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Los murales de la Secretaría de Educación Pública. Libro abierto al arte e identidad de México
Secretaría de Educación Pública
Primera edición, 2018
D. R. © Art Resource
65 Bleecker St, 12th Floor, New York, NY 10012, USA.
© De los textos. Daniel Vargas Parra, Dafne Cruz Porchini, Luis Vargas Santiago,
Ana Torres Arroyo, Natalia de la Rosa y Mary K. Coffey
© Fotografías. Gerardo Landa Rojano
© Fotografías, pp. 3, 30-31, 132, 135, 137, 138, 140, 142-143, 145, 146, 148, 151, 249,
250-251, 252-253, 254, 255, 256, 257, 258-259 y 260. Michel Zabé
© Fotografías, pp. 168-169, 172-173 y 182-183. Art Resource. Scala, Erich Lessing y Scala
respectivamente.
Queda prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier forma, medio o
procedimiento, sin la autorización por escrito de los titulares de los derechos respectivos.
Prólogo
21
Créditos
Agradecimientos
271
Prólogo
E
n 2018 se conmemora el 90 aniversario de la culminación de los mura-
les de Diego Rivera en el edificio de la Secretaría de Educación Pública
(SEP). Para recordar y festejar un acontecimiento de tal magnitud, que
marcó la historia del arte, la educación y la cultura en nuestro país, al menos
hasta los años sesenta del siglo XX, nuestra institución organizó un ciclo de
actividades que incluyó el simposio académico “Nuevas miradas a los mura-
les de la Secretaría de Educación Pública”, con la participación de notables
investigadores nacionales y extranjeros; el montaje de una exposición foto-
gráfica sobre los personajes históricos más célebres que aparecen en muchos
de los paneles; la presentación de un espectáculo escénico en el Patio del
Trabajo del recinto central de la Secretaría, donde algunas figuras notables
recreadas por Diego Rivera en los muros cobraron vida ante el público a
través de coreografías y caracterizaciones dramatizadas, así como la edición
de una guía práctica para visitar los murales y de este libro conmemorativo,
con abundante material fotográfico inédito reunido ex profeso, seis artículos
de expertos en la materia y una entrevista al connotado arquitecto Francisco
Pérez de Salazar Verea, quien ha contribuido a lo largo de su extensa trayec-
toria al rescate del patrimonio artístico y arquitectónico mexicano.
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NIETZSCHE
Resumen
Este ensayo estudia el lenguaje plástico del Corrido de la Revolución Proletaria en
los murales de la Secretaría de Educación Pública (SEP) desde la propia teoría del
arte del pintor. Se reflexiona sobre su estancia en la Unión Soviética (URSS) duran-
te el décimo aniversario de la Revolución de Octubre y sus trabajos inconclusos en
el salón del Ejército Rojo. Al final, se propone una lectura sobre el origen de las
fórmulas de representación de un pathos de la violencia y el gesto revolucionario
observadas por Diego Rivera en su contacto con el cine soviético.
Palabras clave:
Diego Rivera, emoción estética, socialismo, corrido revolucionario, URSS, mural
inconcluso.
36
En la trinchera, Diego Rivera,
1928
E
l sol caía intempestivo mientras arrancaba con su brillo la luz de los
ojos. Diego se inclinó sobre el cuerpo del pirul y reflexivo agachó la
cabeza con un gesto ritual. El pintor miró desde el peñasco ese bello
manantial como brote húmedo entre el pedrerío basáltico. El silencio hizo
ecos de nuestra cercanía y mientras el aire azotaba las danzantes lianas, el
maestro salió repentinamente de su trance. Aproveché la tregua y retomé
nuestra conversación.
–Maestro –dije con voz entrecortada– ¿Podría compartirme un poco lo
que piensa? Para cerrar este apartado con una reflexión suya, así la memoria se
editaría este sábado.
El calor y la humedad habían mermado su espíritu excursionista y la
pesada comida que me invitó en la explanada del museo terminó por ahogarme
en sueño. Diego apenas reparó en mí, asestó su batrácea mirada sobre una roca
de aquel ojo de agua y sonrió tímidamente. Pensé que había interrumpido su
En el arsenal, Diego Rivera,
1929 meditación, sentí el silente trino embargar más al pedregal.
38
comprende una acción política y, por esto, todo artista carga una responsabili-
dad enorme para con el pueblo.
–Cuéntele entonces al pueblo algo de lo sucedido a través de mi pluma,
maestro.
–Es muy sencillo, recuerdo claramente mi primer encuentro con los pin-
tores agrupados en las academias de arte en Moscú. El camarada Stalin había
visto y alabado mis dibujos iniciales que capturaron la belleza del desfile conme-
morativo de la Revolución de Octubre y por su recomendación fui enviado de
inmediato a diseñar, junto con un colectivo de obreros artesanos, un conjunto
de obras para celebrar la creación de un arte a la altura de los tiempos de transfor-
mación socialista en el mundo. Rápidamente fui llevado ante los jóvenes pintores
que ansiaban conocer más sobre el arte realista que se apoderaba de los muros del
México triunfante de la Revolución. No paré en dos semanas de dictar conferen-
cias, charlas, clases a aquellos muchachos entusiastas del nuevo muralismo de
América. Les hablé en todo momento de lo que estoy plenamente convencido:
disfruten obreros y campesinos, no las viejas fórmulas artísticas del capital para
los difuntos maestros del buen gusto.
–Imagino que luego de aquellas conferencias y charlas, esos discípulos
del buen gusto no pararon de criticar su obra.
–Más que eso, las críticas me divierten, la polémica es parte sustancial de
mi vida, lo sabe. No, amigo, lo que hicieron fue comenzar a sabotear mi trabajo.
No pararon de bloquear mis peticiones de material para realizar los frescos ya
diseñados, algunos ya proyectados para los muros. Me restaron ayudantes, me
cerraron los accesos, bueno, hasta impedían que los alimentos llegaran a mis ha-
bitaciones. Todo sin saber que los jóvenes socialistas apoyaban día y noche mis
proyectos, acercándome lo que podían para continuar mi trabajo.5
–¿Hasta que se rindió, maestro? O ¿cuál fue la razón de su partida?
–¿Rendirme, mi querido poeta? Me hace dudar de sus habilidades para
reconocer mis juicios. No. Pensé por largos periodos la suerte de los muchachos
que, sin reparar en su futuro, apoyaban mi causa frente a sus camaradas, maestros,
familias, jefes u oficiales. De seguir los hubiera dejado en una situación complicada
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frente a los funcionarios del partido y eso, en aquellos días, era visto como una
alta traición. Preferí cargar esa loza y regresar a terminar mi obra en tierras fértiles,
donde mi trabajo podría concentrarse en el obrar y no en cuidar que no se robaran
los pinceles.
–¿Quiere decir que aquellos dibujos pensados para murales en la URSS los
ejecutó en otro lado?
Diego calló, sonrió y, entre suspiros, su gesto comenzó a plegar una risa
de endemoniadas formas. Luego me tomó del hombro para sacudir mi desen-
cajada cara, como lo hacía cuando decidía dar fin a la entrevista. Comenzamos
el ascenso de regreso a Las piedras, su casa de ídolos, por la vereda secreta,
mientras el sol cedía celoso a la oscuridad.
Punto de fuga
Diego relató durante su vejez la travesía rumbo a la conmemoración de la Re-
volución de Octubre.6 Contó que en el transcurso esculpía nociones sobre el
poder de la imagen técnica y pronto, al sintetizar sus planteamientos con los
modelos soviéticos, generó la fórmula de la obra de arte como un principio
tecnológico.7 Por ello, sabemos que con esas ideas en la cabeza Diego arribó a
la URSS en 1927.8 El pintor se integró a una nutrida delegación mexicana, todos
abanderaban sindicatos, comités, colectivos, escuelas y corrientes. Recordó que
tomó nota de todo lo sucedido ahí, hizo apuntes y bocetos sobre la ceremonia
y presentación de delegaciones. En pasajes de sus memorias transcribió comple-
to el discurso de Stalin y evocó nombre por nombre a quienes estuvieron a su
lado. Sus ojos capturaron más de lo que sus manos pudieron graficar, al menos
sus múltiples garabatos cargan esa significancia al ser estudiados. Lo importante
es el mecanismo de representación perfilado por Rivera, el instrumento plástico
con el cual decidió dar forma a su experiencia íntima sobre ese momento his-
tórico. Nunca paró de dibujar y con su ojo pictórico estableció un juicio sobre
lo ocurrido, incluso cuando no debía o las formas no eran las esperadas por el
auditorio monitor de sus bocetos.
Para mí hay dos situaciones determinantes en este breve pasaje de su vida
que merecen ser reseñadas a noventa años de la culminación de sus trabajos en la
SEP. La primera está vinculada con los grupos que acompañaron al pintor y que
tramaron con él un testimonio destacado sobre el evento, al grado de generar un
lenguaje, una gramática de serias repercusiones en sus carreras artísticas. La segun-
da situación es el abandono de Rivera de los proyectos de los cuales se hizo durante
esa especie de campaña de comisiones murales en las que se vio comprometido.
46
47
Más que antes, con el programa del segundo piso los murales dispusieron un
ataque sobre lo apacible, exponiendo la crisis de una revuelta social.
Diego fue un pintor reflexivo. Al contrario de lo que pueda pensarse,
apoyado en la historia de sus polémicas y conflictos, aprendió a medir el efecto
de sus reacciones. Hay formas de leer pasajes de su vida que contradirían lo que
refiero aquí, pero a la luz de esta remembranza sobre el retorno de Rivera
de la URSS a los andamios de la SEP se aprecia una estrategia, una meditación
previa sobre los actos.
Imaginemos el instante en que le piden “retirarse” del proyecto de los
frescos en el club del Ejército Rojo: un pintor socialista que había llegado
a la isla de los bienaventurados, la tierra del nuevo orden social, el sitio idó-
neo para desplegar su imaginario comunista, de pronto caía de aquel topus
uranus19 para despertar a una persecución de convicciones que más tarde termi-
naría por excluirlo de la militancia comunista en México, ¿era aquello el final de
su proyecto estético-político?
A Rivera le tomó algunos días preparar el regreso a su país. Se entrevistó
con amigos y políticos, bocetó detalles de obras arquitectónicas, de personajes y
calles, empacó lo importante y se dispuso a dejar testimonio de su partida como
si hubiera sido repentina.
El muralista armó la fuga pero en realidad planificó sus acciones con meticulo-
sidad. Vino a México para sumarse a una campaña presidencial21 y a plasmar en
las paredes de la SEP lo que no le habían permitido ejecutar en Moscú. Bajo los
dispositivos de la propaganda comunista diseñó composiciones dinámicas, tanto,
que asaltan de inmediato en el contraste con sus anteriores trabajos murales.
Mediante el uso de técnicas de montaje armó cuidadosamente los espectros de
visualidad dirigidos a sacudir al espectador. Diego elaboró un programa de im-
pacto en sintonía con los trabajos cinematográficos de la vanguardia soviética.
No es un secreto su amistad con Sergei Eisenstein22 y las colaboraciones entre
ambos en distintos proyectos, incluso al firmar el Manifiesto del grupo Octu-
Cantando el corrido, Diego
Rivera, 1928 bre.23 Era previsible la intervención del cineasta en el imaginario de Rivera al
54
conformar el régimen escópico elegido para los frescos en el salón del Ejército
Rojo. El pintor buscó asimilar los efectos del dispositivo experimental del cine
en esa época. Planos contrapuestos en secuencias veloces, picadas y contrapica-
das concatenando efectos ópticos abruptos, uso de lenguaje gestual exaltado con
altos contrastes entre risas y llanto, todo lo administró para generar una meta-
morfosis en su obra.
Eisenstein y Rivera compartieron la visión de alumbrar un arte distinto,
a la luz de la dialéctica materialista, con la finalidad de detonar una reacción
memorable en los esquemas perceptuales del espectador. El cine de Eisenstein
había elevado la teoría de la recepción desde sus estructuras fenomenológi-
cas hasta la búsqueda de un efecto fisiológico constatable, como parte del
nuevo paradigma científico justificado por el marxismo. Para ello extrapoló
los principios de la investigación de los Reflejos condicionados de Ivan Pavlov a
niveles inesperados. Eisenstein describió una teoría del montaje de las atrac-
ciones, primero para el teatro y luego para el cine, donde el estímulo directo en el
sistema nervioso era el objetivo primario del arte, encauzado por la provocación
audiovisual.24 Su cine llevó a un punto radical el parámetro del cine puño a
revolucionar esa provocación en un reacondicionamiento de los impulsos ner-
viosos a un lenguaje cinematográfico de impacto duradero en la memoria del
espectador. Rivera conversó con él sobre esta posibilidad en las artes plásticas
y exploró las consecuencias en un concepto que llamó emoción estética.25
Diego ya no abandonó el discurso sobre las reacciones fisiológicas y lo
encaminó a su propia finalidad: despertar la consciencia crítica de las colectivi-
dades con este sistema de estímulos. El cine puño se transfiguró en muros puño
y de ahí se volvió parte integral de la emoción estética del muralista.
Los murales del segundo piso de la SEP remiten a esta adaptación de la
teoría sobre la emoción estética, donde el lenguaje pictórico impacta al espectador
tanto como el discurso temático. El pintor programó una revelación de la violen-
cia como detonador del cambio generado por las escenas de asaltos de la clase
proletaria insurrecta sobre la burguesía dominante en el viejo esquema político.
Rivera dedicó varios paneles a irrupciones intempestivas de grupos de obreros y
campesinos en comedores, salones e iglesias donde catrines o intelectuales
(algunos conocidos adversarios de Diego y los suyos)26 celebraban sus privile-
gios a puerta cerrada. La violencia integró adecuaciones que Rivera debió imagi-
nar para los frescos soviéticos, pues permanecen en sintonía con escenas montadas
por Eisenstein en su filme Octubre.27 Se trató de una poética de la destrucción del
viejo régimen como condición de posibilidad de crear un orden nuevo.28
55
Las adecuaciones de los frescos de la SEP sobre aquellos que Rivera pensó
para la URSS comprenden la integración de elementos diseñados, como ilustra-
ciones de publicaciones mexicanas. Concretamente las ejecutadas para las Con-
venciones de la Liga de Comunidades Agrarias (1927-1928) y el cuento infantil
Fermín (1927).29 Lo que importa para esta anotación es entrecruzar la búsqueda
de un lenguaje de impacto por parte del muralista al conformar un montaje de
atracción capaz de perdurar en la memoria del espectador. Si hay que señalar un
factor proyectado por Rivera exclusivamente en los muros del segundo piso de la
SEP, sería la incursión de la gestualidad de los personajes de Fermín, donde se
aprecia un lenguaje visual dinámico, dramatizado por la narrativa y recrudecido
por el contraste, al servir como mensaje para el público infantil sobre la nece-
saria destrucción revolucionaria. De la misma manera, las ilustraciones de las
Convenciones operan para referir a los procesos de establecimiento del orden
social posterior a la destrucción del régimen burgués.
Reflexión final
Diego desplegó en la fórmula plástica los efectos causados por la ilustración como
propaganda de la justicia derivada del gobierno revolucionario, en ambos casos:
Fermín y Convenciones. Lo destacable es la manera de usar la experiencia soviéti-
ca a manera de detonador del régimen visual y sedimento de una gramática mural
que ya no abandonaría jamás.
