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rA DONDE VA LA CIENCIA POLITICA ?

Giovanni Sartori

Cuando era estudiante, o algo por el estilo, se me enseñaba que no se hace


historiografía del presente. Toda historia es ciertamente contemporánea en el
sentido en que el historiador interpreta con los ojos de su propio tiempo; pero el
objeto de la historiograDía es el pasado, lo ya sucedido y no aquéllo que se está
haciendo. ¿A dónde va la política? ¿A dónde irá? No lo sé. A dónde ha ido en
los años en los cuales la disciplina y yo hemos caminado juntos es —presumo—
lo que se me pide narrar e interpretar. Se me pide, pues, hacer de historiador de
mi propio presente. Probaré, pero no sin antes haber metido las manos al fuego.
Tengo un consuelo: se rae ha pedido lo casi imposible.

¿A dónde va la Ciencia Política? ¿Respecto de cuándo? ¿Cuál es el momento


o punto de referencia? Partiré —años más, años menos—de 1950, es decir, del
nuevo curso que en gran medida refleja, tanto en Italia como más generalmente
en Europa, la influencia norteamericana: la progresiva aCrmación de una ciencia
política entendida casi a la letra, es decir, en espera de afirmarse como "ciencia
empírica"fundada sobre la investigación. Los franceses,celosos siempre de todo
primado que no sea el suyo, hablan de ella todavía como de Ciencia Política á
l'atnericaine. El elemento estrictamente norteamericano es por lo demás el
behaviorismo; elemento que había sido precedido, en los años cuarentas, por un
grupo compacto e influyente de prófugos de la cultura alemana. Y la caracten's-
tica de la cultura que nos llegaba de Estados Unidos en la segunda posguerra
estaba dada precisamente por este injerto de Mitteleiiropa y de Nuevo Mundo.
Los Cassirer y los Kelsen trasplantados en Estados Unidos no son más los
Cassirer y los Kelsen de la Escuela de Marburgo o de Viena; pero por siempre

Tomado de Graziano, I-uigl (edil.). La seicma poHiica ¡n Italia. Bilancio e prospciíive. Milano, Fnnco
Angelí, 1984, pp. 98-114. Traducción de Císar Cansino y Eduardo Bamza.

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serán Cassirer y Kclsen. Cuando joven, desembarqué (aún se iba por mar) en
Estados Unidos en el año 1949.Quien más me atraía a la Columbia era Lazarsfeld
(nacido en Viena), y el autor que más escribía y daba de qué hablar en Harvard
era Cari Friedrich. Americanizándose, Karl había devenido Cari, pero por lo
demás era difícil encontrar un catedrático más teutónico que Friedrich. Entonces,
la hegemonía de la cultura norteamericana de la segunda posguerra que vino, al
menos en aquellos años,a sustituir la hegemonía de la cultura alemana(no puesta
en duda hasta 1914 y después destruida por Hitler)era en parte solamente harina
de un nuevo mundo;diría,aun más,que su fulgor resultaba del trasiego en nuevos
barriles del viejo vino europeo. Alrededor de 1950 la "nueva cultura" venía,
ciertamente,de Estados Unidos como sede territorial, pero era fruto de una nueva
fusión, en tierra norteamericana, de una sólida fuga y concentración de cerebros
europeos.'

Esta precisión se liga a la primera observación que estoy por hacer. Aquello
que más me inquieta al retroceder con la memoria y al confrontar los años
cincuentas con los años ochentas es la desaparición de los "grandes", de los
grandes autores. En los años en los cuales leía mucho y escribía poco(en lugar
de escribir mucho y leer poco como me ha sucedido al envejecer) existían, sin
sombra de duda,autores obligados que en verdad eran "grandes". ¿Quiénes eran?
En 1980 la revista Governmenl and Opposition publicaba un fascículo cónme-
morativo dedicado a "una generación del pensamiento político".^ En su contri
bución, Ralf Dahrendorf observa que en la generación en cuestión "el más
cercano a la estatura de Max Weber sería Raymond Aron"; recuerda entre otros
máximos autores a Daniel Bell, S.M. Lipset, Edward Shils, y concluye que los
años setentas no han producido, frente a los nuevos problemas y a las nuevas
fuerzas de aquella década, "nada ni siquiera vagamente semejante" a cuanto
había producido la literatura del periodo precedente.^
En el mismo fascículo, el sociólogo Julius Gould agrega a los nombres de
Lipset, Bell y Shils los de Bendix y Smelser, para después comentar: "podía

' Cfr. Laura FcrmI, Iliiislríoiis Imnúgrants: Tlic íntcUcctual Migration from Europc 1930-1941. Univcrsity of
Chicago Prcas,2a. cd., t972.
^ "A Gcncration of polllicat Thoughl", vol. 15, pp. 3-4, 1980 de Governmenl and opposition.
^ **Twcnly-fivc yeats of socio-poliiical analysis; notes and rcflcclions", loe. cil., p. 314, 318 y passim.

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esperarse que hubiesen tenido sucesores: pero no ha sido asf'."* Y recientemente


me he topado con una nota de Franco Ferraroti que entre los grandes también
enumera a David Riesman,para después observar:"con una mirada retrospectiva
y comparativa el panorama moderno se ofrece gris e impresionantemente pla
no".^ Hasta aquí los autores recordados son sociólogos(a los cuales agregaría a
Talcott Parsons) más que politólogos. Entre estos últimos ya mencionaba a
Friedrich. Y ¿cómo olvidar, recordando(con Dahrendorf) a Raymond Aron, al
amigo que éste llegó a defender en el tribunal justo antes de morir, es decir, a
Bertrand De Jouvcnel? Si se me preguntara quien es el sucesor de Ortega y Gasset
respondona: De Jouvenél.*^ Pero si se me preguntara quiénes son los sucesores
de él y de Aron, permanecería callado. Podria agregar algún otro nombre, y se
puede disentir sobre algunos de los citados, pero, en conjunto, también a mí me
parece que los grandes autores de los cuales mi generación ha verdaderamente
aprendido no se han reproducido.

