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LA MAGICA ETIQUETA DE LO
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EOC GNTTTVO
O DE COMO LA PSICOLOGIA
ES PERSEGUIDA POR UN
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En 1956. uno de los investigadores más lúcidos e intuitivos de la Psico­
logía Norteamericana, George M illcr, publicaba un articulo en Psychological
Review, que comenzaba con la confesión de una extraña inquietud: se sentía
perseguido por un dígito. Treinta años después, aquellos primeros síntomas
de inquietud se han desarrollado hasta tal punto que es la propia Psicología,
en sus aspectos científicos e institucionales, la que se ve perseguida por un
término. El dígito era, naturalmente, el «mágico número siete mas/meños
dos»?y hacía referencia a una posible limitación del sistema humano de pro­
cesamiento de la i nformación. El término es, obviamente, la mágica etiqueta
de lo más o menos cognitivo, y hace referencia al paradigma psicológico por
el cual consideramos al propio sujeto humano como un sistema de procesa -
miento de la información. ^ ---------- -
Los números tienen una cosa buena: que, como diría Piaget, «se conser­
van», y no cambian por mucho que nos persigan. Pero los términos que nos
acosan se desgastan por el uso, llegan a saturarse, y corren el peligro de per­
der cualquier significado preciso. Ello es especialmente cierto en el caso de
las etiquetas y nociones centrales de los paradigmas en expansión, que ter­
minan por colapsarse y vaciarse de sentido en el intento de dar cuenta de fe­
nómenos muy alejados de su ámbito explicativo originario, como destacaba
perspicazmente Vygotski (1926) en su ensayo sobre El significado histórico
de la crisis en Psicología. Y el adjetivo «cognitivo», que ha invadido nuestras
instituciones académicas y laboratorios, nuestras teorías e interpretaciones de
los datos, nuestras prácticas de explicación e intervención, nuestras publica­
ciones y disertaciones, remite, indudablemente, a un paradigma en expan­
sión. Pocos son los psicólogos que no hacen, en uno u otro momento, decla-

13
14 El sujeto de la Psicología Cognitiva

ración pública de su conversión o convicción cogniliva. Por eso, cuando «casi


todos somos cognitivos», ha llegado el momento más oportuno de hacer la
pregunta más inoportuna: «¿Y en qué consiste ser cognitivo?, ¿qué es, en rea­
lidad. la Psicología Cognitiva?»
Es importante dar alguna dase de respuesta a esta cuestión, si no que­
remos perder el hilo de la significación de lo que hacemos y decimos. El con
cepto de lo cognitivo ha adquirido progresivamente un significado tan pluri-
forme, y unos límites tan imprecisos, que su empleo repetido y su carácter
de «emblema paradigmático» no son garantía (sino todo lo contrario) de un
significado compartido. Si no establecemos los límites de su uso significativo,
podemos terminar como aquel millón de personas, que lloraban amargamen­
te porque se habían perdido. Por eso, conviene que dediquemos las primeras
páginas de este libro al complejo asunto del significado del concepto de Psi­
cología Cognitiva.
Tenemos la suerte de que la propia Psicología Cognitiva nos proporcio­
na algunos recursos para enfrentarnos a la difícil tarea de definirla. Frente a
la perspectiva clásica de los conceptos como conjuntos de elementos equiva­
lentes, bien definidos por unos límites claros y unos determinados atributos
suficientes y necesarios (H ull, 1920; Bruner, Goodnow y Austin, 1966; Bo-
wer y Trabasso, 1963; Levine, 1975), algunos psicólogos cognitivos han de­
sarrollado la idea de que las categorías naturales tienen más bien unos límites
difusos, y sus elementos no son equivalentes, sino que definen un continuo
de «tipicidad» o representatividad, de forma que determinados ejemplares
son más representativos o prototípicos del concepto definido. Por otra parte,
no habría, según esta concepción, unos atribuios únicos compartidos por to­
dos lo miembros de una categoría (Rosch, 1978; Rosch y Mervis, 1975; M cr-
vis y Rosch, 1981).
El concepto de Psicología Cognitiva tiene la estructura de una categoría
natural, y no la demarcación más neta que suelen tener los conceptos lógi­
cos. matemáticos o físicos. Sus límiies son borrosos, y sus ejemplares desi­
gualmente representativos y no definidos por unos mismos atributos. Se o r­
ganiza en torno a ciertos elementos prototípicos, que son los modelos com-
putacionales y las teorías del procesamiento de la información (a los que todo
el mundo está de acuerdo en aplicar la etiqueta de «Psicología Cognitiva») y
tiene fronteras imprecisas en torno a otros ejemplares teóricos, como el cs-
tructuralismo genético de la Escuela de Ginebra, las ideas sobre la génesis so­
cio-cultural de las funciones superiores de la Escuela de Moscú, o la perspec­
tiva «ecologista» de Gibson en el estudio de la percepción. Desde este punto
de vista, preguntarse si «Piaget es cognitivo», por ejemplo, no tiene mucho
más sentido que preguntarse si una lámpara es un mueble. Lo que sí pode­
mos decir es que las concepciones teóricas de Piaget, y sus métodos empíri­
cos, no son un prototipo de lo que se entiende por «Psicología Cognitiva» en
Introducción 15