Rivera llegó a un punto sin retorno en su obra. Las polémicas posteriores
sobre sus murales tienen como germen la tentativa de destrucción y el gesto de
violencia que descubrió en este periodo. Sus efectos fueron siempre jus-
tificados desde la estrategia del discurso subversivo contra regímenes
políticos explotadores. El mural es presentado como una revelación
verídica incontenible, de ahí su gesto violento y en consecuencia
destructor.
Los murales de la SEP del Patio de las Fiestas deberían ser
vistos como parte de un programa mural desterrado de la Unión
Soviética, justo por la misma razón por la que Sergei Eisenstein
fue censurado en su obra conmemorativa: ambos elaboraron
una teoría de la imagen tan poderosa sobre los signos de
la destrucción que, en algún punto, provocaron reacciones
inconmensurables en el espectador de su tiempo.
Al día de hoy, al igual que los niños lectores
del Fermín ilustrado por Rivera en 1927, al
pasear por los muros de la SEP se valora con peculiar gesto lo asimilado por
la violencia iracunda y burlona de los personajes riverianos del
corrido revolucionario. Aquí se mide la eficacia de un arte en acción,
acción profundamente estética y políticamente destructiva. A noventa
años, el dispositivo de Diego reluce la fórmula poderosa de sus polé-
micas, casi con la misma fuerza de su destierro.
Notas
1
Reconstrucción libre de una entrevista realizada en 1955 por el periodista Alfredo Cardona a
Diego Rivera. Los datos fueron tomados de Archivo Fondo Documental Diego Rivera, Fundación
Diego Rivera A. C., Textos/Escritos de Rivera/Anotaciones/Pensamientos para entrevista, exp. 2.
Cardona hizo amistad con Diego a raíz de una serie de charlas realizadas entre 1948 y 1955, algu-
nas se publicaron en el libro: A. Cardona Peña, El monstruo en su Laberinto. Conversaciones con Diego
Rivera, México, Diana, 1980.
2
Cómo se verá más adelante, Diego viajó a la URSS en 1927 y volvió a visitarla hasta inicios de
1956, cuando ingresó para que lo trataran con radiación de cobalto en busca de librarse del cáncer
que lo aquejaba. Diego dio por hecho que fue curado y murió en 1957 de una tromboflebitis.
3
Bertram anota (de un artículo hallado entre los papeles del archivo de Diego) esta reflexión
sobre su estancia en la URSS. B. Wolfe, La fabulosa vida de Diego Rivera, México, Editorial Diana, 1972.
Una versión de estas ideas se puede leer en “Arte de la nueva Rusia”, s/f, documento del Archivo
CENIDIAP, Fondo Fernando Leal.
4
Id.
5
Cfr. Archivo Fondo Documental Diego Rivera, Fundación Diego Rivera A. C., Textos/Escritos…
op. cit.
60
6
Loló de la Torriente, Memoria y Razón de Diego Rivera, v. 2, México, Editorial Renacimiento, 1959
y Diego Rivera “Mis Confesiones”, Fondo Documental Diego Rivera, Fundación Diego Rivera A. C.,
Fondo 1, serie 3, subserie 1, exp. 8.
7
Algunas de las ideas expuestas se trabajan con detenimiento en mi tesis Anahuacalli. Museo de
Arte en Acción, Tesis doctoral en Historia del Arte, FFyL-UNAM, en curso.
8
Un trabajo que analiza con detalle la estancia de Rivera en la URSS es William Richardson, “The
Dilemmas of a Communist Artist: Diego Rivera in Moscow, 1927-1928”, en Mexican Studies/Estudios
Mexicanos, v. 3, núm. 1, Invierno de 1987, pp. 49-69.
9
Un desarrollo conceptual sobre la signicidad y la signatura está en el extraordinario ensayo de
Ernest Cassirer: Esencia y efecto: del concepto al símbolo, México, FCE, 1989.
10
Id.
11
Desarrollo esta idea bajo el esquema de la metáfora presentado por el filósofo Paul Ricoeur
en diferentes investigaciones, remito a una en específico: P. Ricoeur, Teoría de la interpretación; discurso
y excedente de sentido, México, Siglo XXI, 1995, p. 65
12
Bertram Wolfe transcribe el contrato en su interesante libro biográfico sobre el pintor: B.
Wolfe, La fabulosa… op. cit.
13
Me interesa la noción “experienciar” en lugar de “experimental”, pues la primera refiere a
una acepción sobre la experiencia vivencial y la segunda implica un contexto de experimentación
en el método científico. Remito a Martin Jay, Cantos de experiencia. Variaciones modernas sobre un tema
universal, Buenos Aires, Paidós, 2009.
14
Diego Rivera y Gladys March, Diego Rivera. Mi arte, mi vida, México, Editorial Herrero, 1963,
p. 122.
15
Diego Rivera: “Posicionamiento sobre la actualidad del arte en la URSS (1928)”, Fondo Docu-
mental Diego Rivera, Fundación Diego Rivera, Fondo 1, serie 6, subserie 6, exp. 1.
16
Un abordaje del problema estético sobre el realismo se encuentra en C. Lodder, El Constructi-
vismo Ruso, Madrid, Alianza Editorial, 1988, pp. 184-186. Lodder cita un pasaje del presidente de la
Referencias
Azuela, Alicia, Diego Rivera en Detroit, México, Universidad Nacional Autóno-
ma de México, 1985.
Cardona Peña, Alfredo, El monstruo en su Laberinto. Conversaciones con Diego
Rivera, México, Diana, 1980.
Cassirer, Ernst, Esencia y efecto: del concepto al símbolo, México, Fondo de Cul-
tura Económica, 1989.
De la Torriente, Loló, Memoria y Razón de Diego Rivera, v. 2, México, Editorial
Renacimiento, 1959.
Eisenstein, Sergei, “El montaje de las atracciones”, en El sentido del cine, México,
Siglo XXI editores, 2006.
González Mello, Renato, La máquina de pintar, Tesis doctoral, Facultad de Fi-
losofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, 1998.
Lodder, Christina, El Constructivismo Ruso, Madrid, Alianza Editorial, 1988.
Martin, Jay, Cantos de experiencia. Variaciones modernas sobre un tema universal,
Buenos Aires, Paidós, 2009.
Ricoeur, P., Teoría de la interpretación; discurso y excedente de sentido, México,
Siglo XXI, 1995.
Rivera, Diego, Archivo Fondo Documental Diego Rivera. Fundación Diego Ri-
vera A. C., Textos/Escritos de Rivera/Anotaciones/Pensamientos para
entrevista.
, “Arte de la nueva Rusia”, documento del Archivo, Centro
Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plás-
ticas, Fondo Fernando Leal, s/f.
, Gladys March, Diego Rivera. Mi arte, mi vida, México,
Editorial Herrero, 1963.
Richardson, William, “The Dilemmas of a Communist Artist: Diego Rivera
in Moscow, 1927-1928”, en Mexican Studies/Estudios Mexicanos, v. 3,
núm. 1, Invierno de 1987, pp. 49-69.
Tibol, Raquel, Diego Rivera, gran ilustrador, México, Museo Nacional de Arte/
Banco de México/ Editoral RM/Instituto Nacional de Bellas Artes, 2008.
Vargas Parra, Daniel, Anahuacalli. Museo de Arte en Acción. Tesis doctoral,
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de
México, en curso.
66
Resumen
En este ensayo propongo una lectura en espiral de los murales de la Secretaría
de Educación Pública (SEP), a través de las conexiones entre los conceptos de
historia, espacio y movimiento que Rivera fusionó en sus pinturas. El análisis
se concentra en la escalera como símbolo de ascendencia esotérica y social, así
como el lugar que conecta los tres niveles del edificio. Se busca conocer la
representación espacio-temporal considerando los significados del montaje
que permiten la creación de imágenes dialécticas.
Palabras clave:
Muralismo, masonería, montaje, cubismo, representación espacio-temporal.
70
El sujeto de conocimiento histórico es la propia clase que
está oprimida y lucha. En la obra de Marx, aparece como
la última clase sometida, como la clase vengadora que, en
nombre de las generaciones de vencidos, lleva hasta el final
la obra de la liberación.
WALTER BENJAMIN1
E
n los murales de la Secretaría de Educación Pública (febrero de 1923-
1 de febrero de 1929) Diego Rivera elaboró numerosos emblemas y sím-
bolos de origen masón y rosacruz que han sido interpretados como una
alegoría del conocimiento y de la renovación espiritual, no sólo del individuo,
sino de todo el cuerpo social. Los estudios que han abordado los contenidos
esotéricos en algunos murales posrevolucionarios se deben a las investigaciones
realizadas por Fausto Ramírez2 y Renato González Mello.3
González Mello afirma que Rivera imprimió en estos murales un doble
significado: uno “exotérico” cuyo lenguaje es transparente, didáctico, abierto
y comprensible, y otro enigmático o “esotérico” que utiliza atributos secretos,
privados y ocultos.4 De acuerdo con varios autores el conjunto de murales debe
tratarse como una sola composición; para Olivier Debroise “Cada mural de
Rivera, cada tablero tiene entonces que ser aprehendido como un todo, in-
alienable, un espacio particular dentro del cual la amplitud de la concavidad
permite la ‘orquestación’ de los personajes o de las diferentes escenas organi-
zadas alrededor de una espiral o de un círculo, complementándose cada una.”5
Siguiendo esta idea González Mello considera los murales de la SEP como “una
gigantesca alegoría. Todos los corredores, todos los pisos, todos los tableros
forman parte de una misma imagen”.6
Teniendo en cuenta estas ideas, en el presente ensayo me interesa es-
tablecer conexiones entre los conceptos de historia, espacio y movimiento en
espiral que aparecen en todo el conjunto. Para este análisis tomaré en cuenta los
murales que se encuentran en la escalera del edificio y que de alguna manera
establecen una conexión con los tres niveles pintados por Rivera, entendiendo
la escalera como parte integral de todos los tableros, así como símbolo de ascen-
Escalera, Muros poniente y
norte, Diego Rivera, 1924 dencia esotérica y también social.
72
Sobre tres niveles, Diego Rivera escribió tres historias aparentemente sin rela-
ción, pero integradas de tal forma que ninguna sea concebible sin las otras:
una lección de geografía a través de la sucesión de paisajes mexicanos desde
la costa tropical hasta el altiplano árido; una historia del hombre desde la vida
vegetativa y primitiva hasta el nacimiento del hombre de la Revolución, y una
historia de la pintura desde la representación planimétrica de inspiración bizan-
tina hasta la concepción dinámica del Espacio de Rivera.22
Los asistentes huelguistas con sus banderas rojas y obreros rodean a los sepul-
tureros y están organizados alrededor de una larga espiral inclinada, como una
gran nebulosa que fuera subiendo hasta el cielo; hay aquí un espacio cóncavo
en el que el primer plano (los sepultureros y la tumba) constituye el punto más
profundo de la composición. La espiral se va ampliando de tal forma que el pri-
mer plano imaginario aparece en los bordes del muro… Para llegar a ampliar la
concavidad del espacio, Rivera subió el horizonte a la manera de los fresquistas
medievales y escalonó todos sus planos dentro de esta concavidad.25
Para terminar esta sección, en lo más alto de la escalera Rivera plasmó una
triada marcada por un pintor, un escultor y un autorretrato, representándose
como un arquitecto. El maestro ha llegado a su muerte simbólica marcada
por el cuerpo lánguido, la cabeza suelta y el rostro ausente. Su purificación se
encuentra en lo alto de la puerta en donde hay un estrella roja, un libro y una
hoz, la promesa de una reconquista material y espiritual, socialista y esotérica.
Walter Benjamin propone que el vuelco dialéctico es una irrupción de la
consciencia despierta: “y en efecto el despertar es la instancia ejemplar del recor-
dar: el paso en el que conseguimos recordar lo más cercano, lo más banal, lo
que está más próximo.”26 En este sentido, el giro dialéctico en los murales de la
SEP está en el acto de rememorar lo oculto del pasado para iluminar el presente.
Rivera utilizó el montaje como relato de la transformación y la construc-
ción de una narrativa histórica. Conoció a Sergei Eisenstein en 1928 durante su
Notas
1
Walter Benjamin, “Sobre el concepto de Historia”, en Estética y política, Las cuarenta, 2009, p.
151.
2
Fausto Ramírez, “Polvos de aquellos lodos. Artistas e iniciados en la obra mural de Oroz-
co”, en Modernización y modernismo en el arte mexicano, México, IIE-UNAM, 2008, pp. 407-448. Y Fausto
Ramírez, “Lectura en clave masónica de las grisallas del primer piso del Patio del trabajo”, CD Los
murales de la Secretaría de Educación Pública 1924-1932, s/f, citado en La máquina de pintar, de Renato
González Mello.
3
Renato González Mello, La máquina de pintar, México, IIE-uNAM, 2008, p. 47.
4
Ibid., pp. 47-95.
5
Olivier Debroise, “Diego Rivera y la representación del espacio. Apuntes para un análisis”,
Artes Visuales, Invierno 1977, núm. 16, p. X.
6
Renato González Mello, La máquina… op. cit., p. 47.
7
Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, Diccionario de símbolos, México, Herder, 2000, pp. 460-461.
8
Doralicia Carmona, “Se crea la Liga Nacional Campesina”, Memoria política en México [en lí-
nea], disponible en <http://www.memoriapoliticademexico.org/Efemerides/11/20111926.html>,
consultado el 20 de agosto de 2018.
9
Entre 1928 y 1932 Diego Rivera tuvo a su cargo los murales de la Secretaría de Educación Pú-
blica, la Secretaría de Salubridad, el Palacio Nacional, el Palacio de Cortés (en Morelos), la Capilla
de la Escuela Nacional de Agricultura en Chapingo, en el Estado de México. Esther Acevedo, “Dos
muralismos en el mercado”, en Plural, v. XI, núm. 121, México, 1981, p. 46.
10
Esther Acevedo, Areus Alejandro, Robin Adêle Greeley y Leonard Folgarait (eds.), Mexican
Muralism. A critical history, EUA, University of California Press, 2012, p. 129.
93
15
A partir de estas atribuciones compartidas, la serpiente fue adquiriendo paulatinamente ras-
gos y significados diversos. Se le consideraba el ser que conducía a los humanos por diferentes sitios
del cosmos, así como ordenadora del tiempo y el calendario; estaba relacionada con la tierra y sus
frutos, los orígenes y los destinos, la legitimidad y el poder, la luz y los colores. “La serpiente emplu-
mada en mesoamérica”, Arqueología, v. IX, núm. 53, México, enero-febrero 2002, p. 26.
16
Renato González Mello, “Escudo de la Hermandad Rosacruz Quetzalcóatl, atribuido a Diego
Rivera”, en Los pinceles de la historia. La arqueología del régimen 1910-1955, México, MUNAL/UNAM, septiem-
bre de 2003-febrero de 2004, p. 60.
17
Renato González Mello, La máquina… op. cit., p. 48.
18
Ibid., p. 58.
19
Ibid., p. 64.
20
Id.
21
Olivier Debroise, “Diego Rivera y la representación…” op. cit., p. V.
22
Id.
23
Id.
24
Ibid., p. Vl.
