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Emociones positivas
Otro reciente estudio, llevado a cabo por Cohen, Doyle, Turner, Alper y Skoner,
con 334 voluntarios sanos, de entre 18 y 54 años, fueron evaluados por su
tendencia a expresar diferentes emociones positivas: como la satisfacción, la
tranquilidad y la felicidad, y diversas emociones negativas: como la tristeza, la
hostilidad y la ansiedad. Luego, se les administró nasalmente unas gotas, que
incluían el virus que provoca el resfriado simple. Los hallazgos mostraron que
los sujetos que presentaban un estilo emocional positivo tenían un riesgo menor
de contagiarse el resfriado, que aquellos que presentaban emociones negativas
(Vecina, 2006).
En el año 2008, Carolyn Fang, ha llevado a cabo una investigación con las
mujeres vacunadas del virus del papiloma humano (VPH), donde comprobó, que
aquellas que manifestaban tener elevados niveles de estrés, presentaban una
respuesta inmune más débil ante el virus del papiloma humano (Vázquez et al.,
2009). Con lo dicho anteriormente, estos autores destacan de Glaser & Kiecolt-
Glaser, quiénes mencionan que las personas que presentan mayores emociones
negativas son más vulnerables y sensibles al contagio de cualquier agente
infeccioso, y proclives a despertar virus en su organismo.
En esta misma línea, otras investigaciones hallan que los estados afectivos
positivos facilitan la solución creativa de diversos problemas (Lyubomirsky et al.,
2005). Además, ayudan a fortalecer ante la adversidad en cuanto que
promueven la resiliencia (Lyubomirsky et al., 2005) y protegen contra la
depresión, pues se transforman en un ingrediente activo esencial que incrementa
los recursos psicológicos de afrontamiento de la persona (Fredrickso et al.,
2003).
Aunado a ello, Lyubomirsky et al. (2005) han hallado que las personas que
experimentan emociones positivas en un momento determinado muestran una
ventaja cognitiva en relación a la experimentación de estados emocionales
negativos en cuanto que logran plantearse nuevas metas que anteriormente no
habían podido considerar.
Vera (2006) dice que el optimismo es uno de los puntos centrales a estudiar de
la psicología positiva. Lo define como una característica psicológica que refiere
a perspectivas positivas, y a objetivos en el fututo, acompañado de variables
como el logro y la perseverancia, que actúan para potenciar el bienestar y la
salud.
Por otra parte, el mismo autor sugiere al optimismo como una de las variables
psicológicas a tener en cuenta, como mediador entre la enfermedad y el estrés.
Afirma que aquellas personas que gozan de altos niveles de optimismo, tienden
a salir recuperados, fortalecidos, y a encontrar beneficios en circunstancias
traumáticas, adversas y estresantes (Oblitas, 2008). En línea con esto, Vázquez
& Castilla (2007) dicen que cuánto mayor optimismo hay en una persona, tendrá
mejores estrategias de afrontamiento para desarrollar conductas de solución de
problemas, al igual que genera en el organismo respuestas inmunes de
competencia mejores, ante situaciones de estrés, que las personas pesimistas.
Los autores señalan un estudio realizado por Cuijpers & Smit, quiénes han
demostrado que el optimismo es una buena garantía para el apoyo social,
independiente de la red social de la persona, que a su vez contribuye a mejorar
los sucesos vitales dañinos de la vida. Por otro lado, y tomando en cuenta la
promoción de la salud, Vázquez et al. (2009) relacionan al optimismo como rasgo
positivo relevante, para mayor protección ante la enfermedad y mayor esperanza
de vida. Al respecto, los autores mencionan algunas investigaciones a
considerar; un estudio realizado en 1988, por Peterson, Seligman & Vaillant,
quienes concluyeron que los optimistas presentaron menor mortalidad y mejor
salud que los pesimistas. Otro de los estudios realizados, de similares
conclusiones; en el año 2000, por Maruta, Colligan, Malinchoc & Offord, con la
participación de 700 pacientes de medicina, evaluaron escalas de optimismo, y
demostraron que el 50% de los optimistas vivían por más tiempo, presentando
mejores signos físicos, mentales, y mayor salud (Vázquez et al., 2009).