sentido estricto, mientras que sí lo son las concepciones teóricas de Simón


(1978) o Anderson (1976) o los procedimientos de Saúl Sternberg (1969 a y
b). Pero ello no quiere decir, naturalmente, que las aportaciones de Piaget
no sean relevantes para el conocimiento científico de las funciones de cono­
cimiento, o no pertenezcan a lo que podríamos denominar «Psicología Cog-
nitiva en sentido amplio».
De las consideraciones anteriores se deduce que sí tiene sentido hablar
de «la mágica etiqueta de lo más o menos cognitivo», como hacíamos en nues­
tro título. La etiqueta es mágica porque parece proporcionar, al que la em­
plea, el marchamo de prestigio social y académico que tienen, entre otras ca­
racterísticas, los paradigmas dominantes en las distintas ciencias. Y lo cogni­
tivo puede ser «más o menos», porque remite a un concepto con la estructu­
ra de una categoría natural, cuyos ejemplares pueden ser más o menos típi­
cos, y se organizan alrededor de prototipos centrales, que son los que poseen
mayor «parecido familiar» y un mayor número de los atributos más pertinen­
tes en la definición de la categoría.
¿Y cuáles son los atributos que definen, en mayor grado, a los ejempla­
res típicos de la Psicología Cognitiva? En los capítulos introductorios de los
textos de nuestra disciplina, suelen establecerse estos atributos haciendo una
especie de contrapunto con los rasgos que definirían al paradigma dominante
en la psicología científica norteamericana de los años cuarenta: el eenductis-
mo. Se suele decir, p o ij^ie m plo, que la Psicología Cognitiva nos ofreeeia ima­
gen de un sujeto activo, que no se limita a responder pasivamente a los es­
tím ulos del medio, sino que los elabora significativamente, organizando su ac­
tividad con arreglo a p lanes v estrategias que controlan y guían su conducta
(M iller, G alanter y Pribram, 196C0^S^ contraponen las explicaciones en tér­
minos de «cadenas» de elementos, que se determinan o condicionan de for­
ma lineal, a las nociones explicativas de la Psicología Cognitiva, aufr-spresu-
ponen una determinación jerárquica y recursiva^lel com p o rta m ie n to ^ com­
para la parsimonia reduccionista de las explicaciones É-R con la pro liferación
de conceptos internos de la Psicología Cognitiva, referidos a estrategias, pla­
nes,.procesos y representaciones, esquemas y estructuras gue organizan las
funciones desconocimiento. Se destaca la diferencia entre la epistemología ra­
cionalista que defienden algunos_deJos teóricos más perspicaces de la Psico­
logía Cognitiva, como Jerry Fodor (1975) o Zenon Pylyshyn (1981). Así, se
ofrece el cuadro del paso del conductismo a la Psicología Cognitiva en térm i­
nos de una sustitución revolucionaria de un paradigma dominante por otro
(Lachman, Lachman y Butterfield, 1979; Weimer y Palermo, 1973; Arnau,
1982; De Vega, 1984), y esta imagen tiene mucho de cierto.
Sin embargo, los rasgos de continuidad entre el conductismo y la Psico­
logía Cognitiva son, probablemente, mayores y más profundos que lo que se
perfila en el cuadro anterior, como ha destacado Leahey (1981). El respeto
16 El sujeto de la Psicología Cognitiva

a los métodos objetivos y las supicacias hacia la introspección y la conciencia


(Nisbett y Wilson, 1977; Evans, 1980), el empleo de modelos explicativos me-
canicistas (aunque varíe el tipo de máquina que se emplea como metáfora),
y una perspectiva más bien solipsista en el análisis de la génesis del compor­
tamiento son, por ejemplo, características en que se identifican algunos mo­
delos conductistas con las teorías computacionales más estrictas de la Psico­
logía Cognitiva.
En cualquier caso, el intento de explicar el origen del paradigma cogni-
tivo en térrmños exclusivamente internos a la Psicología, de sustitución de un
paradigma por otro en función de las anomalías del prim ero, ofrece una ima­
gen empobrecida de la génesis y, lo que es peor, de la significación de la Psi­
cología Cognitiva. Como ha señalado De Vega (1984), la «emergencia del cog-
nitivismo se debe no sólo a la crisis del conduclismo sino a ciertos factores
sociales, históricos o al influjo de otras disciplinas científicas» (p .2 8 ).^ a Psi­
cología Cognitiva es, en realidad, una de las manifestaciones más claras y ge-
nüinas dél Ze//ge/i7~cienTn'ico._lajirpanización tecnológica y ciértos intereses
nn
productivos dominantes en las sociedades tecnológicamente más desarrolla­
üW das en la segimrta mifad de nuestro Slgló./Es expresión, sije^me permite de­
cirlo así, de una «compulsión hacia la inform ación, la computación y la re
' rC‘ T Í) y
presentación» que tiene un significado mucho más profundo e in fluyente que
el de un cambio de paradigmas en una ciencia particular7No es extraña, por
eso. la ubicación de los modelos explicativos más prototípicos de la Psicolo­
gía Cognitiva en el marco de «las ciencias de lo artificial» (Simón, 1968), cuyo
desarrollo ha sido considerable en un mundo que, como dice Simón, «es un
mundo creado por el hombre, un mundo artificial rr)?g qnp natural>r(p.16)r
Tampoco es extraña, en esle contexto, la creciente reivindicación de una Cien­
cia Cognitiva. concebida por unos como un saber unitario y por otros como
una red interdisciplinar, y de la que la propia Psicología Cognitiva constitui­
ría un aspecto particular (Norman. 1981; Kintsch. M iller y Polson, 1984;
Gardner. 1985). Todo ello —/el auge de la Psicología Cognitiva. el desarrollo
de las ciencias de lo artificial, la reivindicación de una Ciencia Cognitiva—
es, a un tiempo, consecuencia v causa de la evolución de la sociedad post-in-
dustrial en el trecho de tiempo que nos ha tocado v iv ir/
~>íay que recurrir, por tanto, a la «hisioria externa», y jio sólo a la his­
toria interna de la Psicología, para explicar el origen y la significación de la
t? Sata Cognitiva. Los intereses educativos, los desarrollos tecnológicos en
el área del tratamiento de la información, los avances de la cibernética y la
ergonomía, la propia importancia de los símbolos y representaciones en los
sistemas de intercambio de las sociedades avanzadas, están en ese origen.
Pero ello no quiere decir que la Psicología Cognitiva sea una mera expresión
ideológica, como ha pretendido Sampson (1981). Aunque reconozcamos que
ha implicado, en sus formulaciones más prototípicas, las formas de reducción
Introducción 17

subjetivista (esto es, la primacía de las estructuras y procesos del sujeto en la


