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tramas

subjetividad y procesos sociales

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tramas subjetividad y procesos sociales

Casa abierta al tiempo

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Casa abierta al tiempo

Universidad Autónoma Metropolitana

Salvador Vega y León, Rector general


Norberto Manjarrez Álvarez, Secretario general

Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco

Patricia E. Alfaro Moctezuma, Secretaria de la Unidad


Jorge Alsina Valdés y Capote, Director de la División de Ciencias Sociales y Humanidades
Carlos Hernández Gómez, Secretario Académico
G. Joaquín Jiménez Mercado, Jefe del Departamento de Educación y Comunicación

Comité editorial
Silvia Carrizosa Hernández, Alejandro Cerda García, Valeria Falleti, Verónica Alvarado,
Leticia Flores Flores, Marta Rivas Zivy, Rodrigo Parrini Roses, Carlos R. Pérez y Zavala

Comité internacional de asesores


María Isabel Castillo (Universidad Diego Portales, Chile)
Silvia Emmer (Universidad de Buenos Aires, Argentina)
Gregorio Kaminsky (Universidad de Buenos Aires, Argentina)

Coordinadores de este número


Rodrigo Parrini, Vicente Castellanos y Raúl Roydeen García

Producción editorial dec


Virginia Méndez

Apoyo editorial
Andrés Alvarado y Roberto César Cortés

Tramas. Subjetividad y Procesos Sociales aparece en los siguientes índices, bases de datos y colecciones:
Sistema Regional de Información en Línea para Revistas Científicas de América Latina, El Caribe,
España y Portugal (latindex), Citas Latinoamericanas en Ciencias Sociales y Humanidades (clase).

TRAMAS. SUBJETIVIDAD Y PROCESOS SOCIALES

D.R. © Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco

Tramas. Año 24, número 41, ______ 2014, es una publicación semestral editada por la Universidad Autónoma
Metropolitana, a través de la Unidad Xochimilco, División de Ciencias Sociales y Humanidades, Departa-
mento de Educación y Comunicación. Prolongación Canal de Miramontes 3855, Col. Ex-Hacienda San Juan
de Dios, Delegación Tlalpan, C.P. 14387, México, D.F. y Calzada del Hueso 1100, Edificio de Profesores,
primer piso, sala 3 (Producción Editorial), Col. Villa Quietud, Delegación Coyoacán, C.P. 04960, México,
D.F., tel. 5483-7444 • Página electrónica de la revista: http://tramas.xoc.uam.mx y dirección electrónica:
tramas@correo.xoc.uam.mx • Editor responsable: Lic. G. Joaquín Jiménez Mercado, Jefe del Departamento
de Educación y Co­municación • Número de Certificado de Reserva de Derechos al Uso Exclusivo del Título:
04-2000-021517411200-102, ISSN 0188-9273, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho
de Autor. Certificado de Licitud de Título: 6664 y Certificado de Licitud de Contenido: 6954, otorgados
por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Dis-
tribuida por la Librería de la uam-Xochimilco, Edificio Central, planta baja, tels. 5483-7328 y 29. Edición:
Logos Editores, José Vasconcelos 249-302, Col. San Miguel Chapultepec, Delegación Miguel Hidalgo,
C.P. 11850, México, D.F., tel. 5516-3575, logos.editores@gmail.com. Este número se terminó de imprimir
el 30 de octubre de 2013, con un tiraje de 1 000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no
necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. / Impresa en México / Printed in Mexico.

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Índice

PRESENTACIÓN................................................................................... 9

TEMÁTICA

Reconocimiento social y elaboración del trauma


de origen sociopolítico. Una experiencia grupal
con mujeres torturadas..................................................................... 19
María Isabel Castillo
Margarita Díaz
Elena Gómez

En torno a la palabra testimonial de los sobrevivientes:


testigos legitimados y denegados de los centros
clandestinos de detención en Argentina............................................ 43
Claudia Feld
Luciana Messina

Testimonios de las víctimas en la construcción


de las memorias de la represión en Chile y México........................... 79
Anna-Emilia Hietanen

Abuelas de Plaza de Mayo: el pasado en función del presente ........ 107


Bárbara I. Ohanian

“Todos somos víctimas”: acerca del “vecino”


como víctima de la inseguridad...................................................... 137
Silvia Hernández

Víctimas de experiencias traumáticas,


su testimonio y los efectos psicoterapéuticos................................... 167
Emma Ruiz Martín del Campo

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Derecho humano a la verdad.
El escrache como acto parrhesiástico............................................... 197
Antares Dudiuk
Carolina Torres

Palabras vivas: los archivos orales


latinoamericanos y el 68 mexicano................................................. 225
Alejandro Cerda García

CONVERGENCIAS

Contextos de acción institucional:


constitución y elucidación crítica.................................................... 251
Roberto Montenegro

¿Es una sociedad hedonista la que causa el auge


de las adicciones? Reflexiones psicosociales
sobre el adicto y la sociedad de consumo........................................ 279
Alejandro Klein

Reflexiones sobre la crueldad.......................................................... 299


Silvia Radosh Corkidi

DOCUMENTOS

Sobrevivir a La Perla ...................................................................... 325