25
Id.
26
Walter Benjamin, El libro de los pasajes, Madrid, Akal, 2005, p. 394.
27
Susan Buck-Morss, Dialéctica de la mirada. Walter Benjamin y el proyecto de los pasajes, España, La
balsa de la Medusa, 2001, p. 84.
28
Olivier Debroise menciona la influencia en la pintura de la teoría de la relatividad publicada
por Albert Einstein en 1905, la cual anunciaba por primera vez el principio de la cuarta dimensión o
“continuum-espacio-tiempo”. En 1917 Rivera inventó “La machine de Rivera” que era una especie
de kaleidoscopio con el cual se colocaba el ojo en una especie de visor y por medio de un juego de
espejos deformantes, la imagen era descompuesta en un sinnúmero de fases para ser reconstruida
por los movimientos internos del ojo creando un efecto óptico de continuidad”. Olivier Debroise,
“Diego Rivera y la representación…” op. cit., p. V.
Resumen
Este ensayo abordará nuevas perspectivas de estudio sobre la primera sección
de paneles murales que Diego Rivera realizó en el segundo nivel del Patio de
las Fiestas de la Secretaría de Educación Pública (SEP), mejor conocidos bajo el
título de Corrido de la Revolución Proletaria. En primera instancia, se hará re-
ferencia a las fuentes y a la narrativa visual empleada por el pintor para explicar
estos tableros. La segunda parte del texto analiza los intereses más experimen-
tales de Rivera, como las teorías del montaje fílmico y su estudio de los dibujos
animados centrados en el personaje de Mickey Mouse.
Palabras clave:
Arte moderno mexicano, muralismo, Diego Rivera, Walt Disney, dibujos ani-
mados.
102
E
ntre 1927 y 1928, Rivera realizó un viaje a la Unión Soviética –como parte
de la delegación oficial del Partido Comunista Mexicano (PCM)– para
asistir al décimo aniversario de la Revolución rusa. Este periplo, además
de promover su propia obra mural, le abrió las puertas de los círculos culturales
soviéticos donde conoció a Sergei Eisenstein.1 En este viaje Rivera tuvo oportu-
nidad de tratar a Alfred H. Barr Jr., quien a la sazón invitaría al pintor a exponer
en el recién inaugurado Museo de Arte Moderno de Nueva York en 1931.
A su regreso de Moscú, Rivera retomó los murales que había dejado in-
conclusos en la SEP. En esta fase instrumentó un nuevo modelo narrativo pero
no abandonó su inclinación por la técnica del buon fresco, la estricta composición
formal, así como las fuentes iconográficas renacentistas y soviéticas. Sobre los
paneles que conforman el Corrido de la Revolución Proletaria y el Corrido de la
Revolución Agraria, Bertram Wolfe mencionó: “la arquería estalló triunfante en
un canto revolucionario. No sólo se hizo Diego más audaz con la propaganda,
sino echó mano de un recurso que la volvió natural y fácil: una serie de ilustra-
ciones, como en un libro de estampas, con selecciones de tres populares baladas
revolucionarias”.2
Para el año de 1928 Rivera se había convertido en cabeza del Bloque
Obrero y Campesino, cuyo lenguaje político, radical y jacobino tiene un corre-
lato con las caricaturas rojinegras de El Machete, órgano que también reprodujo
estos murales y donde el pintor se basó para conformar la balada-guía de sus
paneles. Entre las pinturas y las obras gráficas existe un diálogo y estrecha afi-
nidad temática y visual, visto sobre todo en el tono doctrinario, el simbolismo
religioso, las trinidades heroicas, el liderazgo de obreros y campesinos, pero
104
sobre todo en la implantación de ciertos modelos visuales; si bien una de las sal- Los sabios, Diego Rivera, 1928
vedades está en la presencia del obrero rubio representado al menos tres veces en
estos tableros.
En el conjunto ubicado en el segundo nivel del Patio de las Fiestas de la
SEP Rivera quiso hacer pintura de historia, aunque vinculada con una revolución
mundial. Los personajes y la sucesión de acontecimientos van de la mano de
temas como el agitprop, la vigilancia y poder del obrero, la repartición de armas
y el imaginario de un nuevo orden industrial que también desea ser compatible
con el agrarismo.
Si hay algo que destacar de los tableros relativos al Corrido de la Revo-
lución Proletaria (1926-1928) es su complejidad narrativa, serie que probable-
mente completó hasta 1929. Para dar unidad y coherencia a este relato visual, el
pintor adaptó distintas baladas: una sobre Emiliano Zapata para la que eligió las
mejores estrofas de un corrido alusivo a la Revolución de 1910 y también esco-
gió fragmentos directos de páginas de El Machete, como el titulado “Cómo se
forja un mundo nuevo” de J. F. T., aparecido en las páginas de la publicación
en octubre de 1927.3 Al final “se arriesgó a completar la serie con un corrido
escrito para El Machete por un tal Martínez, intitulado Así será la revolución
proletaria.4 De esta manera, Rivera utilizó el corrido como un género narrativo,
el cual se asocia con hechos testimoniales de relevancia local, social o histórica y
concede una enseñanza con un tono moralizante que coloca en un primer plano
la reivindicación de ciertos sectores sociales. 5 Las frases están pintadas en colores
brillantes sobre gris y el festón rojo del corrido opera como el eje conductor que
establece el orden e incluso jerarquiza los distintos pasajes revolucionarios.6
Rivera fue contundente en las frases del corrido: “Ya quemó la cizaña
maligna/del burgués opresor que tenía/por cumplir del obrero los planes/no
se vale que nadie se raje/se les dice a ricos y holgazanes: el que quiera comer que
trabaje”. Otra frase del corrido decía: “quisiera ser hombre sabio de/muchas
sabidurías/más mejor quiero tener qué/comer todos los días…”.
Así, la secuencia de los paneles podría ser semejante a la de un guion
cinematográfico, puesto que hay una correspondencia entre texto e imagen.
Renato González ha comentado la proximidad que Rivera tuvo con
Sergei Eisenstein, quien creía firmemente que la yuxtaposición de
imágenes hacía convincente un relato.7 El largometraje Octubre,
realizado por Eisenstein en 1927 y estos murales de Rivera es-
tructuran la misma superposición de planos, el equilibrio com-
positivo y los encuadres, además de compartir una noción
que creía cumplida la utopía.”10 Rivera llegó a Estados Unidos muy poco tiem-
po después y desde la realización de estos tableros había empezado a concebir
una nueva forma de muralismo, donde intervinieron nuevamente tanto las no-
ciones de montaje como las manifestaciones de la cultura popular.
II.
En una carta que José Clemente Orozco dirigió al crítico de arte norteamericano
Walter Pach, el 6 de septiembre de 1928, se quejaba amargamente de Rivera y
lo calificaba como Ananías o el falso artista, que también era el título del libro
que Pach publicó en el mismo año. Orozco, quien en ese momento radicaba en
Nueva York, se encargó de hacer una serie de precisiones respecto al conjunto
mural de la Secretaría de Educación Pública, además de enfatizar el carácter
109
Cantando el corrido, Diego ¿Cree usted que no es traición al arte convertir la pintura en instrumento de
Rivera, 1928
propaganda política y comercial? ¿Cree usted que no es traición al arte detener,
destruir y matar una obra como la pintura mural en México hasta el grado de
haber desaparecido por completo a los artistas por la intriga y la calumnia y
desprestigiando a los ojos del público los elevados y nobles fines del arte, fal-
seando los hechos y propagando mentiras?
“animador” está solo y vacío, no puede “animarse” a sí mismo, como una mujer
no puede parir sin un señor macho que la “anime”.11
Precisamente aquí puede derivarse una lectura más compleja de los mura-
les que trasciende el encono de Orozco: los paneles de Rivera pueden ser
considerados como viñetas, su narrativa visual incidió principalmente en la
preocupación del pintor por concebir nuevas estrategias para la pintura mural. Si
bien Orozco los comparó en tono sarcástico con los funny papers, lo cierto
es que su apreciación no era del todo equivocada: la sección divertida de los
periódicos dominicales se caracterizaba por ofrecer una secuencia narrativa con
un encuadre propio, que recurría a los ángulos y planos acompañados del texto
escrito para el diálogo entre los personajes, de la misma manera que los tableros
murales relativos a los corridos.
Mencioné anteriormente la influencia que tuvo el cineasta Sergei Eisens-
tein sobre Rivera en la manera de narrar una obra de arte. En este sentido, debe
considerarse también la admiración del pintor por Walt Disney y su “habilidad
para transformar”. Eisenstein señaló en sus memorias que uno de sus principales
intereses creativos estaba basado en la puesta en escena, las líneas en el tiempo y
la dinámica de la acción. Sobre ello el cineasta ruso explicó:
…conservo siempre mi amor por Disney y sus personajes, desde Mickey Mouse
hasta Willie, la Ballena.
¡Ya que las figuritas móviles –sean de animales, o lineales, sin sombras ni difu-
minaciones en mejores ejemplos, como el arte temprano de los chinos y japone-
ses– están formadas por las líneas móviles del contorno! […] las líneas móviles
reviven aquí como el movimiento real de las líneas reales del contorno del dibujo
animado.12
guiones parecen concebidos con el objetivo de analizar toma por toma y enfo-
carse en la relación de todas las partes. Quien lograba esto de forma totalmente
exitosa era Disney, ya que sintetizaba en las tiras del celuloide un amplio co-
nocimiento sobre dibujo e historia del arte, donde la animación concretaba la
dinámica del montaje.13 Gracias a la animación era posible la manipulación de
actores y otros accesorios: “You tell a mountain: move, and it moves. You tell an
octopus: be an elephant, and the octopus becomes an elephant. You tell the sun:
Stop! and it stops”.14
Mickey Mouse fue el personaje de Disney que más atrajo la atención
de Eisenstein. Los realizadores se conocieron durante la visita del soviético a
Los Ángeles en 1930. Las series del ratón animado le impresionaron sobrema-
nera por su dibujo lineal y sus contrastes de color, además de considerar que
Mickey estaba ya “en el panteón mundial de los héroes de los dibujos cómicos
animados”.15
A partir de su creación en 1928, el ratón provocó la atracción de artistas,
intelectuales y filósofos al simbolizar la fusión entre la cultura de masas y el arte
moderno. De alguna manera la animación cumplía los objetivos que los moder-
nistas querían ver en sus obras: innovaciones técnico-formales (profundidad e
ilusión) y representación del movimiento en tanto tiempo y duración.16
En general, se trataba de cambiar la concepción estética moderna además
de visualizar el nuevo potencial artístico que estaba contenido en los dibujos
animados. Desde las primeras creaciones de Disney, los artistas se sorprendieron
con la sincronización, los ángulos de visión, la velocidad de movimientos, pero
también con la animación de toda la superficie de la imagen, en síntesis: la tran-
sición entre planimetría y profundidad.17
El primer cortometraje donde Walt Disney incorporó una nueva técnica
de animación y sonido fue Steamboat Willie, estrenado en noviembre de 1928
con Mickey Mouse como protagonista. Mickey surgió un año antes del crash
económico y quizás este factor tuvo que ver con su gradual éxito, el cual estuvo
vinculado también con la aparente simplicidad del dibujo –hecho a base de
círculos– y los contenidos de sus historietas. Los dibujos y el carácter fársico
del personaje –un ratón que habla– se relacionaban con un estilo cómico que
era totalmente del gusto del proletariado urbano.18 Muchos críticos de la época
quisieron ver en el roedor algunos rasgos de Charlie Chaplin, sobre todo por
mostrarse a favor de los desvalidos. De esta manera, Mickey Mouse se convir-
tió en un fenómeno internacional que conquistó tanto Estados Unidos como
Europa desde la década de los años treinta.
114
115
una suerte de lecciones dirigidas a una actualidad alienada, por ello el filósofo
sostuvo que la obra de Disney tenía una deuda con la tradición de la caricatura,
puesto que resumía tanto el arte (dibujo) como el pensamiento, y eso derivaba
en el arte de masas. De igual manera, Benjamin argumentó que Mickey había
contribuido al legítimo reclamo de buscar la armonía y equilibrio entre perso-
nas y máquinas, por estas razones, el roedor encarnaba una figura utópica y de
escape a la pesadilla y ansiedades de la vida moderna.25
Estas apreciaciones sobre los dibujos animados fueron reforzadas por
Jean Charlot en una serie de conferencias para los estudios Disney en 1939.
El artista y escritor también afirmó que el arte de la animación era resultado
de la desilusión de la época moderna, y que a pesar de los intentos por hacer
obras dinámicas y de ilusión óptica –el autor citó a Degas y sus bailarinas– no lo
habían conseguido como sí lo habían logrado los dibujos animados, mismos que
concretaron de alguna forma los preceptos cubistas y futuristas.26 Para Charlot,
la verdadera animación se refería a las gesticulaciones y desplazamientos de los
cuerpos vivos; aplaudió que tanto el cine como los dibujos animados –con sus
líneas y trazos– alcanzaron el movimiento y sincronización que no podían ser
expresados desde la pintura, y eso ciertamente facilitaba la narrativa:
El artista reiteraba que los dibujos eran formas modeladas cuyas fun-
ciones se dirigían a la belleza. Ciertamente Rivera estuvo de acuerdo con
estas ideas y no fue gratuito que recibiera a Walt Disney en su visita a
México en 1942, organizada por la Secretaría de Gobernación. Por
ello, es curioso que años después, uno de los dibujantes
mexicanos de Walt Disney llamado Mier Bismarck –quien
se especializó en la realización de historietas– le hiciera
un boceto al pintor justo el año de su muerte, 1956. ¿Acaso
Rivera fue invitado por Disney para realizar una película sobre su vida
y obra? ¿Sería ésta una manera de materializar el interés del pintor en
los dibujos animados y lograr finalmente un relato en movimiento
siendo él mismo un posible protagonista?
Consideración final
Los murales de Diego Rivera realizados en el segundo nivel del Patio de las Fiestas
del edificio de la SEP, que corresponden a los títulos de Corrido de la Revolución
Proletaria y Corrido de la Revolución Agraria (1926-1929), están conformados
por distintas formulaciones plásticas e iconográficas, las cuales deben ser analizadas
bajo una perspectiva transnacional, tomando en cuenta el contacto del pintor
con intelectuales y artistas en México, Rusia y Estados Unidos que enriquecieron
–y complejizaron– la realización de estos paneles murales y su narrativa. Rivera
claramente estuvo interesado en un discurso secuencial, donde los corridos,
baladas y murales –y la forma de visualizarlos– fueron el inicio de esta inclina-
ción por los dibujos animados. El escrito de Rivera sobre Mickey Mouse, realizado
a principios de los años treinta, sintetiza su afición por la cinematografía y la
cultura popular como posibles herramientas para integrarlas al discurso artístico.
Asimismo, sus notas sobre el célebre ratón demuestran el debate entre la pintura
considerada de historia, la integración de nuevas formas de representación y la
manera en que esto debía trascender a la sociedad. Los dibujos animados faci-
litaban muchos objetivos que los pintores más experimentales desearon llevar
a cabo, como el uso de la abstracción y las formas geométricas, así como un
cuestionamiento sobre el espacio y el tiempo.
