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25/10/2015www.noticiasdelacruz.com.

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Leyenda de la Flor del Ceibo

El Ceibo es un árbol originario de América, de la zona subtropical, no muy alto, de tronco retorcido,
pertenece a la familia de las leguminosas, por lo que las semillas se guardan en vainas encorvadas. Sus
flores son rojas, de un rojo carmín.

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El Ceibo, también denominado seibo, seíbo, o bucare, es la Flor Nacional de la República Argentina. Esta
elección surgió en las primeras décadas del siglo XX, después de muchas discusiones y controversias,
pero finalmente, el 23 de diciembre de 1942, el Poder Ejecutivo Nacional, mediante el Decreto Nº
138.974, consagró oficialmente, el ceibo como la Flor Nacional Argentina.

El Ceibo es un árbol originario de América, de la zona subtropical, no muy alto, de tronco retorcido,
pertenece a la familia de las leguminosas, por lo que las semillas se guardan en vainas encorvadas. Sus
flores son rojas, de un rojo carmín.

Crece en las riberas del Paraná y del Río de La Plata, pero se lo puede hallar en zonas cercanas a ríos,
lagos y zonas pantanosas a lo largo del país.

La madera de ceibo es muy liviana y porosa, y se la utiliza para la construcción de balsas, colmenas,
juguetes de aeromodelismo.
Su presencia en parque y jardines argentinos, pone una nota de perfume y color. Y el admirador evita
arrancar sus flores, debido a que sus ramas poseen una especie de aguijones.

LEYENDA DEL CEIBO:

Cuenta la leyenda que en las riberas del Paraná, vivía una indiecita fea, de rasgos toscos, llamada Anahí.
Era fea, pero en las tardecitas veraniegas deleitaba a toda la gente de su tribu guaraní con sus canciones
inspiradas en sus dioses y el amor a la tierra de la que eran dueños... Pero llegaron los invasores, esos
valientes, atrevidos y aguerridos seres de piel blanca, que arrasaron las tribus y les arrebataron las
tierras, los ídolos, y su libertad.

Anahí fue llevada cautiva junto con otros indígenas. Pasó muchos días llorando y muchas noches en
vigilia, hasta que un día en que el sueño venció a su centinela, la indiecita logró escapar, pero al hacerlo,
el centinela despertó, y ella, para lograr su objetivo, hundió un puñal en el pecho de su guardián, y huyó
rápidamente a la selva.

El grito del moribundo carcelero, despertó a los otros españoles, que salieron en una persecución que se
convirtió en cacería de la pobre Anahí, quien al rato, fue alcanzada por los conquistadores. Éstos, en
venganza por la muerte del guardián, le impusieron como castigo la muerte en la hoguera.

La ataron a un árbol e iniciaron el fuego, que parecía no querer alargar sus llamas hacia la doncella
indígena, que sin murmurar palabra, sufría en silencio, con su cabeza inclinada hacia un costado. Y
cuando el fuego comenzó a subir, Anahí se fue convirtiendo en árbol, identificándose con la planta en un
asombroso milagro.

Al siguiente amanecer, los soldados se encontraron ante el espectáculo de un hermoso árbol de verdes
hojas relucientes, y flores rojas aterciopeladas, que se mostraba en todo su esplendor, como el símbolo
de valentía y fortaleza ante el sufrimiento.

Tomada de la narración oral.


Otra Versión de la Leyenda de la Flor de Ceibo

Cuenta la leyenda que esta flor es el alma de la Reina India Anahí, la más fea de una tribu indomable que
habitaba en las orillas del Río Paraná.

Pero Anahí tenía una dulce voz, quizás la más bella oída jamás en aquellos parajes, además era rebelde
como los de su raza y amante de la libertad como los pájaros del bosque.

Un día fue tomada prisionera, pero valiente y decidida, dio muerte al centinela que la vigilaba.

En ese mismo momento, quedó sellado su destino para siempre: condenada a morir en la hoguera, la
noche siguiente, su cuerpo fue atado a un árbol de la selva, bajo y de anchas hojas.

