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Raúl Bueno Chávez

Antonio Cornejo Polar


y los avatares de la cultura
latinoamericana

Fondo Editorial
SERIE HUMANIDADES
ANTONIO CORNEJO POLAR Y LOS AVATARES DE LA CULTURA LATINOAMERICANA
Raúl Bueno Ch.

Antonio Cornejo Polar


y los avatares de la
cultura latinoamericana

FONDO EDITORIAL
UNIVERSIDAD NACIONAL
MAYOR DE SAN MARCOS
ISBN: 9972-46-257-9
Hecho el Depósito Legal: 1501052004-5375

Primera edición: Fondo Editorial de la UNMSM.


Lima, junio de 2004.
Tiraje: 500 ejemplares

© Raúl Bueno Chávez


© Fondo Editorial de la UNMSM

La universidad es lo que publica

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Impreso en Lima-Perú
Queda prohibida la reproducción total o parcial sin
permiso escrito de la casa editora.
la memoria de Antonio Cornejo Polar,
la flama constante de su pensamiento.
Contenido

Ir.íroducción 11

PRIMERA PARTE: BASES TEÓRICAS

:. Sobre la heterogeneidad literaria y cultural de


América Latina 19
z. Sujeto heterogéneo y migrante. Constitución de una
categoría de estudios culturales 37
•L Heterogeneidad migrante y crisis del modelo radial
de cultura 59

SEGUNDA PARTE: SISTEMAS CRÍTICOS

W. Aproximación al m é t o d o crítico de Antonio Cornejo Polar 83


v. Llamado al latinoamericanismo autóctono. E l sentido del
texto de Guadalajara de Antonio Cornejo Polar 95
Vt Sobre metáforas y otros recursos del lenguaje crítico
latinoamericano 101
VE Notas sobre los estudios culturales en y sobre América
Latina: el proyecto de Antonio Cornejo Polar 113

TERCERA PARTE: SISTEMAS CULTURALES

vm. Antonio Cornejo Polar y la cultura popular.


Su experiencia en la Casa de la Cultura de Arequipa 137
ix. Antonio Cornejo Polar y la universidad popular
latinoamericana. S u experiencia como Rector de San Marcos 141

EXCURSO

Primera y última imagen de Antonio Cornejo Polar 155

Bibliografía 165
I ntroducci ón

Fui estudiante de A ntonio Cornejo Polar, a inicios de los 60, en el


curso de literatura general y crítica de textos que él tenía a su car-
go en la Universidad de San A gustín de A requipa (él decía que yo
había sido su alumno más antiguo en la carrera). Le puse bastan-
te voluntad a la materia hasta el punto de convertirme, creo, en
uno de los estudiantes más adelantados de un grupo de casi cien
inscritos. Desde entonces, el profesor Cornejo Polar —pronto A n-
tonio, a secas— me brindó su amistad generosa, su ayuda y no
poco de su tiempo, como se verá en la nota testimonial —Excurso—,
al final de este libro. Fue él quien me facilitó mi primer trabajo, en
la Casa de la Cultura de A requipa, en 1964, cuando a mis veinte
años, casado y padre de familia, necesitaba alternar los estudios
de letras con labores que me significaran una fuente consistente
de ingresos. Desde esas fechas y hasta su fallecimiento, en mayo
de 1997, mantuvimos además constante un fructífero diálogo, que
ojalá se hubiera sostenido más en la escritura que en la oralidad,
pues tengo muy pocas cartas de él. Puedo decir que mucho se ha
beneficiado mi vida académica y privada de sus consejos, sus ob-
servaciones sobre asuntos de la profesión, y su ponderada razón,
que alcanzaba siempre un criterio oportuno, un necesario aliento.
Durante los diez o más años que nos tocó vivir en los Estados Uni-
dos, resultaron infalibles nuestras conversaciones telefónicas de
los domingos, a cuatro voces, incluidas ahí sin menoscabo las de
Cristina y Gladys Susana, nuestras esposas de toda la vida. Ésa

[11] 11
era la mejor manera de paliar una distancia física de más de cua-
tro mil kilómetros, de extremo a extremo en ese país-continente. Y
cuando la nostalgia nos vencía, lo que ocurría una o dos veces al
año, y la necesidad de tertulia en torno a una mesa y cuatro vasos
se nos hacía necesaria —costumbre que nos venía desde la «ru-
pestre» edad arequipeña— nos arreglábamos para coincidir en el
Perú, durante nuestras vacaciones, o para encontrarnos en nues-
tras sedes de Dartmouth, Pittsburgh o Berkeley, o en cualquier si-
tio en que un congreso hiciera posible el encuentro de verdaderos
amigos, que para eso precisamente sirven los congresos. Lo echo
—lo echamos— muchísimo de menos.
Cuando se le declaró el mal que tanto temíamos sus amigos
por sus excesos con el tabaco, y que él convocaba a la torera («uno
tiene derecho a escoger de qué se va a morir»), escribí para un ho-
menaje a sus treinta y cinco años de docencia universitaria mi pri-
mer trabajo formal sobre su obra teórica. Era el año de 1995. Él
habría de morir dos años después. Desde entonces me he visto
escribiendo y hablando con cierta profusión sobre su trabajo, en
volúmenes colectivos, homenajes, congresos y cursos. Un día, no
hace mucho, constaté que había escrito, casi en estado febril,
pero con nostalgia siempre, una docena y media de textos sobre
su obra, y que siete de ellos se habían publicado en los más im-
portantes volúmenes de homenaje a nuestro autor (de M azzotti y
Zevallos A guilar, M oraña, Escajadillo, Chang-Rodríguez, H iggins
y Schmidt-Welle). Vi que una selección de esos trabajos podía ar-
ticular una suerte de apretado mosaico sobre la trayectoria inte-
lectual del autor (¡un libro orgánico surgido de la necesidad y el
afecto!). Sentí que nueve de esos ensayos, uno de ellos rigurosa-
mente inédito, más una nota testimonial también inédita, podrían
constituir mi libro personal de homenaje a su talla intelectual y a
nuestra amistad continua.
Los trabajos que siguen se organizan en tres secciones debi-
damente diferenciadas y, sin embargo, muy complementarias. Los
tres primeros integran una sección de orden teórico, en torno al
concepto central del pensamiento de Antonio Cornejo Polar, la he-
terogeneidad: su argumentación de base, instancias, evolución y

12
proyecciones. M e han dicho que el que inicia la serie no es de fácil
lectura; es posible porque, a mi pesar, resultó necesariamente con-
ceptuoso. Pero me han dicho también que una vez acotados sus
contenidos básicos el texto resulta bastante útil y en no pocos as-
pectos necesario para deslindar los alcances e implicancias del
concepto de heterogeneidad: sus relaciones con categorías afines,
sus rasgos diferenciales, sus extensiones y virtualidades, y sus re-
laciones con la cultura y la realidad social. El número II . explora
las ampliaciones del concepto de heterogeneidad debidas a la
mano del autor —y otras que podrían habérsele ocurrido— hasta
llegar al punto de un sujeto heterogéneo y migrante. El III busca
dialogar creativamente con otras categorías capitales de los estu-
dios culturales de A mérica Latina: la transculturación de Fernan-
do Ortiz, en la versión presentada por Á ngel Rama, la ciudad le-
trada del mismo Rama, y el desborde popular de M atos M ar.
Los trabajos signados con los números IV-VII , correspondien-
tes a la segunda parte del volumen, son de orden crítico (meta-
crítico, diría más bien) y tienen que ver con cuestiones episte-
mológicas y de método, especialmente relativas al punto de en-
cuentro entre estudios culturales y literarios. El número IV hace al-
gunas incisiones en el método crítico de Cornejo Polar, poniendo
especial énfasis en su apartado analítico-explicativo. El V extien-
de las preocupaciones y reclamos presentados por el autor en la
breve ponencia que envió al congreso de LA SA en Guadalajara
(1997), a partir de las autocríticas implícitas que él incluye en ese
texto. El VI, que es el más reciente de todos, quiere precisar el al-
cance de las prevenciones que hace el autor en esa misma ponen-
cia sobre las metáforas usadas como categorías del análisis cultu-
ral y literario, y sobre el uso de lenguas ajenas al campo natural
del latinoamericanismo. El número VII, sobre los estudios cultura-
les en A mérica Latina, se vale del ejemplo de Cornejo Polar para
avanzar asuntos sobre nuestros estudios culturales. Escribirlo me
significó algunas tribulaciones —de ahí que haya permanecido in-
édito hasta el presente—, porque tiene mucho de interpretación y
no pocas especulaciones personales: después de todo Antonio Cor-

13
nejo Polar no se pronunció directamente y de manera sostenida
sobre los estudios culturales, aunque es claro que su práctica ge-
neral se inserta en una línea muy estimable de ellos.
Los trabajos penúltimos, signados con los números VIII y IX,
enfocan de manera más bien ensayística aspectos de la cultura po-
pular, a la que estuvo tan entrañablemente ligada la vida de nues-
tro investigado. El número VIII se remonta a etapas primarias del
autor, a cuando era Director de la Casa de la Cultura de A requipa
y empezaba a adherir a una concepción antielitista y fuertemente
social de cultura. Sostengo ahí que es entonces, a sus veintiocho
años de edad, que Cornejo Polar empezó a tender la línea de pen-
samiento que habría de sostener de modo coherente durante toda
su vida. El IX pone énfasis en el diseño de una universidad auténti-
camente popular en A mérica Latina, y está fuertemente basado en
los textos del autor que apuntan a, o arrancan de su experiencia
como Rector de la Universidad N acional de San M arcos. Creo que
este ensayo ilustra bien que la función administrativa de Cornejo
Polar no marchaba nada aislada de su pensamiento crítico, lo que
a la corta lo revela como un intelectual absolutamente orgánico y
sin fisuras.
El último texto es, como dije, testimonial: es la entrega que yo
debía a la familia y a los amigos de A ntonio —y míos— y que, por
cercanía afectiva con el fallecido, no pude difundir en su momen-
to. Cubre etapas poco conocidas de Antonio Cornejo Polar, sus ini-
cios en la docencia superior en la Universidad de San A gustín, su
desempeño como Director de la Casa de la Cultura de A requipa,
y, en ambos casos, el germen de lo que luego se entenderá como
su contribución mayor a la crítica literaria y cultural de A mérica
Latina: la categoría de la heterogeneidad. M e siento tentado de su-
gerir a mi posible lector que arranque su lectura por ahí, para que
su acercamiento a mi modo de entender los conceptos de (y alre-
dedor de) la obra de Cornejo Polar tengan base en la figura huma-
na y no sólo en el talento crítico de nuestro investigado. A demás,
sería esa una manera de allanar las asperezas conceptuales del
primer ensayo.

14
Quiero agradecer a las personas que me invitaron y estimula-
ron a escribir estas páginas: amigos, colegas y organizadores de
congresos, simposios, secciones monográficas y volúmenes. Entre
ellos —y en el orden en que fui recibiendo apoyo para la confor-
mación de las distintas secciones de este libro— a José A ntonio
M azzotti, Juan Zevallos A guilar, N elson Osorio, José M atos M ar,
M abel M oraña, Tomás Escajadillo, Elena A ltuna, Raquel Chang-
Rodríguez, Friedhelm Schmidt-Welle, Jorge Cornejo Polar y David
Sobrevilla. También a Cristina Soto de Cornejo, abnegada compa-
ñera de A ntonio, que me ayudó con materiales y propuestas para
éste y futuros proyectos sobre su esposo. A todos ellos quiero de-
cirles que traté de estar a la altura de sus sugerencias y que mis
humanas limitaciones los exonera de las inconveniencias en que
incurro. Quiero finalmente agradecer de modo muy especial a quien
estuvo cerca de mis cuitas durante la conformación de este pro-
yecto, en épocas profesionalmente difíciles para ambos, y que con
su cariño, lectura atenta y generosidad de ánimo hizo que pudie-
ra empujarlo hasta su estado actual: a mi esposa, la escritora
Gladys Susana Guzmán.

[Hanover, Nueva Hampshire, enero de 2004]

15
Pri mera parte: bases teóri cas

17
—I —
Sobre l a heterogenei dad l i terari a y cul tural
de A méri ca Lati na*

Sostengo que la categoría «heterogeneidad» propuesta por A nto-


nio Cornejo Polar hace casi dos décadas,1 es uno de los más pode-
rosos recursos conceptuales con que A mérica Latina se inter-
preta a sí misma.2 Es una categoría que, lógicamente, precede a
transculturación y mestizaje: en efecto, una transculturación co-
mienza a ocurrir cuando se da una situación heterogénea de al
menos dos elementos. Pero es también la categoría que les sigue
cuando la transculturación no se resuelve en mestizaje, sino en
una heterogeneidad reafirmada y más acentuada, o cuando el mes-
tizaje comienza a cuajar como cultura alternativa, añadiendo un
elemento tercero a la heterogeneidad inicial. A demás, si bien se

* Se publicó en M AZZOTTI , J. A. y U. J. Z EVALLOS A GUILAR (coordinadores),


Asedios a la heterogeneidad cultural. Libro de homenaje a Antonio Cornejo
Polar. Filadelfia: Asociación Internacional de Peruanistas, 1996, pp. 21-36.
1
Por ejemplo en su discurso «El indigenismo y las literaturas heterogéneas: su
doble estatuto sociocultural», leído en el Centro de Estudios Latinoamericanos
Rómulo Gallegos, Caracas, en marzo de 1977. Aparece incluido en el volumen:
Sobre literatura y crítica latinoamericanas. Caracas: UCV, 1982, pp. 67-85.
2
Parafraseo aquí el inicio de un ensayo del propio Cornejo Polar, «Mestizaje,
transculturación, heterogeneidad», aparecido –como uno de los documentos
de trabajo previos a las «Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana
(JALLA), Tucumán, 1995»– en la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana
XX, N.º 40. Lima-Berkeley, 1994a, pp. 368-371. Este trabajo –como el de
Silvia SPITTA (1995) que se menciona más adelante en las notas– tiene el
mérito de poner sobre el tapete de la discusión actual el asunto de la complejidad
sociocultural de América Latina y de las categorías que la refieren.

[19] 19
ve, es la categoría que está en la base o en la naturaleza misma de
toda transculturación discursiva, como en la transculturación na-
rrativa lúcidamente estudiada por Á ngel Rama.
M as por sobre todas esas razones se alza la realidad profun-
damente escindida y fragmentada de A mérica Latina. A quí una
heterogeneidad de fondo, se diría radical, que trasciende y des-
borda todas las demás heterogeneidades regionales, nacionales,
parroquiales, sociales, verticales u horizontales de A mérica Lati-
na, es la que está instalada en el área desde el momento mismo
del choque cultural iniciado por el descubrimiento y la conquista
de A mérica. La brecha cultural planteada desde entonces entre la
civilización occidental y las civilizaciones amerindias no puede
ser explicada cabalmente sino a un nivel profundo: el de los prin-
cipios estructuradores de civilización y cultura. Un nivel en que
se decide, por ejemplo, la índole del poder divino, las relaciones
del hombre con ese poder, las bases del orden social, las relacio-
nes con el mundo tangible que la cultura occidental llama natura-
leza, las relaciones con el universo de objetos de factura humana
que llamamos civilización, y, por consiguiente, la textura de los
lenguajes que refieren a esa extrema «otredad». Se complica aún
más el cuadro cuando ingresa al área latinoamericana el compo-
nente cultural africano, ya de por sí heterogéneo y quebrado. Y,
luego, los componentes asiáticos. El resultado es un mundo hen-
dido por abismales brechas socioculturales, entre las cuales el
poblador latinoamericano realiza la hazaña de tender puentes
transculturadores y construir, azarosamente, los distintos mesti-
zajes.3 Es esta particularidad ostensible del referente para el que
fue concebida, la que convierte a la heterogeneidad en una catego-
ría descriptiva e interpretativa especialmente potente.
3
Esta heterogeneidad es la que Roberto Paoli no veía cuando le objetaba a
Cornejo Polar que toda región es heterogénea y que el concepto resulta por lo
tanto demasiado general. Es cierto, toda realidad es heterogénea; pero ésta lo
es más, al punto de convertir en rasgo fundamental y ostensible lo que en
otras realidades, digamos Italia, es un rasgo que compite con niveles obvios
de homogeneidad. Cf.: Roberto PAOLI , «Sobre el concepto de heterogeneidad:
a propósito del indigenismo literario», en Revista de Cr ítica Liter ar ia
latinoamericana, VI, N.º 12. Lima: julio-diciembre, 1980.

20
M ás potente aún, porque incluye los componentes social e his-
tórico. La heterogeneidad propuesta por Cornejo Polar, en efecto,
no es un concepto desnudo o vacío, dotado nada más que de un
contenido abstracto, vagamente cultural o vagamente literario, sino
un concepto firmemente anclado en la sociedad y en la historia,
tanto como en la cultura. M ejor aún, anclado en la interacción de
sociedad, cultura e historia, tal como ha sido especificado en aque-
llas ocasiones en que el autor ha enunciado la noción completa
de su categoría, sea bajo la designación de «heterogeneidad bási-
ca», que investigaremos más adelante, o de «universo heterogéneo»,
aplicable especialmente al mundo andino, que él entiende como
una «realidad dividida y desintegrada», marcada por «una rela-
ción de dominación y dependencia, relación derivada del desa-
rrollo desigual de [sus] espacios sociales».4 A sí, en contraste con
las otras categorías aquí consideradas, como transculturación,
mestizaje, diversidad, alternatividad o hibridez, que aluden a pro-
cesos meramente culturales o raciales, el concepto de heteroge-
neidad refiere a los procesos históricos que arraigan en la base mis-
ma de las diferencias sociales, culturales, literarias, etc., de la rea-
lidad latinoamericana. Incluso, en la base de las diferencias cul-
turales y raciales que funcionan como establecedoras de clases en
América Latina: el indio, el negro, el mestizo.
La heterogeneidad es además el futuro más visible de A méri-
ca Latina. Quinientos años de choque cultural no han hecho más
que añadir diversidad y conflicto a la heterogeneidad de base. Sea-
mos claros: la diversidad no va a desaparecer de la noche a la ma-
ñana. Y es más: ahora resulta que tampoco queremos que desapa-
rezca, pues es parte de nuestra riqueza cultural y base imprescin-
dible de nuestro futuro. Es del lado del conflicto donde sí pode-
mos y debemos trabajar desde ahora por un cambio radical, que
invierta el sentido de la historia y nos permita vivir, como se dice
últimamente en medios menos heterogéneos, celebrando nuestra (no
simplemente la) diversidad. A quí, como bien ha visto Cornejo Po-

4
«El indigenismo y las literaturas heterogéneas: su doble estatuto sociocultural»,
en CORNEJO 1982: 80.

21
lar, la tarea es política, ya no meramente literaria, ni cultural. Yo
añadiría que todavía cabe desarrollar una cultura política que alla-
ne el paso a una política de la diversidad cultural sin conflictos
sociales. Esa podría ser una de nuestras contribuciones a la socie-
dad humana. Tenemos las condiciones materiales y conceptuales
para realizarla; y la realizaremos, siempre que persistamos en una
heterogeneidad de signo enderezado y positivo.
Contra la heterogeneidad afirmada y positiva se alza el equí-
voco del mestizaje generalizado y homogeneizante. A unque mes-
tizo yo mismo, no creo que un mestizaje de aspiraciones univer-
salistas sea la solución al conflicto de A mérica Latina. Por mucho
tiempo el mestizaje fue postulado entre nosotros —en una suerte
de adaptación local del universal iluminista— como el recurso
allanador de las diferencias y evaporador de los conflictos que en
ellas se sustentan. Pero esa tesis falla básicamente porque se apo-
ya en criterios de raza («raza de bronce», «raza cósmica»), y bien
sabemos que a las razas les toma biológicamente mucho tiempo
para resolverse en un tercero uniforme y general. Además, yo creo
que falla también moralmente, porque supone una suerte de geno-
cidio blando: implica en el fondo y a la larga la extinción de cier-
tas razas primarias; en este caso las razas india y negra. Es cierto
que un honorable horizonte de mestizaje se ensancha por cuenta
propia en la realidad que llamamos A mérica Latina, pero hay que
reconocer que ese mestizaje no constituye un proceso homogéneo
ni mucho menos, sino un conjunto muy heterogéneo de mestizajes,
que visiblemente desdice la unificación utópica soñada por
Vasconcelos. Ejemplo de ello puede verse en Venezuela, donde la
cultura llanera se codea con las culturas afro-caribeña, andina,
amazónica y metropolitana. Seamos realistas, otros quinientos años
de historia no van a diluir las diferencias culturales y raciales que
esa heterogeneidad supone, sino que las van a descomponer en
grado e influencia, a diversificar también y a ahondar en ciertos
casos. De modo que no cabe confiarle al mestizaje la solución a
las tensiones y contradicciones de estos pueblos. A rgumentar en
ese sentido es supeditar a la naturaleza nuestras acciones políticas,

22
y, con ello, postergar históricamente la verdadera integración de
A mérica Latina.
En suma, la heterogeneidad es la condición esencial de A mé-
rica Latina. A ntonio Cornejo Polar lo entendió así y planteó su tra-
bajo crítico, ya en etapas tempranas, a partir de un reconocimien-
to digamos epistemológico de esa condición —de ese a priori, se-
gún dijera él mismo—, como condición necesaria para un trabajo
serio y riguroso, respetuoso también de la múltiple y conflictiva
realidad que venían escamoteando los criterios homogeneizantes.
Entonces llevó a nivel de una «conciencia primaria» el análisis de
los componentes históricos de A mérica Latina, lo que «hace
discernible de inmediato el desigual desarrollo de las regiones y
hasta de los países que forman Latinoamérica, y al mismo tiempo
[...] evidencia la reproducción de esa heterogeneidad básica al inte-
rior de cada uno de ellos, casi sin excepciones».5
A nte esa heterogeneidad básica —que luce compleja y sin so-
lución de continuidad— la propuesta de Cornejo Polar es lúcida-
mente una de cambio de signo: hacer que esa heterogeneidad deje
de ser base de desigualdades y de explotación, como ha sido en
A mérica Latina durante los últimos quinientos años, y hacer que
se viva —a la luz de la convicción de A rguedas al final de sus
días— fraternal y jubilosamente. N o es pues sólo una propuesta
de reconocimiento y respeto cognoscitivos, sino también —y sobre
todo, diría yo— una de apuesta a favor de la sociedad futura de
Nuestra América. Una propuesta de afirmación positiva y optimis-
ta, que redima un presente y un pasado más que insatisfactorios,
y que tienda ya no a la cancelación de la pluralidad sociocultural
de estas patrias, sino a su regeneración, es decir a su preservación
dentro de una perspectiva descolonizada y justiciera. Lo dice con
claridad en una brillante página referente a la literatura peruana,
pero referente también —por virtud de las ampliaciones sinec-
dóquicas a que nos tiene acostumbrados desde el inicio de sus
5
En «Para una agenda problemática de la crítica literaria latinoamericana; diseño
preliminar», ensayo leído en Casa de las Américas, La Habana, enero de
1981. Recogido en Sobre literatura..., pp. 33-41. El texto citado aquí aparece
en la p. 36; el énfasis es mío.

23
trabajos6— a la literatura y la realidad latinoamericanas. «En este
sentido la imagen desiderativa de la literatura peruana [dice] no
tiene por qué seguir dependiendo de una idea de unidad abstrac-
ta, que en el fondo sería sólo la universalización del patrón domi-
nante; al contrario, puede y debe postularse la preservación de su
multiplicidad, siempre que pueda desligarse de su actual significado opre-
sivo. Sólo desde esta perspectiva la pluralidad se convierte en ple-
nitud. La realización de esta alternativa, que A rguedas expresó
como la opción del hombre peruano de “ vivir feliz todas las pa-
trias” , no es ya tarea literaria: es obra política».7 En esta cita la ape-
lación final a Arguedas, que supone una lectura correcta de la pro-
puesta cultural del etnólogo y novelista peruano, es precisamente
la que permite la extensión de la idea de preservación hacia ámbi-
tos de cultura y realidad histórico-social.
Ésta es, pues, la idea central de este trabajo: destacar la impor-
tancia y fuerza hermenéutica de la categoría de A ntonio Cornejo
Polar y situarla correctamente en el contexto conceptual de los es-
tudios literarios y culturales de A mérica Latina. En lo que sigue
voy a añadir algunas notas y reflexiones que amplían, modulan y
solventan esta idea.

Soci edades heterogéneas

A quienes quisieran argumentar de entrada que Cornejo Polar ha


trabajado la heterogeneidad en discursos literarios biculturales (el
indigenismo, las crónicas, la poesía de la independencia) y que
no ha sido muy explícito a nivel de la heterogeneidad básica de la
realidad latinoamericana, les quiero recordar que precisamente
nuestro autor ha podido ser lúcido a nivel de discursos hete-
rogéneos porque partía (y parte) de una noción consistente de
6
La lógica que anima estas ampliaciones parece ser la siguiente: la literatura no
es propiamente parte destacada de la realidad, sino su manifestación más
conspicua. En ese sentido la literatura, como conjunto y como sistema, expresa
la realidad; es signo de la realidad.
7
En «El problema nacional en la literatura peruana», publicado originalmente
en Quehacer , Lima, 4 de abril de 1980. Incluido en CORNEJO 1982: 19-31. La
cita corresponde a la p. 31; el énfasis es mío.

24
cultura latinoamericana, descentrada y desjerarquizada avant la
lettre, basada en el re-conocimiento de su complejidad y en el res-
peto a su alteridad esencial;8 también que esa noción trasmina to-
dos sus trabajos críticos, y a veces emerge en expresiones inequí-
vocas y certeras, como ésta de un ensayo de 1977: «estoy pensan-
do [...] en la conflictividad implícita en una literatura producida
por sociedades internamente heterogéneas, multinacionales inclu-
so dentro de los límites de cada país, señaladas todavía por un
proceso de conquista y una dominación colonial y neocolonial».9

A l teri dad, otredad, di versi dad, pl ural i dad, total i dad y


contacto cul tural (o zonas de contacto)

Éstas son nociones que están todas implicadas o referidas por la


heterogeneidad. A lteridad (y su versión actualmente más al uso,
otredad —otherness en inglés) es un sinónimo débil de heteroge-
neidad. Su etimología latina no incluye la noción de raza, clase y
género comprendida por el genus de la palabra con etimología grie-
ga. Diversidad y pluralidad, empleadas a veces por Cornejo Polar
para argumentar su sistema, refieren al cuadro sociocultural en
que más de dos componentes están en juego. M uestran la varie-
dad de elementos, a menudo en desarmonía (y para eso nuestro
autor ha acuñado la expresión de pluralidad conflictiva), aunque
no enfatizan las diferencias internas tanto como lo hace la noción
de heterogeneidad. El cuadro completo es referido por la noción
de totalidad, en que Cornejo Polar ha puesto a menudo el énfasis
tanto para oponerla a unidad, que referiría a una homogeneidad

8
En un discurso temprano de su carrera, durante el acto inaugural del Primer
Encuentro de Narradores Peruanos, en junio de 1965, Cornejo Polar ya
postulaba la necesidad de atender a las heterogeneidades y a la problemática
histórica que entrañan; señalaba el rol de la literatura frente a «un modo
peruano de ser, aquí y ahora, en la encrucijada de las culturas, en el conflicto
de las razas, en el disloque y miseria de nuestra sociedad». Primer Encuentro...
Lima: Casa de la Cultura del Perú, 1969, p. 20.
9
En «Problemas de la crítica, hoy», en Texto Crítico, III, 6, Veracruz, enero-
abril de 1977. Reproducido en CORNEJO 1982: 13-17. La cita corresponde a la
p. 15.

25
placentera y falaz, cuanto para precisarla en su aplicación a la
realidad histórica que le interesa: habla así de una totalidad con-
flictiva, y aun contradictoria; es decir, de una heterogeneidad
trasminando conflictivamente todas las áreas y niveles de A méri-
ca Latina. Se le opondría la noción de totalidad armónica, que
aunque no ha sido utilizada por Cornejo Polar está en la base
desiderativa de ciertas páginas suyas, como la que se cita al final
del apartado anterior. El contacto, finalmente, señala una de las
condiciones de la heterogeneidad: el punto de proximidad en que
al menos dos realidades comienzan a interactuar; es decir, el mo-
mento mismo en que puede hablarse de la heterogeneidad de un
espacio sociocultural. La noción de contacto cultural, y su corre-
lativa de zonas de contacto, es, dentro de la noción de dinámicas
de relación de lo heterogéneo, básica para recomenzar a estudiar,
como veremos, la transculturación.

H eterogenei dad, transcul turaci ón, mesti zaj e

Estas categorías no son lo mismo, ni refieren al mismo asunto. Val-


ga la aclaración inicial, porque a veces se las confunde: se toma
una como equivalente a otra (transculturación por mestizaje), o se
estudia una dentro de la fenomenología de otra (heterogeneidad
como parte de transculturación).10 La mejor manera de establecer
una distinción funcional en este conjunto consiste en introducir
en el sistema la oposición: proceso/resultado.
La transculturación es un proceso cultural que tiene que ver con
el traslado de contenidos culturales de una cultura a otra. Quien
acuñó el concepto, Fernando Ortiz, explicaba que la transcul-
turación tiene que ver con la pérdida y la ganancia parciales de

10
Ejemplos de estas asociaciones conceptuales, ambigüedades y traslapos
semánticos se hacen visibles en el capítulo primero, «Transculturation and
the Ambiguity of Signs in Latin America», del libro de Silvia SPITTA , Between
Two Waters. Narratives of Transculturation in Latin America. Houston: Rice
University Press, 1995, pp. 1-28. En dicho capítulo se reseña extensamente
el proceso de constitución y aplicación de la categoría de transculturación en
América Latina.

26
contenidos y prácticas culturales. En sus propias palabras: «una
parcial desculturación [...] significa la consiguiente [...] neocul-
turación».11 Pero, para hacerle honor al propio Ortiz, la categoría
necesita ser replanteada y, en cierto modo, extendida. Después de
todo, hay también transculturación —en el sentido de «paso de
una cultura a otra»12— sin pérdida previa de componentes cultu-
rales, a menos que se tome como pérdida la disminución en la fre-
cuencia de ciertos usos culturales. Puede constatarse lo anterior a
nivel de individuos cuando éstos aprenden una lengua extranjera
y, con ella, el sistema cultural que la anima, o a nivel de socieda-
des cuando éstas aceptan los sistemas de otras culturas sin renun-
ciar a los propios. Estoy pensando por ejemplo en la cultura ali-
menticia de los Estados Unidos, que se ha abierto al mundo sin
renunciar a sus propias tradiciones. Y es que las culturas, a dife-
rencia de lo que pensaba Ortiz, no son recipientes llenos, a los que
hay que descargarles algo para introducirles nuevos elementos. Las
culturas simplemente se extienden, aumentan y crecen, cuando es
necesario. N o necesitan perder elementos para ganar los de otras.
Les basta con tomarlos y hacerlos funcionar dentro de su sistema.
Es, al menos, lo que ha pasado con la transculturación que viaja
de A mérica a Europa tras el descubrimiento. Por otro lado, tam-
bién las culturas disminuyen, se encogen y hasta se extinguen, sin
intentos visibles de revertir su proceso de involución. ¿Qué pasó
con los antiguos olmecas? ¿Y con los teotihuacanos? Quedan sus
signos, parcialmente descifrados, pero faltos del sistema de cultu-
ra que los hacía plenamente significativos. Entonces, para com-
pletar el esquema transcultural de Ortiz habría que decir también
que hay pérdidas sin ganancias aparentes.
M estizaje y heterogeneidad (una heterogeneidad que debo lla-
mar secundaria, o afirmada, para distinguirla de la heterogenei-
dad básica o primaria) son, a su vez, los resultados polares de la
11
Fernando ORTIZ, Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar . Caracas:
Biblioteca Ayacucho, 1978, p. 96. Los énfasis son de Ortiz.
12
La cita es de Gonzalo A GUIRRE BELTRÁN (1957) incluida aprobatoriamente por
Ángel RAMA en Transculturación narrativa en América Latina. México: Siglo
XXI, 1982, p. 33, nota 22.

27
transculturación. Decir «resultado» no implica sugerir un estado
inerte y petrificado, sino un conjunto dinámico de distintos proce-
sos secundarios controlados por la misma polaridad. El mestizaje
cultural, como su homólogo, el mestizaje racial, tiende a la crea-
ción de un nuevo espécimen dentro de la línea aglutinante, disol-
vente de las diferencias. Su característica es la solubilidad de los
ingredientes, es decir, su capacidad de establecer un continuum
existencial, sin fisuras aparentes, adscribible, como se ha visto, a
la noción de homogeneidad. De ahí que la epifanía utópica del
mestizaje haya sido ese discurso entrópico, homogeneizante e
igualador de tensiones internas llamado «raza cósmica».13
La heterogeneidad, en cambio, tiende a la individuación de los
especímenes en contacto, dentro de la línea alterizante basada en
la afirmación de las diferencias. Su característica es la insolu-
bilidad de los elementos en juego, es decir, su capacidad de afir-
mar la discontinuidad cultural, esto es, de marcar las fisuras que
establecen la pluricultura. Lo que no significa que la heterogenei-
dad destruya las posibilidades de mestizaje, entendimiento o con-
flicto culturales. N o ignora el contacto, sino que lo explica y aun
busca plantearlo en un sentido constructivo.
Desde esta perspectiva, entonces, la transculturación es un
proceso que debe ser entendido como operador de mestizaje o de
heterogeneidad secundaria. Esto es, como base fenoménica de los
mestizajes y las alteridades de A mérica Latina.

D e l a heterogenei dad bási ca o pri mari a


a l a heterogenei dad di scursi va

El ámbito latinoamericano, como el mundo en general, es históri-


camente heterogéneo. Más heterogéneo aún, es decir, profundamen-
te heterogéneo, desde el descubrimiento y la conquista, en que en-
tran en juego nuevos organizadores culturales —lo que podríamos
llamar distintas epistemes de cultura y civilización— que, grosso
13
José V ASCONCELOS, La raza cósmica; misión de la raza iberoamericana;
notas de viajes a la América del Sur . París: Agencia Mundial de Librería,
[1920?]

28
modo, oponen la llamada civilización occidental al conjunto de
las culturas amerindias. Para citar un solo caso de esa oposición
extremada: desde el primer contacto Europa aporta una noción ins-
trumental de la naturaleza que no se compadece para nada de la
noción fuertemente panteísta de los precolombinos.
La heterogeneidad básica, que es condición previa a toda re-
flexión sobre la problemática sociocultural de A mérica Latina, no
es un sobreentendido pasado por alto en la reflexión de A ntonio
Cornejo Polar, sino un punto de partida en el estudio de lo real,
y también una categoría de análisis. A diferencia de estudiosos
anteriores que refieren a esa condición previa en términos de
«contacto cultural»,14 con lo cual se escurre el problema de base,
esto es la diferencia misma que permite incluso postular un con-
tacto, y se prepara el terreno para destacar nada más que las ne-
gociaciones semióticas permitidas por la heterogeneidad, esto es
la aculturación y la transculturación, Cornejo Polar confronta sin
dilaciones la condición conflictiva de base y aun la menciona por
su nombre. Ya en el ensayo de 1977, como hemos visto, habla de
«sociedades internamente heterogéneas», en el sentido de reali-
dades que entrañan una diferencias de base; y luego, en un tra-
bajo de 1980, puede explicar la raíz del indigenismo en las «ten-
siones extremas» de la realidad que lo origina:
La operación productora del indigenismo supone tensiones extre-
mas: trata de poner en relación no sólo la realidad, lenguaje y
cultura de distintos estratos de una misma sociedad, sino de dos
universos diferenciados y contradictorios: el indígena y el occiden-
talizado, lo que implica enfrentarse a los conflictos propios del bi-
lingüismo más rotundo (no sólo quechua/ español, sino también
oralidad/ escritura), del disloque de dos cosmovisiones con raciona-
lidades no compatibles y de la desarticulación profunda, por lo me-
nos durante un gran trecho de su recorrido histórico, de dos

14
Por ejemplo Melville Herskovits (1938) y José Luis Romero (1944), referidos
por Ángel RAM A en una nota al pie de la p. 32 de su Transculturación
narrativa... Más recientemente: Gerhard K UBICK , «Ethnicity, Cultural Identity,
and the Psycology of Culture Contact» en G. H. B EHAGUE, Music and Black
Ethnicity: The Caribbean and South America. New Brunswick, 1994.

29
estructuras sociales que inclusive se fundan en distintos modos
de producción económico-social. M ás todavía: entre uno y otro
universo la relación es de violencia, más de una vez sangrienta,
como que proviene de un hecho de conquista y colonización.15

A sí, con estos análisis que insertan las heterogeneidades


discursivas en la heterogeneidad del mundo que las produce, Cor-
nejo Polar analiza y argumenta de una manera distinta y profun-
da las cuestiones del otro y la otredad; y hasta se adelanta, a su
manera, a las disquisiciones europeo-norteamericanas que, sobre
el tema, se pusieron luego más de moda.16
Cierto que la raíz de las preocupaciones de Cornejo Polar está
en «el doble estatuto socio-cultural» de las literaturas heterogéneas,
como la indigenista, la cronística, la novela de lo real maravilloso,
o la poesía negrista, pero en la explicación que da de ese doble
estatuto se perfila inequívocamente la índole de heterogeneidad
sociocultural de base. A sí dice de la literatura indigenista que es
un conjunto discursivo que circula en una cultura, pero que refie-
re a otra, a la que trata de revelar y entender. La heterogeneidad
es, pues, su naturaleza constitutiva. A hora bien, desde una pers-
pectiva semiótica resulta que toda heterogeneidad cultural impli-
ca la producción de signos referentes al otro. De hecho, no hay
culturas en contacto que se ignoren radicalmente. Ellas, aunque
sólo sea por razones de seguridad, tratan de comprenderse, es de-
cir, de emitir signos sobre lo alterno. Es por ello que la formula-
ción crítica de Cornejo Polar puede saltar hacia un enunciado des-
criptivo de alcance teórico general, el mismo que puede ser articu-
lado así: en la heterogeneidad cultural todo signo referente a la

15
En su «El problema nacional en la literatura peruana», en CORNEJO 1982. La
cita corresponde a la p. 29; los énfasis son míos.
16
En general partir del ensayo de Michel de CERTEAU: «Montaigne’s “Of Cannibals”:
The Savage “ I” » (aparecido primero en francés en 1981, dentro del volumen
editado por M. Olender: Le Racisme) incluido como capítulo 5 en el libro de
CERTEAU: Heterologies. Discourse on the Other . Minneapolis: University of
Minnesota Press, 1986. Más cercanamente a partir del ensayo de L. S. PICCHIO:
«The Portuguese, Montaigne and the cannibals of Brazil: The problem of the
“ Other” », en Portuguese Studies, 6, London: 1990, pp. 71-84.