Por estas razones, la modernidad y aportaciones del muralismo mexicano
deben ser explicadas a partir de vínculos artísticos, pero también de nuevas y
complejas interpretaciones sobre el cruce entre la historia intelectual, el arte
moderno y las manifestaciones de la cultura popular.
120
Notas
*
Agradezco especialmente a Mariano Meza, Daniel Garza Usabiaga, Juan Pablo Ramos y Valen-
tina García Burgos la invaluable información que me compartieron para la realización de este texto.
1
Leah Dickerman, “Leftist Circuits”, en Diego Rivera. Murals for the Museum of Modern Art, (catá-
logo de la exposición), Nueva York, The Museum of Modern Art, 2011, p. 16. Las primeras ideas
en torno a este ensayo se encuentran en Dafne Cruz Porchini, “Eveything was for the Revolution.
Muralism at the Ministry of Public Education”, en Matthew Affron, et al., Paint the Revolution. Mexican
Modernism, 1910-1950, (catálogo de la exposición), Filadelfia, Philadelphia Museum of Art-Yale Uni-
versity Press, 2016, pp. 271-279.
2
Bertram D. Wolfe, La fabulosa vida de Diego Rivera, 7ma. reimp., México, Diana, 1983, p. 174.
3
Véase Matthew Affron, et al., Paint the Revolution… op. cit., p. 71.
4
Bertram D. Wolfe, La fabulosa… op. cit., p. 175.
5
Ricardo Pérez Montfort, Expresiones populares y estereotipos culturales en México. Siglos XIX y XX. Diez
ensayos, México, La Casa Chata/CIESAS, 2007, p. 67.
6
Diana Briuolo, “El Corrido de la Revolución. Reorientación artística y personal”, en Enrique
Krauze, et al., Diego Rivera y los murales de la Secretaría de Educación Pública, 2ª ed., México, SEP, 2003, p. 134.
7
Renato González Mello, La máquina de pintar. Rivera, Orozco y la invención de un lenguaje. Emblemas,
trofeos y cadáveres, México, IIE-UNAM, 2008, p. 182.
8
Juan Carlos Arias Herrera, “From the Screen to the Wall: Siqueiros and Eisenstein in Mexico”,
en Mexican Studies/Estudios Mexicanos, University of California Press, v. 30, núm. 2, 2014, pp. 438-439.
Véase Masha Salazkina, In Excess: Sergei Eisenstein´s Mexico, Chicago, University of Chicago Press, 2009.
9
Id.
10
Mauricio Tenorio Trillo, “Viejos gringos: radicales norteamericanos en los años treinta y su
visión de México”, en Secuencia. Revista de Historia y Ciencias Sociales, núm. 21,1991, p. 107.
11
Carta de José Clemente Orozco a Walter Pach, 6 de septiembre de 1928, Box 2, Folder 41,
Walter Pach Papers, 1857-1980, Archives of American Art, Smithsonian Institution. Los subrayados
son del propio Orozco.
121
12
Motivo azteca, Diego Rivera,
Sergei M. Eisenstein, Yo. Memorias inmorales 2, Naum Kleiman y Valentina Korshunova
1928 (comps.), México, Siglo XXI, 1991, p. 142.
13
Esther Leslie, Hollywood Flatlands. Animation, Critical Theory and the avant-garde, Londres, Verso,
2002, p. 230.
14
Ibid., p. 231.
15
Sergei M. Eisenstein, Yo. Memorias … op. cit., p. 417.
16
Esther Leslie, Hollywood Flatlands… op. cit., p. VI.
17
Ibid., p. 27.
18
Robert W. Brockway, “The Masks of Mickey Mouse: Symbol of a Generation”, en Journal of
Popular Culture, núm. 22, 1989, p. 28.
19
Renato González Mello, “El régimen visual y el fin de la Revolución”, en Esther Acevedo
(coord.), Hacia otra historia del arte en México: La fabricación del arte nacional a debate (1920-1950), v. 3,
México, Conaculta/Curare, 2002, p. 292.
20
Robert Linsley, “Utopia Will Not Be Televised: Rivera at Rockefeller Center”, en Oxford Art
Journal, v. 17, núm. 2, 1994, p. 49.
21
Diego Rivera, “Mickey Mouse and American Art”, en Garry Apgar (ed.), A Mickey Mouse Rea-
der, Jackson, University of Mississippi Press, 2014, pp. 53-54.
22
Diego Rivera, “Mickey Mouse”, Writings of Diego Rivera, exp. 15, Bertram David Wolfe Pa-
pers, Hoover Institution, Stanford University.
23
Id.
24
Esther Leslie, Hollywood Flatlands… op. cit., p. 81.
25
Ibid., p. 102. Es sabido el acercamiento entre Leni Riefenstahl y Walt Disney, quienes se co-
nocieron en 1938. Esther Leslie sostiene que hubo varias afinidades de Disney con los regímenes
fascistas, visto sobre todo en la monumentalidad de los proyectos, el uso de las nuevas tecnologías
y la práctica vanguardista y experimental. Un ejemplo sintomático fue la película Blanca Nieves y los
siete enanos (1938), donde incorporó elementos góticos de raíz alemana. Véase Esther Leslie, Ibid.,
pp. 126-147 ss.
26
Jean Charlot, Art from the Mayans to Disney, Nueva York, Books for Libraries Press, 1969, p. 253.
27
Ibid., p. 265.
122
123
Referencias
Archivos
Bertram David Wolfe Papers, Hoover Institution, Stanford University, California.
Walter Pach Papers, 1857-1980, Archives of American Art, Smithsonian Insti-
tution, Washington D.C.
NATALIA DE LA ROSA
Resumen
Entre 1944 y 1970, David Alfaro Siqueiros realizó el mural Patricios y patricidas
en la Tesorería del Departamento del Distrito Federal, ahora edificio de la Secre-
taría de Educación Pública (SEP). Esta obra funcionó como un comentario a
la tecnología y a las formas de trabajo desarrolladas durante la guerra, al expre-
sar la relación del hombre con la máquina. Sin embargo, la principal diferencia
de este mural con los que Siqueiros realizó en décadas anteriores, radica en que
modificó su acercamiento a dicha conexión, asumiendo un tipo de relación
distinta entre estos dos ámbitos, y que consolidó a partir de un realismo épico
denominado como “apoteótico”.
Patricios y patricidas abrió las posibilidades a una serie de variaciones en
el modelo pictórico de Siqueiros, el cual afianzó en ejemplos posteriores. Este
mural además representa el tipo de negociaciones y problemáticas que el artista
y el régimen tuvieron en una etapa determinada, así como las propias contradic-
ciones del pintor.
Palabras clave:
David Alfaro Siqueiros, muralismo, arte público, guerra, economía.
132
David Alfaro Siqueiros y la consolidación realista
E
n 1944, David Alfaro Siqueiros regresó a México después de su exilio
de varios años en Latinoamérica a consecuencia de su colaboración en el
intento de asesinato del líder revolucionario León Trotsky (quien final-
mente murió en 1940 a manos de Ramón Mercader)1 y su encarcelamiento por
tal motivo. En esta nueva etapa comenzó un periodo de legitimación como ar-
tista del régimen.2 Poco antes de la culminación de la Segunda Guerra Mundial,
Siqueiros consolidó su postura frente al realismo. Después de un breve paso
por Chile y Cuba, de un viaje frustrado por los Estados Unidos y luego de ser
eximido de otra orden judicial, “El Coronelazo” fundó el Centro de Arte Realista
Moderno en la casa de Elena Electa Arenal, madre de su esposa Angélica Arenal.
Creó este espacio como un lugar dedicado a la investigación y reflexión teórica,
así como a la pedagogía y práctica de las artes en formato de taller –resultado
de su acercamiento a la teoría de Georges Sorel–. En el inicio de actividades,
Siqueiros presentó el mural Cuauhtémoc contra el mito (1944), que incluyó dos
esculturas de su cuñado Luis Arenal. Derivado del proyecto realizado en Chillán
(Chile), Muerte al invasor (1942), la pintura exhibe la lucha del Tlatoani frente
al conquistador, como una versión apócrifa donde el héroe azteca logró la victoria
en el episodio de la Conquista.
Cabe destacar que además del centro de arte y de Cuauhtémoc contra
el mito, poco tiempo después se dio a conocer el texto No hay más ruta que la
nuestra, que completó la conceptualización y toma de postura político-estética
hecha por el pintor en la década de los cuarenta. El documento nació a partir de
su experiencia panamericanista en años previos3 y de las bases de su sindicalismo
Patricios y patricidas, David
Alfaro Siqueiros, 1945-1971 (al referir al Sindicato de Obreros Técnicos de Pintores y Escultores [SOTPE]
134
como base, que señaló activo entre 1921 y 1925) y como parte de una retórica
de conciliación continental desarrollada durante la guerra.
Al planear un centro de operaciones para poner en marcha y organizar un
movimiento político continental, el artista buscó establecer la “fijación definiti-
va de su doctrina”: “que hoy sólo puede serlo de un arte nuevo realista, realista
integral, realista moderno verdadero, en suma, tanto por su destino social, sus
formas funcionales, como por su técnica en general, sus fuentes emocionales, su
método crítico y, en consecuencia, por su culminación estética.”4 El muralista
dejó claro que este realismo, denominado nuevo y humanista, era equiparable
a lo que también definió como “democracia nuevo-humanista”. Con ello, Si-
queiros insinuó su acercamiento a los patrones intervencionistas del Estado tras
la guerra, es decir, a los incipientes pasos del “Estado de bienestar” o “Estado
benefactor”.
El comienzo de la Guerra Fría suele marcarse en 1947, tras la aparición
de la Doctrina Truman, encargada de rechazar el avance e influencia del comu-
nismo en Occidente. Implicó reajustes importantes en la geopolítica, centrados
en la disputa generada por el tema de la amenaza nuclear entre dos potencias.
Se conoce por ser un periodo que estableció nuevas formas para el imperialis-
mo –experimentadas en América Latina, en el caso de los Estados Unidos, y en
Europa del Este, para la Unión Soviética (URSS)– y un renovado nacionalismo
que buscó un equilibrio bajo la noción de desarrollo, programa que incitó un
clientelismo entre las potencias y otros estados “subdesarrollados” a partir de
una nueva forma de dependencia económica.5
Los vínculos entre el pintor y el gobierno mexicano se consolidaron en-
tre 1944 y 1954 debido al tipo de modelo plástico propuesto en Chillán, el
cual utilizó una figura alegórica que fue intercambiable con el relato local y
expresó una nueva forma de configurar la pintura sobre la arquitectura, es decir,
la “integración plástica” (propuesta que buscó unir en una sola obra pintura
mural, escultura y arquitectura), concepto que forma parte de una gramática
propia derivada del muralismo. En 1933, durante su exilio en Argentina, Alfaro
Siqueiros utilizó esta terminología para describir la obra titulada Ejercicio plás-
tico (1933), al fijar una teoría cinematográfica que partió del diálogo con el
teórico francés Élie Faure –y por ende, con Henri Bergson– como con Sergei
Eisenstein.6 Siqueiros definió con esta categoría un tipo de pintura dinámica
y colectiva que realizó mediante un equipo “poligráfico”: “la futura sociedad
será más completamente colectiva que lo que pudieron ser las sociedades del
pasado […] las necesidades de captación de las grandes masas populares para la
135
titulada Monumento a Cuauhtémoc, compuesta por El martirio de Cuauhtémoc Patricios y patricidas, David
Alfaro Siqueiros, 1945-1971
y Cuauhtémoc redivivo, ambos de 1951. En el caso de Patricios y patricidas
también se señalan dos momentos contrapuestos, uno referente a los resultados
catastróficos de la guerra (patricidas), los cuales son unidos a una reconstitución
política y económica (patricios). Expuso estas dos escenas a través de alegorías
de la historia nacional y una resolución que combinó fuentes visuales tradicio-
nales –el retrato de Santa Anna que finalmente no incluyó– como elementos de
la cultura de masas,15 para construir una escena repleta de monstruos atómicos
y presentar un centauro montado por un héroe (quien representa dos tempora-
lidades históricas, en su versión inacabada, de la Independencia y Revolución, y
se reconoce porque lleva un paliacate rojo y machete en mano), bajo la mirada
y apoyo de una representación de la patria.16
El muralista realizó una reflexión, como en el Palacio de Bellas Artes,
que mostró la relación entre la guerra, la política internacional y el proyecto
139
nacional. La importancia radica en que, como se verá más adelante, esta pintura
le permitió explorar, dada su condición arquitectónica colonial, las posibilidades
de la perspectiva dinámica –a la que llamó poliangular– en una forma de neo-
barroco americano.17 Asimismo, aprovechó este encargo para repensar su propio
programa político-estético realista, a través de la confrontación entre dos figuras
alegóricas. Una de ellas corresponde a un comentario contemporáneo sobre
la guerra (que remite a un conocido diccionario de referencias apocalípticas,
centradas en un complejo esquema de representación visual y retórica de la
región),18 que unió a una alusión tecnológica en definición, con la que buscó
mostrar el momento de la fisión del átomo.19 Como complemento, en una
segunda escena compuesta por recursos alegóricos, presentó una serie de per-
sonajes históricos que recuperó del repertorio iconográfico de la Revolución, al
utilizar una figura femenina para remitir a la patria –en diálogo con La democracia
del Palacio de Bellas Artes–, y a un grupo de centauros –figuras vinculadas a
la serie de Cuauhtémoc y la Conquista– para referir el movimiento armado y
su proceso de institucionalización. Al elegir dos polos tan disímiles pero que
mantuvo unidos, Siqueiros confirmó un interés e inquietud por comprender el
acontecer nacional y mundial tras el fin de la guerra, así como por definir la pro-
puesta artística que le correspondería. En una forma de renovación cíclica, la
estructura y avance de la obra (ya que quedó inconclusa) expresa el fin violento de
un suceso y señala un nuevo camino, abierto por la dinámica y mecánica que
despliegan una serie de caballos –efecto que enfatizó en el boceto del mural–,
y forma parte de una propuesta política conciliatoria.
obrero (un gladiador erotizado que remite a las figuras clasicistas de la pintura
de entreguerras o a un Prometeo como símbolo del triunfo sobre la técnica)28
señala el éxito de esta empresa.
En los textos presentados por el pintor en esos años, se insiste una y otra
vez en la necesidad de unir la ciencia y la técnica al servicio de un muralismo mo-
derno, acorde con los nuevos tiempos.29 De ahí se desprenden las aristas en diver-
sos aspectos de su realización: materiales, óptica, herramientas, temática y, sobre
todo, un complejo sistema de argumentación donde se explica que la experien-
cia del espectador es la generadora de un nuevo-realismo, al crear una forma de
conocimiento dependiente de una relación constante entre sujeto y objeto. La
búsqueda de la funcionalidad de estas obras recae en generar un ambiente –vir-
tual– o una imagen estratégica a partir de lo que desde 1933 denominó “caja
plástica”, la cual funcionaría a manera de guía de un nuevo ciudadano desde un
nuevo saber, y es por eso que a este arte público Siqueiros lo llamó “arte civil”.
