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ENTRE LA POLÍTICA Y EL CONFLICTO ARMADO.

INFANCIAS EN MEDIO
DE LA GUERRA EN COLOMBIA.
Carlos Jilmar Díaz S1.

La historia debería ser contada en primer lugar por


los protagonistas y sólo después por los especialistas. Que la historia
antes de convertirse en densos volúmenes, sea elaborada primero como
cuento, casi se diría como chismorreo de vecinos, en esas tardes largas y
espaciosas en que las gentes comunes gozan amonedando en palabras los
dramas, las pesadillas y las maravillas del pasado y del presente.

W. Ospina.

La definición de infancia, en nuestro contexto, reducida a una única acepción, no es más


sostenible. Es necesario comprender que desde distintos períodos históricos, escenarios
sociales, discursos especializados y circunstancias, el significado de la infancia es
producido, en tanto se inscribe en un complejo proceso de lucha y debate por el
significado. En esta disputa por el significado existen representaciones institucionalizadas
o “dominantes” sobre la infancia, que se codifican en leyes y políticas y se materializan
en prácticas institucionales y sociales que contribuyen a instaurar y difundir poderosas
matrices culturales como supuestos legitimados sobre lo que los niños son y lo que
deberían ser, disputándole espacios a prácticas y representaciones cotidianas. Se instauran
así combates por los significados, por prácticas y representaciones en la pugna por los
marcos interpretativos desde los cuales sujetos e instituciones se orientan en torno a la
infancia. En otras palabras, los niños no existen como tal, existe la idea que nos hemos
hecho de ellos. Es decir, se configuran en tanto producción social y son nuestros
esquemas mentales, e incluso nuestros propios deseos los que contribuyen a darles forma
y les posibilita habitar un universo de sentido. Así, como efecto de la sociedad, cada
sociedad define sus niños (Buckingham, 2005. Zuleta , 1986).
Concebida como recorte específico del ciclo vital humano, una etapa diferente del
desarrollo del ser humano, la infancia en el continente americano circula en Estados
Unidos después de 1776, pero en el resto del continente esta idea comienza a
materializarse en el siglo XIX. Hasta entonces los niños eran pensados como adultos
pequeños y no tenían distinción social particular. Como tema de investigación en
Colombia la infancia es de reciente aparición; desde estas investigaciones se comienza a
vislumbrar tímidamente la constitución de la infancia moderna, sobre todo desde las
últimas décadas del siglo XVIII hasta mediados del siglo XX cuando el escenario


Documento elaborado en el marco del proyecto “Memoria y Subjetividades: una aproximación al
conflicto armado en Colombia desde sus actores infantiles y juveniles”, apoyado desde el Instituto para la
pedagogía, la paz y el conflicto urbano -- IPAZUD -- de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.
Son miembros del equipo investigador Juan Carlos Amador, Ingrid Delgadillo y Yury de Jesús Franco
Ferrer.
1
Profesor – investigador. Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Facultad de Ciencias y
Educación. Maestría en Investigación Social Interdisciplinaria. Correo Electrónico: cjdiaz@etb.net.co

