales. Entre las posibilidades desatadas por los precipita-
dores sociales se distinguen: el nivel económico, el estilo de
vida, la profesión, o la partencia a grupos marginales.
190 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

En cualquier caso, podría afirmarse que la probabilidad de ser víc-


tima se vería multiplicada si un sujeto comportase más de una de las
características señaladas, ya sean relativas a la conjunción de factores
personales y sociales aisladamente, como a la consideración global de
ambos grupos de predisponentes.
F) Víctimas simbólicas. Son aquellas víctimas en las que se atenta,
no tanto de forma física, como en la persecución y represión de su sis-
tema de valores, ideología, o apoyo a determinados partidos políticos.
En este grupo destaca el autor a Martin Luther King71.
G) Falsas víctimas. Se define así al conjunto de sujetos que alegan
la existencia de un hecho criminal realmente no efectuado, sea por en-
gaño o simulación (víctima simuladora) o por padecer determinados
trastornos mentales (víctima imaginaria). La diferencia entre ambos
tipos se torna evidente si atendemos a la conciencia o deliberación de
la falsedad, así como a la causa de dicho engaño. A tal efecto señalar
que mientras la víctima simuladora actuará deliberadamente motiva-
da por ciertos beneficios, la víctima imaginaría se comportaría con-
forme a la existencia de cierta patología.
Al igual que el resto de autores, Landrove Díaz no pasa inadvertido
en la clasificación de los sujetos que, individual o colectivamente, re-
presentan la figura damnificada; es decir, hace referencia explícita a la
valoración de la víctima dentro de la dinámica criminal así como a sus
características afines (responsabilidad, implicación,…). Ahora bien, no
sólo el citado autor representa lo que en el resto de tipologías podría
considerarse como victimización primaria, sino que su novedosa apor-
tación se amplia a la extensión de dos nuevos niveles de victimización.
La presente tipología podría destacar por su elevada sistematiza-
ción e iniciativa clasificatoria al considerar, no solo los tipos de víctimas
como hacen las clasificaciones tradicionales, sino por añadir además
una sistematización victimal en base a los niveles penales que se podría
representar desde el inicio del crimen hasta agotar sus consecuencias.
Se analizan tres tipos de acciones: 1) la relativa a los propios sujetos im-
plicados en el hecho delictivo (nivel criminal); 2) el papel de la víctima y
ofensor una vez trascurrido el ilícito, lo que se identificaría tanto con su
tratamiento social como con el recibido de la Administración o Juzgado
71
Martin Luther King (1929-1968), estadounidense impulsor de los movimien-
tos activistas de reconocimiento de los derechos humanos, en defensa igualitaria de
las distintas razas y de la solvencia de a marginación y pobreza a nivel mundial.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 191

correspondiente (nivel jurídico-penal y social); y 3) el efecto de la pro-


pia institución penitenciaria (nivel carcelario).
En definitiva, su clasificación destacaría por su desarrollo multi-
comprensivo y multicomponente, ya sea tanto de los diferentes facto-
res que integran su tipología, por los niveles de sistematización prácti-
ca que defiende en la misma.

4. Beristáin Ipiña

Parte de un modelo de vulnerabilidad social que enfatiza la proble-


mática de la marginación de ciertos colectivos sociales, sobre todo de
aquellos procesos de señalada implicación estatal (BERISTAIN, 2000).
Para este autor, las víctimas podrían derivar de la convencionali-
dad de determinados ilíctos (robo, hurto), hasta de aquellos otros de-
litos denominados “no convencionales” (terrorismo, tortura), ya sean
en sus formas dolosas como imprudentes, y sin olvidar a todos aque-
llos colectivos que por razones personales o sociales representan ma-
yor vulnerabildad (edad, pobreza, etc.).
Por la inclinación del autor, insistiría sobre todo en la necesidad
de abordar dimensiones sociales, ya sean las derivadas de la existen-
cia de políticas injustas, como las que atañen de manera más concre-
ta a individuos específicos dentro de ciertos colectivos. Diferencia así
entre macro-victimización o víctimas del sistema social, político e ins-
titucional, y micro-victimización o victimización convencional.
En resumen, la aportación de Beristain radica en su considera-
ción de la estructura y política social como fuente de victimización
tanto de colectivos como de sujetos individuales, y haciedno en todo
caso especial hincapié en el poder estatal.

5. Morillas Fernández

La tipología defendida tiene su origen en el año 2003 si bien ahora


se realizan unas leves modificaciones. De acuerdo con el contenido
de la misma, lo primero que debe advertirse son los distintos crite-
rios clasificatorios utilizados para configurar las tipologías victima-
les, pudiendo encontrarse una gran influencia de las originarias de
Mendelsohn y Von Hentig. En este sentido, no se ha recurrido a un
192 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

único criterio clasificatorio sino que se combinan diversas variables;


esto es, frente al criterio tipológico inicial veracidad/falsedad en la
condición de víctima, se sucederán otros de manera progresiva como
la dimensión de la victimización –individual o grupal– o el grado de
culpabilidad de la víctima frente al victimario. Así pues, el esquema
definitorio de la tipología presentada es el siguiente:

ESQUEMA 10
Tipología victimal de Morillas Fernández

Imaginaria
Falsa
Simulada
Especialmente vulnerable
Víctima inocente Accidental
Común
Víctima Individual Víctima voluntaria
Víctima provocativa
Real Víctima culpable
Difusa
Colectiva
Colectiva propiamente dicha

A) Víctima falsa. Constituye uno de los temas más debatidos en las


distintas clasificaciones tipológicas realizadas ya que algunos autores
entienden que no son víctimas en sentido propio sino una manifesta-
ción equivocada de las mismas. Sin embargo, a mi juicio, sí han de
tener la consideración de víctima hasta que se demuestre lo contrario,
normalmente se delimitará durante la fase de la investigación o, en su
defecto, en el proceso judicial. Así pues, deberán ser consideradas víc-
timas pasando, toda vez que se demuestran que carecen de la citada
condición, a englobar la presente categoría, lo cual permite a su vez
que un observador externo sepa lo que ha sucedido en la escena del
crimen con sólo apreciar su referencia.
Sobre semejantes parámetros se han configurado dos tipologías
de víctimas falsas:
a1) Víctima imaginaria. Es aquella persona que, debido a deter-
minados factores biopsicosociales, va a creerse víctima de un
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 193

delito. Los casos más comunes son los producidos en niños,


ancianos y personas que sufren enfermedades o trastornos
mentales, tal puede ser el supuesto de los paranoicos, indivi-
duos con personalidad histriónica (mienten hasta creerse sus
propias ideas), algunos tipos de psicosis –delirium, esquizofre-
nia (…) normalmente relacionadas con alucinaciones–, etc.
a2) Víctima simulada. Con esta terminología se hace referencia a
aquellas personas que, mediando algún tipo de interés propio
o ajeno, actúan como si verdaderamente fueran víctimas sa-
biendo, interiormente, que no lo son. Constituye un supuesto
bastante frecuente en determinadas esferas de la vida siendo
lo habitual que el verdadero motivo por el que simulan su si-
tuación victimal sea de naturaleza económica –piénsese, por
ejemplo, en aquella mujer que, con la finalidad de obtener la
separación de su marido y dividir el régimen de gananciales
vigente, presenta reiteradas denuncias por lesiones causadas
presuntamente por éste para que sea condenado como autor
de un delito de violencia doméstica y lesiones. Posteriormente,
durante la celebración del juicio, se demuestra que la mujer
se causó a sí misma dichas lesiones– pretendiendo causar un
daño patrimonial a una persona o institución. Sin embargo,
para atajar semejante problemática, el Código Penal articula
preceptos tendentes a exigir responsabilidad a la víctima falsa
simulada: delito de denuncia falsa, calumnias (…).
La diferencia con la imaginaria radica en que aquí la víctima ac-
túa buscando un interés concreto frente a los factores biopsicosociales
operantes en aquélla o, dicho en otras palabras, mientras la imagina-
ria cree realmente que el fenómeno victimal ha acontecido, la simula-
da sabe en su fuero interno que semejante hecho no se ha producido.
B) Víctimas reales. Es el caso más común de víctima. Con este tér-
mino se hace referencia a aquellas hipótesis en las que se comete un
ilícito que afecta a uno o varios sujetos (víctimas). De acuerdo con el
número de personas afectadas puede clasificarse a las víctimas en in-
dividuales o colectivas.
b1) Individuales. La persona o personas afectadas no presentan
ningún tipo de nexo causal entre ellas ni grado de represen-
tatividad sobre la totalidad del grupo victimizado –elementos
característicos de la víctima grupal, como se referirá al estu-
diar semejante categoría victimal–; esto es, la víctima se con-
194 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

figura de manera unitaria no existiendo relación alguna con


las otras, si las hubiere, salvo las posibles acciones delictivas
cometidas por el autor, que, de otro lado, son independientes.
Conforme a ello, según el grado de participación de la
víctima en el hecho criminal, deben distinguirse cuatro
subcategorías:
b1.1) Víctima inocente. Es aquella cuyo grado de culpabilidad,
en relación al hecho ilícito, es nulo. Englobaría supues-
tos en los que el autor va a elegir libremente a su víctima
sin que ésta tenga ningún conocimiento de su futuro es-
tado –por ejemplo, persona que va andando por la calle,
un desconocido se le acerca y le pega un tirón del bolso–.
Dependiendo de las circunstancias que motiven la elec-
ción de esa víctima podemos dividirla en:
b1.1.1) Víctimas especialmente vulnerables. Esta de-
nominación hace referencia a aquellos grupos
sociales que reúnen unos caracteres propios y
comunes, endógenos o exógenos (edad, sexo,
personalidad, estado civil…), que los hacen
fácilmente victimizables, siendo, por tanto, su
índice de victimización mayor que en el resto
de individuos. No pueden establecerse unas
pautas comunes tendentes a agrupar a un sec-
tor social en general sino que cada delito, al
reunir unos caracteres propios, delimitará,
conforme a su naturaleza y los factores endó-
genos y exógenos concurrentes, que personas
pueden quedar englobadas como especial-
mente vulnerables72. Las características iden-
tificativas del término pueden resumirse en
las siguientes: i) se identifican grupos sociales
de manera genérica, independientemente de
las condiciones particulares de cada persona
en tanto lo que aquí interesa es medir el ma-
yor riesgo de victimización presentado por
un grupo de iguales –por ejemplo, menores,
72
Un análisis más detallado de la forma de delimitar a este colectivo se realiza
en el Capítulo Cuarto al estudiar los factores victimógenos en tanto, a través de ellos,
se aislarán a las víctimas especialmente vulnerables de una u otra tipología.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 195

incapaces, ancianos, mujeres (…)–; ii) su de-


limitación se realiza mediante estudios esta-
dísticos en los que deben tenerse presente los
principales factores victimógenos, endógenos
o exógenos, concurrentes en la tipología de-
lictiva sometida a estudio; y iii) la finalidad de
su concreción radica en aislar a los grupos so-
ciales que presentan una mayor probabilidad
de resultar victimizados, articulando campa-
ñas de prevención victimal que permitan re-
ducir o disminuir el riesgo de victimización
presentado.
b.1.1.2) Víctimas accidentales. Con este término se
pretende englobar a aquellas personas que van
a ser victimizadas por fuerza o causa mayor,
es decir, no va a haber una persona responsa-
ble de su victimización. Se incluirían supues-
tos de víctima sin delito, si bien es necesario
concretar el concepto de víctima empleado ya
que, como se acaba de referir, el de naturale-
za jurídica no tendría cabida en esta hipótesis
victimal. Ejemplos comunes a esta tipología
son los producidos sin intervención humana
–los provenientes de desastres naturales tales
como inundaciones, terremotos, avalanchas,
etc.; o por ataques de animales o agentes bio-
lógicos– o, en los que interviniendo personas
como autores, lo sean por caso fortuito.
b.1.1.3) Víctima inocente común. Esta tercera cate-
goría es la más genérica ya que hace referen-
cia a todas aquellas víctimas inocentes que,
sin reunir los requisitos que las harían espe-
cialmente vulnerable ni aquellas a las que su
victimización se ha producido por accidente,
van a ser victimizadas, no interviniendo, ni
siquiera mínimamente, en la comisión del
delito. En base a esta idea, todas aquellas
personas no tomadas como especialmente
vulnerables ni las que su victimización se ha
producido de forma accidental han de ser
196 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

consideradas como víctimas inocentes comu-


nes, siempre y cuando respondan a la con-
cepción de víctimas inocentes. Por ello, los
individuos que no reúnan ninguno de estos
dos caracteres quedarían encuadrados den-
tro de este grupo victimológico en relación a
una futura victimización. Por ejemplo, mujer
de treinta años que anda por la calle y sufre
un tirón de bolso –no se trataría de accidental
ni de especialmente vulnerable (lo sería, por
ejemplo, si la víctima fuera una anciana)–.
b1.2) Víctima voluntaria. Es aquella persona que se ofrece
como víctima del hecho ilícito que se va a cometer.
Su principal requisito es el carácter voluntario y li-
bre que ha de manifestar la futura víctima frente a
la conducta llevada a cabo por el victimario. Como
expondré en la siguiente categoría victimal, el nexo
causal existente entre ambos sujetos radica en el ca-
rácter comprensivo o de unión existente entre ambos.
Con ello pretendo hacer referencia, entre otros, aun-
que como ejemplo más significativo, al típico caso de
eutanasia activa directa, en el que una persona pade-
ce una enfermedad incurable y, no pudiendo soportar
el dolor, solicita a un tercero que acabe con su vida;
o el individuo que pacta con otro para que le golpee
reiteradamente y así lograr una baja.
b1.3) Víctima provocativa. Esta tipología victimal integra
aquellos supuestos en los que la víctima ha incitado al
sujeto activo a cometer la conducta delictiva. Por ello,
en cierto sentido, se estaría también ante una víctima
voluntaria ya que provoca al infractor hasta lograr ser
victimizada. Sin embargo, la diferencia entre ambas
radica en que mientras aquí la víctima recurre a todo
tipo de argucias o amenazas que logran desatar la ira
del infractor, cometiendo entonces el hecho delictivo,
allí existe una total comunicación y comprensión en-
tre los sujetos haciendo que su actuación se produzca
de forma libre y consciente a sabiendas de la repercu-
sión que dicho acto va a tener.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 197

Un ejemplo de esta victimización provocada podría


ser cierto reportaje aparecido en un programa de in-
vestigación, con cámara oculta sobre malos tratos,
de una cadena privada de televisión en donde una
mujer, presuntamente maltratada, daba permiso a
los investigadores de dicho programa para instalar
cámaras ocultas en su domicilio sin el conocimien-
to de su cónyuge, tras haber pactado la filmación de
una secuencia violenta. Así, cuando éste llega a casa,
la mujer comienza a recriminarle su actitud, le dice
que ese día no ha hecho cena, que no tiene pensado
volver a cocinar y a hacerle muchas preguntas inten-
tando desatar su ira. Tras muchas advertencias del
maltratador, en las que manifiesta “que se la va a ga-
nar” y a las que la mujer no sólo no hace caso sino
que incrementa el tono de sus palabras, el marido co-
mienza a golpearla.
Así pues, independientemente de los argumentos
aducidos por la mujer, los cuales no justifican ni mu-
cho menos una agresión –es más, ni tan siquiera tiene
por qué realizar esas tareas– lo cierto y, ahí es donde
radica el interés del caso, se está ante un supuesto
en el que una mujer, con el propósito de obtener un
fin –lograr la filmación de un maltrato y presumible-
mente el pago de una cantidad económica– provoca
al agresor para que desarrolle una conducta ilícita
para alcanzar el dudoso y criticable fin perseguido:
la grabación de una agresión por las cámaras de un
canal de televisión.
b1.4) Víctima culpable. Se trata del supuesto más comple-
jo de todos los presentados ya que se caracteriza por
un intercambio de roles entre la pareja penal; esto es,
el hipotético delincuente pasa a ser la víctima de los
hechos y la aparente víctima es la culpable del fenó-
meno criminal desarrollado, debiendo recaer sobre
ella la totalidad de la hipotética responsabilidad pe-
nal; esto es, tras suceder los hechos y nada más llegar
a la escena del crimen se encuentra claramente un
victimario y una víctima pero, una vez avance la in-
vestigación, los roles asignados inicialmente tienden
198 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

a alterarse, pasando de uno a otro: la presunta vícti-


ma será culpable y la persona inicialmente culpable
pasará a ser víctima de la infracción.
En esta línea, tal y como acabo de exponer, la presunta
víctima va a realizar todos los actos necesarios para la
comisión del presunto ilícito penal, siendo precisamen-
te ésa la característica principal que lo va a diferenciar
de la víctima provocativa y del resto de las categorías
victimales ya que mientras aquí la víctima inicial es la
única responsable del ilícito, en los supuestos de vícti-
ma provocativa es ésta quien incita al infractor a come-
ter la conducta delictiva resultando éste, autor natural
del hecho.
Como ejemplo demostrativo de esta acepción victi-
mal cabe reseñar el caso del individuo que, respetan-
do el código de circulación, conduce por una carre-
tera, dentro de los límites de velocidad, y a la salida
de una curva se encuentra, de pronto, con un sujeto
suicida que se abalanza al vehículo y, sin tiempo para
reaccionar, lo atropella.
b2) Víctima real colectiva. Ha sido, como ya se ha apuntado en
la exposición de las tipologías victimológicas más represen-
tativas de la historia, uno de los aspectos más criticados por
los autores en tanto consideraban que, al igual que existe
una victimización individual, ha de existir una colectiva que,
aunque bien pudiera ser absorbida por las individuales, re-
quiere, criterio éste compartido, una tipología victimal espe-
cífica que recoja aquellos supuestos en los que las víctimas
tuvieran un elevado grado de conexión.
Así pues, se pueden definir las víctimas colectivas como
aquel grupo, representativo y relacionado de forma directa,
de individuos sobre los que recae una acción criminal.
Los caracteres primordiales que han de existir sobre las víc-
timas colectivas son aquellos que se ciñen a la consideración
de grupo, esto es, la representatividad y la relación directa
entre los miembros que la integran.
— Al hablar de representatividad no puede fijarse un núme-
ro mínimo de individuos a partir del cual deba conside-
rarse la existencia de un grupo sino que debe atenderse
al criterio definitorio de la representatividad, el cual ha
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 199

de venir necesariamente marcado por el número total de


individuos que lo conforman y, en base a él, verificar si
los afectados forman una parte mayoritaria. Semejante
cuantificación se presume que existe cuando más de la
mitad de los integrantes ha sufrido la victimización. Así,
por ejemplo, un grupo integrado por veinte personas se
entiende afectado a la totalidad cuando once han sido
victimizadas (20/2+1=11)73. Si la numeración del grupo
fuera impar se entiende validado el criterio de la repre-
sentatividad con el siguiente número entero a la mitad;
es decir, si hubiera veintiún miembros en el grupo, bas-
tará con la victimización de once para otorgar un trata-
miento de víctima grupal (21/2=10.5).
— Relación directa de los miembros que la integran. Parece
lógico que los afectados estén relacionados de forma di-
recta para conformar el grupo ya que, de lo contrario, si
no hay un nexo causal entre ellos no puede hablarse de
grupo de afectados y, por tanto, hay que considerarlos
como víctimas individuales. Piénsese, por ejemplo, alum-
nos de tercero del Grado en Criminología, pasajeros del
avión xxx, propietarios de los trasteros del edificio J (…)
El único problema que puede representar el segundo requi-
sito enunciado radica en establecer lazos o vínculos coheren-
tes y sólidos respecto de los individuos que pretenden formar
el grupo y así, por ejemplo, viandantes de la calle x no consti-
tuiría un criterio adecuado en tanto no existe convencimien-
to del número de personas que se encontraban en la citada
ubicación. En base a ello, si no se encuentra un vínculo lo
suficientemente sólido entre los afectados para crear una ar-
gumentación válida que los agrupe, habría que desestimar
su consideración como víctima colectiva y optar por realizar
un tratamiento como víctimas individuales.
En atención a todo lo expuesto, parece oportuno dividir en
dos grupos a las víctimas reales colectivas, dependiendo de
los sujetos que conformen dicha colectividad. A tal efecto
cabe distinguir entre víctima colectiva difusa y víctima colec-
tiva propiamente dicha.
73
En los supuestos en que la numeración del grupo fuera impar bastará la si-
guiente unidad
200 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

b2.1) Víctima colectiva difusa. Con este término se hace re-


ferencia a todo aquel grupo de víctimas colectivas que
han padecido un delito que afecta a la sociedad en su
conjunto no pudiendo aislar o determinar la pobla-
ción final afectada si bien se tiene la certeza de que
afecta a la globalidad. Semejante categoría victimal
suele producirse ante catástrofes, atentados múlti-
ples, delitos medioambientales de consideración (…)
en donde no existe una certeza absoluta del número
de personas que puede haber resultado victimizadas
pero se entiende que lo ha sido la población en ge-
neral. Piénsese, por ejemplo, en el caso del aceite de
kolza, producto que se comercializó desnaturalizado
y que generó la muerte a unas 700 personas y afectó
a unas 20.000, apareciendo los síntomas de intoxica-
ción de muy diversa forma y espaciados en el tiem-
po; o la catástrofe de la central nuclear de Chernobil
en la que murieron miles de personas y, aún pasados
bastantes años, continúan apareciendo secuelas físi-
cas del desastre.
b2.2) Víctima colectiva propiamente dicha Constituye la
hipótesis de la víctima colectiva en sentido estricto
en tanto deben apreciarse los dos caracteres identifi-
cativos –representatividad y nexo causal– con la sal-
vedad, respecto de la anterior, de que aquí el hecho
antisocial afecta a una colectividad de personas per-
fectamente identificables. Así, por ejemplo, piénsese
en el edificio X, que cuenta con doce trasteros y unos
ladrones entran y roban en siete. Se trataría de una
víctima colectiva propiamente dicha en tanto cumple
con los requisitos de la representatividad (12/2+1=7)
y existe un nexo causal –propietarios de los trasteros
del edificio X–. Ahora bien, en el caso de que única-
mente hubieran robado en seis, al no darse el requisi-
to de la representatividad, deberán ser tratadas como
seis víctimas individuales.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 201

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Capítulo cuarto
FACTORES VICTIMÓGENOS

I. CUESTIONES PREVIAS

Como ya se refirió en el Capítulo Primero, los factores victimó-


genos constituyen un elemento fundamental para la Victimología en
tanto permiten medir el riesgo de victimización que puede sufrir un
sujeto e incluso delimitar las víctimas especialmente vulnerables de
una determinada tipología delictiva.
Se trata de un concepto pacífico en la doctrina victimológica si
bien algunos autores los denominan también “predisposiciones victi-
mógenas” o “factores de riesgo”.
Sea como fuere, existe unanimidad en su contenido ya que se iden-
tifican con aquellos factores que favorecen la victimización de una
persona; esto es, las condiciones o situaciones de un individuo que lo
hacen proclive a convertirse en víctima.
Rodríguez Manzanera ha incidido, con la razón que caracteriza a
este autor, en que no debe confundirse factor con causa ya que se trata
de dos elementos completamente distintos pues mientras el primero
favorece o facilita la victimización el segundo la produce.
Tradicionalmente se ha distinguido entre factores victimógenos
endógenos y exógenos, según su procedencia y afectación al sujeto, lo
que constituye el criterio más acertado y defendido por la doctrina si
bien algunos autores han realizado otras divisiones. En este sentido,
pueden traerse a colación las siguientes:
A) Gulotta distingue entre factores innatos y adquiridos, respondien-
do los primeros a aquellos elementos que posee el individuo desde su na-
cimiento mientras los segundos los desarrollaría a lo largo de su vida.
Del mismo modo, desde una perspectiva temporal, distingue entre
predisposiciones permanentes –inherentes al propio sujeto o, en otras
palabras, aquéllos que lo acompañarán a lo largo de su vida– o tempo-
rales –los poseerá durante un intervalo mayor o menor de tiempo–.
204 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

B) Ramírez González los clasifica en tres grandes grupos de pre-


disposiciones victimales:
b1) Biofisiológicas. Incluirían elementos propios e inherentes de
la persona de origen biológico y fisiológico como, por ejem-
plo, edad, sexo o raza.
b2) Sociales. Vinculadas a las relaciones del individuo con la so-
ciedad. Destacarían variables como la profesión, el nivel so-
cio-económico o el rol social que desempeñe.
b3) Psicológicas. Comprenderían todas las afecciones de natu-
raleza psicológica que padeciera el individuo. Hoy día se
incluirían los trastornos de la personalidad, enfermedades
mentales, rasgos del carácter (…) si bien este autor contem-
plaba, de forma conjunta con el último enunciado, las des-
viaciones sexuales y los estados psicopatológicos.
C) El propio Rodríguez Manzanera, pese a defender la distinción
mencionada entre factores victimógenos endógenos y exógenos, ha
propuesta dos nuevas divisiones:
c1) Los victimo-impelentes y victimo-repelentes. Mientras los
primeros incluirían aquéllos que impulsan al sujeto hacia
una desviación victimal, los segundos inhiben o impiden se-
mejante situación; esto es, por un lado se trataría de factores
victimógenos en sí y, de otro, justamente lo contrario, facto-
res que no favorecerían la victimización.
La idea de la que parte este autor es que la victimización
acontecerá en aquellos supuestos en los que los factores vícti-
mo-repelentes no sean suficientes en cantidad y calidad para
frenar el proceso de victimización o, en otras palabras, sean
superados o minoritarios ante los víctimo-impelentes.
La diferencia práctica entre unos y otros no es del todo senci-
lla, aconteciendo aquí uno de los principales problemas prác-
ticos que encuentra la citada distinción, en tanto un mismo
factor puede ser víctimo-impelente y víctimo-repelente a la vez.
Piénsese, por ejemplo, en el hecho de poseer una gran fortuna,
lo cual representa un imán para los ladrones poniendo al sujeto
en riesgo de ser victimizado por un delito patrimonial pero, al
mismo tiempo, esa alta capacidad económica le permite adop-
tar una serie de precauciones o la adopción de mecanismos de
prevención extraordinarios –verbigracia, instalación de siste-
mas de seguridad, contratación de vigilancias privada, etc.–.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 205

c2) Tomando como base los postulados de Di Tullio divide los


factores victimógenos en predisponentes, preparantes y
desencadenantes:
c2.1) Predisponentes. Son, por lo general, de naturaleza endó-
gena ya que crean en el sujeto una serie de debilidades
que lo hacen proclive a convertirse en víctima. Se inclui-
rían los de naturaleza biológica –por ejemplo, la edad
o una enfermedad–, psicológicos –deficiencia mental,
complejos– o sociales –marginación o discriminación–.
c2.2) Preparantes. Se identificarían con los de naturaleza
exógena ya que se desarrollan con el paso del tiempo.
Incluirían, por ejemplo, una relación de enemistad,
la ingesta de alcohol, drogas, etc.
c.2.3) Desencadenantes. Podría ser cualquier factor ya que
presenta una naturaleza mixta. Así, por ejemplo, la
provocación al victimario, el descuido momentáneo,
la asistencia a un lugar victimógeno (…).
D) Landrove Díaz ha defendido una posición intermedia distin-
guiendo entre factores personales –edad, estado físico o psíquico, raza
o sexo– y sociales –posición económica, estilo de vida, ubicación del
domicilio, contacto con grupos marginales, profesión, etc.–.
De todas las referencias anteriores, como ya se explicitó, la más segui-
da internacionalmente es la que divide los factores victimógenos en en-
dógenos y exógenos, siendo precisamente ése el criterio que se utilizará,
si bien conviene llamar la atención en las dos distinciones realizadas por
Rodríguez Manzanera, ya que presentan un indudable interés científico
y práctico, permitiendo clasificarlos según el efecto generado en el pro-
ceso de victimización –predisponente, preparante o desencadenante– y,
del mismo modo, valorar la incidencia que los víctimo-repelentes pueden
tener en el proceso de victimización ya que, aunque se establezcan unas
pautas genéricas para un colectivo de individuos, el riesgo de victimiza-
ción concreto hacia una persona dependerá bastante de la influencia de
los citados factores, pudiendo llegando incluso a impedir su efectiva victi-
mización. En este sentido, piénsese, por ejemplo, en un grupo de víctimas
especialmente vulnerables –niños de una determinada edad– pero sobre
esa totalidad de potenciales víctimas pueden concurrir factores víctimo-
repelentes que eliminen la especial vulnerabilidad de x menores. Luego
tan relevante puede ser delimitar los factores victimógenos –o víctimo-
impelantes– como los víctimo-repelentes, los primeros para delimitar la
206 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

población más vulnerable y lo segundos para discriminar, dentro de ella,


los que gozan de una menor probabilidad de ser victimizados.
De acuerdo con lo anterior, se procede a desarrollar cada uno de
las variables que se incluirían en los factores endógenos y exógenos,
tomando como ejemplo de cada uno el delito de violencia doméstica
con el propósito de determinar las víctimas especialmente vulnerables
de semejante tipología delictiva, las cuales serán objeto de un detalla-
do análisis en los Capítulos Noveno, Décimo y Undécimo, verificando
con ello su utilidad práctica.

II. FACTORES ENDÓGENOS

En líneas anteriores me he referido a ellos como aquéllos que se


encuentran o tienen su origen dentro del individuo. Se ha debatido
también sobre la inmutabilidad que debieran presentar si bien no se
trata de un criterio adecuado ya que dificulta la correcta delimitación
de unos y otros, tal y como desarrollaré posteriormente.
Al igual que sucede con los exógenos, enunciar todos y cada uno
resultaría una tarea excesivamente compleja dada la multiplicidad de
factores existentes por lo que se traen a colación aquellos que presen-
tan una mayor utilización práctica.
A) Factores biológicos. Von Hentig afirmaba, utilizando un ya casi
célebre símil victimológico, que el individuo débil, tanto en el reino ani-
mal como entre los hombres, es aquel que probablemente será víctima
de un ataque. Algunos como los menores y los ancianos son débiles en
lo físico; otros son débiles de espíritu. Landrove Díaz lo asocia con el
estado físico o psíquico del sujeto; esto es, la mayor o menor fortaleza
incidirá en su vulnerabilidad, que puede verse notablemente incremen-
tada por el padecimiento de ciertas enfermedades o minusvalías.
Así pues, como ha podido comprobarse con las dos citas repre-
sentativas del párrafo anterior, semejante factor incluye cualquier ele-
mento de naturaleza biológica que aumente el riesgo de ser victimiza-
do por presentar alguna minoración o deficiencia biológica respecto
del resto de individuos. Piénsese, por ejemplo, en una enfermedad,
fortaleza del sujeto, desnutrición, etc.
En este sentido, la persona enferma, desnutrida, invalida, es ya
de por sí una víctima pero en el supuesto concreto de la violencia do-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 207

méstica, su posición como tal crece siendo el blanco perfecto para el


victimario. Dentro de la unidad familiar los grupos en los que con más
facilidad se dan estos caracteres son ancianos y niños.
No obstante lo anterior, se ha debatido también sobre la presencia
de la fortaleza física como factor victimógeno endógeno de naturaleza
biológica en la violencia doméstica. Las conclusiones a las que se han
llegado, si bien son mayoritarias aunque no unánimes, han resuelto que
el varón adulto, por lo general, posee una fuerza física superior al res-
to de miembros de la unidad familiar por su propia complexión lo que
haría que tanto mujeres como los, ya referidos, niños y ancianos fueran
víctimas vulnerables en virtud de la complexión de aquél, acentuándose
el riesgo en los extremos de edad, tanto por arriba como por abajo; esto
es, a menor edad mayor vulnerabilidad de los niños y a mayor superior
de los ancianos debido, en ambos casos, a su desarrollo biológico. Ahora
bien, también puede traerse a colación el ya mencionado factor víctimo-
repelente en virtud del cual los menores más próximos a la mayoría de
edad podrían disminuir e incluso hacer desaparecer su condición de vul-
nerabilidad precisamente por el condicionante biológico y la posibilidad
no sólo de hacer frente al victimario ante una hipotética agresión sino
también vencerlo, por lo que este factor también conlleva un componen-
te inhibitorio; o la propia mujer en los mismos términos descritos.
B) Sexo. Se trata de una variable muy interesante en determinadas
tipologías delictivas ya que va a permitir aislar a un porcentaje muy
importante de la población; esto es, determinados delitos caracteri-
zan su comisión hacia una víctima mayoritaria en atención al género
–piénsese, por ejemplo, en el delito de violación–. Landrove Díaz ha
señalado que la mujer es con frecuencia víctima de una serie de deli-
tos cuya etiología responde a factores pretendidamente culturales que
la facilitan, tanto en los ámbitos familiar, social o laboral.
El caso de la violencia doméstica representa un claro ejemplo del
citado fenómeno, asociado, en no pocas ocasiones, a unos desfasados y
rechazables valores de primacía del varón respecto de la mujer que, en
la actualidad, se encuentran mayoritariamente superados en las gene-
raciones más jóvenes gracias al esfuerzo de la sociedad en general, de
determinadas instituciones y asociaciones y, sobre todo, por la lucha,
el empeño y el compromiso de las propias mujeres. Sin embargo, toda-
vía existen comunidades sociales en las que priman semejantes valores,
principalmente en las capas o estratos sociales más bajos o fuertemente
influenciados por determinadas creencias religiosas o culturales, que
208 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

hacen que la violencia física contra el sexo femenino sea aceptada e,


incluso, tolerada. Así, se consideran los valores masculinos superiores
a los femeninos, perpetuando de este modo la desigualdad entre ciuda-
danos y ciudadanas. Estas aseveraciones no son hechas con carácter
absoluto por lo que no puede deducirse que el maltrato a la mujer exista
únicamente en familias de bajo nivel cultural y adquisitivo o radicali-
zadas religiosamente sino que también se da en otros niveles sociales o
creencias, aunque con menor intensidad cuantitativa o, al menos, con
un índice menor de denuncias y publicidad.
Echeburúa y Guerricaechevarría han aportado una serie de datos
muy interesantes sobre el fenómeno de la violencia doméstica: a) la
mujer es la víctima más común en la violencia doméstica; b) este por-
centaje se aprecia con mayor rotundidad en el entorno de la pareja
(85%); y c) en los supuestos de violencia contra ascendientes o descen-
dientes, la ejercida contra la mujer gira en torno al 60%.
Sin embargo, las estadísticas oficiales no muestran unas tasas tan
elevadas si se analiza el problema desde una dimensión global. Así,
por ejemplo, pecando de una inexactitud terminológica importante, al
igual que sucede con la inmensa mayoría de estadísticas de otras tan-
tas fuentes oficiales y no oficiales, los datos presentados por el Consejo
General del Poder Judicial, sobre número de denuncias presentadas en
el año 2010, reflejan una primacía de la mujer como víctima potencial
de violencia doméstica muy minorada respecto a las tasas referidas y
con otras anteriores del mismo órgano74, que sitúan muy próxima la
victimización de ambos sexos, tal y como recoge la siguiente gráfica:

GRÁFICO 1
Sexo de la víctima (n=22.512)

Hombre
41,7%
Mujer
58,3%

Este mismo informe, relativo al año 2007, determinó que el sexo de la vícti-
74

ma por violencia de género era de un 72,1% de mujeres frente al 27,9% de hombres


(MORILLAS FERNÁNDEZ, 2009).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 209

Ahora bien, la citada fuente desglosa otro dato relativo a la violen-


cia contra la mujer, descripción ciertamente imprecisa en la que pare-
ce querer incluirse todos los hechos denunciados en los Juzgados de
Violencia contra la Mujer, donde ya no podría generalizarse sobre si
se trata de violencia doméstica, la cual debiera quedar incorporada en
la gráfica anterior de acuerdo a la rúbrica presentada. Aquí los datos
son muy elevado ya que habría 37.945 denuncias que, sumadas a las
anteriores daría un total de 60.457, de las cuales un 15,5% se corres-
ponderían con varones y un 84,5% a mujeres, si bien, reitero, semejante
dato no puede incluirse como violencia doméstica por la pluralidad de
conductas ilícitas que englobaría. Sin embargo, este último valor creo
que no refiere la realidad actual del problema de la violencia doméstica
sobre la variable sexo ya que, si se toma otro referente, como pudiera
ser el maltrato a personas mayores de sesenta y cinco años75, aspecto
sesgado en la estadística anterior por los motivos que detallaré en la
siguiente variable, se observa que la victimización se produce mayorita-
riamente en mujeres pero no en tasas tan distanciadas: 63,2% féminas
por 36,8% varones (IBORRA MARMOLEJO). Así pues, tomando como
referente los valores enunciados y en una mera aproximación, podría
establecerse una horquilla de mujeres victimizadas por violencia do-
méstica de en torno al 73-78% frente al 22-27% de hombres.
En esta línea, un dato que puede corroborar lo anterior radica en ana-
lizar semejante variable desde la perspectiva del delincuente ya que, si-
guiendo los datos del propio Consejo General del Poder Judicial referidos
a 2.010: un 67,9% de los denunciados por violencia doméstica son varo-
nes frente al 32,1% mujeres76, si bien enjuiciados son únicamente 71,1% y
28,9%, respectivamente, y condenados un 78,6% frente al 21,4%. La con-
clusión que puede obtenerse al respecto es llamativa: la violencia domés-
tica es una manifestación delictiva desarrollada por varones, que recae
principalmente sobre mujeres, pero también existe una proporción de
féminas delincuentes en materia doméstica, bastante superior a la creen-
cia social establecida al respecto y cuyos datos permanecen en la sombra
frente al clásico rol del varón maltratador. La diferencia entre ambos per-
files puede venir asociada al distinto tipo de violencia ejercida por unos y
75
Los datos sobre maltrato infantil no serían significativos ya que no existe un
perfil mayoritario en cuanto al género de la víctima.
76
Conviene llamar la atención sobre este dato y su evolución ya que la misma
para el año 2007 refería que el 79,2% de los agresores eran varones frente al 20,8%
mujeres (CONSEJO GENERAL DEL PODER JUDICIAL, 2007), pasando en el año
2010; esto es, tres años después al citado 67,9% y 32,1%, respectivamente.
210 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

otros y las diferentes víctimas resultantes de las acciones criminales, las


cuales, incomprensiblemente, parecen no tener el mismo valor para los
poderes públicos en cuanto a derechos asistenciales y de protección.
Así pues, sea como fuere e independientemente de los problemas
terminológicos encontrados en las principales estadísticas llevadas
a cabo en nuestro país, de conformidad con los datos anteriores, no
cabe asociar la idea del maltrato única y exclusivamente dirigido ha-
cia la mujer pues, si bien es cierto que mayoritariamente se produce
contra este colectivo y de forma más violenta, hay otra parte, no ya
tan minoritaria con el paso del tiempo, dirigida contra el sector mas-
culino, independientemente de la edad, un hecho que las institucio-
nes públicas no deben dejar inadvertido. Lo cierto es que este tipo de
maltrato también sucede y que su número y consecuencias suelen ser
bastante menores en relación a las de la mujer, si bien continúa de-
biendo concluirse, dadas las actuales tasas de maltrato, que víctimas
especialmente vulnerables serán única y exclusivamente las mujeres.
C) Edad. Se trata de uno de los factores victimógenos por antono-
masia junto con el sexo de la persona resultando su estudio vital para
entender el fenómeno de victimización si bien, en no pocas ocasio-
nes, se encuentra tremendamente vinculado al biológico por los com-
ponentes comunes que presentan ambos; esto es, cuanta menos edad
tenga la persona menor desarrollo biológico y a más edad mayor de-
sarrollo y posterior decaimiento.
Como se acaba de referir, se trata de un factor comúnmente acep-
tado por la doctrina victimológica en virtud del cual, en aquellas tipo-
logías delictivas en las que existan diferencias significativas en cuan-
to a grupos de edad, puede aislarse fácilmente un grupo de especial
vulnerabilidad. Sin embargo, lo importante aquí no es tanto hacer un
análisis de intervalos estadísticos sino saber interpretarlos adecuada-
mente ya que muchas estadísticas presentan sesgos o elementos que
requieren de un estudio detallado para realizar una correcta valora-
ción de los datos contenidos. Un buen ejemplo de semejante situación
puede encontrarse en la violencia doméstica, donde deben observarse
las siguientes cautelas (MORILLAS FERNÁNDEZ, 2009):
c1) Dificultad para encontrar fuentes completas. La gran mayoría de
estudios realizados al efecto desprecian determinadas categorías de mal-
trato en tanto se encuentran focalizados hacia la denominada violencia de
género; esto es, aquellas producidas en el marco de una relación sentimen-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 211

tal –noviazgo, matrimonio, parejas de hecho (…)–, con lo que excluirían las
relativas a menores, pero que sí pueden ser víctimas de violencia doméstica
–piénsese, en el maltrato de un padre sobre su hijo de diez años–; ancianos,
similar al anterior –verbigracia, violencia ejercida de un hijo o nieto sobre
su padre/madre o abuelo/a–; o simplemente entre hermanos.
Semejante situación se agrava aún más desde el año 2009, instan-
te a partir del cual, y hasta la fecha, los estudios, siquiera de violencia
de género, no hablo ya de doméstica –lo cual parece una utopía–, des-
aparecen prácticamente de las fuentes oficiales, las cuales se centran
única y exclusivamente en el análisis estadístico de las mujeres muer-
tas a manos de su pareja o expareja, lo cual denota una incomprensi-
ble laguna estadística e investigadora en los dos-tres últimos años.
No obstante, la siguiente gráfica, sobre las cautelas enunciadas
anteriormente, comporta la distinción de casos según el número de
denuncias producidas en el año 2010 y la mayoría o minoría de edad
de las víctimas de violencia doméstica77.

GRÁFICO 2
Edad de la victima (n=22.512)
Menor de
edad
6,3%

Mayor de
edad
93,7%

Obviamente, la mayoría de supuestos detectados se corresponden


con mayores de edad, lo cual va implícito por la propia imposibilidad
que presentan los menores para actuar por sí solos al respecto, máxime
si se tiene en cuenta, como se referirá al estudiar el maltrato infantil,
que en torno al 76% de los menores víctimas tienen menos de once años
–piénsese entonces en la multiplicidad de casos que no se conocen–.
77
Fuente: Consejo General del Poder Judicial (2010).
212 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Así pues, los principales datos estadísticos establecidos al respecto


en nuestro país giran en torno a la violencia de género, lo cual produ-
ce un sesgo relativo para proceder al estudio de la violencia doméstica
en su conjunto si bien, por las razones expuestas anteriormente y la
representatividad de ambos grupos, incluye una aproximación suje-
ta a las matizaciones realizadas respecto de la doméstica motivadas
principalmente por los casos en los que el sujeto pasivo sea un varón y
los supuestos desconocidos y no computados en menores y ancianos.
Así pues, de conformidad con los datos parciales proporcionados
con la medición exclusiva de la violencia de género y las relaciones
derivadas entre los sujetos pareja, presente o pasada, que caracteri-
zan a la práctica totalidad de estadísticas realizadas, se presenta la
siguiente gráfica medidora de la variable edad dentro de la tipología
violencia de género, sobre una muestra de denuncias producidas has-
ta diciembre de 2007, sorprendente, por otro lado78.

GRÁFICO 3
Edad de las víctimas de violencia de género (n=63.347)

30000
21567
21338
20000

10000
960 11055
389 3336 3734 968
0
Menos 16-17 18-20 21-30 31-40 41-50 51-64 Más de
de 16 64

Fuente: Instituto de la Mujer.


78
Empleo el calificativo sorprendente ante el tamaño de las muestras que hasta
el momento he presentado: por un lado, el Consejo General del Poder Judicial cifra el
número de denuncias por violencia doméstica producidas en el año 2007 en 33.751
mientras que el Instituto de la Mujer, sobre datos del Ministerio del Interior, computa
63.347 por violencia de género –103.028 por violencia doméstica– hasta diciembre de
ese mismo año. La única explicación “coherente” que encuentro es que las primeras se
refieren a denuncias presentadas mientras las segundas se circunscriben en denuncias
–la diferencia sigue siendo abrumadora aún si tuviéramos en consideración las que
se han retirado o no se han tramitado–. Llegados a este punto me remito a lo que ya
escribí hace algo más de cinco años sobre el problema de las estadísticas en materia de
violencia doméstica (MORILLAS FERNÁNDEZ, D. L., Análisis…cit., pp. 141-144).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 213

c2) En cualquier estadística de violencia doméstica o de género el dato


computado se produce, como regla general, en el instante de la separación
o momento en el que se hace público el hecho violento –denuncia, separa-
ción, lesión, muerte (…)–. Sin embargo, ese no es el período efectivo del
maltrato sino el instante final o conocido de la situación por lo que es nece-
sario abrir una horquilla para entender la fenomenología de la violencia;
esto es, en la gráfica anterior, puede apreciarse como el punto álgido de
denuncias por edad se encuentra entre los intervalos 21-40 años –el grupo
mayor se encontraría entre los veintisiete y treinta y seis años, aproxima-
damente–; sin embargo, la secuencia maltratadora hay que retrotraerla va-
rios años atrás, desde su comienzo hasta el instante de la denuncia. En este
sentido, la investigación coordinada por Morillas Cueva concluyó que la
media de mujeres maltratadas se encuentra en 40,4 años –coincidente con
la mediana, situada en cuarenta– habiendo sido maltratadas físicamente
una media de 13,1 años y quince psicológicamente –diez y trece de media-
na respectivamente–, lo que obliga a retrotraer los citados períodos hasta
aproximadamente diez y trece años para configurar la secuencia maltra-
tadora; esto es, el maltrato físico se iniciaría entre los veintisiete y treinta
años y el psíquico entre los veinticinco y veintisiete.
D) Raza. Constituye otro factor endógeno enunciado por la doc-
trina victimológica, si bien hoy día no goza de excesivo protagonismo,
siendo más habitual referirse a la nacionalidad como componente
delimitador de una mayor o menor vulnerabilidad de la víctima. No
obstante, semejante equiparación, pese a ser mayoritaria, no es del
todo acertada ya que, por ejemplo, mientras uno presenta naturaleza
endógena el otro se configura de manera exógena. Del mismo modo,
los flujos migratorios han hecho que hoy día personas de muy distinta
raza convivan en un mismo país de manera múltiple e incluso com-
partan nacionalidad por lo que la equiparación inicial realizada vuel-
ve a perder peso debiendo optar hacia la diferenciación. Piénsese, por
ejemplo en una agresión realizada a cinco personas de raza negra, de
las cuales tres son subsaharianas y dos españolas.
Sobre semejantes parámetros, habría que volver a considerar a la
raza como un factor victimógeno en tanto, qué duda cabe, existen de-
terminadas tipologías delictivas en las que juega un papel importante
en la victimización de personas. Piénsese, por ejemplo, en el supuesto
anterior o en ataques de grupos extremistas a los ciudadanos de color
o de una determinada etnia, la motivación de la agresión no se produ-
ce por la nacionalidad sino por la raza.
214 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Sin embargo, afortunadamente, en los países avanzados semejan-


tes actuaciones delictivas son cada vez menores y se reducen a tipolo-
gías delictivas minoritarias llevadas a cabo por grupos sociales radica-
lizados con una visión sesgada de la sociedad actual, basados en ideas
y doctrinas desfasadas históricamente y que, en no pocas ocasiones,
ni tan siquiera han vivido en primera persona bajo un sistema político
que defienda tales postulados. De otro lado, olvidan el importantísimo
rol que los propios ciudadanos extranjeros, de una u otra raza, desem-
peñan en el seno de la sociedad, por no hablar ya de los propios nacio-
nales que pueden presentar una raza, color u otra característica dife-
rente a la de la población mayoritaria y que siguen siendo ciudadanos
exactamente iguales y con los mismos derechos que cualquier otro.
En relación con el fenómeno de la violencia doméstica, no existen
datos o indicios suficientemente acreditados como para verificar que
la raza sea un factor victimógeno a tener en consideración.
E) Factores psicológicos. En la actualidad no se configuran como
uno de los más relevantes desde una perspectiva endógena quizás por-
que la Psicología y la Psiquiatría criminológica no se ha dedicado al
estudio de semejantes variables en la víctima, optando por profundi-
zar en los citados aspectos pero vinculándolos al delincuente.
Rodríguez Manzanera ha sido uno de los autores que más ha tra-
tado semejante variable desde una perspectiva victimológica genérica
distinguiendo entre las siguientes variables:
e1) Procesos cognoscitivos. Los interrelaciona con dos grandes
esferas:
e1.1) La sensopercepción, sobre la premisa de la interre-
lación existente entre la victimización y los sentidos;
esto es, las personas con deficiencias auditivas o vi-
suales presentarían un mayor riesgo a ser victimiza-
das; aquéllas con poca sensibilidad cutánea serían
víctimas propicias de carteristas; quien tenga fallas
olfativas o gustativas lo puede ser de fraudes vincula-
dos a fragancias, alimentos o bebidas.
Del mismo modo, la capacidad de atención constitui-
ría otro elemento de vulnerabilidad que debiera ser
contrarrestado por el aprendizaje de estrategias de
defensión, estrategia que juega un papel esencial en la
prevención victimal
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 215

e1.2) La memoria deviene en otro factor victimógeno tre-


mendamente importante en determinadas tipologías
delictivas. Piénsese, por ejemplo, en las personas que
olvidan cerrar su automóvil o se dejan el teléfono mó-
vil en un lugar u otro, si bien muchas veces semejante
afectación deviene por los primeros síntomas de algu-
na enfermedad mental.
e1.3) La inteligencia. Comprende una opinión muy exten-
dida en la doctrina victimológica el hecho de conside-
rar a las personas con deficiencias intelectuales como
objetivos fáciles de los victimarios, pudiendo estable-
cerse una relación entre nivel de inteligencia y proba-
bilidad de ser victimizado.
e2) Esferas afectivas y volitivas. Rodríguez Manzanera vuelve a
plantear una hipótesis muy interesante al respecto en el sen-
tido de que al igual que en bastantes ocasiones hay una moti-
vación para delinquir también la puede haber para ser vícti-
ma –por ejemplo, cobrar un seguro– o demandar la atención
del delincuente por desarrollar alguna idea inconsciente que
llama su atención –verbigracia, personas obsesionadas con
la seguridad que extreman al máximo sus precauciones para
proteger su vivienda instalando multitud de aparatos o me-
canismos de alerta ante posibles ladrones, no harán sino des-
pertar la atención de éstos sobre la premisa de que a mayor
seguridad mayor contenido de bienes a proteger–.
De otro lado, determinados sentimientos propios de una per-
sona –compasión, beneficencia, esperanza, amor, miedo (…)–
pueden hacerle incurrir en situaciones victimales. Piénsese,
por ejemplo, una serie de fraudes llevados a cabo por curan-
deros que se aprovechan de le esperanza en la curación de
una enfermedad para la cual la medicina no tiene remedio.
Del mismo modo, la voluntad incide en el proceso de victi-
mización sobre todo ante determinados sujetos que siguen
a otros realizando aquellos actos solicitados sin pararse a
pensar. En este sentido, en toda pareja criminal, tal y como
refirió Sighele siempre hay un íncubo y un súcubo o, en otras
palabras, una persona que ejerce de líder y otra que obedece
sin más sus instrucciones.
e3) Personalidad. Bajo semejante variable deberían entrar a
analizarse elementos o caracteres identificativos del sujeto
216 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

asociados a su propia personalidad, si bien, y es hacia donde


creo que debiera derivarse la cuestión, se trataría más bien
de observar si los rasgos de la personalidad del sujeto lo vin-
culan no sólo ya a una victimización inicial sino a reiteradas
victimizaciones.
Para entender mejor semejante situación voy a recurrir a un
ejemplo ilustrativo que además enlaza con la tipología de-
lictiva que está siendo analizada: la violencia doméstica. En
este sentido, en más de una ocasión, se ha planteado la posi-
bilidad de que exista un patrón o perfil de mujer predispues-
ta a una situación de maltrato –piénsese, en los casos en que
una mujer ha sido maltratada en varias ocasiones por perso-
nas distintas, por ejemplo en su infancia y en la edad adulta–.
Sin embargo, semejante idea ha sido rechaza como tal inclu-
so empíricamente (MORILLAS CUEVA y OTROS), si bien al-
gunos autores, como Mitchell y Hodson, corroboraron, hace
casi treinta años, que la exposición a violencia en la familia
de origen repercutía a la hora de utilizar menos respuestas de
afrontamiento activo y más evasivo ante su victimización por
violencia doméstica frente a aquéllas no expuestas a la vio-
lencia en su unidad primaria que empleaban más estrategias
de afrontamiento activo conforme aumentaban los episodios
violentos. Junto a ello, además, existen casos en los que la
reiterada victimización de la mujer adulta por distintos mal-
tratadores no responde a una predisposición a la violencia
sino a las propias características buscadas por la víctima en
su pareja o, dicho en otras palabras, todos sus maltratadores
tendrían en común un mismo perfil que es lo que atraería
sentimentalmente a la víctima, por lo que la personalidad del
sujeto pasivo podría incidir en la victimización.
e4) Otros. Podrían seguir enunciándose diversos factores, si bien
no se pretenden desarrollar en su totalidad todos los inciden-
tes sino aquellos que presentan un especial relevancia. En tal
caso, pudieran destacarse los trastornos del estado de ánimo,
como sería el padecimiento de una depresión crónica y su vin-
culación con la mayor probabilidad de la victimización, en
este caso, autovictimización relacionada con los casos de sui-
cidio en situaciones extremas.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 217

III. FACTORES EXÓGENOS

Rodríguez Manzanera los asocia con aquellos que se encuentran fue-


ra del individuo. Comprenden un catálogo ciertamente extenso –piénsese
en el estado civil, escolaridad, procedencia, domicilio, profesión, familia
(…)– por lo que únicamente me referiré a aquellos más ilustrativos y que
se encuentran estrechamente vinculados con la determinación de las víc-
timas especialmente vulnerables en el ámbito de la violencia doméstica.
A) Parentesco. Queda reducido a delitos en los que existe conoci-
miento entre la pareja penal en los términos que se describirán en el
Capítulo Quinto, destacando su importancia en esa especial vincula-
ción familiar entre sujeto activo y pasivo.
Pese a que su incidencia se reduce a muy pocos delitos genéricos, uno
de ellos lo constituye el de violencia doméstica, configurándose un elemen-
to esencial en tanto verifica la relación entre aquellos individuos que se
encuentran tanto dentro como fuera del núcleo familiar o de convivencia,
presente o pasada, y situaciones análogas asociadas a relaciones sentimen-
tales sin convivencia, no quedan integrados en la esfera del delito.
La siguiente gráfica ha sido elaborada por el Instituto de la Mujer
sobre datos del Ministerio del Interior, relativa al año 2007, y com-
prende la relación entre víctima y victimario de violencia doméstica
según la relación con el autor/a79.

GRÁFICO 4
Parentesco con autor (n=103.028)
Otros parientes
Hijos/as 14%
6%
P/Madres
7%
Pareja/expareja
73%

Para interpretar correctamente la estadística expuesta debe tenerse


muy presente la cautela, y consiguiente ausencia de datos, relativa a la
dificultad de denuncia que ostentan los menores de edad, sobre todo a
79
Estadística electrónica a consultar en: http://www.mtas.
es/mujer/mujeres/cifras/tablas/W300B-2.XLS
218 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

edades tempranas donde se transforma en imposibilidad, y el mismo pos-


tulado pero en sentido contrario relativo a los ancianos; esto es, la impo-
sibilidad de denuncia a edades avanzadas, cuestiones ya enunciadas con
anterioridad.
B) Estado civil. Independientemente de las aseveraciones mani-
festadas en el párrafo anterior, resulta evidente la primacía de la cate-
goría pareja/expareja en la relación de violencia doméstica. Bajo se-
mejante terminología se ha incluido al cónyuge, excónyuge –separado
o divorciado–, compañero/a sentimental, excompañero/a, novio/a y
exnovio/a. Sin embargo, las cuantificaciones en las que se observan
las citadas categorías resultan interesantes desde la perspectiva de la
vulnerabilidad victimal por si alguna resalta sobre las demás de forma
significativa e integran otro elemento a tener en consideración. Así
pues, atendiendo a los datos anteriores relativos a la categoría pareja/
expareja, se concretan las siguientes relaciones80:

GRÁFICO 5
Relación entre pareja/expareja (n=74.249)
Novio Exnovio
Excompañero
3% 4% Cónyuges
sentimental
32%
21%

Compañero Excónyuges
sentimental 12%
28%

De conformidad con los datos enunciados no existe una categoría


representativa respecto de las demás si bien hay dos hechos que mere-
cen ser destacados:
b1) Primacía de la violencia doméstica ejercida entre los cónyu-
ges y compañeros sentimentales, datos que, con el paso de
los años, tienden a equipararse por la propia evolución de
la sociedad, no siendo para nada extraño que, en un período
corto de tiempo, los segundos superen a los primeros, hecho
que, por otro lado, ya se ha producido si se tiene en consi-
deración las respectivas categorías ex y la representatividad
que en la población general presentan uno y otro.
80
Ibídem.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 219

b2) La violencia ejercida se produce mayoritariamente entre pare-


jas que mantienen actualmente la relación sentimental. A esta
regla le sobrevienen, no obstante, dos excepciones: i) el caso de
la relación de noviazgo, donde se contabilizan mayores con-
ductas violentas una vez que ha concluido y no existe el citado
vínculo afectivo entre las partes; y ii) aquella violencia que con-
cluye con el resultado muerte se aprecia más entre exparejas.
C) Nacionalidad. Constituye uno de los factores más relevantes y que
mayor atención se le viene prestando en la actualidad, no sólo desde una
perspectiva victimal sino igualmente criminal ya que en virtud de él se
aportan explicaciones sólidas sobre, por ejemplo, el aumento de la crimi-
nalidad en España, generando multitud de reflexiones e interpretaciones
que nunca deben quedarse en el mero dato cuantitativo sino que convie-
ne analizar científicamente la base de semejante problemática buscando
respuestas coherentes a un Estado Social y Democrático de Derecho.
En el caso de la violencia doméstica, los datos del Consejo General
del Poder relativos a denuncias presentadas correspondientes a 2010
refieren lo siguiente:

GRÁFICO 6
Nacionalidad de la violencia domética en 2010 (n=22.512)
Extranjera
15,0%

Nacional
85,0%

Sobre semejantes premisas no habría diferencia significativa alguna


en tanto el dato cualitativo refiere que la población extranjera abarca en
torno al 8-12% de la nacional, incluyendo aquella que se encuentra en
situación ilegal, por lo que el reparto existente entra dentro de la nor-
malidad. Ahora bien, lo que sí es cierto es que semejante equiparación
queda rota si se ahonda en una serie de variables específicas. A saber: i)
los casos de violencia de género en sentido estricto denotan, siguiendo
los datos de la fuente anterior, que un 65,3% de las víctimas son es-
pañolas frente al 34,6% extranjeras; y ii) las agresiones con resultado
220 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

muerte se producen, según datos del Instituto de la Mujer hasta octubre


de 201181, del 70,2% y 38,3%, respectivamente; lo que denota, en ambos
casos, unos porcentajes cualitativos muy por encima de lo normal, lle-
gando incluso a duplicar lo que se considerarían tasas medias.
Este dato resultante permite establecer una clara conclusión: la
ineficacia de las campañas de sensibilización y prevención del maltra-
to hacia la mujer respecto de la población extranjera, quizás motivado
por los diferentes elementos culturales insertos en aquélla y tan distin-
tos en algunas ocasiones a la española, debiendo los poderes públicos
acotar medidas específicas para combatir semejante manifestación
violenta entre los grupos inmigrantes, articulando estrategias espe-
cíficas tendentes a prevenir el elevado número de resultados fatales
acontecidos en población extranjera femenina.
D) Factor económico. Desde una perspectiva victimológica genera
interés su observancia en todas aquellas tipologías criminales en las que
el delincuente actúa movido por un ánimo de lucro –exceso económico–
pero también puede resultar relevante en aquellas otras donde la víctima
no goza de capacidad adquisitiva. En el supuesto de la violencia domésti-
ca pueden presentarse ambas hipótesis identificándolas claramente con
dos tipos de maltrato distinto (MORILLAS FERNÁNDEZ, 2003):
d1) Motivo iniciatorio. Incide mayoritariamente en la figura de
los ancianos. En concreto, existe un supuesto, desgraciada-
mente bastante común en la práctica, en el que los miembros
de la familia se hacen cargo de la persona mayor –ascendien-
te de alguno de los cónyuges– para darle el cuidado y la asis-
tencia necesaria. Sin embargo, el verdadero motivo oculto
por el que lo hacen es administrar sus bienes disminuyendo,
con el paso del tiempo, e, incluso, desapareciendo los cuida-
dos y atenciones que debiera recibir el anciano, lo que suele
originar, además, situaciones de lesiones, vejaciones, negli-
gencias y abandonos que desembocan en constantes malos
tratos. Así pues, este abuso económico que padece el anciano
suele ir acompañado, en bastantes casos, de maltrato físico
o abandono, maltrato psíquico o violación de sus derechos
individuales.
Los datos del año 2010 son incluso más preocupantes ya que un 61,6% de las
81

mujeres muertas por violencia de género eran españolas frente al 38,3% extranjeras
(INSTITUTO DE LA MUJER).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 221

d2) Motivo de continuidad. Afecta principalmente a las mujeres


debido, en cierta medida, al factor victimógeno sexo y los
componentes culturales que lo rodean, en virtud del cual la
mujer suele tener menos recursos económicos propios que el
hombre por lo que, una vez iniciado el maltrato, es más rea-
cia a denunciar o a tomar las medidas oportunas tendentes
a que cesen los mismos, debido principalmente a la depen-
dencia económica que tiene del marido; en otras palabras, no
le queda a la mujer más remedio que padecer dicho maltrato
ya que no tiene los recursos necesarios para sobrevivir por su
cuenta. Al igual que sucedía con el factor sexual, este tipo de
casos suelen ser más frecuentes en cuanto menor es el grado
de recursos económicos, sociales y culturales en el que vive la
unidad familiar Sin embargo, afortunadamente, son cada vez
menos el número de casos de esta naturaleza gracias a la inci-
piente incorporación de la mujer al mercado laboral en con-
diciones igualitarias al varón, elemento caracterizador de las
diversas políticas de igualdad promovidas desde los poderes
públicos. Es más, una de las principales premisas que rige la
Ley 1/2004, de 28 de diciembre, de medidas de protección in-
tegral contra la violencia de género, y los Planes de Acción que
la antecedieron, ha sido dotar de independencia económica o,
cuanto menos ayudas, de similar naturaleza e infraestructuras
–casas de acogida, pisos tutelados (…)– a las mujeres víctimas
de violencia de género para eliminar semejante dependencia
respecto del varón, no constituyendo un obstáculo aparente la
citada dependencia.

A modo meramente ejemplificativo de la situación económica de


una y otra parte, según la investigación coordinada por Morillas Cueva,
el número de maltratadores que reciben una remuneración periódica
es casi el doble que sus víctimas –66,2% frente al 34,6%–; por el contra-
rio, la naturaleza temporal es mayoritario para éstas –39,2% frente al
26,6% de los primeros–; mientras su ausencia vuelve a caracterizar a la
mujer con una clara dependencia respecto del varón en este apartado
–26,2% frente a 7,2%–. Pero es más, en cuanto a los niveles de renta ob-
tenidos, la relativa a los maltratadores es, en general, media-baja –me-
diana situada en 900 euros frente a la media que se eleva a 1092 euros
debido a los máximos descritos– por una tasa bastante más baja de la
mujer –420 euros de mediana y 551,76 euros de media–.
222 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

E) Profesión. La ocupación laboral de una persona tiene igual-


mente connotaciones victimológicas, siquiera muy interrelaciona-
das con la anterior, las cuales dependerán del tipo de delito que
pueda vincularse al ejercicio de la profesión. Así, por ejemplo, los
joyeros y los taxistas suelen ser víctimas más proclives a delitos de
robo.
Por el contrario, Rodríguez Manzanera refiere el fenómeno contra-
rio; esto es, la existencia de profesiones “intocables” en tanto se encuen-
tran más a salvo de la victimización citando los ejemplos de sacerdotes,
médicos, maestros, misioneros, jueces, fiscales (…). No puedo compar-
tir semejante opinión ya que todas las profesiones por una u otra cir-
cunstancia se encuentran ligadas a sufrir una u otra tipología delictiva
si bien, como se ha referido, lo realmente interesante aquí es determinar
aquéllas más proclives a padecer un tipo de delito. Pues bien, depende-
rá de la tipología delictiva a analizar el que unas u otras conformen un
factor victimógeno. Así, por ejemplo, los médicos o maestros son procli-
ves a sufrir delitos de lesiones e insultos y amenazas por sus pacientes y
alumnos y, al menos en España pero creo que es igualmente extensible
a otros países del entorno, las dos profesiones referidas no constituyen,
ni mucho menos, una profesión “intocable”.
En el caso de la violencia doméstica, no constituye un factor deter-
minante, si bien la investigación coordinada por Morillas Cueva, con-
cluyó que había un mayor riesgo en aquellas mujeres que tienen ocu-
paciones en la escala más baja, por tanto peor remuneradas y como
consecuencia más dependientes de las parejas que las maltratan, exis-
tiendo una alta representatividad en aquellas que se dedican al sector
de servicios, sobre todo de la hostelería.
F) Espacio y tiempo victimal. Semejantes factores parten de la
premisa de que todo acto ilícito se desarrolla en un lugar y momento
específico, por lo que se trataría de verificar las especiales connota-
ciones que presentarían los citados elementos sobre una modalidad
delictiva específica.
En este sentido, se ha demostrado la especial vinculación subya-
cente entre las variables referenciadas existiendo incluso corrientes
criminológicas que prestaron una extraordinaria atención a la rela-
ción espacio físico-hecho delictivo, prevención delictiva a través de
la arquitectura del lugar, estudios empíricos sobre la realización de
ilícitos penales en las distintas estaciones del año o el mero estudio
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 223

geográfico del delito82. Sobre tales parámetros no es de extrañar las


correlaciones establecidas entre incremento de robos en viviendas
en períodos estivales, aumento de hurtos en zonas de gran tránsito o
aglomeraciones de personas, el mayor número de delitos sexuales con
la entrada de la primavera/verano, el aprovechamiento de zonas oscu-
ras y poco transitadas para delinquir (…).
No obstante, Rodríguez Manzanera llama la atención sobre la ne-
cesidad de no confundir las zonas victimógenas con las criminógenas
en tanto las primeras agruparían aquéllas en que se realizan las victi-
mizaciones mientras las segundas vincularían donde se gesta la crimi-
nalidad, ya que si bien suelen coincidir no siempre tiene que ser así.
En el supuesto de la violencia doméstica los datos, contrariamente
a lo que se piensa, no presentan una vinculación clara hacia un deter-
minado espacio o tiempo de comisión del delito en base a los siguien-
tes postulados (MORILLAS CUEVA ET AL):
i) El maltrato es un fenómeno constate que no predomina en un
intervalo específico ni en cualquier hora del día, ni día de la se-
mana ni época del año sino que se desarrolla indistintamente83.
ii) En cuanto al lugar, sucede lo mismo que en la variable ante-
rior; esto es, los malos tratos se desarrollan mayoritariamente
en lugares privados, principalmente el domicilio de la pareja, si
bien no existe una dependencia concreta en que se exterioricen
unitariamente, si bien el dormitorio conyugal y el comedor/sala
de estar abarcarían las dos ubicaciones más repetidas.
G) Otros. Como ya se refirió, la finalidad del presente epígrafe
consiste en enumerar algunos factores exógenos que favorecen la vic-
timización de la persona si bien no comprende un análisis exhausti-
vo dado la existencia de cientos de ellos. Así pues, podrían detallar-
se otros como, por ejemplo, la familia; nivel de escolaridad; factores
económicos, sociales, culturales (…); domicilio; consumo de alcohol o
drogas tóxicas; etc.

82
Véase, a modo de ejemplo, los postulados de la Estadística Moral, la Escuela
de Chicago, la teoría del entorno físico (…).
83
No obstante, sí se evidencia un leve incremento, aunque no representativo,
durante la noche, los fines de semana, los meses de verano y en período vacacional
(MORILLAS CUEVA ET AL).
224 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

IV. CONCRECIÓN EN LA VIOLENCIA DOMÉSTICA

Durante la exposición de cada uno de los factores endógenos y


exógenos favorecedores de la victimización, se ha ido estableciendo
una relación con el delito de violencia doméstica con el propósito de
delimitar a las víctimas especialmente vulnerables de la citada tipolo-
gía delictiva.
De conformidad con todos los datos expuestos, cabría concluir
que, desde una perspectiva criminológica, las víctimas especialmente
vulnerables en materia de violencia doméstica quedarían conforma-
das por mujeres, niños y ancianos.
Sin embargo, no conviene olvidar que la delimitación de las víc-
timas especialmente vulnerables se realiza de manera genérica; esto
es, reunirían semejante calificativo todas las personas integradas en
los citados colectivos si bien, a nivel particular, habría que verificar la
referida condición reuniendo ahí una función primordial los factores
víctimo-impelentes, defendidos por Rodríguez Manzanera, los cuales
serían los encargados de discriminar a unos u otros sujetos en la reali-
dad práctica sobre su mayor o menor vulnerabilidad al delito.
Así pues, toda vez que ya han quedado delimitadas las víctimas es-
pecialmente vulnerables en el delito de violencia doméstica, se proce-
derá en la Parte Especial a analizar las particularidades de cada uno
de estos colectivos de manera individualizada.

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Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 225

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Capítulo quinto
RELACIONES VÍCTIMA-VICTIMARIO

I. EL PROCESO DE VICTIMIZACIÓN COMO PUNTO DE EN-


CUENTRO

En el presente Capítulo se va a prestar una atención especial a las


relaciones existentes entre víctima y victimario ya que de la unión de
ambos surge el proceso de victimización, algo, de inicio, sorprendente
debido a los diferentes roles, contrapuestos por su propia naturaleza,
que desempeña uno y otro.
Circunscribir todo el proceso de victimización al victimario sería
algo erróneo ya que, como ha afirmado Peris Riera, en ocasiones será
la conducta del propio sujeto pasivo la que determinará la comisión
del hecho criminal, como un componente más del mismo. Negar esto
sería olvidar la esencia misma de la dinámica de los delitos.
Así pues, la vinculación entre ambos sujetos puede provenir de
muy diversas situaciones. Fattah ha compilado una serie descripcio-
nes que pueden incidir en el citado encuentro (FATTAH, 2000):
a. Oportunidad. Entendida como la persona que potencialmen-
te pudiera convertirse en víctima, un aspecto que pudiera en-
contrarse en cualquier persona y en cualquier momento, lo
que vendría sujeto a la presencia de una o más del resto de
elementos.
b. Factores de riesgo sociodemográfico: vulnerabilidad de deter-
minados sujetos a padecer cierto tipo de ilícitos en razón de su
edad, género, zona urbana de residencia, etc.
c. Orientación del infractor: motivación en atentar contra deter-
minados sujetos, con el único interés de satisfacer las necesi-
dades que la mera comisión del delito pudiera suponer.
228 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

d. Exposición al riesgo. Especial mención a los vínculos o rela-


ciones establecidas con ciertas personas, así como a la peli-
grosidad de frecuentar determinados lugares.
e. Asociaciones. Agrupaciones de determinados colectivos sus-
tentadas en la defensa y promoción de los derechos de las
víctimas.
f. Contexto espacio-temporal. Previsibles en cuanto existe una
distribución estudiada de los lugares con mayor riesgo de peli-
grosidad en determinados momentos de día.
g. Comportamientos arriesgados: provocaciones, instigaciones,
precipitación de determinadas conductas y motivaciones en el
ofensor, etc.
h. Actividades de alto riesgo. Podría relacionarse con dos aspec-
tos: i) facilitación del desarrollo de conductas peligrosas (con-
ducción bajo influencias de bebidas alcohólicas); y ii) mayor
toma de contacto con individuos peligrosos y zonas urbanas
de mayor riesgo. Del mismo modo, sería adecuado indicar en
esta categoría que, un individuo supuestamente víctima po-
dría llegar a convertirse en sujeto activo de delito; es decir,
en ocasiones los roles se tornan difusos. Así por ejemplo, un
individuo enganchado al alcohol y víctima del sistema social
y de los propios vínculos sociales establecidos, pudiera llegar
a provocar un accidente tras un consumo habitual de sustan-
cias o bebidas tóxicas. Lo que en un primer momento pudiera
representar una víctima pasa a ser en última instancia el ofen-
sor de terceras personas.
i. Comportamientos defensivos y evitativos. Referido en su mayo-
ría a factores intrínsecos de la persona, sean hereditarios o ad-
quiridos por experiencia (supervivencia, curiosidad, etc.).
j. La propensión de carácter estructural o cultural. Destaca en este
caso las denominadas “víctimas culturalmente legitimadas”
para hacer referencia a determinados colectivos o minorías so-
ciales víctimas de la marginación y la pobreza.
Antes de continuar cabría señalar que su propuesta podría también
atender a modelos de prevención criminal (HERRERA MORENO,
2006), pues como se ha podido apreciar soporta elementos que pu-
dieran preverse y ser evitables. En este sentido, y si bien Fattah dedica
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 229

una categoría específica a los “factores de riesgo sociodemográfico”,


debería extender tal denominación también al ámbito personal; así
pues, y si bien es cierto que hace referencia a factores más de tipo bio-
lógico dentro de este grupo, no advierte la vulnerabilidad que pudie-
ran suponer determinadas afecciones de origen físico ni psicológico.
A diferencia de lo que este último autor denomina “comportamien-
tos defensivos y evitativos”, la puntualización que se acaba de citar
respondería más a características difícilmente modificables del sujeto
(trastorno de personalidad), y no tanto a comportamiento que, si bien
influidos por las motivaciones y emociones experimentadas en cada su-
jeto, responderían a un patrón de actuación más deliberado e intencio-
nal. A pesar de ello, tanto unos como otros destacan por considerarse
variables intrínsecas propias del individuo en cuestión.
Además, y como objeción a su propuesta, se observa que mientras
las categorías de “comportamientos arriesgados” y “actividades de
alto riesgo” pudieran enmarcarse bajo un mismo grupo de factores,
por cuanto ambas pueden incitar determinados comportamientos en
el agresor, sea de forma directa o indirecta respectivamente.
Faltaría también mencionar un tipo independiente para los ele-
mentos que representan alteraciones en el sistema de Justicia; no se
refiere esta última a la “propensión de carácter estructural” (víctimas
de la marginación, etiquetamiento social), sino a los defectos en las
propias políticas existentes más allá de las negables y directas reper-
cusiones sociales que las mismas pudieran suponer. A tal efecto, po-
drían referirse los preceptos penales que por su propia definición son
considerados descriptivamente deficitarios, que en sí mismo consti-
tuyen un hándicap en el proceso penal. Se trata de una primera fase
objeto de solvencia que, evidentemente de no ser subsanada podría
repercutir en la categoría señalada definida por el autor.
No obstante, y a pesar de lo señalado, indicar que verdaderamente
podría configurarse como un proceso estandarizado de prevención,
pues considera la trascendencia de un conjunto de factores que, tanto
de manera individual como en su conjunto, podrían advertir del ries-
go victimal en un sujeto o colectivo concreto.
Sea como fuere, las explicaciones otorgadas al encuentro entre
ambas figuras son extensísimas habiendo sido objeto de una amplia li-
teratura que, en no pocas ocasiones, tiene su origen en las propias teo-
rías criminológicas, las cuales han evolucionado, o más bien se han
230 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

adaptado a la vertiente victimológica para profundizar en el estudio


de la víctima. Entre las más significativas, podrían traerse a colación
las teorías de la oportunidad, en virtud de la cual para que el delito se
produzca deben acontecer tres elementos: delincuente predispuesto,
víctima propicia y ausencia de control; o la propia del entorno físico,
la cual reduce los elementos anteriormente citados a dos: delincuente
predispuesto y lugar idóneo en tanto con la concurrencia de ambos la
víctima aparecerá por sí misma84.
En cualquier caso, lo que debe quedar claro es que cada tipología
delictiva constituye un mundo por lo que las relaciones y vinculaciones
existentes quedarán modificadas por sus elementos particulares, por
lo que resulta trascendental, como ha reiterado Peris Riera, que tanto
el acto, el criminal y la víctima participan y constituyen la esencia del
proceso criminal o victimal, observar aisladamente cada uno de es-
tos elementos no llevará jamás a conclusiones positivas si se pierde la
visión de conjunto. En término parecidos, Rodríguez Manzanera, ha
afirmado que estudiar al criminal sin estudiar la víctima es inadecua-
do e incompleto, debiendo tomarse en consideración un mínimo de
factores: i) el infractor; ii) la víctima; iii) las correlaciones biopsicoso-
ciales entre ellos; y iv) las causas psíquicas profundas que han produ-
cido la aproximación de los dos factores.

II. PAREJA PENAL VS PAREJA CRIMINAL

Antes de profundizar en las relaciones entre víctima y victimario


conviene diferenciar dos denominaciones que pueden inducir a error.
Por un lado, el término pareja penal fue acotado por Mendelsohn para
referir a la víctima y al victimario de un determinado hecho ilícito.
Por el contrario, la denominación pareja criminal se debe a Sighele
e incluye la presencia de dos delincuentes85. Pese a que se utiliza la
84
Sobre estas y otras teorías véase con mayor profundidad HERRERA
MORENO, M. «Victimación. Aspectos generales», en Baca Baldomero, Echeburúa
Odriozola, y Tamarit Sumalla (Coords.), Manual de Victimología, Valencia, 2006,
págs. 90-110.
85
Semejante distinción no resulta pacífica en la doctrina y así, por ejemplo,
Landrove Díaz ha defendido la utilización de las terminologías pareja criminal,
identificada con delincuente y víctima, y pareja delincuente, sobre los postulados de
Sighele, para agrupar a dos delincuentes (LANDROVE DÍAZ).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 231

denominación pareja criminal aún cuando la unión de delincuentes


sea de tres o más personas, también se han referido las acepciones
“tercia” y “cuadrilla” para aquellos casos de tres o cuatro victimarios
(RODRÍGUEZ MANZANERA). Independientemente de su numera-
ción, lo que queda claro es que siempre va a haber un íncubo y uno o
varios súcubos; esto es, un individuo más enérgico, que haría las fun-
ciones de líder; y otro u otros más débiles que desempeñarían el rol de
seguidores.

Junto a lo anterior, existen algunos autores que comienzan a utili-


zar la denominación “tercia penal” para indicar la participación de un
tercero en el proceso de victimización, el cual puede ser un simple tes-
tigo de los hechos pero que, en ocasiones, puede desempeñar un papel
trascendental en los mecanismos motivacionales, sobre todo cuando
estimula al victimario o, incluso, a la propia víctima (RODRÍGUEZ
MANZANERA.)

No obstante, centrando la cuestión en las parejas penal y criminal,


conviene referir que, si bien por su propia esencia pudieran resultar
contrapuestos, encuentran diversas similitudes en la práctica pudien-
do incluso producirse un intercambio de roles y convertirse una pare-
ja en otra. En este sentido, se plantea las siguientes hipótesis:

A) ¿Podría una pareja penal convertirse en criminal? La respuesta


debe ser afirmativa ya que no es la primera ni la última vez que el bi-
nomio víctima-victimario pasa a confluir en dos victimarios. Uno de
los ejemplo más habituales existentes al respecto radica en el conoci-
do Síndrome de Estocolmo en virtud del cual la víctima de una deten-
ción ilegal prolongada, resulta relativamente habitual en secuestros,
desarrolla una relación de complicidad con su captor hasta el punto
de ayudarlo a alcanzar el fin perseguido con su cautiverio si bien ver-
daderamente semejante conducta podría explicarse como un meca-
nismo de autoprotección inconsciente que hace que la víctima se iden-
tifique con el victimario desarrollando determinados sentimientos de
simpatía, agrado e incluso enamoramiento del criminal. Así pues, el
postulado inicial del ejemplo surgiría con una pareja penal –secues-
trador y secuestrado– y concluiría con una pareja criminal –secues-
trador y secuestrador-secuestrado, quien ayuda al primero a alcanzar
el fin económico perseguido, no dudando en colaborar de forma libre
con aquél–.
232 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

En materia de violencia doméstica, se ha profundizado sobre la


citada hipótesis dando lugar a lo que se ha denominado Síndrome de
Estocolmo Doméstico, el cual se ha definido como un vínculo inter-
personal de protección, construido entre la víctima y su agresor, en el
marco de un ambiente traumático y de restricción estimular, a través
de la inducción en la víctima de un modelo mental –red intersituacio-
nal de esquemas mentales y creencias– (MONTERO, 2000). La mujer
que sufre el maltrato va a estar completamente indefensa, necesitada
de protección y ayuda, lo cual va a encontrar en la persona del agresor
en aquellos momentos en los que no descargue su ira contra ella. Esta
necesidad o fijación en el agresor va a acrecentarse, aún más, en los su-
puestos en que éste le muestre que está sola y únicamente puede confiar
en él, por lo que si manifiesta algún gesto de amabilidad, ella rechaza-
rá el terror (MORILLAS FERNÁNDEZ, 2003). Así pues, se detecta un
desequilibrio de poder entre los miembros: a medida que aumenta, la
persona de menor poder (la mujer) pierde autoestima y se percibe a sí
misma de un modo negativo, más incapaz de ocuparse de ella, y, como
consecuencia, necesitará a la de mayor poder quien a su vez va a desa-
rrollar un sentimiento de sobreestimación de poder (VILLAVICENCIO,
1998). Es, pues, una situación trágica abocada a redoblarse una vez
tras otra en tanto que el ciclo de violencia doméstica se repite constan-
temente con la especificidad de que el agresor no necesita pedir perdón
a la víctima sino que ésta lo perdonará tácitamente ante cualquier gesto
de amabilidad –comunes, por otra parte, en los instantes posteriores a
la agresión–. En definitiva, como resume Montero, semejante proceso
doméstico se va a construir sobre cuatro fases:
i) Desencadenante, las primeras palizas propinadas por el espo-
so romperían el espacio de seguridad previamente construido
por la pareja sobre la base de una relación afectiva, lo que des-
encadenaría en la víctima un patrón general de desorientación,
una pérdida de referentes, reacciones de estrés con tendencia
a la cronificación e, incluso, depresión.
ii) Reorientación, la mujer busca nuevos referentes de futuro y trata
de efectuar un reordenamiento de esquemas cognitivos en base
al principio de la congruencia actitudinal, todo ello en orden a
evitar la disonancia entre su conducta de elección y compromiso
con la pareja y la realidad traumática que está viviendo.
iii) Afrontamiento. La víctima se autoinculpa de la situación y en-
tra en un estado de indefensión y resistencia pasiva donde asu-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 233

me el modelo mental de su esposo y busca vías de protección


de su integridad psicológica, tratando de manejar la situación
traumática.
iv) Adaptación. La mujer proyecta parte de la culpa al exterior, ha-
cia otros, y el Síndrome de Estocolmo Doméstico se consolida
a través de un proceso de identificación y alrededor del modelo
mental explicativo del esposo acerca de la situación vivida en el
hogar y sobre las relaciones causales que la han originado.
B) ¿Podría la pareja criminal transformarse en penal? Tampoco
ofrece ninguna dificultad práctica observar la hipótesis planteada ya
que englobaría el supuesto en el que dos criminales, dispuestos tam-
bién a cometer un ilícito, lo terminan realizando con la particularidad
de que uno de ellos va a atentar contra el otro. Piénsese, a tal efecto, en
el clásico ejemplo de los dos atracadores que roban en un banco y, una
vez tienen el botín en su poder, uno de ellos dispara al otro causándole
la muerte y quedándose con lo sustraído. Como puede apreciarse de
inicio la pareja se constituye como criminal para acabar como penal.

III. RELACIÓN VÍCTIMA-CRIMINAL

El análisis de la pareja penal constituye otro de los fines de la


Victimología, debiendo destacar la gran cantidad de relaciones inter-
subjetivas existentes entre criminal y víctima para poder dar plantea-
mientos diversos a las regulaciones jurídicas (PERIS RIERA).
Para Landrove Díaz hay dos momentos perfectamente diferencia-
dos en las citadas vinculaciones: el primero, antes de la producción
del hecho delictivo, donde ambos integrantes se atraen en sus relacio-
nes sociales o, por lo menos, son indiferentes; y un segundo, aconteci-
do tras el delito, en el que los miembros de la pareja son interdepen-
dientes pero antagónicos, con intereses en conflicto, lo que determina
la apertura del procedimiento criminal.
Sobre semejantes premisas, Rodríguez Manzanera ha sido uno de
los pioneros en abarcar las relaciones entre la citada pareja penal y,
en particular, ha desarrollado una escala de variables que incidirán en
la relación de la pareja y, a través de los cuales, podrá incluso delimi-
tarse la gravedad de la futura agresión. En este sentido, se presentan
las hipótesis descritas por el citado autor ejemplificándolas hacia el
234 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

delito de violencia doméstica de acuerdo con los parámetros estable-


cidos por Morillas Fernández (2003).
A) La primera interrelación debe provenir necesariamente del
grado de conocimiento (C) o desconocimiento (D) existente entre la
pareja penal en relación con el proceso de victimización. Conjugando
las citadas variables se obtiene el siguiente elenco de posibilidades:

SUJETO GRADO DE CONOCIMIENTO

Criminal C C D D

Víctima C D C D

a1) Criminal y víctima se conocen. Constituye uno de los aspec-


tos básicos para determinadas tipologías delictivas, siendo
bastante frecuente. Piénsese, por ejemplo, en la violencia do-
méstica o los delitos contra las relaciones familiares.
a2) El criminal conoce a la víctima pero ésta no al victimario.
Integra delitos en los que normalmente el sujeto activo ha
realizado algún tipo de seguimiento del pasivo ocultando su
identidad. Por ejemplo, un asesino en serie organizado.
a3) La víctima conoce al criminal pero éste la desconoce pre-
viamente. Comprende el supuesto más inusual de todos los
referidos ya que resulta muy extraño en la práctica que el
victimario no conozca a la víctima y no sólo no se dé el mis-
mo proceso a la inversa sino que la víctima sí tendría cono-
cimiento de aquel. Piénsese, por ejemplo, en la comisión de
un delito por parte de una persona de reconocida influencia
social o cultural –verbigracia, reputado jugador del fútbol, el
alcalde de un municipio que recalifica terrenos de manera
ilegal, etc.–.
a4) Víctima y criminal se desconocen. Resulta un supuesto muy
frecuente en la práctica que se caracteriza por el anonima-
to del autor respecto de la víctima y viceversa. Desde una
perspectiva criminológica, la víctima será victimizada por
una situación aleatoria, fortuita, un descuido, una impru-
dencia o bien simplemente porque se la ha presentado la
ocasión idónea al delincuente. Piénsese, por ejemplo, en un
tirón de bolso a una anciana que pasea por la calle o las
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 235

acciones llevadas a cabo por los carteristas en una estación


de metro. Constituiría un supuesto de especial lesividad ya
que, al no existir ninguna vinculación entre las partes, la
violencia se generará sin ningún tipo de pudor, agravándo-
se aún más la situación si actúan de forma grupal, lo que fa-
cilita a su vez la impunidad de la conducta por las dificulta-
des de una reacción social inmediata, siendo muy frecuente
la aparición de redes de delincuencia organizada, delitos
de cuello blanco y delitos no convencionales –por ejemplo,
contaminación ambiental, que afecta a poblaciones enteras
en su salud o bienestar por organizaciones, instituciones
e industrias que afectan a miles de personas desconocidas
sin contacto con los autores– (MARCHIORI). Pero aún se
puede ir más allá, piénsese, por ejemplo, en las estafas in-
formáticas en las que un usuario lanza una serie de emails
al ciberespacio a un núcleo poblacional indeterminado so-
licitando la clave de la cuenta bancaria de los usuarios para
realizar una comprobación rutinaria y, una vez las obtiene,
con el falso convencimiento de la víctima de que se trata de
su entidad bancaria, procede a sustraerle una cantidad de
dinero.
La conjunción de semejantes variables tiene una importancia tras-
cendental en la comisión del ilícito y en sus propias consecuencias
jurídicas, incidiendo muy directamente en la efectiva denuncia de la
persona agraviada.
B) Actitud. Delimitada la situación anterior, conviene a continua-
ción centrar el sentimiento generado entre la pareja penal, el cual
puede conformarse sobre las tres siguientes variables: atracción (A),
rechazo (R) e indiferencia (I).
Las posibilidades que pueden plantearse son las siguientes, la cua-
les, a su vez, se ejemplificarán, como ya se refirió, sobre el ámbito de
la violencia doméstica para así delimitar además la intensidad de la
agresión resultante:

SUJETO SENTIMIENTO

Criminal A A A I I I R R R

Víctima A I R A I R A I R
236 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

A grandes rasgos, la variable atracción debe identificarse con un


sentimiento positivo hacia la otra parte, lo que conllevará el perdón,
la aparición de remordimientos o el uso de una violencia mínima; la
indiferencia constituiría un nivel intermedio entre las otras dos donde
hay una sensación de neutralidad carente de sentimientos positivos y
negativos en donde tanto víctima como agresor asumen como “norma-
lidad” la victimización debido, en muchas ocasiones, a la reiteración
de actos sufridos o vividos; y el rechazo constituye todo sentimiento
negativo hacia la otra parte, lo que puede derivar en una respuesta de
la víctima hacia el victimario, la conciencia para denunciar los hechos
(…) mientras el delincuente percibirá a la víctima como una cosa, ha-
biéndola deshumanizado completamente.
i) Víctima y agresor se atraen. Este momento de atracción entre
hombre y mujer suele darse en períodos anteriores al maltra-
to y en lo que se señala como período de “luna de miel”, el
cual será analizado en el ciclo de violencia, correspondién-
dose con aquel momento en el que el hombre pide perdón
por los actos cometidos y la mujer lo perdona creyendo que
va a cambiar. Esta situación suele durar un tiempo hasta que
se repite la agresión. Cabe identificarlo con los períodos de
reconciliación y las primeras agresiones.
ii) El agresor se siente atraído por la víctima pero ésta es indife-
rente. Es un supuesto muy infrecuente ya que conlleva que la
víctima no acepta el maltrato pero tampoco lo rechaza, lue-
go lo ve como algo común que ha interiorizado mientras el
victimario la agrede con una intensidad muy leve e inmedia-
tamente se arrepiente de los hechos volviendo a pedir, una y
otra vez, perdón. Las posibilidades de que cesen las agresio-
nes son mínimas ya que el maltratador se encuentra a gusto y
la víctima no va a hacer nada por evitarlo.
iii) El agresor se siente atraído por la víctima pero ésta rechaza
al criminal. Esta fase es también algo inusual si bien se viene
dando cada vez más e integraría los supuestos de las primeras
agresiones, las cuales la mujer no se encuentra dispuesta a
tolerar y reacciona frente a ellas, bien enfrentándose al mal-
tratador o bien planteándose la denuncia. Para que la mujer
reaccione así de una forma tan temprana y tajante se requiere
una concienciación social muy fuerte para que sienta el apoyo
de las instituciones, algo que, con el paso de los años, pare-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 237

ce estar lográndose gracias a las campañas de sensibilización


con la violencia doméstica. Podría ser una actitud referente
en la población más joven por los valores que, desde el año
1998, se está intentando inculcar a la sociedad y, en particu-
lar, a los más jóvenes.
iv) La víctima se siente atraída por el agresor y a éste le es indi-
ferente. El victimario va a mostrar una doble cara: en oca-
siones contento con la víctima y en otras descargará su ira
contra ella. La víctima, por su parte, se sentirá a gusto con
el agresor y perdonará uno tras otro todos los actos violentos
sufridos por la imagen idealizada que tiene y el falso con-
vencimiento de que se trata de algo aislado que no volverá a
acontecer.
v) Ambos son indiferentes. Es la situación más compleja de todas
cuantas se pueden presentar ya que los dos se encuentran en
posiciones intermedias que pueden desembocar hacia cual-
quier extremo. Se alcanza semejante situación en un espacio
temporal medio en la duración de la secuencia maltratadora
en la que se percibe más el maltrato como algo rutinario o ha-
bitual a lo que la víctima, completamente anulada, se ha resig-
nado y el maltratador considera un comportamiento normal.
El gran problema es que en breve, el victimario evolucionará
hacia el rechazo mientras la mujer continuará aislada en la
indiferencia, situación de duración muy extensa.
vi) La víctima rechaza al victimario adoptando éste una actitud
de indiferencia. Vuelve a tratarse de una situación muy infre-
cuente que puede tener más relevancia en las generaciones
más jóvenes ya que por la propia dinámica del maltrato es
el victimario el que evoluciona de una fase a otra de manera
más rápida. No obstante, caso de presentarse, la víctima se
sentiría más dispuesta a poner fin a la relación entre ambas
partes, luego la posibilidad de denuncia de las agresiones es
mayor, frente al status de normalidad con el que convive el
delincuente.
vii) El agresor rechaza a la víctima pero ésta se siente atraída por
aquél. Comprende una hipótesis muy peligrosa ya que mien-
tras la mujer continúa anclada en la fase de atracción, el mal-
tratador ha evolucionado hacia el rechazo, lo cual augura una
etapa muy amplia de maltrato con una violencia enorme en
238 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

tanto el maltratador ha dejado de percibir a la víctima como


una persona representándola como una cosa sobre la que des-
carga su violencia sin importarle el resultado. Es más, la pro-
pia mujer está dispuesta a perdonar al victimario, lo que hace
ganar en confianza para futuras agresiones. En definitiva, hay
una falsa representación de la víctima, quien no es conscien-
te de la actitud del agresor ni de la verdadera dimensión del
problema.
viii) El agresor rechaza a la víctima mientras ésta es indiferente.
No sería una fase tan grave como la tercera, ya que la víctima
empieza a tomar conciencia de la situación aunque no lo va a
manifestar. Al menos ya no hay ese reconocimiento o afecto
propio de la etapa anterior, entendiéndose el maltrato como
algo con lo que tiene que convivir, sin ver más allá de ello.
ix) Ambos se rechazan. Las agresiones son ya continuas y empieza
a vislumbrarse un objetivo rechazo de la víctima hacia el agre-
sor, quien no sólo se va a plantear la posibilidad de denunciar
los hechos sino que incluso será capaz de hacerle frente, algo
que, por otro lado, no hará sino aumentar el nivel de violencia
ya que el maltratador empieza a percibir que la mujer comien-
za a volver a tener sentimientos y pierde el control absoluto
sobre ella y, como quiera que el único mecanismo que conoce
es la violencia, no dudará en llevarla al extremo que sea ne-
cesario para continuar en la situación que se encuentra. Así
pues, los resultados lesivos de esta fase serían los más graves
de todos los acontecidos habiendo un alto porcentaje incluso
de que sean fatales.

IV. VALORACIÓN DE LAS IMPRESIONES EN LA PAREJA PENAL

La evaluación general que se hace de determinados sujetos con-


diciona el tipo de vínculo que se establece dentro de una relación in-
terpersonal dinámica e interactiva. Valoración global sustentada en
una estructura psicológica que contempla componentes de la esfera
cognitiva, afectiva y conductual.
Concretamente, y en lo que respecta al plano cognitivo, la percep-
ción o reconocimiento de las formas de actuar de los demás permite
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 239

establecer determinados esquemas mentales que dirigen la actuación


personal, caracterizándose el citado proceso por la captación de la in-
formación relevante, su almacenamiento y configuración de manera
ordenada en los mapas o esquemas cognitivos señalados, y la poste-
rior recuperación de la misma en consonancia con la situación o cir-
cunstancias que la demandan.
La percepción siempre se limita al grado de subjetividad del autor
(idiosincrasia); es decir, las percepciones sobre los demás responden a
un reconocimiento o selección de determinada información en base a
los intereses y experiencias del propio emisor. Se trata de un conjunto
organizado de conocimientos que agilizan el proceso de toma de deci-
siones, que permiten hacer inferencias sociales o interpretaciones so-
bre determinados acontecimientos, buscar las causas de la conducta
humana (atribución causal) y formar impresiones sobre los demás.
En esta línea, conviene indicar que la formación de las impresio-
nes constituye un complejo proceso inferencial sobre las característi-
cas psicológicas y conductuales de los demás, información que queda
almacenada a nivel superior para ser posteriormente recuperada por
el propio individuo. Se trata de esquemas mentales que permiten ac-
tuar de forma rápida y coherente a partir de las imágenes formadas de
los demás sujetos.
El proceso perceptivo se sustenta en el aprendizaje, valores so-
ciales, necesidades, características intrínsecas de los sujetos y, sobre
todo, en la experiencia individual, lo que enfatiza aún más su carác-
ter personal del citado proceso. Del mismo modo, su funcionalidad
se orienta a la adaptación dentro del medio social y la predicción de
los comportamientos ajenos ante ciertas situaciones. A tal efecto, la
predicción de acontecimientos futuros permite al sujeto actuar de for-
mas concretas, evitando o reduciendo posibles costes de su conducta
(advertir a un amigo que ha bebido que no coja el coche para regresar
a casa, pues es probable que en tales condiciones tenga un accidente
de tráfico).
La complejidad en el proceso de la percepción de personas es bas-
tante más ambiciosa que la relativa a los estímulos físicos o, incluso,
que la predicción de determinadas situaciones, pues la formación de
impresiones respondería también a la valoración de características no
observables de los individuos. En este sentido, la exactitud de la per-
cepción social no se base exclusivamente en la conducta manifiesta,
240 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

sino que habría que considerar la manera de actuar general del sujeto
en base a las características de personalidad que lo definen.
Del mismo modo, el carácter dinámico de las relaciones advierte
sobre la reciprocidad de las impresiones en los actores implicados;
esto es, cuando se percibe se es a la vez percibido, también los demás
forman sus ideas sobre nosotros. En este sentido, juegan un papel pri-
mordial las expectativas y percepciones previas, las cuales tienden a
configuran las respuestas de la propia interacción.
Así pues, una vez realizada esta breve introducción sobre el proce-
so perceptivo, se establecen ahora las que serían las principales apli-
caciones en la esfera victimológica; es decir, al análisis concreto de las
percepciones relativas en la interacción de la pareja penal.

1. La percepción del criminal por su víctima

La concepción que la víctima posee de su agresor queda condicio-


nada a factores tan diversos como la propia experiencia del sujeto, o
la existencia de vínculos previos con el propio ofensor, lo que hace de
la definición del proceso perceptivo una tarea bastante compleja.
Una de las primeras sensaciones que experimenta la víctima res-
pecto a su agresor es de rabia, hostilidad y odio, emociones que aca-
ban por configurarse en determinadas impresiones respecto a dicho
sujeto y, del mismo modo, condicionan su manera de percibirlo.
Diversos estudios demuestran que las primeras actitudes o reac-
ciones hacia el criminal, responden en su mayoría al coraje o la rabia
experimentada tras el hecho delictivo, seguida en su mayoría de re-
acciones de temor (RODRÍGUEZ MANZANERA, 2010). En cualquier
caso, la respuesta dependerá de la idiosincrasia del sujeto, en su valo-
ración del propio criminal como el estímulo desencadenante de deter-
minadas emociones.
Así pues, el significado emotivo del estímulo, o poder del mis-
mo para proporcionar consecuencias positivas o negativas al sujeto,
condiciona en muchas ocasiones las respuestas de la víctima; así por
ejemplo, la denominada “defensa perceptiva” consistiría en evitar re-
conocer estímulos que resultarían amenazantes (alto umbral de re-
conocimiento) (MORALES ET AL., 1994). Un ejemplo de ello sería el
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 241

dependiente de un supermercado que se niega a reconocer quien es la


persona que roba en su establecimiento por la afectación psicológica
o social que posteriormente podría conllevar.
Por el contrario, la “perspicacia perceptiva” correspondería a
aquellos individuos que sufrido un determinado atentado generalizan
la figura del ofensor a todos los individuos que compartan determina-
das características. A tal efecto, destaca el caso de una agresión sexual
en la que la víctima `percibe´ en la mayoría de los sujetos con los que
trata cierto parecido a la figura de su ofensor.
Por su parte, otro de los factores que pudieran repercutir en la
percepción del criminal por su víctima responde a las características
persuasorias del primero; esto es, a la capacidad de crear cambios ac-
titudinales en el sujeto victimizado.
En este sentido, la persuasión se definiría como el cambio pro-
ducido en las opiniones o ideas del receptor como consecuencia de
las trasmisiones del emisor. En su aplicación al ámbito victimológi-
co, la persuasión quedaría compuesta por los siguientes elementos
(BRIÑOL TURNES ET AL., 2001):
— El emisor u ofensor como fuente de información, siendo en este
ámbito de vital importancia la familiaridad o similitud entre
las características de la víctima y el ofendido.
— El receptor o susceptibilidad del oyente a la información tras-
mitida por el criminal. En este caso, los menores serían suje-
tos especialmente vulnerables a la información trasmitida por
el delincuente, los cuales llegan a manipular su conducta en
base a los objetivos perseguidos por el delito.
— El mensaje entendido como los argumentos presentados al re-
ceptor; así pues, el contenido de la información se presentará
en base a los beneficios o consecuencias que la propia víctima
pudiera obtener si realiza la conducta. Por ejemplo, el proge-
nitor que agrede a su cónyuge e indica al menor que no diga
nada porque si no él también sufrirá las consecuencias. En
este caso, se podría contemplar un caso de amenaza camufla-
do en la información del ofensor.
— El canal. Es más intimidante aquellos medios de transmisión
de información por medio de la presencia del ofensor en sí
mismo, que en base a posibles manifestaciones de la misma
por escrito.
242 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

— El contexto. No es lo mismo las repercusiones de ciertas ac-


ciones tipificadas frente a determinados sujetos o en ciertas
situaciones, que las mismas efectuadas de manera exclusiva
entre víctima y agresor. Por ejemplo, tal sería el caso de suje-
to que es golpeado e intimidado en presencia de su grupo de
amigos.
— La intención. Relacionada con las propuestas que se le hacen
a la víctima y al provecho que el ofensor pudiera obtener de
las mismas.
Hasta el momento se ha tratado la normalidad del proceso per-
ceptivo de la figura del agresor; esto es, cuando las reacciones de re-
chazo, temor o deseo de venganza frente a este son mantenidas pero,
¿qué ocurre en aquellos otros casos donde la propia víctima busca su
identificación con el mismo? La respuesta a esta pregunta se halla en
el denominado “Síndrome de Estocolmo”.
Este síndrome, como ya se ha referido en el epígrafe segundo, se
caracteriza por el establecimiento de los lazos afectivos que llegan a
crearse entre la víctima y el delincuente, por la afinidad entre las par-
tes implicadas en razón de variables como la intensidad o duración
de la experiencia vivida, la vulnerabilidad de la víctima, o los vínculos
que relacionen a ambos sujetos.

2. La percepción de la víctima por el criminal

Al igual que la víctima realiza sus propias definiciones, juicios o


inferencias sobre posibles agresores, éste último también se caracteri-
za por percibir a la víctima de una manera determinada.
En general, las calificaciones sobre los sujetos victimizados res-
ponden a las concepciones peyorativas que los agresores acometen
sobre los mismos, variando desde desprecios que afectan en gran me-
dida a su autoestima y autoconcepto, hasta aquellas otras expresiones
estigmatizadoras y que llegan incluso a legitimar las acciones que el
propio ofensor ha realizado (RODRÍGUEZ MANZANERA, 2010).
No obstante, la percepción respecto a las víctimas es muy varia-
ble, quizá se encuentren tantas como delincuentes existen, debiendo
distinguir en todo caso entre aquellos ofensores que buscan o seleccio-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 243

nan víctimas que presentan determinadas características para atentar


contra ellas (sean o no conocidas), de aquellos otros sujetos que sim-
plemente seleccionan a su víctima por azar. En este sentido, y depen-
diendo la percepción que sobre la víctima tenga el ofensor, mientras
la primera de las situaciones dependerá de cualidades intrínsecas o
atribuciones relacionadas con la misma (personalidad, relaciones so-
ciales), por su parte, la segunda de las condiciones, se establece sobre
supuestos o variables situacionales.
Así pues, el ejemplo de un ladrón que espera a que sólo haya un
dependiente para robar en la tienda no selecciona a su víctima más
que por la situación que la caracteriza (selección azarosa o depen-
diente del cumplimiento de ciertas condiciones situacionales), mien-
tras que aquel que define a su futura víctima por ser un sujeto que
frecuenta bares, tiene el pelo de un determinado color, o se dedica
a un trabajo específico, sería el ejemplo claro de un criminal más
selectivo.
En este último caso destaca la figura de los asesinos en serie, su-
jetos caracterizados por generar tres o más víctimas86, de forma suce-
siva y existiendo un período de enfriamiento emocional intermuerte87
tras el hecho criminal (RESSLER, 2004). Concretamente, las víctimas
responden a un patrón o perfil criminológicamente establecido por el
agresor, de las cuales se guarda un determinado fetiche u objetos sim-
bólicos por entender cada asesinato como un logro personal (asesino
en serie organizado o psicópata).
No obstante, y retomando de nuevo el criterio de conocimiento de
selección arbitraria o intencional de la víctima, en cualquiera de los ca-
sos la motivación por el delito es obvia, intentando en todo caso buscar la
proximidad física con la víctima pero también su distancia emocional.
En este sentido, son continuas las acciones que sirven para neu-
tralizar la inhibición moral del agresor y poder desencadenar el hecho
criminal. Tal es el caso del consumo de drogas o ingesta de alcohol,
mecanismos importantes de desvalorización de la víctima y legitima-
ción del acto delictivo.
86
Número que habría de ser considerado con cautela en casos de sujetos con
dos homicidios, los cuales habrán de ser evaluados en la intencionalidad de continuar
con su carrera criminal. Ver referencia en MORILLAS FERNÁNDEZ (2007).
87
Intervalo de tiempo entre cada crimen que sirve al sujeto de toma de con-
ciencia, lo que le lleva a una fase de depresión posterior y a una valoración sucesiva
de mejorar el crimen realizado.
244 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Del mismo modo, el mecanismo de infravaloración de la víctima


se acentúa tras el suceso criminal, aumentando los sentimientos de
desprecio y distancia sobre la misma, culpándola en todo caso por
la responsabilidad de los hechos. En este sentido, señala Rodríguez
Manzanera que la percepción de la víctima depende también del tipo
de crimen efectuado. Así pues, el asesino alega que fue la propia víc-
tima la que propicio el crimen, la cual además se caracterizaba por
ser déspota, temible y agresiva; por su parte, lo mismo ocurriría con
la prostituta definida como promiscua y deshonesta, aspectos en los
cuales se ampara el agresor para explicar su intento de violación, a
lo que habría que añadir además la típica afirmación: `era lo que ella
quería´.
En relación a esto último, y en su aplicación al ámbito de la vio-
lencia doméstica, la percepción de la víctima por su agresor responde
a una caracterización de la misma como dependiente, creando en la
víctima una sensación de culpabilidad que hace favorece su autoper-
cepción como indefensa o desprovista de protección alguna más que
la reconocida en su propio ofensor. Se trata de percepciones retroali-
mentadas, tanto del sujeto activo (poderos, negligente) como pasivo
(frágil, subestimado).
En estos casos, la especial vulnerabilidad del sujeto es percibida
como una característica que aumenta la probabilidad de la misma
respecto a posibles victimizaciones futuras. Del mismo modo, otros
factores de riesgo condicionantes de la agresión pudieran responder a
la edad, dependencia, los vínculos con el ofensor, o reacción psicoló-
gica de la víctima, entre otros aspectos.
Por último, cabría señalar dos aspectos de vital importancia en
cuanto a la consideración del daño sobre la figura de la víctima se
refiere, a saber: el control psicológico del delincuente, y las expecta-
tivas sobre la ejecución del hecho criminal, ambos aspectos muy
relacionados.
El grado de control percibido sobre las consecuencias de las pro-
pias conductas; esto es, sobre la probabilidad de obtener determina-
dos resultados en base a los comportamientos realizados, dependerá
en todo caso de la obtención de contingencias acordes a los intereses
personales. Esta controlabilidad se encuentra muy relacionada con la
predecibilidad, de manera que cuando el ofensor decida cometer un
atentado valorará cuando es más efectiva la probabilidad de cometer-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 245

lo (predecible) en tanto obtenga los resultados esperados (control). Así


por ejemplo, la predecibilidad puede facilitar el control de un atraco a
un banco al establecer inferencias positivas para el propio atracador
(cambio del personal de seguridad).
Del mismo modo, el control psicológico del delincuente, tanto de
sí mismo (no mostrar sentimientos de compasión) como de la figura
de la víctima (persuasión, manipulación), son dos factores imprescin-
dibles en la consideración de la efectividad del suceso criminal.
Por su parte, la formación de expectativas en la consideración de
la controlabilidad y predecibilidad, advierte tanto de la obtención de
ciertos los resultados (expectativa de resultado) como de las caracte-
rísticas y habilidades personales para su consecución (expectativa de
autoeficacia)88. Se valora pues la probabilidad auto-percibida de obte-
ner determinados reforzadores en función de las conductas persona-
les (destrezas).
A tal efecto, desde la esfera interpersonal o atribución de expecta-
tivas a comportamientos de terceros, el atracador que posea determi-
nadas habilidades personales será percibido por la víctima como más
competente en la consecución de sus fines: robar el banco, y vicever-
sa, la víctima de la cual se espera su indefensión será más fácilmente
vulnerada en sus derechos.
Finalmente, y en relación con las expectativas generadas ante cada
acontecimiento, el locus de control o localización causal de los acon-
tecimientos en factores internos (locus de control interno) o externos
(locus de control externo) se relacionaría a su vez con la percepción de
las contingencia de los actos en función de las características propias
o ajenas. En este sentido, el criminal pudiera atribuir su acción a ca-
racterísticas propias de la víctima, al alcohol, desprendiendo de este
modo cualquier tipo de responsabilidad sobre el mismo, por su parte,
el locus de control interno podría repercutir en su reincidencia en fu-
turos sucesos delictivos por cuanto el mismo se percibe como capaz y
habilidoso en sus acciones, siendo estas dependientes en exclusividad
de sus propios comportamientos.
88
La Teoría de la Autoeficacia define las percepciones y creencias que cada
individuo posee sobre sus propias capacidades y destrezas, indicando que ‹‹las per-
sonas que goza de un alto nivel de autioeficacia son más eficaces y consiguen más
éxitos que aquellos otras con expectativas bajas de eficacia personal››. Elaborada en
veinte años antes (1977) por el mismo autor y referida en BANDURA, A., Self-efficen-
cy: The exerise of control, New York, 1997.
246 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

V. SEMEJANZAS ENTRE LA VÍCTIMA Y EL AGRESOR

Como indica Rodríguez Manzanera podría advertirse que cada


vez son más los profesionales que confirman la presencia de similitu-
des entre víctima y victimario, sobre todo si se atiende a factores como
la edad, estatus socio-económico, localización o lugar de residencia
de los sujetos implicados, etc. (RODRÍGUEZ MANZANERA, 2010).
En relación a la contextualización del delito, podría decirse que
si el lugar donde habitan el delincuente y la víctima fuera cercano
espacialmente, ello favorecería la victimización de esta última si re-
side en una zona metropolitana común. En este sentido, son también
ciertas áreas urbanas las caracterizadas por peligro y presencia de
delincuentes, exposición que no pasaría inadvertida a la víctima en el
caso de vivir en tales zonas.
Un caso especial de esto último respondería no solo a compartir
la zona residencial, sino también a la participación de ambos suje-
tos en el delito, lo que podría conllevar que en ciertas ocasiones el
rol de la víctima y ofensor sean, no solo intercambiable, sino también
indistinguibles.
Enlazando de nuevo con el factor demográfico, cabría destacar
también que existe cierta consistencia espacial en la conducta del de-
lincuente; esto es, los criminales suelen frecuentar y realizar sus crí-
menes en determinados lugares geográficos. Se trata de acciones y
movimientos que suelen repetirse dentro de un marco espacial deter-
minado, indicando en muchas ocasiones cierta correspondencia con
los lugares que el sujeto frecuenta en su `vida no-criminal´ (CANTER
y LARKIN, 1993).
En esta línea, el modus operandi del autor respondería igualmente
a un perfil de desplazamiento geográfico localizado cerca de su lugar
de residencia. Señalar que dicha distancia va in crecendo en la medida
que el sujeto se hace habitual en el delito y perfecciona sus técnicas,
realizando sus crímenes en contexto más alejados y menos asociados
a su entorno o vida cotidiana (JIMÉNEZ SERRANO, 2010).
Aplicado al ámbito de la Victimología, dicha información consti-
tuye una de las principales consideraciones a tener en cuenta en el
establecimiento de medidas disuasorias del delito así como en la pre-
vención de la víctima y en la promoción de la seguridad ciudadana.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 247

Por otra parte, sería también interesante destacar la similitud ac-


titudinal entre ciertos patrones de conducta realizados tanto por el
sujeto pasivo como activo. Se trata de un conjunto de factores que fa-
vorecería el inmiscuirse en el suceso criminal; a saber: a) propensión
a tomar riesgos; b) la propensión a la violencia; y c) el consumo de
alcohol (RODRÍGUEZ MANZANERA, 2010).
Se extienden los aspectos mencionados al consumo general de
sustancias tóxicas y estupefacientes, así como a los posibles contactos
previos con el sistema de justicia (victimización secundaria en el suje-
to pasivo como terciaria en el caso del delincuente). Del mismo modo
se considera oportuno cambiar el primer grupo de factores a la deno-
minación de “búsqueda de sensaciones o realización de actividades de
riesgo”. En todo caso, se advierte además la influencia de las carac-
terísticas individuales y las relaciones o pertenencias a determinados
grupos sociales como variables precipitadoras o amortiguadoras de
los citados comportamientos. Un esquema resumen quedaría repre-
sentado de la siguiente forma:
ESQUEMA 1.
Comportamientos semejantes entre víctima y victimario89

a) Búsqueda de sensaciones o
conductas de alto riesgo

Características b) Propensión a la violencia


definitorias del VICTIMIZACIÓN/
ofensor y la víctima CRIMEN
c) Consumo de sustancias
tóxicas y estupefacientes

d) Relación previa con el


Influencia de variables de sistema de Justicia
personalidad (extraversión) y
factores sociales (desempleo,
baja solvencia económica)

Respecto al esquema planteado cabría destacar que la extraver-


sión constituye uno de los factores más relacionados con la búsqueda
de sensaciones, con la necesidad de estimulación externa inmediata,
lo que favorece la implicación en actividades de alto riesgo, el aumen-
to en el consumo de alcohol, impulsividad, etc. Por su parte, aspectos
89
Elaborado a partir de RODRÍGUEZ MANZANERA.
248 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

sociales como el desempleo o carencia de recurso económicos, pudie-


ran favorecer los robos o estafas por el agresor, pero en cambio definir
a la víctima como menos vulnerable a sufrir el hecho criminal.
Para finalizar, comentar que las atracciones y relaciones interper-
sonales establecidas dentro de la pareja penal se mantienen en base a
una serie de explicaciones psicosociales, lo que aplicado a la victimi-
zación podría referirse mediante los siguientes elementos:
— El intercambio e interdependencia entre las partes implicadas.
Así por ejemplo, en el caso de violencia doméstica habitual, la
interacción entre víctima y ofensor se sustenta en el conjunto
de intereses y beneficios compartidos, lo que hace de la de-
pendencia el nexo de unión entre ambos, uno por ser débil, y
el otro por la necesidad de mostrar su poder y dominio.
— El refuerzo obtenido. En relación con el caso anterior, el sujeto
victimizado (débil) consigue su apoyo y protección en el ofen-
sor, el cual refuerza su conducta aprovechándose de la depen-
dencia e indefensión de la víctima (dependencia económica,
emocional).
— La proximidad y grado de confianza. La existencia de una re-
lación dentro de la pareja penal, pudiera promover aspectos
comunes en ambas partes, como sería la confianza como sen-
timiento común despertado hacia el otro. Siguiendo el ejem-
plo de la violencia doméstica, en la fase de luna de miel la
mujer confía en que el perdón del agresor y en que este no
vuelva a delinquir en un futuro, mientras que la confianza de
este último radicaría en el conocimiento de la misma ante la
escasa posibilidad de poner una denuncia; del mismo modo,
la confianza del menor en su agresor es mayor cuando éste
es un familiar o persona relacionada con la misma. En gene-
ral, y si bien dicha confianza puede no manifestarse en el mis-
mo sentido, siempre quedaría estipulada respecto al grado de
proximidad entre las partes.
— La compasión entre la víctima y el ofensor. La presencia de
características comunes entre el victimizado y el victimario,
pudieran favorecer la implicación del primero en el proceso
criminal. A tal efecto, destaca el denominado síndrome de
Estocolmo, aludido en epígrafes anteriores, donde la vícti-
ma pudiera llegar a establecer vínculos afectivos con el pro-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 249

pio agresor. Una ejemplificación de ello sería el menor que


víctima de la pobreza y marginación pide en la calle, donde
familias que perciban la semejanza de edad con su hijo y cier-
ta compasión en su situación intentarán ayudarle; del mis-
mo modo, la presencia de un `top-manta´ puede suscitar en
determinadas personas la advertencia sobre la llegada de la
policía, pues aquel que avisa conoce y defiende que las conse-
cuencias relativas no son oportunas.
— La semejanza. En el sentido amplio de la acepción, describi-
ría en este caso a la similitud comportamental entre el vic-
timario y la víctima tras el paso de los años; esto es, cuando
los delincuentes han sido a su vez victimizados en la infancia.
Las repercusiones que en la edad adulta tienen el haber sufri-
do abuso en la infancia o incesto por parte de progenitor, así
como haber presenciado actos de violencia doméstica contra
uno de los cónyuges, presenta sus repercusiones futuras en la
denominada “transmisión intergeneracional de la violencia”.
Así por ejemplo, ‹‹los individuos que fueron objeto de abuso
sexual durante su infancia tienen una mayor probabilidad de
reproducir dicha conducta dentro del seno familiar; esto es,
de convertirse en padres abusivos›› (AGUILAR CÁRCELES,
2009).
En este último caso se hablaría de un tipo de semejanza actitu-
dinal que aumenta con el paso de los años, donde las primeras expe-
riencias serían determinantes en la instauración de carreras delictivas
posteriores.

VI. ITER VICTIMAE

En el ámbito del Derecho Penal la doctrina ha acotado la termino-


logía “iter criminis” para encuadrar el itinerario del delito; esto es, las
fases por las que acontece desde que se idea hasta su agotamiento o,
en otras palabras, la serie de etapas sucesivas que van desde el alum-
bramiento de la idea criminal hasta su completa realización (COBO
DEL ROSAL/VIVES ANTÓN).
Sobre semejante conceptualización, la doctrina jurídico-penal ha
venido delimitando dos fases: interna y externa, debiendo intervenir
250 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

únicamente el Derecho Penal en la última ya que la primera pertene-


ce a la esfera interna del sujeto donde se forma la voluntad criminal
rigiendo la máxima de que el Derecho Penal no puede actuar sobre
los pensamientos de la persona, mientras en la segunda comienza a
exteriorizarse su voluntad a través de la preparación, comienzo de la
ejecución, conclusión de la acción ejecutiva y producción del resulta-
do típico (MUÑOZ CONDE/GARCÍA ARÁN).
En la esfera victimológica, se ha acotado la descripción “iter victi-
mae” para referir el camino que sigue la víctima para llegar a ser vic-
timizada, interesando, por tanto, el análisis de todas las variables que
inciden en semejante proceso, tanto desde sus momentos anteriores
como los posteriores derivados del hecho –biológicos, físicos, psíqui-
cos, ambientales, comportamentales, socio-culturales, económicos,
etc–.
Así pues, para un adecuado y completo análisis del fenómeno cri-
minal debe estudiarse tanto el iter criminis como el victimae, máxime
cuando el delito supone un simple punto de encuentro entre los dos
itinerarios referidos, incluyéndose la verdadera y relevante informa-
ción sobre los aspectos motivacionales, propensores, efectos, conse-
cuencias, derivaciones, en los dos ejes centrales. En este sentido, el
esquema básico de semejante representación podría ilustrarse de la
siguiente manera:

Delito
ITER
CRIMINIS DELINCUENTE

ITER
VÍCTIMA
VICTIMAE

Como quiera que semejante temática ha sido abordada de manera


muy amplia en la doctrina internacional por Rodríguez Manzanera
se resumen a continuación las premisas defendidas por el citado au-
tor ya que son muchas y muy diversas las manifestaciones o modifi-
caciones que puede presentar el citado esquema. Por ejemplo, en el
delito de homicidio o asesinato el iter victimae desaparecería en el
momento de comisión del ilícito penal; esto es, con la muerte de la
víctima:
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 251

Delito
ITER
CRIMINIS DELINCUENTE

ITER
VÍCTIMA
VICTIMAE

Esa misma situación también pudiera acontecer a la inversa; esto


es, con la finalización del iter criminis por el fallecimiento del victi-
mario. Piénsese, por ejemplo, en un supuesto de legítima defensa con
resultado muerte en el que la víctima no hace sino responde con me-
dios proporcionales y legítimos a una agresión inicial.

Delito
ITER
CRIMINIS DELINCUENTE

ITER
VÍCTIMA
VICTIMAE

Del mismo modo, se produciría una modificación del modelo bá-


sico en aquellos supuestos de transformación de la pareja penal en
criminal y viceversa.