¿No hay más "reyes", o no alcanzamos(Dahrendorf, Gould, Ferrarotti, yo)a


verlos? Recordaba anteriormente lo difícil que resulta juzgar la realidad de la
cual somos parte.Aquien intenta la historiografía del presente le falta el desapego
y la perspectiva. Y entonces puede suceder que también hoy existan grandes que
no percibimos. Es cierto que identificarlos y reconocerlos (en la communis
opinid) ha resultado difícil por al menos dos circunstancias. La primera es la
dificultad de distinguirlos en la multitud. En 1950, éramos tanto en sociología
como en Ciencia Política relativamente pocos, mientras que hoy somos relativa
mente muchísimos. Esporádicas copas de árboles han devenido bosque; y el
bosque esconde los árboles. Aunque en el bosque existen troncos grandes están
ocultos para siempre. No creo que de este modo se explique mucho, pero ese
aumento en las filas puede tener su propio peso oculto.

La segunda circunstancia es la industria editorial. El gran autor permanece


como tal por sus libros, libros que todos encuentran y que algunos cuantos leen.
El"editor"de otros tiempos sabía lo que imprimía;olfateaba y en ocasiones hasta

^ Loe. eit., pp. 390-391.


^ "L'infcrma Scicnza",L'0/«n/off<r, abril de 1984.
* No objeiaría, por lo demás,si alguien respondiese: llannah Arendt(en referencia a los esplendidos cpsiyos
recogido^ en Bectween Past and Future de 1954 y The Human Condition de 1958). El punto no cambia,
que De Jouvcnel y Arendt pertenecen a la misma generación.

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estimaba a los autores de éxito y los mantenía con vida, es decir, en el mercado.
Benedetto Croce era Benedetto Croce; pero sin Laterza no hubiese sido posible
acceder a su fascinación, y si fuese visto hoy en Nueva York y cayese en manos
de un editor que ocupa un rascacielos, que debe sacar al mercado diez volúmenes
diarios, y que a su vez está dominado por una multinacional farmacéutica (el
ejemplo es imaginario, pero son casos que se dan), en tal caso, muy bien podría
suceder que de Benedetto Croce nadie se percatara.

Por un contador del gordo editor(o, por su computadora), vendremos a saber,


si acaso nos interesara, que un volumen intitulado Eítéí/ca ha sido publicado en
1500 copias y que 600 copias han quedado sin venderse y después han caído al
mercado de segunda. Amén:así terminó un oscuro filósofo de provincia. Fanta
siosos,aunque escenarios en parte verosímiles,la industria editorial es en primer
lugar (si no exclusivo) "industria": debe pagar miles de estipendios, tener en
movimiento constante las rotativas y producir ganancias que a su vez sostengan
sus cotizaciones accionarias en la bolsa. La editorial que deviene industria no
sabe nada de aquello que publica; quien a su tiempo vio el manuscrito ya no está;
y un pobre autor que busca explicar a alguien, de oficina en oficina y de edificio
en edificio, que su libro no se vende porque está agotado, encuentra solamente
la atención de una computadora que no escucha y que no ha registrado, al 31 de
diciembre, una sensible caída de copias vendidas. Es el fin. Que de aquel libro
ya no exista copia alguna es, en el informe del editor, solamente motivo de
satisfacción financiera: el limón ha sido exprimido hasta la última gota. Muy
bien. Ahora es necesario matarlo. Una reedición no ocupa personal,deja inactivos
a los lectores y a los cuidadores de textos (el editor inglés), y sobre todo no
permite exprimir el nuevo limón —sobre el tema, y por lo tanto competitivo—
que está por salir de la cadena de producción. Morsíua vita mea. A fin de que la
máquina gire a pleno ritmo, el libro aparecido en 1982 se deja morir para dejar
lugar al sucesor aparecido en 1984. ¿Exqgero? Me temo que no. Las reading líst,
las listas de las bibliografías para los propios estudiantes, son cada año mi
desesperación.

Habiéndose terminado los grandes autores de lectura obligada, e inundados


como estamos por una ingente selva de publicaciones sumamente mediocres(o
peor), encontrar algún buen libro es toda una empresa. De buscar y rebuscar,
finalmente uno lo encuentra. Júbilo grande como efímero: después de dos o tres
años aquel libro está agotado.La búsqueda del tesoro debe recomenzar y el tesoro
es cada vez más reducido. Por lo tanto, la industria editorial hace difícil a los

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grandes, o por lo menos a los buenos, crecer y afírmarse. Asistimos —casi* de


manera inadvertida hemos entrado en el meollo del asunto— a una gran masacre
en la cual el toro de lidia tiene el mismo fín que el pobre buey cojo.

Pregunta:¿Cómo es que las víctimas de tan indiscriminada carnicería se dejan


matar así tan dulcemente? En parte es su propia culpa. La ciencia, la verdadera,
es acumulativa. Para hacer química no es necesario conocer la historia de la
química, y para hacer física se puede comenzar desde donde ha llegado.Pero^
las ciencias "blandas" la acumulación o no existe o bien,en la medida en la que
existe, es dudosa. No obstante,en el ansia de exhibir credenciales científicas, la
mayoría de mis másjóvenes colegas se deja persuadir,o quizá termina por creer
en verdad,que el último texto,el más reciente,acumula en síel saber de los textos
que lo preceden. Una prueba lo son las reading list de las que hablaba arriba. En
mis afanosas investigaciones en espera de reivindicar los anuales "agotados",
inspecciono todas las listas de lectura ajenas sobre las cuales alcaiuto a meter
mano. Y la mayona de mis colegas monta, me percato, al mismo tigre de la
industria editorial. En listas se presenta de inmediato el último libro, el más
reciente, aunque su predecesor no se haya agotado aún. Es como si el nuevo
incluyese eo ipso el viejo, y lo superase. ¡Ay de mí!, así no es. Hace años se
inventó la palabra "innovacionismo",es fea, pero dice mucho. En nuestro caso,
explica que editores y autores se persiguen en una falsa carrera"innovadora"que
destruye la honesta transmisión del saber y premia la última locura de quien sabe
vender humo recubierto.