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político-cultural se transforma, aspecto que contribuye a pensar en la emergencia y
coexistencia de varias maneras de ser niño contemporáneamente2.
Queriendo historizar la idea de infancia con la intención de vislumbrar las tramas que se
han sedimentado en nuestra memoria cultural y que impregnan relatos y prácticas sobre
lo que son los niños, varios investigadores señalan que desde un orden religioso católico,
en la idea de instaurar y sostener su poder, se desarrollaron variadas prácticas educativas
en las cuales los niños y los jóvenes pobres fueron blanco privilegiado de intervención.
Distintas ordenes religiosas se encargarán del cuidado y la moralización de la población,
mediante la enseñanza de la fe y de las buenas costumbres. En esta dinámica de
producción de la infancia, se configuraron, para los siglos XVIII y XIX dos infancias:
aquellas infancias rudas, de los pobres, de los marginados o de aquellos niños de
camadas populares, para quienes el vínculo con el trabajo y la calle desde muy temprano
fue parte constitutiva de su vida. Y aquellas otras infancias, las virtuosas, las infancias
normalizadas que encarnaron el ideal social. Centraremos en este ensayo la mirada en las
primeras.
Para las infancias populares, con vínculos estrechos con la calle y sabedores del cotidiano
mundo del trabajo, instituciones como la escuela, la familia, los juzgados, contribuirán a
diferenciarles de otras infancias mediante la configuración para ellas de unos estatutos y
escenarios públicos, en la tarea de organizar la sociedad, bajo el ideal de un orden
moderno. Estas infancias rudas, asociadas con los niños sin familia, vagabundos y
menesterosos, aprenderán del encierro los castigos y la autoridad. Las características
atribuidas a estas infancias serán la falta de civilización, la grosería, la debilidad moral, la
flaqueza de juicio y serán representados como presos de una particular “naturaleza” que
los inclinaría al mal, aspectos estos que harán que sean pensados como necesitados de
tutela e impondrán la necesidad de encauzamiento, de disciplinamiento, justificando de
ante mano la necesidad de su gobierno. Estas infancias familiarizadas con la calle o
configuradas al fragor de lo laboral han sido asociadas con la idea de infancias peligrosas
y/o anormales y, para ellas, la formación básica, la única posible, será la de aprender a
leer y a escribir, o el adiestramiento en manualidades, para que por esta vía obedecer sea
el camino a seguir (Varela y Álvarez –Uria, 1991: 60).
En la tarea de configurar un orden social moderno estas infancias representaban el lado
oscuro de ese orden deseado. Para estas infancias la escuela y la pedagogía, como
ortopedia social, estarán caracterizadas principalmente por la represión y el castigo y la
policía contribuirá a legitimar su encierro e instaurar procesos moralizantes. Estas
infancias estarán destinadas a espacios de protección públicos: hospicios, centros de
corrección, albergues, hospitales y, sobretodo, las escuelas públicas, que desde prácticas
de regulación, vigilancia, sometimiento del cuerpo y la conducta serán la esperanza de un
nuevo orden social (Foucault, 1982). La institucionalización de la escuela obligatoria, en
tanto mecanismo de control social, es un dispositivo moderno. En sus años de
establecimiento, la obligatoriedad sólo se aplicó a las “clases bajas”, ya que las altas no

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En el marco de las transformaciones contemporáneas que estarían dando lugar a particulares y novedosas
formas de ser niño, niña o joven es posible mencionar, entre otras, la generalizada presencia en la población
de medios masivos de comunicación, como la radio, la televisión, el cine y, recientemente, la Internet y los
video juegos. Así mismo, para el caso colombiano, la preeminencia de lo urbano sobre lo rural.

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dudarían en instruir a sus hijos, y la escuela se convertiría en la única vía de accesos a la
civilización.
Al historizar las nociones que sobre las infancias de sectores populares circulan
percibimos que han estado enmarcadas en una dinámica de representación que las asume
ambiguamente como peligrosas o en peligro, echadas a perder o vulnerables, sujetos en
condiciones de carencia, en falta, en “situación irregular”, o como “menores”. Sujetos
sin voz y necesitados de encauzamiento, control, amparo y disciplina, invisibilizado o
desconociendo, incluso, actuaciones que los ubican en un plano distinto, como por
ejemplo, su prolongada presencia activa en la guerra, que no sólo ha supuesto una
vivencia y una experiencia en estos niños, sino también ser partícipes, en ocasiones,
voluntarios de la misma, escapándosenos analíticamente la intensidad de su avidez y la
fuerza de su deseo.
Al hacer pasar por el cedazo de la reflexión crítica la noción moderna de infancia, en la
tarea de pensar los niños vinculados/desvinculados del conflicto armado colombiano, es
necesario interrogar la memoria y los afectos que vehiculiza y que se han ido
consolidando a lo largo de los últimos siglos, permitiendo que la infancia se comprenda y
se asuma en el cotidiano vivir como una edad que combina la fragilidad física, la
vulnerabilidad emocional y un procesual desarrollo intelectual. Afectos que se han ido
cristalizando en nuestra memoria cultural a lo largo de los últimos siglos, induciendo en
cada uno de nosotros ideas y sentimientos que hacen que la infancia se comprenda como
ingenua y necesitada de protección y cuidado, frágil y en proceso de escolarización, con
una familia, aspectos que se constituyen en una poderosa matriz cultural, que sin duda,
contribuye a producir núcleos constitutivos de una particular y poderosa manera de
configurar subjetividades en torno al proyecto civilizador de la Modernidad. Esta imagen
riñe y nos descoloca cuando escuchamos los diversos relatos de estos niños que han
vivido las diferentes violencias en Colombia. Lo cual nos lleva a reiterar que los niños,
niñas y jóvenes son sujetos contemporáneos por excelencia. Ellos no traen en su propia
experiencia la carga del discurso. Responden de forma directa a la contemporaneidad y
en esa medida se estructuran.
Acceder a la posibilidad de pensar la infancia configurada en las particularidades
colombianas, requiere de un movimiento del pensamiento que posibilite su
desnaturalización.
Siguiendo a Elias, el proceso civilizatorio estuvo relacionado con una mayor
complejización social en donde los sujetos se vieron compelidos a transformar tanto su
manera de comportarse, como sus pensamientos, los cuales permiten orientarse en su
cotidiano vivir, en sus palabras:
La convivencia de los hombres en los Estados nacionales urbano-industriales
coloca a cada persona en una complicada red de largas y diferenciadas cadenas
de interdependencia. Para poder sostenerse como adulto en sociedades de tal
estructura, para poder cumplir en ellas una función de adulto, satisfactoria tanto
para el individuo como para la sociedad, se requiere una muy alta medida de
previsión y de contención de los impulsos momentáneos para alcanzar objetivos y