explicación del conocimiento) y de reducción individualista, que él atribuye
a nuestra ciencia, lo cierto es que el desarrollo de la Psicología Cognitiva ha
supuesto t ambién el estudio empírico y objetivo de viejos problemas episte­
mológicos, la acumulación de una enorme cantidad de datos relevantessobre
los procesos, estructuras, representaciones y limitaciones de la mente, y una
comprensión teoFíca mucho más profunda que la que se poseía anteriormen­
te de los mecanismos subyacentes a las funciones superiores y más complejas
de conocimiento (De Vega, 1984). Ha supuesto, finalmente, y esto es lo más
importante, una modificación profunda del modelo o la imagen de sujeto con
que hacemos psicología, de las explicaciones que damos de sus funciones, y
de la perspectiva metateórica en que tiende a situarse el estudio científico del
comportamiento. En otras palabras: el desarrollo de la Psicología Cognitiva
ha implicado una transformación sustancial en el objeto mismo de la Psicolo-
gíá-
Comencemos por el aspecto más externo y verificable: el referido a la
acumulación de datos empíricos sobre las funciones superiores, es decir: so­
bre los procesos de percepción, memoria, lenguaie y pensamie n to . Para ana­
lizar el crecimiento de las investigaciones sobre estos y otros procesos, en Psi­
cología Experimental, podemos servirnos de la ley establecida por Pricc
(1973). según la cual todos los aspectos mensurables de una ciencia crecen
con arreglo a una ley de crecimiento exponencial. Este investigador ha cal­
culado en 10 años el índice de duración en psicología experimental. Sin em­
bargo. en el caso de los estudios sobre las funciones superiores, la tasa de cre­
cimiento exponencial fue mucho más alta en los 30 años transcurridos entre
1946 y 1976. Si tomamos como índice las publicaciones reseñadas en Psycho-
logical Abstraéis, veremos que, mientras que el número total de publicacio­
nes citadas se multiplicó por 5 en ese período, el de artículos y libros sobre
percepción, memoria, pensamiento y lenguaje se multiplicó por 16 (pasando
de 78 a 1.275). En otros términos: se duplicó 4 veces, lo que proporciona un
índice de duplicación de siete años y medio. Esta duplicación continuada en
períodos tan breves da lugar a una situación peculiar, a la que Price denomi­
na «contemporaneidad»: los creadores de la Psicología Cognitiva (Simón, M i-
ller, Bruner. etc.) son, en este momento, investigadores productivos y, en bas­
tantes casos, relativamente jóvenes. Debemos tener en cuenta que la produc­
ción en Psicología Cognitiva se duplica en la mitad de tiempo que en la ma­
yoría de las ciencias experimentales (en que el índice de duplicación medio
es de 15 años), para las que Price (1973) calcula un índice de contempora­
neidad del 87,7%
Este rápido crecimiento exponencial se manifiesta también en la apari­
ción de numerosas revistas y manuales de Psicología Cognitiva: entre las p ri­
meras, podemos citar el Journal o f Verbal Learning and Verbal Behavior
I

Capítulo 1
EL CONCEPTO DE
PSICOLOGIA COGNITIVA
Cuando nos enfrentamos a ta tarea de definir el tejido epistemológico
a partir del cual se ha desarrollado la Psicología Cognitiva, nos encontramos
con dificultades relacionadas con el carácter difuso del concepto que quere­
mos definir. El intento de establecer unos atributos comunes a los distintos
«subparadigmas» (M ayor, 1980) del estudio psicológico del conocimiento pue­
de tener unos resultados tan decepcionantes como ios que tiene el esfuerzo
por determinar cuáles son los atributos comunes a todos los muebles, a partir
del concepto natural que las personas tenemos de ellos: suelen ser de made­
ra, pero los hay metálicos o de cristal, susceptibles de ser movidos, excepto
cuando son armarios empotrados, útiles cuando no exclusivamente ornamen­
tales, etc. Del mismo modo, los atributos con que podemos caracterizar del
modo más general a la Psicología Cognitiva deben entenderse como «tenden­
cias», o rasgos que suelen darse en los ejemplares teóricos más típicos, pero
que no son compartidos necesariamente por todos los subparadigmas, y cuya
definición exige que nos situemos en un nivel de abstracción muy alto, tra­
tando de establecer los aspectos más comunes, es decir aquellos que deter­
minan un cierto «parecido familiar» entre los ejemplares teóricos más típicos
de la Psicología Cognitiva. Hechas estas salvedades, podemos enfrentarnos a
nuestra elusiva tarca.
Probablemente, lo más general y común que podemos decir de la Psico­
logía Cognitiva es que refiere la explicación de la conducta a entidades men­
tales, a estados, procesos y disposiciones de naturaleza mental, para los que
reclama un nivel de discurso propio, que es distinto de aquel que se limita al
establecimiento de relaciones entre eventos y conductas externas (tal como
se da, por ejemplo, en el análisis experimental de la conducta) y del referido
22 El sujeto de la Psicología Cognitiva