30
otra cultura entraña homológicamente la heterogeneidad de base.
Es, por naturaleza, un signo heterogéneo. Esta formulación la po-
demos ver contenida en un texto suyo de 1981, cuando habla del
«entrecruzamiento de factores de dispar naturaleza», en que:
... un solo proceso productivo pone en relación componentes de
diverso signo sociocultural , a través de procedimientos muy cam-
biantes, que no sólo indican el sesgo ideológico de las perspec-
tivas de origen, sino, sobre todo, reproducen la desmembrada
constitución de nuestras sociedades, la heterogeneidad de su pro-
ducción simbólica y —al mismo tiempo— su configuración ines-
table y fluida dentro de lo que se ha denominado totalidades
conflictivas.17

La transcul turaci ón

La transculturación no es propiamente una categoría descriptiva


de la realidad latinoamericana, como la heterogeneidad o —par-
cialmente— el mestizaje, sino una parte destacada de las dinámi-
cas de la heterogeneidad.
Para entenderlo mejor habría que imaginar teóricamente el «gra-
do cero» de la problemática de la pluralidad: el estado virtual en
que sólo una cultura existe en todo el horizonte de realidad (lo
que hoy es A mérica Latina, por ejemplo). Entonces estaría elimi-
nada de cuajo toda la discusión: no hablaríamos —no podríamos
hablar— de heterogeneidad, transculturación, ni de mestizaje; tam-
poco de culturas alternativas, acriollamiento, canibalización cul-
tural, hibridez, caos cultural, etc.;18 ni mucho menos de pluralidad
17
En «Para una agenda problemática...», en CORNEJO 1982: 40; énfasis míos.
18
En esta lista están de algún modo comprendidas, como ya habrá entendido el
lector, a más de las ya aludidas posiciones de Cornejo, Ortiz, Rama y
Vasconcelos, las de Martin L IENHARD («Prólogo» a su La voz y su huella.
Hanover: Ediciones del Norte, 1991), Edouard GLISSANT («Creolization in the
Making of Americas» en HYATT (ed.), Race, Discourse and the Origin of the
Americas. A New World View. Smithsonian Institute Press, 1995), Oswald de
A NDRADE: «Manifiesto Antropófago» en su Obra escogida. Caracas: Biblioteca
Ayacucho, 1981), Néstor GARCÍA CANCLINI (Culturas híbridas: Estrategias
para entrar y salir de la modernidad. México: Grijalbo, 1990) y Antonio

31
conflictiva, que es otra de las categorías con que Cornejo Polar en-
tra en esta discusión. Pero basta la presencia de una segunda cul-
tura en el mismo espacio de realidad para que se genere todo el
asunto de la heterogeneidad, y para que entre las dos culturas en
juego se establezca luego una gran variedad de dinámicas de con-
tacto, históricamente documentables, tales como la transcul-
turación, el mestizaje, la reciprocidad, la dominación, el colonia-
lismo, la exclusión, el desplazamiento, la opresión, la explotación,
la extinción y la resistencia.
La transculturación, como su nombre lo indica, implica un tras-
lado de componentes culturales de un grupo a otro. Componentes
de la más diversa índole, desde contenidos y signos hasta tecno-
logías y otros productos que llamamos de civilización. En efecto,
dos culturas en contacto se plantean primero la necesidad de com-
prenderse, es decir, de comprender al sujeto de la otra cultura —al
otro, en su otredad: ¿quién es?, ¿qué significa?, ¿qué amenaza o
beneficio implica? A sí los diarios de Cristóbal Colón, o la carta de
Vaz de Caminha al Rey don Pedro de Portugal, por un lado, y los
textos indígenas de la conquista editados por León Portilla y
Garibay,19 por otro, buscan contentar la necesidad cognoscitivo-
explicativa que surge de esa heterogeneidad básica. En este pri-
mer nivel de comprensión de sujetos heteroculturales ya es denso,
sin embargo, el juego de las imágenes cruzadas: quién soy yo, quién
es él, quién soy yo para él, quién cree que es él para mí, quién creo
que soy yo para él, etc.20
Pero hay tipos y grados de transculturación. Los traslados o
intercambios de objetos, tecnologías, usos y costumbres constitu-
yen un tipo de transculturación que llamaríamos de materialidad
tangible. A menudo las transferencias materiales suponen el uso
de la fuerza y se vinculan con las otras dinámicas del contacto

B ENÍ TEZ ROJO («The Polyrhythmic Paradigm: The Caribbean and the
Postmodern Era» en HYATT y N ETTLEFORD (eds.) 1995).
19
Miguel L EÓN PORTILLA y Ángel Ma. GARIBAY: Visión de los vencidos. Relaciones
indígenas de la conquista. México: UNAM, 1959.
20
Véase las formaciones imaginarias de la enunciación descritas por M. PÊCHEUX
en su Analyse Automatique du Discours. París: Dunod, 1969.

32
que hemos mencionado más arriba: el colonialismo, la explotación,
etc. El intercambio de valores, concepciones, visiones y categorías
constituye otro tipo de transculturación que podríamos llamar de
orden filosófico. N os interesa particularmente el tipo de transcul-
turación que maneja signos, referentes y discursos, al que podría-
mos llamar transculturación semiótica.
Transferir imágenes del otro y producir interpretantes del otro
es entrar en el grado mínimo de la transculturación semiótica. Otros
grados serían el intercambio de discursos —ya no sólo de significa-
dos— como los relatos del Génesis, o la Pasión de Cristo, para refe-
rirme a una transculturación que opera en el ámbito indígena, o el
relato del Dorado, para referirme a la que opera en el ámbito de los
conquistadores españoles. En grados más elaborados de transcul-
turación semiótica están los discursos que en el proceso de referen-
cia a la heterogeneidad de mundo devienen heterogéneos ellos mis-
mos. Cornejo Polar y Á ngel Rama los han estudiado brillantemen-
te, a veces con coincidencia de objeto, como en el caso de la
novelística de José María Arguedas. El primero ha puesto el énfasis
en las referencias, y, a partir de ahí, en la naturaleza dual —el do-
ble estatuto sociocultural, ha dicho— de las literaturas heterogéneas,
como el indigenismo, la gauchesca, el negrismo, la cronística, o la
poesía indígena de la conquista: son, como se ha dicho, conjuntos
discursivos que circulan en una cultura, pero que refieren a otra, a
la que tratan de revelar y entender. Rama, en cambio, ha puesto el
énfasis en la constitución misma del signo literario: ante las presio-
nes literarias de la cultura burguesa capitalista y metropolitana, cier-
tas literaturas regionalistas, en su lucha por salvar estimables valo-
res y contenidos culturales propios, se desprenden de sus formas
tradicionales y dejan el espacio libre para el ingreso de formas
vanguardistas y metropolitanas, a la vez que para formas más tra-
dicionales y locales aún, que estaban relegadas incluso en su ámbi-
to regional, para constituir una literatura ciertamente transculturada,
y profundamente heterogénea. Es el caso de la gran novela de Rulfo,
en que el hablar de las comadres de pueblo se mezcla con un
fragmentarismo y una técnica narrativa vanguardistas. A esta no-
vela —y a la ejemplificada por Guimarães Rosa, García M árquez,

33
Roa Bastos y Arguedas— Rama la ha llamado novela de la transcul-
turación narrativa.21 En un caso equivalente, como es el de las cró-
nicas, Cornejo Polar también ha dedicado especial atención a este
tipo de heterogeneidad (o de transculturación, como guste el lector)
en que la forma discursiva se modifica por presiones exteriores,
como del universo heterogéneo que representa. Dice, con referencia
a la crónica de Guamán Poma: «el referente puede imponer ciertas
condiciones y generar una modificación en la estructura formal de
las crónicas».22
En cualquier caso, quede claro que hay heterogeneidad dis-
cursiva (como dice A ntonio Cornejo Polar) porque hay heteroge-
neidad de mundo, o heterogeneidad básica. O para referirme a la
función que comunica y hace posible ambas heterogeneidades
(de mundo y discursiva): quede claro que hay transculturación
discursiva (o literaria, o narrativa, como diría Rama) porque hay
heterogeneidad de mundo; y que hay heterogeneidad discursiva
porque hay dinámicas de transculturación generadas por la hete-
rogeneidad de mundo.

Semi óti ca de l a heterogenei dad di scursi va.


La pl uri cul tura

El modelo de los discursos heterogéneos de Cornejo Polar supone,


en su apartado de producción, y en su nivel de excelencia, a un
sujeto bicultural o multicultural en capacidad de entender, usar y
reproducir los signos de otra cultura, a la vez que los signos pro-
pios: sería el caso extremado de A rguedas, pero también el de los
otros «transculturadores» mencionados por Rama; además, el caso
de otros transculturadores memorables, como Nicolás Guillén, M i-
guel Á ngel A sturias, M ario de A ndrade, o César Vallejo. Estos
heterogéneos culturales (o pluriculturales, no meramente mestizos
culturales) despliegan un mérito enorme en tanto que «herma-
nadores» de culturas y aproximadores de registros discursivos (los
21
Ángel RAMA 1974. Este ensayo fue notablemente ampliado (y en cierto modo
corregido) en los dos primeros capítulos de Transculturación narrativa...
22
Sobre literatura…, en CORNEJO 1982: 77.

34
de oralidad y escritura, por ejemplo). Ellos, mediante el acto
semiótico que supone la producción de signos cuyos contenidos y
valores son los de otros sistemas y culturas, representan el mo-
mento glorioso en que una cultura intenta establecer un inter-
pretante complejo, fiel y viable del otro, de sus modos de figura-
ción discursiva y simbólica. Desde esa perspectiva, la heterogenei-
dad de que habla Cornejo Polar no es el mero contacto de cultu-
ras, ni la pluralidad conflictiva de mundo, o la totalidad contra-
dictoria que él señala en otros lugares; ni el mestizaje cultural (o
su isótopo, la hibridación), ni los procesos de transculturación: es
el acto semiótico que surge de la heterogeneidad básica o de mun-
do y que implica la comprensión profunda y honesta de la cultura al-
ternativa. Cierto que en ese acto está entrañada la posibilidad de
una falsa representación, o de un entendimiento subjetivo y ten-
dencioso del otro, como diría S. Wynter.23 Pero una vez que ha sido
señalada y aun documentada esta posibilidad de malversación
intercultural, es más fácil mantenerse en la semiosis correcta, y
menos difícil provocar las acciones que verdaderamente nos lle-
ven a vivir celebrando la diversidad.
A ntonio Cornejo Polar está, pues, en la senda correcta. A tra-
vés de sus estudios sobre A rguedas, la literatura indigenista, y
otras literaturas heterogéneas y alternativas, él ha venido privile-
giando, como un desideratum implícito, pero continuo, una hetero-
geneidad semiótica humanista y esperanzadora. Una heterogenei-
dad que destaca el respeto al otro y su derecho a una vida social y
humanamente satisfactorias, a través de la comprensión de la den-
sa problemática histórica de la alteridad. De eso se trata. H acia
eso apunta el futuro tangible de A mérica Latina. Y a eso precisa-
mente ha dedicado nuestro autor su vida intelectual hasta el pre-
sente. Por eso suscribió jubilosamente la epifanía multicultural de
A rguedas: la posibilidad de «vivir feliz todas las patrias».

Lyme, New Hampshire, abril de 1996.

23
Sylvia WYNTER, «1492: A New World View», en V. L. HYATT y R. NETTLEFORD
(eds.) 1995.

35
—I I —
Suj eto heterogéneo y mi grante.
Consti tuci ón de una categoría de estudi os cul tural es*

[...] desde que el azar me puso por algunos años en el


Primer M undo lo mejor que he descubierto es que yo
también soy irremediablemente (¿y felizmente?) un
confuso y entreverado hombre heterogéneo.
A ntonio Cornejo Polar, Escribir en el aire.

El suj eto y sus dobl es

La idea central de este trabajo es simple: el sujeto migrante de que


habla A ntonio Cornejo Polar es, ante todo, y por su propia natu-
raleza, un sujeto heterogéneo. La idea concomitante es que dicho
concepto, elaborado por el autor durante los últimos años de su
vida, es el resultado de la evolución natural de su pensamiento
sobre la categoría de la heterogeneidad. Bien visto, consiste en la
incorporación de la heterogeneidad en un mismo sujeto, como re-
sultado del acto de migrar. El sujeto, así, es entonces internamente
heterogéneo.
Las consecuencias de una concepción heterogénea del sujeto
son varias. Entre las principales diría yo que está la de disolver la
noción coherente, unitaria y homogénea del sujeto, que es una cos-
tumbre intelectual de Occidente (y del mundo occidentalizado) des-
de, al menos, el siglo XIX. También la de poder explicar, ahora con
más —y nuevos— argumentos, asuntos que, a su modo, exponía
la noción de «sujeto colonial», colonizador o colonizado (A DORN O
1988: 55). Ésta, en efecto, planteaba las figuraciones y tribulacio-

*
Se publicó en SCHM IDT-W EL L E, Friedhelm (ed.), Antoni o Cor nej o Pol ar y
l os estudi os l ati noamer i canos. Pittsburgh-Berlín: Instituto Internacional
de L iteratura Iberoamericana e Ibero-A merikanisches Institut, 2002,
pp.173-194.

[37] 37
nes del sujeto frente a un mundo dividido y jerarquizante.1 La no-
ción de Cornejo Polar propone interiorizar ese mundo, es decir sus
encontradas historias, sus ejes culturales, valores, códigos y sig-
nos, y llevar los debates y las posibles negociaciones a la esfera
íntima del sujeto, donde pueden ser procesados por los registros
bi o multiculturales del individuo.
Desde la perspectiva de este trabajo, empero, la consecuencia
más importante es la de permitir la existencia de un tipo nuevo y
rotundo de sujeto, el sujeto migrante, cuyos debates y negociacio-
nes internos son distintos de los del sujeto viajero —permítaseme
la expresión— que observa y hasta presenta el mundo y sus dife-
rencias sin interiorizar los debates, ni asumir personalmente los
nuevos ejes culturales como necesarios recursos de vida. Entién-
dase entonces que el modelo de nuestro autor incluye e imagina
otros sujetos heterogéneos, pero es el sujeto migrante el heterogé-
neo por excelencia, pues una razón de necesidad le hace fagocitar
culturas y lenguas sin diluir sus diferencias y problemas, sino más
bien acentuándolos.
Quede claro que lo que sigue no pretende ser fiel a su pensa-
miento —unas pocas páginas no podrían dar cuenta de un vasto,
rico y complejo sistema— pues busca apenas sumarizar unas lí-
neas, extremarlas en su intención, sopesar sus alcances, e insinuar
la ampliación del modelo que las acoge. Sé que hay momentos de
lo que digo a continuación que no suscribiría Cornejo Polar, sea
porque no le hacen cabal —o aun ninguna— justicia, o porque ane-
gan territorios que él no habría calculado tocar. Asumo mi respon-
sabilidad y mis riesgos. Y asumo también el hecho de que, sin es-
tos últimos, ninguna reflexión crítica (o metacrítica) podría hacer
avanzar siquiera un mínimo los conceptos.

1
Escribe al respecto R. Adorno, en términos adscribibles a una noción exte-
riorizante del sujeto: «Los discursos creados sobre –y por– el sujeto colonial
no nacieron sólo con el deseo de conocer al otro sino por la necesidad de
diferenciar jerárquicamente el sujeto del otro: el colonizador de las gentes que
había tratado de someter y, al contrario, el colonizado de los invasores que lo
querían sojuzgar». (A DORNO 1988: 66).

38
Una progresi ón heterogénea

La noción de sujeto migrante no significó un cambio de registro


en el sistema de pensamiento de A ntonio Cornejo Polar, sino una
elaboración realizada dentro de las posibilidades de ese sistema y
por impulso de las demandas intelectuales que le planteaban el
momento histórico y las circunstancias que le tocaba vivir. Para
entonces el autor había migrado como docente universitario a los
EE.UU., después de su agobiante experiencia como Rector de San
M arcos (BUEN O 1999), y había logrado retomar los hilos de su in-
vestigación sobre las heterogeneidades, suspendida tres o cuatro
años antes. Entonces su trabajo atestigua el encuentro de la crítica
del sujeto —que ya preocupaba al latinoamericanismo antes que
los estudios postmodernos ahondaran en ella2— con la línea evo-
lutiva de su categoría de la heterogeneidad. Se trata de un encuen-
tro efectuado sobre la arena del masivo «fenómeno de la migra-
ción» del campo a la ciudad, que el autor juzgaba como «tal vez el
más importante [hecho] de todo el siglo» en el mundo andino y
A mérica Latina (CORNEJO 1994b: 207).3
En efecto, después de haber elaborado largamente sobre la he-
terogeneidad discursiva de sistemas literarios como el indigenismo
2
Escribe Cornejo Polar: «No cabe desapercibir, sin embargo, que en un
determinado momento la muy densa reflexión latinoamericana sobre la
poliforme pluralidad de su literatura se cruzó, y en varios puntos decisivos,
con la difusión de categorías propias de la crítica postestructuralista o –en
general– del pensamiento postmoderno. Temas definitivamente post, como
los de la crítica del sujeto, el replanteamiento escéptico sobre el orden y el
sentido de la representación, la celebración de la espesa heterogeneidad del
discurso o el radical descreimiento del valor y la legitimidad de los cánones,
para mencionar sólo asuntos obvios, se encabalgan inevitablemente con la
agenda que ya teníamos entremanos.» (1994b: 14). El tema de la agenda
crítica del latinoamericanismo lo trato con más detalle en el apartado «El
debate acerca del sujeto» de este trabajo.
3
G. Podestá adelanta el proceso migratorio masivo del Ande a la ciudad de
Lima y lo sitúa a fines del s. XIX . Tipifica la Lima de entonces como una
ciudad de «conflictiva topografía cultural» debido sobre todo a los migrantes
andinos y de la China. Sostiene que el escritor Abelardo Gamarra expresó
bien esa topografía y «tradujo» para los locales «el mundo de los forasteros»
(PODESTÁ 1998: 146).

39
o el negrismo, que expresan en (y para) un registro cultural las
circunstancias de otro registro, y de haber incluido en su reflexión
la heterogeneidad de base, o de mundo, que es la fuente de toda
heterogeneidad discursiva,4 Cornejo Polar se siente impelido a
comprobar heterogeneidades en los distintos constituyentes del
proceso discursivo que atañe a A mérica Latina:5 desde los medios
de expresión hasta los sujetos de la enunciación, pasando por los
lenguajes (naturales o literarios) con que se configuran los mensa-
jes. En cada uno de ellos, con mayor o menor atención, el autor
comprueba heterogeneidades. Las comprueba no propiamente
como resultado de meras extensiones de su sistema, suerte de des-
plazamiento epistemológico casual de su método de análisis y lec-
tura, sino como resultado del desmontaje fenomenológico y el aná-
lisis intencional del fenómeno global:
insisto en la categoría de heterogeneidad [que] me fue inicial-
mente útil […] para dar razón de los procesos de producción de
literaturas en las que se intersectan conflictivamente dos o más
universos socio-culturales, de manera especial el indigenismo,
poniendo énfasis en la diversa y encontrada filiación de las ins-
tancias más importantes de tales procesos (emisor/ discurso-tex-
to/ referente/ receptor, por ejemplo). Entendí más tarde que la
heterogeneidad se infiltraba en la configuración interna de cada
una de esas instancias, haciéndolas dispersas, quebradizas, ines-
tables, contradictorias y heteróclitas dentro de sus propios lí-
mites. (CORN EJO 1994b: 16-17 —los énfasis, salvo el primero, son
míos. R. B.)
4
Con referencia explícita a ensayos de Cornejo Polar de 1977 y 1980, en que
el autor habla de «sociedades internamente heterogéneas» y de «tensiones
extremas» de la realidad social que origina el indigenismo, escribí en otro
lugar: «La heterogeneidad básica, que es condición previa a toda reflexión
sobre la problemática socio-cultural de América Latina, no es un sobre-
entendido pasado por alto en la reflexión de Antonio Cornejo Polar, sino un
punto de partida en el estudio de lo real, y también una categoría de análisis»
(BUENO 1996: 29).
5
Él, claro, prefiere circunscribir sus comprobaciones al mundo andino y a lo
literario, pero es obvio que su reflexión fácilmente incluye, con algunas
variantes, al resto de América Latina, y a lo discursivo en general. El indigenismo
de México o Guatemala, el negrismo de Brasil, Venezuela o Perú, la gauchesca
del Río de la Plata y del Sur del Brasil quedan, en principio, fácilmente

40
Es obvio que el modelo de comunicación lingüística de Roman
Jakobson (destinador, destinatario, mensaje, código, medio de ex-
presión y contexto)6 está siendo aludido por la lista de «instan-
cias» anterior. Lo que significa que los elementos del modelo
jakobsoniano que no han sido expresamente enlistados bajo la fór-
mula «por ejemplo», es decir el código y el medio expresivo, o ca-
nal, también habrían sido objeto de su escrutinio bajo la lupa de
la heterogeneidad. A sí es, en efecto, según veremos al considerar
los casos del encuentro de lenguas diferentes, o de los niveles cul-
to y popular de una misma lengua, por un lado, o de oralidad y
escritura, o de literatura y «performance» en un mismo discurso,
por otro; asuntos éstos que A ntonio Cornejo Polar trabajó extensa-
mente, de manera especial en su último libro, Escribir en el aire.

Surcando heterogenei dades

Referencialidad

No voy a detenerme en la heterogeneidad del «proceso de produc-


ción» del discurso (de la literatura indigenista, por ejemplo), ni en
la de mundo o contexto, porque han sido largamente considera-
asimilados por su sistema. Pero también quedan explícita o implícitamente
aclarados por la reflexión heterogénea aspectos como las crónicas de descu-
brimiento y conquista, que afectan a la América toda (incluso tan recientemente
como en la era de las modernizaciones industriales de fines del XIX , digo yo,
según puede verse bien en Una excursión a los indios ranqueles de Mansilla),
y el discurso independentista de la región, por citar otras áreas y otros
procesos discursivos.
6
El importante texto de Roman Jakobson apareció en inglés bajo el título de
«Closing Statements: Linguistics and Poetics» (T. A. SEBEOK (ed.), Style in
Language. Nueva York: 1960) y pronto fue traducido y aun retraducido a
muchas lenguas, entre ellas el español, aparte de adaptado a la teoría de la
información, por lo que algunos de sus componentes llevan designaciones
aparentemente equivalentes, que pueden portar ciertos cambios en la
inteligencia del sistema: emisor y destinador por remitente (sender ), receptor
por destinatario (receiver ), enunciado por mensaje (message), contexto por
referente (reference), canal y aun contacto por medio (medium, contact ).
Remito al diccionario de Semiótica, versión española (GREIMAS y COURTÉS
1982) para el volcado de los términos al francés y al español.

41
das por el autor y sus comentaristas,7 y además la segunda es en
A mérica Latina de una apabullante obviedad. Pero no puedo de-
jar de mencionar que la primera, aunque de verdad compromete
toda la productividad discursiva, sin embargo, tal como la ha des-
crito nuestro autor, tiene que ver ante todo con una función del
lenguaje que liga mensaje y referente: la función referencial.8 Des-
de esta perspectiva, el trabajo mayor de Cornejo Polar se ha cen-
trado en la demostración de que la referencia o función referencial
en las literaturas heterogéneas conduce a un contexto cultural dis-
tinto al contexto9 en que se produce el mensaje. A demás, por esta
vía de la referencia se abre la posibilidad de añadir otra designa-
ción a la lista de heterogeneidades: la de contextos heterogéneos.
N o es lo mismo, en efecto, hacer referencia a mundos otros, con-
tentos en su relativa homogeneidad, que hacerla a mundos hete-
rogéneos, trabados en sus ostensibles diferencias, contiendas y
eventuales acuerdos. El caso esclarecido de lo aquí dicho sería
el testimonio de Rigoberta M enchú, que emplea sustancial parte
de su tiempo en explicar el conflicto entre indígenas y ladinos (mes-
tizos) en Guatemala. Pero otros casos dignos de mención son aque-
llos enumerados o investigados por Cornejo Polar en distintas

7
Yo mismo hice algunas detalladas elaboraciones sobre estas heterogeneidades
en un artículo incluido en un volumen de homenaje al autor por sus sesenta
años de vida y treinta y cinco de docencia universitaria (BUENO 1996).
8
Aunque listada por Jakobson como una función del referente o contexto, la
función referencial es, en verdad, la relación entre el mensaje y el contexto. El
contexto no hace –no puede hacer– una referencia hacia sí mismo: es el
mensaje el que lo refiere. Y el mensaje que no evoca o señala un contexto es
simplemente un mensaje sin función referencial.
9
Se hace claro que, para mí, referente y contexto no son términos equivalentes,
como habría querido Jakobson, aunque se den en el mismo horizonte
discursivo: el referente es la parte del contexto al que expresamente señala el
mensaje mediante su función referencial; el contexto, aunque no directamente
referido por el mensaje, es el conjunto significativo que le da sentido y espesor
semántico al referente. En las literaturas homogéneas, el contexto es el mismo
tanto para los sujetos de la enunciación, sus códigos y sus mensajes, como
para el referente. En las literaturas heterogéneas, habría dicho Antonio Cornejo
Polar de haber conocido y aceptado estas disquisiciones, hay dos contextos
culturales distintos: el de la enunciación y el de la referencia. He ahí el gran
desafío –la gran heterogeneidad– que se les plantea a este tipo de literaturas.

42
etapas de su vida intelectual: las crónicas de la conquista (de cual-
quiera de las partes en conflicto), las crónicas que yo llamaría de
la transculturación y del mestizaje, como la del Inca Garcilaso de
la Vega, o las crónicas de la opresión, como la de Guamán Poma;10
y, claro, los relatos, testimonios y otros discursos del migrante
andino, que cifran versiones algo amables, si se las compara con
las de la conquista y la opresión, del choque cultural que todavía
dura.

Códigos/M ensaje

Es conocido que Cornejo Polar también concedió significativo tiem-


po a escribir sobre la heterogeneidad del mensaje, y de los códigos
con que éste es estructurado. H ablo del encuentro en un mismo
texto de lenguas de varia procedencia, como el quechua y el espa-
ñol, de niveles de lengua culta y popular, y de códigos de literatu-
ra erudita y de literatura popular y aun oral. Sus consideraciones
al indigenismo (como las que habría hecho a la gauchesca, que él
enlista entre las literaturas heterogéneas), tocan necesariamente esta
zona. A sí, en el libro que le dedicó a A rguedas habla de un len-
guaje narrativo inventado, heterogéneo, que dentro del sistema es-
pañol quiere emular los registros y la andadura del quechua:11
«Esta lengua imaginaria será lo suficientemente poderosa para dar
la impresión de realidad (los personajes indios parece que habla-
ran en quechua, por ejemplo) y para revelar con hondura la índo-
le del mundo real.» (CORNEJO 1973: 47).
M ás de veinte años después, en Escribir en el aire, seguirá incli-
nado a describir mensajes heterogéneos a partir de la mezcla de
lenguas y culturas que los conforman. Esta vez no se empeña en

10
Antonio Cornejo Polar considera además el texto de Guamán Poma, La nueva
corónica y buen gobierno, como el texto fundador del discurso y el sujeto
migrantes: «de manera especial el intenso acápite “ Camina el autor” » (CORNEJO
1995: 107).
11
Alberto ESCOBAR (1984) habría de llegar más lejos en la investigación de esta
hibridez de códigos lingüísticos a que apela Arguedas para dar testimonio de
fidelidad a la representación del mundo andino y sus hablantes.

43
el análisis de una lengua artificial, suerte de idioma híbrido y
coyuntural, sino en la demostración de que el roce que se produce
en las zonas de contacto lingüístico genera una heterogeneidad
de signos que termina revelando el dislocamiento histórico pro-
pio del choque cultural. Es de destacar, a este respecto, el brillante
estudio que A ntonio Cornejo Polar dedica al dilema que enfrenta
el Inca Garcilaso cuando, en el intento de expresar una pretendi-
da homogeneidad armoniosa, termina usando un léxico y una ra-
zón heterogéneos. Se trata del famoso pasaje de la piedra incrus-
tada de oro, en que el Inca expresa que los españoles la miraban
como «cosa maravillosa» y los indios como «huaca», es decir, como
cosa «admirable» y «linda», pero también como algo «abomina-
ble», y en que el Inca termina por afirmar que él la miraba «con
los unos y con los otros», es decir con ambos criterios, occidental
e indígena, al mismo tiempo (CORNEJO 1994b: 97-98). Lo cual intro-
duce de paso el tema de la heterogeneidad de sujetos, que comen-
taremos después con cierto detalle.
Es de notar que con esos análisis Cornejo Polar amplía las ba-
ses de estudio de otros casos de heterogeneidad de mensajes que
ponen ciertos énfasis en las diferencias y no sólo en los acuerdos
y sobreimposiciones de códigos. M e refiero, entre otros, a la expre-
sión tortuosa de Guamán Poma, tan representativo de los desga-
rrones lingüísticos del mundo andino, a la lengua del gaucho y
su traslado a la gauchesca, a la lengua de la literatura negrista,
como la del poeta N icolás Guillén o la de los narradores perua-
nos Antonio Gálvez Ronceros y Gregorio M artínez, y a las lenguas
que se conocen con los nombres de spanglish y portuñol , según las
recrea la literatura. Véase bien que esas lenguas ya han sido in-
vestigadas en alguna medida, pero desde la perspectiva del mes-
tizaje y, eventualmente, de la transculturación, mas no propiamente
desde la heterogeneidad. La diferencia es grande y ha pasado de-
sapercibida: bajo el criterio de mestizaje se investigan estados só-
lidos, materias integradas hasta el punto de no retorno; bajo la
transculturación se estudian coyunturas, negociaciones, acuerdos
tácticos que buscan sortear la eventualidad mientras apuestan a
favor de permanencias; pero bajo la noción de heterogeneidad se

44
estudia, en cambio, el conflicto, la pugna lingüística, la desarmo-
nía, el estado inestable, la deflagración en ciernes: signos todos de
una historia quebrada, la de A mérica Latina, y de sus muchas y
duraderas secuelas. Como bien dice nuestro autor en su lectura
del intento fallido de Garcilaso: «la imagen de armonía que traba-
josamente construye el discurso mestizo del Inca se aprecia más
como el doloroso e inútil remedio de una herida nunca curada que
como la expresión de un gozoso sincretismo de lo plural» (CORNEJO
1994b: 99 —mi énfasis).

M edio

En varias ocasiones durante su carrera crítica A ntonio Cornejo Po-


lar consideró el encuentro de distintos canales de expresión en un
mismo proceso discursivo: oralidad y escritura, música (lírica) po-
pular y escritura, teatro abierto, «performances», rituales y escri-
tura. Es una inclinación que le nace muy temprano en su vida aca-
démica, cuando estudia la lírica popular y tradicional arequipeña
(oral) para explicar la poesía de Mariano Melgar y señalar, de paso,
el camino hacia la autonomía literaria e intelectual del Perú (COR-
N EJO 1966; 1971). Luego, al analizar la obra de A rguedas, especial-
mente Los ríos profundos, acude con frecuencia a la lírica quechua
cantada que empapa la escritura del novelista, al punto de confe-
rirle un ritmo único, de apurado júbilo o demorada hondura, a la
progresión narrativa, porque en el mundo andino «la música es
una poderosa incitación vital» (CORN EJO 1973: 131). Todavía no ha-
bla nuestro autor de una heterogeneidad de medios expresivos,
pero es obvio que a ella se refiere: «Los ríos profundos es, en toda su
extensión, un himno al poder de la música —singularmente de la
música andina» (CORN EJO 1973: 118 —mi énfasis). Condición ésta
que, como se sabe, será después extremada por Á ngel Rama en su
estudio sobre Los ríos profundos como «la ópera de los pobres»
(RA M A 1982: 257-269).
Otra es la preocupación de nuestro autor por los media a la
hora de estudiar la novelística de Ciro A legría: esta vez le preocu-
pa la fuerte incursión del relato oral en la escritura novelística. «Es

45
notable [dice] la preferencia de A legría por el empleo de relatos
folklóricos como instrumento al servicio de la ambientación o del
ritmo tensivo de sus novela» (CORNEJO 1978; 1989b: 78).
Pero es en su último libro, Escribir en el aire, en que los multimedia
del mundo andino merecen su especial atención. H ablo de la con-
junción de dos o más medios de comunicación en el flujo de los
procesos discursivos de esa realidad: oralidad, escritura, «perfor-
mance», teatro abierto, danza, ritos… La oralidad ahí recibe trata-
miento privilegiado, no sólo porque ingresa un elemento nuevo a
la noción de literatura («un concepto ampliado de literatura que
[…] trata de dar razón de la problemática de la oralidad» —COR-
NEJO 1994b: 28), sino porque permite situar el conflicto histórico de
A mérica Latina en su momento inicial, o «grado cero», que es el
choque de oralidad primaria y escritura en el «“ diálogo” entre el
Inca A tahuallpa y el Padre Vicente Valverde, en Cajamarca, la tar-
de del sábado 16 de noviembre de 1532» (26). El Inca no «oye»
nada en la Biblia o breviario que le tiende Valverde y arroja el ob-
jeto al suelo. La soldadesca española se venga del desdén al libro
sagrado —a la escritura— y diezma a la masa indígena y toma
prisionero al Inca. Dice nuestro autor que «es el comienzo más vi-
sible de la heterogeneidad que caracteriza, desde entonces y hasta
hoy, la producción literaria peruana, andina y —en buena par-
te— latinoamericana» (27). Este encuentro de oralidad y escritu-
ra le sirve también al autor para ahondar en la producción indo-
mestiza de discursos performativos que representan esa escena pri-
mordial: «En más de un sentido [dice el autor], estos textos están
a caballo entre el quechua y el español y entre la oralidad y la es-
critura» (70). Y le permiten avanzar en la recepción de la escritura
por la oralidad: «hervidero de hormigas», «garabatos de pajarillo»,
«huellas de gusano», según algunas versiones indígenas traduci-
das; es decir, materia y forma extrañas que, sin embargo, son de-
positarias de un poder siniestro: «la escritura en los A ndes no es
sólo un asunto cultural; es, además, y tal vez sobre todo, un hecho
de conquista y dominio» (39) y «una agresión […] semiótica»
(83). H ay más al respecto en el último libro de Cornejo Polar, pero
quizá su momento más intenso sea el dedicado al poema III de

46
España, aparta de mí este cáliz, mejor conocido como «Pedro Rojas»,
en que estudia el moldeado de la escritura textual por la oralidad,
no la mera incorporación de ésta en el texto, al punto en que «la
palabra escrita […] retoma su sentido primordial de voz» (CORNEJO
1994b: 241)

Sujetos

El análisis de los sujetos discursivos completa el cuadro de las


heterogeneidades de las distintas «instancias» del «proceso de
producción» de discursos según Cornejo Polar. El tema será, por
su importancia, desarrollado en el punto que sigue. M e basta, por
ahora, adelantar que a este nivel el autor comprueba heteroge-
neidades no sólo entre destinador y destinatario, pertenecientes a
distintas esferas culturales y como producto de la migración, sino
de destinadores, cuando éstos son un sujeto plural, en el tiempo y
en el espacio, como sucede con los distintos hablantes históricos
del mismo relato performativo sobre la captura y muerte de
A tahualpa (CORN EJO 1994b: 50-73), y aun de conciencias, al inte-
rior de un mismo sujeto individual (CORNEJO 1996).12

Discursos

A ntes de cerrar el recuento de las distintas heterogeneidades


investigadas o visitadas por A ntonio Cornejo Polar, quiero que se
vea cómo ellas apuntan, a la larga, a la constatación de una hete-
rogeneidad mayor, que obliga a modificar por ampliación y enri-
quecimiento el propio modelo comunicacional de Jakobson. Cons-
tatar heterogeneidades en todas y cada una de las instancias del
discurso lleva a concebir un modelo en que varios discursos se
cruzan en un mensaje plural, que emite su significación gradua-
da a cada circunstancia comunicativa, por lo que dispares y aun

12
Dice Elena Altuna que investigar la condición escindida de Arguedas le
permitió a Cornejo Polar «ahondar en la índole heterogénea de la instancia
de la emisión» (A LTUNA 1999: 125).

47
contradictorias lecturas resultarían posibles a partir de un mismo
texto, en sentido amplio. Es decir, distintos destinadores y desti-
natarios (no propiamente un destinador o un destinatario plura-
les), acudiendo a diferentes medios y lenguajes expresivos, hablan-
do desde sus propios tiempos históricos y con referencia a contex-
tos disímiles, pueden correlacionarse y convivir en un mismo tex-
to, dentro de una suerte de meta-heterogeneidad. Tal modelo sur-
giría del análisis de discursos producidos en sociedades históri-
camente quebradas y contradictorias, como las del mundo andino.
Para que se vea cierta esta posibilidad, y que nuestro autor estuvo
a punto de expresarla, incluyo a continuación esta cita:
En más de una ocasión creo haber podido leer los textos como
espaci os l i ngüísti cos en l os que se compl ementan, sol apan,
intersectan o contienden discursos de muy varia procedencia,
cada cual en busca de una hegemonía semántica que pocas ve-
ces se alcanza de manera definitiva. Ciertamente el examen de
estos discursos de filiación socio-cultural disímil conduce a la
comprobación de que en ellos actúan tiempos también varia-
dos; o si se quiere, que son históricamente densos por ser por-
tadores de tiempos y ritmos sociales que se hunden vertical-
mente en su propia constitución, resonando en y con voces que
pueden estar separadas entre sí por siglos de distancia. El mito
prehispánico, el sermonario de la evangelización colonial o las
más audaces propuestas de modernización, para anotar sólo tres
casos, pueden coexistir en un solo discurso y conferirle un es-
pesor histórico sin duda turbador. De esta manera la sincronía
del texto, como experiencia semántica que teóricamente parece
bloquearse en un solo tiempo, resulta siquiera en parte enga-
ñosa. M i apuesta es que se puede (y a veces se debe) historiar la
sincronía, por más aporístico que semeje ser este enunciado.
(CORN EJO 1994b: 17-18).