Delito
ITER DELINCUENTE
CRIMINIS

ITER VÍCTIMA
Aparición de nuevas
VICTIMAE víctimas
252 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Delito
ITER DELINCUENTE 1
CRIMINIS
DELINCUENTE 2

ITER
VICTIMAE VÍCTIMA

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VILLAVICENCIO P. Documentación elaborada para el curso “Intervención de
los Servicios Sociales en los casos de Mujeres Maltratadas”. Ministerio de
Trabajo y Asuntos Sociales. Madrid, 1998.
VILLAVICENCIO, P., ‹‹Intervención de los Servicios Sociales en los casos de Mujeres
Maltratadas››, Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, Madrid, 1998.
Capítulo sexto
LA PREVENCIÓN VICTIMAL

I. LA PREVENCIÓN DESDE UNA PERSPECTIVA VICTIMOLÓGICA

Tal y como considera Naciones Unidas (2002), la prevención del cri-


men debe ser el primer imperativo de la Justicia. Para este organismo,
la prevención del delito comprende “las estrategias y medidas encami-
nadas a reducir el riesgo de que se produzcan delitos y sus posibles efec-
tos perjudiciales sobre los individuos y la sociedad, incluido el miedo al
delito, y a influir en sus múltiples causas” (ONU, Resolution 2002/13,
parr.3). Esta definición señala la necesidad de considerar la prevención
de una forma integral y multidisciplinar, orientándose no sólo a la di-
suasión o evitación de la reincidencia del delincuente, sino también a la
detección e intervención sobre su génesis y multiplicidad de causas y a
la reducción de los efectos perjudiciales sobre sus víctimas. Así, desde el
campo de la Victimología, la prevención de la victimización, o la revic-
timización, y de sus posibles efectos físicos, psicológicos, económicos o
sociales sobresale como un importante objetivo y campo de trabajo.
Según Barberet (2006), desde el ámbito criminológico se ha ten-
dido a diferenciar conceptualmente entre la prevención de la conducta
delictiva (centrada en el delincuente y en la génesis de su comporta-
miento) y la prevención de la victimización (centrada en la víctima, en
los contextos que facilitan los actos delictivos con víctimas o en los há-
bitos o actitudes de las personas propicias a ser víctimas), partiendo
de una diferenciación básica sobre los grupos típicos de destinatarios
de los programas de prevención (infractores o posibles infractores y
víctimas o posibles víctimas).
En el campo de la prevención del delito han coexistido diversos con-
ceptos de prevención aportados por distintas disciplinas. Así, desde el ám-
bito jurídico, se ha abordado la prevención centrada en el criminal y en
el efecto disuasorio de las penas, distinguiéndose clásicamente entre pre-
vención general y especial, según esté dirigida a la sociedad en general o al
256 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

infractor. La prevención general se basa en el efecto de las penas y de otras


consecuencias y criterios jurídico-penales sobre la comunidad y sobre los
ciudadanos en general. Se habla de prevención general negativa cuando
ésta pretende causar temor a los demás ciudadanos al ver los efectos del
sistema penal en los sujetos infractores (efecto ejemplarizante/disuasorio),
y positiva cuando lo que persigue es que la sociedad llegue a apreciar como
tales ciertos valores y que se respeten las normas vigentes por la mayoría
de los ciudadanos. La prevención especial, por su parte, estaría basada en
el efecto que las penas y otras consecuencias jurídico-penales tienen sobre
el sujeto condenado. Se denomina prevención especial negativa cuando lo
que se persigue es impedir que el infractor vuelva a cometer delitos cau-
sándole temor a padecer de nuevo la pena (intimidatoria/disuasoria) o evi-
tando la posibilidad de cometerlos (inocuizadora), y positiva cuando lo que
se pretende es la reeducación y reinserción social del sujeto infractor. Para
autores como García-Pablos (2001), este tipo de prevención es el menos
ambicioso, teniendo en cuenta su destinatario (el penado, no el infractor
potencial ni la comunidad), los efectos que persigue (evitar la reincidencia
del ya penado, no prevenir la criminalidad) y los medios que utiliza para
alcanzarlos (la ejecución de la pena y el tratamiento rehabilitador).
Desde el ámbito epidemiológico, se incorporó a la Criminología la
terminología procedente de los modelos de salud pública, que diferen-
cian entre prevención primaria, secundaria y terciaria (Caplan, 1985),
dando cabida a la consideración explícita de la víctima como partici-
pante y destinataria de estrategias de prevención.
Según Fernández y Gómez (2007), para los modelos de prevención
de salud pública la prevención primaria incluiría todas las estrategias
encaminadas a reducir el número de nuevos casos de un trastorno o
problema de salud, mientras que la prevención secundaria se dirigi-
ría a reducir la presencia de ese problema en un periodo de tiempo
determinado, persiguiendo incidir sobre los problemas ya existentes
para acortar su duración y gravedad a través del diagnóstico precoz
e intervención temprana. Por último, la prevención terciaria incluiría
aquellas actuaciones centradas en reducir las consecuencias negati-
vas derivadas de haber padecido un trastorno. Muchos autores han
realizado críticas a este tipo de clasificación, planteando la propuesta
de la sustitución de la denominación de prevención terciaria por otros
conceptos como el de rehabilitación, puesto que se considera que este
tipo de intervenciones no se ajustan al sentido etimológico del término
de prevención (anticiparse a algo, precaver, evitar o impedir algo) al
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 257

agrupar intervenciones dirigidas a actuar una vez que los problemas


ya se han producido.
La aplicación de esta clasificación tripartita al campo de la
Criminología ha permitido diferenciar los programas de prevención
del delito según diversos criterios: la mayor o menor relevancia etioló-
gica de sus objetivos, los destinatarios a los que se dirige el programa,
las estrategias y mecanismos que utilizan, los ámbitos de los mismos
y los fines perseguidos. Así, según García-Pablos (2001), se podrían
resumir las principales características de cada tipo de la siguiente
forma:
— Los programas de prevención primaria se dirigen a todos los ciu-
dadanos y se orientan a las causas mismas de la criminalidad con
el objetivo de intentar neutralizarlas antes de que el propio pro-
blema se manifieste. Es decir, se trataría de crear las condicio-
nes necesarias o resolver situaciones carenciales criminógenas,
procurando una socialización provechosa acorde con los objeti-
vos sociales. Las estrategias adecuadas para conseguir tales fines
deben provenir de adecuadas políticas culturales, económicas y
sociales (en especial, de las áreas de educación y socialización,
vivienda, trabajo, bienestar social y calidad de vida). Este tipo
de prevención es la más eficaz, ya que opera etiológicamente,
pudiendo considerarla como la genuina prevención. Sin embar-
go, y dadas estas características, tiene un efecto a medio y largo
plazo y requiere de una inversión de recursos, esfuerzos y volun-
tades políticas a largo plazo y de un posicionamiento claro que
pueda mantener estos objetivos y resistir las demandas sociales a
priorizar las soluciones a corto plazo, drásticas o represivas.
— Los programas de prevención secundaria se orientan selectiva-
mente a sectores de la sociedad que exhiben mayor riesgo de
padecer o protagonizar el problema criminal. No operan en la
génesis del problema, sino ante sus primeras manifestaciones,
operando a corto y medio plazo. Las estrategias utilizadas in-
cluyen medidas de política legislativa penal, acción policial, or-
denación urbana, diseño arquitectónico, autoprotección, etc.
— Los programas de prevención terciaria, también llamados de
tratamiento, actúan después de la aparición del problema con
el objetivo de evitar su repetición y/o disminuir los daños, pu-
diendo orientarse a la población reclusa o penada con el ob-
jetivo de evitar la reincidencia, rehabilitar o resocializar, o a
258 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

las víctimas de los delitos con el objetivo de tratar los daños,


repararlos o evitar revictimizaciones.
Según el citado autor, todos los tipos de prevención –primaria, secun-
daria y terciaria– tienen ventajas y limitaciones pero, en aras de una mayor
eficacia global, deben estimarse compatibles y complementarse. Cada tipo
de prevención se dirige a distintas poblaciones diana, persigue objetivos
distintos, interviene en distintos momentos temporales respecto al hecho
delictivo, utiliza estrategias diferentes y su posible eficacia se muestra en
diferentes plazos temporales, aunque todos tienen un efecto sobre la pre-
vención de la victimización. Garrido, Stangeland y Redondo (2006) ofre-
cen algunos ejemplos de programas preventivos (cuadro1) clasificándolos
a partir de la combinación de los tipos de prevención (primaria, secunda-
ria, terciaria) y las áreas o poblaciones diana a las que pueden dirigirse (el
delincuente, la víctima, la comunidad o el medio ambiente físico).
CUADRO 1
Tipos de prevención y áreas de intervención
(Garrido, Stangeland y Redondo, 2006).
PREVENCIÓN PREVENCIÓN PREVENCIÓN
PRIMARIA SECUNDARIA TERCIARIA

Orientado Establecer condi- Estrategias para evitar Disminuyendo daños y


hacia: ciones que reducen que los problemas se evitando repeticiones
oportunidades consoliden

Delincuente Prevención general Prevención individual Política social de reinser-


Política social y sanitaria Trabajo social ción, rehabilitación
Política laboral y Terapia para
urbanística drogadictos
Protección de menores
Adopción de menores

Victima Estrategias para evitar Comportamiento en Terapia


riesgos el encuentro con el Restitución
delincuente
Autodefensa

Comunidad Control informal Ayuda en situación de Colaboración ciudadana


Vigilancia vecinal crisis para esclarecer delitos
Apoyo a vecinos que
han sufrido un delito

Medio “Espacio defendible” Sistemas de protección Reparación


ambiente Arquitectura Cerraduras, alarmas, Evitar deterioro en edi-
Dinero electrónico etc. ficios o zonas públicas
Coches antirrobo de serie
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 259

Según algunos victimólogos, las víctimas deberían ser una esfera


primordial de actuación en la prevención, ya que todos somos vícti-
mas en potencia. Autores como Felson y Clarke (1995), basándose en
la teoría de las oportunidad, señalaron la importancia de considerar
que, además de los sistemas de control formal (por ejemplo, vigilan-
cia policial) y de control informal (por ejemplo, vigilancia vecinal),
existe un tercer sistema que es el control individual. Así los princi-
pales mecanismos de prevención individual enfocados a las víctimas
potenciales han sido las campañas de información y los consejos de
autoprotección (BARBERET, 2006). Sirva como ejemplo las campa-
ñas informativas llevadas a cabo regularmente por el Ministerio del
Interior a través de folletos, medios de comunicación o los consejos
de seguridad que ofrece a través de su página web (sobre medidas de
precaución de robos en domicilios y hoteles, en países extranjeros, al
circular por la calle, ante timos y estafas, sobre uso seguro de internet,
sobre medidas de precaución y actuación ante la victimización sexual,
agresiones o acoso, en situaciones de emergencia, terrorismo, etc).
En síntesis, se podría definir la prevención victimal como la aplica-
ción de una serie de medidas modificativas del entorno y de las condi-
ciones de vida de las víctimas potenciales con el objetivo de restringir
a su mínimo nivel las oportunidades delictivas.

II. LA IMPORTANCIA DE LA DENUNCIA

La necesidad de erradicar el delito, se sustenta en la necesidad


de dotar de mayor protección a los ciudadanos así como de instaurar
mayores mecanismos de prevención del crimen.
Concretamente, y aplicado a al ámbito de la Victimología, su ma-
yor preocupación radicaría en la defensa de los derechos e intereses
del sujeto victimizado, así como en el resarcimiento de las secuelas
del hecho delictivo. Es por ello que su principal objetivo responde a la
efectividad del proceso de desvictimización y recuperación victimal,
sin olvidar en cualquier caso la aplicación de medidas preventivas a
fin de evitar posibles revictimizaciones posteriores en aquellos indi-
viduos previamente victimizados. Es en estos casos donde se torna
evidente la necesidad de tomar medidas de protección al respecto,
mecanismos que prevengan tanto la posibilidad potencial de ser victi-
mizado, como el riesgo de segundas victimizaciones.
260 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Así pues, se desarrolla a continuación el proceso de denuncia


como uno de los principales promotores de la defensa y conocimiento
de la población victimizada, así como las variables que influyen en su
favorecimiento o rechazo en el momento de su interposición.

1. El proceso de denuncia como sustento de la política preventiva

La denuncia y la cooperación victimal son hoy día elementos esen-


ciales para prevenir la criminalidad, lo que aplicado al ámbito especí-
fico de la disciplina victimológica podría definirse como:
— Fenómeno complejo y multicausal,
— consistente en la presentación formal de una interposición a la
Administración y autoridades correspondientes,
— mediante la cual se insta a la apertura del proceso penal,
— dando conocimiento de la existencia de determinados sucesos
tipificados en la ley vigente,
— para su posterior seguimiento y aplicación de medidas corres-
pondientes (por ejemplo medidas cautelares al infractor y pro-
tección y asistencia a la víctima),
— y que orienta su fin último a la cuantificación y registro de los
casos existentes (aportando información tanto de las tasas de
criminalidad como de las tasas de victimización)
— con el afán de establecer medidas de política preventiva genera-
les y efectivas.
Se considera un elemento esencial en la comunicación oficial de la
existencia de ciertos atentados contra los bienes jurídicos protegidos, de-
rechos e intereses individuales. Se entiende además como un fenómeno
complejo, tanto por la cantidad de factores implicados en su desarrollo
(características de personalidad, intervención de agentes externos), como
por las consecuencias que del mismo se pudieran desprender. Además, se
le otorga especial relevancia para aquellos delitos que sólo sean persegui-
bles a instancia de parte, delitos que sólo aparecen en un procedimiento
previa denuncia del mismo ante organismos oficiales.
Se trata de un elemento imprescindible en la comunicación a las
autoridades pertinentes de la acción ejercida por determinados in-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 261

dividuos que debieran de ser puestos a disposición judicial o bien,


siendo considerados como potencialmente peligrosos, debieran de
serle aplicadas las medidas preventivas necesarias hasta que se ini-
cie el proceso oportuno. En este sentido, cabría señalar que no solo
advierte de las tasas de criminalidad, sino que también actúa infor-
mando del número de sujetos víctimas de un determinado atenta-
do, de lo cual pudieran desprenderse los factores que causan mayor
vulnerabilidad.
Para una mayor ejemplificación podría sistematizarse el proceso
de denuncia del siguiente modo:

ESQUEMA 1
El proceso de denuncia en la víctima
Factores criminógenos
Implicación en la
Factores victimógenos Hecho criminal esfera judicial
Consideración de la existencia de
Relación víctima- victimizaciones previas
criminal
Encuestas de
Favorecimiento SI NO victimización
o negativa a
Control denunciar
DENUNCIA Cifra negra

Apertura del
Prevención victimal proceso penal
subordinada a la prevención Víctima: agente de control
criminal social informal

Contacto con
Informe y registro de tasas de agentes e
criminalidad y victimización instituciones
externas
Afectación e implicación en
el sistema político vigente
Seguridad ciudadana general
(víctimas potenciales)
Oficinas de
Instauración de mecanismos asistencia,
Sujetos victimizados preventivos efectivos y atención y
eficientes protección a las
Criminales (impedimento de
víctimas
comisión de nuevos ilícitos)

Se parte de un conjunto de factores que desencadenan y precipi-


tan el acontecimiento criminal, ya sean de naturaleza individual (ca-
racterísticas y motivaciones del delincuente y del ofendido) o social
262 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

(relación o vínculo entre las partes de la pareja-penal). Así pues, y a


partir de la comisión del hecho delictivo, la cuestión clave radicaría
en dar testimonio del mismo a las autoridades pertinentes o bien, elu-
dir tal responsabilidad ciudadana.

En este sentido, la implicación en la esfera judicial o decisión de


iniciar un proceso penal, quedará sumamente condicionada a las ex-
periencias previas del sujeto pasivo, concretamente a la existencia o
no de victimizaciones anteriores. En tal caso, la presencia de previos
enfrentamientos con el sistema de Justicia sin obtener resultado al-
guno (lentitud en el proceso, relación coste-beneficio ineficiente, pa-
sividad de las autoridades implicadas, escasez de los mecanismos de
protección y asistencia a las víctimas, etc.), favorecería la no denun-
cia en ocasiones posteriores, e incluso se produciría un `contagio´ o
transmisión de tal experiencia a posibles víctimas potenciales que, en
última instancia, acabarían actuando de igual manera.

Por su parte, igualmente tal negativa podría venir favorecida por


factores de tipo social, y no tanto en lo relativo al ámbito institucional,
sino en la consideración de posibles vínculos con el ofendido, la exis-
tencia de relaciones previas con el agresor, la pertenencia a grupos o
bandas criminales, o la estigmatización y etiquetamiento social, entre
otros aspectos.

En el caso contrario se encuentra la víctima que decide denunciar,


sea por decisión propia o impulsada por terceros, el sujeto accede con
total voluntariedad a dar conocimiento de lo sucedido. En este senti-
do, cabría mencionar que si bien se da por supuesto la culpabilidad del
ofensor tras la denuncia del ofendido, no todos los casos responden a
esta simple pero común relación entre las partes. En esta línea, son
muchas las ocasiones en que se advierte, cada vez con mayor cautela,
sobre la necesidad de conocer con solidez (testigos, pruebas materia-
les) la verdadera trama del hecho criminal, así como la implicación
respectiva de las partes.

Una vez efectuada la denuncia, no refiriendo todavía en dicho mo-


mento la efectividad de la misma, la víctima se identifica como el prin-
cipal agente de control social informal del delito, siendo el pilar básico
y sustentador de las posteriores intervenciones judiciales. Actuaciones
estas últimas que repercuten no solo en la política de prevención espe-
cial del delito (persecución, sanción y rehabilitación del agresor), sino
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 263

también en la prevención general en cuanto a la seguridad ciudadana


en su conjunto se refiere.
La víctima se constituye como el principal motor de demanda en
un sistema político-social no del todo efectivo y coherente con la reali-
dad. Se establece como máximo exponente y representante de la pre-
vención general, pues se entiende que una vez efectiva la sanción al
culpable, se favorece y afianza el respeto ciudadano hacia la norma
vigente (prevención general positiva), así como se promociona su afán
disuasorio respecto a la comisión de actos delictivos (prevención gene-
ral negativa).
Todo ello permite conocer la envergadura del problema, realidad
no siempre acorde con el número de denuncias efectuadas, sino que
más bien dicho conocimiento de las cifras reales aproximadas devie-
nen de las propias encuestas de victimización. Son aquellas personas
que no denunciando, informan en las mismas sobre la presencia de
acontecimientos delictivos, instrumento que permite conocer la exis-
tencia de `víctimas ocultas´ y que contribuyen a establecer la denomi-
nada “cifra negra”.
Así pues, las estimaciones de las tasas de victimización y, por ende,
conocimiento de tasas de criminalidad existentes, proceden de los da-
tos ofrecidos por tales instrumentos, información que añadida al re-
gistro y cuantificación de los casos conocidos permitiría arrojar unas
cifras mucho más aproximadas al impacto real de la victimización.
No obstante, cabría advertir que la citada `cifra´ es variable entre los
tipos delictivos y también a nivel espacio-temporal.
Podría decirse, que si bien el número de denuncias ha aumentado
con el paso de los años, todavía dicha cifra se considera escasa por no
superar el 10% o 30% de los casos existentes (Imagen 1). El ejemplo
más claro se evidencia en la cronicidad del delito de violencia domés-
tica, así como en su negativa a la denuncia por parte del sujeto agredi-
do, ya sea por minusvalorar el problema, como por reconocer el fraca-
so a nivel social (‹‹ los trapos sucios se lavan en casa››) (ECHEBURÚA
y DE CORRAL, 2002).
264 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

IMAGEN 1
Símil entre la “cifra negra” y la figura de iceberg.
A modo de ejemplificación, la “cifra negra”
como dato estimado a partir de las encuestas de
Víctimas conocidas victimización podría asemejarse a la figura de
(denuncia) un “iceberg”, pues siendo la mayoría de casos
los que responden a la víctima oculta, dormida
o sumergida, no se estimaría ni una tercera par-
te de los verdaderamente denunciados.
Del mismo modo, podría advertirse
Víctimas estimadas que los casos que `salen a la luz´ no serían
(cifra negra) tan efectivos a la hora de demandar políti-
cas preventivas, como si todos los sucesos
fueran considerados en la esfera legal.

En relación al sistema político vigente, las víctimas juegan a su


vez un papel muy relevante en cuanto a la consideración de los perjui-
cios y vulneraciones sobre los bienes jurídicos amparados en la nor-
ma penal. Es el sujeto pasivo establecido como detector primario de
las desviaciones sociales respecto a dicha norma el que repercute con
posterioridad tanto en la en la selección de las respuestas penales en
la figura de infractor, como en la consideración de posibles modifica-
ciones y adaptaciones en los preceptos estipulados en la misma.
La repercusión de todo ello debiera tener un impacto inminente
en cuanto a la instauración de dispositivos seguridad adaptados a las
demandas sociales, medidas de prevención eficientes en cuanto a los
recursos y disponibilidad existentes.
Uno de los mayores retos en este ámbito recae en el establecimien-
to de instituciones de asistencia y protección a las víctimas, atención
que también queda apoyada por la existencia de asociaciones en de-
fensa de los derechos e intereses de las mismas.
En definitiva, este afán resarcitorio en base a la prevención victimal,
queda generalmente subordinado a un tipo de prevención más ambicio-
sa y demandada: la prevención criminal, pues en cualquier caso todo
terminará dependiendo de los comportamientos del ofensor.

2. Factores que condicionan la denuncia

Como se ha comentado en líneas precendentes, la denuncia como


elemento de conocimiento del delito se incluye dentro de un proceso
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 265

complejo donde intervienen multitud de elementos, pues sean estos


factores de origen personal o social, de lo que verdaderamente no cabe
duda es de que, en última instancia, es la propia víctima quien decide
voluntariamente denunciar. Dar a conocer lo sucedido, sobre todo en
aquellos ilícitos que mayor afectación tienen respecto a la integridad
y libertad personal, supone en la mayoría de casos el considerar si las
secuelas psíquicas y físicas no son ya de por si suficientes como para
además iniciar un proceso penal. Actuación que no sólo será dura por
cuanto al enfrentamiento a pruebas forenses o revivencia psicológica,
sino sobre todo por posibles contactos imprevisibles con el presunto
agresor90.
En este sentido, y más aún en las citadas ocasiones, la actitud de la
propia víctima ante el hecho criminal es imprescindible por constituir
el eje de maniobra sobre el que se establece la decisión o no de denun-
ciar. Ahora bien, y concretando la cuestión, ¿cuáles serían los factores
que favorecen tal interposición?
En base a los resultados obtenidos sobre diversos estudios victi-
mológicos, el hecho de que una víctima decida denunciar depende
fundamentalmente de tres aspectos (HERRERA MORENO, 1996):
1. Sentimiento de deber social. Sensación generada a partir de las
experiencias sociales previas del sujeto; esto es, el mismo individuo
elabora una serie de pensamientos y creencias sobre lo que sería so-
cialmente adecuado y correcto ante determinadas situaciones. Se en-
tiende pues que debería `hacer justicia´ ante una situación que solo él
conoce, y condicionada en todo caso al apoyo social percibido por la
misma.
En última instancia se extendería tal supuesto al concepto de co-
operación ciudadana, haciendo referencia a la misma como una con-
ducta prosocial de carácter recíproco entre la víctima y el resto de
ciudadanos.
2. Deseo de satisfacción emocional y económica. Amparado en el
plano de la restitución del daño causado como en el resarcimiento
económico del delito. En esta línea, el primero de los aspectos no solo
se refiere a las secuelas que en la propia víctima se debieran resarcir,
90
En este sentido, el intuir o conocer que el violador o agresor sexual pudieran
encontrarse en la misma Sala que la víctima, podría desarrollar en la misma deter-
minadas emociones de miedo y temor intensos, lo que pudiera llevarla a evadir más
los costes de su denuncia que al mero hecho de resarcir sus daños.
266 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

sino que también considera la aplicación al ofensor de la medida o


sanción penal correspondiente.
3. Salida personal al conflicto generado entre víctima y ofensor.
Podría entenderse como la medida en que el sujeto obtiene determina-
dos beneficios tras la puesta en marcha del proceso penal, sobre todo
cuando las consecuencias finales no pudieran ser llevadas a cabo des-
de una actuación individual.
El contacto con organismos oficiales se comprende como necesa-
rio en la resolución del conflicto, así como en la instauración del estilo
de vida previo al suceso.
Si se relacionan estos tres supuestos con el hecho de si verdade-
ramente las víctimas alcanzan el motivo por el que denuncia, se ha
podido comprobar que empíricamente el segundo de los supuestos no
siempre se satisface, lo que en caso de ser nuevamente victimizado se
incrementará el riesgo de la no denuncia.
Parece en cambio que los otros dos fenómenos son más fáciles de
resolver. En este sentido, la iniciativa de la víctima a denunciar como
compromiso social, así como la experiencia vivida con el sistema de
Justicia, pudieran ser más favorecedora en el desarrollo de actitudes
semejantes, pues la víctima se ha visto apoyada tanto por complacer y
seguir sus propios principios como por la ayuda recibida de las fuen-
tes de control social formal.
Comentado hasta el momento lo referente a los motivos principa-
les por los que la víctima decide denunciar, parece necesario añadir a
los tres supuestos anteriores cuáles serían los motivos por los que las
mismas se niegan a incoar el proceso penal. A tal efecto, y siguiendo
con la autora que se citó previamente para la contemplación de los
factores favorecedores de la denuncia, se describen a continuación los
tres motivos por los cuales se entiende la refutación del sujeto pasivo
a denunciar; a saber:
A) Motivación insuficiente, apatía o falta de incentivos. Los dos pri-
meros aspectos responden a características de la personalidad, a un
conjunto de emociones que quizá sin haber sido experimentadas en
propia persona dimanan de la influencia de terceros. En este senti-
do, la desmotivación o desinterés en la denuncia pudieran contemplar
características de menosprecio, desvaloración o auto-descalificación
personal. Por su parte, la carencia de incentivos externos se constituye
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 267

además como un hándicap que pudiera considerarse reparador tanto


a nivel personal como social.
En cualquiera de los casos, los pensamientos más frecuentes res-
ponden al hecho de que no merece la pena movilizar el sistema penal
o, simplemente, a planteamientos sustentados en que los ilícitos leves
o sin daños entidad, por proporcionar estos últimos pocos beneficios
personales en relación a los costes y esfuerzos que supondrían. Podría
relacionarse tal argumento con el “principio de intervención mínima”,
favoreciendo la consideración de la entidad del delito en la descrimi-
nalización de ciertos tipos penales (LAMO DE ESPINOSA, 1993).
No obstante, en la mayoría de ocasiones de denuncia los delitos
suele responder a una grado elevado de bien jurídico afectado, sien-
do en todo caso la omisión de su interposición consecuencia de fac-
tores como el miedo o el temor a represalias por parte de ofendido,
y no tanto a la consideración del daño como imprudente o falto de
negligencia.
En definitiva, la omisión voluntaria de denunciar en un momento
dado, como en aquellos otros casos en que no queda subordinada a la
voluntad propia (amenazas de terceros o temor hacia posibles repre-
salias), podría suponer importantes inconvenientes si con posteriori-
dad la persona se rectifica en su actitud.
B) Falta de expectativas o de confianza en el sistema. Al contrario
que el caso anterior haría mención a las creencias personales sobre
determinados hechos, así como a la posibilidad de obtener determi-
nados beneficios una vez inmerso en el proceso penal. En este caso,
la desconfianza en la intención resolutoria del sistema, como en su
protección y apoyo, se perciben como características desalentadoras
de la puesta en marcha del proceso.
En este sentido, la victimización secundaria o revictimización se
hace eco del pésimo ejercicio realizado por los propios profesionales
del sistema, frustración personal que se hace igualmente presente en
la impropia actuación policial, en la descalificación de los hechos, e
incluso en el nivel asistencial previsto para tales casos. Queda pues `la
víctima victimizada´ por su propia iniciativa de denunciar.
La represión y el miedo se constituyen nuevamente como elemen-
tos impeditivos de la denuncia, favoreciendo la desconfianza en un
sistema que se caracteriza tanto por su tardanza en la aplicación de
medidas preventivas, como en la incoación del proceso en sí mismo.
268 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

No obstante, dicho miedo también pudiera llegar a manifestarse una


vez el proceso ya se haya iniciado; esto es, durante su desarrollo, mo-
mento en que su posible actuación como testigo pudiera repercutir
igualmente en segundas victimizaciones (repercusiones psicológicas
del encuentro con el agresor).
El miedo experimentado en la figura de la víctima es capaz de di-
suadir la denuncia, pudiendo actuar tanto de forma definitiva (no de-
nuncia u omisión de la misma) como temporal. En este último supues-
to, se tratan sobre todo aquellos sucesos criminales donde las pruebas
constituyen un elemento determinante en la calificación penal (viola-
ción), pasando de denominarse “omisión de denuncia” al “retraso en
la denuncia”.
C) Ignorancia o falta de reconocimiento. Este planteamiento podría
considerarse desde dos perspectivas. Por un lado, la falta de conoci-
miento sobre la existencia de tales procesos (cómo iniciarlo, dónde
acudir); y por otro, el desconocimiento del propio hecho criminal y de
ser víctima del mismo (víctimas anónimas o inconscientes).
Debiera en todo caso potenciarse la existencia de los servicios
asistenciales y de información a las víctimas. Tal es el caso del delito
de maltrato, donde debido al incremento del número de afectados en
los últimos años las políticas de prevención existentes han sufrido un
considerable reconocimiento en la esfera social y legal. Aun así, no en
todos los casos la decisión omisiva de la denuncia responde a la igno-
rancia de la víctima, sino a su `olvido´ en determinadas circunstan-
cias. Un ejemplo de ello sería la mujer maltratada en la fase de luna
de miel del ciclo que caracteriza a la violencia doméstica, donde la re-
lación con el ofensor como sujeto protector y de apoyo no se entiende
denunciable (víctima dormida). No obstante, con el paso del tiempo la
víctima pudiera llegar a dar conocimiento de lo sucedido, sobre todo
cuando existe apoyo externo, daños físicos patentes, incentivos econó-
micos o menores en la familia91.
Por último, cabría mencionar que dicha decisión omisiva de las víc-
timas no siempre queda encubierta a nivel de la política preventiva, sino
que en su mayoría pueden ser consideradas atendiendo a las encuestas
91
Este aspecto podría enlazar con el “síndrome del paso a la acción”,
LORENTE ACOSTA, M., ‹‹Síndrome de agresión a la mujer. Síndrome de maltrato
a la mujer››., Revista electrónica de Ciencia Penal y Criminología (www.criminet.ugr.
es), 2000, págs. 10 y ss.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 269

de victimización. Se trata pues de personas que no denunciando son


`visibles´ a partir de los muestreos estadísticos (víctimas sumergidas).
En relación a lo anterior, cabría destacar la existencia de un su-
puesto relacionado con los dos primeros grupos de factores e igual-
mente asociado a la no denuncia; a saber: el “síndrome de manos su-
cias”. Se caracteriza fundamentalmente por dos aspectos: a) el hecho
de verse sumergida en la dinámica victimizante, lo que repercutiría
considerablemente su estilo de vida (visitas a los juzgados), y b) aque-
llos casos en que el propio sujeto pasivo es a la vez sujeto activo en
la trama delictiva (ser estafado en un negocio ilegal). En resumidas
cuentas, ambos aspectos se considerarían incluidos en dos de los fac-
tores definidos con anterioridad; a saber, la falta de expectativas en
el sistema, y la carencia de motivación suficiente, respectivamente
(RODRÍGUEZ CARRILLO, 2004).
No obstante, y a pesar de lo indicado hasta el momento, podría aña-
dirse un cuarto elemento relativo al miedo subjetivo tras evidenciar y re-
conocer lo ocurrido, temor no referente tanto a la falta de expectativas
en el sistema ni al propio agresor, sino a las consecuencias sociales que
de la denuncia se pudieran desprender (reproche o estigmatización).
En definitiva, se ha podido apreciar que la heterogeneidad en las
respuestas de las víctimas responde a una realidad bien compleja y
multicausal, donde la ambigüedad del propio sistema es uno de los as-
pectos que en mayor medida repercute en la toma de decisiones per-
sonales. Ahora bien, ¿realmente quedan infundados los motivos de la
no denuncia?
Es esta la respuesta que debiera plantearse la normativa existente,
sustentada en que si bien son muchos los ciudadanos que se propo-
nen la denuncia, también serían demasiadas las consecuencias que
del mismo proceso pudieran desprenderse.

III. VICTIMAS POTENCIALES Y PROPENSIÓN VICTIMAL

Teóricamente víctimas potenciales podríamos ser todos, si bien


existen ciertos grupos poblacionales en los que predomina una mayor
vulnerabilidad a la victimización. En este sentido, la propensión vic-
timal quedaría condicionada a la vulnerabilidad o potencialidad del
sujeto a convertirse en víctima.
270 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Su aplicación práctica atañe a las políticas preventivas, pues no se


debe prevenir exclusivamente sobre sujetos ya damnificados, sino sobre
posibles víctimas, las que serían víctimas potenciales por definirse en base
a la presencia de determinadas características personales y sociales.
Así pues, y ampliando la extensión de término, los mecanismos y
políticas de prevención debieran dar respuesta a una triple cobertura;
esto es: a) a su acción general sobre la población en su conjunto; b) a
su intervención centrada en ciertos individuos más vulnerables (víc-
timas potenciales); y c) establecimiento de medidas orientadas a evi-
tar el riesgo de victimización secundaria o revictimización (víctimas
efectivas).
Aplicado al ámbito concreto de la Victimología, un resumen res-
pecto a tales características, así como en relación al objetivo de la me-
dida, tipo de intervención preventiva, nivel de vulnerabilidad de la víc-
tima y de oportunidades delictivas, se recoge en el siguiente cuadro:
CUADRO 2
Mecanismos preventivos en base a la vulnerabilidad victimal.

Riesgo Nivel de Tipo de


TIPO DE
Aplicación Objetivo víctima oportunidades intervención
PREVENCIÓN
potencial* delictivas preventiva
Primaria Población en Salvaguarda Menor Menor Ambiental
general general de los
derechos de
los ciudadanos
Secundaria Colectivos Medidas Media-alta Medio-alto Situacional/
vulnerables orientadas a la individual
protección
Terciaria Individuos Evitar daños Mayor Mayor Situacional/
afectados posteriores (re- individual
victimización)

*
El nivel de riesgo, o `graduación de la víctima potencial´, haría referencia a la
mayor o menor posibilidad de la persona a ser victimizada. Si bien en todos los
casos el riesgo es un hecho patente, se entiende mayor la vulnerabilidad de los
sujetos victimizados por entender que ya han sido `el blanco´ de ciertos sujetos,
así como por la afectación o secuelas que, dejadas tras el acontecimiento criminal,
les hace más propensos a victimizaciones posteriores (encuentro con el sistema de
Justicia). No obstante, dentro del primer gurpo de sujetos podrían hallarse aque-
llos que, no teniendo ningún tipo de responsabilidad en el delito por ser estos for-
tuitos o azarosos, sufren gravemente las consecuencias del mismo (accidente de
tráfico).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 271

El nivel de oportunidades delictivas y el ser víctima de un suceso,


son elementos altamente vinculados dentro de la trama criminal; así
pues, la mayor vulnerabilidad de la víctima unida a las condiciones
idóneas precipitará en mayor medida la comisión del ilícito. Tal es el
caso de la joven sola de noche en una calle oscura, factores que favo-
recen delitos de robo, agresión e incluso violación.
En esta línea, varían igualmente en base a los tipos de prevención
la especificidad y cualidad de la intervención o tratamiento del sujeto,
de manera que la orientada por la prevención primaria responde a
unas directrices de seguridad mucho más amplias que los referentes a
los otros dos tipos de prevención victimal.
En cualquier caso, y como se puede apreciar en el cuadro anterior,
la prevención ambiental, denominada `situacional´, sigue estando pre-
sente en combinación con aquellos mecanismos de evitación del riesgo
más centrados en la figura del ofendido; esto es, en la prevención secun-
daria y terciaria. Tales medios son muchos más específicos en el sujeto
ya victimizado (asistencia terapéutica, medidas cautelares impuestas al
agresor), pero aún así cuando los objetivos se orientan hacia la víctima
potencial no pasan inadvertidas tales medidas de protección personal
(evitar frecuentar zonas comunes). No obstante, y como diferencia entre
ambos tipos de prevención, en la terciaria pudieran actuar dispositivos
oficiales siempre que el sujeto denunciase; a fin de evitar la cronificación
del hecho; lo que en una prevención secundaria pudiera traducirse a un
`diagnóstico precoz´ de la situación actual que experimenta el individuo
(víctima que presupone su posible riesgo y advierte a la policía).
En general, el establecimiento de medidas preventivas responde a
la modificación de estímulos, ya sea por la puesta en marcha o activa-
ción de ciertos dispositivos de actuación ambientales o situacionales,
como por advertir de la omisión o evitación de ciertas respuestas por
parte del ofendido que pudieran facilitar las oportunidades crimina-
les; es decir, se establece una doble perspectiva en la consideración de
la prevención: la activa y la omisiva.
Del mismo modo, indican Cohen y Felson que la aplicabilidad de
tales elementos únicamente tiene cabida si en la consideración del
lugar y momento del hecho criminal (vertiente espacio-temporal) se
atiende a la convergencia de tres factores fundamentales: a) transgre-
sores motivados (criminales potenciales); b) objetivos atractivos; y c)
ausencia de vigilancia formal (COHEN y FELSON, 1994). Continúan
272 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

los autores afirmando que la combinación de los citados elementos


sería la respuesta a los índices de criminalidad existentes. Una repre-
sentación de ello quedaría establecida del siguiente modo:
ESQUEMA 2.
Acciones preventivas victimales en el eje espacio-temporal

Presencia del
hecho criminal
Eje espacio-temporal

Medidas x Criminales motivados


x Blancos preferentes Combinación
preventivas CONTROL RESULTADO determinada de
x Ausencia de vigilancia
los tres factores

Acción
Ausencia del
hecho criminal
Omisión

Desde una visión global se suma a la prevención la figura de la


víctima, pues no sólo la actuación debe enfocarse desde una postu-
ra unidireccional, sino que el entramado del proceso por el que un
ofensor ataca a ciertos sujetos ha de responder a las características de
sendas partes, motivo que pone de relieve la mayor efectividad en las
medidas empleadas si se evitan o previenen los riesgos tanto por parte
de la víctima como del victimario. Baste señalar a tal efecto el cono-
cimiento de la tipología delictiva para referirse a un tipo de víctima
como el sujeto más indicado, donde advirtiendo de las prioridades de
los delincuentes pudiera estimarse el riesgo que presentan ciertos in-
dividuos a ser sujeto pasivo del hecho criminal. No obstante, y a pesar
de lo señalado, no pasa inadvertido el papel del medio como uno de
los determinantes clave del suceso.
Respecto a la figura de la víctima, se estiman un conjunto de pará-
metros que pudieran influir en su implicación en ciertos delitos, pues
ya sean factores endógenos o exógenos contribuirán en cierta medida
a su práctica o refutación por el futuro agresor. En esta línea, el modo
de potencialidad victimal sustentaría su riesgo en diversas variables; a
saber (ELIAS, 1986):
— Vulnerabilidad de la víctima conforme a ciertos parámetros
que pudieran aumentar su riesgo o disminuir su resistencia
frente al delito.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 273

— Deseabilidad. Referida al grado de atracción que tiene el agre-


sor sobre la futura víctima. Tal es el caso de determinados
delincuentes que buscan satisfacer sus fantasías mediante el
atentado a ciertos sujetos, coleccionando en cualquier caso
fetiches de los mismos.
— Accesibilidad o grado de exposición al delito; así por ejemplo,
sujetos que habitan en zonas marginales tendrán mayor posi-
bilidad de ser victimizados (contacto con grupos delictivos).
— Susceptibilidad. Podría relacionarse con el grado de afecta-
ción psicológica tras la vivencia de un suceso traumático, a
los efectos o consecuencias que repercuten en la víctima92.
— Precipitación o actitud de la víctima para incrementar por im-
prudencia su riesgo (comportamiento activo), así como por no
tomar las medidas necesarias para evitarlos (comportamiento
omisivo).
— Capacidad recuperativa. Relativa a la disposición del sujeto
para recuperarse y adaptarse a su estilo de vida habitual tras
lo acontecido. Aspecto muy relacionado con la capacidad de
resistencia o `resiliencia´ comentada en capítulos anteriores.
No obstante, y a pesar de las diferencias descritas, se trata de fenó-
menos muy ambiguos en su caracterización por entender los mismos
como inseparables, y en absoluto excluyentes, respecto a la concreción
de la potencialidad victimal. Podría decirse por tanto, que cualquiera
de los elementos mencionados quedaría indivisiblemente camuflado
con el resto de factores, siendo la influencia recíproca entre ellos una
característica incuestionable sobre los mismos.
Llegado a este punto, la pregunta clave vendría a dar respuesta a
cuáles serían los verdaderos elementos que llevan de la propensión
victimal a la efectiva victimización. Así, y habiendo descrito los pará-
metros relacionados con el riesgo de ser victimizado, se presentan a
continuación cuáles serían los verdaderos elementos considerados en
tal proceso.
Siguiendo a Herrera Moreno, la propensión victimal quedaría su-
jeta a la interrelación de factores intrínsecos y extrínsecos, divisibles
92
Si bien el autor la define la susceptibilidad como la probabilidad de ser victi-
mizado, se considera tal acepción más genérica contemplada en el significado `vul-
nerbilidad´, reservando la primera de estas a un tipo de vulnerabilidad más específi-
ca aplicada al impacto del hecho criminal sobre el ofendido.
274 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

en predisponentes de tipo bio-psicológico y aquellos relativos al ám-


bito social (HERRERA MORENO, 1996). Se explican a continuación
cada uno de ellos.
A) Predisposiciones biológicas y psicológicas.
En relación al primer grupo de factores, las predisposiciones bio-
psiológicas estarían sujetas a la denominación de `víctima por natu-
raleza´; esto es, a la presencia de ciertas características intrínsecas
que, siendo físicas o psíquicas contribuirían a incrementar el riesgo
de victimización.
Respecto a las características manifiestas serían especialmente
comprometedoras la edad, sexo o la raza, pasando a un plano más im-
plícito las características definitorias a nivel fisiológico (deficiencias
somáticas). Esta distinción se debe a que en ciertas enfermedades las
etapas tempranas o de inicio de su desarrollo pueden no ser visibles ni
siquiera al propio sujeto que las padece. Del mismo modo, entrarían
aquí aquellos ciclos vitales que no pasan desapercibidos en la perso-
na. A tal efecto, un caso de robo sería más prometedor si se acomete
contra un anciano que además no goza de un estado físico adecuado
como para perseguir al ladrón.
Por su parte, la vulnerabilidad psicológica representaría las alte-
raciones a nivel superior, cuando los procesos cognitivos quedan afec-
tados directamente o bien, son producto de alteraciones perceptivas
como posibles secuelas de déficits sensoriales. Estos casos gozan de
especial relevancia en la normativa penal, por cuanto la afectación
del intelecto y volición pudieran eximir o atenuar la responsabilidad a
determinados sujetos, lo que en el caso que se trata pudiera derivarse
en un aprovechamiento judicial de su especial condición.
Del mismo modo, el potencial para desarrollar ciertos comporta-
mientos pudiera verse afectada por las características de personalidad
típicas de sujeto. Tal es el caso del individuo con una actitud impul-
siva e intrometido en actividades de riesgo constantes, acciones que
pueden llevarle a menospreciar el riesgo de ciertos actos y a situarse
como víctima de los mismos.
B) Factores sociales involucrados en el riesgo victimal: el estilo de vida.
Entre los factores exógenos de riesgo victimal el interés principal
se centra en el estudio del estilo de vida, entendiendo que las activi-
dades cotidianas de naturaleza tanto vocacional como profesional in-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 275

fluyen considerablemente en la definición de un sujeto como víctima


potencial.
Los mayores riesgos en este ámbito atienden al compromiso fa-
miliar, nivel económico, educación, recursos disponibles, entor-
no laboral, o expectativas respecto al rol social que desempeña93.
Concretamente, el riesgo de exposición se fundamenta en las directri-
ces de las rutinas habituales; así pues, no es lo mismo el riesgo al que
está sometido el gerente de un banco, o aquel otro que atendiendo a su
horario laboral frecuenta zonas o se ve sometido a ciertas situaciones
de mayor peligro(coger el metro de madrugada).
Del mismo modo, también existen ciertos peligros (riesgo asocia-
tivo) vinculados a aquellos sujetos que gozan de una profesión activa,
lo que aumenta la posibilidad de victimización pero reduce el impacto
de la misma en comparación con aquellos otros sujetos desprovistos
de recursos. Este riesgo asociativo también se evidencia en la perte-
nencia a determinados grupos o bandas callejeras, donde el peligro
de inmiscuirse en actividades criminales se considera mayor (tal es
el caso del individuo que formando parte de tales organizaciones se
niega robar en un comercio, siendo común las represalias posteriores
que contra el mismo se acometan)
Por último, y respecto a este tipo de factores, considerar dos teo-
rías explicativas de especial relevancia en este campo; a saber: 1) la
teoría del estilo de vida, y 2) la teoría de las actividades rutinarias.
1) La teoría del estilo de vida
Hindelang indica a finales de los años setenta que la probabilidad
de sufrir un delito dependía en gran medida de cómo vive la persona.
Establece así la teoría del estilo de vida para delimitar que los factores
sociales, demográficos y económicos imponen ciertas restricciones
estructurales en la vida y condicionan las expectativas y adaptación
a determinados roles sociales, papeles que a partir de sucesivas expe-
riencias determinarán las afiliaciones existentes, la exposición al ries-
go y, en última instancia, la probabilidad de ser víctima efectiva de un
delito (HINDELANG, 1978).
Respecto al citado autor, podría decirse además que los datos ob-
tenidos de las encuestas de victimización apoyan dicha teoría, siendo
93
Aspectos todos ellos que se integran para definir su “calidad de vida”; esto
es, el bienestar general del individuo tanto a nivel personal como social.
276 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

más común tal victimización en jóvenes o en sujetos de mediana edad


con mayor posesión de bienes, personas a las que saldría más rentable
robar. Una ejemplificación de la teoría respondería al siguiente esque-
ma (GARRIDO, STANGELAND y REDONDO, 2006):

ESQUEMA 3
La teoría del estilo de vida de Hindelang
Expectativas de
rol
Características Adaptaciones Estilo de vida
demográficas x Individuales x Trabajo
x Subculturales x Ocio
x Edad
x Sexo
Restricciones
x Raza Amistades y Exposición al
estructurales
x Ingresos ambiente riesgo
x Estado civil
x Económicas
x Formación
x Familiares
x Profesión
x Educativas VICTIMIZACIÓN PERSONAL
x Legales

2) La teoría de las actividades rutinarias


Complementado los fundamentos de Hindelang, pero casi veinte
años después, Felson elabora la teoría de las actividades rutinarias.
En su aplicación al ámbito victimológico, sus postulados se sustentan
en que existe un riesgo más elevado de ser sujeto pasivo de un delito
cuando se es persona joven, se vive en grandes ciudades, y se lleva una
vida nocturna activa (FELSON, 1994). Destaca en su aportación al
estimar que el riesgo no se distribuye por igual entre sexos, sino que
existen determinados ilícitos más posibles de atentar contra hombres
que contra mujeres (seguridad vial), y viceversa (delitos sexuales, ro-
bos en la calle).
Ante todo ello, y si bien el estilo de vida pudiera condicionar la
propensión victimal, ¿hasta qué punto se puede modificar la actividad
rutinaria del sujeto? ¿Cuál es el máximo al que la política preventiva
podría aspirar?
Se trata de dar respuesta a una pregunta bastante compleja, pues
no solo en cuanto a la disponibilidad material se refiere, sino por lo
relativo a la afectación de la integridad y libertad personal. Es difícil
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 277

tener que escoger o que establecer preferencias entre la seguridad del


ciudadano y su posible limitación de derechos, pero en ambos casos se
advierte de la misma finalidad: la salvaguarda de la persona.
Como se advierte, es tarea casi imposible afectar a las caracterís-
ticas más intrínsecas del ser humano, pero tampoco aquellas actua-
ciones dirigidas a modificar determinados aspectos de su vida diaria
pudieran un cometido factible. En este sentido cabría distinguir tres
impedimentos: 1) la imposibilidad material de determinados sujetos
de desprenderse de ciertas actividades de riesgo; 2) la posible afecta-
ción de los derechos más fundamentales; y 3) la insuficiencia de re-
cursos materiales y asistenciales disponibles.
En la misma línea, autores como Rosemary Barberet se muestran
especialmente reticentes a la consideración de la víctima como objeto
de prevención, indicando que en cierto modo tal disposición conside-
rará la presencia de medidas previsoras de crímenes futuros, restric-
ciones que en todo caso debieran recaer sobre el sujeto activo de la
acción. Defiende así mismo que la política de prevención de riesgos
debiera de ser inaceptable por cuanto afectase a los derechos de los
ciudadanos y no agotarse en las restricciones a los propios delincuen-
tes, afirmando que deberían gestionarse los mecanismos de seguridad
ciudadana, y no tanto sobre la modificación de los elementos indivi-
duales y / o sociales (BARBERET, 2004).
Antes de finalizar, cabría mencionar que ante la consideración de
estos dos grupos de factores, advierte Herrera Moreno sobre la ne-
cesidad de establecer un tercer grupo; a saber: la Teoría de los ciclos
victimológicos de Zeiguenhaguen. Se entiende tal integración por com-
prender tanto las características individuales de los sujetos implica-
dos (predisposición individual) como las referentes a su interrelación
(factores de tipo social-relacional).
Según esta teoría, la consideración de la otra parte por cada
uno de los sujetos implicados en la trama criminal, despierta en los
mismos un conjunto de sensaciones o estados afectivos que incitan
a desarrollar determinadas respuestas, conductas basadas en el su-
puesto de que los comportamientos de ofensor y ofendido responden
a procesos psicológicos suscitados por un estado de frustración vital
(ZEIGUENHAGUEN, 1977).
La frustración como fracaso o desilusión personal sería pues res-
ponsable de tres tipos de comportamientos: agresivo, regresivo y re-
278 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

signado, de cuyas combinaciones pueden destacarse determinados ti-


pos cíclicos de victimización; a saber:
a) Agresividad mutua: comportamiento violento recíproco entre
el ofensor y la víctima, donde las características opresoras del
primero se descubren frente a un sujeto pasivo provocador,
déspota y represor. Esta agresividad bilateral asienta un ciclo
alimentado por la necesidad de las partes de `ser más fuertes
que el adversario´94.
b) Ciclo regresión-agresión: las características de especial vulne-
rabilidad que definen al sujeto en ciertos momentos (estados
depresivos) lo presentan como `el blanco perfecto´ de con-
ductas belicosas; es decir, como el sujeto potencial sobre el
que descargar la ira.
c) Resignación: la víctima acepta el resultado victimizador. Se
trata de un tipo de actitud victimal que insta al propio agresor
a contemplar su conducta como legítima y razonada, frente a
la sublimidad y auto-menosprecio del sujeto pasivo.
Se trata en general de combinaciones cíclicas que, si bien arro-
jan cierto simplismo explicativo por responder exclusivamente a la
frustración como elemento básico de la recurrencia de los actos, tam-
bién informan de la importancia de la consideración de las relaciones
disfuncionales.
En relación a la frustración, cabría además decir que se trata de
una emoción suscitada ante el incumplimiento de ciertas expectativas,
lo que repercute en los niveles de ira y decepción experimentados con
posterioridad en el sujeto. A este respecto, sería interesante destacar
el papel que cumplen la agresividad y hostilidad.
La ira se define como una emoción básica identificada con cier-
tas experiencias o sentimientos negativos y asociada con ciertas reac-
ciones fisiológicas concretas95, estableciéndose su distinción respecto
94
Señalar que dicha simetría en la relación de pareja es de la que carecen los
delitos de violencia doméstica, caracterizada por la presencia la autoridad o poder
propia del agresor (asimetría).
95
Como características señalar los siguientes aspectos: a) es universal a distin-
tas especies, encontrándose sus funciones relacionadas con la defensa y protección
del organismo; b) constituye un elemento prioritario de adaptación y supervivencia;
c) la ira en sí misma no es patológica; d) es elemento básico de la vida afectiva en
cuanto a la regulación de la comunicación social; y e) su respuesta fisiológica se de-
fine por un patrón de ajustes autonómicos particulares, los cuales se relacionan con
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 279

a su confusión con la “hostilidad” y “agresión” en base al complejo


afectivo-cognitivo-conductual (Agresión, Hostilidad, Ira o complejo
AHI)96. De este modo, se especifica la comprensión de cada uno de
los términos en relación a una parcela concreta del comportamiento
humano, constituyendo la ira el componente emocional esencial de
cuya experiencia subyacen tanto las actitudes o pensamientos hosti-
les (rencor, odio, desconfianza) como las conductas agresivas (ataque,
violencia manifiesta)97.

En relación a los ciclos victimológicos aludidos con anterioridad,


pudiera dar una explicación bastante razonada de porqué ciertos
comportamientos, sin llegar a ser reproducidos, son mantenidos a lo
largo del tiempo y dan a determinados crímenes su característica de
periodicidad; esto es, la acumulación de la ira, así como el fortaleci-
miento de ciertos esquemas mentales, pudiera favorecer la explosión
posterior de su manifestación en comportamientos beligerantes98.

En resumen, como se ha podido apreciar existen multitud de fac-


tores que inciden en la consideración de la víctima potencial, entre
ellos la propia `contribución´ del delincuente y la sociedad. Se deduce
que los mecanismos preventivos no pueden limitarse exclusivamente
a disuadir el comportamiento del sujeto activo, sino que también de-
bieran englobar aquellas medidas a favor de la salvaguarda y amparo
un predominio general de la actividad del sistema simpático (aumento de la presión
sanguínea, incremento de la tasa cardíaca, mayor tensión muscular, etc.).
96
Más información en PALMERO, F.; FERNÁNDEZ-ABASCAL, E. G.;
MARTÍNEZ, F. y CHÓLIZ, M, Psicología de la Motivación y la Emoción, Madrid, Mc
Graw Hill, 2002, pp. 353 y ss.; BECERRA GARCÍA, J. A, ‹‹Factores psicológicos y en-
fermedad cardiovascular: Breve aproximación al síndrome ira-hostilidad-agresión››,
2008, disponible en www.psicologia-online.com.
97
En cuanto a la correspondencia existente entre la dimensión afectiva y con-
ductual del complejo AHI, entre la ira y la agresión se mantiene una relación di-
námica pero, no necesariamente han de coexistir ambos elementos en cuanto a su
manifestación. Así, la presencia de ira puede o no conllevar la existencia de un com-
portamiento de agresión, y viceversa. En esta línea, si bien es cierto que la presencia
de la ira es un activador significativo de la conducta agresiva, también es verdad que
este tipo de comportamientos violentos pueden llevarse a término sin existir ira en
un primer momento; serían conductas ilícitas de carácter más frío y planificado y
que, por no ser generadas por un incremento inicial de ira, tampoco serían muy pro-
clives a seguir un tratamiento de control de la misma.
98
Son estos `arrebatos de ira´ los que pudieran relacionarse con mayores mo-
mentos de estrés familiar (dificultades económicas, despido, nacimiento de un hijo),
así como con un déficit personal en la canalización de ciertos estados anímicos.
280 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

de los derechos de las víctimas, a su aplicación hacia los colectivos


más vulnerables o ya victimizados.

IV. MODELOS DE PREVENCIÓN

A modo de resumen de lo expuesto, debiera notificarse que la pre-


vención de la victimización se puede abordar desde varios enfoques y
estrategias diferentes. En este sentido, no se debe olvidar que la pre-
vención del crimen se compone de un variado conjunto de programas
o ideas y que debe enfocarse desde una perspectiva integral y multidis-
ciplinar (BARBERET, 2006). Resulta imprescindible para alcanzar tal
fin que los programas y estrategias estén basados en modelos teóricos
sólidos y en diseños y estrategias eficaces sustentados en la evidencia
empírica a través de la investigación.

1. Modelos teóricos en la prevención de la delincuencia

La Organización de Naciones Unidas, a través de publicaciones


como la Guideline for Crime Prevention (ONU, 2002) y el Handbook on
the Crime Prevention Guidelines (ONU, 2010), plantea los principios
básicos que deben guiar las políticas preventivas y considera que la
prevención del delito puede tratarse desde varios enfoques o modelos
teóricos reconocidos. Además del que se deriva de la intervención ju-
rídica y los programas de reinserción, destaca la prevención basada
en modelos como el evolutivo, el social y el situacional.

a) Modelo evolutivo

Este modelo, basado en la teoría evolutiva de la delincuencia,


centra su interés en la etiología del comportamiento criminal, en su
génesis y desarrollo. Persigue facilitar y promover el comportamien-
to prosocial a través de medidas de tipo social, económico, sanita-
rio y educativo, focalizando especialmente su interés en la infancia
y adolescencia y en los factores de riesgo y protección (de naturale-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 281

za individual, familiar o escolar) asociados con la delincuencia y a la


victimización.
Desde este modelo se propone llevar a cabo programas de inter-
vención que promuevan los factores de protección y detecten los facto-
res de riesgos asociados a la delincuencia. Entre ellos se pueden citar
distintas actuaciones dirigidas a factores que, según el modelo del tri-
ple riego delictivo (TRD) planteado por Redondo (2008), se relacionan
con dimensiones de riesgo-protección a nivel personal (características
individuales empíricamente asociadas a un mayor o menor riesgo de
comportamiento antisocial, tales como la dimensión impulsividad-au-
tocontrol, alta-baja tendencia al riesgo, el grado de egocentrismo-em-
patía, baja-alta tolerancia a la frustración, baja-adecuada autoestima,
bajas-adecuadas habilidades interpersonales, abstinencia-dependen-
cia de drogas, incapacidad-capacidad de sentir culpa, creencias anti-
sociales-prosociales, etc.) y a ciertas dimensiones de riesgo-protección
a nivel de apoyo prosocial (características y condiciones ambientales
que conforman al individuo a lo largo de su vida y se asocian a su
mayor o menor riesgo delictivo como la crianza paterna inconsisten-
te-equilibrada, desadaptación-adaptación escolar, el tener amigos an-
tisociales-prosociales en la adolescencia, etc.).

b) Modelo social

La prevención desde el modelo social encuentra su fundamento en


las teorías de la desorganización social, de la frustración y del control
(BARBERET, 2006). Parte de la idea de que la delincuencia se asocia
a la desorganización social, al vacío de normas y a la falta de control
informal. Estas condiciones se presentan con frecuencia en zonas y
barrios deteriorados, en declive, con una población heterogénea y de
paso, de bajos ingresos y con abundantes problemas sociales, siendo
estas zonas a las que se asocian tasas más altas de delincuencia. Los
programas preventivos basados en este modelo proponen actuaciones
y estrategias fundamentalmente dirigidas a combatir el abandono de
ciertos barrios, la exclusión social, la marginación y la falta de inte-
gración social y laboral. Estos aspectos pueden relacionarse a ciertas
variables asociadas a las fuentes o dimensiones de riesgo-protección
de apoyo prosocial del modelo de Redondo (2008), donde se señala
que la existencia de barrios deteriorados, desorganización social, et-
282 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

nias minoritarias, privación relativa y cultura delictiva se asocian a un


mayor riesgo delictivo, mientras que los barrios no delictivos, el nivel
económico estándar y la cultura pro-social actuarían como factores
de protección frente al delito.

c) Modelo situacional

Este modelo se fundamenta en la teoría de la oportunidad, que


plantea que para que el comportamiento delictivo se produzca han de
concurrir tres elementos: un delincuente motivado, una víctima pro-
picia o un objetivo atractivo y una ausencia de vigilancia o de control.
Los enfoques preventivos que parten de este modelo tratan de diseñar
actuaciones y estrategias encaminadas a evitar la confluencia en espa-
cio y tiempo de estas tres variables actuando sobre alguna o algunas
de ellas. Respecto a la compleja tarea de disuadir a un delincuente ya
motivado, autores como García-Pablos (2001) señalan la importancia
del efecto disuasorio mediato, indirecto, que se persigue a través de
instrumentos no penales, que consisten en alterar el escenario crimi-
nal modificando alguno de los factores o elementos del mismo a fin
de poner trabas y obstáculos de todo tipo al delincuente mediante una
intervención selectiva en el escenario del crimen.
Así, desde la prevención situacional se utilizan frecuentemente es-
trategias de vigilancia policial en zonas de riesgo o acumulación de
delitos, aunque dada la imposibilidad de que los sistemas de control
formal puedan abarcar todos los posibles contextos de ocurrencia po-
tencial de un delito, también se aboga por la importancia de las medi-
das de autoprotección de las víctimas, la prevención o vigilancia veci-
nal y la reestructuración del espacio físico y el diseño arquitectónico
y urbanístico (mejora del alumbrado público, diseño de edificios sin
entradas en la parte trasera o en callejones, evitación de zonas o jardi-
nes con rincones escondidos, visibilidad a través de mayor número de
ventanas orientadas a las calles y del transito de peatones en los espa-
cios públicos, evitación de zonas o edificios descuidados o abandona-
dos, presencia de mecanismos y dispositivos de seguridad, etc.).
Santiago Redondo (2008), ofrece un resumen de las variables más
importantes que la investigación ha relacionado con lo que el autor
plantea como fuentes o dimensiones de riesgo-protección de las opor-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 283

tunidades delictivas (todas aquellas características ambientales, o de


eventuales víctimas del delito, que favorecen o dificultan el comporta-
miento antisocial). A modo de ejemplo, el autor cita algunas dimensio-
nes de riesgo-protección que la investigación ha relacionado con los
delitos violentos (calles y barrios escasamente iluminados-buena ilu-
minación, locales y contextos de ocio sin vigilancia personal o física-
vigilancia, espacios públicos y anónimos-control informal y/o formal
en la violencia por parte de desconocidos, espacios privados-apertura
del espacio privado en la violencia por parte de familiares y conoci-
dos, insulto o provocación-diálogo tranquilo, personas aisladas-perso-
nas acompañadas, víctimas desprotegidas-autoprotección), o aquellas
otras relacionadas con los delitos contra la propiedad (propiedades
descuidadas, desprotegidas o abandonadas-protección, propiedades
solitarias, apartadas o dispersas-proximidad a núcleos habitados, pro-
piedades de gran valor económico expuestas o de gran valor acumula-
das-protección, invisibilidad desde el exterior de casas urbanas-incre-
mento de la visibilidad, casas independientes-pisos o apartamentos,
bloques de pisos o apartamentos sin vigilancia o control de entrada-
portero u otros sistemas de control, establecimientos comerciales
cuyo diseño dificulta el control de accesos y movimientos-diseño de
mayor protección, turistas con apariencia de llevar encima dinero o
propiedades de valor-autoprotección, lugares carentes de controles
informales o formales-control y vigilancia).
Por tanto, se trataría de prevenir la delincuencia y la victimización
reduciendo las oportunidades delictivas, incrementando los riesgos
de ser detenido y minimizando sus beneficios, incluyendo además es-
trategias de diseño ambiental y arquitectónico y proporcionando in-
formación y consejos de seguridad a las potenciales victimas.

2. Aportaciones del modelo de la Ciencia de la Prevención

Autores como Fernández Rios y Gómez Fraguela (2007), defienden


y fundamentan la creación de una Ciencia de la Prevención que incluya
desde una perspectiva integradora y multidisciplinar todos aquellos co-
nocimientos teórico-prácticos que habitualmente se engloban bajo eti-
quetas disciplinares específicas como psicología preventiva, medicina
preventiva, psiquiatría preventiva, etc. En su trabajo intentan clarificar
y sistematizar los principios y estrategias generales en el campo de la
284 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

intervención preventiva. Igualmente abogan por la sustitución del mo-


delo de intervención clásico, centrado únicamente en los déficits y fac-
tores de riesgo de las conductas problemáticas, por otro alternativo que
complemente y fomente la potenciación de todos aquellos factores de
protección a los que la investigación haya respaldado empíricamente
y que puedan hacer a los individuos y a las sociedades más resistentes
ante la presencia de distintas problemáticas y factores de riesgo.
A modo de síntesis, se puede hablar de distintas fases que guían el
desarrollo de cualquier programa de prevención: 1) Detección de la
necesidad de intervención y evaluación del problema (alta incidencia
en la población, gravedad de las consecuencias del problema o interés
social/opinión pública); 2) Formulación de las hipótesis explicativas
(causas y variables asociadas al problema, factores de riesgo y pro-
tección basados en la evidencia empírica y en estudios científicos);
3) Establecimiento de los objetivos de la intervención preventiva (re-
ducir o eliminar factores de riesgo/aumentar o fomentar factores de
protección); 4) Diseño y aplicación del programa; y 5) Valoración de
resultados y evaluación del programa.
Los autores anteriormente mencionados señalan, además, algunos
aspectos básicos relevantes a tener en cuenta en el diseño y desarrollo
de programas de prevención que, resumidamente, pueden exponerse
de la siguiente manera:
— Basar el programa en una adecuada evaluación de necesidades
individuales y colectivas del contexto de intervención.
— No suponer una solución única a los problemas sociales,
que suelen tener una definición imprecisa, por lo que, casi
siempre resulta pertinente tener en cuenta diversos modelos
y perspectivas teóricas. Admitir que no existen programas de
intervención preventiva que constituyan balas mágicas para
ninguna clase de problema. Toda estrategia de prevención es
probabilística, multidimensional, compleja y tiene que abor-
dar diversos campos.
— Realzar la relevancia del sistema educativo, ya que, en el caso
de los sujetos en edad escolar, constituye el contexto más ac-
cesible para la intervención. En general, se debe hacer énfasis
en la intervención temprana ante los problemas.
— Tener en cuenta la disposición comunitaria para la prevención
en los distintos ámbitos sobre los que se podría actuar (fami-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 285

lia, escuela, lugar de trabajo, vecindario, etc). Se advierte la


importancia del adecuado reconocimiento del problema por
parte de la comunidad, puesto que difícilmente existirá una
disposición positiva para participar y apoyar un programa de-
terminado si el objetivo no se percibe como un problema rele-
vante. Contar con la suficiente disponibilidad y accesibilidad
a los recursos económicos, materiales y humanos necesarios.
Contar con la colaboración de los medios de comunicación.
— Es importante fomentar las intervenciones multinivel (individuo,
familia, escuela, lugar de trabajo, comunidad, etc). Intervenir
simultáneamente sobre varios aspectos o comportamientos,
pues los factores y conductas de riesgo asociadas a distintas
problemáticas suelen estar interrelacionadas (coprevención).
— La población objetivo o diana debe estar bien delimitada. El di-
seño de las estrategias y actuaciones específicas debe adecuar-
se a la edad y a las características personales de los individuos.
Diseñar materiales breves, claros, entretenidos y significati-
vos, con contenidos socialmente relevantes y pertinentes. El
diseño del programa debe contemplar la diversidad existente
entre los individuos, pues la población objeto de intervención
no siempre es uniforme. Deben contemplarse adaptaciones
del programa a las diferentes características socioculturales.
— Considerar que el tiempo de intervención o temporalización del
programa en cuanto a su continuidad e intensidad es un factor
clave. Una intervención no debe durar tanto tiempo como para
llegar a cansar y aburrir a los sujetos, ni tan poco como para no
poder producir los efectos que se pretenden conseguir. Analizar
y preveer la posible aparición de efectos no deseados, negativos
o imprevistos.
— Plantear objetivos de los programas precisos y realistas y, a po-
der ser, cuantificables y generalizables. Considerar la impor-
tancia de la evaluación de los resultados obtenidos, a través
de evaluaciones inmediatas del grado de conocimiento/habi-
lidad obtenida, comparaciones con grupos de control, segui-
mientos a largo plazo, etc.
— Incorporar un procedimiento sistemático y riguroso de reco-
gida y análisis de la información que acompañe al ciclo de
intervención en sus distintas fases, con el objetivo de poder
realizar una adecuada evaluación del programa, es decir, un
286 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

juicio sobre su valor. Entre los distintos juicios valorativos


que pueden realizarse acerca de un programa de prevención,
se pueden citar los siguientes: a) juicio sobre la pertinencia del
programa (se valora el grado en que la intervención propues-
ta responde a las necesidades de la comunidad en la que se
aplica); b) juicio sobre la suficiencia (se valora hasta qué pun-
to las medidas propuestas en el programa son teóricamente
adecuadas para lograr los objetivos perseguidos); c) juicio so-
bre el progreso (se valora el grado en el que el programa se está
implantando tal y como fue diseñado); d) juicio sobre la efica-
cia (se valora hasta qué punto el programa ha alcanzado los
objetivos perseguidos); e) juicio sobre la efectividad (se valora
si el programa, independientemente de los objetivos propues-
tos, ha sido capaz de producir algún efecto); y f) juicio sobre
la eficiencia (se valora el grado en que los resultados alcan-
zados justifican los esfuerzos realizados en la aplicación del
programa).

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Capítulo séptimo
LA VÍCTIMA EN LA LEGISLACIÓN ESPAÑOLA

I. LEYES VICTIMALES

1. Introducción

La justificación del presente epígrafe responde a la necesidad de


valorar la evolución legislativa del ordenamiento jurídico español en
la proclamación de leyes de naturaleza victimológica, lo que ayudará
a entender la dimensión y desarrollo del pensamiento victimológico
desde una perspectiva legal.
En este sentido, se traerá a colación la principal normativa exis-
tente en nuestro país referida al ámbito de la víctima o que ha supues-
to o supuso un importante hito en el desarrollo y consiguiente recono-
cimiento legal y social de la Victimología.
Así pues, lejos de existir en la actualidad un campo normativo refe-
rido única y exclusivamente a las víctimas, como pudiera acontecer con
cualquier rama del Derecho –Penal, Procesal, Civil (…)– el legislador
español ha ido aprobando diversas leyes de eminente carácter victimo-
lógico pero enmarcándolas en algún sector del ordenamiento jurídico,
siendo, por otro lado, muy habitual que la Ley correspondiente conten-
ga preceptos de naturaleza procesal, penal, civil, administrativa, etc.
Por todo lo anterior, lo que se recoge a continuación integra un
compendio de las principales leyes de contenido casi exclusivamen-
te victimológico o que han supuesto una aportación muy relevante al
citado ámbito de manera directa si bien, como ya se ha referido, se
dejan de lado otras de relevancia indirecta –piénsese, por ejemplo, di-
versas modificaciones de la Ley de Enjuiciamiento Criminal o incluso
del propio Código Penal en tanto su contenido victimal o bien resulta
accesorio o se encuentra fundado en alguna de las leyes referidas99–.
99
Del mismo modo, el Código Penal contiene un amplio articulado que en-
cuentra apoyo o justificación en el ámbito victimal pero que no va a ser tratado aquí
290 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

2. Ley Orgánica 7/1988, de 28 de diciembre

Se trata de una norma vinculada a los juzgados de lo penal


y a la modificación de las Leyes Orgánicas del Poder Judicial y de
Enjuiciamiento Criminal, si bien, como apuntó Peris Riera, arbitra
una serie de institutos que inciden, de forma directa unos y de modo
indirecto otros, en la creación de un nuevo objetivo procedimental: la
mejor atención a la víctima del delito, lo cual se pretende alcanzar a
través de mecanismos de celeridad –traducidos en beneficios para el
sujeto pasivo– bien mediante la ordenación de novedosos cauces pro-
cesales que atribuyen cierto protagonismo o “prioridad” a la víctima,
lo que supuso un auténtico revulsivo en el estado general de abandono
procesal de los intereses de la víctima (PERIS RIERA, 1989).

De manera muy resumida, podrían señalarse los siguientes re-


conocimientos victimales, los cuales resultan pioneros en el ordena-
miento jurídico español, siquiera de manera formal, dentro del proce-
so penal (PERIS RIERA, 1989):

a) El principio de celeridad debe regir en ausencia del acusado


en causas por delitos no graves siempre y cuando no se incu-
rra en indefensión. Con ello, se pretenden eliminar dilaciones
inútiles que suelen redundar en perjuicio de las víctimas.
b) Se encomienda al Ministerio Fiscal que vele por el respeto de
las garantías procesales del imputado y por la protección de
los derechos de las víctimas y los perjudicados por el delito.
c) Se potencian los mecanismos de información y participación
de los perjudicados u ofendidos por el delito. Así, por ejemplo,
cuando el Fiscal decida archivar una actuación deberá comu-
nicárselo o la posibilidad de formar parte en la causa sin nece-
sidad de interponer querella.
d) Se facilita la participación de los perjudicados por el hecho puni-
ble o sus herederos, que fueran parte en el juicio, mediante el re-
conocimiento de la asistencia jurídica gratuita siempre y cuando
concurran las circunstancias legalmente establecidas para ello.
por las razones ya esgrimidas en el texto y porque en el Capítulo Primero, al estudiar
las relaciones entre el Derecho Penal y la Victimología, fueron referidas de manera
genérica.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 291

e) Se reconoce al Juez de Instrucción que, en los hechos deriva-


dos del uso y circulación de vehículos de motor, fije el seña-
lamiento de la pensión provisional que, según las circunstan-
cias, considere necesaria en cuantía y duración, para atender
a la víctima y a las personas que estuvieren a su cargo. El pago
de la pensión se hará anticipadamente en las fechas que dis-
crecionalmente señale el Juez, a cargo del asegurador, si exis-
tiere, y hasta el límite del Seguro Obligatorio, o bien con cargo
a la fianza o al Consorcio de Compensación de Seguros, en
los supuestos de responsabilidad final del mismo, conforme a
las disposiciones que le son propias. Igual medida podrá acor-
darse cuando la responsabilidad civil derivada del hecho esté
garantizada con cualquier seguro obligatorio. Todo lo relacio-
nado con esta medida se actuará en pieza separada. La inter-
posición de recursos no suspenderá el pago de la pensión.

3. Ley Orgánica 19/1994, de 23 de diciembre, de Protección a Testigos


y Peritos en causas criminales

No se trata de una Ley victimológica en sí sino que quedaría vincula-


da los programas de asistencia a víctimas-testigos. No obstante, un sector
doctrinal entiende que debe formar parte de la esfera victimológica por
su origen: nace para eliminar las reticencias, retraimientos e inhibicio-
nes de no pocos ciudadanos a colaborar con la Justicia en determinadas
causas penales por el temor a sufrir represalias; esto es, en no pocas oca-
siones la víctima-testigo se encuentra en tan conflictiva situación y teme
represalias por parte de los imputados o de personas u organizaciones
afines a ellos. Como es sabido, la víctima-testigo que se siente presionada
recurre, con frecuencia, a la declaración dubitativa o al socorrido expe-
diente de no recordar lo sucedido. Para salir al paso de tan rechazable y
frustrante situación, el legislador español elabora la presente normativa
orientada a la salvaguarda de quienes como testigos deben cumplir con
el deber constitucional de colaborar con la justicia y, al propio, tiempo,
evitar la impunidad de los culpables (LANDROVE DÍAZ).
De acuerdo con lo anterior, no se trataría de una Ley orientada a
la protección de las víctimas del delito sino que se encuentra dirigida
a evitar la futura victimización de una parte importante en el proceso
penal –testigos o peritos– para que otorgue su testimonio sin temor a
292 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

posibles represalias; esto es, la victimización no se produce antes del


hecho de declarar sino que podría acontecer a posteriori.
Para que puedan articularse las medidas de protección estable-
cidas en la Ley han de concurrir los siguientes elementos: i) el sujeto
debe reunir la consideración de testigo o perito en la causa criminal
seguida; y ii) la autoridad judicial debe apreciar un peligro racional
grave para la persona, libertad o bienes de quien pretenda ampararse
en ella, su cónyuge o persona a quien se halle ligado por análoga rela-
ción de afectividad o sus ascendientes, descendientes o hermanos.
Una vez verificados los extremos anteriores, el Juez Instructor
acordará alguna de las siguientes decisiones:
a) Que no consten en las diligencias que se practiquen su nom-
bre, apellidos, domicilio, lugar de trabajo y profesión, ni cual-
quier otro dato que pudiera servir para la identificación, pu-
diéndose utilizar para ésta un número o cualquier otra clave.
b) Que comparezcan para la práctica de cualquier diligencia uti-
lizando cualquier procedimiento que imposibilite su identifi-
cación visual normal.
c) Que se fije como domicilio, a efectos de citaciones y notifi-
caciones, la sede del órgano judicial interviniente, el cual las
hará llegar reservadamente a su destinatario.
Del mismo modo, los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de
Seguridad, el Ministerio Fiscal y la autoridad judicial cuidarán de evi-
tar que a los testigos o peritos se les hagan fotografías o se tome su
imagen por cualquier otro procedimiento, debiéndose proceder a re-
tirar el material fotográfico, cinematográfico, videográfico o de cual-
quier otro tipo a quien contraviniere esta prohibición.
Una vez concluido el proceso judicial, si aún persistiere el peligro
grave para los testigos o peritos intervinientes, se les podrá otorgar
protección policial. Pero es más, en casos excepcionales podrá incluso
facilitárseles documentos con una nueva identidad y medios económi-
cos para cambiar su residencia o lugar de trabajo. Para realizar este
último trámite, siempre y cuando deban desplazarse a dependencias
judiciales, al lugar donde hubiere de practicarse alguna diligencia o
a su domicilio, dispondrán de vehículos oficiales y, durante el tiempo
que permanezcan en dichas estancias, se les facilitará un local reser-
vado para su exclusivo uso, convenientemente custodiado.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 293

4. Ley 35/1995, de 11 de diciembre, de Ayuda y Asistencia a Víctimas


de Delitos Violentos y contra la Libertad Sexual100

Se trata de la primera Ley victimal por antonomasia. Es más, la


propia Exposición de Motivos del citado texto se hace eco del olvi-
do sufrido por la víctima al afirmar que ha padecido un cierto aban-
dono desde que el sistema penal sustituyó la venganza privada por
una intervención pública e institucional, ecuánime y desapasionada,
para resolver los conflictos generados por la infracción de la ley pe-
nal. Pero, desde una perspectiva más global, la pretensión punitiva
del Estado debe acercarse al problema social y comunitario en que el
delito consiste para prevenirlo y recuperar al infractor, desde luego,
pero además, para reparar en lo posible el daño padecido por la vícti-
ma. En muchas ocasiones, el abandono social de la víctima a su suerte
tras el delito, su etiquetamiento, la falta de apoyo psicológico, la mis-
ma intervención en el proceso, las presiones a que se ve sometida, la
necesidad de revivir el delito a través del juicio oral, los riesgos que
genera su participación en el mismo, etc., producen efectos tan dolo-
rosos para la víctima como los que directamente se derivan del delito.
En esta línea, desde hace ya bastantes años la ciencia penal pone su
atención en la persona de la víctima, reclamando una intervención
positiva del Estado dirigida a restaurar la situación en que se encon-
traba antes de padecer el delito o al menos a paliar los efectos que el
delito ha producido sobre ella.
Es ahí precisamente donde focaliza su ámbito de actuación la Ley
35/1995 si bien bajo el postulado aplicativo de las víctimas de deli-
tos violentos y cualesquiera otros, de naturaleza dolosa, cometidos en
España. En este sentido, podrían resumirse dos ámbitos específicos
de actuación: ayudas de contenido económico a las víctimas de delitos
violentos; y asistencia a las víctimas de todo tipo de delitos.
Así pues, bajo las anteriores premisas, podrían diferenciarse los
dos grupos señalados y resumir sus características identificativas en
las siguientes:
A) Ayudas públicas. Genéricamente se reconocen a las víctimas
directas e indirectas de los delitos dolosos y violentos, cometidos en
100
Semejante Ley ha sufrido las siguientes modificaciones operadas por las
Leyes 38/1998, de 27 de noviembre; 13/1996, de 30 de diciembre; 13/2009, de 3 de
noviembre; y 39/2010, de 22 de diciembre.
294 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

España, con el resultado de muerte, lesiones corporales graves o da-


ños graves en la salud física o mental. No obstante, se elimina el requi-
sito de la violencia para las que lo fueran de naturaleza sexual; esto es,
podrán acogerse al sistema de ayudas establecido cualquier persona
víctima directa o indirecta de un delito doloso con los resultados des-
critos y quienes lo fueran de naturaleza sexual aún cuando no se hu-
biera apreciado violencia.
De acuerdo con lo anterior, habría que concretizar dos elementos:
a1) Concepto de víctima. La Ley menciona una directa y otra in-
directa. En cuanto a la primera, no parece plantear dudas al respecto
conviniendo identificarla con el sujeto pasivo del delito. Respecto de
la segunda, el legislador opta por otorgar una definición expresa al
respecto y así se recogen las siguientes hipótesis:
i) El cónyuge del fallecido, si no estuviera separado legalmente,
o la persona que hubiera venido conviviendo con el fallecido
de forma permanente con análoga relación de afectividad a la
de cónyuge, con independencia de su orientación sexual, du-
rante, al menos, los dos años anteriores al momento del falle-
cimiento, salvo que hubieran tenido descendencia en común,
en cuyo caso bastará la mera convivencia.
ii) Los hijos del fallecido, que dependieran económicamente de
él, con independencia de su filiación o de su condición de pós-
tumos. Se presumirá económicamente dependiente del falleci-
do a los hijos menores de edad y mayores incapacitados.
iii) Los hijos que, no siéndolo del fallecido, lo fueran de las perso-
nas contempladas en el párrafo i) anterior, siempre que depen-
dieran económicamente de aquél.
iv) En defecto de las personas contempladas por los párrafos i),
ii) y iii) anteriores, serán beneficiarios los padres de la persona
fallecida si dependieran económicamente de ella.
Ahora bien, existen una serie de excepciones a la regla general
de otorgamiento a todas las personas que reúnan las condiciones de
víctimas directas o indirectas y así cabría denegar o limitar la ayuda
cuando su concesión total o parcial fuera contraria a la equidad o al
orden público debido principalmente a la participación en el fenóme-
no criminal. En particular requiere la Ley las dos siguientes excepcio-
nes declaradas por sentencia:
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 295

* El comportamiento del beneficiario si hubiera contribuido, di-


recta o indirectamente, a la comisión del delito, o al agrava-
miento de sus perjuicios.
* Las relaciones del beneficiario con el autor del delito, o su per-
tenencia a una organización dedicada a las acciones delictivas
violentas.
* No obstante, si el fallecido a consecuencia del delito estuviera
incurso en alguna de las causas de denegación o limitación de
las ayudas, podrán acceder a las mismas los beneficiarios a tí-
tulo de víctimas indirectas, si quedaran en situación de desam-
paro económico.
a2) Concepto de muerte, lesiones y daños. La ley realiza las si-
guientes matizaciones:
a2.1) Lesiones graves. Aquéllas que menoscaben la integridad
corporal o la salud física o mental y que incapaciten con
carácter temporal o permanente a la persona que las hu-
biera sufrido. Sea como fuere, no se considerará incapaci-
dad permanente aquella que no suponga como tal un grado
de minusvalía de, al menos, el 33 %.
a2.2) Las lesiones corporales o los daños a la salud física o men-
tal habrán de tener entidad suficiente como para que, con-
forme a la legislación de la Seguridad Social, tuviera lugar
una declaración de invalidez permanente en cualquiera de
sus grados o una situación de incapacidad temporal supe-
rior a seis meses.
a2.3) Nada dice la Ley sobre la muerte de la persona por lo que
se atenderá a los criterios médico-legales establecidos al
respecto.
Por último, entre todo el articulado existente, regulador del proce-
so, criterios para determinar el importe de las ayudas, competencias,
procedimiento, impugnación (…), conviene referir otros aspectos ge-
néricos establecidos en la Ley pero que pueden resultar relevantes:
— Existe un régimen de incompatibilidades para su obtención
basado en la lógica percepción de la indemnización por da-
ños y perjuicios causados por el delito establecido mediante
sentencia, si bien se trata de una regla general que admite
modulaciones.
296 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

— La prescripción de la acción para solicitar las ayudas se pro-


ducirá por el transcurso del plazo de un año, contado desde
la fecha en que se produjo el hecho delictivo. No obstante, se
procederá a su suspensión cuando se inicie el proceso penal
por dichos hechos, volviendo a correr una vez recaiga reso-
lución judicial firme que ponga fin provisional o definitiva-
mente al proceso y le haya sido notificada personalmente a
la víctima.
En los supuestos en que a consecuencia directa de las lesiones cor-
porales o daños en la salud se produjese el fallecimiento, se abrirá un
nuevo plazo de igual duración para solicitar la ayuda o, en su caso, la
diferencia que procediese entre la cuantía satisfecha por tales lesiones
o daños y la que corresponda por el fallecimiento; lo mismo se obser-
vará cuando, como consecuencia directa de las lesiones o daños, se
produjese una situación de mayor gravedad a la que corresponda una
cantidad superior.
B) Asistencia a las víctimas. Recoge dos aspectos esenciales como
son los deberes de información y la implantación de oficinas de
Asistencia a las víctimas.
b1) En cuanto al primero, circunscribe semejante deber a diversos
entes:
b1.1) Los Jueces y Magistrados, Fiscales de carrera, autoridades
y funcionarios públicos que intervengan por razón de su
cargo en la investigación de los hechos informarán a las
presuntas víctimas sobre la posibilidad y procedimiento
para solicitar las ayudas contempladas en la Ley.
b1.2) Las autoridades policiales encargadas de la investigación
tomarán los datos necesarios para la identificación de las
víctimas y las lesiones apreciadas así como las informarán
de las investigaciones llevadas a cabo salvo que, con ello,
se las pusiera en peligro.
b1.3) El Secretario Judicial cuidará de que la víctima de un he-
cho que presente caracteres de delito, en el mismo momen-
to de realizar la denuncia o, en todo caso, en su primera
comparecencia ante el órgano competente, sea informada
en términos claros de las posibilidades de obtener en el pro-
ceso penal la restitución y reparación del daño sufrido y de
las posibilidades de lograr el beneficio de la justicia gratui-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 297

ta. Igualmente cuidará de que la víctima sea informada de


la fecha y lugar de celebración del juicio correspondiente
y de que le sea notificada personalmente la resolución que
recaiga, aunque no sea parte en el proceso.
b1.4) El Ministerio Fiscal cuidará de proteger a la víctima de
toda publicidad no deseada que revele datos sobre su vida
privada o su dignidad, pudiendo solicitar la celebración
del proceso penal a puerta cerrada, de conformidad con lo
previsto por la legislación procesal.
b2) El Ministerio del Interior se comprometió a crear una Oficina
de asistencia a las víctimas de delitos en todas aquellas sedes de
Juzgados, Tribunales o Fiscalías en que las necesidades así lo exigie-
ran, pudiendo afirmarse, hoy día, que semejante compromiso ha sido
cumplido de forma satisfactoria101.

5. Real Decreto 738/1998, de 23 de mayo, por el que se aprueba el


Reglamento de Ayudas a las Víctimas de Delitos Violentos y
contra la Libertad Sexual102

Semejante texto legal regula determinadas cuestiones que queda-


ron pendientes de desarrollo normativo en la Ley 35/1995, de 11 de
diciembre, y que, hasta la promulgación del mencionado Reglamento,
estuvieron vacías de contenido.
Su praxis radica en el desarrollo y ejecución del Capítulo Primero
de la Ley 35/1995, de 11 de diciembre, regulando específicamente los
siguientes aspectos:
101
Un análisis más detallado y crítico de la Ley puede encontrarse en HERRERA
MORENO, M., La hora de la víctima, Madrid, 1996, págs. 296-313.
102
Este Real Decreto ha sufrido diversas modificaciones operadas por los
Reales Decretos 429/2003, de 11 de abril, por el que se modifica el Real Decreto
738/1997, de 23 de mayo, por el que se aprueba el Reglamento de ayudas a las
víctimas de delitos violentos y contra la libertad sexual y 199/2006, de 17 de
febrero, por el que se modifica el Reglamento de ayudas a las víctimas de deli-
tos violentos y contra la libertad sexual, aprobado por Real Decreto 738/1997,
de 23 de mayo, el Reglamento de ejecución de la Ley 32/1999, de 8 de octubre,
de solidaridad con las víctimas del terrorismo, aprobado por el Real Decreto
1912/1999, de 17 de diciembre, y el Reglamento de ayudas y resarcimientos a
las víctimas de delitos de terrorismo, aprobado por Real Decreto 288/2003, de
7 de marzo
298 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

a) Los procedimientos para la tramitación y resolución de las so-


licitudes de ayudas, tanto provisionales como definitivas, a las
víctimas directas o indirectas de los delitos contemplados en
la Ley.
b) El procedimiento para el ejercicio de las acciones de subroga-
ción y repetición del Estado para el reintegro total o parcial
de las ayudas concedidas, en los casos previstos en la Ley.
c) La organización, funcionamiento y procedimiento de la
Comisión Nacional de Ayuda y Asistencia a las Víctimas de
Delitos Violentos y contra la Libertad Sexual, creada por la Ley
para el conocimiento y resolución de los procedimientos de
impugnación de las resoluciones del Ministerio de Economía
y Hacienda en materia de las ayudas allí establecidas.
Junto a lo anterior, se introducen algunas modificaciones al ré-
gimen general de beneficiarios. En principio, según la Ley 35/1995
serían las víctimas directas o indirectas de delitos dolosos violentos o
contra la libertad sexual producidos desde el día 13 de diciembre de
1995 –fecha de entrada en vigor de la Ley–. Sin embargo, con la apro-
bación de la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas
de Protección Integral contra la Violencia de Género, se reforma el
artículo 1.2 del Reglamento para excluir a las víctimas indirectas que
hubieran sido condenadas por delito doloso de homicidio en cualquie-
ra de sus formas, cuando la fallecida fuera su cónyuge o persona con
la que estuviera o hubiera estado ligado de forma estable por análoga
relación de afectividad, con independencia de su orientación sexual.
A continuación se presenta el siguiente cuadro-resumen del pro-
cedimiento para la obtención de las citadas ayudas:
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 299

INSERTAR GRÁFICO!!!
300 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

6. Ley 32/1999, de 8 de octubre, de solidaridad con las víctimas del


terrorismo103

Se trata de una Ley con la que el Estado español pretende ren-


dir testimonio de honor y reconocimiento a quienes han sufrido actos
terroristas y, en consideración a ello, asume el pago de las indemni-
zaciones que le son debidas por los autores y demás responsables de
tales actos.
De acuerdo con lo anterior, podría referirse una doble finalidad
perseguida por la Ley: i) de reconocimiento a las víctimas del terro-
rismo, mediante su condecoración, de acuerdo con las distinciones
recogidas en la Ley, las cuales se otorgarán en el grado de Gran Cruz,
a título póstumo, a los fallecidos en actos terroristas, y, en el grado de
Encomienda, a los heridos y secuestrados en actos terroristas, para lo
cual se crea la Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del
Terrorismo104; y ii) económica, mediante el pago de las correspondien-
tes indemnizaciones en los términos fijados en la Ley, siempre y cuan-
do en virtud de sentencia firme se hubiera reconocido una indemni-
zación por responsabilidad civil y pudieran acogerse al catálogo de
medidas establecidas, o, sin mediar tal sentencia, se hubiesen llevado
a cabo las oportunas diligencias judiciales o incoado los procesos pe-
nales para el enjuiciamiento de los delitos105.
Los sujetos que pueden acogerse al catálogo de medidas contem-
plado responden a los siguientes perfiles:
a) La víctima de actos de terrorismo o de hechos perpetrados por
persona o personas integradas en bandas o grupos armados o
que actuaran con la finalidad de alterar gravemente la paz y
seguridad ciudadana;
103
Semejante texto ha sufrido reformas en virtud de las siguientes Leyes:
14/2000, de 29 de diciembre, de Medidas fiscales, administrativas y del orden social;
y 2/2003, de 12 de marzo, de modificación de la Ley 32/1999, de 8 de octubre, de so-
lidaridad con las víctimas del terrorismo.
104
Creada en virtud del Real Decreto 1974/1999, de 23 de diciembre, se aprue-
ba el Reglamento de la Real Orden de Reconocimiento Civil a las víctimas del
Terrorismo.
105
En estos casos, la condición de víctima o derechohabiente, la entidad de los
daños sufridos, la naturaleza de los actos o hechos causantes y los demás requisitos
legalmente exigidos podrán acreditarse ante la Administración General del Estado
por cualquier medio de prueba admisible en derecho.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 301

b) Toda persona que sufriera daños físicos o psicofísicos deriva-


dos de actos terroristas sufridos siempre que los actos o he-
chos causantes hubieran acaecido entre el 1 de enero de 1968
y el 24 de diciembre de 1999 –fecha de entrada en vigor de la
Ley–.
c) Caso de haber fallecido, los beneficiarios serán:
c1) Las personas que hubiesen sido designadas derechohabien-
tes en la correspondiente sentencia firme o sus herederos.
c2) Cuando no hubiera recaído sentencia, el cónyuge no se-
parado legalmente o, en su caso, la persona que hubiera
venido conviviendo con la víctima de forma permanente
con análoga relación de afectividad a la del cónyuge, du-
rante al menos los dos años anteriores al momento del
fallecimiento, salvo que hubieran tenido descendencia
en común, en cuyo caso, bastará la mera convivencia,
y los herederos en línea recta descendente o ascendente
hasta el segundo grado de parentesco.

7. Real Decreto 288/2003, de 7 de marzo, por el que se aprueba el


Reglamento de ayudas y resarcimientos a las víctimas de delitos
de terrorismo106

Semejante texto normativo vino a sustituir a otros que le precedie-


ron en el tiempo –por ejemplo, el Real Decreto 1211/1997, de 18 de
julio, por el que se aprueba el Reglamento de ayudas y resarcimientos
a las víctimas de delitos de terrorismo–.
El objeto con el que surge es el resarcimiento por parte del Estado
de los daños corporales, los gastos en razón de tratamiento médico y
los daños materiales causados como consecuencia o con ocasión de
106
El texto originario fue modificado por la introducción del Capítulo VIII
en virtud de Real Decreto 199/2006, de 17 de febrero, por el que se modifica el
Reglamento de ayudas a las víctimas de delitos violentos y contra la libertad sexual,
aprobado por Real Decreto 738/1997, de 23 de mayo; el Reglamento de ejecución de
la Ley 32/1999, de 8 de octubre, de solidaridad con las víctimas del terrorismo, apro-
bado por el Real Decreto 1912/1999, de 17 de diciembre, y el Reglamento de ayudas
y resarcimientos a las víctimas de delitos de terrorismo, aprobado por Real Decreto
288/2003, de 7 de marzo.
302 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

delitos de terrorismo cometidos tanto por bandas armadas y elemen-


tos terroristas como por persona o personas que alteren gravemente
la paz y seguridad ciudadana, a quienes no fueran responsables de
dichas actividades delictivas; esto es, mantiene el espíritu de su an-
tecesor consolidando el apoyo estatal a las víctimas de actuaciones
terroristas e introduciendo otras innovaciones.
De acuerdo con lo anterior, se establece un catálogo de daños re-
sarcibles, el cual queda integrado por los siguientes:
a) Daños corporales, tanto físicos como psíquicos, así como los
gastos por tratamiento médico, prótesis e intervenciones qui-
rúrgicas, los cuales se abonarán a la persona afectada sólo en
el supuesto de que no tengan cobertura total o parcial dentro
de un sistema de previsión público o privado.
b) Daños materiales ocasionados en las viviendas de las perso-
nas físicas o los producidos en establecimientos mercantiles
e industriales, sedes de partidos políticos, sindicatos y organi-
zaciones sociales.
c) Los gastos de alojamiento provisional mientras se efectúan las
obras de reparación de las viviendas habituales de las perso-
nas físicas.
d) Los causados en vehículos particulares, así como los sufridos
por los destinados al transporte terrestre de personas o mer-
cancías, salvo los de titularidad pública.
De otro lado, aunque de manera conjunta, se recoge también una
serie de ayudas de diversa naturaleza tendentes a paliar las posibles
consecuencias del acto terrorista:
i) De estudio, cuando, a consecuencia de un acto terrorista, se
deriven para el propio estudiante, sus padres, tutores o guarda-
dores, daños personales de especial trascendencia o los inhabi-
liten para el ejercicio de su profesión habitual.
ii) Asistencia psicológica y psicopedagógica, con carácter inme-
diato, tanto para las víctimas como para los familiares.
iii) Subvenciones a las asociaciones, fundaciones, entidades e ins-
tituciones, sin ánimo de lucro, que representan y defienden in-
tereses de las víctimas del terrorismo.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 303

iv) Ayudas extraordinarias para paliar, con carácter excepcional,


situaciones de necesidad personal o familiar de las víctimas, no
cubiertas o cubiertas de forma notoriamente insuficiente por
las ayudas ordinarias.
El resto del articulado supone la determinación, concreción y pro-
cedimiento a seguir para solicitar cada una de las ayudas enunciadas
si bien, tras la reforma operada por Real Decreto 199/2006, de 17 de
febrero, se incluye un Capítulo Octavo tendente a regular la tramita-
ción y resolución de las solicitudes presentadas: i) cuando el delito de
terrorismo haya sido cometido en España y el solicitante de las ayudas
y resarcimientos tenga su residencia habitual en otro Estado miembro
de la Unión Europea; o ii) el lugar en que se cometa el delito sea un
Estado miembro de la Unión Europea distinto a España y el solicitan-
te de la ayuda tenga su residencia habitual en España.

8. Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de


Protección Integral contra la Violencia de Género

Semejante texto normativo constituye para muchos la Ley victi-


mológica española por excelencia en tanto aborda el problema de la
violencia de género desde una perspectiva multidisciplinar acotando
mecanismos, herramientas y medios de lucha y prevención de la vio-
lencia de género.
Sin embargo, para entender la verdadera configuración de la pre-
sente Ley es necesario referir, siquiera someramente, los antecedentes
en virtud de los cuales se promulga. En este sentido, conviene llamar
la atención sobre los dos siguientes Planes antecesores de la Ley:
1. I Plan de Acción contra la violencia doméstica. Vigente desde el
año 1998 hasta 2000 nace con la idea de reducir, en primera instancia,
y erradicar, finalmente, los actos violentos en el seno de la familia, y
arbitrar los medios necesarios para paliar sus efectos en las víctimas.
Así pues, para alcanzar tales objetivos se articulan seis apartados con
los que se pretenden alcanzar las metas fijadas. A saber: i) sensibili-
zación y prevención, buscaba que la sociedad tomara conciencia de
la gravedad del problema y que, en los centros escolares, así como en
los medios de comunicación, se transmita el valor de la no violencia,
como método para prevenirla; ii) educación y formación, las actua-
304 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

ciones van dirigidas a los centros escolares con el fin de influir en los
contenidos curriculares, impartir una enseñanza en la que primen los
valores de la tolerancia, el respeto, la paz y la igualdad, así como, de
otro lado, mejorar la formación de diversos grupos de profesionales
en el tratamiento de los problemas derivados de los malos tratos; iii)
recursos sociales, buscaba la creación de una infraestructura suficien-
te para dar cobertura a las necesidades que puedan tener las víctimas,
entre otras, la creación de oficinas de asistencia a las víctimas en los
órganos judiciales y fiscales, desarrollo de servicios de atención, re-
habilitación y seguimiento de las víctimas, reforzar su defensa legal
(…); iv) sanidad, proponía adoptar y difundir un protocolo sanitario
e incluir en los Servicios de Atención Primaria de Salud actuaciones
para la prevención de la violencia, además de potenciar la sensibiliza-
ción de los profesionales de la salud y que, a través de los Servicios de
Atención al Paciente, se informe a las mujeres víctimas de la violencia
sobre los recursos sociales disponibles; v) legislación y práctica jurídi-
ca, donde se querían impulsar propuestas de modificación de algunos
artículos del Código Penal y de las leyes procedimentales, como, por
ejemplo, la diligencia de protección a la víctima o el distanciamien-
to del agresor; y medidas judiciales, tendentes a agilizar los proce-
sos judiciales, establecer un programa informático para que, en los
juzgados y tribunales, se pudieran obtener datos sobre antecedentes
de otras denuncias, elaborar un protocolo de colaboración y coordi-
nación en las distintas instancias implicadas (...); y vi) investigación,
incidiendo en la mejora del conocimiento que se tiene sobre los actos
de violencia mediante la elaboración de estadísticas, estudios e inves-
tigaciones sobre este tipo delictivo.

2. II Plan Integral contra la Violencia Doméstica. Finalizado el pe-


ríodo de vigencia del I Plan se inicia uno nuevo que intenta consolidar
y desarrollar lo logrado por el anterior, siendo su vigencia del año
2001 al 2004. Las premisas sobre las que se sustenta se pueden resu-
mir en las siguientes: i) fomentar una educación basada en los valores
de diálogo, respeto y tolerancia, para evitar que las futuras genera-
ciones reproduzcan los esquemas de comportamiento violento que se
originan en la existencia de estereotipos sobre géneros y sensibilizar
a la sociedad para que adopte una actitud de rechazo y compromi-
so para su erradicación; ii) mejorar la legislación y el procedimien-
to legal, para conseguir una mayor eficacia en los procesos, con una
mejor protección de la víctima y una penalización más contundente
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 305

del comportamiento de los agresores; iii) completar el mapa de recur-


sos sociales en todo el territorio nacional, a partir del conocimiento,
proporcionado por los estudios sobre violencia doméstica realizados
por el Instituto de la Mujer, con el fin de que todas las mujeres vícti-
mas, independientemente de donde vivan, dispongan de servicios de
atención; y iv) potenciar la coordinación entre las actuaciones de los
diferentes organismos y de las organizaciones sociales que trabajen
en la prevención y eliminación de la violencia doméstica, así como en
la asistencia a las víctimas, constituyendo la investigación el principal
camino a seguir para lograr semejante objetivo mediante la aporta-
ción de datos fiables sobre la violencia doméstica.
El resultado del II Plan resultó, al igual que el primero, muy posi-
tivo si bien hay un gran crítica que se hizo en su momento: mientras el
I Plan trataba indistintamente a las víctimas de violencia doméstica, el
II se centró única y exclusivamente en la denominada violencia de gé-
nero, no queriendo, ni mucho menos, restarle valor, máxime cuando
sus logros fueron extraordinarios, pero sí demandar el déficit creado
con semejante decisión: aislar a los niños y ancianos como víctimas
de la citada violencia a la luz del II Plan; esto es, el legislador optó
por romper la unidad victimal del I Plan para crear uno sectorializa-
do única y exclusivamente hacia la mujer como víctima del maltrato,
obviando al resto de víctimas. Buena prueba de ello es el propio inicio
del II Plan donde se observa un trato directo a la mujer como única
víctima posible del delito de violencia doméstica y al hombre como
único agresor al definir la violencia como «fórmula a la que recurren
muchos hombres para dominar a las mujeres y mantener sus privile-
gios en el ámbito familiar, produciendo terribles efectos para las víc-
timas». Así pues, se planteó en su momento que quizás se hubiera de-
bido optar por otro Plan conjunto o bien sectorializarlo pero creando
tantos Planes como víctimas especialmente vulnerables hubiera.
Con semejantes antecedentes, el legislador toma la decisión de
crear una Ley Integral focalizada al ámbito de la violencia de género
sobre la premisa de actuar contra la violencia que, como manifesta-
ción de la discriminación, la situación de desigualdad y las relaciones
de poder de los hombres sobre las mujeres, se ejerce sobre éstas por
parte de quienes sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o
hayan estado ligados a ellas por relaciones similares de afectividad,
aun sin convivencia, con unas metas muy interesantes: prevenir, san-
cionar y erradicar esta violencia y prestar asistencia a sus víctimas.
306 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Así pues, lo primero que debe tenerse en consideración es que


trata de una Ley multidisciplinar que se sustenta sobre los siguientes
principios rectores:
i) Fortalecer las medidas de sensibilización ciudadana de pre-
vención, dotando a los poderes públicos de instrumentos efi-
caces en el ámbito educativo, servicios sociales, sanitario, pu-
blicitario y mediático.
ii) Consagrar derechos de las mujeres víctimas de violencia de
género, exigibles ante las Administraciones Públicas, y así
asegurar un acceso rápido, transparente y eficaz a los servi-
cios establecidos al efecto.
iii) Reforzar hasta la consecución de los mínimos exigidos por
los objetivos de la ley los servicios sociales de información,
de atención, de emergencia, de apoyo y de recuperación in-
tegral, así como establecer un sistema para la más eficaz co-
ordinación de los servicios ya existentes a nivel municipal y
autonómico.
iv) Garantizar derechos en el ámbito laboral y funcionarial que
concilien los requerimientos de la relación laboral y de em-
pleo público con las circunstancias de aquellas trabajadoras o
funcionarias que sufran violencia de género.
v) Garantizar derechos económicos para las mujeres víctimas
de violencia de género, con el fin de facilitar su integración
social.
vi) Establecer un sistema integral de tutela institucional en
el que la Administración General del Estado, a través de la
Delegación Especial del Gobierno contra la Violencia sobre
la Mujer, en colaboración con el Observatorio Estatal de la
Violencia sobre la Mujer, impulse la creación de políticas pú-
blicas dirigidas a ofrecer tutela a las víctimas de la violencia
contemplada en la presente Ley.
vii) Fortalecer el marco penal y procesal vigente para asegurar
una protección integral, desde las instancias jurisdiccionales,
a las víctimas de violencia de género.
viii) Coordinar los recursos e instrumentos de todo tipo de los dis-
tintos poderes públicos para asegurar la prevención de los he-
chos de violencia de género y, en su caso, la sanción adecuada
a los culpables de los mismos.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 307

ix) Promover la colaboración y participación de las entidades,


asociaciones y organizaciones que desde la sociedad civil ac-
túan contra la violencia de género.
x) Fomentar la especialización de los colectivos profesionales
que intervienen en el proceso de información, atención y pro-
tección a las víctimas.
xi) Garantizar el principio de transversalidad de las medidas, de
manera que en su aplicación se tengan en cuenta las necesi-
dades y demandas específicas de todas las mujeres víctimas
de violencia de género.
Para alcanzar todas y cada una de estas metas se articula un entra-
mado de disposiciones mayoritariamente de carácter asistencial y de
naturaleza jurídica. Así pues, se establecen cinco títulos en donde se
desarrollan las siguientes cuestiones: a) medidas de sensibilización, de-
tección y prevención; b) derechos de las mujeres víctimas de violencia
de género; c) tutela institucional; d) tutela penal; y e) tutela judicial.
Los frutos alcanzados hasta la fecha por la vigencia de la citada
Ley han sido bastantes, unos más necesarios que otros, pudiendo re-
sumirse, a grandes rasgos en:
— Continuación de las campañas de sensibilización social, ciuda-
dana y, sobre todo, escolar tendente a una cultura del respeto a la igual-
dad de sexos y la convivencia en un clima de no violencia. Semejante
línea de intervención no es sino una continuación de las iniciadas en
los Planes contra la violencia doméstica que debe constituir la princi-
pal herramienta en la lucha contra semejante lacra social en tanto el
problema de la violencia de género radica en la esfera educacional.
Así, a través de las campañas de sensibilización orientadas, sobre todo
a los más jóvenes, debe disminuirse la tasa de conductas ilícitas. Como
puede comprobarse se trata de una iniciativa que lleva en vigor más
de una década y cuyos resultados, cada vez más próximos –no se ve-
rán hasta que las nuevas generaciones tengan más edad– constituyen
el principal reto de actuación sobre el que el que los poderes públicos,
con muy buen criterio, se han volcado.
La premisa sobre la que se sustenta esta idea puede quedar perfec-
tamente resumida con dos teorías de naturaleza criminológica:
* La teoría de la transmisión intergeneracional, la cual parte de
la idea de que la violencia engendra violencia y así la probabi-
308 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

lidad de maltratar en un futuro es más elevada entre aquellos


niños que se han criado en un ambiente violento, ya sea como
víctimas o como testigos107.
* La teoría de la contención de Reckless permitiría afirmar que
el maltratador adquiere unos estímulos que lo empujan hacia
la conducta desviada debiendo la sociedad contrarrestar esos
mecanismos a través de los medios control social, principal-
mente informal pero si no también los formales, con el propósi-
to de contener al sujeto y aislarlo positivamente de la conducta
criminal.
Semejantes campañas inciden además no sólo en la prevención
de nuevos hechos ilícitos sino también en la percepción victimal; esto
es, en la conciencia de que la mujer maltratada no se encuentra sola
frente a la violencia sino que puede alcanzar una serie de recursos que
la Administración pone a su disposición para poder salir del infierno
en el que se encuentra. En este sentido, se ha demostrado que en los
últimos años ha disminuido el tiempo medio de duración del maltrato
debido a que las mujeres denuncian antes a sus agresores y toleran
menos cualquier manifestación violenta de sus parejas.
— Continúa el reconocimiento de derechos a las mujeres vícti-
mas de maltrato hasta alcanzar una situación muy ventajosa para que
puedan poner fin a la violencia vivida sin que ello le impida una de-
pendencia de su agresor; esto es, antiguamente una de las principales
causas por las que la mujer maltratada no denunciaba era la escasez
de recursos sociales y económicos para hacer frente a una nueva si-
tuación. El mero hecho, por ejemplo, de pagar a un abogado era un
auténtico problema. Sin embargo, con los Planes contra la violencia
doméstica fue creándose una estructura de derechos y prestaciones
que se ha consolidado con la Ley Integral. Así, elementos tan esencia-
les como los derechos a la asistencia social y jurídica constituyen au-
ténticas realidades; esto es, una mujer que sufra violencia de género
sabe que una vez que ponga fin a la situación de maltrato dispondrá
de información, atención psicológica, apoyo social, apoyo educativo
a la unidad familiar, inserción social, asistencia jurídica gratuita, re-
107
Diversas investigaciones criminológicas han demostrado que la anterior afir-
mación es un hecho validado en la práctica. A tal efecto, véase MORILLAS CUEVA
L., JIMÉNEZ DÍAZ, Mª J., LUNA DEL CASTILLO, J. D., MIRANDA LEÓN, Mª T.,
MORILLAS FERNÁNDEZ, D. L. y GARCÍA ZAFRA, I., Estudio empírico sobre el
maltrato a la mujer, Madrid, 2006.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 309

ordenación de su tiempo de trabajo, movilidad geográfica, cambio de


centro de trabajo, especial atención en los programas de creación de
empleo, ayudas sociales de naturaleza económica, subsidios (…).
— Creación de nuevos institutos de estudio, observación y pre-
vención del fenómeno de la violencia de género. En este sentido, el
Observatorio Estatal de Violencia sobre la mujer108 o las unidades
especializadas en materia de violencia de género de los Cuerpos y
Fuerzas de Seguridad constituyen una buena prueba de ello.
— Reforma del ordenamiento jurídico-penal. Ha constituido uno
de los principales escollos de la citada Ley ya que, pese a ser aproba-
do por unanimidad en el Parlamento español, la doctrina científica y
los operadores jurídicos han vislumbrado más de una problemática
con las modificaciones legales establecidas en materia penal, lo cual
llegó incluso a la presentación de una serie de cuestiones de incons-
titucionalidad que fueron resueltos bastante tarde por el Tribunal
Constitucional a favor de la Ley Orgánica 1/2004.
En particular, se procedió a reformar los artículos 83 y 84 –sus-
pensión de la pena–, 88 –sustitución–, 148 –tipo agravado de lesiones–,
153 –malos tratos–, 171 –amenazas–, 172 –coacciones–, 468 –quebran-
tamiento de condena– y 620 –falta de vejaciones–. En lo relativo a la
Parte General del Código Penal la directriz ha sido la de exigir mayores
requisitos o bien reducir el catálogo de alternativas posibles mientras
la Parte Especial se ha caracterizado por la inclusión de agravaciones
fundadas en la presencia de violencia de género o la muy cuestionable
técnica de elevar a la categoría de delito faltas cuando fueran llevadas
a cabo en el seno de una relación de pareja –supuesto de las lesiones,
aunque minorado por integrar cualquier sujeto del artículo 173.2 del
Código (violencia habitual en el ámbito doméstico) pero con mayor
penalidad que el resto de individuos de la unidad familiar; y sobre
todo en las amenazas y coacciones, donde además se ha incluido la
terminología “víctimas especialmente vulnerables” sin un contenido
claro y para justificar la reforma (MORILLAS FERNÁNDEZ, 2009)–.
— Esfera judicial. Supone una auténtica revolución del panora-
ma procesal español debido fundamentalmente a: i) creación de los
Juzgados de violencia sobre la mujer y del Fiscal contra la violencia
sobre la mujer; ii) modificaciones en las Leyes de Enjuiciamiento Civil
y Criminal, principalmente derivadas de los reconocimientos anterio-
108
Creado en virtud del Real Decreto 253/2006, de 3 de marzo.
310 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

res; y iii) aprobación y modificación de una serie de medidas judiciales


de protección y seguridad a las víctimas, vinculadas con las órdenes
de protección, alejamiento, suspensión de las comunicaciones, de la
patria potestad o custodia de los menores, del régimen de visitas, del
derecho a la tenencia, porte y uso de armas.
En definitiva, se trata de una Ley victimal focalizada exclusiva-
mente al ámbito de la violencia de género donde se otorga una pro-
tección integral a las mujeres víctimas de malos tratos, necesaria y
pendiente aún de cumplir en determinados aspectos, pero que a fecha
de hoy ha alcanzado unos resultados extraordinarios. Sin embargo,
como en todo, siempre hay alguna crítica y, en este caso, la princi-
pal, derivaría en la escasa o nula atención prestada a otras víctimas
especialmente vulnerables como los niños y los ancianos, quienes se
encuentran fuera del ámbito de aplicación de la Ley y para quienes no
existe una cobertura ni tan siquiera embrionaria como la que disfru-
tan las mujeres, máxime cuando su nivel de desprotección respecto
del agresor es más evidente por sus propios condicionantes biológi-
cos. Sin embargo, hoy día, algunas Comunidades Autónomas parecen
haberse dado cuenta de semejante incongruencia y comienzan a apro-
bar medidas conjuntas a mujeres, niños y ancianos. Así, por ejemplo,
cabe destacar la presentación hecha ante el Parlamento catalán109 de
un nuevo Plan contra la violencia de género y doméstica que incluye
como víctimas a las mujeres, niños y ancianos, el cual viene a sustituir
al Programa contra la violencia machista, vigente hasta el momento.

9. Ley 29/2011, de 22 de septiembre, de Reconocimiento y Protección


Integral a las Víctimas del Terrorismo

Al igual que aconteció con la Ley Orgánica 1/2004, el legislador


español ha optado por recurrir a la técnica de la Ley Integral para
establecer un nuevo articulado en materia de víctimas de terrorismo
buscando atender las demandas y necesidades de semejante colectivo.
Las similitudes entre ambos textos resultan más que evidentes e inclu-
so puede apreciarse una estructura muy parecida si bien aquí el legis-
lador, con buen criterio y probablemente ante la experiencia anterior,
no ha querido entrar a legislar penalmente.
109
En su sesión de 13 de octubre de 2011.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 311

El objeto de la Ley radica en las premisas ya enunciadas anterior-


mente en textos victimales similares; esto es, reconocer a las víctimas
del terrorismo y establecer un marco de indemnizaciones, ayudas,
prestaciones, garantías y condecoraciones con la finalidad de recono-
cer y atenuar, en la medida de lo posible, las consecuencias de la ac-
ción terrorista en las víctimas y en sus familias o en las personas que
hayan sufrido daños como consecuencia de la acción terrorista.

Como se menciona expresamente en el Título Primero, existen


cuatro valores sobre los que se sustenta la Ley y que motivan la inicia-
tiva llevada: i) memoria, salvaguardando y manteniendo vivo el reco-
nocimiento social y político de las víctimas; ii) dignidad, simbolizando
en las víctimas la defensa del Estado democrático de Derecho frente a
la amenaza terrorista; iii) justicia, para resarcir a las víctimas, evitar
situaciones de desamparo y condenar a los terroristas; y iv) verdad, al
poner de manifiesto la violación de los derechos humanos que supo-
nen las acciones terroristas.

Así pues, los fines perseguidos con la aprobación de la Ley Integral


pueden resumirse en los siguientes:

A) Reconocer y promover la dignidad y la memoria de las vícti-


mas del terrorismo y asegurar la reparación efectiva y la justi-
cia con las mismas.
B) Dotar de una protección integral a las víctimas del terrorismo.
C) Resarcir a las víctimas, mediante las indemnizaciones y ayudas
previstas en la Ley, de los daños personales y materiales sufri-
dos como consecuencia de la acción terrorista. En concreto, la
Ley distingue entre:
c1) Resarcimiento por fallecimiento. De conformidad con
la Tabla recogida en la Ley tendrán derecho al abono
de la cantidad económica establecida, por este orden:
i) el cónyuge de la persona fallecida, si no estuvieren
legalmente separados, o la persona que hubiere venido
conviviendo con ella de forma permanente con análoga
relación de afectividad al menos los dos años inmedia-
tamente anteriores al momento del fallecimiento, salvo
que hubieren tenido descendencia en común, en cuyo
caso bastará la mera convivencia; y los hijos de la per-
312 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

sona fallecida110; ii) en caso de inexistencia de los ante-


riores, serán destinatarios, por orden sucesivo y exclu-
yente, los padres, los nietos, los hermanos y los abuelos
de la persona fallecida; iii) en defecto de los anteriores,
los hijos de la persona conviviente y los menores en aco-
gimiento familiar permanente de la persona fallecida,
cuando dependieren económicamente de ella.
En los supuestos de concurrencia de personas con el
mismo parentesco, la cuantía total se repartirá entre
ellas por partes iguales.
c2) Resarcimiento por daños personales. Los criterios eva-
luadores se encuentran en una Tabla anexada a la Ley.
c3) Otros. La Ley incluye igualmente los supuestos de ade-
cuación en función de las cargas familiares; abono por
el Estado de la responsabilidad civil fijada en sentencia,
si bien sólo responderá de manera extraordinaria y ante
daños físicos o psíquicos derivados de delitos; subro-
gación del Estado en las acciones de responsabilidad
civil y ayudas excepcionales por daños sufridos en el
extranjero.
D) Fortalecer las medidas de atención a las víctimas del terroris-
mo, dotando a los poderes públicos de instrumentos eficaces en
el ámbito de la protección social, los servicios sociales y sanita-
rios. Entre los mismos cabe destacar lo relativo a:
d1) Asistencia sanitaria, se persigue la atención personali-
zada de los profesionales de la salud a las víctimas de
terrorismo, la formación específica de dichos profesio-
nales para ejercer adecuadamente semejante labor o la
posibilidad de recibir ayudas específicas destinadas a
financiar los tratamientos, prótesis o intervenciones qui-
rúrgicas que no hubieren sido cubiertas por un sistema
de salud y sean consecuencia del acto terrorista.
d2) Derechos laborales y de Seguridad Social. De conformi-
dad con lo establecido en el Estatuto de los Trabajadores
podrán reordenar su tiempo de trabajo, obtener movili-
dad geográfica, inclusión en políticas de empleo o, caso
110
En el caso de concurrencia, el reparto se hará un 50% para el cónyuge o si-
milar y el 50% restante entre los hijos.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 313

de ser funcionario público y reordenar su trabajo o dis-


frutar de la movilidad geográfica, sus cónyuges o perso-
nas vinculadas por análoga relación de afectividad, ten-
drán derecho preferente a ocupar un puesto de trabajo
igual o similar al que vengan desempeñando, si hubiera
plaza vacante en la misma localidad.
d3) Ayudas extraordinarias para paliar una situación de ne-
cesidad personal o familiar plena o insuficientemente
cubierta, no siendo incompatible con las ordinarias.
d4) Actuaciones en materia de vivienda. Las Administraciones
Públicas otorgarán una atención preferente en la adjudi-
cación de viviendas de protección pública, en la ocupa-
ción de viviendas de alquiler y establecerán ayudas para
la adaptación de las viviendas que lo requieran debido a
las secuelas devenidas por un acto terrorista.
d5) Ayudas educativas. Comprende la exención de tasas aca-
démicas en los centros oficiales de estudios a las víctimas
de actos terroristas definidas en el artículo 4, apartado
1 de la Ley111, así como a los hijos de aquéllos que han
sufrido daños físicos y/o psíquicos a consecuencia de la
actividad terrorista; ayudas al estudio y designación de
tutores u otros sistemas que favorezcan la atención indi-
vidualizada y la continuación de los estudios.
d6) Concesión de la nacionalidad. Las personas fallecidas o
que han sufrido daños físicos y/o psíquicos como conse-
cuencia de la actividad terrorista y que, a los efectos de
la Ley, son consideradas como víctimas del terrorismo
se les concederá la nacionalidad española.
d7) Derechos de los afectados en el tratamiento de la infor-
mación sobre las víctimas del terrorismo. Incluye aspec-
tos relativos a la protección de datos; a la consideración
como publicidad ilícita de la utilización de imágenes de
las víctimas con carácter despreciativo, vejatorio o sensa-
cionalista o con ánimo lucrativo; reconocimiento de ac-
ciones de cesación y rectificación de publicidad ilícita por
111
Las personas fallecidas o que han sufrido daños físicos y/o psíquicos como
consecuencia de la actividad terrorista y que, a los efectos de la Ley, son considera-
das como víctimas del terrorismo.
314 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

utilizar en forma vejatoria la imagen de las víctimas del


terrorismo; el adecuado uso que los medios de comunica-
ción deben hacer de las imágenes de las víctimas (…).
E) Reconocer los derechos de las víctimas del terrorismo, exigi-
bles ante las Administraciones Públicas, y así asegurar un ac-
ceso rápido, transparente y eficaz a los servicios establecidos al
efecto.
F) Establecer mecanismos de flexibilización y coordinación en el
conjunto de trámites administrativos que son precisos para ob-
tener las indemnizaciones, ayudas y prestaciones previstas en
la Ley.
G) Recoger un marco específico en el tratamiento procesal de las
víctimas, especialmente en los procesos en los que sean partes.
Promover la colaboración y participación de las entidades, aso-
ciaciones y organizaciones que desde la sociedad civil actúan
contra el terrorismo. En este sentido, se reafirman las medidas
de asistencia jurídica gratuita, la mínima lesividad en la parti-
cipación en el proceso o el derecho de información y asesora-
miento sobre las actuaciones judiciales llevadas a cabo.
H) Reconocer y apoyar a las personas objeto de amenazas y coac-
ciones de los grupos terroristas y de su entorno. Supone un
nuevo reconocimiento motivado por la presión a la que se ven
sometidos determinados ciudadano, lo cual llega a equipararse
a una forma activa de ejercicio del terrorismo.
Los destinatarios de la presente Ley han de reunir las mismas carac-
terísticas que en los textos victimales de naturaleza terrorista anteriores;
esto es, personas que sufran acciones terroristas, si bien difiere el concep-
to de acto terrorista ya que deberá entenderse aquél llevados a cabo por
individuos que se encuentren o no integrados en organizaciones o grupos
criminales que tengan por finalidad o por objeto subvertir el orden cons-
titucional o alterar gravemente la paz pública. En otras palabras, el suje-
to activo no tiene por qué estar integrado en una organización o grupos
criminal sino desarrollar únicamente la acción típica con el propósito de
actuar sobre el orden constitucional o la paz pública.
De acuerdo con lo anterior, ampliando el catálogo de cobertu-
ra otorgado en textos anteriores, resultarán titulares de los dere-
chos y prestaciones establecidos, con carácter general, las siguientes
personas:
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 315

1. Las fallecidas o que han sufrido daños físicos y/o psíquicos


como consecuencia de la actividad terrorista y que, a los efec-
tos de la Ley, son consideradas como víctimas del terrorismo.
2. Las que, en el supuesto de fallecimiento de la víctima al que se
refiere el apartado anterior, y en los términos y con el orden
de preferencia establecido en el artículo 17 de la Ley112, pue-
dan ser titulares de las ayudas o de los derechos por razón del
parentesco, o la convivencia o relación de dependencia con la
persona fallecida.
3. Las que sufran daños materiales, cuando, conforme a este artícu-
lo, no tengan la consideración de víctima de actos de terrorismo o
de titular de ayudas, prestaciones o indemnizaciones.
4. Los términos del reconocimiento de la consideración de vícti-
ma o destinatario de las ayudas, prestaciones, e indemnizacio-
nes serán los que establezca para cada una de las situaciones
esta Ley y sus normas reglamentarias de desarrollo.
5. En el supuesto de fallecimiento, serán considerados como víc-
timas del terrorismo, exclusivamente a efectos honoríficos, de
respeto, dignidad y defensa pública de estos valores, el cónyuge
del fallecido o persona ligada con él por análoga relación de
afectividad, los padres y los hijos, abuelos y hermanos. Todo
112
Artículo 17. Resarcimiento por fallecimiento.
1. En el caso de fallecimiento se abonarán las cantidades dispuestas en el anexo I.
2. Los titulares de este derecho, de conformidad con el artículo 4, apartado 2,
serán, por orden de preferencia, las siguientes personas:
a) El cónyuge de la persona fallecida, si no estuvieren legalmente separados, o la
persona que hubiere venido conviviendo con ella de forma permanente con análoga
relación de afectividad al menos los dos años inmediatamente anteriores al momen-
to del fallecimiento, salvo que hubieren tenido descendencia en común, en cuyo caso
bastará la mera convivencia; y los hijos de la persona fallecida.
b) En caso de inexistencia de los anteriores, serán destinatarios, por orden su-
cesivo y excluyente, los padres, los nietos, los hermanos y los abuelos de la persona
fallecida.
c) En defecto de los anteriores, los hijos de la persona conviviente y los menores
en acogimiento familiar permanente de la persona fallecida, cuando dependieren
económicamente de ella.
3. En el caso de la concurrencia prevista en el apartado a), la ayuda se repartirá
por mitades, correspondiendo una al cónyuge o conviviente y la otra a los hijos, dis-
tribuyéndose esta última entre ellos por partes iguales.
4. En los supuestos de concurrencia de personas con el mismo parentesco, la
cuantía total se repartirá entre ellas por partes iguales.
316 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

ello sin perjuicio de los derechos, prestaciones, indemnizacio-


nes y demás ayudas que les otorga la presente Ley.
6. Los familiares de los fallecidos hasta el segundo grado de con-
sanguinidad, y las personas que, habiendo sido objeto de aten-
tados terroristas, hayan resultado ilesas, a efectos honoríficos
y de condecoraciones, sin derecho a compensación económica
alguna.
Del mismo modo, se procurará una especial atención a las perso-
nas que acrediten sufrir amenazas o coacciones directas o reiteradas
procedentes de organizaciones terroristas. Piénsese, por ejemplo, en
las víctimas del impuesto revolucionario por parte de ETA.
El ámbito de aplicación territorial de la Ley incluirá todo acto te-
rrorista sufrido: i) en territorio español o bajo jurisdicción española;
ii) a los nacionales españoles víctimas en el extranjero de grupos terro-
ristas que operen habitualmente en España o de acciones terroristas
dirigidas a atentar contra el Estado español o los intereses españoles;
iii) a los participantes en operaciones de paz y seguridad que formen
parte de los contingentes de España en el exterior y sean objeto de un
atentado terrorista; y iv) los españoles víctimas de acciones terroristas
cometidas fuera del territorio nacional, no comprendidos en los apar-
tados precedentes, si bien únicamente tendrán derecho a percibir la
ayuda fijada en el artículo 22 de la Ley113.
113
Artículo 22. Ayudas excepcionales por daños sufridos en el extranjero.
1. Los españoles víctimas de acciones terroristas cometidas fuera del territorio
nacional a los que se refiere el artículo 6.3, tendrán derecho a percibir, exclusiva-
mente una ayuda económica, en los términos que a continuación se establecen:
Si el español tiene su residencia habitual en el país en que se produzca la acción
terrorista percibirá el 50% de las cantidades fijadas en la tabla I del anexo.
Si el español no tuviera su residencia habitual en el país en que se produzca la
acción terrorista percibirá el 40% de las cantidades fijadas en la tabla I del anexo.
2. La ayuda económica tendrá carácter subsidiario de las compensaciones que
puedan ser reconocidas a la víctima por el Estado donde se haya producido el aten-
tado. Si la indemnización a percibir en el exterior fuera inferior a la establecida en
España, el Estado español abonará la diferencia.
3. En caso de concurrencia de ayudas o compensaciones, el Estado podrá abo-
nar inicialmente el importe total calculado conforme al apartado 1 de este artículo,
en calidad de pago a cuenta de la liquidación final correspondiente. En ésta se con-
siderarán los ingresos percibidos por la víctima en el extranjero y se señalará, en su
caso, la obligación de reintegro al Estado de la cantidad que proceda.
4. El reconocimiento de esta ayuda no producirá efectos en otras legislaciones
específicas.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 317

Nuevamente, al igual que sucedía en los textos antecesores a la


Ley, se fija un sistema retroactivo en virtud del cual podrán acogerse a
semejantes medidas toda persona que hubiera sufrido la acción terro-
rista desde el 1 de enero de 1960.