a los procesos fisiológicos subyacentes a las funciones mentales. Además, ese


nivel de discurso tampoco es reductible al que utilizan las personas cuando
«dan razones» de sus propias conductas o las de los demás en términos de
intenciones conscientes o contenidos mentales que creen reconocer introspec
tivam ente o (atribuyen a los otros/
En este nivel de discurso se sitúan las operaciones y estructuras de que
nos hablan los miembros de la Escuela de Ginebra, las computaciones sobre
representaciones de los proposicionaiistas, las imágenes mentales de Kosslyn
o Shepard, los prototipos de Rosch, los esquemas de Bransford o Rumelhart,
e incluso las affordances de que habla Gibson, aunque éste trate de despo­
jarlas de todo carácter representacional.
Una caracterización muy semejante a ésta es la que establece Gardner
(1985) para la ciencia cognitiva en general, cuando dice que «lo primero que
caracteriza a la ciencia cognitiva es la creencia de que, para hablar délas ac­
tividades cognitivas humanas, es necesario hablar de representaciones men­
tales y postular un nivel de análisis completamente independiente del bioló­
gico o neurológico, por una parte, y del sociológico o cultural, por otra» (p.6).
Sin embargo, la idea de un nivel de análisis «completamente independiente»
del biológico y sociocultural, o irreductible al de la conciencia y el de las re­
laciones funcionales entre sucesos y conductas externas nos enfrenta, de en­
trada, a algunos de los peligros más serios del tejido epistemológico a que ha­
cíamos referencia: una consideración demasiado radical de la idea de «com­
pleta independencia» es la que está por debajo de ciertas tendencias solipsis-
tas y dualistas, y de la dificultad para dar cuenta de la naturaleza pragmática
y adaptativa del conocimiento y de la funcionalidad de la conciencia, en el
paradigma representacional-computacional dominante en Psicología C ogniti­
va (vid. Riviére, 1986).
Por otra parte, nada más comenzar nuestra definición, ya encontramos
ejemplares teóricos que no encajan bien en ella: para los seguidores de
Vygotski, en la Escuela Socio-cultural de Moscú, las f unciones superiores q ue
pretendemos estudiar los psicólogos del conocim iento, son precisamente el re­
sultado de una génesis sociocultural. de la interiorización de pautas de inte­
racción, y constituyen la trama fundamental de la conciencia humana (Vygots­
ki, 1979; Riviére, 1984). cuya explicación es un objetivo esencial de la Psico­
logía. Además, el proceso de interiorización, que da lugar a las funciones su­
periores, implica una reorganización funcional de los procesos neurofisioló-
gicos, a la que la Psicología no puede permanecer ajena. En otras palabras,
el núcleo de la concepción explicativa de los discípulos de Vygotski parece
consistir, precisamente, en negar la posibilidad de una «completa indepen­
dencia» del nivel mental oYepresentacional con respecto a los otros planos:
el fenoménico (o plano de la conciencia), el «máquina» (en el nivel neurofi-
siológico) y el sociocultural.
El concepto de psicología cogmtiva 23

¿Diremos entonces que lo que hacen los psicólogos de la Escuela de Mos­


cú no es Psicología Cognitiva? Desde luego, no lo es si nos atenemos al sig­
nificado más estricto del término, que limita su referencia al subparadigma
de procesamiento de la información, o, más aún, al núcleo computacional-
representacional de ese paradigma. Sí, en cambio, si nos limitamos a la de­
finición que nosotros (y no Gardner) proponíamos de este primer atributo de
la Psicología Cognitiva: «referir la explicación de la conducta a entidades men­
tales, para las que reclama un nivel de discurso propio». Pues la afirmación
de la génesis sociocultural de las funciones superiores no ha significado, para
los psicólogos de Moscú, un intento de reducción de tales funciones a su gé­
nesis sociocultural. Muy al contrario, Vygotski reclamaba un nivel de auto­
nomía (y, por consiguiente, de discurso propio de explicación) a partir de la
constitución del mundo simbólico, y de una conciencia con una estructura se­
miótica, que rcobraría sobre las funciones ncurofisiológicas del nivel inferior,
modificándolas e integrándolas en funciones ya propiamente psicológicas.
En su formulación más débil, y que podría referirse a los distintos sub­
paradigmas de la Psicología Cognitiva, la afirmación de que ésta remite la ex­
plicación de la conducta a entidades mentales, que se incluyen en un nivel
de discurso propio, diferenciable del de los planos de conciencia, relaciones
«externas» entre medio y conducta, y procesos neurofisiológicos y sociocul-
turales, no debe interpretarse como un enunciado de independencia genética
(ni, menos aún, ontológica) entre el plano cognitivo y esos otros planos. Se
i t rata, más bien, de un enunciado de estrategia científica: es útil situar la ex­
plicación del comportamiento, cuando los sujetos recuerdan, reconocen, ra­
zonan. comprenden, etc., en el plano de las estructuras, representaciones y
procesos del conocimiento, el cual se define por un grado dé entidad (esto
es, de autonomía) funcional.
~ Por ahora (y si queremos mantenernos en el nivel muy general de carac­
terización en que estamos), esta idea de autonomía funcional debe interpre­
tarse en un sentido muy débil: trata de expresar, simplemente, el hecho de
que en la conducta se dan ciertas regularidades y formas de determinación
que van más allá de lo que puede expresarse mediante cadenas asociativas de
izquierda a derecha, y que no pueden describirse, sin pérdida de información
sustancial, en términos de relaciones probabilísticas conducta-medio, proce­
sos neurofisiológicos, influencias sociales o culturales, o «razones» intencio­
nales conscientes de que se sirven las personas para dar cuenta de su compor­
tamiento.
Además, aunque tales regularidades puedan corresponder de una forma
más o menos «realista» a regularidades que se dan en el mundo real (como
pretenden los teóricos de concepciones más «ecologistas», entre los que se
cuentan Gibson, 1966, y, en los últimos años, Ncisser, 1976) no pueden ex­
presarse mediante el simple establecimiento de relaciones puntuales entre las
24 El sujeto de la Psicología Cogniiiva