Esta vez,lo admito,he exagerado un poco. A un lado de los"innovacionistas"


hay también estudiosos serios, y en ocasiones el éxito llega también a estos
últimos. Queda por observar que también el buen texto del autor serio es hoy
más perecedero que en el pasado por una razón intrínseca. Desde hace tiempo,
la Ciencia Política se desarrolla como un conocimiento empírico y desde hace
mucho necesita el fundamento de la investigación. La ciencia va con datos y,en
la medida de lo posible, con datos "duros", datos cuantitativos. Ahora bien, la
investigación observa el aquí y ahora; y en tanto más observa con precisión, es
decir, que mide, tanto más capta el instante fugaz. Y por lo tanto, los textos
fundados sobre la investigación envejecen pronto; a pocos años de distancia sus
datos deben actualizarse y será fácil declararlos obsoletos.¿Esésta una diminutio
capitis sin remedio? No. Cierto, una teoría "sin datos" es, a la par que otras
condiciones, menos detcríorable que una teoría "de datos", demasiado circuns
crita a los datos de los que dispone. Pero lo importante no es esto, sino que los

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buenos datos presuponen una buena teoría; que un texto brillante es tal porque
su teoría sobrepasa su erapiria. Y es entonces cuando el gran autor no envejece
(aun cuando sus datos sean viejos) porque ha sabido pensar, por la teoría que
contiene. Un buen ejemplo es el de los clásicos de la economía. La economía es
ciencia empírica; el economista está apegado a los"fenómenos",a las cosas que
se ven; y sin embargo, los grandes economistas se leen siempre con provecho;
quien ha hecho escuela continúa siendo leído no porsus datos,sino porsu escuela.

Había partido de la cuestión de si es verdad que los grandes ya no existen. He


reconocido que es más difícil individualizarlos,que la industria editorial amenaza
a ciegas, y existen; pero poco a pocose ha comenzado a ver que también nosotros,
sociólogos y politólogos, hemos tomado caminos equivocados. Que en las
ciencias del hombre se dé acumulación es un nefasto autoengaño. Peor aún, la
relación entre teona e investigación ha sido resuelta muy de prisa y, por tanta
prisa, ha sido mal resuelta. De la revolución behaviorista hemos pasado abrup
tamente a la cuantificación, y la computadora ha llegado, para las ciencias
sociales, demasiado pronto. En el justo medio, después de tanto correr, es
impuesto el juicio del "sesentaiochismo", una revolución cultural que ha sacado
muchas cosas del cajón, pero ha producido poco. Dicho todo lo anterior, me
incumbe ahora, en alguna medida, explicarlo.

Comienzo por la relación teoría-investigación. Después de tanta teoría sin


investigación era normal, y hasta saludable, privilegiar la investigación —la
adquisición de datos— como característica distintiva de las ciencias del hombre.
Sólo que en la fase del "empirismo crudo" los datos se han comido la teoría. La
doctrina que ha sido llamada neo-baconiana^ no permite que la ciencia suija,con
la ayuda de la estadística, de los datos, con un "retomo a los datos". Paradójica
mente, el padre noble de esta aproximación, ejemplificada por el Cross Polity
Survey de Banks y Textor (1963), y por el World Handbook ofPolitical and
Social índicatorsdcRusseU,Alker,eí. al.(de 1965,después reeditado porTaylor
y Hudson en 1972) ha sido Karl Deutseh.® Al empirismo crudo, aun en su más

7
Cfr. Robcrt T. Hoil; John E. Turncr(comps.) The mcthodology ofComparailve Rescarch, Frec Press, Ncw
York, 1970, p. 58. Cfr. cap. 2(de Holl y Riciiardson), csp. pp. 58-65,"Alhcoreiic Approacfics". La tesis
aquí es que son los datos los que generan la ciencia.
8
Cicutsch ha sido después el prologista de Probicnts of WorldModcUng: Polillcal and Social Implicaiions.
Ballinger, Cambridge Mass., 1977.

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sofisticada versión nco-baconiana, hoy día un buen número lo considera supera


do. La mayoría pide hoy"más teoría". Pero el llamado cae en buena medida sobre
un desierto en el que no puede florecer. Después de haber refutado ampliamente
la idea de que los celebrados datos no son más que informaciones plasmadas y
recopiladas por"contenedores conceptuales", hoy nos volvemos a encontrar con
conceptos mal andados y, peor que nunca,sin "redes conceptuales" sistematiza
das para fines de investigación y aptas para consentir la acumulación de los
datos.'Cuando todo está dicho —y por decir hay aún muchísimo—se llega, me
temo,a esta desconcertante conclusión:que hemos acumulado montañas caóticas
de datos que no sólo no deberían de ser sumados(aunque,con la complicidad de
la computadora,lo hacemos)sino que,además,raramente son "válidos"; esto es,
no miden y mucho menos "indican" aquello que pretenden medir.'° La relación
entre teoría e investigación ha sido volcada en la relación de la investigación con
la teoría y, así invertida, ha estropeado la teoría sin coligar o "relacionar" nada.

En los inicios de los años setentas, veinte años después del cambio de curso
de 1950, era ya fácil advertir que la revolución behaviorísta y el ansia cuantifi-
cadora eran contraproducentes por tres efectos. Primer inconveniente: "en la
medida en que es la naturaleza de los datos(cuantitativos o no)la que establece
cuáles son los problemas, la Ciencia Política logra descubrir "más" en lugar de
"menos": de volverse precisa, más aún exacta, sobre cosas triviales. Bien por el
lado estadístico; pero el hecho de ser datos expresables en números no [...]
constituye un criterio de relevancia". Segundo inconveniente:"las definiciones
operacionales [planteadas para coligar teoría e investigación] desarrollan la
extensión o denotación de los conceptos en detrimento de su intención o conno
tación, de lo cual se deriva que un operacionismo obsesivo y mal entendido
atrofia la teoría, es decir, la fecundidad teorética de los conceptos". Tercer
inconveniente:"En el progreso de la ciencia hace de contrapeso el retroceder del
objeto, es decir, de la política [...] Necesitamos datos; si son cuantificables es
mejor; y si constan de grandes números es todavía mejor. Ahora bien, el grueso

Víase, para ampliar esto, G.Sinoñ,Lapolíiica:lógica emcloih in scienzesocial!.SugarCo,Milano 1979,


pp. 266-275. Cfr. También Partios aiidPariy Sysicms. Cambridge Universily Press, Ncw Yorlc, 1976, pp.
295-298.
Lo dicho vate también para los indicadores. Añado que no basta disponer de datos válidos; es necesario
también que midan características(propiedades)no triviales de ta construcción teórica sometida a veñnea-
ción. Sobre este último problema debo remitirá mi contribución "Guidetines forConcept Anatysis" en G.
Sartori(comp.).SocialSciencc Conccpis:A Sysicmaiic Analysis. Sagc, Beverly Hitls, \984,passim.