II. ASISTENCIA Y PROTECCIÓN AL SUJETO PASIVO DEL DELITO

Tras haber expuesto lo relativo a las Leyes victimales actualmente


en vigencia, se establece a continuación un repaso de lo que serían los
principales aspectos vinculados a una de las tareas más ambiciosas de
la Victimología actual: la asistencia y medidas de protección al sujeto
pasivo del delito.

1. El reconocimiento normativo de asistencia a las víctimas

El proceso de desvictimización se consolida como el principio sus-


tentador de la Victimología, ya que los objetivos no se centran tanto
en el hecho concreto por el cual cierto ofensor acomete contra un in-
dividuo que presenta determinadas características, sino que las orien-
taciones se establecen fundamentalmente en base a la rehabilitación
individual, lo que en su extensión vendría a repercutir en la políti-
ca e instauración de medidas preventivas y en el proceso concreto de
desvictimización.
En este sentido, indica Rodríguez Puerta que se ha pasado a una
Victimología moderna, siendo la preocupación por la víctima, y más
concretamente al desarrollo de planteamientos proactivos orienta-
dos a su reconocimiento, atención y protección las constituidas como
características definitorias de la denominada ‹‹victimoasistencia››
(RODRÍGUEZ PUERTA, 2006)
El interés internacional por la figura de la víctima deviene des-
de la Declaración de Naciones Unidas de 1985 sobre los principios
fundamentales y los abusos de poder114, lo que consecuentemente
114
Declaración de la Asamblea General de Naciones Unidas de 29 de noviem-
bre de 1985 (Resolución 40/ 34) detallada en el Manual Internacional de Asistencia a
la Víctima, (Naciones Unidas 1998)
318 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

afecta a la Decisión Marco del Consejo de Europa en su Estatuto de


Recomendación de 1987, con el cual se pretendía adoptar medidas
sobre su asistencia y prevención, así como salvaguardar las garantías
de aquellas personas más vulnerables (personal, social) a partir de un
servicio inmediato y continuo de apoyo entre los Estados Miembros.
Así pues, fue a partir de los años ochenta cuando se advierte el cre-
ciente interés por la figura del sujeto pasivo del delito, denotando un cre-
ciente interés por las mismas y constituyéndose un punto de inflexión a
partir del cual llegan a consolidarse como las verdaderas protagonistas
de sistema de Justicia (FERREIRO BAAMONDE, 2005).
Siguiendo con el ámbito europeo, consecuentemente en el año
2001 se ve reconocida favorablemente su influencia como una figura
más del proceso penal (Estatuto de La Víctima aprobado por Decisión
Marco del Consejo de Europa), pero no sería hasta cinco años más
tarde cuando una nueva Recomendación adaptaría las necesidades
asistenciales en los Estados Miembros (necesidad de cooperación,
implicación de organización no gubernamentales, papel determi-
nante de los agentes de control social formal, etc.). En general, y en
cuanto a las características generales de la asistencia se refiere en
esta Recomendación tras la resolución del Consejo de Ministros del
Consejo de Europa adoptada en junio de 2006, se advierten entre otras
las siguientes directrices:
Los servicios de asistencia a las víctimas serán prestadas de ma-
nera indiscriminada, y siendo indiferente hayan sido o no los
sujetos activos del delito identificados, detenidos o juzgados.
Efectividad de las políticas asistenciales a nivel global; esto es,
tanto en base a su rehabilitación personal como social (laboral,
familiar), y en todo caso favoreciendo la recuperación más in-
mediata del sujeto afectado.
Se indica igualmente que tal apoyo asistencial debiera ser gra-
tuito en los primeros momentos, y en todo caso adaptada a las
características de la propia víctima (idioma, vulnerabilidad en
menores).
El papel desempeñado por los servicios públicos de atención a
las víctimas deberán sustentarse en el respeto y reconocimiento
del trauma vivido, sin descuidar en ningún momento que se tra-
ta de un tipo de intervención crítica en la vida del individuo.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 319

Del mismo modo, las organizaciones no gubernamentales


ocupadas de tal cometido orientarán sus fines a los siguientes
aspectos:
— Facilitar la atención y apoyo a las víctimas desde los ini-
cios hasta la finalización del proceso penal.
— Dar cobertura a la mayoría de necesidades presentadas
por las víctimas (emocional, social, material).
— Proporcionar información sobre sus derechos y los ser-
vicios que a su disponibilidad poseen.
— Ser fácilmente accesibles y orientar sus cometidos
siempre en torno al respeto de la confidencialidad del
afectado.
Creación específica de centros de ayuda y asistencia orienta-
dos a determinados ilícitos, sobre todo hacia aquellos de mayor
afectación y repercusión sobre los derechos y libertades perso-
nales (violencia doméstica, víctimas del terrorismo).
Coordinación de los diversos servicios asistenciales, sea a ni-
vel intracomunitario, nacional o internacional. Este aspecto se
sustenta en la necesidad de respetar los protocolos o estánda-
res de actuación a fin de establecer una buena praxis entre las
distintas instituciones.
La pericia de los profesionales que trabajan con las víctimas,
formación profesional que no pudiera pasar inadvertida si se
considera que está en riesgo la consolidación de trauma o bien,
la paliación o recuperación tras el hecho criminal. En este sen-
tido, la formación del personal asistencial debería incluir la
concienciación sobre el problema existente, la concienciación
sobre el riesgo de provocar victimizaciones secundarias, o la
motivación personal a la hora de trabajar con sujetos especial-
mente vulnerables (los prejuicios raciales, así como el menos-
precio de la figura de la mujer, pudieran suponer importantes
sesgos por parte del evaluador en el momento de trabajar con
tales sujetos), entre otros aspectos.
En definitiva, pudiera decirse que el nivel de protección jurídico
del que goza desde dicha fecha la figura de la víctima, procede sobre
todo de la consideración y adopción de las políticas asistenciales por
parte de los organismos internacionales y de otras asociaciones no
gubernamentales tuitivas de la persona damnificada.
320 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Finalmente, señalar que en el caso español la consideración de


la víctima ha estado íntimamente vinculada al diseño de los tipos de-
lictivos; esto es, atendiendo al Código Penal de 1995, así como a sus
reformas posteriores, se encuentran variadas referencias que otorgan
especial atención a la figura de sujeto pasivo del delito, tal es el caso
del abuso sexual en menores de trece años, o de los malos tratos gene-
rados a partir de la indefensión de la víctima115.
No obstante, y a pesar de las referencias existentes, en ningún
caso el Derecho Penal y Procesal hablan propiamente de la figura de
la víctima, sino que se refieren a la misma como el sujeto pasivo o
`perjudicado´ por la acción criminal (GARRIDO, STANGELAND y
REDONDO, 2006).

2. Modelos de intervención y datos estadísticos

La prestación de asistencia a las víctimas se establece en base al


funcionamiento característico del sistema de actuación vigente del
país del ofendido; esto es, la organización de tales servicios queda em-
prendida en base a la existencia o no de organizaciones oficiales.
Sustentadas en el impacto social de determinados ilícitos, la con-
cienciación ciudadana sobre la necesidad de establecer oficinas u or-
ganismos de promoción de la asistencia a las víctimas se ha hecho evi-
dente desde bien entrados los años setenta, momento en que no solo
se promueven las prestaciones desde las instituciones oficiales, sino
que además se impulsa la creación de nuevas asociaciones que eviten
el riesgo de segundas victimizaciones propias del proceso judicial; es
decir, oficinas que orienten y formen al ciudadano en sus derechos, es-
capando así cualquier riesgo o efecto victimizador propio del contacto
con el sistema de Justicia.
En general, y atendiendo a la víctimoasistencia como un deber del
Estado de Derecho, no siempre las competencias en esta materia de-
rivan de las acciones del propio sistema legislativo, es más, ‹‹el propio
Estado no acostumbra a prestar directamente servicios de asistencia
victimal›› (VILLACAMPA ESTIARTE, 2010). En este sentido, pudie-
ran diferenciarse dos modelos de actuación:
115
Véase más ampliamente en ALONSO RIMO (2006).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 321

a) Modelo de asistencia a la víctima prestada por entidades priva-


das. Los países con un modelo de prestaciones sustentado en enti-
dades privadas se caracterizan por ofertar un servicio asistencial en
base a organizaciones no gubernamentales. Como características de
las mismas destacan las siguientes:
— Asociaciones privadas con fines de atención y protección a
cualquier sujeto que requiera asistencia victimal.
— Es el establecido por la mayoría de países116.
— Se sustenta tanto en una plantilla fija de profesionales como en
personas que voluntariamente prestan su ayuda.
b) Modelo de asistencia a la víctima prestada por entidades públi-
cas. Defiende un modelo de gestión pública, donde la prestación de
servicios depende fundamentalmente de instituciones u organismos
integrados en la esfera administrativa estatal. Se trata de una dinámi-
ca minoritaria en la que el asociacionismo privado no tiene cabida en
la prestación de asistencia a la víctima. Dentro de este punto se encon-
traría España.
Llegado a este punto, la pregunta vendría a dar respuesta a la efec-
tividad de uno y otro modelo; es decir, cuál sería el sistema de asisten-
cia y atención a las víctimas más productivo en la sociedad actual.
Siguiendo a Villacampa Estiarte, las últimas encuestas internacio-
nales de victimización son reflejo del porcentaje de víctimas atendidas
por los servicios especializados (2004/ 2005), indican que el núme-
ro de las mismas que reciben apoyo por parte de dichas oficinas es
bajo en relación a la demanda existente. En este sentido, países como
España o Portugal se caracterizan por una pésima cobertura de las
necesidades asistenciales demandadas, estimando que aproximada-
mente cerca del 70% no consigue alcanzar las prestaciones de los ser-
vicios asistenciales (VILLACAMPA ESTIARTE, 2010).
116
Dentro del ámbito europeo, la organización privada de asistencia a las víc-
timas es común en países como Reino Unido; es decir, el modelo de asistencia a las
víctimas consiste fundamentalmente en financiar entidades privadas especializadas.
Se toma en consideración sus necesidades y se le prestan los servicios requeridos,
otorgándole en todo caso una especial relevancia a la confidencialidad del sujeto
pasivo. El mismo modelo comparten Estados Unidos o Nueva Zelanda, destacando
el primero de ellos por la funcionalidad de tales entidades (estandarización y cualifi-
cación de las prestaciones), y el segundo por suponer las mayores tases de cobertura
asistencial especializada.
322 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

En este sentido, podría decirse además que la cobertura asisten-


cial debiera estipularse en torno a la calidad de los programas existen-
tes; es decir, no tanto al número de víctimas que recurren como en lo
referente a si verdaderamente las medidas y recursos empleados son
los adecuados. En esta línea, se advierte de que cada modelo debiera
regirse por la efectividad de sus propuestas, por lo que los datos obte-
nidos no serían definitivos a la hora de delegar la asistencia pública a
un segundo plano si se atiende en exclusividad al número de sujetos
que solicitan tal servicio, y debiendo en todo caso valorar otras varia-
bles como la efectividad y eficacia de las medidas adoptadas.
No obstante, el problema de la cobertura sigue estando presente,
pues tanto en uno como en otros modelos se estima que los datos refleja-
dos no se acercan en absoluto a la demanda existente, por lo que podría
afirmarse que el reconocimiento normativo en la esfera formal no es
precedente alguno de la cobertura asistencial a tales víctimas; es decir,
aún estando amparado legalmente el prestar dicho servicio como una
obligación estatal, la realidad dista con creces del citado postulado.
Por su parte, y a pesar de la clasificación presentada hasta el mo-
mento en torno al origen de las prestaciones (financiación pública o
privada), Albarán Olivera indica que los sistemas de atención a las
víctimas han tomado diferentes direcciones sea a nivel intracomunita-
rios como nacional e internacional. En este sentido, propone a su vez
tres modelos de atención a la víctima o aspectos fundamentales en el
proceso de intervención; a saber (ALBARÁN OLIVERA, 2002):
1. El voluntariado social. Modelo de actuación muy estructura-
do que, al margen de la Administración pública (generalmente
subvenciona recursos), se constituye a partir de la colabora-
ción de personal voluntario (socio-sanitario y jurídico-poli-
cial). Gran Bretaña sería uno de los países más evidentes en
representación de dicha política.
2. Intervención de profesionales de diversas disciplinas (modelo pro-
fesional). La intervención se establece en torno al trabajo e impli-
cación coordinada de diferentes especialistas (abogados, psiquia-
tras), sujetos que dependen de entidades privadas pero que, al
igual que en el caso anterior, reciben cierta subvención estatal.
3. Un modelo de bienestar social. Los centros u oficinas depen-
den estructuralmente del sistema de Justicia. Se trata de un
modelo que defiende la idea de que el propio Estado ha de
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 323

proteger y prestar a sus ciudadanos en aquellas necesidades


implicadas, de manera específica, en el impacto o vivencia de
determinados sucesos traumáticos.
En sus raíces ambas clasificaciones responden a iguales propósi-
tos, es más, se solapan en sus contenidos, pues mientras las dos pri-
meras responden a un planteamiento de asistencia no gubernamental,
el modelo de bienestar social se basa en su mayoría en las prestacio-
nes públicas.
Se entiende que la clasificación ideal no debiera pasar por alto
ninguno de los aspectos expuestos con anterioridad; es decir, en el
establecimiento de organizaciones asistenciales debieran considerar-
se tanto el origen público o privado de las prestaciones, como en los
sujetos `externos´ que facilitan su rehabilitación (voluntarios y espe-
cialistas en diversos campos) y bienestar social.
Así pues, sería de la confluencia de los mismos la que permitiría
hablar de una verdadera calidad en la intervención, siempre y cuando
desde una buena base política se asienten un conjunto de directrices
básicas, coordinadas y compartidas (entre las distintas comunidades
y/ o países) sobre los protocolos de actuación pertinentes en el trata-
miento interdisciplinar de la victimización.

3. Oficinas de asistencia a las víctimas

Entre los elementos iniciales de la consideración de la víctima en


España, destaca el impulso y consideración de la víctima bajo la creación
de la Ley 35/95 de Ayuda y Asistencia a las Víctimas. Concretamente,
dispone en su artículo 16 sobre la necesidad de la apertura de nuevas
oficinas asistenciales, ya sea a través del Ministerio de Justicia, o más
concretamente de las propias Comunidades Autónomas
Su objetivo radica en ofrecer una asistencia integral e inmediata
a las víctimas, sobre todo de aquellas de delitos violentos o contra la
libertad sexual, y en las que se intenta dar cobertura a la satisfacción
del mayor número de necesidades psicosociales existentes. Se trata
pues de apoyo que a su vez constituye un inmejorable incentivo en la
interposición de la denuncia y colaboración con las políticas existen-
tes. No obstante, la ausencia de una regulación específica y estructu-
ral de tales servicios ha llevado a la coexistencia de dos tipos de mode-
324 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

los de Oficinas de Asistencia a las Víctimas de Delitos (OAVD); a saber


(RODRÍGUEZ PUERTA, 2006):
a) Modelo multidisciplinar. Instaurado en algunas Comunidades
Autónomas (Andalucía, Cataluña) y caracterizado por la presta-
ción del servicio a cargo de diversos especialistas (juristas, psicó-
logos, trabajadores sociales) y voluntarios (becarios). A diferencia
del modelo unipersonal, las Comunidades que tienen transferi-
das sus competencias incluyen mayor diversidad de personal es-
pecializado, e incluso varían sus modelos de actuación.
b) Modelo unipersonal. La estructura de las oficinas depende del
Ministerio de Justicia; es decir, su gestión es coordinada por un
`gestor procesal administrativo´ (Oficial de la Administración
de Justicia) y organizada a partir de convenios con Colegios
de profesionales (psicólogos, abogados).
Siguiendo con el mismo autor, podría decirse que los servicios gra-
tuitos ofertados por el personal adscrito a las citadas oficinas públicas
responderían básicamente a las siguientes directrices:
o Información sobre sus derechos, sobre la interposición de
una denuncia, los aspectos relacionados con el proceso penal
y procesal, y las posibles percepciones de indemnizaciones
públicas.
o Acompañamiento a las diligencias judiciales en el caso de in-
terposición de la denuncia.
o Orientación sobre los recursos y prestaciones sociales, sobre
todo en lo referente al plano económico.
o Prestar el tratamiento médico-psicológico-social requerido
con la mayor inmediatez posible.
o Fomentar la coordinación tanto de las instituciones implica-
das, como de los profesionales que se encuentran al cargo.
o Respetar el protocolo de las fases de actuación. En este sentido,
se establece a nivel de asistencia jurídica una primera fase de
acogida-orientación general, seguida por la demanda y oferta
de información jurídica específica, y finalizada con la etapa de
seguimiento y apoyo en las intervenciones a lo largo del pro-
ceso penal. Por su parte, la asistencia psicológica se basa en
el modelo de “asistencia individual generalizada coordinada”
(ORDÓÑEZ SÁNCHEZ, 2005), el cual añadiría a as etapas de
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 325

la asistencia jurídica su especificidad al ámbito sanitario y la


característica de la intervención o tratamiento (acogida-orien-
tación, información, intervención y seguimiento).
Siguiendo con los objetivos que definen la creación y desarrollo de
los Servicios de Asistencia a las Víctimas, indica Fuentes Nogales que
su cometido se sustentan en una gama de cometidos aún más extensa;
a saber (FUENTES NOGALES, 2007)117:
Información y asesoramiento en la interposición de la denun-
cia, así como en los momentos posteriores.
Ayudar a la víctima a encontrar la solución más satisfactoria
al conflicto generado por el delito, mediante el apoyo y orien-
tación de diversos especialistas (abogados, médicos forenses,
psicólogos, trabajadores sociales, etc.).
Informar a la víctima sobre sus derechos, sobre todo en los
aspectos relativos al proceso judicial.
Prestación inmediata de asistencia psicológica y social cuan-
do la víctima lo requiriese, así como el riesgo de posibles vic-
timizaciones ulteriores tanto en su propia persona como en
terceros (menores implicados en el proceso).
Derivar a los servicios sociales competentes cuando sea nece-
sario, lo que ratifica la necesidad de no orientar las activida-
des exclusivamente en acoger a las víctimas, sino sobre todo a
garantizarles un servicio asistencial competente.
Proveer a los operadores jurídicos de la información nece-
saria, siempre previo consentimiento de la víctima, para que
adopten las decisiones oportunas respecto del proceso (infor-
mes sobre la situación social, psicológica, etc.). Se trata de la
especial referencia al diálogo e intercomunicación entre las
distintas instituciones con tal de evitar posibles fallos en la
continuidad del proceso.
Favorecer que las asociaciones de víctimas recojan sus necesi-
dades y derechos, que faciliten su resarcimiento y su implica-
ción en el sistema de Justicia, evitando en cualquier caso po-
sibles efectos secundarios derivados de las mismas (ideologías
políticas).
117
Adaptado de la consideración del Servicio de Atención a la Víctima (SAV)
gestionado por el Instituto de Reintegración Social de Euskadi.
326 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Incentivar el empleo de la denuncia, así como elevar la con-


fianza en la misma como medio de conocimiento oficial del
delito (tasas de victimización). Del mismo modo, se asesora
y realiza un seguimiento de su tramitación hasta su efectiva
repercusión.
Actuar en la esfera social del sujeto; es decir, ayudarla eco-
nómica y materialmente (delito de violencia de género con
dependencia del marido), promover el desarrollo de vínculos
sociales estables y duraderos118, etc.
Por su parte, el mismo autor destaca que tales objetivos no pasan
inadvertidos al resto de la sociedad, estableciendo además un conjun-
to de presupuestos básicos orientados a la mayoría de ciudadanos; a
saber:
Disminuir y amortiguar la difusión del sentimiento de insegu-
ridad ciudadana desde la persona victimizadas.
Ofrecer información tanto general como específica sobre la
necesidad de concienciación o precaución, sea colectiva o
individual, con el fin de evitar posibles implicaciones en de-
terminados ilícitos. Por ejemplo, se advierte a los conductores
sobre el consumo de alcohol controlado, o bien, se aconseja al
colectivo concreto de prostitutas sobre la precaución de tomar
medidas frente a un posible contagio de sida.
Promover actuaciones coordinadas entre las diversas institu-
ciones (dispositivos de seguridad). En este sentido, destaca-
rían tipos dos acciones: por un lado, la relativa a tal segui-
miento desde las diferentes Administraciones y, por otro lado,
lo referente al conocimiento, por cada uno de estos centros, de
las diferentes medidas de protección que estuviesen previstas
para el caso concreto del sujeto (prohibición de comunicación
por parte de su agresor, de aproximación, etc.).
Además, cabría añadir a los objetivos planteados la necesidad de
evidenciar la eficacia de las medidas preventivas adoptadas por las
Administraciones correspondientes, así como la influencia de los dis-
118
En este sentido, resulta prometedora la intervención junto con víctimas que
han sufrido las mismas experiencias. Así por ejemplo, el tratamiento psicológico gru-
pal ayuda a compartir sentimientos entre los sujetos afectados, de manera que reco-
nocer los daños propios en otras personas pudiera llegar a favorecer la conciencia de
la realidad de la cuestión.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 327

tintos métodos de difusión (trípticos, carteles) y medios de comuni-


cación a la hora de fomentar actitudes prosociales o de evitar cier-
tos comportamientos de riesgo en la población general (informativos,
programas de radio con implicación de sujetos ya afectados)119.
En la actualidad, podría decirse que en España existe más de una
treintena de Oficinas de Asistencia a las Víctimas de los Delitos, sien-
do su tarea principal la atención a la persona que presenta una denun-
cia. En este sentido, se le ayuda a prestar solicitudes, se le acompaña
a comparecer, e incluso, se opta por la mediación como proceso pe-
nal de acuerdo entre las parte implicadas en el litigio. Sin embargo,
y si bien los propios juzgados son uno de los principales implicados
en el entramado de conflicto, podrían ser a su vez los constituyen-
tes de las mayores trabas en el avance del proceso penal (GARRIDO,
STANGELAND y REDONDO, 2006).
En este sentido, los problemas básicos de las víctimas de los deli-
tos responderían a la lentitud del proceso, al modo en que son tratadas
(exceso de formalismo, frialdad afectiva) y, en todo caso, a los costos
que en mayor medida la víctima pudiera percibir de su implicación
con el sistema de Justicia.
Así pues, se establece como prioritario el adecuado funcionamien-
to de la Administración, un sistema de actuación que no se despreo-
cupe ante la existencia de otros organismos que, como el caso de las
Oficinas de Asistencia a las Víctimas de los Delitos, son los que ver-
daderamente responden y mantienen los intereses de las víctimas en
resarcir los daños procedentes del delito. En esta línea, indican los
autores señalados que tales motivaciones deberían incluir:
— Una política criminal que provenga de los delitos, de la
orientación de las medidas al tipo y frecuencia de un ilícito
concreto.
— Una atención humana, empática y receptiva a los ciudadanos
que denuncian un delito.
— Una protección judicial inmediata a la víctima en casos
graves.
119
Un ejemplo evidente de este hecho sería el empleo de campañas de concien-
ciación ciudadana en base a ejemplos reales sobre las consecuencias de determi-
nados infortunios. Tal es el caso de los testimonios de sujetos que se han quedado
tetrapléjicos como consecuencia de un accidente de tráfico.
328 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

— Un servicio de primeras necesidades que debería quedar in-


cluido en las pólizas del hogar de las compañías de seguros.
— Una ayuda psicológica y/ o psiquiátrica inmediata en situacio-
nes de crisis, con especial atención a las víctimas de agresio-
nes sexuales, delitos violentos o accidentes de tráfico.
— La posibilidad de resolver conflictos por vías extrajudiciales:
mediación y arbitraje.
— Un proceso judicial que afecte a la víctima sobre decisiones
que le afecten.
— Un sistema público de seguridad social que garantice un
nivel digno de prestaciones para todas aquellas personas
afectadas de incapacidad o invalidez, lo que reduciría el in-
terés de presentar denuncias o demandas en situaciones de
victimización.

4. Especial mención a la afectación psicológica y a los indicadores


de recuperación

La exclusividad de un apartado concreto dedicado a la valoración


de las secuelas psicológicas, radica en la transcendencia y repercu-
sión, no sólo de los hechos traumáticos en sí mismos, sino también de
la asistencia y salvaguarda que de cualquier parte del proceso penal
pudieran desprenderse. Es por ello que la intervención en dicho cam-
po resulta de especial cribado, pues a diferencia de las secuelas de
tipo físico, las afecciones psíquicas pudieran llegar a consolidarse en
el sujeto condicionando su estilo de vida posterior.

4.1. La respuesta individual ante los sucesos traumáticos

La idiosincrasia en la valoración y evaluación de los riesgos perso-


nales depende en gran medida de los antecedentes y experiencias de
cada sujeto pero, no obstante, los acontecimientos traumáticos, sean
o no esperados (muerte de un familiar con enfermedad crónica o ac-
cidente de tráfico, respectivamente), llevan consigo un conjunto de
sensaciones que, cuanto menos, se configuran como amenazantes a
corto plazo.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 329

Los sucesos traumáticos se consideran acontecimientos negativos


que, tanto en base a características objetivas del propio hecho (intensi-
dad, frecuencia, duración), como a elementos subjetivos de la persona
(recursos disponibles tanto a nivel psicológico como social), configuran
del hecho su constitución como trauma. En este sentido, se podría afir-
mar que ‹‹es un acontecimiento negativo e intenso que surge de forma
brusca, que resulta inesperado e incontrolable y que, al poner en peli-
gro la integridad física o psicológica de una personas que se muestra
incapaz de afrontarlo, tiene consecuencias dramáticas para la víctima,
especialmente de temor e indefensión›› (ECHEBURÚA, 2004).
Analizando tal afirmación, podría decirse que se trata de hechos
catalogados como `de considerable impacto emocional´ y con reper-
cusiones destacadas en la esfera intra e inter-personal. Destaca tam-
bién su aparición repentina e improvista, lo que además supone para
el sujeto sentimientos de inseguridad e indefensión.
Respecto a este último aspecto, cabría destacar que, si bien el su-
jeto pasivo es el que define tal inesperada aparición (subjetividad per-
sonal), no siempre ocurre lo mismo con el considerado ofensor del
daño. En este sentido, y en base al origen del suceso, podrían diferen-
ciarse dos tipos de acontecimientos: a) intencionados, como sería el
caso de los delitos de secuestro, maltrato infantil, violencia doméstica
o terrorismo; y b) no intencionados (accidentes de tráfico, catástrofes
naturales, etc.) (ECHEBURÚA, AMOR y DE CORRAL, 2006).
En esta misma línea, podría advertirse que las consecuencias no
son igualmente compartidas cuando el suceso es percibido como algo
azaroso o fuera de control120, que cuando se estima que se podían
haber tomado medidas para evitarlo. Así pues, si bien en general se
cree que ambos acontecimientos (intencionados o no por un tercero)
responderían en la mayoría de ocasiones a una falta de control por
parte de la víctima, la creencia personal de la percepción del mismo
como un acontecimiento probable y sucedido por no haber tomado
las medidas preventivas necesarias, dificultaría más el hecho del auto-
reproche y culpabilidad personal. A este respecto, se suma igualmente
la violencia que caracteriza a los sucesos traumáticos intencionados,
120
Relacionado con el denominado “locus de control”, el cual puede entender-
se interno o como externo; es decir, que el sujeto advierte o no su responsabilidad o
control sobre la acción respectivamente. Así por ejemplo, el locus de control interno
sería aquel caso del estudiante que sabe que no ha aprobado un examen por su falta
de esfuerzo, y no delega tal atribución a la mala suerte (locus de control externo).
330 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

donde las secuelas psicológicas consecuentes suelen estar presentes


en un porcentaje elevado de sujetos (50%-70% frente al 15%-20% de
los traumas generados a partir de los acontecimientos traumáticos no
intencionados).
En general, y relacionando tanto aquellas variables de vulnerabili-
dad personal que favorecen el desarrollo de un trauma ante la vivencia
de ciertos acontecimientos como amenazantes, podrían considerarse
los siguientes aspectos en el grado de afectación personal:

ESQUEMA 1.
Factores implicados en el desarrollo de un trauma121

ACONTECIMIENTO TRAUMÁTICO
Futuros riesgos

Factores predisponentes Factores precipitantes Factores mantenedores


(pretrauma) (suceso traumático) (postrauma)

Psicopatología previa, estrés x Tipo de suceso Indicadores de


acumulado, personalidad vulnerable, (intencional o no) recuperación
t x Análisis
topográfico:
gravedad Negativas
CARACTERÍSTICAS PERSONALES Estrategias de
(intensidad,
frecuencia y afrontamiento
Positivas
Factores de vulnerabilidad duración)
x Biográficos Asistencia psicológica
x Psicobiológicos
x Psicológicos SI
x Psicopatológicos Fases Fases
x Sociofamiliares ¿DESARROLLO tempranas tardías
DEL TRAUMA?
Proximidad temporal del
Factores de protección: suceso
(control emocional, estilo de Resiliencia NO
vida equilibrado, vínculos
sociales estables, etc.)

Como puede observarse, todo el proceso de desarrollo del trauma


parte de las características que definen al sujeto; es decir, del conjun-
to de factores antecedentes, psicobiológicos (niveles de neuroticismo),
psicológicos (estrategias de afrontamiento), psicopatológicos (trastor-
121
Elaboración propia a partir de ECHEBURÚA, E.; AMOR, P. J. y DE CORRAL, P.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 331

nos afectivos), y sociofamiliares (apoyo percibido). Es a partir de este


conjunto de variables predisponentes, y de su combinación concreta,
lo que insta al sujeto a ser más vulnerable a experimentar un trauma.
Dichas características, de origen eminentemente subjetivo, se
unen a las consecuentes del suceso traumático, el cual, de ser consi-
derado amenazante o grave, fomentará el desarrollo de determina-
das reacciones disfuncionales, o incluso, psicopatológicas en el sujeto
concreto.
De todo ello depende a su vez el repertorio de estrategias de afron-
tamiento de las que goce el sujeto; esto es, de las habilidades y destrezas
personales de resistencia al estrés. En este sentido, entre las posibles
estrategias de afrontamiento positivas destacan la aceptación del he-
cho, su reinterpretación positiva, o el establecimiento de nuevas metas
entre otros aspectos. Por su parte, impedirían tal cometido el abuso de
fármacos, los sentimientos de culpa recurrentes, el aislamiento social, o
la experimentación de emociones de ira y odio frecuentes.
No obstante, debiera advertirse que, en general, ante la vivencia
de un acontecimiento de dicha índole los sujetos suelen experimentar
un mínimo de afectación, de ello la flecha bidireccional dibujada en-
tre el `si´ y el `no´ como respuesta a la pregunta de si el sujeto desa-
rrolla un trauma. Podría decirse pues que el trauma, entendido como
reacción psicológica ante un hecho traumático, comporta las más va-
riadas manifestaciones, siendo las menos gravosas las relacionadas
con los factores de protección o resistencias del sujeto (resiliencia).

4.2. La proximidad temporal del evento y las secuelas consecuentes

La gravedad de las manifestaciones psicológicas está vinculada a la


proximidad del evento vivenciado, o dicho de otro modo: ‹‹las reaccio-
nes psicológicas a un acontecimientos traumático varían en función de la
mayor o menor proximidad temporal al suceso›› (ECHEBURÚA, 2010).
En este sentido, las reacciones más frecuentes podrían ser divisi-
bles en base a su presentación trascurrido un mes desde el suceso o
bien, con posterioridad a estas primeras cuatro semanas, lo que ven-
dría a referirse con la denominación de consecuencias a corto y largo
plazo respectivamente.
Respecto a las manifestaciones tempranas, iniciales o consecuen-
cias a corto plazo, los síntomas más evidentes son los referentes al
332 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

trastorno por estrés agudo, descrito por la Asociación Americana de


Psiquiatría en base a las siguientes características (APA, 2000):
— Aparición de ansiedad (aumento de activación o arousal –difi-
cultad para dormir, hipervigilancia, falta de concentración–)
y síntomas disociativos (despersonalización, embotamiento
afectivo, amnesia disociativa).
— Ocurre dos días consecutivos durante el primer mes tras la vi-
vencia del hecho traumático, esto es, en el mismo momento del
trastorno o con posterioridad al mismo, pudiendo experimen-
tar en los primeros instantes el denominado “estado de shock”.
— Revivencia recurrente de los hechos traumáticos (flashback),
con evitación de estímulos semejantes.
— Malestar clínicamente significativo en las actividades cotidia-
nas debido a la incapacidad personal para llevar a cabo las
tareas que antes ejercía con normalidad.
Siguiendo a Echeburúa, podría decirse que es un trastorno que
parece con más frecuencia en víctimas vulnerables, pero no se des-
carta su aparición en cualquier sujeto que sin cierta prominencia de
factores predisponentes vivencie un sujeto altamente traumático.
Igualmente cabría destacar que su detección es de vital importan-
cia respecto a su rehabilitación posterior, pues la intervención se hará
más prometedora cuando todavía determinados signos patognomóni-
cos no se han llegado a consolidar.
Por su parte, las consecuencias psicopatológicas a largo plazo res-
ponden al desarrollo del trastorno por estrés postraumático (TEPT), el
cual se caracteriza por los siguientes aspectos (APA, 2000)122:
— Conjunto de síntomas que aparecen ante la exposición a un
acontecimiento estresante y extremadamente traumático. En
este sentido, el cuadro sintomático incluye la reexperimenta-
ción persistente del hecho traumático, la evitación persistente
de los estímulos asociados, embotamiento de la capacidad de
respuesta, elevado nivel de arousal, etc.
Destacar que, a diferencia del trastorno adaptativo en el TEPT el factor estre-
122

sante debe revestir suma gravedad para la integridad personal, siendo el diagnóstico
del primero de estos empleado bien cuando el TEPT no se considera de suma grave-
dad, bien cuando no se reúnen todos los criterios para el cumplimiento de este último.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 333

— Su desarrollo puede ser tanto por experiencia directa (el indi-


viduo se ve envuelto en situaciones que representan un peligro
real para su vida o cualquier otra amenaza para su integridad
física) como indirecta (conoce a partir de terceros determina-
dos eventos traumáticos –muertes inesperadas–).
— Puede iniciarse a cualquier edad, si bien las manifestaciones
suelen ser diferentes en el caso de los adultos (temor, deses-
peranza, horror intensos) y los menores de edad (comporta-
miento desestructurado y agitado).
— Malestar clínicamente significativo o deterioro social, laboral o
cualquier otra área relacionada con los quehaceres del sujeto.
— En general, el cuadro sintomático completo debe estar pre-
sente más de un mes, aunque su inicio y desarrollo puede ser
muy diverso; esto es, atendiendo a un patrón de manifesta-
ción agudo (duración de los síntomas inferior a tres meses),
crónico (la duración de los síntomas es igual o superior a los
tres meses) o demorado (existen seis meses mínimos tras el
acontecimiento y la presencia de los síntomas).
— Con frecuencia reúne las características del trastorno por es-
trés agudo, siendo en muchas ocasiones este último una ex-
tensión del trastorno por estrés postraumático.
En cualquier caso, sea por las manifestaciones iniciales como tardías
del trastorno, podría decirse que la indicación de buscar ayuda o asis-
tencia profesional vendría determinada por dos aspectos: a) reacciones
psicológicas perturbadoras presentes entre las cuatro o seis semanas tras
el trauma; y b) cuando existe una afectación significativa tanto del estilo
de vida del sujeto como de la presencia de pensamientos, sentimientos o
conductas negativos y recurrentes (ECHEBURÚA, 2010).
Finalmente, cabría decir que las orientaciones terapéuticas serán
consideradas en base a la presencia de uno u otro trastorno, siendo dicha
intervención, acompañada en muchas ocasiones de tratamiento farma-
cológico, orientada en base específica a las demandas del propio pacien-
te. Del mismo modo, advertir que el formato de la misma podrá llevarse
a cabo de manera individual, grupal o mixta; así por ejemplo, mientras el
primero está especialmente indicado cuando el sujeto presenta conduc-
tas agresivas, suicidas, o bien está pendiente de pleitos, la intervención
junto a otros individuos de características similares será apropiada cuan-
do existan ciertas habilidades de relación interpersonal, las experiencias
334 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

vividas respondan a parámetros semejantes, o el individuo sea capaz de


respectar la confidencialidad del resto de los integrantes.

4.3. Indicadores del proceso de recuperación

La superación de un evento traumático no solo se satisface me-


diante la paliación o recuperación del estado psíquico inicial del suje-
to, sino que la satisfacción o percepción de tal rehabilitación debiera
también dar respuestas a las huellas que el evento traumático ha deja-
do en las diferentes esferas del sujeto.
En este sentido, y si bien es cierto que la intervención deberá orientar
sus fines al alivio de los síntomas más graves, también es cierto que no
ha de pasar inadvertido sobre las circunstancias sociales y familiares que
definen la situación actual del sujeto, no comprendiendo el tratamiento
sin el conocimiento de la totalidad de causas que afectan a la vida del su-
jeto; más aún si se trata de la víctima de un delito, donde a los problemas
sociales o familiares típicos de determinadas patologías se añaden ade-
más a los hasta el momento quizá desconocidos jurídico-penales.
Ahora bien, y a sabiendas de que el impacto global de los sucesos trau-
máticos, ¿hasta qué punto el sujeto es capaz de reponerse de tal vivencia?
El ejemplo más patente de este hecho se encuentra en las denomi-
nadas personalidades resistentes, personas que son capaces de reha-
cerse de determinados sucesos traumáticos y adaptarse a las nuevas
circunstancias, sujetos que en su mayoría se definen por su capacidad
de resiliencia o crecimiento postraumático123.
No obstante, y como ya se advirtió con anterioridad, la mayoría
de individuos experimentan cierto grado de malestar ante aconteci-
123
De manera anecdótica, el ejemplo más claro de la citada resistencia, así
como la recuperación en un corto período de tiempo del estilo de vida normal del
sujeto tras diagnosticarse los primeros meses la presencia de algún tipo de síntoma
psicopatológico, lo tenemos en la tragedia que sufrió la ciudad de Nueva York el 11
de septiembre de 2001. Un estudio realizado tras el efecto de tales atentados mos-
traron que, si bien en una primera evaluación realizada un mes después de los mis-
mos la prevalencia del TEPT era del 7.5% (reacciones iniciales normales), seis meses
después dicho porcentaje había descendido a un 0.6%. Estos Datos sugieren que la
mayoría de personas habían seguido un proceso de de recuperación natural, desapa-
reciendo la mayoría de los síntomas y volviendo al nivel de funcionamiento normal.
Más información en VERA, B.; CARBELO, B. y VECINA, M. L., ‹‹La experiencia
traumática desde la psicología positiva: resiliencia y crecimiento postraumático››,
Papeles de Psicólogo 27 (1), 2006, págs. 40-49.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 335

mientos de dicha índole, destacando en todo caso la presencia de un


conjunto de indicadores que favorecen o repercuten en la gravedad
de tal afectación y, por ende, en el proceso rehabilitador posterior. Se
especifican a continuación cuáles son los indicadores que durante el
proceso de intervención repercuten considerablemente en la citada
recuperación (ECHEBURÚA, 2010):

TABLA 1
Indicadores de recuperación ante un suceso traumático
Indicadores que favorecen la recupera- Indicadores que negativos
ción de un suceso traumático o de cronificación de las secuelas
de un evento traumático

• Implicación y cumplimiento terapéutico • Inestabilidad emocional previa al


(asistencia, seguimiento del tratamiento). suceso.
• Recuperación de las constantes bio- • Empleo recurrente de estrategias de
lógicas, sobre todo en lo relativo al afrontamiento negativas (beber en exceso,
ciclo sueño-vigilia y a los hábitos de obsesión por el trabajo, automedicarse).
alimentación. • Presencia de victimizaciones previas.
• Aumentar la cantidad y calidad de las • Exposición intensa y recurrente al estí-
actividades con tal de crear un estilo de mulo amenazante.
vida placentero y saludable. • Haber sido traumatizado durante un
• Apreciar el lado positivo de las cosas y período crítico del desarrollo (violación
poner el énfasis en las consecuencias en la pubertad).
positivas de los hechos. • Embotamiento afectivo como aspecto
• Desarrollar conductas altruistas. relevante en la cronificación del estado
emocional actual.
• Hospitalización.
• Experimentar sentimientos de ira u odio.
• Haber padecido un trastorno ansioso-
depresivo grave (aspecto extensible a la
presencia de otras patologías)

En cualquier caso, los indicadores negativos favorecerían la posi-


ble cronificación psicopatológica, sobre todo cuando el mantenimien-
to del trauma se sustenta en la negación de los hechos y en la incapa-
cidad personal para resarcirse del daño experimentado. Son todos los
aspectos indicados como factores de recuperación negativos los que
inciden instisfactoriamente sobre el proceso de rehabilitación, lo que
en última instancia pudiera generar nuevas victimizaciones.
Es por ello que se conceptualiza el proceso de desarrollo de un
trauma como un continuo, progresión que pasa desde una etapa ini-
cial o `pretrauma´ (valoración de la vulnerabilidad personal), hasta
336 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

una etapa de impacto que evoluciona, en muchos casos, hacia el de-


sarrollo de las secuelas postraumáticas. Fase esta última considerada
mantenedora de de la probabilidad de aumentar los riesgos futuros
sufridos por ciertos individuos. Así por ejemplo, la vulnerabilidad ini-
cial que caracterizaba a un sujeto pudiera verse incrementada tras el
hecho criminal (violencia doméstica).
Del mismo modo, la presencia de trastornos depresivos o ansiosos
pudieran llevar a contemplar el mismo impacto traumático de mane-
ra enmascarada, lo que fundamenta de nuevo la necesidad de prever
posibles factores mantenedores y, en todo caso, promotores de trastor-
nos psicopatológicos comórbidos (alteraciones del sueño, adicciones)
y de un riesgo de revictimización más allá que el desarrollo de propio
trastorno por estrés postraumático.

III. LA JUSTICIA RESTAURATIVA COMO RETO ACTUAL

A diferencia de la justicia retributiva, centrada fundamentalmente


en una concepción deshumanitaria de la Ley del Talión124, la nueva
justicia restaurativa, también denominada restauradora o reparado-
ra, despierta el interés hacia nuevas formas de `hacer justicia´.
Podría decirse incluso que en la histórica y primitiva concepción
de retribución del daño causado, el gran olvidado respondía a la fi-
gura del infractor, siendo en la mayoría de casos el sujeto pasivo el
que quedaría gratamente beneficiado tras las consecuencias del delito
(BRENES QUESADA, 2009). No obstante, parece un supuesto bastan-
te arriesgado de admitir por cuanto es ahora cuando, con las nuevas
tendencias de procesales, se le reconocen a la víctima sus derechos y
garantía en el juzgamiento de los hechos. Así pues, se insta un nove-
doso paradigma centrado en los bienes de ambas partes, donde los
presupuestos no llegan a ser tan estrictos y tajantes como en décadas
anteriores y dan tregua a la implicación efectiva de los partes implica-
das en el hecho criminal.
En esta línea, se amplía además la acepción a la repercusión esta-
tal, entendiendo que la justicia penal retributiva concebía la conducta
La Ley de Talión, también conocida con el dicho de “ojo por ojo, y diente por
124

diente”, alude a una manera de hacer justicia retributiva; es decir, que cada indivi-
duo respondiese en igual medida por el daño causado.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 337

delictiva como una ofensa al status quo, como una razón de Estado
que, por afectar directamente a la existencia y seguridad, su sanción
debiera ser delegada en el mismo.
La concienciación política y social sobre la necesidad de precisar nue-
vos mecanismos de justicia, así como en la consideración de la compen-
sación y resarcimiento de los daños causados en las víctimas, han sido el
motor del cambio de paradigma, una nueva contemplación de la justicia
que surge en respuesta a otros enfoques más desestabilizadores y menos
prometedores en un Estado de Derecho, como una corriente de actuali-
dad que deja al margen la ‹‹retórica de venganza›› (ACORN, 2004).
Ya desde el Congreso Internacional de Criminología del año 1993 en
Budapest, así como en otras convenciones Internacionales (Australia,
1994; Amsterdam, 1997; Montreal, 2000) la expresión restorative justice
toma sus primeros impulsos en cuanto a la implicación de las partes en
el proceso penal y, en todo caso se orienta la acción principalmente a
hacer justicia mediante la reparación del daño causado por el crimen.
En la esfera internacional, su aparición se consolida a partir de la
Resolución 12/ 2002 sobre Principios básicos para la aplicación de jus-
ticia restaurativa en materia penal, declaración impulsada a partir del
X Congreso de las Naciones Unidas de prevención de crimen y justicia
penal. Preludios de tal cometido se observan previamente en la con-
sideración de prestación y cooperación de inculpado, tal es el caso de
la Decisión Marco del Consejo de la Unión Europea de 2001 sobre el
estatuto de la víctima en el proceso penal, así como la prevista un año
más tarde por el mismo Órgano sobre la lucha contra el terrorismo en
su mención al arrepentimiento del condenado.
Se establece en cualquier caso como un modelo de complemen-
tariedad a los mecanismos existentes, no siendo en ningún supuesto
más que la adaptación a una respuesta evolutiva de comprensión del
delito en base al respeto y dignidad ciudadana, una nueva forma de
hacer justicia que ‹‹favorece el entendimiento y promueve la armonía
social mediante la recuperación de las víctimas, los delincuentes y las
comunidades›› (TAMARIT SUMILLA, 2006).
Se entiende pues que efectivamente se trata de un nuevo proceder
en la justicia, un novedoso sistema de actuación no tanto en lo refe-
rente a su estructura, sino más bien en la consideración activa de las
partes involucradas en el proceso. En este sentido, señala Sampedro
Arrubla que ‹‹la justicia restaurativa no reconoce el proceso penal
338 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

como un simple proceso de sanción frente a una falta, va más allá, ad-
mite que el delito causa un daño y que este, además de ser sancionado,
debe ser reparado para sanar las heridas. No es una justicia sanciona-
dora, es reparadora, y, como tal, reconoce que los actores del conflicto
deben participar en su solución›› (SAMPEDRO ARRUBLA, 2005).
Del mismo modo, afirma Márquez Cárdenas que ‹‹la justicia res-
taurativa es una nueva manera de considerar a la justicia penal, la cual
se concentra en reparar el daño causado a las personas más que en
castigar a los delincuentes. La justicia restaurativa es una justicia de
consenso, de participación en la solución del conflicto originado con
el delito por todos sus afectados›› (MÁRQUEZ CÁRDENAS, 2010).
Se instaura pues como un movimiento novedoso tanto en el cam-
po de la victimología como en el de la criminología, reconociendo que
la comisión de un hecho delictivo repercute en distintas personas y
esferas sociales, e instando en todo caso a la participación de las par-
tes implicadas durante el proceso penal. Se advierte así de una triple
finalidad, esto es: a) la restitución o reparación de los daños causados,
b) en base a mecanismos conciliadores o de cooperación entre víctima
y victimario, y c) con resultados más favorables para cualquiera de las
partes implicadas.
Llegado a este punto del desarrollo, y si bien la concepción de la
justicia reparadora sustenta su principio básico en la restitución del
daño y armonía social, también se sintetizan entre sus postulados bá-
sicos los siguientes puntos (TAMARIT SUMALLA, 2006):
Se comprende el delito como una ruptura de las relaciones y
vínculos sociales más que una infracción de Ley, derivando de
tal afirmación la necesidad de incidir sobre los perjuicios que
afectan a los bienes jurídicos personales y en el reestableci-
miento de acuerdo y conciliación entre las partes.
Promover el conocimiento de las circunstancias (riesgos y
oportunidades) que han favorecido el hecho criminal, de ma-
nera que la restitución se centre tanto en las causas de su inicio
como en la reparación de las consecuencias.
Los propósitos de la justicia reparadora se centran en el resar-
cimiento de los daños en la víctima primaria y posteriormente
sujetos indirectamente afectados; del mismo modo, se entiende
en el agresor la oportunidad de reintegrarse y colaborar con la
comunidad.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 339

Se basa en los principios básicos de mínima coerción y máxima


cooperación entre los ciudadanos implicados, siendo requisito
básico la voluntariedad de participar en el proceso.
Se precisará cuando fuere necesario la figura de un tercero
neutral que ayude a fomentar el diálogo y colaboración entre
víctima y victimario; es decir, se trata de una conducción pro-
fesionalizada del proceso y que evite en todo caso que tales en-
cuentros sean contraproducentes para cualquier de las partes.
En este último caso la figura de la víctima podría ser en mayor
medida perjudicada si el agresor no dispone de las habilida-
des de comunicación e interpersonales necesarias, de ello que
el filtro de selección de sujetos que pudieran participar en tal
proceso sea de evidente transcendencia a fin de evitar posibles
revictimizaciones.
El acuerdo habrá de ser siempre contemplado en su efectivo
cumplimiento, poniendo dicha reparación término a un pro-
ceso de evidentes implicaciones personales. En todo caso, se
estima necesario el seguimiento de los mismos con tal de efec-
tuarse verdaderamente el acuerdo pactado.
En cualquier caso, se estima procedente añadir a los postulados
mencionados el deber de confidencialidad entre las partes implicadas
en el proceso, ya sea tanto en lo referente a la identidad de los sujetos
como en lo relativo a los contenidos tratados, evitando en todo mo-
mento que posibles experiencias personales sean sacadas a la luz.
Observados los postulados característicos de la justicia restaurativa,
se entiende que los programas restaurativos irán en todo caso encamina-
dos a la salvaguarda de tales propuestas, como sería el caso de la media-
ción identificada con algunos de los supuestos inmediatamente mencio-
nados. Concretamente, y en cuanto a dichos programas de reparación
del daño se refiere, indica Márquez Cárdenas que los mismos habrán de
estar orientados a la reconciliación de las partes en conflicto, señalando
en todo caso que los mecanismos de justicia restaurativa habrán de res-
ponder a cuatro peculiaridades (MÁRQUEZ CÁRDENAS, 2010):
1. Reuniones o encuentros entre los individuos involucrados o
afectados con el delito. Los encuentros entre la víctima y el ofensor se
entienden imprescindibles para llegar a establecer un acuerdo o solu-
ción entre las partes involucradas, en aras tanto a establecer un mar-
co de conversación en base a las características del delito así como al
340 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

tratamiento y análisis de las consecuencias originadas y derivadas del


mismo. Como características de este tipo de reuniones señalar:
— En las reuniones se puede requerir o no la presencia de un
tercero, del mismo modo que podrán realizarse de manera
impersonal (cartas, vídeos).
— En relación a lo anterior, podría decirse que el encuentro no
siempre es considerado esencial para que exista la respuesta
restaurativa, aspecto que solventa el hecho de la falta de loca-
lización de uno de los sujetos o su negativa a tal reunión.
— En la mayoría de casos se consigue el arrepentimiento de cul-
pable, llegando incluso a la reconciliación entre las partes (la
víctima retira su acusación).
— En la progresión hacia la solución de conflicto pueden dife-
renciarse cinco momentos clave; a saber: tertulia, narrativa,
emoción, entendimiento y acuerdo, contribuyendo cada uno
al fortalecimiento y efectividad del encuentro, sobre todo en
la consecución de metas e intereses favorables para ambos.
En general, y como se estudiará con posterioridad, la mediación
constituye una de los avances más prometedores dentro de este ám-
bito junto con otras formas de resolución de conflictos igualmente
menos conflictivas y más humanitarias (conciliación, negociación,
arbitraje).
2. Reparación del daño mediante el reconocimiento y pago de in-
demnizaciones. Si bien con posterioridad se dedicará un apartado ex-
clusivo a su implicación respecto a la figura de la víctima, se advierte
a continuación algunas consideraciones sobre la citada restitución.
Según el mismo autor, la reparación estaría constituida por cuatro
postulados:
a) Perdón. El delincuente reconoce su culpa y acepta la respon-
sabilidad de los hechos así como las consecuencias de dicho
comportamiento. En muchas ocasiones los propios infractores
llegan a sentir vergüenza por lo sucedido, siendo incluso ca-
paces de adoptar una actitud empática respecto a la víctima.
b) No repetir la conducta. Se entiende que existe un cambio com-
portamental a partir de la aceptación de su responsabilidad,
de su reconocimiento en los ilícitos cometidos y en la necesi-
dad nuevas pautas de comportamiento prosociales.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 341

c) Restitución propiamente dicha. En su sentido más específico


haría mención a la reparación de daño en la figura victimiza-
das, esto es, a la restitución siempre en conexión directa con
las necesidades e intereses del propio sujeto pasivo.
d) Generosidad. Relacionado con la prestación de servicios,
sobre todo a nivel comunitario (trabajo en beneficio de la
comunidad).
Respecto a la consideración de los encuentros, su realización apli-
cada a la reparación concreta del daño sería de vital transcendencia
en cuanto se decide por ambas partes la manera de resarcir el daño.
Del mismo modo, se estima su conveniencia en cuanto a la agilización
del proceso se refiere, evitando pues las posibles demoras propias del
proceso penal, así como restituyendo y compensando en menor tiem-
po las consecuencias de los hechos.
3. Resocialización. Uno de los retos más ambiciosos de la justicia
restaurativa responde a la resocialización y reintegración social de los
sujetos implicados en la trama victimal; esto es, se trata de evitar posibles
estigmatizaciones sociales como consecuencia de su especial situación.
Tras el hecho criminal, tanto la víctima como el victimario son
objeto de numerosos desprecios y críticas por parte del resto de ciuda-
danos, fomentando en cualquiera de los casos, sea por lástima o falta
de apoyo en el caso del ofendido, como por rencor, odio o sentimiento
de venganza hacia el sujeto activo del delito, un riesgo injustificado de
marginación social.
Ahora bien, dicho etiquetado social pasa inadvertido cuando las
partes implicadas son percibidas como sujetos útiles, activos y pro-
ductivos en la sociedad, siendo ante estos supuestos cuando la comu-
nidad les devuelve la oportunidad de poder integrarse.
4. Participación en el proceso penal. Como se ha dicho previa-
mente, la justicia restaurativa se entiende como una forma alternativa
de solución del conflicto penal, donde se considera los intereses de to-
dos los implicados en un ilícito concreto. En relación a la figura de la
víctima, la participación activa en el proceso se ha constituido como
una de las principales aportaciones al ámbito de la moderna victimo-
logía; así pues, entraría a formar parte del mismo a partir de diversas
manifestaciones, comos sería le caos de su derecho a ser informada
(derechos, garantías, servicios), así como a personarse en el Tribunal
correspondiente y participar durante el desarrollo del proceso penal.
342 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Por último, una vez mencionados los principales postulados de la


justicia restaurativa como las particularidades de los programas de
reparación, sería interesante advertir algunas características respecto
a la aplicación de tal paradigma. En este sentido, advierte Cabezudo
Rodríguez sobre la necesidad de realizar un juicio crítico y realista
sobre las bases `inciertas´ de la funcionalidad de la justicia restaura-
tiva. Señala este autor el idealismo que subyace a las citadas teorías,
la inviabilidad de muchos de los mecanismos supuestamente efectivos
en el encauzamiento de tales prácticas restauradoras. Continúa men-
cionando los interrogantes que tales implementaciones supondrían en
una sociedad moderna que requiere la cooperación y afinidad ciuda-
dana en la solvencia de ciertos conflictos, disputas que en cualquiera
de los casos serían perfectamente adecuadas a los principios que rigen
el derecho privado pero de dudosa acomodación en la esfera pública
(CABEZUDO RODRÍGUEZ, 2011)125.

IV. LA MEDIACIÓN PENAL COMO HERRAMIENTA DE RESOLU-


CIÓN DE CONFLICTOS

La mediación se considera un proceso que, en base a los principios


de la Justicia restaurativa, emprende una gestión del conflicto susten-
tada en la cooperación y colaboración voluntaria de víctima y ofensor
con el fin de llegar, a partir de la implicación de un tercero neutral, a
una solución factible tanto en lo relativo al daño causado como en las
alternativas para su reparación o restitución.
En el presente epígrafe se desarrollan las características más re-
levantes respecto al proceso señalado. Se hace en un primer mo-
mento mención a la mediación como una herramienta general de
resolución de conflictos para, seguidamente, y partiendo de la nor-
mativa vigente, realizar un repaso de las principales características
del proceso de mediación penal. En este último caso, y partiendo de
su marco legislativo, se introducen con posterioridad los aspectos
más relevantes en relación con su definición, partes implicadas y fa-
ses del proceso.
No obstante, y pese a su aparente contrario posicionamiento, dicho autor
125

apoya la iniciativa de una futura y pronta política que reglamente medidas de resolu-
ción de conflictos como alternativa a las vías más punitivas.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 343

1. Introducción general al concepto de mediación

El conflicto podría definirse como un fenómeno natural y situacional,


un proceso diverso tanto en sus manifestaciones como en sus resolucio-
nes, y que siempre implica la disconformidad entre dos o más partes en-
frentadas (individuales o colectivas) con intereses generalmente incom-
patibles. Es en este ámbito donde se hace eco la mediación como posible
respuesta alternativa y pacificadora ante la resolución de un conflicto.
La mediación se establece como un planteamiento novedoso de
resolución de conflictos, un proceso en el que las partes implicadas
dialogan y cooperan sobre la necesidad de resolver ciertos daños a
partir de la guía y las propuesta de un tercero neutral o imparcial.
En esta línea, podría decirse que ‹‹el proceso de medicación con-
siste en la intervención de una tercera parte imparcial cuya función es
ayudar a la consecución de un acuerdo entre las partes enfrentadas en
una negociación›› (KRESSEL y PRUITT, 1985).
Del mismo modo, indica Fernández Ríos que ‹‹la mediación puede
definirse como la intervención en una disputa o negociación de una
tercera parte neutral que, no teniendo poder ni autoridad para tomar
decisiones sobre el resultado final, colabora con las partes oponentes
en la consecución voluntaria de un acuerdo aceptable en relación con
los temas objeto de la disputa›› (FERNÁNDEZ RÍOS, 1996).
Se añade además el hecho de que ‹‹la solución no es impuesta por
terceras personas, como es el caso de los árbitros o jueces, sino que
es creada por las partes›› (ROZENBLUM, 1998), que ‹‹es un proceso
ideal para el tipo de conflicto en el que las partes enfrentadas deban o
deseen continuar la relación›› (HOLIDAY, 2002).
En esta línea, se contempla además que para que el proceso de
mediación sea posible las partes deben de estar motivadas respetarse
mutuamente durante y después del proceso, y respetar igualmente los
acuerdos que se hayan alcanzado (SAHAPIRO, 2002).
Acompañando a su definición, no debería obviarse que la media-
ción se sustenta en cinco postulados básicos; a saber: a) confidencia-
lidad de la información aportada durante el proceso; b) neutralidad
o imparcialidad del mediador; c) colaboración o disposición de los
sujetos para buscar un acuerdo efectivo; d) voluntariedad de los parti-
cipantes; y e) visión de futuro o beneficios que conlleva tal alternativa
344 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

de resolución (evita contactos recurrentes con el sistema de Justicia)


(DE DIEGO VALLEJO y GUILLÉN GESTOSO, 2006).
Se trata de un conjunto de principios que han de ser respetados en
cualquiera de las fases generales del proceso de mediación, las cuales
podrían establecerse en cuatro etapas generales:
1) Fase de definición. Etapa inicial en la que se determinan los
motivos del conflicto. Se establece pues el punto de partida
para la actuación del mediador en el asesoramiento y orienta-
ción a la búsqueda de soluciones factibles.
2) Fase de discusión. Momento en que cada una de las partes ex-
pone su visión de los hechos, del mismo modo, se presentan
posibles propuestas de resolución de los mismos.
3) Fase de selección de alternativas. Tras haber aportado ambas
partes soluciones para abordar el problema, se seleccionan
y filtran aquellas con mayor probabilidad de realzarse y que,
sobre todo, sean beneficiosas para ambas y que no suponga
perjuicio alguno para ninguna de ellas.
4) Fase de reconciliación. Tras observar que se ha llegado a un
acuerdo se afianza la decisión adoptada, se consolida más aún
cuando, tras posibles apelaciones u objeciones, se observa que
es la mejor de las opciones en la reparación del daño.
Cada una de estas etapas ofrece una serie de beneficios para las
partes; así, entre las ventajas de la misma destacan las siguientes: a)
reducción de la tensión emocional y el litigio de las relaciones sociales;
b) voluntariedad, pudiendo las partes retirarse en cualquier momento
del proceso, incluso pueden pedir acudir a los Tribunales si consideran
que la solución de estos será más satisfactoria; c) clima de cooperación
y respeto mutuo donde las decisiones son tomadas directamente por los
sujetos afectados; y d) se establece como una medida más eficiente que
la vía judicial (tiempo y costos) (BOADA, 2004).
En definitiva, y añadida a las ventajas que menciona Boada, cabría
advertir que el verdadero progreso de la mediación se sustenta en su di-
námica de resolución en base a la cooperación de las partes, aspecto del
todo opuesto al afán de competitividad asociado comúnmente al concep-
to de conflicto. Respecto a ambos términos cabría contemplar que mien-
tras los conflictos cooperativos se orientan a la búsqueda de intereses co-
munes, los competitivos, instigados generalmente por las emociones de
miedo y venganza, orientan sus propósitos a la ganancia personal a costa
de cualquier daño ajeno (DE ARMAS HERNÁNDEZ, 2003).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 345

No obstante, y a pesar de centrar el contenido de la exposición en


la mediación, se advierte a su vez de la existencia de otras técnicas de
resolución de conflictos que si pudieran contemplar mayor índice de
competitividad, como serían el caso de la negociación y el arbitraje.
Ambas se presentan brevemente a continuación, añadiendo a su vez la
conciliación como otra técnica alternativa de resolución; a saber:
• Conciliación: hace referencia a la reunión de las partes en un
ambiente y circunstancias idóneas para llegar a un acuerdo,
siendo el conciliador un facilitador de la comunicación entre
las partes en conflicto. A diferencia del mediador, el papel del
último es mucho más activo, pues puede incluso intervenir en
las discusiones haciendo sugerencias o propuestas; no obstan-
te, en cualquier caso, ni conciliador ni mediador intervienen di-
rectamente sobre el conflicto (MEDINA, F. J. y MUNDUATE, L.,
2006). En general, y junto a la mediación, ambos podrían consi-
derarse como “procesos de negociación asistida” por lo referido
a la vinculación, o mejor dicho presencia, de un tercero neutral.
• Negociación: no existe un consenso entre las partes del pro-
ceso, sino que las partes intentarán obtener el mayor benefi-
cio y satisfacción a costa de pérdidas en la otra persona. Se
establece una posición determinada frente al denominado
`adversario´ pero sin existir un enfrentamiento directo; es
decir, se contempla como ‹‹una discusión entre dos o más par-
tes que desean resolver intereses incompatibles›› (PRUITT y
CARNAVALES, 1993). Se trata en definitiva del común en-
frentamiento que caracteriza las discusiones cotidianas (me-
nor que quiera salir por la noche y discute con su madre por-
que no se lo permite).
• Arbitraje: una tercera persona decide sobre el caso sin existir
comunicación directa entre las partes, y aceptando éstas la de-
cisión final que se indique; la diferencia con el juicio radica en
que éste último puede no ser escogido por las partes como for-
ma de resolución de conflictos. La diferencia con la mediación
reside en que un `árbitro´ tiene el poder de tomar decisiones
sobre el acuerdo y estas son vinculantes para las partes, siendo
en la mediación los propios sujetos quienes la establecen.
Si bien mediante todas estas técnicas se intenta resolver conflic-
tos, sea mediante la participación o no de un tercero, pero en su ma-
yoría con una orientación pacífica del mismo, en el polo opuesto se
346 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

encontrarían aquellos medios ilícitos de resolución de conflictos, don-


de la violencia se hace eco de los comportamientos antisociales de los
individuos con tal de conseguir determinados fines.
En general, y haciendo un resumen de las principales técnicas de
resolución de conflicto, podría establecerse una clasificación en base
a los elementos recogidos en la siguiente tabla:

TABLA 2
Técnicas de resolución de conflictos.

RELACIÓN
TIPO DE PARTICIPACIÓN PARTICIPACIÓN
GANANCIAS-
RESOLUCIÓN DE UN TERCERO DE LAS PARTES
PÉRDIDAS

Evitación del Inexistente. Mínima Desigual. Un aparte


conflicto El conflicto no llega obtiene los benefi-
a efectuarse. cios al evitar el otro
la confrontación.

Conciliación Existe la figura de Máxima Equilibrada.


un conciliador que Las ventajas de la
exclusivamente faci- cooperación se en-
lita la comunicación tienden comunes a
entre los sujetos. las partes.

Inexistente. Máxima (voluntad Una parte suele


Negociación Solamente los sujetos mínima de llegar a quedar más perju-
implicados deciden. un acuerdo) dicada. Se establece
una competición de
intereses.

Mediación El mediador juega Máxima Equilibradas, ba-


un papel más activo sadas en la recon-
que el mediador, pro- ciliación y acuerdo
poniendo soluciones mutuo.
factibles a las partes.

Arbitraje El árbitro tiene po- Mínima (exponen Al no depender de


der para tomar de- hechos pero la de- las partes, sino de la
cisiones y que estas cisión recae en un decisión de un terce-
sean cumplidas por tercero) ro, las soluciones se
los participantes*. perciben como más
discriminatorias.

*
En este sentido cabría advertir que, mientras el árbitro tiene control sobre
los resultados y las partes sobre el proceso, en los Tribunales es la tercera parte quien
tiene el control tanto del mismo proceso como de los resultados del mismo.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 347

En relación a lo anterior, y dada la trascendencia de su puesta en


práctica en la vida diaria, se presentan a continuación cuáles serían
las divergencias encontradas entre un proceso de mediación y el pro-
ceso judicial propiamente dicho, denotando que, en cualquier caso,
las ventajas del primero supera con creces las dificultades e impedi-
mentos del segundo. Así pues, podría decirse de ambos procesos lo
siguiente (TIFFON NONIS, 2008):
o Respecto a la toma de decisiones en la mediación serían las
partes quienes cooperan activamente en encontrar una solu-
ción equilibrada al problema, mientras que en el proceso judi-
cial es el enfrentamiento por tener intereses dispares lo que las
caracteriza.
o Mientras que el juez impone una decisión (judicial) que se tor-
nará irrevocable y que resulta en un grado de satisfacción mí-
nimo para una de las partes o para ambas, en el proceso de
mediación existe una figura imparcial que no es responsable
de la decisión final y que, por ende, únicamente colaborará en
guiar adecuadamente las intervenciones en la toma de una de-
cisión final pertinente para los individuos.
o Del mismo modo, el tipo de comunicación y la duración de en-
cuentro también suele ser diversa en ambos procesos, caracte-
rizándose la vía judicial por un lenguaje bastante persuasivo y
una duración de todo el preseco judicial bastante ralentizada.
En definitiva, y si bien existen diversos métodos pacíficos de reso-
lución y reparación de conflictos, se tratará a continuación lo relativo
al ámbito del Derecho Penal, concretamente a la vinculación de la víc-
tima y la mediación penal en el sistema de Justicia actual.

2. La mediación penal en el Ordenamiento Jurídico Español

El movimiento internacional de reconciliación entre la víctima y


el ofensor ha sido progresivamente objeto de análisis y tratamiento en
las legislaciones vigentes, consideración de la que se viene advirtien-
do aproximadamente desde hace tres décadas. Es en este momento
donde la mediación comienza a progresar como herramienta indis-
pensable en tal acuerdo `pacífico´ entre las partes del proceso.
348 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Sus raíces se señalan ya en la Recomendación R (83) 7 del Comité


de Ministros del Consejo de Europa, donde se estima la necesidad de
la participación pública en los procesos penales y política criminal;
así pues, señala la trascendencia de ‹‹la participación del público en
la elaboración y aplicación de una política penal dirigida a prevenir la
delincuencia, a recurrir a las medidas de sustitución de las penas pri-
vativas de libertad (…) en particular a través de facilitar la indemniza-
ción de la víctima por el delincuente, por ejemplo, previendo tal obli-
gación como medida sustitutiva de la pena privativa de libertad››126.
Del mismo modo, se advierte en las Recomendaciones R (85) y R
(87), sobre el examen de las ventajas que pudiera conllevar la media-
ción, así como el fomento de las citadas experiencias entre las partes
involucradas, respectivamente127.
Concretamente, y enlazando con una más reciente argumenta-
ción, la Recomendación R (99) 19 del Comité de Ministros del Consejo
de Europa, se entiende por mediación ‹‹todo proceso que permite a la
víctima y al delincuente participar activamente, si consienten libre-
mente, en la solución de los problemas provocados por el delito, con
la ayuda de un tercero independiente, el mediador››128.
No obstante, uno de los hitos más importantes en la consideración
de la mediación penal lo constituye en el año 2001 la Decisión Marco
del Consejo de la Unión Europea (2001/ 220/ JAI) por la que se esta-
blece el momento en que todos los Estados Miembros deberán incluir,
o en su caso, modificar, la normativa existente con tal de que esta in-
cluya entre sus preceptos referente a dicha herramienta o proceso de
solución de conflictos129.
126
Recomendación R (83) 7, de 23 de junio de 1983, del Comité de Ministros del
Consejo de Europa a los Estados miembros, relativa a la participación de público en
política criminall.
127
Recomendación R (85) 11, de 28 de junio de 1985, del Comité de Ministros
del Consejo de Europa a los Estados miembros. Recomendación R (87) 21, de 17 de
septiembre de 1987, del Comité de Ministros del Consejo de Europa a los Estados
miembros, sobre la posición de la víctima en el Marco del Derecho penal y de procedi-
miento penal., sobre la asistencia a las víctimas y la prevención de la victimización.
128
Recomendación R (99) 19, de 15 de septiembre de 1999, del Comité de
Ministros del Consejo de Europa a los Estados miembros, sobre mediación en
materia penal.
129
Decisión marco del Consejo 2001/220/JAI, de 15 de marzo de 2001, relativa
al estatuto de la víctima en el proceso penal. Más información en Síntesis de la legis-
lación de la Unión Europea (www.europa.eu).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 349

En este sentido, se indica en su artículo 10 que ‹‹los Estados Miembros


procurarán impulsar la mediación en las causas penales para las infrac-
ciones que a su juicio se presente a este tipo de medidas››, indicando en
su segundo apartado que ‹‹Velarán por que pueda tomarse en considera-
ción todo acuerdo entre victima e inculpado que se haya alcanzado con
ocasión de la mediación››; del mismo modo, prosigue en su artículo 17
que ‹‹los Estado Miembros pondrán en vigor las disposiciones legales,
reglamentarias y administrativas necesarias para dar cumplimiento a lo
estipulado en la presente Decisión Marco›.
Se precisa la aplicación de los citados postulados a más tardar el
22 de marzo de 2006, lo que denota desde el ámbito internacional una
tendencia, cuanto más inmediata, a establecer pactos o acuerdos de
manera cooperativa que velen en todo caso por la salvaguarda y el de-
recho de los ciudadanos, promoviendo en todo caso alternativas a la
vía judicial que sean más prometedoras a nivel social, concretamente
entre la relación víctima-victimario.
Así pues, se observa el entusiasmo de un ámbito supranacional
muy volcado en la colaboración de víctima y victimario, así como en
la reparación de daño por parte del acusado, como en las políticas
preventivas en la figura del ofendido (prevención victimal).
En el caso concreto de España todavía no se puede decir que exista
una incorporación específica de la mediación al sistema penal130, sino
que debieran remitirse a tal efecto las leves iniciativas que sobre esta
materia contiene el Código Penal y la Ley de Enjuiciamiento Criminal
en la organización de los programas de mediación. Así pues, vencido
el plazo de la citada Recomendación, y no en vano de la necesidad de
efectuar reformas legislativas en el ámbito nacional, el Derecho com-
parado avanza considerablemente en la consideración de la mediación
como una medida alternativa eficaz para resolver conflictos de trans-
cendencia penal (ARMENTA DEU y SÁNCHEZ MORENO, 2011).
No obstante, esta situación no ha impedido el desarrollo de diver-
sas iniciativas y experiencias piloto en España131 ‹‹bajo el amparo del
130
De hecho, se conoce que es Portugal el último país de la Unión Europea que
ha incorporado la mediación penal de adultos en su legislación. Lo hace no mediante
reforma del Código Penal ni Civil, sino a partir de una legislación específica y con-
creta con entrada en vigor en enero de 2008. más información en GARCÍA GARCÍA-
CERVIGÓN, J., ‹‹La mediación penal de adultos en Portugal››, Revista Electrónica de
Ciencia Penal y Criminología 12, 2010, págs. 1-6. Disponible en www.criminet.ugr.es.
131
Destacar que las primeras experiencias pilito a las que se refiere hacen
mención a comunidades como Valencia o Cataluña. Más información en GARCÍA
350 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Servicio Planificación y Análisis de la Actividad Judicial del Consejo


General del Poder Judicial, así como de la participación y colabora-
ción de Fiscales y abogados, y de los mediadores de la Asociación de
Mediación para Mediación de Conflictos dentro del marco legal vi-
gente›› (GARCÍA GARCÍA-CERVIGÓN, J., 2010)132.
En materia penal se estima que las Oficinas de Ayuda a las Víctimas
contempladas en la Ley 35/ 1995 favorecerán el desarrollo de la conci-
liación entre las partes del proceso, ya sea a cargo de las Comunidades
Autónomas, o bien, desde los Servicios de Mediación existentes. Así pues,
se entiende que los propios Jueces debieran ser receptivos a esta propues-
ta innovadora, aún sea sin reforma procesal, entendiendo en cualquier
caso los efectos beneficiosos que, tanto para la víctima (evita lentitud del
proceso) como para el infractor (beneficios en su ejecución), se despren-
den de su puesta en práctica. En esta línea, y sin dejar una opinión de-
soladora al respecto, se podría decir que el número de experiencias ini-
ciales de mediación han ido in crecendo en nuestro país; esto es, son más
los Juzgados que confían y derivan las causas hacia un procedimiento de
mediación penal (GARCÍA GARCÍA-CERVIGÓN, J., 2010).

2.1. Conceptualización

La aplicación del Derecho Penal como potestad exclusiva del Estado


aporta innegablemente cierta seguridad ciudadana en la persecución
del crimen, característica a la que se suman la aparente objetividad y
neutralidad que no en todas ocasiones son posibles de satisfacer.
En este ámbito, la mediación se consideraría como una propuesta
de incorporación legal que, cuanto menos en su aplicación, solven-
taría las trabas inherentes al proceso penal. En este sentido, la me-
diación se establece como un procedimiento pacífico de llegar a un
acuerdo entre las partes implicadas, pudiendo además resaltar los si-
guientes aspectos (BARONA VILAR, 2010):
1) Es un proceso extrajudicial en virtud del cual víctima e infrac-
tor deciden voluntariamente participar y colaborar en la reso-
GARCÍA-CERVIGÓN, J., ‹‹Experiencias de mediación penal en adultos en España››,
Rivista de Criminologia, Vittimologia e Siccureza 4(3), 2010, pág. 145.
132
Se entiende además la remisión a la Ley Orgánica General de Penitenciaria
(LO 1/1979 de 26 de septiembre) y al Reglamento Penitenciario (Real Decreto 190/
1996 de 9 de febrero).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 351

lución de un conflicto penal. Se añade además la figura de un


mediador o tercero imparcial que insta y propone soluciones
factibles para la elección de una solución beneficiosa para las
partes implicadas.
2) Supone una inflexión en cuanto a la conceptualización del ius
puniendi estatal, concretamente de la Justicia penal, pues de
un lado convierte el delito en conflicto (sustitución de la con-
ducta antijurídica) y, de otra parte, los intervinientes principa-
les son los propios sujetos afectados.
3) Se dota de mayor énfasis a la prevención especial y repara-
ción del daño frente a la retribución que caracteriza, junto al
afán disuasorio, a la prevención general.
4) Son los Tribunales los que finalmente controlarán el resultado
de la mediación, siendo en todo caso la decisión judicial aca-
tada por los mismos, sea para poner fin al proceso anticipada-
mente o través de sentencia.
Del mismo modo, se entiende que ‹‹la mediación en el ámbito pe-
nal es uno de los métodos más extendidos de justicia restaurativa y
supone crear un espacio en el que la víctima y el autor, con la inter-
vención del mediador, tienen la oportunidad de tratar el hecho de-
lictivo y participar activamente en la búsqueda de una respuesta que
compense el daño producido y propicie un proceso de reflexión en el
autor, que le permite tomar conciencia real del daño que ha ocasiona-
do›› (FERNÁNDEZ NIETO y SOLÉ RAMÓN, 2010).
En esta última cita se observa la necesidad de indicar aquellos co-
metidos que afectan específicamente a la figura de la víctima, como
sería el caso de la efectiva reparación y resarcimiento del menoscabo
sufrido (personal o materialmente).
Se trata pues de un proceso formal y estipulado en unas fases con-
cretas pero flexibles de actuación, unas etapas que deberá controlar
en su buena praxis un tercero imparcial con tal de encauzar el diálo-
go y cooperación entre las partes hacia la solución más apropiada y
adecuada a la situación y circunstancias concretas de cada una de las
partes. Se trata pues de un procedimiento en el que ambas partes se
involucran y deciden conjuntamente (relación simétrica o bilateral).
El conflicto nace en todo caso de la previa infracción penal, te-
niendo como alternativa a su resolución un método de gestión que
dista mucho de las imposiciones dictaminadas por un Juez durante el
352 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

proceso penal. No obstante, si se entiende su oficialidad derivada de


la potestad de aquel, induciendo en cualquier caso que corresponde al
mismo, previo acuerdo con el Ministerio Fiscal o abogado defensor, la
derivación de los casos al Servicio de Mediación Penal.
En esta línea, la derivación a otros servicios para la ejecución de
proceso es lo que añade a la mediación su calificación como procedi-
miento interdisciplinar, siendo los métodos resolutorios del conflic-
to planteados desde muy diversas esferas y enfoques, no solo desde
el ámbito del Derecho, sino también de la Psicología y Sociología
(GUTIÉRREZ MARTÍNEZ, 2009).
En general, se estima como un instrumento de intervención posi-
tiva a partir de la comparación entre las consecuencias que el delito
deja en la víctima y la implicación del ofensor por resarcir el daño
causado. En cualquier caso, se vuelve a advertir de que no se trata de
un procedimiento para delegar en exclusividad al sistema penal vi-
gente, sino de adaptar sus propósitos a la nueva demanda social y a la
competencia de diferentes especialistas.
No obstante, y a pesar de las ventajas del proceso de mediación,
podrían indicarse tres problemáticas importantes de su realización;
a saber: 1) la relativa a la presunción de inocencia del sujeto pasivo,
ya que el propio infractor ha de asumir su culpabilidad para la pues-
ta en marcha del proceso de reconciliación; 2) la comprensión de la
restitución amparada casi en exclusividad a la compensación econó-
mica, aspecto que podría llevar a diferenciar entre ‹‹una justicia de ri-
cos (mediación) y una justicia de pobres (proceso penal tradicional)››
(LAMARCA PÉREZ, 2007); y 3) la consecuente con los tipos de ilícitos
a los que serían aplicables tal procedimiento, en el sentido de que no
todos los ilícitos penales podrían ser sometidos a mediación, más bien
los menos –piénsese, en las injurias, calumnias, hurto o faltas– y aún
así ¿verdaderamente existiría conocimiento de que en los ilícitos refe-
ridos no participa la víctima supeditada a posibles chantajes o amena-
zas por parte del agresor? Lo que parece inaceptable es querer trasla-
dar semejante institución a casos en los que se encontraran afectados
bienes jurídicos relativos a la dignidad, integridad, libertad, indemni-
dad sexual (…), delitos en los que no se comprendería la mediación
penal como una alternativa de resolución verdaderamente efectiva y
beneficiosa para ambas partes. A tal efecto, baste señalar el artículo
44.5 de la Ley Orgánica 1/ 2004, de 28 de diciembre de Medidas de
Protección Integral contra la Violencia de Género, que sobre la tutela y
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 353

competencia judicial de los Juzgados de Violencia sobre la Mujer cita


textualmente que ‹‹estaría vedada la mediación››.
Son estos últimos efectos los que pudieran repercutir considera-
blemente en la vulneración de los principios constitucionalmente es-
tablecidos, siendo concretamente este último el relativo a la afectación
del principio de igualdad. En este sentido, se indican a continuación
los que rigen la mediación como herramienta del Derecho Penal; a
saber (FERNÁNDEZ NIETO y SOLÉ RAMÓN, 2010):
a) Los principios de legalidad y oportunidad en la mediación. La
potestad o ius puniendi estatal se caracteriza por un conjunto de lími-
tes de los cuales no pueden sobrepasar las acciones del Estado más
allá de lo así especificado en las leyes vigentes. En este sentido, el
principio de legalidad constituye un deber esencial del Derecho penal
en cuanto supone una garantía de actuación para los ciudadanos, un
ejercicio de la potestad punitiva que no podrá sobrepasar lo previa-
mente estipulado.
Estrictamente hablando, no podría decirse que dicho principio fa-
voreciera la mediación, al contrario de lo que ocurriría con el princi-
pio de oportunidad. Así pues, este último enlaza directamente con la
probabilidad de acceder directamente a vías de resolución de conflic-
tos alternativas a la vía judicial propiamente dicha. En este sentido,
su aplicabilidad será otorgada siempre en consonancia, y tras valora-
ción, del caso concreto.
En general, ambos principios se complementarían por ‹‹admitir la
oportunidad como manifestación de la legalidad cuando dicho princi-
pio esté regulado legalmente›› (SANCHO GARGALLO, 2002).
b) El principio de igualdad. Aplicado al ámbito de la mediación pu-
diera entenderse en dos sentidos, ya sea tanto por exigir un tratamien-
to no discriminatorio entre las propias partes como (clima adecuado
de diálogo, empatía), y en consecuencia del primero, llegar a una esti-
mación del caso donde ambos sujetos sean beneficiados en la medida
que les corresponda. En este sentido, la responsabilidad del infractor
se objetiviza en la reparación del daño causado, de manera que la víc-
tima sea resarcida en la medida de lo posible.
c) Principio de proporcionalidad penal. Se relaciona con la grave-
dad del ilícito y, por ende, con la respuesta reparadora del mismo; esto
es, implica la prohibición del exceso punitivo. Se obliga a ponderar
los intereses en conflicto en base tanto a la adecuación de la sanción
354 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

a la finalidad perseguida, como a la necesidad entendida en base a la


gravedad del hecho.
Este último principio aplicado al delito de violencia doméstica
se hace evidente soslayando cualquier tipo de exceso que la víctima,
por su especial condición, pudiera demandar innecesariamente. Lo
que denominan Fernández Nieto y Soé Ramón como ‹‹tiranía de la
víctima››.
Se desprende de todo ello que la mediación es consecuente con la
oportunidad legalmente establecida, y que se le ofrece al ciudadano,
para resolver de una manera más pacífica y alternativa determinados
conflictos, entendidos como posibles siempre que exista un tratamien-
to igualitario entre las partes implicadas, donde el pacto es consecuen-
cia de ambos y proporcional a los daños acaecidos.

2.2. Sujetos implicados

Si bien se han ido describiendo a lo largo del texto, considero ne-


cesario señalar las características fundamentales representadas en
los sujetos implicados en el proceso de mediación, haciendo especial
mención a la figura del mediador.
A) La víctima y el infractor. Frente a las consecuencias que se han
ido mencionando, en las que se cuestiona entre otras la labor de efica-
cia del Estado en la persecución de delito, se une la variante del resar-
cimiento del daño a la víctima. Principio este último objeto esencial
de la Justicia Retributiva y, consecuentemente, uno de los motores cla-
ves de la defensa y progresión de la Victimología; esto es, del proceso
de desvictimización. Así pues, y partiendo de este supuesto, es donde
cabe considera la mediación como una de las principales innovacio-
nes, y más prometedores emprendimientos, del sistema político penal
actual, ya sean sus consecuencias referidas tanto a la víctima como al
victimario.
Se trata de un proceso de `dar y recibir´ mutuas concesiones y
beneficios, y que además se sustenta en el crecimiento personal de
cada uno de los intervinientes, tanto por parte del infractor (asunción
de responsabilidad) como de la víctima (evita el riesgo de una victimi-
zación secundaria) (DEL RÍO FERNÁNDEZ, 2006). En esta línea, se
confirma dicho progreso personal cuando las partes desarrollan sen-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 355

timientos relacionados con la productividad del proceso resolutorio,


bien sea por los intereses que del mismo se desprenden, como por
las capacidades o habilidades personales y los recursos disponibles.
Aspecto al que además se añaden los innegables efectos beneficiosos
procedentes de la mediación como una alternativa extrajudicial al
proceso ordinario.
Entre las ventajas que la víctima obtiene al participar voluntaria-
mente en el mismo, se advierten la presencia de beneficios tanto a
nivel material como psicológico, dándole la oportunidad de evitar un
proceso judicial cuanto menos costoso (tiempo y dinero) y violento en
el enfrentamiento con el agresor en la Sala de Justicia.
La víctima experimenta una aproximación al conflicto de mane-
ra gradual, lo que evitaría el posible enfrentamiento directo con unas
personas y circunstancias que pudieran hacerle revivir los hechos. En
este sentido, y en lo relativo a la autopercepción del daño causado, el
dar la oportunidad al sujeto activo tanto de que lo reconozca como de
que colabore en su restitución, pudieran despertar en la víctima senti-
mientos de seguridad y confianza. Seguridad que además se traslada
al ámbito judicial y a su eficaz funcionamiento, frente a los posibles
miedos, temores y represalias que pudieran conllevar su resolución
por medio de un juicio penal ordinario.
Podría a su vez distinguirse en el agresor un denominado `perdón
implícito´ en esa iniciativa a conciliarse con la víctima y cooperar con
las políticas existentes, actitud que además fortalece el desarrollo de
sentimientos favorables tanto a la previa decisión de incoar la media-
ción, como a la certidumbre en las propias ventajas del proceso.
Por su parte, el infractor obtiene igualmente rentabilidad de tal
procedimiento, siendo entre ellas la más obvia la referente a su ate-
nuación penal, intereses tangibles para el ofendido apreciados en la
disminución de la pena. Ahora bien, no solo los ventajas se estiman
en la cuantía de la misma, sino que a nivel social y personal el ofensor
también obtiene importantes beneficios.
La implicación voluntaria del agresor por dar una solución pacífi-
ca al conflicto disminuye el riesgo de ser estigmatizado por el resto de
ciudadanos, etiquetado social que se camufla antes una actitud coo-
perativa con al sistema de Justicia. Del mismo modo, se entiende su
progreso a nivel personal, concretamente en cuanto a los aspectos de
rehabilitación y reintegración previstos constitucionalmente.
356 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Para finalizar, cabría señalar que, en cualquier caso, la satisfacción


de las partes dependerá se la percepción de equidad tanto en los bene-
ficios obtenidos (equidad en la resolución en cuanto a la consideración
mutua de la solución) como en el propio proceso (oportunidades de ex-
presión y participación, así como en la neutralidad del tercero).
B) El mediador. La figura de un tercero no implicado directamente
en la trama criminal pero presente en la resolución del conflicto, es lo
que diferencia a la mediación de otras técnicas alternativas de resolu-
ción de conflictos. Distinción que no se refiere únicamente a su pre-
sencia (ausente en la negociación), sino también al papel o labor de
este último en el desarrollo del proceso (toma de decisión deliberada
en el caso del arbitraje).
Así pues, se advierten a continuación cuáles serían los cometidos
básicos del mediador y que lo distinguen de otras posibles interven-
ciones en la gestión de ciertos tipos de enfrentamientos sociales. Se
distinguen las siguientes características:
— Avisa sobre el deber de confidencialidad, tanto de los sujetos
involucrados como de su responsabilidad de guardar silencio.
— Centrado en la producción activa de las partes durante el
proceso de interacción (explicaciones, aclaraciones, pregun-
tas,…), así como en la manera en que estas orientan el proce-
so de resolución de manera pacífica.
— Fomento del respeto entre las partes, sea tanto en atención a
las características verbales (insultos) o no verbales (gestos in-
apropiados), como paralingüísticas (tono de voz).
— Promueve la consideración del otro como una persona con un
conjunto de derechos e intereses determinados y no siempre
coincidentes, intentando en todo caso favorecer la compren-
sión de los puntos de vista ajenos (empatizar).
— Anima a la toma de decisiones y a la deliberación sobre las
mismas, pero en ningún momento ofrece su punto de vista
sobre la cuestión tratada.
— Evitará en cualquier caso que la gestión de conflicto se zanje
de manera prematura, asegurando pues que se tratan todos
los aspectos vinculantes con el hecho delictivo.
— Orientará el encuentro hacia la consecución de soluciones
viables y factibles, así como a su percepción como medida
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 357

equitativa por ambas partes. Se entiende equitativa por cuan-


to ambos salen beneficiados pero, incuestionablemente, las
ganancias de uno y otro sujeto no son ni personal ni material-
mente las mismas.
— No se centra en descubrir quién es el verdadero culpable de
los hechos, sino que permanece neutral ante los comentarios
de las partes.
— Imparcialidad, no existe juicio crítico alguno sobre la veracidad
o no respecto a la percepción del daño por la víctima, así como
en lo referente a la gravedad del ilícito cometido por el ofensor.
— Sus habilidades radican en la escucha activa y receptividad
de los argumentos de los participantes, así como en el em-
pleo de las estrategias de resolución o tácticas efectivas en la
orientación del conflicto.
— Es un profesional y como tal deberá de presentar la pericia
consecuente, debiendo en todo caso de poseer una formación
interdisciplinar en cuanto a la amplitud de factores inmersos
en el conflicto que enfrenta a los sujetos.
— Advierte del compromiso establecido entre las partes (asisten-
cia, horario, confidencialidad de la información tratada, (…).
— Si una de las partes requiere de información adicional sobre
el proceso se le aportará con tal de que el mismo evolucione
favorablemente; no obstante, siempre ha existido una previa
entrevista individual con cada uno de los sujetos para adver-
tirles de sus derechos y garantías, así como de las característi-
cas de la mediación.
— Voluntariedad de la víctima y ofensor, no obligando en nin-
gún caso a su implicación en el proceso y, en todo caso, des-
estimando su continuación cuando una de las partes así se lo
indique. En su caso, y cuando sea la víctima quien decida no
seguir colaborando, el titular de órgano jurisdiccional podrá
valorar la voluntad de la persona infractora, así como las po-
sibles acciones ya realizadas a efectos de reparar el daño.
— Interviene en la redacción por escrito del plan de conformi-
dad como del correspondiente al acordado para la restitución
de los hechos.
— No demandará desembolso alguno por la labor prestada, pues
ya procede a otras entidades pagarle por el trabajo prestado.
358 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

En general, las garantías del éxito de la mediación dependerán


en última instancia de la pericia del mediador, de su habilidad para
ser capaz de movilizar a las partes desde una posición de negociación
hacia una visión de colaboración y conciliación entre las partes (inte-
reses compartidos).

2.3. Fases del proceso y aplicabilidad de las mismas

Si bien se ha aludido con anterioridad a las etapas generales que


configuran el proceso de mediación, se desarrollan a continuación di-
chas fases en su aplicación específica a la mediación penal. Así pues, y
siguiendo a Fernández Nieto y Solé Ramón, se diferencian las siguien-
tes etapas en el procedimiento de mediación (FERNÁNDEZ NIETO y
SOLÉ RAMÓN, 2010):
a) En los momentos iniciales al proceso, la mediación pudie-
ra evitar la apertura del procedimiento siempre y cuando el
agraviado tenga la plena disponibilidad de la acción penal; es
decir, en base a las características de los delitos o faltas come-
tidos. A tal efecto se recogen las siguientes infracciones:
— Aquellas faltas que incluyen el perdón como causa de ex-
tinción de la pena o de la acción penal, como sería el caso
de las faltas de amenazas o coacciones (art. 620 C.P.), o de
las de imprudencia (art.621 C.P.)133.
— Infracciones delictivas que requieren la denuncia de la
persona ofendida; a saber: delitos contra la integridad e
indemnidad sexual (art. 191 C. P.), delitos de calumnia o
injuria (art. 215 C. P.), o los delitos relativos a la propie-
dad intelectual (art. 287 C. P.), entre otros134.
b) Durante el desarrollo del proceso el acuerdo de reparación
del daño tiene consecuencia jurídica directa en la atenuación
de la pena. Indica pues el artículo 21.5 C.P. la característica de
Los delitos por imprudencia grave sí requerirían de la denuncia.
133

A modo de ejemplo, los posibles acuerdos adoptados por las partes como eje
134

fundamental de la resolución podrían caracterizarse por el reconocimiento de los


hechos y el perdón en un caso de violencia doméstica, así como igualmente el perdón
pero añadido en este caso a un tratamiento rehabilitador (médico-psicológico) en el
caso de un delito de amenazas y lesiones.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 359

‹‹ haber procedido el culpable a reparar el daño ocasionado


a la víctima, o disminuir sus efectos, en cualquier momento
del procedimiento y con anterioridad a la celebración del acto
del juicio oral››. Se advierte en cualquier caso en la Sección I
del Capítulo II de este mismo Libro, sobre las reglas generales
para la aplicación de las penas en consonancia con la dismi-
nución contemplada.
c) En la fase ejecutiva. La mediación podría aplicarse tanto en el
trámite previo a la suspensión y sustitución, teniendo en cuen-
ta el ‹‹esfuerzo en la reparación del daño causado›› (art. 88
C.P.), como en el momento de decidir el Juez por la ejecución
de ciertas obligaciones a las que se condicionan las medidas
señaladas (art. 83 C.P.).
En este sentido, cabría advertir que en ningún caso la mediación
excluye la posibilidad de solucionar un conflicto mediante la vía juris-
diccional ordinaria, quedando en cualquier asegurada a la voluntarie-
dad y conformidad de las partes (tanto para incoar el proceso como
en lo relativo a la solución pactada), a la reparación del daño en la
víctima (material y personal), y a la rehabilitación de victimario.
En general, un resumen global del protocolo de intervención se-
gún el momento del proceso, concretamente en lo referente a la fase
de instrucción y de enjuiciamiento, quedaría establecido del siguiente
modo:
360 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

TABLA 3
Las fases de la mediación penal en los diferentes momentos
del proceso judicial135
INSTRUCCIÓN ENJUICIAMIENTO

1. Fase de contacto Respecto al trámite de las Tanto el autor de los hechos


Diligencias Previas el Juez de puede solicitar el procedi-
Instrucción acuerda la me- miento de mediación, como
diación previo pacto con el el propio Juez con acuerdo
Ministerio Fiscal y consenti- del Ministerio Fiscal y poste-
miento de las partes. rior comunicación al abogado
defensor pueden estimar su
inicio.

2. Fase de acogida Efectiva voluntariedad de las * Antes de la fase de acogida


partes de colaborar con el pro- propiamente dicha se establece
ceso (entrevista individual con propiamente el contacto con el
el Equipo de Mediación que en acusado. Dando oficialmente
todo caso valorará los posibles a conocer las razones del pro-
efectos contraproducentes de ceso tanto a víctima como a
su aplicación) victimario.
La fase de acogida comenzará
cuando exista consentimiento
de ambas, y valorando en todo
caso el mediador si es oportu-
na tal medida resolutoria.

3. Fase de Entrevista conjunta con las Entrevista conjunta con las


encuentro partes implicadas (deseo mu- partes implicadas evitando
tuo ante la posibilidad de vías cualquier tipo de altercado en-
de comunicación indirectas). tre ambas (niveles de tensión,
Imprescindible el buen uso de malentendidos).
las técnicas de mediación.

4. Fase de acuerdo Solución pactada el conflic- Igualmente se redacta un do-


to redacta por escrito y que cumento por escrito que podrá
llevará implícito un “plan de ser firmado por los Letrados
reparación”. para garantizar el derecho a
defensa de las partes.

5. Fase de rea- Principio de flexibilidad, pues Al igual que en la mediación


lización de la siendo estimado generalmen- durante la fase de instrucción
mediación te un mes para resolver dicho el tiempo previsto es de un mes
período podrá ampliarse si se o, en su caso ampliable en base
considera oportuno. a las circunstancias.

135
Elaboración propia a partir de ORDÓÑEZ SÁNCHEZ, B.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 361

6. Fase de Traslado hacia el Juzgado o Si existe acuerdo se citará a


compare- Tribunal sentenciador, o bien las partes a comparecer. Tanto
cencia de ante el propio Juzgado de abogado/ s como Ministerio
conformi- Instrucción, de los escritos de Fiscal debatirán las conse-
dad y juicio calificación de conformidad. cuencias jurídicas pertinentes
(cuantía pena).
* Se trataría de la “fase de de-
cisión judicial”.

7. Fase de repara- Reparación conforme a lo pac- La reparación podrá llevarse


ción o ejecución tado por las partes con la posi- a cabo conforme lo estimado
de acuerdos bilidad de incluir el Juez la sol- por las partes y, en cualquier
vencia de la responsabilidad caso, el Juez tendrá potestad
civil derivada del delito. para incluir algún tipo de me-
En el supuesto del Juicio de dida adicional (sustitución de
faltas cabe la celebración con la pena).
asistencia de los mediadores.

8. Fase de Solicitud de informes a los El seguimiento de la repara-


seguimiento Equipos de Mediación por el ción se realiza a través del
Juzgado de Instrucción com- Juzgado o Tribunal sentencia-
petente para verificar la efec- dor o bien, del encargado de la
tividad de la reparación. En el ejecución de la sentencia.
caso del Juicio de faltas serán
estos mismos quienes contro-
len la situación.

Finalmente, advertir que se trata de un proceso aparentemente


complejo pero que, acompañado de los servicios asistenciales especí-
ficos, pudiera resultar bastante cómodo y accesible para las partes. En
cualquier caso, más costosa sería la incoación propiamente dicha de
la vía penal ordinaria para la sentencia de un delito.

V. VÍCTIMA Y RESPONSABILIDAD CIVIL DERIVADA DEL DELITO

El artículo 116 del Código Penal refiere que ‹‹toda persona crimi-
nalmente responsable de un delito o falta lo es también civilmente,
si del hecho derivaren daños o perjuicios››, aspecto que denota la va-
loración de la gravedad de los hechos causados así como su subsa-
nación cuando fuere estimable. Se trata además de la incorporación
de un matiz que adecua a su vez la mayor prudencia de la Ley de
Enjuiciamiento Criminal en el momento de exigir responsabilidades
al presunto culpable.
362 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Se vincula por tanto la exigencia u obligación de responder ci-


vilmente por vía penal, a la concreción entre la citada obligación y
la responsabilidad criminal derivada del delito, correspondiendo al
Juez la facultad ponderativa del juez la que establezca el grado del
resarcimiento, y dejando posibilidad abierta a la indefensión victimal
(POLAINO NAVARRETE, 1988).
En cualquier caso, la responsabilidad civil se define por su renun-
ciabilidad como por la ultrapersonalidad que la caracteriza, de lo que
deviene la posibilidad de exigir tal obligación de respuesta a personas
ajenas al delito de manera independiente a la culpabilidad o responsa-
bilidad penal, de lo cual se deduce que no siempre la figura del culpa-
ble coincide con la figura que ostenta la responsable civil.
Se considera en el sujeto que debe resarcir civilmente el daño la
condición personal y patrimonial para responder al hecho criminal,
valorando en la mayoría de ocasiones las posibilidades económicas
del individuo como de las afectaciones producidas136. Igualmente, se
estima tal respuesta tanto en base a la posible implicación del sujeto
pasivo del delito como en la previa reparación o restitución del daño
causado.
Siguiendo a Herrera Moreno, podría decirse que la responsabili-
dad civil comprende tres tipos de actos en respuesta a los daños cau-
sados; a saber: a) la restitución o devolución de un bien, generalmente
aplicada a un resarcimiento material; b) la reparación, entendida como
la obligación de dar, hacer o no hacer, según los parámetros definito-
rios de la naturaleza del daño, así como de las condiciones personales
y patrimoniales del sujeto; y c) indemnización de los perjuicios mate-
riales y morales ocasionados (HERRERA MORENO, 1996).
En este sentido, advierte Rodríguez Manzanera sobre la necesidad
de diferenciar entre los conceptos de resarcimiento e indemnización
propiamente dichos, pues mientras el resarcimiento es la reparación
de daño a cargo del delincuente, la indemnización se relacionaría con
la reparación del daño proporcionada por el Estado o cualquier otro
fondo establecido (RODRÍGUEZ MANZANERA, 2010).
En cualquier caso, y si bien es cierto que se pretende dar cobertu-
ra a la satisfacción psíquica o moral, en la mayoría de ocasiones esto
Dado que se establece por arbitrio del Juez, se requiere en todo caso la obli-
136

gación de expresar motivadamente las razones de la decisión judicial sobre el funda-


mento de la cuantía económica (art. 115 C.P.).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 363

se traduce en una tarea imposible. Así pues, mientras los daños enten-
didos como subsanación física y tangible pudieran ser solventados,
la cobertura de las necesidades intrínsecas del sujeto constituyen el
verdadero problema del resarcimiento.
No es innegable la subjetividad sobre la naturaleza del daño cau-
sado y percibido por el sujeto pasivo, pero la solución reparatoria de-
bería existir bajo cualquier circunstancia. Con ello se quiere decir que
las políticas debieran actuar de manera integral en la restitución de
la víctima, acentuando en mayor medida aquellas afecciones de índo-
le psicosocial. En este sentido, se advierte la contemplación de todos
aquellos aspectos extrínsecos que pudieran ser cubiertos mediante
una indemnización económica y que, en todo caso, pudieran subven-
cionar una posible intervención psicológica.
En general, la responsabilidad civil sería para la víctima un tipo
de asistencia o reparación, sobre todo a nivel económico y de cober-
tura de las necesidades sociales del sujeto que, bajo ningún concepto,
debieran serle restringidas.
Por último, cabría hacer mención a los sistemas de indemniza-
ción pública a las víctimas del delito, mediante los cuales se entien-
de que tales coberturas a cargo del Estado deberían justificarse por
(RODRÍGUEZ MANZANERA, 2010):
— La cobertura de necesidades indiscriminada; es decir, al igual
que el Estado se ocupa de las condiciones precarias de los
más desfavorecidos, debiera igualmente tutelar a las víctimas
de los delitos.
— Obligación de indemnizar a las víctimas de actos criminales y
de prestar ayuda financiera a los sujetos afectados, facilitando
a si mismo su colaboración con el sistema de Justicia. En este
sentido, se le insta tanto a que denuncie, así como a su parti-
cipación durante el proceso judicial y a que contribuya en la
detección de nuevos posibles casos de criminalidad.
— La condición de precariedad que caracteriza a la mayoría de
los delincuentes, de lo que se deducen los pocos beneficios
que podrán obtener las víctimas de los mismos (insolvencia
económica).
— Sustentación en un plan políticamente establecido de asisten-
cia a las víctimas, evitando dejar al arbitrio del Juez la deci-
sión de las prestaciones.
364 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Por otro lado, señala el mismo autor cuáles serían los impedimen-
tos o defectos con que podría encontrarse una indemnización bajo la
responsabilidad estatal, señalando a tal efecto: a) el incremento de la
criminalidad (víctimas fraudulentas); b) injusticia al diferenciar las
víctimas en base al tipo de ilícito experimentado (terrorismo, acciden-
tes de tráfico); y c) aumento en la carga económica y gastos estatales,
lo que podría llevar consigo una distribución inadecuada de posibles
recursos imprescindibles en otros ámbitos (sanitario).
En general, el dilema se sostiene sobre si la reparación debe quedar
exclusivamente a cargo del infractor o si, por el contrario, el propio
Estado debiera intervenir, sea total o parcialmente, en la recuperación
personal y social de la víctima. En cualquier caso, este último tipo de
ayudas se inspiran en el “principio de solidaridad”, pues tal y como re-
fiere Herrera Moreno: ‹‹El Estado asume la indemnización de los daños
sufrido por las víctimas de hechos criminales, no para suplir la indem-
nización que corresponde al infractor (autor o autores responsables del
delito) sino como mecanismo de auxilio a la víctima para evitar un des-
amparo transitorio (dilación en el tiempo de la resolución judicial por
la que se acuerda la indemnización) o definitivo (en los supuestos en los
que no se descubre al culpable o éste resulta insolvente)››.

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Capitulo octavo
ASPECTOS PSICOLÓGICOS
EN VÍCTIMAS DE DELITOS VIOLENTOS

Como introducción a la segunda parte de este libro, que se dedica


a la especial consideración de algunos ámbitos de victimización, en
este capitulo se abordarán algunos aspectos básicos y comunes que
tienen que ver con los procesos de victimización de víctimas de delitos
violentos en general.

Según Tamarit (2006), en el estudio del proceso de victimización


hay que considerar dos dimensiones: por una parte, los factores que
intervienen en la precipitación del hecho delictivo o traumatizante
(que se relaciona con el estudio de todos aquellos factores de riesgo a
los que se asocia una mayor probabilidad de devenir en víctima de un
delito); y, por otra parte, los factores que determinan el impacto de tal
hecho sobre la víctima (que se relacionan con factores de vulnerabili-
dad respecto de la repercusión psicológica del hecho delictivo en la
víctima y el estudio de las condiciones de las que el impacto del hecho
depende).

La primera dimensión, por su mayor especificidad, se tratará


en capítulos posteriores en relación con el estudio de la victimiza-
ción asociada a distintos tipos de delitos y a aspectos relevantes de la
desvictimización. En este capítulo se introducirán conceptos básicos
que tienen que ver con la segunda dimensión, que se relaciona con
el estudio del impacto psicológico de los delitos violentos entendidos
como hechos potencialmente traumáticos y que ofrece una oportuni-
dad para aproximarse a la comprensión del modo subjetivo en que las
víctimas pueden vivir el hecho delictivo, sus reacciones posteriores y
las repercusiones o daño psicológico que pueden sufrir a corto y largo
plazo, así como las condiciones y factores necesarios para la supera-
ción de tal experiencia.
370 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

I. VIOLENCIA Y TRAUMA

1. Concepto y clasificación de la violencia

La violencia es un fenómeno sumamente complejo que está presen-


te en la comisión de distintos delitos y cuya definición no siempre ha
resultado fácil, puesto que la noción de lo que son comportamientos
aceptables e inaceptables, o de lo que constituye un daño, está influida
por la cultura y sometida a una continua revisión a medida que los va-
lores y las normas sociales evolucionan. En sentido amplio, una de las
definiciones más completas y más aceptadas es la que la Organización
Mundial de la Salud realiza en su Informe Mundial sobre la Violencia
y la Salud (OMS, 2002), en el que se define la violencia como: “El uso
deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o
efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que
cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños
psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones”. Dicha definición
comprende tanto la violencia interpersonal como el comportamiento
suicida y los conflictos armados, considerando una gama de actos que
van más allá del acto físico para incluir el abuso de poder o las amena-
zas e intimidaciones. Contempla también la definición las repercusio-
nes sobre la víctima. Además de la muerte y las lesiones, abarca tam-
bién otras consecuencias del comportamiento violento, como los daños
psíquicos, las privaciones y las deficiencias del desarrollo que compro-
meten el bienestar de los individuos, las familias y las comunidades.
La OMS señala que la complejidad, la ubicuidad y la diversidad de
los actos violentos requieren de un marco analítico o una clasificación
que esclarezca la naturaleza del problema y, consecuentemente, las
acciones necesarias para afrontarlo, prestando una especial atención
a los rasgos comunes y las relaciones entre los distintos tipos de vio-
lencia, de manera que se pueda adoptar una perspectiva holística y
ecológica destinada a su prevención. Con ese objetivo, la clasificación
utilizada por la OMS divide la violencia en tres grandes categorías se-
gún el autor del acto violento:
a) Violencia autoinflingida, dirigida contra uno mismo, que com-
prende los comportamientos suicidas y las autolesiones.
b) Violencia interpersonal, infligida por otro individuo o grupo peque-
ño de individuos y, que a su vez, se divide en dos subcategorías:
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 371

b1) Violencia intrafamiliar o de pareja: se produce entre miem-


bros de la familia o compañeros sentimentales. Abarca, en-
tre otras, formas de violencia como el maltrato a niños, la
violencia contra la pareja y el maltrato a los ancianos.
b2) Violencia comunitaria: se produce entre individuos no rela-
cionados entre sí y que pueden conocerse o no, dividiéndose
en las categorías de conocidos y extraños. Se incluyen la vio-
lencia juvenil, los actos violentos azarosos, las violaciones
y las agresiones sexuales por parte de extraños, así como la
violencia en distintos establecimientos como escuelas, luga-
res de trabajo, prisiones y residencias de ancianos.
c) Violencia colectiva, infligida por grupos más grandes, como los
Estados, grupos políticos organizados, milicias u organizacio-
nes terroristas. Se define como el uso instrumental de la vio-
lencia por personas que se identifican a sí mismas como miem-
bros de un grupo frente a otro grupo o conjunto de individuos,
subdividiéndose según su objeto sea lograr objetivos políticos,
económicos o sociales. Se incluyen en él diversas formas, como
pueden ser los conflictos armados dentro de los Estados o entre
ellos, el genocidio, la represión y otras violaciones de los dere-
chos humanos, el terrorismo o el crimen organizado.
Es relevante destacar que en esta clasificación también se tiene en
cuenta la naturaleza de los actos de violencia, que puede dividirse en
cuatro tipos: física, sexual, psicológica o relacionada con la privación
o el abandono. Del mismo modo, se resalta en ella la importancia del
entorno en el que se produce, la relación entre el autor y la víctima y,
en el caso de la violencia colectiva, sus posibles motivos.

2. Concepto de trauma

La violencia así entendida, como algo que causa o tiene muchas


probabilidades de causar en la víctima que la sufre, además de muerte
y lesiones, daños psicológicos y otros trastornos, se relaciona directa-
mente con el estudio de la victimización como impacto de un hecho
traumático.
Como analiza Echeburúa (2004), un suceso traumático es un acon-
tecimiento negativo e intenso, que surge de forma brusca, que resulta
372 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

inesperado e incontrolable y que pone en riesgo la integridad física


o psicológica de una persona y ante el que la víctima responde con
un temor, una desesperanza o un horror intensos. La intensidad y las
características del hecho, así como la ausencia de respuestas psicoló-
gicas adecuadas para afrontar algo desconocido e inhabitual, explican
el impacto psicológico de este tipo de sucesos. El rango de eventos
traumáticos es muy amplio, pudiéndose diferenciar dos grandes ca-
tegorías: a) sucesos intencionados, como las guerras, el terrorismo, el
secuestro, la tortura, las agresiones y el maltrato, las violaciones o los
asaltos y agresiones, entre otros; b) sucesos no intencionados, como
los accidentes o los desastres naturales.
Un segundo concepto, para este autor, sería el de trauma, que
comprendería, más allá de su significado a nivel físico, la reacción
psicológica global derivada de un suceso traumático. Para compren-
der tal reacción un elemento clave sería el concepto de pérdida, ín-
timamente relacionado con el suceso traumático y con el significado
que éste tendrá para el individuo. El concepto puede referirse a dis-
tintos tipos de pérdidas: materiales, de salud o físicas, del sentimiento
de seguridad de la persona, de la confianza en otros seres humanos,
de las creencias e ideales propios, de la dignidad, pero, sobre todo,
de la integridad del propio yo, de la propia persona. Por otro lado,
es importante señalar que el carácter intencional del suceso causado
por otros seres humanos es un elemento relevante que confiere, en
general, mayores niveles de gravedad a la respuesta traumática. Así,
el autor señala que los sucesos traumáticos no intencionados se aso-
cian con una respuesta traumática en el 15-20% de los casos, mien-
tras que en los intencionados esta respuesta vendría a darse en torno
al 50-70% de las víctimas.
El estudio del trauma ha gravitado, en parte, en torno a la catego-
ría diagnóstica de estrés postraumático. Esta categoría ha suscitado
gran interés dentro de la criminología, el derecho penal y las ciencias
forenses por ser éste uno de los pocos trastornos que reconoce la rela-
ción directa que existe entre una situación vivida (suceso traumático
o delito) y la reacción psicológica ante la misma (respuesta o sintoma-
tología postraumática). Sin embargo, como veremos más adelante, en
relación al trauma, existen también toda una constelación de sínto-
mas y trastornos asociados.
Según la revisión histórica que Herman (1997) realiza acerca de
la literatura sobre el trauma, a lo largo del siglo XX, dos de los trau-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 373

mas que mayor impulso imprimieron en el campo de la investigación


fueron el trauma de guerra o neurosis de combate y el trauma asocia-
do a la violencia sexual y posteriormente a la doméstica. El prime-
ro de ellos comenzó después de la Primera Guerra Mundial, aunque
no alcanzó su punto álgido hasta la Guerra de Vietnam, dentro de un
contexto político influido por el movimiento pacifista que cuestiona-
ba el sacrificio de jóvenes en combate y el culto a la guerra. Fruto de
ello fueron los intentos por desarrollar una categoría diagnóstica que
englobase el grave cuadro clínico observado en veteranos de guerra,
que fue recibiendo diversas denominaciones como trauma de bomba,
desorden histérico de guerra, fatiga de combate, neurosis traumática
de guerra y que culminó con la inclusión del Trastorno de estrés pos-
traumático en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos
Mentales (DSM-III) de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA,
1980). Hasta entonces, los soldados que padecían síntomas postrau-
máticos a menudo eran calificados de débiles o cobardes, tendiendo
las autoridades militares a ocultar su existencia y los afectados a con-
vivir con un complejo cuadro de síntomas para el cual no existía ni
reconocimiento ni tratamientos eficaces. El segundo de ellos, el estu-
dio del trauma en la vida sexual y doméstica, adquirió impulso y legi-
timidad a través del movimiento feminista, que durante la década de
los años setenta se desarrolló en Europa occidental y Estados Unidos
y que cuestionaba la dominación masculina y la subordinación de las
mujeres al control patriarcal. Hasta entonces, las mujeres que habían
experimentado experiencias de abuso o violencia familiar pocas ve-
ces eran consideradas víctimas o sujetos de estudio y sus síntomas,
más que consecuencias de la violencia sufrida, tendían a considerarse
como la causa de ésta, recibiendo frecuentemente etiquetas diagnósti-
cas polémicas tales como histéricas o masoquistas.

A partir de la inclusión en el DSM-III del Trastorno de Estrés


Postraumático (en adelante TEP), con el objetivo de describir el pa-
trón de síntomas que puede desarrollarse en individuos que han su-
frido experiencias traumáticas, el diagnóstico también empezó a apli-
carse a otros síndromes postraumáticos propuestos con anterioridad,
entre los que se encontraban el síndrome del trauma de la violación
(Burgess y Holstrom, 1974) o el síndrome de la mujer maltratada
(Walker, 1978). Los principales teóricos sobre trauma psicológico co-
incidieron en definirlo como el daño producido por un evento que es
percibido por el individuo como incontrolable y que amenaza grave-
374 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

mente su integridad o supervivencia (Herman, 1997; Horowitz, 1986;


Van der Kolk, 1987). Según éstos, los acontecimientos traumáticos
pueden considerarse como extraordinarios, no porque ocurran rara-
mente, sino porque implican amenazas contra la vida o la integridad
física que superan la capacidad de adaptación del individuo, provo-
cando que el sistema de autodefensa humano se sienta sobrepasado
y desorganizado. Según Herman (1997), las reacciones traumáticas
tienen lugar cuando la acción no sirve de nada, cuando el individuo
percibe que no es posible ni resistirse ni escapar y la respuesta normal
al peligro tiende a persistir en un estado alterado y exagerado, produ-
ciendo alteraciones en la respuesta fisiológica, las emociones, lo cog-
nitivo y la memoria. El denominador común del trauma psicológico,
según Kaplan y Sadock (1985), es un sentimiento de intenso miedo,
indefensión, pérdida de control y de amenaza de aniquilación.
Así, el TEP se ha aplicado a un gran número de experiencias trau-
máticas, incluyendo víctimas de delitos violentos, de abuso físico y
sexual en la infancia, víctimas de violaciones, víctimas de violencia en
la pareja, víctimas de accidentes de tráfico, víctimas de actos terroris-
tas, torturas y conflictos bélicos o víctimas de desastres naturales, lo
cual ha contribuido a aumentar el número de diagnósticos, así como
los esfuerzos para el desarrollo de procedimientos y estrategias efica-
ces de intervención (Astin y Resick, 1997).

3. Definición y caracterización del trastorno de estrés


postraumático

Los criterios diagnósticos más ampliamente utilizados como re-


ferencia en la evaluación e investigación del trastorno por estrés pos-
traumático son los recogidos en el Manual Diagnóstico y Estadístico de
los Trastornos Mentales, DSM-IV-R (APA, 2000) y en la Clasificación
Internacional de las Enfermedades, CIE-10 (OMS, 1992, 1993). El
cuadro se caracteriza por tres conjuntos de síntomas: a) la reexperi-
mentación del acontecimiento traumático; b) la evitación de estímu-
los asociados al trauma y el embotamiento de la reactividad general;
y c) el aumento persistente de la activación o arousal fisiológico. En la
tabla 1 se muestran los criterios diagnósticos del trastorno.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 375

Tabla.1
Criterios diagnósticos del trastorno de estrés
postraumático según el DSM-IV-R

CRITERIOS DIAGNÓSTICOS DEL TEP SEGÚN EL DSM-IV-R

A. La persona ha estado expuesta a un acontecimiento traumático en el que han existido (1) y (2):
(1) La persona ha experimentado, presenciado o le han explicado uno (o más) acontecimien-
tos caracterizados por muertes o amenazas para su integridad física o la de los demás.
(2) La persona ha respondido con un temor, una desesperanza o un horror intensos. Nota: En los
niños estas respuestas pueden expresarse en comportamientos desestructurados o agitados.
B. El acontecimiento traumático es reexperimentado persistentemente a través de una (o más) de
las siguientes formas:
(1) recuerdos del acontecimiento recurrentes e intrusos que provocan malestar y en los que
se incluyen imágenes, pensamientos o percepciones. Nota: En los niños pequeños esto
puede expresarse en juegos repetitivos donde aparecen temas o aspectos característicos
del trauma.
(2) sueños de carácter recurrente sobre el acontecimiento, que producen malestar. Nota: En
los niños puede haber sueños terroríficos de contenido irreconocible.
(3) el individuo actúa o tiene la sensación de que el acontecimiento traumático está ocurriendo
(se incluye la sensación de estar reviviendo la experiencia, ilusiones, alucinaciones y epi-
sodios disociativos de flashback, incluso los que aparecen al despertarse o al intoxicarse).
Nota: Los niños pequeños pueden reescenificar el acontecimiento traumático específico.
(4) malestar psicológico intenso al exponerse a estímulos internos o externos que simbolizan
o recuerdan un aspecto del acontecimiento traumático.
(5) respuestas fisiológicas al exponerse a estímulos internos o externos que simbolizan o
recuerdan un aspecto del acontecimiento traumático.
C. Evitación persistente de estímulos asociados al trauma y embotamiento de la reactividad gene-
ral del individuo (ausente antes del trauma), tal y como indican tres (o más) de los siguientes
síntomas:
(1) esfuerzos para evitar pensamientos, sentimientos o conversaciones sobre el suceso traumático
(2) esfuerzos para evitar actividades, lugares o personas que motivan recuerdos del trauma.
(3) incapacidad para recordar un aspecto importante del trauma.
(4) reducción acusada del interés o la participación en actividades significativas.
(5) sensación de desapego o enajenación frente a los demás.
(6) restricción de la vida afectiva (p. ej., incapacidad para tener sentimientos de amor).
(7) sensación de un futuro desolador (p. ej., no espera obtener un empleo, casarse, formar
una familia o, en definitiva, llevar una vida normal).
D. Síntomas persistentes de aumento de la activación (arousal) (ausente antes del trauma), tal y
como indican dos (o más) de los siguientes síntomas:
(1) dificultades para conciliar o mantener el sueño
(2) irritabilidad o ataques de ira.
(3) dificultades para concentrarse.
(4) hipervigilancia.
(5) respuestas exageradas de sobresalto
E. Estas alteraciones (síntomas de los Criterios B, C y D) se prolongan más de 1 mes.
F. Estas alteraciones provocan malestar clínico significativo o deterioro social, laboral o de otras
áreas importantes de la actividad del individuo.

Según este manual, la presencia de estos síntomas debe provocar ma-


lestar clínico o deterioro en áreas importantes de la actividad de la perso-
na y prolongarse más de un mes. En los casos en que la presencia de los
376 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

síntomas no supere este período de tiempo, puede considerarse la aplica-


ción provisional del diagnóstico de trastorno por estrés agudo, que también
recoge el manual dentro del mismo apartado. Dentro del TEP es posible
especificar si su curso es crónico o agudo, dependiendo de que los sínto-
mas estén presentes más o menos de tres meses o si es de inicio demorado,
para lo cual deben pasar como mínimo seis meses entre el acontecimiento
traumático y el comienzo de los síntomas (APA, 1994, 2000).
Algunos autores han propuesto, asimismo, la necesidad de con-
siderar a nivel clínico un subsíndrome del TEP (denominado estrés
postraumático subclínico o parcial) en el que podrían cumplirse cier-
tos criterios del DSM-IV-R (por un lado, el criterio B de reexperimen-
tación y, por otro, el criterio C de evitación o el D de hiperactivación,
aunque no ambos) con el objetivo de contemplar a determinado grupo
de sujetos con sintomatología postraumática que, a pesar de no cum-
plir todos los criterios para el trastorno, sí presentan malestar signi-
ficativo o deterioro en su funcionamiento que requieren intervención
clínica (Báguena, 2001; Schnurr, Friedman y Bernardy, 2002).
La prevalencia global del trastorno oscila entre el 1 y el 14% en estu-
dios basados en población general. En estudios sobre población de riesgo,
grupos expuestos a situaciones potencialmente traumáticas, las cifras de
prevalencia son variables, situándose entre un tercio y más de la mitad de
las personas que han vivido un acontecimiento traumático (APA,2000).
En víctimas de cualquier tipo de delito, se estima que un 25% de los ca-
sos desarrolla este trastorno (Kilpatrick, Saunders, Veronen, Best y Von,
1987), pero en los casos de víctimas de maltrato infantil, abuso o agresio-
nes sexuales o dentro de la pareja el porcentaje se sitúa en la mayoría de
los estudios en torno al 50% de los casos, prevalencia comparable a la que
presentan los veteranos de la guerra de Vietnam o del Líbano (Solomon,
Weisenberg, Schwarzwald y Mikulincer, 1987).
En este sentido, el DSM-IV-R especifica, en el apartado de sínto-
mas y trastornos asociados al TEP, que cuando el agente estresante es de
carácter interpersonal (abusos sexuales, maltrato, secuestros, torturas,
etc) pueden aparecer la siguiente constelación de síntomas: afectación
del equilibrio afectivo; comportamiento impulsivo y autodestructivo;
síntomas disociativos; molestias somáticas; sentimientos de inutilidad,
vergüenza, desesperación o desesperanza; sensación de perjuicio per-
manente; pérdida de creencias anteriores; hostilidad; retraimiento so-
cial; sensación de peligro constante; deterioro de las relaciones con los
demás, y alteración de las características de personalidad previas.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 377

La asociación entre el TEP y otros trastornos mentales ha sido es-


tudiada en diversas investigaciones, siendo una de las más relevantes
la llevada a cabo por Kessler y col. (1995), en base a los datos obte-
nidos de la National Comorbility Survey (NCS). Los resultados indi-
can que el 88% de los varones y el 79% de las mujeres que cumplen
los criterios para el TEP, presentan también algún otro diagnóstico
de entre los contemplados en el DSM, como, por ejemplo, trastorno
de angustia, agorafobia, trastorno obsesivo-compulsivo, fobia social,
fobia específica, trastorno depresivo mayor, trastorno bipolar, trastor-
no de ansiedad generalizada y trastorno relacionado con sustancias.
La depresión es uno de los trastornos que con más frecuencia se han
asociado con el TEP, con cifras que varían entre el 30 y el 50% de los
casos (Boudreaux, Kilpatrick, Resnick, Best y Saunders, 1998).
Según Kessler y col. (1995), esta comorbilidad puede ser explicada, en
parte, porque muchos síntomas del TEP se solapan con síntomas de otros
trastornos, como es el caso de la disminución del interés en actividades
significativas, dificultad para dormir o problemas de concentración, que
también corresponden a síntomas de depresión, así como los síntomas
de irritabilidad y respuesta de alarma exagerada también contemplados
en el trastorno de ansiedad generalizada. Por otra parte, también se ha
destacado el hecho de que las personas que padecen TEP pueden llegar
a desarrollar grandes cambios en su personalidad, en su funcionamiento
cognitivo y en sus relaciones sociales, dando lugar a que sean diagnosti-
cadas con diversos diagnósticos (Yule, Williams y Joseph, 1999).