variaciones de las energías físicas del mundo y las variaciones de las conduc­
tas del organismo. En otras palabras, por muy «ecológico», adaptativo y rea­
lista que sea lo que el organismo «pone de su parte» en la actividad de co­
nocim iento, lo cierto es que pone algo de su parte, que organiza y estructura,
que extrae regularidades que van más allá de la variación «aquí y ahora» de
los parámetros de energía con que se describe físicamente eLjjigdi^.
De nuevo, este segundo atributo de autonomía funcional vuelve a situar­
nos ante concepciones que encajan con gran dificultad en el significado clá­
sico del término «Psicología Cognitiva» y que, incluso, se apartan intencio­
nadamente de ella. Me refiero, naturalmente, a las teorías de Gibson y los
gibsonianos sobre la percepción y otras funciones (vid., por ejemplo, G ib ­
son. 1950, í 966 y 1979, y Turvey, et. al., 1981). Para Gibson, el mundo y los
organismos están constituidos de forma que éstos obtienen la información que
necesitan para su adaptación de una forma «directa», extrayéndola de las ri­
cas variaciones de las energías del medio. Por ejemplo, cuando percibimos
objetos en un espacio de tres dimensiones, la información espacial relevante
está ya en la luz, y no es necesario in fe rir distancias, o relacionar inform a­
ciones de dislintos sentidos, o recurrir a la experiencia pasada para percibir
la tercera dimensión. No es preciso recurrir a procesos de «inferencia incons­
ciente» como los que proponía Hem holtz. El propio estímulo contiene sufi­
ciente información como para explicar que el medio sea percibido en tres d i­
mensiones. Un estímulo que no se concibe simplemente en términos de la
energía puntual que se transduce por los receptores, sino como estructura ob­
jetiva relacionada con las invariantes y relaciones a que da lugar la reflexión
de la luz en las superficies, ángulos, etc. de los objetos (Fernández Trespa-
lacios, 1985). En definitiva, e! mundo físico contiene un grado de estructura­
ción suficiente comojDara explicar muchos de los fenómenos perceptivos que
tradicionalmente se han atribuido a organizaciones impuestas por el sujeto
que percibe. Podríamos decir, metafóricamente, que éste lo que tiene que ha­
cer (como la propia Psicología) es «abrir los ojos» y extraer esa estructura ob­
jetiva, en vez de inventar o construir una estructura subjetiva.
Como ha señalado Fernández Trespalacios, «la concepción de Gibson es
una concepción ecológica y una teoría de la percepción directa. La estimula­
ción que el organismo consigue operando en el mundo es función del medio
ambiente y la percepción es función de la estimulación» (1985, p.74). En este
sentido, Gibson se opone explícitamente a los intentos de explicar la percep­
ción en términos de computaciones y representaciones de naturaleza cons­
tructiva y, desde el momento en que el paradigma computacional-represen-
tacional es el que suele considerarse como «prototipo» de la Psicología Cog-
jnitiva, se opone también a ese paradigma y está muy lejos de considerarse a
sí mismo como un psicólogo cognitivo.
Prescindiendo ahora de los aspectos específicos de la teoría ecológica de
El concepto de psicología cognitiva 25

la percepción, que no vienen al caso, y del mérito de los gibsonianos en des­


tacar la naturaleza adaptativa de las funciones de conocimiento, en su crítica
al carácter excesivamente solipsista del paradigma dominante, lo cierto es que
no tendría ningún sentido hablar de autonomía funcional si los procesos de
conocimiento consistieran solamente en funciones bottom-up de extracción
de las estructuras reales del mundo. Sin embargo, esta posición es difícil de
defender por muchas razones, que me limitaré a enunciar brevemente.
En primer lugar, se plantea la compleja cuestión del significado del con­
cepto de «estructura real» del mundo, y de la consistencia científica que pue­
da tener este_concegto, en Psicología, más allá del enunciado de que existe
una correspondencia adaptativa entre la conducta de los organismos y los con­
textos en que ésta se produce. Somos los científicos, en nuestra calidad de sis- t _
temas cognitivos, los que establecemos esa estructura gracias a las r e g u la r i^
dades que abstraemos porque somos capaces de perciBirf conservar informa­
ción en la memoria e inferir o generar información nueva a partir de la pre­
viamente poseída. No se trata de negar que lo que llamamos «lo real» posee,
quizá', una estructura objetiva, independiente de que la conozcamos o no. En
todo caso, éste es un problema onlológico, con el que ya se estrellaron repe­
tidamente los realistas y nominalistas de la escolástica medieval, y/que no pue­
de pretender resolver la Psicología^ del conocimiento/ L a función de ésta es ¿ r ,
más bien la de determ inar cuáles son los procesos, las estructuras v las r e - \
presentaciones, los^esquemas que empleamos para abstraer esas regularida-/
des. «tstoy convencido ^^cHcé Ciibsoñ— de'que ía invariancia proviene de la
realidad, y no de ningún otro origen. La invariancia en el ambiente óptico
no se construye o deduce, sino que se descubre» (citado por Royce y Rozem-
boom, 1972, p.239). El problema es precisamente ése: ¿cómo se descubre?
¿Sería posible el^<descubrim[ento» de la invariancia del ambiente óptico o de
cualquier otro ambiente si el organismo no conservara, en alguna clase de me­
moria — aunque pudiera ser tan breve y huidiza comoTas memorias sensoria­
les— , representaciones de experiencias anteriores para compararlas con la in ­
formación actualmente extraída? Creo que^sin algún mecanismo de compa­ ím
ración y, por tanto, de conservación de inform ación, el organismo no podría
establecer ni las invariancias perceptivas más elementales, estaría sometido a
la «exclavitud de lo particular)/(en la gráfica expresión de Bruner, el. al.,
1956) y su conducta no sería, en absoluto, adaptativa.
| Si la reflexión anterior es correcta, quiere decir que la función de abs­ o r '
tra e r regularidades en el medio, el «descubrimiento» de invariancias, como
las que se dan en los fenómenos de constancia dé b rillo , forma, color, loca-
llización, tamaño, etc., exige necesariamente la conservación de la inform a­
ción en alguna clase de memoria. La función de las memorias sensoriales,
Ique se ha cuestionado desde la crítica de Neisser (1976) a la artificialidad de
los fenómenos estudiados mediante técnicas taquistoscópicas, podría estar re­
ír J y
áíí
26 El sujeto de la Psicología Cognitiva