La temática debía ir en contra de la referencia arcaizante tanto icono-
gráficamente como en su aspecto técnico, por ello, esas exploraciones de nuevos
referentes visuales (aspecto que en Patricios y patricidas resulta incipiente). La
composición tenía que romper con fórmulas muertas, académicas y estar dedi-
cada a un espectador dinámico.30 Al mismo tiempo, el muralista hizo uso de
la piroxilina, elección que le valió el retraso en su entrega, como lo demuestra la
correspondencia entre el autor y las autoridades del Distrito Federal: “Hasta
fines de 1945 y principios de 1946 pudo principiarse el trabajo pictórico pro-
piamente dicho, pero sucedió entonces que los materiales sintéticos a base de
piroxilina binelita (sic.), etc., que yo uso, por ser de procedencia extranjera, se
agotaron totalmente en el mercado.”31 La insistencia de Siqueiros de invadir
esta arquitectura con nuevos materiales y elementos constructivos evidencia su
persistencia en la apropiación de los elementos tecnológicos, discurso cerca-
no a una tendencia productivista –como lo demuestra la Alegoría del progreso
(1950)–. No obstante, la utilización de un repertorio iconográfico tradicional
(elementos simbólicos del cristianismo o de la historia patria) contradicen su
insistencia en unir forma y producción plástica bajo los referentes
tecnológicos más novedosos.
diversos temas que para él formaban parte de la propuesta artística de Siqueiros. Patricios y patricidas, David
Alfaro Siqueiros, 1945-1971
En el apartado del libro “Música y Pintura”, el crítico sugirió una equiparación
existente entre estos dos elementos presentes en la obra del pintor. El autor remitió
a Oswald Spengler y su apartado “La música como plástica”, fragmento de su
célebre obra La decadencia de Occidente, para ejemplificar este punto. Al recuperar
a Spengler, el crítico lanzó diversas aseveraciones sobre las cualidades y distincio-
nes en la obra de Siqueiros: “Su plástica tiene esas características de vitalidad, de
calor, de movimiento, de lucha, de choque. Sus exposiciones, como la última,
son siempre una aventura rampante, por la realización libérrima, acompañada de
timbales y cornetas que producen estridencias y aciertos geniales”.32
Para Luna, la obra del artista requería una apreciación que debía ir más
allá de la vista pues, explicó, las obras del muralista son “cuadros sonoros” y
“altamente estruendosos” hechos para todo el cuerpo. Concluyó que este tipo
147
manifiesta la idea general de lo que debía ser la obra de arte. En ese contexto,
Siqueiros buscó ampliar el espectro compositivo de sus pinturas al incluir el mo-
vimiento del espectador, contemplando todo el cuerpo y no únicamente la mirada
en el diseño perspectivo.
Al utilizar una capilla como elemento principal de la composición se deter-
minó su función para alcanzar las expectativas de la obra, ya que esta serie señalaba
todo un proyecto pictórico que el artista ya había enunciado desde otros medios
escritos y plásticos. A partir de esta imagen, el muralista confirmó que para él la
experiencia de la pintura dependía de la construcción de un nuevo templo. En
la obra El diablo en la iglesia se observa a una audiencia ordenada en un acto ritual,
donde se advierte un movimiento organizado de la masa determinado por el
espacio reconstruido geométricamente, pues la arquitectura original es inestable.
Los espectadores abren los brazos de la misma forma, y a partir de su unión en
un conjunto social se enfrentan a quienes observan estáticos desde lo alto. En esta
pintura se conjuntan dos aspectos: uno marca el estatuto compositivo que dirige
y reafirma esta arquitectura previa, es decir, Siqueiros se vale de la estructura cón-
cava que se señala en el cuadro mediante dos círculos que ordenan la imagen para
dramatizar su cualidad dinámica, a partir del uso de ciertos referentes geométri-
cos que organizó desde un plan “armónico”. Por otro lado, el tema reafirma el
sentido político de su obra mural como herramienta dedicada a “la objetivación
pictórica de metáforas, lemas, etc., para el arte de intención política”.38
149
Escaleras, Ex Aduana de
México, Patricios y patricidas,
David Alfaro Siqueiros,
1945-1971
154
Notas
1
Olivia Gall, Trotsky en México y la vida política en tiempos de Lázaro Cárdenas (1937-1940), Leonardo
Padura (prol.), México, UNAM/Ítaca, 2012.
2
Renato González Mello, “El régimen visual y el fin de la Revolución”, en Esther Acevedo
(coord.), Hacia otra historia del arte en México: La fabricación del arte nacional a debate (1920-1950), v. 3,
México, Conaculta/Curare, A. C., 2002, pp. 275-309.
3
Claire Fox, Making Art Panamerican: Cultural Policy and the Cold War, Minneapolis, University of
Minnesota Press, 2013.
4
David Alfaro Siqueiros, No hay más ruta que la nuestra. Importancia nacional e internacional de la pin-
tura mexicana moderna, México, La Tallera, 1975, p. 66.
5
Prasenjit Duara, “The Cold War a Historical Period”, en Journal of Global History, núm. 6, London
School of Economics and Political Science, 2011, pp. 457-480.
6
Natalia de la Rosa, Épica escenográfica. David Alfaro Siqueiros: acción dramática, trucaje cinemático y la
construcción del realismo alegórico en la guerra (1932-1945), Tesis doctoral, Historia del Arte, FFYL-UNAM,
2016.
7
David Alfaro Siqueiros, “Hacia la plástica integral por medio de la Revolución”, en Néstor
Barrio, Diana B. Wechsler, et al., Ejercicio plástico. La invención del muralismo, Buenos Aires, UNSAM-EDITA,
2014, p. 197.
8
Sergio Delgado, Delirious Consumption. Aesthetics and Consumer Capitalism in Mexico and Brazil, Aus-
tin, University of Texas Press, 2017.
9
Carlos Lazo, “Discurso de apertura. VIII Congreso Panamericano de Arquitectos”, en Espacios.
Revista Integral de Arquitectura y Artes Plásticas, núm. 13, enero de 1953.
10
Se utiliza la palabra “aparato” para designar aquella máquina de la modernidad capaz de
moldear la subjetividad y ofrecer una forma de entender el mundo y de construir una realidad. Jean
Louis Déotte, “Un museo no es un dispositivo”, en Museum internacional [en línea], UNESCO, núm.
235, septiembre de 2007, disponible en < http: //www.lauragonzalez.com/ImagenCultura/ Deot-
te_2008_ElMuseoNoEsUnDispositivo.pdf>, consultado el 30 de mayo de 2018.
11
Frederic Jameson, “The Case for Georg Lukács”, en Salmagundi, núm. 13, verano de 1970, p. 4.
12
Un estudio que analiza la importancia de esta figura para los relatos emancipatorios vincu-
lados al indigenismo y el neobarroco es: Mariana Botey, Zonas de disturbio. Espectros del México indígena
en la modernidad, México, Siglo XXI Editores/IIE-UNAM/DGAV/UAM, 2014 (Palabras de Clío).
13
Natalia de la Rosa, “Alegorías para la exhibición. Héroes y museos en la construcción neorrea-
lista de David Alfaro Siqueiros, 1945-1952”, en Dafne Cruz Porchini, Claudia Garay Molina, Mireida
Velázquez Torres (coords.), Recuperación de la memoria histórica de exposiciones de arte mexicano (1930-1950),
México, Posgrado en Historia del Arte, Fonca, 2016, pp. 109-122.
14
Ver por ejemplo: “Habla Siqueiros de la ‘insufrible’ burocracia nuestra”, en Últimas noticias,
México, D. F., 26 de mayo de 1951.
15
Sandra Zetina Ocaña, Explosión en la ciudad como dispositivo simbólico y pictórico en la obra de David
Alfaro Siqueiros, Tesis de maestría en Historia del Arte, UNAM, 2012, p. 131.
16
Agradezco los comentarios de Ninel Valderrama con respecto a la iconografía vinculada al
General Santa Anna y en específico a un retrato anónimo que pudo funcionar como base de la
propuesta.
17
Irlemar Chiampi, Barroco y modernidad, México, FCE, 2001.
18
Louis Marín, “Poderes y límites de la representación”, en Chartier, Roger, Escribir las prácticas.
Foucault, De Certau, Marin, Buenos Aires, Ed. Manantial, 1996, p. 77. Sobre la representación en su
cualidad de exhibición: “La representación es aquí la mostración de una presencia, la presentación
pública de una cosa o una persona. En la modalidad particular, codificada, de su exhibición, es la
cosa o la persona misma la que constituye su propia representación”.
19
Sandra Zetina Ocaña, Explosión en la ciudad… op. cit., p. 131.
20
Robert H. Zieger, The CIO 1935-1955, Chapel Hil, N.C., The University of North Carolina
Press, 1997.
21
Antonio Negri, “John Maynard Keynes y la teoría capitalista del Estado en 1929”, en La
forma-Estado, Madrid, Ediciones Akal, 2003 (Cuestiones de Antagonismo). Es decir, por ejemplo,
que el sindicalismo obrero de los veinte fue acabado a través de la introducción de las técnicas
155
Referencias
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D.F.), Archivo Sala de Arte Público Siqueiros, México, D. F., Instituto
Nacional de Bellas Artes, 7 de abril de 1947.
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Bellas Artes, 1947.
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e internacional de la pintura mexicana moderna, México, La Tallera,
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David Alfaro Siqueiros,
1945-1971 [en línea], Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la
158
MARY K. COFFEY
Abstract
In this essay I explore the influence of Gustave Courbet on Diego Rivera's
mural art. In particular, I explore Rivera's image of a proletarian funeral in the
stairwell at the SEP, arguing that it refers to Courbet's A Burial at Ornans.
I situate Rivera's interest in 19th century French Realism within both 1920s
Mexico and the debates over proletarian art that erupted in the Soviet Union
at the same time.
Keywords:
Gustave Courbet, french realism, Soviet Union, proletarian funeral.
164
“In my painting, I sought a way to incorporate my increas-
ing knowledge and deepening emotions concerning social
problems. Two great French revolutionary artists, Daumier
and Courbet, lit my path as with great torches. In their work
they had achieved a synthesis very much like that which one
day would liberate me”.
Diego Rivera1
W
riting his autobiography at the end of his life, Diego Rivera re-
called his first trip to Paris where, as a young art student, he
struggled to reconcile a burgeoning political conscience with his
academic training. While acknowledging the influence of 19th century masters
of French Realism, Honoré Daumier and Gustave Courbet, he admits his paint-
ings at the time fell far short of their example. Much of his life story, there-
fore, is concerned with tracing his development from a timid art student with a
“Mexican-American inferiority complex” to the celebrated revolutionary artist
whose murals, while steeped in the European painting tradition, nonetheless
subordinate its weighty legacy to the political concerns and aesthetic traditions
of Mexico's popular and working classes.2 That journey would see him work
his way through Spanish Golden Age painting, the example of the so-called
“primitivists” –Paul Cézanne, Paul Gauguin, and Georges Seurat– an extend-
ed engagement with Cubism, and finally, a return to the Renaissance frescoes
of southern Italy before significantly exploring Mexico's ancient and popular
traditions. By 1923, when he embarked upon his massive fresco cycle at the
Secretaría de Educación Pública (SEP), he was still treading the path. In fact one
of the reasons this cycle is so valued by art historian's is the insight it offers into
the formation of Rivera's mature mural art during this key period in the 1920s.
As many scholars have noted, the ground floor of the Court of Labor,
painted in 1923, reveals the influence of Giotto while the second floor of the
Figure 1: Diego Rivera, 1924, Court of Fiestas, painted between 1926 and 1928/9 reflects the artist's canny
El entierro/El sepelio/La lluvia,
Funeral de víctimas proletarias, ability to combine the spatial innovations of Cubism with the ribald folk humor
(El Altiplano-The Burial), fres-
co, stairwell, Secretaría of pulquería paintings, the popular sentiments of revolutionary corridos with
de Educación Pública,
Mexico City the sloganeering of communist agitation-propaganda.3 It is in the stairwell,
166
however, painted between May and December of 1924, where Rivera most
clearly reveals his debt to European modernism.4 For here, the social evolution
of the Mexican people is encoded in images of the nation's regional land-
scapes through a canny deployment of references to the neo-classicism of the
Nabis, the naïve realism of the Duonnier Rousseau, the languid women and
exotic landscapes of Gauguin, the planer compositions of Cezanne, and the
homely subjects of Courbet.
Little has been written about the stairwell frescos. They are in a relatively
dark, cramped, and underutilized part of the building. And while they formed
an integral part of the cycle from the start, with few exceptions they merit only a
sentence or two in the scholarship.5 To the extent that they have been discussed,
most attention has been paid to the hacienda scene as Rivera re-cycled its imag-
ery several times in subsequent murals, prints, and portable frescos.6 The image
at the center of this essay –usually titled El Altiplano-The Burial, but which
Rivera originally referred to as La Lluvia, Funeral de Víctimas Proletarias– is
barely addressed [FIGURE 1].7 To date, only Olivier Debroise has given it extend-
ed consideration in his essay on the development of Rivera's pictorial space.8
There, he attributes the work to the influence of El Greco, due to the burial
scene and the composition's bifurcation between an earthly and heavenly realm.
The presence of allegorical figures, ostensibly representing rain, seems to rule
out Realism as a point of reference. And yet, as we know Courbet and Daumier
were not averse to allegory, even though Rivera's obvious referent, Courbet's
A Burial at Ornans (1849-50) [FIGURE 2], was notorious for its unequivocal
rejection of the elevated meaning associated with allegory.
Pace Debroise, I argue that it is indisputable that Rivera's stairwell fres-
co depicting the burial of a proletarian victim is based on Courbet's A Burial
at Ornans, a painting that the Louvre acquired in the 1880s, and which was
surely on view during Rivera's two stays in Paris.9 Both works depict graveside
funerals. Like Courbet's painting, Rivera's fresco is heroically scaled and intend-
ed to elevate the popular classes by making their travails the subject of history
painting. Like Courbet's, Rivera's figures gather within a regional landscape
characterized by arid conditions and flat-topped cliffs that raise the horizon line
and further reinforce the painting's horizontality. Rivera's palette is comprised
of muddied blues, greys, and browns, and punctuated with areas of white and
red like the Realist master's. As with Courbet's subjects, his gathering is report-
edly comprised of portraits. And while few individuals have been identified,
many bear a resemblance to his circle of friends and patrons. Both Rivera and
167
Courbet's mourners are divided along gendered lines, with male figures making
up two-thirds of the composition from left to right, and women situated at the
far right in a rounded cluster of feminized grief. Finally, where Courbet posi-
tions a staff mounted by a crucifix, Rivera has placed three red flags in reference
to the worker's movement. Thus, like panels such as the Liberation of the Peón
(1923), where Rivera secularizes Giotto's Lamentation (1305-06), here he has
168
switched out Courbet's nod to the tradition-bound piety of the French peas-
antry for icons of the more progressive politics of Mexico's rural working class.
There are significant differences between the two works despite their
obvious kinship. As Debroise has cogently argued, Rivera's fresco reveals a so-
phisticated handling of pictorial space that is indebted to his experiments with
Cubism and which would characterize one of the achievements of his monu-
mental style. Debroise describes Rivera's sense of space in La Lluvia, as “con-
cave,” with the gravediggers “occupy[ing] the point of greatest depth” and
the foreground elements “appear[ing] at the outer edges of the wall.”10 This
169
learned that lesson from Cezanne and Cubism. Rather, it was his commitment
to socialist politics as well as his emphasis upon folk rituals and the mundane
tastes of the rural peasantry.