4. El trastorno por estrés postraumático complejo

Autores como Van der Kolk y col. (1996), Pelcovitz (1997) o


Herman (1992, 1997) señalaron, basándose en observaciones clínicas,
que una gran parte de las personas con TEP que buscan tratamiento,
y en especial aquellos que han sufrido experiencias traumáticas cróni-
cas, presentan una constelación de síntomas que no están incluidos en
los criterios diagnósticos del DSM (tales como síntomas afectivos, epi-
sodios de disociación, dificultades para regular la ira, problemas con
las relaciones interpersonales o dificultad en la capacidad para expe-
rimentar placer o satisfacción, entre otros) y que podrían agruparse
en una nueva categoría diagnóstica propuesta para su inclusión en el
DSM, para la cual se han propuesto las denominaciones de TEP com-
plejo o DESNOS (disorders of extreme stress not otherwise specified).
378 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Van der Kolk (2001), basándose en una muestra de 70 pacientes que


acudieron en busca de ayuda a un centro de tratamiento de secuelas trau-
máticas, halló que más del 75% de los casos refirieron que estos síntomas,
más que los síntomas de intrusión característicos del TEP, hacían sus vidas
insoportables y eran la principal razón por la que buscaban ayuda terapéu-
tica. Según este autor, muchos de esos síntomas se han clasificado como sin-
tomatología o trastornos comórbidos al desarrollo del TEP y no como una
parte del espectrum de los problemas o secuelas derivados del trauma. Este
hecho ha producido que a menudo estos pacientes reciban, además o poste-
riormente al TEP, otro tipo de diagnósticos como los de depresión, trastornos
disociativos o trastorno de personalidad límite, que además de fragmentar el
cuadro clínico sufrido, no reconocen el origen traumático de éstos.
Entre las razones que contribuyen a reforzar la conveniencia de aglu-
tinar bajo un mismo diagnóstico el cuadro clínico observado en estos pa-
cientes, se encuentran los resultados obtenidos por Ford y Kidd (1998),
quienes hallaron que los pacientes que manifestaban este cuadro traumáti-
co complejo respondían pobremente a intervenciones basadas en técnicas
de exposición y reestructuración cognitiva diseñadas para un programa
de tratamiento del TEP. Los autores señalaron que la baja eficacia del pro-
grama sobre estos pacientes podía ser explicada porque los pacientes con
el cuadro complejo presentan graves dificultades en la capacidad de au-
torregulación de las emociones. Las alteraciones en dicha capacidad han
sido asociadas con niveles más altos de ira, dificultad para elaborar narra-
tivas coherentes y no fragmentadas de las experiencias traumáticas y con
sentimientos de alienación o de sentirse permanentemente dañados por el
trauma, aspectos éstos que autores como Foa, Riggs, Massie y Yarczower
(1995) y Ehlers, Clark, Dunmore, Jaycox, Meadows y Foa (1998) ya rela-
cionaron con una baja eficacia de la terapia de exposición en pacientes con
TEP. Todo ello, incide en la necesidad de considerar la existencia de un tipo
distinto de TEP, con unas manifestaciones clínicas específicas sobre las que
se investiguen y desarrollen técnicas de intervención eficaces.
En la tabla 2 se pueden observar los criterios diagnósticos iniciales
propuestos por Herman (1997). Otros autores como Van der Kolk (1996,
2001) o Pelcovitz (1997) han propuesto similares criterios agrupados en
seis áreas diferentes que la investigación ha relacionado con experiencias
traumáticas prolongadas: 1) alteraciones en la regulación de la afectividad
y los impulsos; 2) alteraciones en la atención y conciencia; 3) alteraciones
en las impresiones sobre sí mismo; 4) alteraciones en las relaciones con
los otros; 5) somatización; y 6) alteraciones en los sistemas de creencias.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 379

Tabla 2
Criterios diagnósticos propuestos
para el Trastorno de Estrés Postraumático Complejo.

PROPUESTA SOBRE CRITERIOS PARA EL DESORDEN DE ESTRÉS POSTRAUMÁTICO


COMPLEJO (Herman, 1997)

1. Una historia de sometimiento a un control totalitario en un período de tiempo prolon-


gado (de meses a años). Los ejemplos incluyen rehenes, prisioneros de guerra, supervi-
vientes de los campos de concentración y supervivientes de algunas sectas religiosas. Los
ejemplos también incluyen a aquellos sometidos a sistemas totalitarios en la vida sexual y
doméstica, incluyendo supervivientes de malos tratos domésticos, abusos físicos o sexua-
les en la infancia y la explotación sexual organizada.
2. Alteraciones en la regulación de la afectividad y los impulsos:
• Disforia persistente.
• Impulsos suicidas crónicos.
• Autolesiones.
• Ira explosiva o extremadamente inhibida (pueden alternar).
• Sexualidad compulsiva o extremadamente inhibida (pueden alternar).
3. Alteraciones de la conciencia:
• Amnesia de los acontecimientos traumáticos.
• Episodios disociativos pasajeros.
• Despersonalización/Desrealización.
• Revivir experiencias, tanto en forma de síntomas intrusivos del desorden de estrés pos-
traumático como en forma de preocupación reflexiva.
4. Alteraciones en la percepción de sí mismo:
• Sensación de indefensión o parálisis de la iniciativa.
• Vergüenza y culpa.
• Sensación de profanación y estigma.
• Sensación de absoluta diferencia con respecto a otros (puede incluir la sensación de
ser especiales, de absoluta soledad, la convicción de que nadie podría comprenderlo o
la identidad no humana).
5. Alteraciones en la percepción del perpetrador:
• Preocupación por la relación con el perpetrador (incluye la preocupación por la
venganza).
• Atribución no realista de poder total al perpetrador.
• Idealización o gratitud paradójica.
• Sensación de una relación especial o sobrenatural.
• Aceptación del sistema de valores o de la racionalización del perpetrador.
6. Alteraciones en las relaciones con los demás:
• Aislamiento y distanciamiento.
• Perturbaciones en las relaciones íntimas.
• Búsqueda constante de un rescatador (puede alternarse con aislamiento y distanciamiento).
• Desconfianza persistente.
• Fracasos repetidos en la autoprotección.
7. Alteraciones en los sistemas de significado:
• Pérdida de una fe o creencias de apoyo.
• Sensación de indefensión y desesperación.

Como ya señalara Leonore Terr (1991), en la consideración del


impacto de experiencias traumáticas, es necesario distinguir entre los
efectos de un único evento traumático, que denomina trauma Tipo I, y
los asociados a aquellas experiencias traumáticas que ocurren de for-
380 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

ma repetida y prolongada, denominadas por la autora como trauma


Tipo II y entre las que cabe considerarse a supervivientes de conflictos
bélicos, prisioneros de campos de concentración o rehenes, así como
a víctimas de maltrato en la infancia, víctimas de malos tratos en la
pareja o victimas de sistemas de explotación sexual, entre otros. Este
último tipo implica efectos más graves, no sólo por la mayor amplitud
de la constelación de síntomas asociados, sino también por el impac-
to que este tipo de traumas tienen sobre el desarrollo y estructura de
la personalidad. Según Judith Herman (1997), “las personas que han
estado sometidas a un trauma prolongado y repetido desarrollan una
forma de desorden de estrés postraumático progresiva e insidiosa que
invade y erosiona la personalidad” (pág 144, trad. cast.,2004).
Entre los principales teóricos sobre el trauma existe un alto consen-
so a la hora de considerar que las experiencias traumáticas prolongadas
pueden erosionar la personalidad a través de la alteración de las creen-
cias relacionadas con las necesidades psicológicas básicas de cualquier
persona, esto es, con su seguridad personal, la confianza en sí misma y
en los demás, la necesidad de estima y respeto, el sentimiento de control
sobre la propia vida y la necesidad de intimidad y vinculación afectiva
(McCann y Pearlman,1992). Según Janoff-Bulman (1985), los aconteci-
mientos traumáticos implicarían una pérdida o una destrucción de los
conceptos fundamentales de la víctima sobre: a) la seguridad del mun-
do; b) el valor positivo de la persona y; c) el sentido de la vida. En esta lí-
nea, Lazarus (1999) también afirmaría que la esencia del trauma reside
en que los significados cruciales de la vida de una persona (sentimientos
de merecimiento, la creencia de ser querido, el sentimiento de invulne-
rabilidad y de control sobre la propia vida), no sólo se ven amenazados
o desafiados, como en la mayoría de las transacciones estresantes, sino
seriamente dañados como consecuencia del suceso traumático.

II. FACTORES MEDIADORES EN EL IMPACTO DE LAS EXPERIEN-


CIAS TRAUMATICAS.

Carlson y Dalenberg (2000), del National Center for PTSD (Palo Alto,
VA) y del Trauma Research Institute (San Diego, California), propusieron
un modelo mediacional del impacto de experiencias traumáticas que in-
tenta integrar las principales conclusiones derivadas de la investigación
sobre trauma psicológico y explicar las conexiones causales entre las
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 381

experiencias traumáticas y el desarrollo de síntomas psicológicos poste-


riores. Este modelo parte de la tremenda variación individual que existe
en respuesta a la exposición a estresores traumáticos, e intenta dar res-
puesta a la cuestión de porqué en un grupo de personas expuestas a una
situación traumática similar, algunas desarrollan trastornos postraumá-
ticos mientras que otras no lo hacen (se considera que entre un tercio y
la mitad de las personas expuestas desarrollan síntomas postraumáticos
mientras que el resto no lo hace), y porqué algunas respuestas predomi-
nan sobre otras en un individuo traumatizado en particular.
En primer lugar, el modelo señala la importancia que los factores
de tipo individual poseen para la percepción de un evento como trau-
matizante, puesto que para que un evento sea traumatizante para una
persona primero tiene que ser percibido como tal por ésta. Para estas
autoras, tres elementos son necesarios para considerar un suceso o
evento como traumático, y estos son que el acontecimiento debe ser
experimentado por el individuo como: a) extremadamente negativo;
b) incontrolable y c) implicar una amenaza o daño inminente. Estos
elementos, por tanto, se ven influidos por la percepción individual y el
significado subjetivo que del suceso en cuestión realiza cada sujeto.
Para una mejor comprensión de este modelo mediacional y de la
importancia del papel que juegan los procesos de percepción y valora-
ción subjetiva que las personas hacen acerca de las situaciones a las que
se pueden enfrentar, se hace referencia a un marco más amplio y básico
con el que se relaciona esta propuesta, el modelo general de estrés-salud.
En la formulación que realizan autores de referencia en este campo
(Lazarus y Folkman, 1986 o Lazarus, 2000) el estrés es percibido como
una relación particular entre el individuo y su entorno, que es evaluado
por éste como amenazante o desbordante en relación a los recursos de
los que dispone para hacerle frente, y que pone en peligro su bienestar.
Esta conceptualización subraya la importancia que el significado de la
situación tiene para el individuo, de la que depende, en gran medida,
que un determinado evento provoque una reacción de estrés o no. Se
distinguen así cuatro componentes interdependientes del proceso emo-
cional que tiene lugar en la relación entre el estrés y la salud:
a) Antecedentes o recursos con los que cuenta el individuo (perso-
nales y ambientales),
b) Procesos mediadores (la valoración cognitiva de la situación
que hace el sujeto y la elección de las estrategias de afronta-
miento para manejarla)
382 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

c) Efectos inmediatos (incluye el estrés como respuesta o reac-


ción, tanto a nivel fisiológico como a nivel del afecto o estado
de ánimo) y
d) Efectos a largo plazo (incluye las repercusiones sobre el bien-
estar psicológico, salud física y funcionamiento social).

En este proceso, la valoración cognitiva del evento desempeña un


papel fundamental en la consideración de un estímulo como estresante
o no, pudiendo distinguirse dos tipos de valoración (o appraisal). La va-
loración primaria haría referencia al significado que el individuo atri-
buye a la situación, que puede ser: irrelevante; benigna; o estresante
(dentro de ésta última se incluyen aquellas que significan daño o pér-
dida, amenaza o desafío). La valoración secundaria está dirigida a eva-
luar los recursos o estrategias de los que dispone el individuo para ha-
cer frente a la situación. Estas dos clases de valoraciones interaccionan
entre sí determinando el grado de estrés y la intensidad de la respuesta
emocional del individuo (Lazarus y Folkman, 1986; Lazarus 2000). La
valoración cognitiva de la situación estresante influirá, a su vez, en el
tipo de estrategias de afrontamiento (coping) que el individuo decida uti-
lizar ante tal situación (Lazarus y Folkman, 1986). En general, los auto-
res sugieren que cuando el individuo valora una determinada situación
como estresante y percibe que no puede hacer mucho por modificar o
controlar sus consecuencias negativas, tenderá a elegir estrategias de
afrontamiento centradas en la emoción (tales como el distanciamiento,
la evitación, la reevaluación positiva, la aceptación de la responsabili-
dad o la búsqueda de apoyo social por razones emocionales) con el ob-
jetivo de reducir o manejar el malestar o distress emocional que le pro-
voca la situación. Por el contrario, si las condiciones de la situación son
evaluadas como susceptibles de cambio existe una mayor probabilidad
de que el individuo utilice estrategias de afrontamiento centradas en el
problema (como estrategias de confrontación, planificación o búsque-
da de apoyo social por razones instrumentales) que implican esfuerzos
por actuar sobre, modificar o alterar la fuente de estrés.

En este contexto, las variables de personalidad y el apoyo social


son consideradas como recursos para el afrontamiento del individuo
que desempeñarían un papel mediador entre el estrés y la salud física
y psicológica, a través de su influencia en el proceso de la valoración
cognitiva y en la elección de las estrategias de afrontamiento y, en tan-
to que antecedentes, constituyen un índice de los recursos o de la vul-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 383

nerabilidad potencial de un individuo ante el estrés (Sánchez-Cánovas


y Sánchez-López, 1994).
En segundo lugar, el modelo señala que, aunque las característi-
cas de valencia negativa, percepción de incontrolabilidad y de ame-
naza son todas necesarias para que un suceso sea considerado como
potencialmente traumático, no siempre son suficientes para causar un
trastorno de estrés postraumático. Es decir, aunque una experiencia
pueda ser percibida por el individuo como altamente negativa, incon-
trolable e implique daño inminente, puede no derivar en un trastorno
postraumático si sus efectos son moderados por factores pretraumáti-
cos, peritraumáticos y postraumáticos favorables.
En la investigación sobre el trauma existe acuerdo en la considera-
ción de una serie de factores principales que influyen en el impacto psi-
cológico de un evento traumático, y que ya fueron sugeridos por autores
como Green, Wilson y Lindy (1985) o Scurfield (1985). Según éstos, el
resultado del trauma es una función que resulta de la interacción entre:
a) características de la situación o evento sufrido (tales como su
severidad, naturaleza, intensidad y duración),
b) características individuales de la víctima (edad, personalidad
y antecedentes personales y psicopatológicos) y
c) características del contexto que rodea a la víctima (apoyo so-
cial y eventos estresantes adicionales).

CONTEXTO
Apoyo social (emocional, informacional, tangible)
Existencia de otros estresares o problemas adicionales

SUCESO INDIVIDUO EFECTOS


Vulnerabilidad
Duración individual (edad, Físicos
Intensidad precariedad equilibrio Psicológicos
Severidad emocional previo, Sociales
Naturaleza características
personalidad como
tendencia pesimismo,
alta ansiedad rasgo,
etc.) y estrategias de
afrontamiento utilizadas
384 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Según la APA (2000), las características de la situación o evento


traumático (intensidad, duración y proximidad temporal) constituyen
los factores más importantes en la determinación de la probabilidad
de presentar el trastorno de estrés postraumático. Sin embargo, tam-
bién señalan que la calidad del apoyo social, los antecedentes fami-
liares, las experiencias durante la etapa infantil, los rasgos de perso-
nalidad y los trastornos mentales preexistentes pueden influir en la
aparición del trastorno.
Según las autoras, estos factores afectan a la respuesta individual
ante el trauma debido a que influyen sobre las percepciones indivi-
duales sobre el grado de valor negativo y la controlabilidad que tiene
el suceso y determinan, por tanto, cual será la reacción emocional del
individuo ante ellos. En este sentido, el modelo teórico básico sobre
lo que hace una experiencia traumática se relaciona con factores que
median el impacto del trauma. Estos factores pueden así exacerbar
o mitigar la respuesta individual ante una experiencia potencialmen-
te traumática, pudiendo considerarse como factores de vulnerabili-
dad o protección, según sea el caso. A continuación, se expondrá, en
base a las formulaciones de Green, Wilson y Lindy (1985) y Carlson y
Dalenberg (2000), cuál es el papel que desempeñan los factores pro-
puestos en relación a las características individuales, las característi-
cas de la situación y las del contexto o ambiente en la explicación de
las variaciones individuales en la respuesta al trauma.

1. Características de la situación

La severidad del trauma experimentado es considerado como el


factor que en mayor medida determina la gravedad de la respuesta de
los individuos ante un acontecimiento traumático (APA, 1994). Según
Carlson y Dalenberg, las características objetivas del suceso, tales
como su naturaleza, intensidad y duración contribuyen a su severi-
dad, puesto que determinan en gran medida la percepción individual
de su valencia negativa e incontrolabilidad. Así, los acontecimientos
traumáticos que se presentan con una alta intensidad tienen más pro-
babilidad de provocar miedo e indefensión debido a su mayor valencia
negativa. La naturaleza del suceso también puede determinar la valen-
cia negativa atribuible, habiéndose demostrado, por ejemplo, que los
sucesos traumáticos intencionados provocados por otro ser humano
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 385

tienen un mayor potencial traumático que los no intencionados, o que


ciertos tipos de violencia como la de naturaleza sexual produce ma-
yores síntomas disociativos en las víctimas que aquella de naturaleza
física. Las autoras afirman que, dado un nivel constante de intensi-
dad, las experiencias traumáticas de mayor duración tienden a causar
respuestas más severas debido a que existe un mayor periodo durante
el que la persona se ve expuesta a la situación traumática y existe, por
tanto, más probabilidad de que la víctima se sienta desbordada o inca-
paz de controlar o escapar del evento aversivo. Esta mayor sensación
de incontrolabilidad, especialmente si se prolonga en el tiempo, pue-
de provocar mayores niveles de ansiedad e indefensión y una mayor
intensidad en los síntomas posteriores. Otros factores influyentes en
la manifestación de los síntomas serían la extensión de las pérdidas
o perjuicios causados por el hecho, de la que dependerá también, en
parte, la valoración subjetiva de la severidad del daño sufrido.

2. Características individuales

Uno de los factores de mayor relevancia lo constituye la edad, o


más concretamente, el nivel de desarrollo en el momento del trauma.
En términos generales, los niños en etapas tempranas de desarrollo
muestran respuestas más severas ante estresores traumáticos. Las
experiencias traumáticas que ocurren en etapas tempranas del de-
sarrollo, especialmente aquellas más severas y crónicas, tienen una
mayor probabilidad de producir un impacto más devastador sobre
el individuo. De este modo, se ha argumentado que el nivel de de-
sarrollo emocional, social y cognitivo del individuo determina en
gran medida cómo serán las percepciones que se hagan acerca de
la valencia negativa de los acontecimientos y de la propia capaci-
dad para controlarlos. Por otra parte, la manifestación y la posible
cronificación de manifestaciones primarias, secundarias o asociadas
al trauma pueden impedir, si no se interviene sobre ellas, un ade-
cuado desarrollo evolutivo en los menores y la aparición de graves
alteraciones en la esfera interpersonal. Autores como Putnam (1996)
o Perry (1999), que estudian el trastorno de estrés postraumático
desde una perspectiva evolutiva, ya señalaron que las experiencias
traumáticas ocurridas durante la infancia frecuentemente interfie-
ren con tareas evolutivas centrales que incluyen la formación de vín-
culos estables, la adquisición de la capacidad de regular los afectos,
386 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

el desarrollo e integración del autoconcepto y la socialización. Las


tasas de prevalencia general del desarrollo del TEP en menores que
se ven expuestos a eventos traumáticos es mayor que la presentada
por adultos, dando apoyo a la hipótesis de que los niños son más vul-
nerables al impacto de las experiencias traumáticas que los adultos,
ya que se encuentran en una etapa evolutiva en la que todavía no han
adquirido el pleno desarrollo de sus habilidades cognitivas y emo-
cionales. Según los autores, muchas de las secuelas o consecuencias
psicológicas atribuidas a las experiencias traumáticas en la infancia,
tales como los trastornos disociativos, los trastornos somatomorfos,
el trastorno de personalidad límite, la baja autoestima o las conduc-
tas suicidas pueden entenderse en términos de disrupciones traumá-
ticas en estas tareas evolutivas.

Por otra parte, la existencia de trastornos mentales preexisten-


tes también constituye del mismo modo un factor de vulnerabilidad
para la aparición y gravedad de trastornos postraumáticos. Según
Echeburúa (2004), este factor junto con otros como, por ejemplo,
la fragilidad emocional previa, una mala adaptación a los cambios,
una baja autoestima, aislamiento social o la dependencia de alco-
hol o drogas, que también pueden contribuir a agravar el impacto
del trauma, conformarían un grupo que denomina como factores de
vulnerabilidad psicológica. Entre los factores de vulnerabilidad o con
base biológica, Carlson y Dalenberg señalan que las diferencias indi-
viduales en los patrones de respuesta fisiológica y emocional ante los
estresores, particularmente la predisposición hacia formas de res-
puesta ansiosa del organismo, pueden explicar, en parte, la mayor o
menor vulnerabilidad ante las experiencias traumáticas. Se asume
que, en general, los individuos con una disposición relativamente es-
table hacia la ansiedad desarrollan reacciones más severas cuando
se ven expuestos a un acontecimiento traumático, mostrando una
mayor tendencia a percibir las situaciones como amenazadoras y, en
consecuencia, a sentirse más fácilmente desbordados por los acon-
tecimientos. Dentro de esta perspectiva, el grado o propensión a ex-
perimentar los acontecimientos como amenazantes o estresantes ha
sido relacionado con la dimensión de neuroticismo (McCrae, 1990),
siendo una de las características de personalidad que en mayor nú-
mero de investigaciones se ha asociado a un aumento en el riesgo
de manifestar sintomatología clínicamente relevante en víctimas de
acontecimientos traumáticos.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 387

3. Características del contexto

Tanto las condiciones del entorno familiar y social del individuo


previas al trauma (pobreza, experiencias previas de maltrato) como
el grado de percepción del apoyo disponible en el entorno de la víctima
influyen en las expectativas generales del individuo acerca de la va-
lencia negativa del acontecimiento, del grado de controlabilidad del
mismo y de sus consecuencias, influyendo en la respuesta emocional
ante el acontecimiento traumático. De la misma forma, el apoyo so-
cial posterior a la experiencia traumática puede ayudar a restaurar
los sentimientos del individuo acerca de la controlabilidad del suceso
y de los recursos de que dispone para hacerle frente, así como reducir
la valencia negativa o grado de amenaza percibida.
Durante los últimos 30 años, el apoyo social ha sido objeto de es-
tudio en una gran cantidad de investigaciones, siendo considerado un
importante determinante del bienestar psicológico y la salud mental
(Mueser, Rosenberg, Goodman y Trumbetta, 2002) puesto que el apoyo
social constituye un recurso para el individuo, una fuente de refuerzo
y ayuda, además de contribuir a mejorar la estabilidad y autoestima
del individuo, actuando a modo de amortiguador y reduciendo la res-
puesta de estrés ante los problemas y, por tanto, también los efectos
negativos sobre la salud. Respecto a las fuentes de las cuales el indivi-
duo puede recibir apoyo social, suelen ser muy diversas: pareja, fami-
liares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo, grupos de autoayuda,
profesionales del sistema sociosanitario, jurídico, etc. En cuanto a los
diversos tipos o formas en que puede dividirse el apoyo social, una
de las clasificaciones más ampliamente aceptadas es la realizada por
Schaefer, Coine y Lazarus (1982), quienes diferencian entre:
a) apoyo emocional (que contribuye a la sensación de que uno es
escuchado, atendido, cuidado o querido e incluye la vincula-
ción, la reafirmación o la posibilidad de contar con y confiar
en alguien),
b) apoyo informacional (proporciona información que es útil,
avisa de algo o permite que el individuo conozca cual va sien-
do el resultado de sus actos), y
c) apoyo tangible o instrumental (incluye la ayuda directa, mate-
rial o económica, y los servicios, como cuidar de alguien que
esté enfermo, facilitar un empleo o un trabajo, etc).
388 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Es relevante destacar el papel desempeñado por el apoyo de tipo


emocional, puesto que se considera que es el que se relaciona en ma-
yor grado con la salud, así como que para que el apoyo social sea efec-
tivo este debe ser percibido por el individuo, es decir, que el nivel de
apoyo social percibido como disponible por el individuo es más rele-
vante, en la predicción del ajuste psicológico ante eventos estresantes,
que el nivel de apoyo real recibido (Villavivencio, 1996).
En la literatura sobre el TEP se considera que el apoyo social es uno
de los mayores recursos para afrontar el trauma y que desarrolla un pa-
pel relevante tanto con anterioridad como con posterioridad a los acon-
tecimientos traumáticos. Diversos estudios han comprobado que el nivel
de apoyo social percibido y la estabilidad familiar previas al trauma se
relacionan con tasas menores de TEP o niveles más bajos de severidad
de sus síntomas en muestras de veteranos de guerra (Fontana, Schwartz
y Rosenheck, 1997; King, King, Foy y Gudanowski, 1996). Tras la ocu-
rrencia de experiencias traumáticas, la evitación de los estímulos asocia-
dos con el trauma a menudo se ha relacionado con una mayor tendencia
hacia el aislamiento y hacia la evitación de relaciones cercanas, facili-
tando, de esta forma, una reducción de los contactos interpersonales y,
por tanto, del nivel de apoyo social disponible (Allen, 1995). Por tanto, la
disponibilidad de apoyo social, especialmente de aquellas personas más
cercanas a la víctima, es un factor relevante a la hora de mitigar o amor-
tiguar el impacto de una experiencia traumática.
Por otro lado, las investigaciones sobre trauma también han lle-
vado a considerar que los eventos vitales estresantes previos o posterio-
res al trauma pueden exacerbar las respuestas a los acontecimientos
traumáticos. En determinados casos, la sintomatología manifestada
en respuesta al estrés puede no ser exclusivamente el producto de un
solo evento precipitante, sino la consecuencia de una serie de eventos
de vida altamente estresantes ocurridos antes de la experiencia trau-
mática o con posterioridad a ésta. Tanto los estresores vitales previos
como aquellos posteriores al trauma pueden afectar a la respuesta
emocional del individuo a través de la percepción de una menor ca-
pacidad para controlar o hacer frente de manera efectiva a los acon-
tecimientos, lo que aumentaría la sensación de amenaza percibida y
contribuiría a que las personas se sintieran más fácilmente desbor-
dadas. Desde los modelos de estrés, se considera que la exposición a
múltiples estresores (por ejemplo, enfermedad o muerte de personas
allegadas, problemas económicos, laborales, legales, interpersonales,
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 389

enfermedad personal, etc) puede facilitar que el individuo evalúe las


demandas del entorno como desbordantes para los recursos de los que
dispone, puesto que suponen un mayor gasto y reparto adicional de la
energía personal, disminuyendo así la capacidad de afrontamiento y
aumentando el grado de estrés experimentado.
La relación entre eventos vitales y el estrés postraumático ha sido
estudiada en diferentes investigaciones, comprobando que la exposi-
ción previa a eventos traumáticos incrementa el riesgo de la apari-
ción del trastorno tras la ocurrencia de un trauma posterior (Breslau,
Chilcota, Kessler y Davis, 1999), así como, que en poblaciones expues-
tas a múltiples estresores se encuentran mayores tasas de prevalencia
de dicho trastorno. Brewin, Andrews y Valentine (2000) realizaron un
meta-análisis sobre 14 factores de riesgo del trastorno por estrés pos-
traumático en adultos expuestos a diversas experiencias traumáticas,
concluyendo que las variables que mejor predecían su aparición eran
las siguientes: la severidad del trauma, la falta de apoyo social y los
estresores vitales adicionales.

III. TRAUMA Y RESILIENCIA

Un campo de incipiente desarrollo y prometedor futuro relacionado


con las experiencias traumáticas y, por ende, también con la Victimología,
es el asociado al concepto de resiliencia. El término (que proviene del
verbo latino resilio, resiliere: saltar hacia atrás, rebotar) se utiliza en me-
cánica, según la RAE, para referirse a la capacidad de un material elás-
tico para absorber y almacenar energía de deformación. En su acepción
psicológica, se utiliza para referirse a la capacidad humana de asumir
con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas.
Su aplicación al campo de las respuestas traumáticas se enmarca
dentro del estudio de los factores de protección y viene de la mano de
la Psicología Positiva, rama de la psicología que busca comprender los
procesos y mecanismos relacionados con las fortalezas y virtudes hu-
manas. Frente a concepciones de la Psicología tradicional, mucho más
centrada en estudiar, evaluar y tratar los déficits y aspectos psicopato-
lógicos que subyacen a los trastornos o problemáticas psicológicas, la
Psicología positiva viene, no a enfrentarse a ella, sino a complementar
la visión y la evaluación de todos los aspectos que influyen en el com-
390 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

portamiento humano, tanto los favorecedores de malestar o patología


como aquellos otros asociados a la felicidad y al bienestar.
Así, y en base observaciones que mostraban que algunas personas re-
sisten mejor que otras lo avatares de la vida, la adversidad o la enferme-
dad, la investigación se interesó por el concepto de resiliencia, que puede
ser definido como la capacidad de una persona o grupo para seguir pro-
yectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores,
de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves (Manciaux,
Vanistendael, Lecomte y Cyrulnik, 2001). Sin embargo, y al ser un térmi-
no de reciente aparición en el campo de la psicología, existe cierta confu-
sión terminológica, utilizándose el término de manera indistinta para re-
ferirse a distintos conceptos. Siguiendo a Vera, Carbelo y Vecina (2006),
se exponen a continuación algunos términos y conceptos relacionados:
Trastorno. Implica una alteración clínica que provoca malestar o
disfunción significativa en la persona. La Psicología tradicional
se ha centrado mayoritariamente en este aspecto de la respuesta
humana, asumiendo que potencialmente toda persona expuesta
a una situación traumática puede desarrollar un trastorno de es-
trés postraumático (TEPT) u otras patologías. Sin embargo, no
es extraño que una persona expuesta a un acontecimiento trau-
mático, directa o indirectamente, experimente pesadillas, re-
cuerdos recurrentes, sintomatología física asociada, etc. Se con-
sidera, pues, que la gran mayoría de las respuestas de aflicción
y sufrimiento experimentadas y comunicadas por las víctimas
reflejan respuestas normales frente a sucesos anormales.
Trastorno retardado. Algunas personas expuestas a un suceso trau-
mático y que no han desarrollado patologías en un primer momen-
to, pueden hacerlo mucho tiempo después, incluso años más tarde.
Sin embargo, la aparición de este tipo de casos no es frecuente.
Recuperación. Implica un retorno gradual hacia la normalidad
funcional. Este conlleva al principio la experiencia de síntomas
postraumáticos o reacciones disfuncionales de estrés, que con
el paso del tiempo se desvanecen.
Resiliencia o resistencia. Incluye dos aspectos relevantes: resistir
el suceso y rehacerse del mismo (Bonanno, Wortman et al, 2002).
Así, ante un suceso traumático, las personas resilientes consiguen
mantener un equilibrio estable sin que afecte a su rendimiento y a
su vida cotidiana. A diferencia de aquellos que se recuperan tras
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 391

un período de disfuncionalidad, los individuos resilientes no pa-


san por este período, sino que permanecen en niveles funcionales
a pesar de la experiencia traumática.
Crecimiento postraumático. Este concepto implica la posibilidad
de aprender y crecer a partir de experiencias adversas. Las auto-
ras señalan que la investigación ha mostrado que es un fenómeno
más común de lo que se suele creer y que para muchas personas
supone una oportunidad para descubrir recursos latentes e insos-
pechados, tomar conciencia y reestructurar la forma de entender
el mundo y construir nuevos sistemas de valores. Es decir, que
muchos de los supervivientes de experiencias traumáticas son ca-
paces de encontrar caminos a través de los cuales obtienen be-
neficios de su lucha contra los cambios que el suceso traumático
provoca en sus vidas (Tedeschi y Calhoun, 2000).
Vera y col. (2006) señalan que el concepto de resiliencia ha sido
tratado con matices diferentes por autores franceses y estadouniden-
ses. El concepto que manejan los autores franceses relacionaría la
resiliencia con el de crecimiento postraumático, al entenderla como
la capacidad de salir indemne de una experiencia adversa, aprender
de ella y mejorar. Mientras, los autores norteamericanos, utilizan un
concepto más acotado, refiriéndose a él para identificar el proceso de
afrontamiento que ayuda a la persona a mantenerse intacta, diferen-
ciándolo del concepto de crecimiento postraumático.
Un concepto que tiene relación con los procesos y respuestas resi-
lientes es el concepto de personalidad firme o resistente (hardiness),
que fue definido por Kobasa, Maddi y Khan (1982) como una cons-
telación de características de personalidad (compromiso, desafío y
control) que funcionan como un recurso interno de resistencia ante
el estrés. Las personas con un estilo de personalidad firme tienden a
sentirse comprometidas con lo que hacen, creen que tienen control
sobre las causas y soluciones de los problemas que le plantea la vida y
perciben los cambios y las demandas del entorno como oportunidades
o desafíos más que como amenazas. De acuerdo con los autores, la
valoración cognitiva (appraisal) del evento estresante y las estrategias
de afrontamiento actuarían como variables mediadoras en la relación
entre la firmeza y la salud mental. Se ha planteado que la firmeza
afectaría a los dos componentes del appraisal o valoración cognitiva;
por un lado, reduce la valoración de los acontecimientos como ame-
nazantes y, por otro, incrementa las expectativas de poder afrontarlos
392 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

de forma efectiva. Florian y col. (1995) demostraron que, en situacio-


nes de alto estrés, el compromiso se asocia con una disminución del
uso de estrategias de afrontamiento centrado en la emoción y el con-
trol con un aumento del uso de estrategias centradas en el problema.
Vera y col (2006) señalan que la resiliencia no se reduce a un atributo
que la persona tiene o no tiene, sino que debe entenderse como un proceso
complejo y dinámico, en el que intervienen características personales y del
entorno, y que tiene lugar ante eventos adversos, ante los cuales la perso-
na responde con una respuesta resiliente. Así, el concepto de resiliencia
se ha relacionado con distintos factores, tanto de personalidad como del
entorno, que favorecerían las respuestas resilientes, como el apoyo social,
la seguridad en uno mismo y en la propia capacidad de afrontamiento, te-
ner un propósito significativo en la vida, creer que uno puede influir en lo
que sucede a su alrededor, creer que se puede aprender de las experiencias
positivas y también de las negativas, etc. Igualmente, se señala que en es-
tudios con niños, uno de los factores que más evidencia empírica acumula
en su relación con la resiliencia es la presencia de padres o cuidadores
competentes y la disponibilidad de vínculos afectivos seguros. Sin embar-
go, y como consecuencia de la reciente investigación y multiplicidad de
estudios, se puede considerar que el estudio, clarificación y profundización
en el campo de la resiliencia se encuentra hoy en día en pleno desarrollo.

IV. DAÑO PSICOLÓGICO EN VICTIMAS DE DELITOS VIOLENTOS

La evaluación de las lesiones o el daño sufrido por la víctima de un


delito violento, ya sea físico o psicológico, constituye una cuestión muy
relevante por cuanto permite planificar el conjunto de respuestas so-
ciales, jurídicas y asistenciales dirigidas a la reparación y reintegración
social de la víctima, así como para tipificar los daños criminalmente.
Aunque tradicionalmente se ha prestado una mayor atención a la
valoración en las víctimas de los daños físicos o económicos produci-
dos como consecuencia de los delitos, más visibles y cuantificables, en
las últimas tres décadas viene estudiándose y reconociéndose a nivel
general la importancia y gran trascendencia que implica para la vida
y funcionamiento cotidiano de la víctima los daños psicológicos su-
fridos. Por otro lado, el conocimiento, comprensión y valoración del
daño psicológico sufrido por una víctima permite establecer límites y
medidas de prevención de la victimización secundaria.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 393

Según Echeburua (2004), se puede considerar que el daño psíqui-


co o psicológico vendría a ser como una herida invisible, consecuen-
cia del suceso violento, que desborda la capacidad de afrontamiento
y de adaptación de la víctima e interfiere negativamente en su vida
cotidiana. Se pueden distinguir distintas fases y tipologías de daños
diferentes. Atendiendo a un criterio secuencial, se puede decir que el
daño psicológico puede desarrollarse en distintas fases:
1. Inmediatamente tras el suceso, suele surgir una reacción de
sobrecogimiento o shock, que se caracteriza por un cierto en-
turbamiento de la conciencia o una especie de niebla intelec-
tual y por cierto embotamiento global (lentitud, abatimiento
general, incredulidad, pobreza de reacciones, etc).
2. A medida que la conciencia se hace más clara pueden apare-
cer reacciones afectivas dramáticas como dolor, indignación,
impotencia, rabia, ira, culpa o miedo que se pueden alternar
con momentos de profundo abatimiento.
3. Posteriormente, puede existir una tendencia a revivir inten-
samente el suceso a través de recuerdos que surgen de forma
espontánea o bien a partir de algún estimulo o situación que
se asocie con el suceso (un ruido, un olor, un color, una con-
versación, un aniversario, etc).
El daño psicológico puede incluir una constelación de síntomas
muy diversos y de distinta gravedad y, aunque ciertos síntomas se pue-
den dar en mayor o menor medida dependiendo del tipo de victimi-
zación o delito sufrido, a nivel general, se puede hablar de un amplio
conjunto de síntomas posibles en víctimas de delitos violentos (ver ta-
bla 3). Entre ellos es posible diferenciar, tal como hace Echeburúa,
dos tipos básicos de daño psicológico:
a) Daño agudo o lesiones psíquicas, que se caracterizarían por la posi-
bilidad de que puedan remitir con el paso del tiempo, el apoyo so-
cial o un tratamiento terapéutico adecuado. Las lesiones psíquicas
más frecuentes son los trastornos adaptativos (caracterizados por
un estado de ánimo depresivo o ansioso), el trastorno por estrés
agudo o el trastorno por estrés postraumático. La característica
común de estos trastornos es que se relacionan directamente con
la presencia de un estresante psicosocial (APA, 2000). El trastorno
de estrés postraumático y el trastorno por estrés agudo se relacio-
nan con un estresante muy intenso y potencialmente traumático
394 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

y con una constelación de síntomas y criterios específicos que se


han tratado en apartados anteriores. Los trastornos adaptativos,
por su parte, se relacionan con un estresante psicosocial de inten-
sidad menor y se manifiestan a través de una amplia gama de sín-
tomas posibles que incluyen alteraciones en el estado de ánimo, ya
sea depresivo o ansioso, o en el comportamiento.

b) Daño crónico o secuelas psíquicas, que se caracterizarían por


la estabilidad del daño, persistiendo en la persona de forma
crónica, a modo de cicatrices psicológicas, no remitiendo con
el paso del tiempo ni con un tratamiento adecuado. Las se-
cuelas psíquicas más frecuentes son las modificaciones per-
manentes de la personalidad (recogidas en la Clasificación
Internacional de Enfermedades de la OMS, CIE-10). Estas
viene caracterizadas por la aparición de rasgos de personali-
dad nuevos (por ejemplo, dependencia, suspicacia, hostilidad,
etc), estables (que se mantienen durante al menos dos años) e
inadaptativos (que llevan a un deterioro de las relaciones y de
las actividades del individuo) y que se suelen asociar al pade-
cimiento de un trastorno de estrés postraumático.

Tabla 3
Daño psíquico en víctimas de delitos violentos
(adapt. de Esbec, 2000 y Echeburúa, 2005)

• Sentimientos negativos: humillación, vergüenza, culpa o ira.


• Preocupación constante por el trauma, con tendencia a revivir el suceso.
• Ansiedad y alteraciones en el ritmo y contenido del sueño.
• Hostilidad, irritabilidad, abuso de alcohol, drogas o psicofármacos.
• Pérdida de concentración y del interés en actividades anteriormente gratifican-
tes, disfunciones sexuales.
• Pérdida progresiva de confianza personal como consecuencia de sentimientos
de indefensión y desesperanza experimentados.
• Disminución de la autoestima.
• Cambios respecto a los sentimientos de vulnerabilidad, con temor a vivir en un
mundo peligroso, y sensación de pérdida de control sobre la propia vida.
• Cambios en el estilo de vida: con miedo a acudir a los lugares de costumbre,
necesidad de cambiar de domicilio, trabajo, entorno,…
• Cambios o modificación de las relaciones (dependencia emocional, aislamiento)
• Cambios en el sistema de valores, especialmente sobre la confianza en los de-
más y la creencia en un mundo justo.
• Trastornos adaptativos (con estado de ánimo deprimido o ansioso), trastorno
por estrés agudo, trastorno por estrés postraumático, modificación permanente
de la personalidad.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 395

V. ESTRATEGIAS GENERALES DE INTERVENCIÓN Y TRATA-


MIENTO CON VÍCTIMAS DE DELITOS VIOLENTOS

Como se ha ido exponiendo en apartados anteriores, la respuesta


ante el trauma es muy variada. Sus manifestaciones pueden presentar-
se con mayor o menor intensidad en cada persona y algunas víctimas
presentarán cuadros traumáticos significativos y otras no, dependiendo
de las características individuales de cada persona, de las características
concretas del delito sufrido y del entorno o contexto que rodea a la vícti-
ma. En este sentido, se estima que alrededor de la mitad de las víctimas
pueden presentar sintomatología postraumática y el resto retomar un ni-
vel de funcionamiento adaptado en un periodo relativamente breve tras
la ocurrencia del acontecimiento. Por tanto, si bien no todas las víctimas
necesitarán tratamiento o terapia para superar el trauma, para todas, la
ayuda prestada, tanto por los profesionales como por las personas cerca-
nas a la víctima, servirá para contribuir a aliviar el impacto psicológico
inmediato del suceso y facilitar el afrontamiento adaptativo de la situa-
ción. Así, se pueden distinguir intervenciones dirigidas a todas las vícti-
mas, con el objetivo de ayudar a prevenir los daños psicológicos (preven-
ción secundaria), y las intervenciones dirigidas a aquellas víctimas que
muestran efectos traumáticos, con el objetivo de tratar el daño causado
por la victimización (prevención terciaria o tratamiento).

1. Intervenciones tempranas y en crisis.

Siguiendo a Wainrib y Bloch (2000), se puede definir la interven-


ción en crisis como aquel proceso dirigido a influir activamente en el
funcionamiento psicológico de una persona, con el fin de aliviar el im-
pacto psicológico inmediato de eventos estresantes o traumáticos y de
ayudar a reactivar los recursos sociales y las capacidades o recursos
personales para afrontar de manera adaptativa los efectos del suceso.
Sus principales objetivos, por tanto, serían: a) amortiguar el evento
estresante mediante una primera ayuda emocional y ambiental inme-
diata o de emergencia; y b) fortalecer a la persona en sus intentos de
afrontamiento e integración de la situación a través de la clarificación
y orientación durante el periodo de afrontamiento.
El principio básico que subyace a la intervención en crisis es que
los síntomas del individuo no se consideran señales de deterioro, des-
396 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

integración de la personalidad o patología mental, sino como la evi-


dencia de que se está viviendo un periodo transitorio en el que la per-
sona está experimentando una respuesta normal como consecuencia
de una situación anormal a la que ha estado expuesta. Este enfoque
encaja muy bien con la percepción que tienen de sí mismas las vic-
timas, que se ven como personas que requieren ayuda y no como in-
dividuos a los que etiquetar como incapacitados o que padecen una
enfermedad mental. Entre las necesidades más básicas e inmediatas
de las víctimas que se deben atender se encontrarían:
a) La de garantizar su seguridad, siempre y en primer lugar, y
como requisito previo a cualquier clase de intervención por
parte de los diversos profesionales relacionados con la vícti-
ma o la colaboración de ésta con ellos.
b) La de tener la oportunidad de contar el relato del evento en
un ambiente de calidez y respeto, con el fin de poder realizar
una primera elaboración cognitiva y emocional del recuerdo
acerca de lo vivido.
c) La oportunidad de recibir estimulo e información relevante
para poder desarrollar estrategias de afrontamiento revitali-
zantes y orientadas a la acción como forma de recuperar cierto
sentido de control sobre los acontecimientos y sobre su vida.
Son muchos los profesionales que pueden entrar en contacto con la
víctima, tanto de forma inmediata (policías, bomberos, socorristas, per-
sonal sanitario, etc) como a corto y medio plazo (del ámbito de la aboga-
cía, juzgados, criminología, trabajo social, etc) y, aunque no pertenezcan
al ámbito de la salud mental, pueden, y deben, atender y tener presentes
el estado y las necesidades emocionales de las víctimas, puesto que con
ello se contribuye a su recuperación emocional a la vez que a la preven-
ción de la victimización secundaria. En primer lugar, es imprescindible
que los profesionales estén familiarizados con los efectos que la violencia
puede tener sobre las personas que la sufren para poder ser capaces de
comprender las posibles reacciones de éstas. Y, en segundo lugar, es ne-
cesario que dispongan de una formación específica sobre las habilidades
y estrategias adecuadas para tratar con víctimas, de manera que puedan
realizar los objetivos de su tarea profesional, a la vez que se presta una
especial atención a ofrecerle un trato lo más adecuado posible.
Aunque la intervención en crisis requiere de una formación especí-
fica y suele facilitarse por profesionales de la salud mental, cualquier
profesional puede prestar unos primeros auxilios psicológicos muy va-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 397

liosos a la victima de un suceso traumático in situ o de forma inmedia-


ta. Según Martín y Muñoz (2009), estos primeros auxilios se pueden
ofrecer ante cualquier circunstancia que la persona afectada percibe
como estresante o desbordante con el fin de amortiguar sus efectos.
Entre sus objetivos se perseguiría el conectar emocionalmente con la
víctima, ayudar en el análisis de la situación, normalizar sus reaccio-
nes, proporcionar técnicas de contención y afrontamiento, y facilitar
el contacto o enlace con las fuentes de asistencia que pueda necesitar.
Sin embargo, como señalan los autores, aun no siendo una interven-
ción estructurada ni formal, es importante que sea llevada a cabo con
calidad y esmero, puesto que de no producirse adecuadamente, puede
incluso ser contraproducente para el individuo o cerrar las puertas a
una posterior intervención que sea necesaria. Por ello, siempre es im-
portante la formación de los profesionales en estos aspectos.

Tabla 4
Intervenciones de apoyo psicológico
(adaptado de Martín y Muñoz, 2009)

Facilitada por profesionales / Facilitada por personas NO


de la salud mental profesionales de la
salud mental

Intervención temprana
(primeros momentos pos- Primeros auxilios psicológicos
teriores al suceso)

Intervención a corto-me-
Intervención en crisis Apoyo social (emocional,
dio plazo (en el primer
informacional y tangible)
mes posterior al suceso)

Intervención a largo plazo Intervenciones clínicas Apoyo social (emocional,


(después del primer mes habituales informacional
posterior al suceso) y tangible)

En cualquier tipo de intervención, y para cualquier profesional,


la comunicación es una de las herramientas más básicas y fundamen-
tales en la atención de las víctimas, tanto para obtener información
como para darla de forma adecuada. Pero además, la comunicación
también cumple una función emocional de la que se beneficia la vícti-
ma, ya que a través de ella es posible que exprese emociones, elabore
cognitivamente la experiencia vivida y pueda sentirse comprendida
y apoyada. Parada (2008) ofrece una interesante recopilación de las
398 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

diversas habilidades que los profesionales pueden combinar al aten-


der a víctimas en situaciones de emergencia o de crisis. Entre ellas se
encuentran:
— Establecimiento de contacto. Como primer paso, es siempre
importante la adecuada presentación del profesional ante la
víctima, identificando su rol y su cometido y, en las ocasiones
en que la intervención vaya a requerir cierta cantidad de tiem-
po, también identificarse por su nombre y utilizar el nombre
de la persona afectada para dirigirse a ella.
— Empatia. Resulta imprescindible que los profesionales que
trabajan con víctimas tengan una buena capacidad de empa-
tía (de ponerse en su lugar y comprender sus percepciones y
emociones) pero, sobre todo, de transmitirle a la víctima que
está siendo entendida y que, más allá de lo que sea importante
para el profesional, existe respeto e interés por lo que es im-
portante para la víctima, por su estado y por sus necesidades.
— Escucha activa. Implica el prestar atención a lo que la persona
cuenta y, además, el transmitírselo a nivel verbal y no verbal. A
nivel no verbal algunos elementos relevantes son el mantener un
adecuado contacto ocular, realizar gestos faciales acordes con
el mensaje que se recibe o adoptar una postura corporal que de-
note interés por la persona con la que se habla. A nivel verbal,
la utilización de sonidos que indiquen que se sigue el discurso
y contenido de lo escuchado, el uso de repeticiones y paráfrasis
(que consisten en la devolución literal o resumida del mensaje de
la otra persona y ayuda a la persona a centrarse en el contenido
de lo que transmite) o el uso de estrategias de reflejo (que con-
siste en la devolución de los sentimientos y de la parte afectiva
que la persona expresa en su mensaje y que anima a la víctima a
expresar sus sentimientos, a ser más consciente de ellos y de su
manejo y a sentirse más comprendida). Según Martín y Muñoz
(2009) resulta clave, en este aspecto, el saber esperar y el adecua-
do respeto a los turnos, evitando interrumpir innecesariamente
para acelerar la intervención, puesto que por mucha prisa que se
tenga por intervenir y recoger información, en la mayoría de las
ocasiones, la clave de esa intervención está en el tiempo que se
dedique primeramente a escuchar con esmero.
— Realización de preguntas. Hacer preguntas de forma mode-
rada y tras escuchar el relato de la víctima facilita diversos
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 399

procesos positivos para la ayuda (obtener información, ayu-


dar a pensar o recordar, facilitar el desahogo emocional a tra-
vés de la narrativa, ayudar a elaborar o procesar lo ocurrido,
etc). Las preguntas deben de ser oportunas, respetuosas y úti-
les para la relación de ayuda. Las preguntas abiertas suelen
formularse para invitar a que la persona aporte y desarrolle
una información rica en contenido, y las cerradas para obte-
ner información concreta y necesaria que la persona no haya
transmitido.
— Resumir y clarificar. El resumir después de un intervalo de es-
cucha o diálogo es útil para recapitular y para transmitir a la
persona la comprensión de su discurso. Del mismo modo, es im-
prescindible aclarar los mensajes vagos o confusos dados por la
víctima para comprobar la precisión de lo que se ha entendido.
— Informar. En general, se debe informar de todo aquello que
ayude a la víctima a disminuir la ansiedad y el estrés derivado
del desconocimiento de lo que va a pasar a continuación o de
lo que va a hacer el profesional, así como de las alternativas
de actuación que tiene disponibles la víctima.

2. Tratamiento psicológico e indicadores de recuperación

Según el modelo propuesto por Echeburúa (2004) para el trata-


miento de las víctimas de sucesos violentos, tras el hecho hay per-
sonas que no necesitan de una terapia psicológica o farmacológica,
puesto que no presentan sintomatología postraumática significativa
y, aunque pueden tener presente siempre lo ocurrido, tener recuerdos
dolorosos y algún altibajo emocional, los efectos del acontecimiento
sufrido no interfieren en su funcionamiento cotidiano y son capaces
de trabajar, mantener relaciones gratificantes con otras personas, dis-
frutar de la vida e implicarse en nuevos proyectos. Sin embargo, hay
víctimas en las que el suceso traumático supone un fuerte impacto psi-
cológico y no pueden superar el malestar emocional de forma natural
por sí solas ni recuperar su nivel de funcionamiento anterior, indican-
do la necesidad de que reciban ayuda psicoterapéutica.
400 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Tabla 5
Criterios para la búsqueda de ayuda profesional en víctimas
(Echeburua, 2004)

• Cuando las reacciones psicológicas (que incluyen pensamientos, sen-


timientos o conductas) perturbadoras duran más de 4 o 6 semanas.
• Cuando hay una interferencia negativa grave en el funcionamiento
cotidiano (familia, trabajo o escuela).
• Cuando una persona se siente incómoda con sus pensamientos, sen-
timientos o conductas o se siente desbordada por ellos.

Según el autor, aunque la terapia para el trauma es fundamen-


talmente psicológica, en ciertos casos se combina con terapia farma-
cológica cuando la presencia de ciertas alteraciones clínicas (como
depresión muy severa, ansiedad, impulsividad, labilidad afectiva, irri-
tabilidad, ideación suicida o insomnio grave) son muy intensas e in-
terfieren gravemente en el funcionamiento cotidiano de la persona y
se mantienen más allá de un mes después del suceso traumático.
El formato más adecuado de intervención con víctimas es la tera-
pia individual, ya que ésta permite centrarse en los recursos y síntomas
que presenta cada persona y adaptar la terapia a cada caso concreto.
En la tabla 6 se recogen los principales ejes de tratamiento propuestos
por el equipo del Dr. Echeburúa para víctimas de sucesos violentos.
Por otro lado, y en ciertos casos, sobre todo cuando la persona es víc-
tima de un trauma complejo y resistente al cambio, la terapia de gru-
po puede ser un buen complemento a la intervención individual. El
tratamiento en grupo, ya sea en la modalidad de grupos terapéuticos
o en la de grupos de apoyo o autoayuda, conlleva la ventaja de permi-
tir a los participantes la oportunidad de validar sus propias experien-
cias en un contexto de comprensión, compartir emociones y objetivos,
aprender de los logros y formas de afrontamiento de los demás y au-
mentar la motivación para el cambio, además de contribuir a generar
una mayor cohesión social y a reconstruir la confianza personal y so-
cial. Se recomienda en estos casos que los participantes no presenten
sintomatología compleja (como tendencias suicidas, agresivas, abuso
alcohol o drogas, ideas delirantes, etc) y que exista cierta compatibi-
lidad entre los miembros del grupo (edad, cultura, capacidad para la
relación interpersonal, motivación, similitud en la experiencia trau-
mática vivida, etc).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 401

Tabla 6
Ejes principales del tratamiento psicológico en víctimas de sucesos violentos
(tomado de Echeburúa, Amor y Corral, 2006)

Aspectos psicopatológicos Técnicas terapéuticas

Núcleo de síntomas del trastorno de estrés postraumático

Recuerdos traumáticos • Terapia de exposición en imaginación a pensa-


mientos, imágenes y percepciones.

Conductas de evitación y embotamiento • Terapia de exposición en vivo a las conductas evi-


afectivo tadas (p.ej., conversaciones, actividades, lugares,
personas, etc)
• Dar pasos graduados hacia el mundo exterior (p.ej.,
salir a la calle regularmente, saludar a las personas
conocidas, hablar de sí mismo, esforzarse por com-
partir alegrías colectivas, etc)
• Expresar emociones de forma progresiva, a par-
tir de un entorno seguro.

Sensación de acortamiento del futuro • Proyección hacia el futuro (p.ej., planificación rea-
lista de actividades y de relaciones interpersonales,
visualización de cambios positivos en el futuro, etc)

Ansiedad e hiperactivación • Control de la respiración.


• Relajación muscular y mental.

Tratamiento de otros síntomas y control de emociones

Ideas distorsionadas sobre la probabilidad • Reestructuración cognitiva


de sufrir de nuevo el suceso traumático, • Información sobre las respuestas psicológicas ha-
miedo a la locura o a perder el control, etc bituales ante un suceso traumático
• Exposición en imaginación y en vivo a los recuer-
dos, pensamientos, sensaciones corporales, luga-
res, personas, etc

Control de la ansiedad/estrés y de la sinto- • Reestructuración cognitiva.


matología depresiva • Relajación.
• Implicación en actividades gratificantes.

Control de la ira • Explicación del proceso de escalada de la ira.


• Suspensión temporal.
• Distracción cognitiva.
• Entrenamiento en autoinstrucciones.

Pérdida de la confianza personal e • Reevaluación cognitiva (normalizar los esquemas


interpersonal cognitivos automáticos y catastrofistas que se produ-
cen tras las situaciones traumáticas).
• Atención selectiva a los recursos psicológicos que
la víctima posee.

Déficit de autoestima • Autovaloración objetiva en diferentes áreas (rela-


ciones interpersonales, salud, forma de ser, etc).
• Autoaceptación.
• Implicación en metas realistas, etc.
402 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Respecto a la recuperación de las víctimas de sucesos violentos,


Echeburúa señala algunos indicadores positivos que se asocian con la
misma:
a) Una de las primeras señales de recuperación es que la persona
recobre sus constantes biológicas respecto al sueño y el apetito.
b) Recuperación de la expresión de sentimientos, ya sea de for-
ma verbal como de expresiones de afecto gestuales, sonrisas,
abrazos, etc.
c) Aumento de la cantidad y calidad de las actividades realiza-
das, implicando sensaciones agradables y de disfrute para la
persona como sentir interés por una lectura, saborear una co-
mida, dar paseos agradables, disfrutar oyendo música, char-
lando con otras personas, etc.
d) Recuperación de la capacidad de sorprenderse y de poner in-
terés en las actividades que se hacen cada día, así como fijarse
metas concretas que sean posibles de conseguir.
e) Implicarse en conductas altruistas de apoyo y ayuda a otros.
f) Poner orden en los recuerdos del suceso traumático y llegar a consi-
derarlo como algo pasado que forma parte de la historia personal.
Según Echeburúa (2004), la mejora en el estado y la superación de
la experiencia es mucho más probable cuando la persona percibe bue-
nos niveles de apoyo social y familiar, cuando ha recibido una repara-
ción moral (detención agresores, información sobre su situación penal,
esclarecimiento de la verdad, etc), obtenido una reparación económica
justa y tomado medidas para reestablecer su sentimiento de dignidad y
de seguridad. Asimismo, en los casos en que la víctima recibe un trata-
miento psicológico, cuando existe una asistencia constante a las sesio-
nes y se llevan a cabo regularmente las prescripciones terapéuticas.
En cuanto a las dificultades asociadas a la recuperación se consi-
dera que, a mayor impacto del trauma (y mayor presencia de factores
mediadores de riesgo) más lento y complejo será el proceso de recu-
peración. Por otro lado, el pronóstico de la evolución de la recupe-
ración será peor cuando la víctima no dispone de apoyo social, se ve
expuesta a niveles altos de victimización secundaria o adopta estrate-
gias de afrontamiento negativas tras la experiencia traumática (como
por ejemplo, beber alcohol en exceso, automedicarse tranquilizantes,
refugiarse en el pasado, aislarse o alentar sentimientos de odio o de
venganza).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 403

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Capítulo noveno
VÍCTIMAS ESPECIALMENTE VULNERABLES
EN EL DELITO DE VIOLENCIA DOMÉSTICA (I):
LA MUJER MALTRATADA

I. DELIMITACIÓN TERMINOLÓGICA

Como ya se delimitó en el capítulo cuarto, tras el estudio de una


serie de factores endógenos y exógenos, las víctimas especialmente
vulnerables en el delito de violencia doméstica han quedado delimita-
das en mujeres, niños y ancianos, correspondiendo a continuación el
análisis de la primera.
Resulta un hecho comprobado que el maltrato a la mujer ha cons-
tituido un fenómeno existente a lo largo de la historia debido princi-
palmente a unos desfasados roles sociales que han colocado siempre
al varón en un plano superior a la mujer, legitimando incluso determi-
nadas culturas el uso de la fuerza o de la violencia, algo, hoy día, ab-
solutamente reprochable y perseguible jurídicamente en los países oc-
cidentales. Es más, en el caso de España, una encuesta del Ministerio
de Sanidad, Política Social e Igualdad relativa a la percepción que del
maltrato tiene la sociedad, desvela que el 91,2% de los ciudadanos en-
tiende la violencia doméstica como algo totalmente inaceptable.
En España, Lorente Acosta (2000) fue uno de los principales de-
nunciantes de semejantes situaciones discriminatorias dentro de la
doctrina científica llamando la atención sobre lo que, en su momento,
denominó “Síndrome de Agresión a la Mujer”, entendido como aque-
llas «agresiones sufridas por la mujer como consecuencia de los con-
dicionantes socioculturales que actúan sobre el género masculino y
femenino, situándola en una posición de subordinación al hombre,
y manifestadas en los tres ámbitos básicos de relación de la persona:
maltrato en el seno de una relación de pareja, agresión sexual en la
vida en sociedad y acoso en el medio laboral».
408 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Sin embargo, es a partir de la década de los noventa –más bien fi-


nales– cuando comienzan a observarse las primeras reacciones sociales
ante este tipo de violencia, las cuales se incrementan ya en pleno siglo
XXI desde diversos ámbitos de las esferas jurídico, social, políticas, asis-
tencial (…) tendente a dotar de una protección satisfactoria en todos los
órdenes descritos a la mujer maltratada, llegando a afirmarse que este
tipo de violencia ha constituido la principal lacra delictiva en España.
Igualmente las conceptualizaciones han ido avanzando con el tiempo
incluyendo nuevos sujetos –piénsese, por ejemplo, en las parejas homo-
sexuales– o terminologías –distinción entre violencia de género y vio-
lencia doméstica–, lo que ha hecho que este tipo de violencia haya sido
el sector en el que más ha evolucionado la victimología española, la
mayoría de ocasiones acertadamente pero no tan afortunada en otras–.
Así pues, para ir ubicando la naturaleza de la terminología sujeta
a estudio, se van a diferenciar diversos conceptos según el ente del
que se parta, lo cual, a su vez, permitirá distinguir diversos tipos de
violencia y comprender la realidad jurídico-penal actual:
A) Internacionalmente. Han sido bastantes las definiciones dadas
al respecto si bien por su relevancia histórica se destaca la compren-
dida en la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra
la mujer, adoptada por la Asamblea General de Naciones Unidas en
1993, donde se define la violencia contra la mujer como “todo acto de
violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real
un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coer-
ción o la privación arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la
vida pública o en la vida privada”.
Semejante conceptualización agruparía, sin carácter limitativo, la
violencia física, sexual y psicológica en la familia, incluidos los golpes,
el abuso sexual, la violencia relacionada con la dote, la violación por
el marido y otras prácticas tradicionales que atentan contra la mujer.
B) Legalmente. En el ámbito nacional conviene distinguir entre
varias acepciones que confluyen en la actualidad: violencia de género,
violencia a la mujer y violencia habitual en el ámbito doméstico.
Respecto de la primera, conviene referir que se trata de un con-
cepto reconocido en la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de
Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, donde
se define como la violencia que, como manifestación de la discrimina-
ción, la situación de desigualdad y las relaciones de poder de los hom-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 409

bres sobre las mujeres, se ejerce sobre éstas por parte de quienes sean
o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a
ellas por relaciones similares de afectividad, aun sin convivencia.
Se trataría de un concepto que agruparía la violencia ejercida por
un hombre hacia la mujer dentro de una relación de matrimonio o
análoga, sin necesidad de que existiera convivencia entre las partes –
piénsese, por ejemplo, en una pareja de novios–, siendo la motivación
que la origina una situación de discriminación, desigualdad o poder
de aquél sobre ésta.
Su incriminación penal aparece contemplada desde dos perspec-
tivas: una, como actos individuales de violencia; y, otro, ya existente
antes de la entrada en vigor de la citada Ley, de manera habitual.
b1) Violencia sobre la esposa o persona vinculada al autor por
relaciones familiares análogas. Aparece incriminada en el
artículo 153.1 del Código Penal en los siguientes términos:

“El que por cualquier medio o procedimiento causare a otro


menoscabo psíquico o una lesión no definidos como delito
en este Código, o golpeare o maltratare de obra a otro sin
causarle lesión, cuando la ofendida sea o haya sido esposa,
o mujer que esté o haya estado ligada a él por una análoga
relación de afectividad aun sin convivencia, o persona espe-
cialmente vulnerable que conviva con el autor, será castigado
con la pena de prisión de seis meses a un año o de trabajos en
beneficios de la comunidad de treinta y uno a ochenta días
y, en todo caso, privación del derecho a la tenencia y porte
de armas de un año y un día a tres años, así como, cuando
el Juez o Tribunal lo estime adecuado al interés del menor o
incapaz, inhabilitación para el ejercicio de la patria potestad,
tutela, curatela, guarda o acogimiento hasta cinco años”.

Las características que deben darse para apreciar el tipo pe-


nal enunciado, de forma muy esquemática, son las siguientes:
b.1.1) Conducta típica: Causación de un menoscabo psíqui-
co, una lesión o un maltrato de obra que, por su en-
tidad, debieran ser calificados objetivamente como
falta; esto es, los dos primeros no tendrían que ser
incluidos en los tipos penales comprendidos en los
artículos 147 a 152 del Código Penal o, en otras pa-
410 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

labras, debería de constituir una lesión que no ne-


cesitara tratamiento médico o quirúrgico –piénsese,
por ejemplo, en una que sólo requiriera una primera
asistencia médica–; mientras el golpear o maltratar
de obra, sin causación de lesión, interesa no tanto
el resultado sino la conducta descrita, debiendo ser
interpretado en los mismos términos que la falta del
artículo 617.2 del vigente Texto Punitivo.
b.1.2) Sujetos. La acción ilícita debe recaer necesariamente
sobre la esposa, ex esposa, o mujer que esté o haya es-
tado ligada a él por una análoga relación de afectividad
aun sin convivencia, o persona especialmente vulnera-
ble. Así pues habría que diferenciar dos sujetos pasivos:
i) Mujer. Debe producirse alguno de los lazos
enunciados –pareja, ex pareja o mujer sobre la
que medie o mediara una relación de afectivi-
dad, sin necesidad de observar el requisito de la
convivencia–.
ii) Víctima especialmente vulnerable. Se trata de una
referencia muy difusa y acotada con las lógicas pri-
sas de la aprobación de la Ley Orgánica 1/2004, de
Medidas de Protección Integral contra la Violencia
de Género –no conviene olvidar que fue la citada
Ley la que, entre otras medidas, motivó la reforma
penal–, ya que el legislador, en el último momento,
para justificar algunas de la modificaciones incor-
poradas en el texto y que no todo fuera referido a la
mujer maltratada, debido a las críticas que comen-
zaron a florecer sobre el citado articulado, decidió
incluir la referencia a las víctimas especialmente
vulnerables, si bien su inclusión se realiza sin nin-
guna objetividad ni criterio lógico ya que pueden
encontrarse en el texto originario incongruencias
lingüísticas fruto de la improvisación por incorpo-
rar la citada terminología y las prisas parlamenta-
rias en la aprobación del texto.
Así pues, el concepto de víctima especialmente vulnerable no se
vincula al concepto criminológico sostenido sino que agrupa,
siguiendo a Morillas Fernández (2010), a niños, ancianos, inca-
paces y enfermos de manera genérica en tanto tampoco puede
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 411

establecerse semejante equiparación presuponiendo la citada


vulnerabilidad, la cual admitirá prueba en contrario, por lo que
siempre deberán analizarse las circunstancias concurrentes en
el supuesto enjuiciado valorando los factores biológicos, edad
e incluso económico concurrentes en la víctima; esto es, víc-
tima especialmente vulnerables puede ser, a efectos penales,
cualquier individuo siempre que reúna los caracteres descritos,
ahora bien, los casos más frecuentes serán los relativos a las
cuatro categorías enunciadas, si bien nada impediría, por ejem-
plo, la aplicación de semejante situación al hombre –piénsese,
en el varón de cuarenta y dos años que padece una tetraplejia
y recibe un puñetazo de su pareja en el pómulo generándole la
lesión descrita en el artículo 153 del Código Penal–.
Semejante precepto constituye uno de los tipos penales más de-
batidos en los últimos años ya que el legislador emplea la dudo-
sa técnica de elevar a delito una falta únicamente en aquellos
casos en que la víctima fuera una mujer o persona especial-
mente vulnerable137 con la consiguiente distinción punitiva, lo
que generó incluso varias cuestiones de inconstitucionalidad
que han sido resueltas a favor de la legalidad del precepto.
b2) Violencia habitual en el ámbito doméstico. Se encuentra tipi-
ficado en el artículo 173.2 del Código Penal en los siguientes
términos:
“El que habitualmente ejerza violencia física o psíquica so-
bre quien sea o haya sido su cónyuge o sobre persona que
esté o haya estado ligada a él por una análoga relación de
afectividad aun sin convivencia, o sobre los descendien-
tes, ascendientes o hermanos por naturaleza, adopción o
afinidad, propios o del cónyuge o conviviente, o sobre los
137
En el artículo 153.2 del Código Penal se incluye el mismo tipo con la parti-
cularidad de que los sujetos pasivos pueden ser los restantes miembros del núcleo
familiar –por ende los comprendidos en el artículo 173.2 (pareja masculina, descen-
dientes, ascendientes, hermanos, etc– en los siguientes términos:
Art. 153.2: “Si la víctima del delito previsto en el apartado anterior fuere alguna
de las personas a que se refiere el artículo 173.2, exceptuadas las personas contem-
pladas en el apartado anterior de este artículo, el autor será castigado con la pena de
prisión de tres meses a un año o de trabajos en beneficio de la comunidad de treinta
y uno a ochenta días y, en todo caso, privación del derecho a la tenencia y porte de
armas de un año y un día a tres años, así como, cuando el Juez o Tribunal lo estime
adecuado al interés del menor o incapaz, inhabilitación para el ejercicio de la patria
potestad, tutela, curatela, guarda o acogimiento de seis meses a tres años”.
412 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

menores o incapaces que con él convivan o que se hallen


sujetos a la potestad, tutela, curatela, acogimiento o guarda
de hecho del cónyuge o conviviente, o sobre persona am-
parada en cualquier otra relación por la que se encuentre
integrada en el núcleo de su convivencia familiar, así como
sobre las personas que por su especial vulnerabilidad se
encuentran sometidas a custodia o guarda en centros pú-
blicos o privados, será castigado con la pena de prisión de
seis meses a tres años, privación del derecho a la tenencia
y porte de armas de dos a cinco años y, en su caso, cuando
el juez o tribunal lo estime adecuado al interés del menor
o incapaz, inhabilitación especial para el ejercicio de la pa-
tria potestad, tutela, curatela, guarda o acogimiento por
tiempo de uno a cinco años, sin perjuicio de las penas que
pudieran corresponder a los delitos o faltas en que se hu-
bieran concretado los actos de violencia física o psíquica”.

Los elementos necesarios para aplicar el tipo penal referido


son los siguientes:
b.2.1) Sujetos. Mientras el activo puede serlo cualquier perso-
na integrada en el seno familiar, el pasivo debe reunir
algunas de las condiciones enunciadas en el supuesto
de hecho de la norma: i) cónyuge; ii) ex-cónyuge; iii)
persona que esté o haya estado ligada a él por una
análoga relación de afectividad aun sin convivencia
–por ejemplo, pareja de hecho, novios (...)–; iv) des-
cendientes; v) ascendientes; vi) hermanos por natu-
raleza, adopción o afinidad, propios o del cónyuge o
conviviente; vii) menores o incapaces que con él con-
vivan o que se hallen sujetos a la potestad, tutela, cu-
ratela, acogimiento o guarda de hecho del cónyuge o
conviviente; viii) persona amparada en cualquier otra
relación por la que se encuentre integrada en el nú-
cleo de su convivencia familiar; o ix) lo que supondría
una relativa excepción al ámbito puramente domésti-
co, las personas que por su especial vulnerabilidad se
encuentran sometidas a custodia o guarda en centros
públicos o privados.
b.2.2) Ejercicio de violencia física o psíquica de manera
habitual. El tipo de violencia no sería problemática
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 413

ya que se agrupa tanto la física –lesiones corporales,


homicidio, trato degradante (...)– como la psicológi-
ca –amenazas, coacciones, injurias (...)–, revistiendo
el problema interpretativo en la esencia de esta mo-
dalidad delictiva: la habitualidad.
Sin embargo, en este supuesto concreto, y a diferen-
cia de lo que suele hacer normalmente el legislador,
el artículo 173.3 del Código Penal define la habituali-
dad en los siguientes términos:

173.3. Para apreciar la habitualidad a que se refiere el


apartado anterior, se atenderá al número de actos de vio-
lencia que resulten acreditados, así como a la proximidad
temporal de los mismos, con independencia de que dicha
violencia se haya ejercido sobre la misma o diferentes víc-
timas de las comprendidas en este artículo, y de que los
actos violentos hayan sido o no objeto de enjuiciamiento
en procesos anteriores.

De acuerdo con lo anterior, para apreciar la habitua-


lidad deben ser tenidas en consideración los cuatro
criterios siguientes:
b.2.2.1. Pluralidad de actos. En la actualidad se afir-
ma que basta con una repetición de actos de
violencia, con independencia de que antes
hayan sido o no denunciados mientras pue-
dan probarse. Ahora bien, el problema radica
en intentar cuantificar qué número específi-
co sería suficiente para apreciar semejante
habitualidad ya que la praxis del precepto re-
quiere que no se produzcan en un período de
tiempo suficientemente corto como para en-
tender que no tuvieron explicación como he-
chos aislados u ocasionales, sino que forman
parte de una serie más o menos amplia que
se conecta de modo de vivir o de comportarse
del propio sujeto. Con ello, lo que se pretende
es dejar al arbitrio del Juez el determinar si la
habitualidad se presenta como manifestación
de una conducta aislada, en cuyo caso no se-
414 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

ría apreciable, o si, por el contrario, dichos


actos se repiten de forma sistemática en la
convivencia diaria o cada vez que se encuen-
tra la pareja. Por todo ello, el criterio de las
tres agresiones violentas es un mínimo del
que hay que partir independientemente de
otros hechos probatorios como pueden ser el
parte de lesiones, las pruebas periciales mé-
dicas practicadas, las declaraciones de la víc-
tima, testigos, vecinos (...).
b.2.2.2. Proximidad temporal. Si se toma en conside-
ración el artículo 94 del Código Penal, habrá
que fijar como límite máximo cinco años de
proximidad temporal entre actos generado-
res de violencia familiar. No obstante, como
he referido anteriormente, este postulado
no debe de ser rígido ya que dependerá de
la propia naturaleza de la agresión; así, por
ejemplo, el supuesto de las tres agresiones
producidas en un mismo día sin volver a ma-
nifestarse no debe observarse habitualidad.
Por ello, no basta con que concurran varias
situaciones de violencia física comprobadas,
sino que es preciso que se concentren en un
determinado lapso temporal necesariamente
breve que habrá de examinarse caso por caso,
desechando todo aquello que pudiera califi-
carse como esporádico, ocasional o puntual.
En cualquier caso, lo que parece claro, es
que no pueden establecerse reglas concre-
tas para juzgar la habitualidad sino que
siempre habrá que analizar caso por caso,
de forma particular y ver las circunstancias
que concurren en cada uno de ellos para es-
tablecer el requisito de la temporalidad.
b.2.2.3. Pluralidad de sujetos pasivos. La conducta
típica llevada a cabo por el autor ha de re-
caer indiferentemente sobre cualquiera de
las personas, o, una vez que se ha produci-
do el hecho típico sobre los sujetos pasivos,
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 415

a los que hace referencia el artículo 173.2


del Código Penal; esto es, resulta indiferen-
te que los actos violentos recaigan sobre el
cónyuge, ex cónyuge, ascendiente, descen-
diente, pupilo (...) siempre y cuando se pro-
duzcan en repetidas ocasiones.
b.2.2.4. Independencia de que tales actos hayan
sido o no objeto de enjuiciamiento anterior.
Tradicionalmente ha constituido uno de los
aspectos más debatidos por la doctrina dada
la posible vulneración del principio non bis in
idem si bien en la actualidad se entiende que
no existe semejante vulneración por diversos
criterios entre los que destacaría la distinción
de bienes jurídicos afectados138. Piénsese, por
ejemplo, en el supuesto del sujeto que comete
una lesión a su cónyuge y es condenado por
ello con la agravante de parentesco. Pasado
un periodo de tiempo vuelve a lesionar a su
cónyuge con las agravantes de reincidencia y
parentesco y cumple la pena impuesta. Pasado
otro intervalo de tiempo, comete una terce-
ra lesión, por lo que vuelve a ser condenado
por el delito de lesiones más las agravantes de
reincidencia y parentesco pero esta vez, como
quiera que se dan los requisitos del tipo, será
condenado no sólo por el correspondiente de-
lito de lesiones sino también por el de violen-
cia habitual en el ámbito doméstico.
En definitiva, cabe referir que la violencia ejercida contra una mu-
jer, en el marco de una relación sentimental, con o sin convivencia,
será castigada:
a) Como el delito particular del que se tratara –lesiones, amena-
zas, etc– con la agravante de parentesco.
b) Si los hechos fueran constitutivos de una falta de lesiones, ame-
nazas o coacciones, el legislador optó por elevar a la categoría
de delito esa acción –por ejemplo, el artículo 153.1 para las le-
138
Véase, a modo de ejemplo, entre otras muchas, la Sentencia del Tribunal
Supremo 419/2005, de 4 de abril.
416 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

siones; el 171.4 para las amenazas y el 172.2 para las coaccio-


nes–. En otras palabras, el individuo que comete una lesión no
constitutiva de delito sobre un amigo será castigado como au-
tor de una falta de lesiones pero si ese mismo comportamiento
lo realiza sobre su pareja la conducta se transforma en delito.
c) En los supuestos en que hubiera habitualidad en las acciones vio-
lentas, por recaer sobre uno o varios sujetos pasivos de los com-
prendidos en el artículo 173 del Código Penal, además de los ilíci-
tos imputables lo será también por el delito de violencia habitual
en el ámbito doméstico –piénsese, por ejemplo, en unas amenazas
sobre la pareja, unas coacciones sobre la mujer y unas lesiones so-
bre el hijo, los tipos penales a aplicar serían amenazas, coacciones,
lesiones y violencia habitual en el ámbito doméstico–.
C) Doctrinalmente. En este sentido, como puede figurarse, han
sido multitud las definiciones establecidas tendentes a dotar de con-
tenido a semejante forma de violencia. Como punto de partida, se ha
de señalar una conceptualización básica de violencia doméstica entre
cónyuges en el ámbito familiar entendiendo toda conducta abusiva del
hombre hacia la mujer y viceversa dentro de una relación de pareja,
independientemente que sea dentro del matrimonio o fuera de él (pe-
ríodos de separación, divorcio, noviazgo).
Centrado el tema en el maltrato a la mujer, se ha de dar, cohe-
rentemente, una definición concreta del mismo. Sobre el concepto de
maltrato se ha escrito mucho, casi siempre desde la esfera penal, de
ahí que existan multitud de definiciones. A tenor de ello, voy a intentar
mostrar las más representativas o que mejor vengan a resumir la ma-
yor parte de las propugnadas por la doctrina.
Lorente Acosta (2000) fue uno de los primeros en abordar seme-
jante problemática y acotó la terminología “Síndrome de Maltrato a la
Mujer”, definiéndolo como el «conjunto de lesiones físicas y psíquicas
resultantes de las agresiones repetidas llevadas a cabo por el hombre
sobre su cónyuge, o mujer a la que estuviese o haya estado unido por
análogas relaciones de afectividad».
De otro lado, Sepúlveda García de la Torre define este tipo de vio-
lencia como «todos aquellos actos violentos que de forma habitual se
ejercen contra la mujer, realizados por personas que tienen o tuvieron
un vínculo afectivo con la víctima, principalmente sus parejas (mari-
dos o compañeros) o ex parejas».
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 417

Bajo mi punto de vista, y así lo defendí en su momento (MORILLAS


FERNÁNDEZ, 2003) la violencia doméstica contra las mujeres puede ser
definida, dejando a un lado el criterio de la habitualidad, como toda ac-
ción u omisión física o psicológica, constitutiva de delito, ejercida contra la
mujer, ya sea en el seno de una relación matrimonial o cualquier otra por
análoga relación de afectividad, presentes o pasadas, aún sin convivencia.
Por último, para concluir el presente epígrafe, introducir algunas
características propias del maltrato que servirán para entender mejor
el resto de variables sometidas a estudio en los epígrafes siguientes139:
— Un 30% de los episodios de maltrato tienen su origen en la
relación de noviazgo.
— El maltrato físico lo produce la pareja de la víctima en un
84,6% de los casos elevándose hasta el 97,9% en el supues-
to de los psicológicos, muy distanciado del siguiente agresor
–padre (9,4% y 16,5%, respectivamente)–.
— Ese maltrato no se extiende exclusivamente a la mujer sino
que también afecta, aunque en menor medida a otras personas
del núcleo familiar (69,8% de los casos), destacando los hijos
como potenciales destinatarios de la agresión, extendiéndose
también, en menor medida, a personas ajenas al ámbito do-
méstico –principalmente amigos–.
— La acción violenta se desarrolla en el ámbito privado; esto es,
entre víctima y agresor y, caso de presenciarlo alguien, suelen
ser los hijos.
— La duración media del maltrato físico se ha establecido en
diez años mientras el psicológico se prolonga durante trece.
— A todo maltrato físico le antecede uno psicológico siendo el pri-
mero el resultado de las tensiones generadas por el segundo.

II. TIPOLOGIAS

También ha sido una cuestión muy debatida y discutida en el tiem-


po ya que la compilación de las categorías del maltrato ha sido some-
tido a diversos criterios, destacando uno restringido y otro amplio.
Los datos presentados se corresponden a una investigación empírica coor-
139

dinada por Morillas Cueva en la que se analizaron 338 casos de mujeres maltratadas
en Andalucía, estableciendo correlaciones con otros estudios de tamaño muestral
menor desarrollados a lo largo de la geografía española.
418 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Respecto del primero, se ha venido distinguiendo tres grandes tipos


de maltrato –físico, psíquico y sexual140–; mientras la corriente amplia
aboga por referir, junto a ellos, otra serie de categorías –maltrato ver-
bal, emocional, económico y social141, principalmente, aunque desde
otros ámbitos se añaden nuevas categorías, por ejemplo, el Consejo de
Europa142 distingue entre seis tipos de violencia: física, sexual, psicoló-
gica, económica, estructural y espiritual143–. Ciertamente, los estudiosos
de la materia se encuentran divididos en un sentido y otro, caracterizán-
dose los más próximos a corrientes feministas por el último y la doctrina
científica por el primero. En mi opinión, el criterio que debe primar es
el estricto ya que las categorías comprendidas en el amplio pueden ser
perfectamente encuadradas allí –véase, por ejemplo, la estrecha relación
que guarda el maltrato psicológico con todas las hipótesis enunciadas e
incluso el físico con el económico, en sus casos más extremos–.

De acuerdo con lo anterior, el criterio aquí defendido será el res-


trictivo por lo que se mencionarán tres supuestos de agresión a la mu-
140
Incluso algunos autores, pocos, prescinden de la categoría sexual, refirién-
dose únicamente a físico y psicológico, incluyendo el sexual en el primero.
141
Una de las principales defensores de semejante corriente fue, de inicio,
Sepúlveda García de la Torre, quien distinguía las categorías de la siguiente forma:
- Maltrato verbal. Es configurado por comentarios degradantes, insultos, acusa-
ciones, burlas, amenaza, etc.
- Maltrato emocional. Estrechamente ligado al maltrato verbal, incluye la destruc-
ción de objetos de especial valor sentimental, privación de necesidades básicas (ali-
mento, sueño…), reproches, vejaciones, abandono emocional, ignorancia, entre otros.
- Maltrato económico. Control estrecho de la economía familiar, con impedi-
mento de acceso al dinero.
- Maltrato social. Supone una forma de maltrato verbal en presencia de terceros,
aislamiento y control de relaciones externas, humillación pública.
142
Recomendación 5 del Comité de Ministros del Consejo de Europa, realizada
el 30de abril de 2002.
143
Las referencias a la violencia física, psicológica y sexual son las comunes
mientras que las restantes se identifican de la siguiente forma:
*Económica: Desigualdad en el acceso a los recursos compartidos (negar el ac-
ceso al dinero, impedir el acceso a un puesto de trabajo, a la educación etc...).
* Estructural: Comprende un término íntimamente relacionado con el anterior
si bien incluye barreras invisibles e intangibles contra la realización de las opciones
potenciales de los derechos básicos de las personas. Se sustenta la existencia de obs-
táculos firmemente arraigados y que se reproducen diariamente en el tejido social
(por ejemplo, las relaciones de poder que generan y legitiman la desigualdad).
* Espiritual: Aquellas conductas que consisten el obligar a otra persona a acep-
tar un sistema de creencias cultural o religioso determinado, o dirigidas a erosionar
o destruir las creencias de otro a través del ridículo o del castigo.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 419

jer. Con esta previsión inicial semejante numeración del maltrato pue-
de quedar configurada de la siguiente forma:
A) Físicos. Comprendería todo acto no accidental que provoque o
pueda provocar daño físico o enfermedad. Suelen abarcar desde sim-
ples contusiones y erosiones hasta heridas por arma, ya sea blanca
o de fuego. Tradicionalmente, el cuadro lesional más frecuente suele
estar conformado por excoriaciones, contusiones y heridas superficia-
les en la cabeza, cara, cuello, pechos y abdomen; predominando, de
forma particular, la rotura de tímpano.
En cuanto a su fenomenología, la investigación empírica dirigida
por Morillas Cueva, que versó sobre el estudio de 338 casos de maltra-
to en Andalucía, determinó los siguientes núcleos144:

TABLA 1
Tipología del maltrato físico
Nunca 1-2 veces 3-10 veces + 10 veces Total
Pellizcos 63,4% 6,3% 10,1% 20,2% 317
Empujones 12,1% 9,3% 17,8% 60,7% 321
Bofetadas 24,2% 14,2% 19,2% 42,5% 318
Puñetazos 35,6% 16,4% 11,4% 36,6% 317
Patadas 44,7% 13,8% 12,9% 28,6% 318
Golpes 28,6% 10,2% 15,2% 46% 315
Golpes con objetos 53,2% 15,5% 11,1% 20,3% 316
Tirones pelo 45% 11% 12,9% 31,1% 318
Quemaduras 94,3% 3,8% 0,6% 1,3% 316
Herida (arma blanca) 90,2% 7,9% 1,3% 0,6% 316
Herida (arma de fuego) 98,4% 0,9% 0,3% 0,3% 316
Estrangulamiento 47,2% 24,7% 14,6% 13,6% 316
Agresión sexual 49,2% 8,2% 7,9% 34,7% 317
Otros 52,3% 21,5% 10,8% 15,4% 65

De los datos obtenidos en la tabla anterior deben necesariamente


distinguirse varios grupos de conductas violentas ejercidas de manera
habitual según la intensidad de su apreciación:
a1) El acto más recurrido por los maltratadores, en cuanto a vio-
lencia física se refiere, viene dado por los empujones, hecho,
por otro lado, lógico que adelanta la realización de otros
144
A efectos operativos de la propia investigación, el maltrato sexual se configu-
ró como una tipología de maltrato físico.
420 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

comportamientos de lesividad mayor. En este sentido, un


60,7% de los victimarios recurre a esta modalidad de violen-
cia de manera habitual.
a2) Un segundo grupo de intensidad media lo conformarían,
principalmente, golpes de muy diversa índole: genéricos
–46%–, bofetadas –42,5%–, puñetazos –36,6%–, patadas
–28,6%–; y tirones de pelo –31,1%–. Sorprende en cierta me-
dida esta última categoría en tanto siempre se ha asociado a
la violencia doméstica aunque primordialmente sobre otros
sujetos pasivos: niños y ancianos, en lo que se ha venido a de-
nominar “alopecia traumática” (MORILLAS FERNÁNDEZ,
2003). No obstante, no debe ser ése el matiz identificativo
en la violencia ejercida sobre las mujeres sino más bien una
manifestación mucho más violenta ya que se produce en su-
puestos de agresiones graves que suelen ir acompañados por
manifestaciones muy violentas tanto desde el prisma físico
como psicológico. El resto de actos descritos conforma los
recursos más habituales a los que recurre el maltratador para
acometer la agresión por cuanto comportan manifestaciones
simples y válidas por sí mismas, sin necesidad de recurrir a
ningún tipo de instrumentos salvo sus manos o piernas.
Mención aparte merece una categoría, subsumible en este grupo
de conductas, representada por las agresiones sexuales –34,7%–
y que, como ya referí anteriormente, la doctrina criminológica
considera una tipología independiente de violencia doméstica y
que comprende manifestaciones como la realización o someti-
miento a prácticas sexuales contra la voluntad de la mujer. En
este sentido resultan muy interesantes, gozando de gran prestigio
internacional, las investigaciones realizadas por Finkelhor e Yllö
en donde distinguen tres tipos de violación en el ámbito conyu-
gal: a) violación simple, representaría la mera agresión sexual del
hombre hacia la mujer sin su consentimiento; b) violación por la
fuerza, la excitación del varón no se circunscribiría únicamente
al ámbito sexual sino más bien a la sensación de poder que ejerce
sobre la mujer; y c) violación obsesiva, de naturaleza sádica en
tanto lo aquí buscado es causar dolor a la víctima. Igualmente
estos autores distinguieron las diferentes coacciones que pueden
mediar en una situación de las características descritas: i) sexo
bajo amenaza implícita o explícita; ii) sexo por coerción social; y
iii) sexo por coerción interpersonal.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 421

La investigación llevada a cabo por la Junta de Castilla y León


sobre violencia doméstica y sexual detalla algunas motivacio-
nes que priman en el varón a la hora de agredir sexualmente a
la mujer. Entre ellas, y conforme al ámbito de la investigación
referida, pudieran señalarse: i) una afirmación violenta de la
masculinidad, subyacente en la negación de libertad e igualdad
del otro sexo; ii) compensar otras situaciones cotidianas en que
se han sentido humillados o inferiores, en este sentido uno de
los motivos por los que el sujeto activo recurre a la violencia es
para suplir deficiencias personales o psicológicas que detecta en
una situación de igualdad con la mujer; iii) como manifestación
de un comportamiento antisocial generalizado; iv) por vengan-
za hacia la víctima; y v) un hecho inconsciente en tanto percibe
a la mujer como un bien de consumo o simplemente por llevar
a la práctica conductas sexuales que ha visto o leído, aún sin el
consentimiento de la mujer. Torres Falcón utiliza la terminolo-
gía “maltrato invisible” para referirse a la violencia psicológica.
Sin embargo, a mi juicio, las agresiones sexuales son igualmen-
te una manifestación de maltrato invisible en determinados su-
puestos en tanto aquí lo que verdaderamente se produce es una
lesión al bien jurídico libertad sexual en sus principales ma-
nifestaciones pero no conviene olvidar, igualmente, que en no
pocos casos, la mujer percibe semejante agresión como un de-
recho que el marido ostenta sobre ella por su convivencia con-
yugal –sexo por coerción social– y accede al mantenimiento de
la misma de manera sumisa o como mecanismo de protección
y evitación de agresiones mayores, ocultando con su actuación
una modalidad de maltrato encubierta o invisible en la acep-
tación presunta de su consentimiento cuando verdaderamente
no desea realizar la citada práctica.
En consecuencia con lo anterior, según advierten algunos
profesionales encargados de prestar asistencia psicológica a
las víctimas de violencia doméstica, ese porcentaje podría ser
muy superior si las mujeres admitieran que son objeto de ta-
les agresiones sexuales. En particular, la experiencia con ellas
pone de relieve que muchas víctimas de delitos sexuales por
parte de su pareja no son conscientes de que están siendo so-
metidas a comportamientos delictivos en ese ámbito. Ello es
así porque las mismas tienen asumido que la relación sexual
constituye para sus parejas (normalmente cónyuges) un de-
422 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

recho, que naturalmente se convierte para ellas en una obli-


gación que deben soportar aunque no la deseen e, incluso,
aunque se realice manifiestamente contra su voluntad con uti-
lización de técnicas violentas o intimidatorias. Es por eso que
de existir más mujeres que advirtiesen que tales actos consti-
tuyen una agresión sexual en toda regla, el porcentaje de fre-
cuencia de las agresiones sexuales aumentaría notablemente.
a3) Conductas de intensidad baja. Deberían incluirse en este
apartado los golpes con objetos –20,3%–, pellizcos –20,2%– y
estrangulamientos –13,6%–. La naturaleza de los actos des-
critos conforma, sin ningún género de dudas, la tipología más
dispar de las presentadas por cuanto, si se observa la evolu-
ción de los diferentes grupos, se concluye que cuanto más
peligrosa es para la integridad o incluso vida de la persona
la acción desarrollada por el maltratador, menor porcentaje
de representatividad ostenta. Pues bien, aquí se encuentra
la excepción a la regla general en tanto mezcla conductas
inicialmente poco lesivas –verbigracia, pellizcos– con golpes
con objetos y estrangulamiento, dos prácticas que pueden
causar, según la localización e intensidad, resultados fatales.
a4) Hechos de escasa cuantificación. La rúbrica empleada a la
catalogación de este tipo de actos es plenamente coheren-
te con la naturaleza de los mismos y el consiguiente peligro
para la vida humana, de ahí su baja apreciación; esto es, el
último grupo presentado comprende quemaduras (1,3%) y
la causación de heridas por arma blanca (0,6%) y de fuego
(0,3%), actos de indudable puesta en peligro para la vida de
la mujer y que la historia desgraciadamente ha demostrado
como su aparición lleva implícito, en no pocos casos, resul-
tados fatales para la víctima. Es por este motivo por el que
presentan una escasa representatividad por cuanto suelen
ser hechos finales representados en la última fase del ciclo de
violencia doméstica o una vez que se ha producido la separa-
ción, normalmente de hecho aunque también puede vislum-
brarse tras la de derecho, respondiendo a un sentimiento de
rechazo absoluto del maltratador hacia la víctima.
En la categoría genérica “otros” llama poderosamente la atención
la presencia de tentativas con hipotético resultado fatal para la mujer
–de atropello, envenenamiento, tirar por la ventana o escaleras (...)– lo
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 423

que hacen extensibles los comentarios suscritos anteriormente para el


grupo denominado “de escasa cuantificación”. Otras situaciones des-
critas son las mordeduras y las “detenciones ilegales”, circunstancia,
a juicio de la víctima, considerada como maltrato físico y consisten-
te básicamente en no dejarlas salir de casa o, incluso, encerrándolas
cuando ellos no estaban.
B) Psíquicos. Es la clase de maltrato más subjetivo a la hora de
definir y más difícil a la hora de probar. No obstante, se define como
todo acto o conducta que produce una desvalorización o sufrimiento
en las mujeres. Los casos más comunes suelen ser los representados
por amenazas, humillaciones, insultos, control de las salidas, descali-
ficaciones públicas, control del dinero, etc.
Tomando nuevamente como referencia la investigación dirigi-
da por Morillas Cueva conviene destacar las siguientes categorías y
cuantificaciones:
TABLA 2
Tipología del maltrato psíquico
Nunca 1-2 veces 3-10 veces + 10 veces Total
Quitarle la razón 4,2% 1,5% 4,5% 89,7% 330
Gritos 5,1% 2,4% 7,5% 84,9% 332
Insultos 3,3% 1,8% 4,2% 90,7% 332
Vejaciones 7,6% 4,6% 6,4% 81,4% 328
Aislamiento social 14,9% 3,4% 5,5% 76,2% 328
Aislamiento familiar 22,3% 2,7% 4,6% 70,4% 328
Amenazas 5,4% 3,3% 8,8% 82,5% 331
De carácter sexual 31,6% 34% 8% 57,1% 326
Humillaciones 4,6% 1,5% 8,2% 85,7% 328
Privación del sueño 25,7% 6,4% 11,6% 56,3% 327
Ridiculización 11,6% 3,7% 8,5% 76,2% 328
Restricciones económicas 27,4% 3,1% 7,1% 62,5% 325
Chantaje emocional 12,6% 4% 10,2% 73,2% 325
Chantaje con los niños 27,4% 2,3% 7,2% 63,2% 307
Otros145 34,7% 4,1% 18,4% 42,9% 49

145
Incluye categorías muy minoritarias, por lo que en el análisis detallado que
se realiza posteriormente no son tenidas en consideración, como “escupir”, “echarla
de casa”, o “no dejarla entrar en alguna habitación”.
424 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Lo más significativo de los resultados recabados es que en todos


los supuestos presentados a valoración por la víctima, la frecuencia
marcada de forma mayoritaria es la de más de 10 veces, lo que puede
demostrar bien la existencia de una situación de constante maltrato
psicológico al que se ven sometidas estas mujeres o bien una subje-
tivación de los actos del maltratador como consecuencia del lógico
temor a la conducta violenta. Contrariamente a lo acontecido en el
maltrato físico, en el psíquico no cabe establecer una distinción gru-
pal tan delimitada como la allí concebida en tanto todas las categorías
deben interpretarse como habituales. No obstante, pese a ese grado de
representatividad, pudieran clasificarse de la siguiente forma:
b1) Conductas constantes. Dentro de este grupo se incluyen aque-
llos hechos que, a juicio de la víctima, desarrolla constantemen-
te el maltratador y que, puestos en consonancia unos con otros,
dibujan el panorama o la secuencia de una acción violenta, in-
cluso, de naturaleza física. A tal efecto, deben destacarse:
b.1.1) “Insultos” (90,7%). La representatividad es muy eleva-
da por lo que debe afirmarse, al igual que en el resto de
conductas enunciadas, su persistencia temporal, algo
que, por otro lado, resulta lógico dadas las caracterís-
ticas propias de la tipología delictual objeto de estudio,
en tanto el insulto podría ser la modalidad más frecuen-
te mediante la que el sujeto activo exterioriza su ira.
b.1.2) “Quitarle la razón” (89,7%). Esta característica denota,
junto con el posterior ejercicio de la violencia, una in-
capacidad manifiesta del maltratador ante determina-
das situaciones (por ejemplo, resolver problemas) que
deriva en un sentimiento de inferioridad respecto de
la mujer que sólo puede cubrir intentando imponer su
voluntad sobre la de su pareja, no dudando en recurrir
a la violencia para alcanzar ese status de respeto que
busca en el ámbito familiar.
b.1.3) “Humillaciones” (85,7%). Mediante este tipo de com-
portamientos el maltratador persigue herir el amor
propio o la dignidad de la mujer, para lo cual busca la
ocasión más propicia, que tanto puede ser cuando está
sola como, sobre todo, cuando se encuentra ante sus
hijos o personas de su círculo que conocen y consien-
ten los malos tratos.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 425

b.1.4) “Gritos” (84,9%). En tanto son una consecuencia lógica del


maltrato, sus circunstancias y del ámbito en el que se mue-
ve la pareja, no merece la pena detenerse a analizarlos.
b.1.5) “Amenazas” (82,5%). La razón que justifica su alta fre-
cuencia es que el sujeto maltratador las utiliza para obli-
gar a la mujer a guardar silencio sobre la propia existen-
cia de los malos tratos (le anuncia la producción de un
mal futuro si denuncia o pone en conocimiento de ter-
ceros la situación violenta). Señalar que son muy habi-
tuales las producidas una vez concluida la convivencia
en pareja y que las más utilizadas son las relacionadas
con los hijos, consistentes normalmente en anuncios de
muerte o producción de lesiones (...), la legitimidad o
no del hecho; esto es, la credibilidad sobre su posterior
comisión, dependerá del grado de percepción de la mu-
jer sobre si serán llevadas o no a cabo.
b.1.6) “Vejaciones” (81,4%). Se encuentran muy próximas a
determinadas formas de humillación, si bien del análi-
sis particular de las circunstancias descritas por la víc-
tima la mayor parte se circunscriben al ámbito sexual
(verbigracia, introducción de objetos, comparaciones
despectivas con otras mujeres, etc.).
b2) Comportamientos habituales. Englobaría aquellas conductas
del maltratador que, sin ser calificadas como permanentes en
el tiempo, sí las realiza de una manera habitual. Entre las mis-
mas cabe reseñar:
b.2.1) “Ridiculización” (76,2%). Este tipo de comportamien-
tos implican fundamentalmente la realización de actos
que exponen a la mujer a la burla o menosprecio de los
demás. Una de las formas más frecuente de ridiculiza-
ción es la de evidenciar ante terceros los defectos de la
mujer (por ejemplo físicos) o la carencia por parte de la
misma de determinadas habilidades (verbigracia, coci-
na muy mal o es pésima amante).
b.2.2) “Aislamiento social” (76,2%) y “familiar” (70,4%). Ha sido
siempre una de las características identificativas del mal-
trato prolongado; esto es, el victimario comienza a recor-
tar la libertad de la víctima llegando en algunos casos a
hacerle perder el contacto incluso con su familia de ori-
426 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

gen ya sea por iniciativa propia ya como consecuencia de


las agresiones físicas que padece y que la llevan a un ence-
rramiento doméstico con el fin de ocultar a la sociedad la
situación que vive. No obstante, son tipologías implícitas;
es decir, el aislamiento familiar lleva aparejado el social
aunque no viceversa, si bien los porcentajes demuestran
cómo en la inmensa mayoría de estos supuestos se produ-
cen de manera conjunta. Todo responde a un aislamiento
propio del maltrato en donde, como afirma la guía lleva-
da a cabo por la Generalitat Valenciana, el sujeto activo
busca que la víctima sólo mantenga contacto con él, evi-
tando así la posible influencia de personas que podrían
ayudarla a ver con más claridad su situación.
b.2.3) “Chantaje emocional” (73,2%). Es una práctica habitual
de maltrato psicológico que denota debilidad e insegu-
ridad en quien lo practica y servidumbre en quien lo
padece. Así pues, su utilización pone de relieve la exis-
tencia de una situación de dominación y sometimiento.
Fundamentalmente, consiste en usar los sentimientos y
emociones como arma, abusando de los puntos débiles
de la mujer e intentando provocarle un sentimiento de
culpa que la lleve a cumplir los deseos del chantajis-
ta (existe una máxima en psicología muy gráfica: “crea
culpa y ganarás”). El gran peligro del chantaje emocio-
nal radica en que cuando la persona chantajeada em-
pieza a ceder en pequeñas pretensiones del chantajista,
comienza un círculo vicioso que ya es muy difícil de
romper, puesto que la consecución de dichos propósi-
tos refuerza la conducta del maltratador, que seguirá
presionando para obtener logros cada vez mayores146.
b3) Conductas frecuentes. Englobaría los siguientes supuestos:
b.3.1) “Restricción económica” (62,5%). Se trata de un com-
portamiento muy habitual en los casos en que la mu-
146
Ejemplos de frases enmarcadas en un chantaje emocional hay muchas.
Valgan como ejemplo las siguientes: “no puedes hacerme eso ahora sabiendo lo mu-
cho que te quiero”; “si realmente me quisieras harías las cosas como me gustan”; “si
me dejas ahora me hundirás porque estoy atravesando el peor momento de mi vida”,
etc. Aquellos supuestos en que se emplea a los niños como mecanismo de obtención
del fin buscado, serán descritos en el siguiente grupo como categoría independiente.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 427

jer no goza de ingresos propios o, aun teniéndolos, son


administrados por el maltratador. También suele pro-
ducirse cuando su aportación es de poca entidad (nor-
malmente, además, aplicada a cubrir las necesidades
domésticas), de manera que le resulta indispensable re-
currir a los ingresos del hombre. Hoy día, no obstante,
salvo en el citado caso en que la mujer ingresa pero no
administra lo percibido, esta tipología tiende a dismi-
nuir con la creciente incorporación de la mujer al mer-
cado laboral, lo que propicia unos ingresos propios y la
cada vez menor dependencia económica del varón.
b.3.2) “Chantaje con los niños” (63,2%). Quizás sea este el
punto débil de las mujeres víctimas de malos tratos por
cuanto de los datos derivados de esta encuesta de victi-
mización se aprecia un fortísimo apego hacia los hijos
propios, priorizando normalmente el bienestar de ellos
antes del suyo propio. Es más, las víctimas prefieren
aguantar o prolongar la situación de violencia física y
psíquica experimentada antes de realizar algún tipo de
acto que perjudique a los infantes.
b.3.3) “De carácter sexual” (57,1%). Ya han sido puestas de ma-
nifiesto en tipologías anteriores quedando muy vinculada
a vejaciones y humillaciones, como puede ser el hecho de
permitir a un tercero que la toque, estar constantemente
comparándola, en negativo con otras mujeres, máxime
en cuestiones íntimas, introducción de objetos (...).
b.3.4) “Privación del sueño” (56,3%). Se trata mayoritaria-
mente de un factor indirecto generado por la persis-
tencia de los malos tratos que llega a ocasionar en la
víctima un constante sistema de vigilancia permanente
cuyo reflejo se produce en diversas esferas de la vida
social como, por ejemplo, el estado de somnolencia.
Esta afirmación, no obstante, no quiere decir que no
existan otros supuestos donde el maltratador simple-
mente no deja dormir a la víctima, que se dan, pero
en una proporción menor a la descrita anteriormente
y que, por otro lado, responde más al supuesto de “im-
pedirle el acceso al dormitorio conyugal” o “encerrarla
en alguna habitación sin muebles para descansar”.
428 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

En conjunto, se observa que no existe una preponderancia de ca-


tegorías sino más bien una combinación de elementos apreciables en
una misma secuencia violenta, lo que resta importancia a la obser-
vación o preponderancia particular de estas tipologías en tanto de
nada sirve segmentarlas si han de ser interpretadas en su conjunto.
En cualquier caso, resulta alarmante la situación en la que malviven
diariamente estas víctimas, máxime cuando las secuelas que sufren
como consecuencia de la presión psíquica a la que se ven sometidas
son, en ocasiones, gravísimas.
C) Sexual. Esta tercera tipología de maltrato a la mujer es cierta-
mente discutible ya que algunos autores la incluyen dentro de las lesio-
nes físicas. En su génesis, vendría conformada por aquellas conductas
atentatorias contra la libertad sexual de la mujer mediante el empleo
de la fuerza o intimidación, o que, valiéndose de una situación de po-
der, impone a la mujer una relación sexual contra su voluntad. Parece
pues obvio que esta tipología permanece englobada en los supuestos
de agresiones, abusos, e, incluso, comportamientos exhibicionistas o
pornográficos, de forma activa o pasiva, a los que puede ser sometida
la mujer pero que, por sus especiales particularidades, merecen un
tratamiento independiente al físico y psicológico.

III. DINÁMICA DE LAS RELACIONES DE MALTRATO

Tomando como referencia el trabajo de Patró, Martín y Gómez


(2009), cabe plantear en este apartado la existencia de dos caracterís-
ticas que pueden ayudar a definir, comprender y detectar cómo surge
y evoluciona el maltrato en una relación de pareja y que pueden dar
cuenta de la forma paralela en que se produce la victimización de la
mujer, su progresivo deterioro psicológico y las dificultades que en-
cuentra para abandonar la relación. Estas características son el ca-
rácter cíclico de la violencia y su escalada o intensidad creciente.

1. La escalada de la violencia

Una de las principales características de este tipo de violencia es


su aparición sutil y progresiva dentro de una relación interpersonal
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 429

afectiva, lo que implica el considerar la dificultad que entraña el iden-


tificarla como tal en las fases iniciales de una relación sentimental,
especialmente cuando se considera que el maltrato consiste exclusi-
vamente en conductas de violencia física grave. Los malos tratos no
aparecen de pronto en una relación de pareja. La historia personal,
las actitudes agresivas y las creencias sexistas acerca del papel de las
mujeres de la persona que lleva a cabo el maltrato, ya existen antes
del establecimiento de una relación. Se suele considerar que cuando
comienza la relación de pareja, el proceso de enamoramiento, con sus
idealizaciones del ser amado y las atenciones para con él, enmascaran
a menudo el potencial violento o dominador del futuro maltratador.
En muchos casos éste no se hace visible como tal para la mujer hasta
que la relación de pareja no se ha establecido de una forma más esta-
ble, ya sea con el matrimonio, la convivencia o la llegada de los hijos
(Dobash y Dobash, 1984). En estas situaciones, es más probable que
el maltratador perciba la existencia de mayores lazos que atan a la
mujer a la relación (ya sean sociales, económicos o familiares) y que
dificultarán la marcha de la mujer, sintiéndose así con más poder y
derecho a dominar y someter a su pareja de una manera más abier-
ta. Un aspecto importante a considerar es que la aparición de formas
tempranas de agresión verbal o psicológica en la relación, muchas ve-
ces subestimadas o consideradas como inocuos ataques de celos, pre-
dicen, en muchos casos, la posterior aparición de las primeras agre-
siones físicas o la agravación de las agresiones psicológicas (Murphy
y O’Leary, 1989).

Se considera que una vez que da comienzo el maltrato en una re-


lación de pareja, éste va aumentando en frecuencia, severidad y di-
versidad de tipos de maltrato (Dutton, 1993; Walker, 1984). Aunque
en ciertos casos, sobre todo cuando el maltratador tiene un perfil an-
tisocial, la violencia puede aparecer de forma rápida y severa, en la
mayoría de los casos, y sobre todo con maltratadores con un perfil hi-
percontrolado o cíclico, que no suelen ser agresivos fuera del hogar, es
frecuente que la violencia aparezca de forma progresiva, sutil e inde-
tectable con conductas de abuso de “baja intensidad”, en forma de pe-
queñas tiranías, o micromachismos tal y como los denomina Bonino
(2005), para continuar su progresión paulatina hacia formas de con-
trol y agresión verbal, conductas de maltrato psicológico y manifes-
taciones de violencia física. Según Bonino, los micromachismos son
prácticas de dominación masculina basadas en modelos patriarcales,
430 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

que se aplican en la vida cotidiana en el orden de lo “micro”, es decir,


de lo casi imperceptible o que se encuentra en los límites de la eviden-
cia. Buscan mantener el dominio masculino sobre la mujer, reafirmar
las bases de una relación asimétrica en la pareja, la subordinación y la
reducción de la autonomía en la mujer, ejerciendo su efecto negativo a
través de su reiteración en el tiempo.

El proceso de escalada de la violencia no suele ser percibido o


visibilizado por la mujer, ni por su entorno, hasta que no ha llegado a
alcanzar sus niveles más severos y evidentes, con agresiones psicoló-
gicas graves y manifestaciones físicas de la violencia. De esta forma,
según Romero (2004), el proceso de visibilización de la violencia pue-
de ser entendido a través de su representación en forma de pirámide,
en cuya parte inferior se situarían las conductas más frecuentes y nor-
malizadas de asimetría y abuso, micromachismos, así como el maltra-
to psicológico considerado “de baja intensidad”, para seguir en orden
ascendente con las formas más graves de violencia psicológica, malos
tratos físicos y atentados contra la vida.

FIGURA 1
Escalada de la violencia (Romero, 2004)

Asesinatos

Visibilidad

Maltrato físico
Deterioro
autoestima
autonomía

Maltrato psicológico

Microviolencias / Micromachismos
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 431

La escalada de la violencia no sólo se produce de forma paralela


a su visibilización, sino también al deterioro progresivo de la autono-
mía y la autoestima de la mujer como consecuencia del maltrato, lo
que provoca que su capacidad de defensa sea cada vez menor y cuente
con menores recursos psicológicos y sociales de cara a poner fin a la
relación. La mujer va quedando así atrapada en una relación en la
que empezó creyendo ser querida y valorada y que progresivamente
la va deteriorando a nivel emocional, haciéndola sentir inadecuada,
desvalorizada, desautorizada o culpable. Esta situación, con los años
y con la cronificación del maltrato, puede acabar por generarle senti-
mientos de indefensión, impotencia y parálisis de la iniciativa, miedo,
inseguridad en sí misma, pesimismo, angustia, ansiedad, estrés pos-
traumático o depresión.
El proceso de invisibilidad de la violencia provoca, por tanto, que
ni la mujer ni las personas de su entorno identifiquen las conductas
tempranas de maltrato psicológico, conductas que pueden predecir
el agravamiento de la violencia y que podrían permitir a la mujer de-
tectar a tiempo el maltrato y romper con la relación antes de que las
estrategias de abuso, control y dominación ejerzan su efecto negativo
sobre la vida de la mujer y sobre sus recursos personales y psicológi-
cos. De igual modo, la invisibilidad de estas formas de violencia, más
o menos veladas y toleradas socialmente, provoca en la mayoría de las
ocasiones que, desde el entorno más próximo, se ignore o se le reste
importancia a tales conductas y no se preste la ayuda o el apoyo nece-
sario a la mujer ni se culpabilice directamente al maltratador por su
ocurrencia.

2. El ciclo de la violencia

Al hablar de la dinámica del maltrato en la pareja, comúnmente


se hace referencia al denominado ciclo de la violencia, propuesto por
Walker (1984) y aceptado posteriormente por la mayoría de los au-
tores como un referente general de las distintas etapas del maltrato.
En él, se afirma que la violencia frecuentemente tiene lugar de forma
cíclica y repetitiva, afianzada por un proceso de refuerzo conductual y
que sigue las siguientes fases:
432 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

FIGURA 2
Ciclo de la violencia (Walker, 1984)

1.- ACUMULACIÓN DE
TENSIÓN

3. CALMA, 2. EXPLOSIÓN DE
AMABILIDAD VIOLENCIA
O AFECTO

A) Fase de acumulación de la tensión. Esta fase suele estar carac-


terizada por un incremento progresivo de la tensión y la irrita-
bilidad del maltratador y de cambios repentinos en su estado
de ánimo, que darán lugar a la aparición de los primeros ro-
ces, tiranteces e incidentes “menores” de maltrato (reproches,
gritos, miradas o gestos amenazantes, actitud hostil).
B) Fase de explosión de la violencia. En esta fase la acumulación de
tensión alcanza su límite y se produce su descarga a través de con-
ductas de violencia física, psicológica y/o sexual de manera más
intensa y grave. En esta fase la víctima tiene una mayor probabi-
lidad de sufrir daños o lesiones más graves y, en casos extremos,
puede suponer un riesgo muy alto para su propia vida. Suele ser
la fase más breve en cuanto a su duración, pudiendo durar desde
minutos hasta horas, aunque algunas víctimas informan haberla
sufrido durante varios días. No implica necesariamente la mani-
festación de la violencia física, pudiendo darse episodios “explo-
sivos” de maltrato psicológico como insultos y descalificaciones
graves, amenazas, actitudes o comportamientos intimidatorios.
C) Fase de amabilidad y afecto. Tras el cese de la violencia, el agre-
sor puede disculparse o justificar la violencia en un intento de
minimizar la repercusión de su conducta, ya sea de forma ge-
nuina o para evitar la marcha de la mujer. En esta fase, el mal-
tratador puede pensar que la mujer ha aprendido la lección y
que no será necesario volver a castigarla, o puede atribuir su
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 433

conducta a una pérdida de control que no volverá a repetirse


en el futuro. Es usual que el maltratador realice una serie de
promesas sobre la no ocurrencia en el futuro de estos episo-
dios de violencia, que apele a otros miembros de la familia para
que intenten convencer a la mujer de que le dé otra oportuni-
dad y no “rompa” así la familia e, incluso, que se muestre de
acuerdo con la posibilidad de someterse a algún tipo de tera-
pia, mostrándose cariñoso y procurando una mayor atención
con la mujer. En esta fase las mujeres no suelen percibir este
ciclo, ni solicitar ayuda y pueden atribuir la conducta violenta
de sus parejas a causas externas a él mismo (estrés, alcohol), a
una pérdida momentánea de control o al azar. Esta última fase
puede tener una duración bastante variable, desde unas horas
hasta meses, y acaba con una nueva acumulación de tensiones
que, tarde o temprano, volverán a desencadenar el ciclo.
En un principio, este ciclo se ve afianzado por un proceso de re-
forzamiento, al ser la aparición de la violencia de carácter intermiten-
te y seguida de consecuencias positivas, es decir, del arrepentimiento
y el aumento de afecto por parte del maltratador, lo que facilita la po-
sibilidad de que la mujer pueda darle otra oportunidad y mantener la
esperanza en el cambio de actitud de su pareja. Sin embargo, las con-
ductas de perdón suelen producir, en muchas ocasiones, una mayor
percepción en el hombre de su impunidad, de su poder y su dominio
sobre la mujer, alimentando progresivamente la espiral de violencia.
Con los años y con la repetición de los episodios de violencia,
la fase de amabilidad o arrepentimiento tiende a desaparecer y, en
muchos casos, también la de acumulación de tensión, llegando a ser
el uso de la violencia de carácter continuo y habitual. Este es uno de
los momentos en los que con más frecuencia la mujer decide pedir
ayuda y abandonar la relación. Aunque la violencia puede no seguir
este ciclo en muchos casos, su descripción se considera útil de cara a
comprender su aparición y desarrollo (Dutton, 1993).

IV. CONSECUENCIAS PSICOLÓGICAS

Las investigaciones sobre distintos tipos de víctimas han demostrado


que la violencia física, psicológica o sexual, ejercida sobre una persona,
causa en ésta una serie de repercusiones negativas, tanto para su salud
434 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

física como psicológica. Según la OMS, en su Informe Mundial sobre


Violencia y Salud (OMS, 2002), la violencia doméstica causa en sus vícti-
mas importantes consecuencias físicas y psicológicas, además de posibles
consecuencias fatales (Tabla 3). Del mismo modo, se señalan varios aspec-
tos que es relevante tener en cuenta: a) las consecuencias que la violencia
tiene sobre la salud pueden persistir cuando el maltrato ha desaparecido;
b) su repercusión es mayor cuanto más severa ha sido la violencia sufrida;
c) en su impacto es importante el efecto acumulativo en el tiempo de dife-
rentes tipos de maltrato y de múltiples episodios de violencia.

TABLA 3
Principales consecuencias de la violencia doméstica en la salud
(adaptado de OMS, 2002)

Consecuencias • Muerte
Fatales • Suicidio
• Mortalidad maternal

Consecuencias • Hematomas y contusiones


Físicas • Fracturas.
• Daño ocular.
• Daño abdominal / torácico.
• Laceraciones y abrasiones.
• Síndromes de dolor crónico.
• Fibromialgia.
• Trastornos gastrointestinales
• Colon irritable.
• Reducción en el funcionamiento físico.
• Discapacidad.

Consecuencias • Trastornos ginecológicos.


sexuales/reproductivas • Disfunción sexual.
• Inflamación de la pelvis.
• Embarazos no deseados.
• Complicaciones en el embarazo.
• Aborto.
• Infertilidad.
• Enfermedades de transmisión sexual.

Consecuencias • Sentimientos de vergüenza, culpa y baja autoestima.


Psicológicas • Depresión y ansiedad.
• Trastorno de estrés postraumático.
• Fobias y sentimientos de pánico.
• Trastornos psicosomáticos.
• Trastornos alimentarios y del sueño.
• Abuso de alcohol y drogas.
• Ideación o intentos de suicidio.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 435

Según Lorente y Lorente (1998), la violencia experimentada por la


mujer en una relación de pareja puede afectar a su salud física de diver-
sos modos. A corto plazo, la repetición de la violencia física puede incre-
mentar de manera directa el riesgo de sufrir heridas, fracturas, lesiones
o algún tipo de enfermedad crónica como, por ejemplo, dolor crónico,
osteoartritis o dolores de cabeza severos. Por otro lado, el estrés psico-
lógico crónico asociado a una situación continuada de maltrato puede
afectar de manera indirecta a otras condiciones de salud agudas o cró-
nicas, considerándose que las mujeres víctimas de violencia por parte de
sus parejas tienen una mayor probabilidad de informar sobre una menor
salud física y mental que aquellas que no sufrieron esta situación.
Uno de los estudios más completos sobre el impacto de la violencia
en la pareja sobre la salud es el realizado por Coker y col. (2002). A dife-
rencia de estudios similares anteriores, en esta investigación los autores
tienen en cuenta no sólo la ocurrencia de violencia de tipo físico, sino
también de tipo psicológico con el fin de comprobar su repercusión di-
ferencial sobre el estado de salud de las víctimas controlando, además,
la influencia potencial de factores demográficos y de la historia previa
de victimización. Sobre una muestra de 6.790 mujeres se encontró que
el 28,9% de ellas habían experimentado alguna forma de violencia físi-
ca, psicológica o sexual por parte de sus parejas alguna vez en su vida.
Se evaluaron tanto síntomas depresivos, uso de fármacos (tranquilizan-
tes, sedativos, antidepresivos y analgésicos) y abuso de alcohol y drogas,
como lesiones físicas agudas y el desarrollo de enfermedades crónicas
con posterioridad al primer incidente de violencia (hipertensión, enfer-
medades cardiovasculares, diabetes, artritis, asma, enfisemas o cancer).
Aquellas mujeres que sufrieron violencia mostraron significativamente
mayores niveles de síntomas físicos y psicológicos que aquellas no victi-
mizadas, así como una mayor proporción de casos informantes del de-
sarrollo de enfermedades crónicas (un 9,4% frente a un 6,8%) y niveles
significativamente más bajos de salud física autopercibida.
El estudio del impacto de la violencia sobre la salud física de las víc-
timas a corto y largo plazo, se complementa con un indicador basado en
la pérdida de años de vida saludable (Avisa). Según Lorente (2001), este
indicador intenta establecer el número de años que se pierden en rela-
ción con la esperanza de vida teórica de una determinada población.
Actualmente en nuestra sociedad, la diabetes y los problemas relaciona-
dos con el parto se consideran las principales causas responsables de la
pérdida de años de vida saludable en las mujeres. Tras ellas, la violencia
436 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

en el ámbito familiar sería la causa que está provocando más muertes


prematuras y secuelas físicas y psíquicas en las mujeres, por encima
incluso de las cardiopatías isquémicas y los accidentes de tráfico.
Finalmente, cabe destacar la gravedad de los daños y consecuencias
psicológicas que este tipo de violencia ocasiona a quienes la sufren, espe-
cialmente si es una situación que se prolonga en el tiempo como suele su-
ceder en la violencia entre íntimos (Herman, 1997). Es importante, para
comprender adecuadamente la repercusión que a nivel emocional y psi-
cológico conlleva el hecho de ser víctima de maltrato por parte de la pa-
reja, tener en cuenta que sus efectos pueden ser los propios de cualquier
victimización, pero a esto hay que añadirle el impacto que supone que
esta victimización implica dos elementos de análisis adicionales: a) en
gran parte de los casos suele experimentarse de forma crónica y b) es pro-
ducida por una persona del entorno más intimo de la víctima, con la cual
convive diariamente. Así, como ya señalaron Follingstad, Neckerman y
Vormbrock (1988), en el caso de la mujer maltratada, el impacto psicoló-
gico de esta victimización se incrementa debido a que los actos violentos
se ejercen sobre ella de manera repetitiva e intermitente, pasando a cons-
tituir una amenaza continua en su vida diaria y muchas veces percibida
como algo incontrolable e imprevisible. Esto suele conducir a la víctima
a experimentar un estado permanente de alerta, de tensión y a desarro-
llar elevados niveles de ansiedad y angustia que influyen negativamente
en sus capacidades y en su salud emocional. A ello habría que añadir,
además, la pérdida del sentimiento de invulnerabilidad, propia de cual-
quier víctima de trauma, pero que en el caso de la mujer maltratada se
convierte en una pérdida total del sentimiento de seguridad, al llevarse a
cabo esta victimización repetida dentro de su propio hogar y por aquella
persona con la cual convive diariamente.
La investigación llevada a cabo en las últimas tres décadas ha podido
constatar un amplio número de síntomas producidos por esta victimiza-
ción, siendo los trastornos psicológicos más frecuentemente diagnostica-
dos en este tipo de víctimas la depresión y el trastorno de estrés postrau-
mático (Walker, 1991). La OMS, en su Informe Mundial sobre Violencia y
Salud (OMS, 2002), destaca entre las principales consecuencias psicoló-
gicas y conductuales que la violencia doméstica produce en sus víctimas
las siguientes: trastorno de estrés postraumático, depresión, ansiedad,
trastornos psicosomáticos, abuso de alcohol y drogas, trastornos alimen-
tarios, trastornos del sueño, fobias y trastorno de pánico, conducta suici-
da y autodestructiva, sentimientos de vergüenza, culpa y baja autoestima.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 437

En este sentido, se calcula que el 60% de las mujeres maltratadas tiene


problemas psicológicos moderados o graves (Lorente, 2001).
Los síntomas del trastorno de estrés postraumático incluyen la re-
experimentación intensa de la experiencia traumática, la evitación de
recuerdos asociados al trauma y el embotamiento de la reactividad ge-
neral del individuo, así como el aumento de la activación fisiológica.
Los metaanálisis realizados sobre las investigaciones que tratan de es-
timar su prevalencia lo sitúan entre un 31 y un 84,4% de los casos, con
una media ponderada de un 64%. El padecimiento de síntomas pos-
traumáticos es el doble que el presentado por victimas de otros delitos
violentos y sólo comparables a los que presentan las víctimas de conflic-
tos bélicos (Golding, 1999; Jones, Highes y Understaller, 2001).
Respecto a lo anterior cabría mencionar que algunos autores lle-
gan afirmar que las tasas del TEPT como resultado del maltrato a la
mujer sólo serían comparables con estudios sobre excombatientes
(50%), refugiados de guerra (54%-93%) o como consecuencia de vi-
vencias en campos de concentración (51%- 65%).