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de los datos de esta clase está constituido por los datos socio-económicos
relevantes para los estadísticos [...] este tipo de información prcconstituyc la
interpretación: de los datos económico-sociales, es un juego de poder recabar
explicaciones de tipo económico-social [...]. La política se vuelve un explanan-
dum cuyoexplanans es foijado, y preconstituido, por datos que podríamos llamar
hipo-políticos, de bajo tenor de politicidad.""

Paso al "sesentaiochismo". De todo lo anterior se deduce que cuando menos


en un punto mi diagnóstico coincidía con el de los contestatarios:la"irrclevancia"
de la Ciencia Política de corte bchaviorista. Sólo que un mismo resultado puede
ser atribuido a causas diversas. De hecho así era. Para los contestatarios de la
segunda mitad de los años sesentas el vicio estaba en la avaloratividad (denun
ciada, por lo demás,como con.servadora), y el remedio en el renacimiento de una
Ciencia Política politizada y valorativa. Nunca he aceptado, ni acepto, esta
terapia. No es que yo sea un extremista, un fascincroso de la Wertfreiheit. No
soy de naturaleza extremista. No estoy por citarme de nuevo.'^ Y aquí no me
adentro en disquisiciones superfinas sobre lo que Max Weber dice, no dice o
entiende.La cuestión de los valores era,hasta la revolución romántica,la cuestión
de las "pasiones". Y por más de dos mil años ha sido dicho por las posiciones
más extremas que las pasiones oscurecen y perturban el saber. Así Plutarco:"al

Cito de mi capítuto,"L.a scicnza polilica" en Sloria Hclle ideepoUtiche, economiche esociaVi (dirigida por
Luigi Firpo), vot. VI, Ulel, Torino, 1972, pp. 699,703,704, 706. Aquct texto es aliora reproducido en La
política, op. cli., pp. 189-245(donde los psajes citados están en pp. 234-235,239-240, 241, 244-245). A
decir de G. Pasquino,en la Ciencia Política de los años sesentas tiabfa venido surgiendo "el paradigma de
la separación de la autonomía de lo político"; pradigma que alcanza su punto más alto con Easton y que
es puesto en tela de juicio por el sesenta y ocho,a tal grado que "el punto de partida de los años setentas
esta constituido por la retirada de la política"("Dalla separatezza alia rilevanza dclla política" en Varios
autores La sclema política In ¡talla; niaíerlall per un bllanclo. Quadcmi Fondaziones Feltrinelli, Angelí,
Milano, 1984, pp.23-25). A mi parecer, no hubo separación de la política en los años sesentas. En el escrito
remitido en el texto explicaba la "desaparición de la política"(lo exactamente opuesto de cuanto sostiene
Pasquino)así:"el movimiento bchaviorista se declara intcrdiseiplinario, no 'reduccionista'; pro contiene,
explícita o implícitamente, un ptencial reduccionista. No hay duda, pr ejemplo,que el bchaviorismo haya
contribuido a la 'soeiologizaeión de la plítica'..."(La política, p. 242). Y éste llltimo es un tema que
dcsanollo a fondo en el escrito "Classi e sociología dclla plítica", ahora recogido en Teoría del partiii c
caso Italiano SugitCo, Milano, 1982,cap. 5. Disiento también sobre Easton,como diré más adelante, nota
23).
12
Una compilación que representa muy bien,en F.stados Unidos,las psiciones del grup replicante(el Caucus
de la Asociación Americana de Ciencia Política) es: Markin Surkin, Alan Wolfe (comp.), An End ta
Polltical Sclence: The Caucus Fapcrs. Basic Books, New York, 1970.
"Para mi psición e interpretación de la wcbcríana "libertad del valor" efr. La política, op.cit., pp. 45-49 y
235-239.

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sol hacen sombra las nubes, a la razón las pasiones". Así Hobbes:"sin gufa'las
pasiones son a lo sumo pura locura". Así La Rochefoucauld:"la pasión a menudo
vuelve estólido al más hábil de los hombres, y hábiles a los más tontos". La
voluntad general de Didcrot y de Rousseau presuponía (al no ser ni cognoscitiva
ni general)"el silencio de las pasiones". La máxima que desde siempre rige la
conquista del saber es sine ira ei siudio. Máxima que el sesentaiochismo
desarrolla. En el 69 denuncié los hechos como "asnocracia". Fue mi párrafo más
célebre (en II Corriere), que me redituó una buena cantidad de injurias y la
excomunión urbi et orbi por parte de los iluminados de aquel tiempo. Pero me
mantuve en la misma posición. En el 70, a propósito de las "filosofías sociolo-
gizantes a la Marcarse y de la Escuela de Frankfurt" observaba que dichas
filosofías"no por casualidad encontraban en Italia el aplauso entusiasta no sólo
de losJóvenes(hasta aquíel fenómeno es generacional y universal),sino también
de los ancianos,encantados de reencontrarse en el terreno de sus propios pecados
de Juventud; aquel simplismo dialéctico, aquella orgía de palabronas oscuras, y
aquella insolencia verbal que resuelve todos los problemas en palabras...".'"* De
toda aquella embriaguez en Italia y más allá, hoy sobrevive solamente Habermas
(que no me impresiona demasiado); pero hubo escasez y sus consecuencias, si
bien atenuadas, perduran.'"'
Entonces,¿a dónde va la Ciencia Política? Después de haber repartido grandes
golpes de espada a diestra y siniestra, no quisiera dejar a quien me escucha con
la impresión de que soy un laudatorio del buen tiempo antiguo, o bien de que
reconstruyo treinta años de camino como un ir de mal en peor. No. En realidad,
la Ciencia Política ha ido y está yendo en sentido diverso. Lo que implica que
entre los dos extremos por mí criticados —la ciencia de estricta observancia
positivista cuantitativa por un lado, y la no-ciencia ideologizante y filosofante
por el otro— existe un filón intermedio, ajeno a ambos excesos, que ha trabajado
y continúa trabajando con seriedad y provecho. Por citar a un observador no

Aiilologia di scldua política a cargo de G.Sarlori, Bologna, II Mulino, 1970,"Inlroduzione", pp. 18-19.
Diría que el país que ba quedado más marcado por el scscnlaiochismo es Alemania, donde Francia lia
exhibido el contraataque más eficaz. En Estados Unidos un sondeo de 1976 indicaba que el 69% de los
politólogos norteamericanos consideraba al bchaviorismo "el paradigma predominante" pero sólo el 48%
se identificaba con él. Lo descontado entre los dos valores puede ser leído como una erosión debida a la
campus rcvolution (con lo que no pretendo sugerir que la mitad de los politólogos norteamericanos sean
hijos y aprueben la "ciencia valorativa"). Cfr. en general John Dreijmanis,"Political Seience in the Unitcd
Stales:líie discipline and the profession".GovcrnmeniandOpposíiion,primavera de 1983(del cual recabo,
en la pag. 209,los valores del sondeo de 1976).