El debate acerca del suj eto. El otro heterogéneo

En algunas ocasiones conversé con A ntonio Cornejo Polar sobre


los modos cómo la crítica postmoderna y postestructuralista estaba

48
redundando en asuntos que, a veces con antiguas cartas de no-
bleza, había avanzado por su cuenta el latinoamericanismo. Era,
en parte, mi tema de trabajo a fines de los 80,13 y yo aprovechaba
el verano que coincidíamos en Dartmouth para cotejarlo con el
antiguo amigo y maestro. A hí se mencionaban, por cierto, la
transculturación (que la academia norteamericana trasegaba
—«transculturaba»— entonces a su campo,14 y su categoría de la
heterogeneidad, que era homologada por el concepto blando de
diversidad y las metáforas de la ensalada («tossed salad») y del mo-
saico feliz («happy mosaic»). Fue ahí que me confió su idea de reto-
mar el concepto de sujeto y avanzarlo sobre la base de las grandes
ocurrencias de A mérica Latina, en especial las de la segunda mi-
tad del siglo XX. Retomarlo, sí, porque la crítica nuestra lo había
avanzado, decía, desde tiempos coloniales.
A lgún tiempo después, en su Escribir en el aire, explicaría que
en Latinoamérica «el debate acerca del sujeto» apuntaba durante
la Colonia a determinar la condición «teológico-jurídica […] del
indio» (CORN EJO 1994b: 19) y, con Garcilaso, la condición mestiza
y el anhelo armonizante de dos tradiciones encontradas (93-100);
después, en los siglos XIX y XX, apuntaba a la búsqueda de una iden-

13
Dije entonces, en la «Introducción» a mi Escribir en Hispanoamérica.
Ensayos sobre teoría y crítica literarias: «Se dirá que la nueva cientificidad
descrita en este volumen tiene bastante en común con los cambios que
últimamente vienen ocurriendo en los estudios literarios y culturales de
Europa y los EE.UU., especialmente por obra de movimientos y escuelas
críticas como la estética de la recepción, la semiótica de la cultura, la ideología
de la post-modernidad, el relativismo cultural y la desconstrucción discursiva.
Éstos, como se sabe, están impulsando una modificación notable de nociones
teóricas y críticas, que tiende a cuestionar el canon y a revaluar los discursos
culturales del “ otro” , la mujer, las minorías, los dominados, etc., y a producir
nuevas funciones y tareas de la crítica. Mas hay que adelantar acá que
aunque ambos fenómenos globales aparenten tener un parentesco cercano,
lo cierto es que difieren en origen y contenidos: el latinoamericanismo
responde a una necesidad más histórico-social que meramente cultural, y
tiene que ver más con presiones y demandas de una realidad fuertemente
fragmentada y conflictiva que con solicitaciones intelectuales y académicas.»
(B UENO 1991: 17).
14
La referencia más visible es acá el texto «Transculturating Transculturation»
de Diana Taylor (1991).

49
tidad nacional, que imagine «una comunidad lo suficientemente
integrada como para ser reconocida, y sobre todo para reconocer-
se, como nación independiente» (92). En este último sentido su-
giere, siguiendo a Benjamin, que se asumía como identitario un
«sujeto autoreflexivo y en más de un sentido autónomo», «exalta-
do y hasta mudable, pero suficientemente firme y coherente» (18),
que obviamente es el sujeto romántico; y luego, a influjo del socia-
lismo, un sujeto de clase, que era entendido como coherente tam-
bién y sin fisuras, aun cuando presentara evidentes divisiones de
raza, lengua, o cultura. «En mi investigación [afirma] lo que he
encontrado con frecuencia es precisamente lo contrario: un sujeto
complejo, disperso, múltiple.» (19). A mbos proyectos, romántico y
de clase, así como el del mestizaje utópico («raza cósmica»), agre-
go, basan sus estrategias en un supuesto que luego se revelará im-
procedente y hasta falso: la homogeneidad. De ahí que en un cer-
tero giro de tuerca el autor pregunte, arguedianamente, si no de-
biéramos asumirnos ya los latinoamericanos como «sujeto hetero-
géneo», «hecho de la inestable quiebra e intersección de muchas
identidades disímiles, oscilantes y heteróclitas» (21).

D el suj eto heterogéneo al suj eto mi grante

El sujeto que entonces le interesa, porque en su desplazamiento


por sobre fronteras lingüísticas y culturales esclarece la condición
heterogénea, es el sujeto migrante (aunque no lo trate todavía bajo
este nombre). El migrante andino, en particular, al que examina
en su ingreso literario a Los ríos profundos. Observa que a ese suje-
to lo caracterizan el desarraigo y la memoria, su instalación «en
dos mundos de cierta manera antagónicos» («oral y escrito, nove-
la y canción, moderno y antiguo, urbano y campesino, español y
quechua» —CORN EJO 1994b: 213) desde los que habla duplicando
(o multiplicando) «la índole misma de su condición de sujeto»
(209), para emitir «un discurso descentrado, proliferante y despa-
rramado» (212). Es, pues, un sujeto «inestable» (212), «oscilante»
y «plural» (215), que —y esto es de importancia para lo que si-
gue— introyecta la heterogeneidad (212).

50
N ótese que en este examen del discurso del migrante A ntonio
Cornejo Polar toca todas las heterogeneidades consideradas en el
punto anterior: de mundo, situación enunciativa, códigos, medios
expresivos y referentes. Ello porque el sujeto que concita esas ins-
tancias y las pone en situación de discurso es también, por varias
razones, un sujeto heterogéneo. No sólo porque acumula experien-
cias colectivas propias de su identidad original (CORN EJO 1994b:
213), sino también porque —interpreto— convoca a destinatarios
de otras filiaciones culturales (destaca el crítico, por ejemplo, que
en Los ríos profundos Ernesto le escribe una carta en quechua a
la novia de A ntero, tal cual si ella fuera una muchacha india
—1994b: 213-215), y, sobre todo, porque el sujeto en cuestión
internaliza la heterogeneidad de mundos y asume una doble per-
tenencia: aquí y allá, ahora y antes, pero de manera descentrada y
conflictiva:
El sujeto fuerte y centrado, en cierto modo autoritario, en nada
dispuesto a fisurar su identidad, que más bien parece querer pre-
servarla como garantía de su propia existencia […] entra en cri-
sis y también, como es claro, su sólido discurso monológico.
A hora es —casi— todo lo contrario. Sujeto y discurso se plura-
lizan agudamente y la novela como tal se transforma en un es-
pacio donde uno y otro pierden sus identidades seguras y defi-
nidas y comparten, no sin conflicto, una semiosis socializada y
oscilante. (CORN EJO 1994b: 215)

H ay otros dos trabajos en que Cornejo Polar continúa su in-


vestigación sobre el sujeto migrante. Aparecen de modo consecuti-
vo y con un año de distancia: 1995 y 1996. El primero, «Condición
migrante e intertextualidad multicultural: el caso de A rguedas»,
es un artículo basado en el fenómeno de la migración masiva ha-
cia el puerto pesquero de Chimbote, según es presentada por la
novela de A rguedas El zorro de arriba y el zorro de abajo. A quí el
crítico le atribuye al sujeto de ese fenómeno la «condición mi-
grante», lo caracteriza como «un sujeto disgregado, difuso y hete-
rogéneo» y lo designa por el nombre con que, finalmente, habrá
de pasar al conjunto de categorías literarias y culturales de A mé-

51
rica Latina: «sujeto migrante» (CORN EJO 1995: 104).15 Observa su
trashumancia como carente «de un eje centrado y fijo, ordenador
de variables o disidencias» (106). Y emplea buena parte de su tra-
bajo en caracterizar el discurso del migrante por oposición al del
mestizo: éste busca, en «afán sincrético» (103), la conciliación de
contrarios, aquél «yuxtapone lenguas o sociolectos diversos sin
operar ninguna síntesis» —105). Pero advierte que no intenta
«formular una dicotomía entre mestizo y migrante, y entre sus res-
pectivos lenguajes e inserciones intertextuales, sino establecer dos
posiciones de enunciación, que a veces pueden y deben articularse»
(108). Y luego, en una suerte de salto cualitativo (ciertamente
epistemológico):
En todo caso, por el momento, me entusiasma la idea de cruzar
de ida y vuelta el paradigma del mestizo y la transculturación,
y su modelo en última instancia sincrético, de una parte, con la
movediza sintaxis del migrante y su multicultura fragmentaria,
de otra. (CORN EJO 1995: 108)

Quisiera que se vea, con un poco de voluntad constructiva, ex-


tremando conceptos hasta aquí acarreados y sumando otros que
les son complementarios, cómo este ensayo de A ntonio Cornejo
Polar estaría construyendo una suerte de gramática del discurso
migrante: sus coordenadas enunciativas (los deícticos aquí, allá,
ahora, antes, atrás, adelante y sus variantes), su morfología (el su-
jeto y sus verbos: migrar, ver, recordar, comparar, turbar, ser, que-
rer, querer ser, deber ser, poder ser) y su sintaxis de enunciados
reales y posibles. Escribe el autor, orillando lo dicho, en pasajes
que ya no requieren mayor explicación:

15
Me he topado últimamente con un título en inglés sobre una novela de Yasmine
Gooneratne, de Sri Lanka, que adelantaría un par de años el concepto en
cuestión: «The Migrant Subject and the Intercultural Textual Space: A
Discussion of A Change of Skies» de R. P. Rama (Rajasthan University
Studies in English, 1991-1992. 23: 108-117). No me ha sido posible consultar
este estudio, pese a mis esfuerzos por conseguirlo, pero su título deja entender
que correspondería en no poco a lo descrito y trabajado por Cornejo Polar.
Falta saber si lo ha teorizado con igual intensidad. Es seguro que Antonio
Cornejo Polar no tuvo conocimiento de él.

52
Después de todo, migrar es algo así como nostalgiar desde un
presente que es o debería ser pleno las muchas instancias y es-
tancias que se dejaron allá y entonces, un allá y un entonces que
de pronto se descubre que son el acá de la memoria insomne
pero fragmentada y el ahora que tanto corre como se ahonda,
verticalmente, en un tiempo espeso que acumula sin sintetizar
las experiencias del ayer y de los espacios que se dejaran atrás
y que siguen perturbando con rabia o con ternura. (CORN EJO 1995:
103)

Y también:
En el nutrido y bellísimo cancionero andino […] el migrante
nunca confunde el ayer/ allá con el hoy/ aquí; al revés, marca
con énfasis una y otra situación y normalmente las distingue y
opone, inclusive cuando el peregrinaje ha sido exitoso: aun en-
tonces la antigua tierra de origen es drásticamente otra y en ella
anidan vivencias o mitos —en el fondo vivencias míticas— que
condicionan y disturban pero no se mezclan con el presente y
sitúan la actualidad en el imperioso orden de la necesidad, pero
—casi siempre— muy lejos del deseo. (CORN EJO 1995: 104)

En el último texto sobre el tema, «Una heterogeneidad no dia-


léctica: sujeto y discurso migrantes en el Perú moderno», de 1996,
el autor adensa y prueba una vez más su modelo, mientras ajusta
la noción de sujeto migrante en una definición cabal (o «dura»,
como ya se dice por ahí). Resume ahí no pocas comprobaciones
de textos anteriores, mientras investiga la migración del campo a
la ciudad y los discursos de y sobre el migrante campesino. Dice
ahí que el sujeto migrante «duplica (o más) su territorio» (CORNEJO
1996: 841)16 y habla desde dos o más lugares: al menos un aquí y
un presente marcados por ciertas carencias afectivas, y un allá y
un pasado enaltecidos por la memoria; y comunica experiencias
distintas («desgarramiento y nostalgia», por un lado, pero también
triunfo, por otro —839) que no se contradicen, en una suerte de
16
Lo que lleva a Mabel Moraña a considerar el caso dentro de «la experiencia de
la desterritorialización y reinserción cultural», hecho este último que ella
asimila en la misma página, creo que con razón suficiente, al ámbito conceptual
de la reterritorialización (M ORAÑA 1999: 25).

53
dialogismo y aun de polifonía de un solo hablante (843). De don-
de resulta que el discurso del migrante es «radicalmente descen-
trado, en cuanto se construye alrededor de ejes varios y asi-
métricos, de alguna manera incompatibles y contradictorios de un
modo no dialéctico.» (841). Esta última anotación marca, obviamen-
te, la ausencia de la conciliación de mundos a que apuntan, en
distintos grados, los discursos del mestizo y de la transculturación,
según se vio con anterioridad.

Fl exi ones del model o y otras adi ci ones

Dije en otro lugar (BUEN O 1998) que dos cuestiones parecían limi-
tar ese modelo: una tendencia a individualizar al sujeto migrante
y un constreñir los discursos del migrante a lo meramente lingüís-
tico y aun a lo exclusivamente literario. Veía que aunque el ensa-
yo de 1995 reconoce la condición social —y hasta masiva— del
sujeto migrante, sus ejemplificaciones tienden a poner el énfasis
en individuos y sus particulares —y hasta privadas— situacio-
nes enunciativas: el Inca Garcilaso, Guamán Poma, A rguedas y
aun el propio crítico, como se ve en el epígrafe de este trabajo (COR-
N EJO 1994b: 24). Dije que el modelo se empeña en los niveles pro-

piamente verbales del discurso migratorio, esto es los textos líri-


cos, narrativos o testimoniales que de un lado u otro refieren a la
migración, y no acude de modo consistente a la miríada de signos
no verbales (índices, señales, gestos, actos, usos, costumbres, ri-
tos, etc.) que acarrea directa y caudalosamente el fenómeno mis-
mo de la migración.17 Proponía, entonces, acentuar la condición
plural del sujeto migrante y poner el énfasis en la noción amplia
de discurso (signos y actos expresivos y comunicacionales que tras-
cienden lo meramente lingüístico), para caracterizar al sujeto

17
Recuérdese, sin embargo, que al analizar el «grado cero» de la heterogeneidad
en el mundo andino –el encuentro de oralidad primaria y escritura en
Cajamarca–, y sus secuelas discursivas, Antonio Cornejo Polar se muestra
bien inclinado a trabajar actos performativos y otros mensajes no verbales.
No concuerda, pues, con su modelo crítico general esta caracterización del
migrante como sujeto mayormente emisor de mensajes lingüísticos.

54
migrante como un sujeto performativo (y no sólo lingüístico), ca-
paz de realizar la «performance» de su vida, mediante una serie
de acciones de trascendencia grupal, como migrar, desbordar, in-
vadir, fundar, urbanizar y repoblar (BUEN O 1998: 259-261). Propo-
nía también entender al sujeto migrante masivo no sólo como he-
terogéneo, sino como heterogeneizante, porque impulsa las distin-
tas heterogeneidades periféricas hacia los centros de A mérica La-
tina, donde, adensadas, se encargan ellas de destacar la hete-
rogeneidad de más bulto: la que opone las culturas aborígenes,
indomestizas y campesinas a las culturas occidental, occiden-
talizadas y ciudadanas (BUENO 1998: 255). Es decir, proponía, como
cualquier usuario que prueba la ductilidad y la eficacia de un
sistema, las adaptaciones necesarias para hacerlo propicio a la
investigación que entonces yo llevaba a cabo: la del fenómeno de
la migración masiva del campo a la ciudad antes de ser verbali-
zada en discursos literarios y mientras es todavía un discurso
performativo.
A hora quisiera destacar un punto importante en todo este
asunto: el desplazamiento del sujeto. N ótese que la migración al-
tera un estado quieto de heterogeneidad: crea visiones contrastivas
del mundo y necesidades comunicacionales por sobre fronteras
culturales y de experiencia. Es decir, al desplazarse de un univer-
so cultural a otro, el sujeto migrante pone en acción, hace eviden-
tes y aun genera distintas heterogeneidades. Es decir, el sujeto
migrante existe en su movimiento, que es físico, primero, y es men-
tal luego, pero que siempre es movimiento constante, pues es me-
moria reactivada. Otros sujetos heterogéneos existen y se comprue-
ban —y contentan— en los estados quietos. Quisiera mencionar
aquí, a modo de ejemplo, a los sujetos que habitan en los bordes
culturales, en las fronteras reales, en los espacios de la erudición,
donde por fuerza se ha de ser bilingüe o multilingüe y pluri-
cultural. Hay entre ellos, como entre los migrantes, muchos que se
asoman o entran a la categoría de transculturación, en la medida
en que hacen filtrantes sus ámbitos culturales para permitir que
entren signos ajenos y salgan los propios a negociar situaciones
de uso y expresión.

55
A claro que, desde estas perspectivas, el mestizaje cultural no
es una opción para el sujeto migrante (como podría serlo para
sus hijos) pues, como dije en otro lugar, éste es aglutinante y tien-
de a la disolución de las diferencias (BUEN O 1996: 28): el sujeto
migrante, en cambio, se empeña en el contraste. N o solamente es
diferente, sino que constata diferencias y las mantiene casi como
norma de vida. Proyecta también sus diferencias antes y más allá
del lenguaje (a esto me refería cuando hablaba de un migrante
performativo), con lo que añade aspectos de heterogeneidad en
la cultura que, para decirlo amablemente, lo acoge. A sí, cuerpo,
actitud, acciones, lengua, creencias, costumbres y otros signos se
filtran por entre los esfuerzos que hace el migrante para ser fun-
cional en la cultura que ahora lo enmarca. El otro cultural lo ob-
serva: aprende, acepta, destaca, neutraliza o rechaza esas dife-
rencias. El migrante entonces comienza a recibir elaboraciones
imaginarias, casi siempre negativas, sobre su propia diferen-
cialidad. Su experiencia, entonces, se hace también cada vez más
heterogénea en la medida en que absorbe los códigos y signos
que le permitan ser funcional, con un mínimo posible de elabo-
raciones sobre su diferencialidad, en la nueva cultura. Deviene
así un sujeto bilingüe y bicultural, o aun multilingüe y pluri-
cultural si la migración lo ha llevado por diferentes coordena-
das culturales. Como resultado de ello sus sistemas de signos se
transculturan, consciente o inconscientemente, al penetrar uno
las formas del otro, y viceversa, como en la lengua que usa
Garcilaso para escribir sobre el cruce de dos racionalidades a
propósito de la piedra penetrada de oro (CORN EJO 1993: 73-76;
1994b: 97-100).
Creo haber hecho visible que la razón por la que A ntonio Cor-
nejo Polar, al final de su vida, le dedica casi toda su atención al
sujeto migrante está en que éste convoca de algún modo todas las
heterogeneidades tratadas por el crítico a lo largo de su carrera
intelectual. El migrante, en efecto, al desplazarse por sobre fronte-
ras culturales y lingüísticas realiza dos acciones de importancia:
pone en foco las diferencias —las que ve y las que deja ver— y

56
pone en situación de discurso18 esas y otras diferencias (las inte-
riores, las que demarcan una identidad quebrada). En esta opera-
ción discursiva se le desvanece por fuerza la homogeneidad del
sistema ideado por la comunidad de hablantes para garantizar el
flujo de sentido —diría Saussure—, y con instancias heterogéneas
todas —sujetos, canal, código, mensaje y referencias— intenta lo
imposible: la isotopía semántica, la armonía del sentido, es decir
una suerte de homogeneidad dentro de la heterogeneidad. Fraca-
sa siempre, con distintos grados de fracaso. En casos como el de
la utopía armonizante de Garcilaso, el fracaso puede todavía ser
medido en términos de logro estético. En casos como los de Vallejo
o A rguedas, que moldean su escritura a partir de la oralidad, el
logro estético parte del reconocimiento previo del fracaso: la escri-
tura nunca será oralidad, pero puede producir un efecto de tal. En
casos no literarios, nada conspicuos y sin duda dolorosos, el in-
tento es medido en términos de torpeza o ineptitud cultural: hay
que «civilizarse», hay que producir discursos encajados en la cul-
tura dominante. En cualquier caso, el discurso fragmentado que
se produce deja leer siempre una historia, a menudo más que in-
dividual. H e ahí la grandeza y la miseria del sujeto migrante. De
ahí la fascinación con que A ntonio Cornejo Polar lo trabajara.

[Hanover, N.H., septiembre de 2000]

18
En un artículo de dedicado a Antonio Cornejo Polar, Julio N ORIEGA (1997)
trabaja al migrante moderno en tanto que sujeto de expresión literaria, creador
de textos narrativos y poéticos. Hace ahí una distinción entre los textos
«mediados» –testimonios de migrantes recuperados por estudiosos– y los
directos –de poetas y narradores que expresan su experiencia migrante.

57
—III—
H eterogenei dad mi grante
y cri si s del model o radi al de cul tura*

Voy a ofrecer una lectura algo distinta de los hechos que se cono-
cen bajo el nombre de migración masiva del campo a la ciudad.
A punto a destacar un modelo alternativo de cultura, que ya cuaja
en A mérica Latina a contrapelo del que se impuso olímpicamente
en el área desde tiempos de la conquista. Dicho ya sin dilaciones,
este ensayo sostiene que el modelo civilizador que había prevale-
cido en el Perú y A mérica Latina desde la instalación de la colo-
nia, en el que la ciudad proyecta orden y cultura en el campo, ha
sido puesto en abierto entredicho por un modelo inverso, a partir
de la segunda mitad del siglo XX, en que el campo y el interior de
las naciones vuelcan su compleja heterogeneidad en las ciudades
y las redefinen en términos de cultura y aun de organización so-
cial y política.
Para elucidar esa dinámica acudo aquí a ciertas nociones
fundacionales de los estudios culturales latinoamericanos, como

*
Basado en la ponencia «Contra el modelo radial de cultura», presentada en
el «Encuentro Internacional de Peruanistas» (Lima: Universidad de Lima, 6
de septiembre de 1996), el presente texto se publicó en M ORAÑA , Mabel
(ed.): Indigenismo hacia el fin del milenio. Homenaje a Antonio Cornejo
Polar . Pittsburgh: Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, serie
Biblioteca de América, 1998, pp. 253-268. Llevaba ahí la dedicatoria que
ahora es del libro entero –«A la memoria de Antonio Cornejo Polar,/ a la
flama constante de su pensamiento»– y una nota de agradecimiento al pro-
fesor José Matos Mar por las sugerencias alcanzadas durante el encuentro
de Lima.

[59] 59
la oposición de M artí entre los hombres «natural» y «libresco»
([1891] 1977: 26-33), la de Basadre entre el «país profundo» y la
conformación del Estado (1947: 265-281) y la de Rama entre la «ciu-
dad letrada» y las extensiones a las que subyuga (1984), que no
sólo se aproximan lúcidamente al apartado cultural de los hechos
en referencia, sino que hasta perfilan soluciones a su honda pro-
blemática social. Revisarlas confiere también una perspectiva his-
tórica a algunas evaluaciones circulantes del fenómeno, como la
de M atos M ar sobre el desborde popular (1984), la de De Soto so-
bre el «otro sendero» (1990) y la de García Canclini sobre las «cul-
turas híbridas» (1990).
Acudo también, ciertamente, a la noción de heterogeneidad de
A ntonio Cornejo Polar, de la que en otro lugar dije que es uno de
los más poderosos recursos conceptuales con que A mérica Latina
se interpreta a sí misma (1996). N o podía ser de otra manera, pues
en cualquiera de los casos enunciados en el párrafo anterior, lo
que está en juego es una heterogeneidad conflictiva de base, que
opone entre sí a los actores de la dominación tanto como a los su-
jetos que los definen: occidental y no occidental, colonizador y co-
lonizado, de ciudad y de campo, de escritura y de oralidad... M ás
aún, está en juego un desplazamiento masivo de esa compleja
heterogeneidad (no sólo de las muchedumbres que la compren-
den) desde las periferias hacia los centros, desde los trasfondos
hacia los primeros planos, de modo tal que lo que estaba diluido
y distante (las muchas alteridades que rodeaban a los centros de
poder colonial como capas de una difusa cebolla —BUEN O 1993)
se adensa y hace ostensible en los propios ejes del poder y ante
los aparatos de Estado. H ablo, en suma, de una compresión de
diferencias socioculturales que niega el centrífugo impulso homo-
geneizante del pasado y lleva a un punto crítico las tensiones de
la heterogeneidad.
Igualmente se tiene acá muy en cuenta el pensamiento de A n-
tonio Cornejo Polar sobre el sujeto migrante y la índole de sus dis-
cursos (1995; 1996). Pero no para repetirlo mecánicamente (cosa
que él no habría tolerado), sino para proponerle un par de am-
pliaciones que, creo, caben en el marco general de su reflexión y

60
enriquecen tanto la condición del sujeto migrante como el carácter
y la extensión de sus discursos.

Suj eto mi grante:


col ecti vo, perf ormati vo y heterogenei zante

La noción de sujeto migrante venía rondándole a A ntonio Cor-


nejo Polar desde Escribir en el aire (1994b), pero cristaliza en los
dos últimos ensayos que alcanzó a ver publicados (1995; 1996).
En ambos —aunque de modo más elaborado en el segundo—
apunta a una caracterización circunstancial del sujeto migrante:
la fenomenología de su discurso y la posición desde la que ha-
bla. Explica que el discurso del migrante es descentrado y asi-
métrico, porque se articula en dos o más ejes culturales, y es, por
lo tanto, contradictorio, aunque de un modo no dialéctico (1996:
841). Ocurre así porque el sujeto migrante habla desde dos o más
lugares y comunica experiencias distintas (desgarramiento y nos-
talgia, por un lado, pero también triunfo, por otro —839 ss.) que
no se contradicen. Suerte de dialogismo y aun de polifonía de
un solo hablante (843).
Dos cuestiones parecen limitar esa reflexión, ya de por sí rica
y enriquecedora. La primera tiene que ver con una disposición
individualizadora del sujeto migrante; la segunda, con una circuns-
cripción de los discursos del migrante a lo meramente lingüístico
y aun a lo exclusivamente literario. A unque el ensayo de 1995
reconoce la condición social del sujeto migrante, sus ejempli-
ficaciones (ahí como en los otros trabajos en que el autor desarro-
lla esa categoría) tienden a poner el énfasis en individuos y sus
particulares —y hasta privadas— situaciones enunciativas: el Inca
Garcilaso, Guamán Poma, A rguedas y aun el propio autor, según
declara en uno de sus raros textos confesionales: «[...] desde que
el azar me puso por algunos años en el Primer M undo lo mejor
que he descubierto es que yo también soy irremediablemente (¿y
felizmente?) un confuso y entreverado hombre heterogéneo.»
(CORN EJO 1994b: 24). En cuanto a los alcances semióticos de su teo-
ría es de observarse que ella se empeña en los niveles propia-

61
mente verbales del discurso migratorio, esto es los textos líricos,
narrativos o testimoniales que de un lado u otro refieren a la mi-
gración, y no acude de modo consistente a la miríada de signos
no verbales (índices, señales, gestos, actos, usos, costumbres, ri-
tos, etc.) que acarrea directa y caudalosamente el fenómeno mis-
mo de la migración.
Entonces propongo, en primer lugar, enfatizar la condición plu-
ral del sujeto migrante que nos ocupa. Lo que implica entender el
fenómeno de la migración del campo a la ciudad como producido
por un sujeto esencialmente colectivo, que «habla» como grupo, in-
cluso cuando lo hace a través de individuos, para expresar proble-
mas y esperanzas afines u homologables. Propongo, en segundo lu-
gar, poner el énfasis en la noción amplia de discurso (signos y ac-
tos expresivos y comunicacionales que trascienden lo meramente
lingüístico), para caracterizar al sujeto migrante como un sujeto
performativo, capaz de representar por sí mismo, incluso sin nece-
sidad de mediaciones literarias, su propia problemática y las sali-
das que para ella, o partes de ella, imagina y plasma. Hablo de un
sujeto que realiza la «performance»1 de su vida, que en una especie
de pacto implícito realiza sistemática y ritualmente una serie de ac-
ciones de trascendencia grupal, revestidas de símbolos religiosos,
clánicos y patrióticos, como migrar, desbordar, invadir, fundar, ur-
banizar y repoblar. Se trata de un sujeto cuya sola presencia signifi-
ca estados y necesidades, y cuyos actos sumados articulan una po-
derosa narrativa, hoy por hoy inesquivable en Nuestra América. En
efecto, esa masa migrante también «habla» con sus cuerpos, des-
plazamientos, acciones, posiciones y posesiones. M aneja su situa-

1
Uso la noción amplia de «performance» tal como la modula Diana Taylor
después de su lectura de REINELT y ROACH (eds.), (Critical Theory and
Performance) y Judith BUTLER (Gender Trouble: Feminism and the Subversion
of Identity): «numerosas manifestaciones de conducta “ dramática” en la esfera
pública» (TAYLOR 1994: 13 –mi traducción). Los primeros trascienden la
representaci ón teatral para entender tambi én baj o ese térmi no l as
demostraciones sociales de distinto tipo. La segunda entiende «performance»
como roles socialmente construidos. Ésta se refiere al género sexual, pero la
idea puede obviamente ser extendida a la clase, el grupo, la raza, el clan y, en
nuestro caso, la masa de migrantes.

62
ción espacio-temporal para enunciar carencias, necesidades, recla-
mos, conquistas, acciones, reacciones, etc. Desde esta perspectiva,
la migración masiva del campo a las ciudades puede leerse ya como
un amplio discurso del hacer, en que el cuerpo masivo termina por
urdir un lenguaje enérgico y desafiante (que, claro, induce las ac-
ciones represivas de quienes se sienten cercados, amenazados y
desterritorializados por ese significativo hacer).
Propongo también entender al sujeto migrante no sólo como
heterogéneo sino como heterogeneizante, porque impulsa las dis-
tintas heterogeneidades periféricas hacia los centros de A mérica
Latina, donde, adensadas, se encargan ellas de destacar la hetero-
geneidad de más bulto: la que opone las culturas aborígenes e
indomestizas a las culturas occidental y occidentalizadas. Es de-
cir, porque pone de relieve los extremos y el amplio espectro de
tensiones de la heterogeneidad, y trae al canto un inequívoco ar-
gumento de cambio político y social.

Cri si s del model o radi al de cul tura

En el Perú, como en el resto de A mérica Latina, se impuso desde


la conquista un modelo radial y radiante de cultura (BUEN O 1993),
cuyo proyecto básico era la progresiva occidentalización de las
naciones. A ese proyecto —y a la concentración de poder— obe-
decía obviamente la fundación de ciudades por parte de los con-
quistadores españoles. La ciudad era entonces —y en muchos as-
pectos todavía lo es— el centro necesario desde donde se radiaba
todo intento de cristianización, castellanización, alfabetización,
sanitarización, etc., y el lugar donde se emitía la ley y se iniciaba
y delegaba el poder. Fue también, durante la época de las prime-
ras repúblicas, el lugar donde se fraguaban los proyectos para con-
vertir el campo en un espacio económica y políticamente útil para
las ciudades, so pretexto de exigirlo así la prosperidad de las na-
ciones.2 Esa ciudad-centro, o eje, o modelo es, en cierto modo, la

2
En ese sentido Facundo (1845) es el más elaborado discurso reorganizador
del campo en función de las ciudades, para beneficio de la economía europea

63
que Á ngel Rama estudiara bajo el nombre de ciudad letrada
(1984).3 Las cosas se mantuvieron así hasta los años cincuenta y
sesenta del siglo XX, en que fuertes migraciones del campo a la ciu-
dad impidieron a los centros metropolitanos la inmediata absor-
ción (aculturación) de los nuevos sujetos, abandonando parcial-
mente, hasta hoy, amplios sectores metropolitanos al cultivo de los
registros culturales del migrante indígena o «indomestizo».4 Se
puede decir entonces que el modelo radial de cultura viene siendo
contrarrestado y en muchos aspectos sustituido por un modelo
opuesto, centrípeto y recivilizador, según el cual las ciudades, esto
es los centros, acusan el impacto del interior y de las culturas no
occidentales de la nación,5 revisan su papel de bastiones de occi-
dentalización y, queriéndolo o no, se convierten en lugar de en-
cuentro y promoción de los múltiples componentes del llamado
país natural.
En lo que sigue voy a esbozar la narrativa de esta especie de
reversión culturizadora que, según veremos, tiene los signos de
una reconquista. Se trata de una historia ostensible, que en el Perú
ha merecido la atención de científicos sociales como José M aría
A rguedas (1975), José M atos M ar (1987), Rodrigo M ontoya (1987),

más que de la nacional. Véase en especial la sección final, «Presente y porvenir»


(SARMIENTO c1985: 225-244).
3
Rama ahí habla específicamente del «equipo intelectual» ligado al poder
(abogados, notarios, administradores, clérigos, jueces, funcionarios, pro-
fesores, oficinistas, etc.) pero podemos decir que se proyecta más allá de los
grupos de letrados para representar a la ciudad física que los alberga (en
general la ciudad capital y otras ciudades centrales), y aún a la nación que
durante el proceso de construcción de los estados nacionales del siglo XIX
surge como un conjunto de proyectos meramente gramatológicos o librescos,
despegados de la realidad.
4
Dice Luis E. V ALCÁRCEL : «Hemos llamado indomestizos a los que no siendo
ya, biológicamente, indios puros, lo son por su género de existencia, por su
contenido anímico, por su status.» ([1945] 1968: 93). José María A RGUEDAS
define al indomestizo de una manera más expeditiva y funcional: «mestizo
con predominio indio» (1975: 5, especialmente, para los fines de este ensayo,
el capítulo «El complejo cultural en el Perú», pp. 1-8.).
5
A criterio de Mirko L AUER: «Lo que tenemos ahora en la cultura, con los
antiguos habitantes del campo presentes en las ciudades, es [...] la existencia
de una nueva cultura urbana.» (1989: 74 —el énfasis es mío).

64
o H ernando de Soto (1990), a la que aquí le estamos sumando un
interpretante de orden reivindicador, que busca argumentar como
un fenómeno culturalmente positivo (para el país entero, para la
nacionalidad) lo que la cultura criolla entiende como un desastre.

La naci ón acorral ada resi ste

[...] un gran pueblo, oprimido por el desprecio social, la


dominación política y la explotación económica [...] se ha-
bía convertido en una nación acorralada [...]
J. M . A RGUEDA S (1972: 71)

El estado actual de ese vasto fenómeno histórico tiene su inicio en


el relativo fracaso del proyecto civilizador que acá he llamado mo-
delo radial de cultura. Las ciudades españolas de América, en efec-
to, nunca lograron la cabal occidentalización de sus áreas de do-
minio, porque se toparon con la resistencia del llamado país na-
tural.6 Esta noción tiene filiación martiana (M A RTÍ 1977: 28) y re-
fiere al interior de las naciones, a los ambientes rural y autóctono
de nuestras patrias. José M artí, en efecto, hablaba del «hombre na-
tural» para referirse al hombre del campo, al indígena o «mestizo
autóctono», al poblador de los pequeños villorrios de las nacio-
nes de América Latina, y oponerlo al «hombre artificial» y libresco,
producto y paladín de las ciudades. También hablaba del «pue-
blo natural» y de la «nación natural» («tempestuosa o inerte») para
referirse a las zonas del país que ante las presiones de la ciudad y
el poder central responden con la violencia instintiva o la impro-
ductiva inercia (30). A sí, con esa resistencia del país natural, la
ciudad colonial resultó rodeada de anillos de occidentalización
cada vez más atenuados, en que, como ha sido observado (RA M A

6
La expresión «país natural» podría, sin embargo, implicar una idea indeseable:
que las civilizaciones indígenas, indomestizas o afromestizas de América
Latina no son verdaderas culturas, sino parte de la naturaleza y del ambiente
meramente físico del nuevo mundo. Para evitar este equívoco hay que afirmar
el otro sentido del término «natural»: originario de un lugar, esto es indígena,
o fuertemente influido por ese origen.