GRÁFICO 1
Repercusiones psicopatológicas asociadas a la violencia de género147

147
Datos obtenidos de GOLDING (1999), en Guía de Práctica Clínica de de-
tección y actuación en salud mental ante las mujeres maltratadas por sus parejas,
Consejería de Sanidad y Consumo de la Región de Murcia, 2011. Disponible en www.
guiasalud.es/GPC/GPC_470_maltratadas_compl.pdf.
438 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

En cuanto a la presencia de los síntomas depresivos se han encon-


trado tasas que van desde un 15 a un 83% de los casos. Los síntomas
más comunes suelen incluir baja autoestima, sentimientos de tristeza,
pérdida de interés, sentimientos de culpabilidad, desesperanza, ideas
de suicidio, fatiga permanente o insomnio. Diversos autores señalan
que algunas características de la situación de maltrato se pueden con-
siderar como buenas predictoras de la aparición de este trastorno
como, por ejemplo, las humillaciones y desvalorizaciones constantes,
los castigos incongruentes, el refuerzo de conductas de sometimiento,
la disminución del refuerzo positivo o el progresivo aislamiento so-
cial que sufren las víctimas de tales situaciones (Zubizarreta, Sarasua,
Echeburúa, Corral, Sauca y Emparanza, 1994).

En general, la descripción más comúnmente conocida de las con-


secuencias psicológicas de la violencia contra las mujeres la cons-
tituye el “síndrome de la mujer maltratada”, formulado por Walker
(1984), como una adaptación de la teoría de la indefensión aprendida
de Seligman (1975). El síndrome incluiría síntomas diversos relacio-
nados con estrés postraumático, depresión, culpa, baja autoestima
y rabia, así como quejas somáticas, disfunciones sexuales, conduc-
tas adictivas y dificultades para establecer relaciones con los demás.
Como consecuencia de ello y del desgaste psicológico al que la ha so-
metido el maltratador, las mujeres víctimas de violencia por parte de
sus parejas tenderían a presentar esquemas negativos de sí mismas,
de los demás y del mundo, así como a desarrollar distorsiones cog-
nitivas como la negación o la minimización del maltrato sufrido por
parte de su pareja, que serían utilizadas como la única forma de poder
adaptarse y soportar la situación de maltrato. Este síndrome implica
pues que el conjunto de los síntomas y procesos a los debe enfrentarse
la mujer se gestan de manera lenta y progresiva, como ya se ha señala-
do al hablar de la dinámica de las relaciones de maltrato, en un entor-
no familiar y de relaciones afectivas, dando lugar a una situación muy
compleja a nivel de repercusiones psicológicas, familiares y sociales
que dificultan seriamente la toma de decisiones de las víctimas y la
búsqueda de alternativas de supervivencia. En este punto es relevante
destacar que muchas de las reacciones y respuestas que presentan al-
gunas víctimas que han sufrido este tipo de violencia de forma crónica
pueden ser entendidas y asociadas a síntomas que se engloban, dentro
de la categoría de estrés postraumático complejo, vista en el capítulo
precedente.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 439

Por último, siguiendo el trabajo de Patró y Limiñana (2005), se con-


sidera relevante introducir en este capítulo una breve referencia a las
consecuencias que este tipo de violencia tiene para los hijos e hijas de
las mujeres que son víctimas de maltrato. Aunque el tema se desarrolla
y se ajusta a lo tratado en el capítulo siguiente del manual, guarda una
estrecha relación con el presente. Las investigaciones llevadas a cabo
en los últimos 25 años han puesto de manifiesto la existencia de una
estrecha asociación entre la violencia en la pareja y el maltrato infantil.
Esta co-ocurrencia se ha encontrado en diversos estudios entre el 30 %
y el 60% de los casos evaluados (Edleson, 1999). Los casos más frecuen-
tes son aquellos en que el maltratador agrede tanto a la mujer como a
los niños, pero también se dan los casos en que la agresión se ejerce del
hombre hacia la mujer, y de ésta o de ambos hacia los niños (Appel y
Holden, 1998). Resultados hallados en diversos estudios muestran que
los niños expuestos a la violencia en la familia (tanto si la violencia se
ha dirigido directamente sobre ellos, como si también han sido vícti-
mas de ella al ser testigos de la violencia contra sus madres) presentan
más conductas agresivas y antisociales (conductas externalizantes) y
más conductas de inhibición y miedo (conductas internalizantes) que
los niños que no sufrieron tal exposición (Fantuzzo, DePaola y Lambert,
1991; Hughes, 1988).
Los niños de estos hogares violentos también suelen presentar una
menor competencia social y un menor rendimiento académico que los
niños de familias no violentas (Adamson y Thompson, 1998; Rossman,
1998), además de promedios más altos en medidas de ansiedad, depresión
y síntomas traumáticos (Hughes, 1988; Maker, Kemmelmeier y Peterson,
1998; Stenberg y col., 1993). Por otro lado, también es importante señalar
que este tipo de situaciones constituyen un modelo de aprendizaje de con-
ductas violentas dentro del hogar, algo que junto a factores tales como los
estilos de crianza punitivos, el abuso de sustancias y la presencia de tras-
tornos de conducta en la adolescencia, han demostrado poseer un papel
relevante en el riesgo de ejercer violencia contra la pareja en la edad adul-
ta (Ehrensaft, Cohen, Brown, Smailes, Chen y Johnson, 2003).

V. FACTORES DE RIESGO

Según los estudios y revisiones realizados por el Observatorio


Estatal de la Violencia contra las Mujeres (OEVM, 2007) de las diver-
440 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

sas Macroencuestas de victimización llevadas a cabo por el Instituto


de la Mujer en los años 1999, 2002 y 2006 sobre la violencia contra
las mujeres en nuestro país, se puede concluir que la manifestación
de maltrato de género se da en mujeres de todas las edades, clase so-
cial, situación laboral, tamaño del municipio en el que residen, nivel
educativo, posicionamiento ideológico u opciones religiosas. Así, la
citada institución concluye que, respecto de las variables estudiadas,
no puede decirse que exista un patrón que pueda permitir afirmar que
existen características específicas de las mujeres que guarden una in-
fluencia decisiva en la mayor o menor incidencia del maltrato.

Diversos estudios demostraron que no existen factores inheren-


tes a la mujer maltratada (nivel económico o educativo, autoestima,
ingesta de alcohol, salud física o psicológica, recursos personales o
características de personalidad) que las predispongan a sufrir malos
tratos en su relación de pareja (Hotaling y Sugarman, 1990; Koss,
Koss y Woodruff, 1991, entre otros). Tan sólo existe un único factor de
riesgo para ellas, y es, el de ser mujer. Así, atendiendo a los informes
del citado Observatorio se concluye que las víctimas de violencia de
género forman un grupo heterogéneo sin más elementos comunes que
el hecho de ser mujeres y mantener una relación con un hombre que
recurre a la violencia para construir una relación de pareja sobre el
modelo de dominio-sumisión. Sí existen, en cambio, características
en el agresor que pueden considerarse como factores predisponentes
para convertirse en un futuro maltratador de su pareja (creencias y
actitudes marcadamente tradicionales acerca del papel de la mujer,
aceptabilidad del uso de la violencia física o verbal como medio de
resolver conflictos, necesidad de dominio, falta de control de impul-
sos, etc). A este respecto es relevante remitir a los estudios realizados
sobre las características y factores de riesgo asociados con el desa-
rrollo de la violencia en agresores, especialmente a aquellos que la
contemplan desde el modelo ecológico (OMS, 2002), considerándola
como un fenómeno sumamente complejo, fruto de la interacción de
factores individuales, familiares, sociales y culturales, y que autoras
como Heise (1998) aplicó a la violencia contra la mujer.

En cuanto a factores que pueden asociarse con situaciones de ma-


yor vulnerabilidad y dependencia de la mujer, la Comisión contra la
Violencia de Género del Sistema Nacional de Salud (2006) cita las
siguientes:
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 441

A) Situaciones de cambio vital (embarazo y puerperio, noviazgo,


separación, jubilación propia o de la pareja).
B) Situaciones que aumentan la dependencia (aislamiento tan-
to familiar como social, migración, tanto interna o nacional
como extranjera, enfermedad discapacitante, dependencia
física o económica, dificultades laborales y desempleo, difi-
cultades de formación y de ascenso en el trabajo, ausencia de
habilidades sociales).
C) Situaciones de exclusión social (prostitución, drogodepen-
dencia, indigencia, etc).
Respecto a los factores de riesgo asociados al homicidio de la mu-
jer, el Observatorio destaca que” la situación de las víctimas viene
condicionada por los autores de la violencia, por ello el análisis dirigi-
do a la delimitación de las medidas preventivas debe circunscribirse,
fundamentalmente, aunque no de forma exclusiva, a los agresores.(…)
El objetivo principal de la violencia contra las mujeres es conseguir su
control y someterlas a los dictados que el agresor les impone, en estas
circunstancias el análisis de las características de la relación, sobre
todo en lo que respecta al momento de su finalización, resulta de gran
interés a la hora de entender los motivos del violento y de desarrollar
medidas preventivas dirigidas a evitar que se produzcan nuevas agre-
siones, especialmente en sus manifestaciones más graves”.
Como afirma Montero (2008), la violencia de género es un crimen
por convicción, en el que el agresor cree tener derecho a someter a su
pareja a su voluntad y a utilizar la violencia para ello hasta sus últimos
extremos. En un excelente estudio realizado por Cerezo (2000), la au-
tora concluye que el homicidio dentro de la pareja tiene más posibi-
lidades de producirse sobre una mujer que ha sufrido violencia física
habitual y/o amenazas de muerte y que se ha separado de su pareja
recientemente o que se dispone a hacerlo. En este sentido, la idea de
una mayor expresión de violencia contra la mujer como reacción a la
pérdida de control masculino ha sido asociada a las cifras que se ma-
nejan sobre el número de mujeres asesinadas a manos de sus parejas
o exparejas (Medina, 2002). Por ello, es relevante señalar que la toma
de la decisión por parte de la mujer de abandonar la relación es un
momento importante, pero también delicado y que debe hacerse con
las máximas garantías de información, seguridad y protección, ya que
en muchas ocasiones ello hace que la necesidad de dominio aumente
en el maltratador, así como también su agresividad.
442 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

VI. FACTORES QUE DIFICULTAN A LA VÍCTIMA LA RUPTURA DE


LA RELACIÓN DE MALTRATO

Según Patró y col. (2009), cuando se habla de los malos tratos ha-
cia la mujer dentro de las relaciones de pareja, una de las preguntas
que comúnmente se formulan es “¿por qué una mujer permanece en
una relación en la que es maltratada?, ¿por qué lo aguantan?”. En
el ámbito de la investigación supuso un interrogante al que, inicial-
mente, se le intentó dar respuesta buscando un único factor explicati-
vo. Las primeras y apresuradas respuestas consistieron en buscar ese
factor en la propia víctima, sugiriendo que podría deberse a un com-
ponente masoquista presente en la mujer (Snell, Rosenwald y Robey,
1964). Según esta teoría, la mujer buscaba voluntariamente el dolor o
incluso lo provocaba, y disfrutaba sufriéndolo, razón por la cual per-
manecía con el maltratador. Así, la supuesta personalidad patológica
de estas mujeres constituiría, a la vez, la causa del maltrato y la ra-
zón del mantenimiento de éste. Inmediatamente, como consecuencia
de la polémica que creó esta hipótesis, surgieron una gran cantidad
de investigaciones que reevaluaron y demostraron lo obsoleto de esta
teoría y subrayaron lo erróneo que puede llegar a ser el culpar a la víc-
tima de la conducta delictiva del agresor.
La cuestión entonces por resolver consistía en averiguar qué fac-
tores hacen que, una vez que el maltrato ha dado comienzo, la mujer
que es víctima de ellos permanezca durante mayor o menor tiempo en
la relación. Las investigaciones posteriores en el campo de la sociolo-
gía no consideraron la victimización como evidencia de patología y, en
su lugar, enfatizaron la falta de opciones de la mujer como razón prin-
cipal de su permanencia en la relación. En la línea de lo indicado por
autores como Lorente (2001), las mujeres permanecen en la relación
sin poder salir, no quedándose que es diferente. La pregunta cambió
entonces su formulación, y los estudios se centraron en responder a
preguntas tales como “¿cuáles son las dificultades que encuentran las
víctimas de malos tratos para escapar de la situación?, ¿qué es lo que
les impide abandonarla?”. Entre las más destacadas, que pueden estar
implicadas en mayor o menor medida en cada caso concreto, se pue-
den citar las siguientes:
A) Sistema de creencias tradicional sobre roles sexuales. Primero,
y entre los más generales, se encontrarían las creencias aso-
ciadas al compromiso con el matrimonio y a la vergüenza
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 443

social del abandono de éste, derivado del modelo tradicional


de familia y de las creencias asociadas al rol sexual. Diversos
estudios sugieren que las mujeres con marcados rasgos tra-
dicionales sobre el rol de género (al servicio único del cuida-
do de la familia, compasiva, sacrificada, obediente, con poca
asertividad e independencia), socializadas desde la infancia
en un modelo de cultura patriarcal para aceptar relaciones fa-
miliares con dominio masculino, tienen menor probabilidad
de abandonar a su pareja, una vez que el maltrato da comien-
zo, que aquellas mujeres con una identidad de género menos
tradicional (Alberdi y Matas, 2002; Hotaling y Sugarman,
1990; Patró, 2006).
B) Normalización del uso de la violencia dentro de la familia.
Mucho se ha discutido también sobre el papel que puede jugar
la historia personal, concretamente, el haber sido víctima o
testigo de violencia en la infancia. La relación entre violencia
en la familia de origen y el uso de la violencia contra la pareja
por parte del hombre ha obtenido resultados claros, llegando
algunos estudios a constatarla en casi el 80% de los maltrata-
dores (Holtzworth-Munroe, Smutzler y Sandín, 1997; Patró,
Limiñana y Corbalán, 2004). Sin embargo, en el caso de las
víctimas la relación no es tan obvia, existiendo tantos estudios
que la demuestran como estudios que no encuentran rela-
ción positiva, aunque tampoco negativa (Rhodes y Baranoff,
1998). Lo que sí parece cierto, es que el factor que puede es-
tar mediando en esta asociación es la naturalización o nor-
malización de la violencia dentro de las relaciones familiares.
Esta normalización se puede transmitir tanto directamente,
al haber sido víctima o testigo de violencia en la familia, como
indirectamente, a través del aprendizaje dentro del proceso
de socialización de sistemas de creencias acerca de lo que
se considera aceptable o tolerable dentro de una relación de
pareja.
C) Dependencia económica de la pareja y falta de apoyos socia-
les. Uno de los primeros factores a los que la investigación
sobre el tema atribuyó más peso en el mantenimiento de
la relación de maltrato, es la dependencia económica de la
pareja (Strube, 1988). Ésta, unida a la existencia de cargas
familiares como la tenencia de hijos pequeños, la falta de
444 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

cualificación profesional y la falta de apoyos sociales cons-


tituyen uno de los principales factores que obstaculizan el
abandono de la relación.
D) Factores relacionados con la dinámica del maltrato. Las ca-
racterísticas de la dinámica de este tipo de violencia pueden
facilitar también el mantenimiento de la relación. El hecho
de que la violencia frecuentemente aparezca de forma pro-
gresiva y evolucione en cuanto a su severidad a modo de es-
calada implica, como ya se comentó anteriormente, dificul-
tades en su identificación precoz y aumento del riesgo de
deterioro de la autoestima y de la autonomía de la mujer a
medida que transcurre el tiempo. Por otro lado, de la teoría
sobre el ciclo de la violencia se desprende la idea de que el
maltrato no se da de manera contínua en la relación de pa-
reja y que los periodos de explosión de violencia se alternan
con periodos de calma, arrepentimiento del maltratador y
de aumento de la atención de éste hacia la mujer. Este ci-
clo, sobre todo en sus primeras apariciones al comienzo del
maltrato, implica que la mujer pueda creer al maltratador
y confiar en que no se volverá a repetir, dando una nueva
oportunidad a su pareja.
E) Atribuciones sobre la causa del maltrato. Se considera que
existe una mayor probabilidad de que la mujer permanezca
en la relación si atribuye la causa de la violencia a factores ex-
ternos al agresor, como el estrés o el alcohol. La violencia se
percibe así como algo puntual y cambiable. Cuando los episo-
dios de violencia aumentan en frecuencia y severidad, la pro-
babilidad de atribuir la causa directamente al maltratador es
mayor y también la probabilidad de abandono (Echeburua y
Corral, 1998). Del mismo modo, se ha señalado en numerosos
estudios que la frecuencia y severidad de los episodios de vio-
lencia aumentan las creencias de autoevaluación negativa, los
sentimientos de culpabilidad por lo sucedido (por creer que
ellas han provocado la violencia por su comportamiento o por
sus características personales, por no ser capaces de aban-
donar la relación o enfrentarse a ella de forma eficaz) y pro-
vocan que se utilicen mayor cantidad de respuestas de afron-
tamiento evitativo, disminuyendo la capacidad de la víctima
para poder utilizar estrategias de afrontamiento centradas en
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 445

el problema y en la búsqueda de ayuda (Mitchell y Hodson,


1983; Hotaling y Sugarman, 1990).
F) Compromiso o autoresponsabilización en el cese de la vio-
lencia y creencia en el poder redentor del amor. Otro factor
implicado en el mantenimiento de la relación, es la autores-
ponsabilización de la mujer en el cese de la violencia. Para
ello, se invierten energías, tiempo y esfuerzo para mejorar
la relación, teniendo presentes los aspectos positivos de la
relación con mayor frecuencia que los negativos, cayendo
así, en lo que autores como Strube (1988) llamaron tram-
pa psicológica. Ésta hace que la mujer siga dando oportu-
nidades e invirtiendo energías en la relación con el fin de
justificar los esfuerzos pasados y evitar así el sentimiento de
fracaso. Asimismo, los mitos asociados al amor romántico y
la creencia en el poder redentor del amor, creyendo que se
puede ayudar con él a la pareja y, así, lograr que la violencia
no se repita, se han relacionado también con la aceptación
de determinadas formas de violencia dentro de la pareja
(Bosch, 2008).
G) Traumatización crónica y disminución de la capacidad de
afrontamiento. Las mujeres que son víctimas de violencia en
su relación de pareja, no sólo experimentan un hecho traumá-
tico, sino una acumulación de éstos como respuesta a sucesi-
vas agresiones (Follingstad y col., 1988). La permanencia en el
hogar, con una alta probabilidad de repetición de la violencia,
y la reexperimentación de ésta generan la aparición de res-
puestas traumáticas. Éstas implican un alto nivel de ansiedad
y evitación que pueden llegar a ser paralizantes, influyendo
negativamente en su ajuste psicológico y en su capacidad de
decisión y resolución de problemas (Janoff-Bulman y Frieze,
1983). Todo ello dificultará la utilización de estrategias de
afrontamiento eficaces ante el problema. Según Follingstad
y col. (1988), en una situación de continuo peligro y escasas
posibilidades de escape, el afrontamiento de tipo emocional,
centrado en la disminución de los síntomas y la prevención
del peligro mediante estrategias de evitación, así como otras
dirigidas a apaciguar al agresor, se convierte en una auténtica
estrategia desesperada de supervivencia. Según investigado-
ras como Judith Herman (1999), las especiales característi-
446 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

cas asociadas a este tipo de violencia (exposición repetida a


la violencia o a la amenaza de ella, existencia de periodos de
recompensa intermitente, conductas de control, progresivo
aislamiento impuesto por el maltratador) también pueden in-
fluir en una progresiva constricción de las capacidades y re-
cursos personales, en la línea del concepto de “personalidad
bonsai” propuesto por Lorente y Lorente (1998) al hablar de
las consecuencias a largo plazo que puede producir el mal-
trato crónico en sus víctimas. Según Herman, las situaciones
prolongadas de dominación y control coercitivo en situacio-
nes de cautiverio o dependencia forzosa pueden influir en el
desarrollo de actitudes de indefensión o sumisión en las víc-
timas, como resultado de una estrategia adaptativa de apaci-
guamiento del agresor para evitar o minimizar la amenaza o
daño a su integridad física o emocional. En estas situaciones,
a menudo, también se observa una constricción en la capaci-
dad de iniciativa y planificación, ya que la posibilidad de deci-
sión y autonomía del individuo se ve cada vez más mermada
por los límites establecidos por el agresor. La víctima sabe que
cada acción suya será vigilada y juzgada y, en la mayoría de
las ocasiones, frustrada o castigada, destruyendo así la sensa-
ción normal de una esfera relativamente segura de iniciativa,
en la que existe cierta tolerancia para probar y equivocarse.
Esta constricción de las capacidades para relacionarse con
el mundo de forma activa, algo habitual después de un único
trauma, se hace mucho más pronunciada en las personas cró-
nicamente traumatizadas, que a menudo son descritas como
dependientes, pasivas e indefensas pero que, en realidad, es-
tán sufriendo una progresiva erosión de su personalidad y
de sus recursos personales como consecuencia directa de la
experiencia de dominio y coerción que sufren por parte del
maltratador. Por otra parte, la tendencia al aislamiento que
puede aparecer asociada a la respuesta traumática, y también
el aislamiento al que la somete el maltratador, contribuyen de
la misma forma a reducir el acceso a los recursos y apoyos ex-
ternos, que se consideran claves en la recuperación del trau-
ma (Herman, 1997; Lynch y Graham-Bermann, 2000).
H) Miedo al acoso y las represalias del agresor. Por último, otro
importante factor que dificulta el abandono de la relación
es el miedo, que no sólo se experimenta como consecuencia
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 447

de la amenaza directa o indirecta de maltrato en la relación,


sino también, y de forma muy marcada, a las represalias que
el maltratador amenaza llevar a cabo en caso de que la mujer
lo abandone. Son amenazas que la mujer sabe perfectamente
que el maltratador es capaz de cumplir y que, en ocasiones,
ya ha cumplido en abandonos anteriores. Éstas suelen consis-
tir en amenazar a la mujer con pedir la custodia de los hijos,
dejarla sin recursos económicos, perseguirla para hacerle la
vida imposible, agredirla o incluso matarla.
Para finalizar, y dentro de los factores mencionados que dificul-
tan la desvinculación de la mujer con el maltratador, se considera
igualmente relevante hacer una breve mención a cuáles serían los
mecanismos o estrategias empleados por el último para controlar
los comportamientos y actitudes de su pareja, donde se pueden
apreciar muchas de las consecuencias ya referidas con anteriori-
dad pero concretas, en este caso, a las acciones llevadas a cabo por
la figura del victimario. A tal efecto se presenta la siguiente tabla
resumen:
448 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

TABLA 4
Estrategias de control y consecuencias en la mujer maltratada148

Estrategias de control del agresor Consecuencias o daños psicológicos para la víctimas

Degradación: reducir o rebajar el – Destrucción de la autoestima (incompetencia para afron-


valor inherente de la personas tar la vida, aumento de la dependencia del maltratador,
merecedora de desprecio)
– Desequilibrio emocional generado por la situación de
violencia

Estrategias defensivas: – La mujer se siente culpable de la violencia que sufre


trasladar la responsabilidad de las – Alteraciones en la percepción de maltratador (asumir
conductas violentas a la víctima creencias distorsionadas)
– Idealización del maltratador

Distorsión de la realidad subjeti- – Cuestionamiento de la validez del mundo


va: transformar la percepción de – Sensación de confusión e irrealidad (“existencia surrealista”)
la realidad, su juicio, conciencia y – Duda permanente (¿cuándo acabará?)
memoria – Desestabilización psicológica
– Amnesia
– Episodios disociativos transitorios y despersonalización
– Credibilidad nula ante la sociedad (aspecto que repercutiría
negativamente sobre la decisión de interponer la denuncia)

Sobrecarga de responsabilidades: – Maternización de la relación


exigir que se haga cargo por entero – Sobreesfuerzo que impide su propio desarrollo vital
de los problemas y responsabilida- – Espacio privado inexistente o nulo
des que debieran de ser compartidas – Proyecto de vida dañado/ frustrado

Privación: limitar o reducir la po- – Separación de cualquier otro referente externo al propio
sibilidad de satisfacer las necesida- maltratador (“confinamiento mental”)
des básicas (personales, sociales y – Inseguridad respecto al futuro
laborales) – Incapacidad para cambiar las circunstancias vitales
(frustración)
– Dificultad para buscar ayuda y apoyo
– Tensión cotidiana que agota y debilita

Intimidación: causar o infundir – Estado de alerta constante ante agresiones siempre im-
miedo, temor o terror predecibles, incontrolable e inevitables
– Hiperactivación de la respuesta fisiológica de estrés
– Atrapada y paralizada (“sin posibilidad de escape”)
– Desarrollo de trastornos de ansiedad

Cosificación: convertir a la perso- – Deconstrucción de su identidad personal


na en un objeto (sin necesidades, – Negación de su autonomía, libertad personal e
deseos, posibilidades, o elecciones individualidad
propias) – Obstaculización de su crecimiento y desarrollo personal
(“dignidad quebrada”)

Adaptado de la Guía de Práctica Clínica de detección y actuación en sa-


148

lud mental ante las mujeres maltratadas por sus parejas, Consejería de Sanidad y
Consumo de la Región de Murcia, 2011, págs. 37-39. Disponible en www.guiasalud.
es/GPC/GPC_470_maltratadas_compl.pdf.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 449

VII. ACTUACIÓN DE LA VÍCTIMA EN LA SECUENCIA MALTRATA-


DORA

La praxis del presente epígrafe radica en conocer los comporta-


mientos, actitudes y tendencias desarrolladas por la víctima antes, du-
rante y después de la acción maltratadora. Para ello, vuelve a tomar-
se como marco referencial la investigación coordinada por Morillas
Cueva, sobre 338 mujeres maltratadas, en donde se midieron los cita-
dos intervalos temporales.
1. Antes del maltrato. Lo primero que llama la atención es que una
de cada dos mujeres maltratadas son capaces de detectar siempre la
situación violenta a la que van a ser sometidas, elevándose hasta un
73% el número que lo hacen casi siempre, lo cual puede estar muy
vinculado con la forma de actuar del maltratador en los instantes pre-
vios a la secuencia violenta, intentando de alguna forma evitar seme-
jante situación –únicamente un 11% no hace nada para impedirlo–.

GRÁFICO 2
¿Qué hace cuando va a ser maltratada? (n = 338)
Bloqueo 6%

Sumisión 11%

Diálogo 16%

Callarse 19%

Defensa 20%

Evitación 33%

Huída 37%

0% 20% 40% 60% 80% 100%

De acuerdo con la gráfica anterior, las formas más usuales de ac-


tuar la víctima antes del maltrato son la huída y evitación; mientras
un porcentaje inferior de mujeres mantienen actitudes, por un lado
defensa y diálogo y, por otro, sumisión, bloqueo y silencio; o lo que es
lo mismo, como quiera que estas categorías suelen repetirse en una
misma situación de maltrato dada la reiteración y expansión temporal
de los actos violentos, tres cuartas partes de las mujeres, antes de ser
maltratada, optan, en algún momento, por una actitud de huída o evi-
tación; un tercio, por una actitud defensiva o de diálogo; y, otro tanto,
450 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

por actitudes pasivas –de sumisión, silencio o bloqueo–, si bien cada


una encuentra una explicación lógica según la fase de maltrato en que
se encuentre la pareja penal.
2. Durante los malos tratos. Una vez iniciada la secuencia violenta,
las conductas predominantes o habituales desarrolladas por las muje-
res son: i) el bloqueo, que representa el 63%; ii) la conducta defensiva,
el 37,7%; y, iii) por último, la huida, el 33,9%.

GRÁFICO 3
Tendencia particular de las categorías (n=322)

Otros 17,60% 17,60% 5,90% 6,20%

Huida 32% 17,70% 16,50% 33,90%

Defensa 27,40% 16,50% 18,10% 37,70%

Nada/Bloqueo 18,60% 4,0% 14% 63,0%

0% 20% 40% 60% 80% 100%

Nunca Una/dos veces 3-10 veces Más de 10 veces

Por lo tanto, casi las dos terceras partes de las mujeres quedan
bloqueadas durante el episodio de malos tratos mientras el resto es
capaz de reaccionar con conductas de huída o de defensa. Esto se
debe, como explica García Zafra, a una consecuencia del síndrome
de la mujer maltratada, en concreto a lo que se denomina indefensión
aprendida; esto es, la mujer, tras fracasar en su intento por contener la
agresión y con secuelas importantes –falta de autoestima, depresión,
ansiedad, etc.–, fruto de los episodios violentos sufridos con anteriori-
dad, termina asumiendo que la violencia que su pareja está ejerciendo
sobre ella es inevitable, siendo la respuesta conductual muy baja, por
lo que decide no hacer nada y no buscar más estrategias para frenar
o evitar la agresión. La respuesta se torna pasiva, al ver que no hay
forma de evitar los malos tratos, la mayoría se quedan paralizadas o
bloqueadas. De ahí la importancia de la ayuda externa para romper
con el ciclo de la violencia, y acabar con una situación cada vez puede
más peligrosa para la salud y la vida de la víctima.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 451

3. Después de los malos tratos. En la siguiente gráfica se presen-


tan las principales experiencias vividas por la mujer maltratada tras el
episodio violento:

GRÁFICO 4
Tendencia particular de las categorías (n=316)

Otros 26,1% 17,4% 13,0% 43,5%

Pedir ayuda 41,5% 21,8% 13,6% 23,1%

Ir a un centro médico 43,8% 38,4% 10,2% 7,6%

Ir a denunciar 28,8% 45,1% 14,7% 11,3%

Rogarle que no se repita 24,7% 3,8%11,9% 59,7%

Irse a otro lugar 25,9% 11,5% 14,3% 48,3%

Decir que lo va a dejar 21,0% 6,9% 17,1% 55,1%

Pedir explicaciones 23,7% 5,3%13,4% 57,6%

Nada/bloqueo 24,8% 4,0%8,2% 63,0%

0% 20% 40% 60% 80% 100%

Nunca 1-2 veces 3-10 veces Más de diez

— Los tres grupos más representativos viene puestos de manifiesto


por no hacer nada/bloqueo, pedir explicaciones y decir que lo va a
dejar, categorías que, además, se aprecian de manera mayoritaria
en distintas fases del maltrato; esto es, la primera se observa con
mayor asiduidad en los instantes iniciales y medios de la secuencia
maltratadora, bien por hallarse la víctima sorprendida por la ac-
tuación del maltratador bien por ser tan continua que la mujer se
encuentra absolutamente anulada; la segunda, se encontraría en
la fase intermedia-final del maltrato, cuando la mujer comienza a
reaccionar por sí misma y se da cuenta que debe actuar contra el
maltratador –también se da, aunque en cotas muy inferiores, en
los primeros episodios violentos, como muestra de incredulidad
por lo que acontece y búsqueda de una explicación–; y la tercera
responde más al perfil de la víctima que va a poner fin a la situa-
452 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

ción de maltrato en breve por cuanto comienza a recuperar algo


de autoestima, siendo capaz de responder abiertamente a la agre-
sión con una salida de la vida del victimario.
— En un segundo bloque, como nivel intermedio, quedarían: i) el
hecho de refugiarse en otro lugar, lo que denota una lógica acti-
tud evasiva y de rechazo frontal a los hechos, si bien no concurre
en sí una actuación positiva tendente a buscar una solución, la
mujer únicamente desea separarse del espacio físico en el que ha
sido maltratada –acudir a otra habitación, ir a casa, si el maltra-
to se ha producido fuera de la vivienda (...)–; y ii) rogarle que no
se repita, situación propia de los primeras agresiones en donde
la mujer busca infructuosamente la comprensión del victimario.
— Por último, un tercer segmento caracterizado por comporta-
mientos activos de la mujer vinculados a la finalización del
maltrato o, cuanto menos, a que terceras personas conozcan
la situación –denunciar, ir a un centro médico o pedir ayuda–.
Son comportamientos típicos del fin del maltrato en tanto la
mujer es consciente de lo que está viviendo y quiere acabar
con semejante situación. La única excepción a esta regla ven-
dría configurada en los casos en que la agresión haya sido tan
grande que deba acudir a un centro hospitalario para recibir
asistencia médica, si bien rara vez acontece semejante hipó-
tesis, máxime cuando, como resaltó Morillas Cueva, sólo un
63,4% de las mujeres maltratadas acuden a un centro sanita-
rio por las lesiones sufridas durante el maltrato, de las cuales
sólo un 73,2% adujo que la causa era por violencia doméstica;
esto es, un 26,8% (del citado 63,4%) no refirió que las lesiones
provenían de violencia doméstica sino que mintió sobre su
origen –principalmente, caídas y accidentes domésticos–.
Como indicó García Zafra, la denuncia, por otro lado, ha sido una
salida poco frecuente hasta principios del siglo XXI, al considerar esta
violencia como un asunto personal, de pareja, que pertenece a la esfera
privada. A veces las víctimas de maltrato psicológico no son conscientes
de la gravedad de su situación y deciden no denunciar; otras no lo ha-
cen porque piensan que su relato no va a ser creíble o porque la imagen
pública de su agresor es “intachable” y con un gran atractivo personal
de cara al exterior. A todo ello hay que añadir la presión social a la que
se han visto sometidas durante muchos años, la interiorización de este-
reotipos y mitos machistas vigentes aún en nuestra la sociedad (los celos
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 453

son una muestra de amor, hay que sacrificarse por la familia, algo habrá
hecho para que se porte así con ella, etc.). No obstante, es importante el
incremento de denuncias por malos tratos debido, entre otras cosas, a
la respuesta legal y al mayor respaldo social existente. Además, la mujer
está mejor informada respecto a sus derechos y posibles ayudas, con-
tando con abogados y abogadas de oficio, lo que facilita la denuncia.

VIII. MEDIDAS DE PREVENCIÓN E INTERVENCIÓN SOBRE LA


VIOLENCIA CONTRA LA MUJER

Gracias a una mayor sensibilidad desde todos los ámbitos de la so-


ciedad hacia este fenómeno, se ha tomado conciencia de la gravedad
del problema, que viene dada tanto por su alta incidencia como por la
severidad de sus consecuencias, los organismos oficiales han lanzado
propuestas y aprobado leyes, los profesionales del ámbito sanitario,
social y judicial han adoptado y desarrollado medidas formativas y de
intervención, se han creado recursos y centros de atención para las
víctimas y, en general, la atención e intervención sobre esta problemá-
tica es hoy mayor y más efectiva.
La lucha que está llevando a cabo nuestra sociedad para erradicar
la violencia contra las mujeres se lleva a cabo desde tres frentes dis-
tintos y complementarios: el rechazo y la condena hacia el agresor; la
protección y atención a la víctima; y la sensibilización y prevención
de actitudes que favorecen el mantenimiento de esta violencia en el
conjunto de la sociedad.
Según el Instituto de la Mujer (2005), aunque en el derecho español
se habían producido avances legislativos en la lucha contra la violencia
hacia la mujer, era necesario un instrumento jurídico que proporciona-
ra una respuesta global ante este tipo de violencia. Esta respuesta llegó
a través de la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de medidas
de Protección Integral contra la Violencia de Género (B. O.E. de 29 de
diciembre de 2004), cuya entrada en vigor se estableció a los treinta
días de su publicación. El ámbito de la Ley abarcó tanto los aspectos
preventivos, educativos, sociales, asistenciales y de atención posterior
a las víctimas, como la normativa civil que incide en el ámbito fami-
liar o de convivencia, así como el principio de subsidiariedad en las
Administraciones Públicas. Igualmente, la respuesta punitiva que deben
recibir todas las manifestaciones de este tipo de violencia. Comprende
los siguientes títulos: Medidas de sensibilización, prevención y detec-
454 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

ción; Derechos de la mujeres víctimas de violencia de género; Tutela


Institucional; Tutela Penal; y Tutela Judicial. Asimismo, en sus disposi-
ciones adicionales, la Ley lleva a cabo una profunda reforma del orde-
namiento jurídico, para adaptar las normas vigentes al marco introdu-
cido por ella. Así, este grave problema social se empezó a contemplarse
con esta ley de un modo integral y multidisciplinar.

1. Sensibilización y concienciación social

Las estrategias de prevención de la violencia contra la mujer ema-


nan, directamente, del estudio y análisis de sus causas primarias y de
los factores que influyen en su aparición y mantenimiento, esto es, por
una parte, la interiorización de roles y estereotipos de género basados
en la desigualdad entre hombres y mujeres; y, por otra, las creencias
sobre la legitimidad del uso de distintas formas de violencia para re-
solver conflictos (Tabla 5).
TABLA 5
Causas violencia contra la mujer
(Patró y col. 2009; adaptado de Jewkes, 2002)

Diferentes roles de género y jerarquía


forzada de poder

Supremacía de los derechos sexuales


masculinos

Bajo valor social y poder en la mujer.


(desigual acceso y oportunidades a la
Cultura educación, a los roles públicos, falta de poder
machista económico, familiar, social y legal)

Ideas de masculinidad ligadas al control


sobre la mujer

Legitimada, justificada, tolerada,


Violencia contra minimizada, banalizada o
la mujer invisibilizada por el entorno social
y cultural.

Cultura de la Utilización de la violencia en la resolución


violencia de conflictos
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 455

La Ley 1/2004 contempla que la prevención de la violencia contra


la mujer debe enfocarse hacia sus causas primarias a partir de la in-
formación y sensibilización de todos los ámbitos de la sociedad para
evitar su tolerancia y combatir los mitos y creencias que la sustentan.
Así, desde el ámbito educativo (tanto referido a la educación primaria,
secundaria como, también, a la educación de adultos) se incide en la
necesidad de que desde ésta se ofrezca:

A) Una educación no sexista e igualitaria que contribuya a elimi-


nar los obstáculos que dificultan la igualdad entre hombres y mujeres.
Esta educación se centra en la igualdad de derechos y de oportuni-
dades entre ambos sexos, en la posibilidad de que se cuestionen las
limitaciones que el sexismo supone para hombres y mujeres y en la
superación de los valores tradicionalmente atribuidos a lo masculino
y lo femenino.

B) La formación para la prevención de conflictos y para la resolu-


ción pacífica de los mismos, mediante el desarrollo de habilidades y
alternativas contrarias al uso de la violencia.

Díaz Aguado (2002), del mismo modo, también puso de relieve que
uno los objetivos de los programas educativos de prevención de la vio-
lencia contra la mujer debe consistir en favorecer la construcción de una
identidad no sexista contraria a la violencia, al igual que resulta desta-
cable la integración de la lucha contra el sexismo y la violencia dentro
de una perspectiva más amplia basada en la defensa de los derechos hu-
manos. La autora considera precisa la educación en: a) la empatía y en
el respeto de los derechos humanos; b) la superación de los estereotipos
sexistas que llevan a justificar la utilización de la violencia contra la mu-
jer; c) la comprensión de la naturaleza y factores que influyen en su apari-
ción, su dinámica y las consecuencias o secuelas que ocasiona; d) el desa-
rrollo de la empatía y la solidaridad hacia las víctimas; e)el desarrollo de
habilidades alternativas a la violencia y de habilidades y estrategias que
protejan contra la victimización. Por su parte, según Naciones Unidas, en
su Informe sobre el estudio a fondo de todas las formas de violencia con-
tra la mujer (ONU, 2006): “la prevención primaria exige que se cambien
las actitudes y se cuestionen los estereotipos existentes en la sociedad y
que se preste asistencia a las comunidades que procuran poner fin a la
aceptación de la violencia contra la mujer. También requiere del empo-
deramiento político y económico de las mujeres para superar su posición
subordinada en la sociedad” (par. 337).
456 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

La Ley 1/2004 también contempla y subraya la importancia de la


eliminación de imágenes estereotipadas o que atentan contra la dig-
nidad de las mujeres en los medios de comunicación, especialmente
en el ámbito de la publicidad. Por otro lado, en el Informe Anual del
Observatorio Estatal de la Violencia contra la Mujer (2007) se destaca
que “los medios han demostrado ser potentes agentes de socialización
y de legitimación de actitudes, valores y pautas de conducta social-
mente loables o punibles. Por tal motivo, diversos organismos nacio-
nales e internacionales coinciden en insistir en la necesidad de la im-
plicación de los medios en la erradicación de la violencia contra las
mujeres. Esta implicación ya ha contribuido a convertir la violencia
de género en un problema social, en sintonía con grupos de mujeres
y estamentos gubernamentales, judiciales, policiales y sanitarios, ade-
más de contribuir a la incipiente desaparición del sentido de impuni-
dad del agresor y al aumento notable del número de denuncias”.
Las campañas de sensibilización social y los programas educativos
desempeñan también un importante papel dirigido a dos importantes
objetivos de prevención: a) por un lado, para maximizar la visibilidad
de la violencia contra las mujeres, ofreciendo información sobre sus
distintas manifestaciones y tipos, su detección precoz y los derechos y
recursos de ayuda de los que disponen las víctimas; b) por otro, para
minimizar la tolerancia social hacia la violencia, aumentar el rechazo
social hacia el agresor y favorecer la reflexión, el cuestionamiento y el
cambio de las creencias, mitos y actitudes que favorecen o sustentan
la violencia hacia la mujer en el conjunto de la sociedad. A pesar de
la creciente concienciación social sobre el maltrato hacia la mujer,
siguen subsistiendo ciertos mitos y creencias (que minimizan la vio-
lencia, desresponsabilizan al maltratador o culpabilizan a la víctima),
que se asumen e interiorizan de forma sutil y no crítica, que facilitan
la normalización de esta violencia, favorecen su tolerancia y dificultan
su visibilidad, por lo que su cuestionamiento es un aspecto común a
las propuestas de prevención de la violencia de género (Patró, Martín
y Gómez, 2009).

2. Detección y derivación

Como ya se ha comentado en epígrafes anteriores, el maltrato


a la mujer dentro de la pareja se da en un contexto de una rela-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 457

ción afectiva y en un entorno privado, con unas manifestaciones


no siempre evidentes y de una forma progresiva que va atrapando
y deteriorando poco a poco a sus víctimas. Por ello, como en todos
los tipos de delitos, pero especialmente en éste, la detección precoz
de casos de maltrato y la derivación hacia servicios especializados
que puedan ayudar a la víctima a poner fin a su situación, es una
estrategia clave para minimizar el riesgo y los daños que pueden
sufrir las víctimas.
La Ley Orgánica 1/2004 especificó que desde el ámbito sanitario,
clave en cuestiones de asistencia pero también de oportunidad de ac-
ceso general a la población, se debía prestar una especial atención a
la formación específica de todos los profesionales (medicina, enferme-
ría, psicología, trabajo social) como forma de aumentar la detección
precoz de la violencia y el apoyo asistencial a sus víctimas, así como
el desarrollo de protocolos ante las agresiones derivadas de la violen-
cia para ser remitidos a los Tribunales correspondientes con objeto de
agilizar el procedimiento judicial.
Cabe destacar en estas iniciativas, la creación del Protocolo
Común para la Actuación Sanitaria ante la Violencia de Género, apro-
bado por el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud,
en diciembre de 2006. El objetivo principal de este protocolo es esta-
blecer una pauta de actuación homogénea en el Sistema Nacional de
Salud (SNS), tanto para la detección precoz como para la valoración
y actuación ante los casos detectados y el seguimiento de los mismos.
Recomienda la introducción de una serie de preguntas acerca de la
posibilidad de ocurrencia de la violencia, la observación de una serie
de indicadores de sospecha de maltrato tanto en los antecedentes per-
sonales y clínicos de la víctima, en el plano físico y en el emocional,
así como en su actitud o la de su pareja. Igualmente, ofrece una serie
de pautas de actuación, derivación e intervención en diferentes casos,
ya sea con mujeres que reconocen sufrir una situación de maltrato
como en mujeres que no lo hacen, pero en los que existen indicadores
de sospecha relevantes. Resulta interesante destacar las recomenda-
ciones generales que se hacen en este protocolo para la entrevista con
la mujer en los casos en que se sospecha que pueda estar sufriendo
una situación de maltrato:
a) Ver a la mujer sola, asegurando la confidencialidad. Observar
las actitudes y estado emocional (a través del lenguaje verbal
y no verbal).
458 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

b) Facilitar la expresión de sentimientos. Mantener una acti-


tud empática, que facilite la comunicación, con una escucha
activa.
c) Seguir una secuencia lógica de preguntas más generales e
indirectas a otras más concretas y directas. Abordar directa-
mente el tema de la violencia.
d) Expresar claramente que nunca está justificada la violencia en
las relaciones humanas, que no es culpa suya y que no está sola.
e) En el caso de que lo reconozca: hacer sentir a la mujer que no
es culpable de la violencia que sufre; creer a la mujer, sin po-
ner en duda la interpretación de los hechos, sin emitir juicios,
intentando quitar miedo a la revelación del abuso; ayudarle a
pensar, a ordenar sus ideas y a tomar decisiones; alertar a la
mujer de los riesgos y aceptar su elección.
f) Es importante no hacer determinadas cosas: no dar la im-
presión de que todo se va a arreglar fácilmente, no dar falsas
esperanzas, no criticar la actitud o ausencia de respuesta de
la mujer con frases como «¿por qué sigue con él?; si usted
quisiera acabar, se iría...», no infravalorar la sensación de pe-
ligro expresada por la mujer, no recomendar terapia de pare-
ja ni mediación familiar, no prescribir fármacos que dismi-
nuyan la capacidad de reacción de la mujer, no utilizar una
actitud paternalista y no imponer criterios o decisiones a la
mujer.
g) Realizar una primera valoración del caso y del grado de riesgo
que corre la mujer para estimar el tipo de actuación a realizar
de acuerdo con el protocolo (ver tabla 6).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 459

TABLA 6
Valoración sociosanitaria del maltrato (SNS, 2006)

BIOPSICOSOCIAL

• Lesiones y síntomas físicos


• Situación familiar
• Situación económica, laboral y ocupacional
• Red de apoyo social de la mujer
• Situación emocional

DE LA SITUACIÓN DE VIOLENCIA

• Tipo de violencia, desde cuándo la sufre, frecuencia e intensidad de la misma.


• Comportamientos de la persona agresora a nivel familiar y social; si ha habido agre-
siones a otras personas o familiares
• Mecanismo de adaptación desarrollado por la mujer.
• Fase del proceso de violencia en la que se encuentra.

DE LA SEGURIDAD Y EVALUACIÓN DEL RIESGO

• Determinar si la mujer se encuentra o no en peligro extremo, entendiendo por peli-


gro extremo la situación actual de sufrir un evento inminente con riesgo cierto para
la vida de la mujer o la de sus hijos o hijas. Indicadores de peligro extremo. Esta va-
loración se hará conjuntamente con la mujer:
o Amenazas con armas o uso de las mismas
o Amenazas o intentos de homicidio a ellas y sus hijos o hijas
o Amenazas o intentos de suicidio de la paciente
o Malos tratos a hijos o hijas u otros miembros de la familia
o Lesiones graves, requiriendo incluso hospitalización
o Amenazas o acoso a pesar de estar separados
o Aumento de la intensidad y frecuencia de la violencia
o Agresiones durante el embarazo
o Abusos sexuales repetidos
o Comportamiento violento fuera del hogar
o Celos extremos, control obsesivo de sus actividades diarias (adónde va, con quién)
o Aislamiento creciente
o Consumo de alcohol o drogas por parte del cónyuge
o Disminución o ausencia de remordimiento expresado por el agresor
• Considerar la percepción de peligro por parte de la mujer, tanto para ella como para
otros miembros del entorno familiar. Ante la presencia de este indicador, la situación
queda definida directamente como de peligro extremo.
• Criterio profesional tras la valoración conjunta (entrevista y valoración biopsicosocial)

Tras la detección de un caso de maltrato se debe derivar a la víc-


tima a recursos especializados para que pueda recibir la atención
necesaria. En el protocolo citado, se subraya que la coordinación y
460 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

la colaboración intersectorial (con recursos sociales, jurídicos, poli-


ciales, etc.) es esencial en la atención a las mujeres que sufren ma-
los tratos. Por ello, es relevante que los profesionales conozcan los
recursos específicos disponibles a nivel nacional, autonómico, pro-
vincial y municipal, y sus características con el fin de facilitar su
utilización adecuada. En este aspecto, los profesionales de trabajo
social constituyen una figura esencial de enlace en el proceso de de-
rivación de las mujeres.

TABLA 7
Recursos específicos de atención para mujeres víctimas de violencia
(adaptado de SNS, 2006)

RECURSOS A NIVEL NACIONAL

• Teléfonos de información 24 horas del Instituto de la Mujer: 900 191 010/900 152
152 (para mujeres sordas)
• Servicio de Atención de Urgencias y Emergencias: 112
• Policía Nacional: 091
• Guardia Civil: 062

RECURSOS EN LAS CCAA

• Servicio de Atención de Urgencias y Emergencias en la CCAA.


• SAM (Servicio de Atención a la Mujer de la Policía Nacional) en la CCAA.
• EMUME (Especialistas Mujer-Menores de la Guardia Civil) en la CCAA.
• Policía Municipal.
• Presentación de denuncias, solicitud de orden de protección y de servicio de teleasis-
tencia móvil: ante la Policía Nacional, Policía Municipal, Guardia Civil, Comisarías,
Fiscalía y Juzgados.
• Orientación y asesoramiento Jurídico:
o Servicio de Orientación Jurídica de los Colegios de Abogados
o Organismos de Igualdad de las Comunidades Autónomas
o Servicios Sociales de los Ayuntamientos
o Servicios de Atención a las Víctimas en los Juzgados.
o Organizaciones de Mujeres
o Organizaciones de inmigrantes
• Casas de acogida: información en Organismos de Igualdad de las Comunidades
Autónomas y los Servicios Sociales de los Ayuntamientos.
• Servicios de atención y programas específicos en materia de violencia de género de
la CCAA en esta materia.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 461

3. Intervención

Cuando una mujer es víctima de malos tratos el objetivo principal es


garantizar su seguridad y, en segundo lugar, atender a sus derechos, ne-
cesidades de salud físicas y psicológicas, a la vez que se puede conside-
rar su participación en posibles procesos judiciales. Puesto que la cola-
boración de la víctima con la justicia es esencial para combatir el delito
y la situación y estado de la víctima puede ser especialmente compleja
en algunos casos, se considera muy importante la formación específi-
ca en violencia de género de todos los profesionales relacionados con
el ámbito de la seguridad y el ámbito judicial, además de la creación
de protocolos de actuación concretos ante este tipo de casos. El papel
que desempeñan los profesionales del ámbito policial resulta especial-
mente importante por cuanto, en muchos casos, son los primeros en
intervenir in situ en situaciones de urgencia, en recoger la denuncia de
la víctima y en colaborar en la protección de la misma, además de ser
percibidos por las víctimas como figuras esenciales de apoyo y seguri-
dad. Igualmente es destacable gran papel que desempeñan las Oficinas
de Atención a la Víctima en asesorar e intervenir tempranamente con
las víctimas, tanto a nivel jurídico, como social o psicológico. Cabe ci-
tar, por su importancia, la creación del Protocolo de Actuación de las
Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y de Coordinación con los Órganos
Judiciales para la Protección de las víctimas de violencia doméstica y
de género, aprobado por la Comisión Técnica de la Comisión Nacional
de Coordinación de la Policía Judicial en junio de 2005.
En el Titulo II de la Ley Orgánica 1/2004, se especifican los de-
rechos que asisten a la mujer víctima de violencia de género. La Ley
reconoce el derecho a la asistencia jurídica gratuita, con el fin de
garantizar a aquellas víctimas con recursos insuficientes una asis-
tencia letrada en todos los procesos y procedimientos, relacionados
con la violencia de género, en que sean parte, asumiendo una mis-
ma dirección letrada su asistencia en todos los procedimientos. Se
establecen también derechos sociales y de seguridad social con el
objetivo de justificar ausencias del puesto de trabajo, posibilitar su
movilidad geográfica, la suspensión con reserva del puesto de tra-
bajo y la extinción del contrato. Del mismo modo, medidas de tipo
económico como las de generación del derecho a la situación legal
de desempleo cuando las víctimas resuelvan o suspendan volunta-
riamente su contrato de trabajo y ayudas sociales en casos de que
462 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

carezcan de recursos económicos y se estime que debido a su edad,


falta de preparación y circunstancias sociales no va a mejorar de for-
ma sustancial su empleabilidad.
Entre los derechos de la víctima se contempla, asimismo, el de-
recho a la asistencia social integral a través de servicios sociales de
atención permanente, urgente y con especialización de prestaciones
y multidisciplinariedad profesional. Se especifica, por tanto, en el ar-
tículo 18 de la citada ley, el derecho a la asistencia de los servicios
sociales de atención, de emergencia, de apoyo y acogida y de recupe-
ración integral. A ello tienen derecho igualmente los menores que se
encuentren bajo la patria potestad o guarda y custodia de la persona
agredida. Esta asistencia implica especialmente:a) información; b)
atención psicológica; c) apoyo social; d) seguimiento de las reclama-
ciones de sus derechos; e) apoyo educativo a la unidad familiar; f) for-
mación preventiva en los valores de igualdad dirigida a su desarrollo
personal y a la adquisición de habilidades en la resolución no violenta
de conflictos; g) apoyo a la formación e inserción laboral.
Estos servicios, de acuerdo con la Ley 1/2004, actúan coordinada-
mente y en colaboración con los Cuerpos de Seguridad, los Jueces de
Violencia sobre la Mujer, los servicios sanitarios y las instituciones en-
cargadas de prestar asistencia jurídica a las víctimas del ámbito geo-
gráfico correspondiente.
A partir de aportaciones de autoras relevantes como Walker (1984)
o Villavicencio (2000), se podrían mencionar algunos objetivos gene-
rales de intervención que, desde el ámbito psicosocial, se consideran
importantes para ayudar a la mujer que ha sufrido malos tratos a su-
perar su estatus de víctima y convertirse en una superviviente. Entre
ellos, podemos citar los siguientes:
1. Garantizar la seguridad de la mujer y de sus allegados. Evaluar
el nivel de riesgo de que se produzca una nueva agresión y
adoptar medidas de protección.
2. Facilitar a la mujer espacios adecuados para su desahogo emo-
cional y proporcionarle apoyo y comprensión.
3. Ayudar a la mujer a tomar conciencia de la existencia del mal-
trato, de su dinámica y de sus consecuencias físicas y psicológi-
cas a corto y largo plazo, tanto para ella como para sus hijos.
4. Ayudarle a reestablecer el control sobre su propia vida, a tra-
vés de la toma de decisiones propias.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 463

5. Proporcionar asesoramiento, apoyo psicológico y seguimiento


durante su participación en procesos legales o judiciales.
6. Proporcionar a la mujer información sobre las características
y modos de actuación de los maltratadores y estrategias para
la prevención de futuras relaciones de abuso o maltrato.
7. Analizar y diferenciar los aspectos relacionados con el maltra-
to de otras experiencias problemáticas que también requeri-
rán intervención.
8. Ofrecer información y acceso a recursos sociales y psicotera-
péuticos especializados.
9. Facilitar el reestablecimiento de relaciones interpersonales
perdidas y de redes de apoyo.
10. Facilitar el establecimiento de metas, objetivos y de la proyec-
ción al futuro.

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Capítulo décimo
VÍCTIMAS ESPECIALMENTE VULNERABLES
EN EL DELITO DE VIOLENCIA DOMÉSTICA (II):
EL MENOR MALTRATADO

I. CONCEPTUALIZACIÓN Y TIPOLOGÍA DEL MALTRATO


INFANTIL

1. Delimitación terminológica

Tal y como indica el Plan Estratégico Nacional de la Infancia y


Adolescencia 2006-2009 la garantía de los derechos en la infancia no pu-
dieran pasar inadvertidos frente a uno de los problemas de mayor emer-
gencia en s. XXI; esto es, el abordaje de la situación de riesgo y desprotec-
ción social vivenciada por aquellos menores víctimas del maltrato149.
La sensibilidad social ante dichas negligencias se ha incrementado
en las últimas décadas, así como su aumento paralelo en las formas de
detección, notificación e intervención contra todas las formas de vio-
lencia hacia dicho colectivo, advirtiendo en cualquier caso la necesi-
dad de impulsar nuevas estrategias de conocimiento sobre los citados
sucesos, así como la especial atención que debieran recibir aquellos
menores que, sufriendo las consecuencias de tales atrocidades todavía
requieren un mayor apoyo ciudadano por extranjeros o inmigrantes.
Ahora bien, ¿qué se entendería por maltrato infantil? ¿Quiénes se-
rían los sujetos perjudicados? ¿Qué supuestos abarca?
No existe una definición unitaria que haga referencia al fenómeno
de la violencia doméstica a los niños en tanto que ésta es una cuestión
149
Plan Estratégico Nacional de la Infancia y Adolescencia 2006-2009 del
Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, págs. 12 y ss. Ver referencia en http://tv_
mav.cnice.mec.es/pdf/Plan_Estrat_Inf_Ad.pdf.
470 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

compleja que ha de ser estudiada desde muy diversas perspectivas (so-


cial, médica, jurídica, familiar...).
Las primeras referencias históricas al respecto surgen de la mano
de Kempe en el año 1962, quien junto con otros autores realiza un
estudio sobre un total de 302 casos de maltrato infantil, llegando a
la conclusión de la existencia de lo que el mismo definiría como el
síndrome del niño apaleado o golpeado (battered child syndrome), ori-
ginariamente descrito como el ‹‹ uso de la fuerza física no accidental
dirigida a herir o lesionar a un niño, por parte de sus padres o parien-
tes›› 150.
Del mismo modo, una de las evidencias más culminantes en este
ámbito lo supuso a nivel internacional la Declaración Universal
de los Derechos del Niño en el año 1948, aunque no sería hasta la
Convención de 1989 cuando verdaderamente se fueron adecuando
los principios contemplados en la citada Declaración cuatro décadas
con anterioridad. Así pues, a las puertas de los noventa es cuando
verdaderamente pudiera hablarse de una incorporación legislativa y
constitucional de la protección figura de menor en el ordenamiento
específico de cada país.
Conforme a ello, la Asamblea General de Naciones Unidas en la
Convención de los Derechos de los Niños celebrada en noviembre de
1989, identifica el maltrato al niño como «toda violencia, perjuicio
o abuso físico o mental, descuido o trato negligente, malos tratos o
explotación, mientras que el niño se encuentre bajo la custodia de
sus padres, de un tutor o de cualquier otra persona que le tenga a su
cargo».
Según Pedreira Massa, el maltrato en la infancia (MTI) abarca des-
de el niño apaleado (“battered child”) hasta las violencias psicológicas
y el abuso sexual, junto con la negligencia en la atención de las nece-
sidades para un crecimiento y desarrollo adecuados, afirmando que
‹‹ocurre maltrato en la infancia cuando el niño es objeto de acciones y
omisiones por adultos cercanos (familia, entorno social) o institucio-
nes que afectan a su desarrollo físico, psíquico, afectivo y/o social, con
150
El pediatra C. Henry Kempe junto con sus colaboradores dan un giro de
especial relevancia en el ámbito del maltrato infantil cuando publican un artí-
culo sobre dicho tema y acuñan el término del “síndrome del niño maltratado”.
KEMPE, C. H.; SILVERMAN, F. N.; STEELE, B. F.; DROEGEMUELLER, W., y
SILVER, H. K., (1962).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 471

o sin lesiones evidentes, pero percibidas por el adulto que las inflinge
como dañinas›› (PEDREIRA MASSA, 2003).
Indica el citado autor que el polimorfismo constituiría la caracte-
rística fundamental que habría de estar presente en cada una de las
definiciones de maltrato, entendiendo la inclusión tanto de aspectos
físicos, psicológicos y emocionales, como de acciones activas y pasi-
vas, cuando se habla de maltrato infantil (PEDREIRA MASSA, 2003).
No obstante, se considera más pertinente extender dicha noción de
`polimorfismo´ no solo a las acciones de terceros –entendiendo la
acepción amplia del concepto (compañeros de clase, maestros, veci-
nos,…)–, sino también a las diversas formas de contextualización del
citado hecho (familia, escuela), así como a las negligencias que, por
parte en su mayoría de los distintos profesionales de los diversos ám-
bitos (médicos, trabajadores sociales, abogados, psicólogos,..), pudie-
ran desprenderse (ausencia de detección, diagnóstico inadecuado o
erróneo, etc.).
En esta línea, indica Morillas Fernández que el término maltrato
infantil dentro del ámbito familiar ha de referirse a toda aquella acción
u omisión consistente en poner en peligro la salud física o mental o la
seguridad de un menor de dieciocho años por parte de sus familiares
o personas responsables de su cuidado (MORILLAS FERNÁNDEZ,
2003), aunque la pregunta en estos casos vendría a dar respuesta a
si el menor exclusivamente recibe maltrato dentro del seno familiar
o si, por ende, dichos comportamientos pudieran acontecer en otros
contextos y por personas no constituyentes del núcleo habitual de
convivencia.
Por su parte, Catalán Frías definiría el maltrato infantil como
«aquella acción, omisión o trato negligente, no accidental, que priva
al niños de sus derechos y bienestar, que amenaza y/o interfiere su
ordenado desarrollo físico, psíquico o social, y cuyos autores pueden
ser personas, instituciones o la propia sociedad››. Continua la autora
diciendo que ‹‹se incluiría en la misma lo que se hace (acción), se deja
de hacer (omisión) y lo que se realiza de manera inadecuada (negli-
gencia)» (CATALÁN FRÍAS, 2010).
Igualmente, algunos autores utilizan a denominación de Síndrome
del Niño Maltratado (SNM). A tal efecto baste señalar a Torres
Sánchez cuando define mediante tal acepción como ‹‹una de las for-
mas que asume el fenómeno de violencia doméstica, constituyendo
472 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

una entidad pediátrica y legal que pude definirse por el daño físico o
psicológico inferido a un niño mediante agresiones reiteradas en el
tiempo provocadas por uno o más adultos que están a cargo de la víc-
tima››. Prosigue la misma afirmando que los elementos esenciales del
referido Síndrome serían los siguientes: a) la consideración de menor
como víctima en cualquier etapa del desarrollo; b) el agresor es uno
o más adultos, cuya vinculación con el menor es parental o institu-
cional, entre otras; c) la cronicidad de la agresión; y d) el daño o efec-
to consecuente pudiera ser tanto físico como psicológico (TORRES
SÁNCHEZ, 2010).
En consecuencia, este concepto de violencia doméstica a niños no sólo
debe producirse en el contexto tradicional de ámbito familiar cuando se
hace alusión a la responsabilidad de tales figuras sino que ha de extenderse
también a aquellas personas responsables de su cuidado (tutor, curador,…)
y tratamiento profesional (psiquiatra, médico de familia,…).
En definitiva, y recopilando lo dicho hasta el momento, entende-
ría el maltrato en la infancia como el conjunto de acciones provoca-
das al menor de edad, y que efectuadas de forma intencional y rei-
terada por familiares o cualquier otra persona de su entorno social
cercano, propiciarían el desarrollo de graves secuelas en el desarrollo
de su personalidad. En este sentido, se hace mención a seis aspectos
imprescindibles a considerar en la definición de maltrato, estos son:
a) conjunto de acciones llevadas a cabo, ya sean por acción u omisión,
con consecuencias tanto físicas como psicológicas o emocionales; b)
la víctima es el menor de dieciocho años, al cual se le consideraría
indefenso y desprovisto de mecanismos de defensa ante estas situacio-
nes; c) intencionalidad, pues no existe accidentalidad en cuanto a la
conducta efectuada, entendiendo así la deliberación del autor; d) rei-
teración o frecuencia del comportamiento que se realiza; e) contexto
del maltrato, incluyendo en ello tanto el ámbito familiar como extra-
familiar (que incluiría el maltrato institucional); y f) se amenaza el de-
sarrollo e integridad del menor, favoreciendo el desarrollo de conduc-
tas desadaptadas e inmaduras para su edad y afectando el desarrollo
de su personalidad en las etapas presentes y posteriores (AGUILAR
CÁRCELES, 2009).
Se podría hablar en todo caso del concepto de “Victimología evo-
lutiva” acuñado por Finkelhor para definir a este tipo de victimización
sobre menores, la cual respondería fundamentalmente a dos grandes
aspectos; a saber: a) el mayor riesgo de victimización que caracteriza
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 473

al citado colectivo; y b) la capacidad del infante de afrontar la situa-


ción traumática experimentada; esto es, según la etapa de desarrollo
y las características personales del sujeto así será la mayor o menor
vulnerabilidad a desarrollar secuelas crónicas o trastornos psicopato-
lógicos a lo largo del tiempo (FINKELHOR, 1995)151.

Indica Rodríguez Hernández que las secuelas podrían incluso


acontecer en la adultez, cuando los factores de protección del me-
nor resultasen insuficientes e impactaran directamente los aconteci-
mientos traumáticos sobre la entonces estructura psíquica moldea-
ble del menor, conjunto de variables a las que además se suman los
efectos de las secuelas físicas del hecho en cuestión (RODRÍGUEZ
HERNÁNDEZ, 2011).

En general, continúa el autor advirtiendo que, si bien la expresión


sintomatológica pudiera ser muy diversa (problemas de conducta, difi-
cultades a nivel académico, trastornos del sueño, etc.), principalmente
afectarían al área de la afectividad y a la aparición de sintomatología
ansiosa diversa. No obstante, según la etapa de desarrollo la cualifica-
ción y cuantificación de las manifestaciones comportamentales varía,
apreciándose desde la presencia de desinterés y tristeza constante en
menores de cinco años o de un Trastorno por Déficit de Atención e
Hiperactividad en la Infancia (TDAH) con repercusiones en la edad
escolar, hasta aquellos otros comportamientos caracterizados por los
conflictos frecuentes con los progenitores o la adicción al consumo de
tóxicos durante la adolescencia.

Por último, cabría advertir que dicho acontecimiento experimen-


tado de manera habitual y repetida en el tiempo, si bien es cierto que
deposita un conjunto de secuelas en el menor víctima por parte de un
tercero, también es verdad que podría suponer el aprendizaje de tales
comportamientos no comprendidos en su momento inicial como dis-
funcionales. Se desprende de ello la posibilidad de que el menor repita
la conducta que sobre el se está ejerciendo no solo sobre su grupo de
iguales, sino en un futuro dentro de su núcleo familiar. Se refiere esto
último a la teoría de la transmisión intergeneracional, cuando confir-
ma que, entre la multitud de consecuencias del maltrato infantil, se
encuentra aquella que impide su cese al entender que las vivencias
151
Se trata de dos conceptos ya referidos en el Capítulo Segundo para la figura
genérica de la víctima durante el proceso de victimización.
474 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

experimentadas los primeros años de la vida del sujeto marcarán su


comportamiento o manera de actuar sobre la edad adulta.
En el caso concreto del abuso como un tipo de maltrato infan-
til, existe acuerdo en considerar un porcentaje de entre el 25-35% en
la transmisión del abuso, siendo los resultados mucho más drásticos
cuando acontecen tales comportamientos durante la adolescencia y/
o en familias donde aparecen conjuntamente delitos de violencia de
género (CANTÓN DUARTE, 1999)152.
En esta misma línea, estudios posteriores demuestran la signifi-
cación de tal transmisión en sus diversas formas de maltrato; esto es,
analizando la confluencia de los diversos tipos y demostrando que el
ciclo de repetición de malos tratos podría volver a acontecer no solo
de la misma manera en que fue experimentado por el sujeto en cues-
tión, sino considerando las múltiples variantes que el mismo compor-
ta (GÓMEZ PÉREZ y DE PAÚL, 2003). Del mismo modo, Morillas
Cueva et al., determinaron que en España un 72% de los maltrata-
dores actuales fueron víctimas o testigos de malos tratos durante la
infancia (MORILLAS CUEVA ET AL., 2006).

2. Clasificación del maltrato infantil

Si bien se ha referido la complejidad en la definición del maltrato


infantil dada la heterogeneidad y pluralidad de acciones que podrían
ser consideradas dentro de su definición, su aclaración terminológica
todavía pudiera ser subsanada si se atiende a una clasificación de los
diversos tipos de maltrato existentes.
En este sentido, y previa agrupación de la multitud de variantes
involucradas, habría que considerar que cada una de estas tiene su
propia etiología, definición y consecuencias, debiendo ser en su caso
incluidas todas aquellas modalidades que orienten su verdadero in-
terés a una aproximación global al concepto de maltrato (PALACIO,
MORENO y JIMÉNEZ, 1995).
En general, cuando se habla de clasificación se haría alusión a la
ordenación de un conjunto de acciones en base a la contemplación o
no de una gama de criterios previamente establecidos. De este modo,
afirman Millán et al. que las tipologías tendrían que ver en todo caso
152
Ver referencia en CANTÓN DUARTE, J. y CORTÉS ARBOLEDA, M. R., (1999).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 475

con acuerdos arbitrarios entre los profesionales en base a una finali-


dad de sistematización de contenido, advirtiendo que caso no debiera
valorarse la posibilidad de exclusión entre los tipos establecidos, sino
que en su mayoría la frecuencia estos aparecen de manera simultánea
(MILLÁN ET ALL., 2006).
Continúan los mismos autores refiriendo la “tipología tripartita
simple” de Finkelhor como una de las clasificaciones más amplias en
cuanto al número de casos que permiten recoger cada uno de los tres
tipos señalado. En este sentido, la clasificación del citado autor que-
daría establecida en base a tres tipos concretos de victimizaciones:
i) Extraordinarias. Acontecen sobre un número mínimo de me-
nores pero incluirían casos de gran impacto y atención social
(homicidios, secuestros, violaciones,…).
ii) Agudas. Al contrario que el tipo de victimización anterior, se
caracterizan por su frecuencia de aparición, revistiendo aque-
llo casos de maltrato físico (activo y/ o pasivo, emocional,…).
iii) Pandémica. Las cuales incluirían la victimización como un
proceso común en determinadas etapas del desarrollo del me-
nor; esto es, le sucedería a la mayoría de los niños durante el
citado proceso en una de sus variadas formas de expresión.
Comprenderían los supuestos de peleas con los iguales o con
los hermanos, castigo físico, hurtos, etc.
Respecto a la última de las opciones señaladas, no se excluye de
culpabilidad en estos supuestos el peligro que para el menor pudieran
tener la acción o incitación de terceros que fueran mayores de edad,
del mismo modo que tampoco se legitima la acción ilícita del infante
en casos de vandalismo.
En general, las formas del maltrato podrían establecerse bajo muy
diversos criterios, entendiendo por lo general tres variantes a la hora
de su clasificación153:
— Tipología de maltrato en base al momento. El maltrato pudiera
tener lugar tanto antes como después del nacimiento del menor,
es decir, se distinguirían aquellos casos de maltrato prenatal
(circunstancias de la vida de la madre que tengan repercusio-
153
Información adaptada del Observatorio de la Infancia, Maltrato infantil: de-
tección, notificación y registro de casos, Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales,
2006, pág. 14 y ss.
476 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

nes directas durante el embarazo siempre y cuando se advierta


de la intencionalidad de las mismas) de los postnatales.
— Tipología de maltrato según el autor / contexto. Dentro de este
grupo se distinguirían cuatro categorías; a saber: 1) familiar
(personas generalmente encargadas de la tutela del menor);
2) extrafamiliar; 3) institucional (sanitarias –profesionales–,
educativas –profesorado, compañeros,…–); y 4) social (no
existen personas individuales identificadas pero si un conjun-
to de situaciones que dificultan que el menor tenga satisfechas
sus necesidades básicas).
— Tipología de maltrato en base al comportamiento típico reali-
zado por el agresor. Las clasificaciones más frecuentes, y por
ende la que a continuación se pasará a desarrollar, se basa en
este tipo de criterio para delimitar las formas generales en que
pudiera manifestarse el maltrato. Lo hace en base a la carac-
terización de la conducta del autor; es decir, según su acción
sea activa o pasiva, y en base a las consecuencias resultantes
de la misma (secuelas físicas, psicológicas,…).
Lo ideal en estos casos sería establecer una clasificación genérica
contemplando cada una de las variantes de los criterios globales que se
acaban de mencionar, pero dada la limitada extensión de la que se dis-
pone se presentarán seguidamente la que ha sido considerada como la
principal de las variables a la hora de identificar las formas de maltrato;
esto es, la relativa a la acción ejercida sobre el menor de edad.
En cuanto a las clases de maltrato definidas en base al último de
los criterios mencionados, tradicionalmente se han señalado cuatro
tipos o formas generales (físico, psíquico o emocional, abuso sexual y
negligencia o abandono)154; aunque parece oportuno incorporar dos
nuevos tipos que, a pesar de que pudieran ser incorporados en los ya
referidos, convendría presentarlos dada su transcendencia y relevan-
cia actual; a saber: 1) el maltrato por envenenamiento o drogadicción;
y 2) el Síndrome de Münchausen por poderes155.
154
Tomando como referencia su aplicabilidad al conocimiento social de los ti-
pos generales de maltrato infantil se cita la Guía para al ciudadano que a nivel nacio-
nal han elaborado las diferentes asociaciones de maltrato en la infancia. Referencia
en Federación de Asociaciones para la Prevención del Maltrato Infantil, Detección y
notificación de casos de maltrato infantil. Guía para la ciudadanía, 2008, págs. 11 y
12. Vid. www.fapmi.es.
155
A tal efecto vid. AMORÓS GALITÓ, E.(1999).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 477

A) Maltrato físico. Cualquier acción u omisión llevada a cabo por


los padres o personas a cargo del niño que lleve aparejada un daño
físico o enfermedad, tratándose en todo caso de la manifestación más
evidente de la actuación que se está ejerciendo sobre el menor de edad
dada la visibilidad de las mismas (sea ésta directa o mediante el em-
pleo de técnicas de rayos-x, scanner, etc.). Las lesiones físicas más co-
munes producidas a niños pueden resumirse en las siguientes:
a1) Contusiones/ fracturas. Se suelen dar en la cabeza o cara aun-
que, en menor medida, también se producen lesiones cutáneas,
óseas, principalmente en húmero y fémur, y otras zonas (órga-
nos internos, sexuales…). Dentro de este grupo se encontraría
aquellas hemorragias intracraneales típicas del Síndrome del
niño zarandeado o sacudido156.
a2) Heridas. Pueden producirse por distintas clases de objetos
aunque las más comunes son las producidas por cuerpos
cortantes, punzantes y contusos. Lesiones típicas también
son laceración del labio superior con desgarro del frenillo y
la alopecia por arrancamiento.
a3) Quemaduras. Normalmente suele ser fácil determinar cual
ha sido el objeto causante de la misma ya que recoge la for-
ma del ente causante. Destacan las producidas por derrama-
miento de líquidos, escaldura en pies, o las ocasionadas por
cigarrillos y por planchas.
a4) Alteraciones del estado general. Con este término se hace
referencia a casos extremos de falta de higiene, signos de
abandono, malnutrición (…) los cuales llevan aparejados un
detrimento físico en la persona. Los casos leves que no pro-
duzcan menoscabo físico importante no deben circunscribir-
se en esta tipología.
Los resultados referidos anteriormente son los más comunes
que se presentan. No obstante, Gisbert Calabuig hace refe-
rencia a otro tipo de lesiones frecuentes en niños maltrata-
156
El Síndrome del bebé sacudido acontece generalmente entre las primeras
seis semanas y los cuatro meses tras el nacimiento, muriendo el 20% de los neo-
natos en días posteriores mientras que en el resto la presencia de grave secuelas
discapacitantes suele ser una constantes. Entre estas últimas las más destcadas se-
rían la ceguera parcial o total, los cuadros epilépticos, o las parálisis cerebrales, en-
tre otras consecuencias. Ver más información en HERNÁNDEZ DEL RINCÓN, J.
P., ‹‹Actuación médico-forense en caso de muertes violentas››, en Rubio Lara, P. A.,
Victimología Forense y Derecho Penal, Valencia, 2010, págs. 70-71.
478 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

dos que, aunque van a desarrollarse en menor medida que


los anteriores, su gravedad es mayor; a saber:
a5) Las lesiones esqueléticas, caracterizadas por diversas frac-
turas entre las que pueden destacarse fracturas de la cabeza
(principalmente de cráneo, aunque también se dan las de los
huesos de la nariz), de las extremidades (afectan las diáfasis
de los huesos largos o se configuran como arrancamientos
metafisiarios), de costillas (normalmente producidas por caí-
das o proyección sobre planos duros o por golpes directos) y
la pelvis o el raquis, que se fracturan raramente y ante trau-
matismos muy violentos.
a6) Lesiones físicas viscerales. Su apreciación es menor que las
anteriores aunque su presencia reviste especial gravedad.
Entre ellas destacan las lesiones abdominales (rotura de hí-
gado, bazo o intestino), lesiones musculares (suelen produ-
cirse cuando se suspende al niño entre los brazos dando así
lugar arrancamientos ligamentosos, desgarros musculares
o elongaciones del plexo braquial) o el hematoma subdural,
descrito por Tardieu en 1879, que entraña una compresión
cerebral y trastornos neurológicos como convulsiones, tras-
tornos de conciencia o hemiplejía.
B) Maltrato psíquico. Al igual que sucedía en el supuesto de maltra-
to a la mujer va a ser muy difícil de objetivar debido a la dificultad pro-
batoria que, de la naturaleza de los mismos, se deriva. Pese a ello, las
lesiones psíquicas más comunes en niños objeto de malos tratos son:
b1) Amenazas. Normalmente vienen referidas por la producción
de temores al niño, el impedimento de que concilie el sueño,
circunstancia ésta que puede derivar o no de la anterior, expo-
sición al frío, etc.
b2) Abandono emocional. Se caracteriza por la total ausencia de
cariño hacia el menor, quien va a sentirse una persona aban-
donada y desgraciada. Ello le puede generar graves trastor-
nos, incluso una total ausencia de sentimientos que, en oca-
siones, deriva en comportamientos delictivos.
b3) Maltrato emocional. Suele ser un tipo de maltrato psíquico
a caballo entre los dos anteriores en tanto existe un bloqueo
constante hacia el niño bien mediante conductas intimidato-
rias bien mediante hostilidad verbal.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 479

Amorós Galitó indica como situaciones de riesgo del maltrato psí-


quico las siguientes: i) ausencia de atención al niño en los períodos
en que está con sus padres: comidas, vuelta al colegio (…); ii) fracaso
parental en proporcionarles oportunidades y ocasiones de interacción
social; iii) arbitrariedad y uso del miedo como método de disciplina; y
iv) reforzamiento de conductas antisociales.
C) Negligencia o abandono. Está muy relacionado con el físico y
el psicológico en tanto se produce cuando las necesidades básicas del
niño no son atendidas. A tal efecto suele ser común la falta de higie-
ne en el menor, de ropa, de alimento, el abandono emocional, al que
ya he hecho referencia, heridas sin curar, etc. Este tipo de maltrato
favorece que el niño realice algún tipo de conducta delictiva, primor-
dialmente hurtos, para conseguir objetos que no puede alcanzar de
ninguna otra forma.
D) Maltrato o abuso sexual. Es aquel tipo de maltrato llevado a
cabo por alguno de los padres o persona responsable del menor ten-
dente a obtener placer sexual. Las lesiones difieren dependiendo de
la gravedad de las mismas. Pueden ir desde lesiones mínimas como
vulvovaginitis o ligeras erosiones por tocamientos hasta verdaderos
desgarros del himen y/o del periné, sin olvidar los desgarros anales.
Las conductas generadoras de dichas lesiones son muy diversas y
suelen contemplar desde el contacto sin penetración (frotamiento de
los genitales del adulto en el niño o viceversa, masturbaciones, toca-
mientos), la penetración en vagina o ano del niño, el contacto boca-ge-
nital e, incluso, la ausencia de contacto (voyeurismo, pornografía…).
E) Envenenamiento o drogadicción. Va a disminuir el nivel de con-
ciencia del niño y suele darse en casos de mendicidad. No obstante,
también se han observado intoxicaciones por tranquilizantes o gas con
el fin de adormilar al niño para que deje de llorar o se quede quieto.
Una de las autoras que define dicha tipología de maltrato es Torres
Sánchez, quien afirma que entre los tipos de intoxicaciones más fre-
cuentes se encontrarían aquellas producidas por un exceso de medica-
mentos y, más concretamente, de los que ejercen su actuación sobre el
sistema nervioso central (TORRES SÁNCHEZ, 2010).
F) Síndrome de Münchausen por poderes157. Consiste en la descrip-
ción de hechos falsos o en la provocación de síntomas de una enfer-
157
Más información sobre el Síndrome en AMERICAN PSYCHIATRIC
ASSOCIATION (APA), Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, Fourth
480 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

medad por parte de los padres o personas al cuidado del niño con el
único fin de crear un proceso de diagnóstico y atención médica conti-
nuado. Entre las características del mismo destacan:
f1) Aparición de un conjunto de signos o síntomas producidos o
alegados por algún miembro de la familia, principalmente la
madre.
f2) El niño se somete a las pruebas pertinentes tendentes a obte-
ner un diagnóstico (análisis, exploraciones…).
f3) El perpetrador desconoce la causa de la supuesta enfermedad.
f4) Los síntomas y signos desaparecen cuando el menor es sepa-
rado de la persona causante del daño.
La sintomatología es muy variada en tanto que unas veces son sín-
tomas inventados por la madre u otras aparecen por la falsificación
de las muestras biológicas o la administración de fármacos al menor.
Ejemplos de este tipo de maltrato pueden ser el dar ciertas medicinas
al niño para que le sobrevengan convulsiones o hipoglucemia y así
tener que acudir al médico, añadir sangre o azúcar a la orina, llevarlo
al médico sin signos aparentes de enfermedad alguna y describir la
madre aquellos que piensa que padece su hijo (...). En cualquier caso,
como señalan Delgado Rubio, Gárate Aranzadi y Martín Bejarano
(2001), las manifestaciones clínicas más comunes son digestivas, ab-
dominales, hemorrágicas, neurológicas, nefrourológicas y cutáneas,
manifestadas mediante fiebre prolongada, síndrome de inmunodefi-
ciencia, epilepsia, intoxicaciones (…).
En cuanto a la persona del simulador o individuo que provoca
dicho síndrome, Meadow determinó que en un 95% de los casos de
Síndrome de Münchausen por poderes la madre era la responsable de
este tipo de maltrato (MEADOW, 1982).
Como ya he señalado, muchos autores lo aprecian como una ma-
nifestación de otro tipo de maltrato, principalmente del físico o del
psíquico. Por el contrario, creo necesario considerarlo como una ti-
pología específica de violencia doméstica contra el niño ya que sur-
ge como mezcla de varios tipos de los anteriormente referidos, sien-
do ese carácter plurifactorial lo que permite su estimación de forma
independiente.
Edition, Revised (DSM-IV-TR), Barcelona, 2000.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 481

G) Otros. Algunos autores también defenderían la existencia de


otros tipos de maltrato158, destacando entre ellos los siguientes:
g1) Bullying. El acoso moral por parte de los compañeros podría
considerarse igualmente un tipo de maltrato infantil que com-
prendería algunas de las variantes mencionadas con anterio-
ridad (maltrato físico, psicológico,…). Una de las característi-
cas principales del citado fenómeno compete a la posibilidad
de desarrollar un Síndrome de Estrés Postraumático que en
muchas ocasiones pudiera llevar asociado un alto riesgo de
comisión de conductas suicidas durante las etapas de la ado-
lescencia. Se trataría en todo caso de una situación crónica
en muchas ocasiones no detectada, o incluso camuflada, por
la propia institución académica del menor (RODRÍGUEZ-
PIEDRA, SEOANE LAGO y PEDREIRA MASSA, 2004).
g2) Explotación laboral en menores. Entrarían a formar parte de
este tipo de maltrato aquellos en los que se emplea al menor
de edad para obtener beneficio económico, supuestos en los
que pudiera perjudicarse el bienestar físico-psicológico del
infante o bien, y como consecuencia de los anteriores, los re-
lativos a la modalidad omisiva del sujeto activo, como sería
el caso de la no escolarización del menor privándole de su
derecho a la enseñanza159.
g3) Maltrato institucional. Englobaría cualquier tipo de medi-
da legislativa, programa, procedimiento, o actuación de los
poderes públicos, que pudiera conllevar para el menor cual-
quier tipo de menoscabo en su correcta y adecuada madura-
ción, ya sea en su modalidad activa (realización de explora-
ciones innecesarias) como omisiva (la promoción de nuevas
actuaciones legislativas respecto a los derechos del menor
agotadas en falsas expectativas).
g4) Maltrato prenatal. Contemplaría aquellos supuestos en los
que la madre acomete voluntaria y conscientemente contra
la figura del feto, pudiendo acarrear importantes secuelas,
tanto físicas como psíquicas, en su desarrollo posterior (sín-
158
A tal efecto vid. CATALÁN FRÍAS, M. J., (2010); MILLÁN, S.; GARCÍA, E.;
HURTADO, J. A.; MORILLA, M. y SEPÚLVEDA, P., (2006).
159
Referencia en Maltrato Infantil. Protocolos de Actuación., Conserjería de
Política Social, Mujer e Inmigración, Región de Murcia, 2008, pág. 89. Disponible en
www.carm.es/psocial/maltratoinfantil.
482 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

drome alcohólico fetal). Del mismo modo, se incluirían bajo


tal denominación aquellos otros supuestos en los que se des-
cuidara la asistencia mínima requerida en tales condiciones
(seguimiento médico inadecuado)160.
En cuanto a los tipos referidos, y si bien se advierte nuevamente
de que cabrían otros muchos supuestos dentro de las acciones de mal-
trato contra el menor (como sería el caso de la corrupción y tráfico
infantil, la trata de niñas menores de edad y su incorporación me-
diante amenaza y coacción al mundo de la prostitución, etc.), no se
considerarían más que los seis primeros descritos por cuanto se hace
mención expresa a los tipos que pudieran acontecer dentro del ámbito
familiar. No obstante, se entendería dentro de la última categoría refe-
rida que tanto el maltrato prenatal como la explotación laboral, si bien
ésta última no con la certeza del primer tipo de violencia mencionada,
pudieran igualmente constituirse como tipos de maltrato dentro del
seno familiar. A tal efecto, podría considerarse la mendicidad como
la realización de un trabajo forzoso para el menor al obligarle el pro-
genitor a tener que realizarlo para obtener éste último los beneficios
económicos resultantes de tal acción.
Así pues, la contemplación del maltrato abarcaría en estos casos
los supuestos de violencia doméstica, donde serían los progenitores o
personas con la guarda y custodia del menor los verdaderos responsa-
bles del citado cometido.
Por último, y respecto a su frecuencia de aparición, dentro del
Programa de Atención al Maltrato Infantil desde el Ámbito Sanitario,
llevado a cabo por el Instituto Madrileño del Menor y la Familia, so-
bre una muestra de 670 niños maltratados, las tipologías de maltra-
to físico, emocional, sexual y negligencia obtuvieron los siguientes
índices161:

160
Más información en Instituto Madrileño del Menor y la Familia, Atención al
Maltrato Infantil desde Salud Mental, Conserjería de Servicios Sociales, Madrid, pág.
54. Referencia en www.madrid.org.
161
Instituto Madrileño del Menor y la Familia, Boletín Epidemiológico de la
Comunidad de Madrid, nº 12, volúmen 7, año 2001, pág. 34.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 483

GRÁFICO 1
Tipología del maltrato a menores

300 262 250

250 169 192


200 Maltrato físico
Maltrato emocional
150
Abuso sexual
100 Negligencia

50

Como puede observarse, la tipología más común es el maltrato fí-


sico al menor –presente en un 30% de los casos estudiados–, seguido
muy de cerca por la negligencia (28,6%), más distanciado se hallan el
abuso sexual (22%) y, finalmente, el maltrato psíquico (19,3%), el cual
ha de ser observado con cierta cautela ya que la dificultad probatoria
del mismo encierra tras de sí una importante cifra la cual, en la prác-
tica, alcanza cotas mayores. A tal efecto, es común que el maltrato
psíquico sea siempre observado de forma conjunta con otros tipos de
maltrato y, en muy pocas ocasiones, de forma independiente o única.
En este caso concreto, hubo 185 menores en los que se manifestaban
más de una forma de maltrato al niño. Las frecuencias más comunes
eran maltrato físico y psíquico (59 casos); maltrato psíquico y negli-
gencia (58 supuestos); mientras el menos frecuente fue el abuso sexual
acompañado de maltrato físico (15 hipótesis).
Por último, en referencia al citado estudio, es necesario tomarlo
como una muestra representativa de las referidas tipologías de maltra-
to a menores en tanto se circunscribe a cuatro modalidades concretas
dejando al margen otras como el referido Síndrome de Münchausen
por poderes o el envenenamiento o drogadicción, a buen seguro casos
con tasas inferiores a las contempladas por los demás.
Atendiendo a este último aspecto, la cuestión principal repercuti-
ría en saber cuáles son los casos que, a partir de las notificaciones de
maltrato no se quedan en meras sospechas. En este sentido, un estu-
dio de una muestra de 3.879 casos de maltrato detectados en Murcia
en un período de cinco años (2003-2007), y del cual el 46,8% (1.814
sujetos) es sometido a una segunda tipificación –entendida la misma
484 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

como la valoración médica de los casos informados con la realidad


del tipo y gravedad del mismo–, se obtienen los siguientes resultados
respecto a la forma de maltrato practicada162:
GRÁFICO 2
Distribución del tipo de maltrato en una segunda tipificación

60% 55%
50%
40% 31,60%
30%
20%
6,10%
10% 3,50% 3,90%
0%
Maltrato Abuso Maltrato Maltrato Negligencia
inexistente sexual físico emocional

Si bien al resto de la muestra no es posible aplicarle la denominada


segunda tipificación, quedando un total del 53,2% de sujetos fuera de
los datos representados en la gráfica referida, se observa en esta última
que en más de la mitad de los menores el maltrato resultaría inexisten-
te, mientras que del resto la mayoría de sujetos se comprenderían bajo
la forma negligente (31,6%) seguido del maltrato emocional (6,10%).
Atendiendo a las cifras exactas de menores podría decirse que del
total de la muestra en la que se establece la segunda tipificación 547
menores sufren negligencia, 110 maltrato psicológico, 70 maltrato fí-
sico y 63 abuso sexual, suma un total de menores maltratados de 817
(45%), estando en el resto ausente el maltrato (997 sujetos).
En este sentido, bastaría realizar una comparativa con la muestra
mencionada previamente; esto es, analizando los datos obtenidos del es-
tudio realizado en la Comunidad de Madrid en el año 2001 con los rela-
tivos a la Región de Murcia del 2008, se observa que el tipo de maltrato
más frecuente atañe ahora a la forma negligente seguida de la psicológi-
ca, lo que permite intuir la aplicabilidad y efectividad de los mecanismos
y medios de detección existentes respecto a formas de maltrato que pu-
Referencia en Maltrato Infantil. Protocolos de Actuación., Conserjería
162

de Política Social, Mujer e Inmigración, Región de Murcia, 2008, págs. 23 y ss.


Disponible en www.carm.es/psocial/maltratoinfantil.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 485

dieran haberse considerado “invisibles”. Así pues, mientras se observa en


el primer estudio que el maltrato físico representaría a la mayoría de los
tipos de maltrato –aún no distando significativamente de la forma negli-
gente–, en la segunda de las muestras referidas se contempla una mayor
distanciamiento entre los porcentajes de cada uno de los tipos aludidos,
aspecto que nos hace evidenciar la concienciación social respecto a for-
mas de violencia no ceñidas a las únicamente visibles o manifiestas.

II. MODELOS EXPLICATIVOS

Haciendo mención a los principales modelos teóricos para la ex-


plicación del maltrato infantil, se presentan a continuación, siguiendo
a Aracela et al., los que serían los postulados teóricos fundamentales
de cada uno de ellos (ARACELA ET AL., 2000).
A) Modelo del apego. Entendiendo el apego como la creación,
durante los primeros años de vida, de un vínculo emocional entre el
menor y la figura a cargo de su cuidado, está teoría explica que la au-
sencia de bases seguras, de falta de cuidado o de apoyo, así como la
carencia de experiencias de interacción adecuadas, serían fenómenos
explicativos del maltrato en la adultez. Comprendería un tipo de ex-
plicación retrospectiva, entendiendo que las relaciones disfuncionales
establecidas entre el individuo y sus cuidadores principales durante la
infancia del primero, lo vulneraron en su capacidad para interactuar,
en el momento actual, son sus propios hijos.
B) Modelo psicológico-psiquiátrico. Según este modelo las cau-
sas del maltrato responderían a la presencia de alteraciones psíquicas
en los progenitores, destacando entre estas las relativas a sintomatolo-
gía de tipo depresivo, ansiosa, rasgos de personalidad, etc.
C) Modelo psicosocial. Este modelo defiende la teoría de la trans-
misión intergeneracional del maltrato, entendiendo que todas las ex-
plicaciones debieran buscarse en las interacciones del individuo con
su familia de origen y con su núcleo familiar actual. En este sentido,
se advierte que las experiencias de maltrato o falta de apoyo y afec-
to durante la infancia repercutirían tanto en el desarrollo del sujeto
como en la conformación de una estructura de personalidad que repe-
tirá los mismos patrones de conducta disfuncionales experimentados
durante la niñez.
486 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

D) Modelo sociocultural. Serían los factores sociales, económi-


cos y culturales los que debieran considerarse en la explicación del
fenómeno del maltrato, pues comprenderían el contexto ideal para
que el mismo se llevase a término; esto es, interaccionando de mane-
ra específica las citadas variables el maltrato infantil tendría mayores
posibilidades de desarrollarse (nivel económico deficitario, inestabi-
lidad laboral, eventos vitales estresantes,…). En relación al último de
los aspectos mencionados, determinadas creencias y valores sociales
favorecerían este tipo de comportamiento hacia los hijos. A tal efecto
baste señalar la consideración de una disciplina parental punitiva o
autoritaria como la mejor forma de educación parental frente a estilos
más democráticos.
E) Modelo de la vulnerabilidad del menor. Existen ciertas carac-
terísticas de los niños que los hacen más vulnerables, siendo general-
mente dichas fuentes del maltrato las identificadas con enfermeda-
des crónicas y déficits en los menores (problemas académicos, retraso
mental,…). No obstante, habría que advertir que en muchas ocasiones
sería difícil identificar si la procedencia exacta de las citadas caracte-
rísticas serían procedentes de las propias características idiosincrási-
cas o de las repercusiones de un maltrato severo y prolongado en el
tiempo.
F) Modelo ecológico. Analiza el desarrollo del maltrato hacia el
menor desde diferentes niveles; esto es, individual, social, familiar o
de redes sociales, entre otros, considerando en cualquier caso las inte-
racciones resultantes de los mismos. Uno de los autores más represen-
tativos de los citados modelos es Blesky quien, como se detallará con
posterioridad, define que el maltrato infantil debiera de valorarse bajo
la comprensión de cuatro grandes sistemas de interacción; a saber
(BLESKY, 1980):
1) Desarrollo ontogenético (onosistema). Nivel que abarcaría to-
dos aquellos factores relacionados con el desarrollo del me-
nor y la formación de las estructuras de personalidad en las
diferentes etapas vitales.
2) Microsistema familiar. Definido como el contexto inmediato
en el cual se produce la acción ilícita sobre el infante.
3) Exosistema. Englobaría aquellos aspectos relativos a las es-
tructuras que rodean al microsistema familiar (trabajo, rela-
ciones sociales, vecinos, etc.).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 487

4) Macrosistema. Referido al conjunto de creencias y valores so-


cio-culturales (derechos de los niños, paternidad,…)
Así por ejemplo, mientras los aspectos relativos a las pautas de
crianza o el rechazo emocional sufrido en los años de escolarización,
debieran de responder al primero de los sistemas planteados, el ni-
vel de desempleo, condiciones del hogar y/ o la falta de redes sociales
de apoyo, se ubicarían propiamente en el ecosistema definido por el
autor.
En general, se presupone con este modelo la existencia de cuatro
sistemas generales de actuación, respetando el orden de concentra-
ción en base a la numeración referida y que, en todo caso, haría alu-
sión al contacto más o menos directo del menor con su entorno social,
debiendo advertir pues que todos ellos estarían interconectados y que,
por ende, pudieran repercutir sobre el mismo de un manera u otra.

FIGURA 1
Representación del modelo ecológico
en base a la interpretación de J. Belsky

Conforme las acciones


Nivel 1/ onosistema son efectuadas a nivel más
interno, el contacto directo
Nivel 2/ microsistema con el menor aumenta. Se
trata en todo caso de un
conjunto de desencadenantes
Nivel 3/ exosistema
del maltrato que pudieran
tener un origen de mayor o
Nivel 4 o macrosistema menor cercanía respecto al
infante pero que, en
cualquier caso, supondrían
igualmente las consecuencias
sobre su persona.

G) Modelo transaccional. Cicchetti y Rizley parten de una expli-


cación bidimensional que plantea la consideración de dos factores en
la comprensión del maltrato infantil: temporal y de riesgo. Mientras
la primera se caracteriza por recoger factores permanentes y transi-
torios, en la definición dimensional del riesgo se contemplaría tanto
aquellos factores potenciadores como los compensatorios.
En este sentido, y aludiendo a las posibles alternativas resultantes
de la interacción de tales dimensiones, se obtendrían los siguientes as-
488 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

pectos a valorar en el desarrollo del maltrato hacia el menor; a saber:


1) vulnerabilidad (factores permanentes-potenciadores); 2) protector
(factores permanentes-compensatorios); 3) provocador (factores transi-
torios-potenciadores); y 4) contenedores (factores transitorios-compen-
satorios) (CICCHETTI y RIZLEY, 1981). A tal efecto, bastaría señalar la
condición financiera como ejemplo de la última interacción o hipótesis
mencionada, o la relación familiar positiva como un factor protector o
preventivo de comportamientos disfuncionales en el seno familiar.
Finalmente indicar que, como refieren los autores señalados, no
sería adecuado tomar aisladamente cada uno de los modelos indica-
dos para dar una respuesta explicativa al maltrato infantil, sino que
cada uno de ellos soporta elementos relevantes en cuanto a la com-
prensión del citado fenómeno.

III. FACTORES DE RIESGO EN EL MALTRATO INFANTIL

En este apartado se pretende abordar los agentes precipitantes


considerados más inmediatos de las consecuencias que el para el me-
nor de edad pudiera suponer una situación de maltrato. En este senti-
do, y previa información sobre los que serían comprendidos como los
principales factores de riesgo, se considera necesario señalar quienes
serían aquellos sujetos con una mayor probabilidad de sufrir los efec-
tos señalados. Así pues, se desarrolla a continuación un supuesto de
prototipo sobre la mayor posibilidad que presentan algunos menores
de experimentar tales sucesos para, a continuación, presentar aque-
llos factores de riesgo y signos de detección más característicos en lo
que respecta al maltrato infantil.

1. Perfil del menor maltratado

‹‹El niño es una víctima propicia para la mayor parte de los de-
litos y aún más para la violencia doméstica dada su indefensión y su
más que probable incapacidad para acusar al agresor›› (MORILLAS
FERNÁNDEZ, 2003).
No existe una opinión unánime en la doctrina criminológica a la
hora de determinar un prototipo de menor víctima de malos tratos. A
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 489

tal efecto, en lo referente a la edad y al sexo, Gisbert Calabuig manifies-


ta las discrepancias que, sobre la determinación de una edad y un sexo
concreto, existen en el maltrato. Así, para Rabouille, el 70% de los me-
nores víctimas de maltrato son menores de tres años, predominando los
producidos en niños varones; Strauss habla que el 50% son menores de
un año; mientras McHenry argumenta que el 30% son menores de seis
meses. No obstante, en lo referente a España, Martínez Roig establece
la edad media del maltrato en los tres años, no existiendo grandes di-
ferencias entre ambos sexos (GILBERT CALABUIG, 1991). Castellano
Arroyo, por su parte, refleja, en un estudio llevado a cabo en el Hospital
Clínico Universitario de Zaragoza, que se han dado diecisiete casos de
maltrato a niños de los cuales seis eran menores de cuatro años, pre-
dominando el maltrato sexual cometido sobre ellos (CASTELLANO
ARROYO, 1984). No obstante, estos datos han de ser analizados con
suma cautela ya que, como señalan Maden y Wrench, existen tres cir-
cunstancias que desvirtúan tales estudios: a) suele restringirse el aba-
nico de edades de la muestra; b) los datos son aportados por servicios
pediátricos, que en determinados porcentajes excluyen a niños de de-
terminada edad y a adolescentes; y c) es más fácil detectar las lesiones
en niños de corta edad, así como más difícil camuflarlas para hacerlas
aparecer como accidentales (MADEN y WRENCH, 1981). En cualquier
caso, Herrera Moreno entiende que, pese a las referidas matizaciones,
la edad de la víctima, conforme a los estudios realizados, «no suele su-
perar la de seis o siete años» (HERRERA MORENO, 1994).
Por su parte, según Torres Sánchez el perfil del niño maltratado
se caracterizaría por los siguientes aspectos: i) acontecer en cualquier
etapa de desarrollo, destacando su frecuencia durante la lactancia y
primera infancia (hasta los tres años); ii) no se muestra un predomi-
nio neto para ningún género, a excepción del abuso sexual que sería
más frecuente en escolares y adolescentes de sexo femenino; iii) si el
menor es adoptado o no deseado existiría una mayor probabilidad de
sufrir tales conductas; y iv) los rasgos de personalidad del menor de
edad (llanto frecuente de los lactantes, irritables, desobedientes, etc.)
(TORRES SÁNCHEZ, 2010). No obstante, se comprenderían estos
dos último aspecto por su conveniencia incluidos dentro de los fac-
tores precipitantes y predisponentes que, respectivamente, pudieran
constituirse como factores de riesgo o favorecedores del maltrato.
En general, no podría advertirse un perfil exacto del menor con
mayor probabilidad de ser victimizado, pero sí pudieran considerarse
490 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

los factores de riesgo que, como se verán seguidamente, precipitan el


desarrollo de comportamiento de maltrato en niños con mayor vulne-
rabilidad; esto es, entrarían en este colectivo en mayor medida aque-
llos que contemplen las características referidas con anterioridad, so-
bre todo en relación a la edad del infante.
Incidiendo en la trascendencia de la edad de la víctima, el estudio
referido con anterioridad llevado a cabo por el Instituto Madrileño del
Menor y la Familia, sobre una muestra total de 597 casos arroja los
siguientes datos:

GRÁFICO 3
Edad de los menores objeto de malos tratos (%)

16-18 años
12-15 años 6% 0-3 años
17%
34%

8-11 años
19% 4-7 años
24%

Como se ha puesto de manifiesto, el período más común de mal-


trato al menor es el comprendido desde su nacimiento hasta los tres
años (33,8%). Sin embargo, puede observarse como conforme aumen-
ta la edad del niño disminuyen los casos de violencia –23,78% si el
menor tiene entre cuatro y siete años; 19,2% entre ocho y once; 17,4%
entre doce y quince; y 5,7% entre dieciséis y dieciocho–. El principal
motivo explicatorio de este fenómeno es, a mi juicio, la indefensión
presentada por los sujetos pasivos, esto es, el recién nacido no cuenta
con medios propios de protección por lo que el victimario podrá rea-
lizar libremente todos los actos violentos que desee; por contra con-
forme crece el menor genera más instrumentos de defensa frente a las
agresiones del victimario, esto es, la reiteración de ataques de especial
relevancia puede despertar sospechas en los centros hospitalarios; la
propia fortaleza física de la víctima, la cual aumenta año tras año, im-
pedirá al maltratador ejercer violencia contra él; su círculo de amista-
des puede ayudarle a denunciar los hechos o darle refugio; el agresor
es consciente de que conforme avanzan los años dicha violencia pue-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 491

de volverse contra él (…); en definitiva, una serie de mecanismos de


defensa-ataque, desarrollados con el paso del tiempo e inexistentes al
principio, limitadores del poder ejercido por el sujeto activo durante
los primeros años de agresiones.
El referido estudio rompe, además, con las críticas generales llevadas
a cabo por Maden y Wrench pues usa una población objeto de muestreo
que no restringe la edad de la víctima en tanto contempla la minoría de
edad en su totalidad –desde el nacimiento hasta los dieciocho años–163.

2. Desencadenantes

Una vez señaladas las características pudieran favores la acción


ilícita de maltrato hacia un menor, junto a ellas podrían establecerse
una serie de factores que en mayor medida incidirían en su manifesta-
ción y cronificación posterior.
Una de las investigaciones más desatacadas en este ámbito hacen
alusión a la figura de J. Belsky, autor ya referido con anterioridad que
sistematiza los desencadenantes del maltrato infantil atendiendo a la
existencia de cuatro niveles globales que en definitiva vendría a corres-
ponder con una representación espacio-temporal del mismo; a saber:
a) onosistema; b) microsistema; c) ecosistema; y d) macrosistema.
Por su parte, y desde un punto de vista más general, Leganés
Gómez especifica los siguientes: padres muy jóvenes, desavenencias
conyugales, familia numerosa, convivencia con padres no biológi-
cos, relaciones familiares violentas, escaso apoyo familiar y social,
estrés en la familia permanente, familias monoparentales, vivienda
inadecuada, desempleo o trabajo inestable e ingresos insuficientes
(LEGANÉS GÓMEZ y ORTOLÁ BOTELLA, 1999).
Amorós Galitó, por su parte, trata, conforme a la línea aquí defen-
dida, dichos factores desde una perspectiva particular y los determina
desde distintos núcleos (AMORÓS GALITÓ, 1999). La referida clasifi-
cación quedaría representada de la siguiente manera:
163
A tal efecto, las notificaciones fueron realizadas por Hospitales, Centros de
Salud, Centro de Acogida (Madrid), Salud Mental, Centro Municipal de Salud (…),
donde la mayor parte de los informes provienen de hospitales (294 casos) y Centros
de Atención Primaria (232).
492 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

TABLA 1
Clasificación de los factores de riesgo según Amorós Galitó.
Afectación del nivel
Comportamientos Asociados a los Repercusiones de la
socio-económico
parentales menores estructura familiar
y laboral

– Historia de malos – Discapacidades, – Hijos no deseados. – Paro e inestabilidad


tratos, falta de minusvalías psí- – Desestructuración laboral.
afecto y desestruc- quicas y defectos familiar. – Pobreza.
turación familiar congénitos. – Paternidad – Falta de vivien-
durante su infancia. – Problemas de salud adolescente. da o vivienda
– Deficiencia mental crónicos. – Familia numerosa insuficiente.
e inestabilidad – Hiperactividad y o monoparental. – Falta de red o apo-
emocional. oposicionismo – Padres separados o yo social.
– Trastornos psicoso- – Prematuridad y divorciados. – Cambio frecuente
máticos. Depresión, bajo peso al nacer. – Exceso de de domicilio.
inmadurez, baja disciplina. – Exceso de vida
autoestima. – Falta de normas social.
– Falta de autocon- educativas. – Exceso de trabajo.
trol y baja toleran- – Falta de interacción – Competitividad
cia a la frustración. padres-hijos desmesurada
– Desconocimiento
del rol parental.
– Desconocimiento
del proceso evoluti-
vo del niño y de sus
necesidades físicas
y emocionales.
– Aislamiento social.
– Alcoholismo y otras
drogadicciones.
– Prostitución.
– Delincuencia.

En relación a lo inmediatamente referido, la Clasificación Internacional


de Enfermedades elaborada por la Organización Mundial de la Salud, re-
cogería en uno de sus capítulos lo relativo a las situación psicosocial de
riesgo en el menor objeto de maltrato. Destaca conforme a ello la trans-
cendencia de considerar siete grandes áreas en el proceso de detección,
evaluada cada una de estas conforme a unos criterios que analizan desde
la normalidad de la acción, hasta aquellas otras pautas caracterizadas por
la severidad de la conducta del tercero; por su parte, indica que no todas
las variantes señaladas serían aplicables al conjunto de casos existentes.
Respecto a los grupos de clasificación de los factores de riesgo
diferencia siete tipos de situaciones genéricas; a saber: 1) las anoma-
lías en la relación familiar; 2) la presencia de trastornos mentales en
el grupo primario o de apoyo; 3) inadecuaciones o distorsiones en la
comunicación intrafamiliar; 4) características anómalas en la crian-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 493

za; 5) crianza en instituciones; 6) acontecimientos vitales agudos; 7)


factores sociales de estrés; 8) factores de estrés interpersonal crónico
asociado al colegio/ trabajo; y 9) acontecimientos o situaciones estre-
santes derivadas del propio trastorno/ discapacidad del menor. Una
representación más específica de los criterios que comportan cada
uno de los grupos quedaría detallada del siguiente modo:

TABLA 2
Situaciones psicosociales de riesgo. Eje V de la CIE-10.
Multiaxial de la infancia y adolescencia164

2: severo; 1: leve; 0: normal; 8: no aplicable; 9: insuficiente; C: continuo; I: intermitente


Nota: detrás de cada ítem se ha situado la correspondencia de los códigos Z de la CIE-10

164
Fuente tomada del Equipo de Salud Mental Infanto-Juvenil del distrito de
Tetuán (Madrid). Referencia en www.madrid.org.
494 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Llegado a este punto, y a pesar de que tanto los autores precedentes


como la Organización Mundial de la Salud recogen de manera sistemá-
tica aquellos factores que en mayor medida pudieran precipitar la comi-
sión de un hecho traumático de tales características por el agresor, pa-
rece más oportuno tomar como referente la sistematización que de tales
factores realizan Millán, García, Hurtado, Morilla y Sepúlveda cuando
citan la clasificación realizada por Trillo en 1990. A tal efecto, señalan los
autores referidos que el maltrato infantil no es un fenómeno simple, sino
que se trata de una realidad compleja y que requiere de un tratamiento
multidisciplinar dada la diversidad y cantidad de factores involucrados.
La recopilación citada quedaría recogida en las siguientes tablas:

TABLA 3
Factores de riesgo individuales: características de los padres y de los menores

FACTORES INDIVIDUALES
CARACTERÍSTICAS
CARACTERÍSTICAS DE LOS PADRES
DE LOS NIÑOS
1. Características demográficas 4. Personalidad 1. Características físicas
– Edad – Aislamiento, soledad – Edad
– Sexo – Impulsividad – Sexo
– Estatus socioeconómico – Falta de autocontrol – Niños prematuros y/ o con
– Nivel educativo bajo – Baja tolerancia al estrés bajo peso
(analfabetismo) – Escasa capacidad empática – Niños con defecto congénito
– Etnia: pertenencia a grupos – Trastornos psicopatológi- – Niños con minusvalía física
étnicos marginados cos y/ o depresivos y/ o psíquica
2. Historia de crianza – Escasa tolerancia a la – Niños con patrones alimen-
– Malos tratos frustración ticios o de sueño defectuo-
– Carencia afectiva o maltra- – Desconfianza hacia el sos (“niños difíciles”)
to emocional futuro – Niños con problemas
– Desatención – Fanatismo fundamentali médicos crónicos, incluidas
– Desestructuración y ruptu- sta(sectarismo, filosofía y dificultades evolutivas y
ra familiar morales extremas, …) alimentación que requieren
– Paso por instituciones de 5. Conductas desadaptativas de especial atención
acogida – Prostitución – Historia reciente de
3. Características del rol – Delincuencia enfermedades serias o
parental – Alcoholismo fallecimiento de herma-
– Falta de experiencia en cui- – Drogodependencia nos u otros familiares
dar niños (desconocimiento significativos
necesidades alimenticias, – Características físicas de
horarios,…) los niños que cumplen las
– Paternidad temprana (falta expectativas de los padres
de conocimiento sobre 2. Personalidad y /o conducta
las necesidades evolutivas – Temperamento difícil
y psicológicas, actitudes – Hiperactividad/ apatía
inadecuadas, exceso de – Desobediencia/
actividades sociales y pro- oposicionista
fesionales, etc.) – Baja responsabilidad
– Fracaso escolar
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 495

TABLA 4
Factores de riesgo familiares
FACTORES FAMILIARES
ESTRUCTURA FAMILIAR INTERACCIÓN Y DINÁMICA FAMILIAR
– Familia numerosa 1. Relaciones familiares 2. Interacción
– Escasa diferencia de edad entre los – Escasa integración padres-hijos
hermanos familiar (discusio- – Separación
– Varios niños pequeños en el hogar nes, agresiones,…) padres-hijos
– Padres adolescentes – Escaso ajuste de la – Estilo disciplinario
– Hijos no deseados. El maltrato comien- pareja conyugal punitivo
za ya en el embarazo por el rechazo y – Estrés permanente – Escasa habilidad
la falta de cuidado materno (maltrato – Mala comunicación para distinguir
prenatal) – Inadecuación en sentimientos
– Familia monoparental los límites o reglas – Carencia de víncu-
– Ausencia de uno de los progenitores familiares los afectivos
– Padrastros – Rupturas repetidas – Baja cantidad
– Padres separados o divorciados en la estructura y calidad de las
– Convivencia inestable con el compa- familiar interacciones
ñero (no padre biológico) – Ausencias prolon- – Bajas expectativas y/
– Escaso apoyo por la familia extensa gadas del domicilio o exageración de las
(abuelos, tíos,…) familiar mismas por parte de
los padres sobre el
rendimiento acadé-
mico del menor

TABLA 5
Factores de riesgo ambientales
FACTORES AMBIENTALES
CLASE SOCIAL,
MOVILIDAD
TRABAJO, NIVEL
VIVIENDA RED SOCIAL GEOGRÁFICA
SOCIOECONÓMICO Y
FAMILIAR
CULTURAL
– Desempleo – Ausencia de – Aislamiento – Emigración
– Baja autoestima vivencia – Escaso soporte o – Nomadismo
profesional – Falta de apoyo social – Cambios frecuen-
– Insatisfacción laboral habitabilidad – Rechazo social tes de domicilio
– Trabajo de la mujer fue- – Hacinamiento
ra del hogar (sobre toso
en los casos de abusos
sexuales intrafamiliares)
– Ingresos insuficientes
– Estrés laboral

TABLA 6
Factores de riesgo socioculturales
FACTORES SOCIOCULTURALES
DESARROLLO ECONÓMICO-SOCIAL IDEOLOGÍA SOCIAL
– Crisis económica – Actitudes hacia la infancia, mujer, familia y
– Bienestar social paternidad
– Movilidad social – Actitudes hacia la marginación
– Actitudes hacia la violencia
496 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Continuando con los autores señalados, advierten los mismos so-


bre el aumento del riesgo que supondría la aparición simultánea de los
factores mencionados con anterioridad (MILLÁN ET AL., 2006); esto
es, se entendería una mayor amenaza para la integridad del menor si
se atiende a la repercusión inmediata del conjunto de variables que
pudieran incidir y condicionar su correcto funcionamiento posterior.
Para finalizar, y respecto a los signos que pudieran referir sospe-
cha de maltrato, las variantes que se encuentran son muy diversas, re-
conociendo desde el ámbito de contextualización del mismo hasta las
características comportamentales tanto de los progenitores como del
menor de edad. Se trataría en todo caso de indicios que permitirían
visualizar las consecuencias de los desencadenantes señalados previa-
mente y que, en todo caso, debieran de sistematizarse atendiendo a
la multidimensionalidad de los mismos. En esta línea cabría advertir
que no se entendería lo mismo por factor de riesgo que por signo de
detección, comprendiendo en todo caso la existencia de este último
a la manifestación de los primeros; esto es, se relacionaría el signo
con la presencia de las posibles consecuencias del propio maltrato, lo
que estaría relacionado con las consecuencias del mismo que seguida-
mente se estudiarán.
Por último, conviene referir que en el momento de considerar los
factores de riesgo, así como los signos de detección, no pudieran pasar
inadvertidos la consideración de dos elementos fundamentales; a sa-
ber: a) la frecuencia de maltrato y b) la cronicidad del mismo. Respecto
al primero, podría recogerse a partir del número de notificaciones o
informes procedentes de otras instituciones y, en relación al segundo,
éste podría evaluarse en relación al tiempo transcurrido desde el pri-
mer episodio hasta el momento de la intervención; no obstante, tanto
uno como otro interactúan conformando la severidad del maltrato,
debiendo en todo caso considerarse tanto ‹‹el número de actos maltra-
tantes como la duración de los mismos›› (MUELA APARICIO, 2008).

IV. LA IMPORTANCIA DE LA ACTUACIÓN MÉDICA EN LA DETEC-


CIÓN DEL MALTRATO: INTERPOSICIÓN DE LA DENUNCIA

Según Giménez Pando et al., uno de los principales motivos del


tratamiento urgente del maltrato infantil respondería a las elevadas
tasas de mortalidad existentes, advirtiendo que en Estados Unidos di-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 497

chas cifras ya supondrían 1,6 niños por cada 100.000 maltratados,


unido a que más de las tres cuartas partes de la citada proporción
lo conformarían sujetos menores de 3 años (GIMÉNEZ PANDO ET
AL., 2007). En España, se estima que el maltrato infantil constituye
la segunda causa de muerte durante los primeros cinco años de la
vida del infante, siendo el principal motivo aquellos consecuentes a la
aparición de un traumatismo craneoencefálico (HERNÁNDEZ DEL
RINCÓN, 2010).
Lógicamente no es fácil establecer una serie de secuelas o reper-
cusiones originadas de forma inmediata en el menor sino que, algunas
de las mismas, pueden tardar mucho tiempo en aparecer. De igual for-
ma, tampoco cabe referir una lista de situaciones o sensaciones con-
cretas que va a reproducir el menor tras el maltrato en tanto que las
mismas dependerán de distintos factores tales como, por ejemplo, la
edad del menor, el sexo, la intensidad del maltrato, la figura del agre-
sor, etc. Schultz entiende que la secuela traumática podrá existir o no
dependiendo de la combinación de una serie de variables: proporción
de la violencia empleada, relación entre víctima y agresor y reacción
generada en la familia, sociedad y personas cercanas a la víctima una
vez conocido el maltrato (SCHULTZ, 1975). Del mismo modo, deben
distinguirse los supuestos de maltrato, en tanto cada uno de ellos va a
originar un tipo de secuela que puede incidir de distinta forma en el
menor. Así, por ejemplo, en el supuesto de maltrato físico, las lesiones
producidas, del tipo e intensidad de la agresión, supondrán una mayor
o menor gravedad de las mismas y, por tanto, el período de recupera-
ción será mayor; en el supuesto de maltrato sexual, qué duda cabe que
dichos hechos van a originar en el menor un cierto miedo a la hora de
mantener relaciones sexuales en un futuro con otra persona. Sin duda
van a ser las repercusiones psíquicas las más difíciles de detectar y
probablemente las que originen en el menor un cierto grado de peli-
grosidad mayor, tanto para él como para el resto de los individuos.
Teniendo en cuenta lo expuesto, la detección temprana de los ca-
sos de maltrato y abuso hacia los menores cobra una gran importan-
cia. Se trata de una cuestión bastante más compleja que en el maltrato
a la mujer, ya que mientras la última acude al médico-forense de for-
ma libre, en el supuesto de maltrato al menor, por lo general y salvo
contadas excepciones, va a ir siempre acompañado de un adulto, nor-
malmente su maltratador, quien va a argumentar de forma opuesta a
la realidad el motivo por el que el menor ha sufrido las lesiones y, en
498 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

el caso de que el médico las detecte, negará el origen de las mismas.