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sospechoso (ni de indulgencia, ni de americanismo) como S.E. Finer: "pese a
todo, el estudio de la política está hoy en condiciones mucho mejores de cuanto
no lo estuvo cuando yo me topé con ella"."' Ciertamente, esto es verdad para
Inglaterra, para Italia y para el grueso de Europa. También en Estados Unidos,
alrededor de 1950, por debajo de los grandes teóricos y de las grandes universi
dades se abría un abismo: el grueso de los politólogos era de muy modesto nivel.
Treinta años después no encontramos más ni cimas ni simas. La profesión se ha
aplanado, pero el balance se coloca sin duda en un nivel más alto que antes.'^
Hoy la profesionalización es sólida y el nivel medio es bueno, pero es también
en promedio uniforme.

Volviendo de Estados Unidos a Italia, para nosotros el progreso del cual habla
Finer ha sido clarísimo. Cuando yo exhortaba y comenzaba agitarme en pro de
la Ciencia Política era joven e ingenuo, y me parecía tener en la bolsa un
knock-down argiiment. Derrotando las salidas de los barones del tiempo, pregun
taba: ¿cómo es que producimos licenciados en Ciencia Política los cuales,
después de haber aprobado veinticuatro exámenes,no saben absolutamente nada
de política? ¿Las políticas en plural no incluyen (al menos en una vigesimocuarta
parte) también la política en singular? ¡Ay de mí!, el argumento ni siquiera los
tocaba. Eran ellos los que tenían el argumento válido. Me respondían: la política
(lo deberías saber) es arte, y por lo tanto no puede ser ni ciencia ni enseñada.
Rebatía,cuando menos en última instancia: pero hasta el arte se enseña. El pintor
va a la escuela de diseño, el músico estudia música, etc. Pero era como golpear
en una puerta de ladrillo, mejor aún, de concreto. ¿Cómo fue, entonces, que al
final aquella puerta se abrió? No fueron las buenas razones. No fueron los grupos
de presión. Ahora ya han pasado tantos años que la verdadera historia, el cómo
sucede verdaderamente, lo puedo contar (si se me consiente una digresión
autobiográfica que agregue a la casuística unas astucias de la razón).

Corría —no estoy muy seguro—el año de gracia de 1954(o quizá 1955); me
sentía perdido, pero siendo entonces un valiente o,como quiera que sea,testarudo

""t^illiical Scicncc: An idiosincraiic Rcirospccl of a Pulalivc Discipline." Governmcnt and Opposition,


ndmcror 3 y 4 de 1980.
El momcnlo de mayor brillo de la disciplina esli represen lado por los ocho voldroenes coordinados porF.I.
Grccnslein y Ncison Poisby, Hatidbook ofPoUlIcal Scíciice. Addison-We.slcy, Reading, 1975. SI la serie
salía en 1975, el proyecto era de diez años airás. El líandbook reHcja, una literatura de tos años
cincuentas-sesentas que precede al aplanamiento al que aludo en el texto.

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ayudante de profesor decidí enfrentar ai león en su propia cueva: pedí y logré ser
recibido por Cario Antoni. En aquellos años la Universidad italiana estaba
gobernada por el Consejo Superior de Educación, en el cual Antoni tenía
autoridad sobre las Facultades de Ciencias Políticas y, por lo tanto, sobre sus
modifíeaciones de estatuto (la introducción de nuevas materias). Mi Facultad
—la Cesare Aiíleri de Florencia— había pedido la modificación del programa
de Ciencia Política más que nada para librarse de un fastidio(es mía la petulan
cia); pero sabía muy bien que ninguno de mis compañeros habna movido un
dedo. Entonces debía ir con Antoni. Lo apreciaba como estudioso, pero lo sabía
"crociano" de mirada estrecha, y para Croce la Ciencia Política era un anatema.
Entre en el estudio de Antoni pensando para mis adentros que en algo peor no
podía estar metido, y cuando lo ví(no lo conocía del todo)sentí el último golpe
al corazón. Quien lo recuerda sabe que Antoni era transparentemente tímido, y
los tímidos, cuando son sacados de sus casillas, tienden a arrinconarse aún más
(y quizá se defienden atacando). De hecho, el diálogo ensordeció y continuaba
como un diálogo entre sordos. Ambos confundidos, imprevistamente rae vino a
la mente la osadía de decir: "profesor, usted enseña Filosofía de la Historia,
materia que para Croce no debcna existir exactamente como la Ciencia Política;
consienta a otro que no existe ponerse a lado de usted". No digo que ví a Antoni
reir, pero ciertamente sonreía. El pacto fue tácitamente estrecho sobre aquel
aspecto. Antoni, que era un hombre noble, hizo pasar la modificación del
programa al Consejo Superior. En 1956, Rorcncia me confirió el encargo del
programa de Ciencia Política. Quedó muy pequeño y sólo duró algunos años.'®
El camino recorrido de entonces a la fecha es, lo atestigua este coloquio,
nutridísimo y fecundo.'" ¿Por qué, entonces, la mayor parte de lo que he dicho
hasta ahora tiene reservas más que elogios? ¿Quizá porque veo a la Ciencia
Política italiana como una feliz isla de Arturo rodeada por tierras y continentes
infelices? Un poquito, quizá, es así. No lo admito ni yo mismo, más el eorazón
late siempre por la patria. Pero la razón por la cual mi estado de ánimo es
globalmente aprehensivo es una razón que debo aún ilustrar.

"Ljonda dclos recuerdos meobliga a recordar y suhrayarquc fue.sobre lodo NoibcrloBobbio,con su prestigio
indiscutible, quien contribuyó a la legitimación de la reción nacida disciplina. Debo recordar también con
gratitud al, pobre Bruno Lconi y a Giuseppc Maranini.
"IjO atestigua otro tanto el bien documentado y ya citado volumen de La sdenzapolítica ¡n Italia; matcríali
per un biiancio.