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satisfacciones a largo plazo (...) En otras palabras, se requiere una alta medida
de contención autorregulada de los afectos y pulsiones (Elias, 1998: 442)
El niño de las sociedades modernas, requiere de un complejo y especializado proceso
socializador y para las infancias modernas de una prolongada educación. Es posible decir
que las sociedades modernas se configuraron merced a que los individuos fueron
sometidos a exigentes y especializados procesos educativos. Como lo señala Elías, el
individuo es un producto de la modernidad, pues para las sociedades antiguas no era
necesario ser individual, tener una personalidad y por tanto, un aparato psíquico tan
complejo y organizado como el requerido para funcionar en las sociedades modernas. En
esta dirección, configurar infancias modernas ha requerido de poderosas maquinarias
culturales capaces de socializarles e individualizarles. En esta tarea la familia y la escuela
han jugado destacado papel y la educación formalizada adquirió gran importancia; las
infancias modernas son efecto de esta relevancia cultural.
Este control de los afectos y las pulsiones no proviene de una naturaleza humana, que es
dada de antemano, se trataría de un sofisticado aparato psíquico que se configura en la
interacción con otros humanos, es decir, el aparato psíquico es, por una parte, un efecto
del proceso de socialización en general y de la educación en particular por la que
atraviesa cada niño, pero, por otro lado, es efecto de una serie de particularidades del
sujeto mismo, en clave de pulsiones, deseos y goce, aspectos que contribuirían a
constituir su singularidad. En esta tarea la adquisición del lenguaje es la posibilidad de
ingresar a la cultura, el orden del discurso permite el marco de inscripción en la cultura y
las posibilidades de tramitar pulsiones y deseos posibilitando la repetición del goce.
En países como Colombia, en donde el deseado orden moderno es frágil y donde la puja
militar por el control político contribuyen a difuminar procesos socializadores centrados
en el Estado, tarea en la que juegan un papel central instituciones como la escuela y la
familia, es posible pensar que, vía una particular manera de asumir el estar en el mundo,
en pocas palabras, una particular “cultura”, se esté agenciando la producción de infancias
con características particulares y con rasgos que, incluso, reñirían con un proyecto
moderno agenciado desde el Estado y la escuela.
Al no estar claramente delimitado el concepto de infancia, niño y niña, como hoy es
comprendida en algunos escenarios, los niños y las niñas se han vinculado al orden social
imperante y por esta vía su participación en los diversos oficios o en los diferentes
ejércitos. Desde el proceso de independencia en Colombia los niños han participado
activamente en los conflictos armados e incluso desde los escenarios escolares
promovieron prácticas y ejercicios militares. Un significativo número de niños han
constituido el grueso de los ejércitos en diferentes períodos del ya largo conflicto armado
en Colombia. En estas prácticas han sido prisioneros de guerra y han respondido al
imperativo cultural de asumir actos varoniles, lo cual puede explicarse, por lo menos para
el siglo XIX y las primeras décadas del XX, por la fuerte presencia en la cultura de una
indefinida línea de continuidad entre el mundo adulto y el mundo de la infancia.
Los niños han sido actores importantes en las guerras por estar dotados con atributos
como agilidad, viveza, obediencia y por la serenidad y frialdad frente al riesgo y la
muerte. La incorporación de los niños a la guerra no es algo accidental, en particular, los