lacionada con esa función central de los mecanismos perceptivos de extrac­


ción de regularidades. Pero, prescindiendo ahora de la naturaleza de la me­
moria necesaria para los fenómenos de constancia, lo importante es que és­
tos va requieren que el organismo ponga de su parte alguna estructura, agre­
gue algo que no está en la variación puntual de la energía física, complemen­
te las funciones bottom-up con procesos top-down, que serian inexplicables
sin estructuras de representación en el propio organismo.
Puede parecer que la discusión nos ha llevado demasiado lejos, más allá
del hilo de la caracterización general que nos proponíamos. Pero no es cierto
del todo: nos permile comprender mejor un tercer atributo general de la Psi­
cología Cognitiva. que se añade a los de referencia a entidades mentales y
suposición de cierto grado de autonomía funcional en éstas, que habíamos es­
tablecido anteriormente. Me refiero al hecho de que la psicología cognitiva,
en todas sus variantes, presupone la idea de que las funciones de conocimien­
to no sólo están determinadas por funciones «de abajo arriba», sino tam­
bién, en mayor o menor grado, por funciones de arriba a abajo, por procesos
que determinan niveles estructurales inferiores desde otros superiores. Me
atreveré, incluso, a decir esto mismo de un modo más tajante: si la conducta
de los organismos, o sus procesos de conocimiento, no estuvieran determina­
dos (por muy parcialmente que lo estén) «desde arriba», la Psicología Cog­
nitiva no sería necesaria. La parsimonia nos obligaría, en tal caso, a prescin­
d ir de sus representaciones y esquemas, sus mapas cognitivos e imágenes men­
tales, sus planes y estrategias, sus operaciones y estructuras, sus modelos men­
tales, en una palabra.
Es evidente que si la conducta de los organismos estuviera absolutamen­
te determinada por las variaciones de los estímulos del medio, en su calidad
de energías físicas (y no de estímulos percibidos o significativos), no habría
ninguna justificación para postular la intervención de entidades mehtales con
algún grado de autonomía funcional Como ha destacado Yela (1974), el re-
duccionismo de Watson se basaba en una confusión entre estímulos proxima-
les y distales, entre las energías físicas que afectan a los receptores y aquello
a que responden los organismos. Sin embargo, éstos son conceptos distintos,
desde el momento en que las propias «respuesias» obedecen a regularidades
cuya descripción no se agota mediante el establecimiento de corresponden­
cias puntuales con las puntuales variaciones de las energías físicas del medio.
¿En qué términos es posible, entonces, realizar la descripción de tales re­
gularidades? Para decirlo de un modo muy general, es preciso recurrir a fo r­
mas de organización del propio sujeto, de su conocim iento o de su actividad,
así como a las relaciones entre estos diferentes «niveles de organización», en
que creo que podemos situar las explicaciones cognitivas.
Para el intento de caracterización global de la Psicología Cognitiva, he
elegido el término «formas de organización», porque en este nivel podemos

h a S , /x /W fa j ; jlx flk fv J
El concepto de psicología cognitiva 27

sacar provecho de su propia ambigüedad. Otros términos, como «estrategias»,


«estructuras», «reglas», «esquemas», «procedimientos», «operaciones», etc.,
nos comprometerían excesivamente con subparadigmas específicos o niveles
específicos de descripción. Y, en definitiva, todos esos términos hacen refe­
rencia a formas de organización cuya justificación proviene de su capacidad
para dar cuenta de regularidades de conducta que nos obligan a recurrir a
algo que influye «desde dentro hacia afuera» (y no sólo en la dirección in­
versa) en la regulación del comportamiento. A algo que, además, está efec­
tivamente organizado, y cuyo modo de intervención no puede explicitarse con
descripciones de intercambios bioquímicos, fisiológicos, etc., sino de formas
de conocimiento y representación.
Ahora, el concepto de autonomía funcional , que justifica la referencia
de los psicólogos cognitivos a entidades mentales, comienza a adquirir cuer­
po. Esas entidades mentales son. esencialmente, formas de organización «in­
terna», necesarias para explicar las regularidades de conducta, y la necesidad
de describirlas con un nivel de discurso propio se fundamenta en el hecho de
que su caracterización no se resuelve en términos de intercambios o estruc­
turas de energía, sino en términos de estructuras e intercambios de informa­
ción (en el sentido no-técnico) o, mejor, de conocimiento. Tales formas de
organización serían «irreconocibles» (podemos decir que serían invisibles) si
no hubiera alguna clase, por muy vaga y limitada que sea, de determinación
top-down del comportamiento.
A l hablar de «formas de organización» estamos apuntando a un atributo
central de la Psicología Cognitiva que, como todos los demás, nos sitúa ante
algunos de los peligros y limitaciones más obvias de sus perspectivas explica­
tivas. En primer lugar, debemos destacar el hecho de que los distintos sub­
paradigmas de nuestra ciencia se han caracterizado, realmente, por un com­
promiso con \asjprmas y han tendido a dejar de lado los problemas más re­
lacionados con los contenidos del conocimiento. Solo recientemente se atis-
ban signos de un mayor interés por los contenidos, que resulta necesario para
ofrecer una perspectiva contextual de las funciones de conocimiento, y para
comprender su función adaptativa. En segundo lugar, tales formas han ten­
dido históricamente a identificarse con formalizaciones importadas de la ló­
gica, las matemáticas, la inteligencia artificial o la gramática, configurando lo
que De Vega ha denominado «metapostulado logicista» de la Psicología Cog­
nitiva, que establece que «las representaciones y/o procesos mentales huma­
nos son isomorfos con respecto aí sistema de reglas formales lógico o mate­
mático (vg. lógica de proposiciones moderna y lógica de predicados de p ri­
mer orden)» (1981, p.3). Es cierto que este «compromiso histórico» con las
formalizaciones lógicas, matemáticas y gramaticales ha tenido un coste que
iba más allá del puro uso instrumental de tales formalismos para expresar rea­
lidades psicológicas, desde el momento en que llevó a una «imagen logicista»
28 El sujeto de la Psicología Cognitiva