Another key difference between Rivera's La Lluvia and Courbet's Buri-
al lies in the inclusion of the aforementioned female allegories, whose lamen-
tations not only symbolize the titular rain but also endow Rivera's funeral with
a transcendent meaning Courbet assiduously avoided. Courbet positioned his
grave along the lower edge of the canvas; its yawning abyss awaits its occupant,
emphasizing the concrete reality of death and denying it redemptive purpose.
Rivera, however, shows his gravediggers in action, actively preparing the hard
ground for their fallen comrade, thereby evoking themes of sacrifice and soli-
darity. While there is no suggestion here that the proletarian victim is one of the
famous martyrs of the Revolution, such as Emiliano Zapata and Otilio Mon-
taño, who Rivera memorialized in a burial scene at the Escuela Nacional Agraria
de Chapingo (Universidad Autónoma Chapingo), we might see this image as
consistent in tone with José Clemente Orozco's third floor frescos at San Ilde-
fonso wherein references to funerals, gravediggers, and communal mourning
are common.
The foregoing discussion begs the question as to whether or not estab-
lishing Courbet's influence on Rivera's mural art matters? Is this pairing nothing
more than an empty art historical slide comparison? Or does it bear consider-
ing what the original Realist bequeathed to Mexico's
most famous social realist? What, if anything, can we
learn about Rivera's mural art or the place of his SEP
Detalle, El entierro/El sepelio/La lluvia, Funeral de víctimas proletarias, Diego Rivera, 1924
171
signify his populism within the Mexican milieu. It is important to recall that La
Lluvia is situated within a geographical travelogue and historical narrative that
unwinds as the viewer moves up the stairwell. The scene is located on the third
level of the stairwell cycle where it sits between episodes depicting the abuses of
hacendados and one that contrasts the corrupt collusion between the military,
church, and capitalists, with the birth of a new, socialist order in which revolu-
tionary soldier, urban proletarian, and rural campesino cooperate to industrialize
the land and reap its benefits. La Lluvia represents the necessary sacrifices of the
post-revolutionary transition to a proletarian state, a struggle that was ongoing
in 1924. The final scenes depict the building of rural schools and the public mural
movement, two marquee projects of Rivera's patron, Minister of Public Educa-
tion, José Vasconcelos. These frescoes ratify Vasconcelos' educational mission,
while also asserting that both schools and murals would be the agents of Mexico's
socialist transformation.11
The stairwell cycle's political evolution is embedded within iconic Mex-
ican landscapes, with La Lluvia situated in the altiplano or Mesa Central, the
geographic center of political power since before the Conquest. It follows
scenes that flow northward from the nation's southern coasts and jungles to the
fertile Isthmus and bajío. This itinerary is encoded stylistically, with La Lluvia
culminating a formal evolution from archaizing to avant-garde aesthetics, par-
ticularly, as Debroise argues, with respect to Rivera's handling of pictorial space.
Thus, it is La Lluvia's role within the historical narrative that dictates both its
avant-garde allegiance to cubist spatial play and its political allegiance to Courbet's
Burial. Within this sequence, Courbet's painting matters not for its place within
the chronological advance of avant-garde formal innovation, but rather for his
proximity to revolutionary struggle, in his case the French Revolution of 1848.
Thus, A Burial at Ornans comes to signal Rivera's commitment to Mexico's
popular and proletarian revolutions. These, after all, are the two revolutions
that Rivera's SEP cycle, as a whole, crafts into a historical and aesthetic dialectic.12
France's revolutionary art was a key source for the early frescoes of not
only Rivera, but also Orozco. In particular, both artists turned to the example
of Eugène Delacroix, and his Liberty Leading the People (1830) [FIGURE 3].
Neither artist was interested in Delacroix's painterly style. Rather, they were
drawn to his reconciliation of academic allegory with the demands of contem-
poraneity. For example, in Orozco's satirical frescos at San Ildefonso, painted
between 1923 and 1924, he refers often to the phrygian cap, an ancient symbol
of liberty that Delacroix used to identify the central figure of his painting with
172
both liberty and the French Republic, in the guise of the allegorical Belle Mar-
ianne. In Orozco's mural they cap not the beautiful and heroic Marianne, but
rather grotesque figures representing a whorish liberty, reckless revolutionaries,
and corrupt labor leaders. In one of the most famous of these images, Revolu-
tionary Trinity (1923-1924) Orozco borrows the pyramidal composition of
Delacroix's painting but inverts its significations of triumph by deploying the
cap as an emblem of blind ideological fury at the apex of the triangle. Instead
of the republican flag, his allegorical figure wields the red flag of the worker's
movement. In Orozco's hands, Delacroix's rag-tag coalition of victorious rev-
olutionaries becomes a trio of tragic, mutilated, and grieving figures, victims of
the excesses of their own political cause.
Rivera too quoted Delacroix's famous painting when he was commis-
sioned to design the cover for Krasnaya Niva (Red Cornfield) magazine's Paris
Commune anniversary issue in 1928 during his stay in Moscow. Despite the fact
that Delacroix's painting commemorates events that pre-date the Commune
by forty years, Rivera turned to his example. Like Orozco, he translated Delac-
roix's painterly image into a more modernist idiom and transformed the tricolor
into the worker's flag. But unlike Orozco, Rivera cleaved closely to Delacroix's
iconography and intent, effectively reconstituting his mixed-class coalition as a
working class block of communards. That both Orozco and Rivera looked to
revolutionary France for inspiration in their early frescoes makes sense. Both
artists had painted allegorical murals that they viewed as unsuccessful with their
first commissions, both sought a way to better connect their murals with the
social and political urgency of the moment, so both looked to the only example
of revolutionary art they knew. Drawing parallels between revolutionary France
and Mexico was more viable before intellectuals and politicians had successful-
ly converted Mexico's civil war into a proto-proletarian struggle. By the late
1920s these references disappear from the frescos of both artists, as each, for
different reasons, ceases to acknowledge the bourgeois dimensions of the Mex-
ican Revolution and instead focuses on its place in contemporary mass politics.
By the late 1920s there are no more references to the art of the French
Revolution and no more signs of Courbet's legacy in Rivera's mural art. I sug-
gest this is so for two reasons. The first is that by the late 1920s Rivera was
beginning to understand that what really mattered about Courbet's Realism
was not its connection to armed Revolution, per se, but rather its ability to in-
tegrate academic and popular tastes. The second is that after his trip to Moscow
between 1927 and 1928, overt references to France's bourgeois Revolution
175
and its art became less tenable. As several scholars have shown, Rivera's trip to
Moscow was a dispiriting one.13 Not only did he begin to understand Stalin's
authoritarianism, but he also became embroiled in a rancorous debate between
neo-traditionalists and the members of the doomed Russian avant-garde. This
episode would ultimately cost him mural commissions in Moscow, lead to his
expulsion from the Mexican Communist Party and his fateful allegiance with
Trotsky, and shape his stance on art and politics in ways that drew the ire of artists
aligned with Stalin for years to come.14
While in the Soviet Union Rivera gave lectures and published essays
on art and politics. In these venues, he emphasized the importance of public art
as opposed to bourgeois easel painting, arguing that artists should take their
work out of the studio, gallery, and museum and bring it to the street. He
also stressed the educative role of public art in raising the cultural competency
of the masses, acknowledging that visual illiteracy remained an obstacle for both
technical and political innovation. While these sentiments were very similar to
those expressed by the Syndicate of Technical Workers, Painters and Sculptors
in their Manifesto of 1922, in Moscow, they conflicted with the growing con-
sensus that socialist art should be propaganda, first and foremost, painted in a
“tendentious” and realist style that reflected the daily lives of the proletariat and
peasantry.15 This argument would seem to align with Rivera's own work at the
SEP, where, as we have seen, he abandoned the avant-gardism of his Paris years
for a more legible and representational style. Rivera argued that figurative art
was necessary in Mexico because it had yet to undergo a Marxist revolution.
However, in the Soviet Union, wherein this political transformation had already
taken place, he threw his lot in with the experimentalism of the “October”
group, whose 1928 manifesto explicitly rejected 19th century bourgeois realism
in favor of a “dynamic realism,” embodied by the industrial and applied arts.16
Rivera signed their manifesto, which prompted a reaction by the more con-
servative Association of Artists of Revolutionary Russia, later the Association
of Artists of the Revolution (AKhR) who reiterated their endorsement of 19th
century realism, a position that would ultimately inform the state-imposition of
Socialist Realism by 1932. As William Richardson argues, “to Rivera, this was
nothing more than artistic Thermidorianism.”17 He did not believe that revolu-
tionary art should be dictated by the uninformed tastes of “esthetically illiterate
masses.”18 Revolutionary art should be allowed to develop under the auspices
of a cultural avant-garde. Only they could effectively educate the masses in
politically vanguard ways. When he argued that “proletarian art must begin to
176
doomed mural for Rockefeller Center, Rivera misjudged his patrons' tolerance.
Concerned that the mural would offend its hosts, and that it would undermine
their diplomatic efforts to promote Mexico's policy of non-alignment, Chávez
and Gamboa removed the mural from the exhibition, cut it from its support, and
it subsequently disappeared.
In this mural we see Rivera return to the very scene that had caused his
ouster from the Party in the first place: the communist debates over the proper
style for proletarian art. But what matters within the context of this discus-
sion is the way that this work recalls Courbet's equally infamous painting, The
Painter's Studio: A Real Allegory Summing Up Seven Years of My Artistic and
Moral Life (1855) [FIGURE 4]. Like Rivera's Realist Fantasy, Courbet's oxymo-
ronic reference to a “real allegory” titillated and confounded critics about the
work's hidden meaning. Like Courbet's painting, Rivera's mural centers a work
of art that represents his aesthetic commitments within the politicized terrain of
art world polemics. And like Courbet, Rivera was responding to his critics on
the Left while also critiquing the contemporary political regime. While I cannot
go into the intricacies of Courbet's painting, nor do I believe that Rivera ful-
ly understood the complexities of his allegory given that so much of the key
exegetical work on that front came after his death.24 I do believe that he had
Courbet's painting in mind, possibly a memory triggered by his inclusion of
Belle Marianne, who, in turn may index the original scene of Rivera's rejection
of bourgeois realism and his subsequent expulsion from the Party (recall his
cover for Krasnaya Niva).
This unsuccessful attempt to re-Stalinize his art may then, be a key to
unlocking the meaning of his homage to Courbet and Daumier quoted at the
outset of this essay. For he drafted that claim not in 1924, when we was con-
juring Courbet's Burial on the walls of the SEP, but rather in retrospect while
penning in his autobiography a year before his death. Thus, we might read this,
one of Rivera's last murals, as a kind of autobiographical painting, that, to quote
Courbet's Real Allegory, represents a summing up of the last thirty-plus years
of his artistic and moral life.
182
Notas
1
Diego Rivera with Gladys March, My Art, My Life: An Autobiography, New York, The Citadel Press,
1960, p. 60.
2
Ibid., p. 61.
3
The key discussions of Rivera's SEP murals can be found in: Jean Charlot, The Mexican Mural Re-
naissance, New York, Hacker Art Books, 1979; Mary K. Coffey, “‘All Mexico on a Wall’: Diego Rivera's
Murals at the Ministry of Public Education”, in Alejandro Anreus, Leonard Folgarait, and Robin Adéle
Greeley, (eds.), Mexican Muralism: A Critical History, Berkeley, University of California Press, 2012, pp.
56-74; Diego Rivera: Los murales en la Secretaría de Educación Pública México, 1986; Laurance P. Hurlburt,
The Mexican Muralists in the United States, Albuquerque, NM, University of New Mexico Press, 1989;
Laurence E. Schmeckebier, Modern Mexican Art Minneapolis, University of Minnesota Press, 1939, and
Bertram D. Wolfe, The Fabulous Life of Diego Rivera, Chelsea, MI, Scarborough House Publishers, 1990.
4
There is incredible confusion about the dates of execution for the individual panels in the SEP
mural. However, I am relying on Diego Rivera, “Lista cronológica de los frescos de Diego Rivera,
dictada por el pintor, lo de abril, 1927”, Dictation taken, and list typed by Anita Brenner, April 1,
1927, carbon copy of typescript, Jean Charlot Collection, University of Hawaii at Manoa Library, re-
produced in Luis Adrian Vargas Santiago, Uncontainable Zapata: Ethnicity, Religiosity, and Visual Diaspora,
PhD dissertation, University of Texas at Austin, 2015, pp. 323-326.
5
Vasconcelos described the stairwell mural at the start of the commission as, “a frieze ascend-
ing along the staircase. Its subject matter starts with the sea level, and its tropical vegetation melts
into the landscape of our high plateau and culminates with the volcanoes”, quoted in Charlot, The
Mexican… op. cit., p. 254.
6
The best discussion of Rivera's re-use of this scene is in Anna Indych-López, “Mural Gambits”,
in Muralism without Walls: Rivera, Orozco, and Siqueiros in the United States, 1927-1940, Pittsburgh, Uni-
versity of Pittsburgh Press, 2009, pp. 129-158.
7
I will be using Rivera's original title, found in Rivera's “Lista cronológica”, in Vargas, Uncontain-
able… op. cit., pp. 323-326.
8
Olivier Debroise, “Diego Rivera y la representacion del espacio: Apuntes para un análisis/Di-
ego Rivera and the Representation of Space (Notes for an Analysis)”, Artes Visuales, núm.16, Invierno
1977, pp. i-xvi.
9
For this discussion of Courbet, I am indebted to Linda Nochlin, Courbet, London, Thames
and Hudson, 2007 and Meyer Shapiro, “Courbet and Popular Imagery: An Essay on Realism
and Naïveté”, Journal of the Warburg and Courtauld Institutes, v. 4, núm. 3/4, April 1941-July 1942,
pp.164-191.
10
Emphasis in original. Debroise, “Diego Rivera…”, op cit., p. xv.
11
Mary Kay Vaughan has discussed the way that Mexican muralists helped to ratify the state
educational policy in The State, Education and Social Class in Mexico, 1880-1928, DeKalb, Northern Illi-
nois University Press, 1982.
12
Coffey, “All Mexico on…” op. cit., pp. 56-74.
13
See Maria Gough, “Drawing Between Reportage and Memory: Diego Rivera's Moscow
Sketchbook”, October, 145, Summer 2013, pp. 67-84 and William Richardson, “The Dilemmas of
a Communist Artist: Diego Rivera in Moscow, 1927-1928”, Mexican Studies/Estudios Mexicanos, v. 3,
núm. 1, Invierno de 1987, pp. 49-69.
14
William Richardson, Id.
15
Ibid., p. 60.
16
Ibid., p. 59.
17
Ibid., p. 61.
18
Id.
19
Diego Rivera, “AkhRR istil proletarskogo revoliutsionnogo iskusstva (otkrytoe pismo v reda-
ktsiiu)”, Revoliutsiia I kultural, núm. 6, 1928, 43, quoted in Id.
20
André Breton and Leon Trotsky, “Manifesto: Towards a Free and Revolutionary Art”,
1938, english translation by Dwight MacDonald from Partisan Review, New York, v. IV, núm. 1,
Fall 1938, pp. 49-53, reprinted in Herschel B. Chipp, Theories of Modern Art: A Source Book by Artists
and Critics, Berkeley, University of California Press, 1968, pp. 483-486.