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mecanismos que originan la vinculación de estos individuos en los conflictos armados del
siglo XIX y del XX, muestran que en las lógicas de estos conflictos, la presencia de
individuos que no calcularan los riesgos, que se enfrentaran al enemigo con agilidad y
avidez y que estuvieran sometidos fielmente a las órdenes de sus superiores, se constituía
en una ventaja sustancial para las fuerzas combatientes (Jaramillo, 2007).
El ambiente antagónico entre liberales y conservadores o entre laicos y religiosos o entre
fuerzas institucionales y guerrillas, característico de la Colombia de los siglos XIX y XX,
con sus particularidades para cada periodo, ha posibilitado que los niños se adscribiesen a
uno y otro bando, cumpliendo diversas tareas y siendo una fuerza importante en el
sostenimiento del conflicto; los ejércitos se disputaban su presencia en sus filas. Es
posible decir que la confrontación y radicalización política del siglo XX es un elemento
central que ha contribuido a socializar al grueso de la población.
En este escenario de confrontación armada los niños cumplieron labores de informantes,
de acompañantes de los comandantes –ordenanzas- y de combatientes propiamente.
Tareas como observar, escuchar rumores, conversar con la población para identificar
personas extrañas, llevar y traer mensajes, fueron parte de los encargos que se les hacían
a los más pequeños, mientras que los de mayor edad se dedicaban a acompañar a
comandantes de alto rango, manteniendo sus armas, arreglando su uniforme, llevando
comida o cuidando de los animales (Jaramillo, 2007: 237). En este sentido, la creencia de
que la guerra es un problema adulto y masculino ha invisibilizado la efectiva y activa
presencia de niños, niñas y jóvenes en el prolongado conflicto colombiano.
Carlos Eduardo Jaramillo (2007) evidencia que la vinculación de niños en las filas de los
ejércitos oficiales e insurgentes, en el siglo XIX, se produjo gracias dos mecanismos.
Uno, por voluntad propia, ya que crecieron en medio del antagonismo político lo cual se
convirtió en un medio para vengar las crueldades del adversario y contribuyó a su vez a
que tomasen la decisión de incorporarse. Dos, mediante el mecanismo del reclutamiento
forzado. De una u otra manera, las permanentes confrontaciones armadas, acompañadas
de banderas, fanfarrias, armas e historias de héroes, se convirtieron en escenario de
socialización de la población en general y de los niños en particular, lo que lleva a pensar
que en muchos casos los ideales político - partidistas contribuyeron a animar a grupos de
niños a vincularse voluntariamente a grupos armados.
Atravesado por diferentes confrontaciones político-militares a lo largo del siglo XX
colombiano, con las particularidades en cada periodo histórico de cada contexto, la niñez
ha estado vinculada, de diferentes maneras, a estas dinámicas, sobre todo después de la
segunda mitad del siglo XX, en donde los movimientos armados han tenido una
importante presencia. Densa es su historia y especialmente compleja en la dinámica
cultural colombiana. Son grupos diversos, con características y dinámicas particulares
pero con elementos comunes: enfrentamiento al poder político y a la ley, pugna militar
por el establecimiento o la defensa del orden social y económico haciendo uso de
estrategias militares que han implicado organizar tácticas para la confrontación armada
en la búsqueda del logro de sus ideales. La condición para la existencia y supervivencia
de estos grupos es la clandestinidad y sus acciones toman un carácter ilegal, aspectos
todos que contribuyen a pensar en la particular memoria que cada grupo vehiculiza y en
el específico proceso de socialización de los miembros de estos grupos y, dada su