Lentamente, Anahí fue envuelta por las llamas. Los que asistían al suplicio, comprobaron con asombro
que el cuerpo de la reina india tomaba una extraña forma, y poco a poco se convertía en un árbol
esbelto, coronado de flores rojas.

Al amanecer, en un claro del bosque, resplandecía el ceibo en flor.

En Paraguay está la leyenda hecha canción:

ANAHÍ (Canción Paraguaya) (Leyenda de la flor del ceibo)

Anahí...

las arpas dolientes hoy lloran arpegios que son para ti

recuerdan a caso tu inmensa bravura reina guaraní,


Anahí,

indiecita fea de la voz tan dulce como el aguaí.

Anahí, Anahí,

tu raza no ha muerto, perduran sus fuerzas en la flor rubí.

Defendiendo altiva tu indómita tribu fuiste prisionera

Condenada a muerte, ya estaba tu cuerpo envuelto en la hoguera

y en tanto las llamas lo estaban quemando

en roja corola se fue transformando...

La noche piadosa cubrió tu dolor y el alba asombrada

miro tu martirio hecho ceibo en flor.

Anahí, las arpas, dolientes hoy lloran arpegios que son para ti

recuerdan a caso tu inmensa bravura reina guaraní,

Anahí,

indiecita fea de la voz tan dulce como el aguaí.

Anahí, Anahí, tu raza no ha muerto, perduran sus fuerzas en la flor rubí.

Miercoles 5 de Junio de 2019

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LEYENDAS 27 de octubre de 2018

El Picaflor -Leyenda guaraní- El Maynumbí


Eran sus familias de tribus enemigas y hacía tanto tiempo que se odiaban que ya nadie conocía la razón.
Cuentan que Potí era bella. Bella como el alba en primavera.

Cuentan los ancianos que el gran Tupá es justo y bueno cuando justa y buena es la intención de los
hombres. Y la intención de Potí y Guanumby fue la más noble que existe en este mundo: amarse
siempre y mucho, más allá del cielo y de la tierra, del tiempo y de la muerte, de la vida y de la
humanidad.

Eran sus familias de tribus enemigas y hacía tanto tiempo que se odiaban que ya nadie conocía la razón.
Cuentan que Potí era bella. Bella como el alba en primavera. Bella como el viento del atardecer que
arrastra las hojas en otoño y alivia a los hombres del verano. Bella como el sol que acaricia los rostros y
alumbra la sombra del invierno. A Guanumby no le costó enamorarse, y muy pronto Potí también lo
amó.

Una y diez mil veces se encontraron más allá del monte blanco, bajo el sauce criollo, sin que nadie los
viera. Pero un día la hermana de Potí sospechó. Sigilosa, la siguió hasta el monte y descubrió el secreto.
Y enseguida se lo confió a su padre.

Al día siguiente, como siempre, Guanumby cruzó el monte blanco y esperó bajo el sauce. Pero Potí no
llegó. Desesperado, se acercó a la aldea, a riesgo de que lo mataran. Y encontró a Potí discutiendo
fervorosamente con el cacique de su tribu:

─¡Jamás lo permitiré! ─le gritaba él.

─¡Estoy enamorada de Guanumby! ¡Debes entenderlo, padre!

─¡Nunca! Por la mañana te casarás con uno de los nuestros, y esa es mi última palabra.
Entonces Guanumby salió de su escondite. Como si hubieran podido ensayarlo una y diez mil veces
gritaron al unísono, ante el horror del cacique:

─¡Oh, gran Tupá, no lo permitas!

Cuentan los ancianos que jamás se vio en la tierra otro prodigio igual. De pronto Potí y Guanumby
vieron sus propios cuerpos, extrañados, como si ya no les pertenecieran. Potí se deshizo en un tallo
pequeño pero firme y su piel se fue volviendo suave como un terciopelo: era una flor, una flor bellísima
como ella misma lo había sido antes de que el gran Tupá la transformara.