149
Había dejado el hilo de mi discurso observando que la Ciencia Política se ha
desarrollado, después del periodo de la hegemonía norteamericana, ventajosa y
difusamente. En referencia a los años ochentas,el cuadro en conjunto yo lo vería,
a vuelo de pájaro, así. Primero, Estados Unidos y Europa (Inglaterra y Francia
se mantienen poco más o menos donde estaban) han vuelto a separarse, y ya no
hay más, a través del Atlántico, un flujo dominante. Del viejo al nuevo mundo
viaja solamente,o sobre todo,el marxismo.Por lo demás —demás que es todavía
mucho— ha venido a menos tanto la "deferencia" en las confrontaciones de
Europa que ha caracterizado la cultura norteamericana hasta aproximadamente
1939, como la deferencia inversa de la nueva Ciencia Política europea statu
nascendien las confrontaciones de la norteamericana.Segundo,la configuración
de las relaciones entre nuevo y viejo mundo es asimétrica. Los norteamericanos
son(como lo eran los ingleses en su tiempo) monóglotas;se leen casi solamente
a sí mismos,son relativamente homogéneos y hacen su propio continente. Los
europeos están fragmentados, son políglotas, leen a los norteamericanos, y así
gozan de una ventaja que los norteamericanos están perdiendo: la cross-feriili-
zatioiij la fecundación cruzada. Lo que no interrumpe, tercero, que el grueso de
los recursos, de los números, y de las universidades que realmente funcionan a
alto nivel, permanezcan concentrados en Estados Unidos.^

Si todo lo anterior no es insensato, se deduce que el orden (o el desorden)es


demasiado ambiguo como para sostener una "ciencia" que tenga los requisitos
para declararse tal. Una ciencia auténtica no se divide según naciones:es,cuando
existe, trasnacional. Una ciencia,cuando es tal, e.\hibe un mainsíream, un cuerpo
central, se funda sobre un lenguaje común "especial", y sus subdivisiones
internas son (hasta que no ocurra una revolución, diría Kuhn, de paradigma)de
escuela. La analogía más exacta es también aquí la de los economistas. Los
economistas están hoy ciertamente en guerra entre sí, entre keynesianos, mone-
taristas, supply-side, mcrcantilistas y mqcho más, pero siempre se entienden en
cuanto a conceptos portadores, y no están constreñidos a comenzar cada vez de
cero declarando qué entienden por valor, costo, mercado, demanda, oferta, etc.
Los politólogos, por el contrario, no tienen ni siquiera un lenguaje especial

Junto al artículo de Dreijmanis arriba cit.ido. noU 15, r/r. la nueva y ampliada de A.Somit,J. Tanenhaus,
The Devclopnient ofAmcr'tcan Poliiical Scictiee. Irvinglon, New York, 1982. El punto mis alto de la
Asociación Americana de Ciencia Política ha sido,en 1971, de casi 18,000 miembros. Diez años después,
en 1981, los inscritos habían bajado a 12,000(con seis mil estudiantes que aproximadamente ascendían a
dos mil); lo que no obstante representa cuando menos tres cuartas partes del total mundial.

150
MATERIALES

estabilizado. Se han dejado fascinar por la doctrina (tan falsa como suicida)'de
que las palabras son "convenciones" dejadas a la libre "estipulación"; no han
considerado hacerse de piernas metodológicas(lo han dejado hacer,en su tiempo,
a los Max Webcr. a los Lazarsfeld, a los Merton); y cuando se han constituido,
hace treinta años, como cultores de una ciencia conductista se han arrojado
cabizbajos hacia la investigación y hacia la cuantificación sin consolidar primero
su propio recorrido. Han caminado lo mismo, pero sus piernas son de arcilla, y
la arcilla ahora ya revela sus grietas.

Retomo, para explicarme mejor,a mi clavo fijo, o si se quiere a mi propósito


inicial: cómo es que los grandes se han ¡do extinguiendo sin sucesores.Tomando
a los puros politólogos, partimos de nuevo de la pregunta: ¿quien ha venido
después de Friedrich? En Estados Unidos los nombres fuertes de la generación
sucesiva son(uno más, uno menos): Robcrt Dahl, Gabriel Almond,David Easton
y Karl Deutsch.^' Excluido Deutsch,los otros tres no son cuantitativistas. Easton
(pesca su profesión de fe) no es ni siquiera un behaviorista: sus dos mayores
trabajos son teóricos, de teoría de los sistemas, y se recomiendan por su fíneza
analítica.^ No por casualidad, y significativamente,Easton ha permanecido más
como una voz en el desierto: no ha tenido discípulos y la objeción de todos un
poco ha sido que su teoría era demasiado abstracta para prestarse a la investiga
ción.^ Dahl por el contrario ha cultivado y promovido la teoría empírica; pero
su mejor trabajo es A Preface ío Democraíic Theoryác 1956: un texto ejemplar
de un análisis de las condiciones que en verdad se abre a la investigación
empírica. Lt) que no elimina que Dahl sea un autor de teoría de la democracia,
del pluralismo, de las oposiciones, de "quien gobierna", y no un autor cuantiti-
vista. Almond es una figura "seminal", pensador, que ha dado ideas a todos. El

Me limito al núcleo de derivación y extracción intradisciplinan'o. IjOS economistas(de Buchanan y Tullock


a liirschman y, poriiltimo, MancurOlson),los matemáticos de la teoría de losjuegos,asícomo los Tilósofos
(cuyo dirigente es Rawls)que llegan a la polfiica desde otros extremos, obviamente son excluidos de mi
discurso. Vale precisar además que en la Ciencia Política yo incluyo la teoría política endógena (aquella
teoría que toda disciplina desarrolla desde su interior) pero no a la teoría exógena,importada con todo su
pe.so de otras disciplinas. Si admitimos las importaciones escapamos del problema.
Me reCero a A Franicwork for Political Analysis y a Syxicnis Analysis of PoUtical Life, aprecidos
sucesivamente en 1965. El volumen de 1953, The PoUtiea!System, que ha quedado como el mayor éxito,
es de calidad inferior.
^ Como se entiende, no alcanzó a atribuir la falta de éxito de Easton (como Pasquino,supra, nota 11)a su
haber logrado por extensión "el punto más alto de la autonomía de lo ¡Mlítico". Si fuera asf, entonces en
Easton lodo debería ser wlih input, siendo que no es así, el sistema político eastoniano recupera y procesa
cualquier i/i/7Mr.