185
21
For the connection between Rivera's SEP murals and his work with Frances Toor's Mexican
Folkways, please see, Mónica Bravo, “The Last Word in Direct Naïve Realism: Diego Rivera, Edward
Weston, and Pulquerías”, American Art 34, núm. 1, forthcoming Spring 2020.
22
Francisco Reyes Palma, “Los dilemas de un mural”, en Curare, núm. 10, Primavera de 1997,
pp. 6-14.
23
Ibid., p. 7.
24
See Nochlin, op. cit., pp. 151-158 for a summary of the historiography of this painting.
186
Referencias
Bravo, Monica, “The Last Word in Direct Naïve Realism: Diego Rivera, Ed-
ward Weston, and Pulquerías”, in American Art 34, núm. 1, forthco-
ming Spring 2020.
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nary Art”, 1938, en Dwight MacDonald (trad.), Partisan Review, New
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El tianguis, Diego Rivera, 1923-1924
El evangelio según Diego.
La invención de Zapata como símbolo oficial
Resumen
Este ensayo analiza el papel decisivo de Diego Rivera y sus murales de la Secretaría
de Educación Pública (SEP) en la construcción del caudillo Emiliano Zapata como
símbolo de la nación. A partir de la primera aparición de este personaje en
la sección de Los Mártires Revolucionarios del Patio del Trabajo de la SEP, la
activación gradual de este héroe es leída como parte de un programa mural
nacionalista y socialista que, basándose en gran medida en formas católicas y
en las teorías vasconcelistas, sirvió para reconciliar a las diversas facciones étnicas
y políticas del país en los primeros años de la posrevolución. Asimismo, a tra-
vés de la figura de Zapata, contrario a lo que la mayor parte de la historiografía
discute, se demostrará que la entrada del historicismo a los programas murales
es tan temprana como 1923.
Palabras clave:
Emiliano Zapata, Diego Rivera, muralismo, José Vasconcelos, posrevolución.
192
La hipótesis que intentaré avanzar con el uso temprano que hizo Rivera del
legado de Zapata tiene implicaciones semejantes para la historia de México, pues
el muralista fue el primero en “canonizar” al revolucionario del sur haciéndolo
imprescindible para los discursos oficiales que cristalizaron durante el periodo
posrevolucionario (1920-1940). Para ello, nos concentraremos en la primera
aparición de Zapata en los muros de la SEP, así como en algunos eventos
político-artísticos durante los años posteriores al asesinato de Zapata en 1919.
Marcado por las presidencias de Álvaro Obregón (1920-24) y Plutarco Elías
Calles (1924-28), en este período el país enfrentó un proyecto de reconstruc-
ción integral ambicioso, cuyos principios ideológicos e imágenes oficiales fueron
solidificándose gradualmente. Como lo demuestran los murales de Rivera, en
un corto período de tiempo Zapata pasó de ser vilipendiado como bandido,
forajido, violador y bárbaro a ser considerado un santo de las agendas agrarias
y sociales en México, al tiempo que aglutinó un conjunto de valores exclusio-
narios asociados con el nacionalismo, la raza, etnia y masculinidad. Veremos
cómo las activaciones paulatinas del líder campesino en las paredes de la SEP
enseñó a leer Zapata antes de que comenzara la Revolución, o que durante su Sobrepuertas, Ángeles, Diego
Rivera, 1928
breve estadía en México en 1911 (recordemos que Rivera vivía en Europa desde
1907 con el auspicio de una beca otorgada por Teodoro Dehesa, Gobernador
porfiriano de Veracruz), luchó junto a los zapatistas. Con el paso del tiempo, su
mitología personal sobre Zapata escaló a lo absurdo. Hacia el final de su vida,
incluso afirmó haber sido un agente secreto que ayudaba a los zapatistas a volar
trenes enemigos, por lo que no tuvo más remedio que abandonar el país, pues
de lo contrario se habría encontrado “frente a un pelotón de fusilamiento”.2
Incluso en su supuesto exilio forzoso en París, Diego decía haber tenido el re-
cuerdo de Zapata y sus hombres tan profundamente enraizado en su corazón
que pintó el que es su más aclamado trabajo cubista: Paisaje zapatista (1915)
(FIGURA 1). Este óleo era aparentemente un tributo a la Revolución que se vio
obligado a abandonar. Al ser una alegoría de México, el cuadro comprende
elementos típicos como el sarape de Saltillo, un sombrero y un rifle; sin em-
bargo, es muy probable que Rivera no haya hecho esta obra con Zapata o los
zapatistas en mente.3
Rivera afirmó en su autobiografía que mientras vivía en París ya sabía muy
bien que “en un momento posterior, una vez conformado como hombre y artis-
ta, regresaría a mi hermosa patria y enseñaría a la gente lo que debía aprender”.4
Si Rivera se encontró con Zapata personalmente o no, dónde, cómo y por qué
comenzó a tener específicamente tal admiración por el oriundo de Anenecuilco,
siempre será un misterio. Lo que es innegable es que el dúo Rivera-Zapata pro-
porcionó algunas de las imágenes más duraderas del México moderno.
Además, ahora está claro que Rivera completó esta sección alegórica conocida
como Los Mártires Revolucionarios en febrero de 1924, justo después del
final de la rebelión delahuertista y sólo cuatro meses antes de que Vasconcelos
renunciara a su cargo. Los dos mártires que se sumaron fueron el emperador
azteca Cuauhtémoc y Felipe Carrillo Puerto, político socialista y gobernador de
Yucatán, asociado con los mayas en su estado y asesinado el 3 de enero de 1924
por miembros de la rebelión delahuertista (FIGURAS 6-7). Dado que Vasconcelos
203
no sólo tenía animadversión contra Zapata y Montaño, sino que tampoco tenía
respeto por el difunto Carrillo Puerto, vale la pena preguntar ¿por qué permitió
que Rivera pintara estas figuras justo afuera de su oficina? ¿Por qué un Vascon-
celos quisquilloso, quien supervisaba de cerca los programas visuales y no pocas
veces censuró o corrigió los esquemas de los murales, se hizo de la vista gorda
ante los nuevos mártires riverianos? ¿La aparición de los mártires contemporá-
neos podría ser un deliberado desacato de las directrices de Vasconcelos o,
alternativamente, una concesión de éste con las ideas populistas del pintor en
un momento en que el secretario veía su poder debilitado y crecía la oposición a
su programa de trabajo?
Antes de ensayar una respuesta posible es necesario tomar en cuenta las
tensiones políticas que surgieron en la última fase del gobierno de Álvaro Obre-
gón, el llamado a elecciones presidenciales y el inminente traspaso de estafeta
a Plutarco Elías Calles, Secretario del Interior en aquel momento y candidato
del partido laborista. Estos factores, así como la participación de Rivera y Vas-
concelos fueron cruciales para el papel que el icono Zapata comenzó a jugar en
las agendas políticas y la reescritura de la historia oficial. Alegando favoritismo
hacia Calles y culpando a Obregón por vender la nación a los Estados Unidos,
como resultado del Tratado de Bucareli, en diciembre de 1923 Adolfo de la
Huerta –el candidato del Partido Cooperativo Nacional y ex secretario de fi-
nanzas y crédito público en tiempos de Obregón– comenzó una rebelión con
la que buscaba derrocar al gobierno nacional.12 De la Huerta representaba a los
políticos moderados y contó con el apoyo de círculos católicos y oficiales del
ejército que no estaban satisfechos con la reversión de las políticas de Carranza
y el creciente apoyo dado a los sectores populares. Mientras que en términos
generales Vasconcelos permaneció neutral a los cismas políticos que enfrentaba
el país, sus creencias políticas y su plataforma estaban ciertamente más cerca de
Victoriano Huerta, quien fue responsable de regresarlo del exilio durante su
presidencia interina en 1920.13
Ahora analicemos lo que los cuatro mártires indios de Rivera
(Cuauhtémoc, Carrillo Puerto, Zapata y Montaño) podrían haber sim-
bolizado tanto dentro de este contexto político como
en la visión de Vasconcelos y Rivera. Ya se vio que para
el Secretario de Educación, Zapata y Montaño repre-
sentaron la versión más despreciable de la Revolución, el
lado bárbaro de la historia que evitó deliberadamente presentar
durante su paso por la SEP. Cuauhtémoc, por otro lado, era más
ya había sido canonizado por el liberalismo del siglo XIX como un símbolo de la
mexicanidad y la defensa del territorio.14 Cuauhtémoc era tan importante como
Cortés para el mestizaje de México, o Atahualpa y Pizarro para el Perú en los pri-
meros escritos de Vasconcelos sobre este tema: “somos indios por sangre y alma;
el lenguaje y la civilización son españoles.”15 En su visión, tanto los líderes indíge-
nas como los conquistadores engendraron la civilización bolivariana que él buscó
engrandecer. Lo que fue completamente innovador y sacrílego por parte de Ri-
vera fue el emparejamiento de Cuauhtémoc con las otras tres figuras no oficiales.
Finalmente, una figura coetánea como Felipe Carrillo Puerto encarnaba
los valores de una agenda populista y socialista con los que Vasconcelos no se
identificó por completo. Él y Rivera habían conocido personalmente a Carrillo
Puerto en una expedición cultural a través de Yucatán a fines de 1921.16 Influi-
do por su experiencia de haber apoyado la rebelión maya contra la oligarquía de
ascendencia europea en la península de Yucatán a fines del siglo XIX, Carrillo
Puerto había desarrollado un socialismo radical a favor de la reforma agraria,
los derechos indígenas, la educación masiva, la democracia y los derechos de las
mujeres, aunque sus detractores lo criticaron duramente por “usar tácticas tan
autoritarias como incitar a la violencia, perseguir a opositores políticos, tolerar
la corrupción y practicar el nepotismo.”17 El camino político de Carrillo Puerto era
muy lejano de lo que Vasconcelos, un maderista leal después de todo, vio como
el correcto curso democrático para una nación moderna. Como en el caso de
Zapata, se opuso a los medios de Carrillo Puerto: eran demasiado pedestres.
Por no mencionar el hecho de que el político yucateco se había unido momen-
táneamente al ejército zapatista en 1914 y en algún momento tuvo la intención
de aplicar el Plan de Ayala en Yucatán; pero a diferencia de Zapata, Carrillo
Puerto sobrevivió a la Revolución y tenía un plan político más claro. Pronto
se convirtió en uno de los primeros impulsores del comunismo en México y
fundó un partido socialista regional en 1915. A partir de ese momento, actuó
como uno de los pocos y más fuertes partidarios del programa soviético en Mé-
xico.18 Pero más allá de estos vínculos con el comunismo, lo que aparentemente
207
Detalles, El Distribuidor,
Diego Rivera, 1923
Plutarco Elías Calles, hizo una parada en el cementerio de Cuautla para presentar
sus respetos ante la humilde tumba del revolucionario, organizada por notables
funcionarios de Morelos y zapatistas. Esta multitudinaria conmemoración reunió
a 5 000 campesinos aproximadamente, otros miembros del gabinete del presi-
dente Álvaro Obregón, representantes de gobiernos locales y nacionales, y los
más importantes herederos zapatistas y líderes agrarios de todo el país.29 Esa fue
la primera vez que un candidato presidencial incluyó en su campaña la participa-
ción en el homenaje luctuoso a Zapata. A partir de entonces se convirtió en parada
obligada para cualquier político de envergadura nacional. Menos gratuito es
que el pintor Diego Rivera formara parte de la comitiva de Calles ese día. Su
presencia en el homenaje a Zapata y el apoyo franco a la campaña presidencial
del candidato laborista no fue, sin embargo, un mero gesto individualista, sino la
expresión colectiva del sector comunista. Tras haber peleado junto al ejército
nacional contra los rebeldes delahuertistas, los miembros del PCM y el SOTPE
Conclusión
Presentado en el fresco de Rivera con estrabismo, el bigote de los maestros
chinos y el peinado de moño o cráneo doble típico de la meditación budista y
la vida espiritual, el mártir Zapata es el sabio y visionario que anuncia el adveni-
miento de una nueva era. Su brazo derecho en una honda simboliza la derrota
de lo mundano y sus pies descalzos –los únicos visibles en los cuatro mártires–
su apego a la madre Tierra. Zapata representa la liberación del México cautivo
a través de su martirio. Las figuras femeninas a sus pies llevan en sus manos ma-
zorcas de maíz. Zapata, como lo expresó Brenner, es “el mártir tradicional de la
220
Detalles, El Anunciador,
Diego Rivera, 1923
221
* Transcripción de la “Lista cronológica de los frescos de Diego Rivera, dictada por el pintor,
1º de abril, 1927”, Toma de dictado y lista mecanografiada por Anita Brenner, April 1, 1927. Copia
Anexo. Cronología de 1927 al carbón de Jean Charlot Collection, University of Hawaii at Manoa Library, reproducida en Luis
que Rivera le dictó a Anita Adrián Vargas Santiago, Uncontainable Zapata: Iconicity, Religiosity and Visual Diaspora, Tesis doctoral,
Brenner The University of Texas at Austin, 2015.
222
Felipe Carrillo Puerto, tercer piso, primer patio, Sectia. Feb. 1924
Cuauhtémoc, tercer piso, primer patio, Sectia. Feb. 1924
Sobrepuertas, Victorias Rojas. tercer piso, primer patio, Sectia., Feb. 1924
Crisallas, entresuelos: La Fortaleza, La Justicia,
Los Astrónomos Marzo, 1924
Entresuelo: Los Biólogos, La Matemática, La Cirugía,
El Capital y el Trabajo Agrícola, La Sciencia (sic) Económica,
La Tierra es de todos como el aire, el agua y la luz del
sol, El Capital y el Trabajo Industrial, La Geología, Marzo, 1924
Entresuelo: La Química, La Electrotécnica, El Análisis,
La Síntesis, La Medicina, Los Ingenieros Abril, 1924
Los Fundidores Vaciando el metal en el molde, primer patio, Abril, 1924
Principio de la Escalera--El Agua Subterránea, Las Antillas,
La Costa, Obreros de la Perla, Mayo, 1924
Terminación de La Costa, escalera, parte baja, Junio, 1924
Escalera: La Selva, parte de La Hacienda, Julio, 1924
Escalera: Terminación de La Hacienda, y El Afilador Agosto, 1924
Escalera: La Lluvia, Funeral de Víctimas Proletarias Sept. 1924
Escalera: La Tierra Fecundada. Oct. 1924
223
Notas
1
Luis Vargas Santiago, “Emiliano Zapata: Cuerpo, tierra, cautiverio”, en Jaime Cuadriello (ed.),
El éxodo mexicano: Los héroes en la mira del arte, México, INBA, 2010, pp. 440-479; Luis Vargas Santiago,
Uncontainable Zapata: Iconicity, Religiosity and Visual Diaspora, Tesis doctoral, The University of Texas at
Austin, 2015, pp. 68-86.
2
Diego Rivera y Gladys March, My Art, My Life. An Autobiography, Nueva York, The Citadel Press,
1960, p. 92. Todas las traducciones del inglés al español son mías.