del sujeto: un sujeto que, para hablar o comprender emplearía sus conoci­
mientos tácitos de las reglas morfo-sintácticas de la gramática generativo-
transformacional (M iller y McKcan, 1964; Savin y Perchonock, 1965; Meh-
ler, 1963; McMahon, 1963; Slobin, 1966; Gough, 1965, 1966, etc.), cuya evo­
lución cognitiva podría describirse en términos de estructuras cada vez más
poderosas y reversibles, que le acercarían progresivamente a un «modelo fi­
nal» de sujeto competente en esquemas de inferencia definidos por la lógica
de clases, proposiciones y relaciones (Inhelder y Piaget, 1955), un procesa­
dor óptim o de la información (Levine, 1966, 1969, 1975), que construiría
«conceptos limpios», semejantes a las clases lógicas, mediante estrategias ac­
tivas de formación y comprobación de hipótesis (Bruner, Goodnow y Austin,
1956), y realizaría operaciones lógicas sobre la información al razonar (Hun-
ter. 1957), un sujeto que ajustaría sus juicios de semejanza al modelo m étri­
co euclidiano (Atneave, 1950; Torgerston, 1965; Shepard, 1962) y sus predic­
ciones intuitivas a las leyes bayesianas del cálculo de probabilidades (Ed-
wards, 1968; Peterson y Beach, 1967), etc.
En los últimos años, ese sujeto ha cambiado tanto que resulta práctica­
mente irreconocible: las estructuras con que produce y comprende el lengua­
je están agujereadas de difusas influencias semánticas y pragmáticas (C lark y
Clark, 1977), su competencia final en el manejo de tareas lógicas es más bien
limitada y específica de ciertos campos (Wason, 1966, 1968), sus categorías
difusas y de límites imprecisos (Rosch, 1978), su razonamiento frecuentemen­
te alógico (Evans, 1972) y guiado por «modelos mentales» más que por- re­
glas formales (Johnson-Laird, 1983), y sus estimaciones de semejanzas y pre­
dicciones iniuitivas están influidas por sesgos irreprescntables en la métrica
euclidiana o el cálculo de probabilidades (Tversky, 1977; Kahneman y
Tversky, 1973). A medida que ha crecido, el sujeto de la Psicología C ogniti­
va se ha hecho menos lógico, más difícil de form alizar, quizá más impredic-
tible y divertido también. Si el interés fundamental de los psicólogos cogniti-
vos de la primera generación parecía residir en demostrar a toda costa la ló­
gica seriedad formal de las competencias cognitivas de su sujeto, el interés
de los psicólogos de la segunda generacióTTpETcce residir, en gran parte, en
mostrar sus sorprendentes limitaciones y sesgos, las deformaciones (en un sen­
tido muy literal, de divergencia con respecto a las formas pretendidamente
normales) con que procesa la inform ación del medio.
¿Quiere decir esto que la Psicología Cognitiva ha renunciado a determ i­
nar las formas de organización atribuibles al sujeto, o su estructura de cono­
cimiento? Creo que no. La creciente divergencia con respecto a los form alis­
mos de la lógica y la lingüística, el descubrimiento de sesgos en el modo de
procesar o representar el conocim iento, son, por el contrario, muestras evi­
dentes de la intervención activa de las formas de organización de la acción,
el conocimiento y el sujeto. Manifestaciones del hecho de que las funciones
El concepto de psicología cogmtiva 29

Se conocimiento no se limitan a acomodarse a una axiomática objetiva o ex­


terna, sino que expresan un orden interno, que no es un calco del orden de
lo real, ni una sombra de las formas ideales que elaboran los lógicos, mate­
máticos y lingüistas. Un orden quizá más vinculado a la «racionalidad bioló­
gica» que a la racionalidad lógica (De Vega, 1981; Riedl, 1983). El problema
que se plantea, entonces, no es el de la afirmación de la influencia de las for­
mas internas, sino más bien el de los límites de la formalización, y el de la
utilidad de los formalismos lógicos, lingüísticos, computacionales, etc., para
expresar las funciones reales de conocimiento.
Si observamos el desarrollo de la Psicología Cognitiva en los últimos
treinta años vemos que, mientras la primera etapa estuvo caracterizada por
una actitud de importación de los sistemas notacionales de las ciencias for­
males por parte de los psicólogos cognitivos, la más reciente empieza a definir­
se por el hecho de que es la propia Psicología Cognitiva la que exige de los
lógicos, los matemáticos, los lingüistas y los teóricos de la inteligencia a rtifi­
cial el desarrollo de formalizaciones asimilables a la naturaleza real de los pro­
cesos y representaciones del conocimiento: los marcos, guiones y esquemas,
los conjuntos borrosos y las formalizaciones lingüísticas de fuerte impregna­
ción semántica o pragmática (como las gramáticas de casos o las que asignan
un papel central al componente léxico) se han convertido progresivamente
en nociones de uso muy común en las ciencias formales. El ideal logicista de
las ciencias form ales está siendo completado (cuando no sustituido) por una
aspiración más «naturalista», condicionada en gran parte por el fuerte desa­
rrollo y la influencia de la Psicología del conocimiento, y por las exigencias
de la inteligencia artificial, que llevan a la búsqueda de sistemas de represen­
tación de aquellas funciones en que la versatilidad, rapidez, «inteligencia» de
los sistemas naturales sigue siendo muy superior a las que tienen los sistemas
artificiales de procesamiento de la información.
Este desarrollo plantea dos cuestiones, cuya elaboración desborda por
completo los objetivos de este libro, pero que no podemos dejar de mencio­
nar: ¿hasta qué punto puede ser formalizable la organización «natural» de las
funciones de conocimiento?, y ¿hasta qué punto se apartan efectivamente es­
tas funciones del ideal logicista sostenido tradicionalmente por las ciencias for­
males? La repuesta a una y otra es, en gran parte, común: son cuestiones
que no parecen tener una solución a priori. No parece posible establecer de
antemano las posibilidades de representación formal de las funciones natura­
les de conocimiento, ni decretar, de una vez por todas, su grado de logici-
dad. Sólo la paciente elaboración de una Psicología de conocimiento natural
y social irá dando respuestas matizadas a estas cuestiones. Todo parece in d i­
car que estas respuestas se caracterizarán, precisamente, por su carácter ma­
tizado y contextual: probablemente, el ideal de definir un solo formalismo uni­
versal para las funciones de conocimiento deba ser abandonado, porque la
30 El sujeto de la Psicología Cognitiva