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permanencia en el escenario político y cultural de la sociedad colombiana, nos es posible
pensar que también son elementos constitutivos de la dinámica cultural de la totalidad de
la población colombiana, ya que la violencia afecta, de una u otra manera a todos, por la
desinstitucionalización que acarrea, la zozobra, el dolor y el desconcierto que produce
ante la incertidumbre, la destrucción y la muerte, lo que a su vez contribuye a alimentar la
inseguridad, la violencia y la miseria en una espiral sin límite3.
Con estas particularidades, el tema de los niños vinculados activamente al conflicto
armado colombiano despierta hondas preocupaciones de la sociedad, del Estado y de la
comunidad internacional. Para el caso colombiano el tema adquiere visos de mayor
complejidad dada la prevalencia del conflicto armado en nuestro contexto, lo que nos
lleva a pensar que estas infancias están ubicadas más allá, o coexistiendo con los agentes
socializadores tradicionales como lo son la familia y la escuela. Comprender el proceso
de socialización de los niños, niñas y jóvenes vinculados a estos grupos es posible
merced a los relatos mismos de estos niños. Aspecto este que es necesario indagar a la luz
de nuevas conceptualizaciones sobre lo social, teniendo en cuenta además que muchos de
los relatos provenientes de algunos niños que han pertenecido a grupos armados indican
que su vinculación fue voluntaria.

Con este fondo político – cultural colombiano, el discurso sobre los derechos de la
infancia viene convirtiéndose, en la última década, en el eje articulador del campo
académico sobre la infancia, buscando resignificarlo y transformarlo. A grandes rasgos,
como cuerpo doctrinario, producto de una serie de fuerzas y debates políticos alrededor
de la ampliación de los derechos de ciudadanía a la población infantil y como parte de un
proceso de especificación, concreción y particularización de los derechos, los principios
relativos a los Derechos Humanos de niñas, niños y adolescentes, consignados en la
Convención de los Derechos del Niño e incorporados en Colombia en 1991 a la
Legislación Nacional, se presentan como un nuevo horizonte de sentido, en la tarea de
resignificar las prácticas cotidianas que regulan los vínculos entre niños y adultos.
Esta lógica se convirtió en el fundamento para que haya ganado terreno la perspectiva
que considera que los niños requieren protección, aspecto este que en 1989 culmina con
la Convención de los Derechos del Niño. Desde comienzos del siglo XX se observa una
tendencia a acordar un conjunto de principios de alcance universal para la protección de
los derechos de los niños. Sin lugar a dudas el lugar que ocupó la infancia en las
preocupaciones, reflexiones y acciones durante el siglo pasado en occidente llevan a
pensar en la expresión del siglo XX como el “siglo del niño”. Ninguna otra sociedad en
otro momento había hablado tanto de la infancia, había escrito tanto sobre ella y había
erigido tantas instituciones cuyo encargo es justamente el cuidado para el desarrollo
infantil. En la actualidad la infancia está en el centro del debate ético, social, cultural y

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La historiografía sobre la violencia en Colombia señala varios periodos para ella. Un primer momento, del
40 al 60, está dado por la conformación de grupos armados con carácter partidista que buscaba la
eliminación del otro, del contrario político. Fueron dos visones de mundo que se oponían mutuamente. Con
el ocaso de la confrontación partidista, liberal y conservador, no ceso la violencia en el ejercicio de la
política y continuó existiendo confrontaciones armadas entre gobiernos de turno y grupos armados
planteados como “revolucionarios”. La historia de lo violento se prolonga hasta nuestros días y en las dos
últimas décadas se recrudece al entrar en el escenario político nuevos actores (Ortiz, 1994).