151
prefacio a TfiePolitics ofthe DevelopingAreas de 1S)60, los artículos de los años
cincuentas ahora recopilados en Political Developmení: Essays in Heuristic
Theory{\91Qi),hasta el capítulo que introduceCr/j¿s, ClioiseandChanga(1913),
todosson escritos que en verdad han lanzado y posibilitado la política comparada.
Almond no es un autor riguroso:su discurrir es dehilvanado,a menudo impreciso,
y. lógicamente en desorden, pero el ingenio es estimulante e innovador. Y
llegamos a Deutsch. Easton, Dahl y Almond, representan la gran politología
estadunidense de formación autóctona, pero no son de ningún modo versados en
números y estadísticas y, como behavioristas, no lo son (cuando lo son) a
ultranza. Deutsh lanza, por el contrario, el Yate Political Data Program, pero
nace en Checoslovaquia,proviene dchSudetenland, y cumple todos sus estudios
universitarios en Praga, la cual deja en 1938 para ir a Harvard. En 1942, en el
Massachusetts Institute of Technology, se vuelve amigo de Norbert Wiener
(nacido en Norteamérica, pero educado en Cambridge y en Gottinga), quien
ejerció—escribe Dcutsch—"una profunda influencia sobre mi pensamiento",^'*
lo cual se comprende, visto que su libro más importante es una teoría cibernética
de la política: TheNerves ofGovernment(1963). Dcutsch es entonces el cuanti-
tivista del grupo, pero es y por mucho el menos americano y porta ciertamente
consigo,al llegar a Estados Unidos, una rica y variada cultura europea que nunca
abandona.Su erudición es tan proverbial como su memoria.Y,entonces,Deutsch
no demuestra todavía lo que el cuantitivista hace, o puede hacer, con sus propias
piernas.

Los autores arriba recordados son por mucho los últimos de su especie.
¿Cómo es posible? Mi explicación (la mejor que puedo imaginar) es que los
primeros"especialistas" nunca son del todo especialistas. La generación que hoy
ha alcanzado los sesenta años proviene aún de un pasado cultural pre-cspecialista.
Los maestros de la generación de Dahl (el más joven de los arriba recordados)
llegaron al estudio de la política desde otras orillas, enriquecidos por aportes
cxógenos.^ Las generaciones sucesivas están por el contrario cada vez más en

En "A Generation of Political Thoughl",loc.cil., p. 326.


^ El más americano de dichos maestros fue Mcrríam,en lomo al cual se desarrolló la as( llamada Escuela de
Chicago; lo que no suprime que su PoUlicalPowcr(^1934)fuese,culluralmente,de derivación alemana. En
cuanto a Arthur Bentlcy,fue en verdad un autor de poliódrica cultura(en parte filósofo,en parte matemático,
en parte influenciado por Simmel). En todo caso, The Process of Govemmcnt tuvo muy poca inflncncia
hasta el repunte de David Traman con su The GovcrnmentaiProcess de 1951.

152
MATERIALES

incubación endógena, es decir, nacida en la especialización, en una especiaiiza-


ción cada vez más estrecha y, todavía peor (sobre todo en Estados Unidos), en
un especialismo en el que la transmisión del saberse ha impedido. No sólo se ha
impedido,sino es que también destruido, un poco gracias al innovacionismo, un
poco por culpa del nominalismo (que hace un "desgarriate" del instrumento
lingüístico), y sobre todo, al final, porque es empujada por, o a través de, un
cuantitivismo librado en el vacío. A lo que se debe agregar, por encima de todo,
el progresivo debilitamiento, con los más variados títulos, de la escuela pre-uni-
versitaria.

Cualquier saber (conocimiento) es, debe ser, racional; es decir, desarrollado


y organizado de manera razonada. La capacidad de raciocinio no es condición
suficiente de adquisición de nuevo saber, pero no obstante es siempre condi
ción necesaria. Quien desarrolla un argumento salpicado de estrellas de non
sequiíur, de vicios lógicos, de palabras indefinidas o ambiguas, no produce y
mucho menos transmite saber: lo estropea. Con esto no digo que para hacer bien
las cosas es necesario estudiar lógica,sino que observo que una formación lógica
era subestimada cuando en la escuela los jóvenes debían sudar en serio con el
griego, el latín, la filosofía y, en general, con los "clásicos". De la segunda
posguerra en adelante, la escuela "disciplina", cada vez menos en las áreas
normativas, no enseña a escribir y mucho menos a pensar. Ahora que están
llegando a clase las computadoras,los quinceañeros pierden,o perderán también,
el control de la mano y de los dedos (la mano aprisionadora del homo no sólo
¡aber sino también sapiens)en favor de la mera "digitalización". Dentro de poco
descubriremos que los muchachos no tienen ya ni siquiera necesidad de ejercitar
la memoria y de recordar: todo es ya memorizado en la máquina. Futuristas en
parte, y permaneciendo en el punto,en las últimas décadas las universidades han
acogido jóvenes cada vez menos y siempre peor adiestrados a pensar, lógica
mente, a razonar según las reglas de racionalidad. Aquella lógica que hasta el
final de los años treintas era sobreentendida en la paideia, hoy ya no está
sobreentendida; hoy sería enseñada,debena(si queremos que sobreviva)perma
necer explícita. Pero de ninguna manera es enseñada y mucho menos en la
universidad. Peor aún, en las ciencias sociales la lógica ha desaparecido o casi,
también en los contenidos de enseñanza que se declaran de "metodología", es
decir, de método del logos. La industria editorial introduce cada año en el
mercado aludes de textos que se dicen de metodología pero que se ocupan, en
realidad, de técnicas de investigación y de tratamiento estadístico de datos. En
la así llamada y mal llamada metodología, la estadística confunde/ogoí y lógica.

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Y,¿entonces cómo asombrarse de que los grandes ya no existan más? Y ¿cómo
asombrarse, paralelamente, del empeoramiento de la disciplina en su conjunto?