mente se caracteriza por la capacidad de formalizar con distintos lenguajes


en función de variables contextúales, intencionales, etc. (Riviére, 1986), y,
por lo mismo, el «grado de logicidad» es variable en función de factores con­
textúales e inter o intra-individuales. Es decir, para enfrentarnos a los pro­
blemas de formalizabilidad y logicidad, sería necesario que los psicólogos cog-
nitivos empleáramos la flexibilidad y versatilidad que utilizamos cotidiana­
mente cuando resolvemos problemas naturales en un medio natural y proble­
mas sociales en nuestro ambiente social.
La conclusión que se obtiene de las reflexiones anteriores es que el ob­
je tivo de definir las formas de organización, que se ha marcado históricamen­
te la Psicología Cognitiva, no tiene por qué comprometer con una perspecti­
va formalista o logicista de su objeto, por mucho que se haya comprometido
históricamente la Psicología Cognitiva con esta clase de perspectivas. Tam­
poco supone un compromiso con una posición racionalista, a pesar de la in­
fluencia racionalista en el paradigma dominante
En otro momento señalaba que estas «formas de organización» pueden
situarse en tres planos, que permiten establecer distintos niveles de generali-
dad-especifidad y, en cierto modo, de molecularismo-molaridad en las teo­
rías cognitivas: está, en primer lugar, el plano del sujeto cognitivo. Después,
el plano del conocimiento representado de forma más o menos permanente.
Y , finalmente, el plano de la actividad. Aunque esta distinción no había sido
establecida anteriormente, creo que puede constituir un recurso heurístico
para el análisis de las teorías cognitivas. Antes de emplear el recurso, con­
viene aclarar que los tres planos no son, en absoluto, independientes, y que
los modelos cognitivos suelen remitirse, de forma implícita o explícita, a to ­
dos ellos. Sin embargo, también es conveniente advertir que las diferentes teo­
rías cognitivas tienden a situarse preferentemente en uno de estos planos, y
de ello deriva la utilidad de su distinción.
El nivel más general de descripción de formas de organización mental,
funcionalmente autónomas, en que puede situarse la Psicología Cognitiva, es
el del sujeto cognitivo como tal. Y antes de nada, conviene que nos enfren­
temos a una pregunta más bien inquietante: ¿quién es ese sujeto? Desde lue­
go, no es el que solemos entender por tal en nuestra vida cotidiana. No suele
serlo, por lo menos. Es decir: no suele identificarse el sujeto cognitivo con
ese marco de auto-referencia al que atribuim os, en nuestros intercambios so­
ciales y reflexiones personales, unas ciertas intenciones y metas, un determ i­
nado sentido de la identidad personal, una conciencia de segundo orden de
ciertos contenidos, objetivos y razones de conducta. Dicho en otras palabras:
el sujeto cognitivo no se identifica con el «sujeto de atribución de la Psicolo­
gía natural» (Humphrey, 1984). La confusión entre uno y otro sujeto (que es
bastante frecuente) provoca serios malentendidos sobre las metas que se ha
establecido históricamente la Psicología Cognitiva en casi todas sus variantes.
El concepto de psicología cognitiva 31

Estas consideraciones dejan flotando una cuestión que constituye uno de


los más form idables retos explicativos con que se enfrenta actualmente la Psi­
cología Cognitiva: ¿cuáles son las relaciones entre el sujeto cognitivo y ese
otro al que hemos llamado «sujeto de atribución de la psicología natural»?
El asunto es com plejo y exige, entre otras cosas, dar cuenta de la funciona­
lidad cognitiva de la conciencia y, especialmente, de las formas más específi­
camente humanas de ella. Las respuestas propiamente cognitivas a este pro­
blema son, por ahora, muy especulativas (vid. Johnson-Laird, I983; Dennett,
1980; Pinillos, 1983) y las más elaboradas y «cognitivas» han sufrido fuertes
críticas (Broadbent, 1984). En cualquier caso, lo que nos interesa ahora es
que el sujeto cognitivo no puede identificarse con el sujeto personal. Como
ha destacado D ennett ( 1978), las explicaciones cognitivas se sitúan en un ni­
vel sub-personal: «Si uno está de acuerdo con Fodor en que el objetivo de la
Psicología Cognitiva es representar procesos psicológicamente reales que se
dan en las personas, y puesto que la adscripción de creencias y deseos sólo
está relacionada indirectamente con tales procesos, bien podemos decir que
creencias y deseos no son objeto propio de estudio de la Psicología C ogniti­
va. Dicho de otro modo, las teorías cognitivas son o deben ser teorías del ni- ^
.vel sub-personal, en que desaparecen las creencias y los deseos, para ser reem-
¡1 plazados por representaciones de otros tipos y sobre otros temas» (Dennett,
op. cit., P- 107).
Algunos investigadores no están de acuerdo en que las teorías cognitivas
deban o puedan situarse en ese nivel sub-personal (Coulter, 1984), pero lo
cierto es que históricamente no se ha dado la identidad sujeto cognitivo-su-
jeto personal, y eso es lo que aquí nos interesa.
Sin embargo, una vez establecido lo que no es el sujeto cognitivo (lo que
no ha sido en la historia de la Psicología Cognitiva), vuelve a plantearse nues­
tra pregunta anterior: ¿qué es entonces?, ¿cómo se ha definido históricamen­
te? En pocas palabras, podemos decir que se ha definido en términos de una
cierta arquitectura funcional (por emplear la feliz expresión de Pylyshyn,
1980), que expresa una forma de organización del sistema cognitivo como tal,
y que — por ello mismo— establece unos límites de competencia en el funcio­
namiento cognitivo del sujeto. Esta definición es intencionadamente muy ge­
neral, de modo que permite incluir concepciones de las distintas «psicologías
cognitivas».
| En efecto: una característica de todos los sub-paradigmas cognitivos es
j la suposición de que e n g e n te de conducta no es un organismo vacío, ilim i-
j tadamente moldcable, sino que se define funcioií&lmente por una cierta or-
j I ganización, una determinada estructura o arquitectura. El «diseño» de esa ar- ,
' | quitectura es variable, según los intereses temáticos y marcos teóricos de los
modelos cognitivos, pero la suposición de que ese diseño es un recurso expli­
cativo necesario para dar cuenta de la conducta y las funciones de conoci-
32 El sujeto de l.i Psii;uhHn,i i •ninihv.i

m iento es común: de el huhlun Vygoiski y Luria, cuando se refieren a! carác­


ter «sistemático» de la conciencia y a su estructura interfuncionaí (Vygotski.
1934), o Piaget cuando define estructuras operatorias, que delim itan la com­
petencia lógica en el desarrollo (Piaget, 1968, 1971), y Chomsky, cuando tra­
ta de d e fin ir, a partir de ciertos universales lingüísticos, un mecanismo innato
de adquisición del lenguaje (Chomsky, 1981), o Anderson (1976), cuando tra­
ta de dem ostrar la equivalencia de su modelo A C T con la máquina de Turing

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