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político, tanto, que en la mayoría de países del mundo occidental, la agenda política ha
visto como en las últimas décadas la infancia se ha colocado en el centro de sus
preocupaciones.
En el siglo XX las sociedades occidentales y occidentalizadas, en relación con la
infancia, configuraron unos presupuestos y herramientas jurídicas de alcance
internacional con despliegue en los territorios nacionales, que han contribuido al diseño
de todo un conjunto de instrumentos legales que han pretendido transformar y hacer real
la práctica política en medio de la condición especial de ciertas poblaciones. En la
perspectiva de la protección hacia la infancia, este ejercicio político se ve ampliado hoy
al asumir de manera radical la doctrina de la protección y la perspectiva de derechos. En
particular, todo lo concerniente al derecho ha sido materializado mediante un cuerpo de
sistemas normativos que intentan referirse a todas las condiciones posibles. En otras
palabras, no existe derecho sin norma. Algunos, más avezados, proponen que no es
posible pensar los derechos sin norma jurídica, acotando la construcción del derecho al
juego lógico formal de las normas jurídicas, su redacción, interpretación y su aplicación.
Así, el lenguaje normativo jurídico es considerado como un conjunto cuyos elementos
son enunciados de deber, es decir, en ellos están contenidas palabras que implican uno o
varios operadores del deber: obligatorio, prohibido, permitido.
Estos hechos políticos se han convertido en la evidencia del terreno ganado en la
consideración de que los niños requieren atención, protección y cuidado, acontecimiento
que ha colocado el debate público en la compleja relación que en la actualidad se da entre
política e infancia, así mismo evidencia las tensiones entre la infancia, como
singularidad, y la cultura, como universalidad que los entiende hoy como etapa particular
del ciclo vital humano. Desde una dimensión jurídica la presencia de niños, niñas y
jóvenes en la guerra es un fenómeno que, además de ser considerado una práctica ilegal y
repudiable por la comunidad nacional e internacional, señalada de manera clara a través
del Derecho Humanitario, requiere análisis y especialmente lecturas que privilegien
tensiones entre la política y la cultura, entre normatividad y prácticas y representaciones
sociales, entre la política y la vida cotidiana de poblaciones concretas y entre la violencia
armada y la singularidad de los sujetos. Se trata de avanzar en un diálogo que coloque en
escena las producciones simbólicas que se asocian a lo que consideramos como infancia
y al fenómeno de la violencia, en el marco de la singularidad de cada niño, en donde los
referentes jurídico- políticos se constituyen en un referente ético a materializar.
Estas novedades políticas curiosamente no interrogan las características y efectos del
prolongado conflicto colombiano; emerge como ideal, propio de los nuevos tiempos, y se
materializa en miradas culpabilizadoras, ya sea por su incorporación, o su abandono,
reclamando tímida y ambiguamente, que no sean incluidos en las diferentes contiendas o
que requieren mayor atención.
En la tarea de interrogar lo que somos y entender cómo estos niños, niñas y jóvenes están
siendo producidos se hace necesario plantear incómodas preguntas ¿Qué infancias se
están configurando, cuando en algunos sectores de la población, desde muy temprana
edad son parte activa de las lógicas del conflicto armado, o en casos extremos son
víctimas y/o victimarios? ¿Qué tipo de sujetos se están constituyendo en medio de
experiencias asociadas a la prolongada violencia política, el temor y la intimidación, la

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venganza y el miedo, en un país con las características culturales colombianas? En el
plano epistémico, ¿Cómo comprender esa compleja articulación entre el aparato psíquico,
con sus lógicas de pulsiones, goce y deseos y lo que denominamos académicamente, la
dimensión cultual y, en estas dos caras de la misma moneda, comprender nuestra
violencia, la de hace más de un siglo? En el plano metodológico ¿qué lugar darle en
nuestras investigaciones a los relatos de estos niños, niñas y jóvenes?
Un primer aspecto que impulsa la necesidad de avanzar en la comprensión de este
fenómeno es el que opera como memoria cultural, pero a la vez se convierte en
cuestionamiento y está relacionado con la concepción misma de infancia con la que
trabajamos para acercarnos a las experiencias de estos sujetos. En este marco preguntas
que nos orientan pueden expresarse así: ¿Es posible llamarle niño - niña o joven a un
sujeto que ha participado en las lógicas de los grupos armados, con prácticas y
representaciones característicos de la violencia contemporánea en Colombia? Y, en estos
escenarios, ¿Es niño – niña, joven aquel que cotidianamente convive con la muerte, el
uso de la fuerza y las armas para conseguir lo deseado, así como el estar sometido a una
férrea disciplina y acatar sin cuestionar órdenes, para justificar, formas de apropiarse y de
legitimarse en el mundo?
En el marco del característico proceso de socialización que se da en el seno de los grupos
armados, en los cuales se han decantado décadas de aprendizajes y estrategias, memorias
caracterizadas por la clandestinidad, por el establecimiento de relaciones de obediencia
extrema so pena de ser ejecutados, en donde la fuerza, la coerción y la eliminación del
otro son aspectos constitutivos, es posible preguntarse, a propósito de los más nuevos en
este mundo ¿Desaparece la infancia? ¿Es otra forma de niñez? ¿Son, adultos pequeños?
Si los niños han participado en los particulares casos de la violencia en Colombia ¿cuáles
son las coordenadas políticas y culturales, en los cuales están siendo subjetivados estos
niños, niñas y jóvenes, en el marco del peculiar proceso de socialización que estos grupos
armados instauran y en ellos, qué lugar es asignado a niños, niñas y jóvenes en estas
lógicas?
En la tarea de comprender los efectos culturales del prolongado conflicto armado
colombiano y de las subjetividades de niños, niñas y jóvenes, agenciadas en estas lógicas,
es importante reconocer y comprender analíticamente que, no sólo las instituciones y el
sistema social configuran el aparato psíquico, como es señalado por Elias, es necesario,
también interrogar y comprender lógicas diversas y contradictorias constitutivas de la
subjetividad: deseos, pulsiones, goce, que interceptan complejos procesos de
subjetivación y ponen en tensión la historicidad y los regímenes de saber y de poder y
restituyen en el sujeto epistémico la posibilidad de ser pensado como constructor de su
mundo. Aspecto este difícil de aprehender, motivo por el cual algunas investigaciones de
lo social le soslayan.
Es necesario indagar y comprender los efectos en los niños, caso a caso, de una directa
exposición tanto al régimen socializador de estos grupos armados, en su vínculo como
actores en la lucha, es decir como guerreros, como unidades de combate y lo que ha
significado una socialización en estas lógicas para cada uno de ellos. Mas allá de la
orientación jurídica en cuestión de derechos y deberes y de la asistencia social, creemos
que es importante comprender las lógicas particulares desde donde estos sujetos leen el