Por tanto, el principal problema que en este sentido se encuentra es la
dificultad para diagnosticar el maltrato, que va a acrecentarse por la
enorme complejidad que lleva aparejado determinar si se han produ-
cido de forma accidental o intencional. En consecuencia, el médico
ha de moverse sobre un terreno extremadamente complejo y la con-
creción de si efectivamente existen o han existido malos tratos en el
menor deberá de realizarla mediante indicios, de forma conjunta con
las exploraciones pertinentes.
Gutiérrez Díez fija los indicios sobre los que ha de moverse el mé-
dico para detectar o no el maltrato (GUTIÉRREZ DÍEZ, 1995):
— Actitud del niño. Si se muestra receloso, temeroso, apático,
no controla sus esfínteres, si manifiesta miedo a las personas
mayores, si se alegra de ver a la enfermera y al médico, si se
pone triste cuando ha de volver con alguno de sus padres (…)
suelen ser síntomas que delatan la existencia de malos tratos
al menor.
— Si se da algún tipo de lesiones características del maltrato:
equimosis, hematomas, heridas contusas, quemaduras, (…).
— Existencia de violencia múltiple detectada por la diversidad
de lesiones (equimosis, heridas, hematomas,…), la antigüe-
dad diferente de las lesiones, o el lugar de presentación de las
mismas (cara, cabeza, nalgas,…), entre otros.
— Discordancia entre las lesiones encontradas y la causa etioló-
gica dada por los padres o cuidadores.
— Falta de cuidados médicos habituales: vacunas, revisiones pe-
riódicas (…).
— Defectos de nutrición o crecimiento sin causa orgánica que
los justifique.
— Reincidencia de accidentes: Intoxicaciones, caídas, quemadu-
ras, etc.
Todos estos indicios, además, han de ser completados con otros
propios del tipo de maltrato que el médico cree que adolece el menor.
Así, por ejemplo, si el médico tiene indicios de que el niño es víctima
de maltrato físico deberá observar las laceraciones en encías y muco-
sa oral, excoriaciones, azotamientos, hematomas, huellas de arcadas
dentarias, eritema por pañal (…); si sospecha que es psicológico de-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 499

berá observar si la autoestima es baja, presenta una timidez extrema,


sentimientos de miedo, terrores nocturnos, inadaptación social (…);
si cree que el maltrato es sexual deberá prestar atención a las lesiones
aducidas, infecciones genitales, alteraciones de la alimentación, ano-
malías del funcionamiento social (…)(CASTELLANO SAINS, 2001);
si contempla la posibilidad del Síndrome de Münchausen por poderes
deberá comprobar si los vómitos que alega la madre son producidos
por la administración de algún tipo de fármaco o si la fiebre que alega
ha podido ser producida por haber introducido éste en agua caliente o
si las manifestaciones cutáneas que presenta han podido ser causadas
por irritación de la piel al aplicársele determinados productos irritan-
tes; si el maltrato es físico (…).
En cuanto a la actuación común y concreta que ha de seguir el mé-
dico cuando se le presenta un menor, debe actuar de la misma forma
que con cualquier otro tipo de víctima, con pequeñas matizaciones,
tal y como especifica Gutiérrez Díez:
A) Deberá conversar con los padres sobre cual ha sido la causa de
la lesión que presenta el menor. Lo normal es que si ellos han sido los
maltratadores lleven una explicación preparada por lo que el médico
ha de ser muy sutil con las preguntas que les haga para que no se sien-
tan acosados y así poder descubrirlos sin que ellos lo aprecien.
Si el niño es ya mayor deberá procurar hablar con él a solas. Lo
primero que debe hacer el médico es intentar ganarse la confianza del
menor con preguntas triviales y que despierten el interés del niño, para,
poco a poco, intentar centrarse en la causa del maltrato y, si bien el me-
nor no le relata los hechos, sí aproximarse lo más posible a los mismos
ya que la información que logre, puede que el niño no vuelva a repetirla
posteriormente en tanto que ya sea presionado por sus padres, o por
querer proteger a los padres, se asuste y decida no volver a relatar lo
que pasó, etc. Por todo ello, el médico ha de ser muy locuaz con el me-
nor e intentar obtener el relato de los hechos sin presionarlo.
B) Exploración física. Ha de ser el siguiente paso que dé el médi-
co. Si sospecha de la existencia de malos tratos al menor ha de buscar
indicios que confirmen dicha idea, de forma particular, sin restar im-
portancia al resto de la exploración. Dicha exploración física debe de
constar de cuatro partes:
b1) Examen externo meticuloso. El medico debe observar el esta-
do externo del niño de forma particularizada procediendo a valorar
500 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

diversas circunstancias externas tales como falta de higiene, de ali-


mento, de ropa, si existen heridas visibles, manchas de sangre (…). El
tipo de maltrato más común a observar en esta fase de la exploración
es el físico, en tanto que las lesiones externas van a llamar la atención.
Las que con mayor frecuencia suelen encontrarse son quemaduras,
equimosis, hematomas, alopecias ocasionadas por arrancamiento de
cabello y arañazos.
b2) Exploración general. Debe realizarse de forma más específi-
ca ya que de lo que se trata de localizar son lesiones internas tales
como fracturas, opacificación del cristalino, etc. Si ha habido maltra-
to sexual es en esta fase de la exploración cuando el médico lo va a de-
tectar. Para ello es necesario explorar además de los genitales el ano,
la cara interna de los muslos así como las lesiones causadas por lucha
e intentos de inmovilización. No obstante, hay que tener presente que
dicho tipo de maltrato sólo va a producir lesiones en los supuestos de
penetración del pene en vagina o ano o introducción de objetos en
vagina o ano. En los supuestos de penetración del pene en la cavidad
bucal, tocamientos de la región genital del niño, o que el niño toque
los genitales del agresor o la masturbación del agresor por el niño no
deben de producirse lesiones.
b2.1) Penetración vaginal. Como afirma Lachica López, en las ni-
ñas menores de seis años el coito es anatómicamente imposible, dado
que el ángulo subpúbico es aún muy agudo, constituyendo una ver-
dadera barrera ósea. En las niñas de seis a once años, es ya posible la
cópula pero las dimensiones de los genitales son tan reducidas que la
penetración del pene de un adulto lleva aparejada la rotura del periné
o incluso del tabique recto-vaginal. No obstante, es bastante común la
aparición de contusiones en los labios mayores y menores, aun cuando
no se consiga la penetración, desgarro del himen, pudiendo llegarse
en casos extremos a la ruptura de la bóveda vaginal y una herniación
vaginal de vísceras abdominales(LACHICA LÓPEZ, 1999). En niñas
mayores las lesiones tienden a disminuir conforme avanza la edad de
la víctima, siendo lo más común la rotura del himen.
b2.2) Penetración anal. El médico ha de buscar hematomas, cica-
trices, verrugas (…). Si la víctima opuso resistencia aparecen lesio-
nes en el esfínter externo: fisuras, excoriaciones e incluso rotura del
mismo debido a la desproporción. Además, el médico deberá centrar
la exploración en comprobar si existen lesiones locales diversas en la
mucosa indicativas de traumatismo reciente o antiguo en la zona y en
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 501

la tonicidad del esfínter anal, esto es, la consistencia del anillo muscu-
lar que cierra el recto. Pese a ello, el facultativo no ha de sacar conclu-
siones erróneas y practicar todo tipo de prueba tendente a esclarecer
los hechos ya que, por ejemplo, la presencia de una fisura anal no
tiene por que ser síntoma de maltrato sexual, que puede serlo, sino
también que ha podido ser provocada por el estreñimiento que sufren
los niños, por enemas, supositorios (…) (LACHICA LÓPEZ, 1999).
b2.3) Introducción de objetos en vagina o ano. Suele producir las
mismas lesiones que en los dos apartados anteriores, añadiendo si
cabe irritación vulvar, vulvovaginitis, erosiones, heridas, etc.
C) Fotografía de las lesiones. Suelen ser útiles para acompañar el
informe médico y poder sacar posteriores conclusiones una vez que el
niño se ha recuperado de las mismas. Una de ellas debe de realizarse
de cuerpo entero o, en su defecto, de la zona afectada y otra en detalle
de la lesión, para apreciar las características de la misma. Asimismo
en ambas debe de constar la fecha en que se hicieron.
D) Pruebas complementarias. El médico debe de realizar, como ya
se ha referido en más de una ocasión, todas aquellas pruebas que es-
time necesarias para desvelar la naturaleza de las lesiones y proceder
a su tratamiento. Entre las mismas hay que destacar la radiológica, la
oftalmológica o la recogida de muestras, principalmente en los casos
de maltrato sexual, que serán remitidos a laboratorios especiales para
determinar la identidad del presunto agresor.
E) Ingreso hospitalario. Cuando sea necesario el médico debe de
ordenar el ingreso del menor. En el caso de que los padres o tutores
denegaran el ingreso, deberá de solicitarlo al juez de guardia.
F) Comunicar la existencia del maltrato a las autoridades compe-
tentes mediante la remisión del parte de lesiones (GUTIÉRREZ DÍEZ,
1999). No obstante, éste debiera de acompañarse de algún tipo de do-
cumentación adjunta donde se describiera de forma precisa el alcan-
ce, tipología y caracteres de las lesiones observadas en el menor. A tal
efecto, y tomando el ejemplo de la Comunidad de Madrid, pudiera
arbitrarse un modelo común de informe que permitiera no sólo llevar
un registro de casos de maltrato a niños sino describir con absoluta
precisión la naturaleza, caracteres y demás aspectos relevantes de las
lesiones presentadas por el menor (Figura 2).
502 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

FIGURA 2
Prototipo de parte de lesiones para los supuestos de maltrato al menor

A partir de este momento se inicia la causa penal pues el parte


de lesiones tendrá valor de denuncia. Dicho proceso va a diferir muy
poco de lo que acomete al caso de la mujer en tanto que, salvo conta-
das excepciones, presentan caracteres similares. De forma esquemá-
tica, y partiendo del proceso de atención elaborado por el Instituto
Madrileño del Menor y la Familia, desde el momento de su detección
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 503

hasta la intervención propiamente dicha el proceso de diagnóstico


quedaría representado del siguiente modo:

ESQUEMA 1
Proceso de atención al maltrato infantil
desde el ámbito de salud mental165

165
GRUME: Grupo de Menores de la Policía Judicial; EMUME: Equipo de Mujer
y Menor. Guardia Civil; EOEP: Equipo de Orientación Educativa y Psicopedagógica.
Referencia del Programa de Atención al Maltrato Infantil desde Salud Mental,
Instituto Madrileño del Menor y la Familia, Consejería Servicios Sociales, referencia
en www.madrid.org.
504 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

En relación a lo anterior, se notifica la transcendencia de la de-


tección del caso por los servicios señalados al comienzo del esquema;
esto es, tanto las instituciones educativas o los servicios sanitarios
–entre otros contextos–, como todas aquellas personas individuales
que conozcan el hecho en cuestión, serán consideradas el elemento
básico a la hora de dar a conocer el número de casos existentes a
entidades superiores. Respecto las últimas, y conforme se avanza en
el proceso, se advierte que aquellos casos reales de maltrato avan-
zarían hacia una toma de decisiones más dependientes de la esfera
judicial y, en todo caso, de una mayor repercusión posterior en el
ámbito familiar, ya sea por ser los implicados los propios progeni-
tores, como por los efectos generales depositados por el maltrato en
cuestión.
Conforme a ello, y a sabiendas de que el número de casos desco-
nocidos supone una amplia representación de los menores víctimas
del maltrato infantil, se visualizaría gráficamente el número de su-
puestos conocidos por los Servicios Asistenciales e Instituciones supe-
riores como la mínima parte de lo que pudiera representar el conjunto
de los que realmente existentes, quedando representado del siguiente
modo166.

FIGURA 3
Representación del número de casos conocidos y desconocidos
sobre el maltrato infantil

NIVEL 1: Conocidos por el Servicio de Protección Infantil

NIVEL 2: Conocidos por otras instituciones

NIVEL 3: Conocido por profesionales (maestros, médicos)

NIVEL 4: Conocidos por instituciones e individuos

DESCONOCIDOS

166
Adaptación de la representación del iceberg de Morales y Costa (1997) toma-
da del Observatorio de la Infancia, Maltrato infantil. Notificación, detección y regis-
tro de casos, Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, Madrid, 2006. Referencia en
www.observatoriodelainfancai.msps.es.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 505

En relación a ello, comentan Martín Álvarez y Pedreira Massa,


uno de los principales problemas en la notificación respondería a la
inadecuada detección realizada por los servicios sanitarios o pediátri-
cos, siendo la escuela el agente social que frecuentemente advertía so-
bre el número de casos observados (MARTÍN ÁLVAREZ y PEDREIRA
MASSA, 1997).
En general, y siguiendo a Cicchetti y Toth, podría decirse que las
estrategias metodológicas a la hora de la detección del maltrato res-
ponderían a tres formas de conocimiento; a saber: a) autoinforme di-
recto por el perpretador o la víctima; b) técnicas de observación; y c)
la utilización de la información derivada de los servicios de atención a
la infancia. Respecto a ellos, indican los autores referidos las siguien-
tes consideraciones (CICCHETTI y TOTH, 2005):
— Todos los métodos tienen ventajas e inconvenientes.
— La fiabilidad de los autoinformes es relativa por contar con
las predisposiciones o valoraciones subjetivas de quien narra
los hechos.
— Los métodos observacionales no pudieran resultar represen-
tativos de todas las formas de maltrato, sino que permitirían
detectar unos más que otros.
— Dificultad en la documentación de diversos tipos de maltrato
como sería el caso del referido a la variante emocional.
En esta línea, y ya para finalizar, cabría referir los impedimentos
que la Federación de Asociaciones para la Prevención del Maltrato
Infantil cita en cuanto a las dificultades de notificación de los casos
existentes y, por ende, para que se lleven a término las acciones men-
cionadas con anterioridad167:
a) Experiencia de notificación anterior en la que el informante
considera que no ha habido una respuesta satisfactoria por
parte de los Servicios de Protección Infantil; esto es, la expec-
tativa de la inutilidad de la notificación.
b) Consideración de las lesiones como leves o sin importancia,
no sabiendo con seguridad, aunque se sospeche, cómo han lle-
gado a producirse (miedo a equivocarse).
167
Referencia en Federación de Asociaciones para la Prevención del Maltrato
Infantil, Detección y notificación de casos de maltrato infantil. Guía para la ciudada-
nía, 2008, págs. 40-42. Vid. www.fapmi.es.
506 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

c) Tener presente que emitir un parte de lesiones o notificarlo es


lo mismo que una denuncia.
d) Incredulidad en que realmente pueda hacerse algo por resol-
ver la situación familiar.
e) Temor a que, si la sospecha resulta no ser cierta o no pudie-
ra ser verificada, los padres demanden judicialmente al infor-
mante por haber realizado una acusación falsa.
f) Temor a ser objeto de una agresión por parte de los padres
cuando éstos tuvieran conocimiento de que se ha realizado la
notificación e identifiquen al informante.
g) Temor a que la notificación provoque una respuesta agresiva
del maltratador hacia el menor.
h) Creencia de que una persona no tiene derecho a intervenir en
los problemas o cuestiones que afecten a otra familia.
i) Atribución de la desprotección a costumbres o prácticas cul-
turales, y consideración de que nadie tiene derecho a intentar
imponer a otras personas los valores culturales propios sobre
cómo criar, educar y cuidar a los niños.
j) Incapacidad de aceptar o creer que una persona conocida, va-
lorada y que posee un estatus profesional/ social reconocido
haya podida maltratar o abusar de un niño.
k) Temor a que la notificación genera problemas con los compa-
ñeros de trabajo y vecinos, o lleve a esa persona a ser critica-
dos por éstos.

V. EL MALTRATO EN CIFRAS

Al igual que sucedía con el maltrato a la mujer, pese a que existen


estadísticas referentes a los malos tratos en el ámbito familiar, en el
caso de niños las mismas son muy escasas por no decir prácticamente
nulas. Los números reflejados en ellas no responden al fenómeno que
verdaderamente se produce en la sociedad en tanto existe esa gran
cifra negra, mayor aún en el caso de niños maltratados, que impide
desvelar, por desconocimiento, las dimensiones de este problema.
De acuerdo con lo anterior la pregunta es clara, ¿por qué no se co-
nocen verdaderamente los supuestos de maltrato infantil? Es cierto que
se denuncian casos, aunque sea un porcentaje ínfimo de los produci-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 507

dos, sin embargo otros muchos quedan encubiertos. Herrera Moreno


manifiesta como principales causas de desconocimiento, y no por ello
únicas, la protección que le brinda el propio menor al agresor por los
vínculos afectivos que les unen pues es una persona que le ha tratado
con cariño, la ha recompensado y le ha prestado atención a su mun-
do infantil creando, con ello, una dualidad de sentimientos totalmente
opuestos, por un lado, rechazo, y, por otro, dependencia; si la víctima
presenta una edad avanzada puede mantener tal situación de maltrato
por vergüenza pública ante sus familiares, amigos (…); del mismo modo
que piensa que si desvela tales hechos romperá la unidad familiar, pre-
firiendo, con ello, sacrificarse a sí misma antes que poner en peligro la
estabilidad familiar y su imagen pública.
Cierto es que, en determinados casos, suele achacarse la manifes-
tación del niño sobre los malos tratos a mentiras producidas por él. A
tal efecto, Herrington llega a unas conclusiones muy interesantes al
señalar que cuanto más pequeño sea un niño menor será el riesgo de
que mienta ante una situación de maltrato en tanto que, por natura-
leza, los niños mienten para evitar o huir de problemas, nunca para
sumirse en ellos (HERRINGTON, 1986).
En lo referente a las estadísticas de maltrato a niños, las pocas
existentes no reflejan con mucho la verdadera situación debido a la
problemática existente, ya comentada en Capítulos anteriores, de los
datos detectados, detectados pero no declarados y no detectados.
En cualquier caso, el mejor estudio llevado a cabo en nuestro país
referente a los malos tratos a menores, desde un punto de vista cuali-
tativo y cuantitativo, es, pese a los años transcurridos desde su reali-
zación, el realizado por el Instituto Madrileño del Menor y la Familia
y, en concreto, el Programa de Atención al Maltrato Infantil desde el
Ámbito Sanitario, quien fue pionero, entre otras cuestiones, en iniciar
el Registro de Notificación de Riesgo y Maltrato Infantil, que intenta
recoger todas aquellos casos de maltrato físico, negligencia, maltrato
emocional y abuso sexual. Con ello se pretende medir la incidencia y
estudiar los perfiles y los tipos de maltrato dominantes.
Para cumplir todos estos campos se crea la hoja de notificación de
maltrato físico y abandono (Figura 4). La detección de casos conlleva la
actuación del personal sanitario –detección y tratamiento de las lesiones–
y los trabajadores sociales–asegurar la atención a los niños desde el área
de trabajo social–. Por ello, el personal sanitario debe notificar los casos a
508 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

los servicios sociales, independientemente de otras notificaciones, como


por ejemplo, el correspondiente parte de denuncia al Juzgado competen-
te. Adjuntar dicha hoja de notificación con el parte de lesiones facilitaría
la labor del Juez encargado de conocer en tanto que tendría un mayor
acercamiento a la naturaleza, caracteres y demás cuestiones relevantes
relacionadas con la agresión sufrida por el menor.

FIGURA 4
Hoja de notificación del maltrato físico y abandono
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 509

El estudio llevado a cabo comprende los años 1999 y 2000. La po-


blación de referencia es todos los niños enfermos o sanos atendidos
en los Centros Sanitarios de la Red Pública de Asistencia Sanitaria
de la Comunidad de Madrid. El primer dato de interés subyacente de
la muestra analizada viene puesto de manifiesto porque de los 670
supuestos objeto de estudio un 69% comprendían meras sospechas
mientras en el 31% restante el maltrato resultó evidente.
Haciendo un inciso en este aspecto, indica Catalán Frías que la
prevalencia del maltrato se caracteriza por su desconocimiento, sien-
do la mayoría de casos no detectados y representándose de manera
habitual como la punta de un iceberg (CATALÁN FRÍAS, 2010). A tal
efecto, ya en años precedentes Morales y Costa interpretaron gráfica-
mente dicho suceso mediante la figura señalada, estimando de nuevo
que, en cualquier caso, el número de casos detectados constituiría un
mínimo porcentaje del total de casos existentes (MORALES y COSTA,
1997). Con todo ello, podría hablarse verdaderamente de un número
muy amplio de datos sumergidos o bien, de la extensa cuantificación
de la denominada cifra negra.

FIGURA 5
Representación de las cifras conocidas del maltrato infantil
mediante la comparación con la figura de un iceberg

Lo que los
servicios ven

Lo que los
servicios no
ven

Iceberg de población Iceberg de población


en riesgo psicosocial sin riesgo psicosocial

Continuando con la citada investigación del Instituto Madrileño,


se refiere a continuación las principales tipologías de maltrato y su
presencia según el sexo de los menores víctimas:
510 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

GRÁFICO 4
Tipología de maltrato por sexo

140 133 129 132


124
120 110
100
83 81
80
60 57
40
20
0
Mltro. físico Mltro. psíquico Mltro. sexual Negligencia

Niñas Niños

En líneas generales puede observarse como la frecuencia del mal-


trato es levemente mayor en niñas (52,5%). En particular, los índices
de maltrato mantienen una situación equidistante entre ambos sexos
presentando índices similares tanto en violencia física como en emo-
cional y un poco más elevados en negligencia donde la principal víc-
tima es el varón aunque no se establecen grandes diferencias con las
féminas. Sin embargo, el único supuesto en el que existe despropor-
ción es en el maltrato sexual donde las niñas representan un 69,35%
del total frente a un nada despreciable 30,65% de niños.
Completando el estudio de la Comunidad de Madrid, y retoman-
do de nuevo el estudio longitudinal realizado en la Región de Murcia
desde el año 2003 hasta el 2007, conviene complementar los datos
mencionados aludiendo a tres factores de especial relevancia; a saber:
la gravedad del maltrato, la nacionalidad del menor, y la fuente de no-
tificación y detección oficial de los casos.
Se recuerda de nuevo, antes de empezar a desarrollar sendos as-
pectos, que la muestra total de notificaciones se establece en un total
de 3.879 sujetos, de los cuales únicamente 1.814 son casos que atra-
viesan segundas tipificaciones, de entre los cuales se estima la inexis-
tencia del maltrato en el 55% de los casos.
En relación al reducido número de casos obtenidos de la muestra
inicial, y tras un doble filtraje, se determina el nivel de gravedad del
maltrato atendiendo a las siguientes cifras:
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 511

GRÁFICO 5
Distribución en la segunda tipificación de la gravedad del maltrato

Grave 23%

Moderado 11,60%

Leve 10,30%

Maltrato
ine xistente
55%

0% 20% 40% 60% 80% 100%

De la anterior gráfica se desprende que de un total de 817 casos


(45%) aproximadamente en la mitad de las ocasiones la gravedad del
maltrato es elevada (23%), duplicando estos casos a aquellos en los
que se torna moderado (11,6%) seguido de los casos de menor impac-
to para el menor o de mayor levedad (10,3%).
En relación a los siguientes dos aspectos mencionados con ante-
rioridad, los porcentajes se calculan sobre el total de los sujeto que no-
tifican bien personalmente, o través de terceros, la existencia de una
acción violenta dentro del ámbito doméstico.
Tomando como referencia la nacionalidad del perjudicado, y a sa-
biendas de que el número de inmigrantes en España ha aumentado
durante la última década, no pudiera pasar inadvertida la descripción
de dicho criterio. En este sentido se puede apreciar como la mayo-
ría de menores afectados son nacionales (61,7%) –respondiendo dicha
tasa a prácticamente alcanzar los dos tercios de la muestra estudia-
da–, seguida de aquellos menores procedentes de Marruecos (12,4%);
por su parte, el groso restante lo ocupan otras nacionalidades no es-
pecificadas o bien el menor desconoce su procedencia. En último caso
estarían los procedentes de Ecuador (5,5%) y Rumania (0,4%).
512 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

GRÁFICO 6
Distribución del maltrato según la nacionalidad del menor

Desconocido
Otra 10,30% 9,70%
Rumanía 0,40%
Ecuador 5,50%

Marruecos 12,40% 61,70%


España

Por último, y en relación al tercero de los factores mencionados,


sería entonces interesante mencionar a aquellas figuras, instituciones
y profesionales, encargados de la detección y notificación de los casos
de maltrato, debiendo diferenciar dos colectivos o grupos generales;
esto es, aquellos pertenecientes al núcleo familiar del menor, y en re-
lativo a los especialistas encargados de tal labor asistencial.
La importancia del primero radica en su verdadera implicación,
aún indirecta, en la visualización de las conductas de maltrato dentro
del ámbito familiar; esto es, en los supuestos de violencia doméstica
son muchas las ocasiones en que no solo el menor recibe el daño, sino
también los allegados. Desataca el ejemplo en el que el padre pega al
menor y la madre, intentando evitar la situación, también sale perju-
dicada por la acción impropia del marido. Es en estos casos cuando
verdaderamente la relevancia de la denuncia o notificación se hace
imprescindible.
Retomando los datos del presente estudio, se atañe pues en estos
casos a la muestra total de sujetos; es decir, a los 3.879 menores re-
presentados en el mismo. A tal efecto, y entendiendo aquel círculo de
personas más cercanas al infante, se obtienen los siguientes datos en
cuanto a la figura que notifica el maltrato a un organismo oficial:
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 513

GRÁFICO 7
Figura que notifica el maltrato

57,70%
60%

50%

40%

30%
15% 17,50%
20%

10% 3,80% 3,80% 2,50%


0%
Padre Madre Tutor Policía Vecino Otro

Como se puede apreciar, dentro del contexto más cercano al me-


nor, sería la figura materna quien, en aproximadamente 6 de cada 10
casos (57,7%), notificaría el maltrato.
Por último, en relación a las fuentes de detección más frecuentes,
se observa que son los Centros de los Servicios Sociales (28,5%) junto
con el Sistema Judicial (28,5%) quienes en mayor número de ocasiones
informan sobre la presencia de violencia doméstica que atenta contra
la figura del menor. Le siguen los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del
Estado (17,1%) y los particulares (11,1%), distando los relativos a los
informes de detección del sistema sanitario (4,3%), unidades propias
(3,2%), educativo (2,3%), otros organismos oficiales (1,8%), ONGs y
entidades conveniadas (1,6%), organismos sin especificar (1,3%), las
actualizaciones de expedientes (0,4%) y los centros de protección en
último instancia (0%).
514 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

GRÁFICO 8
Distribución de notificaciones por fuente de detección (%)

Centros de protección 0
Actualizaciones de expedientes 0,4
Sin especificar 1,3
ONGs y entidades conveniadas 1,6
Otros organismos oficiales 1,8
Sistema educativo 2,3
Unidades propias 3,2
Sistema Sanitario 4,3
Particular 11,1
Cuerpos y Fuerzas de seguridad del Estado 17,1
Sistema judicial 28,5
Centros de Servicios Sociales 28,5

0 5 10 15 20 25 30

Respecto a estos últimos datos llama la atención el hecho de que


los centros educativos y los de protección pasen tan desapercibidos
en cuanto a la detección del maltrato se refiere, pues si bien en el
último podría ser más extraño percibir tales casos por cuanto los mis-
mos responsables del cuidado del menor son quienes representarían
el victimario, no sucedería lo mismo en el caso de la escuela, donde
generalmente los maestros detectarían tales situaciones a partir de su
procedencia en el núcleo familiar.
En general, y acorde con las cifras manejadas puede concluirse
cómo el maltrato al niño es una realidad social que guarda una cifra
oculta relevante. Las víctimas de este tipo de violencia son indistinta-
mente varones y hembras, predominando la ejercida durante sus pri-
meros años de vida. No obstante, conforme crece el menor, el riesgo
de maltrato disminuye considerablemente. Los factores por los que se
inicia esta actitud agresiva son muy diversos pudiendo imputarse, ini-
cialmente, al victimario por diversos motivos aunque, principalmente,
suelen ir encaminados a ciertos trastornos psicosomáticos –inmadu-
rez y baja autoestima, fundamentalmente–, falta de autocontrol y ten-
dencia a la frustración, agresividad, desconocimiento del rol parental
y problemas relacionados con alcohol u otras drogadicciones; a ello,
no obstante contribuyen también problemas asociados a los recién na-
cidos, como por ejemplo, discapacidades, minusvalías, problemas de
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 515

salud, hiperactividad (…); problemas socioeconómicos y laborales; y,


por último, factores relacionados con la familia en sí que demuestran
un alto grado de inmadurez en el sujeto activo y una más que probable
imposibilidad de resolver problemas por sí mismo, verbigracia hijos
no deseados, paternidad adolescente, exceso de disciplina –normal-
mente relacionada con esa imposibilidad de resolver problemas, por
lo que decide recurrir a la fuerza para imponerse al resto de la fami-
lia– (…) todo ello agravado aún más en los casos en que los padres se
hallen separados o divorciados.
También es ciertamente curioso, en relación al sexo del agresor,
como el hombre suele ser el victimario en los supuestos de agresiones
físicas y sexuales; siendo indistintamente varón o mujer los agresores
en maltrato psíquico –quizás con prevalencia del hombre en los su-
puestos asociados a otras tipologías de maltrato–, negligencia –preva-
lencia de la mujer– y envenenamiento o drogadicción –ambos–; mien-
tras en el Síndrome de Münchausen por poderes suele ser la mujer el
sujeto activo de tal conducta (HERRERA MORENO, 1994).

VI. CONSECUENCIAS PSICOLÓGICAS

El maltrato en la infancia es un suceso traumático que impacta en


una persona inmadura, en proceso de desarrollo y crecimiento como
persona, con limitaciones en sus capacidades de afrontamiento, inex-
perta, vulnerable y dependiente de los adultos. Las investigaciones so-
bre distintos tipos de víctimas han demostrado claramente que la vio-
lencia física, psicológica o sexual, ejercida sobre una persona, causa en
ésta toda una serie de repercusiones negativas a nivel físico y psicológi-
co y que implica importantes efectos en la niñez (Finkelhor, 1999).

1. Necesidades psicológicas básicas

Es interesante destacar algunas aportaciones básicas para la com-


prensión de las consecuencias emocionales y psicológicas que para
una persona puede conllevar el hecho de ser víctima de malos tratos
en la infancia. En este sentido, es relevante citar el trabajo de McCann
y Pearlman (1992), quienes desarrollaron un modelo teórico sobre la
516 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

adaptación psicológica al trauma que fue propuesto como marco de


trabajo para la evaluación e intervención sobre víctimas de violencia
familiar. Este modelo ha sido denominado Teoría Constructivista so-
bre el Desarrollo del Yo y está basado en el trabajo de teóricos como
Murphy (1947; teoria biosocial del desarrollo), Rotter (1954; teoría
del aprendizaje social), Kelly (1955; teoría del constructo personal),
Piaget (1971; teoría estructural), Kohut (1977; psicología del yo) o
Mahoney (1981; Teoría cognitivo-constructiva). Según las autoras, la
idea central de las teorías constructivistas radica en que la persona
crea y construye sus propias realidades personales y que estas mol-
dearán sus sentimientos y comportamientos. En esencia, estas autoras
piensan que la experiencia y la respuesta de cada individuo al trauma
estará determinada por la interacción de tres factores: el yo, las ne-
cesidades psicológicas y esquemas cognitivos asociados y el recuerdo
traumático.
Según las autoras, el yo es considerado como un constructo hi-
potético para describir los fundamentos de la experiencia psicológica
completa de la persona y en él se incluyen diversas capacidades y re-
cursos. Las capacidades del yo hacen referencia a la habilidad para
regular la autoestima e incluyen: la capacidad para tolerar y regu-
lar afectos fuertes sin autofragmentarse o fantasear, para estar a so-
las sin experimentar sentimientos de soledad, para calmarse a uno
mismo a través de procesos de autotranquilización y para moderar
la carga emocional ante las críticas o la culpabilidad. Por otro lado,
los recursos del yo hacen referencia a la habilidad del individuo para
interactuar eficazmente con su entorno e incluyen: la habilidad para
identificar las necesidades psicológicas propias, demostrar fuerza de
voluntad e iniciativa, reconocer y ser capaz de establecer límites per-
sonales entre el yo y los otros, evaluar las situaciones y realizar juicios
auto-protectores, así como la capacidad de introspección, sentido del
humor, inteligencia y empatía.
Por otro lado, las necesidades psicológicas son descritas como di-
mensiones que se forman a partir de las primeras experiencias vita-
les y a lo largo del desarrollo de la persona, y sirven para motivar la
conducta humana. La expresión cognitiva de estas necesidades son
los denominados esquemas, que actúan como el marco de referencia
de un individuo para comprenderse a sí mismo y al mundo e incluye
asunciones, creencias y expectativas tácitas sobre sí mismo y el mun-
do. Las autoras afirman que las experiencias traumáticas pueden re-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 517

forzar o alterar las necesidades y esquemas existentes en las víctimas,


que influirán en su modo de percibirse a ellas mismas, a los otros y al
mundo, implicando cambios a nivel conductual e interpersonal.
Inicialmente las autoras, a partir de una síntesis de la literatura
sobre el trauma y la victimización (McCann, Sakheim y Abrahamson,
1988), señalaron cinco necesidades básicas del ser humano sobre las
que los individuos desarrollan esquemas cognitivos: seguridad, con-
fianza, estima, poder o control e intimidad. Según McCann y Pearlman
(1992), estas áreas de necesidades son fundamentales en muchas de
las principales teorías de la personalidad y pueden ser descritas de la
siguiente manera:
a) Seguridad. Una de las necesidades psicológicas básicas de la
persona que puede resultar alterada por las experiencias trau-
máticas es la necesidad de sentirse segura y razonablemente
invulnerable al daño. Incluye tanto creencias en torno a que
uno es capaz de protegerse a sí mismo física o emocionalmen-
te del dolor como, también, que el mundo y las otras personas
son fundamentalmente seguras. La alteración de estos esque-
mas produce una sensación de vulnerabilidad específica a su-
frir dolor en el futuro, preocupación y ansiedad sobre peligros
potenciales y acerca de ser incapaz de encontrar un lugar se-
guro en el mundo lo que, según las autoras, puede llevar a la
persona hacia conductas de evitación que resulten en una dis-
minución de la satisfacción vital.
b) Confianza. La necesidad de contar con los otros para recibir
estímulo, cariño, comprensión y apoyo es una necesidad básica
del ser humano. Los esquemas cognitivos en esta área implican
la expectativa de que se puede confiar en las percepciones y
valoraciones propias y en la palabra o promesa de otras per-
sonas. Las alteraciones que el trauma puede producir en estos
esquemas hacen referencia a la preocupación por la traición,
abandono, ser ridiculizada o ser reacia a confiar y pedir ayuda
a otras personas. Según las autoras, cuando la habilidad para
confiar en otros se deteriora son comunes los sentimientos de
decepción, traición o amargura. A nivel conductual, la persona
puede ser incapaz de tomar decisiones, puede evitar las relacio-
nes estrechas y puede ser muy suspicaz con los otros.
c) Poder/Control. Los esquemas de poder estarían relacionados
con la creencia de que uno puede influir o controlar las conse-
518 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

cuencias futuras de los acontecimientos en general y dentro de


las relaciones interpersonales en particular. La alteración de
estos esquemas se asocian a sentimientos de debilidad, inde-
fensión o depresión. Las autoras señalan como una extensión
conductual de la alteración de tales esquemas los patrones de
indefensión aprendida concebidos por Seligman (1975).
d) Estima. Está estrechamente vinculada a la necesidad básica
de reconocimiento y validación, haciendo referencia sus es-
quemas a la creencia de que tanto uno mismo como los demás
son personas valiosas y dignas de respeto. La alteración de
estos esquemas respecto a sí mismo implican sentimientos de
autodesprecio, culpabilidad, minusvalía e inutilidad y en rela-
ción con los otros puede llevar a actitudes de cinismo, enfado
o desprecio de los demás.
e) Intimidad. La necesidad básica de vinculación, de conectar-
se o ligarse a otras personas se expresa a través de esquemas
cognitivos que implican la creencia de que uno puede disfru-
tar estando a solas y que se puede conectar con los demás de
una manera personal y significativa. La alteración de estos es-
quemas puede asociarse a sentimientos crónicos de vacío, so-
ledad o distanciamiento, pudiendo provocar que la persona se
distancie de los demás o que considere que es imposible pasar
el tiempo a solas.
McCann y Pearlman (1992) afirman, al igual que ya lo hicieran
Horowitz (1986) y Janoff-Bulman (1985), que los esquemas o siste-
mas de significados básicos de la persona se ven impactados por los
acontecimientos traumáticos, afectando a su vez a las interpretacio-
nes y respuestas que el individuo utilizará para afrontar el trauma. De
la misma forma, mantienen que las experiencias traumáticas severas
pueden alterar las capacidades y recursos del yo, de manera temporal
o permanente, y consideran que, independientemente de si éstas fue-
ron comprometidas antes o después del trauma, la habilidad del indi-
viduo para integrar y trabajar los recuerdos traumáticos depende de
la estabilidad y cohesión de su yo. En este sentido, cobra una especial
importancia la evaluación de estas capacidades y recursos a lo largo
del proceso de intervención terapéutica, de cara a comprobar si son
lo suficientemente fuertes para que la víctima tolere la exploración
de memorias traumáticas especialmente dolorosas. Así se señala que,
en los casos de TEP complejo, la intervención terapéutica debe rea-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 519

lizarse en tres fases: a) la estabilización inicial de los síntomas, b) la


construcción del yo, y c) la integración de los fragmentos de memoria
verbal y de imágenes asociadas al trauma dentro de esquemas cogni-
tivos positivos.
Judith Herman (1997), realizó un profundo análisis de las reac-
ciones de las víctimas de experiencias traumáticas (incluyendo a víc-
timas de maltrato en la infancia y mujeres maltratadas por su pareja).
Para la autora, las especiales características de las experiencias de
violencia interpersonal, especialmente si son prolongadas, producen
una erosión progresiva de la personalidad de las víctimas a través de
la alteración de esquemas cognitivos relacionados con las necesidades
básicas. La autora destaca que la característica de los acontecimientos
traumáticos es su poder para provocar una sensación de indefensión y
terror. La exposición prolongada a situaciones de violencia y control,
máxime cuando esa violencia se lleva a cabo dentro del propio hogar,
puede provocar que la víctima desarrolle una tendencia a percibir el
mundo como un lugar inseguro y peligroso, a centrar la atención en
las amenazas y peligros y facilitar el establecimiento de patrones de
conducta evitativos.
Además del posible daño físico, las experiencias de maltrato suelen
provocar una pérdida del sentimiento de invulnerabilidad, sentimien-
to bajo el cual funcionan la mayoría de los individuos y que constituye
un componente de vital importancia para evitar que las personas se
consuman y paralicen con el miedo a su propia vulnerabilidad (Janoff-
Bulman y Frieze, 1983). En el caso de los niños, la pérdida es todavía,
si cabe, mucho más desequilibrante que en los adultos, pues afecta a
un componente absolutamente necesario para el adecuado desarrollo
de la personalidad del menor, el sentimiento de seguridad y de con-
fianza en el mundo y en las personas que lo rodean. Máxime cuando el
agresor es un miembro de su familia o una figura central y de referen-
cia para el niño y la violencia ocurre dentro de su propio hogar, lugar
de refugio y protección. La toma de conciencia por parte del menor
de tales circunstancias frecuentemente produce la destrucción de to-
das las bases de su seguridad. El menor queda entonces a merced de
sentimientos como la indefensión, el miedo o la preocupación sobre
la posibilidad de que la experiencia traumática pueda repetirse, todo
lo cual se asocia a una ansiedad que puede llegar a ser paralizante.
Desafortunadamente, en el caso de la violencia en el ámbito familiar,
la experiencia temida se repite de forma intermitente a lo largo de
520 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

muchos años, constituyendo una amenaza continua y muchas veces


percibida como incontrolable.

2. Respuesta emocional y trastornos psicológicos asociados al


maltrato infantil

La intensidad de las consecuencias psicológicas asociadas al he-


cho de ser víctima de maltrato infantil dependerá, por tanto, de las
características del delito (duración, tipo, severidad), de la figura del
agresor (grado de parentesco), de la etapa evolutiva del niño (edad)
y de la reacción y comportamiento de las personas de su alrededor
(apoyo social), pudiendo implicar alteraciones a corto y largo plazo.
Según Echeburúa (2004), los sucesos traumáticos en la infancia,
entre los que se considera incluido al maltrato, pueden provocar reac-
ciones a corto plazo como:
a) Síntomas emocionales que reflejan un grado intenso de males-
tar y de dificultad de adaptación a la vida cotidiana como, por ejem-
plo, alteraciones del sueño, cambios en los hábitos de alimentación,
miedos generalizados, culpa y vergüenza, sobresaltos o disminución
de la autoestima.
b) Otras manifestaciones como síntomas físicos (náuseas, moles-
tias en el estómago, dolores de cabeza, etc), comportamientos regre-
sivos (en cuanto al lenguaje, la autonomía personal o el control de
esfínteres,..), preocupación prematura por la muerte, reacciones emo-
cionales inesperadas o la ampliación de rasgos preexistentes (niños
nerviosos que presentan síntomas de ansiedad o tristones que desarro-
llan síntomas de depresión).
Amorós Galitó (1999) dividiría en tres grupos las repercusiones
psíquicas que puede sufrir un menor tras la existencia de malos tratos:
a) emocionales, que vendrían caracterizadas por la presencia de diver-
sos síntomas y trastornos psicopatológicos; b) cognitivas o de rendi-
miento académico, sugiriendo que las situaciones de maltrato pueden
implicar retraso en las habilidades lingüísticas, trastornos escolares y,
como consecuencia de todo ello, un pobre rendimiento académico y c)
sociales, pudiéndose manifestar conductas de agresividad, de conduc-
tas antisociales o incluso delictivas en algunos casos.
Por otro lado, cabría señalar que las manifestaciones de la sinto-
matología presente en el menor varían atendiendo a la etapa de desa-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 521

rrollo en la que se encuentre, aspecto que se encontraría a su vez ínti-


mamente relacionado con el tipo de secuelas que con posterioridad el
hecho traumático pudiera depositar. En esta línea, indica Rodríguez
Hernández que su diferenciación sería adecuada realizarla conforme
a tres estadios del desarrollo, reconociendo el autor las consecuencias
para cada una de estas que se presentan en el siguiente cuadro resu-
men (Rodríguez Hernández, 2011):

TABLA 7
Sintomatología general manifiesta en el menor
en base a la etapa de desarrollo

Menores de cinco años Escolares (6-11 años) Adolescentes

– Socialización: conductas – Desarrollo del Trastorno – La mayor capacidad de


de apego ansioso con au- por Déficit de Atención pensamiento abstracto
mento de las demandas (TDAH) o de la sintoma- hacen que se den cuenta
a los progenitores. tología característica de con mayor facilidad de
– Regresión en los com- mismo observada en un lo ocurrido.
portamientos (enuresis). bajo rendimiento aca- – Conflictos con los iguales
– Pérdida de interés en el démico por una dismi- y con los progenitores,
juego. nución de la capacidad adicción a sustancias y
– Estado anímico de triste- atencional o la presencia estupefacientes, apari-
za manifestado en forma recurrente de rasgos im- ción de problemas, etc.
de comportamientos opo- pulsivos y/ o hiperactivos. – Aumento de la implica-
sicionistas, rabietas, etc. – Afectación general ción en actividades de
de la capacidad de alto riesgo.
concentración. – Incremento de la activi-
– Identificación con el vic- dad sexual prematura.
timario e incluso apari- – Autorreproche y es-
ción de sentimientos de tigmatización por lo
autoculpabilización. experimentado.
– Variaciones del estado aní-
mico que pudieran conlle-
var crisis explosivas com-
portamentales por la citada
inestabilidad emocional.

Conviene señalar que en cualquier caso la sintomatología y/ o tras-


tornos presentados únicamente responde a un cribado de la amplia
gama de comportamientos que pudieran desarrollar los menores tras
la vivencia de un hecho traumático de similares consecuencias. Del
mismo modo, cabría advertir que cada menor expresa dicho acon-
522 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

tecimiento atendiendo a sus características idiosincrásicas; es decir,


que no en todos los sujetos se observarán los comportamientos que se
acaban de mencionar. Por su parte, cabría también advertir sobre la
elevada comorbilidad que caracteriza las manifestaciones, pudiendo
decir que incluso niños con presencia de retraso mental o parálisis
cerebral pudieran tener sus consecuencias más inmediatas en la ex-
periencia de malos tratos durante los primeros años de vida (Gimenez
Pando et al., 2007).
Ahondando más en los trastornos emocionales y psicológicos que
pueden aparecer asociados al maltrato infantil, se considera que los
menores que han sido víctimas de violencia tienen tasas de depresión y
síntomas postraumáticos (tales como pesadillas, recuerdos asociados
a la situación e hiperactivación) entre dos y ocho veces más altas que
las observadas en niños no maltratados (Boney-McCoy y Finkelhor,
1995). Según estudios sobre la prevalencia de síntomas postraumáti-
cos en niños, entre un 15 y un 90% de los menores expuestos a acon-
tecimientos traumáticos desarrollan el TEP. Este porcentaje puede
variar dependiendo de las características de la violencia sufrida, es-
timándose, por ejemplo, que mientras alrededor de un tercio de los
niños que sufren abuso físico o sexual pueden cumplir los criterios
para diagnosticar este trastorno, la estimación sube a más de la mitad
cuando experimentan ambas formas de abuso (Perry,1999).
Según Finkelhor (1999), las preocupaciones y síntomas trauma-
ticos asociados al maltrato suelen influir negativamente en el rendi-
miento escolar. Los efectos negativos de esta victimización también se
dejan ver en el aprendizaje del control y regulación de las emociones,
habiéndose observado en estos menores altos niveles de arousal emo-
cional, dificultades para calmarse y problemas en la utilización de es-
trategias cognitivas básicas para pasar de un estado emocional a otro.
Asimismo, el autor afirma que este tipo de violencia puede influir so-
bre el almacenamiento y las pautas de procesamiento de la memoria,
ya que ante la vivencia de situaciones altamente traumáticas el orga-
nismo se adapta desarrollando, por ejemplo, estilos disociativos con
el objetivo de ocultar determinados recuerdos perturbadores o evitar
que ciertas asociaciones de ideas se hagan conscientes. También pue-
de repercutir en el adecuado desarrollo de la esfera interpersonal, sien-
do habitual que los menores que son víctimas de tales experiencias
presenten un mayor riesgo de desarrollar relaciones inseguras con las
personas que los cuidan y, por extensión, también con terceros.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 523

Según Finkelhor (1999) durante la adolescencia puede aparecer


baja autoestima, aptitud social baja y tendencia hacia comportamien-
tos agresivos o antisociales. Se considera que los niños que han experi-
mentado alguna forma de rechazo parental o maltrato tienden a pre-
sentar sesgos atribucionales hostiles y aprenden a anticipar y a evitar
las conductas de rechazo, generalizando esta anticipación a contextos
interpersonales. Distintos estudios han constatado la alta probabili-
dad de que estos menores presenten déficits en el procesamiento de la
información social (Dogde, Bates y Pettit, 1990; Downey y Feldman,
1996). Por otra parte, los estilos parentales excesivamente punitivos o
coercitivos pueden servir de modelo para la resolución coercitiva de
los conflictos, que se generalizan desde las relaciones padres-hijos a
las relaciones con los otros, facilitando el desarrollo de déficits en el
funcionamiento interpersonal (Cohen y Brook, 1995). Estos primeros
patrones de funcionamiento social, aprendidos y reforzados dentro de
la familia, se pueden aplicar después a las interacciones con los igua-
les. De esta forma, los menores que exhiben estrategias interpersona-
les agresivas e inconsistentes con aquellas del grupo de iguales nor-
mativo, suelen tener una alta probabilidad de no ser aceptados entre
sus compañeros, con el consiguiente riesgo de aislamiento o de gravi-
tar hacia grupos de iguales desviados o agresivos (Dishion, Patterson,
Stoolmiller y Skinner,1991). La pertenencia a estos grupos desviados
en la adolescencia, junto con el reforzamiento parental continuado
de estrategias interpersonales coercitivas o violentas pueden llegar a
ser un importante obstáculo que limite las oportunidades de aprender
a relacionarse con los otros de manera constructiva (Cohen y Brook,
1995; Dishion, Andrews y Crosby, 1995). Con la repetición, esos pa-
trones de interacción y de resolución coercitiva de los conflictos se
pueden generalizar y aplicarse, posteriormente, a las relaciones fami-
liares y de pareja en la edad adulta (Connolly y Goldberg, 1999).

Los efectos producidos por la experimentación de un aconteci-


miento traumático de forma crónica pueden suponer, además, un im-
portante factor de vulnerabilidad psicológica de cara al posterior ajus-
te psicológico del individuo. Según Herman (1997), existe evidencia
de que la personalidad formada en un entorno de control coercitivo
tiene dificultades para adaptarse bien a la vida adulta, caracterizán-
dose por problemas esenciales con la confianza básica, la autonomía,
la iniciativa y la regulación de los afectos. Según Echeburúa (2004) la
presencia de alteraciones psicopatológicas en la vida adulta son bas-
524 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

tante inespecíficas y no dan en todos los casos sino, aproximadamente,


en un 20% de las personas expuestas a traumas en la infancia. El au-
tor considera que estas experiencias generan una cicatriz psicológica
en los niños que puede reabrirse o no en la vida adulta dependiendo
de las circunstancias concretas posteriores y los factores protectores o
de riesgo presentes en esa persona cuando es adulta.
La exposición a experiencias traumáticas en la infancia, además
de relacionarse con un mayor riesgo de TEP, ansiedad, depresión y
abuso de sustancias, también se ha relacionado con un mayor riesgo
de revictimización a lo largo de la vida (Polusny y Follete, 1995). Así,
la victimización prolongada en la infancia y el desarrollo de síntomas
del TEP han sido sugeridos como factores que pueden interferir con
la adquisición de las habilidades sociales necesarias para manejar y
evitar la exposición a situaciones de violencia interpersonal (Mueser,
Rosenberg, Goodman y Trumbetta, 2002). Por otra parte, se conside-
ra que la presencia de historias de abuso o maltrato en la infancia se
muestra como un factor de riesgo significativo para el desarrollo de
problemas de salud mental en la vida adulta, así como de la proba-
bilidad de desarrollar síntomas del trastorno de estrés postraumáti-
co como consecuencia de la exposición a una experiencia traumática
nueva (Briere, 2002; Browne y Finkelhor, 1986; Duncan, Saunders,
Kilpatrick, Hanson, y Resnick,1996; Polusny y Follete, 1995; Putnam,
1996; Rowan, Foy, Rodríguez y Ryan, 1994).
Por último, y ante la complejidad y diversidad de las consecuen-
cias que los distintos estudios han relacionado con el daño psicológico
en menores maltratados, resulta de gran importancia el desarrollo de
investigaciones dirigidas a sistematizar y profundizar en el correcto
diagnóstico de los cuadros sintomatológicos que presentan los meno-
res, puesto que ello es un aspecto clave de cara poder desarrollar pro-
gramas de tratamiento eficaces y adecuados.
En este punto son destacables las aportaciones de autoras como
López-Soler (2008), quien realiza un interesante trabajo que profundi-
za en las reacciones postraumáticas de los menores expuestos a condi-
ciones estresantes graves, tales como negligencia, abuso emocional y/o
físico que se producen en las relaciones familiares primarias. Sus in-
vestigaciones apuntan a que los menores víctimas de maltrato pueden
desarrollar traumas cuyos síntomas no se incluyen o recogen de forma
completa en la categoría de trastorno por estrés postraumático (TEPT),
dando lugar a la realización de distintos diagnósticos parciales. Estas
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 525

reacciones pueden diagnosticarse de forma más completa en la cate-


goría de trastorno por estrés postraumático extremo no especificado
(disorders of extreme not otherwise specified (DESNOS) (Pelcovitz et
al.1992), que dio lugar a la propuesta de una nueva categoría diagnósti-
ca: el trastorno por estrés postraumático complejo o extremo.
Así, de acuerdo con autores como Herman (1992), López-Soler (2008)
manifiesta que las consecuencias observadas en situaciones de trauma
complejo, ya comentadas en el capítulo octavo, influyen en el desarrollo
psicológico de los menores e incluyen alteraciones que afectan a:
(1) Alteraciones en la regulación de los impulsos afectivos. Incluye la
dificultad para modular la rabia y las conductas autodestructivas.
Este síntoma indica déficit en la regulación emocional y el au-
tocontrol e incluye las adicciones y comportamiento autolesivo,
que son, paradójicamente, a menudo, usadas como salvavidas.
(2) Alteraciones en la atención y la consciencia, tales como em-
botamiento, lentitud procesamiento, dificultades atención y
concentración, amnesias, episodios disociativos y despersona-
lización. Se considera que la disociación tiende a ser un me-
canismo de defensa ante el abuso interpersonal prolongado y
severo ocurrido durante la infancia.
(3) Alteraciones en la autopercepción, así como un sentido cróni-
co de culpabilidad y de la responsabilidad personal, que cursa
con sentimientos de intensa vergüenza. Los individuos abusa-
dos crónicamente, a menudo interiorizan el abuso como una
forma de autovaloración.
(4) Alteraciones en la percepción del maltratador. Incluye acepta-
ción, dependencia e incorporación de su sistema de creencias.
Estas características organizan las relaciones complejas, el
sistema de creencias y posibilitan los abusos premeditados que
continúan de forma repetitiva a manos de los cuidadores pri-
marios, en caso de menores.
(5) Alteraciones en las relaciones con los otros. Dificultades para
confiar e intimar, desarrollo de fuerte sensación de vulnerabi-
lidad y peligro cuando inician nuevas relaciones afectivas en
la medida que se hacen más intensas e intimas. Perciben que
las personas con las que se relacionan afectivamente pueden
utilizarlos y dañarles sin respeto y consideración de sus pro-
pias necesidades.
526 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

(6) Somatización y/o problemas médicos. Estas reacciones somá-


ticas y condiciones médicas pueden explicar directamente el
tipo de abusos sufridos y algún daño físico, o bien puede ser
más difusa y aparecer como somatizaciones.
(7) Alteraciones en el sistema de significados. Los individuos abu-
sados crónicamente, a menudo sienten una gran desesperanza
acerca del mundo y del futuro. Así mismo creen que no en-
contraran a nadie que les entienda o entienda su sufrimiento.
Mantienen un gran conflicto interno, con niveles de angustia
altos, e intentan encontrar a alguien que les ayude a recupe-
rarse de su angustia psíquica.
El equipo de López-Soler, en base a un convenio establecido entre
la Consejería de Política Social, Mujer e Inmigración y la Universidad
de Murcia, llevó a cabo el Proyecto de Evaluación Diagnóstica y
Tratamiento Psicológicos en Menores Tutelados (PEDIMET), dirigido
a atender a menores que han sufrido maltrato intrafamiliar crónico,
de tipo físico, emocional y social, que residen en centros o en acogi-
miento familiar (familia extensa o ajena) y que son derivados al servi-
cio al presentar reacciones psicológicas significativas. Derivado del
trabajo de intervención psicológica con estos menores, observa que
los diagnósticos realizados en el proyecto PEDIMET, realizados sin
tener presente la categoría diagnostica del trastorno complejo, descri-
ben múltiples síntomas externalizantes en comorbilidad con sintoma-
tología internalizante, indicando una afectación de todo el desarrollo
psicológico. Tras realizar una valoración de los síntomas centrales del
diagnóstico de estrés postraumático complejo o DESNOS, en base a un
listado de indicadores del mismo, la autora concluye que la sintomato-
logía evaluada en estos menores se adecua más a nivel de diagnóstico
a la propuesta de trauma y trastorno complejo que a la comorbilidad
entre el trastorno de estrés postraumático y diversa sintomatología
internalizante y externalizante, y que las reacciones postraumáticas
de estos menores, por tanto, se comprenden y se tratan mejor desde el
diagnóstico del trastorno por estrés postraumático complejo.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 527

TABLA 8
Valoración consecuencias psicológicas en menores maltratados
del Proyecto PEDIMET (López-Soler, 2008)

Evaluación psicológica de características frecuentes en menores maltratados

Trastornos psicopatológicos:
Trastorno por estrés postraumático
Depresión
Ansiedad
Trastorno por déficit de atención con hiperactividad
Oposicionismo Desafiante
Otros

Sintomatología:
Problemas Atención Inquietud
Desorientación Ambivalencia emocional
Desolación Aturdimiento
Crisis de Ira Oposicionismo
Confusión Tristeza
Labilidad emocional Baja tolerancia frustración
Culpabilidad (creencia merecer maltrato) Irritabilidad, agresividad
Angustia Aislamiento/sumisión
Negación de la realidad Temores
Autodesprecio Desconfianza
Autolesiones Problemas Aprendizaje
Baja adaptación personal y social Actitud seductora relaciones interpersonales

Evaluación psicológica del trastorno de estrés postraumático complejo.


Porcentajes asociados a Listado de indicadores DESNOS
para la infancia y adolescencia maltratadas

Alteración regulación afectos 94,2%


Alteración regulación impulsos 67,7%
Alteraciones consciencia 70,6%
Alteraciones autopercepción 61,8%
Alteración percepción maltratadotes 51,7%
Alteraciones relación iguales 64,7%
Problemas relaciones acogedores/educadores 73,5%
Depresión 49,9%
Ansiedad 67,5%
Autolesiones 8,8%
Abuso de sustancias 0%
Comportamientos autodestructivos/riesgo 20,6%
Victimización 17,6%
Problemas relaciones de intimidad 41,2%
Desesperanza 58,8%
528 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

VII. PREVENCIÓN Y TRATAMIENTO

Uno de los autores más relevantes en el campo del maltrato y de la


violencia familiar, David Wolfe (1999), señala que hoy en día se cono-
cen muchos de los factores que pueden llevar, dentro de una familia,
al maltrato y al abandono infantil. Desde que se adoptara una pers-
pectiva más global como la del modelo ecológico, el tratamiento del
maltrato infantil ha pasado de tratarse exclusivamente como un tipo
de patología de los padres a incorporar otros elementos en la ecua-
ción, como son la importancia de las relaciones paternofiliales y el
contexto en que esta se desarrolla.
Desde esta teoría más contextual del maltrato, dos factores de
gran importancia para prevenir y tratar el maltrato y, en general, para
contribuir a optimizar una buena salud infantil y familiar, serían: a)
las capacidades y habilidades de los padres para educar a sus hijos y;
b) la reducción del nivel de estrés que deben soportar las familias, a
través de medidas y ayudas concretas de tipo asistencial, económico o
social de apoyo a las familias.
A nivel preventivo, destacan programas educativos dirigidos a pa-
dres y madres de la población general para el desarrollo y mejora de
los conocimientos y habilidades de crianza y educación infantil. El
formato, duración y contenidos pueden ser muy variados dependien-
do de las características y ámbitos de aplicación, pero de modo gene-
ral, se pueden citar a modo de ejemplo, los contenidos propuestos en
el Programa-Guía para el desarrollo de competencias emocionales,
educativas y parentales promovido por el Ministerio de Educación,
Política Social y Deporte (Martínez González, 2009):
a) Información sobre las características evolutivas de los
menores.
b) Habilidades cognitivas y autorregulación emocional.
c) Autoestima y asertividad en el desarrollo de la función
parental.
d) Escucha activa y empatía.
e) Estrategias de resolución de problemas y de negociación.
f) Disciplina para fomentar la autorregulación del comporta-
miento en los hijos.
g) Límites, normas y consecuencias.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 529

En cuanto a las intervenciones psicoterapéuticas, una vez que los


casos de maltrato infantil y de abandono ya se han constatado, las es-
trategias de tratamiento pueden ir dirigidas tanto a los padres, a los
menores, como a toda la familia.
Según Wolfe, el tratamiento del maltrato físico infantil conlleva in-
tervenciones cognitivo-conductuales dirigidas a los padres con el objeti-
vo de conseguir cambios en la forma de educar, en las prácticas discipli-
narias y en la atención que los padres prestan a sus hijos, en el control
de la ira y en las creencias distorsionadas que a menudo tienen sobre
la intencionalidad o el significado del comportamiento de sus hijos. En
las situaciones de negligencia, se suele intervenir sobre las habilidades
y expectativas de los padres y en aspectos cotidianos como la higiene
familiar, la administración del dinero, las necesidades sanitarias, el ase-
soramiento sobre el uso del alcohol y drogas o sobre ciertos aspectos de
pareja o relacionales, con el objetivo de que las familias puedan contro-
lar adecuadamente sus recursos y satisfacer las necesidades infantiles.
En cuanto al tratamiento psicoterapéutico dirigido a los meno-
res, expertos en el ámbito de la psicología infantil, como Barudy y
Dantagnan (2005), plantean que el tratamiento especializado para los
niños y niñas víctimas de malos tratos debe perseguir tres finalidades:
1. Contribuir a la reparación del daño traumático generado por
los malos tratos (físico, psicológico y social) y de sus posibles
consecuencias en los procesos de aprendizaje y desarrollo.
2. Prevenir y contrarrestar el posible daño de intervenciones tar-
días o inadecuadas en ámbitos relacionados con la adminis-
tración o con el ámbito judicial.
3. Facilitar y potenciar las capacidades de resiliencia de los me-
nores. Se destacan factores que contribuyen al desarrollo de
la resiliencia infantil como: a) el apego seguro, es decir, la
oportunidad de mantener vinculaciones afectivas seguras,
fiables y continuas con adultos significativos y de preferen-
cia del menor; b) facilitar los procesos relacionales y narra-
tivos del menor que permitan dar un sentido o significado a
la experiencia vivida, facilitando la toma de conciencia y la
simbolización adecuada de su realidad familiar y social; c) el
apoyo social, facilitando la emergencia de redes psicosocio-
afectivas, que contribuyan a que el menor se sienta apoyado,
comprendido y ayudado por otras personas, por ejemplo a
530 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

través de dinámicas de red con las personas y profesiona-


les que trabajan con el menor o a través de la organización
de actividades terapéuticas de grupo como complemento del
trabajo individual.
Wolfe, igualmente, destaca la necesidad de intervenir desde un
enfoque dirigido a la promoción y refuerzo de aquellas tareas o cua-
lidades que sean importantes desde el punto de vista del desarrollo
del niño. Por otro lado, entre los posibles problemas a tratar señala, a
nivel general, los siguientes:
a) Deficiencias en la sensibilidad social y en el establecimiento de
relaciones (por ejemplo, problemas que afectan a la empatía, a
la confianza en otras personas y a las expresiones de afecto).
b) Problemas de desarrollo cognitivo, del lenguaje y del desarro-
llo moral (que se reflejan, sobre todo, en una pobre valoración
social, una deficiente capacidad comunicativa y un bajo ren-
dimiento escolar).
c) Problemas relacionados con trastornos clínicos relacionados
con aspectos traumáticos, con el autocontrol y la agresividad
(contra los otros o contra sí mismo).
d) Cuestiones relativas a la salud, la seguridad y la protección.
Este último aspecto se considera prioritario, puesto que ninguna
intervención psicoterapéutica puede ser llevada a cabo de forma eficaz
si antes no se han garantizado y cubierto las necesidades básicas rela-
tivas a la salud, seguridad y protección de la víctima (Herman, 1997).
En los casos de maltrato infantil cobra especial importancia la evalua-
ción y la toma de medidas de protección para garantizar los derechos
de los menores (ya sea en el caso de que se le considere en situación
de riesgo como de desamparo), y que pueden requerir el abandono de
su hogar y la separación de sus progenitores. Igualmente destacable
son las intervenciones de apoyo psicológico y en crisis que se pueden
llevar a cabo desde los diversos servicios de atención inmediata a las
victimas, para la elaboración y reducción del impacto y gravedad de
la posible sintomatología presente en la víctima y la minimización del
riesgo de victimización secundaria en los menores durante su partici-
pación en procesos de toma de declaración, exploraciones forenses o
participación en juicios.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 531

VIII. PROTOCOLOS DE ACTUACIÓN EN CASOS DE MALTRATO IN-


FANTIL

A lo largo de los años se ha constatado la gran importancia que


supone la detección precoz de los casos de maltrato, su notificación
a las autoridades competentes y el desarrollo de protocolos específi-
cos de actuación inmediata, ya que permite garantizar una respuesta
inmediata, eficaz y coordinada de las diferentes instancias y agentes
sociales implicadas en la protección a la infancia (sanitario, servi-
cios sociales, educativo, policial y judicial), así como la reducción
del riesgo de situaciones que puedan generar procesos de victimiza-
ción secundaria. Por otro lado, la aplicación de tales protocolos con-
tribuye a mejorar la prevención, en el sentido de intervenir precoz-
mente impidiendo que la vulnerabilidad de las víctimas se mantenga
o aumente.
En nuestro país son muy destacables las iniciativas y esfuerzos
realizados para crear protocolos de acción eficaces y coordinados
ante el maltrato infantil. El Observatorio de la Infancia desarrolló en
2008 un Protocolo Básico de Intervención ante el maltrato infantil en
el que participaron representantes de instituciones de protección de
las Comunidades Autónomas, así como del ámbito judicial y de los
cuerpos de seguridad del Estado, ONG, y ministerios del gobierno
relacionados, coordinados por el Ministerio de Sanidad y Política
Social y por Save the Children. En él se realiza una propuesta para
la creación de un protocolo de actuación conjunto sobre el maltrato
infantil, que abarca los procedimientos judiciales desde el momento
en que se identifica un caso hasta que llega a juicio. Se propusie-
ron procedimientos básicos a seguir tanto para la detección y noti-
ficación de los casos de malos tratos, como para la evaluación, in-
tervención y seguimiento de los mismos, distinguiendo el papel que
deben desarrollar en ellos los profesionales de los distintos ámbitos
implicados: sanitario, social, educativo, policial y judicial. Este pro-
tocolo constituyó un esfuerzo de integración y coordinación en la
actuación conjunta ante el maltrato infantil y de referencia para las
Comunidades Autónomas en el desarrollo y adecuación de sus reco-
mendaciones a su realidad.
Entre las medidas generales de referencia relacionadas con los
protocolos de actuación en casos de maltrato infantil se citan las si-
guientes (Observatorio de la Infancia, 2008):
532 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

— Dar difusión de los protocolos y formación a los profesionales


de cada área sobre el mismo, incluyéndolo en sus planes de
acción, en las normas de procedimiento de los servicios.
— Dar difusión del protocolo a la población general, a través de
campañas informativas de prevención y sensibilización sobre
maltrato infantil. Disponer de una línea telefónica, y un acce-
so a una web en las cuales los ciudadanos puedan comunicar
cualquier sospecha de maltrato infantil.
— Dotar de los recursos suficientes y necesarios para constituir los
circuitos de actuación autonómicos y locales, que puedan garan-
tizar la evaluación, tratamiento y el seguimiento de los casos.
— Establecer los tiempos para la toma de decisiones de cada
paso estipulado en el proceso. Diferenciar el nivel de detec-
ción y notificación del nivel de evaluación e intervención. En
el primero, se debe garantizar la formación de todos los profe-
sionales para asumir la detección y notificación de los casos,
en el segundo han de ser profesionales especializados los que
trabajen con los niños y niñas.
— Contemplar, entre otras, las necesidades especiales de niños
y niñas con discapacidad física, intelectual, sensorial o so-
cial, niños y niñas hijos e hijas de progenitores víctimas de
violencia doméstica y/o de género posibilitando la formación
específica de los profesionales que realicen la evaluación y el
tratamiento terapéutico específico.
— Difundir las líneas telefónicas de ayuda para los niños y niñas
y los ciudadanos en general. Estas líneas deben adaptarse a
las características de los menores, y estar disponibles para ga-
rantizar su escucha.
— Incorporar y utilizar las hojas de notificación y detección de
maltrato infantil como uno de sus instrumentos básicos para
su aplicación. Estas hojas de notificación no sustituyen, sino
que complementan, los procedimientos ya establecidos (par-
tes de lesiones, diligencias policiales etc.).
— Crear espacios suficientes y adecuados para atender a los
niños y niñas en todos los ámbitos, incluido el policial y el
judicial.
— Proporcionar a la entidad responsable de protección infan-
til los datos disponibles sobre los casos de maltrato infantil
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 533

desde todas las instancias, a través de la copia de la hoja de


notificación, para constituir el registro estadístico de casos de
maltrato infantil en cada Comunidad Autónoma. Este registro
recogerá las estadísticas correspondientes a los casos de mal-
trato intra familiar o situaciones de desprotección.
— Garantizar la creación y/o dotación de recursos humanos y
materiales a los equipos especializados que trabajan con los
niños y niñas: clínica médico forense, servicios de protección
de menores, centros educativos con sus correspondientes ser-
vicios especializados, servicios especializados de atención a la
mujer y a los menores del Cuerpo Nacional de Policía (S.A.F.,
G.R.U.M.E.), profesionales con conocimientos adecuados de
la guardia civil (E.M.U.M.E.), Cuerpos de Policía Autonómica
y Cuerpos de la Policía Local, equipos de salud mental infanto
juvenil y equipos especializados en los hospitales de referen-
cia, de forma que las intervenciones con los niños y niñas en
el marco del protocolo se lleven a cabo siempre por profesio-
nales adecuadamente formados.
— Garantizar el apoyo e intervención terapéutica coordinada
entre los profesionales a todas las víctimas de maltrato infan-
til, sean o no objeto de una medida de apoyo, prevención o
protección y con su entorno familiar, creando en caso nece-
sario una unidad de evaluación y tratamiento de víctimas y
agresores.
534 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

TABLA 9
Buenas prácticas en España sobre recogida de datos
y seguimiento del maltrato infantil (tomado de ChildOnEurope,
European Network of National Observatories on Chilhood, 2009)
A. Región de Murcia
La Comunidad Autónoma de Murcia desarrolló el Programa Experimental Detección, notifica-
ción y registro del maltrato infantil entre 2003-08, a través del Dirección General de Familia y Menor,
en colaboración con el Ministerio de Educación, Política Social y Deportes. Concretamente incluía:
— La formación de profesionales que trabajan en contacto con niños, niñas y adolescen-
tes (aproximadamente 1.300 trabajadores sociales, 600 policías, 60 profesionales de la
Educación y 60 de los servicios sociales);
— La elaboración de estudios epidemiológicos sobre la incidencia y la prevalencia del mal-
trato infantil (analizando los datos aportados por especialistas de servicios sociales, sa-
nidad y policía), véase Memoria 2007 de la Dirección General de Familia y Menor en
http://www.carm.es/ctra/menoryfamilia.
— El desarrollo de protocolos de actuación funcional y homogénea cuando se enfrentan con
casos de maltrato infantil (se han publicado 5.200 manuales y 5.300 guías para los dife-
rentes sectores profesionales), véase http://www.carm.es/ctra/cendoc/publicaciones/list_
menoryfamilia.asp.
— La prevención de casos de maltrato infantil por medio de la identificación temprana (se
han publicado 6.600 copias de notificación y 400 carpetas para los diferentes sectores
profesionales), véase http://www.carm.es/ctra/contenido.asp?Id=2109.
— Sensibilización entre los profesionales y la sociedad, a través de campañas en los medios
(prensa, radio y televisión). Véase http://www.carm.es/psocial/contenido.asp?id=1955.
— El Programa Experimental de Murcia ha asumido la responsabilidad de la coordinación
entre todos los profesionales y trabajadores de instituciones públicas y privadas centradas
en la infancia en lo que a medidas de detección, intervención y prevención del maltrato
infantil se refiere.
B. Comunidad de Madrid
Programa de Atención al Maltrato Infantil. Desde 1988, se han realizado numerosas activida-
des para la prevención de los abusos infantiles en la Comunidad de Madrid y se han desarrollado
diversos programas y publicaciones, como:
— La protección de los niños y niñas en situación de riesgo social: guía para la escuela,
Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid, 1989.
— Guía para la detección precoz de riesgos del niño recién nacido y del niño en Educación
Primaria, Ministerio de Sanidad, 1991.
— Atención al maltrato infantil desde el ámbito sanitario, Consejería de Sanidad de la
Comunidad de Madrid, 1993.
— Programa de prevención, atención y tratamiento de situaciones de maltrato infantil en la
Comunidad de Madrid.
— Programa para la detección del riesgo social en neonatología, Instituto Madrileño del
Menor y de la Familia, 1999.
— Maltrato infantil: Prevención, diagnóstico e intervención desde el ámbito sanitario,
Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid, 1995-1996.
— El Programa de atención al abuso infantil, se creó en 1997 para: a) contar con una forma-
ción común entre los profesionales; b) unificar criterios para la detección y notificación
de los casos, c) establecer protocolos comunes y dar coordinación a la intervención y d)
desarrollar un sistema de registro de los casos de abuso infantil detectados.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 535

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Capítulo decimoprimero
VÍCTIMAS ESPECIALMENTE VULNERABLES
EN EL DELITO DE VIOLENCIA DOMÉSTICA (III):
EL ANCIANO MALTRATADO

I. CONCEPTO Y TIPOLOGÍAS

La figura del anciano constituye el tercer grupo de lo que se ha de-


nominado víctimas especialmente vulnerables en el delito de violencia
habitual en el ámbito doméstico. Su estudio y análisis se ha retardado
bastante en el tiempo constituyendo la tipología menos analizada de
cuantas se han mencionado. Es más, aunque, como se verá a conti-
nuación, algunos autores veníamos demandando una mayor atención
a esta modalidad delictiva desde hace más de una década, hoy día
continúa siendo el gran desconocido para la sociedad, quien ya ha
asumido el fenómeno del maltrato a la mujer, se encuentra conocien-
do el que tiene por destinatario a los niños pero prácticamente ni sabe
–no quiere saber o prefiere cerrar los ojos– a la existencia de esta for-
ma de violencia. Buena prueba de ello es la escasez de estadísticas
existentes al respecto en España.
Sea como fuere, el primer paso necesario para dar una definición
del maltrato al anciano consiste en determinar qué se entiende por
anciano o qué personas entran a formar parte de dicho término.
A tal efecto, la nomenclatura para agrupar a este colectivo es de lo
más variada; desde personas mayores a personas de más edad, terce-
ra edad, ancianos o cuarta edad, vocablo, este último, empleado para
referirse a los mayores de ochenta años. Naciones Unidas, en sus di-
ferentes documentos sobre el tema, se inclina por la referencia a per-
sonas mayores (older persons, en inglés; personnes agées, en francés).
Con este término, por tanto, se pretende hacer referencia a toda per-
sona de más de sesenta años. Por el contrario, la tendencia europea las
restringe a personas mayores de sesenta y cinco años, posiblemente
con una concepción más ajustada a las tendencias y realidades socia-
542 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

les. En definitiva, son sujetos pasivos o víctimas a tratar todas aquellas


personas de más de sesenta y cinco años sin ningún tipo de distinción
o discriminación entre ellas, aunque a la complejidad del problema
específico se le pueda añadir la condición de mujer para incrementar
el alcance de víctima especialmente vulnerable.
Situado ya, por tanto, lo que se entiende por personas mayores, hay
que definir el maltrato sobre este tipo de individuos. Al igual que ocu-
rre con el resto de víctimas especialmente vulnerables, no existe una
definición concreta sobre semejante forma de violencia sino que los or-
ganismos internacionales y la doctrina científica ha ido construyendo
conceptualizaciones basadas en unos u otros caracteres, los cuales, a
su vez, permiten observar la evolución del concepto referido. Sea como
fuere, a modo ejemplificativo, conviene referir las siguientes:
i) La American Medical Association definió, en 1987, este tipo de
maltrato como todo acto u omisión que lleva como resultado
un daño o amenaza de daño para la salud o el bienestar de una
persona mayor.
ii) Milner, allá por 1990, lo identificaba con aquellas situaciones no
accidentales en las cuales un anciano sufre daños físicos, priva-
ción de sus necesidades básicas o daño psíquico como resultado
de un acto o una omisión por parte de quienes deben cuidarle.
iii) La Declaración de Almería sobre el Anciano Maltratado, pro-
ducida dentro de la Primera Conferencia Nacional de Consenso
sobre el Anciano Maltratado, celebrada en Almería el 4 de mayo
de 1995, lo definió como todo acto u omisión sufrido por perso-
nas de 65 años o más, que vulnere la integridad física, psíquica,
sexual, y económica, el principio de autonomía, o un derecho
fundamental del individuo; que es percibido por éste o consta-
tado objetivamente, con independencia de la intencionalidad y
del medio donde ocurra (familiar, comunidad o Instituciones).
iv) Osuna Carrillo de Albornoz, en 1.999, desde una perspectiva
médico-legal, se refería a aquella acción, omisión o trato negli-
gente, no accidental, que prive al anciano de sus derechos y de
su bienestar, que amenacen y/o infieran su ordenado desarrollo
físico, psíquico y/o social, cuyos autores pueden ser personas,
instituciones o la propia sociedad.
v) La Declaración de Toronto, para la Prevención Global del
Maltrato de las Personas Mayores (2002), auspiciada por la
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 543

Organización Mundial de la Salud, lo asocia con la acción úni-


ca o repetida, o la falta de la respuesta apropiada, que ocurre
dentro de cualquier relación donde exista una expectativa de
confianza y la cual produzca un daño o angustia a una persona
anciana.
vi) Morillas Fernández (2003) lo identificó con toda aquella acción
u omisión, realizada dentro del ámbito familiar, que lleva como
resultado un daño o amenaza de daño para la salud o el bienes-
tar de una persona mayor.

Si se observan todas las definiciones expuestas, puede comprobar-


se la coincidencia en unos parámetros comunes identificativos de la
tipología delictiva descrita: a) se puede generar por acción u omisión,
tal y como se analizará en las tipologías de maltrato; b) lugar de co-
misión, dependerá del tipo de violencia al anciano que pretenda regu-
larse, si se focaliza en el ámbito de la violencia doméstica, los hechos
deben producirse en el contexto de las relaciones familiares propias
entre los sujetos que integren la unidad familiar, pudiendo ampliarse
a la esfera institucional, caso de querer aplicar el delito de violencia
habitual en el ámbito doméstico o simplemente sin especificar espa-
cio físico alguno si lo pretendido es referir la violencia al anciano en
términos genéricos; c) los hechos lesivos deben constituir un daño o
amenaza de daño para el anciano, incidiendo expresamente en su sa-
lud o bienestar.

De acuerdo con las definiciones anteriormente enunciadas y cen-


trándolo en el ámbito de la violencia doméstica, pueden destacarse
las siguientes tipologías de maltrato a ancianos, las cuales pueden re-
conducirse no sólo al ámbito de la violencia descrito sino igualmente
al institucional (OSUNA CARRILLO DE ALBORNOZ, 2010) ya que
Código Penal asimila ambas situaciones en el artículo 173.2 de una
forma adecuada dada la interrelación existente entre ambas –piénse-
se, por ejemplo, en el anciano que vive en una residencia de mayores–,
constituyendo además una de las formas más deleznables de violencia
ya que no sólo en virtud de la edad se trata de un colectivo de vulnera-
bilidad mayor sino que aquellos de quienes dependen, pues son los en-
cargados de proporcionarle los cuidados necesarios para su adecuada
vivencia, son precisamente quienes les agreden, constituyéndose en
una posición de superioridad correlativa al de inferioridad de la per-
sona mayor (ACALE SÁNCHEZ).
544 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

A) Maltrato físico. Como he venido refiriendo consiste en toda ac-


ción u omisión llevada a cabo por un miembro de la familia –o perso-
nal de una institución al cuidado del anciano– cuyo resultado produce
un daño físico en el anciano. Las lesiones más comunes en este tipo de
maltrato son:
a1) Las producidas por contusiones. Las mismas suelen aparecer
en distintas partes del cuerpo. Las principales son:
a1.1) En miembros superiores como hombros, brazos, muñecas,
antebrazos; e inferiores, principalmente en muslos.
a1.2) En las nalgas, zona también bastante frecuente por golpes
directos o golpes con objetos como cinturones, bastones,
látigos…
a1.3) En la cara, sobre todo en las mejillas, zona alrededor de la
boca, en la frente y en las orejas.
a1.4) En cuello, tórax y abdomen, más que producidas por gol-
pes directos suelen provenir por la presión de los dedos.
La contusión en sí misma va a proporcionar información sobre
la violencia de la agresión, el mecanismo empleado en la lesión y el
tiempo en que ha transcurrido desde que se ocasionó la misma. Así,
en primer lugar, la localización de las contusiones y el número de las
mismas determinará la gravedad de la agresión; en segundo lugar, la
forma que presente será indicativa del objeto empleado para causar-
la en tanto es común que su figura reproduzca el elemento que las
produjo (cinturón, colilla de cigarro) o bien no tenga forma ya que el
objeto lesivo se encontraba protegido (por ejemplo, por una toalla); y,
en último lugar, el color va ir cambiando con el paso del tiempo por lo
que también va a poder determinarse, aproximadamente, el momento
exacto en el que se produjo dicha lesión
a2) Alopecia traumática. Consiste en el arrancamiento de cabello
proveniente de tirones o golpes.
a3) Quemaduras. Suelen provenir del contacto de un líquido ca-
liente con la piel (escaldadura) o las producidas por cigarrillos u otra
clase de objetos –piénsese, por ejemplo, secadores de pelo recién
usados–.
a4) Rotura, pérdida o fractura de piezas dentales, cicatrices en la
mucosa de las encías como consecuencia de la administración de ali-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 545

mentos excesivamente calientes, por su administración forzada o por


bofetadas repetidas para que los ingiera.

a5) Lesiones esqueléticas. El supuesto más común son las fractu-


ras que normalmente son consecuencia de puñetazos, patadas o caí-
das provocadas. No hay que descartar otras como lesiones torácicas o
abdominales.

B) Maltrato psíquico. Frecuentemente orientado a ejercer una se-


rie de amenazas o actitudes que provoquen en el anciano determina-
dos temores como, por ejemplo, quedarse solo. Al igual que sucedía
con el maltrato al niño, son comunes los supuestos de abandono y
maltrato emocional –el primero caracterizado por la total ausencia de
cariño hacia el mayor, quien se va a sentir una persona abandonada
y desgraciada, mientras el segundo se particulariza por la existencia
de un bloqueo constante hacia el anciano bien mediante conductas
intimidatorias bien mediante hostilidad verbal–. Junto a ellos también
destacan los supuestos de las amenazas, insultos, tratos degradantes
–también podría derivar en maltrato físico–, aislamiento social, etc.
No obstante lo anterior, hoy día existe una corriente doctrinal que ha
clasificado el maltrato psíquico en tres categorías (MORERA): i) agre-
siones verbales, se incluirían supuestos como las amenazas, intimida-
ción o humillación –descalificación y denigración–; ii) infantilización,
comprendería la aplicación práctica de la falsa teoría de que las per-
sonas mayores “son como niños”; y iii) aislamiento o incomunicación
del anciano.

C) Abuso económico. Se incluyen todas aquellas conductas ten-


dentes a obtener beneficios económicos del anciano. El caso más co-
mún es uno ya aludido al estudiar los factores exógenos que generan
victimización168 consiste en acoger en el hogar al anciano para pres-
tarle los cuidados que necesita. Sin embargo, el verdadero motivo
oculto por el que lo hacen es administrar los bienes de la persona ma-
yor; disminuyendo, con el paso del tiempo, e, incluso llegando a des-
aparecer, los cuidados y atenciones que debiera de recibir el anciano,
lo que suele originar, además, situaciones de lesiones y vejaciones que
desembocan con la habitualidad de las mismas, y por consiguiente,
en constantes malos tratos. Así pues, este abuso económico que pa-
dece el anciano suele ir acompañado, en bastantes casos, de maltra-
168
Véase el Capítulo 4º.
546 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

to físico o abandono, maltrato psíquico o violación de sus derechos


individuales.
D) Abuso sexual. Se produce cuando se mantienen o provocan re-
laciones sexuales con el anciano en contra de su voluntad o se le utili-
za con fines pornográficos. En este último sentido, se ha detectado en
la última década un incremento de los vídeos pornográficos filmados
y distribuidos en redes de pago en el que personas de más de setenta
años son víctimas de todo tipo de actos de naturaleza sexual, llegando
a configurar un material caro, respecto a su precio, en una comparati-
va con otras prácticas sexuales.
E) Abandono o negligencia. Está muy relacionado con el maltrato
físico y psíquico, en tanto hace referencia a todas aquellas necesida-
des básicas del anciano que no van a ser satisfechas, ya sea de forma
temporal o definitiva. Los supuestos de abandono o negligencia tem-
poral son más difíciles de demostrar en tanto puede alegarse algún
motivo esporádico que impida proporcionarle dichas necesidades o,
sencillamente, porque no han sido detectadas. Supuestos bastante co-
munes y que hacen despertar la sospecha sobre la hipotética situación
de maltrato sufrida son la malnutrición, la deshidratación, la nula o
poca higiene corporal, el uso de ropa inadecuada, las condiciones de
habitabilidad peligrosas, impactación fecal, ausencia de gafas cuando
son necesarias para la adecuada visión, etc.
Dentro de esta categorías, Osuna Carrillo de Albornoz (2010) dis-
tingue una doble finalidad por la que el victimario puede obrar así:
i) abandono pasivo, donde el cuidador desconocería las necesidades
del anciano o no ha sido capaz de resolverlas adecuadamente, princi-
palmente por falta de conocimiento o destreza; y ii) abandono activo,
donde habría un daño deliberado al bienestar de la persona mayor al
negarle el acceso o limitárselo a las necesidades básicas.
F) Intoxicaciones. Al igual que sucedía en el maltrato al menor, se
trata de un supuesto apreciable en la práctica englobando casos como,
por ejemplo, la ingesta de sustancias químicas o compuestos que van
a poner en peligro su salud con el propósito de dormirlos, tranquili-
zarlos para que no de problemas, etc. El uso reiterado de semejantes
productos puede generar lesiones irreversibles en la salud de la perso-
na mayor. También se le denomina maltrato farmacológico.
G) Violación de sus derechos individuales básicos, tales como, por
ejemplo, la restricción de su capacidad de movimiento, el control eco-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 547

nómico (no abuso económico), la administración injustificada de medi-


camentos (no intoxicación por medicamentos), etc. En definitiva, de lo
que se trataría es de una injerencia no justificada en el ejercicio de la
propia libertad individual de la persona mayor que no tuviera ubicación
en ninguna de las categorías anteriormente descritas pero que afectase
directamente al anciano. Piénsese, por ejemplo, en la restricción de la ca-
pacidad de movimiento del anciano debido a que lo atan o inmovilizan.
El descubrimiento de semejante práctica dependerá, en la mayoría de los
casos, de la pericia médica al observar erosiones, excoriaciones o cica-
trices provenientes de cables, cuerdas, lazos, cadenas (…) en zonas muy
específicas del cuerpo –cuello, muñecas, tobillos, barriga y espalda–.
H) Otros. La doctrina científica viene, con el paso de los años, in-
corporando nuevas categorías a esta tradicional descripción de tipo-
logías si bien, en mi opinión, no gozan de identidad suficiente como
para ser consideradas modalidades autónomas de maltrato al ancia-
no ya que no existe un victimario específico de las mismas o bien la
acción es desarrollado con un conocimiento libremente emitido por
parte de la hipotética víctima. En cualquier caso, se detallan las si-
guientes como más relevantes y recientes (OSUNA CARRILLO DE
ALBORNOZ, 2011):
h1) Autoabandono169. Comprende situaciones en las que un ancia-
no vive solo no manteniendo adecuadas condiciones de vida
produciéndose un cuidado inadecuado de su salud física o
mental. Piénsese, por ejemplo, en el Síndrome de Diógenes.
h2) Síndrome de la abuela esclava. Afectaría a mujeres mayo-
res con exceso de responsabilidades directas como amas de
casa, cuidadora, educadora y responsable de cumplir diver-
sas tareas de forma simultánea con eficacia puntualidad y
acierto, generándose un agotamiento excesivo sobreesfuerzo
físico y emocional.
De igual forma, también se pueden fijar las diversas formas de
maltrato al anciano a sensu contrario; esto es, estableciendo los prin-
cipios básicos sobre los que debe sustentarse la vida de las personas
mayores, entendiendo como forma de maltrato todas aquellas accio-
nes u omisiones que reproduzcan conductas contrarias a ella. A tal
efecto, cabe referir los siguientes (MORILLAS FERNÁNDEZ, 2000):
169
También defendido, entre otros, por De la Cuesta Arzamendi o De Paul y
Larrión.
548 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

* Independencia. Conlleva tener acceso a la alimentación, vi-


vienda, oportunidad de trabajar, tener posibilidad de asistir a
programas educativos o poder residir en su propio domicilio.
* Participación. Supone permanecer integrados en la sociedad y
poder prestar servicios a la comunidad.
* Cuidados. Requiere poder disfrutar de los cuidados y la protec-
ción de la familia, tener acceso a servicios de atención de sa-
lud, sociales y jurídicos, disfrutar de sus derechos y libertades
fundamentales.
* Autorrealización. Demanda la posibilidad de aprovechar las
oportunidades para desarrollar plenamente sus potenciales, te-
ner acceso a los recursos educativos, culturales, espirituales y
recreativos.
* Dignidad. Exige poder vivir con dignidad y seguridad y estar
libre de explotaciones y de malos tratos, en definitiva recibir
un trato digno.
Estos principios son orientativos y, por tanto, dirigidos a proteger
y tutelar determinados derechos básicos como pueden ser la salud, la
igualdad, la intimidad, una vida digna tanto en lo económico como
en lo educativo y en lo cultural, y el derecho a la seguridad personal,
entre otros.
Como ya se refirió anteriormente, el maltrato a ancianos constitu-
ye la tipología menos estudiada en España. Por ello, delimitar la tasa
de ancianos maltratados no resulta fácil, máxime porque ni las propias
investigaciones existentes aportan datos similares. En este sentido, De
Miguel Negredo ha cuantificado que entre un 4 y un 10% de los ancia-
nos españoles han experimentado una o más formas de maltrato. Sin
embargo, las principales investigaciones empíricas desarrolladas en
nuestro país han referido tasas inferiores. Así, por ejemplo, Bazo, en
2001, sobre una muestra de 2351 ancianos del País Vasco, Andalucía
y Canarias determinó que un 4,7% eran víctimas de maltrato familiar;
Iborra hizo lo propio en 2005 respecto de 2041 ancianos y 789 cuida-
dores obteniendo una tasa de maltrato del 1,5%, según el testimonio
de los ancianos, y del 4,6% si lo hacía el cuidador; mientras De Paul y
Larrión abren una horquilla entre el 2,5% y el 3,9% de los ancianos.
En cuanto al desarrollo de las tipologías de maltrato, no suele ha-
ber diferencias significativas entre las categorías descritas si bien el
abuso sexual suele constituir la hipótesis menos repetida en la prácti-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 549

ca. Ahora bien, si semejantes variable se interrelaciona con el sexo


de la víctima pueden alcanzarse las siguientes conclusiones: i) no
existe una diferencia de género en el maltrato físico; ii) las mujeres
son más proclives a los maltratos psicológicos, económicos y sexua-
les; y iii) los varones son victimizados en cotas superiores en los su-
puestos de negligencia170.

II. PERFILES DE VÍCTIMA Y VICTIMARIO

Al igual que acontece en cualquier tipología delictiva, resulta


muy arriesgado establecer, de inicio, un perfil de víctima y victima-
rio, máxime porque muchas veces se confunde la propia naturaleza
del perfil en el sentido de creer que esas son las únicas característi-
cas concurrentes en la tipología ilícita cuando esto no es así sino que
engloba algunos parámetros muy repetidos en la práctica bien en la
víctima o en el victimario. Con esto, lo que quiero resaltar, es que al
establecer un perfil se presentan las características más repetidas en
la práctica las cuales no necesariamente deben observarse en una si-
tuación puntual de maltrato pues un riesgo similar a ser victimizado
puede presentar un varón de sesenta y cinco años como una mujer
de setenta, lo que aumenta esa probabilidad son los factores de ries-
go que se enunciarán en el epígrafe siguiente. El perfil lo único que
hace es compilar los factores más observados en una muestra repre-
sentativa de sujetos.
De acuerdo con lo anterior, una vez revisadas las aportaciones
doctrinales e investigaciones realizadas al efecto pueden establecer-
se una serie de caracteres o notas comunes que normalmente reúnen
ambos sujetos.
En cuanto a la víctima, el maltrato al anciano, se asocia mayori-
tariamente con mujeres de más de setenta y cuatro años, quizás, en-
tre otros motivos, porque su esperanza de vida es superior a los varo-
170
Según la investigación llevada a cabo por Iborra Marmolejo, las tasas de
victimización resultantes serían las siguientes:
- Maltrato físico: 50% hombres y mujeres.
- Maltrato psicológico: 85,7% mujeres y 14,3% hombres.
- Negligencia: 42,9% mujeres frente al 57,1% hombres.
- Abuso económico: 75% mujeres y 25% hombres.
- Abuso sexual: 100% mujeres.
550 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

nes; suele ser una persona viuda que convive con algún descendiente
y padece algún tipo de enfermedad o trastorno por lo que necesita
la atención de su cuidador, resultando muy habitual la presencia de
alguna demencia, principalmente alzheimer, lo cual le imposibili-
ta comunicar la situación que se encuentra viviendo. Junto a ello,
además, suele arrastrar algún tipo de problema funcional como, por
ejemplo, incontinencia, agitación nocturna, (…). Esta situación se
agrava aún más si sufre aislamiento social y no tiene alrededor amis-
tades o conocidos.
Por lo que al victimario se refiere, el sexo es indiferente ya que
tanto el masculino como el femenino desarrollan semejante acción
si bien los primeros se caracterizan por maltratar físicamente y las
segundas por desarrollar conductas vinculadas a la negligencias;
guarda parentesco con la víctima –principalmente hijos aunque no
hay que descartar a los nietos–; no asume las responsabilidades que
debe adoptar con el anciano por lo que no es capaz de prestarle las
atenciones precisas, luego todo aquel acto reivindicativo del ascen-
diente será entendido como una provocación o molestia que debe
tomarse; guarda una dependencia del anciano, ya sea desde el punto
de vista económico o de la vivienda; suele ser una persona agresiva
que pierde el control de la situación con relativa frecuencia siendo
incapaz de resolver problemas por lo que acude frecuentemente a
la violencia para intentar subsanarlos; presenta escasas relaciones
sociales; es común que haya tenido o tenga problemas laborales –in-
cluso pérdida de trabajo– o se haya separado de su cónyuge; y suele
ser consumidor de alcohol, drogas e incluso presente alguna depen-
dencia a fármacos.
Del mismo modo, en los supuestos en los que la persona mayor
no dependa del cuidado de un familiar por encontrarse en un centro
asistencial, supuesto también incluido en este tipo de violencia por las
particularidades ya referidas, Morera ha establecido el siguiente perfil
de maltratador de ancianos internados en centros: personal auxiliar
de entre veinticinco y treinta y cinco años con escasos elementos de
formación profesionales para atender las demandas de un anciano en
semejante situación lo que hace que concurra con facilidad a la vio-
lencia para subsanar lo que entiende como problemas si bien no dejan
de ser demandas de la persona mayor.
Por último, en cuanto a la intensidad y frecuencia de la violen-
cia se refiere, Osuna Carrillo de Albornoz (2010) ha concretado tres
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 551

grandes hipótesis de agresión: i) esporádica o única, como conse-


cuencia del deterioro progresivo de la convivencia familiar, lo que
lleva implícito el fin de la relación; ii) como expresión inesperada de
un desequilibrio familiar, la duración del maltrato es de dos a cinco
años; y iii) múltiple, como forma habitual de relación, donde la vio-
lencia no sería autolimitante y abarcaría un período de tiempo exce-
sivamente amplio, constituyéndose como la tipología más repetida
en la práctica.

III. FACTORES DE RIESGO

No existen unos factores concretos y específicos que vengan a deter-


minar la existencia de violencia doméstica al anciano. Tradicionalmente
se han venido refiriendo algunos que, a mi juicio, existen, si bien hoy
día han sido superados por la propia evolución de la sociedad, por lo
que se hace necesario una nueva búsqueda que actualice a aquéllos y
expliquen verdaderamente semejante fenómeno.
Entre los tradicionales se asociaba la figura del anciano como per-
sona débil y fácilmente victimizable o la idea de que el anciano genera
más costes que beneficios, Sin embargo, existen otros que no respon-
den a esas ideas y que, como ya he referido, han quedado obsoletos.
Tal puede ser el caso de aquél que entendía que para que se produjera
maltrato al anciano, el agresor debía de padecer algún tipo de trastor-
no o alteración psicológica171 o las ya mencionadas dificultades eco-
nómicas que atraviesa una familia y que pueden acrecentarse con la
llegada del anciano, provocando su maltrato. Reitero la discrepancia
con los mismos en tanto, en el primer caso, la práctica habla por sí
sola y, hoy día, aunque lógicamente pueda darse el supuesto de per-
sonas con deficiencias psíquicas que maltratan al anciano, es común
que cualquier persona, sin presentar tara psicológica alguna maltrate
a otra, independientemente de la edad de la víctima. En cuanto al se-
gundo, hay que aceptarlo con matices si bien es cierto que una familia
que sobrevive con graves problemas económicos, si tiene que cuidar
de otra persona, los problemas internos o familiares se dispararán,
A modo ilustrativo, se ha determinado que en violencia de género, los mal-
171

tratadores que padecen algún tipo de enfermedad o trastorno mental representan


un 20% del total (MORILLAS CUEVA, JIMÉNEZ DÍAZ, LUNA DEL CASTILLO,
MIRANDA LEÓN, MORILLAS FERNÁNDEZ y GARCÍA ZAFRA).
552 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

aunque también no es menos cierto que muchas familias en esa situa-


ción optan por atender a un anciano ya que su capacidad económica
les va a permitir un ligero desahogo económico. Es más, en este caso
concreto, como se ha enunciado anteriormente, el que puede sufrir un
grave peligro es el anciano, en tanto que una vez que la familia haya
satisfecho sus necesidades económicas puede no mirar por el bien de
la persona mayor. Lógicamente esta valoración pesimista no es igual
ni se produce en todos los supuestos aunque sí es bastante usual, des-
graciadamente, en la práctica.
Siguiendo a Osuna Carrillo de Albornoz (1999 y 2010), Rodríguez
Manzanera, Iborra Marmolejo y De Miguel Negredo se han ido com-
pilando progresivamente los principales factores de riesgo actuales
que pueden observarse en una situación de maltrato:
A) Factores individuales. Hacen referencia al anciano y a su cuida-
dor, pudiendo destacarse:
a1) Aspectos inherentes al anciano:
a1.1. Edad. Las investigaciones empíricas han demostrado la exis-
tencia de un especial riesgo de victimización a partir de los
setenta y cuatro años, instante en el que se duplica la tasa de
maltrato a ancianos, luego constituiría el inicio a partir del
cual existe un claro factor de riesgo a ser victimizado.
a1.2. Sexo. La mayoría de estudios, nacionales e internacionales, han
encontrado un mayor porcentaje de victimización en mujeres,
llegando en algunos casos a duplicar a la de varones. Así, de las
investigaciones realizadas se denota que las mujeres presentan
una tasa mínima de maltrato del 66% de los casos, porcentaje
que va en aumento según la investigación realizada.
a1.3. Deterioro funcional del anciano. Mediría la dependencia
para el desarrollo de actividades importantes de la vida
diaria tanto desde una perspectiva física como psicológica.
Iborra Marmolejo ha demostrado empíricamente que a ma-
yor dependencia mayor nivel de maltrato llegando incluso a
triplicar la tasa de victimización de una gran dependencia a
otra moderada (IBORRA MARMOLEJO, 2008).
a1.4. Aislamiento social. Se trata de una característica muy co-
mún en ambos sujetos, como ya se ha expuesto, aunque
predomina en el anciano debido a que tiene contactos con
otros familiares o círculos de iguales, siendo el maltratador
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 553

su único contacto con el mundo exterior. Empíricamente se


ha demostrado que las personas mayores víctimas de mal-
trato tienen menos contactos sociales que los ancianos que
no sufren violencia. Algo similar acontece con los agresores,
quienes también presentan dificultades en sus relaciones so-
ciales y un cierto grado de aislamiento, si bien, a veces, aun-
que minoritariamente, provienen de los propios cuidados
que deben dispensar al anciano.
a2) Características del agresor:
a2.1. Personalidad. Lógicamente la existencia del maltrato depen-
derá de las variables personales del sujeto. Así, por ejemplo,
un individuo nervioso y agresivo será potencialmente más
normal que maltrate que otro tranquilo; o piénsese en aquél
que ha adquirido unas adecuadas técnicas de resolución de
problemas y la persona que no es capaz de controlar sus im-
pulsos recurriendo a la violencia como mecanismo de reso-
lución de conflictos.
a2.2. Cambios inesperados en el estilo de vida y en sus aspiracio-
nes o expectativas sociales, personales y laborales.
a2.3. Dedicación del cuidador a otro tipo de tareas tanto por ex-
ceso como por defecto; esto es, respecto de las primeras el
deber de atención a otras actividades laborales, domésticas,
paterno-filiales (…) que supongan una excesiva carga pue-
den potenciar el riesgo a que se genere el maltrato, así como
el fenómeno contrario, la única y exclusiva atención al cui-
dado del anciano sin otro tipo de ocupación.
a2.4. Ausencia de apoyo familiar y/o social que permita la descar-
ga de las obligaciones contraídas con el anciano.
a2.5. Estrés. Existen evidencias empíricas que corroboran una estre-
cha vinculación entre situaciones de estrés y maltrato. Si a ello
se une otros elementos como la falta de habilidades de cuida-
do, recursos de apoyo inadecuados y escasa información sobre
el proceso de envejecimiento la situación se agrava aún más.
a2.6. Dependencia a drogas, alcoholismo o ludopatía.
A3) Comunes a ambos sujetos:
a3.1. Convivencia en el mismo domicilio por acuerdo previo. En
este factor difiero de la opinión expuesta por este autor ya
554 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

que, aunque lógicamente si dos personas viven en común el


riesgo de maltrato es superior que si viven separadas, pero,
mediando acuerdo previo entre las partes, semejante ries-
go tiene necesariamente que disminuir en tanto si no existe
coacción entre ambas o interés oculto, cosa que se presupone
de inicio, saben y conocen la situación a la que van a exponer-
se y, si el anciano sospecha que puede ser maltratado, salvo
circunstancia extraordinaria, no debe compartir vivienda con
el futuro agresor. Cuestión absolutamente distinta es que una
vez que comienza la convivencia se inicie el maltrato, en cuyo
caso, si el anciano ha elegido de forma libre la convivencia,
de igual forma podrá poner fin a la misma, o que existiese
una causa o razón en virtud de la cual el anciano ha de de-
pender del agresor – motivos de salud, económicos (…)– en
cuyo caso, como señala este autor, este factor sí ha de ser teni-
do en cuenta (MORILLAS FERNÁNDEZ, 2003).
a3.2. Unidad familiar con problemas económicos.
a3.3. Aunque ya ha sido destacado anteriormente, la ausencia de
iguales o redes sociales de apoyo integra un factor de riesgo im-
pidiendo al anciano mantener contacto con terceras personas,
lo que incrementa sobremanera la posibilidad de que terceros
conozcan la situación vivida y la dificultad para interponer de-
nuncia e incrementa el estrés y la agresividad del cuidador al
tener que ocuparse en exclusiva de la persona mayor sin ape-
nas actividades de esparcimiento social que le permitan rela-
cionarse con normalidad y llevar una vida fuera del domicilio.

B) Factores familiares. El hogar familiar es el lugar donde se desa-


rrollan las relaciones más seguras y duraderas, sin embargo, es tam-
bién el espacio donde suelen concurrir el mayor número de supuestos
de maltrato, independientemente de la figura de la víctima, por lo que
en el momento en el que se enturbien las relaciones dentro de la fa-
milia, existirá un riesgo, por muy ínfimo que parezca, de aparición de
maltrato en cualquiera de sus tipologías. En este sentido resulta un
factor de riesgo el entorno familiar ya perturbado previamente por
otros problemas ajenos a la relación cuidador/anciano. Por ejemplo,
paro, conflictos de pareja, hijos problemáticos, enfermedad crónica
de otro miembro de la familia, antecedentes de violencia en el seno
familiar (…).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 555

C) Cambio de actitud que las nuevas generaciones han desarrolla-


do frente a los ancianos. Existen dos factores que inciden directamen-
te en semejante situación: i) el denominado edadismo, proceso por el
cual se estereotipa de forma sistemática y negativa a las personas por
el hecho de ser “viejas”, lo que facilita el desarrollo de conductas abu-
sivas sin la presencia de un sentimiento de culpabilidad o remordi-
miento, siendo el objetivo fácil para los jóvenes durante el desarrollo
de actitudes violentas o de explotación; y ii) la existencia de una cul-
tura de la violencia, algo presente en las nuevas generaciones y cuyos
destinatarios son individuos de todas las edades pero que implica una
aceptación o normalización de la violencia que conlleva que aparezca
en muchas actividades diarias sin prestarle una especial atención por
su propia interiorización, incluso social debido a elementos de consu-
mo diario como películas, videojuegos, deportes, formas de resolución
de conflictos, etc. Esto hace que, por ejemplo, frente a pequeños estí-
mulos o demandas reiterativas producidas por el anciano se responda
de manera desproporcionada con un alto índice de agresividad.

D) Crecimiento de la población de personas mayores. El envejeci-


miento de la población resulta un fenómeno innegable hoy día. A nivel
internacional, el número total de personas mayores pasó de doscien-
tos millones en 1950 a cuatrocientos en 1982 y seiscientos en 2001 y
que será de mil doscientos en el año 2025, en el que más del 70% vivi-
rá en los países que actualmente están en desarrollo. De igual forma,
las que se denominan personas de la cuarta edad; esto es, aquéllas que
tienen más de ochenta años, ha crecido y sigue creciendo a un ritmo
más acelerado, pasando de trece millones en 1950 a más de cincuenta
millones en la actualidad, y se calcula que alcanzará los ciento treinta
y siete millones en el año 2025. Es el grupo de población de creci-
miento más rápido en todo el mundo, y según se calcula, se habrá
multiplicado por diez entre 1950 y 2025172.

En España, según los datos actuales y las estimaciones del Instituto


Nacional de Estadística, la situación a corto plazo es normal pero ex-
cesivamente preocupante a largo. La siguiente gráfica ayudará a com-
prender el futuro incremento de la tercera edad en nuestro país:
172
Datos obtenidos del Informe del Secretario General de Naciones Unidas,
Objetivos mundiales sobre el envejecimiento para el año 2001: Estrategia práctica
(A/47/339).
556 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Evolución de la población de más de 65 años en


España

16000000
12000000 14729082
8000000 11356529
8162123
4000000 6554134 7018801 7527269
0
2002 2007 2012 2017 2033 2049

Como puede apreciarse en la gráfica presentada los niveles de po-


blación de más de sesenta y cinco años resultan muy similares propor-
cionalmente unos con otros incluso a largo plazo donde, pese a la cur-
va de incremento existente, no deja de ser un crecimiento constante.
El problema proviene porque todo lo anterior sería normal siempre
y cuando la población española creciera a un ritmo similar si bien
las perspectivas de crecimiento hasta 2.049 son mínimas. A tal efec-
to, téngase presente que la población española estimada para el 1 de
enero de 2012 es de 46.257.974 habitantes, para el mismo día del año
2033 de 47.681.724 y para 2049 de 47.966.653, lo que denota que el
crecimiento de la población de más de sesenta y cinco años es muy
superior cualitativamente que la de la población general. En esta otra
gráfica podrá compararse el citado fenómeno:

Tasa de representatividad de personas mayores de


65 años en la población española

40%

30%
30,70%
20% 23,80%
15,78% 16,27% 17,45%
10% 15,90%

0%
2002 2007 2012 2017 2033 2049
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 557

Así pues, se verifica el envejecimiento paulatino de la población


española hasta alcanzar unos niveles realmente preocupantes en el
año 2049, donde un 30,7% de la población española tendrá más de
sesenta y cinco años con toda la problemática que eso acarrea desde
diversos puntos de vista y, en particular, de las políticas asistenciales
a tales sujetos las cuales no podrán ser subsumidas en las condiciones
que hoy día se conciben suponiendo un factor muy preocupante ge-
nerador de violencia por la dependencia que tendrán estos sujetos de
otros –principalmente descendientes–, los cuales no podrán otorgarle
esa atención, disminuyendo sus cuidados y aumentando las tensiones
entre ambas partes por lo que conviene llamar la atención para un
próximo y necesario refuerzo de las prestaciones sociales dirigidas a
este colectivo debido a un futuro aumento de las tasas de maltrato.

IV. CONSECUENCIAS PSICOLÓGICAS

Según la OMS (2002), los efectos de la violencia física y psicológi-


ca sobre la salud de una persona mayor se ven exacerbados por el pro-
ceso de envejecimiento y las enfermedades características de la vejez.
A nivel físico, las consecuencias del maltrato en los ancianos pueden
ser especialmente graves, pues se trata de personas físicamente más
débiles y más vulnerables que los adultos más jóvenes, sus huesos son
más quebradizos y los procesos de convalecencia suelen ser más pro-
longados, pudiendo una lesión relativamente leve causar daños gra-
ves y permanentes. A este mayor riesgo de gravedad de las lesiones
y empeoramiento de las condiciones de salud en general, se suma la
pérdida de años de esperanza de vida en comparación con ancianos
no maltratados. En un estudio longitudinal sobre salud y bienestar
en personas mayores (Lasch y col. 1998), se compararon las tasas de
mortalidad de ancianos maltratados y no maltratados hallando que,
trece años después de haberse iniciado el estudio, el 40% de las per-
sonas que no habían sido víctimas de maltrato aún vivían, mientras
que en el otro grupo la proporción era de un 9%. Tras comprobar que
en otros factores que pueden influir en la mortalidad, como la edad,
el sexo, los ingresos, las condiciones funcionales y cognoscitivas, el
diagnóstico y el grado de apoyo social, no existían diferencias signifi-
cativas entre ambos grupos, se llegó a la conclusión de que el maltrato
558 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

genera un gran estrés interpersonal que puede aumentar el riesgo de


muerte.
Aunque no existen muchos estudios sobre los efectos y consecuen-
cias psicológicas del maltrato sobre las personas mayores, ya que gran
parte de los casos quedan ocultos entre las cuatro paredes del hogar y
resulta difícil llevar a cabo investigaciones con muestras amplias y de
forma longitudinal, de forma que se puedan distinguir los trastornos
preexistentes de aquellos causados por el maltrato, diversas investiga-
ciones sí apuntan a la existencia de graves consecuencias emocionales
en las personas mayores maltratadas. La depresión, por ejemplo, es
más frecuente en los ancianos maltratados que en ancianos no mal-
tratados (Bristowe y Collins, 1989; Pillemer y Prescott, 1989). Otros
síntomas frecuentes que se han señalado en relación con los ancianos
maltratados son los sentimientos de impotencia, los sentimientos de
culpa y de vergüenza, el temor, la ansiedad, la negación y la presen-
cia de estrés postraumático (Booth, Bruno y Marin, 1996; Goldstein,
1996). Distintas investigaciones ponen de relieve el gran sufrimiento
emocional presente en este tipo de víctimas, que en muchas ocasio-
nes describen esta vivencia como devastadora y muy difícil de superar
(Mears, 2003). En otros, la cronicidad y la gravedad del maltrato se
asocian a efectos como la pérdida de la autoestima y la confianza en
sí mismo, así como a la presencia de ideas de suicidio (Comijs y col,
1999; Mowlan y col., 2007). Todas estas consecuencias se verán me-
diatizadas en su manifestación por la gravedad del maltrato sufrido,
por las consecuencias y repercusiones en su salud física, por su ajuste
psicológico previo, por el grado de parentesco y vinculación afectiva
que se mantenga con la persona maltratadora, por el nivel de depen-
dencia vital que la víctima tenga del agresor y por el nivel de apoyo
social de que disponga.
El maltrato de tipo emocional, puesto que es uno de los más difí-
ciles de visibilizar, puede mantenerse por períodos de tiempo muy lar-
gos y deteriorar mucho la autoestima de la persona, su nivel de ajuste
psicológico y su capacidad de afrontamiento ante la situación. Según
Morera (2006), la respuesta inicial más frecuente en el anciano ante
una situación habitual de maltrato psicológico es una reacción de an-
gustia que aparece, de forma inespecífica, ante cualquier estrés, y que
contribuirá posteriormente a la aparición de otros fenómenos psico-
lógicos más complejos como el temor, la indecisión, la apatía, diver-
sos síntomas afectivos y motores y los problemas de autoestima y de
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 559

culpabilización (en sujetos con deterioro cognitivo pueden aparecer la


agitación, la intranquilidad o los síntomas regresivos, especialmente
en presencia del agresor). Así, la autora plantea que las respuestas de
las personas mayores ante el maltrato emocional vienen mediadas por
elementos culturales y psicológicos individuales que repercuten en la
forma de afrontar el problema. Por ejemplo, cuando el anciano consi-
dera que es una carga para otras personas, y que éstas bastante hacen
con atenderla, puede aceptar pasivamente el maltrato de tipo emocio-
nal, negarlo o justificarlo.
Además del papel que juegan las consecuencias psicológicas del
maltrato en el deterioro del bienestar psicológico y en la capacidad de
afrontamiento de la víctima, Moya y Barbero (2005), analizan otros
factores que pueden contribuir a que la víctima de este tipo de violen-
cia tenga dificultades para poder enfrentarse a la situación que pade-
ce y solicitar ayuda. Entre ellas citan las siguientes:
A) No reconocer la existencia de malos tratos que sufre por parte
de sus cuidadores, negándolos, lo cual puede explicarse a través de
diversas razones:
a1) Temor de la víctima a posibles represalias, a que los malos tra-
tos aumenten en intensidad, a ser institucionalizada, a que si
lo cuenta no le dejen ver a sus nietos, a que se le atienda peor
en la institución si denuncia malos tratos, etc.
a2) Temor a que, al revelar la existencia de malos tratos, la perso-
na responsable de los mismos, especialmente cuando es algu-
no de sus hijos o hijas, tenga problemas por ello.
a3) Sentimientos de culpa, por ejemplo, al pensar que si hubiesen
sido mejores padres la situación no habría tenido lugar o que
pueden ser responsables del maltrato sufrido por su forma de
comportarse.
a4) Sentimientos de vergüenza, que pueden derivarse de pensar
que no son capaces de controlar la situación o de que alguien
se pueda enterar de lo ocurre y ello afecte a la reputación de
la familia.
a5) Chantaje emocional por parte de la persona maltratadora, por
ejemplo, suplicándole a la víctima que no cuente lo ocurrido o
que si lo hace es que no lo quiere.
a6) Creer que si lo cuenta a alguien no le van a creer.
560 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

a7) Sufrir deterioro cognitivo, siéndole difícil informar de la si-


tuación de maltrato debido a la presencia de problemas de
memoria, de comunicación, etc.
B) No ser consciente de estar sufriendo acciones que se conside-
ran maltrato, así como desconocer sus derechos y los servicios dispo-
nibles para garantizarlos.
C) Tener sensación de indefensión y pensar que nadie puede hacer
nada para ayudarle o no saber a quién llamar o en quien confiar en
esa situación. No ser consciente de los recursos disponibles o creer
que éstos no son los adecuados para su situación.
D) Creer que solicitar ayuda supone admitir un fracaso, en el sen-
tido de tener que reconocer que las cosas no van como “deberían” ir.
E) Estar socialmente aislado, teniendo muchas menos oportuni-
dades para buscar ayuda o para ser identificada como una persona
que necesita ayuda por parte de los demás.
F) Depender del cuidador, ya que puede resultarle difícil quejarse
de la persona que atiende la mayor parte de sus necesidades diarias.
G) Normalizar los malos tratos, es decir, aceptarlos como algo
normal debido a que lleva toda la vida expuesto a ellos.

V. PREVENCIÓN Y TRATAMIENTO

1. Estrategias generales de prevención

Según el Informe Europeo sobre Prevención del Maltrato a Mayores


(OMS, 2011), es importante la actuación conjunta y complementaria
de las distintas estrategias de prevención del maltrato a mayores, así
como el desarrollo de investigaciones sobre la eficacia de las mismas.
Desde un enfoque criminológico, de la Cuesta (2006) señaló, al igual
que lo hace este informe, las principales estrategias de prevención
ante el maltrato a ancianos, distinguiendo entre:
A) Prevención primaria. Se incluyen las campañas de sensibili-
zación orientadas a la población en general y basadas en la
promoción de valores de respeto y comprensión hacia los
mayores y de una completa información sobre lo que supone
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 561

el proceso de envejecimiento a nivel psicológico y físico. Se


contemplan también la revalorización social de la figura del
cuidador, su formación y el fomento de una mayor profesio-
nalización en el sector. Asimismo, el refuerzo de la autonomía
personal de las personas mayores (dependientes o no) y de la
transmisión de información relacionada con el maltrato, su
prevención y las ayudas disponibles. En el plano profesional,
se proponen medidas como la adopción de modelos de cali-
dad y de mejora continua.
B) Prevención secundaria. Dirigida a detectar y prevenir la vic-
timización en aquellas víctimas o potenciales agresores que
presentan un alto riesgo. Incluyen sistemas de telealarma, vi-
sitas y ayuda a domicilio, grupos de apoyo a las personas ma-
yores en riesgo y a la actividad de los cuidadores, programas
de apoyo y psicoeducativos a cuidadores y de prevención del
síndrome del cuidador.
C) Prevención terciaria. Implica los distintos programas de trata-
miento psicológico a víctimas y agresores, diversas interven-
ciones según las características del maltrato, como programas
de educación familiar o servicios de apoyo a la familia y, en su
caso, la intervención legal, con el objetivo general de tratar los
daños producidos y evitar la repetición de tales situaciones.

2. Indicadores de sospecha y detección de situaciones de maltrato

Puesto que el maltrato a ancianos se caracteriza por la especial


vulnerabilidad de las personas de edad, por su poca visibilidad y por
las dificultades de las víctimas para hacerlo público o interponer de-
nuncia, una herramienta esencial y urgente de prevención es la detec-
ción de tales casos, ya que permite que las víctimas accedan lo antes
posible a los sistemas de apoyo y atención médica, psicológica, social
o legal necesarias para poner fin a su victimización y minimizar la
gravedad de sus consecuencias. El ámbito de los servicios sociales y
el ámbito sanitario, por su mayor contacto con este tipo de población,
desempeñan un importante papel de cara a la detección.
Para ello, se considera muy relevante que los profesionales de ta-
les ámbitos estén coordinados y debidamente formados acerca de los
562 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

indicadores de sospecha más frecuentemente relacionados con las si-


tuaciones de maltrato hacia los ancianos. Se debe de tener en cuenta
que la observación de ciertos indicadores de sospecha no significa que
exista realmente una situación de maltrato, por lo que esta investi-
gación debe hacerse con suma delicadeza y, a ser posible, de mane-
ra multidisciplinar. Además de ello, como indican De Paul y Larrión
(2006), se debe tener en cuenta que: a) debido a que no se puede de-
terminar con rigor un perfil específico de víctima, todos los ancianos
deben considerarse como víctimas potenciales, no sólo los más ma-
yores, discapacitados o enfermos; b) la tipología y las características
del perpetrador pueden ser la base fundamental para la detección de
situaciones de riesgo; y c) una evaluación adecuada sobre un supuesto
caso de maltrato a personas mayores debe incluir, además de la vícti-
ma, al perpetrador, así como al ambiente familiar y las interacciones
entre ellos. Por tanto, y ya que existen pocos métodos formales estan-
darizados para la identificación del maltrato a los ancianos, la labor
a realizar es fundamentalmente observacional, dirigida a intentar ha-
llar indicios y a detectar y valorar situaciones de riesgo.
Tabla 1
Indicadores de sospecha en el maltrato a las personas mayores (OMS, 2002)

Indicadores relacionados con la persona de edad Indicadores


relacionados
Físicos Psicológicos Sexuales Económicos con el cuidador

• Quejas de agresiones • Cambios en los hábitos • Quejas de agresión • Retiros de dinero irre- • El cuidador parece can-
físicas. alimentarios o problemas sexual. gulares o atípicos del sado o estresado.
• Caídas y lesiones no para dormir. • Conducta sexual que no anciano. • El cuidador parece muy
explicadas. • Actitud de temor, confu- coincide con las relacio- • Retiros de dinero incom- preocupado o indiferente
• Quemaduras y hemato- sión o resignación. nes habituales y la per- patibles con los medios • El cuidador culpa a la
mas en lugares sospecho- • Pasividad, retraimiento o sonalidad anterior del de la persona de edad. persona de edad por
sos o de tipo sospechoso. mayor depresión. sujeto. • Cambio de un testamen- ciertos actos, como la
• Cortes, marcas en los • Indefensión, desesperan- • Cambios no explicados to o título de propiedad incontinencia.
dedos u otros indicios za o ansiedad. en la conducta, como la que deja la vivienda o el • El cuidador se comporta
de uso de medios de • Afirmaciones contra- agresividad, retraimiento dinero a “nuevos amigos agresivamente.
inmovilización. dictorias u otras ambi- o automutilación. o parientes” • El cuidador trata a la
• Pedido demasiado reite- valencias que no son el • Quejas frecuentes de • Falta de una propiedad. persona de edad como
rado de recetas de medi- resultado de la confusión dolores abdominales o • La persona de edad no a un niño o en forma
camentos o poco uso de mental. hemorragias vaginales o puede encontrar joyas o inhumana.
los medicamentos. • Renuencia a conversar anales inexplicadas. efectos personales. • El cuidador tiene antece-
• Desnutrición o deshidra- abiertamente. • Infecciones genitales re- • Movimientos sospecho- dentes de abuso de sus-
tación sin una causa que • La persona evade el con- currentes o hematomas sos en la cuenta de la tar- tancias psicotrópicas o
guarde relación con la tacto físico con su cuida- alrededor de las mamas o jeta de crédito. de maltratar a otros.
enfermedad. dor, no lo mira a los ojos en las zonas genitales. • Falta de comodida- • El cuidador se niega a
• Signos de atención y evita la comunicación • Prendas íntimas desga- des, pese a que la per- que la persona de edad
inadecuada o de poca verbal. rradas, manchadas o sona de edad podría sea entrevistada sola.
higiene. • La persona mayor es ensangrentadas. permitírselas. • El cuidador se pone a la
• Búsqueda de atención sa- dejada de lado por los • Problemas de salud física defensiva cuando se le
nitaria con varios médi- demás. o mental sin tratamiento. pregunta algo, puede ser
cos o en centros de aten- • El nivel de atención que hostil o esquivo.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización

ción de salud. recibe la persona de edad • El cuidador ha estado


no está a la altura de sus atendiendo a la persona
ingresos o medios. de edad durante un pe-
ríodo largo.
563
564 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

La OMS recomienda a los profesionales del ámbito social y sanita-


rio que, en el caso de los ancianos: a) se entreviste al anciano solo, pre-
guntándole directamente si ha sido objeto de actos de violencia física, si
se han restringido sus movimientos o si se lo ha descuidado; b) se entre-
viste al cuidador solo; c) se preste especial atención a la relación entre
el anciano y el cuidador o el presunto agresor, y a la conducta de ambos;
d) se realice una evaluación geriátrica integral del anciano, con explo-
ración de aspectos médicos, cognoscitivos, funcionales, psicológicos, y
sociales; e) se valore la disponibilidad de los recursos y la existencia de
redes sociales de la persona mayor, tanto formales como informales.

3. Actuación médica en el maltrato a ancianos

Al igual que sucedía con los menores, la pericia médica se torna en


una actividad esencial para la correcta detección de los malos tratos
producidos sobre los ancianos. En este sentido, resultan muy escasos,
por no decir casi nulos –Osuna Carrillo de Albornoz (2010) los ha cuan-
tificado en un 6%– los supuestos en los que la persona mayor acude sola
a un reconocimiento médico, ya sea de carácter general o como con-
secuencia de agresiones sufridas en el ámbito familiar, siendo lo más
frecuente que vaya acompañada de otra persona, en este caso concreto
no tiene por qué ser el maltratador, si bien resulta lo más común, y que
ambos relaten hechos distintos a lo acontecido realmente.
Así pues, para determinar la verdadera naturaleza de las lesio-
nes presentadas, el médico va a tener que moverse necesariamente
mediante indicios valorando las situaciones de riesgo. De entre los
mismos conviene resaltar lo siguientes como más indicativos de la
sospecha de la situación de maltrato vivida por el anciano (OSUNA
CARRILLO DE ALBORNOZ 1999 y 2010):
i) Intervalo prolongado de tiempo entre que se produjo la lesión
y el momento en que se solicita la ayuda médica. Esto puede
determinarse por la presencia de heridas y lesiones curadas
de forma tardía, fracturas óseas antiguas en la radiografía,
enfermedades crónicas descompensadas (…).
ii) Los hechos relatados al médico difieren de una persona a otra
o no se ajustan a la naturaleza de las lesiones. En este senti-
do, resulta muy adecuado mantener conversaciones separa-
das con el anciano y la persona que lo acompaña.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 565

iii) Existen múltiples visitas a centros médicos u hospitales para


tratar lesiones de similar tipología.
iv) Los resultados de las pruebas complementarias practicadas
resultan incompatibles con la anamnesis; esto es, con la in-
formación otorgada por el propio paciente.
v) Malnutrición, deshidratación, falta de higiene (…) que no re-
sulta acorde con la presencia de la persona que lo acompaña
o el cuidador.
vi) Actitudes entre el cuidador y el anciano. Por ejemplo, el len-
guaje empleado, la actitud negativa o de menosprecio usada
o la ausencia de una relación cálida hacia la víctima.
vii) La presencia en el anciano de apatía, recelo, miedo, ansiedad
o síntomas depresivos respecto del cuidador.
Más difícil de valorar va a ser el maltrato psicológico, pues exige
observar el comportamiento del agresor y de la víctima para, si existe
esa sospecha, proceder a analizar si el anciano es una persona apáti-
ca, recelosa, miedosa, etc.; en definitiva, aspectos que pueden hacer
ver la presencia de dicho tipo de maltrato. La existencia de depresión
y confusión en el anciano unido a otros indicios aumenta el riesgo de
ser víctima de violencia habitual en el ámbito doméstico.
Del mismo modo, los indicadores de negligencia en el anciano
vendrán referidos por malnutrición, deshidratación, falta de higiene
corporal, ropa sucia o inadecuada para la estación del año, hipoter-
mia o hipertermia (…).
En definitiva, el médico deberá realizar un examen del anciano para
diagnosticar los malos tratos. A tenor de ello –al igual que ha sido ex-
puesto en el epígrafe correspondiente al menor, al que nuevamente me
remito en tanto aquí tan únicamente voy a recordar los pasos a seguir– el
reconocimiento médico debe versar en la búsqueda de los mencionados
indicios en tanto su suma ampliará el espectro de posibilidades de que
realmente exista una situación de maltrato. Osuna Carrillo de Albornoz
(2010) ha sido muy claro al referir que la exploración médica debe ser
minuciosa para detectar pequeños signos de maltrato lo cual debe ser
complementado con otros elementos como el estado nutritivo o la exis-
tencia de signos de negligencia (heridas abandonadas, suciedad, para-
sitosis, dermatitis, etc) si bien necesariamente deben apreciarse cuatro
grandes criterios de sospecha en relación con las lesiones observadas:
a) cuantitativo, debido a su multiplicidad; b) cualitativo, por ser de di-
566 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

ferentes tipos; c) cronológico, por la antigüedad; y d) topográfico, por


presentarlas en zonas no salientes del cuerpo.
Una vez finalizado el examen médico al anciano, el cual, como se
ha referido, debe incluir necesariamente una conversación con los su-
jetos presentes –anciano y, llegado el caso, persona que lo acompañe–
y la exploración médica en sí más la posible remisión de pruebas com-
plementarias, el facultativo elaborará, si estima que existen indicios
suficientes, un parte de lesiones que tendrá valor de denuncia y será
remitido al Juzgado de Instrucción. Sin embargo, este hecho no es si-
nónimo de castigo a los autores pues, a partir de ahí se abre un nuevo
proceso de naturaleza investigadora y probatoria que, por las propias
características del lugar en que se producen los hechos –domicilio– y
las personas implicadas –habitualmente autor y víctima simplemente–
, sin terceras personas ajenas a la relación víctima-victimario– dificul-
ta su adecuado desarrollo al carecer de testigos que puedan aportar
su testimonio al caso si bien la Jurisprudencia ha estimado, en ciertos
casos, que la simple declaración de la víctima y la presencia de unos
indicios médicos sobre la situación de maltrato constituyen prueba
suficiente para condenar al autor (ACALE SÁNCHEZ).
En cualquier caso, a modo meramente orientativo y siguiendo los
protocolos establecidos en la Comunidad Autónoma de Cataluña173, la
cual conviene resaltar, una vez más, que se trata de una de las pocas que
viene prestando una atención particularizada a la problemática del mal-
trato al anciano, podría establecerse el siguiente protocolo de actuación:

Servicios sanitarios

Sospecha de maltrato Certeza de maltrato

Valoración del riesgo Denuncia

Registro y seguimiento Servicios sociales

Atención sanitaria

Procedimiento judicial

En particular, se presenta un esquema basado en el Protcolo de Actuación


173

contra el Maltrato a las Personas Mayores, hecho en Girona, el 24 de septiembre de


2007. Documento electrónico disponible en: http://www20.gencat.cat/docs/Adjucat/
Documents/ARXIUS/Protocol_grancast.pdf
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 567

4. Pautas de actuación tras la detección de situaciones de maltrato

Según Moya y Barbero (2005), coordinadores de la Guía de


Actuación ante el maltrato a personas mayores del Ministerio de
Trabajo y Asuntos Sociales, si tras la evaluación y la entrevista con
la persona mayor, se tiene una presunción razonable de la existencia
de malos tratos, el profesional tiene la obligación de actuar. En tales
intervenciones el objetivo principal será llevar a cabo todas aquellas
actuaciones que permitan garantizar la seguridad de la víctima evi-
tando que la situación de malos tratos se mantenga o repita. En la
guía mencionada, además de proporcionarse información muy prac-
tica a los profesionales del ámbito sanitario y social sobre estrategias
de intervención, instrumentos de detección, habilidades y técnicas de
escucha y de comunicación adecuadas en la entrevista y en el aseso-
ramiento a la víctima y al cuidador, se proponen, a nivel general, una
serie de principios de actuación que se consideran importantes. Entre
ellos, se señalan los siguientes:
— Mantener el equilibrio entre la protección a la víctima y el res-
peto a su autonomía, siendo necesaria la valoración del nivel
de competencia y el grado de colaboración de la víctima.
— Evaluar el riesgo de muerte o de lesión grave para la víctima y
decidir si se precisa o no una intervención urgente.
— Cuando se considera que el agresor está actuando intencio-
nadamente la intervención deberá ser lo más rápida posible.
Se debe tener en cuenta que una situación de malos tratos es
un importante factor de riesgo para sufrir un nuevo episodio,
frecuentemente de mayor intensidad.
— Cuidar la calidad de la relación entre el equipo que interven-
ga y todas las personas que estén implicadas en el caso. El
papel de los profesionales debe ser el de colaboradores, ca-
talizadores, etc, y no deben posicionarse anticipadamente o
ligar su actuación a prejuicios. En lo posible se debe evitar el
enfrentamiento entre el equipo y los afectados, así como entre
los propios afectados.
— Intervenir con el objetivo de que la víctima pueda recono-
cer que se encuentra en una situación anómala, peligrosa y
solucionable.
568 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

— Intentar que el responsable de los malos tratos llegue a acep-


tar que forma parte del problema y que tiene un gran peso
como agente implicado en la posible solución. El consejo fa-
miliar, la clarificación de expectativas, la promoción de la res-
ponsabilidad, la reducción del conflicto, el combate al nega-
tivismo y la oferta de apoyo, son estrategias encaminadas a
lograr dicha aceptación.
— La colaboración de agentes asistenciales o de personas
del entorno (vecinos, amistades) puede ser crucial en la
intervención.
— Ante situaciones significativas de malos tratos o de alto riesgo
de los mismos, se recomienda la intervención de un equipo
interdisciplinar que establezca un plan de actuación integral.
El equipo debería estar formado preferiblemente por médico/
a, enfermero/a, trabajador/a social y psicólogo/a, teniendo la
posibilidad de coordinarse con otros profesionales de los ser-
vicios sanitarios especializados, servicios de urgencias, aseso-
ría legal, cuerpos y fuerzas de seguridad o relacionados con la
atención a víctimas, dependiendo de la tipología de los malos
tratos y del tipo de intervención que se vaya a realizar.
— El plan de actuación debe contemplar la intervención so-
bre la situación física, psicológica y social de la persona ma-
yor, así como la elaboración de un plan de seguridad que se
pueda poner en marcha si la situación empeora (Tabla 2).
Igualmente se recomienda acordar con la persona mayor un
plan de seguimiento con distintos formas de contacto o visitas
programadas.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 569

Tabla 2
Pautas sobre la elaboración de planes de seguridad en el domicilio.
(Moya y Barberá, 2005)

Tipo de situación Pautas de actuación

La persona mayor está capa- Detección de apoyos. Se recomienda hablar con


citada para tomar decisiones la víctima sobre las opciones que le proporciona-
y decide permanecer en el do- rían seguridad en función de sus circunstancias
micilio, o bien la situación no personales, explorar estrategias que haya podido
precisa una salida urgente del emplear para mantenerse seguro en el pasado, con
mismo. qué recursos y apoyos cuenta, si sus amigos o fami-
liares son conscientes de su situación, si podrían
prestarle apoyo o ayuda, si tiene algún lugar al que
ir en caso de que los malos tratos aumenten, si pue-
de llamar a algún familiar o a un vecino, etc.
Ayudarle a elaborar un plan de acción, con el objeti-
vo de ponerlo en marcha si tiene que abandonar su
vivienda (por ejemplo, escribir un número de teléfo-
no al que la víctima pueda llamar si está en peligro,
establecimiento de códigos verbales o signos –utiliza-
bles en presencia del responsable de los malos tratos
que indiquen el empeoramiento de la situación, etc).
Facilitarle el servicio de teleasistencia para que
pueda solicitar ayuda en cualquier momento.
Animarle a tomar otras medidas como:
– Poner su situación en conocimiento de personas
de su entorno familiares, amigos, vecinos, etc)
que le puedan ayudar y en los que pueda confiar.
– Tener en lugar seguro y fácilmente accesible para
él /ella las llaves de la casa, dinero, documentos
de identidad, tarjetas de crédito, etc, por si tiene
que abandonar la casa precipitadamente.
– Que en caso de necesidad llame a la policía o a
otros números de teléfono donde pueda encontrar
ayuda y proporcionarle esos números de teléfono.