3
Sabemos que Martín Luis Guzmán, escritor, periodista y activo simpatizante villista, amigo de
Rivera, le enviaba correspondencia a París con noticias de la Revolución. En una de las cartas a su
amigo, el pintor se refiere a esta obra como su “trofeo mexicano”. Rivera declaró más tarde que fue
precisamente Guzmán quien nombró a la imagen Paisaje zapatista. En 1915 el escritor visitó el estu-
dio de Rivera para posar para un retrato cubista estilísticamente muy similar. Sobre este episodio,
ver Ramón Favela, Diego Rivera los años cubistas, México, Munal, 1984, p. 92; Sylvia Navarrete, Diego
Rivera: The Cubist Portraits 1913-1917, London, Philip Wilson Publishers, 2009, p. 68. En 1930,
Marte R. Gómez, director de la Escuela Nacional de Agricultura y mecenas de Rivera, adquirió la
famosa pieza. En fechas recientes, el historiador de arte James Oles proporcionó pruebas contun-
dentes para sostener que el pintor o Marte R. Gómez acuñaron el famoso título de Paisaje zapatista
en algún momento de la década de 1930. Del mismo modo, Oles propuso analizar esta obra como
una encrucijada de géneros: naturaleza muerta, pintura de paisaje, pintura costumbrista o de
historia y autorretrato. De hecho, es muy probable que la pintura cubista no se refiriera a Zapata, a
los zapatistas ni a la Revolución, sino más bien al propio Diego. James Oles, “Diego Rivera, Paisaje
Zapatista”, en Dafne Cruz Porchini (ed.), Pintura. Siglo XX, Catálogo comentado del acervo del Museo Na-
cional de Arte, v. 2, México, Munal/UNAM, 2014.
4
Diego Rivera y Gladys March, My Art… op. cit., p. 95.
5
Por repertorios oficiales me refiero a cualquier contenido de los programas políticos, eco-
nómicos, educativos, sociales y culturales auspiciados por el Estado, incluidos los libros de texto,
panfletos, propaganda y cualquier otra parafernalia escrita o visual de carácter gubernamental.
6
Acerca de la fotografía del zapatismo y su circulación en los años revolucionarios, ver Ariel
Arnal, Atila de tinta y plata: Fotografía del zapatismo en la prensa de la ciudad de México entre 1910 y 1915,
México, INAH, 2010.
7
Ilene V. O’Malley, The Myth of the Revolution: Hero Cults and the Institutionalization of the Mexican
State, 1920-1940, Nueva York, Greenwood Press, 1986, pp. 48-50.
8
José Vasconcelos, El Desastre: El Proconsulando, v. 2, México, FCE, 1982 (Memorias), p. 34.
9
Acerca de este suceso, véase Jean Charlot, The Mexican Mural Renaissance 1920-1925, New Ha-
ven, CT, Yale University Press, 1963, pp. 85-87; Eulalio Gutiérrez, Manifiesto del ciudadano Presidente
Provisional de la República, Eulalio Gutiérrez. Acuerdo de alta justicia destituyendo a los generales Francisco Villa,
Emiliano Zapata y Venustiano Carranza, enero 15, 1915, en Román Iglesias González (comp.), Planes polí-
ticos, proclamas, manifiestos y otros documentos de la Independencia al México moderno, 1812-1940 [en línea],
México, IIJ-UNAM, s.f., pp. 744-51, disponible en <http://www.biblioteca.tv/artman2/publish/1915_
210Manifiesto_del_ciudadano_Presidente_Provisional_de_1866.shtml>, consultado el 17 de abril
de 2015; Christopher Domínguez Michael, “José Vasconcelos, padre de los bastardos”, en Claude
Fell (comp.), Ulises Criollo. Edición crítica, por José Vasconcelos, San José, Costa Rica, Universidad de
Costa Rica, 2000, p. 996; Claude Fell, José Vasconcelos: Los años del águila (1920-1925). Educación, cultura
e iberoamericanismo en el México posrevolucionario, México, UNAM, [1989] 2009, capítulo 1.
10
José Vasconcelos, Ulises Criollo: La tormenta, v. 1, México, FCE, 1982 (Memorias), pp. 609-610.
11
Mari Carmen Ramírez-García, The Ideology and Politics of the Mexican Mural Movement: 1920-1925,
Tesis doctoral, The University of Chicago, 1989, pp. 98-99.
12
Susan M. Gauss, Made in Mexico: Regions, Nation, and the State in the Rise of Mexican Industrialism,
1920s-1940s, University Park, PA, Pennsylvania State University Press, 2011, pp. 30-32. Ver también
Adolfo de la Huerta, Memorias de Don Adolfo de la Huerta según su propio dictado, Roberto Guzmán Es-
parza (comp.), ed. facsim., México, INEHRM, [1957] 2003, pp. 216-22.
13
Las opiniones de Vasconcelos sobre estos eventos están profusamente retratadas en sus me-
morias. Sobre la rebelión de los delahuertistas y su rechazo por Calles, ver José Vasconcelos, El
Desastre… op. cit., pp. 217-224.
226
14
Citlali Salazar, “Cuauhtémoc: raza, resistencia y territorios”, en Jaime Cuadriello (ed.), El
éxodo mexicano: Los héroes en la mira del arte, México, INBA, 2010, pp. 400-439.
15
Citado en Claude Fell, José Vasconcelos: Los años… op. cit., p. 97. Fell también alude a otro pa-
saje de un discurso de 1922, cuando en nombre del gobierno mexicano Vasconcelos regaló a Brasil
un monumento del último emperador azteca: “claro está que la nación mexicana, en su culto por
Cuauhtémoc, no quiere significar un propósito de hacer estrecha y cerrar sus puertas al progreso; no
pretendemos volver a la edad de piedra de los aztecas, como no aceptaríamos ser colonia de ninguna
nación”, Ibid., pp-96-97. Ver también, Christopher Domínguez Michael, “José Vasconcelos, padre de
los bastardos”… op. cit., p. 1020.
16
A fines de noviembre de 1921 Vasconcelos llegó a Yucatán con Rivera, Adolfo Best Maugard
y Roberto Montenegro. Carrillo Puerto había sido elegido gobernador de Yucatán ese mes fue su
anfitrión. Charlot cita un artículo de la época que describe cómo cuando el séquito llegó al pueblo
de Motul Vasconcelos “ofició en una serie de bautismos socialistas”. Después de esta excursión
que Vasconcelos decidió ofrecer a Rivera su primer muro para pintar. De la misma manera que lo
hizo con el paisaje y los elementos culturales del Istmo Oaxaqueño de Tehuantepec, Rivera también
visitó a Vasconcelos en ese momento y se inspiró en Yucatán para algunos de sus paneles del Patio
del Trabajo. Jean Charlot, The Mexican Mural…op. cit., pp. 134-35. Claude Fell refiere que fue en
estos viajes cuando Rivera y Vasconcelos desarrollaron visiones antagónicas del pueblo mexicano.
Mientras Rivera estaba “cautivado y emocionado por la plasticidad de los trajes, actitudes y paisajes
de las personas […] Vasconcelos aspiraba a llegar a ser el creador de una nueva cultura sintética, una
verdadera cultura que se conviertiera en el florecimiento de lo nativo dentro de un ambiente univer-
sal. Claude Fell, José Vasconcelos: Los años…, p. 550.
17
Ben Fallaw, “Felipe Carrillo Puerto of Revolutionary-Era Yucatán, Mexico Popular Leader,
Caesar, or Martyr?”, Samuel Brunk and Ben Fallaw (eds.), en Heroes and Hero Cults in Latin America,
Austin, TX, University of Texas Press, 2006, p. 128. El repudio de Vasconcelos a Carrillo Puerto y
la narración de su fusilamiento se pueden encontrar en José Vasconcelos, El Desastre… op. cit., pp.
222-223.
18
Thomas F. Walsh, Katherine Anne Porter and Mexico: The Illusion of Eden, Austin, University of
Texas Press, 1992, p.11.
19
Citado en Noé Jitrik, “Lectura de Vasconcelos”, en Ulises Criollo… op. cit., p. 971.
20
El siguiente espisodio quizá podría ayudar a comprender el comportamiento de Vasconcelos.
Impulsado por el homicidio de Carrillo Puerto, Luis Morones –fundador del Partido Laborista,
secretario general de la Confederación Regional Obrera Mexicana (Confederación Regional de Tra-
bajadores Mexicanos-CROM), quien hizo el trabajo sucio de Calles– subió a la tribuna del Senado el
14 de enero de 1924 para pedir que se ejerciera “acción directa” contra cualquiera de los rebeldes.
Jean Charlot, The Mexican… op. cit., p. 280. Como resultado de esto, la mañana del 23 de enero el
senador cooperativista Francisco Field Jurado –seguidor de De La Huerta y uno de los principa-
les opositores al Tratado de Bucareli– fue asesinado en la colonia Roma a plena luz del día. Los
asesinos supuestamente estaban asociados con Morones. Seis días después Vasconcelos intentó
renunciar a su puesto en protesta por el asesinato de Field Jurado. Impulsado por el respaldo que
las organizaciones docentes y estudiantiles le dieron al Secretario de Educación, Obregón rechazó la
renuncia asegurando que su gobierno no estaba involucrado en el asesinato y que procesaría a los
culpables o a cualquier persona relacionada con la “acción directa”. Claude Fell, José Vasconcelos:
Los años… op. cit., p. 125.
21
Vasconcelos nombró a Rivera Jefe del Departamento de Artes Visuales en 1923 y le dejó hacer
lo que quisiera. Charlot relata que Rivera fue “torpe en el uso de su autoridad” y sin respeto a los
acuerdos colectivos previamente aceptados por el sindicato, privó a Charlot y a Amado de la Cueva
de ser coautores del segundo patio del edificio SEP, argumentando la falta de unidad en el ciclo, Rivera
reservó las mejores paredes para él, pintó sobre un panel que Charlot había elaborado, y dispuso
que los dos jóvenes artistas trabajaran en “tareas domésticas, entre ellas la pintura de los escudos
heráldicos de los estados de la República en el segundo piso del segundo patio”. De la Cueva y Char-
lot dimitieron poco después. Jean Charlot, The Mexican… op. cit., pp. 274-278.
22
Ibid., pp. 266.
23
Renato González Mello, La máquina de pintar: Rivera, Orozco y la invención de un lenguaje. Emblemas,
trofeos y cadáveres, México, IIE-UNAM, 2008, p. 73.
Mujeres, Diego Rivera, 1924
227
24
Renato González Mello, “Diego Rivera, Segundo piso del Patio del Trabajo de la SEP”, en Ida
Rodríguez Prampolini (ed.), Muralismo Mexicano, 1920-1940, Catálogo razonado I, v. II, México, FCE/UV,
UNAM, INBA, 2012, p. 256.
25
Ibid., pp. 256-57; Renato González Mello, La máquina… op. cit., p. 70.
26
Bertram D. Wolfe, The Fabulous Life of Diego Rivera, Chelsea, MI, Scarborough House, [1969]
1990, pp. 198-202. Según la cronología mural de 1927, durante el intervalo bélico, Rivera pasó
tiempo en Puebla, Veracruz y Guanajuato. Ver Rivera, “Lista cronológica de los frescos”(ANEXO).
27
Ibid., p. 150.
28
Anita Brenner, Idols behind Altars: Modern Mexican Art and Its Cultural Roots, Mineola, New York,
Dover Publications, 1929, p. 33.
29
Ilene V. O’Malley, The Myth of the Revolution… op. cit., pp. 51-52.
228
Referencias
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ciudad de México entre 1910 y 1915, México, Instituto Nacional de An-
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Secretaría de Educación Pública”, en Ida Rodríguez Prampolini (ed.),
Muralismo Mexicano, 1920-1940, Catálogo razonado I, v. I, México,
Fondo de Cultura Económica/Universidad Veracruzana/Universidad
229
México durante el siglo XIX con una influencia totalmente europea, afrancesada.
Como es sabido, después de la Revolución Mexicana sobrevino un gran movi-
miento intelectual. Destaca la fundación del “Ateneo de la juventud”, grupo del
cual formó parte el oaxaqueño José Vasconcelos.
En 1920, a través de ciertas conversaciones entre los dos principales
muralistas, David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera –quien me parece el personaje
cultural más relevante del siglo XX en México–, empezó a gestarse un movimien-
to nacional popular. Fue en 1921 cuando por encargo de José Vasconcelos, Rivera
pintó en el anfiteatro Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria su primer mural
titulado La creación. Con esta obra comenzó a bosquejar su nacionalismo que
aún no había madurado totalmente.
De 1923 a 1928, Diego Rivera emprendió en la Secretaría de Educación
Pública (SEP) un gran ciclo mural que se vio interrumpido en dos ocasiones:
cuando se dedicó a pintar murales en Chapingo y a causa del viaje que hizo a la
Unión Soviética en 1927 –después del cual se volvió políticamente más crítico y
radical–. Estos murales conforman una visión política del pueblo mexicano que
cubre una superficie cercana a los 1 600 m2, repartidos en 235 tableros donde
el maestro pintó al buon fresco, rescatando esta técnica que trajeron los frailes a
la Nueva España, principalmente los franciscanos. La historia de los frescos en
México es fundamental y la aportación de los murales de la SEP es gigantesca
por el espacio que cubren y la relevancia de la información que proporcionan.
Otros murales que Diego realizó en ese periodo se localizan en la Secretaría de
Relaciones Exteriores (1924), en el Castillo de Chapultepec y en Palacio Nacional
(1926), pero siempre alternando estos trabajos con el que ejecutaba en la SEP.
el burgués mundo capitalista, obviamente con ironía. Juzgó a los burgueses que
bebían mientras consultaban la bolsa de valores y, en contraste, junto a ellos
pintó a Emiliano Zapata enarbolando su estandarte de “Tierra y libertad”.
Los personajes centrales de estos murales son el campesino y el soldado, héroes
del mundo revolucionario. En el vestíbulo de los elevadores plasmó también
escenas de mujeres de Tehuantepec, pues cuando regresó de Europa viajó con
Vasconcelos a ese lugar para buscar temas en dos vertientes: una para sus pinturas
y otra para conocer la cultura popular del centro-sur de la República.
La parte central de la crítica de Rivera está enfocada –como también
menciona Justino Fernández– a una trinidad negativa: militarismo, clericalismo
y capitalismo. Sus murales son representaciones que mucho dicen sobre la
ideología de todo el grupo artístico liderado por los grandes pintores muralis-
tas que en cierto momento redactaron un manifiesto sindical a través del cual
proclamaron que la pintura de caballete era burguesa –por ser individual–, y
que la mural –de grandes dimensiones y en espacios públicos– estaba dedicada
a todo el pueblo.
En 1922 se realizó una junta de aquel sindicato y Rivera manifestó el re-
pudio a la pintura de caballete e impulsó nuevas ideas reflejadas posteriormente
Natalia de la Rosa
Doctora en Historia del Arte por la Universidad Nacional Autónoma de México.
Ha dedicado diversos textos y curadurías a la figura de David Alfaro Siqueiros,
264
La medicina , Diego Rivera, 1923 Símbolo del infinito, Diego Rivera, 1923
269
Fotografías
Coordinación Editorial
Héctor Orestes Aguilar Cabrera
Tratamiento de imágenes
Jorge Eduardo Rodríguez Uribe
Paola Zorrilla Drago
Corrección
Karla Lorena Martínez Alvarado
Héctor Orestes Aguilar Cabrera
Agradecimientos