65
1984: 44-46), los mestizos y mulatos ocupaban los primeros nive-
les de lo que ya era una periferia, y los perseguidos por la justicia,
los indios rebeldes y los negros cimarrones los últimos. M ás allá
se ubicaba el espacio del enteramente «otro», habitante de una suer-
te de terra incognita, hasta donde la civilización occidental no ha-
bía llegado sino como una vaga noticia.
Esta gradación exocéntrica es la que buscó disolver Sarmiento
[1845] en su país, expandiendo programáticamente la civilización
central hacia los distintos niveles de lo que él llamaba una exten-
sa barbarie. El modelo funcionó con relativo éxito no sólo en la
A rgentina, sino en todos los países de A mérica Latina empeña-
dos en su modernización. En ese esfuerzo la educación rural, el
servicio militar obligatorio, la conscripción vial, el fomento a la
inmigración selectiva y no pocos programas de descentralización
resultaron ser factores de importancia, sin contar el despojo de
tierras, el desalojo, o la cacería de indios. A sí fueron adelgazadas
las diversas periferias y se avanzó una homogeneidad relativa
—hispanoparlante, cristiana, capitalista, escrituraria—, de mane-
ra muy visible en los países del cono sur.
Ese modelo radial y civilizador se sentía irresistible e inexora-
ble. Prueba de ello está en que bien entrado el siglo XX, en pleno
fervor del proyecto modernizador peruano, un espíritu sensible a
la nota provinciana y al color local, como era Abraham Valdelomar,
entendiera la nación en los términos de la cultura criolla domi-
nante por él representada. Entonces, a despecho del masivo país
natural que emitía signos culturales de otra índole, él se obstina-
ba autoritariamente en entender el país entero según los registros
de la ciudad (Lima) que concedía y legitimaba orden, contenidos,
valores, formas y signos en escala descendente. A sí produjo un
enunciado en apariencia intrascendente, que ha quedado apenas
como una boutade egocéntrica propia de la hora, en que podemos
leer el afán del autor de promover al círculo que él frecuentaba
(y promoverse a sí mismo, en tanto que elemento conspicuo de
ese círculo) como ideal homogeneizador de la nación peruana:
«El Perú [decía] es Lima; Lima es el Jirón de la Unión; el Jirón de

66
la Unión es el Palais Concert; luego el Perú es el Palais Concert»
(SÁ NCHEZ 1987: 171).7
Pensando en el caso Valdelomar uno no puede menos que pre-
guntarse: ¿cómo se explica una estética nativista y provinciana
afincada en el centro? Para responder a esta pregunta convendría
ampliar la idea de Lauer sobre el «indigenismo-2»8 y aplicarla a
los distintos postmodernismos del área andina (incluida su van-
guardia nativista): dice que el indigenismo no sólo no fue un mo-
vimiento del indio mismo, como señalara M ariátegui, sino que
«tampoco iba hacia él» (L A UER 1997: 49); iba hacia una amplia-
ción y una redefinición de la cultura criolla, mediante la incor-
poración de «un tema de su periferia» (102). Cierto, la cultura crio-
lla se redefine periódicamente dependiendo de las circunstancias
históricas; en especial, de la presión de las distintas periferias, que
es algo que veremos con singular interés más adelante.
La avanzada civilizadora, como sabemos, no cambió el grue-
so del área andina, sino ciertos sectores; y en éstos no logró remo-
ver significativamente los fondos aborígenes, sino las formas de
expresión. A sí se produjo lo que se ha dado en llamar sincretismo,
que en el fondo es una transacción táctica, de orden semiótico, que
reformula partes del lenguaje cultural, pero no mucho los conteni-
dos de base, a los que se trata de preservar a toda costa. También
llamado transculturación, el sincretismo ha sido explicado como
parte de la resistencia cultural y como estrategia de supervivencia
del país natural. Las culturas, en efecto, se resisten a morir, aun
cuando se encuentran muy debilitadas, y para salvarse son capa-
ces de desprenderse de alguna parte —en apariencia suculenta,
aunque no siempre esencial— de su naturaleza. En otras palabras,
si la alternativa a morir es cambiar, entonces se cambia lo aparen-
te como estrategia de preservación de lo inmanente y sustancial.

7
A mí me ha llegado este razonamiento por vía oral, no en forma de sorites sino
con un final algo distinto, aunque muy del genio de Valdelomar: «... y el Palais
Concert soy yo».
8
Lauer llama «indigenismo-2» al creativo, artístico y ficcional, para diferenciarlo
del ensayístico, sociológico o político.

67
Entre nosotros el país natural de base, esto es la cultura indí-
gena, ha sobrevivido. H a aceptado, claro, como ha sido bien visto
por A rguedas (1975), y luego por Á ngel Rama en su lectura de
A rguedas (1982),9 la occidentalización y la modernización en tan-
to que recursos de vida, pero sin alienar sus valores fundamenta-
les. A l respecto escribe A rguedas: «[l]a vitalidad de la cultura
prehispánica ha quedado comprobada en su capacidad de cam-
bio, de asimilación de elementos ajenos [...] pero ha permanecido,
a través de tantos cambios importantes, distinta de la occidental»
(1975: 2 —su énfasis). Y Rama: «Se puede concluir que hay [...] un
fortalecimiento de las que podemos llamar culturas interiores del
continente, no en la medida en que se atrincheran rígidamente en
sus tradiciones, sino en la medida en que se transculturan sin re-
nunciar al alma, como habría dicho A rguedas» (1982: 71 —énfasis
mío). El país natural resistió y resiste, pues, la aculturación. Era
como si se guardara la ocasión (el tiempo de la diversidad y la
tolerancia) para poder expresar sin contenciones su verdadera
índole cultural.
En el país interior la resistencia, aunque ejercida en todos los
frentes, desde el lingüístico hasta el religioso, no siempre tuvo el
éxito que el colonizado juzgara deseable. Y así es como gruesos
sectores de la sierra peruana, según ha sido ampliamente señala-
do por la crítica cultural, se han casi rendido a las fuerzas de la
occidentalización, y en algunos casos se han castellanizado al
punto de olvidar las lenguas aborígenes, y con ellas mucho de la
riqueza cultural indígena. Pero aún así perviven sumergidos no
pocos de sus valores, quizá los esenciales, que han sido juzgados
por Rama como pertenecientes a una ética superior.
En el resto del país la resistencia fue más afortunada, de ahí
que entre las naciones criolla y nativa exista, hoy en día, una densa
profusión de culturas mestizas y formas de transculturación que no
existirían si la nación nativa se hubiera entregado sin reservas a la
cultura dominante. Lo que significa decir que el espectro de
heterogeneidades se enriquece paradójicamente en el juego de ten-

9
Especialmente el capítulo «La gesta del mestizo» (RAMA 1982: 173-193).

68
siones y negociaciones planteadas por la occidentalización y la re-
sistencia. Y así es como en la ciudad letrada esa profusión cultural
y la resistencia que la genera y la diversifica repercuten inequívoca-
mente en ciertas expresiones culturales de bastidor criollo, pero de
espíritu alterizante, como los regionalismos, los indigenismos, el
negrismo, el cholismo,10 el palo-brasilismo11 y otras manifestacio-
nes similares. Todas ellas son como las puntas de iceberg de una
constelación cultural tan activa y fuerte que logra marcar sus sig-
nos en las expresiones conspicuas del bastión occidentalizador.
En suma, en estas tierras la resistencia a la occidentalización
desculturante es tan antigua como la conquista. Con distintos re-
cursos —el sincretismo cultural es sólo una de sus formas más efec-
tivas— el país natural ha luchado siempre por defender sus va-
lores. Y ha cuestionado la homogeneización desde el inicio del
choque cultural hasta el momento presente, en que las periferias
han salido de su adormecimiento táctico a cumplir un papel más
activo y, como veremos luego, más amenazante para el poder y la
cultura centrales.

El país natural reconqui sta el centro (o despl azami ento


haci a el centro de l a heterogenei dad de base)

[...] se podía ver, tocar, concentrado, el problema de las


migraciones campesinas hacia la capital, que en ese dece-
nio duplicaron la población de Lima e hicieron brotar,
sobre los cerros, los arenales, los muladares, ese cerco de
barriadas [...]
M ario V A RGA S L LOSA (1986: 433)
10
Con algunas variantes, estos movimientos han sido incluidos por Luis
M ONGUIÓ dentro del nativismo literario postmodernista que él investiga en la
primera parte de su libro (1954). Al negrismo lo descompone en zambismo
y mulatismo. El cholismo vendría a ser la expresión poética del mestizo
comprometido con la provincia y el mundo agrario.
11
Me refiero al movimiento cultural originado por la Semana de Arte Moderna
de Sao Paulo, febrero de 1922, y que cristalizara en 1924 en el «Manifesto de
Poesía Pau-Brasil » de Oswald de Andrade ([1924]1981: 3-7). En el manifiesto
se hace un llamado a la originalidad nativa, con vistas a crear una auténtica
cultura nacional.

69
A l final de La tía Julia y el escribidor el narrador, Varguitas, consta-
ta —no sin cierta lamentación— los cambios que venían ocurrien-
do en la Lima de entonces por la zona de la Biblioteca N acional:
las aceras de la avenida A bancay habían sido tomadas por una
gente oscura e incivil, «con ponchos y polleras serranas», que pre-
fería hablar en lengua indígena y se dedicaba a la fritanga y la
venta callejeras. Eran los inicios de los sesentas y la ciudad crio-
lla y señorial había comenzado a ser tomada intensamente por las
puntas de lanza del país natural, que sentaba sus reales en los
espacios abiertos, calles y plazas, mediante una de sus manifesta-
ciones más destacadas: la feria vernácula, la de manta en el suelo,
mercadería portátil, norma no escrita y licencia no solicitada. En
otros términos, frente al monumento más conspicuo de la ciudad
letrada (la biblioteca, el museo, la universidad, la catedral, o el pa-
lacio de gobierno) se erige una ciudad distinta, básicamente oral,
hecha de acuerdos verbales y de transgresiones a la norma impre-
sa. Es decir, una «ciudad oral», como la he llamado en otro lugar
(BUEN O 1993), no necesariamente analfabeta, sino basada en una
formalidad ajena a la escritura, y por lo tanto ajena a la oficina, el
documento, el sello, la firma y el papel oficiales.
Durante los cincuenta y sesenta la ciudad oral crece hasta sa-
turar y desbordar los límites habitables de la tradicional ciudad
escrituraria. En el Perú la ciudad oral recibe pronto el impulso de
las masas desplazadas por la reforma agraria: ésta libera al indí-
gena de la tiranía neoencomendera del hacendado y acentúa los
procesos de migración durante el gobierno de Velasco A lvarado.
Se hace entonces visible otra forma de toma del centro. Esta vez se
trata de cercarlo, como testifica Vargas Llosa en su texto del epí-
grafe, y como seguirán testificando, no sin congoja, algunos de sus
cofrades ideológicos (PÁ SA RA 1991). Y se trata de re-fundarlo, de
modo que alcance a la cada vez más creciente migración de la
oralidad, para que se vuelva menos excluyente y, desde la pers-
pectiva del migrante, más humano. Entonces surge la invasión
como recurso; y la barriada, esto es, la ciudad popular, como su
resultado. Visto de otro modo, lo que había sido papel de las avan-
zadas occidentales durante la conquista, hablo de fundar ciuda-

70
des, hacer trazas, distribuir lotes, tomar posesión, etc., de pronto
se convierte en la acción necesaria de las avanzadas del campo y
la oralidad. Los signos son los mismos, incluido un lenguaje que
habla de pioneros y fundadores, pero la dirección es contraria.
Se puede decir que el impulso ahora es el de una reconquista, que
no sólo toma y ocupa el centro de un poder que le había sido ina-
mistoso y adverso, sino que levanta en torno gigantescos campa-
mentos, que después serán ciudades, como para asegurarse que
esa toma y aquella reconquista no sean una mera ilusión, ni una
etapa fugitiva en un largo proceso de desventuras.
En esa reconquista del centro no propongo ver necesaria-
mente un afán revanchista (después de todo la memoria colectiva
ha perdido acá algunos referentes), sino la respuesta angustiosa a
una necesidad primaria: la de supervivencia. Era claro que la opre-
sión y la explotación estaban reduciendo el país natural, especial-
mente su componente más vasto, el indígena, a una humanidad
menguante, indigente y desvalida, objeto inmerecido de rechazo y
desprecio. Entonces la migración y la subsiguiente fundación de
centros alternativos constituyen una estrategia que hace visible el
país natural y lo aproxima hacia los centros del poder político y
económico. Era una manera de denuncia, a la vez que una solu-
ción tentativa al problema.12 Después de todo, los nuevos citadinos
se cuentan por millares: son toda una humanidad en movimiento
que se ha impuesto una función constructiva y una esperanza de
futuro. H ay allí, en el arenal que rodea a la ciudad, la promesa de
un mañana distinto, humanizado y humanizador. A l respecto se
ha visto cómo la narrativa oficial urbana de los años de la ocupa-
ción se permea de esa voluntad visionaria y constructiva del
migrante, que ofrece una «alternativa autóctona moderna a lo au-
12
«Alguna vez José María Arguedas decía que las barriadas [escribe W. K APSOLI ]
son no sólo cinturones de miseria sino una especie de Amarus, que es la
figura de la gran serpiente, que lanzados por la voracidad del hambre y la
desesperación pueden ir apretando el cerco hasta engullir, aplastar, a los
hombres que de alguna manera han condicionado esa situación y que estarían
ubicados espacialmente en las zonas del casco urbano, en las zonas
residenciales de la gran Lima o del país». (1989: 53 ss. Especialmente el
capítulo «De mis observaciones en Lima», pp. 43-54.)

71
tóctono tradicional», y produce novelas de títulos «elocuentes: La
tierra prometida,13 Panorama hacia el Alba,14 Veinte casas en el cielo,15
Una piel de serpiente16 [es decir renovable]» (L AUER 1997: 22).
Volviendo a nuestros términos, podemos decir que la grada-
ción cultural exocéntrica, similar a las capas de una cebolla, se ha
vuelto a romper. Pero esta vez ya no por el impulso sarmientino
que buscaba llevar la civilización del centro a la nación agreste
y salvaje, sino por un impulso contrario, que lleva el país natural
hacia el centro, y lo redefine con los signos de la alteridad y la
pluralidad. Y los actores de esa ruptura del modelo ya no son los
funcionarios de peluca y levita, o sus representantes de sable y
charretera (como Lucio M ansilla en la A rgentina, enviado por el
presidente Sarmiento a negociar los límites de la nación con los
indios ranqueles), sino los indígenas, los provincianos, los cam-
pesinos, los proletarios y otros periféricos, quienes renuncian al
papel de sujetos pasivos que les había conferido la historia para
adoptar el de sujetos operadores de su propia historia. Lo que pue-
de ser visto como que el país natural comienza a apropiarse del
Estado (todavía central y criollo) en un movimiento contrario al
anterior, en que el Estado criollo buscaba apropiarse del país na-
tural, que es algo que ha quedado simbolizado por la poesía
neoclásica de A ndrés Bello, o la modernista de Rubén Darío, José
Santos Chocano y Julio H errera y Reissig. Se está cumpliendo así
lo que varios entienden como el asalto a la modernidad por los
marginales, cuyas formas más visibles serían la informalidad, el
otro sendero y ahora el poder económico de los sectores emergen-
tes de la migración, como la zona limeña de Gamarra.

El cambi o en l a noci ón de N aci ón

[Una] presión de mayorías sobre la estructura del Estado.


José M A TOS M A R (1987: 19)
13
Luis Felipe Angell [1958].
14
José Ferrando [1941].
15
Armando Robles Godoy [1962].
16
Luis Loayza [1964].

72
A lo largo de este ensayo he querido usar a menudo la expresión
«país profundo» de Jorge Basadre en lugar de «país natural» que,
como hemos visto, no deja de plantear ciertos problemas de senti-
do. Pero ocurre que el historiador peruano reserva su concepto para
referirlo a N ación, en oposición a Estado, o «país legal», represen-
tado por la autoridad, el poder, los burócratas, las fuerzas arma-
das, los servidores públicos, etc. En otras palabras, para Basadre
(1947) el país profundo abarcaría toda la población englobada por
un mismo proceso histórico (incluida la de las ciudades), descon-
tados los aparatos del Estado. Está en el ánimo de Basadre la com-
probación de la distancia que, en el caso peruano, separa a Esta-
do y Nación, y la confirmación de que, ello no obstante, el primero
ha logrado tener una influencia irreversible en la segunda, como
lo demostraría el hecho de que la dieta básica del poblador andino
incluye productos agrícolas importados: trigo, azúcar, arroz. Esta
observación es la que nos permite llegar a vislumbrar la índole ac-
tual de las relaciones entre las dos entidades: en la segunda mi-
tad del siglo XX se ha invertido en parte la orientación de las in-
fluencias, de modo que la N ación (la nueva ciudad de la nación)
está ahora presionando fuerte para cambiar la estructura del Es-
tado, es decir, para lograr que el país oficial se ajuste al país real,
como dirían Basadre, M atos M ar y de Soto, o para que la ciudad
letrada se ajuste a la ciudad real, como diría Rama.
En efecto, el nuevo rostro del Perú de que habla profusamente
la etnohistoria a partir del medular trabajo de M atos M ar (1987),17
no sólo supone una redefinición de la idea de N ación y un nuevo
sentido de identidad, como se sostiene (20), sino también, según
lo insinúa el epígrafe, una nueva estructura del Estado. Las ma-
sas desbordadas y migrantes, las instituciones indomestizas que
se instalan en círculos metropolitanos —toda una explosión de clu-
bes distritales, peñas folclóricas, asociaciones patronales, regiona-
les, deportivas, etc., y una gran proliferación de actividades cultu-
rales y artísticas vernáculas, muchas de ellas ya en franco proceso
17
Aunque hay que aclarar que este nuevo rostro es más bien el de las grandes
ciudades peruanas, en especial Lima, pues la composición general del país
poco cambia.

73
de transculturación, como la lírica chicha y las ceremonias de bau-
tizo, matrimonio y defunción 18— y la variedad de austeras pero
profundamente efectivas formas de trabajo colectivo que esas ma-
sas ejecutan en el espacio conquistado —la construcción comu-
nal, los w aw a-w asis,19 la cocina popular, etc.— no sólo nos pro-
ponen reformular la idea circulante de nación para hacerla in-
clusiva de una significativa muchedumbre y sus instituciones, sino
que nos imponen de pronto la necesidad perentoria de reformular
el país legal en función del país real que ahora se hace fuertemen-
te visible; o la necesidad inaplazable de hacer que la ciudad letra-
da (el país gramatológico) deje de ser una construcción jurídica
anclada en el vacío, o una fantasía de orden apenas tipográfico,
para convertirse en un dictado fiel del orden y las necesidades de
la ciudad real.
Por cinco siglos la ciudad letrada se ha aprovechado de esas
masas y las ha explotado hasta la deshumanización.20 Todo ese
tiempo las ha ignorado olímpicamente, manteniéndolas en su vasta
reserva andina, acorraladas y sin mayor capacidad de movimien-
to o de acción soberana. H asta que un buen día, rotos los meca-
nismos de control de la reserva, la ciudad letrada comprueba que
no puede contener más a las masas desbordadas, que cruzan las
líneas del apartheid local y luego, sin títulos ni licencias, comien-
zan a levantar sus grandes campamentos. A sí lo vio Vargas Llosa
y lo interpretó bajo los signos de la amenaza: «ese cerco de barria-
das». A sí lo vio igualmente Luis Pásara cuando, confirmando el
18
He sido testigo de la ceremonia del «rutuche» (una forma de bautizo) en
Arequipa y San Juan de Miraflores; de la ceremonia de velación y entierro de
ropas de difunto en Pamplona Baja, del «pagapu» (pago con licor, cigarrillos,
comida y otros bienes a la tierra donde se va a edificar) en Arequipa y San
Juan de Miraflores, etc.
19
Guarderías infantiles de base indígena o indomestiza, como su nombre lo
indica, que en Lima cuentan con cierto apoyo oficial.
20
Una deshumanización que toca tanto del explotado como del propio
explotador, que en el proceso se convierte en una verdadera bestia, como bien
ha visto Aimé CÉSAIRE (1955) cuando hablaba de «l’ effet de choc en retour»
(o según se traduce al inglés: «the boomerang effect»). Hay traducción
fragmentaria al español en que se alude a este efecto como de «regresión de la
colonización» (1979: 11).

74
lúgubre pronóstico del abate Pierre (un cinturón de miseria), es-
cribía que «el cerco [ya] se había armado». En efecto, esa masa no
sólo había estrechado su ancho círculo en torno a la ciudad letra-
da, sino que estaba ahí exigiendo, con su sólida presencia, una
historia distinta, un cambio sustancial en la distribución de los
recursos del país y una reformulación de los dispositivos del Es-
tado. Era una exigencia que debió parecerles intolerable a los re-
presentantes de la cultura criolla, de ahí que en su momento el
periodista Pásara clamara cándidamente que las acciones combi-
nadas de migrantes y subversivos: «nos están quitando el país».
Se está cumpliendo la profecía de M artí: estamos viendo que
el país natural «vence» al país artificial; y, por supuesto, que la
nacionalidad —peruana y, cambiando lo que hay que cambiar,
latinoamericana— está sopesando de distinta manera los com-
ponentes básicos de la identidad. Ésta, en efecto, ya no quiere
ser entendida bajo la fórmula degradante o condescendiente de
CRIOLLO → N atural (en nuestro caso: A ndino), sino bajo una
nueva formulación impuesta por los hechos, que eleva al hom-
bre natural a la condición de interlocutor reivindicado y digno
(sujeto de diálogo y relaciones contractuales, ya no de mera obe-
diencia): CRIOLLO ↔ N A TURA L.

El centro contraataca

Martí decía que el hombre natural «vence» al hombre artificial para


dar a entender que la razón fundada en los hechos (en la realidad
y la historia) termina por imponerse a la razón libresca. Para dar
a entender también que las construcciones ideológicas destinadas
a la perpetuación del poder (los aparatos del Estado), terminan
por ceder a la presión de las masas, que encuentran que esas cons-
trucciones no las representan adecuadamente. En el caso que nos
ocupa, las masas que se han hecho evidentes a las puertas del bas-
tión letrado comienzan a imponer a los sectores del poder una mejor
valoración de los componentes de la nación, una representación
más justa de esos componentes dentro del Estado, y una proyec-
ción histórica más humana y más viable para todos aquellos sec-

75
tores secularmente ignorados. El hombre libresco (representado en
la última centuria por el político criollo, el patricio latifundista, el
capitalista financiero y el intelectual al servicio de ellos) ha levan-
tado la ciudad letrada pensando en una utopía extraña y fanta-
siosa, que lo refleja narcisistamente y que, por eso, no se compa-
dece de la realidad más amplia. El hombre natural, entre tanto,
que no ha tenido ni la facultad ni los recursos para levantar su
propia utopía de modernización,21 que existe y produce a partir
de su contacto con los elementos y no a partir de fantasías legisla-
tivas, es el mismo que un día masivamente siente la necesidad de
desplazarse e imponer su presencia en los ejes del país, como una
fuerza capaz de operar sus propias reivindicaciones. Y al hacerlo
de esa manera, sin necesidad de libretos ni doctrinas, crea el bos-
quejo de una utopía pragmática, robusta y propia. Es en ese senti-
do que el país natural está venciendo al país artificial: lo está obli-
gando a rehacer los sistemas de valoración, representación y de-
sarrollo de los distintos componentes de la nación. El que aún los
intelectuales de derecha hayan reconocido el empuje y la creativi-
dad de los migrantes significa que finalmente el país natural, con
su desplazamiento hacia los centros, se hace escuchar con aten-
ción y hasta, en muchos casos, sin desdenes. Ésa es, pues, una
contienda que las culturas del interior, por medio de la migración,
están ganando a pulso.
Sin embargo, esa victoria no ocurre fácilmente, sin tropiezos
ni reacciones por parte de los sectores dominantes. Éstos en gene-
ral tienden a la conservación del sistema y se resisten a perder sus
privilegios. Se resisten también a perder la preeminencia de los sig-
nos de cultura o clase que los caracteriza: su lengua, su hábitat,
su entorno, sus costumbres, etc. N o toleran que signos extraños
vengan a discutirles su hegemonía. Y si por alguna razón han de
ceder y tolerar un alza del sector dominado, ella tendrá que suje-
tarse a las condiciones de control que alcancen a formular. Enton-
ces los invasores serán impulsados a dejar de ser lo que son y

21
El senderismo no es una propuesta propia, sino una medida alcanzada por las
capas medias que quieren realizar el proyecto del hombre natural.

76
«civilizarse» (en un sentido más bien sarmientino, antes que eti-
mológico) para tener derecho de ocupación en el espacio de la cul-
tura central.
Entre la tendencia a la conservación del orden sostenida por
el poder y la tendencia al cambio reivindicador impulsada por los
sectores emergentes existe, pues, una tensión constante. Ella pro-
voca distintas valoraciones del proceso, en que no sólo se acen-
túan el racismo, el clasismo, la exclusión, o la dominación cultu-
ral, o el entendimiento de (y la convivencia fraterna con) los valo-
res alternativos, sino que la tensión misma experimenta algunos
corrimientos de foco. Éste, en efecto, a veces se sitúa en el centro
mismo de la ciudad letrada (sus espacios públicos y santuarios
de poder: la casa de la cultura, la plaza de armas, o la zona del
palacio de gobierno, por ejemplo), y otras veces en zonas menos
conspicuas y centrales (el coliseo popular, la plaza comunal, el
pampón recientemente invadido, por ejemplo). Se puede hablar
también de variaciones en el sentido y el ritmo de la tensión: así
hay etapas de mayor o menor desplazamiento, hay agudización y
distensiones, hay conflictos, pero también ciertos acuerdos, algu-
nas armonías. N o hay necesidad de decir que estas últimas influ-
yen directamente en los procesos de transculturación y mestizaje
cultural (que no son lo mismo —BUEN O, 1996), ya acentuados por
el mayor contacto sociocultural impuesto por las migraciones del
campo a la ciudad.
En el caso que nos concierne (Lima y su neociudad alternati-
va), se diría que en el momento actual se vive un período de agu-
dización del conflicto. Si bien desde el inicio del «desborde popu-
lar» se había visto el ejercicio represor de la fuerza policial o mili-
tar, ayudado por la ley,22 ahora vemos que a las ordenanzas mu-
nicipales y los fallos judiciales se les suma callejeramente un re-
curso ideológico de viejísima data y peligroso pelaje. H ablo del
más eficiente aliado de la cultura criolla de todos los tiempos: una
axiología racial y cultural que establece sutiles pero férreas grada-

22
«[H]ubo un parlamentario que propuso establecer un pasaporte para impedir
que los serranos invadieran Lima» (PÁSARA 1991).

77
ciones, en que, para decirlo burdamente, indio (o negro) es menos
que cholo (o mulato) y menos aún que blanco; quechua es menos
que español; sierra es menos que costa; campo es menos que ciu-
dad; y aldea (o comunidad indígena) es menos que ciudad pro-
vinciana y menos aún que ciudad capital. Se trata de infiltrar en
el ánimo del migrante la convicción de que tiene que acriollarse
para poder ocupar un lugar poco más elevado, aunque todavía
subalterno, preestablecido y rígido, de acuerdo con su origen y co-
lor, en la ciudad escrituraria.23
Se diría que la pulsión reivindicadora que aquí se ha glosado
estaría finalmente destinada al fracaso. M ás aún si tenemos en
cuenta que buena parte de la cultura criolla del Perú vive última-
mente la euforia de haberle ganado la guerra a la subversión, lo
que la ha ensoberbecido y envalentonado; la ha hecho recuperar
sus desdenes de antaño y acudir a sus autoridades para que le
haga a la masa «incivil» serios llamados al orden. Por ejemplo,
bajo el lema de la «recuperación del centro histórico», consigue
que se expulse violentamente de la Lima tradicional a los ambu-
lantes, se cancelen coliseos dedicados al arte vernacular y se anu-
len licencias de funcionamiento de chichódromos y salsódromos.24
Se vive en algunos sectores de Lima, en estos días, una sensación
de «casa re-tomada», y una suerte de dicha criolla de haber pues-
to en su sitio (es decir en el margen) a «la cholada».
¿Serán éstos los signos de una larvada intención de revertir el
sentido de la historia y, por consiguiente, de reivindicar los tradi-
cionales privilegios de raza, cultura y clase? Y dentro de ese pro-
grama, ¿estarán ya destinados los cinturones de la ciudad a no
ser más que gradaciones descendentes de la cultura central, o una
vasta y cómoda mediación entre lo que Sarmiento llamaba —se

23
Entonces, como ocurre desde hace siglos en las ciudades centrales del Perú,
con el cambio de generaciones la lengua castellana vence al quechua; la música
criolla (y ahora la música de la cultura internacional de masas) se impone
a la música vernácula; las costumbres andinas se atemperan, la ropa se
occidentaliza, los santos provinciales ceden a los metropolitanos...
24
Para el lector no peruano aclaro que éstos son lugares amplios donde se
escucha y baila las músicas chicha y salsa.

78
diría que no hace mucho— los extremos de la civilización y la bar-
barie? Tengo mis razones para pensar que no. Para creer que los
hechos han avanzado más allá de un punto de no retorno. En-
tiendo que esos signos son todavía parte de las negociaciones que
supone la tensión a la que hice referencia. Comprendo que esas
acciones no sólo están circunscritas a sectores cada vez más limi-
tados, sino que, en no pocos casos, están orientadas a generalizar
ciertas normas de conducta ciudadana: después de todo vivir en
una gran ciudad no es como vivir en espacios abiertos, donde la
naturaleza mitiga y resana los efectos de una rala presencia hu-
mana. Creo, en suma, que los alardes de la cultura criolla no son
tantos como parecen y que en todo caso son estrategias para ne-
gociar una situación dentro del orden que se avecina. Y siento que
hoy por hoy germina en el ánimo colectivo una tendencia de
reeducación de los sectores en juego, destinada a civilizar a unos,
en el sentido (etimológico y nada sarmientino) de fomentarles cos-
tumbres ciudadanas que garanticen orden y salud, y a recivilizar
a otros, en el sentido de proveerles de una bien fundada concien-
cia de respeto a la alteridad.

Envío

Ojalá que esta tendencia no se contente con avanzar una cosméti-


ca urbana y que llegue efectivamente a reformular el último —y
quizá más efectivo— bastión del poder: el universo de la letra, es
decir, el de la constitución, las leyes, las instituciones y todos los
demás discursos sostenedores de las hegemonías que están sien-
do cuestionadas. Ojalá que no se tuerza, ni se manipule, ni se
entrampe, ni se revierta. Impedir su ciclo natural sería nefasto,
antihistórico, retrógrado y recolonizador. Sería desaprovechar
olímpicamente la oportunidad histórica de rediseñar los estados
según la ahora ostensible fisonomía de nuestras ciudades centra-
les, que es una imagen cada vez más fiel de nuestras naciones.

[Hanover, N. H., diciembre de 1997]

79
Segunda parte: si stemas críti cos

81
—IV—
A proxi maci ón al método críti co
de A ntoni o Cornej o Pol ar *

El método crítico de A ntonio Cornejo Polar es analítico-explica-


tivo-referencial. Lo analítico tiene que ver con la estructura tex-
tual, es decir con las formas de una materia que nunca descuida,
y a la que siempre atiende, aun con rápidas pero penetrantes in-
cisiones; lo referencial, con el contexto de realidad, esto es, la si-
tuación histórico-social, que en su modelo crítico no es una enti-
dad pasiva sino parte activa y sustancial del proceso de produc-
ción textual; y lo explicativo, con la relación significativa y fun-
cional entre texto y realidad, en que interesa destacar cómo la
obra literaria debidamente interrogada, más allá de sus proyec-
tos explícitos, contribuye a desarrollar fines que trascienden la
mera contemplación estética. En este sentido la crítica de Corne-
jo Polar es —en conceptos que buscaron envilecer vanamente al-
gunas corrientes críticas de efímera actuación— trascendente y
comprometida. En lo que sigue me propongo aclarar y justificar
hasta donde me sea posible esta caracterización sumaria.
A lejandro Losada solía decir, durante sus años de docencia
en San M arcos, a mediados de los setentas, que consideraba a
A ntonio Cornejo Polar como uno de los pocos críticos peruanos
de proyección continental. Creía difícil, sin embargo, que pu-

*
Se publicó en Tomás G. ESCAJADILLO (ed.), Perfil y entraña de Antonio Cornejo
Polar. Homenaje del Departamento de Literatura de la Universidad Nacional
de San Marcos. Lima: Amaru Editores, 1998, pp. 13-24.

[83] 83
diera formar una escuela, pues no hacía visible un método críti-
co estable, dúctil a la formalización. La verdad es que Cornejo
Polar ya era entonces uno de los críticos latinoamericanos más
sistemáticos y lúcidos de ese tiempo, de una coherencia meto-
dológica y un rigor científico que sus trabajos posteriores y el tiem-
po transcurrido se han encargado de evidenciar. El gran crítico
brasileño A ntonio Cándido fue de los primeros en percibir esa
coherencia. En una de sus memorables visitas a San M arcos, en
1976, dijo públicamente que veía en Cornejo Polar la conjunción
fructífera de una rigurosa metodología de análisis textual con una
fuerte concepción interactiva de las relaciones entre literatura y
sociedad. En efecto, una metodología analítico-explicativa, que
parte de una consistente teoría de base, como veremos más ade-
lante, se vincula en la práctica crítica de Cornejo Polar, desde sus
ensayos tempranos, a los contextos histórico-sociales, no sólo den-
tro de la simple referencialidad, o la productividad textual en que
abundarían luego críticos marxistas como F. Vernier (1972), T.
Eagleton (1976), o R. Williams (1977), sino también dentro de un
compromiso ideológico que nuestro autor refiere a M ariátegui,
antes que a J.-P. Sartre. En una entrevista de 1986 responde A n-
tonio Cornejo Polar que la crítica de la que él forma parte es «tan
rigurosa como la crítica formalista [y] se ha impuesto la necesi-
dad de correlacionar la serie literaria con la serie social [...] im-
plica una toma de posición ideológica y por consiguiente está
comprometida con la lucha general de nuestros pueblos por su
liberación.» (CA LDERÓN 1986). N o he encontrado una cifra más
apretada y lúcida de la línea que él representa. A partir de ella
he organizado las páginas que siguen, en que destaco algunos
de los rasgos fundamentales del método crítico de nuestro autor:
el rigor de su metodología analítico-explicativa, su idea transtex-
tual del texto literario (el nombre es mío, la noción es de él), su
necesidad de creación de categorías de estudio (como la hetero-
geneidad) y sus nociones de historia y cultura articuladas desde
la crítica.

84
El procedi mi ento anal íti co-expl i cati vo

El trabajo crítico de Cornejo Polar siempre le ha prestado especial


atención al lenguaje, a la escritura, a la composición textual. N o
en vano nuestro autor se inició como profesor de análisis de tex-
tos. Llega a esta profesión tras una sólida formación teórica espe-
cialmente orientada a la interpretación literaria. Su tesis doctoral
inédita, Estudios sobre el habla poética (1960) y su casi descono-
cido Curso de introducción a la literatura, publicado en edición
mimeografiada (c. 1966), revelan un conocimiento exhaustivo de
las corrientes de su tiempo, en especial de las aproximaciones lin-
güística y estilística a la literatura. En las páginas de esos trabajos
aparecen armoniosamente integrados —en una exposición sin
fisuras— los modelos lingüísticos y textuales de, entre otros,
Saussure, Coseriu, Kayser, Vossler, Spitzer, Wellek y Warren, y los
A lonsos. N o hablo de un «collage» conceptual sino de una reor-
ganización del campo con dirección bien definida, consistente en
dotar de fundamentación teórica a una práctica interpretativa
que se había probado eficiente como simple metodología crítica
(no como una disciplina científica): lo que en francés se llamó
«l’explication des textes». Es decir, su proyecto consistió en con-
vertir un procedimiento de lectura en una ciencia literaria.
Para ilustrar su período formativo quisiera citarlo en uno de sus
memorables pasajes de reordenación conceptual y síntesis meto-
dológica: está en el Curso... y tiene que ver con el «caos termi-
nológico» y la «diversidad increíble de criterios» entonces al uso
bajo el nombre de interpretación textual. «Ante esta situación —dice
Cornejo— consideramos conveniente prescindir de toda esta com-
pleja problemática y proponer, en cambio, una terminología, una defi-
nición y una técnica que, sin pretender ser únicas, nos parecen las
más aconsejables para los fines que se fija en este curso.»1 A esa
reformulación disciplinaria la denomina «análisis y explicación de
textos», en clara alusión a dos etapas cuya relación expone así:

1
Cito por la segunda edición mimeográfica del Curso de introducción a la
literatura. Arequipa: Librería Trilce, 1970, p. 84. Los subrayados son míos.

85
El análisis debe ser siempre [...] un instrumento para alcanzar una
meta: la de la comprensión plena de un texto; esto es, su explica-
ción. Por supuesto que el análisis, aunque instrumental, tiene que ser
muy riguroso. De este rigor depende que la explicación sea acertada.
([c. 1966] 1970: 84 ss. —subrayado de Cornejo Polar.)

Un ejemplo temprano de la aptitud de este modelo analítico-


explicativo lo tenemos en su ensayo sobre Los perros hambrientos
(1968).2 A hí el análisis del lenguaje narrativo lo lleva al conoci-
miento de la «no pertenencia del narrador al mundo representa-
do» y, luego, a una explicación que será un primer esbozo de su
categoría de la heterogeneidad: el relato estudiado (más bien la re-
lación narrador-lector) se proyecta sobre una realidad ajena, de
modo que «[e]l narrador resulta ser así una especie de intérprete y
de testigo del mundo cordillerano [...] Y comprendemos cómo lo
que pudo ser un vicio estructural se convierte en la clave de la con-
figuración de Los perros hambrientos» (CORNEJO 1989b: 104-105).
En un caso reciente, el mismo modelo básico profundiza en el
lenguaje de un fragmento de los Comentarios reales (aquél de la pie-
dra con incrustaciones de oro) para luego explicar el conjunto como
«una metáfora soterrada del fracaso de ese deseo de armonía»
(CORNEJO 1994b: 97). Garcilaso, sostiene nuestro autor, habría com-
prendido que en el fondo era inútil su esfuerzo de armonizar me-
diante la escritura los mundos quechua y criollo.
Entre ambos ejemplos media un cuarto de siglo. No pocas teo-
rías y modelos críticos se han sucedido en todos esos años: la
fenomenología crítica (que él enseñara en San M arcos a partir de
los modelos de F. M artínez Bonati y A . Escobar), los estructu-
ralismos, la semiótica literaria (que él rechazara en sus versiones
abstrusas y autocomplacientes), la sociología literaria, la socio-
crítica, las teorías de la recepción, la crítica postmoderna, etc. A
todas Cornejo Polar les ha prestado la atención que se merecen.
Es decir, sin descuidar su trabajo, ha sabido encontrar el meollo
de cada corriente y retener para su práctica lo que ha juzgado útil

2
«La estructura del acontecimiento de Los perros hambrientos». En CORNEJO
1989b: 99-119.