La persona mayor no tiene ca- El profesional tendrá que decidir si precisa ser lle-
pacidad para tomar decisiones vada de forma urgente a un lugar seguro y actuar en
y se encuentra en una situa- consecuencia:
ción de riesgo grave, o bien Informar al Juzgado de Guardia.
tiene capacidad y acepta la Valorar ingreso hospitalario urgente si la situación
actuación. clínica (deterioro físico o psicológico) lo requiere.
Ponerse en contacto con los Servicios Sociales.
Valoración de ingreso en centro social o sociosani-
tario por emergencia social.
Solicitar ayuda a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad.
Llamar al teléfono de emergencias: 112.
570 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

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Capitulo decimosegundo
VICTIMAS DE AGRESION Y ABUSO SEXUAL

I. CONCEPTO Y TIPOLOGIA DE LA VIOLENCIA SEXUAL

En este capítulo se pretende profundizar, de forma diferenciada,


en los delitos de naturaleza sexual más frecuentes, en nuestro país, en
la infancia y en la etapa adulta: los abusos sexuales hacia menores y
las agresiones sexuales a mujeres.
Los delitos que implican violencia de tipo sexual tienen algunas
connotaciones diferenciales respecto a los que implican agresiones de
tipo físico o psicológico. Tradicionalmente han sido un tema “tabú”
para la sociedad, que a menudo ha culpado a las víctimas por su pro-
pia victimización o ha ignorado el tema por considerarlo pertene-
ciente al ámbito privado de las relaciones intimas. Sin embargo, la
realidad es que este tipo de delitos, a menudo invisibilizados o escasa-
mente denunciados, pueden tener unos efectos muy profundos en la
salud física y mental de las víctimas, a corto y largo plazo, implicando,
además de un daño a la libertad e indemnidad sexual, un riesgo nada
desdeñable de suicidio o de muerte como parte de la agresión sexual.
El bienestar social de las víctimas puede también verse afectado de
manera muy profunda, ya que pueden sentirse estigmatizadas y ais-
ladas por la sociedad o por personas de su entorno por esa causa,
provocando a menudo profundos sentimientos de culpabilidad o de
vergüenza que dificultan considerablemente su denuncia pública y los
procesos de recuperación a nivel psicológico.
Según el Informe Mundial sobre la Violencia y la Salud, la violen-
cia sexual se define como “todo acto sexual, la tentativa de consumar
un acto sexual, los comentarios o insinuaciones sexuales no deseados,
o las acciones para comercializar o utilizar de cualquier otro modo la
sexualidad de una persona mediante coacción por otra persona, in-
dependientemente de la relación de ésta con la víctima, en cualquier
ámbito, incluidos el hogar y el lugar de trabajo” (OMS, 2002).
574 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Según esta definición, la coacción puede incluir una amplia gama


de grados de uso de la fuerza, refiriéndose tanto a la fuerza física como
también a la intimidación psíquica, la extorsión u otras amenazas. Se
contempla igualmente cuando la persona agredida no está en condi-
ciones de dar su consentimiento, por ejemplo, porque es un menor,
se encuentra bajo los efectos de drogas o dormida, o es mentalmente
incapaz de comprender la situación. Según este informe, la violencia
sexual afecta en su gran mayoría a mujeres (87% de las denuncias) y
la mayoría de los agresores son hombres. Se considera que es difícil
conocer el alcance real de la violencia sexual, puesto que son delitos
que implican un gran volumen de casos ocultos (cifra negra). Sin em-
bargo, de los datos disponibles a nivel mundial revisados en el infor-
me, se sugiere que una de cada cinco mujeres pueden sufrir algún tipo
de violencia sexual a lo largo de su vida.
Los actos de violencia sexual pueden ser muy variados y producirse
en circunstancias y ámbitos muy distintos. Entre ellos, cabe señalar: a)
el abuso sexual de menores; b) el abuso sexual de personas física o men-
talmente discapacitadas; c) la violación por parte de desconocidos; d) la
violación en el matrimonio o en las citas amorosas; e) la violación siste-
mática durante los conflictos armados; f) las insinuaciones o el acoso no
deseados de carácter sexual, con inclusión de la exigencia de mantener
relaciones sexuales a cambio de favores; g) el matrimonio o la cohabita-
ción forzados, incluido el matrimonio de menores; h) la denegación del
derecho a hacer uso de la anticoncepción o a adoptar otras medidas de
protección contra las enfermedades de transmisión sexual; i) los actos
de violencia que afecten a la integridad sexual de las mujeres, inclui-
da la mutilación genital femenina y las inspecciones obligatorias para
comprobar la virginidad; j) el aborto forzado; k) la prostitución forzada
y la trata de personas con fines de explotación sexual.

II. AGRESIONES SEXUALES CONTRA MUJERES

1. Definición y caracterización

Las agresiones sexuales se encuentran recogidas dentro del Titulo


VII del Libro II del Código Penal como “Delitos contra la libertad e
indemnidad sexual”, donde pueden diferenciarse además otros tipos
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 575

relacionados. En este sentido, resulta procedente diferenciar, a nivel


general, entre:
— Agresión sexual. Incluye cualquier acto contra la libertad
sexual de una persona, utilizando para ello violencia o intimidación
(artículo178). El parágrafo 179 contempla la figura agravada de la
violación, haciendo referencia a los supuestos que impliquen pene-
tración; es decir, en los que la agresión sexual consista en el acceso
carnal por vía vaginal, anal o bucal, o introducción de miembros cor-
porales u objetos por alguna de las dos primeras vías.
— Abuso sexual. Incluye los actos que atenten contra la libertad
o indemnidad sexual de otra persona, realizados sin violencia o inti-
midación y sin que medie consentimiento (artículo 181). Se conside-
ran abusos sexuales no consentidos los que se ejecuten sobre menores
de trece años, personas que se hallen privadas de sentido o de cuyo
trastorno mental se abusare, así como los que se cometan anulando
la voluntad de la víctima mediante el uso de fármacos, drogas o cual-
quier otra sustancia natural o química idónea a tal efecto.
Del mismo modo, se contemplan los supuestos en los que: i) el
consentimiento se obtenga prevaliéndose el responsable de una situa-
ción de superioridad manifiesta que coarte la libertad de la víctima; ii)
existiere engaño para realizar los actos de carácter sexual sobre per-
sona mayor de trece y menor de dieciséis años; iii) más una agrava-
ción174 para todos los supuestos anteriores en el caso de que los hechos
se realizaran mediante acceso carnal por vía vaginal, anal o bucal, o
introducción de miembros corporales u objetos por alguna de las dos
primeras vías –artículos 181.4, 182.2 y 183.3 del Código Penal–.
— Acoso sexual. Implica la solicitud de favores de naturaleza
sexual, para sí o para un tercero, en el ámbito de una relación laboral,
docente o de prestación de servicios, continuada o habitual, provocan-
do con tal comportamiento a la víctima una situación objetiva y grave-
mente intimidatoria, hostil o humillante (art184). Se contemplan penas
agravadas cuando el culpable de acoso sexual hubiera cometido el he-
cho prevaliéndose de una situación de superioridad laboral, docente o
jerárquica, o con el anuncio expreso o tácito de causar a la víctima un
mal relacionado con las legítimas expectativas que aquella pueda tener
174
Existen otras contempladas en los citados preceptos pero que no se relacio-
nan por no ser la temática central de la presente investigación. No obstante, véanse
el artículo 183 del Código Penal.
576 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

en el ámbito de la indicada relación, así como cuando la víctima sea es-


pecialmente vulnerable, por razón de su edad, enfermedad o situación.
Respecto a la prevalencia de los delitos contra la libertad e indemni-
dad sexual y, como bien señala Marín (2006), hay que tener en cuenta que
los datos usualmente manejados para su estimación proceden de las esta-
dísticas sobre delitos conocidos por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad
del Estado, debiendo tener presente que los delitos de naturaleza sexual,
por afectar a aspectos muy personales e íntimos de las personas que las
sufren, frecuentemente no son denunciados, por lo que aunque el delito
haya tenido lugar, al no ser un delito conocido, no tiene tratamiento esta-
dístico. Concluye, pues, que respecto a las estadísticas de criminalidad se
debe tener más cautela al valorar los datos en este tipo de delitos, que en
cualquier otro de los recogidos en el Código Penal.
Según el análisis realizado por Marín sobre las estadísticas proce-
dentes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado respecto de los
delitos contra la libertad e indemnidad sexual en el periodo 1990-2004,
la evolución conjunta de este tipo de delitos indica una tendencia al
alza, pasando desde los 5.442 delitos conocidos en 1990, hasta los 8.379
del año 2004, lo que no implica necesariamente que se cometan más,
sino que, objetivamente, las estadísticas manifiestan una tendencia al
alza en el número de denuncias. Respecto a la figura de la violación, el
análisis muestra que las cifras han ido descendiendo desde 1990, con
1.790 violaciones, o 1991 con 1936 violaciones, hasta llegar a las 1.487
conocidas en 2004. Por otro lado, observando las fechas de presenta-
ción de las denuncias por estos delitos, se estimó que la comisión de los
mismos se incrementa notoriamente en los meses de julio y agosto, y
descienden cerca de un 25% en los meses de diciembre y enero.
El autor estima que los delitos contra la libertad e indemnidad
sexual suponen un 0,9% del total de delitos conocidos/denunciados
anualmente, haciendo referencia al año 2004. De ese total de delitos
“conocidos” contra la libertad e indemnidad sexual, el 97% lo fueron
en grado de consumación y sólo un 3% quedaron en grado de tenta-
tiva, lo que lleva al autor a señalar la importancia de incrementar las
medidas de prevención y protección, especialmente con los grupos de
mayor riesgo (mujeres, menores, etc.). El nivel de eficacia policial en
el esclarecimiento de este tipo de delitos se situó durante el año en el
76,49%, suponiendo la detención de 5.281 personas (un 94% hombres
y un 6% mujeres). Por último, concluye que los delitos con mayor pre-
valencia, un 82% del total, son aquellos que no implican agresiones
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 577

con penetración, siendo la prevalencia estimada de la violación del


18% del total de los casos.

TABLA 1
Delitos conocidos contra la libertad sexual (Martín Parra, 2006).
Conocidos Esclarecidos % Detenciones

Agresión sexual 2.521 (30%) 70,02 1.450


Abuso sexual 2.179 (26%) 77,55 1.171
Agresión sexual con penetración 1.487 (18%) 79,56 1.075
Exhibicionismo 691 (8%) 69,25 342
Lucro, prostitución 508 (6%) 91,67 690
Acoso sexual 419 (5%) 81,71 144
Abuso sexual con penetración 219 (2,2%) 87,62 155
Pornografía menores 161 (1,9%) 82,17 126
Corrupción de menores, incapacitados 123 (1,4%) 88,14 109
Provocación sexual 71 (0,8%) 63,38 19
Total 8.379 (100%) 76,49 5.281

Según Echeburúa y de Corral, las agresiones sexuales son uno de


los delitos más frecuentes de los que son víctimas las mujeres, esti-
mándose que entre el 15-20% de las mujeres las han sufrido en algún
momento de su vida (ECHEBURÚA y DE CORRAL, 2006).
De otro lado, tomando como referencia al Instituto de la Mujer, las
cifras de 2009, sobre un total de 6.573 mujeres que habían sufrido al-
guna de las modalidades ilícitas referidas, indican que tras el conoci-
miento de tales hechos su mayoría respondían al abuso sexual (39,1%)
seguido de la agresión sexual (31,6%), violación (20%), distando de
ellas las modalidades referidas al acoso sexual y al abuso sexual (5%)
con penetración (4,3%)175.

175
Datos disponibles en www.inmujer.gob.es.
578 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

GRÁFICO 1
Delitos conocidos de abuso, acoso y agresión sexual en 2009 (%)
Agr esión sexual con penetración 20%

Agresión sexual 31,60%

Acoso sexual 5%

Abuso sexual con penetración 4,30%

Abuso sexual 39%

0% 10% 20% 30% 40% 50% 60% 70% 80% 90% 100%

En cuanto a la relación de la víctima con el victimario, y tomando


como referencia de nuevo al Instituto de la Mujer, los datos informan
que dentro del ámbito familiar los agresores guardarían las siguientes
relaciones con sus víctimas: en el 47,1% de los casos la víctima es el
cónyuge o análogo del agresor, en el 32,5% el sujeto pasivo es otro pa-
riente del agresor, el hijo del victimario representaría el 14,5% de los
casos, y el padre o la madre como víctima de su hijo representaría el
menor número de casos (5,9%)176.

GRÁFICO 2
Delitos conocidos contra la libertad e indemnidad sexual cometidos en
el ámbito familiar y según la relación entre víctima y victimario (%)
47,10%
50,00%

40,00% 32,50%

30,00%
14,50%
20,00%
5,90%
10,00%

0,00%
Cóyuge/ análogo Padre/ madres Hijo Otro pariente

2. Perfiles y factores de riesgo

No existe un perfil específico (físico, social o cultural) que carac-


terice a las mujeres que sufren una agresión sexual, más allá que el de
176
Muestra referida al año 2007 sobre un total de 1.137 mujeres víctimas de
malos tratos en el ámbito familiar.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 579

ser mujer, dada la variabilidad respecto a la edad, aspecto físico, ca-


racterísticas sociodemográficas o culturales de las víctimas, pudiendo
sufrirlo cualquier mujer que se encuentre ante un agresor dispuesto
a realizarlo. Sin embargo, sí existen una serie de características que
pueden hacer que el agresor perciba a ciertas víctimas como presas
fáciles o vulnerables, aumentando así la probabilidad o el riesgo de
sufrir una agresión sexual.

Aunque habitualmente el interés de la investigación se ha centrado


en estudiar los factores de riesgo individuales asociados a la figura del
agresor y de la víctima, es importante, desde el punto de vista de los mo-
delos ecológicos, no obviar la importancia de los factores del contexto
que se asocian con el riesgo de una mayor emergencia y mantenimiento
de este tipo de delitos. De este modo, la violencia sexual contra las mu-
jeres se ha asociado a factores sociales y culturales que tienen que ver
con los ambientes desfavorecidos, con la aceptación de la violencia y
con las creencias culturales patriarcales sobre los roles de género que
defienden el dominio y superioridad masculina sobre la mujer.

Así, por ejemplo, las agresiones sexuales a mujeres son considera-


das por la ONU (1993) como una forma de Violencia contra la Mujer177,
incluyéndolas entre los actos contemplados en el artículo 2 de su
Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (apar-
tado b.: “La violencia física, sexual y psicológica perpetrada dentro de la
comunidad en general, inclusive la violación, el abuso sexual, el acoso y
la intimidación sexuales en el trabajo, en instituciones educacionales y
en otros lugares, la trata de mujeres y la prostitución forzada”).

Del mismo modo, Lorente y Lorente (1998), incluyeron las agre-


siones sexuales entre los tipos referidos en su definición del Síndrome
de Agresión a la Mujer como «las agresiones sufridas por la mujer como
consecuencia de los condicionantes socioculturales que actúan sobre
el género masculino y femenino, situándola en una posición de sub-
ordinación al hombre y manifestadas en los tres ámbitos básicos de
relación de la persona: maltrato en el seno de las relaciones de pareja,
agresión sexual en la vida social y acoso en el medio laboral».
177
Entendida como todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo feme-
nino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psi-
cológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación
arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada.
580 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Respecto a los factores que aumentan el riesgo de que un indivi-


duo cometa actos de agresión sexual, cabe destacar, a nivel general,
algunos de tipo individual, relacional, comunitario y social incluidos
en el Informe Mundial de la OMS (Tabla 2).

TABLA 2
Factores que aumentan el riesgo de cometer una agresión sexual
(Jewkes, Pen, Garcia-Morato, 2002)

— Tendencias impulsivas y antisociales.


— Consumo de alcohol y drogas.
— Fantasías sexuales coercitivas y otras actitudes y creencias que apo-
Factores yen la violencia sexual.
individuales — Preferencia por las relaciones sexuales impersonales.
— Sentimientos de hostilidad hacia las mujeres.
— Antecedentes de abuso sexual durante la niñez.
— Haber presenciado situaciones de violencia doméstica en la niñez.
— Relaciones con pares delincuentes y sexualmente agresivos.
— Ambiente familiar caracterizado por la violencia física y la falta de
recursos.
Factores
— Una relación o un ámbito familiar fuertemente patriarcales.
relacionales
— Ámbitos familiares carentes de contención emocional.
— Un ámbito en que el honor familiar se considera más importante que
la salud y la seguridad de la víctima.
— Pobreza, mediada por ciertas formas de crisis de identidad masculina.
— Falta de oportunidades laborales.
Factores — Falta de apoyo institucional del sistema policial y judicial.
comunitarios — Tolerancia general a la agresión sexual en la comunidad.
— Falta de sanciones comunitarias estrictas contra los perpetradores de
la violencia sexual.
— Existencia de normas sociales que favorecen la violencia sexual.
— Existencia de normas sociales que sustenten la superioridad masculi-
na y el derecho sexual.
Factores — Falta de leyes y políticas estrictas relacionadas con la violencia
sociales sexual.
— La falta de leyes y políticas estrictas relacionadas con la igualdad de
género.
— Elevado nivel de criminalidad y otras formas de violencia.

En cuanto a los factores de riesgo asociados a las víctimas,


Echeburúa y de Corral (2006) señalaron los siguientes:
— Edad. Las mujeres entre los 16 a 30 años suelen ser las vícti-
mas más frecuentes, pudiendo asociarse a su mayor atractivo
y exposición a situaciones de riesgo (salidas nocturnas, viajes
frecuentes, estilo de vida socialmente activo) y a su menor per-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 581

cepción de las situaciones de peligro potencial y toma de medi-


das de precaución.
— Circunstancias ambientales. Se relacionan con las situacio-
nes asociadas a vivir en ambientes de aislamiento, puesto que
pueden implicar una mayor impunidad percibida por el agre-
sor. También pueden considerarse incluidas circunstancias
frecuentes observadas en las agresiones sexuales como volver
sola al domicilio tras actividades de ocio o trabajos nocturnos,
salidas nocturnas los fines de semana y los entornos festivos.
— Victimización en la infancia. Los abusos en la infancia se han
relacionado con los modelos de victimización en la edad adul-
ta. Tjaden y Thoennes (2000), por ejemplo, estimaron a partir
de un estudio a nivel nacional que las mujeres que han sufrido
agresiones sexuales antes de los 18 años tienen una probabi-
lidad dos veces mayor de ser violadas en la edad adulta que
aquellas que no habían sufrido tal circunstancia (18,3% y 8,7%
respectivamente).
— Abuso de alcohol o drogas. Según Jewkes y col. (2002) el consu-
mo de alcohol o drogas es un motivo de mayor vulnerabilidad,
puesto que sus efectos hacen más difícil que las mujeres inter-
preten adecuadamente los signos de peligro y puedan reaccio-
nar adecuadamente, pudiendo colocarlas también en situa-
ciones donde las posibilidades de encontrarse con un agresor
potencial son mayores.
— Discapacidad mental. Puede implicar que la víctima sea perci-
bida más fácilmente como una presa fácil, debido a su limita-
ción en la capacidad de consentimiento.
— Características de personalidad. Los autores asocian un mayor
riesgo de exposición y vulnerabilidad a características asocia-
das con estilos o trastornos de personalidad como el límite (por
su tendencia a la impulsividad), el histriónico (por su tenden-
cia a llamar la atención) y el dependiente (por su tendencia a
ceder ante los deseos de los demás y su escasa asertividad).
— Factores sociales y relacionales. Incluyen aspectos como, por
ejemplo, vivir sola o carecer de apoyo social o familiar, así
como relacionarse con individuos que poseen características
de riesgo.
582 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

3. Consecuencias físicas y psicológicas

Siguiendo el trabajo y el esquema propuesto por Lorente y Lorente


(1998), las consecuencias que para la salud de las mujeres puede aca-
rrear el hecho de ser víctima de una agresión sexual, podrían clasifi-
carse de la siguiente manera:
A) Consecuencias somáticas.
a1) Clínicas agudas. Incluye las lesiones genitales y el sufrimien-
to de algún trauma físico como consecuencia de la violencia
empleada en la agresión o violación (arañazos en brazos, mu-
ñecas, muslos, contusiones diversas, heridas por arma blanca
u otro tipo de objetos, intentos de estrangulamiento, etc). Por
otra parte, se contempla el contagio de distintas enfermeda-
des de transmisión sexual (hepatitis, VIH, etc), así como tam-
bién los embarazos derivados de la violación.
a2) Enfermedades crónicas. Asociado principalmente a mujeres
que no reciben ningún tratamiento inmediato tras el trauma y
que presentan posteriormente alteraciones de carácter cróni-
co, siendo los principales cuadros asociados a la victimización
por violación los siguientes: dolor pélvico, síndrome premen-
strual, molestias crónicas como cefaleas, dolor de espalda, en
la cara, en articulaciones temporo-mandibulares, bruxismo u
otras alteraciones como crisis epilépticas psicógenas, anorexia
nerviosa, bulimia, infecciones por VIH y adicción a drogas.
B) Consecuencias psíquicas.
b1) Reacciones iniciales o agudas. Tal y como propusieron Burgess
y Holmstrom (1979) al definir el “síndrome del trauma de la
violación”, habitualmente las respuestas de las víctimas se
han descrito a través de dos fases. La primera, denominada
reacción de fase aguda, se caracteriza por una respuesta que
sigue a las manifestaciones inmediatas de shock tras el suceso
traumático y puede incluir sentimientos de miedo, ansiedad e
ira, que pueden ser expresados a través de llantos, quejidos,
inquietud y tensión. En ocasiones esta fase puede caracteri-
zarse por un control de la conducta, donde la víctima enmas-
cara u oculta sus sentimientos, pudiendo aparentar un estado
tranquilo, sosegado o sumiso. En otras pueden acompañarse
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 583

de reacciones viscerotónicas, como tensión de musculos, irri-


tación gastrointestinal con anorexia y náuseas, etc. La segun-
da fase implica un periodo de ajuste externo y de posterior
integración y resolución de la experiencia, aunque ésta no se
da en todos los casos y pueden mantenerse una serie de alte-
raciones psíquicas a largo plazo.
b2) Alteración de los esquemas cognitivos. Suelen verse afecta-
dos esquemas relacionados con la sensación de seguridad, de
fuerza o eficacia, de confianza en los demás y de la estima y la
intimidad.
b3) Atribuciones causales a la agresión. Tras una experiencia de
agresión sexual o violación suele ser frecuente la búsqueda de
un por qué. Cuando la víctima se autoinculpa por la ocurren-
cia de la agresión, atribuyéndola a características de su forma
de ser o de su comportamiento, existe una mayor probabili-
dad de desarrollar una adaptación más pobre y mayores nive-
les de estrés. Estos sentimientos de culpa pueden ser favore-
cidos por un entorno social que tiende a atribuir a la víctima
cierta responsabilidad por la conducta ejercida por el agresor,
al achacar a la víctima conductas provocadoras, imprudentes
o ineficaces a la hora de resistirse al ataque.
b4) Síntomas psicológicos. Los más habituales referidos por la
doctrina científica son los de estrés postraumático, ansiedad y
temor, depresión y dificultades en la adaptación social.
Por último, y atendiendo a un criterio temporal, las principales
consecuencias que pueden darse en víctimas de agresiones sexuales
pueden ser clasificadas en función de su manifestación a corto, medio
o largo plazo.
584 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

TABLA 3
Principales consecuencias psicológicas en mujeres víctimas
de agresiones sexuales (Echeburúa y Corral, 2006)

A corto plazo A medio plazo A largo plazo

Conducta global desorga- Posibilidad de retomar la Cambios persistentes en la


nizada y cierto grado de vida habitual, pero con personalidad y el estilo de
dificultad para retomar la ciertas limitaciones. vida.
vida cotidiana. — Pérdida de autoestima — Irritabilidad
— Quejas físicas — Depresión — Desconfianza
— Alteraciones del apetito — Temores diversos — Embotamiento afectivo
— Trastornos del sueño y relacionados con — Disfunciones sexuales
pesadillas estímulos relacionados — Capacidad disminuida
— Desánimo con la experiencia de para disfrutar de la
— Ansiedad y miedo la agresión, situaciones vida
generalizado indicadoras de vulnera- — Evitación de situacio-
— Tendencia al aislamiento bilidad o relacionadas nes temidas
con situaciones inme- — Problemas de adaptación
diatamente posteriores en la vida cotidiana
a sufrir la agresión.
— Dificultades en la rela-
ción social
— Disfunciones sexuales
— Trastorno estrés
postraumático

III. ABUSO SEXUAL EN LA INFANCIA

1. Definición y caracterización del abuso sexual infantil

Dentro de los tipos de maltrato infantil, y tomando como base el tra-


bajo de Aguilar Cárceles (2009), se profundiza en este epígrafe, en aquel
tipo que se entiende ha suscitado una mayor repercusión social, psicoló-
gica y política en los últimos años, a saber: el abuso sexual en la infancia.
Las dificultades para delimitar este concepto no sólo se basan en
la falta de acuerdo entre los distintos profesionales, sino también en
las limitaciones legales en relación a la edad del menor. Del mismo
modo, habría también que señalar la diferencia existente con algunos
conceptos que actualmente se podrían consideran sinónimos. Tal es
el caso de explotación y agresión, denominaciones que, como se ana-
lizará posteriormente, quedan enmarcados dentro del abuso sexual,
pudiendo establecerse sutiles distinciones.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 585

El punto inicial de partida a la hora de conceptualizar el referido


término debe de buscarse en el Código Penal en sus artículos 181 a
183 en los términos referidos en el epígrafe anterior, si bien conviene
recordar los tres elementos esenciales para hablar de abuso sexual:
i) realización de un acto que atente contra la libertad o indemnidad
sexual de una persona –en este caso menor–; ii) la ausencia de violen-
cia o intimidación; y iii) la inexistencia de consentimiento o presencia
de un consentimiento viciado, debiendo resaltar en este punto que el
consentimiento emitido por un menor de trece años se considerará
inválido o sin eficacia jurídica.
Sin embargo, contrariamente al criterio jurídico-penal, a efectos
criminológicos, pese a no ser del todo adecuado, tiende a equipararse
el abuso con la agresión sexual, optando por utilizar la primera deno-
minación con carácter genérico, siendo precisamente ése el postulado
que se seguirá a lo largo del presente epígrafe; esto es, se otorgará un
tratamiento conjunto a ambas tipologías delictivas desarrolladas en el
menor bajo la concreción abuso sexual.
De acuerdo con la cautela anterior, se entenderá a los efectos del
presente trabajo por abuso sexual cualquier actividad de índole sexual
no consentida178 practicada con un menor de edad con afección direc-
ta a su indemnidad sexual, independientemente de que se haya usado
violencia o intimidación.
Así pues, han de referirse dos aspectos necesarios e indispensables
para poder catalogar una acción como abuso sexual infantil: a) rela-
ción de desigualdad (edad, madurez, poder) entre abusador y abusa-
do; y b) la utilización del menor como objeto sexual179; es decir, mante-
ner contactos e interacciones con un menor siendo este utilizado con
el fin de estimular y/o satisfacer sexualmente al agresor o a un tercero.
Otros autores180 desglosan este último aspecto; esto es, la utilización
del menor como objeto, en dos premisas: i) conductas que el agresor
pone en juego para someter a la víctima; y ii) tipo de conductas sexua-
les que tienen lugar entre ambos. La clarificación en este último caso
es mayor, distinguiendo los tres aspectos siguientes:
178
En este sentido, se vuelve a hacer hincapié en que los menores de trece años
no gozan de la capacidad jurídica para consentir en materia sexual por lo que, en
cualquier caso, el consentimiento mostrado por todo menor de trece años resultará
inválido.
179
La coerción y la asimetría de edad son aspectos claves señalados por López,
Hernández y Carpintero (1995).
180
A tal efecto destaca López (2002).
586 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

1. La edad de los participantes. Existe cierta controversia en


cuanto a este aspecto se refiere, pues mientras para algunos
autores este dato carece de relevancia, otros marcan la nece-
sidad de que exista una diferencia de cinco años entre agresor
y víctima181; así pues, el contacto sexual entre un adolescente y
un niño más pequeño puede ser considerado abusivo cuando
exista una disparidad de edad de cinco años o más (en el 20%
de los casos los agresores son menores de edad).
2. Estrategias empleadas para llevar a cabo el abuso. La desigual-
dad existente entre los sujetos enlaza directamente con este as-
pecto, pues las habilidades de manipulación y estrategias coerci-
tivas serán más sutiles, enmascaradas y elaboradas conforme el
agresor diste más de la edad de la víctima. Autores como López,
Hernández y Carpintero señalan las siguientes estrategias: coac-
ción, uso de la fuerza, la sorpresa, la seducción y el engaño entre
otras (LÓPEZ, HERNÁNDEZ y CARPINTERO, 1995).
3. Las conductas empleadas. Al igual que ocurría con los otros
dos aspectos mencionados, no existe consenso a la hora de
considerar o no una conducta como propia del abuso sexual,
pues mientras para algunos autores el exhibicionismo cabría
dentro de la definición, otros prefieren excluir aquellas que no
impliquen contacto físico directo.
De acuerdo con lo anterior, habría además que distinguir el abuso,
en los términos descritos, con otras modalidades delictivas:
— Exhibicionismo y provocación sexual. Contemplados en los
artículos 185 y 186 del Código Penal castigan, en primer lugar, a quie-
nes ejecuten o hicieren ejecutar a otra persona actos de exhibición
obscena ante menores de edad o incapaces; y, en segundo, al que, por
cualquier medio directo, vendiere, difundiere o exhibiere material
pornográfico infantil entre menores o incapaces.
Desde una perspectiva psicológica, el Manual Diagnóstico y
Estadísticos de los Trastornos Mentales (DSM-IV-TR) entendería el exhi-
bicionismo como un tipo de parafilia caracterizada por la presencia de
fantasías sexuales recurrentes y altamente excitantes, impulsos sexuales y
181
Siguiendo a Finkelhor el abusador será mayor que el menor en 5 años si el
menor tiene menos de 12 años y de 10 años si tiene más de esta edad, existiría así una
relación de desigualdad entre ambos sujetos. Ver referencia en resumen de ponen-
cias de las I Jornadas de Sexología de Castilla y León, 23-24 marzo, 2001, p.10.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 587

comportamientos que implican la exposición de los propios genitales a un


extraño que no lo espera, y que provocarían malestar clínicamente signifi-
cativo para aquel que la padece. Respecto a esto último se añade la angus-
tia que podría resultar en el menor de la exposición a tal comportamiento;
consecuencias que pueden resultar en trastornos clínicos severos.
— Explotación sexual infantil. Actividad ilegal en la que el menor
es sometido de forma forzosa y violenta a realizar actividades sexuales
en contra de su consentimiento o voluntad. Como características des-
tacar que el abusador persigue un beneficio económico, y que dicha
acción también englobaría aspectos como la prostitución y pornogra-
fía en la infancia, identificándose por ser especialmente degradante y
vejatoria para la víctima.
Otros dos aspectos de vital relevancia ocupan lo relativo a los tipos
de abuso que se encuentran atendiendo al acto sexual y al tipo de re-
lación existente entre la víctima y el abusador. Respecto a la primera
de las características señaladas, Del Campo Sánchez ha delimitado dos
grandes grupos de conductas de naturaleza sexual, haciendo una di-
visión entre: a) conductas propiamente físicas que recogería el abuso
sexual, detallando dentro de este subapartado la violación, penetración,
exposición y sodomía entre otros aspectos; y b) explotación sexual, don-
de refiere expresamente la prostitución infantil y aquel conjunto de ac-
tos que implican u obligan a menores a relacionarse con actividades
sexuales de terceras personas (DEL CAMPO SÁNCHEZ, 2003).
Por su parte, en lo referente a la relación existente entre víctima
y agresor, mencionar que éste puede ser una persona conocida o no
para el sujeto. Entre los sujetos conocidos se distinguen: personas per-
tenecientes al ámbito familiar (situación incestuosa propiamente di-
cha), y personas cercanas al menor (profesores); este tipo de relación
suele ser más frecuente y duradera, y no suelen darse conductas vio-
lentas. Por su parte, un desconocido también puede llevar conductas
de abuso con un menor; no obstante, si bien es cierto que estas últi-
mas se producen de manera más aislada, las conductas violentas y las
amenazas suelen acentuarse en tales casos.

2. Factores de riesgo y signos de detección

Los niños con mayor riesgo de padecer abuso sexual suelen ser
aquellos que presentan una capacidad reducida tanto para la resisten-
cia como para la denuncia del hecho. Complementando lo expuesto
588 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

con anterioridad se podrían añadir los siguientes elementos: falta de


adquisición del lenguaje; presencia de retraso en el desarrollo, exis-
tencia de minusvalía (parcial o total, y tanto a nivel físico como psi-
cológico); y la vivencia de un ambiente familiar carente de cohesión
(familias desorganizadas o reconstituidas) (MADANSKY, 1996).
Otros autores hablan del alto riesgo presente en niños prepúbe-
res y la susceptibilidad de aquellos que ya han sido víctimas de malos
tratos, encontrando aquí el problema de la revictimización. Señalan
también el incumplimiento de las funciones parentales como factor
de especial transcendencia, así como el abandono emocional y físico
de los cuidadores principales, aspectos ambos que propician la mayor
manipulación a la que el menor quedaría expuesto. El estilo educati-
vo182 de los padres jugaría aquí un papel esencial, ya que los padres
autoritarios, dominantes y violentos descargan su tensión en las figu-
ras más débiles del medio familiar183.
De acuerdo con lo anterior, se presentan un conjunto de factores
de riesgo sistematizados en las siguientes categorías: factores indivi-
duales de la víctima, factores individuales del agresor, factores fami-
liares, sociales y culturales. Si bien, dada la trascendencia que estos
conllevan, me detendré en los tres primeros (EZPELETA, 2005). Se
expone en la siguiente tabla las particularidades referentes a cada una
de estas categorías.

182
En este sentido, MACCOBY y MARTIN (1983) distinguen cuatro estilos educati-
vos: democrático, autoritario, permisivo y negligente, los cuales, dependiendo del grado
de control y afecto, promoverán determinadas características en el menor, un desarrollo
más o menos adaptado socialmente. Ver también CASTRO FORNIELES, J., (2005).
183
De la misma forma sucedería para el caso de mujeres maltratadas.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 589

TABLA 4
Características relacionadas a la víctima, abusador y familia en su
vinculación con el abuso sexual en la infancia184

Características de la víctima

— Durante la preadolescencia se incrementa el riesgo de abuso sexual.


— Las mujeres sufren abuso sexual infantil una media de tres veces más que los
hombres.
— Vulnerabilidad mayor cuando existe algún tipo de retraso mental.

Características del abusador

— Extremadamente protector o celoso del niño.


— Víctima de abuso sexual en la infancia.
— Abuso de drogas o alcohol.
— Frecuentemente ausente en el hogar.

Características de la familia

— Familias monoparentales o reconstituidas.


— Madre frecuentemente enferma o ausente, emocionalmente poco accesible y/o con
un historial de abuso sexual infantil.
— Familias caóticas y desestructuradas.
— Problemas de hacinamiento.
— Hijas mayores que asumen las responsabilidades familiares.

Respecto a las características del abusador, Echeburúa y De


Corral, advierten sobre la escandalosa cifra que supone que el 20%
de los abusos a menores sea también cometido por otros menores de
edad (ECHEBURÚA y DE CORRAL, 2006).
Por su parte, y en relación a las características familiares destaca
la desestructuración, seguida de los antecedentes psicológicos en los
progenitores y abuso de sustancias, como variables que más potencia-
rían el acometimiento del hecho abusivo. Para una mejor visualización
expongo a continuación un gráfico con los principales antecedentes o
factores de riesgo en el ámbito familiar185.
184
Adaptación de ECHEBURÚA, E. y GUERRICAECHEVARRÍA, C., en
VALLEJO PAREJA, M. A., Manual de Terapia de Conducta, Volumen II, Madrid,
Dykinson, 1998, p. 569.
185
Elaboración a partir de VÁZQUEZ, B. (Coord.), Abuso sexual infantil.
Evolución de la credibilidad del testimonio. Estudio de 100 casos, Madrid, Centro
Reina Sofía para el Estudio de la Violencia, 2004, 6, p.81.
590 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

GRÁFICO 3
Víctimas con antecedentes familiares (n=100) (%)

C.I. bajo 5%
Antecedentes pensales 5%
Antecedentes de agresión sexual 6%
Hacinamiento 6%
Problemas conyugales 9%
Sin un progenitor 9%
Maltrato 10%
Abuso sustancias 10%
Antecedentes psicológicos 15%
Desestructuración 27%
0% 5% 10% 15% 20% 25% 30%

Como puede apreciarse, la desestructuración familiar (27%) seguido


de los antecedentes psicológicos en los progenitores, serían los desenca-
denantes que en su mayoría propiciarían el desarrollo del abuso sexual
en la infancia. Seguidamente se situarían el abuso de sustancias (10%), la
presencia de otros tipos de maltrato (10%), la falta de uno de los progeni-
tores (9%) o las disputas conyugales (9%), entre otros.
No obstante, y debido en gran parte a los aspectos mencionados
con anterioridad, los indicadores de la existencia de abusos sexua-
les suelen ser difíciles de detectar. De ello la necesidad de valorarlos
globalmente sin establecer una correspondencia lineal e inequívo-
ca entre un único síntoma y el abuso, siendo pertinente su agrupa-
ción a la hora de valorar la existencia del abuso. En este sentido, tal
clasificación atendería a los siguientes elementos (ECHEBURÚA y
GUERRICAECHEVARRÍA, 2005):
A) Indicadores físicos. Siendo común las siguientes manifestaciones:
— Traumas físicos o irritación en la zona ano-genital (dolo-
res, picazón, hemorragias, magulladuras, raspaduras,…)
— Infecciones genitales o urinarias.
— Enfermedades de transmisión sexual.
— Dificultades en caminar o sentarse.
— Embarazo.
— Enuresis o encopresis.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 591

B) Indicadores comportamentales y emocionales:


— Pérdida de apetito.
— Resistencia a desnudarse o bañarse.
— Rechazo al padre y/ o madre de forma repentina.
— Conducta agresiva o delincuente, fugas del hogar, cam-
bios bruscos de carácter.
— Retraimiento y aislamiento de las relaciones sociales
con iguales, fantasías, conductas regresivas (chuparse
el dedo, orinarse en la cama), depresión crónica (llantos
frecuentes, sobre todo en referencia a situaciones afecti-
vas o eróticas).
— Miedo, fobias, histeria, falta de control emocional, ten-
dencia al secretismo.
— Intentos de suicidio u otras conductas autolesivas.
— Problemas escolares o rechazo a la escuela (puede deri-
var en fobia).
C) Indicadores que afectan a la esfera sexual:
— Rechazo de los besos y carias de forma súbita.
— Comprensión detallada y prematura de la conducta sexual
para su edad.
— Juegos que emulan gráficamente el intercambio sexual.
— Seducción inapropiada, sexualización de las relaciones
afectivas.
— Interés exagerado por los comportamientos sexuales
adultos.
— Agresión sexual de un menor hacia otros menores.

Como ya se refirió en Capítulos precedentes, y si bien el maltrato


al menor supondría uno de los principales impedimentos en cuanto a
su desarrollo, en lo que respecta a su concreción en la esfera sexual las
consecuencias no pudieran pasar inadvertidas, pues se comprenderían
las mismas como un elemento fundamental en su completa madurez en
etapas posteriores. Especial mención reciben aquellas que desencade-
nan determinados trastornos disfuncionales en el infante (trastorno por
estrés postraumático, fobias, etc.), entendiendo que es labor, tanto de
los servicios de atención sanitaria, como de sujetos particulares y de-
más instituciones (escuela), detectar y avisar de todos aquellos indicios
que pudieran suponer signos de maltrato en dicha figura.
592 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

En este sentido, sería la pericia del profesional la que jugaría un


papel fundamental en la detención del abuso sexual en el menor, para
lo cual, y si bien no es tarea fácil encontrar signos que inequívocamen-
te adviertan sobre la presencia de tal atentado, si pudieran concretar-
se aquellas que con mayor probabilidad ratificarían el diagnóstico. A
tal efecto, Rodríguez-Almada indica que podrían aislarse un conjunto
de elementos de elevada especificidad diagnóstica y que, por ende,
acercarían sustancialmente el caso concreto a la veracidad del mismo
(RODRÍGUEZ–ALMADA, 2010).
En esta línea, se entiende que entre los signos de mayor confiabili-
dad en el establecimiento del diagnóstico se encontrarían entre otros
la gravidez, algunas infecciones de transmisión sexual, y los signos ge-
nitales y anales relevantes. Respecto al primero de los elementos men-
cionados resultaría evidente la manifestación del abuso a partir de las
consecuencias obtenidas, dato que no es tan clarificador para cual-
quiera de los otros aspectos señalados. Así pues, y si bien se caracte-
rizarían por su elevada especificidad la presencia de sífilis, gonorrea,
desgarros en el himen, o contusiones vulvares, entre otros, también
se advierte de que la mejor pericia para afirmar o descartar que haya
existido actividad sexual no dependerá en exclusividad de elementos
aislados, sino de la asociación o presencia de otros muchos.
Por su parte, refiere igualmente el citado autor la existencia de
elementos de baja especificidad diagnóstica, para lo cual el conocer
lo esperado para ciertas etapas de desarrollo fundamentarían una co-
rrecta valoración y abordaje profesional. Define sobre todo aquellas
manifestaciones que no responderían tanto a una forma física del abu-
so como aquellas de tipo psicológico las cuales, y si bien atendiendo a
su diversidad, pudieran también considerarse inespecíficas en cuanto
a la fuente de estrés generadora de las mismas. No obstante, de la
misma manera pudieran no detectarse como caso concreto de abuso
sexual infantil aquellas dolencias comunes y que pudieran dar cabida
a una multitud de enfermedades. Piénsese por ejemplo en aquel me-
nor que presenta fuertes dolores abdominales y episodios de cefaleas
recurrentes, para lo cual el pediatra pudiera aludir la presencia de un
virus debido a su frecuencia en dichas edades o a la época del año.
Argumenta a su vez que las características de dicho tipo de mal-
trato difiere atendiendo al grupo de edad, pues mientras el lugar de
concurrencia más frecuente en menores es de tipo intradomiciliario,
en el caso de adultos no sería en dicha esfera donde sucederían la ma-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 593

yoría de los ilícitos. Señala también que la frecuencia de la aparición


de signos genitales, anales, de violencia en el agresor, o incluso de la
interposición de la denuncia, encontraría su respaldo atendiendo al
sujeto pasivo en la edad adulta, pero no a la inversa.
Se comprende como muy interesante la aportación de Rodríguez-
Almada sobre todo a nivel práctico, por cuanto supone una propuesta de
consideración interesante a la hora de no calificar apresuradamente un
indicio como maltrato infantil en la esfera sexual, y de las consecuencias
que ello conllevaría como falso positivo, sino que advierte sobre la necesi-
dad de ser cauto y contemplar cuáles serían aquellos signos que con ma-
yor probabilidad pudieran corresponder a un verdadero caso de abuso al
menor y que, en cualquier caso, responderían a métodos de evaluación
diferenciales a los empleados en las agresiones sexuales en adultos.

3. Consecuencias de los abusos sexuales en la infancia

Las consecuencias del abuso sexual en la infancia son diversas, va-


riadas y complejas en su clasificación, pues son infinitos los factores
que deben considerarse a la hora de realizar estudios pormenorizados
sobre esta característica. Entre los aspectos más definitorios del cur-
so o evaluación del abuso se encuentran, entre otros, la edad en que
se produce el maltrato, el perfil del abusador, el ambiente familiar, la
frecuencia o cronicidad del hecho y los medios o recursos disponibles
para hacer frente a dicho acto.
Para ello me voy a centrar en la descripción de los principales
efectos a corto y largo plazo, prestando especial énfasis a la edad en
que se produce el abuso sexual.

3.1. Efectos a corto y largo plazo.

Para definir con mayor claridad los efectos que produce el abuso
sexual en la infancia, he querido destacar las diferentes consecuencias
provocadas en el sujeto atendiendo a la edad en que dicho maltrato se
experimenta. Si bien no puede hablarse de una clasificación tajante
sobre tal asunto, pues son muchos los factores que condicionan seme-
jante circunstancia, se podría afirmar que existe una mayor probabi-
594 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

lidad de presentar determinadas adversidades en ciertas etapas del


ciclo vital (DUBOWITZ ET AL., 1993).
En términos generales, el alcance de las consecuencias va a de-
pender del grado de sentimiento de culpa y estigmatización, así como
la revictimización del niño por parte de otros familiares o conocidos
y de las estrategias que posea para afrontar con éxito tales efectos.
Dichas consecuencias son diferentes atendiendo a la edad en que el
menor es víctima del abuso sexual; así pues, y haciendo una revisión
exhaustiva de diversos estudios (HIBBARD y HARTMAN, 1992), se
llega a la conclusión de que los efectos más característicos en cada
etapa del desarrollo, esto es, a corto plazo, serían los se representan a
continuación (Tabla 5) (ECHEBURÚA y DE CORRAL, 2006).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 595

TABLA 5
Efectos a corto plazo atendiendo al nivel de desarrollo del menor

Etapa del Manifestaciones más señaladas de los efectos


ciclo vital

Edad preescolar — Expresión de algún tipo de conducta considerada como anormal.


(3-6 años) — Ansiedad.
— Pesadillas.
— Desórdenes del trastorno de estrés postraumáticos.
— Problemas internalizantes y externalizantes de conducta187.

Edad escolar — Descenso en la autovaloración personal y niveles de autoestima.


(7-12 años) — Miedos.
— Pesadillas.
— Neurosis.
— Baja autoestima.
— Hiperactividad.
— Efectos en el funcionamiento y desarrollo cognitivo y socioemocio-
nal (sobre todo en el caso de las niñas víctimas de tales abusos).
— Problemas escolares: funcionamiento académico global deterio-
rado y mayores problemas de aprendizaje.
— Conductas sexuales inapropiadas (masturbación y preocupación
sexual excesiva, exhibicionismo y agresión sexual).
— Comienza aparecer el sentimiento de culpabilidad, sintiéndose
las víctimas responsables del abuso.

Adolescente — Depresión.
(13-18 años) — Retraimiento social.
— Baja autoestima.
— Ideas repetitivas de suicidio y conductas autolesivas.
— Trastornos somáticos.
— Conductas antisociales (consumo de drogas y/ o alcohol, escapa-
das del hogar, falta de asistencia a la escuela,…).
— Comportamiento sexual precoz (embarazo).
— Problemas de identidad sexual.

No obstante, ha de volver ha destacarse la singularidad e individua-


lidad de cada sujeto, que uno vive sus circunstancias personales, por lo
que no cabe aferrarse al cien por cien a las características mencionadas
con anterioridad, a su especificidad para una etapa concreta del desa-
rrollo, sino que pueden llegar incluso a solaparse con elevada facilidad.
186
Los trastornos externalizantes (conducta delictiva y agresiva) suelen ser bastan-
te más frecuentes en chicos, mientras la mayoría de las chicas reacciona con trastornos
de interiorización (retraimiento, síntomas somáticos y ansiedad/depresión); por su par-
te, los problemas sociales, de pensamiento y de atención, no quedan ceñidos a ninguna
de estas dos categorías, no existiendo diferencias tan significativas en función del sexo.
596 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Sin embargo, lo que sí puede afirmarse es que existe cierta continuidad


en las manifestaciones del abuso, pues mientras en un primer momento
afecta a las áreas más básicas de conducta y cognición, posteriormen-
te el daño irá configurándose como parte de la persona, formando su
identidad y personalidad en base a estas tempranas experiencias.
Factores tan diversos como la edad, el sexo, el grupo de iguales, el
estilo de crianza parental, así como la duración y frecuencia con que el
acto se lleva a cabo (BEITCHMAN ET AL., 1991), son algunos de los as-
pectos que, como ya identifiqué en epígrafes anteriores, condicionan en
gran medida los efectos y secuelas que el abuso deposita en el menor.
Con el paso del tiempo los efectos del abuso tienden a verse mitiga-
dos, lo que no quiere decir que sean inexistentes; esto es, el tiempo pue-
de apaciguar los efectos sufridos en la infancia pero no curarlos, pues
lo que realmente sucede es el tránsito y/ o comorbilidad entre distintas
patologías (RIND ET AL., 2002). Así pues, entre los efectos produci-
dos a largo plazo, es decir, ya en la etapa adulta, las víctimas que han
sufrido abuso sexual durante la infancia presentan una menor adapta-
ción general, mayor aislamiento social, tienen más problemas de pare-
ja y más comportamientos sexuales inadecuados. A su vez, las quejas
somáticas, los trastornos afectivos, el abuso de alcohol o drogas y los
comportamientos antisociales suelen ser mucho más frecuentes. En los
casos más graves pueden llegar a realizar conductas autodestructivas
o autolesivas así como tentativas de suicidio. Como puede apreciarse
muchos de los efectos pueden acaecer tanto a corto como a largo pla-
zo (aislamiento, trastornos de somatización,…), diferenciándose tanto
cuantitativa como cualitativamente a la hora de su manifestación.
En referencia a las adicciones y a sus consecuencias en la refe-
rida tipología de maltrato, Pereda indica que no en pocas ocasiones
la experiencia del abuso sexual en la infancia implicaría una mayor
propensión al abuso y a la dependencia de sustancias nocivas (alco-
hol, marihuana,…) (PEREDA, 2010). Igualmente indica que el inicio
temprano en tales hábitos supondría un peor pronóstico con un ma-
yor número de recidivas, destacando el tabaco por incrementarse los
riesgos a medida que también fueron mayores las experiencias adver-
sas experimentadas en la infancia.
Añade dicha autora los trastornos de conducta alimentaria como
una manifestación frecuente del maltrato mencionado, ya sea en su
vinculación con la obesidad, por la presencia de anorexia nerviosa, o
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 597

de un trastorno bulímico, y los relativos a los problemas de sueño en


mujeres víctimas de abuso sexual al llegar a la etapa adolescente.
Por último, y en relación a las consecuencias neurobiológicas que
pudieran desprenderse del abuso sexual al menor, una revisión sis-
temática de Pereda y Gallardo-Pujol indica que dichas alteraciones
afectarían a un número importante de menores, diferenciando se-
gún su localización los siguientes tipos de consecuencias (PEREDA y
GALLARDO-PUJOL, 2011):
A) Alteraciones neuroendocrinas. Sería uno de los principales afec-
tados por cuanto supondría ciertos déficits en la capacidad homeostá-
tica del organismo y, en especial, referido a aquellas personas que pre-
sentan trastorno por estrés postraumático. Concretamente, refieren
los autores que disfunciones en el eje hipotalámico-hipofisario-adre-
nal pudieran suponer elevadas concentraciones de cortisol ante ta-
reas cognitivamente estresantes en víctimas con el citado diagnóstico
y con experiencia de abuso sexual en la infancia, de lo que se advierte
una probabilidad mayor de desarrollar ciertos trastornos psiquiátri-
cos al suponer una mayor sensibilización de dicho eje y, por ende, de
la respuesta consecuente al estrés.
B) Alteraciones estructurales. Los principales estudios al respecto
concentran su interés en la afectación del cerebro como consecuen-
cia de los efectos que el abuso haya podido depositar en la figura del
infante. Concretamente, se alude a la presencia de un menor tamaño
intracraneal, el cual correlacionaría positiva y significativamente con
el inicio del maltrato y negativamente con la duración o temporalidad
con la que el mismo se ha llevado a término; esto es, las repercusiones
intracraneales más severas acontecerían sobre aquellos en los que el
maltrato se haya ejercido con menor edad y de forma prolongada en
el tiempo. Aspecto este último que igualmente se relacionaría con la
disminución de la sustancia gris187 en ciertas zonas cerebrales en mu-
jeres víctimas de abuso sexual durante la infancia.
C) Alteraciones funcionales. Los efectos se relacionan con la pre-
sencia de una actividad cerebral modificada en la etapa adulta como
resultado de las vivencias de abuso sexual durante la infancia; es de-
cir, la conectividad entre las diversas áreas cerebrales pudiera verse
alterada a partir de las experiencias señaladas, advirtiendo no solo
de una afectación a nivel estructural. Así, por ejemplo, en situacio-
187
Encargada del procesamiento de la información en el sistema nervioso central.
598 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

nes de adquisición de miedo en víctimas de abuso sexual infantil con


diagnóstico de trastorno de estrés postraumático la amígdala destaca
por su elevada activación ante las mismas, caso opuesto ocurre en lo
referente a la funcionalidad del cingulado anterior, el cual la vería re-
ducida ante la extinción de tal respuesta.
D) Alteraciones neuropsicológicas. Se entenderían afectados aque-
llos procesos básicos como la memoria, atención o concentración, en-
tre otros, a lo que además se añadiría una mayor sensibilización a
aquellos estímulos desencadenantes de respuestas de sobresalto en el
organismo.
En general, y antes de dar paso al siguiente epígrafe, sería inte-
resante advertir que en muchas ocasiones es difícil discriminar entre
los efectos a corto y largo plazo consecuentes de maltrato al menor,
más aún a sabiendas de que en las primeras fases una gran mayoría
pudieran pasar inadvertidos. Se trata en este caso de sintomatología
no explícita, referida en su conjunto a las consecuencias psicológicas
del ilícito y que en la mayor parte de las ocasiones suele ser detectada
tras el paso de los meses o incluso años; esto es, hasta el momento en
que los efectos no tienen su representación manifiesta en el ámbito
físico, el común de las personas pudiera no ser consciente de otro tipo
de consecuencias de igual, e incluso a veces superior, envergadura y
en todo caso de gran impacto en etapas posteriores.

3.2. Transmisión intergeneracional

La transmisión del maltrato infantil afecta a las relaciones vincula-


res establecidas entre el menor y su cuidador principal promoviendo el
desarrollo de conductas disfuncionales. Se habla de una relación disfun-
cional que podría considerarse como factor unificador de las diferentes
categorías de maltrato. En este sentido, la presencia de violencia domés-
tica habitual y reiterada en el seno familiar influirá directamente sobre
la futura victimización del menor en dos vertientes: a) por ser testigo de
los malos tratos es muy posible que sea también víctima en un futuro; y
b) por crecer en un ambiente donde la violencia es considerada normal
aprenderá a reproducir dicho comportamiento en un futuro (MORILLAS
FERNÁNDEZ y LUNA DEL CASTILLO, 2006). En consecuencia, en sen-
dos casos el menor crecerá con unas bases vinculares deficitarias en el
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 599

ámbito intrafamiliar, consecuencia que resultará en su identificación con


uno de ambos progenitores; a saber: la víctima o el agresor.

Centrándome en el segundo de los aspectos señalados, esto es, cuan-


do la figura del agresor supone un modelo de imitación para el menor,
la teoría de la transmisión intergeneracional del abuso infantil postula
que los individuos que fueron objeto de abuso sexual durante su infancia
tienen una mayor probabilidad de reproducir dicha conducta dentro del
seno familiar; esto es, de convertirse en padres abusivos. Esta conclusión
dista mucho de ser uniforme entre los distintos profesionales, pues las
diversas definiciones del concepto así como la metodología de estudio
dificultan el acuerdo entre los distintos ámbitos disciplinarios. Pese a
ello, puede afirmarse que existe acuerdo en considerar un porcentaje de
entre el 25-35% en la transmisión del abuso, siendo los resultados mu-
cho más drásticos cuando acontecen tales comportamientos durante la
adolescencia y/ o en familias donde la violencia de género promueven
en el menor tal modo de relación. Esta reflexión muestra la importan-
cia de desarrollar métodos preventivos eficaces que permitan frenar la
tasa de abuso sexual en la infancia, pues si aproximadamente el 70% de
adultos no desarrolla tales conductas es porque verdaderamente exis-
te un conjunto de amortiguadores eficaces que evitan tal transmisión
(CANTÓN DUARTE y CORTÉS ARBOLEDA, 1999).

En la misma línea, De Paul et al. advierten sobre la influencia de


los recuerdos en víctimas de maltrato físico y abuso sexual, indicando
que el denominado ciclo de transmisión de la violencia familiar sería el
resultado de las experiencias de tales situaciones durante las primeras
etapas evolutivas (DE PAÚL ET AL., 2001). Dicha afirmación la corro-
boran los autores al argumentar que el maltrato constituye un factor
de riesgo en relación al sujeto víctima como potencial figura agresora,
relacionándola sobre todo con el maltrato físico y aduciendo que, aque-
llos que hubieran sufrido abuso sexual tendrían una mayor probabili-
dad de desarrollar trastornos de tipo depresivo, ansioso, sintomatología
disociativa,(…), pero no de presentar un mayor potencial que los mal-
tratados físicamente a la hora de convertirse en maltratadores.

A su vez, la investigación concretada por los mismos refiere que


aquellos sujetos abusados sexualmente durante su infancia atribuyen
las causas a factores externos, representando los progenitores aque-
llas fuentes de descarga emocional contra la figura del infante. Muy al
contrario, la mitad de los maltratados físicamente informan de su par-
600 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

te de culpabilidad como razón por la cual los padres pudieran haber


llevado a cabo castigos más severos.

A colación de lo anterior, sería interesante señalar la presencia


de dicha teoría cuando la mujer es la víctima de la violencia domésti-
ca. Siguiendo a Morillas Cueva, los antecedentes de la mujer víctima
reflejan la existencia de un modelo de criminalización, pues la expe-
riencia y observación habitual de un menor de tales comportamien-
tos promueven la percepción de dicho proceso como algo normal y
susceptible de ser utilizado en situaciones sucesivas. En definitiva, el
menor que convive durante su infancia con una situación de maltrato
puede llegar a percibir como legitima dicha conducta.

Por último, se presenta una breve explicación realizada por Garrido


Genovés sobre el aprendizaje de la conducta sexual en adultos. Este
autor habla de la mayor excitabilidad que desarrollan determinados
sujetos como consecuencia de un proceso de condicionamiento; esto
es, estímulos que en un primer momento son neutrales para el sujeto
se emparejan con una serie de conductas que el individuo realiza sin
previa meditación, es decir, vinculándose y produciendo de este modo
una respuesta condicionada (GARRIDO ET AL., 2006).

CUADRO 1
Proceso de aprendizaje de la conducta sexual adulta.

Experiencias Condicionadas
(vinculadas a personas adultas Respuesta Sexual
que consienten en la relación) Condicionada
SOCIALIZACIÓN
SEXUAL
Estímulos Incondicionados Respuesta Sexual
(estimulación física directa Incondicionada
mediante masturbación o (excitación y orgasmo)
relación sexual)
DESVIACIÓN
SEXUAL Estímulos Condicionados Respuesta Sexual
(antisociales) Condicionada
(sexo forzado con mujeres o
niños a través de pornografía,
imaginación y práctica)
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 601

Lo anterior representa una teoría y una explicación del compor-


tamiento sexual desviado que, en mi opinión, se complementan mu-
tuamente y ejemplifican de una manera muy escueta, pero no por ello
poco precisa, el proceso mediante el cual una persona puede llegar a
abusar de un menor. Ahora bien, esto no significa que sea la teoría más
válida, pues la primera crítica sería, tal y como su nombre indica, cen-
trarse exclusivamente en esa transmisión intergeneracional; es decir,
no explica el elevado porcentaje de sujetos que desarrollan conductas
de vejación sin haber vivenciado tales actos durante su infancia188.

4. Las cifras del abuso sexual en la infancia

El alcance de la problemática del maltrato infantil, concretamente


del abuso sexual, es un aspecto difícil de calcular fundamentalmente
por dos aspectos: la escasa autonomía e imposibilidad de medios tan-
to del menor como de las personas allegadas conocedoras del hecho
para dar conocimiento de la situación a la administración correspon-
diente y, por otro lado, la elevada cifra de casos sin denunciar. Así
pues, la mayoría de información recogida sobre este hecho se obtiene
de testimonios de personas adultas, una vez efectuado el daño, una
vez que el sistema legal poco podrá hacer ya por cambiar la infan-
cia de dicho individuo. Además de ello, el abuso sexual arraiga en sí
una serie de inconvenientes que otros tipos de maltrato no conllevan.
Entre los obstáculos que explican el difícil acceso a esta realidad pue-
de distinguirse:
— Dificultad en su identificación y diagnóstico, sobre todo cuan-
do se trata de sintomatología no externalizante.
— Gran cantidad de sentimientos asociados a dicha vivencia:
vergüenza, ridículo, temor a represalias o a que no sea creído
(respuestas de los adultos al incesto con incredulidad), senti-
mientos de culpa, etc.
— La persona de confianza convence al menor de no revelar la
situación, lo que llevaría a este a aceptarla como algo normal;
a su vez, las amenazas, represalias y castigos también pueden
disuadir al niño de su intento de denuncia.
188
Otras teorías explicativas en CANTÓN DUARTE, J. y CORTÉS ARBOLEDA,
M. R., Malos tratos…, cit., pp. 18-62.
602 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

— Temor de los padres a involucrar al menor en procesos lega-


les, así como a la censura de vecinos y/ o amigos que conoz-
can del hecho.
— Pensar que la denuncia no surgirá efecto.
— Miedo por parte de terceros a inmiscuirse en la privacidad
familiar e interferir o perjudicar aún más las relaciones
existentes.
Son todos estos obstáculos los que dificultan el estudio de la inci-
dencia o número de casos nuevos de abuso sexual infantil en un perío-
do de tiempo concreto, haciendo más fáciles y asequibles el empleo de
estudios retrospectivos para valorar la prevalencia de este hecho189.
Por su parte, Rodríguez-Almada indica que si bien es cierto que
las alegaciones del menor no son un hecho frecuente cuando se habla
de maltrato al menor, ya sea por el miedo o temor al abusador como
por los sentimientos de culpa del sujeto victimizado, lo que verdadera-
mente trasciende en dicho ámbito haría referencia a la espontaneidad
del infante en el momento de prestar declaración. Señala que sería
este último aspecto el que debiera de concretarse por su elevada espe-
cificidad diagnóstica, entendiendo en todo caso su presencia de inesti-
mable valor en el enjuiciamiento de los hechos, así como la necesidad
de que sea efectuado por profesionales entrenados en dicha materia.
No obstante, y siguiendo con el autor anterior, también es cierto
que la complejidad de la materia dificultaría la alegación espontánea,
distinguiendo entre las causas de tales impedimentos las siguientes:
• Reiteración del interrogatorio, lo que puede llevar a cambiar
la versión de los hechos, lo cual vendría favorecido por la tar-
danza desde que se cometió el abuso y que a su vez conllevaría
consigo una tardía detección, detención e intensidad en el he-
cho traumático experimentado.
• Mala técnica del interrogatorio. En estos supuestos la profesio-
nalidad del evaluador es fundamental de cara a evitar posibles
interferencias de tipo directo o indirecto (paralingüísticas, ges-
tuales,…) en el relato del menor.
Si bien los datos sobre la incidencia de un determinado problema social po-
189

dría constituir un índice del nivel de funcionamiento de los profesionales y Servicios


Sociales, en la práctica, los estudios sobre prevalencia ofrecen datos muchos más
representativos. CANTÓN, J. y CORTÉS, R., Malos tratos…, cit., pp. 176-177.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 603

• Inducción de los relatos. Normalmente en este caso los adul-


tos condicionarían las repuestas del menor, diferenciándose en
todo caso dos supuestos:
— Influencia de una figura adulta con autoridad. En estas
ocasiones se denota la influencia de uno de los progeni-
tores en base, sobre todo, a la obtención de beneficios se-
cundarios o bien, por manifestar tal adulto algún tipo de
patología (Síndrome de Munchausen por poderes).
— Por iatrogenia, entendiendo la parcialidad del entrevista-
dor y su carencia de neutralidad en la declaración del me-
nor, influyendo en las alegaciones que el mismo remite. A
tal efecto pudiera concretarse tal acción en la reiteración
de ciertas preguntas a fin de conseguir que el infante res-
ponda como el evaluador desea.

Respecto a esto último, en la declaración siempre habrán de ser con-


sideradas las características de la edad evolutiva en que se encuentra
el menor, debiendo en todo caso de ser consideradas sus implicaciones
prácticas en el momento del interrogatorio. A tal efecto, Cortés Arboleda
indica que debieran considerarse los siguientes momentos fundamenta-
les respecto a la edad del menor (CORTÉS ARBOLEDA, 2006):

a) Preescolares. Se estima que la información obtenida por estos


menores deberá siempre atender tanto al nivel de desarrollo
del menor, como al estilo del evaluador durante el interroga-
torio, facilitando en todo caso la comprensión y participación
del infante en la aportación de los datos. Se aconseja el em-
pleo de preguntas genéricas, a fin de evitar posibles incrimina-
ciones falsas, así como la importancia de utilizar un lenguaje
básico, sencillo y, en la medida de lo posible, acompañado de
ejemplificaciones. No obstante, en general, en dicho grupo se
utiliza la terapia a través del juego e incluso el dibujo, siendo
más fácil para los menores expresar de esta forma sus pensa-
mientos y sentimientos respecto al hecho sucedido.
b) Niños de primaria. En edades comprendidas entre los 5 y los
11 años de edad los menores son capaces de relatar lo sucedi-
do atendiendo al recuerdo libre, aunque en ocasiones también
sea interesante guiar su relato. Suelen mostrar mayor resis-
tencia a preguntas persuasivas, pero igualmente se les suele
604 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

comunicar que cualquier falta de comprensión deberá de ser


notificada al entrevistador.
c) Adolescentes, los cuales a pesar de poder ser comparados con
los adultos atendiendo a la mayor resistencia a la sugestión, a
la cantidad y calidad de la información aportada, o a su capa-
cidad de comprensión, no gozarían de un protocolo de actua-
ción en el momento del interrogatorio; esto es, no se disponen
de estudios suficientes como para establecer guías de actuación
concretas sobre el citado colectivo. A tal efecto, no es igual la
manera de actuar con un menor que en su etapa de desarrollo
es abusado sexualmente, que el hacerlo con una mujer adulta,
advirtiendo, en todo caso, que los efectos serían diferentes para
ambas edades pero en ningún momento menospreciados por el
evaluador por la posible calidad de la declaración.
Aún así, y a pesar de los inconvenientes mencionados, la informa-
ción obtenida sobre la envergadura del abuso sexual a partir de estu-
dios retrospectivos permite hacerse una idea de la prevalencia de tal
problemática.
A nivel nacional, los estudios más significativos sobre abuso sexual
en la infancia son los llevados a cabo por el Centro Reina Sofía para
el estudio de la violencia190. La investigación más reciente fue la pu-
blicada en el año 2004 sobre el análisis estadístico de una muestra
de 100 casos de abuso sexual en la infancia, donde los sujetos tenían
una edad de entre los 4 y 18 años y siendo del total casi tres cuartas
partes mujeres (72%). La evaluación se efectuó a través del Protocolo
Forense de Madrid 2002191, el cual consideró las siguientes variables
sociodemográficas: relativas al menor (sexo, edad, nivel de desarrollo
190
Otro estudio bastante destacado fue el realizado durante el curso académi-
co 2001/ 2002 en la Universidad de Barcelona. Para ello se tomó una muestra de
1.033 estudiantes universitarios a los que se evaluó retrospectivamente (Traumatic
Life Events Questionaire, TLEQ) sobre distintos eventos vitales. Los resultados ob-
tenidos fueron los siguientes: la prevalencia del abuso sexual antes de los 18 años se
sitúa en un 17,9% (un 14,9% antes de los 13 años y un 3% entre los 13 y los 18 años);
un 15,5% de los varones y un 19% de las mujeres manifiestan haber sufrido esta
experiencia. Se observaron diferencias en el tipo de agresor y las características del
abuso en función de la edad de inicio de éste y del sexo de las víctimas, y destacó el
elevado porcentaje de penetración, tanto en varones como en mujeres antes de los 13
años (26,7% y 42,1%) y después de esta edad (27,3% y 25%).
191
Ver referencia en VÁZQUEZ, B.; RUÍZ, M. P. y CASADO, A. M., “Protocolo
Forense Madrid 2002”, en Abuso sexual infantil. Evolución…cit, p.147.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 605

cognitivo y antecedentes personales), al contexto familiar (anteceden-


tes familiares, procedencia cultural y situación de los progenitores)
y al abuso (tipo, severidad, uso de violencia concomitante –física y/ o
psicológica–, tipo de agresor, eclosión del conflicto, demora hasta la
denuncia, informes previos y secuelas) estudiando posteriormente las
relaciones existentes entre ellas (VÁZQUEZ, 2004).
En cuanto a los porcentajes obtenidos se destacan los siguientes
datos192:
1) La mayor frecuencia de casos se concentra entre los 8 y 11 años
(en primer lugar en torno a los 8 años con un 15% de los casos y,
en segundo lugar, en los 9 y 11 años con un 11% de casos en ambas
edades).

4 años 1% 12 años 5%

GRÁFICO 4. Edad de las víctimas de abuso 5 años 3% 13 años 7%


sexual (n=100)
6 años 2% 14 años 8%
20%
7 años 4% 15 años 8%
15%
8 años 15% 16 años 5%
10%

5% 9 años 11% 17 años 5%


0%
10 años 6% 18 años 6%
4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18

11 años 11%

2) El 86% de los sujetos presenta un desarrollo cognitivo normal


aunque, paradójicamente, una de los variables que aparece con más
frecuencia sea el fracaso escolar (18% de los casos); seguido de ante-
cedentes en el desarrollo y a nivel psicológico de manera equivalente.
Dentro de este último aspecto conviene destacar que sólo el 44% de
sujetos que conformaban la muestra presentaba algún tipo de ante-
cedente. En este sentido destacamos la mayor vulnerabilidad a la que
se ven sometidos estos sujetos, así como a la falta de medios y auto-
suficiencia de cara a la interposición de la denuncia. A continuación
192
Elaboración a partir de VÁZQUEZ, B. (Coord.), Abuso sexual infantil.
Evolución de la credibilidad del testimonio. Estudio de 100 casos, Madrid, Centro
Reina Sofía para el Estudio de la Violencia, 2004, 6, p.80.
606 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

se presentan sendos gráficos, es decir, relativos al nivel de desarrollo


cognitivo (Gráfico 5) y para los antecedentes personales más destaca-
dos en este ámbito (Gráfico 6).

GRÁFICO 5
Nivel de desarrollo cognitivo de las víctimas (n=100) (%)

14% C.I. deficitario


86% C. I. normal

GRÁFICO 6
Víctimas con antecedentes personales (n=100) (%)

3) En relación al contexto familiar la desestructuración (27%) jun-


to con la presencia de un nivel cultural bajo (57 %) propician un desa-
rrollo de comportamientos incestuosos en el ámbito intrafamiliar.
4) Respecto al abuso en sí, éste suele ser en su mayoría crónico y
llevado a cabo por un familiar o conocido, siendo muy bajo el porcen-
taje de sujetos que no informan de ningún tipo de tocamiento (4%).
Destacar también que lo más común es la demora entre el comienzo
del abuso y la denuncia (48%) y que las principales secuelas suelen ser
de tipo emocional (57%) seguidas de las conductuales (35%).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 607

GRÁFICO 7
Tipos de secuelas sufridas por las víctimas (n=100) (%)

De acuerdo a lo anterior, pueden establecerse las siguientes


conclusiones:
a) Cuanto menor es la víctima de abuso sexual más tiempo tarda
en denunciar el hecho.
b) El mayor nivel cultural de los progenitores supone también
un mayor conocimiento de la situación, del modo de actuar
y del acceso a los distintos recursos disponibles, por lo que
la presencia de informes que denuncien tal situación se ve-
ría menos mermada. No se encuentran diferencias en las
tasas de prevalencia en función de la clase social o nivel
educativo en la familia de la víctima, sino que la relación
directa negativa se produce entre el número de casos de-
nunciados y la pertenencia a clases sociales de bajo status
económico.
c) Se relaciona también la situación de los progenitores con el tipo
de agresor: separación y figura paterna como agresor más fre-
cuente. Esta conexión queda vinculada directa y positivamente
a la cronicidad del abuso y a la severidad del mismo, incremen-
tando a su vez la dificultad para interponer la denuncia.
d) En familias incestuales es característico un ambiente disfun-
cional de convivencia, donde las relaciones intrafamiliares
distan mucho de la convivencia convencional; ello se rela-
ciona también con los antecedentes que presentan las figuras
parentales.
608 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

e) Relación entre los casos que presentan violencia física y psí-


quica, implicando generalmente la primera a la última.
f) El número de secuelas sociales aumenta con la edad, favoreci-
do ello por la severidad del abuso y la violencia psíquica ejerci-
da sobre el menor. En este sentido podría referirse que, cuanto
más crónico es el abuso y más violencia psíquica lo acompaña,
mayor variedad de secuelas se encontrarán en la víctima.
Finalmente, y habiendo apreciado los datos relativos a las víctimas
de abuso sexual en la infancia, sería ahora interesante destacar algu-
nas anotaciones respecto a la intervención con dichos sujetos. En este
sentido, y dada la diversidad de factores que inciden en esta tipología
de maltrato no pudiera considerarse más que su abordaje interdisci-
plinar a la hora de tratar con el menor de edad, estableciendo en todo
caso quiénes serían aquellos profesionales que debieran de intervenir
y, sobre todo, delimitar las competencias de cada uno de ellos a fin de
evitar que por posibles solapamientos disciplinares el infante pudiera
quedar en desamparo. Conforme a ello, y siguiendo a Rodríguez Cely,
se presentan a continuación algunas de las áreas de conocimiento que
mayor peso debieran tener en el momento de la citada intervención,
destacando brevemente algunas de las características más sobresa-
lientes de cada una de ellas (RODRÍGUEZ CELY, 2003).
a) Psicología. El papel de la psicología en el abuso sexual infantil
se considera imprescindible en sus diversas aplicaciones, pero más
aún cuando se trata de sujetos que están en pleno desarrollo de su per-
sonalidad. Los objetivos fundamentales se divisan en la intervención
del menor, en prestar el apoyo necesario y las soluciones más factibles
ante la situación que está viviendo, pero sobre todo en la necesidad
de asegurar que a lo largo del tratamiento el sujeto va adquiriendo
las competencias necesarias, ya sea para salir de la situación actual-
mente vivenciada como para poder rehacer su vida con normalidad;
esto es, adaptarse conforme a la etapa evolutiva en la que se encuentre
habiendo superado, o por lo menos minimizado, las secuelas que el
hecho traumático pudiera haberle depositado.
Respecto a esto último, posponer el momento de intervención pu-
diera desencadenar peores resultados para el sujeto victimizado, ante
lo cual también cabría aclarar por el profesional al que se acude para
pedir ayuda que en ningún momento se tienen pautas de actuación
que innegablemente serán la solución perfecta al problema plantea-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 609

do, sino que son meros protocolos de actuación que se adaptan a la


persona concreta y que requerirán, en todo caso, de su compromiso y
participación.
En cuanto a la importancia del tratamiento psicológico del abuso
sexual en la infancia, se advierte en primer lugar que no existe un pa-
trón o protocolo uniforme y específico de actuación, ya sea por grupo
de edad, madurez mental, (…), sino que la intervención depende del
caso particular o demanda del paciente (generalmente en estos casos
por el otro progenitor o un tercero), de las características propias del
abuso y de las consecuencias o efectos que el mismo haya depositado
en el menor. A esto último, habría que añadirle además aspectos espe-
cíficos del tratamiento, como sería el caso del inicio, la duración, la
gravedad, o el ambiente en que se ha desarrollado, entre otros.
Según Portillo Cárdenas, cualquier terapia deberá sustentarse so-
bre la empatía como un elemento fundamental de cara a establecer un
correcto desarrollo y progresión durante el tratamiento del infante,
indicando en todo caso la transcendencia de la terapia individual y
de la aplicabilidad de la misma “a medida” del menor (PORTILLO
CÁRDENAS, 2001).
b) Medicina Forense. El examen médico-legal que se realice depen-
derá del tipo de abuso que el menor presente, pues al igual que ocurri-
ría en el caso de la Psicología se adaptará la actuación a la demanda
concreta; ahora bien, con ello no quiere decirse que dicho requeri-
miento de sujeto vaya siempre en la línea del diagnóstico esperado,
sino que, en todo caso, serían igualmente necesarias la presencia de
pruebas complementarias con tal de ratificar efectivamente un diag-
nóstico. Especial cautela habrá de requerir el examen continuo del
menor, pues si se entiende la evaluación completa y general respecto
al hecho concreto, una “sobredosis” en dicho aspecto pudiera favore-
cer el riesgo de segundas victimizaciones para el infante.
En relación a las actitudes y condiciones del profesional en dicha
materia, debieran considerarse la aceptación incondicional a la pro-
blemática presente, sin que exista tipo de prejuicio alguno hacia el
niño o a los progenitores, y promoviendo en cualquier caso un clima
de confianza y respeto promovido sobre todo por la magnitud y conse-
cuencias que pudieran desprenderse de la situación.
c) Derecho. Advierte de la necesidad de tratar al menor desde una
perspectiva de respeto, de un ser humano al que le son inherentes sus
610 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Derechos Fundamentales y el cual deberá igualmente recibir un tipo


de protección integral, desde la esfera individual, como social, polí-
tica y culturalmente. En este sentido, se promueve la elaboración de
programas de prevención orientados a frenar las tasas que sobre cual-
quier tipo de atentado hacia el infante pudieran obtenerse, sobre todo
destacando la aplicabilidad de las políticas públicas del Estado; esto
es, su puesta en práctica fehaciente sin resultar en meras propuestas
políticas con fines electorales.
Pero no solo actúa el Derecho en cuanto a la defensa y protección
de los bienes jurídicos objeto de tutela en la figura del menor, sino
que además conllevaría todas aquellas movilizaciones que en el ám-
bito familiar pudieran modificar la adecuada, funcional y saludable
convivencia entre sus miembros. A tal efecto bastaría indicar aquellas
situaciones en las que el Ministerio Fiscal solicita el alejamiento del
menor del medio familiar.
d) Servicios Sociales. Tal y como refiere Rodríguez Cely ‹‹estos
profesionales deben concebir al niño como individuo y como ser so-
cial, considerando la importancia que tiene la resolución de conflictos
emocionales en él y en su familia››; en este sentido, y una vez el niño
es protegido, la siguiente labor de los trabajadores sociales compren-
dería el evitar posibles riesgos futuros para su persona, siendo una de
las opciones más recurridas la referida al ámbito legal. Por su parte,
dentro de tales Servicios la prestación suele abordarse conjuntamente
con otros profesionales, derivando en todo caso posibles valoraciones
psicológicas sobre el estado del menor al profesional que sobre este
ámbito desarrolle su labor.
En general, estas son algunas de las disciplinas que mayor cabida
pudieran tener en cuanto a la actuación con el menor se refiere, pero
no se entiende en exclusividad su labor en desamparo de otras institu-
ciones o agentes de control social. Tómese como ejemplo la escuela y
su necesaria actuación en la detección de casos de maltrato, así como
de un tercero que avisa al organismo correspondiente sobre la acción
indebida que ejerce su vecino del segundo sobre la figura de su hijo,
siendo este último caso un ejemplo de la necesaria actuación de la ciu-
dadanía en la detención del maltrato.
En cualquier caso, cabría referir que se trata de un problema so-
cial, responsabilidad únicamente advertida gracias a la colaboración
conjunta tanto de los propios ciudadanos como de los mismos profe-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 611

sionales, siendo estos últimos quienes verdaderamente debieran co-


operar en sus quehaceres en el momento de intervenir sobre el menor
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Capitulo decimotercero
VICTIMAS DE ACOSO LABORAL Y ESCOLAR

I. ACOSO LABORAL

1. La violencia en el trabajo

La violencia en el trabajo, lugar donde transcurre gran parte de la


actividad diaria de una persona, ocurre en las organizaciones de todo el
mundo y tiene un impacto considerable en la salud integral de los tra-
bajadores y trabajadoras que lo sufren. Las Encuestas Europeas sobre
las Condiciones de Trabajo llevadas a cabo regularmente por Eurofound
(Fundación Europea para la Mejora de las Condiciones de Vida y de
Trabajo) muestran que la violencia y el acoso en el lugar de trabajo
constituyen graves problemas, tanto por su incidencia como por la gra-
vedad de las consecuencias asociadas a la misma. Según Luna (2003),
las cifras arrojadas por la Tercera Encuesta Europea constituyeron po-
tentes argumentos para la consideración de esta problemática:
A) Violencia física. Se estimó que el 4% de la población laboral
se encontraba expuesta a violencia física en el trabajo por par-
te de personas ajenas a su empresa. Las mayores cotas de ex-
posición se daban en sector servicios (administración pública,
comercio y venta). El 2% de la totalidad de los trabajadores se
encontraban expuestos a violencia física por parte de perso-
nas de su entorno de trabajo.
B) Intimidación y amenazas. El 9% de la población laboral era ob-
jeto de intimidación y amenazas, obteniéndose las mayores tasas
de exposición en el sector servicios (en la Administración Pública,
hoteles y restaurantes y otros servicios). Se encontró una mayor
ocurrencia en las mujeres (10%) que en los hombres (8%).
C) Acoso sexual. El 2% de la totalidad de la población laboral está
expuesta a acoso sexual. Las mayores exposiciones se dan en ser-
616 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

vicios de hostelería (hoteles y restaurantes), entre mujeres y entre


empleados en condiciones precarias o con contratos temporales.
D) Efectos sobre la salud debidos a la violencia en el trabajo. La vio-
lencia en el trabajo apunta directamente hacia un aumento de
las enfermedades, particularmente las asociadas con el estrés.
El 40% de las personas expuestas a violencia física, el 47 % de
las expuestas a amenazas y el 46% de las expuestas a acoso
sexual experimentan sintomatología relacionada con el estrés.
E) Efectos sobre el absentismo laboral. El absentismo relaciona-
do con problemas de salud aumenta con la violencia en el tra-
bajo: el 35% de los trabajadores expuestos a violencia física,
el 47% a amenazas y el 31 % a acoso sexual.
De este modo, dentro de la violencia en el lugar de trabajo se in-
cluyen, además de la violencia física, las conductas físicas o verba-
les amenazantes, intimidatorias, abusivas o acosadoras. Según Luna
(2003), lo que se ha venido denominando mobbing o acoso psicológico
es una forma más de violencia en el trabajo. Si bien la violencia física
en el trabajo es más fácil de detectar al llevar asociados signos exter-
nos evidentes, no ocurre lo mismo con la violencia psicológica y el
acoso, cuya existencia puede en muchos casos negarse o deformarse y
su repercusión afectar negativamente a la salud física y psicológica de
la víctima que lo sufre durante un considerable periodo de tiempo.

2. Concepto y características del acoso laboral

Tras la reforma aprobada en junio de 2010 del Código Penal de


1995, se introdujo por primera vez, de forma diferenciada, el acoso la-
boral dentro de los delitos de torturas y contra la integridad moral, en-
tendiéndose por tal “el hostigamiento psicológico u hostil en el marco
de cualquier actividad laboral o funcionarial, que humille al que lo su-
fre, imponiendo situaciones de grave ofensa a la dignidad”, y quedando
incorporadas en el tipo penal tanto las conductas de acoso producidas
en el ámbito de las relaciones jurídico-privadas, como las producidas
en el de las relaciones jurídico-públicas.
El acoso laboral implica, por tanto, un hostigamiento, es decir, una
serie de conductas que se caracterizan por su duración, repetición,
intensidad e intencionalidad. El acoso laboral o mobbing (del inglés
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 617

to mob; acosar, atropellar, atacar en masa a alguien) puede proceder


tanto de una persona como de un grupo, y puede proyectarse sobre
una o varias personas. Según expone González Trijueque (2007), entre
los elementos del concepto que la doctrina judicial española ha venido
exigiendo para calificar una situación concreta de acoso psicológico
laboral, se encuentran las siguientes características:
A) La existencia de una presión laboral tendenciosa con la fina-
lidad de destruir la autoestima y fortaleza psíquica y profe-
sional de la víctima. Es una presión laboral que incluye trato
vejatorio y ultrajante que es capaz de provocar síntomas clíni-
cos e inadaptabilidad laboral. Ha de reunir un carácter inten-
cional dirigido a un fin, la denigración laboral.
B) Las conductas de acoso se manifiestan de manera constante y
reiterada. Se trata de conductas sistemáticas y reiteradas en
el tiempo.
C) Son comportamientos que se ocultan bajo actos aparente-
mente inocuos, puesto que se trata de una intención de da-
ñar oculta, actos incluso amparados en el uso social, unido al
carácter complejo, continuado, predeterminado y sistemático
que obligan una valoración global de las conductas, de modo
que, si se disgregan, la intencionalidad no se manifiesta y la
situación de acoso resulta difuminada.
D) Se produce en el ámbito laboral, aún cuando el origen sea per-
sonal y pueda tener su reflejo fuera del contexto del trabajo.
E) Es de carácter laboral, puesto que se produce en el contexto
de las relaciones interpersonales que se establecen entre indi-
viduos dentro del marco de la relación laboral. Es de carácter
individual o personalizado y, por tanto, no generalizado a un
colectivo de trabajadores de la organización laboral.
F) La existencia de una relación de causalidad con el trabajo y en
este contexto se desarrolla frecuentemente con el consentimien-
to o indiferencia de quienes conforman el entorno de trabajo.
G) Las conductas hostigadoras exceden de los límites del poder
de dirección del centro de trabajo. Existe una situación de
desigualdad entre acosador y víctima, que no necesariamente
se ha de identificar con una determinada posición jerárquica
dentro del organigrama organizacional.
618 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Uno de los primeros autores en estudiar las características del aco-


so laboral fue, durante la década de los ochenta, el psicólogo Heinz
Leyman, de la Universidad de Estocolmo, quien lo definió como una
situación en que una persona, o varias, ejercen una violencia psicoló-
gica extrema, de forma sistemática y recurrente, durante un tiempo
prolongado, sobre otra u otras personas en el lugar de trabajo con el
fin de destruir sus redes de comunicación, destruir su reputación, per-
turbar el ejercicio de sus labores y conseguir su desmotivación laboral.
Posteriormente, Leyman ofrecería un concepto más operacionalizado
de lo que él denominó acoso, psicoterror o mobbing en la vida laboral,
señalando que éste se caracteriza por conllevar una comunicación
hostil y desprovista de ética, administrada de forma sistemática, que
lleva a la persona acosada a una situación de soledad e indefensión
prolongada, a base de acciones de hostigamiento frecuente y persis-
tentes (al menos una vez por semana) y a lo largo de un prolongado
periodo de tiempo (al menos durante seis meses) (LEYMAN, 1996).
Este acoso u hostigamiento es capaz de traducirse para la víctima que
lo sufre en un suplicio psicológico, psicosomático y social considera-
ble a causa de la alta frecuencia y la larga duración de estas conductas
hostiles. Desde esta conceptualización, el acoso se diferenciaría de los
posibles conflictos puntuales, poniéndose el acento, más que en el tipo
de conductas sufridas, en cómo se llevan a cabo esas conductas.
Leyman desarrolló uno de los primeros inventarios sobre acoso
laboral (Leymann Inventory of Psychological Terrorization- LIPT, 1990)
donde distinguió 45 comportamientos hostiles de distinta naturaleza
que clasificó en cinco grandes grupos: 1) limitar la comunicación; 2)
limitar el contacto social; 3) desprestigiar su persona ante sus compa-
ñeros; 4) desprestigiar y desacreditar su capacidad profesional y labo-
ral; y 5) comprometer la salud.
El trabajo de Leyman ha sido uno de los más influyentes y de ma-
yor referencia para el desarrollo posterior de estudios, protocolos
de evaluación y documentos de trabajo. Así, Martín, Pérez y López
(1998), redactores en nuestro país de la Nota Técnica Preventiva-476
sobre hostigamiento psicológico en el trabajo del Instituto Nacional de
Salud e Higiene en el Trabajo (INSHT), basándose en el trabajo de
Leyman, señalarían que la naturaleza de los comportamientos de aco-
so se podría resumir en los siguientes grupos:
a) Acciones contra la reputación o la dignidad personal. Suelen ma-
nifestarse a través de la realización de comentarios injuriosos contra
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 619

su persona, ridiculizándola o riéndose públicamente de ella, de su as-


pecto físico, de sus gestos, de su voz, de sus convicciones personales o
religiosas o de su estilo de vida. Entre estas acciones que atentan con-
tra la dignidad personal pueden considerarse también distintos com-
portamientos de acoso sexual (chistes y comentarios sexuales acerca
de la víctima, acercamientos y roces, gestos o peticiones de contenido
sexual, etc) que pueden llegar a constituir otra forma de delito (art.
184 CP), así como diversas acciones contra la reputación de la perso-
na como trabajadora.
b) Acciones contra el ejercicio del trabajo. Suelen consistir en enco-
mendarle a la víctima trabajo en exceso o difícil de realizar, cuando no
innecesario, monótono o repetitivo, o incluso trabajos para los que la
persona no está cualificada, o que requieren una cualificación menor
que la poseída por la víctima (shunting). Asimismo, en privarle de la
realización de cualquier tipo de trabajo, enfrentarle a situaciones de
conflicto de rol (negándole u ocultándole los medios para realizar su
trabajo, solicitándole demandas contradictorias o excluyentes, obli-
gándole a realizar tareas en contra de sus convicciones morales, etc.).
c) Acciones que comprenden una manipulación de la comunicación
o de la información. Pueden incluir una amplia variedad de situacio-
nes como, por ejemplo: mantener a la víctima en una situación de
ambigüedad de rol (no informándole sobre distintos aspectos de su
trabajo, como sus funciones y responsabilidades, los métodos de tra-
bajo a realizar, la cantidad y la calidad del trabajo a realizar, mante-
niéndole en una situación de incertidumbre); hacer un uso hostil de
la comunicación, tanto explícitamente (amenazándole, criticándole
o reprendiéndole acerca de temas tanto laborales como referentes a
su vida privada) como implícitamente (no dirigiéndole la palabra, no
haciendo caso a sus opiniones, ignorando su presencia); utilización
selectiva de la comunicación (para reprender o amonestar y nunca
para felicitar, acentuando la importancia de sus errores, minimizando
la importancia de sus logros, etc).
d) Acciones características de situaciones de inequidad. Pueden
manifestarse mediante el establecimiento de diferencias de trato, o
mediante la distribución no equitativa del trabajo, desigualdades re-
munerativas, etc.
Otra de las autoras más reconocidas internacionalmente en el cam-
po del estudio de las conductas de acoso es Marie-France Hirigoyen,
620 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

quien denomina como acoso moral en el trabajo a cualquier mani-


festación que implique una conducta abusiva, especialmente los com-
portamientos, palabras, actos, gestos y escritos que puedan atentar
contra la personalidad, la dignidad o la integridad física o psíquica de
un individuo, o que puedan poner en peligro su empleo o degradar el
clima de trabajo, no especificando ni proponiendo en su definición un
tiempo mínimo de exposición al mismo (HIRIGOYEN, 2001).
En nuestro país, una de las personas con mayor reconocimiento en
el estudio de esta forma de acoso, y de las estrategias para afrontarla,
es el psicólogo Iñaki Piñuel, de la Universidad de Alcalá de Henares.
Para este autor, el acoso psicológico en el trabajo consistiría en un
“continuado y deliberado maltrato verbal o modal que recibe un traba-
jador de otro u otros, con el objetivo de reducirlo, someterlo, apocarlo,
amilanarlo o destruirlo psicológicamente y que consiste en comporta-
mientos de hostigamiento frecuentes, recurrentes y sistemáticos con-
tra él” (PIÑUEL, 2001). Piñuel dirigió la aplicación y desarrollo de los
Informes Cisneros sobre acoso psicológico en el trabajo, desarrollando
un cuestionario basado en las aportaciones de Leyman. En sus dos
primeros informes, sobre una muestra de más de 4000 trabajadores,
estableció por primera vez en España una prevalencia del mobbing
de entre el 11,4% y el 15 % de la población activa (PIÑUEL Y OÑATE,
2006). Entre las áreas profesionales que se señalaron como más fre-
cuentemente afectadas, se encuentran los funcionarios públicos de la
administración, profesionales de la educación (primaria, secundaria
y universitaria), profesionales del ámbito sanitario, profesionales de
medios de comunicación, profesionales del sector de servicios, como
hostelería y turismo y trabajadores de grandes empresas.
Ante la multiplicidad de perspectivas y aproximaciones conceptua-
les al tema, autores como Fidalgo, Gallego, Ferrer, Nogareda, Pérez y
García (2009), redactores de la Nota Técnica Preventiva (NTP) 854 del
Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo (INSHT), rea-
lizaron una revisión sobre los conceptos y terminología que en la lite-
ratura especializada diversos autores habían venido utilizando para
referirse a esta problemática (mobbing, acoso moral, acoso psicológi-
co, hostigamiento psicológico, psicoterror laboral, maltrato psicológi-
co, violencia psicológica, acoso laboral, acoso social, terrorismo psi-
cológico, etc), planteando una definición global del acoso psicológico
en el trabajo como la “exposición a conductas de violencia psicológi-
ca, dirigidas de forma reiterada y prolongada en el tiempo, hacia una
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 621

o más personas por parte de otra/s que actúan frente aquella/s desde
una posición de poder (no necesariamente jerárquica). Dicha expo-
sición se da en el marco de una relación laboral y supone un riesgo
importante para la salud” (FIDALGO Y COL., 2009).

3. Tipologías y dinámica del acoso laboral

Según Luna (2003), el acoso laboral puede afectar a cualquiera de


los niveles jerárquicos de la empresa, distinguiendo la mayor parte de
los autores tres tipos fundamentales de acoso:
A) Ascendente. Ocurre cuando una persona, que ostenta un ran-
go jerárquico superior en la empresa u organización, se ve
agredida por uno o varios subordinados, siendo frecuente que
ello ocurra en situaciones en las que la víctima se incorpora
con rango superior a la empresa desde el exterior, siendo ese
puesto ansiado por otros trabajadores o no siendo aceptados
sus métodos de trabajo por aquellos que se encuentran bajo su
dirección. En otras ocasiones, puede ocurrir en situaciones en
las que un trabajador es ascendido a un puesto de responsabi-
lidad en virtud del cual se le otorga la capacidad de organizar
y dirigir a sus antiguos compañeros y estos no se muestran de
acuerdo con la elección y, en menor proporción, cuando las
personas con rango superior se muestran arrogantes o autori-
tarias en el trato con los demás.
B) Horizontal. Es el producido por compañeros del mismo nivel
jerárquico que la víctima. Pueden darse situaciones en que el
acoso se deriva de conflictos o problemas personales previos,
o de situaciones en las que se utiliza alguna característica di-
ferencial o deficiencia personal de la víctima para atacarla
sistemáticamente, con el fin de pasar el rato o mitigar el abu-
rrimiento. Otra de las modalidades frecuentes de este tipo de
acoso es el realizado, por uno o varios trabajadores, contra una
persona que, por distintos motivos, no se adhiere a la identi-
dad de un grupo concreto de compañeros, o que no comparte
sus costumbres o comportamientos, o que no sucumbe ante la
influencia de un compañero que ejerce de líder del grupo e in-
tenta imponer determinados comportamientos o dominar a los
622 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

demás miembros del grupo. En este último caso, es frecuente


que este líder manipule al resto de las personas sobre las que
tiene dominio para que aíslen, ignoren o lleven a cabo diversas
estrategias de acoso conjunto contra la víctima.
C) Descendente. En este supuesto la persona acosada tiene una si-
tuación de inferioridad, ya sea jerárquica o de hecho, respec-
to del acosador. Esta modalidad también es conocida como
bossing (del inglés boss, jefe). Suele ser el tipo más habitual y
en él es frecuente que la persona que tiene mayor rango jerár-
quico ostente su poder a través de desprecios, falsas acusacio-
nes, insultos y distintos actos que minan el ámbito psicológico
del trabajador para destacar frente a sus subordinados, para
mantener su posición jerárquica o simplemente deshacerse
del trabajador forzando el abandono voluntario del trabajo,
ya sea por motivos personales o siguiendo una estrategia em-
presarial para evitar los costes de un despido legal.
Es frecuente que la situación de acoso comience de un modo sutil
e insidioso, pudiendo seguir una serie de etapas o fases progresivas en
su desarrollo, en el caso que el problema no sea detectado y resuelto
de forma temprana. Aunque es difícil establecer una serie fija de fases
en el desarrollo del acoso laboral, ya que este depende en cada caso de
las características de la víctima, del acosador y del entorno en el que
sucede, a partir de las aportaciones de Leyman, se han propuesto las
siguientes cuatro fases que pueden ser útiles a la hora de describir las
etapas a través de las que puede desarrollarse un proceso de acoso en
el ámbito laboral:
1ª. Fase de conflicto. Se caracteriza por la posible aparición de
un conflicto, explicito o no, en el ámbito laboral. Este puede
venir producido por motivos derivados de la organización del
propio trabajo (en la que se enfrentan los objetivos o intereses
de algunas personas o grupos) o de problemas de índole in-
terpersonal (ya que las personas que coinciden en un mismo
contexto laboral suelen tener diversas formas de comporta-
miento, actitudes, aptitudes, formas de relación o caracterís-
ticas que pueden originar la aparición de roces, desencuen-
tros o antipatías). Las situaciones de conflicto no constituyen
en sí mismas una forma de violencia, pues son inherentes a
las relaciones humanas, y su existencia relativamente normal
en los ambientes laborales. Los conflictos suponen un enfren-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 623

tamiento de puntos de vista, objetivos o intereses entre dos


o más personas en un momento determinado y pueden so-
lucionarse a través del diálogo, el acuerdo, la negociación o
el cambio de circunstancias que lo provocan. Sin embargo,
en ciertas ocasiones el conflicto puede cronificarse, bien sea
porque las circunstancias que lo provocan se mantienen o au-
mentan, o bien por falta de habilidades o de voluntad de algu-
nos de los implicados en resolverlo. Aunque la mayoría de los
conflictos en el ámbito laboral suelen resolverse positivamen-
te y de manera pacífica, también es posible que alguna de
esas situaciones se agrave y conduzca a un punto de inflexión
en el que el potencial acosador transforma una relación hasta
entonces buena, o neutra, en una relación de antipatía o des-
precio, dando paso más fácilmente a la segunda fase.
2ª. Fase de mobbing o de estigmatización. Comienza con la adop-
ción, por parte del acosador de distintas estrategias y formas de
comportamiento hostigador descritas anteriormente (con la fre-
cuencia y tiempo requeridos como criterio de definición), sien-
do frecuente la combinación de actos de distinta naturaleza. La
prolongación de esta fase se asocia a la poca visibilidad de tales
comportamientos, que a menudo no son claramente evidentes, se
trivializan dándoles la apariencia de bromas o se justifican como
necesarios para aumentar la productividad de la empresa. Ya sea
de una u otra forma, estos actos de hostigamiento se normalizan
y, a menudo, se permiten por parte de los demás (compañeros o
responsables directivos) negándolos, minimizando su importan-
cia o no prestándoles atención. A menudo las víctimas no pueden
creer lo que les está sucediendo y pueden llegar incluso a negar la
evidencia del acoso y a dudar y cuestionarse a sí mismas buscan-
do defectos, errores o comportamientos provocadores. La inde-
fensión, el no saber que hacer, la inhibición del afectado a la hora
de denunciar estos hechos, las dificultades probatorias y la falta
de apoyo del entorno, son factores que permiten la prolongación
en el tiempo de esta fase, que provoca la estigmatización, el aisla-
miento o el desgaste psicológico de la víctima.
3ª. Fase de intervención desde la empresa. En esta fase, la direc-
ción de la empresa llega a tener conocimiento de la situación
(por ejemplo, directamente a través del afectado, del departa-
mento de recursos humanos, de la dirección de personal o de
624 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

los sindicatos) y, dependiendo del lugar, legislación y estilo de


dirección de la empresa, pueden darse dos tipos de situacio-
nes: a) solución positiva del conflicto, en la que la dirección
tras tener conocimiento del problema, realiza una investi-
gación exhaustiva del mismo, descubriendo la estrategia de
hostigamiento del acosador e intentando solucionarlo (san-
cionando al acosador, decidiendo que el trabajador o el aco-
sador sea cambiado de puesto de trabajo) y tomando medidas
de prevención; o b) solución negativa del conflicto, en la que
se da una nula o escasa investigación y en la que, en ocasio-
nes, puede pasar a tratarse a la víctima como un problema a
combatir, dando lugar a una situación en la que se pasa a for-
mar parte de un acoso activo o pasivo hacia la víctima.
4ª. Fase de marginación o exclusión de la vida laboral. En esta
fase, la víctima, que habitualmente presenta ya consecuen-
cias muy negativas en su salud, puede alternar su trabajo con
periodos largos de baja, que usualmente son utilizados por el
acosador como argumentos para desacreditarla y aumentar
el deterioro de su imagen, pudiendo desembocar en el aban-
dono definitivo por parte de la víctima de la empresa, en la
solicitud de cambios de puesto de trabajo (cuando ello es po-
sible) o en el mantenimiento de su situación, al no tener otras
alternativas, por un tiempo variable con un considerable su-
frimiento y deterioro de su salud. En casos extremos, los tra-
bajadores acosados pueden llegar incluso al suicidio.

4. Perfiles y factores de riesgo

A pesar de los esfuerzos por relacionar las situaciones de acoso


con ciertos perfiles de acosador y víctima, hay que tener presente que
dichas características no se muestran presentes en todos los casos de
acoso y que las características de los individuos que pueden ser acosa-
dores o víctimas pueden ser diversas y heterogéneas.
El perfil del acosador se ha relacionado con ciertas características de
personalidad. Por ejemplo, Field (1996) lo asoció con un tipo de psicopa-
tía agresiva. Marie-France Hirigoyen (2001), por su parte, propuso una
serie de características que, desde su experiencia, consideró que pueden
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 625

asociarse a los acosadores psicológicos y que relaciona con un perfil que


combina rasgos de personalidad narcisistas y paranoides, describiéndo-
los como sujetos que tienen una idea grandiosa de su propia importancia,
con fantasías ilimitadas de éxito y de poder, con una necesidad excesiva
de ser admirados, que suelen exhibir actitudes y comportamientos arro-
gantes, que explotan a los demás en sus relaciones interpersonales, que
tienen una baja capacidad de empatía, tendencia a desconfiar de los de-
más y a interpretar como amenazantes acontecimientos neutros.
Otros autores, como González de Rivera (1997) han relacionado
la figura del acosador u hostigador laboral con un perfil de mediocri-
dad. El autor propone un término específico, “síndrome de mediocridad
inoperante activa” (MIA), que relaciona con sujetos que tienen gran-
des deseos de notoriedad en el ámbito laboral pero cuyo desempeño
y actividad resulta inoperante y sin utilidad, envidiando intensamente
la excelencia ajena y procurando destruirla por cualquier medio a su
alcance. En esta línea, Piñuel (2003) describe a los acosadores como in-
dividuos que necesitan encubrir sus limitaciones, mediocridad o inep-
titud y que compensan sus sentimientos de inadecuación mediante el
ataque a otras personas, a las que pueden utilizar como chivos expia-
torios. Así, considera el autor que es frecuente que muchos acosadores
presenten complejos de inferioridad que les llevan a la envidia y a de-
sarrollar posteriormente conductas de acoso hacia aquellas personas
brillantes, competentes o felices que comparten su entorno de trabajo.
En cuanto a la víctima, no puede decirse que exista un perfil psico-
lógico específico que predisponga a una persona a sufrir acoso, ya que
cualquier persona puede ser víctima de conductas de hostigamiento
psicológico en el trabajo. Como afirma Luna (2003), en la mayoría
de las ocasiones, es suficiente con ser percibida como una amenaza o
una molestia por un acosador o un grupo de acosadores en potencia y
encontrarse en un entorno favorable para la aparición del fenómeno.
Sin embargo, y en base a las características estudiadas respecto a las
motivaciones más frecuentemente asociadas a los acosadores, autores
como Adams y Crawford (1998) o Schuster (1996), clasificaron a las
personas con mayor riesgo de aparecer como blancos o dianas ante
los ojos del acosador en tres grandes grupos:
a) Envidiables, habitualmente personas eficaces, brillantes en su
trabajo, carismáticas, felices o atractivas, que pueden ser con-
sideradas como molestas, peligrosas o competitivas por los
potenciales agresores.
626 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

b) Vulnerables, por ejemplo, personas con alguna peculiaridad


que les hace diferentes del grupo, con necesidad de afecto o
aprobación o que pueden ser percibidas por el agresor como
indefensas o con poca capacidad para enfrentarse o mostrar
oposición ante sus comportamientos.
c) Amenazantes, por ejemplo, personas activas, emprendedoras,
inconformistas o que pueden poner en evidencia o cuestionar
las formas establecidas por los acosadores.
En relación con lo anterior, según encuestas de victimización lleva-
das a cabo en nuestro país (PIÑUEL, 2002), casi la mitad de víctimas de
acoso atribuyen o relacionan el acoso que han sufrido con la existencia
de celos profesionales y envidia debido a competencias o situaciones
personales. El estudio también permite extraer algunas conclusiones
acerca del grado de incidencia de la problemática según el sexo, edad
o tipo de contrato de las víctimas. Los datos obtenidos señalaron que el
acoso psicológico en el trabajo afectaba tanto a hombres como a muje-
res, aunque se daba en mayor proporción en el sexo femenino, casi 2 de
cada 3 víctimas tenían menos de 30 años y existía una mayor incidencia
entre trabajadores eventuales o temporales que fijos.
Por último, hay que considerar la existencia de ciertas característi-
cas del entorno que no contribuyen a evitar, o que incluso pueden favo-
recer, la aparición de situaciones de acoso. La Nota Técnica Preventiva
854 (INSHT, 2009) cita, entre las condiciones de la organización del
trabajo más relevantes, las siguientes: a) conflicto o ambigüedad de
roles, es decir, indefinición de funciones que pueden dar lugar a la
aparición de conflictos de competencias y malos entendidos; b) falta
de autonomía de los trabajadores y estructuras jerárquicas muy rígi-
das; c) mal clima de trabajo o malas relaciones personales; d) ausen-
cia o ineficacia de los canales de comunicación y participación de los
trabajadores y la empresa.
A los factores anteriores habría que sumar otros, como la falta de
voluntad y políticas claras de prevención y la ausencia de protocolos
de actuación contra el acoso por parte de las empresas, así como la
falta de compromiso y cohesión por parte del resto de trabajadores,
que a menudo prefieren evitar y eludir tomar parte en la situación
por desinterés o por miedo a represalias. En la encuesta realizada por
Piñuel (2002), por ejemplo, se destaca que la mayor parte de los com-
pañeros que presencian el acoso no hacen nada por apoyar a la vícti-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 627

ma, hallándose que en sólo 1 de cada 6 casos los testigos apoyan a la


víctima frente al acosador, así como que las víctimas a menudo perci-
ben falta de apoyo en su organización para hacer frente al problema,
considerando 3 de cada 4 afectados haber recibido un apoyo bastante
escaso o inexistente en sus organizaciones. El estudio también conclu-
ye que los entornos en los que se favorece la competitividad entre los
empleados o en los que predominan los estilos de mando autoritarios
son favorecedores de la aparición de casos de acoso.

5. Consecuencias psicológicas

Las consecuencias sobre el bienestar psicológico en personas que


son víctimas de acoso pueden ser muy diversas, dependiendo de la
duración de la situación, de la fase de desarrollo, de su intensidad, de
las personas implicadas, de la vulnerabilidad de la víctima, de la exis-
tencia de otros estresores asociados o de la disponibilidad de apoyo de
compañeros, familiares u otras personas.
Según la revisión hecha por Gonzalez-Trijueque, Delgado y Garcia
(2010), si bien la sintomatología asociada al acoso laboral o mobbing
puede ser muy diversa, el eje sobre el que giran gran parte de las conse-
cuencias que sufre el sujeto afectado son principalmente los problemas
de ansiedad, que se relacionan con la presencia de sentimientos de mie-
do y de amenaza continua. A ello pueden sumarse otro tipo de conse-
cuencias emocionales, tales como los sentimientos de fracaso, sensación
de impotencia y de frustración, baja autoestima, apatía o problemas a la
hora de concentrarse o de dirigir la atención. Pueden aparecer también
sentimientos negativos de ira, rencor o deseos de venganza hacia las per-
sonas productoras del acoso, que contribuyen a generar gran malestar
subjetivo. En ocasiones, cuando la sintomatología de ansiedad e indefen-
sión es muy intensa, la víctima puede llegar a desarrollar comportamien-
tos sustitutivos tales como el abuso de drogas, tranquilizantes, alcohol,
tabaquismo u otro tipo de adicciones, utilizados como forma de afrontar
el malestar que sufre a fin de de disminuir la ansiedad, de evadirse o de
enfrentarse con la angustia de acudir al lugar de trabajo.
Los trastornos más típicos y compatibles con este tipo de situacio-
nes suelen ser el trastorno de ansiedad generalizada y los trastornos
adaptativos y, en su caso, y dependiendo de las características de la
situación sufrida, el trastorno de estrés postraumático, pudiendo, ade-
más, producirse una agravación de posibles problemas preexistentes.
628 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Dependiendo de la magnitud y la duración del acoso, también es posi-


ble encontrar cuadros depresivos graves e incluso ideación o intentos
suicidas. La repercusión de la situación sobre la salud de la víctima
será mayor cuanto menor sea el grado de apoyo emocional e instru-
mental del que disponga (compañeros, familiares o personas que le
provean de afecto, comprensión, información, consejo o ayuda).
González Trijueque y Delgado (2008), señalan que las víctimas de
mobbing, comparadas con sujetos controles, presentan mayores in-
dicadores clínicos en dimensiones sintomatológicas como somatiza-
ciones, sensitivismo interpersonal, depresión y ansiedad. Asimismo,
aprecian mayores niveles de hostilidad (que se dirigen sobre todo ha-
cia el acosador), conductas evitativas (hacia todo aquello relaciona-
do con la situación de acoso), rumiaciones y pensamientos intrusivos
a nivel cognitivo (relacionados con la problemática laboral y sobre
cómo afrontarla) y aislamiento social (muchas veces promovido por el
propio acosador). Es interesante destacar que los autores indican que
pueden darse unos mayores niveles de paranoidismo en los trabajado-
res acosados respecto a la población activa general, y que ello, lejos
de poder interpretarse como extraño, puesto que las reacciones de hi-
pervigilancia resultan habituales en cualquier persona sometida a una
situación de acoso, debe traducirse en una mayor atención y cuidado
a la hora de realizar un correcto diagnóstico diferencial entre una re-
acción de hipervigilancia de carácter adaptativo ante una situación
percibida como amenazante y un trastorno de contenido delirante.
Toda esta situación afecta frecuentemente a la salud física de la
víctima a través de diversas manifestaciones de patología psicosomá-
tica, desde dolores diversos y trastornos funcionales hasta trastornos
orgánicos. Según la Cuarta Encuesta Europea sobre Condiciones de
Trabajo (EWCS, 2005), las personas que padecen violencia o acoso
moral en el puesto de trabajo suelen manifestar un mayor grado de
problemas de salud ligados al trabajo que las que no lo padecen y un
nivel casi cuatro veces superior en el caso de los síntomas de trastor-
nos psicológicos, como problemas para conciliar el sueño, ansiedad e
irritabilidad, además de dolencias físicas, como dolor de estómago.
Por otro lado, es frecuente que las consecuencias del acoso psicoló-
gico repercutan en el rendimiento laboral de la víctima y en problemas
de absentismo. Igualmente, sus repercusiones pueden afectar al entorno
social y familiar de la víctima. En ocasiones, las personas sometidas du-
rante mucho tiempo a conductas de hostigamiento y acoso en su lugar
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 629

de trabajo, ámbito donde desarrollan una parte muy considerable de su


quehacer diario, pueden llegar a desarrollar una especial susceptibilidad
e hipersensibilidad a las críticas, así como actitudes de desconfianza y
conductas de aislamiento, evitación, retraimiento o, por otra parte, de
agresividad u hostilidad y otras manifestaciones de inadaptación social.
En general, se considera que la salud social de la víctima se puede afec-
tar profundamente, distorsionándose las interacciones que tiene con
otras personas e interfiriendo en la vida normal y productiva del indivi-
duo (MARTIN Y COL., 1998). Todo ello puede repercutir en la relación
de la víctima con las personas cercanas de su entorno, pudiendo darse
una pérdida de interés por los proyectos comunes, abandono o desplaza-
miento de las responsabilidades y compromisos familiares, afectación de
la afectividad y del deseo sexual, problemas de pareja o la aparición de
repercusiones emocionales en otros miembros del sistema familiar.

CUADRO 1
Consecuencias psicológicas en víctimas de acoso laboral

Grupos sintomáticos asociados al daño psicológico en víctimas (Arce y Fariña, 2006)

1) Síntomas cognitivos: estrés, ansiedad generalizada; sensación de amenaza perma-


nente; agotamiento psicológico, físico y emocional; dudas sobre el propio equilibrio
emocional y de las percepciones que un tiene de su situación; sentimientos de cul-
pabilidad y responsabilidad; indefensión. También se destacan los sentimientos de
fracaso, impotencia y frustración; baja autoestima o apatía y problemas de concen-
tración o atención.
2) Síntomas psicosomáticos: el estrés al que se ven sometidas las víctimas de acoso tiene
efectos indirectos sobre su estado físico, presentando amplio elenco de somatizacio-
nes: trastornos cardiovasculares (hipertensión, arritmias, dolores en el pecho, etc);
trastornos musculares (cefaleas tensionales; dolores lumbares y cervicales asociados a
la tensión, temblores, hiperreflexia); trastornos respiratorios (hiperventilación, sensa-
ción de ahogo, sofocos); trastornos gastrointestinales (dolores abdominales, nauseas,
vómitos, sequedad de boca); alteración del deseo sexual (deseo sexual hipoactivo).
3) Síntomas sociales: aparición de actitudes de desconfianza y conductas de aisla-
miento; evitación y retraimiento. Manifestaciones en las relaciones familiares tales
como sentimientos de incomprensión; pérdida de ilusión e interés por los proyectos
comunes; abandono de responsabilidades y compromisos familiares y alteración de
la afectividad.
4) Cambios en la personalidad de la víctima: pueden adoptar tres patrones diferencia-
dos: a) predominio de rasgos obsesivos (actitud hostil y suspicacia, sentimiento cró-
nico de nerviosismo, hipersensibilidad con respecto a las injusticias); b) predominio
de rasgos depresivos (sentimientos de indefensión, incapacidad para disfrutar y sen-
tir placer, anhedonía, desesperanza aprendida) y c) resignación: aislamiento, senti-
miento de alienación con respecto a la sociedad, actitud cínica hacia el entorno.
630 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

6. Medidas de prevención y actuación ante el acoso laboral

Según la Nota Técnica Preventiva 892/2011 del INSHT, redactada


por Mejias, Carbonell, Gimeno y Fidalgo (2011), las soluciones tradicio-
nales para hacer frente a las situaciones de violencia y acoso suelen pa-
sar por la utilización de dos vías diferentes: la preventiva y la judicial.
En la vía preventiva las formas de actuación más frecuentes han
sido las siguientes: a) la actuación sobre las personas implicadas en la
situación de acoso; b) la puesta en marcha de protocolos que se limitan
a tratar los casos más graves de violencia o acoso; y c) la evaluación
de riesgos psicosociales. Para los autores, sólo esta última constitui-
ría una autentica medida de carácter preventivo, aunque insuficiente
puesto que no llega a actuar sobre todos los factores que causan las
situaciones de violencia laboral (climas laborales deficientes, los mo-
delos de comportamiento arbitrario o autoritario, las acciones irregu-
lares organizativas, las políticas deficientes de gestión de personal, la
falta de voluntad y políticas preventivas claras en las empresas, etc.).
Las dos primeras formas, por su parte, se consideran respuestas reac-
tivas y tardías al problema, no considerándose eficaces de cara a la
prevención. Ambas se enfocan desde una perspectiva de intervención
individual y puntual y no intervienen en profundidad sobre el contexto
donde se produce el problema ni sobre uno de los principales factores
de riesgo asociados al mismo, la organización del trabajo.
La vía judicial supone, para los autores, una forma de defensa ante
el acoso que debe llevar a cabo la víctima de manera individualiza-
da, debiendo emprender, en ocasiones, múltiples acciones judiciales
(demanda por vulneración de derechos fundamentales, demanda de
solicitud de extinción de la relación laboral, demanda para la califica-
ción como contingencia profesional de los daños derivados del acoso
o violencia, demanda de reconocimiento de recargo de prestaciones,
denuncia o querella en la jurisdicción penal contra el acosador, de-
nuncia ante la Inspección de Trabajo y Seguridad Social, demanda de
solicitud de indemnización de daños y perjuicios). A menudo, y aun-
que triunfen jurídicamente sus demandas, las víctimas no obtienen sa-
tisfacción ni reparación plena y, en la mayor parte de las ocasiones, se
ven en la tesitura de tener que dejar o alejarse de su entorno laboral.
Por todo ello, el documento aboga por la necesidad de adoptar una
perspectiva integral en la prevención y actuación para combatir el acoso
y la violencia en el trabajo. Así, proponen la necesidad de: a) centrar la
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 631

actuación en el ámbito de la empresa (donde se produce el daño) antes


que en el ámbito jurídico; b) actuar a través de un proceso preventivo
proactivo e integral antes que a través de prácticas puntuales y reactivas;
y c) considerar el acoso y la violencia en el lugar de trabajo como un pro-
ceso y de manera global, más que sólo como cuadros de daño parciales.
La importancia de centrar los esfuerzos de las acciones dirigidas a
combatir el acoso más en la prevención que en la intervención puntual e
informal una vez aparecido el fenómeno es compartida por diversos au-
tores (ARAMBURU-ZABALA, 2002). Estos advierten que, en ausencia de
programas eficaces de prevención y políticas claras e integrales de actua-
ción por parte de las empresas, los servicios de atención a la salud dispo-
nibles para el trabajador, aun siendo necesarios, no pueden evitar que la
carga y responsabilidad de hacer frente al acoso recaiga sobre la víctima
del acoso, que a menudo se encuentra ya bastante debilitada y afectada
por las consecuencias psicológicas del hostigamiento. Es frecuente que
las víctimas soliciten algún tipo de apoyo (habitualmente de carácter eva-
luativo y psicológico) o de medicación paliativa (tranquilizantes y antide-
presivos) ante el malestar generado por la situación que padecen. En este
sentido, los sindicatos y los servicios médicos y psicológicos, aunque pue-
den ofrecer apoyo informacional, una intervención específica para tratar
de paliar o prevenir la aparición de problemas médicos y psicológicos,
no son suficientes por sí mismos, pues suponen medidas de intervención
que, aplicadas como la única forma de actuación ante el acoso, pueden
contribuir a que el problema se acabe percibiendo como algo individuali-
zado y se tienda a creer que la solución únicamente pasa por que la vícti-
ma se arme de estrategias de superación personal.
Se debe promover un enfoque que evite que la denuncia de esta
problemática se transforme en una culpabilización a la víctima, in-
terpretándola desde un punto de vista más cercano al que le interesa
mantener al agresor, es decir, como situaciones de desequilibrio emo-
cional de una persona que exagera incidentes nimios, atribuyendo así
erróneamente como causas del problema lo que suelen ser consecuen-
cias o repercusiones psicológicas del mismo. Puesto que el impacto
y grado de sintomatología en la víctima dependerá, entre otros, de
factores tales como la duración o gravedad de la situación de acoso, el
grado de predecibilidad de los momentos o situaciones concretas en
que pueden ocurrir los ataques, el grado de control percibido sobre
la situación (esto es, la percepción que tenga el individuo acerca de
las acciones que puede realizar para hacer frente al acoso con ciertas
632 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

garantías) y la percepción de la disponibilidad de apoyo instrumental


y emocional por parte del entorno, en la prevención y reducción de
los posibles daños psicológicos en las víctimas aparecen pues como
elementos clave los siguientes: la detección y detención temprana de
las situaciones de acoso, la información de la que disponga la víctima
acerca de la dinámica de los procesos de acoso y de las estrategias y
acciones que puede llevar a cabo ante tales situaciones y el apoyo por
parte de sindicatos, empresa, compañeros y allegados.
Según Aramburu-Zábala (2002), los programas más adecuados de
prevención de este fenómeno incluyen medidas como las siguientes:
A) Estrategias preventivas.
a1) Definición de metas y estrategias participativas. Supone
la implicación de todos los niveles de la empresa en las
metas preventivas y una declaración o documento que
certifique y que dé a conocer ese compromiso.
a2) Atención a los procesos de organización y selección de per-
sonal. Se recomienda el uso de técnicas y estudios de se-
lección objetivas, que ayuden a identificar a las personas
más aptas para los puestos (especialmente en los que im-
plican supervisión o responsabilidad sobre otros, tratan-
do de evitar la selección de sujetos con alta probabilidad
de mostrar tendencias autoritarias o de agresividad hacia
compañeros y los subordinados).
a3) Programas específicos de sensibilización y formación.
Incluye la realización de programas regulares de forma-
ción acerca de las habilidades adecuadas y asertivas de re-
lación interpersonal, la identificación temprana de situa-
ciones de acoso y de posibles acosadores, conocimiento de
los recursos disponibles de asesoramiento en la materia, de
los derechos que asisten al trabajador y de los protocolos
de actuación en casos de acoso dentro de las empresas, for-
mas de denunciar una situación de acoso propia o de un
compañero, etc. Entre los objetivos diana de estos progra-
mas suelen incluirse los trabajadores pertenecientes a mi-
norías, los jóvenes, mujeres o contratados temporales.
a4) Políticas informativas y difusión de las actuaciones.
Contemplan aquellas medidas que favorezcan la circu-
lación de la información, la transparencia de los canales
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 633

de comunicación y la orientación de la empresa hacia los


empleados. Como ejemplo se pueden citar el estableci-
miento de sesiones informativas y reuniones periódicas
con el personal, discusiones de grupo y grupos de reso-
lución de problemas, así como la formación específica de
los directivos acerca de sus funciones y responsabilidades
ante situaciones de acoso y el conocimiento de protocolos
y guías de actuación ante las denuncias de los empleados.
a5) Rediseño del trabajo. Como forma de prevenir condiciones
que favorecen la aparición de situaciones de acoso se con-
templan medidas de rediseño del trabajo (por ejemplo,
definir con claridad las tareas y objetivos de cada perso-
na, favorecer el trabajo en equipo, limitar los horarios ex-
cesivos, establecer un sistema transparente de evaluación
del rendimiento, etc), así como la aplicación de medidas
ergonómicas que persigan el control de altos niveles de
estrés en el trabajo y favorezcan el control por parte del
empleado de su proceso de trabajo, mayor capacidad de
decisión y autonomía. Del mismo modo, se considera cla-
ve la intervención sobre el comportamiento de los líde-
res (desarrollo de habilidades para reconocer conflictos
y manejarlos adecuadamente, identificación temprana de
los síntomas de acoso) y sobre la protección del estatus y
la posición social de los trabajadores de la empresa.
B) Estrategias de intervención.
b1) Detención del acoso. Incluye las medidas urgentes dirigidas
a investigar diligentemente la situación y evitar repercusio-
nes secundarias negativas en la víctima que denuncia su
ocurrencia, como el aislamiento o la culpabilización de ésta.
En este sentido se considera que mientras que el silencio o el
abandono del puesto de trabajo es una situación que juega a
favor de las estrategias del acosador, las medidas recomen-
dables pasan por la búsqueda de asesoramiento especializa-
do, la recogida de evidencias y la comunicación formal del
hecho a los representantes de los trabajadores y a los direc-
tivos de la empresa para que tomen las medidas contempla-
das en los protocolos de actuación ante el acoso.
b2) Respuesta inmediata y apoyo a la víctima del acoso.
Aparece como factor clave la necesidad de que la vícti-
634 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

ma cuente en todo momento con un trato correcto, co-


laborador y respetuoso por parte de los responsables de
la empresa, información, asesoramiento y apoyo a nivel
sindical y a nivel jurídico, así como un apoyo psicológico
adecuado dirigido a disminuir los posibles síntomas y re-
percusiones producidas por el acoso y el estrés asociado
a la denuncia y a la posible apertura de procedimientos
judiciales. Igualmente importante para la víctima es el
contar con la comprensión y el apoyo emocional adecua-
do de compañeros y de familiares o allegados.