Decía antes que del beliaviorisnw hemos entrado abruptamente en la cuanli-


ficación,^ y que la computadora ha llegado, para las ciencias sociales,demasiado
pronto. Quisiera concluir con estos dos puntos —que, aunque ligados, son
claramente diversos— con lo dicho por los enemigos a ultranza de los números:
quis incipit numerare incipit errare, quien comienza a contar comienza a fallar.
En el extremo opuesto está lo dicho por el economista Frank Knight: "si no
estamos en grado de medir algo, hagámoslo, es decir, midámoslo igualmente".
Lord Kelvin,que era un físico,era menos arrojado y decía:"si no lo puedes medir,
si no lo puedes expresar en números, tu saber es todavía modesto e insatisfacto-
rio". Le responde el economista Jacob Viner:"cuando lo puedes medir, cuando
lo puedes expresar en números, tu saber es aún modesto e insatisfactorio".^
¿Cómo resistir la tentación de entrar en este torneo de paráfrasis? Entonces
propongo la variante:"aunque lo puedas medir, si no sabes antes lo que mides y
por qué, tu saber es insatisfactorio". En suma: ¿cuánto de cada cosa?

Cuando preguntamos "¿qué es?", es claro que estamos usando palabras, no


números. Por lo tanto, la pregunta "¿cuánto de cada cosa?", reclama la atención
sobre el hecho de que el grueso del saber de las ciencias sociales es expresado
en lenguaje natural, cualitativo y no cuantitativo. Lo que nos obliga a reflexionar
sobre el estado del lenguaje y sobre la importancia del instrumento lingüístico.
Siempre he dicho, hasta la saciedad, que sin un lenguaje preciso —relativamente
precisado y definido— no se da ni ciencia ni conocimiento. Y no puedo sino reir
cuando el estado del lenguaje es hoy, en las ciencias blandas, peor que blando.

Lo importante aquí, es que en estas condiciones el encuentro de las ciencias


sociales con la computadora no puedo más que ser desastroso. Entre seres
humanos aún podemos entendemos (queriéndolo) sin precisiones de lenguaje,
pero entre hombre y máquina no. Aún más, a la computadora no le basta una
precisión relativa: requiere una precisión absoluta. El absurdo o la ironía de

26 • ♦ • •
La mejorconrinnación de este paso abrupto eslii en la ripida transformación de lai4/ner/V<2ri PoUtlcaíScicnee
Review, por mis de una década,en una revista sobre todo monopolizada por valientes pedazos estadíslico-
cuantitativos.
Recupero las citas de Knight, Kelvin y Viner en Merton et. al.,"The Kelvin Dictura and Social Science",
Journal ofÚieHistory ofthc Behavioraí Science. October. 1984, pp.31- 319.

154
MATERIALES

nuestro tiempo es pues que cuanto más hemos entrado en la era de los cerebros
artificiales y de la informática, menos nos hemos dado cuenta,cuando menos en
las ciencias del hombre,de cual sena su imperativo lingüístico. Ciertamente, la
computadora es hoy un millón de veces más rápida que la mente humana, pero
sigue siendo una máquina millones de veces más estúpida que la mente humana.
La computadora simplemente obedece las instrucciones que recibe. Para la
computadora no hay, no puede haber, nada sobreentendido, nada implícito, nada
intuitivo, nada que "vaya por sí mismo" (sin necesidad de decirlo). Lo «^ual
equivale a decir que el ordenador no admite saber lo no expresado, no se ayuda
de un bagaje de "saber personal", y no puede ajustar automáticamente(como lo
hace a cada segundo el homo loquax) las palabras al contexto en el que son
empleadas. Si las instrucciones no lo explicitan, el ordenador no distingue entre
can —animal doméstico— y can —constelación—; entre "bueno" en sabor y
"bueno" en ética. Respecto al muy meticuloso, sistemático definir pedido por la
máquina, mi antigua insistencia sobre las definiciones es un ejercicio que apenas
basta para los estudiantes de escuela elemental. No obstante, misjóvenes colegas
aferrados a la estadística no parecen darse cuenta de todo esto. Mientras ellos
duermen, Kinlax trabaja. En la mañana se encuentran, muy bien por cierto,
preparados como para correr armados de tijeras, y esto más que nada para ver
dónde y cuánto cortar. Lo que ha sucedido durante la noche en la "caja negra"
no lo saben, no pueden (aunque queriéndolo) saberlo, y como quiera que sea
importa poco. Así, y a este paso,la celebrada era de la informática corre el riesgo
de volverse cada día más la era de la desinformación, de pseudodatos y pseudoa-
gregados que cada vez nos inundan más, y que surgen sin que nadie esté en
posibilidad de desenredarlos y controlarlos.Lo repito,la computadora ha llegado
para nosotros demasiado pronto: y en el encuentro entre hombre y máquina,en
esta ocasión es el hombre el que queda destruido.^

¿Exagero? Esta vez lo admito plenamente; sí, estoy exagerando. Pero sin
exageración las campanas de alarma no se escuchan. Y de tanto insistir el
campanario será escuchado; de igual manera estoy listo a reconvertirme del
pesimismo al optimismo. Sí, estoy convencido que el grueso de la Ciencia
Política (aquélla que veo y vivo en Estados Unidos)no va, de diez o quince años

Cfr. los primeros dos capítulos de "La política", op.eit. y otra vez G. Sartori el. al.Jhc tower ofBabel.
Inlcni.-)tional Studics A^ociation, Pitisburgh, Í975, passim; y, por dltimo, "Guidelines for Concept
Analysis", en SocialScicncc Concepts,op. cil., pp. 15-22.

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a la fecha, mejor, sino peor. Pero permanezco también convencido que no se
necesitana mucho para remediarlo. Bastaría advertir que nuestra debilidad está,
hoy,en nuestras piernas metodológicas. Y para enderezarlas bastaría preocupar
nos por ellas, bastana advertir el problema. No se nos pide descubrir la piedra
filosofal o el elíxir de la eterna Juventud. Es necesario solamente que la prepara
ción del politólogo(y del sociólogo) perciba y reaccione ante los vacíos produ
cidos por los desconcertantes cambios de las últimas décadas. También el
crecimiento produce descompensaciones: hemos crecido, y ahora debemos re
compensar. La lógica existe: estudiémosla. El lenguaje no debe inventarse:
mejorémoslo conscientemente. Hay un método implícito en las técnicas estadís
ticas: desenterrémoslo. Hablo de cosas que están al alcance de la mano. Basta
que la mano no sea atrofiada por la digitalización,que permanezca aprisionadora,
y que sepa qué aprisionar.

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