86
y duradero. La polifonía de Mijaíl Bajtín, por ejemplo, le asiste cada
vez que el discurso narrativo o poético entreteje las voces disonan-
tes de la fragmentada realidad de A mérica Latina.3

A l cances de l a expl i caci ón

El modelo crítico de Antonio Cornejo Polar no se contenta con una


explicación meramente textualista, es decir, ceñida al ámbito tex-
tual. Casi desde sus inicios requiere de una extensión hacia los
llamados contextos de realidad: la cultura, la tradición, la histo-
ria, la sociedad. Para Cornejo Polar el texto no es una mónada ais-
lada en el espacio, sino un elemento de la realidad, que refiere a la
realidad, y que depende de ella; es decir, un órgano profusamente
tramado con la realidad. Por lo tanto se explica, en última instan-
cia, a partir de ella.4 Y lo que es más importante, el texto, como
signo, explica también la realidad y busca superarla. Esta exten-
sión feliz de los alcances de la explicación literaria debe su inspi-
ración, lo ha señalado él mismo, a la lección de M ariátegui, en es-
pecial la contenida en los 7 ensayos. Según el A mauta, la investi-
gación literaria sirve más que al mero conocimiento de los textos y

3
Por ejemplo, en su ensayo: «La poesía de Antonio Cisneros: Primera apro-
ximación», Revista Iberoamericana, LIII, 140. Pittsburgh, 1987: 615-623.
4
Cuando en un ensayo de 1981 yo escribía acerca del sentido asignado por la
críti ca l ati noameri cana a l a expl i caci ón textual yo estaba pensando
preferentemente en el trabajo de Antonio Cornejo Polar, pero también en el
trabajo de otros (A. Cándido, A. Rama, C. Rincón, N. Osorio, A. Losada, F.
Perus, etc.) que como él entienden que la obra literaria es «un discurso tramado
sobre el “ discurso” de la historia, forjado a partir de él, constituido como un
signo (“ mediatizado” en grado diverso) de la realidad, a la que revierte de
algún modo, aun en el caso de la evasión o la deliberada ausencia de
compromiso.» Igualmente pensando de modo preferente en él y su método
crítico escribí en el mismo lugar que «Podemos afirmar que la actual crítica
literaria latinoamericana ha superado ya la oposición que polarizó los estudios
literarios a comienzos de los setenta entre un inmanentismo obstinado y una
trascendencia crítica que se ufanaba de ignorar la estructura inmanente de la
obra. Ni inmanentista ni trascendente, nuestra crítica prefiere hoy vincular
dialécticamente los métodos de ambas corrientes dentro de un método analítico-
explicativo que restablece el texto literario al texto de la historia». En BUENO
1991: 19-45. Las citas corresponden a las páginas 34 y 35, respectivamente.

87
de la literatura: sirve al conocimiento de la realidad y, por esa vía,
contribuye a la superación de su problemática histórica. En las pa-
labras del propio Cornejo Polar el magisterio mariateguiano tocante
a la literatura y los estudios literarios es visto así:
[Para M ariátegui] la cuestión nacional de nuestra literatura deja
de ser un tema exclusivamente académico para adquirir —ade-
más— un contenido político: no se trata sólo de conocer la rea-
lidad peruana, y dentro de ella la literatura, sino, sobre todo,
de transformarla. En este sentido M ariátegui [...] se preocupa fun-
damentalmente por rastrear la dinámica histórica de nuestra so-
ciedad y por contribuir a su encauzamiento hacia el socialismo.5

A sí pues, acoger la lección mariateguiana lleva a Cornejo Po-


lar a investigar no sólo los textos, sino también sus contextos;
es decir, a investigar la fina urdimbre de relaciones sígnicas,
referenciales y de productividad tendidas entre las series literaria
e histórico-social. Ello le permitirá desarrollar una versión propia
y anticipada de la genética textual de L. Goldmann (1971), y de la
productividad textual de P. M acherey (1974) y F. Vernier (1972),
pero en inserciones menos abstractas y englobantes, más explíci-
tas y dinámicas. Creo que una clara muestra de este procedimien-
to lo da el libro La formación de la tradición literaria en el Perú (1989a),
en que el autor explica, a partir de las necesidades de los grupos
de poder y de las ideologías dominantes, la constitución de dis-
tintos proyectos de historia de la literatura peruana, como versio-
nes de un pasado y una tradición modificables según los criterios
cambiantes de clase, raza y nación.
Lúcido ejemplo de una explicación fundada en la realidad es
el estudio «La guerra del fin del mundo: sentido (y sin sentido) de
la historia»6 en que A ntonio Cornejo Polar demuestra cómo el vir-
tuosismo compositivo de la novela de Vargas Llosa no se compa-
dece del caos del mundo representado, como es la guerra de

5
«El problema nacional en la literatura peruana». En CORNEJO POLAR 1982: 21.
El subrayado es de él.
6
Incluido en Antonio CORNEJO POLAR, La novela peruana. Lima: Editorial
Horizonte, 1989b, pp. 231-242.

88
Canudos, y aun se erige en antítesis de ese mundo. Y es que esa
obra es «resultado de una poética que contrapone la imperfección
de la realidad a la plenitud del arte» (CORN EJO 1989b: 241). Luego
nuestro autor precisará que «[d]istingue a la narrativa de Vargas
Llosa el hecho que su escepticismo básico no sólo se genera y/ o
confirma en el examen de la realidad, sino que se convierte en el
primer término de una vasta oposición entre realidad y literatura. En
otras palabras: la imperfectibilidad de la realidad se enfrenta a la
plenitud de la literatura, espacio punto menos que sagrado donde
la sustitución de Dios por el hombre es metafóricamente posible».
(CORNEJO 1989b: 271 —el subrayado es mío.)

Textual i dad/transtextual i dad

H emos sido formados en una fuerte tradición textualista que nos


hace reverenciar el texto como la materia en sí de la literatura,
y entender la obra como el lugar esencial de toda operación
cognoscitiva acerca de la literatura. Surgida en la A ntigüedad con
el culto a las sagradas escrituras, esta tradición llega a nuestros
días gracias a ciertos hospedajes intelectuales como el enciclo-
pedismo, el positivismo y, más recientemente, los estructuralismos
inmanentistas. A sí se nos ha impuesto de modo «natural» la idea
de que los textos son la literatura, y que, por ello, la experiencia y
el conocimiento del sentido profundo de las obras es algo que se
desprende esencialmente de la calidad del contacto con el texto
en sí. A unque a veces contrariada esta noción (por, entre otros sis-
temas, el análisis marxista y la sociocrítica), ella ha continuado
muy contenta en su espaci o tradi ci onal , de l etra o pal abra
solidificada, aunque los inteligibles le vinieran «prestados» de otras
series significativas, como lo social, lo económico o lo histórico.
H e realizado este recuento para precisar que para Cornejo Polar
un texto N O es un sistema autárquico, cuyo sentido fluye de por
sí, hacia un lector pasivo que no tiene más que recibirlo, inteligirlo
y disfrutarlo, sino uno en que lo textual deja de ser una unidad
redonda, aislada, de superficie tersa y sellada, para ser pensada
más bien como una red inextricable de relaciones con lo histórico

89
y lo cultural. A quello que se lee, entonces, ya no es lo meramente
lingüístico, sino el denso tramado de signos de distintos órdenes,
en que lo social, por ejemplo, es parte fichable de la textualidad,
como lo demuestra ampliamente su último libro.
Escribir en el aire (1994b), en efecto, se sitúa claramente en el
orden de la crítica que busca sustituir esa noción textualista por
una versión ampliada y más justa de la literatura. Ya lo sugiere el
título mismo del volumen, construido a partir de un verso de
Vallejo: el texto no sería el resultado de meras operaciones con la
palabra, sino del «tejido» de la palabra con las múltiples hebras
de la historia y la cultura. Para el autor, entonces, «leer» textos no
es agotar los mensajes lingüísticos, sino hacer visibles los senti-
dos que producen los textos en sus profundas relaciones con la
historia y la cultura que les concierne. Por ejemplo, su lectura de
las crónicas del encuentro de A tahualpa y Pizarro (cap. I ) le ha-
cen ver, ante todo, «la escena» de Cajamarca; es decir, el momento
histórico al cual refieren esas crónicas y el sentido y la función de
los actores implicados. Sus conclusiones revelan un ritual del po-
der: el primer encuentro local de oralidad y escritura, en que la
cultura escrituraria —el libro sagrado: Biblia o Breviario— le de-
manda a la cultura oral reconocimiento, sumisión y un primer y
definitivo acatamiento. Será una cifra, sugiere el autor, de las rela-
ciones que caracterizan a los principales actores del mundo
andino desde hace 500 años.

D e l a críti ca a l a teoría: l as heterogenei dades

Como hemos visto, la categoría de la heterogeneidad comienza a


ser diseñada por A ntonio Cornejo Polar en etapas tempranas de
su ejercicio crítico, cuando tiene que enfrentar problemas de len-
guaje que refieren a dos mundos forzados a existir en un mismo
espacio discursivo: el del narrador y el de los personajes de Los
perros hambrientos. Desde entonces no ha dejado de trabajar con
esa categoría, a la que ha ido enriqueciendo por necesidades críti-
cas y también, como veremos, teóricas.

90
En 1980, cuando publica el libro que resume varios años de
investigación sobre la literatura indigenista, Literatura y sociedad
en el Perú, tiene clara la condición «esencial e inevitablemente
heterogénea» del indigenismo, que radica en la diferencia entre el
mundo indígena representado y el lenguaje que lo representa, y
«en la conciencia especialmente aguda de esa diferenciación» (COR-
N EJO 1980: 20, 25). Ya para 1982 la reflexión crítica de Cornejo Po-

lar ha cristalizado en un pensamiento de nítidos alcances teóri-


cos. Ese año publica su volumen Sobre literatura y crítica… en que
sus comprobaciones de base sobre el indigenismo pasan a ilus-
trar otros sistemas literarios que confrontan una problemática si-
milar. Entonces habla de «literaturas heterogéneas» para referirse
a las crónicas, la poesía de la independencia, la gauchesca, la poe-
sía negrista, etc. Es decir, para referirse a todo discurso literario
de «doble estatuto socio-cultural», que circula en una cultura pero
refiere a otra, a la que trata de revelar y comprender.
En otro lugar me he extendido sobre la calidad descriptiva de
este concepto de heterogeneidad y de otros que se le relacionan
(BUEN O 1996: 21-36). A quí quiero solamente destacar cuatro pun-
tos: 1) que son las necesidades analítico-explicativas de Cornejo
Polar, vinculadas a la índole específica de su corpus de trabajo, las
que le llevan a generar sus propios conceptos teóricos; 2) que es la
intensa habilidad hermenéutica de esos conceptos la que lo mue-
ve a considerar su aplicación a otros sistemas literarios; 3) que la
categoría de la heterogeneidad le permite entonces vislumbrar un
campo bastante heterogéneo y conflictivo de literaturas latinoame-
ricanas (muchas de ellas, según se ha dicho, internamente hetero-
géneas) como una imagen conspicua de la fragmentada realidad
de A mérica Latina, a la que el propio autor se ha referido varias
veces en los términos de «heterogeneidad y totalidad conflictivas»;
y 4) que las últimas reflexiones de Cornejo Polar continúan extre-
mando los alcances interpretativos de su concepto mayor, hasta
proponer —en su último libro— la categoría del sujeto heterogé-
neo, para referir a individuos y sujetos sociales que de algún modo
asumen más de un componente de lo nacional. Este último sería

91
el caso del Inca Garcilaso (mestizo, pero indio en España y blanco
en el Perú). O el caso de los indigenistas beligerantes del Cuzco,
L. E. Valcárcel y U. García (afines a lo indio, pero irremediable-
mente mestizos). O de los sujetos de enunciación que se acumu-
lan históricamente en los poemas quechuas llamados «w ankas»,
o en los rituales de la muerte de A tahualpa, y que viven telescó-
picamente los tiempos que vienen desde la escena de Cajamarca
hasta el presente: por eso pueden hacer morir «fusilado» al Inca,
o tenerlo preso aun de los «chilenos», o mantenerlo todavía con
vida. O, finalmente, el caso de los sujetos contradictorios de la ora-
toria independentista, como la proclama de San M artín que sos-
tiene que el Perú nace a la vida independiente «por la voluntad
general de los pueblos», es decir por un orden público desacra-
lizado, pero en el fondo bajo la tutela aún del orden que busca
cancelar y que argumenta un origen divino del poder: «y la justi-
cia de su causa que Dios defiende».

Críti ca, hi stori a y cul tura

A lgo que caracteriza a los dos últimos libros de A ntonio Cornejo


Polar, La formación... y Escribir..., es un proyecto hermenéutico don-
de no sólo cuentan los textos literarios, sino, a la vez, los procesos
histórico-culturales que se les asocian, y aun los textos que reflexio-
nan sobre esos procesos. En este sentido, podríamos decir que su
trabajo ha evolucionado hacia una crítica cultural de fuerte conte-
nido sociohistórico. Y es que, aunque parezca coincidir con los es-
tudios culturales en boga, en eso de leer procesos culturales como
si fueran textos, su trabajo se distingue por la base mariateguiana
de su explicación, que como ya hemos visto, le hace considerar en
cualquier caso algo mayor que el mero tejido cultural: el horizonte
de realidad, su problemática histórica, y a la larga (y siempre) una
función social del trabajo crítico.
A sí, cuando en Escribir... investiga la etapa de modernización
de A mérica Latina inaugurada por las vanguardias (capítulo III ),
Cornejo Polar encuentra a un nuevo sujeto de producción cultural
que percibe el lenguaje modernista como ajeno, por elitista y re-

92
buscado, y que opta por inmersiones en el lenguaje común («como
un pan/ que en la puerta del horno se nos quema»), pero que igual-
mente cuestiona la retórica vanguardista en su trato con los as-
pectos de representación y autenticidad. En este último sentido ob-
serva que la modernidad era vista, por autores como M ariátegui o
Vallejo, como una cáscara nada compatible con un mundo fran-
camente premoderno, carente de una auténtica modernidad social;
por lo que han de apelar entonces a la fuerza de la historia, lo que
en Vallejo significa figurar referentes «primitivos» con un lengua-
je de materialidad fuerte, que exige una expresión contemporánea.
Poco después, en el mismo libro, Cornejo Polar opone la escri-
tura narrativa de Pablo Palacio a la de Jorge Icaza, para destacar
una estética de la imaginación (Palacio) que permite encontrar el
sentido de la realidad que se le escapa a la mera presentación rea-
lista (Icaza). Observa que ambas propuestas tienen en común un
similar esfuerzo «homogeneizador», a base de representar no el
habla prestigiada de las mesocracias (como quería R. Palma), sino
la popular y mayoritaria, del componente indígena y de las clases
bajas; pero que ambas fallan en su intención armonizadora, por-
que prefiguran una recepción que no está en condiciones de leer
los textos que la representan.
En ambos casos se ve claro que el proceso analítico-explicati-
vo le sirve ahora a Cornejo Polar para leer no sólo enunciados tex-
tuales, sino ciertos procesos cruciales a las culturas y las socieda-
des latinoamericanas, como son los que rodean a los conceptos de
nación, identidad y modernidad. A sí revela por qué fracasan los
proyectos que venían promoviendo a estos conceptos: por evapo-
rar lo diverso y homogeneizar la realidad mediante un lenguaje
que no se cree ni a sí mismo. Ve que la propuesta de Palma (cap.
II ), por ejemplo, basada en una supuesta lengua nacional y una
tradición histórica desproblematizada, falla porque no puede bo-
rrar una jerarquía de valores impuesta por el poder, en que el
quechua tiene que ceder ante el español hablado, éste ante la es-
critura, y ella, finalmente, ante la autoridad de la Real A cademia
Española de la Lengua. N o queda sino una imagen zurcida de lo
nacional que, en el fondo, cada vez convence menos.

93
Concl usi ón tentati va

La coherencia crítica de Cornejo Polar va, por supuesto, más allá


de lo que esta apretada síntesis puede contener. De haber tenido
el tiempo y el espacio necesarios habríamos hablado, por ejemplo,
de la calidad de su estilo expresivo: una lengua armoniosa que
con pulso sostenido y terso comunica sustanciosamente, sin des-
perdicios, sin fatigas, sin pedirle al lector una parada de asimila-
ción o un retorno a conceptos anteriores. Una lengua, en suma,
que da gusto leer, a veces sólo para dejarse llevar por el ritmo fas-
cinante de las ideas, o por la naturalidad con que ellas se organi-
zan para desarrollar su efecto persuasivo.
Pero me doy por bien servido si he podido, al menos, demos-
trar que detrás de ese armonioso flujo de ideas hay un riguroso
sistema intelectual, cuya consistente base teórica ensancha y re-
ajusta el autor según los avances del campo y según sus necesi-
dades críticas. N ecesidades que le llevan a producir las nuevas
categorías de estudio requeridas por las particularidades del cor-
pus que investiga. N uevas categorías que reclaman su opera-
tividad en otros sistemas discursivos y que, al mismo tiempo, exi-
gen su complementación con nociones correlativas (una heteroge-
neidad discursiva lleva a una heterogeneidad de mundo, que lle-
va a una heterogeneidad del sujeto representado —el migrante del
mundo andino, por ejemplo— y del sujeto de la representación,
que finalmente nos devuelven, tras un recorrido enriquecedor, ¡a
la heterogeneidad inicial!). N ociones que necesariamente ensan-
chan los contenidos del texto y de la producción textual, para ren-
dir una información no meramente textualista y estetizante de la
literatura, sino una lectura sociocultural de nuestros textos y de
los procesos histórico-sociales con que se correlacionan. Creo que
pocas veces se ha dado en A mérica Latina el caso de un estudioso
de la literatura, como el de A ntonio Cornejo Polar, que desde los
textos, sin descuidarlos ni tomarlos como mero pretexto, lee a la
vez, lúcidamente, los avatares de nuestra A mérica.

94
—V—
Ll amado al l ati noameri cani smo autóctono.
El senti do del texto de Guadal aj ara
de A ntoni o Cornej o Pol ar *

Es obvio que el último trabajo de A ntonio Cornejo Polar, «M esti-


zaje e hibridez: los riesgos de las metáforas. A puntes», constituye
ante todo una autocrítica y, por esta vía, un llamado a sortear los
problemas que acosaban al autor, y las inconveniencias en que in-
currió o creyó incurrir. Dictado desde su lecho de enfermo termi-
nal, para ser leído en el congreso de LA SA en Guadalajara (abril
de 1997), es un texto descarnado, escrito con premura y, por ello,
desprovisto de las riquezas de estilo de otros trabajos suyos, pero
es elocuente, creo que correcto en todos sus puntos y honesto. A l
producirlo hacía, en cierto modo, una evaluación de su caso como
intelectual, y de casos similares al suyo, en el minuto en que las
acciones se le habían vuelto definitivamente irreversibles. Dos as-
pectos del latinoamericanismo le preocupan sobremanera: el ma-
reante embrujo de las metáforas que, a modo de categorías des-
criptivas, intentan dar cuenta de nuestra cultura y literatura, y el
predominio de la lengua inglesa en el latinoamericanismo de la
hora.
En el primer caso, el autor encuentra que esas metáforas o no-
ciones prestadas de otros ámbitos de realidad y conocimiento (mes-
tizaje, hibridez, «ajiaco») son «tan conflictivas» como las categorías
*
Publicado en Friedhelm SCHMIDT-W ELLE (ed.), Antonio Cornejo Polar y los
estudios latinoamericanos. Pittsburgh: Instituto Internacional de Literatura
Iberoamericana-Berlin: Ibero-Amerikanisches Institut, (Serie Críticas), 2002,
pp. 301-305.

[95] 95
surgidas del ejercicio crítico propio, e inserta aquí sin reticencias su
categoría de literatura heterogénea, junto a las de literatura alterna-
tiva y literatura diglósica (CORNEJO 1997: 342). Véase bien que inclu-
ye en el lugar del conflicto la categoría mayor de su trayectoria inte-
lectual, la que es crucial a todo un sistema de pensamiento en que
conceptos laterales o complementarios, como heterogeneidad (en sí,
o real, o cultural), sujeto heterogéneo y sujeto migrante, comienzan
a tener sentido y utilidad. ¿Por qué, a la hora penúltima, ensaya
esta sinceridad que parecería mellar su trayectoria? «[P]orque nin-
guna de las categorías mencionadas resuelve la totalidad de la
problemática que suscita y todas ellas se instalan en el espacio
epistemológico que —inevitablemente— es distante y distinto» (342
—los énfasis son míos.). Hay allí una insatisfacción de fondo que
lo lleva a requerir, implícitamente, categorías menos laxas, concep-
tos más precisos y potentes, nociones más rendidoras, que cumplan
lo que prometen. Sabe que no tiene tiempo para una nueva búsque-
da y deja señalada la tarea para los estudiosos que siguen. ¿Cómo
lo hace? Como una señal de alarma, una prevención o un aviso. No
en vano usa el verbo «alertar» en la primera línea de su trabajo, su-
mándose a lo que acababa de hacer su colega y amigo: «No hace
mucho Fernández Retamar alertó contra los peligros implícitos en
la utilización de categorías provenientes de otros ámbitos a los cam-
pos culturales y literarios» (341 —mi énfasis).
Como estudioso, como teórico, él sabía bien que ninguna cate-
goría resuelve todo el problema que suscita (ni siquiera el que con-
cita). Sabía que hay una distancia de base entre la palabra y la
cosa que convoca. Y que todo concepto acarrea y añade proble-
mas nuevos (los teóricos de la información dirían «ruido») al asun-
to que parcialmente resuelve. H abía trabajado con el mestizaje y
vio, por ejemplo, que el concepto soluciona algunas expectativas
culturales y buena parte del problema de la identidad latinoame-
ricana, pero introduce el fantasma de la homogeneización, que
no se compadece mucho de la realidad de A mérica Latina. Enton-
ces intenta ahí mismo, sobre el papel, descartar el recurso al prés-
tamo y a la imposición conceptual y seguir el ejemplo de catego-
rías extraídas de la misma materia investigada y de sus propias

96
modulaciones de función y sentido («Tinku, Pachakuti, Wakcha, para
el mundo andino» —342), pero declara insatisfactorio el caso por-
que, aunque admite la «capacidad hermenéutica» de esas «formas
de conciencia», no llega «a observar su rendimiento teórico» (342).
Pero ha ganado bastante en el intento: ha logrado convocar a los
latinoamericanistas autóctonos —y a los autoctonizados, claro, es-
tirpe entrañable de extranjeros que vienen a trabajar con nosotros
y en nuestras lenguas— que conocen los objetos de estudio desde
adentro, o casi, para que se apresten a formular soluciones desde
sus propios arsenales y con verdadera creatividad. Entonces su
llamado siembra el deseo del perfeccionamiento conceptual por
medio de la cosecha de insatisfacciones. Es decir, acude al des-
contento —de que hablaba H enríquez Ureña— en forma positiva,
como promotor de discursos críticos, surgidos desde acá y desde
adentro. Su llamado es a las jóvenes generaciones: hay que crear
—como habría dicho M artí, también en estas circunstancias. N o
quiere que se tomen las palabras mayores del latinoamericanismo
autóctono (transculturación, heterogeneidad, por ejemplo) como
herencia insuperable y fija.
En la segunda parte la autocrítica es más sutil, menos explícita,
porque está revestida de otras críticas, y es tal vez —si mis suposi-
ciones son correctas— algo más dolorosa. El tema ahí es la lengua
con que, en la actualidad, se escribe mayormente el latinoame-
ricanismo: una lengua extranjera, básicamente el inglés, y todo lo
que va con la lengua, especialmente «la óptica parcial de la cultura
cuyo idioma se utiliza» (343). Es decir, según el autor, el latinoa-
mericanismo ha salido del ámbito que le corresponde y se hace y
discute en universidades europeas y norteamericanas, donde se
reelabora el dato latinoamericano siguiendo las agendas políticas y
culturales prevalecientes en esos centros a la hora actual. Lo que le
hace escribir en tono admonitorio: «alerto contra el excesivo desni-
vel de la producción crítica en inglés que parece —bajo viejos mo-
delos industriales— tomar como materia prima la literatura hispa-
noamericana y devolverla en artefactos críticos sofisticados» (343).
Otra vez aquí su llamado es a los jóvenes latinoamericanistas
autóctonos (no veo por qué tendría que cambiar de destinatario de

97
una sección a otra de su texto), y su palabra de toque es, otra vez,
«alertar» (¿está mal recordarles que su deber primero es escribir en
la lengua en que crecieron y se formaron?).
Hay dos cosas a aclarar en esa prevención. Primera, hemos sos-
layado los latinoamericanistas nuestras obligaciones: hemos de-
jado de hacer lo que nos correspondía (o parte de ello) y hemos
dejado a otros hacer las cosas nuestras, en sus propias lenguas y
con sus puntos de vista; y hasta les hemos servido de proveedores
de materia prima. Segunda, muchos de nosotros, subyugados por
el encanto del inglés, y ansiosos por situar nuestros discursos en
las corrientes académicas dominantes, hemos declinado nuestra
propia lengua y adoptado lenguas y ópticas extrañas al latinoa-
mericanismo. A quienes por razones de fuerza —entre ellas la fal-
ta de oportunidades laborales y recursos de investigación— he-
mos tenido que desplazarnos hacia el Primer M undo les pregun-
to: ¿nos exigen nuestros empleadores producir en inglés? N o des-
cuento la conveniencia de darle a conocer al otro, en inglés, nues-
tros puntos de vista sobre los asuntos que nos conciernen, pero
entonces pregunto ¿no existe entonces la obligación de retornar
ese punto de vista, o criterio, o novedad, a la fuente que la origina,
y en su idioma? Va más con este asunto del latinoamericanismo
expresado en las lenguas del Primer Mundo (mi colega Beatriz Pas-
tor ha producido un enjundioso ensayo al respecto —1999), pero
este apartado ha prometido un tema distinto. Pasemos entonces a
la autocrítica, a propósito del problema de lenguas, en el texto de
Guadalajara.
El asunto va por el lado de las homologías. Su expresión más
escueta podría ser ésta: en el latinoamericanismo actual el inglés
es a A mérica Latina como el español (o el portugués) es a las zo-
nas no occidentalizadas del continente y sus lenguas. Se entiende
que similares grados de poder y subyugación están comprendi-
das en ambas series de relaciones. Entonces, sostengo que Antonio
Cornejo Polar quería, con todo este asunto de la lengua hegemónica,
implicar su insatisfacción —y su dolor— por haber trabajado el
universo andino en una lengua, la española, que a menudo le es
totalmente ajena a ese universo; por no haber podido llegar con

98
su dato, en los sistemas y medios pertinentes (la oralidad quechua
o aymara), a los sujetos de su referencia; por haber tomado, en
suma, la producción discursiva del mundo andino profundo como
materia prima para su discurso crítico. Cierto que tomó muchas
precauciones para sortear esta problemática: trabajó la literatura
situada al filo del choque cultural, el indigenismo, que se expresa
en un español flexionado hasta el punto de ser dúctil a las formas
de conciencia indígenas; se valió de excelentes traducciones al es-
pañol de los textos indígenas que fueron objeto de su investiga-
ción; supo, y no descontó nunca este saber, que el español fue y es
lengua de poder y avasallamiento, como bien lo recuerda Rigoberta
M enchú; se puso siempre, intelectual, afectiva y moralmente, del
lado de los vencidos; y anheló, entonces, una sociedad múltiple,
pero desjerarquizada y armoniosa. M as su trabajo no tuvo la lle-
gada que, en el fondo, supuso: se quedó, celebrado pero cautivo,
entre los anaqueles de la cultura criolla y la academia del Perú y
más allá, sin alcanzar al andino masivo. Supo también que el
latinoamericanismo local no se hace en lenguas aborígenes, sino
en lenguas que no siempre se compadecen de las culturas indíge-
nas o indomestizas, a las que tratan como meros objetos de refe-
rencia, o surtidores de materia cultural «prima», a la que deben
añadirle un inteligible y una racionalidad ajenas. Lo supo y lo sin-
tió siempre. De ahí que en no pocas ocasiones confesara que se
sentía incómodo de tener que trabajar sobre traducciones, y admi-
raba a quienes habiendo cruzado fronteras lingüísticas y cultura-
les —algunos de ellos profesores europeos, sus amigos— se em-
papan de los registros aborígenes y son capaces de interactuar di-
rectamente con el andino original. [¿H abría imaginado, emulan-
do al maestro M ariátegui, un latinoamericanismo desjerarquizado
y deshegemonizado, en que los indios e indomestizos, esto es, las
culturas alternativas de A mérica Latina, estén en condiciones de
producir su propia información científica, para explicarse a sí mis-
mos y explicarles a los otros su situación y sus relaciones con los
sectores dominantes?] Otra vez: da para más esta línea de reflexio-
nes. Yo la dejo ahí porque supongo, con buenas razones, que está
enrielada la cuestión para que vaya de por sí.

99
N o quisiera, sin embargo, cerrar mi parte sin remarcar algu-
nos de los «llamados» implicados, a mi modo de ver, por el texto
de Guadalajara: 1. A vanzar el latinoamericanismo hispano, luso,
franco, nativo-parlante, sin dejar que lo avasallen culturas domi-
nantes, cualquiera que éstas sean. 2. A prender —los latinoameri-
canos de buena fe— lenguas aborígenes y llegar hasta sus usua-
rios naturales, en sus propios sistemas y códigos, con la informa-
ción que les y nos concierne: es nuestro deber. 3. Promover la for-
mación intelectual de los nativo-parlantes, dentro de un proyecto
cultural más amplio que apunte a reestudiar las políticas de len-
gua y cultura en A mérica Latina: es su derecho.

[Hanover, N. H., septiembre de 2000]

100
—VI—
Sobre metáf oras y otros recursos
del l enguaj e críti co l ati noameri cano*

M e propongo hacer algunas reflexiones sobre el estado actual de


los estudios literarios y culturales en A mérica Latina. La conjun-
ción no es casual, porque, como he argumentado en otro lugar,1
hay una fuerte tradición crítica en el «subcontinente» que trabaja
la relación sustancial entre literatura y cultura2 sin subordinar la
primera a la segunda, ni tomarla como mero pretexto para una in-
dagación parasocial. M e propongo argumentar una defensa razo-
nada de esta tradición. Es decir, fomentar el cambio, a partir de
las solicitaciones críticas y las ofertas conceptuales del momento,
sin desnaturalizar una línea que es propia y es original en mu-
cho; y recusar la mera imitación pasiva —rendida al culto de lo
exterior— para favorecer una apropiación selectiva y razonada
—sin duda necesaria— del menú crítico que rodea al latinoameri-
canismo. A lguien ya ha adelantado el tema bajo la figura de una

*
Publicado en James H IGGINS (ed.), Heterogeneidad y literatura en el Perú.
Lima: CELACP, 2003, pp. 49-62. Ésta es una versión renovada y ampliada
de la ponencia «Cambio de milenio y reconfiguración del imaginario crítico en
América Latina», leída en la sesión especial del Instituto Internacional de
Literatura Iberoamericana dentro de la Convención Anual de la Modern
Language Association (MLA), Washington D. C., 29 de diciembre de 2000.
1
Véase la siguiente sección «Notas sobre los estudios culturales en y sobre
América Latina: el proyecto de Antonio Cornejo Polar».
2
Es obvio que la primera, en sus diferentes modalidades, desde lo culto hasta
lo popular, es parte destacada de la segunda y es, a la vez, su expresión más
conspicua.

[101] 101
transculturación crítica, que a la luz del modelo de Rama propon-
dría una negociación de supervivencia conceptual, pero yo que-
rría avanzarlo de modo aún más radical a partir de la figura de la
antropofagia, que a la luz del pensamiento de Oswald de Andrade
buscaría incorporar los imaginarios críticos del otro, sus elemen-
tos «nutricios», y hacerlos parte integrante de nuestra reflexión.
Usaré como marco de referencias el último trabajo de A nto-
nio Cornejo Polar, «M estizaje e hibridez: los riesgos de las metá-
foras. A puntes» (1997), porque ayuda, por un lado, a situar el
panorama crítico latinoamericano y latinoamericanista en este
tránsito de milenios, y permite, por otro, impulsar ideas que, a mi
entender, el autor había dejado embrionarias en esa tan debatida
ponencia.

En def ensa de l as metáf oras de cul tura

Quiero defender una tradición crítica latinoamericana inclinada


al uso de metáforas y otros préstamos conceptuales, ahora que ha
sido puesta en debate por Cornejo Polar.
Concuerdo en que esas metáforas producen distorsiones des-
criptivas, por convocar lo «distante y distinto», y más cuando se
las usa de modo unilateral e interesado; pero enfatizo que, en ge-
neral, ellas buscan aproximarse a la realidad con genuina voca-
ción ilustrativa. La verdad es que el uso metafórico es inevitable
en cualquier práctica descriptiva, porque, como lo insinuaba
N ietzsche,3 la naturaleza misma del lenguaje —en que las pala-
bras están en lugar de las cosas— es metafórica, de modo que todo
concepto, aun el más denotativo, implica un cierto uso figurativo.
Bajo esta observación veo que lo que estaba en el ánimo de Corne-
jo Polar era alertar contra el error de las metáforas laxas (la del
mestizaje en particular) y los posibles contrabandos figurativos de
las metáforas y conceptos más ajustados a su objeto, incluso los
surgidos de su propio ámbito de estudio.

3
Tzvetan TODOROV , «Synecdoques». En TODOROV et al. 1979: 3.

102
Creo que la pertinencia —cualquiera que ésta sea— y el va-
lor descriptivo de esas metáforas no proviene propiamente de su
uso aislado (antes dije «unilateral»), sino de su trabajo en con-
junto. Por ejemplo, heterogeneidad, transculturación, mestizaje,
hibridez y abigarramiento, entre otras, constituyen una suerte
de familia de nociones, en que cada una recorta a su modo parte
del campo literario-cultural, pero se obliga y obliga a las otras a
realizar cotejos y reajustes, incluso ciertos desmentidos (el mes-
tizaje recusado desde la heterogeneidad sería el caso más nota-
ble), intentando perfilar zonas relativamente estables de la expli-
cación cultural.
Creo también que el conjunto articula una especie de narrati-
va, en que las instancias aclaran el sentido, la función y la perti-
nencia de las que las preceden históricamente, y hasta les pro-
ponen correcciones. Es el caso esclarecido de la siguiente secuen-
cia de metáforas agrícolas alusivas a la autonomía cultural de
A mérica Latina: a la noción del transplante cultural de Bello
(1848), que supone una planta ajena,4 le sigue la del injerto de
M artí (1891), que aunque postula un tronco propio sugiere fru-
tos ajenos; a estas metáforas de importación las sustituye una
de exportación de productos propios, la del palo-Brasil de O. de
A ndrade (1924), que, aunque evoca el tradicional papel de expor-
tador de materias primas de A mérica Latina, tiene el mérito de
elevar a materia de exportación el pensamiento propio. Sin em-
bargo, en todas estas metáforas se cuela mucho una visión y una
agenda europeas (planta, brote, fruto que se nos ofrece; papel que
se nos ha impuesto), de modo que se hace necesaria una repre-
sentación todavía más autonomista. El mismo de A ndrade pro-
pone entonces la metáfora cultural de la antropofagia ([1928]
1981), que por fin le otorga al latinoamericano la condición de
sujeto actuante de sus propias transformaciones, mientras afir-
ma lo local —y la tradición indígena con ello— sin desdeñar lo
4
Contenida en la expresión «Su civilización [europea] es una planta exótica que
no ha chupado todavía sus jugos a la tierra [americana] que la sostiene.» (A.
BELLO, «Modo de escribir la historia», 1848, después denominado «Autonomía
cultural de América», incluido por Carlos RIPOLL c. 1985: 48-54.

103
ajeno: lo hace propio, en un proceso profundo de conversión
integradora. M e doy cuenta de que estas metáforas expresan más
una intención ideológica que una descripción objetiva, pero no
dejo de percibir que el deseo se basa en una observación del es-
tado de cosas, de lo que se carece y es una necesidad, y de lo que
se tiene y se puede aprovechar individual o colectivamente.
Concuerdo, también con quienes argumentarían —y de hecho
lo hacen en sus particulares sistemas de reflexión— que en la his-
toria latinoamericana, especialmente durante la era de fundación
de las repúblicas, los conceptos y metáforas culturales anidan en
la literatura de élite para hacer promociones interesadas, sobre
todo de las imágenes de nación de la cultura criolla y burguesa.
A l respecto quisiera destacar el caso del todavía joven A ndrés Be-
llo, quien en la silva «La agricultura de la zona tórrida» ([1826]
1985) postula el tema virgiliano del retorno a las labores del cam-
po, después de la guerra, como metáfora de reconstrucción de las
naciones a partir de la ética de la clase terrateniente que había im-
pulsado la gesta independentista. M as debo aclarar que durante
las últimas décadas algunos representantes de las culturas criolla
y burguesa, y algunos intelectuales no latinoamericanos, se han
empeñado en demostrar precisamente ese uso interesado, y en des-
montar la posibilidad de fomentar con su crítica la pervivencia de
las hegemonías. Es, pues, cada vez menos interesado el uso de los
conceptos y metáforas, y cada vez mayor su grado de pertinencia.
Este impulso en la tradición es el que hay que respetar y conti-
nuar en el futuro que ya se instala.