Guanumby, al mismo tiempo, se volvió ligero como el aire: dos alas diminutas, casi transparentes y
veloces lo mantuvieron en vuelo y, desesperado por encontrar a Potí, se alejó torpemente del lugar.
Desde entonces la busca. Huele cada flor de cada monte de cada de cada aldea. Besa con su pico las
corolas más bellas con la secreta esperanza de encontrarla. Cuentan que unos hombres lo vieron y
quedaron extasiados por el color de sus plumas y la rapidez de sus movimientos.

─Picaflor ─lo nombraron, porque una y diez mil veces lo vieron escarbando con su pico el interior de las
flores, ignorantes de que Guanumby solo busca los besos de su amada.

Yerutí

Cuentan que en la margen izquierda del Riachuelo, muy cerca del "Paso Pesoa" vivía una familia cuya
hija iba a contraer matrimonio, pero el acto religioso debía efectuarse en la Ciudad de Corrientes y no
había manera de cruzar el arroyo sin que el vestido largo de la novia no corriese riesgo de ensuciarse.
Por ese tiempo estaba en construcción el "Puente Pesoa", cuyo director de obra, al enterarse de la
situación, ofreció salvarlas a corto plazo, mediante el cierre de la cobertura del piso del último tramo y
sugirió la espera.

Los novios aceptaron la proposición y pocos días después se concretó el acontecimiento, concediendo a
los desposados y su comitiva la prioridad del uso de la obra nueva.

Finalizada la ceremonia y ya de regreso a la casa, comenzó la fiesta. Fue entonces, cuando el novio,
prendado de la emotividad del ambiente, propuso a la novia una fuga silenciosa al puente.

"Nosotros lo hemos inaugurado –dijo– Se trata realmente de un privilegio que Dios nos ha concedido a
través de su constructor." Y agregó: "Vale la pena rendirle un tributo. Vamos hasta el puente y allí, los
dos solos, bailaremos sobre ese piso nuevo, ya que la música llega hasta allá". La novia dichosa y
divertida, aceptó.

Llegaron al puente y al compás de un chamamé que llegaba nítidamente comenzaron a bailar. No


repararon, sin embargo, que el puente todavía no tenía la baranda protectora, tanto que la pareja
enfrascada en la sensibilidad de los giros, no advirtió que se hallaba muy cerca del borde. En uno de sus
giros, el joven perdió pie y arrastró al vacío a su esposa, y ambos desaparecieron en las profundidades
de la corriente.

Dicen que al amanecer se posó sobre uno de los pilares una paloma blanca, una yerutí, que nunca había
aparecido por allí. También al caer la tarde volvió a posarse sobre el mismo pilar, desde donde emitió su
típico gorgojeo.

Los vecinos y los pescadores de la zona afirman que durante las noches de luna llena suele verse a la
yerutí, blanca como una novia, sobre el mismo pilote, y que es el alma de esa novia que llora sin
resignación y llama insistentemente a su novio perdido.

La leyenda del Nahuelito

A partir de 1897, el Dr. Clemente Onelli, director del Zoológico de Buenos Aires, comienza a recibir
informes esporádicos acerca de una extraña criatura habitante de los lagos patagónicos y organiza una
expedición de búsqueda que no arrojó resultados positivos. Más recientemente, en 1960, la Armada
Argentina persiguió en el lago un objeto submarino no identificado durante 18 días, sin conseguir
identificarlo.

La hipótesis más popular es la que el monstruo prehistórico “Nahuelito” sería un sobreviviente de la


época de los dinosaurios, probablemente un “plesiosauro”. Un animal que se supone, se come a los
animales que están tomando agua. Una versión más moderna (y más fantástica) sugiere que el Nahuelito
sería una extraña mutación de algún animal local producida por los experimentos nucleares que se
vienen realizando ininterrumpidamente desde hace 60 años. También esta la teoría de un submarino de
origen desconocido, pero ninguna ha sido demostrada. Lamentablemente y a pesar de haber vivido más
de 20 años en la costa del lago Nahuel Huapi, no puedo dar fé sobre la existencia del “cuero”, será
cuestión de seguir mirando…

(Hay muchas versiones diferentes de esta leyenda)

Se trata de una criatura acuática desconocida que, según la creencia popular, vive en el lago Nahuel
Huapi, Bariloche, Argentina. El origen de la leyenda se remonta a relatos indígenas previos a la
conquista. Los primeros exploradores obtuvieron de los nativos del lugar leyendas acerca de encuentros
ocasionales con monstruos acuáticos. Los relatos indígenas y el primer avistamiento registrado data de
1910, cuando George Garret pudo avistar “a unos 400 metros de distancia una criatura cuya parte
visible medía entre 5 y 7 metros de largo y sobresalía unos dos metros por encima del agua”.

el gran río de la plata.