II. ACOSO ESCOLAR

La violencia y el acoso escolar es un fenómeno que, si bien ha exis-


tido siempre, se ha percibido como un grave problema por parte de
la sociedad en épocas recientes a causa del conocimiento a través de
los medios de comunicación de casos de alumnos gravemente victi-
mizados que optaron por el suicidio. Según los informes del Defensor
del Pueblo en colaboración con UNICEF acerca de esta problemática
(2000, 2007), las investigaciones realizadas en distintos países han se-
ñalado que el acoso es un fenómeno muy extendido entre los escola-
res, coincidiendo en estimar que uno de cada seis alumnos ha estado
expuesto a alguna clase de victimización o maltrato por parte de sus
compañeros o compañeras, siendo en los últimos años de la educa-
ción primaria y en los primeros de la secundaria, entre los nueve y ca-
torce años, cuando se produce con mayor frecuencia. En nuestro país,
destacan los anteriormente mencionados informes sobre los estudios
de victimización llevados a cabo por el Defensor del Menor sobre una
muestra de 3.000 escolares de Educación Secundaria Obligatoria, así
como el llevado a cabo por Oñate y Piñuel (2007) sobre una mues-
tra de 25.000 alumnos de 14 Comunidades Autónomas, desde 2º de
Primaria hasta 1º de Bachiller, que arrojaron una tasa total de inci-
dencia de violencia y acoso escolar entre los alumnos del 23%.

1. Definición y caracterización

El acoso escolar, también conocido por bullying (intimidación; del in-


glés bully, matón), ha sido definido por distintos autores de diversas for-
mas. Askew (1989), por ejemplo, definió el fenómeno del bullying o ma-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 635

tonismo como una serie mantenida de comportamientos de intimidación


que implican la intención de obtener poder y dominio sobre otra persona.
Besag (1989) especificaría que estas situaciones de matonismo y ataque
repetido sobre otras personas en posiciones de inferioridad de poder o
de fuerzas pueden llevarse a cabo de forma física, psicológica, verbal o
social. Para Farrington (1993) las situaciones de acoso o abuso implican la
opresión reiterada, tanto física como psicológica, que se dirige hacia una
persona con menos fuerza o poder por parte de otra con un poder mayor.
Olweus (1998) ofrece una definición ampliamente aceptada del
acoso escolar como aquellas conductas de persecución física o psico-
lógica que realiza un alumno o alumna contra otro u otra, al que elige
como víctima de repetidos ataques, señalando que este tipo de accio-
nes, negativas e intencionadas, situaría a las víctimas en posiciones de
las que difícilmente pueden salir por sus propios medios. En nuestro
país, autores como Cerezo (1997) caracterizan el fenómeno del bu-
llying en el ámbito escolar como la violencia mantenida, física o men-
tal, guiada por un individuo, o por un grupo, y dirigida contra otro
individuo que no es capaz de defenderse a sí mismo en esa situación.
Piñuel (2007), por su parte, define el acoso escolar como una situa-
ción que implica un continuado y deliberado maltrato verbal y modal
que recibe un niño por parte de otro u otros, que se comportan con él
cruelmente con el objeto de someterlo, apocarlo, asustarlo, amenazar-
lo y que atentan contra la dignidad del menor.
En las diversas definiciones ofrecidas pueden identificarse tres
características o elementos principales que permiten identificar una
situación como acoso escolar:
a) Implica un comportamiento violento, físico o psicológico,
que se lleva a cabo de manera intencional con objeto de hacer
daño u obtener poder.
b) El comportamiento se lleva a cabo de manera reiterada sobre
la víctima.
c) El comportamiento se realiza por un individuo, o grupo de in-
dividuos, que se encuentran en una situación de mayor poder
y/o fuerza sobre otro en inferioridad de condiciones.
Dadas estas características es frecuente diferenciar entre el térmi-
no violencia entre escolares para referirse a agresiones puntuales o ais-
ladas y el de acoso escolar cuando se habla de comportamientos vio-
lentos o intimidatorios realizados de forma reiterada sobre un sujeto.
636 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

2. Tipos de violencia y dinámica del acoso escolar

Las conductas de acoso escolar implican la realización de diversos ac-


tos de violencia de tipo físico, psicológico y social. A modo de ejemplo, se
exponen a continuación los tipos de conductas evaluadas a través de dos de
los estudios de victimización más amplios llevados a cabo en nuestro país,
el Informe del Defensor del Pueblo-UNICEF (2000, 2007) y el Informe
Cisneros X (Piñuel y Oñate, 2007). Las modalidades y tipos de conducta
utilizadas en el primero de ellos pueden consultarse en el Cuadro 2.

CUADRO 2
Tipos de manifestaciones de maltrato entre iguales
del estudio epidemiológico incluido en el informe
del Defensor del Pueblo-UNICEF (2000).

Modalidad de maltrato Ejemplos de conducta

Exclusión social Ignorar.


No dejar participar.

Agresión verbal Insultar.


Poner motes ofensivos.
Hablar mal de otro a sus espaldas.

Agresión física indirecta Esconder cosas de la víctima.


Romper cosas de la víctima.
Robar cosas de la víctima.

Agresión física directa Pegar.

Amenazas Amenazar sólo para meter miedo.


Obligar a hacer cosas con amenazas (chantaje)
Amenazar con armas (cuchillo, palo)

Acoso sexual Acosar sexualmente con actos o comentarios.

Por su parte, Piñuel y Oñate (2007) realizarían una clasificación


basada en estudios llevados a cabo desde el Instituto de Innovación
Educativa y Desarrollo Directivo sobre la evaluación del acoso apli-
cado a distintos contextos y que sistematizaron con la publicación del
Test AVE (Acoso y Violencia Escolar), medida estandarizada dirigida
a evaluar el acoso psicológico y físico recibido en el entorno escolar
y sus daños asociados (Piñuel y Oñate, 2006). Los autores distinguen
entre ocho modalidades de violencia y acoso escolar: 1) Agresiones; 2)
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 637

Amenazas; 3) Intimidación; 4) Hostigamiento verbal; 5) Coacciones;


6) Exclusión social; 7) Bloqueo social; y 8) Manipulación social. Las
tres primeras implican la presencia de la violencia física, de manera
directa o indirecta, por lo que el autor las relaciona más con lo que
popularmente se conoce como matonismo, mientras que el resto su-
ponen una violencia más psicológica y de aislamiento social.
Los resultados del estudio que los autores llevaron a cabo con
25.0000 escolares españoles mostraron que la modalidad de acoso
más informada por los escolares fue la de bloqueo social (29%), segui-
da por la de hostigamiento verbal (20%), manipulación de la imagen
social (19%), coacciones (17%), exclusión social (16%), intimidación
física (14%), agresiones físicas (13%) y amenazas a la integridad (9%).
En el cuadro siguiente se exponen los comportamientos específicos
que los escolares informaron sufrir con mayor frecuencia.

CUADRO 3
Comportamientos de acoso escolar más frecuentes
según el Estudio Cisneros X (Piñuel y Oñate, 2007).

Comportamientos Porcentaje

1. Llamarle por motes 13,90%


2. No hablarle 10,40%
3. Reirse de él/ella cuando se equivoca 9,30%
4. Insultarle 8,70%
5. Acusarle de cosas que no ha dicho o hecho 7,50%
6. Contar mentiras acerca de él/ella 6,30%
7. Meterse con él/ella por su forma de ser 6,00%
8. Burlarse de su apariencia física 5,80%
9. No dejarle jugar con el grupo 5,40%
10. Hacer gestos de burla o desprecio hacia él/ella 5,10%
11. Chillarle o gritarle 5,00%
12. Criticarle por todo lo que hace 4,40%
13. Imitarle para burlarse 4,30%
14. Odiarle sin razón 4,20%
15. Cambiar el significado de lo que dice 4,00%
16. Pegarle collejas, puñetazos, patadas 4,00%
17. No dejarle hablar 3,90%
18. Esconderle las cosas 3,90%
19. Ponerle en ridículo ante los demás 3,90%
20. Tenerle manía 3,70%
21. Meterse con él/ella para hacerle llorar 3,52%
22. Decir a otros que no estén con él o que no le hablen 3,60%
23. Meterse con él/ella por su forma de hablar 3,30%
24. Meterse con él/ella por ser diferente 3,20%
25. Robar sus cosas 3,20%
638 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

3. Perfiles y factores de riesgo

Según las encuestas de victimización la ocurrencia de comporta-


mientos de acoso escolar parece disminuir con la edad, encontrándo-
se mayores tasas totales de acoso en el sexo masculino (24,4%) que en
el femenino (21,6%) (PIÑUEL Y OÑATE, 2007). El estudio Cisneros
compara las conductas de acoso sufridas con mayor frecuencia según
el sexo de la víctima, observando que el tipo de acoso que reciben los
varones suele ser más físico y menos verbal, predominando el patrón de
intimidación y abuso físico directo (llamar por motes, pegar collejas o
patadas, reírse o burlarse de él cuando se equivoca, zarandearle o em-
pujarle para intimidarle, amenazarle con pegarle, intentar que le casti-
guen, hacer gestos para intimidarle, esperarle a la salida para meterse
con él, obligarle a hacer cosas peligrosas, pegarle con objetos), mientras
que el acoso que reciben las niñas se centra con mayor frecuencia en lo
verbal y en reducir socialmente a la niña rompiendo sus redes sociales
mediante la manipulación y entorpecimiento de sus relaciones con los
otros (meterse con ella para hacerla llorar, decirle a otros que no estén
o que no hablen con ella, hacer que ella les caiga mal a otras, prohibir a
otros que jueguen con ella, impedir que ella juegue con otros).
Aunque cualquier menor puede sufrir situaciones de acoso y no to-
das las víctimas presentan las mismas características, algunos autores
como Olweus (1998) o Perry, Williard y Perry (1990), citados en Calvo
y Ballester (2007), identificaron dos tipos principales de víctimas que
podían observarse en las situaciones mantenidas de acoso:
— Víctimas pasivas. Se caracterizan a grandes rasgos por ser su-
jetos inseguros que, habitualmente, no responden a los ata-
ques. Suelen aparecer como personas sensibles, miedosas,
tímidas o retraídas. Cuando reciben algún ataque suelen res-
ponder con pánico y, en función de la edad, con conductas
de llanto, no siendo habitual que pidan ayuda al profesor. Se
considera que estas conductas pueden asociarse a que el aco-
sador las perciba como más vulnerables o débiles y con poca
probabilidad de responder a sus ataques.
— Víctimas agresivas. Se caracterizan por ser sujetos desafiantes
que responden a los ataques y cuando la ocasión lo permite,
adoptan el papel de acosadores. Suelen aparecer como perso-
nas impulsivas, hiperactivas, irritables y con dificultad para
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 639

controlarse emocional y conductualmente. Se considera que


esta mayor reactividad y comportamiento desafiante puede
influir en que los acosadores los perciban como objetivos per-
sistentes para ser intimidados.
Por otro lado, el hecho de que las situaciones de acoso se caracte-
ricen por ser ataques reiterados y mantenidos en el tiempo otorga un
mayor potencial dañino a las repercusiones que puede sufrir la vícti-
ma, a su desgaste psicológico y, en consecuencia, a la mayor percep-
ción por parte del acosador de niveles mayores de vulnerabilidad en
la víctima, lo que refuerza su conducta de acoso y produce una diná-
mica de círculo vicioso (Cuadro 4). Ello puede conducir a la víctima a
una pérdida de esperanza acerca de la posibilidad de huir, escapar o
cambiar la situación, pudiendo llegar a adoptar conductas de resigna-
ción y aceptación pasiva de los comportamientos de abuso, especial-
mente cuando sus compañeros o compañeras lo silencian o no existe
disponibilidad de recursos o personas adultas, o sensibilización de las
mismas, en el entorno del menor a los que pueda recurrir.
De hecho, es frecuente que en las primeras fases del acoso las víc-
timas no soliciten ayuda por desconocer la situación que sufren o por
considerarse normal dentro de las relaciones entre escolares, dando
lugar que se genere la dinámica propia del acoso, y cuando se iden-
tifica el problema el daño ya suele afectar de forma significativa a la
salud emocional del menor. Así, de cara a la detección temprana de la
problemática y a la reducción de los graves efectos físicos, psicológi-
cos y sociales que puede sufrir la víctima, las campañas de sensibiliza-
ción e información acerca de las conductas que se consideran acoso y
de las personas y recursos donde el menor puede comunicar su ocu-
rrencia y buscar ayuda, aparecen como elementos prioritarios para la
prevención de la victimización.
640 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

CUADRO 4
El acoso escolar como proceso o ciclo de eventos
(Calvo y Ballester, 2007; tomado de Rigby, 1999)

Interacción agresor/víctima

Percepción de debilidad y
vulnerabilidad

Plan para dañar, debilitar y Victima potencial


humillar

Actuación física, verbal,


social, etc

4. Consecuencias psicológicas

Se han realizado numerosos estudios acerca de las consecuencias


psicológicas producidas por las situaciones de acoso, aunque como
señalan Calvo y Ballester (2007) las conclusiones a las que llegan de-
ben considerarse con cautela puesto que frecuentemente se utilizan
diferentes definiciones y tipos de comportamiento sobre lo que se en-
tiende por acoso escolar, diferentes modos de recogida de los datos y
diferentes formas de análisis de los mismos, por lo que sus resultados
no siempre son comparables o claros. Los autores citan la clasifica-
ción propuesta por Rigby (2003) acerca de las cuatro condiciones de
salud sobre las que se han estudiado las repercusiones negativas del
acoso escolar:
a) Bienestar psicológico bajo. Incluye estados y sentimientos des-
agradables como, por ejemplo, infelicidad general, autoestima baja
y sentimientos de cólera o tristeza. En el estudio Cisneros de Piñuel
y Oñate (2005, 2007), la disminución de la autoestima aparece como
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 641

uno de los efectos más frecuentes asociados a las víctimas de situacio-


nes de violencia y acoso escolar, observándose una correlación positi-
va entre la intensidad del acoso sufrida y la disminución paulatina de
la autoestima de la víctima.

b) Afección psicológica. Incluye sintomatología más grave que la


anterior como niveles altos de ansiedad, depresión y pensamiento sui-
cida. Según el estudio Cisneros, que añade a las anteriores la sintoma-
tología propia del trastorno por estrés postraumático, la gravedad de
estos cuatro grupos de síntomas aparecen relacionados con la intensi-
dad y tipo de acoso sufrido:

b1) El porcentaje de niños que refieren comportamientos de aco-


so y violencia escolar muy frecuentes presenta 4 veces mayor
riesgo de daños por estrés postraumático. Se observa que el
hostigamiento verbal, el bloqueo social y las conductas de
exclusión, así como las de desprecio y ridiculización son sus-
ceptibles de provocar mayores índices tanto de depresión
como de estrés postraumático en los niños afectados.

b2) El porcentaje de niños que refieren comportamientos de aco-


so y violencia muy frecuentes presenta indicadores de ansie-
dad grave hasta 4 veces superior. Las conductas de violencia
psicológica basadas en la burla y la exclusión social son las
que más incrementan los niveles de ansiedad grave.

b3) El porcentaje de niños que refieren comportamientos de aco-


so y violencia escolar muy frecuentes presenta hasta 5 veces
mayor riesgo de ideación suicida recurrente. Las conductas
de violencia psicológica basadas en la burla y la exclusión
social son las que más incrementan el riesgo de suicidio.

c) Indisposición física. Se incluyen repercusiones sobre la salud


física de la víctima y sobre la aparición de desordenes físicos y enfer-
medades médicas, así como trastornos psicosomáticos como los dolo-
res de cabeza o de estómago. Según el estudio Cisneros, las somatiza-
ciones serán la segunda repercusión más frecuente entre los menores
que informan haber sufrido conductas de acoso escolar.

d) Bajo ajuste social. Se incluyen en este grupo consecuencias re-


lacionadas con la presencia de sentimientos de aversión hacia la es-
cuela, manifestación de soledad, aislamiento y absentismo.
642 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

CUADRO 5
Consecuencias psicológicas entre víctimas de violencia y acoso escolar
(Piñuel y Oñate, 2007)

Escalas clínicas estudio Cisneros X (n= 5860) Porcentaje

Disminución de la autoestima 57 %
Somatizaciones 55 %
Depresión 54 %
Sintomatología de Estrés postraumático 53 %
Autoimagen Negativa 53 %
Ansiedad 43 %
Autodesprecio 38 %
Flashbaks 29 %

5. Medidas de prevención y actuación ante el acoso escolar

Tras los análisis de los estudios de victimización a nivel nacio-


nal llevados a cabo por el Defensor del Menor en colaboración con
UNICEF en los años 2000 y 2007, esta institución realiza una serie
de recomendaciones generales dirigidas a prevenir la victimización
entre escolares. Entre ellas se destacan las siguientes:
— Promover la realización de estudios epidemiológicos en los
que se investigue la incidencia y la tipología de otras formas
de violencia escolar, padecidas por alumnos y profesores, dis-
tintas del maltrato entre iguales.
— Iniciar programas de prevención específicamente dirigidos a
erradicar las formas de acoso escolar y las conductas violen-
tas en las que no se aprecian mejoras estadísticamente signifi-
cativas (entre los años 2000 y 2007).
— Extender los programas de prevención de conflictos a los úl-
timos cursos de primaria, a los que algunos estudios apuntan
como ámbito en el que ya se perciben fenómenos de violencia
y acoso escolar.
— Iniciar programas específicos orientados a evitar procesos de
victimización entre el alumnado de origen inmigrante, fomen-
tando el conocimiento mutuo de los factores diferenciales de
carácter cultural, social o religioso.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 643

— Poner en marcha campañas educativas contra las distintas


conductas de acoso escolar, fomentando la sensibilización
y solidaridad hacia las víctimas y el rechazo social hacia los
agresores.
— Favorecer la adquisición por parte del alumnado y en el pro-
ceso educativo de estrategias de comunicación y de habilida-
des de relación interpersonal que ayuden a evitar procesos de
victimización entre la población de riesgo.
— Fomentar entre el alumnado el recurso al personal docente
y a los equipos de orientación y servicios de apoyo, para pre-
venir y solventar situaciones de acoso escolar de las que sean
víctimas o testigos.
— Incentivar la resolución de los conflictos en el ámbito interno
de los centros educativos, dotándolos de los recursos y medios
necesarios para ello, e incentivando y promoviendo la partici-
pación de los propios alumnos y de sus familias en los meca-
nismos de prevención y de intervención.
Atendiendo a la necesidad de diseñar y establecer protocolos espe-
cíficos de prevención y actuación dirigidos y aplicados principalmen-
te en el entorno o contexto donde sucede el problema, es destacable el
trabajo realizado por autores como Calvo y Ballester (2007), quienes
realizan un profundo análisis y sistematización de los procedimientos
de intervención ante el acoso escolar. Se resumen a continuación, por
su relevancia como marco referencial, las líneas básicas propuestas
por los autores en relación a las medidas de tipo preventivo y paliativo
que debieran llevarse a cabo ante el acoso escolar.
A) Medidas preventivas.
a1) Sensibilización sobre la naturaleza, incidencia y gravedad de
la conducta de acoso escolar.
a1.1) Formación al profesorado sobre las características
del acoso escolar.
a1.2) Valoración sobre la situación de los centros escolares
en relación al acoso escolar.
a1.3) Información a padres y alumnos sobre los aspectos
fundamentales de las conductas de acoso.
a2) Desarrollo de modelos de comportamiento que sean incom-
patibles con el acoso.
644 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

a2.1) Organización del centro (elaboración de un protoco-


lo de actuación del profesorado ante situaciones de
acoso, desarrollo de medidas que faciliten la comu-
nicación de situaciones de acoso, organización que
maximice la vigilancia en el centro, decisiones sobre
actividades que pueden facilitar situaciones propicias
para la violencia o el acoso.
a2.2) Actuaciones con los alumnos (dirigidas a conseguir el
objetivo de desarrollar la capacidad de los alumnos
para identificar sentimientos, pensamientos y necesida-
des de los demás y actuar en función de ello, desarrollar
hábitos de conductas de respeto y ayuda hacia los de-
más, así como estrategias dirigidas a ampliar el circulo
de relaciones entre los alumnos del aula para fomentar
el apoyo mutuo y evitar situaciones de aislamiento).
a2.3) Actuaciones con los padres (dirigidas a potenciar
prácticas familiares que constituyen factores de pro-
tección y eliminar prácticas asociadas con factores de
riesgo como, por ejemplo, potenciar la interacción,
comunicación y el contacto afectivo con los hijos, faci-
litar el desarrollo de la autoestima y el autoconcepto,
potenciar la independencia, las conductas asertivas y
los modelos apropiados de resolución de conflictos,
interesarse por sus problemas, así como las recomen-
daciones específicas en el caso de que sospechen que
sus hijos pueden ser acosadores o víctimas de acoso).
B) Medidas paliativas.
b1) Actuación inmediata tras la denuncia de una situación de
acoso
b1.1) Medidas de protección hacia el alumno presunta-
mente acosado (vigilancia en aquellas zonas, momen-
tos y circunstancias relacionados con la situación
denunciada).
b1.2) Recogida de información en relación a los hechos
que se denuncian (incluyen entrevistas con el alumno
acosado y el acosador, con los observadores no parti-
cipantes, con los padres de la supuesta víctima y del
presunto acosador).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 645

b1.3) Expediente disciplinario y medidas correctoras de ca-


rácter educativo y recuperador en función del daño
ocasionado a la víctima (se considera que cuando el
acoso ha sido breve y no ha existido violencia física ni
psicológica intensa pueden adoptarse medidas con-
templadas en el régimen interno del centro escolar,
pero que en casos más graves o reiterados debe con-
tarse con una respuesta desde la Fiscalía de Menores).
b2) Actuaciones posteriores con los protagonistas del acoso.
b2.1) Actuaciones con el acosador (suelen abarcar interven-
ciones psicoterapeuticas para tratar posibles déficits o
problemas psicológicos asociados a la causa de su com-
portamiento e intervenciones sancionadoras y educati-
vas para modificar aquellos factores comunicativos, de
valoración de intenciones de los demás o de control de
impulsos y emociones que pueden relacionarse con el
desarrollo y mantenimiento de la conducta de acoso).
b.2.2) Actuaciones con la víctima. Las actuaciones posteriores
con las víctimas de acoso pueden diferenciarse en dos
grandes grupos: a) intervenciones dirigidas a desarro-
llar aspectos deficientes que puedan relacionarse con
un mayor riesgo de revictimización (que incluirían el
trabajo sobre la mejora y el desarrollo del autoconcepto
y la autoestima, de habilidades sociales, de conductas
de afrontamiento ante situaciones de acoso, de conduc-
tas asertivas y de la capacidad para resolver conflictos);
y b) intervenciones dirigidas a ofrecer una respuesta
psicoterapéutica especializada a los posibles trastornos
psicológicos o emocionales que causan malestar clíni-
co significativo producidos por la victimización.

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Capítulo decimocuarto
VÍCTIMAS DE DELINCUENCIA ORGANIZADA

I. TRÁFICO HUMANO Y TRATA DE PERSONAS

1. Introducción.

El problema de la trata y tráfico humano sigue siendo una cons-


tante en la realidad social, un mercado negro que a la entrada del
siglo XXI continúa manifestándose como uno de los principales retos
de la política actual. Se trata de procesos de elevada rentabilidad que,
unido a la incesante demanda del mercado, no pasan inadvertidos a
las carencias legislativas al respecto, y advirtiendo que en ningún caso
pudieran ser considerados fenómenos aislados debido a la cantidad
de delitos con los que guardan una estrecha relación (violación, se-
cuestro, prostitución forzada, retención de documentación, y corrup-
ción entre otros).
Respecto a su modus operandi, las actividades llevadas a cabo va-
rían desde la captación, seducción, facilitación del transporte, hasta
la falsificación de documentos y entrada en el país de destino, carac-
terizándose en cualquier caso por un modo de actuar muy estudiado
y preciso. En este sentido, las acciones pueden tener lugar tanto en el
país de origen como en el de destino, entendiendo en este último caso
una mayor complejidad de la trama criminal por cuanto conllevaría a
su vez el tráfico de personas.
Aplicado a las vivencias de las víctimas, se aprecian desde formas
de atracción coercitivas y amenazantes, hasta aquellas otras en la que
son los propios familiares quienes negocian la propia captación por
verse beneficiados de la misma (pago por su colaboración). Se trata
de estrategias que abogan en cualquier caso por el empleo del engaño
y manipulación, aunque cada vez son más frecuentes las ofertas de los
falsos matrimonios. En cualquier caso, todo ello podría englobarse
650 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

dentro de la `ruta interna´193 del proceso, referida exclusivamente a la


trata, sea esta o no ejercida también en el ámbito internacional, lo que
pasaría ya a implicar el delito de tráfico humano.
En cualquier caso, los mecanismos de sujeción y control de la víc-
tima de trata son también abusivos en el país de origen, quedando la
libertad del individuo coartada de maneras muy diversas; a saber: res-
tricción del movimiento, deudas con los propios clientes o proxenetas,
chantajes, dependencia de la propia persona que la agrede, o el consu-
mo de sustancias y/ o estupefacientes como adicciones que permiten
su manipulación, entre otros aspectos.
Del mismo modo, un factor clave en la consideración de la victi-
mogenesia haría referencia al favorecimiento de tales cometidos si se
atiende a un sistema de control social formal194 deficitario e incluso,
en muchas ocasiones, inmiscuido en la misma estructura de la orga-
nización criminal. En este sentido, la rentabilidad de los delincuentes
se ve apoyada por posibles corrupciones dentro de un sistema político
que defiende en todo caso la representatividad y seguridad ciudadana.
Se trata de una actividad clandestina que, en ocasiones pudiera gozar
del apoyo y colaboración estatal sea tanto de manera directa (agentes
oficiales corruptos) como indirecta (tipos penales vigentes que pudie-
ran favorecer que dichas actividades se lleven a la práctica).
Respecto a este último aspecto, y dada la extensión de la cual
se dispone, a continuación se hace mención exclusiva a la regulación
vigente en España, donde el problema se sustentaba en la diferencia-
ción entre los tipos mencionados; esto es, entre la trata y el tráfico de
personas. No obstante, y antes de referir tal cometido, cabría advertir
que tal disfuncionalidad en el ámbito estatal respondería, sin ir más le-
193
Se entiende la `ruta interna´ de la trata la relativa a la explotación de la
mujer dentro de un mismo país, reservando la denominación de `ruta externa´ para
aquellos que implican el tráfico de seres humanos. En este sentido, la existencia de
esta última respecto a la trata de personas conllevaría a su vez el ilícito de tráfico de
personas, aspecto en todo caso diferente de la inmigración ilegal.
194
Se entiende por medios de control social formal aquel que está delimitado
por la ley, que especifica las medidas y sanciones objeto de aplicación por aquellos
individuos dedicados en su profesión al cuidado, control y salvaguarda de los de-
rechos de los ciudadanos. Por su parte, el control social informal permite inhibir y
disuadir dichos actos delictivos de una manera más activa y comprometida a largo
plazo, pues el sujeto recibe las prohibiciones en su entorno cultural y desde personas
más cercanas. Ampliar información en Garrido, V.; Stangeland, P. y Redondo, S.,
Principios de Criminología, Valencia, Tirant lo Blanc, 2006, p.74 y ss.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 651

jos, a que ya desde la aplicación hasta el momento vigente del Código


Penal de 1995 ha sido objeto de hasta una veintena de modificaciones
en un período de quince años desde su vigencia, reformas que han ser-
vido más para silenciar las demandas sociales que por su propio afán
de hacer una justicia proporcional y necesaria (MORILLAS CUEVA,
2010).

A pesar de ello, se puede decir que el déficit en el ámbito que aquí


se trata queda solventado gracias a la reciente modificación mediante
la Ley Orgánica 5/2010, el legislador argumenta que siendo tipologías
distintas –aunque relacionadas– y personas afectadas diferentes, ha-
brán de legislarse igualmente de manera independiente.

Así pues, la incoherencia en la antigua regulación queda ahora


subsanada mediante la nueva redacción del artículo 177 bis, y sol-
ventada la problemática del artículo 318 bis, donde ambos quedaban
recogidos conjuntamente (MORILLAS FERNÁNDEZ, 2010)195.
195
Tras la modificación señalada, la redacción actual que contempla el Código
Penal español para sendos preceptos es la siguiente:
Artículo 177 bis:
1. «Será castigado con la pena de cinco a ocho años de prisión como reo de tra-
ta de seres humanos el que, sea en territorio español, sea desde España, en tránsito
o con destino a ella, empleando violencia, intimidación o engaño, o abusando de una
situación de superioridad o de necesidad o de vulnerabilidad de la víctima nacional
o extranjera, la captare, transportare, trasladare, acogiere, recibiere o la alojare con
cualquiera de las finalidades siguientes:
a) La imposición de trabajo o servicios forzados, la esclavitud o prácticas simila-
res a la esclavitud o a la servidumbre o a la mendicidad.
b) La explotación sexual, incluida la pornografía.
c) La extracción de sus órganos corporales.
2. Aun cuando no se recurra a ninguno de los medios enunciados en el aparta-
do anterior, se considerará trata de seres humanos cualquiera de las acciones indi-
cadas en el apartado anterior cuando se llevare a cabo respecto de menores de edad
con fines de explotación.
3. El consentimiento de una víctima de trata de seres humanos será irrelevante
cuando se haya recurrido a alguno de los medios indicados en el apartado primero
de este artículo.
4. Se impondrá la pena superior en grado a la prevista en el apartado primero
de este artículo cuando:
a) Con ocasión de la trata se ponga en grave peligro a la víctima;
b) la víctima sea menor de edad;
c) la víctima sea especialmente vulnerable por razón de enfermedad, discapaci-
dad o situación.
Si concurriere más de una circunstancia se impondrá la pena en su mitad
superior.
652 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

5. Se impondrá la pena superior en grado a la prevista en el apartado 1 de este


artículo e inhabilitación absoluta de seis a doce años a los que realicen los hechos
prevaliéndose de su condición de autoridad, agente de ésta o funcionario público. Si
concurriere además alguna de las circunstancias previstas en el apartado 4 de este
artículo se impondrán las penas en su mitad superior.
6. Se impondrá la pena superior en grado a la prevista en el apartado 1 de este
artículo e inhabilitación especial para profesión, oficio, industria o comercio por el
tiempo de la condena, cuando el culpable perteneciera a una organización o asocia-
ción de más de dos personas, incluso de carácter transitorio, que se dedicase a la rea-
lización de tales actividades. Si concurriere alguna de las circunstancias previstas en
el apartado 4 de este artículo se impondrán las penas en la mitad superior. Si con-
curriere la circunstancia prevista en el apartado 5 de este artículo se impondrán las
penas señaladas en este en su mitad superior.Cuando se trate de los jefes, administra-
dores o encargados de dichas organizaciones o asociaciones, se les aplicará la pena
en su mitad superior, que podrá elevarse a la inmediatamente superior en grado. En
todo caso se elevará la pena a la inmediatamente superior en grado si concurriera
alguna de las circunstancias previstas en el apartado 4 o la circunstancia prevista en
el apartado 5 de este artículo.
7. Cuando de acuerdo con lo establecido en el artículo 31 bis una persona ju-
rídica sea responsable de los delitos comprendidos en este artículo, se le impondrá
la pena de multa del triple al quíntuple del beneficio obtenido. Atendidas las reglas
establecidas en el artículo 66 bis, los jueces y tribunales podrán asimismo imponer
las penas recogidas en las letras b) a g) del apartado 7 del artículo 33.
8. La provocación, la conspiración y la proposición para cometer el delito de
trata de seres humanos serán castigadas con la pena inferior en uno o dos grados a la
del delito correspondiente.
9. En todo caso, las penas previstas en este artículo se impondrán sin perjuicio
de las que correspondan, en su caso, por el delito del artículo 318 bis de este Código
y demás delitos efectivamente cometidos, incluidos los constitutivos de la correspon-
diente explotación.
10. Las condenas de jueces o tribunales extranjeros por delitos de la misma natu-
raleza que los previstos en este artículo producirán los efectos de reincidencia, salvo
que el antecedente penal haya sido cancelado o pueda serlo con arreglo al Derecho
español.
11. Sin perjuicio de la aplicación de las reglas generales de este Código, la víc-
tima de trata de seres humanos quedará exenta de pena por las infracciones penales
que haya cometido en la situación de explotación sufrida, siempre que su participa-
ción en ellas haya sido consecuencia directa de la situación de violencia, intimida-
ción, engaño o abuso a que haya sido sometida y que exista una adecuada proporcio-
nalidad entre dicha situación y el hecho criminal realizado».
Artículo 318 bis:
«1. El que, directa o indirectamente, promueva, favorezca o facilite el tráfico
ilegal o la inmigración clandestina de personas desde, en tránsito o con destino a
España, o con destino a otro país de la Unión Europea, será castigado con la pena de
cuatro a ocho años de prisión.
2. Los que realicen las conductas descritas en el apartado anterior con ánimo
de lucro o empleando violencia, intimidación, engaño, o abusando de una situación
de superioridad o de especial vulnerabilidad de la víctima, o poniendo en peligro la
vida, la salud o la integridad de las personas, serán castigados con las penas en su
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 653

No obstante, no se pretende responsabilizar con ello en exclusi-


vidad al ámbito político por facilitar una situación actual que pro-
mociona y globaliza la captación y uso de personas para fines prin-
cipalmente económicos, sino que junto a la misma demanda social
del denominado “mercado negro”, hacen de tales ilícitos una de las
mayores rentabilidades para los grupos criminales.

2. Precisión terminológica de los delitos de trata y tráfico humano

Las confusiones terminológicas entre el tráfico humano y la tra-


ta de personas descansan en la escasa calidad de las definiciones ju-
rídico-sociales que hasta el momento existían, siendo a partir de los
Protocolos de Palermo 2000 cuando se pueden apreciar caracterís-
ticas claramente diferenciadoras entre tales conceptos; no obstante,
y a pesar de tal avance, representan problemas en muchas ocasiones
coincidentes, aspecto que repercutirá considerablemente en la califi-
cación de los hechos.
Del mismo modo, en algunos casos sus diferencias respecto a la
inmigración irregular como delito afín a la trata y tráfico son bastan-
mitad superior. Si la víctima fuera menor de edad o incapaz, serán castigados con las
penas superiores en grado a las previstas en el apartado anterior.
3. En las mismas penas del apartado anterior y además en la de inhabilitación
absoluta de seis a 12 años, incurrirán los que realicen los hechos prevaliéndose de su
condición de autoridad, agente de ésta o funcionario público.
4. Se impondrán las penas superiores en grado a las previstas en los apartados
1 a 3 de este artículo, en sus respectivos casos, e inhabilitación especial para profe-
sión, oficio, industria o comercio por el tiempo de la condena, cuando el culpable
perteneciera a una organización o asociación, incluso de carácter transitorio, que se
dedicase a la realización de tales actividades.
Cuando se trate de los jefes, administradores o encargados de dichas organiza-
ciones o asociaciones, se les aplicará la pena en su mitad superior, que podrá elevar-
se a la inmediatamente superior en grado.
Cuando de acuerdo con lo establecido en el artículo 31 bis una persona jurídica
sea responsable de los delitos recogidos en este Título, se le impondrá la pena de
multa de dos a cinco años, o la del triple al quíntuple del beneficio obtenido si la can-
tidad resultante fuese más elevada.
Atendidas las reglas establecidas en el artículo 66 bis, los jueces y tribunales
podrán asimismo imponer las penas recogidas en las letras b a g del apartado 7 del
artículo 33.
5. Los tribunales, teniendo en cuenta la gravedad del hecho y sus circunstancias,
las condiciones del culpable y la finalidad perseguida por éste, podrán imponer la
pena inferior en un grado a la respectivamente señalada››.
654 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

te inapreciables, lo que advierte sobre la necesidad de establecer las


siguientes divergencias en relación a la inmigración ilegal: a) tiene
como objetivo la entrada ilegal en un país, de manera que se infringen
las normas y procedimientos habituales establecidos para entrar en el
país de destino o permanecer en el mismo; b) es una prohibición que
afecta al ámbito administrativo, estando sobre todo orientada a prote-
ger los intereses estatales en política de inmigración clandestina y c)
inexistencia de banda organizada que se lucre de ello, siendo normal-
mente las redes sociales, sobre todo familiares, las que lo facilitan.

Por su parte, y realizado este pequeño inciso, se presentan a conti-


nuación las diferencias clave entre el tráfico ilícito y la trata de perso-
nas. A saber:

1. Tanto el tráfico ilícito de personas (smuggling of migrants)


como la trata (trafficking of human beings) implican movimien-
to o traslado de las personas, pero atendiendo a la existencia o
no del consentimiento se pueden establecer sus divergencias.

2. En el caso de la trata de personas existe claramente una vícti-


ma y, además, añade dos elementos adicionales al delito: cap-
tación indebida (coacción, abuso o engaño entre otros aspec-
tos) y propósito de explotación (GARCÍA VÁZQUEZ, 2008).
Se trata de una persona a la que le son violados sus derechos
desde el mismo momento de su captación en el país de origen,
comenzando con un traslado ilícito y que finalmente suele
acabar en el país de tránsito y/o destino como explotación en
el sector de la prostitución, en la realización de trabajos for-
zados, o en su implicación en talleres clandestinos entre otros
aspectos. A todo ello, habría que añadir además dos aspectos
de especial relevancia, como serían la situación de especial
vulnerabilidad que caracteriza a la víctima, y los provechos o
beneficios que suponen dichos delitos.

3. En el tráfico ilícito existe una búsqueda activa del sujeto de sa-


lir de su país de origen, así como su consentimiento para tras-
pasar la frontera a cambio de un precio. En este caso no existe
vulneración alguna de los derechos del sujeto salvo aquellos
que lleve implícito el traslado, al igual que no existe vincula-
ción alguna entre delincuente e inmigrante una vez que este
último a llegado a su destino.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 655

4. El traspaso o no de fronteras, que mientras en el tráfico ilícito


el inmigrante entra indocumentado o sin papeles en un país
concreto, y así se produce el delito, en el caso de la trata no
es necesario que se cruce la frontera para entender el hecho
como punible.
5. Como semejanzas señalar que en ambos casos existe una im-
portante fuente de ingresos para el delincuente, concretamen-
te la actividad criminal más beneficiosa tras el tráfico de ar-
mas y drogas, motivo que refuerza su dedicación por parte de
las bandas organizadas.
En resumen, y antes de dar paso al desarrollo de los sujetos es-
pecialmente vulnerables a quienes especialmente atañen dichos ilí-
citos, se establecen a continuación las diferencias clave entre ambas
terminologías:
• El tráfico humano no siempre implica la trata de personas, la
cual generalmente suele vincularse con diversas formas de ex-
plotación hacia las víctimas; ahora bien, ello no significa que
los sujetos de tráfico ilícito estén exentos de las condiciones pe-
ligrosas y/o degradantes que dicho trasiego pudiera suponer.
• Trata y tráfico son conductas diversas, aunque la trata puede
estar relacionada con el tráfico migratorio no es una conducta
para vulnerar las normas migratorias del Estado; del mismo
modo, un tráfico inicial podría acabar en explotación sexual.
• La vulneración de los derechos humanos más elementales, so-
bre todo en lo relativo a la dignidad y valía personales, es un
aspecto común de la trata de personas.
• Los efectos psíquicos y psicológicos productos de tales delitos
sólo suelen hacerse notorios en el caso de las víctimas de trata,
donde la ausencia de libertad coarta al sujeto a actuar de deter-
minadas maneras. No obstante, en relación a ello cabría desta-
car las situaciones extremas que en muchos casos “obligan” al
inmigrante a trasladarse a otro país sin más remedio, motivo
que suele suscitar a lo largo del tiempo un cuadro clínico cono-
cido como el Síndrome de Ulises (ACHOTEGUI, 2004)196.
196
Si bien en el tráfico ilícito el inmigrante da su consentimiento para salir del
país, habríamos de valorar si dicho voluntad se expresa de manera voluntaria o es
consecuencia de la situación de extrema pobreza que vive en el país de origen. En
este sentido, el emigrante huye en aras a conseguir un mejor estilo de vida, expecta-
656 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

• En relación a la temporalidad, mientras en el tráfico el único


contacto que se mantiene con el delincuente o banda organiza-
da dura la trayectoria que dista entre el país de destino y ori-
gen, en el caso de la trata la vinculación suele ser permanente,
pues en definitiva hace referencia a la cosificación de la perso-
na y a su máximo provecho a lo largo del tiempo.
• Para los agentes activos del delito la rentabilidad del mismo
suele ser muy elevada, pues mientras el coste de adquisición, si
existe, es muy bajo o casi nulo, los beneficios obtenidos suelen
ser bastante elevados. Nos referimos sobre todo al tráfico de
mujeres y su explotación sexual como negocio, en especial a la
práctica de la prostitución.
• Como ya se refirió previamente, uno de los grandes aspectos
diferenciadores parte de la existencia o no de consentimiento,
entendiendo su nulidad en el caso de menores y su inexisten-
cia cuando se produce bajo condiciones de coacción, engaño o
abuso; así pues, y a diferencia del tráfico en general, la volun-
tad y libertad del sujeto ha quedado constreñida y sin valor.
• Los fines de explotación son evidentes en la trata de personas
y no siempre el tráfico deriva en dicha acción; ahora bien, en
el caso español, un dato fundamental a considerar respecto a
su imputabilidad hace mención al propósito de explotación por
parte del traficante, sin tener que consumarse el mismo para
que exista sanción.
• Mientras el tráfico ilícito es siempre transnacional, llegando la
persona al país de destino de manera ilegal, indocumentada
y sin papeles, en el caso de la trata el cruce de fronteras no es
condición sine qua non para su penalización, pues tiene lugar
con independencia de que las víctimas sean o no trasladadas o
desplazadas desde su país de origen.

tivas que no siempre son acertadas y que pueden llevar a desembocar en un cuadro
clínico conocido como el Síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple o
Síndrome de Ulises.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 657

CUADRO 1
Diferencias conceptuales entre tráfico ilícito y trata de personas

Tráfico ilícito Trata de personas

Exige necesariamente un delito de movi- Trata interna vs. externa.


miento, un desplazamiento. Hablamos de
la transnacionalidad de la conducta.

Existe consentimiento. Consentimiento nulo o viciado

Pago de billete, ingresos. Explotación sexual, ingresos continuos.

El sujeto decide libremente realizar el viaje Vulneración de los derechos más elemen-
aunque las condiciones sean inhumanas. tales de la persona: dignidad humana.

Relación temporal Relación continua

Los efectos suelen darse sobre todo a nivel Consecuencias físicas y psicológicas
físico y son consecuencia sobre todo del devastadoras.
trasiego del viaje y de sus condiciones.

Lo más frecuente es huir del país de origen Fines de explotación sexual.


para buscar un trabajo digno en el exterior.

Existen perspectivas de futuro. Difícil rehabilitación del sujeto.

3. Sujetos especialmente vulnerables

Según la Asamblea General de las Naciones Unidas, serán víctimas


‹‹las personas que, individual o colectivamente, hayan sufrido daños, inclu-
sive lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdida financiera
o menoscabo sustancial de los derechos fundamentales, como consecuen-
cia de acciones u omisiones que violen la legislación penal vigente en los
Estados Miembros, incluida la que proscribe el abuso de poder››197.
Añade además que las disposiciones ‹‹serán aplicables a todas las
personas sin distinción alguna, ya sea de raza, color, sexo, edad, idio-
197
Declaración sobre los Principios Fundamentales de Justicia para las Víctimas
de Delitos y del Abuso de Poder, Asamblea General de Naciones Unidas en su Res.40/34,
de 29 de noviembre de 1985. Reunión Plenaria número 96, en www.un.org.
658 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

ma, religión, nacionalidad, opinión política o de otra índole, creencias


o prácticas culturales, situación económica, nacimiento o situación
familiar, origen étnico o social, o impedimento físico››.
Continúa dicha resolución destacando la innegable necesidad de
la inmediatez de la justicia, de manera que cuando la víctima acuda a
esta se le preste la asistencia adecuada durante la tramitación de todo
el proceso judicial. Subraya a su vez la necesidad de resarcirlas, sobre
todo en lo que respecta al respeto incondicional en el ámbito de sus
derechos fundamentales; es decir, enfatiza la necesidad de disponer
de las medidas oportunas para tratar y asistir a la víctima desde una
perspectiva multidisciplinar.
Respecto a su aplicabilidad a la figura de la mujer como víctima
de tráfico y explotación sexual, podría considerarse como una de las
tareas más ambiciosas en el conocimiento de la cifra exacta de los ca-
sos reales de tales ilícitos. Se trata de uno de los mayores retos de la
sociedad actual, ya que sólo pueden advertirse estimaciones sobre los
datos reales, siendo la denominada “cifra negra” la que ocuparía en
estos casos un elevado porcentaje.
Según las estimaciones de la Organización Mundial del Trabajo
(OIT) durante el año 2007 más de 12 millones de personas viven en
condiciones de esclavitud; cifra que a nivel mundial abarca también
países europeos y estadounidenses, aunque en su mayor proporción
comprometa a países de África, Asia y America Latina en cuanto al
origen de las víctimas se refiere. Se calcula, además, que aproximada-
mente 2,5 millones de personas al año son víctimas de trata con fines
de explotación económica o sexual198; e igualmente se estipula que son
más países los partícipes como lugar de destino del delito de tráfico
y trata de personas que aquellos otros con dedicación exclusiva a la
captación de tales víctimas199.
198
International Labour Organization, Forced Labour Statistics Factsheet, 2007.
Referencia en United Nations Global Compact, www.unglobalcompact.org.
199
La Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito –UNDOC– dis-
tingue 127 países de origen de las personas víctimas de la trata, 98 de tránsito y 137
de destino. De acuerdo con este informe, España no aparece reflejada como país de
tránsito, sino que aparece entre los principales países de destino. De los países objeto
de estudio en esta investigación Brasil, Colombia y República Dominicana aparecen
como países de origen de las víctimas de trata en un nivel alto, mientras que Perú apa-
rece en el nivel medio; lamentablemente, no se ofrecen datos de Ecuador y Bolivia.
Ver referencia en el nuevo Protocolo sobre la trata de personas, Organización de las
Naciones Unidas. URL: www.unodc.org.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 659

En lo que respecta al ámbito nacional uno de los estudios más ac-


tualizados sobre la situación en España, como uno de los principales
lugares de destino de la trata con fines de explotación sexual, se basa
en los informes anuales que la Guardia Civil viene recogiendo desde el
año 1999 hasta el 2006, donde se recopilan todos aquellos elementos
que pudieran indicar que la persona está sufriendo algún tipo de ex-
plotación sexual. Tomando dichas referencias, se llega a la conclusión
de que el número de clubes supone un importante precedente de cara
a su estimación, estimando pues que cerca del 80% de la prostitución
tiene lugar en los mismos200.
En relación a este último aspecto, las cifras difieren según el origen
de la víctima, pues mientras las nacionales apenas rozan el 5% de dicha
población (19.415 casos) las extranjeras sobrepasan el 95% (18.478
casos) durante el período de tiempo referido con anterioridad.
A pesar de la cuantía de los datos, sería interesante también desta-
car aquellas personas que se dedican a la prostitución como un estilo
de vida, como un trabajo que deciden hacer y ejercer sin coacción
alguna; aspecto que sería criticable a los informes recopilados por la
Guardia Civil, debiendo así tomar consciencia sobre la distinción exis-
tente entre la víctima de la explotación sexual como tal y entre aquella
persona que ejerce la prostitución por propia voluntad.
Por su parte, y en relación a las cifras correspondientes a la entra-
da en España de víctimas de explotación sexual en el caso específico
de víctimas de nacionalidad europea recogidas por los informes de la
Guardia Civil, estima López Precioso que en su mayoría podrían esti-
marse las cifras más sobresalientes para los países del Este de Europa
y centroeuropeos (LÓPEZ PRECIOSO, 2007)201.
Según los informes del Instituto de la Mujer para el año 2009 en
España, y en relación a las víctimas de tráfico de seres humanos en la
demarcación de la Guardia Civil según la nacionalidad, éstas estarían
200
El 20% restante pertenecería a la prostitución en “pubs”, “saunas”, “pisos pri-
vados”, “Mujeres de compañía” y vías públicas (competencia de la Policía Nacional).
201
Siguiendo al citado autor, los datos reflejan como Rumania y Rusia desta-
can considerablemente sobre los demás, especialmente el primero de estos países.
Según los informes, la marcada tendencia al alza y número significativo de mujeres
procedentes de Rumania, indica la elevada magnitud de personas dedicadas tanto a
la prostitución y hace también una idea del número de las detenciones por coacción
y lucro por dicho delito. Del mismo modo, podría advertirse que el elevado impacto
en España se relacionaría fácilmente con el escaso control fronterizo o aduanero.
660 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

representadas en su inmensa mayoría por mujeres de Europa del Este,


coincidiendo con lo que afirmaba López Precioso para encontrar su
mayor representatividad en Rumania. Confirman los datos que sería
éste país quien representaría la totalidad de sujetos para el año citado,
representando un número mínimo los sujetos pasivos procedentes de
Rusia, seguido de Ucrania, en las estimaciones de 2008202.
Por su parte, y haciendo igualmente alusión a las cifras que ata-
ñen a los países del Este de Europa pero esta vez enlazando con su
repercusión también en la figura del menor de edad, Teodora Kateva
señala que las causas fundamentales de tales atentados se apoyarían
en la pobreza y desempleo, entendiendo aquellos grupos sociales con
mayor riesgo los que cumplen con las siguientes características: jóve-
nes, adolescentes que provienen de familias problemáticas o mono-
parentales, mujeres y menores con vivencias postraumáticas previas
(crecimiento en orfanatos, violencia sexual, doméstica,…) (TEODORA
KATEVA, 2007).
Atendiendo al resto de continentes, y citando de nuevo los datos refe-
ridos por el Instituto de la Mujer para la prostitución y tráfico de personas
en el año 2009 en España, podría decirse que la representación europea
de mujeres compartiría aproximadamente el 50% de su representación
con aquellas de procedencia sudamericana. Concretamente, serían las
brasileñas las únicas de quien se tiene constancia en el período referido,
seguida de aquellas víctimas cuyo país de origen es Colombia, seguido de
Paraguay, para los años precedentes. Por su parte, los datos no refieren
víctimas de continentes como África o Asia para el año 2009, pero podría
decirse que en todo caso la representación del primero sí tuvo cabida en
España para etapas anteriores, refiriendo en tal caso una minoría de mu-
jeres de procedencia marroquí seguida de la guineana.
En general, y si bien es difícil determinar las causas precisas del
incremento del tráfico en mujeres, si que podrían distinguirse un con-
junto de condiciones que, en mayor o menor medida, favorecerían
directa e indirectamente a la expansión de los delitos de trata y trá-
fico de personas. Un análisis general de los factores se recoge en el
siguiente cuadro:

202
Para más información ver las estadísticas del año 2009 sobre las victimas de
tráfico de seres humanos en la demarcación de la guardia civil según nacionalidad.
Referencia en www.inmujer.gob.es.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 661

CUADRO 2
Causas o condicionantes que favorecen el tráfico y trata de personas.

CAUSAS EN LOS PAÍSES DE ORIGEN CAUSAS EN LOS PAÍSES RECEPTORES

1. Contexto socioeconómico marcado por 1. Las leyes de mercado, la oferta de la de-


la pobreza constante, y no sólo en lo que manda y la sociedad de consumo hacen
respecta a la cobertura de las necesida- que el tráfico humano se caracterice
des materiales mínimas, sino también en como una de las actividades ilícitas de
lo relativo al impedimento implícito que más bajos costes y alta rentabilidad o be-
pudiera conllevar en términos del desa- neficios añadidos. En definitiva, se gene-
rrollo personal. ra riqueza en el país de origen a un pre-
2. Mercado laboral ocupado fundamental- cio muy bajo.
mente por hombres. 2. Vacío legal respecto a las leyes de
3. Limitación del acceso al sistema sani- inmigración.
tario y educativo para las clases más 3. Debilidad de las políticas de asistencia
pudientes. y protección estatal, no cumpliendo en
4. Discriminación de la mujer, siendo esca- la mayoría de casos con el denominado
sas las políticas de igualdad, en general, período de reflexión del que debe gozar la
el respeto a los derechos fundamentales víctima para poder recuperarse y después
de las mismas. participar con la Justicia, al igual que las
5. Situaciones de violencia y guerra caracte- soluciones suelen ser también muy poco
rizadas por la inseguridad e inestabilidad factibles y fructíferas (como ejemplo des-
personales, siendo mucho más probable tacamos el caso de España cuando aboga
caer en anos de redes mafiosas. por la repatriación de las mismas).
6. Feminización de la pobreza centrada en la 4. Facilitan un trabajo que, aún siendo des-
exclusión de la mujer como un ser inferior, preciable en el país actual, todavía su-
vista únicamente como sustentadora del ho- pera con creces las ínfimas condiciones
gar y privada de cualquier tipo de beneficio. de vida que caracterizaban a su país de
7. Vulnerabilidad específica de la propia procedencia.
víctima*.
8. Procesos de democratización escasos ca-
racterizados por un gobierno autoritario
y dictatorial.
9. Escasa representación femenina en los
partidos políticos y gobiernos.

SEMEJANZAS

1. Falta de consensos o acuerdos de actuación que en el ámbito internacional se lleven a


término, tanto en la penalización del traficante como en el tratamiento y protección de
la víctima.
2. Corrupción tanto en los países de destino, como de origen o tránsito, pues hablamos de
bandas mafiosas u organizaciones criminales perfectamente conectadas.
3. Medios de comunicación. Las expectativas generadas por los medios de comunicación
pueden considerarse un buen aliciente de cara a encubrir un propósito futuro de explota-
ción sexual, incentivándose por un lado en el país de origen y consumándose plenamente
en el lugar de destino.
* En este caso se hace especial mención a la historia vital del sujeto, si ha sufrido
abusos o malos tratos en su infancia, si ha existido abandono o negligencia, el
grado de analfabetismo, el consumo o no de drogas, etc.
662 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Por su parte, y en relación al prototipo que buscan mayoritariamen-


te los traficantes; esto es, referido en este caso a las condiciones indivi-
duales que favorecen que un sujeto tenga una mayor probabilidad de ser
víctima de la trata, la Organización Internacional para las Migraciones
(OIM)203 indica que más del 90% de las víctimas de explotación sexual a
nivel mundial son mujeres y menores (entre los 18 y los 24 años de edad).
Indica a su vez que los aspectos más definitorios serían tanto el nivel de
estudios deficiente o baja escolarización, como su pertenencia a familias
numerosas, entre otros aspectos. En relación a este último, se estima que
en países como Asia, donde las necesidades básicas son un vacío a cubrir,
la venta de menores sea un mercado muy prolífero para salir de tales
situaciones. No obstante, y a pesar de lo señalado, no podría afirmarse
la existencia de un patrón o prototipo concreto de la víctima, pues todo
quedará condicionado a las demandas del mercado.
Finalmente, y enlazando con las secuelas que tales hechos pudie-
ran depositar en la víctima se encuentran desde la mera afectación del
estilo de vida, hasta aquellas otras relacionadas con el desarrollo de
un trastorno de estrés postraumático o relacionadas con el contagio
por el mantenimiento de relaciones sexuales; en cualquier caso, tanto
unas como otras opciones quedarían agrupadas atendiendo a un tipo
de afectación física o psicológica (DAUNIS RODRÍGUEZ, 2010). Se
presentan a continuación cada una de las situaciones de mayor reper-
cusión en una y otra esfera.
A) Principales secuelas físicas en las víctimas de la trata y tráfico
humano:
a1) Aumento del riesgo de desarrollar enfermedades de trans-
misión sexual (VIH/SIDA), así como dolores en la pelvis y
dificultades urinarias debido a su trabajo en el comercio del
sexo. Sería un aspecto mucho más representativo del colecti-
vo de mujeres, aunque cada vez más niñas también pudieran
verse infectadas por las citadas enfermedades.
a2) Mayor número de embarazos resultantes de posibles viola-
ciones o de la misma prostitución, así como un incremen-
to en los casos de abortos realizados deficientemente o sin
precaución.
Organización Internacional para las Migraciones (OIM), Lucha Contra la
203

Trata de Personas, www.campus.oimconosur.org.; International Organization for


Migration, Counter-Trafficking Database, 1999-2006 (1999).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 663

a3) Posibles infecciones o mutilaciones consecuencia de prácti-


cas médicas antihigiénicas y clandestinas. El primero de estos
aspectos, pudiera deberse al aumento del riesgo de padecer
determinadas enfermedades contagiosas (virus, bacterias)
como consecuencia, entre otros aspectos, de la malnutrición
a la que se ven sometidas las víctimas, aspecto que a su vez
podría producir la esterilidad de las víctimas.
a4) Desarrollo de trastornos crónicos de columna, visión o respira-
torios atendiendo a las condiciones inhumanas en las que traba-
jan (se trata de un tipo de secuelas que son mucho más comunes
en la explotación de tipo laboral, la cual, como ya se indicó con
anterioridad, abarca exclusivamente el 10% de mujeres extran-
jeras víctimas de tráfico ilícito para fines de explotación).
a5) Malos tratos físicos, tortura y abusos, llegando en ocasiones
a la realización de conductas autolesivas o autodestructivas.
En el caso de los menores las consecuencias pudieran des-
encadenar consecuencias crónicas, como sería el caso de las
parálisis por una afectación directa en estructuras del siste-
ma nervioso central (cerebro, médula espinal,…).
a6) Problemas por el uso indebido de sustancias y/o adicción. Se
trata de una característica bastante común por cuanto per-
mite al sujeto evadirse por unos instantes de la situación en
la que vive. Aplicado al ámbito físico, sus repercusiones pu-
dieran llegar a ser desastrosas si tal consumo se desarrollase
de manera habitual y crónica, del mismo modo, que pudie-
ran ser utilizadas tales sustancias por parte de los propios
proxenetas para tener un mayor control sobre la víctima.
B) Principales consecuencias psicológicas en las víctimas de la tra-
ta y tráfico humano:
b1) Desarrollo de traumas psicológicos por malos tratos y abusos,
donde destacan la depresión, fobias, ataques de pánico y crisis
de ansiedad, así como diversas afecciones derivadas del estrés.
b2) La vergüenza, miedo, humillación, y rechazo, son entre otros
los sentimientos que genera el temor a que los demás conoz-
can tanto sobre su peculiar situación, como por el tratamien-
to mismo que recibe del proxeneta o traficante.
b3) Disminución de la autoestima y de la confianza en sí misma,
viendo totalmente imposible salir de la situación actual y lle-
gando a aceptarla como un estilo de vida.
664 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

b4) Acepta su autoculpabilidad, se rebaja y desprecia a sí misma y


genera una percepción del agresor como si él fuese inocente.
b5) Trastorno por Estrés Postraumático (TEPT) a lo largo del
tiempo, caracterizado tanto por la presencia de amenazas
para su integridad personal como por la respuesta de deses-
peranza e indefensión en la citada situación204. En este mis-
mo sentido, las personas que han emigrado recientemente de
áreas con disturbios sociales y conflictos civiles importantes
pueden presentar una mayor incidencia del citado trastor-
no, pudiendo mostrarse especialmente reacios a divulgar sus
experiencias relativas a torturas y traumatismos debido a la
vulnerabilidad de su status político como inmigrantes205.
b6) En relación con lo anterior se destaca el Síndrome del inmi-
grante con estrés crónico y múltiple o Síndrome de Ulises,
caracterizado por una ansiedad desmesurada, prolongada e
intensa cuando se frustran las expectativas creadas sobre el
país de destino, así como un cuadro sintomatológico que se
apoya en una larga cadena de dificultades añadidas (ausen-
cia de documentación, ausencia de una red de apoyo social,
desconocimiento de la lengua, costumbres y cultura, etc.)
(ACHOTEGUI, 2004). Se trata de un cuadro patognomónico
que sucede sobre todo en el tráfico ilícito de personas, el su-
jeto víctima de explotación sexual también puede acogerse al
citado perfil. Nos referimos a aquellos casos en los que existe
engaño y manipulación de la información que recibe la vícti-
ma, pues creyendo venir a trabajar en unas condiciones dig-
nas, ve frustradas y empeoradas sus expectativas iniciales.
b7) Muchas de las víctimas pueden desarrollar el denominado
Síndrome de Estocolmo; esto es, a partir de un conjunto de
distorsiones emocionales y desajustes cognitivos la persona
llega a desarrollar un sentimiento de dependencia y vínculo
no consciente hacia el traficante. Esta actitud se justifica por
el instinto de supervivencia o afán de sobrellevar dicha situa-
ción insufrible de la mejor manera posible; además, con el
paso de los años muchas de las víctimas ven al mismo agresor
Criterios diagnósticos para el TEPT de la AMERICAN PSYCHIATRIC
204

ASSOCIATION (APA), Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM-


IV-TR), Barcelona, 2000, pp.434 y ss.
205
Síntomas dependientes de la cultura y la edad, Ibídem, p.437.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 665

como una figura que les protege de cara al exterior, llegando


incluso a percibir el sistema de justicia no sólo como vacío y
obsoleto, sino también como en contra de sus intereses206.
b8) Indefensión. La víctima tiene miedo de encontrarse sola en
un mundo que desconoce, tiene miedo de sentirse abandona-
da, así como un temor permanente unido a la imposibilidad
de vislumbrar salidas.
b9) Desconfianza de todo y en todos, relacionándose con hosti-
lidad e indiferencia incluso con las personas más cercanas a
su entorno.
b10) Pérdida de identidad, caracterizada por la desorientación y
confusión sobre sí misma constantes.

CUADRO 3
Principales secuelas del tráfico humano y trata de personas
con fines de explotación sexual

Afectación Física Afectación Psicológica

• Enfermedades de transmisión sexual • Desarrollo de traumas psicológicos por


(VIH/SIDA), así como dolores en la pel- malos tratos y abusos.
vis y dificultades urinarias debido a su • Vergüenza, humillación, rechazo.
trabajo en el comercio del sexo. • Disminución de la autoestima y de la
• Mayor número de embarazos y abortos. confianza en sí misma.
• Esterilidad. • Autoculpabilidad.
• Posibles infecciones o mutilaciones. • Trastorno por Estrés Postraumático
• Malnutrición. (TEPT).
• Desarrollo de trastornos crónicos de • Síndrome del inmigrante con estrés cró-
columna, visión o respiratorios. nico y múltiple o Síndrome de Ulises.
• Malos tratos físicos, tortura y abusos. • Síndrome de Estocolmo.
• Problemas del uso indebido de sustan- • Indefensión.
cias y/o adicción (alcohol y drogas). • Pérdida de identidad.

En definitiva, podría advertirse que son únicamente algunos de los


aspectos recogidos entre la infinidad de consecuencias resultantes de los
citados ilícitos, resultados que no pudieran pasar inadvertidos a una socie-
dad que se define por su compromiso en la persecución de tales delitos. No
206
Aspecto muy común en los casos de violencia de género.
666 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

obstante, y referido de manera específica al concepto de la trata personas,


y más concretamente a aquellas que realizan obligadas la prostitución, la
comprensión y sensibilización social quedaría en muchas ocasiones sesga-
da por los medios de comunicación, siendo común que la considerada víc-
tima inicial del mercado negro acabe siendo a su vez la víctima de la propia
sociedad. Con esto último se advierte que la consideración del concepto de
víctima cambia, se modifica, de manera que a los ojos de la sociedad pasa
de ser el sujeto pasivo a convertirse en infractora.
Por su parte, y al igual que sucede en el caso de la mujer, el menor
es considerado una víctima especialmente vulnerable a sufrir los efec-
tos de los delitos de trata y tráfico humano, sobre todo de los relativos
a la explotación sexual y pornografía infantil. En este sentido, defien-
de precisamente la Decisión Marco 2004/68/JAI la lucha contra tales
ilícitos207, añadiendo un conjunto de disposiciones a nivel internacio-
nal induciendo a los Estados miembros a compartir un marco común
en cuanto a la lucha contra la explotación sexual de los niños y la por-
nografía infantil208. Señalar que dicha uniformidad aboga tanto por la
homogeneización en los criterios de enjuiciamiento como, y aún más
importante, en los criterios de protección y ayuda a las víctimas.
Del mismo modo, y al igual que se refirió en Capítulos precedentes
para el caso del maltrato al infante en el ámbito doméstico y con pos-
terioridad para el abuso sexual, dichos colectivos serían fácilmente
vulnerables a caer en manos de bandas organizadas. Sobre todo el
provecho de estas últimas se advierte en la venta clandestina con fines
de explotación tanto laboral como sexual. Ya no se hace mención ex-
clusivamente al núcleo familiar del sujeto, sino que se extrapolan las
consecuencias de posibles atentados contra su persona a un contexto
de mayor envergadura y con importantes secuelas en su etapa de de-
sarrollo. Baste como ejemplo citar la catástrofe sufrida por Haití el
pasado enero de 2010, donde decenas de organizaciones criminales
207
Decisión Marco 2004/68/JAI del Consejo, de 22 de diciembre de 2003, relati-
va a la lucha contra la explotación sexual de los niños y la pornografía infantil, Diario
Oficial n° L 13 de 20 de enero de 2004, pp.44-48.
208
Completada entre otras por la Decisión 96/700/JAI [Diario Oficial L 322 de
12.12.1996] de Acción Común del Consejo, de 29 de noviembre de 1996, por la que
se establece un programa de estímulo y de intercambios destinado a los responsables
de la acción contra la trata de seres humanos y la explotación sexual de los niños; y
la Decisión 97/154/JAI [Diario Oficial L 63 de 4.3.1997] de Acción común del Consejo,
de 24 de febrero de 1997, relativa a la lucha contra la trata de seres humanos y la
explotación sexual de los niños.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 667

se aprovecharon de un desastre natural para promover, aún en mayor


cuantía de la ya existente, el tráfico ilegal de menores209.

4. Adopción de medidas de protección en la lucha contra el tráfico


humano y la trata de personas

Como ya se desarrolló en Capítulos precedentes, la actitud gene-


ral de las víctimas de los delitos no suele corresponderse con la pre-
sentación de la denuncia; es decir, suelen ser reacias a acudir a las
autoridades si se atiende además a los vacíos legales existentes y a los
posibles efectos de una revictimización.
La falta de expectativas sobre apoyo y medidas asistenciales pro-
pias del sistema, si bien es común en la mayoría de ilícitos, aún se
consideraría más enfatizada para aquellos vinculados a la libertad, in-
tegridad e indemnidad sexual de las personas, siendo en los delitos de
trata y tráfico humano las reacciones muy parecidas a aquellos otros
vinculados con la violencia de género.
Los efectos en los delitos que aquí se tratan pudieran tener impor-
tantes consecuencias si se atiende además la relación de la víctima
con el traficante o proxeneta, pudiendo temer la reacción de dichos
agentes activos si llegaran a conocer el posible intento de la víctima
de sacar a la luz su situación actual. Por su parte, y en sentido inverso,
son muchas las víctimas que igualmente establecen una fuerte alianza
con el sujeto activo de la acción, vínculo de dependencia con el agre-
sor que les impide traicionarlo.
En general, y para evitar todas aquellas consecuencias derivadas
de la posible iniciativa de la víctima a denunciar, se ha intentado dotar
de mayor cobertura legal a dicho sujeto pasivo en las diferentes fases
de su implicación en el proceso (momento de la denuncia, desarrollo
del proceso judicial y resolución). Entre las medidas adoptadas, y ha-
ciendo un repaso cronológico de las decisiones efectuadas reciente-
mente, se distinguen las siguientes:
A) Decisión Marco del Consejo de 15 de marzo de 2001 relativa al
estatuto de la víctima en el proceso penal, la cual se elabora con las
209
“El Gobierno de Haití denuncia tráfico de niños y de órganos tras el terre-
moto”, El Mundo digital, 28 de enero de 2010. Ver referencia en www.elmundo.es/
america/2010.
668 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

previsiones de que dichos procesos pudiera provocar una situación de


victimización secundaria añadida210.

En su artículo primero atañe dicha decisión a la conceptualiza-


ción de víctima, la cual define como “la persona física que haya sufrido
un perjuicio, en especial lesiones físicas o mentales, daños emocionales
o un perjuicio económico, directamente causado por un acto u omisión
que infrinja la legislación penal de un Estado miembro”; con todo ello,
se entiende que en cualquier caso el Estado habrá de responder frente
a todo aquel individuo que haya sufrido algún tipo de atentado contra
su persona. Advierte a su vez sobre la necesidad de perseguir y sancio-
nar a los delincuentes, añadiendo a su vez cualquier tipo de conside-
ración hacia la víctima, derechos y garantías que, dentro del proceso
prescrito le fueran aplicables.

Debido a que la extensión de la materia no permite desarrollar a


fondo la citada Decisión Marco, cabría igualmente resaltar el artícu-
lo 10 de la misma por cuanto la especial mención que se hace de la
mediación en cuanto que pueda tomarse en consideración los acuer-
dos tomados entre víctima e inculpado, derivando exclusivamente al
ámbito penal a aquellos casos que no se presten. Del mismo modo, se
destacan las advertencias sobre la necesidad de servicios y organiza-
ciones de apoyo y de un personal profesional en cuanto a la interven-
ción con y para la víctima se refiere.

B) Directiva 2004/81/CE del Consejo de 2004, que muy a diferencia


de la anterior centra sus pretensiones en la concesión de un permi-
so de residencia únicamente a las víctimas de trata que cooperen con
las autoridades en la lucha contra el crimen de los delitos consecuen-
tes211. En este sentido, la facilitación a tales sujetos se otorgará incluso
habiendo entrado ilícitamente en el país de destino, concentrándose
siempre los esfuerzos en detección y desmantelación de las redes de
delincuencia organizada.
210
Decisión Marco 2001/220/JAI del Consejo, de 15 de marzo de 2001, relati-
va al estatuto de la víctima en el proceso penal. Diario Oficial de las Comunidades
Europeas n° L 82, de 22 de marzo de 2001, pp. 1-4.
211
Directiva 2004/81/CE del Consejo, de 29 de abril de 2004, relativa a la expe-
dición de un permiso de residencia a nacionales de terceros países que sean víctimas
de la trata de seres humanos o hayan sido objeto de una acción de ayuda a la inmi-
gración ilegal, que cooperen con las autoridades competentes, Diario Oficial de la
Unión Europea nº L 261 de 2 de agosto de 2004, pp. 19-23.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 669

De especial interés en la citada Directiva resulta ser su artículo 8


del Capítulo II; esto es, “Expedición y renovación del permiso de residen-
cia”, pues estima la conveniencia de la prórroga de la estancia en base a
la voluntad y el nivel de participación de la víctima, así como la ruptura
de cualquier tipo de contacto contra los presuntos autores del delito.

Por su parte, y en un ámbito de aplicación más específico pero si-


guiendo con lo relativo a la protección de las víctimas, encontramos la
figura del menor. En este ámbito, y a sabiendas de ser los delitos más
comunes la explotación sexual y pornografía infantil, se establece la
Decisión Marco del Consejo relativa a la lucha contra tales delitos212.
Los objetivos pretendidos con la aprobación en 2004 de la presente
decisión descansan tanto en el acuerdo conceptual de los diversos
Estados miembros, así como en la garantía penal de que dichos deli-
tos serán perseguidos y castigados.

C) Decisión Marco 2004/68/JAI, relativa a la lucha contra la explo-


tación sexual de los niños y la pornografía infantil, que si bien ya des-
crita con anterioridad en cuanto al castigo y formas de la infracción se
refiere, se retoma ahora la misma remarcando lo relativo al ámbito de
protección de menor como víctima del delito. Así pues, señala especí-
ficamente en su artículo 9 que dichas víctimas habrán de ser siempre
consideradas como especialmente vulnerables e indefensas, subra-
yando la asistencia que en todo caso habrá de serle también ofertada a
la familia del menor.

D) En relación a la anterior, y manteniendo la atención en el menor


como víctima de la trata y testigo del delito, afirman las Directrices de
2005 aportadas por las Naciones Unidas que tales sujetos “requieren
protección especial, asistencia y apoyo apropiados para su edad, nivel
de madurez y necesidades especiales a fin de evitar que su participación
en el proceso de justicia penal les cause perjuicios y traumas adicio-
nales”, añadiendo con posterioridad la necesidad de concienciación
sobre las “graves consecuencias físicas, psicológicas y emocionales de
la delincuencia y la victimización para los niños que son víctimas y tes-
tigos de delitos, en particular en casos de explotación sexual”213.
212
Decisión Marco 2004/68/JAI del Consejo, de 22 de diciembre de 2003, relati-
va a la lucha contra la explotación sexual de los niños y la pornografía infantil, Diario
Oficial de las Comunidades Europeas n° L 13 de 20 de enero de 2004, pp.44-48.
213
Versión actualizada en La justicia en asuntos concernientes a menores víc-
timas y testigos de delitos. Ley modelo y comentario, Consejo Económico y Social
670 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Se notifica aquí una de las razones más considerables que hasta el


momento se han mencionado respecto al sujeto menor de edad; esto
es, el tratar a dicho sujeto en consonancia con su nivel de madurez,
pues son muchos los casos en que se desconoce la edad la víctima,
incluso ni ellos mismos lo saben, pero más aún, por considerar que no
siempre la edad física coincide con el nivel de madurez mental.
E) Convenio del Consejo de Europa sobre la lucha contra la trata de
seres humanos, celebrado en Varsovia 2005214, y en el cual se especifican
como objeto del mismo tanto la prevención de la trata, como la protec-
ción de los derechos fundamentales de los sujetos implicados mediante
adopciones y acuerdos de cooperación internacional (Artículo 1).
Destaca especialmente el Convenio, entre sus diversas y valoradas
aportaciones, por distinguir un conjunto de medidas para desincen-
tivar la demanda (Artículo 6). Se centra en la adopción y refuerzo de
aquellos mecanismos que debieran de considerarse desde un plano
legislativo, educacional, social, o administrativo, entre otros, los cua-
les debieran favorecen el impedimento de los citados cometidos en
cualquiera de las formas de explotación que sobre las personas pudie-
ran cometerse. Especialmente, se centra en las figuras del menor y la
mujer cuando enumera las siguientes medidas:
e1) Necesidad de realizar un mayor número de investigaciones
sobre mejoras prácticas, metodológicas y estratégicas.
e2) Aumento de la sensibilización y responsabilidad de la socie-
dad, así como la identificación de la demanda como uno de
los principales promotores.
e3) Promocionar el número de campañas de información diri-
gidas a colectivos especialmente vulnerables, y en todo caso
favoreciendo la participación de autoridades públicas y res-
ponsables políticos.
e4) Elaboración de medidas preventivas que comprendan progra-
mas educativos diversos y adaptados a los distintos grupos.
Respecto a la primera de ellas, podría considerarse un campo de
especial interés el relativo a la vinculación de los menores con aquellas
de las Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito (UNODC) y Fondo de Naciones
Unidas para la Infancia (UNICEF), Nueva York, 2009.
214
Convenio nº 197 del Consejo de Europa sobre la lucha contra la trata de
seres humanos, celebrado en Varsovia en 2005, firmado por España en 2008 e incor-
porado en el Boletín Oficial del Estado en el año 2009. Ver referencia en accem.es.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 671

entidades oficiales responsables de su guarda y tutela, entendiendo


que en todo caso la actuación debiera centrarse en el seguimiento de
aquellos menores que, una vez dejan el orfanato, un centro de educa-
ción juvenil, (…) pudieran ser objeto de dichas bandas por la especial
desprotección que los caracteriza. En relación a esto último, podría
advertirse que aquellos menores ingresados en un centro educacional,
generalmente por tener que cumplir con la Justicia, si bien en muchas
ocasiones han sido víctimas de su propia situación familiar (malos
tratos por parte del progenitor), también pudieran igualmente conver-
tirse en sujetos activos de los delitos mencionados; esto es, tendrían
una mayor probabilidad de constituirse en maltratadores e igualmen-
te, gozar de cierta representación en los delitos mencionados.
Parece también apropiado advertir sobre la consideración refe-
rente a la participación de las autoridades oficiales, entendiendo en
todo caso la supervisión de actuación bajo dos supuestos. Por un lado,
el de evitar posibles corrupciones enmascaradas bajo dicho tipos (par-
ticipación activas de las propias autoridades en su favorecimiento); y
por otro, no utilizar o proclamar su defensa para sustentar falsas ex-
pectativas que apoyen posteriores campañas políticas.
En relación a España, el Consejo de Ministros aprobó en diciembre
de 2008 un Plan Integral de lucha contra la trata, donde pretende hacer
frente a la misma mediante la aplicación de 61 medidas concretas esta-
blecidas en variados niveles de actuación. A tal efecto, indica que uno
de los objetivos más importantes respondería a la concienciación social
del problema, tanto sobre su incidencia como en lo referente a las con-
secuencias del mismo. Se establece tanto la necesidad de erradicar y
prevenir el delito, como de dar cobertura asistencial (protección, aten-
ción, apoyo,…) a aquellas personas víctimas de los mismos. Así pues,
las medidas del Plan responderían a tres ejes fundamentales: 1) asis-
tencias a las víctimas; 2) lucha contra las mafias (crimen organizado); y
3) aumentar la sensibilización y prevención, de manera que un efectivo
conocimiento del problema será imprescindible para su posterior de-
tección y detención (MARTÍNEZ, MAÑERU y CORRAL, 2010).
672 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

II. TERRORISMO

1. Introducción

El terrorismo constituye un fenómeno de gran trascendencia y rele-


vancia en la época actual. Más allá de las épocas en que su repercusión
quedaba delimitada a ciertos territorios o países, actualmente, el fenóme-
no del terrorismo a escala internacional se ha convertido en una amena-
za seria y muy presente a nivel global desde el comienzo del nuevo siglo.
Para poder delimitar claramente qué personas pueden considerarse víc-
timas de terrorismo, primero es necesario realizar un acercamiento a la
definición de terrorismo de la que, tras muchos intentos y confrontacio-
nes ideológicas, no ha existido un consenso internacional pleno.
En este punto, Baca (2006), dejando a un lado elementos concep-
tuales referidos a los diversos juicios, justificaciones y motivaciones úl-
timas que se pueden contemplar en el concepto de terrorismo, ofrece
una definición operativa centrada en los aspectos que definen el acto
terrorista. Así, según el autor, estos aspectos serían los siguientes:
a) Atenta contra la vida, la seguridad o los bienes de las personas.
b) Se realiza con el fin de obtener la máxima difusión del hecho y
producir terror, amedrentamiento o inseguridad en los indivi-
duos o colectivos que lo sufren de manera directa o indirecta
y, especialmente, en la población general.
c) Estas repercusiones sobre las víctimas y el resto de la pobla-
ción buscan presionar a gobiernos, instituciones o colectivos
para que se plieguen a la voluntad y deseos de aquellos que
han ejecutado el atentado.
d) La presión que se busca se fundamenta en la idea de que al
atacar y amenazar a la población, ésta, debido a los efectos de
temor y rechazo hacia una situación de inseguridad y violencia,
presionará a las instituciones para que accedan a las demandas
de los autores de los atentados a cambio de que cesen.
e) La estrategia de los terroristas incluye, por tanto, la idea de que
las víctimas acabarán por percibir al gobierno y a las institucio-
nes de que se trate como “responsables” en dos sentidos con-
cluyentes: por un lado, en la medida de que muestran su inca-
pacidad para defenderles y, por otro, en la medida de que no
consiguen acabar con el problema, por el medio que sea, aun-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 673

que ello se pueda conseguir mediante la cesión a las demandas


de los terroristas. Así, se considera que, debido a esta razón, los
actos terroristas pretenden ser y aparecer siempre de forma im-
previsible, impactante, inesperada, implacable, incontrolable y,
sobre todo, publicitada lo más ampliamente posible.
Las víctimas del terrorismo en el mundo, tanto directas como indi-
rectas, son prácticamente incalculables, por su magnitud como por la
dificultad que conlleva tal medición. A raíz de los atentados del 11 de
Septiembre en Nueva York, las investigaciones a nivel internacional han
experimentado un considerable aumento, contando con anterioridad a
esa fecha con un relativamente escaso número de estudios centrados en
el terrorismo del IRA, en Irlanda y Gran Bretaña, el terrorismo islámico,
en Francia y Argelia, y la catástrofe de Oklahoma City, en Estados Unidos
(BACA, 2006). Por otro lado, a partir de este acontecimiento, que tuvo una
repercusión mundial y ha afectado a la sensación de seguridad de los paí-
ses occidentales, organismos internacionales como la ONU han redobla-
do sus esfuerzos por desarrollar Convenios internacionales en materia de
terrorismo, aprobando en el año 2006 su Asamblea General la Estrategia
Mundial de las Naciones Unidas contra el Terrorismo (ONU, 2006).
Algo parecido ocurrió en España tras los atentados del 11 de Marzo
de 2004. Exponente de ello es la aprobación de la Ley 29/2011, de 22 de
septiembre, de Reconocimiento y Protección Integral a las Víctimas del
Terrorismo, ya comentada en capítulos precedentes. De igual modo, el
interés por la realización de investigaciones y estudios sobre las vícti-
mas de la violencia terrorista se incrementó a partir de ese momento,
debiendo destacarse por su relevancia los trabajos realizados respecto
a las características y consecuencias asociadas a las víctimas de la vio-
lencia y del terrorismo por el equipo de Enrique Baca Baldomero del
Instituto de Victimología. En España, la victimización sufrida desde
el inicio de la democracia a través de acciones terroristas, principal-
mente por grupos como GRAPO y ETA, se puede clasificar, según este
autor, en: a) atentados a miembros del ejercito o fuerzas de seguridad;
b) atentados a personas civiles con o sin vinculación con los aparatos
del estado (funcionarios, jueces, políticos) y c) atentados indiscrimina-
dos dirigidos a objetivos tales como cuarteles o instalaciones estatales,
o a objetivos civiles como grandes almacenes. El número de víctimas
mortales supera ampliamente el millar de personas, y el número de
víctimas heridas supervivientes y de familiares afectados se estima en-
tre seis mil y diez mil personas (BACA, 2006).
674 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

2. Factores psicosociales explicativos del terrorismo y su relación


con las víctimas

Entre los principios psicosociales que autores como De la Corte,


Kruglanski, de Miguel, Sabucedo y Díaz (2007) analizan y relacionan con
la explicación del fenómeno terrorista podríamos citar los siguientes:
1) el terrorismo no debe ser conceptualizado como un síndro-
me (social o psicológico), sino como un método de influencia
sociopolítica;
2) los atributos de los terroristas están moldeados por procesos
de interacción social, sugiriendo así que la probabilidad de in-
volucrarse en organizaciones y movimientos terroristas se ve
fuertemente influida por determinadas subculturas políticas
en las que se socializan los posteriores terroristas, a través de
ámbitos primarios como el familiar, educativo, comunitario y
relacional, pero también por las experiencias de socialización
secundaria dentro de las organizaciones en las que militan;
3) las organizaciones terroristas pueden ser analizadas por ana-
logía con otros movimientos sociales, como los relacionados
con la pérdida de influencia, movilización, identidad social y
radicalización de movimientos de protesta de masas y otros
fenómenos de política contraestatal;
4) el terrorismo sólo es posible cuando los terroristas y sus
aliados logran acceder a ciertos recursos imprescindibles,
como aquellos económicos, tecnológicos, materiales, hu-
manos y simbólicos;
5) las decisiones que promueven y respaldan campañas terroris-
tas responden a motivos colectivos ideologizados, considerán-
dose que las ideologías o sistemas de creencias y valores com-
partidas por los miembros del movimiento terrorrista son los
que permiten dar sentido y justificación a los planificadores y
ejecutores de los atentados sobre los actos que realizan;
6) los actos y campañas terroristas responden a razones estraté-
gicas, aunque la racionalidad con la que los terroristas actúan
es parcial y limitada;
7) la actividad de los terroristas refleja en parte las características
internas de sus organizaciones (estructuras de carácter pirami-
dal y jerárquicas o bien organizadas a partir de diversas células
y las dinámicas grupales que se desarrollan en su interior).
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 675

Los autores destacan la existencia de una serie de creencias legiti-


madoras que influyen en la participación e identificación con los actos
y movimientos terroristas, así como otras que influyen en la identifica-
ción de los enemigos a combatir (Cuadro 4).

CUADRO 4
Creencias legitimadoras del terrorismo y sus funciones psicosociales
(De la Corte y col. 2007)

Argumentos Funciones psicosociales

Argumentos y creencias que precisan y cri- Activación de sentimientos de frustra-


tican ciertas injusticias sociales, amenazas ción e indignación moral.
o agravios cometidos contra la comunidad
de referencia de los grupos terroristas.

Argumentos y creencias que identifican a Desplazamiento de la responsabilidad


un enemigo institucional o social al que se por las agresiones terroristas.
responsabiliza de tales injusticias, amena- Inhibición de posibles reacciones de
zas y agravios y cuya imagen resulta deva- empatía hacia las posibles víctimas.
luada hasta el punto de su deshumaniza- Activación de sentimientos de odio y de-
ción o demonización. seos de venganza.

Argumentos y creencias que expresan Identificación del grupo terrorista con


una identidad social positiva común a los los intereses y valores de la comunidad
grupos terroristas y a su comunidad de de referencia.
referencia. Despersonalización de la actividad te-
rrorista (difuminación de la responsabi-
lidad individual por los atentados).
Desarrollo de reacciones de solidaridad
y simpatía por parte de los miembros de
la comunidad de referencia.

Argumentos y creencias que precisan los Conexión psicológica entre ciertos fines
objetivos colectivos a los que debe aspirar justos y deseables para la comunidad
la comunidad de referencia de los grupos de referencia y los atentados y acciones
terroristas y que especifican las activida- terroristas.
des (violentas) que se consideran necesa-
rias para alcanzar dichos objetivos.

Argumentos y creencias que predicen un Desarrollo de altas expectativas de éxi-


estado futuro en el que los grupos terro- to respecto a los efectos sociopolíticos
ristas habrían alcanzado los objetivos co- de la actividad terrorista.
lectivos planteados y perseguidos a través
de la violencia.
676 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

3. Las víctimas del terrorismo y las clases de victimización

Según Baca (2006), puede considerarse la siguiente diferenciación


y delimitación de los tipos de víctimas principales que se pueden ver
afectadas por la ocurrencia de un atentado terrorista:
a) Víctimas directas, aquellas que han sufrido directamente el aten-
tado así como daños en su integridad física o en sus bienes.
b) Víctimas indirectas, aquellas que aún no habiendo sufrido di-
rectamente el atentado, sufren consecuencias derivadas de la
ocurrencia del mismo. Esta categoría contempla:
b1) Familiares de las víctimas directas cuya victimización
dependerá, además del impacto emocional de la noticia
y letalidad o gravedad de los daños sufridos por su fa-
miliar, de las consecuencias a medio y largo plazo que
tales consecuencias pueden tener para los miembros de
la estructura familiar.
b2) Personas sin relación familiar o de parentesco con las víc-
timas directas, incluyendo a testigos directos del atentado
que no han sufrido directamente daños a consecuencia
del mismo, así como las personas que participan en los
servicios de ayuda inmediata tras un ataque terrorista.
Una vez hecha la diferenciación entre los diversos tipos de vícti-
mas que pueden considerarse afectadas, el autor realiza una reflexión
acerca de los distintos tipos de victimización y de su relación con las
víctimas del terrorismo. Así, contempla los siguientes:
i) Victimización primaria, que implica el sufrimiento directo del
hecho traumático o atentado terrorista.
ii) Victimización secundaria, entendida como todas aquellas nuevas
agresiones psíquicas no intencionadas que la víctima sufre durante
el periodo de investigación policial y el procedimiento judicial (de-
claraciones, reconstrucción de los hechos, lentitud y demora de los
procesos, asistencia a juicios, encontrarse con el agresor o con los
que le apoyan, la sensación de no sentirse escuchado ni incluido en
el proceso penal, etc). Referente a este aspecto, se destaca que en
España las víctimas de atentados terroristas no suelen ser conside-
radas como sujetos activos y no reciben información oficial sobre
las diligencias o procedimientos policiales y judiciales, así como
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 677

que en su gran mayoría presentan un sentimiento subjetivo común


relativo a que no se les ha hecho justicia. A esta victimización se-
cundaria, considera el autor, que habría que sumarle un elemento
añadido de especial interés y que comporta un aspecto particular
frente a otro tipo de delitos, en concreto, aquel que se deriva del
hecho de que los terroristas no suelen considerase culpables o res-
ponsables por su acción, culpando, en vez de ello, directa o indi-
rectamente a las víctimas, siendo, además, tolerada y apoyada esta
postura por otro grupo de personas que comparten públicamente
su ideología. Todo ello, repercute en una mayor sensación de des-
concierto, abandono y percepción de falta de apoyo social por par-
te de las víctimas, dificultando sobremanera la superación y ajuste
psicológico posterior al evento traumático.
iii) Victimización terciaria. Esta tiene lugar cuando los terroristas
identificados o condenados obtienen legalmente la libertad o
reciben medidas de gracia.

4. Consecuencias físicas, psicológicas y sociales en víctimas del


terrorismo

En este apartado es de obligada referencia los resultados obteni-


dos en nuestro país por Baca, Cabanas y Baca-Garcia (2003) dentro del
Proyecto Fénix. Este proyecto, que toma su nombre del ave mitológica
que resurgía de sus cenizas, se dirige a investigar las consecuencias psi-
cológicas, psicosociales y psicopatológicas de víctimas de atentados te-
rroristas y sus familiares directos. Se resumen a continuación, los prin-
cipales datos iniciales obtenidos sobre las víctimas del terrorismo en
uno de sus subproyectos, realizado durante el periodo 1999-2001 sobre
una muestra de 2.998 personas pertenencientes a 544 unidades familia-
res de la Asociación de Victimas de Terrorismo (AVT).
A) Datos sociodemográficos y características de la muestra
estudiada.
a1) El 17,6% de la muestra eran víctimas directas supervivientes
(VD), el 73,1% familiares de víctimas (FV) y un 5.4% reunían
las dos condiciones (VDFV).
a2) Las 544 familias estudiadas se habían visto afectadas por un
total de 426 atentados realizados a lo largo de los 25 años
678 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

anteriores. En el 71,8% de los casos se produjeron víctimas


mortales, en un 57,5% heridos con secuelas físicas perma-
nentes, en un 35% heridos sin secuelas físicas permanentes y
en un 27% de los casos daños materiales importantes en las
propiedades de las víctimas.
a3) Los atentados se dirigieron a personas concretas y fueron per-
petrados con explosivos en un 42,3% de los casos o mediante
disparos en un 40%. El resto fueron atentados indiscrimina-
dos realizados preferentemente con explosivos (17%).
a4) Las franjas de edad de las víctimas directas en el momento del
atentado fueron: en su mayoría adultos jóvenes, entre 18-35
años (52,6%), seguidos de adultos de edad media, entre 35-55
años (41,5%). Por su parte, los familiares de las víctimas eran
adolescentes menores de 18 años, en el 35,8% de los casos, o
adultos jóvenes, entre 18-35 años, en el 36,6% de los casos.
a5) La distribución del sexo fue la siguiente: las VD fueron pre-
dominantemente varones (81,6%), entre los FV predominan-
temente mujeres (69,5%), así como también en VDFV (61%).
a6) Respecto a las profesiones, la mayoría de VD pertenecían a cuer-
pos policiales o militares (68,3%), un 8,4% funcionarios civiles,
repartiéndose el resto de la muestra entre las distintas profe-
siones. Los FV eran fundamentalmente amas de casa (29,7%),
trabajadores por cuenta ajena (23,7%) o estudiantes (18,9%).
B) Relaciones entre el grado de afectación y diversas variables
registradas.
b1) Apoyo percibido tras el atentado. Más de la mitad de la mues-
tra total se sintieron abandonados por la sociedad en su con-
junto (abandono por parte de las instituciones políticas, au-
toridades, medios de comunicación y sociedad en general).
b2) Repercusiones del atentado. Se agruparon dichas repercusio-
nes en tres aspectos relevantes:
b.2.1) Estado de salud general y salud mental. El atentado
actuó de forma claramente negativa tanto en el es-
tado de salud general como en el de salud mental.
Los porcentajes de VD que padecían algún problema
de salud anterior pasó de un 10% a un 52,3% tras
el atentado, observándose igualmente la misma ten-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 679

dencia al alza en las VF, de un 10,5% a un 35,4%. Las


prevalencias psiquiátricas antes del atentado fueron
bajas (2-4%), pasando a cifras de una posible alte-
ración psiquiátrica tras los atentados de un 45,3%
entre las VD, un 22,7% entre las VF y un 55,8% en
VDFV. El abuso de sustancias y alcohol se situó en
el 7,6% de los casos totales, y sólo en el subgrupo
de víctimas directas alcanzó el 15,9%. Entre los tras-
tornos más frecuentes en este tipo de víctimas, otros
trabajos (BACA, CABANAS Y BACA-GARCIA, 2002)
destacan la presencia de depresión y problemas de
ansiedad, tanto a corto plazo (0-2 años) como a lar-
go plazo (hasta 18-20 años), siendo la prevalencia de
alteraciones en la salud mental para las victimas di-
rectas de 66% y 37%, respectivamente, y para los fa-
miares de víctimas de 40% y 35%, respectivamente.
Según este estudio, la mayor prevalencia de altera-
ción o trastorno psicopatológico en las víctimas de
terrorismo en comparación con las de la población
general, se mantiene a lo largo del tiempo, apare-
ciendo así como un importante factor de riesgo que
puede afectar de por vida a las víctimas del terroris-
mo. Es destacable igualmente la alta prevalencia del
trastorno de estrés postraumático, estimada a nivel
general en torno al 30-50% de las victimas, puesto
que los actos terroristas constituyen uno de los suce-
sos traumáticos más relacionados con el TEPT, por
lo que se remite al lector a la profundización en las
respuestas iniciales, manifestaciones, características
y factores influyentes, realizada ya en el capítulo 8.
b2.2) Daños y pérdidas materiales, de estatus profesional e
incapacidades sobrevenidas. El 68,7% de las VD y el
21,5% de los FV recibieron ayudas e indemnizacio-
nes, coincidiendo el general de la muestra en la nece-
sidad de ayuda económica y en la desestructuración
de la economía familiar que supone el atentado.
b2.3) Vida familiar y de pareja. Aparece un alto porcentaje de
interrupciones de la relación de pareja tras el atenta-
do, ya sea por la muerte de uno de los miembros como
680 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

por los casos frecuentes de separaciones y divorcios.


Las relaciones con la familia de origen empeoraron a
raíz del atentado en un 10%, las relaciones de contacto
afectivo con el grupo social inmediato, el 20%.
b3) Actitud ante el fenómeno terrorista. Las VD mostraron un
claro interés por seguir las noticias sobre terrorismo en los
medios de comunicación (70%), interés por conocer quienes
son los autores del atentado sufrido (más del 50%) y si son
juzgados o no (lo fueron más del 40% de las VD), siendo una
minoría los afectados que asistieron al juicio (18,4%). Los
FV obtuvieron resultados que indicaron una actitud más dis-
tante, indicando un mecanismo de evitación más fuerte. Las
coincidencias entre ambos grupos, VD Y FV, se encuentran
en la opinión casi total (99% y 96% respectivamente) de que
no sentían que se les hubiese hecho justicia. La sensación
de falta de reparación adecuada y de indefensión alcanzó el
100% de la totalidad de la muestra.
Por otro lado, y siguiendo a Muñoz y Navas (2007), los trastornos
psicológicos más comunes que pueden presentarse y evaluarse en víc-
timas de terrorismo son lo siguientes:
i) Trastorno de estrés postraumático. Caracterizado por sintoma-
tología de reexperimentación del acontecimiento traumático,
evitación de estímulos asociados al trauma y embotamiento de
la reactividad general del individuo y aumento de la activación
psicofisiológica.
ii) Depresión. Pueden incluir sentimientos profundos de tristeza,
pérdida de interés, baja autoestima, sentimientos de culpabili-
dad, inutilidad o en casos de mayor gravedad, ideaciones sui-
cidas, especialmente, según los autores, en casos de personas
han perdido a seres queridos durante los ataques terroristas.
iii) Ataques de pánico. Pueden incluir sensaciones intensas de miedo
y angustia, acompañadas de síntomas como taquicardias, sudo-
ración, náuseas, temblores, etc., pudiendo darse mayor probabi-
lidad de ocurrencia de estos ataques cuando las personas se ven
expuestas a situaciones relacionadas con el evento traumático.
iv) Ira y agresividad. Según los autores, estas reacciones son rela-
tivamente comunes y, hasta cierto punto lógicas, entre las vícti-
mas de un trauma, pero cuando alcanzan límites desproporcio-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 681

nados pueden interferir de forma significativa con el bienestar


emocional, el funcionamiento cotidiano y el éxito terapéutico.
v) Abuso de sustancias. Puede incluir el recurso abusivo a psicofár-
macos, alcohol u otras sustancias que, en algunos casos, pueden
ser utilizados para tratar de huir u ocultar el dolor asociado.
vi) Conductas extremas de miedo-evitación. La evitación de todo
aquello relacionado con el evento traumático es un síntoma
común al estrés postraumático pero, en ocasiones, este miedo
intenso podría generalizarse a otras situaciones que, en prin-
cipio podrían no estar directamente asociadas con la situación
traumática, lo que interferiría de forma significativa con el
funcionamiento diario del sujeto.
La Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11 de marzo realizó un
estudio sobre la situación de las víctimas del atentado, directas o fa-
miliares, 18 meses después del mismo (AV11-M, 2005), encontrando a
nivel cualitativo cuadros de ansiedad elevada, manifestaciones de ira,
depresión, dificultad para trabajar en medios de transporte públicos,
relacionada con fobia específica, y también cuadros de agorafobia.
Otro de los estudios llevados a cabo tras los atentados del 11-M
en Madrid es el llevado a cabo por Muñoz y col. (2004) en una mues-
tra de 1.179 personas mayores de 18 años de la población general
que residían en los alrededores del lugar del atentado, con el objetivo
de estudiar los efectos psicológicos a corto plazo derivados de dicho
atentado, siendo evaluados durante la segunda semana posterior al
suceso. Sus resultados indicaron que los porcentajes de personas con
síntomas depresivos o de estrés agudo se situaban en torno al 50% y
el 47% respectivamente, llegando a producir un deterioro del funcio-
namiento cotidiano en un 17% de los casos para ambos trastornos.
Los autores concluyen que este tipo de acciones terroristas presenta
un impacto que va más allá de las graves consecuencias detectadas en
las victimas directas, familiares e intervinientes, afectando de una u
otra forma a la práctica totalidad de la población que residía en una
amplia área alrededor de los lugares afectados.
Las implicaciones que se pueden extraer de los estudios sobre la
victimización producida por el terrorismo vienen derivadas, en pri-
mer lugar, de la gravedad de los actos terroristas, puesto que implican
la potencial creación de cientos, o incluso, miles de víctimas en una
sola acción o serie coordinada de acciones, pudiendo afectar además
682 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

a otras víctimas indirectas de los mismos, familiares, testigos o pro-


fesionales de la intervención en emergencias y, en general, también
afectar en mayor o menor grado al sentimiento de seguridad de toda
la sociedad, especialmente teniendo en cuenta la inmediatez y capa-
cidad de transmisión de la información que actualmente permiten los
medios de comunicación. En este sentido, Rojas Marcos (2002), ci-
tando un estudio de Schuster (2001), señala que el 90% de los adultos
estadounidenses manifestó algún signo de estrés relacionado con el
11-S el fin de semana posterior al desastre (casí la mitad presentaron
síntomas como llanto incontrolable, insomnio, recuerdos aterradores
de lo visto en televisión o dificultades para concentrarse) y que el 47%
de los padres entrevistados en el estudio manifestaron que sus hijos,
de entre 5-12 años, tenían dificultad para conciliar el sueño y tenían
miedo por su seguridad o la de sus seres queridos. En segundo lugar,
es relevante tener en cuenta la gravedad y probabilidad de cronifica-
ción de las consecuencias producidas por tal victimización para los
afectados y sus familiares. Ante tal situación, las medidas integrales
de atención a las víctimas de estos delitos se hacen especialmente ne-
cesarias para contribuir a disminuir el impacto de las consecuencias
sobre sus víctimas y contribuir a paliar la gravedad de los daños crea-
dos por las acciones terroristas.

III. GRUPOS SECTARIOS

1. Introducción

La proliferación de los grupos sectarios constituye uno de los fe-


nómenos más camuflados y enmascarados de la era moderna, enten-
diendo su invisibilidad en un momento histórico marcado por deman-
das sociales y legislativas que pasan inadvertidas ante la presencia de
colectivos que, no dañando a la sociedad en general, si pudieran tener
importantes repercusiones sobre la persona en particular y su entorno
familiar o de relaciones sociales.
En todo caso, se advierte que su presencia no conllevaría las cifras
estipuladas para aquellos problemas sociales considerados de mayor
envergadura, como sería el caso de las drogas o el SIDA, sino que más
bien su impacto acomete por ser masivas las consecuencias que del mis-
mo se desprenden. A tal efecto, destacan aquellos suicidios colectivos,
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 683

crímenes caracterizados por su amplia cobertura mediática y sobresal-


to social pero que no responderían más que a situaciones transitorias de
una cualidad inesperada y considerada inexistente en pleno s. XXI215.
En España, podría advertirse la existencia de tales grupos bajo di-
ferentes denominaciones216, entendiendo en todo caso que en su con-
junto responderían a un mismo tipo de filosofía grupal bajo diferentes
manifestaciones.
Siguiendo a De Hortega de Frutos et al. una secta podría definirse
como ‹‹aquel conjunto de individuos que conforma un sistema abierto,
cuyos componentes son los miembros funcionales y las creencias que
comparte, y que mantienen una estricta demarcación entre el grupo
y la población general››. Continúan dichos autores refiriendo que en-
tre las características definitorias de las mismas se encontrarían: a)
establecimiento de una organización interna jerárquica; b) presencia
de una figura dominante o líder, al cual se le considera con mayor
potestad en el establecimiento de las normas y en la dirección de los
comportamientos de cada uno de los miembros; y c) colectividad ad-
herida a un sistema de creencias consensuado, situando en todo caso
la doctrina por encima de la persona y al líder como representante de
una fuerza divina (DE HORTEGA DE FRUTOS ET AL., 2000).
Por su parte, indica Feaster que el grupo sectario sería conside-
rado como ‹‹un movimiento extremo que presenta una excesiva dedi-
cación a una persona o a una causa›› (FEASTER, 1999). Del mismo
modo, afirma que ‹‹con frecuencia los grupos sectarios utilizan varios
métodos de control mental para controlar o persuadir a sus miembros
y hacer que acepten las creencias y las prácticas del grupo››, indican-
do en todo caso que se trata de personas explotadas y con una depen-
dencia psicológica extrema.
Incide este autor en la importancia de distinguirlo de la propia
religión, entendiendo en todo caso que la definición religiosa de un
grupo sectario incluiría a un colectivo minoritario de estos con unas
manifestaciones extremas y no compatibles con la misma. Practican
el engaño y la mentira como técnicas de captación, mecanismos que
215
Adaptado de CANTERAS MURILLO, A., ‹‹Sociología del fenómeno sectario:
elementos para su interpretación››, Cuaderno del Instituto Vasco de Criminología,
2004, pág. 174.
216
Más información en Asociación para la Prevención de la Manipulación
Sectaria, en www.redune.org.
684 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

igualmente pudieran ser empleados para camuflar a grupos sectarios


bajo los conceptos de autoayuda o terapia comúnmente supeditados a
beneficios de índole política o comercial.
En relación a ello, no son pocas las veces en que el desconocimien-
to social pudiera intercambiar erróneamente las denominaciones se-
ñaladas cayendo en un incuestionable y gravísimo error conceptual.
En este sentido, indica el autor referido algunas de las diferencias que
habrían de ser consideradas en la distinción entre un grupo religioso y
un grupo sectario; a saber:
— Las religiones respetan los derechos de sus fieles y las liberta-
des de los mismos, mientras que los grupos sectarios obligan a
la sumisión mediante el empleo de técnicas de coerción, per-
suasión, engaño, etc; produciéndose en los últimos una rendi-
ción inconsciente a fuerzas externas que no se preocupan en
absoluto por la identidad individual de la persona.
— En la religión se anima a las personas a que piensen detallada-
mente antes de aceptar un compromiso fundamentado en la
fe, sin ningún tipo de restricciones a pensar de manera crítica
sobre las mismas, mientras que los grupos sectarios fomentan
las decisiones rápidas con escasa información, sobre todo en
base a invadir emocionalmente al sujeto vulnerable y a evitar
cualquier tipo de cuestión sobre los postulados de la doctrina.
— En los grupos sectarios el interés se centra en la colectividad,
en la conciencia grupal, favoreciendo en cualquier caso la de-
pendencia extrema del individuo al mismo, así como todo tipo
de aislamiento social existente. Por el contrario, las religiones
valoran la familia y le dan su apoyo, no impidiendo en ningún
momento el abandono del sujeto ni sus creencias personales
sobre sus planteamientos; aspecto este último que, en el caso
de las sectas, favorecería actitudes de amenaza y coacción por
parte de sus miembros.
— El objetivo de los grupos sectarios se centra en el control in-
dividual, favoreciendo en todo caso la despersonalización, ex-
plotación y defensa de los valores colectivos, rindiendo cuenta
en todo caso a la figura del líder.
— Las religiones pueden ofrecer una confesión confidencial de
los pecados con el propósito de facilitar el proceso de cura-
ción espiritual, de desarrollo moral y de veracidad e integri-
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 685

dad en sus prácticas. Los grupos sectarios pueden exigir una


confesión de los pecados y usarla para avergonzar y controlar
a sus miembros, creando un clima de engaño y mentira conti-
nuos con tal de conseguir los objetivos marcados por el líder.
— Las religiones animan a sus miembros a que participen en la
sociedad y contribuyan a su construcción, y consideran el di-
nero como un medio sujeto a directrices fundamentalmente de
tipo ético; por su parte, los grupos sectarios a menudo animan
a sus seguidores a que se separen de la sociedad, obteniendo
de los sujetos la mayor parte de los beneficios planteados una
vez que los mismos quedan inconscientemente sumergidos en
un adiestramiento infundado.
— Las religiones responden a sus críticos con respecto. Los gru-
pos sectarios a menudo intimidan a sus críticos con amenazas
físicas o legales.
En general, y atendiendo a los aspectos planteados, y si bien las
sectas quedarían indiscutiblemente separadas de los fines que presen-
tan las diversas religiones, también cabría advertir que no todas ellas
serían igualmente pacíficas, aceptadas y adaptadas a la sociedad.
Por último, una vez descrito el proceso por el que un individuo llega a
adherirse a un colectivo sectario, la pregunta fundamental que se plantea
sería la siguiente: ¿podría el sujeto llegar a escaparse de tal situación?
Evidentemente la respuesta es afirmativa, pues se entiende la per-
sona como ser humano con libertad plena para ejercer, dentro de los
límites sociales y legislativos, todas aquellas acciones deseadas. El
problema radicaría entonces en analizar hasta qué punto el sujeto pu-
diera actuar verdaderamente motivado por sus propios ideales sin de-
pender de posibles amenazas del resto de miembros; es decir, ¿el mie-
do a las represalias sería un impedimento a escapar de tal situación?
Es aquí donde debieran considerarse los sujetos especialmente
desprotegidos socialmente o con una mayor vulnerabilidad personal
(ancianos, individuos con algún tipo de trastorno mental,…), aquellos
cuyo nivel de dependencia es tal que no pudieran contemplar la posi-
bilidad de desamparo. En este sentido, ¿podría plantearse la existen-
cia de una segunda victimización?
Se entendería positiva tal afirmación por cuanto un sujeto se hace
víctima de sus propias acciones y de las consecuencias de éstas, es de-
686 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

cir, se contemplaría a la persona como víctima de los medios y meca-


nismos empleados por los sectarios (momento de la primera victimi-
zación), como en los momentos posteriores, cuando verdaderamente
se haría consciente del miedo a ser rechazado socialmente (expectati-
va de una segunda victimización).
Finalmente, y como ya se trató en capítulos precedentes, cabría
referir que en todo caso se trataría de un tipo de víctima, no de hechos
punibles o ilícitos tal cual previstos, sino de crímenes sociales.

2. Características generales

2.1. Fases

Siguiendo a Rodríguez Carballeira, podrían concretarse en cuatro


los momentos del proceso de incorporación a un grupo sectario, ad-
virtiendo en todo caso que se trata de un conjunto de fases adaptadas
en base a la duración o temporalidad de cada una pero que, en todo
caso, se sucederían de forma consecutiva dentro de una continuidad
lógica (RODRÍGUEZ CARBALLEIRA, 2004). Así pues, diferencia el
autor las siguientes:
1) Atracción. Conformaría la primera de las fases sobre la se-
ducción o creación de las primeras impresiones en el interesado, mo-
mento en que se realizan las primeras valoraciones. Se trata de una
situación en la que se intenta agradar y persuadir al sujeto sobre todo
afectivo-emocionalmente, de manera que sienta la necesidad de perte-
necer a dicho grupo porque verdaderamente le aporta algo transcen-
dente para su salud y bienestar.
2) Captación. El individuo acepta hacerse miembro del grupo
comprometiéndose a acatar las normas del mismo. En todo caso, y al
igual que sucedería en la fase anterior, los primeros mecanismos ejer-
cidos se establecen sobre la esfera emocional más que la racional, de
manera que sienta el sujeto su identificación con el resto de miembros.
3) Conversión. Punto álgido de cambio y transformación perso-
nal, llegando incluso a asumir una nueva identidad conforme a los
valores y creencias establecidos dentro del grupo. Es en este momento
donde los compromisos sobrepasan las acciones para llegar a influir y
transformar los propios pensamientos.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 687

Respecto a ello, indican De Hortega de Frutos et al. que el indivi-


duo en la tercera etapa entraría un momento de reforma del pensa-
miento caracterizada por un “estado de sectarización”, y donde la con-
versión tendría una función eminentemente `restitutiva´ por cuanto
pretende que el individuo `cristalice´ una experiencia verdaderamen-
te significativa para su persona. Añaden igualmente, que el individuo
llega a ser dependiente del grupo en el que ahora está inmerso, unido
en todo caso a la intolerancia a la soledad y a posibles explotaciones
inconscientes sobre su persona.
4) Adoctrinamiento. Momento de consolidación de la identidad
del convertido y de arraigo en la doctrina defendida por el resto de
iguales, pasando progresivamente a asumir un rol activo en cuanto al
reclutamiento de otros miembros se refiere.
En lo referente al perfil de personalidad característico, señala
Rodríguez Carballeira que podría hablarse de un conjunto de rasgos ca-
racterísticos del sujeto que, con mayor probabilidad, podría adentrarse
a formar parte de los grupos sectarios. A tal efecto, indica pues que de-
bieran considerarse entre otros los siguientes: i) el período de edad, en
su mayoría concerniente a la adolescencia y primera juventud; ii) rasgos
de personalidad como la tendencia a la soledad y desesperanza, escasos
recursos de interrelación personal (comunicación verbal, habilidades
sociales, cercanía o proximidad al emisor,…), dependencia, etc.; iii) di-
ficultades de adaptación social, elevado sentido de la insatisfacción per-
sonal y falta de apoyo social; iv) deseo insatisfecho de profundización
espiritual; y v) disfuncionalidad en el propio sistema familiar.
Podrían añadirse dos nuevos elementos a los aspectos señalados;
a saber: a) la presencia de sintomatología severa o trastornos psi-
copatológicos, sobre todo de aquellos caracterizados por los rasgos
previamente descritos (trastornos del estado de ánimo, trastornos de
ansiedad,…); y b) el favorecimiento de `caer´ en manos de dichos co-
lectivos como consecuencia de períodos vitales especialmente trágicos
e inesperados en la vida del sujeto. En este último caso destacaría el
caso de la muerte de un ser querido, momento en que tras el proceso
de duelo el sujeto sería más vulnerable a los mecanismos de captación
sectaria. No obstante, también es cierto que este último pudiera inclu-
so comprenderse dentro de la opción de los trastornos psicopatológi-
cos referida con anterioridad, entendiendo que no en poca ocasiones
dichos sucesos traumáticos pudieran desembocar en el desarrollo de
una patología.
688 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

En general, se trataría de un conjunto de factores que, desde una


visión multicomprensiva o multidimensional, conllevarían un mayor
riesgo de llegar a formar parte de los grupos mencionados, tratándose
en todo caso de un tipo de vulnerabilidad personal especialmente sus-
ceptible a mecanismos de tipo persuasivo y coercitivo.

2.2. La persuasión como elemento de captación

Podría entenderse la persuasión como aquel estilo de comunica-


ción que se produce intencional y deliberadamente con tal de con-
seguir que el receptor realice o actúe de la manera prevista; esto es,
por medio del lenguaje persuasivo el interlocutor intenta ejercer la
presión o control sobre un tercero para que éste lleve a cabo la con-
ducta esperada. Se trata en todo caso de influir en los esquemas de
pensamiento del sujeto y no solo a nivel superficial u observable, sino
que verdaderamente sus cogniciones varíen conforme aquella infor-
mación que le transmita la fuente de emisión.
No obstante, la persuasión no se considera un mecanismo de cam-
bio actitudinal sencillo, sobre todo cuando existen un conjunto de
creencias y valores arraigados firmemente en la persona, aspecto del
cual se desprenden las siguientes dos consideraciones: a) por un lado,
la transcendencia de influir a nivel afectivo; es decir, conforme el su-
jeto está más implicado emocionalmente mayor será la probabilidad
de cambio en sus pensamientos y, por ende, en su modo de actuar; y
b) por otro, la mayor probabilidad de que dicha técnica sea efectiva
en aquellas consideradas víctimas especialmente vulnerables; es de-
cir, ya no solo en menores, mujeres o ancianos, sino también en aque-
llos sujetos descritos con posterioridad y cuya mayor probabilidad de
adentrarse en dichos colectivos vendría a responder a la etapa vital
en la que se encuentran y a la necesidad de buscar nuevas experien-
cias (jóvenes), a la presencia de algún trastorno psicopatológico, o a
la existencia inesperada de ciertos acontecimientos traumáticos y de
impacto en el desarrollo personal (duelo), entre otros.
Según Rodríguez Carballeira, el empleo de las citadas técnicas pu-
diera responder a cuatro ámbitos de aplicabilidad, los cuales, y aten-
diendo a una perspectiva psicosocial, quedarían recogidos y desarro-
llados en el siguiente esquema:
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 689

ESQUEMA 1
Ámbitos de aplicación de las técnicas persuasivas217
1. Entorno cotidiano o Aislamiento del exterior: separación del mundo exterior que lo lleva a
desvincularse o desprenderse de los apoyos y vínculos sociales. Se trata de
Procedimientos que encapsular y aislar al sujeto de manera que sea más fácil la interacción con
intervienen sobre el los miembros del grupo, el cumplimiento de los límites establecidos y, en
medio próximo al definitiva, la transformación de la identidad.
sujeto, quedando o Control de la información. Es el propio grupo el que decide el tipo de
limitada su libertad a información que será comunicada al sujeto, lo que fomenta en mayor
la manipulación o medida el aislamiento ya referido.
control externo de los o Creación de un estado de dependencia existencial. La integración en el
mismos, pues entiende grupo compromete a la integridad e intimidad personal, entendiendo que
que un cambio en el cualquier tipo de preocupación deberá de ser compartida y solventada
medio pudiera entre sus miembros. Se trata de un claro ejemplo de la fuerza del
modificar sus compromiso colectivo, de la interdependencia de los miembros llevado al
comportamientos. extremo de la despersonalización.

2. Vida emocional o Activación de emociones positivas. El objetivo prioritario se establece en


conmover positivamente al sujeto a fin de que se sienta a gusto e integrado
dentro del grupo. La experiencia de euforia, bienestar, o apoyo
Emociones de valencia incondicional, serían algunas de las emociones comúnmente suscitadas en
opuesta juegan un la persona. Respecto a ellas habría que considera dos aspectos: a) la
papel relevante en influencia del plano afectivo sobre el cognitivo, entendiendo que sobre el
cuanto a la coerción primero quedaría sustentadas las emociones primarias; y b) la intensidad
emocional-afectiva del y frecuencia de la experiencia, entendiendo que su reiteración todavía
sujeto durante todo el pudiera suponer una mayor necesidad de dependencia.
proceso, destacando o Activación de emociones negativas. El miedo, la ansiedad o la culpa,
sobre todo aquellos serían algunas de las emociones que llevarían al sujeto a un estado de
iniciales por su confusión e incertidumbre en un primer momento, contemplando
transcendencia en el posteriormente la culpabilidad como posible resultado de una transgresión
seguimiento posterior. o incumplimiento a la norma.

3. Ámbito o Denigración del pensamiento crítico. Se trata de hacer ver al sujeto la


perceptivo-cognitivo escasa fundamentación de sus pensamientos para fomentar su
vulnerabilidad e inducirlo a la doctrina grupal.
o Uso de la mentira y el engaño. La ocultación, simulación, engaño,…serían
La intervención en los algunas de las técnicas más empleadas, siendo las víctimas inconscientes
procesos superiores de la acción que se lleva a cabo.
alteraría gravemente la o Demanda de condescendencia e identificación con el grupo. La presión
manera de actuar del del endogrupo juega un papel fundamental en la despersonalización,
sujeto, entendiendo en favoreciendo que el sujeto se sumerja en una nueva identidad colectiva.
todo caso dicha o Control sobre la atención y el lenguaje.
influencia por su o Incorporación de nuevos referentes de autoridad: el líder y la doctrina. El
elevado impacto sobre proceso de resocialización se fundamenta en las nuevas fuentes del poder,
los esquemas mentales en la autoridad de un dogma incuestionable defendido por un líder
del sujeto. considerado divino.

Se comprenden aquí las prácticas como la hipnosis, la privación o saturación


sensorial, o las drogas, como medios que pudieran ser empleados para
4. Estados de inducir al sujeto en un estado disociativo (despersonalización,
conciencia desrealización,…) buscando en todo caso un aumento de la dependencia.

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Adaptado de RODRÍGUEZ CARBALLEIRA, A., ‹‹La actuación de las sectas
coercitivas››, Cuaderno del Instituto Vasco de Criminología 18, 2004, págs. 255 y ss.
690 D. L. Morillas Fernández – R. Mª Patró Hernández – M. Mª Aguilar Cárceles

Aplicado al ámbito concreto de la Victimología, y tomando


como ejemplo alguno de los aspectos mencionados con anteriori-
dad, el aislamiento del entorno pudiera provocar que la persona se
autovictimizace con el paso del tiempo sin ser consciente de que las
acciones iniciales le llevarían a obtener tales resultados; esto es, el
aislamiento de su red de apoyo social es tal, que cuando la persona
decide reintegrarse se encuentra en una situación de total desam-
paro, motivo que refuerza aún más la necesidad de afianzarse al
grupo sectario, a sus ideales y a sus miembros. Todo ello, añadido
a los sentimientos de culpabilidad despertados por el posible chan-
taje emocional del líder, pudiera a su vez conllevar un estado de
desconfianza en sí mismo que lo llevará a arrepentirse y depender
en exclusividad de la filosofía grupal, apreciando una conformidad
aún mayor con las normas que en un primer momento pudiera ha-
ber llegado a plantearse.
Pudieran extrapolarse igualmente lo referido a la afectación cog-
nitiva o de los estados de conciencia del sujeto, tal es el caso de la afec-
tación cognitiva y volitiva que la ingesta de ciertas sustancias pudiera
provocar en el organismo. A tal efecto, las nuevas drogas de síntesis no
solo repercutirían en el grado de atención del sujeto, o en sus expre-
siones verbales, sino que además mermaría su nivel de conocimiento
general de sí mismo y de la realidad que lo rodea. Aplicado al ámbi-
to penal-victimológico sobre la persona individual, tal pudiera ser el
caso de aquella mujer víctima de la trata que no quiere prostituirse y
a la cual se le suministra cierta droga en su bebida para que acceda
inconscientemente o sea más vulnerable a realizar, sin ningún tipo de
objeción, aquella conducta que el cliente desea.
Si bien en este último caso no pudiera hablarse de una secta, se
toma como referencia hasta que punto pudieran llegar a quedar mer-
madas las capacidades individuales mediante las técnicas menciona-
das, extrapolando el caso mencionado a aquellas mujeres que ejer-
cen la prostitución de manera clandestina y que se encuentran todas
alojadas en una misma vivienda bajo la supervisión y dirección del
traficante.
Victimología: Un estudio sobre la víctima y los procesos de victimización 691

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