Las l enguas del l ati noameri cani smo

Son todas. Y cualquiera. Toda lengua, en efecto, puede funcio-


nar como metalenguaje, es decir como lengua descriptiva de, en
nuestro caso, lo literario y lo cultural de A mérica Latina. Claro
que por razones de proximidad y pertinencia es obvio que el
latinoamericanismo tiene que expresarse significativamente en las
lenguas de su ámbito, y habría que incluir las nativas, que ingre-

104
san poco o nada en el discurso académico pese a que sí com-
prenden visiones y evaluaciones de la realidad que les atañe.5
La lengua inglesa puede ser y es, de hecho, una de las len-
guas del latinoamericanismo.6 Tiene la ventaja de su amplia lle-
gada. Su historia imperial le garantiza una recepción más allá de
los alcances del español, el portugués o de cualquier lengua ame-
rindia. Es una lengua-puente, que nos permite a los latinoameri-
canos conocer la problemática elucidada por los subalternistas de
la India, por ejemplo, como a ellos la nuestra (se trata en ambos
casos de problemas en gran medida similares, producto de una his-
toria colonial y de múltiples heterogeneidades y choques cultura-
les). El problema está no en la lengua en sí, sino «en el excesivo
desnivel» con que ingresa al latinoamericanismo y en las agendas
que se trae, como bien lo señala Cornejo Polar. Con los estudios
de área impulsados por los centros hegemónicos, así como con la
migración masiva del intelectual latinoamericano hacia esos cen-
tros, se ha cargado excesivamente, en efecto, la producción crítica
en lengua inglesa. En este sentido, el llamado de Cornejo Polar,
como sostengo en otro lugar,7 no se dirige al latinoamericanista
no autóctono —que tiene el derecho de expresarse en sus lenguas—

5
El relato quechua «El sueño del pongo», por ejemplo, trascrito y traducido al
español por José María Arguedas. En A RGUEDAS 1976: 51-63 (sección en
castellano) y 51-64 (sección en quechua).
6
Hay que aceptar que el inglés, dados los hechos, es una lengua importante del
latinoamericanismo. No podemos los latinoamericanos prescindir del
latinoamericanismo expresado en inglés, no sólo para discutir las imágenes
interesadas y distorsionadoras de nuestra realidad que a veces se dan ahí
(como el orientalismo desmontado por Said), sino para aprovechar la
información pertinente y estimable que a menudo contiene. Al respecto quisiera
recordar que uno de los libros esenciales del latinoamericanismo, Las corrientes
literarias en la América Hispánica, de Pedro HENRÍQUEZ UREÑA , se escribió en
inglés y se tradujo luego al español. En efecto, su edición en inglés es de 1945:
Literary Currents in Hispanic America. Cambridge, Mass.: Harvard University
Press: The Charles Eliot Norton Lectures; la traducción al español, de Joaquín
Díez-Canedo, data de 1949: México: Fondo de Cultura Económica, Biblioteca
Americana, Serie de literatura moderna, Pensamiento y acción.
7
V éase, en este mismo volumen, el ensayo precedente: «L lamado al
latinoamericanismo autóctono. El sentido del texto de Guadalajara de Antonio
Cornejo Polar».

105
sino al nativo. Éste tiene un compromiso con la realidad de ori-
gen, para devolverle en lengua propia la elaboración que a ella le
atañe. En ese otro lugar me preguntaba si, a quienes por razones
varias habíamos tenido que desplazarnos hacia el Primer M undo,
nos exigían nuestros empleadores producir en inglés. Contestaba
que no; pero luego vi que yo estaba respondiendo desde la pers-
pectiva del profesor estable, sin considerar la de los profesores en
proceso de tenure. Éstos tienen que acreditar un número suficiente
de publicaciones, no siempre facilitado por revistas o editoriales
en lenguas española o portuguesa, que ciertamente son pocas. És-
tos, para ganar la cátedra, tienen que ser muchas veces evaluados
por quienes no hablan español o portugués. A mbos, editoriales y
evaluadores no hablantes de las lenguas latinoamericanas, van a
preferir, pues, los temas y tratamientos caros a la hegemonía cul-
tural a la hora de generar una evaluación positiva. Entonces, no
solamente sí ocurre que los empleadores de la academia norteame-
ricana les demandan a nuestros jóvenes profesores una produc-
ción en lengua inglesa, sino que indirectamente exigen que los te-
mas sean tratados según las agendas vigentes en el mundo anglo-
sajón.8 Lo triste del caso es que, fuera de estas exigencias, y de la
necesidad de alcanzar con el dato latinoamericano a quienes no
se expresan en lenguas española o portuguesa, algunos colegas
nativos —incluso de cátedra estable— cambian de medio expresi-
vo por simple y pura fascinación por la lengua inglesa y sus
embrujos de prestigio y poder, sin preocuparse por devolver sus
elaboraciones en lengua romance, aunque sea parcialmente, a su
comunidad de origen.
Lo anterior no quiere decir que las lenguas española o portu-
guesa estén exentas de lo que yo llamaría la «falacia diglósica»,
consistente en introducir irremediablemente grados de imperti-
nencia y hasta visiones interesadas en el estudio de mundos otros
—como las realidades indígenas— que no se reconocen en las len-

8
Debo no poco de la rotundidad de este punto a una conversación sostenida
con Keith Walker, mi colega en cursos de estudios latinoamericanos y del
Caribe.

106
guas descriptivas.9 M ás aún si esas lenguas —como es el caso de
las mayoritarias de A mérica Latina— se traen una historia larga
de colonialismo y dominación, e imponen, incluso no queriéndo-
lo, su óptica cultural y científica propias. Cornejo Polar lo supo,
y hasta vislumbró su propio caso discursivo como parte de las
hegemonías, de ahí que en su texto final introdujera en lugar des-
tacado «la capacidad de autocrítica» que quería recuperar para el
latinoamericanismo. El mejor antídoto contra esa falacia parece ser
el hecho mismo de reconocerse el emisor del discurso crítico como
parte de las hegemonías, o de las escalas intermedias en un denso
tramado de subalternidades, saber las trampas que ellas tienden
y, consecuentemente, producir los discursos que las sorteen, has-
ta donde sea posible. Es decir, saber el lugar desde el que se ha-
bla, las adherencias que trae la lengua descriptiva, las solicitacio-
nes del sujeto para quien se escribe, la coyuntura en que se produ-
ce el texto crítico… En suma: introducir en el discurso los mecanis-
mos necesarios para la desactivación de la hegemonía cultural.

D e l a gl obal i zaci ón, un pel o

A todos nos ha caído encima la globalización: como mercado, como


flujo de información, como intercambio y estandarización de bie-
nes culturales. El inglés, como lengua, y la Internet, como medio,
son sin duda las expresiones patentes de este estado de cosas. La
globalización trae el manto negro de una cultura global que opa-
ca las culturas locales. M as hay signos inequívocos de que la
globalización no anula las culturas locales, sino que las hace «via-
jar» y las pone, como muestra o ejemplo, en el contexto mundial.
Claro que el proceso trae cambios, no pocas transculturaciones di-
ría Rama, pero lo esencial permanece reafirmándose y actuando

9
Cornejo Polar hablaba de una «extraña crítica diglósica» para referirse al
desbalance creado por la producción latinoamericanista en lengua extranjera.
Mi concepto, «falacia diglósica», añade a ese desbalance la crítica en lengua
española o portuguesa que se refiere a realidades indígenas y, sobre todo,
pone el énfasis en las distorsiones que toda lengua descriptiva introduce en la
crítica sobre literaturas y culturas que le son ajenas.

107
dentro de esa dinámica que García Canclini, siguiendo a otros, lla-
ma lo «glocal» (GARCÍA CANCLINI 1995).10
Llevada esa ocurrencia al plano que nos compete, puedo decir
que la globalización no significa el fin del latinoamericanismo au-
tóctono, por cobertura de las agendas académicas hegemónicas,
sino la posibilidad de una puesta de los temas propios en la ven-
tana mundial. Significa, entonces, ampliar la discusión, no cegarla;
en otras palabras: descentrarla. Creo que los mejores ejemplos de
ello los dan La revista de crítica cultural , publicada en Santiago de
Chile desde 1990, y, en otro medio expresivo, la interesante discu-
sión que protagonizaron Walter M ignolo y Ricardo Kaliman, a ini-
cios de 1997, vía Internet, sobre la episteme del postcolonialismo
y los estudios culturales.
Lo que estoy poniendo sobre el tapete es, en cierto modo, el
viejo debate entre autonomía e imitación intelectual. En su texto
final, Cornejo Polar insinúa que el latinoamericanismo estaría sien-
do abrumado por una nueva onda imitativa, influida por el «es-
trecho canon teórico posmoderno» propio de la academia anglo-
sajona de la hora. Creo que, en rigor, no había (no hay) tal cosa, al
menos en los niveles que temía el crítico. Pero creo que era necesa-
rio poner el énfasis en ello, tanto para estar siempre atentos al pe-
ligro de lo meramente mimético como para catapultar nuestros de-
bates sobre los temas de la hegemonía.11 H ablo de temas que ya

10
Néstor García Canclini entiende lo glocal como una interacción de lo local (y
aun lo nacional) y lo global, fenómeno que ocurre ostensiblemente en ciudades
como México D. F.; y entiende la «glocalización» como la globalización de
lo local (hago la referencia por la traducción al inglés, que es la que tengo a
mano: Consumers and Citizens. Globalization and Multicultural Conflicts
[Minneapolis-London: University of Minnesota Press, 2001], pp. 58-59).
Otros, como Uri Ram, entienden lo glocal como una interacción dialéctica
entre lo global y lo local, que no sólo desatiende al Estado-nación sino que lo
erosiona; véase «The Promised Land of Business Opportunities: Liberal
Post-Zionism in the Glocal Age», en SHAFIR y PELED (eds.) 2000: 218-19. En
cualquier caso, la glocalización pone en actividad, exacerba y circula –no
puede sustraerse a sus medios de información y comunicación globalizados–
lo concerniente a lo local, en especial su componente cultural.
11
Tenemos, en efecto, junto a una entrañable tradición autonomista de los
estudios literarios y culturales, una larga y ancha tradición imitativa, que llega

108
eran nuestros en ese momento, pero que la denuncia de Cornejo
Polar ayudó a cristalizar y a energizar. Varias publicaciones en
lengua española atestiguan esta intensificación del debate. La más
reciente es el volumen editado por M abel M oraña, Nuevas perspec-
tivas desde/ sobre América Latina: el desafío de los estudios culturales
(2000). En el debate general, no todos los textos van en la direc-
ción de la advertencia de Cornejo Polar, aunque así lo indiquen a
veces, pues no pocos acusan descontento y hasta mortificación por
sus palabras. A lguien, de los suyos, hace una asociación aparen-
temente elegante, pero en el fondo artera, que sugiere a la corta
que cuando Cornejo Polar se está muriendo hace una proyección
fatalista y declara, metonímicamente, el fin del latinoamericanismo.
M e entero que otra persona, de las que lo llamaban maestro, expo-
ne en otro lugar, condescendientemente, que nuestro autor andu-
vo perdido entre los recintos académicos de los Estados Unidos,
encastillado en su heterogeneidad, y que su desconocimiento del
inglés le hacía perderse la sutileza de los debates del momento.
Todo esto es injusto y erróneo. Pues el «desprevenido» Cornejo Po-
lar escribió lo mejor de su obra, Escribir en el aire (1994b), precisa-
mente en los EE.UU., y desde ahí supo impulsar su heterogenei-
dad, saliendo en cierta forma de ella, hacia los predios (de la críti-
ca) del sujeto heterogéneo y migrante, fundando así una corriente
crítica que M oraña lee bien, con ánimo decantador y coalescente,
como una «teoría del conflicto».

hasta el día de hoy, y que está basada en el prestigio que irradian los países
desarrollados y en el afán de algunos profesores de nuestras universidades, en
general entrenados en Europa o los Estados Unidos, por marcar las agendas
del momento. Como lo atestigua Roberto Schwarz («National by Imitation».
En A RONNA , BEVERLEY y OVIEDO [eds.] 1995: 265), nuestra generación ha
visto una rápida transición de corrientes críticas en América Latina, que va de
la fenomenología a los estudios culturales, pasando por, entre otras prácticas,
la estilística, las sociologías de la literatura, el estructuralismo, la semiótica
literaria, el postestructuralismo y las teorías de la recepción. Nos hallamos
ahora en el tiempo de los estudios culturales, los subalternos, el multicul-
turalismo. De nosotros depende el aceptar el papel imitativo o el asumir la
función de recepción crítica de esas corrientes, mientras desarrollamos las
líneas propias que se conectan con esas líneas.

109
Entonces lo que vemos ahora como notas destacadas del lati-
noamericanismo de hoy se sitúa entre la globalización, la recep-
ción crítica del pensamiento hegemónico y un afán autónomo de
desarrollo de los recursos propios, pero con aperturas hacia los
debates internacionales. San M arcos, con ser una de las universi-
dades más desatendidas y desprovistas de medios en el ámbito
latinoamericano, es uno de los centros en que los debates se si-
guen dentro de esas coordenadas, diríamos que al minuto. A hí los
que saben inglés traducen y difunden los temas de actualidad en-
tre sus compañeros. Lo propio hacen quienes saben francés. Quie-
nes consiguen un libro nuevo lo ponen en circulación —no hay
que olvidar que la universidad latinoamericana todavía no entra
en los círculos competitivos que enfatizan lo individual y privado
hasta puntos de egoísmo—, y cualquiera está en condiciones de
acceder de modo barato y efectivo —por razones que no pueden
capitalizar las grandes transnacionales de la información, pese a
su poder— a los beneficios de la Internet. En esta suerte de demo-
cratización de la información y la cultura, el latinoamericanismo
autóctono creo que nada tiene que temerle al embrujo de la lengua
inglesa y de las academias hegemónicas. A menos, claro, que las
condiciones cambien hacia lo malo, o lo peor.
Estudios culturales, subalternos, postcoloniales; multicul-
turalismo: he ahí, entre otros, los nombres con que la hegemonía
académica llena sus casillas en el espacio de la comarca global.
N o nos son ajenos. Digo sus contenidos, pues los nombres mis-
mos puedan que nos sean relativamente nuevos, con excepción del
último, que tiene antigua data en A mérica Latina. Creo que nues-
tra originalidad en los temas nos afirma con autonomía en esos
campos. Para decirlo en esquema, nuestros estudios culturales
han argumentado desde Las Casas (y antes, claro, desde Colón y
Caminha, y —en otro sentido— desde los anónimos cronistas de
la debacle indígena) sobre la condición de sujeto (o no) del otro, y
en asuntos de diferencia etnocultural; no propiamente en asuntos
de reestructuración de la diferencia social al interior de la cultura
hegemónica, como marcan los estudios culturales impulsados por
la escuela de Birmingham. Por otro lado, nuestros estudios subal-

110
ternos, de M ariátegui a Arguedas —por sólo citar dos nombres del
caso que me es más cercano—, se han volcado efectivamente a con-
siderar la reivindicación de lo excluido por la sociedad burguesa
—el indígena, su civilización, su cultura—, pero sin instaurar con
ello una nueva hegemonía (lo que equivaldría, en otro ámbito, a
promover un socialismo sin dictadura del proletariado). En otro
orden, nuestros estudios postcoloniales enhebran nombres que van
desde Las Casas a Césaire, pasando por Lope de A guirre, Bolívar,
Vizcardo y Guzmán, M artí, M ariátegui y otros que han discutido
no una sino varias colonizaciones, incluso las internas a cada re-
gión o país. Nuestro multiculturalismo, finalmente, ha tenido y tie-
ne las variantes que acusa el de la postmodernidad hegemónica,
desde la condescendiente liberal (piénsese en el belaundismo pe-
ruano) hasta la heterogénea radical promovida por la subal-
ternidad (piénsese en el zapatismo al modo de Chiapas), inclu-
yendo las versiones humanísticas —léase pacíficas, pero firmes—
operadas por las culturas insurgentes y migrantes (piénsese aquí,
obviamente, aunque con las diferencias del caso, en A rguedas,
Rama, Cornejo Polar, García Canclini y otros). Creo que tenemos
verdadera autonomía crítica, aun dentro de las agendas del «es-
trecho canon posmoderno» señalado en el texto en referencia, que
ni es estrecho ni es estrictamente postmoderno, dicho sea con el
debido respeto.

¿I ni ci o de un nuevo l ati noameri cani smo?

Soy optimista. Poco más de tres años han pasado desde que Cor-
nejo Polar hablara, con ganas más bien de alborotar el campo y
promover el efecto contrario, de un posible (bastante condicional
y subjuntivo) «final del hispanoamericanismo»; y, por sobre las
meras aplicaciones miméticas que siempre y en todo sitio se dan,
veo el campo lleno de reflexiones, de críticas, metacríticas y
autocríticas, de publicaciones y debates, de acción y reacción, de
entradas y salidas, de aceptación cautelosa y afirmación de lo pro-
pi o. Debo confesar que nunca había vi sto tal acti vi dad del
latinoamericanismo autóctono y autoctonizado. Hay fluidez en los

111
intercambios: lo que viene y lo que va, pero con las selecciones que
determinan las pertinencias. Veo un panorama tan rico que llega
a lo complejo, en que la crítica parece reflejar el campo que descri-
be, y es, entonces, transcultural, migrante, subalterna y hegemónica
ella misma, de un modo tal que las subalternidades críticas ya dis-
cuten epistemes y pertinencias con las hegemonías. Veo, pues, una
heterogeneidad crítica bastante crítica y activa. Se canibaliza,
regurgita y digiere; se reprocesa, en suma, el material crítico, no
sólo el de las lenguas y culturas-objeto, para producir, sino apara-
tos críticos nuevos, al menos debates de renovadora creatividad.
N o hablo de un panorama uniforme, reducible a la amable uni-
dad, sino de una efervescencia a punto de estallidos. Pero por so-
bre todo, veo que casi toda esta ebullición del campo ocurre en len-
guas española y portuguesa, y ya no tanto en inglés. M e gusta este
momento. Tengo, pues, razones para ser optimista. Estamos asis-
tiendo a un enhebrado relanzamiento del latinoamericanismo, en
que el angustiado llamado de mi amigo, al final de su tiempo vi-
tal, está cumpliendo el efecto que se propuso cumplir.

[Buenos Aires, abril de 2001]

112
—VII—
N otas sobre l os estudi os cul tural es en
y sobre A méri ca Lati na:
el proyecto de A ntoni o Cornej o Pol ar *

Cuatro ideas básicas y un afán central conducen las inquietudes


de este trabajo: a) que los estudios culturales latinoamericanos tie-
nen antigua data y necesidades propias;1 b) que por ello mismo
presentan un desarrollo autónomo, en que sus objetos pragmáti-
cos y teóricos —los que podemos discernir de esas prácticas inte-
*
Inédito. Una versión primaria de este trabajo fue leída en el panel «El pensa-
miento de Antonio Cornejo Polar en debate» de la convención 1998 de la Latin
American Studies Association (LASA-98), Chicago, 24-26 de septiembre. Su
versión actual, requerida por los organizadores de un volumen que no alcanzó
a imprimirse, data de octubre de 2000. Lo publico ahora tal cual, no sólo
porque una revisión que incorporase los últimos aportes de y sobre los estudios
culturales latinoamericanos lo habría reorganizado sustancialmente, al punto
de tener que ser otro trabajo, sino porque esta redacción tiene en cuenta un
sistema de relaciones –caro a la hora de escribir el ensayo– con el pensamiento
de Antonio Cornejo Polar. [Nota de diciembre de 2003.]
1
En 1998, cuando este ensayo fue leído, no era común hablar de una tradición
latinoamericana de estudios culturales. Hoy, en el 2003, la situación ha cambiado
de modo significativo, entre otras razones por la mediación de publicaciones
tales como: Mabel M ORAÑA (ed.), Nuevas perspectivas desde/sobre América
Latina: el desafío de los estudios culturales (Pittsburgh: IILI, 2000) y, en
especial, el N.° 203 de la Revista Iberoamericana (vol. LXIX, abril-junio
2003, organizado por Alicia Ríos, Ana del Sarto y Abril Trigo bajo el título
«Los estudios culturales latinoamericanos hacia el siglo XXI »). Pero todavía
dicha tradición queda limitada a ciertos acodos literarios (ensayísticos), referidos
mayormente a lo nacional o a lo popular (el llamado «culturalismo» del siglo
XIX ), con descuido del pensamiento anticolonialista (y del colonialista, que lo
origina), el temprano sobre la otredad cultural (las crónicas y testimonios
sobre el otro), y el aún más temprano sobre la figuración de un mundo «nuevo»
(el «orientalismo» de Colón y sus seguidores, distinto del estudiado por Said).

[113] 113
lectuales— son en mucho particulares al área y hasta sui géneris
en su enfoque; c) que su campo de acción se sitúa mayormente en
el lugar del conflicto entre culturas de extrema otredad —que sue-
len estar vinculadas por relaciones de poder y dependencia—, no
simplemente entre variantes sociales o históricas de una misma
cultura; y d), finalmente, que estos estudios atienden las formas
de la cultura popular sin necesidad de degradar las formas tra-
dicionales o canónicas, sino, en movimiento casi inverso, revalo-
rando las formas que echan raíces en las culturas alternativas y
exponen su honda alteridad y, en el proceso, desjerarquizando ha-
cia arriba el sistema de lo cultural. Y como corolario de las cons-
tataciones anteriores, este trabajo sostiene que la obra de A ntonio
Cornejo Polar se sitúa en el meollo mismo de una tradición lati-
noamericana y latinoamericanista de estudios culturales (en ade-
lante: ee.cc.).
Es obvio que en la lista anterior acudo a un metalenguaje re-
cusado por los ee.cc. hegemónicos, como campo, objeto y método. Lo
hago a sabiendas: tanto para urticar puntos que aquí o allá abara-
tan acomodaticiamente la disciplina (cuando se sostiene por ejem-
plo que los ee.cc. no tienen un objeto definido de estudio), como
para intensificar, en lo que sigue, una caracterización pormeno-
rizante e individualizadora que haga más visible el caudal de la
tradición propia de los ee.cc.

D e l a l i teratura a l os estudi os cul tural es:


una conti nui dad nada pol émi ca

[...] el concepto de mestizaje, pese a su tradición y pres-


tigio, es el que falsifica de una manera más drástica la
condición de nuestra cultura y literatura.

Es evidente que categorías como mestizaje e hibridez toman
pie en disciplinas ajenas al análisis cultural y literario.
A ntonio CORN EJO POLA R 1997: 341.

114
Quiero poner un énfasis en la conjunción disciplinar de las dos
citas anteriores: «cultura y literatura», «análisis cultural y litera-
rio». Esa conjunción no es casual. Corresponde a un entendimiento
propio de A mérica Latina, que asume sin alborotos la continui-
dad de literatura y cultura, tanto como la de cultura, historia y so-
ciedad. Claro que también se han dado en el área los esencialismos
que recortan, estrechan y aíslan esos campos de conocimiento, pero
ellos no han afectado felizmente la línea más influyente de nues-
tros estudios literarios y culturales: Bello, M artí, M ariátegui,
Henríquez Ureña, Arguedas (el bueno), Rama, Losada y otros pen-
sadores igualmente entrañables. A ntonio Cornejo Polar no fue
nada ajeno a esa línea. La cultivó —soy testigo— desde su mu-
chachez intelectual: desde su brillante discurso con que cerró el
Primer Encuentro de Narradores Peruanos ([1965] 1969), en el que
la literatura lo llevó a hablar de una realidad quebrada y conflicti-
va. Contextualizar —esa operación que anhelaron cancelar el New
Criticism y ciertos estructuralismos, que el marxismo intentó sos-
tener a martillazos, y que el postestructuralismo se ufana en de-
sempolvar— fue para Cornejo Polar y la línea crítica que lo inclu-
ye un hábito no sólo natural, sino necesario. N unca dejó de inves-
tigar la literatura en íntima conexión con los que él llamaba con-
textos de realidad: en un horizonte cercano las culturas de A méri-
ca Latina, en otro menos inmediato la historia de esas tierras. Ello
porque, para él, la literatura no era sólo un fenómeno estético, sino
también —lo cual es igualmente importante— un fenómeno social,
que, como la moneda que adquiere cabal sentido y valor en el es-
pacio en que circula, negocia con el contexto histórico-social los
sentidos y valores con que se la estima y funciona.
Por todo lo anterior no me cuesta decir que A ntonio Cornejo
Polar adhirió a un cierto tipo de estudios culturales. M e resulta
menos fácil decir que los ee.cc. que él fomentó no se enlistan en
los que hoy vienen dominando en el mundo académico global, es-
pecialmente en las universidades europea y estadounidense, aun-
que compar tan no pocos r asgos con el l os. Rasgos como el
desmantelamiento del elitismo cultural y literario, el tratamiento
desjerarquizado de lo que el elitismo ha dejado en la periferia, la

115
demolición del proyecto homogeneizador y universalizante, la
resemantización de lo identitario sobre la base de la pluralidad,
etc. Para enmarcar mi tarea adelanto que los ee.cc. a que adhiere y
contribuye nuestra autor no discuten mayormente las tensiones de
los componentes (de élite, marginales, contestatarios, insurgentes,
etc.) al interior de una cultura, sino la pluralidad de culturas, esto
es, las diferencias que las caracterizan, en cuanto a naturaleza, ex-
tensión y contenidos, y las dinámicas que son resultado del en-
cuentro y aun del choque de culturas; en especial de las relacio-
nes interculturales que tienen cabal cupo en la noción de «totali-
dad contradictoria y conflictiva» de que hablaba Cornejo Polar.
Por eso yo aceptaría la propuesta de que a estos estudios les co-
rrespondería bien la designación de estudios de o sobre la cultura,
si no es porque a estas designaciones, y a otras como «crítica
cultural» y «análisis cultural», se les ha reservado —en Latino-
américa y en otras partes— contenidos de alcance específico. A de-
más, creo que un cambio del nombre a estas alturas confinaría
nuestra tradición a una suerte de reducto disciplinario, como cier-
tamente ocurre cuando se los tilda de «culturalismo» o «estudios
culturalistas».
Puedo también adelantar que estos ee.cc. trascienden el prag-
matismo crítico antielitista y desmarginalizante inaugurado por
Richard Hoggart (Uses of Literacy, 1957) y Raymond Williams (Cul-
ture and Society, 1958), hasta entrañar una discusión epistemológica
original, que llega a la índole de los dispositivos que investigan
los procesos culturales, y apunta a la desjerar-quización de las cultu-
ras (no sólo de los componentes de una cultura) y al desmante-
lamiento de las «lógicas» de la dominación, la dependencia, el co-
lonialismo, el racismo y otras lacras ideológicas que suelen empa-
par las literaturas y culturas de pueblos que cayeron en situación
colonial. Claro que hablo aquí de orientaciones generales de los
ee.cc. en cuestión, no de monolíticas áreas, lo que no impide que
se den los casos de los ee.cc. foráneos que acompasan y hasta ade-
lantan la línea central del latinoamericanismo cultural autóctono
(bienvenidos sean), ni los casos de los ee.cc. locales que repiten

116
servil e improductivamente ciertas agendas y tópicos de los paí-
ses centrales (que bien les aproveche).
No hay texto explícito de Antonio Cornejo Polar sobre los ee.cc.
latinoamericanos. Pero está el conjunto de su obra, que poco más
o menos abarca la geografía básica de esos estudios. En especial
la apretada y casi urgente ponencia que él escribiera para el con-
greso de LA SA en Guadalajara (CORN EJO 1997), en la que hallamos
algunas cifras de los problemas que afectan las líneas básicas de
los ee.cc. aquí consideradas, y ciertas diferencias significativas
entre ellas.2

Tradi ci ón y autonomía de l os ee.cc. l ati noameri canos

...nunca imaginei que nós viéssemos fazendo coisas dife-


rentes de cultural studies, digamos, numa certa linha na
tradição dos estudos de literatura na América Latina.
Exemplificando: todas as vezes em que Rama, Cornejo-
Polar, Retamar, Cândido levam em conta questões como a
oralidade, [...] o contexto [...] as condições de produção
[...] isso tudo inclui, na minha visão leiga da expressão
cultural studies, o que se está comentando aqui.
M . L A JOLO 1994: 220.

Como se va entendiendo, sostengo que los ee.cc. en A mérica Lati-


na son antiguos; tienen pertinencia propia (y hasta impertinencia
propia, como insinúa Cornejo Polar cuando dice que el concepto
de mestizaje «es el que falsifica de una manera más drástica la
condición de nuestra cultura y literatura») y, desde luego, tienen
contenidos y sentidos particulares. A rgumento que ellos no ocu-
rren como gesto meramente imitativo, como en efecto ha ocurrido
2
Cifras que sostienen un diálogo a veces muy consonante con las ideas expuestas
en la «Mesa redonda» final del simposio «Novas Direções IV» (Dartmouth,
abril de 1993), que Cornejo Polar publicó como sección monográfica en el
N.º 40 de su Revista de Crítica Literaria Latinoamericana (Rodolfo A.
FRANCONI et al. 1994: 217-232). Ese repertorio –en adelante referido simple-
mente como M R– me sirve aquí de punto de partida para intentar un
reconocimiento del campo y una caracterización sumaria de nuestros estudios.

117
con otras corrientes intelectuales y críticas trasplantadas casi me-
cánicamente a estas tierras a lo largo de su historia, sino que sur-
gen por necesidades y condicionamientos culturales propios del
área, que no se dan en otras partes o, si se dan, no con la contun-
dencia histórica con que se dan en A mérica Latina. Uno de esos
condicionamientos es, obviamente, el mestizaje, que lleva al pri-
mer mestizo conspicuo del Perú, el Inca Garcilaso de la Vega, a
formular aurorales explicaciones sobre el mestizo y el mestizaje,
que en términos contemporáneos podrían ser formuladas así: a)
la noción de un sujeto bicultural (o aun multicultural) que maneja
con solvencia y para necesidades prácticas los códigos de siste-
mas culturales asaz diferentes; b) la de un sujeto transculturador
que demarca el espacio de una nueva cultura, producto de las pri-
meras; y c) la de un posible espacio armonizador y de resolución
real y simbólica de las contradicciones que originan la conquista
y el choque cultural.
Otro de esos condicionamientos es el régimen de colonización
que desde el primer encuentro de dos mundos se le impone a
A mérica Latina: una colonización explotadora —no propiamente
poblacional ni redentora—, siempre apoyada por las armas, que
desde sus inicios obliga a replantearse discursivamente el sentido
de colonizar, el beneficio cultural de la colonización y la necesi-
dad de una descolonización material y mental. Esta línea de los
ee.cc. latinoamericanos y del Caribe hilvana nombres tan ilustres
como los de Las Casas, Guamán Poma, Vizcardo y Guzmán, Bolí-
var, Bello, M artí, Rodó, H enríquez Ureña, C. L. R. James, Césaire,
Fernández Retamar y otros. Se ve claro que una cultura y hasta
una teoría de la descolonización se ha impuesto en el área de ma-
nera autónoma, mucho antes de que en otros lugares se desarro-
llara el sistema de reflexión sobre la colonización y sus efectos que
se conoce bajo el nombre de teoría postcolonial.
Es cierto que el conjunto de pensadores que aquí se mencio-
nan no constituye una continuidad tersa de pensamiento descolo-
nizador (político y cultural). Por ejemplo, una lectura poco acuciosa
muestra sin equívocos que mientras Las Casas replanteaba la co-
lonización pensando en el bien de los indios, Vizcardo y Guzmán,

118
muchos años después, en su «Carta a los españoles americanos»,
argumentaría la descolonización pensando más bien en la reivin-
dicación de «nosotros» los blancos, los «legítimos herederos» de
los conquistadores. M ientras, por otra parte, Bello en sus silvas
alentaba la conducción de las nuevas naciones por manos de
los representantes de una cultura agraria y patricia —blanca, en
suma— opuesta a la cultura de ciudad, tan pervertida por el apa-
rato colonial en fuga, M artí alentaría más bien el concurso de to-
das las razas y culturas, sin distinciones. Rodó, poco después, re-
virtiendo el impulso democratizador de M artí, apelaría a una su-
puesta cultura clásico-románica afincada en Sudamérica, dentro
de un discurso invalidado por la sospechosa ausencia de indios,
negros y mestizos, es decir, de las masas que precisamente le otor-
gan singularidad y peso cultural a esas tierras. Por otra parte, en
el plano estrictamente cultural, los promotores desde el siglo XIX a
estas fechas de una descolonización intelectual (A lberdi, Bello,
Sarmiento y Vasconcelos, por ejemplo, y aun, en parte, el prístino
H enríquez Ureña y el correcto Fernández Retamar) ponen la mira
en identidades nacionales de filiación más o menos romántica
y, por lo tanto, de corte esencialista y homogeneizante, fiadas en
mucho al mestizaje.
En cambio los promotores de la transcultura y la heterogenei-
dad trascienden la problemática de la identidad y las nacionali-
dades para hablar de universos de acción y representación (el mun-
do andino, por ejemplo, la cultura afro-hispanoamericana, el mun-
do gaucho, etc.) en que interesan los procesos de la cultura, la dis-
continuidad cultural, el conflicto y la identidad fragmentada y plu-
ral —que paradójicamente sea, tal vez, la única identidad posible
de A mérica Latina. Lo importante es que, en cualquier caso, toda
la literatura de la descolonización latinoamericana tiene un apar-
tado cultural de envergadura (llámeselo espiritual, intelectual,
universitario, científico, artístico o académico), que yo no sabría
dónde ubicar si no es dentro de nuestros ee.cc. A l decir de la in-
vestigadora brasileña M arisa Lajolo, tenemos en A mérica Latina
una tradición «grande» de estudios literarios que encajan en lo
que se denomina ee.cc., aunque el nombre no haya saltado acá a

119
la palestra: «A qui, há uma noção substantiva de cultural studies, e
para mim a expressão é adjetiva» (1994: 231). Dicho de otra mane-
ra, no habremos acuñado el término, pero hemos diseñado y culti-
vado el campo, desde antiguo y extensamente, de acuerdo con nues-
tras necesidades. Lo prueban ampliamente, entre otros, Bello con
sus silvas (1823, 1826) y discursos universitarios (1843, 1848) obs-
tinados en la independencia intelectual, A lberdi con su propues-
ta de una «autonomía cultural», Osw ald de A ndrade con su invi-
tación a exportar la cultura propia y canibalizar la cultura del otro,
Luis A lberto Sánchez con su «derrotero para una historia cultural
del Perú»3 y Pedro H enríquez Ureña con sus Seis ensayos en busca
de nuestra expresión (1928), o su aguda Historia de la cultura en la
América Hispánica (1947). Y todo esto se da entre los siglos dieci-
nueve y veinte, antes del vendaval desatado en 1957-58 por R.
Hoggart y R. Williams en el mundo anglosajón.

El campo de l os ee.cc.: papel de l a l i teratura

A quí se discute si se considera la literatura como materia infor-


mativa de los ee.cc., requerida para documentar o ilustrar otros dis-
cursos de la cultura, o si se la toma en sí misma, a mérito propio,
entre otros discursos de la cultura, con los que interactúa de modo
desjerarquizado. En la relación entre literatura y cultura la corriente
de ee.cc. actuante hoy en Europa y los EE.UU. se inclina a favore-
cer fuertemente la segunda posibilidad. M ás exactamente, a favo-
recer un apartado sociológico de la cultura: el de las representa-
ciones de clase, sexo y raza de un ordenamiento social, especial-
mente si son expresadas por los medios de comunicación masiva.
Esa orientación tiene, claro, su legitimidad propia, determinada

3
Luis Alberto SÁNCHEZ: La literatura peruana. Derrotero para una historia
cultural del Perú. Varias ediciones: en tres volúmenes (1928, 1929 y 1936);
en seis (1950 a 1951); y en cinco (1966). La última, por ediciones Ediventas,
es la que está a mi alcance. El primer volumen contiene una introducción,
«Panorama cultural del Perú», en que el autor, siguiendo obviamente a H.
Taine, orienta sus cavilaciones por los meandros de «el medio», «el tiempo»
(el momento) y «el hombre» (la raza).

120
por las urgencias de las sociedades del primer mundo a la hora
actual. Pero implica en gran medida tomar el texto literario en una
función casi ancilar, como proveedor de informaciones, elemento
de constatación o pieza de apoyo de investigaciones que cada vez
se alejan más de las humanidades. Para decirlo de un modo que
necesita aún ser tallado: esos estudios toman el texto literario como
pretexto, a lo mejor como parte del contexto, pero no como texto en
sí y por sí.
En cambio, como ya dije antes, en la tradición de ee.cc. que me
empeño en destacar la literatura no se subordina anecdótica o
documentalmente a la cultura, sino que es su expresión destacada.
Es entendida no sólo como una producción artística, sino como
una representación —incluso por negación o silencio— de los pro-
blemas de hegemonía y dependencia que irritan las relaciones cul-
turales de América Latina (culturas dominantes y dominadas). Que
Rodó en su Ariel ignore por completo a indios o negros, y aun al
campesinado de A mérica Latina, no pasa por desapercibido para
estos ee.cc. N o es que ellos quieran desatender los apartados cor-
tamente sociales de lo cultural (las figuraciones del género sexual,
por ejemplo), sino que la problemática del área les exige conceder
atención privilegiada a los problemas culturales que surgen de una
larga historia colonial y de una presente situación neocolonial.
Entonces, en estos estudios el texto literario es tomado, por necesi-
dad, como expresión —y hasta reproducción— de la radical hete-
rogeneidad social y cultural del área. Ello conduce a enfocar las
culturas como conjuntos estructurados de imágenes dinámicas del
mundo (el individuo, el grupo, el medio, sus relaciones), y como
encuentros y negociaciones de sistemas bastante dispares y en
conflicto. La literatura en estas tierras, entonces, no es solamente
—no puede ser— un lugar de referencias a —comparativamente—
tenues otredades. Es un espacio que, al mismo tiempo que remite
a la abrupta diversidad, se ofrece como escenario para una impo-
nente performance sígnica: la actualización de los conflictos que
se asocian a esa diversidad, tal como lo ha revelado la continua
lección crítica de A ntonio Cornejo Polar.

121
Insisto: no estoy insinuando que otros ee.cc. no sean una op-
ción legítima, sino que responden a objetivos propios, casi inme-
diatos, que buscan re-situar el conocimiento y las valoraciones de
grupos al interior de una cultura. De ahí que tiendan a subordi-
nar lo literario (y aun lo cultural) a lo ideológico y social, en expli-
caciones generalmente empeñadas en revisar a fondo lo que yo lla-
maría el nivel primario de las ideologías: las que existen de modo
transparente, casi gratuito, pegadas a la cotidianeidad (como los
supuestos y sobreentendidos actuantes dentro de una sociedad
patriarcal), sin las elaboraciones intencionales propias de un se-
gundo nivel. Para eso, claro, a esos ee.cc. les precisa deslustrar va-
lores heredados y aceptados acríticamente; y, dentro de ello, los
valores estéticos, que tantos contrabandos ideológicos han permi-
tido y permiten a nivel de lo socialmente aceptado. A sí la gran li-
teratura del pasado, y los clásicos del presente, son puestos al mis-
mo nivel documental y ejemplificatorio de las literaturas popular
y de masas.
En los ee.cc. que nos ocupan el proceso parece ser el contrario,
al menos durante el siglo diecinueve, correspondiente a la rede-
finición identitaria que sigue a la independencia. Entonces privi-
legiamos la literatura como recurso necesario para coalescer la
identidad nacional. Se nos fue la mano en el intento, pues en lu-
gar de buscar o cifrar identidades en los textos surgidos del pue-
blo y de las tradiciones orales y populares, lo hicimos casi sólo en
nuestros textos literarios eruditos: odas, himnos, silvas, romances...
De ahí que la cuestión identitaria en ese tiempo tuviera más que
ver con los sectores dominantes y la cultura de élite de A mérica
Latina. Pero desde M artí, para señalar el hito más visible, estamos
corrigiendo el error y añadiendo al cuadro estimable de «nuestra
expresión propia» (Henríquez Ureña) la producción imaginaria de
las distintas otredades. Así se deshomogeniza y fragmenta la iden-
tidad propia, como habría dicho Cornejo Polar, se la ajusta pro-
gresivamente a lo densamente plural, y se la encuentra actuando
en las distintas literaturas, tanto como en los otros relevantes dis-
cursos de nuestras culturas: artes, leyes, tradiciones, etc.