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mundo y buscan insertarse en él. Comprender qué ha implicado su transito por estos
particulares conocimientos de los tradicionales grupos armados es el reto investigativo
para los estudiosos de lo social contemporáneo en Colombia.
El segundo eje problémico que plantea el prolongado conflicto armado colombiano y la
vinculación voluntaria de niños, niñas y jóvenes a él, está relacionado con las narrativas
que sobre la vinculación/desvinculación de los niños en la guerra, han ido surgiendo de
los informes producidos por Organizaciones No Gubernamentales - nacionales e
internacionales- y por algunos documentos oficiales en las dos últimas décadas. Sin
demeritar que éstos informes han generado múltiples e importantes mecanismos para
denunciar el reclutamiento de niños, niñas y jóvenes por grupos armados, es importante
decir que en estos documentos no se reconocen a estos sujetos en su singularidad. Se les
señala como víctimas, que requieren que se hable por ellas y, por lo tanto, desde estas
lógicas se configuran programas que no interrogan ni sus vitales trayectorias, su
particular memoria, ni sus intereses de vida. Las narrativas de estos niños, niñas y
jóvenes dejan entrever su manera de entender el mundo y, de algún modo, pensamos que
al reconstruir ese particular pasado, estamos a la vez buscando elementos para fortalecer
nuestra capacidad de orientación hacia el futuro, en la tarea de comprender cómo es
posible construir un espacio social y legal en el cual los conflictos puedan manifestarse y
desarrollarse, sin que la oposición al otro conduzca a la supresión del otro, matándolo,
reduciéndolo a la impotencia o silenciándolo, aspectos estos que han sido una las
características de nuestra particular cultura política.
Sobre los niños, niñas y jóvenes vinculados / desvinculados del conflicto armado
colombiano apenas empezamos a conocer detalles, se hace necesario, por tanto, avanzar
en estas líneas de discusión para comprender de qué manera nuestra particular cultura,
mediante instituciones como la familia y la escuela y desde prácticas cotidianas
contribuyen, también, a generar a ese guerrero. Buscar dar respuestas a estas preguntas
implica desnaturalizar lo existente y desnaturalizar aquello con lo que convivimos como
ineludible, asumiendo más claramente la convicción de que no es producto del destino o
de la naturaleza, lo cual abre puertas y ventanas más anchas para transitar por un cambio.
Lo que es obra del destino o de la naturaleza solo cabe la posibilidad de conservarlo,
destruirlo o cultivarlo. Lo que es construido por mentes y prácticas humanas puede ser
también reconstruido.
En una perspectiva psicosocial, se hace necesario, también, comprender los mecanismos
por los cuales sea posible tramitar tanto dolor y desesperanza que hemos generado en dos
siglos de violencia armada. Desde la política es posible decretar y avivar tendencias hacia
el perdón y el olvido, pero es necesario comprender cómo tramitar estos complejos
asuntos en la sociedad en general, así como en niños, niñas y jóvenes desvinculados del
conflicto armado colombiano.

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