Hace mucho tiempo, cuando las tribus recorrían libres las grandes tierras y los chamanes hablaban con
las nubes y las estrellas, junto a un gran río había una pequeña aldea. Sus gentes vivían en paz: se
dedicaban a la pesca, la agricultura y la caza.

En aquél pequeño poblado vivían tres niños fuertes de espíritu y muy hermosos. La mayor de los tres era
Anahí, cuyo nombre significa flor del Ceibo: era la hija del jefe de los cazadores. Los otros dos niños eran
Aratiri, que significa rayo, y Arandu, cuyo nombre quiere decir sabio en nuestra lengua.

Los tres amigos crecían sanos y felices: Anahí era una niña bondadosa, generosa e inteligente; Aratiri era
audaz, aunque algo cabezota y orgulloso; Arandu era un niño muy observador, paciente y reflexivo; era
sabio, tal como su nombre indicaba. Con los años, Anahí se convirtió en una muchacha muy bella. Aratiri
y Arandu eran altos y fuertes: los mejores cazadores del poblado. El padre de Anahí era ya mayor: uno
de los jóvenes de la aldea se convertiría en el nuevo jefe de los cazadores y tendría el honor de casarse
con Anahí.

La decisión se anunció públicamente y solamente Arandu y Aratiri respondieron al desafío: eran los más
fuertes, rápidos y valientes de la aldea: nadie podría competir con ellos. Así que el consejo de ancianos
se reunió. Al día siguiente, la más anciana de la aldea, que era la jefa del consejo, proclamó las tres
pruebas que habrían de superar.
El primer día debían cruzar a nado el gran río. La carrera fue muy dura, porque la corriente del río era
fuerte y la distancia larga; pero ambos jóvenes nadaron vigorosamente, llegando al mismo tiempo, por
lo que ambos ganaron la primera prueba.

La segunda prueba consistía en pescar el mayor número de peces en una sola mañana. La mala suerte
quiso que una tortuga quedase atrapada en la red de Aratiri, haciendo un gran agujero por el que
escaparon los peces. Aratiri, montó en cólera y subiendo a la tortuga a su canoa, remó hasta el centro
del río para abandonarla sobre un montículo de arena, atrapada en la inservible red. Arandu se apiadó
de la pobre criatura, así que remó hasta ella y con su cuchillo se puso a cortar la red hasta liberarla.;
pero la mañana entera pasó rescatando a la tortuga, por lo que no tuvo tiempo de pescar ni un solo pez.
Así que ambos muchachos regresaron con las manos vacías. Ninguno había superado la segunda
prueba.

La anciana anunció cual sería la tercera prueba: — dentro de tres días —dijo—, al amanecer, deberéis
traerle a Anahí algo que ella desee. Arandu y Aratiri no sabían cuál podría ser ese deseo y por mucho
que pensaron y trataron de recordar no hallaron la respuesta. Esa noche, cada uno, en secreto, decidió
ir al río, adonde las muchachas bajaban a peinarse junto a sus aguas. En el agua estaban las jóvenes,
riendo, charlando, mientras se lavaban y peinaban. Finalmente; una de ellas le preguntó a Anahí qué era
aquello que deseaba. La verdad es que Anahí no deseaba nada especialmente; pero mientras se peinaba
contempló el reflejo de la luna sobre las aguas y dijo: — deseo la luna. Arandu y Aratiri habían
escuchado desde sus escondites la conversación. Esa misma noche se pusieron a pensar un plan. Aratiri
decidió que trenzaría una gran red y pescaría a la luna cuando esta se fuera a bañar al amanecer del
tercer día. Arandu, en cambio, no quería capturar a la luna. Pensaba que no sería justo quitársela a
todos los seres para que la disfrutara una sola persona; “buscaré una gran caracola blanca y sobre ella
tallaré una hermosa luna, así ella podrá tener la luna sin que tenga que robarla del cielo”, pensó. Aratiri
pasó tres días con sus noches tejiendo y tejiendo y Arandu tallando una luna en la caracola que su
amiga, la tortuga, le trajo desde el profundo océano.