122
El paso a una actitud heterogeneizante de la identidad no ocu-
rre de manera placentera, sino a regañadientes, por las concesio-
nes a que se ven forzados los sectores dominantes del área ante
las imposiciones de la realidad, especialmente en la hora actual.
En ese paso, si bien se ve, está entrañado el cambio de objeto de
los ee.cc. latinoamericanos, y también un cambio del sujeto de es-
tudio. El estudioso, ahora, no representa a los grupos de poder,
aunque salga de ellos. A claro: estos ee.cc. estuvieron inicialmente
ligados al idealismo romántico, empeñado en fundar la nación y
construir las nuevas repúblicas. Se trataba de un proyecto sin
duda elitista, pues lo desarrollan las clases dominantes —crio-
llas— de los estados que consiguen su independencia política. A sí
se fundan, pero lo que interesa es su evolución: el paso de un pro-
yecto elitista a otro democrático. Ocurre durante la segunda mitad
del siglo veinte que las masas desposeídas y las culturas alterna-
tivas de A mérica Latina hacen acto de presencia y presionan cul-
tural y socialmente los centros de poder —mediante procesos so-
ciales de bulto y peso: la migración, el desborde popular, la eco-
nomía informal, la subversión, por ejemplo— y ocurre que el inte-
lectual al interior de la cultura criolla, necesariamente atento a esos
procesos y aun resensibilizado por ellos, reformula entonces sus
agendas y propone un proyecto cultural comprensivo y de más
alcance: heterogeneidades, hibrideces, abigarramientos. Se habla
entonces de diversidad, pluralidad, totalidad conflictiva, y se in-
sinúa la posible totalidad armónica: es decir, se busca asumir lú-
cidamente el hecho de la rica y vasta variedad de sistemas cultu-
rales en A mérica Latina, sus relaciones de exclusión, inclusión,
dependencia, afirmación, negación, rechazo, etc. Ha ocurrido, pues,
un cambio de giro en los ee.cc. latinoamericanos. Pero no para igua-
larlos a los de la reciente tradición europeo-estadounidense, pues
nuestros estudios no buscan propiamente romper fronteras disci-
plinarias y abrir o liquidar el paradigma científico, sino construir
un campo de investigaciones sobre la cultura en que los distintos
discursos disciplinarios (tanto a nivel de lengua-objeto —arte, li-
teratura, tradición, etc.—, como de metalenguaje —historia, antro-
pología, etnología, sociología, crítica literaria, etc.—) aporten co-

123
nocimientos para construir un sistema de información relativamen-
te independiente: la cultura.

Obj etos pragmáti co y teóri co de l os ee.cc.:


l a cuesti ón del otro

[...] su extrema preferencia [del latinoamericanismo


mimético —R. B.] por el estrecho canon teórico posmoderno
es una compulsión que puede llegar hasta el ridículo.
A ntonio CORN EJO POLA R 1997: 343.

Los ee.cc., cualquiera que éstos sean, no tendrían existencia ni


sentido si no se diera la diversidad cultural. Ésta suma rasgos dife-
renciables en unidades aislables que hacen heterogéneo y hasta
complejo el panorama cultural. A sí al menos dos culturas expo-
nen sus singularidades y diferencias en un espacio físico de al-
gún modo compartido. Surge entonces el asunto —y aun el pro-
blema— del otro, como sujeto cultural diferenciable, y de la otredad
cultural, como la reflexión que busca explicar y, a menudo, des-
problematizar la presencia del otro. Los ee.cc. asumen por natura-
leza estos debates, porque están en el origen mismo de la disci-
plina: sin diferencias de base no se organizaría una reflexión so-
bre las culturas, y ni siquiera sobre la cultura como sistema de sig-
nificaciones y valores de la sociedad humana. Sin embargo, los
ee.cc., dependiendo de las demandas del lugar en que se desa-
rrollan, enfrentan de manera distinta los asuntos del otro y de la
otredad cultural.
H ay ee.cc. en que el otro es un conjunto diferencial hallable al
interior mismo de la cultura de base (lo integran las llamadas sub-
jetividades marginales de género, raza y clase, esto es las culturas
minoritarias al interior del main stream cultural). Es decir, hay ee.cc.
que por razones propias de su campo se empeñan en una otredad
de orden endógeno, que se da dentro del sistema, y cuya misión es,
en general, conciliar estas partes diferenciales con el conjunto. Creo
que esa es la idea cuando tales estudios hablan de multiculturalismo.

124
Para los ee.cc. de que me ocupo aquí, el otro existe prioritaria e his-
tóricamente fuera del marco cultural desde el que se habla o inves-
tiga: como un distinto paradigma cultural, que poco o nada com-
parte con la cultura que interroga. Se puede decir que para estos
estudios la otredad cultural es más bien de orden exógeno, aun
cuando del trato con ella resulten procesos de transculturación y
amestizamiento que, aunque allanen en algo la inteligencia de lo
desconocido, no evaporan la brecha cultural existente entre la cul-
tura que investiga y aquélla investigada; lo cual, si bien se ve, pone
mayor presión gnoseológica sobre nuestros ee.cc. y le demanda
conceptualizaciones de más envergadura. En este sentido, se pue-
de decir también que los ee.cc. euro-norteamericanos son mayor-
mente autorreflexivos (incluso cuando se proyectan sobre lejanías
culturales, que, como lo ha demostrado E. Said, no resultan otra
cosa que una construcción cultural que revela más de uno que del
otro), mientras que los ee.cc. que acá nos interesan son, desde me-
diados del siglo XX, mayormente heterorreflexivos, volcados a la ra-
dical otredad. Reconozco que estas caracterizaciones requieren ser
relativizadas, para ajustarse a la realidad y sus posibilidades. Por
ejemplo, bastaría que los discursos críticos hegemónicos se volca-
ran masivamente hacia las otredades migrantes (asiáticas o lati-
noamericanas en los EE.UU., por ejemplo) para que se instale un
grado mayor de exogenia en el ámbito de los ee.cc. metropolitanos.
Otros rasgos distintivos de nuestros ee.cc. se dan en las concep-
tualizaciones mismas de la disciplina. Creo que los latinoameri-
canos adherimos a una noción más plural —más heterogénea, al
decir de Cornejo Polar— de cultura. Descontada la acepción eru-
dita y personal del término (aplicable al individuo culto), y habi-
da cuenta de que lo cultural colectivo está en cualquier caso inte-
grado por los discursos de conservación del saber, la tradición, el
orden (la ley) y las formas de esparcimiento individual o colecti-
vo, los latinoamericanos de esta línea entendemos el término como
un campo bastante disparejo e internamente contradictorio, con
fisuras que demarcan varios sistemas, diferenciales y aun oposi-
tivos, debidos a los múltiples tiempos históricos que caracterizan

125
el área. Es decir, lo entendemos en tanto que variantes nada te-
nues de un panorama cultural en que los conflictos son la norma,
y también las negociaciones (intercambios, transculturaciones,
mestizajes, a veces también ciertos acuerdos). Otras realidades, cu-
yas diferencias tenues al interior no permiten visualizar la hetero-
geneidad cultural (no racial) como conjunto discontinuo y maltre-
cho, se inclinan a expresar la cultura en singular, como si el con-
junto de discursos que la componen fuera un tejido uniforme, sin
mayores fisuras o quiebres, tendente a la homogeneidad (relativa,
claro), y situado en el mismo tiempo histórico de la modernidad
(aunque los estudios que la asumen hablen de postmodernidad):
es la cultura.
Lo anterior hace evidente por qué en A mérica Latina, hoy por
hoy, la tarea central de los estudios culturales es, todavía, explicar
la heterogeneidad racial, cultural y social del área, los varios tiem-
pos históricos que la caracterizan, las distintas visiones del mun-
do, las distintas epistemes de conocimiento y cultura que las ca-
racterizan. Es explicar las negociaciones y los reciclajes que
surgen de esa heterogeneidad, como son la transculturación, el
amestizamiento, la hibridación, la neotransculturación… entre los
más importantes, y los resultados de esas dinámicas: nuevas y más
complejas heterogeneidades, como las impuestas en la segunda
mitad del siglo XX —la migración masiva del campo a la ciudad—
y lleva a los centros metropolitanos de A mérica Latina las contra-
dicciones que se habían aposentado mayormente en las periferias
geográficas del continente.
Lo anterior no significa de ningún modo que los ee.cc. a que
hago referencia —y adhiero— tengan que mantenerse encasilla-
dos en los marcos de la heterogeneidad cultural, imperturbables
ante las demandas de otras necesidades del campo en A mérica La-
tina, y ante las sugerencias de estudios paralelos que de algún modo
echan luz sobre las singularidades de más bulto en nuestras pa-
trias. N o. De lo que se trata es de defender y aumentar una tradi-
ción que ausculta la peculiaridad latinoamericana, de contribuir a
la producción de conocimientos sobre el ancho y profundo con-
flicto cultural del área, sin dejarse marear por el encanto más o

126
menos hechizo de metodologías probadas con éxito en otras reali-
dades y para otras peculiaridades. Insisto, se trata de mantenerse
apegados a las demandas de nuestra realidad, y no a las de otras
realidades y academias. Quisiera poner aquí un ejemplo de cómo
se incrementa nuestra tradición de ee.cc. sin caer ni en la redun-
dancia de temas propios ni en la imitación de agendas ajenas. Tie-
ne que ver con la tradicional y cíclica ruptura del orden democrá-
tico en A mérica Latina, por suponerlo débil y permisible, para im-
poner gobiernos de más autoridad y carácter, aunque de menos
legitimidad, que rápidamente se inclinan hacia el abuso de poder,
la supresión de garantías, la represión, la violación de derechos…
Es, lamentablemente, parte de nuestra cultura, y a ella han hecho
referencia categorías de análisis tales como «caudillismo», «cesa-
rismo», «poder militar» y «pretorianismo».4
Dada esta situación, tiene mucho sentido el que aquí se desa-
rrollen líneas de ee.cc. que analizan la cultura del poder, los mo-
dos cómo los intelectuales se insertan en las hegemonías propi-
ciadas por esa cultura y las consecuencias de todo ese relajo: me
refiero a la crítica cultural (N elly Richard) y zonas aledañas, que
no son pocas. Otra demanda de nuestra A mérica es el análisis de
los distintos —penosos— ingresos de A mérica Latina a la moder-
nidad, mediante discontinuos y aun contradictorios procesos de
modernización, que han originado un ancho caudal de estudios
que ya son parte indiscutible de nuestra tradición más reciente, y
que hilvana nombres tan destacados como los de García-Canclini,
M artín-Barbero, E. Dussel, C. Rincón y A . Quijano. Todavía me
falta por discernir si los proyectos de estudio subalternistas (J.
Beverley) y postcoloniales (W. M ignolo) —aunque surgidos de si-
tuaciones que indiscutiblemente caracterizan a A mérica Latina, y
aunque fecundos en desafíos y ciertas habilitaciones conceptua-
les— acompasan realmente una tradición propia, en lugar de re-
sonar las trombas intelectuales de la India y el sudeste asiático.

4
Para el pretorianismo y el poder militar consúltese Alain ROUQUIÉ: «El poder
militar en la Argentina de hoy…». En W ALDMANN, P. y E. GARZÓN V ALDÉS
(comps.), c. 1982: 65-76.

127
M ás sobre el obj eto: l a cul tura popul ar

De otro lado, aunque tanto a las corrientes metropolitanas como a


las locales de ee.cc. les es común la categoría de cultura popular,
cada una entiende este concepto a su manera: las primeras, como
cultura de masas; las segundas, como tipos de cultura tradicio-
nal, regional, oral, campesina, etc., en un sentido fuertemente liga-
do a lo étnico, y muchas veces a lo folclórico. A hora bien, para los
metropolitanos el objeto pragmático de los ee.cc. es precisamente
esa cultura de masas, producto de la llamada industria cultural,
desde donde se puede reexaminar el concepto de literatura. Para
los latinoamericanos el objeto de los ee.cc. es —tiene que ser— la
índole y las dinámicas de las culturas del área, tanto aborígenes
como foráneas (lo africano, lo asiático, lo europeo-central) y mesti-
zas, en que cuenta mucho el imaginario popular (mitos, leyendas,
tradiciones, dichos, refranes, etc.) que las expresa. Se trata, pues,
de dos operaciones casi divergentes, aunque a menudo compar-
tan discursos, como los de la llamada subalternidad, en que lo po-
pular-tradicional es enrolado por la industria cultural, como ha
ocurrido acá con el tango, la salsa y el melodrama.
Ocurre por otro lado que los ee.cc. metropolitanos tienden a
revaluar las culturas de las minorías (sexuales, ideológicas, étnicas,
religiosas, etc.) dentro de una estructura cultural dominante, que
en general es la cultura occidental. En cambio, los ee.cc. latinoa-
mericanos tienden a revaluar las culturas de las grandes mayorías
desposeídas y postergadas del área, como las culturas indígenas,
indomestizas y afromestizas. Insisto: las esferas de acción entre
ambos tipos de ee.cc. no se encuentran delimitadas a cuchillo, ni
se oponen inamistosamente. Lo que se hace visible en el caso de
extraordinarios latinoamericanistas extranjeros, que desde el pri-
mer mundo trabajan nuestras otredades mayoritarias con talento
y con brillo y a quienes quisiera representar aquí con los nombres
destacados de John M urra, M artin Lienhard y William Row e.
Por otro lado, veo también que los objetivos de nuestros ee.cc.
son bastante peculiares: no nos interesamos tanto en el cambio cul-
tural como signo del cambio social (lo que leen los obreros ingle-

128
ses como signo de su inserción en la economía británica moderna,
por ejemplo, según la metodología postulada por R. Williams), sino
como operador —uno entre otros— de dicho cambio. Es que la idea
misma de cambio social varía para cada corriente: allá se atiene a
la rápida variación de la cultura de masas (y a la variación de los
discursos dominantes por inoculación de elementos de esa cultu-
ra) como medio de desmontaje de la hegemonía cultural; acá se ciñe
a la reivindicación de las culturas alternativas (de la otredad) como
instrumento de neutralización de la hegemonía. Y aunque parezca
paradójico, esta noción de cambio entraña en el fondo la noción
de preservación cultural: se busca defender y conservar las cultu-
ras oprimidas (recuérdense los casos esclarecidos de A rguedas,
Rama y Cornejo Polar), defenderlas no tanto de los procesos de
globalización (que a la larga no hacen sino globalizar el mosaico
de la diversidad), como de los augures de la cultura global y de la
modernización aculturante. Esta preservación implicaría permitir
que esas culturas mejoren las bases materiales de su existencia,
de donde resulta que, a la larga, el objetivo final de nuestros ee.cc.
consistiría en investigar la cultura, y en especial la popular (la li-
teratura, las artes) para generar proyectos de desarrollo social (el
apartado político de nuestros ee.cc.).

D el método:
di mensi ones etnol ógi ca y soci ol ógi ca de l os ee.cc.

M as vej o al guns per i gos em si mpl ement e adot ar a


categoria estudos culturais como um termo para o que
isso possa vir a ser no futuro [e] cair-se num tipo de
sociologia da cultura que a longo prazo excluirá, em certo
modo, a crítica.
N . L A RSEN 1994: 219.

Los ee.cc. que nos ocupan ponen el énfasis en el panorama —di-


gamos— horizontal de la dinámica cultural, pues abordan cuestio-
nes como la diversidad, la transculturación y el mestizaje cultura-
les que se desprenden del contacto de pueblos o grupos humanos.

129
Digo esto por contraste con los ee.cc. que se practican en otras rea-
lidades, como las metropolitanas, y con los que —con mayor gra-
do de sofisticación y pertinencia— ilustra el modelo de la hibri-
dez de N éstor García Canclini, que ponen el énfasis en el cuadro
vertical de las interacciones culturales de la sociedad. El primer
caso presenta una dimensión etnológica (de hecho sus acciones
se enmarcan señaladamente dentro de lo que se conoce como
etnoliteratura y etnocultura), que confronta completos paradigmas
culturales de distintos pueblos puestos en situación de contacto.
El segundo caso destaca una dimensión más bien sociológica, que
observa el comportamiento de niveles de lo cultural (culturas alta,
baja, media) en un contexto social que, aunque acuse el impacto
de las transnacionales de la cultura y la industria cultural, se ufa-
na de mantener un canon de valores (elevados o no) supuestamente
originados en la antigüedad clásica.
A mbas dimensiones de la cultura, horizontal y vertical, etno-
lógica y sociológica, atienden a fenómenos de naturaleza distinta:
la heterogeneidad y la diversidad culturales, respectivamente. La
primera confronta dos o más epistemes de cultura, correspondien-
tes a pueblos en situación de contacto; mientras que la segunda
observa las variaciones de lo cultural dentro de una misma estruc-
tura social, que aunque se sitúe en algún punto de su recorrido
hacia la modernidad resulta estar, en general, enmarcada por la
llamada cultura occidental. Por otro lado, ambas dimensiones con-
ducen a procesos que la crítica cultural describe y evalúa bajo ca-
tegorías ad hoc, inconfundibles, aunque sus referentes convivan a
menudo en la misma manifestación cultural: la transculturación,
el sincretismo, o el mestizaje (sea éste intensificador de la diversi-
dad u homogeneizante), en el primer caso; y la hibridez (en el sen-
tido garcíacancliniano), el crisol perfeccionador (el anhelo del
melting pot ), o el mestizaje de salto cualitativo (el anhelo de «la raza
cósmica»), en el segundo. Cierto —no puedo dejar de insistir en
ello— que ni la transculturación es netamente horizontal, ni la hi-
bridez es estrictamente vertical, pues en la realidad cada una de
estas ocurrencias presenta aspectos fichables de la otra, como se

130
ve bien en el modelo de García Canclini, en que un objeto étnico
puede coincidir sobre el televisor con los sonetos de Shakespeare.
Tampoco puedo ignorar que nuestra tradición incorpora, como he
mencionado más arriba, cuestiones de índole más bien socio-
política, como las dinámicas del poder y las políticas de inserción
en la modernidad, que ejecutarían más bien el paradigma que
aquí denomino vertical de los ee.cc. M as, si bien se observa, és-
tas y otras líneas de estudio tienen, en nuestras tierras, un tras-
fondo antropológico y étnico, pues las circunstancias del poder y
la modernización ocurren en un ámbito dominado y hasta caracte-
rizado por la heterogeneidad sociocultural, que origina y da peso
y sentido (no siempre positivo) a nuestras prácticas culturales y
discursivas.
Lo anterior nos permite avanzar esta parte señalando que
nuestros ee.cc. son de índole mayormente etnocultural, en tanto
que otros ee.cc., por razones propias a sus desarrollos, son de na-
turaleza más propiamente sociocultural. A hora bien, el temor de
A ntonio Cornejo Polar cuando en su ponencia a LA SA -Guada-
lajara alertaba «contra el excesivo desnivel de la producción críti-
ca en inglés» tiene que ver con la preeminencia que, por hegemo-
nía, coyuntura o mero gesto imitativo, podrían llegar a tener los
ee.cc. de orden sociologizante, en un continente —el latinoameri-
cano— tan urgido todavía de tratamientos de orden antropológico,
etnográfico y etnológico. Veo bien que en esa misma dirección iba
la prevención del latinoamericanista norteamericano N eil Larsen
en el epígrafe de este apartado: evitar que una «sociología de la
cultura», como él la llama, controle los ee.cc. de A mérica Latina.
Una última observación: en Europa y EE.UU. los ee.cc. buscan
romper fronteras disciplinarias, agobiados, sin duda, por una
compartimentación del campo científico que no se compadece de
los huidizos objetos de estudio que le arrancan a su relativa ho-
mogeneidad cultural (occidental, moderna, capitalista y cristiana).
En A mérica Latina, en cambio, nuestros estudios necesitan tra-
bajar con la interdisciplinariedad, ante la ostensible complejidad
de fenómenos que requieren el concurso de varios y enteros

131
paradigmas científicos. En el primer caso se trataría de construir
una metadisciplina que ya no requiere de las disciplinas de base
(sociología, historia, crítica literaria) porque éstas, como las redes
graduadas para los peces de la pesca mayor, dejan los objetos sur-
gidos del intersticio cultural. En el caso nuestro, es obvio, se trata
de mantener las disciplinas de base y de cruzar la información
científica requerida por la ostensible problemática cultural del área.

D el di scurso críti co: l a l engua domi nante

[...] me temo mucho que los estudios culturales, posco-


loniales y/o subalternos no han calibrado lo que implica el
practicar esas disciplinas en una sola lengua cualquiera
que sea el idioma de los discursos examinados.
A ntonio CORN EJO POLA R 1997: 343.

[...] ponen el cartel de Cultural Studies, y lo que [eso] es,


es la reinterpretación selectiva de una multiplicidad de
culturas desde una sola perspectiva lingüística, ideológica
y todo lo demás.
Beatriz PA STOR 1994: 228.

En la segunda parte de la mencionada ponencia a LA SA -Guada-


lajara, Antonio Cornejo Polar previene sobre el latinoamericanismo
que se practica en una lengua —el inglés— ajena a la realidad la-
tinoamericana. Dicha lengua suele convertir ese latinoameri-
canismo en un sistema ensimismado, que toma el dato latinoame-
ricano como mera materia prima para una reflexión sofisticada,
es cierto, pero muy autorreferencial, que suele ignorar la produc-
ción intelectual de la propia realidad de que se ocupa. A lo largo
de su ponencia, Cornejo Polar pone tal énfasis en la relación entre
los estudios literarios y culturales del área (recuérdese la con-
junción de que hablé al principio), que nos lleva a entender que
tenía en cuenta un implícito sistema diferencial entre los ee.cc.
latinoamericanistas, practicados por latinoamericanos y no.

132
Una lectura más atenta de su texto —en especial de líneas como
la «extrema preferencia [de esos estudios] por el estrecho canon
teórico posmoderno»— me hace concluir que en el entendimiento
de Cornejo Polar el latinoamericanismo asumido por los ee.cc. me-
tropolitanos peca no sólo de ensimismamiento, sino también de
dejarse marear por la moda, y subyugarse a polémicas que esca-
motean las líneas centrales y urgentes del latinoamericanismo de
hoy. Peor aún, peca de los contrabandos ideológicos que pueden
colarse con esa agenda prestada, con lo que él llama «una óptica
parcial», producto del «idioma que se utiliza» en esos estudios. Y
también, como ha señalado B. Pastor en otro lugar, producto de la
información que se acopia en los centros en que se usa esa len-
gua: una información urdida «desde una perspectiva anglosajona»
(PA STOR 1994: 232).
N o soslayo el que el apartado de la lengua en el texto de
Guadalajara comprende un posible efecto de bumerán: después de
todo el autor escribió sobre el mundo andino —un mundo multi-
lingüe— y multicultural, desde la perspectiva de la cultura domi-
nante —por más flexionada que haya sido hacia la comprensión
del otro— y con la lengua del dominador. Pero esta es materia de
otro trabajo en este mismo libro.

D el di scurso metacríti co

Para terminar quiero insistir en que hay una meritoria y fructífera


tradición propia de ee.cc. en A mérica Latina, que no debemos sos-
layar ni por olvido o ignorancia, ni por exceso de los discursos
críticos que se someten a las agendas metropolitanas. A puro tam-
bién que no hay que soslayar que la naturaleza especial de esos
estudios los lleva a producir información en los niveles más altos
de la disciplina: los niveles de reflexión teórica y aun episte-
mológica, porque tal información ayuda a mantener estos estudios
como un conjunto autónomo y una alternativa viable. Una alter-
nativa en que otros ee.cc., no latinoamericanos, hegemónicos o no,
puedan encontrar el caso divergente o el pensamiento sui géneris

133
que los lleve a reflexionar de algún modo sobre su propia validez
y pertinencia.
Y aunque el mismo Cornejo Polar confiese en la ponencia a
LA SA -Guadalajara su insatisfacción por las categorías de más
alcance del latinoamericanismo doméstico, porque componen una
epistemología que por fuerza se sitúa en una esfera distinta a
la de las culturas-objeto («todas ellas se instalan en el espacio
epistemológico que —inevitablemente— es distante y distinto»,
dice) hay que aceptar con optimismo la invitación de N . Larsen
(1994: 220) a reivindicar A mérica Latina como un lugar productor
de teoría, y no sólo de materias primas. Lo que en líneas de A nto-
nio Cornejo Polar se convierte en un reclamo para enderezar el
«desnivel de la producción crítica en inglés que parece —bajo vie-
jos modelos industriales— tomar como materia prima la literatura
hispanoamericana y devolverla en artefactos críticos sofisticados.»
(CORNEJO 1997: 343). A rtefactos que no hacen de ningún modo inú-
tiles, aclaro con el debido énfasis, sino aún más necesarias las
reflexiones de altura y extensión que produce con fecundidad el
latinoamericanismo de casa.

[Chicago, septiembre de 1998/Lima, octubre de 2000]

134
Tercera parte: si stemas cul tural es

135
—VIII—
A ntoni o Cornej o Pol ar y l a cul tura popul ar.
Su experi enci a en l a Casa de l a Cul tura de A requi pa*

A ntonio Cornejo Polar diseñó la Casa de la Cultura de A requipa.


La diseñó no como un centro meramente difusor del arte y la cul-
tura de élite —que es lo que sus mentores habrían esperado de
ella—, sino como un agente reactivador de todas las vertientes de
la cultura: desde lo popular y tradicional hasta lo erudito, pasan-
do por las prácticas que organizan la vida colectiva y deciden
la identidad de los pueblos. M ás aún, la ideó como un foro de
interacción dinámica de todos esos componentes, y de reflexión
sobre el rol de la cultura en el desarrollo de la vida social. Visto a
distancia, su proyecto se revela asombrosamente anticipatorio para
su tiempo y bastante completo para un joven que recibe el encargo
a los veinticuatro años de edad.
La Casa de la Cultura fue creada en 1962 por acuerdo del Con-
cejo Provincial de A requipa. Para organizarla y dirigirla, un sec-
tor de la población quería a un escritor o artista de reconocida tra-
yectoria en el medio, pero el Concejo eligió al joven Cornejo Polar,
que acababa de regresar de un postgrado en M adrid. Se le acusó
de representar a la cultura libresca, no a la cultura viva del pueblo;
*
Se publicó en ingles, bajo el título de «Antonio Cornejo Polar and Popular
Culture: His Experience in “ La Casa de la Cultura” of Arequipa». En Cristina
SOTO (ed.), Antoni o Cor nej o Pol ar, 1936-1997. I n Appreci ati on and
Acknowledgment to The Class of 1941 World War II Memorial Chair [Berkeley:
U. of California at Berkeley, 1998, pp. 11-12]. Se reimprimió en la segunda
edición, expandida, del mismo folleto: 2000, pp. 21-22.

[137] 137
también de representar a la clase privilegiada, no a las mayorías
del lugar. A todas estas objeciones Cornejo Polar respondió luego
con un trabajo ejemplar, que implícitamente adhería a una noción
amplia —se diría más sociológica que estética— de la cultura, y a una
suerte de ética —más que una política— de la promoción cultural.
Su trabajo —en consonancia con lo que en Lima haría el di-
rector de la Casa de la Cultura del Perú, José M aría A rguedas—
comienza por destacar la base profundamente social de la cultu-
ra, por sobre una noción individual que la asume como erudición
y como adorno. De ahí que deliberadamente evite duplicar las ac-
tividades de universidades y academias de profesionalización,
para impulsar la producción simbólica del pueblo, la tradición, el
folclor, el imaginario campesino y de las clases no privilegiadas
de la sociedad. De ahí también que lleve la promoción cultural
desde sus recintos consagrados —el teatro y el salón, a los que no
renuncia— hacia los pequeños salones y clubes distritales, sindi-
catos, coliseos, plazas públicas y aun cárceles. Dos de sus estrate-
gias concretas pueden explicar bien el sentido de ese cambio: los
ciclos llamados «Jornadas Populares de Cultura» y los recitales
de lírica popular arequipeña.
Las Jornadas eran semanas completas de actividad cultural de-
sarrollada en sectores no privilegiados de la población, en que par-
ticipaban la Orquesta Sinfónica, el Coro Polifónico M unicipal y
otras instituciones de la cultura erudita, junto a las expresiones
propias de la cultura local: artesanías, música, culinaria, etc. Con-
tra el principio condescendiente de la cultura, según el cual los
sectores privilegiados deben ilustrar a los sectores culturalmente
subdesarrollados de la población, las Jornadas apelaban a la base
popular de toda expresión de cultura. Entonces en las Jornadas la
orquesta explicaba sus modestos orígenes instrumentales y meló-
dicos, el coro incluía en su repertorio temas del lugar visitado, el
teatro dramatizaba asuntos que implicaban a su audiencia, etc. Así,
pues, en las Jornadas se borraba la línea de separación —cierta-
mente clasista— entre las culturas intelectual y popular, o si se
quiere, entre las culturas dominante y subalterna, para establecer

138
un continuum vivencial y una experiencia democratizadora de la
cultura.
Los recitales de lírica popular arequipeña —muchas veces par-
te de las Jornadas— eran un esfuerzo deliberado por conservar e
impulsar el «yaraví», la lírica musical característica de A requipa
y de su condición de cultura mestiza. Estos recitales convocaban
públicamente a los cantores —ya pocos, y casi todos de la tercera
edad— que aún cultivaban el género, e invitaban a las nuevas ge-
neraciones a tomar la posta de la tradición. Su apoteosis estuvo
en la «Fiesta del Yaraví», una noche de febrero de 1965, en que
miles de arequipeños de todas las edades se juntaron en un bello
rincón del barrio de San Lázaro para reencontrarse masiva y
jubilosamente con una de las formas ilustres de su identidad his-
tórica. Que Antonio Cornejo Polar actuaba deliberada y lúcidamen-
te en este proyecto lo prueban la revista cultural que fundara por
esas épocas, precisamente llamada Yaraví , anexo de la Casa de la
Cultura, y los ensayos que sobre esta forma lírico-musical y sobre
las literaturas tradicional y popular escribiera por esas fechas.
Estas concepciones democratizantes de la cultura generaron,
por supuesto, absurdos dictámenes y no pocas polémicas en un
medio tan elitista y conservador como el arequipeño de los años
sesentas. Se argumentaba que se venía rebajando la cultura, des-
virtuando la música clásica, politizando el teatro y la pintura,
vulgarizando la literatura y ofendiendo los valores religiosos y cí-
vicos de la familia arequipeña. Ése fue al menos el contexto en que
se dio la polémica de Cornejo Polar, católico honesto y moderno,
con algunos sectores intransigentes de la Iglesia, en junio de 1965,
luego de realizado el Primer Encuentro de N arradores Peruanos.
A hí se reveló como un observador agudo de las tensiones entre la
tradición y el cambio, y un defensor de la independencia de la pro-
ducción simbólica.
El Primer Encuentro fue la empresa con que A ntonio Cornejo
Polar coronó sus funciones en la Casa de la Cultura de A requipa.
Es posible que con el paso del tiempo y el cambio generacional
pocos recuerden los importantes foros de divulgación científica,

139
tecnológica y filosófica (como «Imagen del pensamiento contem-
poráneo» e «Imagen del mundo físico») o los certámenes literarios
y artísticos por él organizados. Pero nadie vinculado a lo literario
desconocerá el papel de Cornejo Polar como organizador y anfi-
trión del Primer Encuentro. Él diseñó la estructura básica del cer-
tamen, con su fundamental sección de «testimonio personal», y él
introdujo ahí los debates de mayor relevancia, como aquél sobre
la función de la literatura. Es ahí donde, durante su intervención
central, el joven Cornejo Polar esboza las líneas centrales del cam-
po al que dedicará después la mayor parte de su vida intelectual
—la heterogeneidad literaria y cultural de sociedades en conflic-
to— y que hoy es en uno de los sistemas conceptuales básicos para
entender la realidad de A mérica Latina.
Recordar estos hechos del inicio intelectual de Cornejo Polar,
ahora que él ya no está más entre nosotros, significa comprobar la
coherencia de un pensamiento sistemático y profundo, cada vez más
rico y enriquecedor. Comprobar también la honestidad de quien
siempre entendió que el trabajo intelectual no era (no es) una fun-
ción pura del talento individual, sino una actividad necesariamente
tramada con la historia, la sociedad y el desarrollo colectivo.

[Buenos Aires, mayo de 1998]

140
—I X—
A ntoni o Cornej o Pol ar y l a
uni versi dad popul ar l ati noameri cana.
Su experi enci a como Rector de San M arcos*

A ntonio Cornejo Polar concibió e intentó sacar adelante un nuevo


modelo de universidad: la universidad popular latinoamericana.
Claro que no fue el primero en emprenderlo,1 ni estuvo solo en el
proyecto,2 pero la originalidad de su pensamiento —que orientó

*
Se publicó en Raquel CHA NG-RODRÍGUEZ (ed.), «Homenaje del Instituto
Internacional de Literatura Iberoamericana [a Antonio Cornejo Polar]», sección
especial de la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana N.º 50. Lima-
Hanover N. H., 2.° semestre de 1999, pp. 41-49.
1
Víctor Raúl Haya de la Torre impulsa la fundación en el Perú, en 1922, de la
Universidad Popular González Prada, que luego será adscrita al APRA. «Esta
primera experiencia –escribe Antonio Cornejo Polar, en un inédito sobre la
proyección social universitaria puesto a mi alcance por su familia– fue asumida
desde dos vertientes: [para] quienes tenían formación universitaria y estaban
integrados a la institución, la Universidad Popular era la mejor plasmación del
concepto de “ extensión universitaria” ; para quienes provenían de otros campos
y tenían un agudo escepticismo frente a la universidad, como Mariátegui, el
sentido de esa experiencia era otro y estaba definido por su autonomía. En
otras palabras: la Universidad Popular no era una agencia de San Marcos sino
una institución que plasmaba otro modelo de Universidad.» Lejos de la noción
de extensión universitaria, que dejaría al pueblo en condición pasiva y
meramente receptora, el modelo de universidad popular de Cornejo Polar se
aparta también de experiencias más recientes, como la de la Universidad
Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP), que entiende al pueblo
como pasible de elevación espiritual y cultural, no como agente productor de
conocimiento.
2
Lo acompañaron, entre otros, los profesores miembros de la Comisión de
Renovación encargados de formular una redefinición de principios de
la Universidad de San Marcos: Jorge Campos Rey de Castro, Tomás G.

[141] 141
el modelo hacia la pluralidad cultural latinoamericana— y la ma-
teria que al respecto dejó escrita —en tanto que ideólogo del movi-
miento Renovación y luego Rector de la Universidad N acional
M ayor de San M arcos—, son de tal trascendencia que bien se pue-
de hablar aquí en singular. Distinta a la universidad popular ale-
mana de M ax Scheler ([1921] 1957),3 la universidad concebida por
Cornejo Polar no entiende al pueblo como una sola formación
sociocultural, cuya clase trabajadora participa de los mismos va-
lores básicos —germánico-nacionalistas, en el caso promovido por
Scheler— de la élite intelectual, sino como una heterogeneidad
básica, en que las masas desposeídas provienen de vertientes cul-
turales tan diversas y hasta opuestas como la indígena, la africa-
na, la asiática y la occidental. De esa diversidad el modelo de Cor-
nejo Polar extrae lo que puedo llamar una epistemología de refres-
co que, según veremos, expande y aun endereza la información
provista por la universidad tradicional. Distinta también a la uni-
versidad meramente profesionista, en general promovida por y
para la empresa privada, la universidad popular de A ntonio Cor-
nejo Polar está destinada a servir a los intereses del pueblo: a re-
cuperar, producir y difundir el saber que beneficie material y espi-
ritualmente a las grandes mayorías, y no sólo a los sectores pri-
vilegiados de A mérica Latina.4 Last but not least , esta universidad
Escajadillo, Javier Fernández Ñique, Hernán Espejo y Julio Sanz Elguera.
También los miembros de la Comisión Coordinadora del movimiento: Marco
Martos, César Germaná, Antonio Meza Cuadra, Javier Fernández, Víctor
Orihuela y Armenio Chávez de Paz; y los vicerrectores Ernesto Melgar y
Alfredo Torero.
3
En este trabajo, Scheler plantea una universidad popular ideológicamente
neutra (371), esto es negada a la idea marxista de una cultura de clase prole-
taria (367), que llene «mediante la cultura [alta y “ resonante’ ” como dice en
otro lugar –nota de R. B.] el vacío del alma del obrero» (375). Hace ahí
referencia a textos de Werner Picht (páginas 355 y 366), como Die Deutsche
Volkshochschule der Zukunft: eine Denkschrift –La universidad popular
alemana del futuro, 1919), en los que se habla sobre la educación de adultos y
las escuelas comunales superiores de educación continua, al parecer con un
sentido menos filosófico y más pragmático que Scheler.
4
Este compromiso con el saber popular es lo que hace más distinto el proyecto
de Antonio Cornejo Polar de los que animan a instituciones como la Universidad
Popular Autónoma del Estado de Puebla. En ésta, la alusión a lo popular no

142
popular está destinada a indagar las raíces de la identidad den-
tro de la pluralidad cultural, y a enrumbar los factores de signo
positivo que permitan su afirmación y desarrollo.
En su diseño de universidad, Cornejo Polar obró con gran au-
tonomía de criterio: no imitó modelos extranjeros (aunque no los
soslayó), ni reeditó desgastados modelos locales, sino que sacó a
luz y dignificó el modelo universitario que la coyuntura histórico-
social y la necesidad habían venido perfilando espontáneamente
en las universidades nacionales de A mérica Latina. Profundizó,
es cierto, en la problemática de la cuatricentenaria Universidad de
San M arcos, tan aquejada de múltiples abandonos internos y ex-
ternos, pero su empresa apuntaba a un horizonte más vasto: a di-
señar una universidad de y para A mérica Latina, que remediara
la alienación subordinante impuesta por la universidad profe-
sionista, tecnocrática y globalizante que hoy campea en el área.
A l respecto, ya como Rector de San M arcos y plenamente cons-
ciente del papel histórico que su proyecto podría cumplir, dijo en
su discurso inaugural del año académico de 1985:
[...] es obligación de San M arcos, como Universidad del Perú ínte-
gro y como Decana de A mérica, generar un concepto de Univer-
sidad que supere el gran ciclo de la Reforma [de 1918], cuya tras-
cendencia nadie desconoce, pero cuya pertinencia histórica resulta
hoy cuestionable, y constituirse en propulsora, como antes lo
fuera la legendaria Universidad de Córdoba, de un nuevo movi-
miento latinoamericano que, en contradicción con el proyecto
tecnocrático de la burguesía, piense, formule y realice el modelo
de una Universidad auténticamente popular. (CORNEJO 1985.)