Justo antes del amanecer del tercer día Aratiri fue al río con la gran red y esperó tras unas cañas.
Cuando la luna se sumergió para tomar su baño antes de la llegada del sol, lanzó su red y la atrapó. Los
gritos de júbilo de Aratiri atrajeron a todo el pueblo: había conseguido la prueba. Los ancianos del
pueblo preguntaron a Anahí: — ¿Era éste tu deseo? A lo que ella tuvo que responder que sí. Arandu,
entristecido por la Luna, saltó sobre la enorme red y cortándola con su cuchillo, la liberó de su prisión. El
consejo de ancianos preguntó a Arandu por qué había hecho eso — ¿Acaso no sabes perder? — No es
eso —respondió Arandu— es sólo que el deseo de una sola persona no puede privar a todos de un bien
común. No habrían mareas, ni podríamos contar los meses y todas las noches serían oscuras. —
Ciertamente, tus motivos son nobles y sabios, Arandu; pero es cierto que Aratiri ha cumplido con la
prueba, aunque el deseo de Anahí no fuera justo. Aratiri será el jefe de los cazadores y se casará con
Anahí. Arandu comprendía la decisión del consejo, pero no se lamentaba de lo que hizo; regaló a Anahí
la caracola, con una bella luna tallada, como regalo de bodas. — Si algún día necesitaras de mi ayuda,
busca a la tortuga del gran río —. Dijo, y abandonó la aldea hacia el oeste.

Muchos años pasaron desde aquella mañana. Aratiri se había convertido en un jefe irascible, autoritario
y vanidoso: ahora era un guerrero que combatía constantemente con las tribus vecinas. Los hombres
iban a luchar durante meses y no regresaban hasta que el invierno llegaba a la aldea. Todo el trabajo era
para las mujeres. En el poblado estaban muy tristes; se pasaba mucha hambre. Anahí decidió buscar a la
tortuga y le rogó que fuera al encuentro de Arandu y le hablara de los problemas de la aldea. La tortuga
remontó el gran río y otros ríos más pequeños; atravesó lagos, pantanos, selvas y más ríos y riachuelos
aún, hasta que llegó a las montañas, donde encontró a Arandu.

Arandu no quería enfrentarse a Aratiri y causar más dolor en su pueblo. Habría otra forma de ayudar sin
hacer daño a nadie; así que pidió a la Luna consejo. La Luna le regaló un peine de plata y le indicó que lo
enterrara en el suelo. Así lo hizo Arandu e inmediatamente, surgieron del suelo edificios, jardines y
estatuas. Todo era de la más pura y brillante plata. — Me salvaste del cautiverio y nunca me pediste
nada a cambio, Arandu —dijo la Luna—. Este será tu reino, que gobernarás con sabiduría y amor. Cada
noche, toma un fruto de plata y deja que el río lo lleve en su corriente hasta Anahí.

Eso fue lo que hizo Arandu: cada noche, dejaba en el agua una fruta de su jardín, que recorría riachuelos
y lagos hasta el río grande; cada noche, cuando Anahí acudía a peinarse, recogía el regalo de Arandu y
lo escondía dentro de la gran caracola. Pasaron algunos años más y Aratiri murió en una batalla. Anahí
sería ahora la jefa de cazadores hasta que su hijo creciera. Con la plata que había reunido durante
aquellos años, negoció la paz con sus vecinos y compró el grano que necesitaban para que las gentes de
su pueblo pudiesen cultivar. Hubo gran fiesta y júbilo: todos agradecían en su corazón la ayuda de
Arandu. Desde entonces, el río grande junto a la aldea fue llamado Río de la Plata en recuerdo del regalo
de Arandu

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