El estado inicial de esta historia radica en la paulatina masifi-


cación de la universidad estatal de A mérica Latina, visible ya en
los años cincuenta, pero crítica en los años sesenta y siguientes,
en que un nuevo contingente estudiantil —constituido por jóve-
nes de la clase media baja, los hijos de obreros y campesinos, los
apunta propiamente a la recuperación de un saber, sino a una actitud generosa
de la élite intelectual, en verdad schelerianamente condescendiente, para
incorporar al pueblo carente de recursos en los privilegios de la educación
superior.

143
jóvenes del interior y de la periferia: una muchachada en general
marcada por los signos de la alteridad— reclama su derecho a la
instrucción superior y accede a universidades como San M arcos.
Con su presencia, estos estudiantes democratizan una universi-
dad que había sido bastión de los hijos de la oligarquía, primero,
y de la burguesía modernizante, después, repoblándola con una
humanidad distinta, que ofrece referentes de realidad tan carga-
dos de información alternativa como de necesidades. Pero los sec-
tores tradicionales no los entienden como un contingente de re-
fresco de la institución universitaria, sino como una masa igno-
rante e incivil. Una masa que no hace otra cosa que rebajar la ca-
lidad académica del recinto y hacer uso del poder que le otorgan
su cantidad, y el derecho reformista al cogobierno. Entonces dos
cosas ocurren (y la observación es del propio A ntonio Cornejo
Polar): por un lado, los sectores dominantes encuentran que más
fácil que luchar por la hegemonía en las universidades naciona-
les es crear instituciones privadas que atiendan a las necesidades
profesionales de sus vástagos (el sistema tecnocrático de universi-
dad), y, por otro, el Estado deja de ser presionado por las deman-
das educacionales de los sectores dominantes y descuida econó-
micamente las universidades nacionales, que así entran en la es-
piral progresiva del desorden y la mayor desatención. Es aquí don-
de ingresa el talento creador de Cornejo Polar para enderezar los
signos con que hay que leer toda esta situación.
Como en sus trabajos de crítica o de estudios sobre la cultura,
también en sus trabajos sobre la educación superior Cornejo Polar
comenzó por una aguda observación de la realidad. Observar era
en él una actividad sui géneris, de amplísimo espectro, pues apar-
te de estar regida por una rigurosa objetividad, que en general le
rendía una información que iba más allá de las evidencias, tam-
bién la regulaba una teleología humanista y reivindicadora, que
le permitía descubrir el bien oculto y la estimable posibilidad la-
tente dentro de una realidad deficitaria y aun vituperada. A sí vio
en San M arcos lo que para otros era invisible por evidente (y ade-
más ignominioso): su condición de universidad popular de facto.
Leyó con signo positivo la posibilidad trascendente de esa condi-

144
ción: producir un conocimiento enraizado en el pueblo. Y adelan-
tó su función de más alcance: ofrecer alternativas de desarrollo a
las grandes mayorías nacionales. A l respecto escribe en enero de
1983 (en el inédito «documento de trabajo»5 que sirve de base a
los «Lineamientos para la reestructuración de la Universidad» di-
fundidos por el movimiento Renovación de San M arcos6 ):
Conviene partir de una evidencia: la Universidad de San M arcos
es una universidad popular, probablemente más por el imperio
de las condiciones del proceso social peruano que como resulta-
do de una política institucional al respecto. En todo caso no se
puede negar que una inmensa mayoría del alumnado y un sec-
tor creciente del profesorado de nuestra Universidad provienen
o asumen los intereses de las clases populares. A ello debe
agregarse la demanda histórica de los pueblos como el nuestro
para que la institución universitaria se comprometa con la solu-
ción de los problemas de las grandes mayorías nacionales.

Pero:
Lamentablemente San M arcos no ha asumido creadoramente su
condición de universidad popular [...] no tuvo la audacia ni la lu-
cidez suficientes para resolver con imaginación, creatividad y
realismo los problemas surgidos de su condición de universidad
popular.

Entonces:
La Universidad N acional M ayor de San M arcos debe propiciar la
producción de una cultura, una ciencia y una tecnología enraizadas

5
También puesto generosamente a mi disposición por la familia de Antonio
Cornejo Polar, junto a otros documentos y recortes periodísticos alusivos a
su rectorado.
6
Comisión Coordinadora de Renovación de San Marcos: «Lineamientos para
la reestructuración de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos». En:
Renovación de San Marcos #4/5. Lima, julio/octubre de 1983; pp. 2 y ss.
Sobra decir que estos lineamientos, en la medida en que resultan de un consenso
y apuntan cautelosamente a concitar la atención de la mayoría del profesorado
sanmarquino, no acogen la totalidad, la precisión, la hondura, ni el ímpetu
revolucionario del pensamiento de Cornejo Polar expresado en el inédito en
referencia.

145
en la experiencia y en la conciencia populares y al servicio de los
intereses de las mayorías nacionales.

Porque
San M arcos está en la obligación de demostrar que su carácter
popular no sólo no es un obstáculo para alcanzar un alto nivel
académico, sino, por el contrario, una condición necesaria para el
mejor cumplimiento de sus fines específicamente universitarios.

En otro documento también parcialmente inédito, éste sobre la


llamada extensión universitaria, A ntonio Cornejo Polar hace esta
contundente afirmación: «Creo que San M arcos no tiene sentido
—ni destino— sino como universidad popular». N o hay cifra más
cabal para destacar el papel histórico que le cabe aún cumplir a
San M arcos, y a otras universidades latinoamericanas como ella,
en esta era de negociaciones entre modernización y desarrollo so-
cial, globalización y diversidad, cosmopolitismo y alteridad,
neoliberalismo y democracia… A la pregunta sobre el sentido de
lo popular en lo universitario, Cornejo Polar responde en el mis-
mo documento con un breve pero agudo análisis de la noción de
«extensión universitaria», tan cara a la reforma del 18 y supérstite
aún en la «proyección social» de la reforma velasquista de los
años setenta. M ás allá de la antigua crítica de Scheler, que ya veía
en la extensión universitaria una actitud no propiamente surgida
de los intereses del pueblo,7 Cornejo Polar enseña que esa noción
supone al pueblo en la periferia del conocimiento, como algo no
integrado de modo sustancial a los afanes universitarios, a la vez
que supone a la universidad como una entidad necesariamente
de élite, paternalista y condescendiente. En cambio, la universi-
dad popular a la que adhiere Cornejo Polar entiende más bien al
pueblo como soporte y marco de sus actividades. También como
fuente de información y objetivo central de la producción y difu-

7
Contradictoriamente, en el mismo ensayo Scheler tipifica a los dirigentes de
su universidad popular con términos que recusa en la extensión universitaria:
hombres de abnegada labor, «particularmente cultos, con una cordial
disposición [léase: en actitud benevolente –nota de R. B.] para con el pueblo»
(SCHELER [1921] 1957: 364).

146
sión del saber. Por consiguiente, y porque se le pide insistir en el
término, propone una proyección social de sentido enderezado,
que acabe con la magra aspersión benevolente del saber y supon-
ga una interacción fluida, democrática y creadora entre la univer-
sidad y el pueblo. Como bien dijo en su discurso de inauguración
del año académico de 1985:
San M arcos puede ser mucho más que una institución solida-
ria con las causas populares [... Puede ser] el pueblo mismo en
su instancia creadora de ciencias, humanidades y tecnologías.
(CORN EJO 1985: 31)

Creo que el mayor mérito del modelo universitario impulsado


por Cornejo Polar consiste en acoger innovando —y no tal cual—
la tradición reformista de la A mérica Latina republicana. Una tra-
dición que en todos sus momentos, incluidos los más destacados
de la fundación de la Universidad de Chile por A ndrés Bello, en
1842, y de la reforma de Córdoba, en 1918, debe mucho, en sus
virtudes y errores, al llamado modelo alemán de universidad, que
es un modelo que va de Kant (el de La polémica de las facultades,
1798) a Guillermo de H umboldt (el de la fundación de la Univer-
sidad de Berlín en 1810).8 El proyecto de A ntonio Cornejo Polar
no desconoce los fundamentos de ese modelo, ni sus contradic-
ciones (su elitismo altamente jerarquizante y burocrático, según
Darcy Ribeiro), pero les da un giro revolucionario a partir del sim-
ple pero trascendente reconocimiento de la condición popular de
la Universidad de San M arcos. Véase bien: este gesto implica toda
una remoción epistemológica, pues reivindica con valores de cien-
cia y tecnología el saber popular, elevándolo desde la condición
de mero dato antropológico hasta la condición de materia en sí
del trabajo científico; legitima también al pueblo como sujeto váli-
do de conocimiento científico, extrayéndolo de la pasiva situación
de simple objeto de estudio; y abre un ancho campo de investiga-

8
Aparte del citado volumen del I NSTITUTO DE FILOSOFÍA DE LA U. DE M ONTEVIDEO
1957, aquí se ha consultado el ensayo de Ignacio SOTELO (1997: 141-173); y
el capítulo «Modelos estructurales de universidad» del libro de Darcy RIBEIRO
1971; en especial las pp. 39-42 dedicadas a «La universidad alemana»).

147
ción para la recuperación de antiguos saberes y tecnologías, algu-
nos de ellos milenarios que, por apropiados al medio que los ori-
gina, se prueban en muchos casos más eficientes que los recursos
aquí instalados apresurada e irreflexivamente por las distintas
avanzadas logocéntricas y modernizantes.
En su discurso de Rector leído durante la ceremonia inaugu-
ral del año académico de 1985, A ntonio Cornejo Polar destaca la
producción de conocimientos por sobre la mera «difusión de
saberes ya adquiridos» (CORN EJO 1985). Por ello mismo incluye
como tarea prioritaria el desarrollo de las ciencias básicas. A ntes,
en el «Documento de trabajo» del 17 de enero de 1983 al que ya
hice referencia, destaca «lo mejor de la extensa tradición democrá-
tica» de San M arcos, aludiendo no sólo a los valores que ilustran
esa tradición y a la reciente composición humana de la universi-
dad, sino a la interacción cognoscitiva entre profesores y alum-
nos, que cristaliza en el lema de aprender enseñando y enseñar
aprendiendo. A mbos principios —producción de conocimientos e
interacción democrática— ya habían sido valorados por el mode-
lo alemán de universidad, pero en la propuesta de Cornejo Polar
adquieren un sentido auroral, ciertamente revolucionario, a partir
del reconocimiento de la índole heterogéneo-popular de la univer-
sidad latinoamericana: esta vez los estudiantes proponen y hasta
imponen gnoseologías alternativas: tienen cosas nuevas para
enseñar, comunicar, discutir, aprender y producir. Esta vez la
interacción se da entre los distintos componentes del espectro cul-
tural del Perú y de A mérica Latina —vale decir entre los compo-
nentes varios de una heterogeneidad dialogante. Se abre entonces
un territorio virgen de aprendizaje y conocimiento, y una manera
innovadora de producir información y de hacer ciencia.
Una seña de la riqueza cognoscitiva de este modelo la dio el
profesor Luis Guillermo Lumbreras en su clase magistral pronun-
ciada durante el acto inaugural del año académico 1985 (L UM BRE-
RA S 1985: 11-25). Entre muchas tecnologías populares aplastadas

por el conquistador europeo y el ímpetu modernizante, Lumbre-


ras resaltó el caso del cultivo en «camellones», que eran pequeños
amontonamientos de tierra cultivable colocados sobre suelo infértil.

148
En un medio inundable y pedregoso, inapto para la agricultura,
los antiguos pobladores de las orillas del lago Titicaca lograban
sustanciales cosechas en paquetes de tierra cuidadosamente ins-
talados sobre la grava húmeda, a la vera del lago. Ésta atraía por
capilaridad el agua que requerían las raíces de lo cultivado, y las
pequeñas elevaciones nutrían las plantas a la vez que las prote-
gían de las inundaciones y lluvias torrenciales. Era un sistema de-
licado pero eficiente de producción en un ambiente harto difícil
y aun hostil. H uelga decir que con la conquista llegó la tecnología
europea, supuestamente más eficiente, y con ella llegó el arado
que, a lo bruto, allanó el terreno, mezcló gravilla y tierra, disolvió
en pocos años el atesorado humus y destruyó, quién sabe si para
siempre, un finísimo equilibrio de medio ambiente y tecnología
de producción agrícola.
Tengo ya más de treinta años en la docencia universitaria en
distintos puntos de las A méricas, pero debo confesar que pocas
veces me sentí tan lleno de emoción académica como en los días
de instalación del rectorado de A ntonio Cornejo Polar. Eran días
de fervor intelectual en que ya avizorábamos el aporte de la uni-
versidad a la solución de nuestros problemas ancestrales. Días de
contagiante fe en la capacidad innovadora del pueblo y del inte-
lectual a su servicio: habíamos recibido la voz y estábamos cons-
truyendo nuestra propia universidad y nuestro destino como in-
telectuales, como nación, como ciudadanos del mundo en desa-
rrollo. N uestro era el futuro; nuestra la imagen de un nuevo estilo
de educación superior, modelo para el mundo en proceso de des-
colonización; nuestros, el fuego del cambio, la pasión de la ver-
dad hallada y la fuerza de una nueva racionalidad, que se eleva-
ba en desafío a la razón logocéntrica, acumulativa, monetarista,
occidental; nuestros, en fin, la reivindicación, la pluralidad, la con-
vivencia, el diálogo, el sentido de afirmación y otros valores que
apuntaban al encuentro inequívoco de un desarrollo y una identi-
dad propios, receptivos de los aportes aprovechables del mundo.
Vivíamos una inédita emoción universitaria, que de puro júbilo
nos ponía al borde de las lágrimas.

149
Pero lamentablemente eran días muy difíciles. El Perú se desan-
graba en una guerra interna y la universidad estaba siendo divi-
dida entre los bastiones del conservadurismo profesionista, que
quería recuperar su hegemonía, y el extremismo de izquierda, que
no disimulaba sus vínculos con la subversión. Y aunque para un
sector —como para el gobierno de turno— los de Renovación éra-
mos la faz amable del comunismo nacional o internacional y, para
el otro, una versión asolapada de los intereses de la burguesía, veía-
mos con asombro cómo los dos extremos se tocaban y aun se
aliaban en su misión de socavar el proyecto de Cornejo Polar. Debo
reconocer que los de Renovación, y más exactamente quienes es-
tuvimos cerca del rectorado de Cornejo Polar, no supimos o no pu-
dimos estar a la altura de las circunstancias y permitimos aquel
socavamiento. No hicimos la pelea adecuada, aunque tampoco su-
pimos cuál habría podido ser ésta. El proyecto se entrampó inter-
namente. El gobierno lo dejó desangrarse y sin fondos. El Rector
fue quedando atrapado en una infinita red de solicitaciones me-
nores, que tanto le impedía actuar como lo aislaba de los suyos.
Pronto dejó de dormir, se le quebrantó la salud y tuvo que ser hos-
pitalizado. Por fin, atendiendo al reclamo de quienes unos meses
antes lo habíamos impulsado hacia el rectorado, renunció al car-
go en julio de 1986. Su sueño —nuestro sueño— había durado en
el aparente poder menos de dos años.
A ntonio Cornejo Polar salió del Perú en agosto de 1986, tanto
para restablecer la salud como para recuperar su trayectoria aca-
démica —y la de su Revista de Crítica Literaria Latinoamericana— en
las condiciones de estabilidad y eficiencia que sólo un sector res-
petuoso y simpático del Primer Mundo podía ofrecerle. Ambos ob-
jetivos eran una necesidad; pero también un derecho que se había
ganado a pulso, después de veinticinco años de esforzada labor
de investigación en situaciones de precariedad e incertidumbre.
H an pasado doce años desde entonces; y poco más de un año des-
de el fallecimiento de A ntonio Cornejo Polar. Se diría que tengo
ahora el temple como para hablar objetiva, distante y desin-
teresadamente de todo aquello. N o puedo. Una nostalgia infinita
me invade, asociada al pesar de saber que San M arcos es víctima

150
de una larga intervención militar.9 Pero también me invade la in-
victa convicción de que nada de lo emprendido bajo el Rectorado
de Cornejo Polar fue en vano; de que el modelo en sí pasó con su-
ficiencia su primera prueba, consistente en demostrar que era tan
viable, tan suficientemente bueno, tan revolucionario, que se con-
vertía en un peligro para todos los interesados en mantener el sta-
tus quo y las prebendas del poder partidario o de grupo. De modo
que tuvieron que combatirlo hasta el punto de paralizarlo. Lo lo-
graron. A l menos hasta ahora.
M as debo señalar que una cosa es una administración coyun-
turalmente frustrada y otra el conjunto de principios que la ani-
man. Éstos todavía se mantienen enhiestos y en espera de la gen-
te, el lugar y el momento oportunos. Considero que hoy por hoy,
cuando se habla de los peligros de la cultura global y de la pérdi-
da de identidades, la universidad auténticamente popular se ofre-
ce como uno de los recursos más poderosos para mantener nues-
tra identidad plural, nuestra independencia y nuestra estima en
cuanto productores de conocimiento. Bajo esa convicción, y con la
autonomía constructiva que me otorga la institución que ahora me
acoge —respetuosa de alteridades y atenta a desarrollos alternati-
vos— es que me comprometo a ayudar a que los textos de Antonio
Cornejo Polar sobre San M arcos y la universidad popular latinoa-
mericana se organicen, decanten y difundan.

[Santiago de Chile, junio de 1998]

9
Poco después de leídas estas páginas, la intervención militar a las universidades
estatales del Perú, que ya duraba un lustro, fue suspendida por orden del
flamante primer ministro Javier Valle Riestra. Éste, dicho sea de paso, no
alcanzó a cumplir dos meses en el cargo. Nota de octubre de 1998 –R. B.

151
Excurso

153
Pri mera y úl ti ma i magen de A ntoni o Cornej o Pol ar

He abierto otra vez el álbum de fotografías: todavía no puedo creer


que la persona llamada A ntonio Cornejo Polar —el amigo entra-
ñable, el hermano mayor, el maestro, el compañero de tantas aven-
turas académicas y culturales— ya no sea más el referente mate-
rial de todas esas imágenes. A hora es como si ellas existieran por
sí solas, negándose a todo vínculo con esa poca arenilla gris deja-
da por el fuego del crematorio, y construyendo un espacio propio
en zonas de la memoria que le pertenecen más a la persona au-
sente que a quien cree convocarlas. A quí el evocado, en sus vein-
tiocho años, cierra el Primer Encuentro de N arradores Peruanos
con un discurso magistral que los participantes ya celebran con
los brazos tendidos hacia él, en señal de emoción académica y
de fraternidad intelectual. A llá, años después, acaba de jurar el
Rectorado de San M arcos y, atildado pero afable, con la leve son-
risa de quien quiere cubrir el orgullo personal con alguna mode-
ración, o con alguna ironía, conversa con nosotros, o más bien nos
escucha. M ás allá nos ha pedido a Gladys Susana y a mí que lo
fotografiemos debajo del árbol incendiado de otoño, cerca de su
casa de Pittsburgh; o ha pedido que no lo hagamos en su hora
favorita, leyendo recostado junto a todos esos libros dispersos. Y
aquí, no hará mucho, ya casi vencido por la hora que se le había
vuelto adversa, lee con trabajosa respiración el texto con que cie-
rra el último de sus encuentros latinoamericanos en Berkeley. N o

[155] 155
tengo fotografías posteriores. Tengo, sí, brevísimos textos electró-
nicos —pautados por la economía del medio y, claro, por la lucha
contra el mal y la gravedad del momento—, no pocas imágenes
auditivas, y una larga nostalgia.
Lo ubiqué visualmente allá por 1954, año en que con mi fa-
milia me fui a vivir a la calle de Santa Catalina, su calle, frente al
convento del mismo nombre. Yo era todavía un niño —curioso y
andarín— y él era un jovencito de unos diecisiete años de edad,
figura familiar —como su hermano Jorge, pero a otras horas— en
las misas dominicales de la iglesia del convento, a las 8 de la ma-
ñana. A lgo después se le vería conduciendo el flamante Ford de
color ladrillo de la familia, que volcó un día de lluvia y pistas como
de patinaje, quedando el techo a la altura del motor y el maletero.
¡Se ha salvado de milagro!, diría mi madre, que lo tenía ubicado
mediante un sistema de coordenadas familiares muy suyo, que iba
de lo más cercano a lo casi mítico: Es el sobrino de la señorita Lola
Suárez Polar, el hijo del doctor Salvador —Salvacho— Cornejo. Es
—diría mi madre— el hijo de las tías Polar (Estela, en efecto, ha-
bía asumido el papel maternal con un ahínco similar al de la ver-
dadera madre, Susana), el nieto de don Jorge. Ya se ha casado con
la hija de don Josicho Soto, me dijo un día. Se han ido a España
para un curso de postgrado.
Para entonces yo había abandonado para siempre mis velei-
dades con la física nuclear, humillado por unas ciencias puras
cuya belleza conceptual parecía ser negada por sus abstrusas
formulaciones, y había reingresado a San A gustín con ganas (más
de mi padre que mías) de seguir leyes. Uno de los cursos obligato-
rios del segundo año previo de Letras era el de literatura general.
Ese año —corría 1962— estaba programado como profesor, para
mi grata sorpresa, el hijo menor de las señoritas Polar, que acaba-
ba de retornar de España. Era alto, delgado —en verdad muy del-
gado— y tímido, y todavía no tenía la apostura que habría de lu-
cir en Lima, a partir de los tiempos del Instituto N acional de Cul-
tura. Tenía una barba cerrada, siempre cuidadosamente afeitada,
que le daba un tono acerado a su piel blanca de reflejos morenos.

156
En el curso, pronto las compañeras comenzaron a llamarlo A nto-
ñito el Camborio, por eso de «moreno de verde luna» y aquello de
su «cutis amasado/ con aceituna y jazmín». Ya entonces, a sus
veinticinco años de edad, el nuevo miembro de la Facultad de Le-
tras —su A lma M áter— brillaba como un profesor talentoso, pre-
ciso en la expresión, esencial en los conceptos, magistral en la co-
municación de las ideas. N o era la primera vez que enseñaba allí
(había tenido un contrato el año previo a su viaje postdoctoral a
M adrid, en 1959), pero esa vez lo hacía por fin como profesor titu-
lar del área de crítica e interpretación de textos. Llegaba al cargo
después de un lucido concurso de oposición de méritos, con clase
verdaderamente magistral ante el claustro de doctores de la Fa-
cultad de Letras, precedido del prestigio que dos años antes le ha-
bía ganado la brillante defensa de su tesis doctoral «Ensayos so-
bre el habla poética» y de la aureola que le añadía su ciclo de
postgrado en la Universidad de M adrid. De España traía una se-
rie de ensayos (sobre el Lazarillo, la Celestina, Góngora, Lope,
Cervantes y la Generación del 27), que publicaría de a pocos y par-
cialmente. Traía el fervor que le había producido trabajar sobre la
poesía de Pedro Salinas (habría que ubicar el manuscrito de su
estupendo análisis inédito sobre «Qué alegría, vivir»), nuevas con-
vicciones metodológicas —el análisis lingüístico y la fenomeno-
logía crítica, entre ellas—, y una cantidad de anécdotas de profe-
sores y compañeros universitarios, que desmitificaban la univer-
sidad española y la ponían a la altura de lo terreno. ¡Ese don Joa-
quín de Entrambasaguas debió haber sido todo un caso!
Fue entonces que una de sus clases de interpretación de textos
cambió el rumbo mi vida. Era una de esas radiantes mañanas
arequipeñas, como lavadas por la lluvia del día anterior y libres
del habitual polvo del desierto. La luz entraba a raudales en la
repleta sala y se reflejaba casi metafísicamente en las paredes de
blanca piedra volcánica. Se daba Góngora, sus sonetos existen-
ciales, y el joven maestro procedía a desmenuzar el poema «M ien-
tras por competir con tu cabello» y a explicarlo minuciosamente
desde sus entrañas de relojería fina. H ubo un momento en que yo

157
no podía discernir qué resultaba más seductor, si el complejísimo
arte con que el genio cordobés había cifrado la precaria belleza
femenina («oro bruñido al sol relumbra en vano») o la ciencia con
que el joven profesor revelaba las estrategias del poema, como la
gradual y definitiva desmaterialización de los elementos enume-
rados en el último verso («en tierra, en humo, en polvo, en som-
bra, en nada»). Entonces supe claramente lo que yo quería hacer:
estudiar, enseñar, explicar literatura. Y me dediqué a las letras con
ahínco. Edgar Guzmán, que luego sería mi cuñado, me prestó en-
tre otros libros la Teoría de la expresión poética de Bousoño, con que
quise sorprender un día a mis compañeros de clase y al joven
maestro. Creo que glosé mal cierta secuencia, lo que le dio al pro-
fesor la ocasión de citar de memoria y con exactitud esta defini-
ción —que Bousoño inutilizaría años después en la segunda edi-
ción de su libro: «poesía es, ante todo, comunicación, establecida
con meras palabras, de un contenido psíquico sensóreo-afectivo-con-
ceptual, conocido por el espíritu como formando un todo, una sín-
tesis». Pero me hice visible, lo que posibilitó que fuera uno de los
alumnos invitados a las tertulias de la casa del profesor Cornejo;
que luego él me ofreciera mi primer trabajo (a mis veinte años, ya
casado y padre de familia) como Secretario de la Casa de la Cultu-
ra de A requipa, de la que él era Director; y que poco después
prologara mi primer libro de poesía, Viaje de Argos y otros poemas
(1964), con palabras que aún me llenan de juvenil esperanza («la
increíblemente madura poesía de un muchacho de veinte años»).
Durante los años de la Casa de la Cultura de A requipa pude
ahondar en el conocimiento de una persona en muchos sentidos
admirable. El Director trabajaba duro, pero con una asombrosa eco-
nomía de recursos. Parecía no dudar. N unca corregía nada —te-
nía ya un sentido muy claro de la necesidad y oportunidad de las
cosas, así como de la precisión y la fuerza expresiva del lengua-
je— y sus proyectos plasmaban siempre bien, con extraña fideli-
dad al boceto inicial. A sí salieron, entre otros logros, las Jornadas
Populares de Cultura, las noches de música popular arequipeña
(en que el pueblo se religó jubilosamente a una de sus formas cons-

158
picuas de expresión tradicional, el yaraví), los ciclos sobre el pen-
samiento moderno, y el formidable Primer Encuentro de Narrado-
res Peruanos. A hora, con la perspectiva que otorgan los años, veo
que entonces él ya había comenzado a practicar una noción so-
ciohistórica de cultura, que después decantaría en conceptos como
los de heterogeneidad y totalidad conflictiva.
A l correr de esos años pude conocer también al ser humano
que vivía detrás del intelectual y académico. Se trataba de una per-
sona muy humanitaria, especialmente simpática para con los hu-
mildes y necesitados. Se llenó, por ejemplo, de pequeños retablitos
y reproducciones de la escuela cuzqueña porque, según decía, no
podía defraudar las expectativas de quien se los traía. En cierta
ocasión Eleuterio, el mensajero encargado de hacerle efectivo un
cheque, le perdió todo el sueldo de un mes. «No importa —dijo—,
haré de cuenta que ya lo gasté», y nunca más hizo referencia al
asunto. H ubo también anécdotas chistosas, de esas que nos per-
mitieron a ambos divertir por horas a los amigos de distintos lu-
gares, con historias verdaderas cuyo interés, ahora lo veo bien, es-
taba más en el punto de vista que él ayudaba a insuflarles. «¿Cómo
se llama usted, finalmente?», le preguntó un día al hombre que le
traía los retablos, y que esta vez le pedía «la platita» adelantada.
Entonces el hombre agachó un poco la cabeza, en gesto de humil-
dad, y dijo bajito, como para que nadie más le escuchara: «Corne-
jo, con su perdón». Esta anécdota la contaba yo, y en represalia él
contaba una que a mí me pintaba de cuerpo entero en esa época
de mi estreno como secretario: cuando me pidió que le ayudara a
cambiar una llanta de su A ustin Cambridge (yo no sabía entonces
que él había sido acostumbrado a poco menos que la inutilidad
manual, lo que, según Cristina, su esposa, le hacía imposible re-
cordar en qué dirección gira un bombillo de luz malogrado, o la
llave de ruedas) yo habría de responderle, con muy poco comedi-
miento, «lo hago como amigo, no como secretario». Luego está la
anécdota del hombre vestido de safari, que buscaba auspicios para
su performance: «Pero aquí no hay tigres» —le dijo, a lo que el hom-
bre respondió: —«N o es problema, señor Director. ¡Con gatos!». Y

159
la del hombre que pedía dar una charla sobre filosofía del deporte
y cuya bibliografía resultó ser un gordo maletín lleno de recortes
de periódico, accidentalmente desparramados por el suelo, alusi-
vos a su equipo de fútbol favorito: «¡N o hay filosofía sin una base
de realidad, señor Director!».
Siempre, tal como lo recuerdo, fumó en exceso. Cuando le tocó
trabajar en Venezuela comprobó que abrir en público un paquete
de cigarrillos era exponerse a malograr la escrupulosamente cal-
culada cuota del día, de modo que encontró la manera de encen-
derlos (todavía no sé cómo) sin que los demás nos percatáramos
de ello. A lguien dijo «ya los saca encendidos del bolsillo»; y otro
«es el fósforo más rápido del Oeste» —expresión calcada sobre el
sambenito que A ntonio le había colgado a un profesor prover-
bialmente tacaño: «es la billetera más lenta del Oeste». En la épo-
ca del Rectorado de San M arcos, cuando era visible que había
desinteligencia entre el afán principista del Rector y el comineo
pragmático —puramente coyuntural, o embebido de las intrigas
del poder— del resto del Consejo Universitario, aumentó tanto su
consumo de tabaco que él mismo se colgó este chiste revelador:
«entre el Rector y el Consejo hay una densa cortina de humo».
Ha sido mi mejor amigo, con perdón de los mejores amigos que
me quedan. A comienzos de los noventa, durante uno de los New
Directions de Dartmouth («A mérica Latina: N uevas direcciones en
teoría y crítica literarias»), cuyas actas él publicara completas en
la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, celebramos informal-
mente, en casa de Beatriz Pastor y Dw ight Lahr, nuestros treinta
años de amistad «continua y sin tropiezos». Estábamos a doce mi-
llas de la sede del congreso y yo no probaba licor porque estaba a
cargo de conducir al grupo, entre los que se contaban también An-
tonio M elis y M artín Lienhard. «Estaba pensando —me dijo— que
un día de éstos hará treinta años que comenzó nuestra amistad,
de modo que te dejas de vainas y levantas una copa conmigo».
Fueron dos, y creo que aún así conduje bien al grupo de vuelta a
H anover, N ew H ampshire. A lgún tiempo después, en su casa de
Berkeley, con Cristina y Gladys Susana, recibimos el año nuevo

160
del 94 con toda formalidad. «Soy un aristócrata impenitente», di-
ría entonces con sorna, y nos animó a vestirnos esa vez de traje
entero y corbata. Salía a la terraza, o a la escalera exterior, o entra-
ba al baño para su ritual del tabaco. Y aunque fumaba ostensible-
mente menos que nunca antes en su vida, ya la nociva afición le
estaría tomando algunos puntos débiles, según se revelaría en ju-
nio del 95, luego de una bronquitis pertinaz.
La penuria de los últimos seis meses de la vida de A ntonio
fue grande. Cristina no habla mucho de ello, y se entiende. Pero
un día me contó que los últimos cuatro meses los pasó en cama,
consumiéndose hasta ponerse delgadito y pequeño. ¡Un hombre
entero y bien plantado, como era él, de 1,82 m de estatura!
Yo lo había visto en noviembre de 1996, en Berkeley, durante
un congreso sobre vanguardias que él había organizado. Se nota-
ba que las dos operaciones a que se había sometido en los últimos
meses, así como la combinación de radioterapias y quimioterapias
que le habían impuesto, le habían dejado huella... pero se le nota-
ba bien: se echaba adentro sus «w hiscachos», como él decía, y te-
nía la moral alta y su eterno buen humor. Pero dos días después
me dijo por teléfono que le dolía mucho el costado y que se le ha-
bía presentado una fiebre tenaz. A comienzos de diciembre partió
hacia Lima, muy contento porque —no obstante la fiebre— le ha-
bían dicho que los últimos análisis demostraban que su sangre
estaba libre de células cancerosas y que el mal ya no iría a coloni-
zar otros órganos. A hora sospecho que piadosamente le callaban
la verdad, y que lo alentaban a viajar «de vacaciones» al Perú,
cuando en realidad le estaban facilitando el tramo final. El día de
su cumpleaños, 23 de diciembre, hablé con él y lo sentí muy can-
sado: la noche anterior le habían hecho un homenaje en la feria
del libro de San Isidro, lo cual le dio mucho contento pero le restó
muchísima energía. Se internó después de Navidad.
De ahí en adelante las cosas fueron rápidamente hacia abajo,
con continuas entradas a N eoplásicas. El 18 de enero escribió
(ésta y las citas siguientes son traslado directo de sus mensajes,
que transcribo por primera vez como para conjurar la tristeza):

161
«Malas noticias. Los médicos confirmaron que donde me dolía des-
de hace meses hay un tumor. N o es operable. A parentemente ma-
ñana reiniciaré la devastadora quimioterapia. Como el diagnós-
tico es siempre complicado y había varias versiones, no contesta-
mos antes sus e-mails para no dar informaciones falsas. N o sé de
dónde voy a sacar buena cara.»
El sábado 25 de enero supimos que estaba de vuelta en casa y
lo llamamos, Gladys Susana y yo, y poco pudimos hablar: no hi-
cimos más que ahogar sentimientos en silencio, a cada lado del
hilo telefónico. Al día siguiente nos sentimos pésimo, luego de leer
el e-mail que la noche anterior nos había mandado Cristina:
«Ya se imaginarán cómo se ha sentido A ntonio luego de la llama-
da de ustedes. Removido hasta los huesos. Está terriblemente sen-
sible y el pensar en ustedes lo sacudió mucho». A partir de enton-
ces tuvimos que ocultar los afectos para no dañarlo, y nuestros
mensajes se volvieron por necesidad bastante informativos y casi
formulaicos.
El 11 de febrero le escribí que iría a visitarlo en Lima, entre el
11 y el 18 de marzo, durante mi break de cambio de ciclo docente.
M e contestó con un terminante «De ninguna manera. M e parece
una locura que hagas un viaje tan largo por tan pocos días y sólo
para verme.» Entendí que se apegaba a la idea de vernos en junio,
durante mis vacaciones, como teníamos acordado. Es decir, inter-
preté que se daba más tiempo de vida, y que una anticipada visita
mía lo alarmaría mucho, porque lo pondría en la pista que él se
negaba a reconocer.
De hecho, él estimaba entonces sus plazos bastante más lar-
gos que lo permitido por la gravedad de la situación. El 7 de abril
escribió: «Creo que [en Berkeley] me darán licencia con sueldo por
enfermedad durante el Fall [se refería al siguiente otoño boreal, de
septiembre a diciembre de 1997]. Caso contrario será un lío por-
que me obligarán a jubilarme.» Una semana después, sin embar-
go, tendría que enfrentar la terrible realidad. El 14 de abril escri-
bía: «No tengo buenas noticias. Todo indica que el cáncer ha avan-
zado y que hay pocas posibilidades de solución. De hecho pedí

162
que me suspendieran la quimioterapia, porque me sentía sin áni-
mo ni fuerza. El médico estuvo de acuerdo.»
El viernes 9 de mayo, cuando finalmente nos habíamos rendi-
do a la evidencia de que ya no alcanzaríamos a verlo con vida, lo
llamamos para despedirnos. Yo todavía quise mantener la com-
postura, pero ya él iba más allá de las convenciones y pidió ha-
blar «con la Pitita» (Gladys Susana), sabiendo que ella llevaría irre-
mediablemente el diálogo al terreno del sentimiento puro. Enton-
ces pudimos decirle cuánto lo queríamos, y él nos dijo cuánto nos
quería, y nosotros le aseguramos que nunca, nunca iríamos a ol-
vidarlo, y él nos aseguró que también él nunca nos olvidaría.
El sábado 17 —me contó después Jorge, su hermano— comen-
zó a esperar serenamente el final. «Puede ser esta noche, o puede
ser mañana [le dijo]; pero quiero que les digas a tus chiquitas [las
hijas de Jorge, a quienes quiso tanto como a sus propios hijos] que
ahora yo voy a cuidarlas». M urió serenamente el domingo 18 de
mayo, poco después de las 5 de la tarde, mientras dormía, o fingía
que dormía, su última siesta. La noticia nos la dio luego Cristina,
por teléfono, con una admirable presencia moral que la ponía a
ella en plan de consolarnos a nosotros: «Recuérdenlo en el mejor
de sus momentos».

[Lima, julio de 1998]

163
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