Mariana Tello Weiss

Memoria/s, heteronomía y autonomía............................................ 335


Ricardo Panzetta 

RESEÑAS

Ta iñ fijke xipa rakizuameluwün. Historia,


colonialismo y resistencia desde el país Mapuche............................ 349
Claudio Alvarado Lincopi

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ALGO MÁS

Acompañamiento psicosocial a familiares de migrantes


desaparecidos: una experiencia de intervención .............................. 359
Grupo Motor de Trabajo Psicosocial en Migraciones

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Repensar “víctima” y “testimonio”
en América Latina

Presentación

La mirada académica sobre el pasado reciente viene a desarrollarse,


al menos en el contexto latinoamericano, a partir de un imperativo
social y ético respecto del esclarecimiento de la violencia estatal y la
lucha del movimiento por los derechos humanos, que se intensifican
en la región a partir de las décadas de 1970 y 1980. Durante dicho
periodo surgen las más tenaces y emblemáticas expresiones reivin-
dicativas y de lucha por los derechos humanos1 bajo consignas que
aludían directamente a tomar posición frente al pasado, al tiempo
que actualizarlo y asumirlo como proyecto político: “Nunca más”,
“Recordar para no repetir”, “Vivos se los llevaron, vivos los quere-
mos”, “Los desaparecidos nos faltan a todos”, “Ni perdón ni olvido”,
por mencionar los ejemplos más significativos que hoy en día hacen
parte de la llamada “globalización por lo bajo”.
Durante los años y las décadas que sobrevendrían a los hechos
traumáticos de las historias nacionales, la necesidad de hacer memo-
ria en el ámbito público, así como de reflexionar conceptualmente
sobre lo que esto implicaba, fue desarrollándose al adoptar una
perspectiva “post” respecto de los golpes de Estado, las dictaduras,
las transiciones –frecuentemente más discursivas que efectivas– o
los periodos de “guerra sucia”. Durante las últimas dos décadas, se
añaden a esta necesidad de recurrir a la memoria las repercusiones
de la violencia estatal desplegada como parte de la “guerra contra
el narcotráfico” o del intervencionismo militar de las grandes poten-

1  Agrupaciones tales como las Madres y posteriormente Abuelas de Plaza de Mayo en


Argentina y el Comité Eureka en México, por mencionar las más conocidas.

TRAMAS 41 • UAM-X • MÉXICO • 2014 • PP. 9-15

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cias, cuyas víctimas han sido eufemísticamente consideradas “daños


colaterales”.2
La vigencia de estas discusiones en el espacio público y en el cam-
po de las contiendas sociales se ha hecho patente en procesos en los
que se decide promover la instalación de comisiones de la verdad,
la realización de informes, la elaboración de leyes de reparación o la
exigencia de juicios a los responsables de la violencia de Estado.
Esta necesidad de comprender ese pasado reciente, mayormente
vinculada a la generación de proyectos de transformación social, vino
a tener eco en variados campos disciplinarios entre los que destacan
la psicología, la antropología, las ciencias políticas y, por supuesto, la
historia.3 Parafraseando a Elizabeth Jelin,4 puede decirse que, en gran
medida, no es que los militantes o académicos decidieran acercarse
a estudiar la memoria y el pasado reciente, sino que chocaron con
ellos; es decir, que este tipo de preguntas y necesarias reflexiones les
salieron al paso y su abordaje se volvió imprescindible cuando se de-
cidía asumir con seriedad los hechos históricos recientes en la región
latinoamericana.
Las investigaciones y los debates en este campo no tardaron en
toparse con la compleja relación entre historia y memoria5 que alude
tanto a la necesidad de considerar la historia como otra forma de
memoria, aunque con sus propias reglas, así como el requerimiento
de historización de toda memoria.

2  Muestra de ello son las reivindicaciones planteadas en México a través de las consignas
“Estamos hasta la madre” y “No más sangre”, cuyo impulso tuvo como principal protagonista
al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad surgido en 2011.
3  Un ejemplo emblemático es el Programa “Memoria Colectiva y Represión: Perspectiva
Comparativa sobre Procesos de Democratización en el Cono Sur de América Latina”, que se
inició en 1999 y que fue coordinado por Elizabeth Jelin y Carlos Iván Degregori.
4  Participación en el “Taller memoria e historia reciente en América Latina. Debate para
un campo de investigaciones”, Chicago, 2014. Entre sus libros más conocidos sobre esta
temática puede consultarse Los trabajos de la memoria (Jelin, 2002).
5  Planteamientos expresados por Vania Markarian en el “Taller memoria e historia re-
ciente en América Latina. Debate para un campo de investigaciones”, Chicago, 2014. Entre
las principales obras de la autora se encuentran El 68 uruguayo. El movimiento estudiantil
entre molotovs y música beat (2012) y Left in Transformation; Uruguayan Exiles and the Latin
American Human Rights Network, 1967-1984 (2005).

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Nociones tales como historia oral, memoria, víctimas y testimo-


nios se colocaron como significantes imprescindibles para distintas
estrategias discursivas o proyectos políticos, cuestionando las histo-
rias nacionales a través de las disputas por el sentido del pasado. Su
comprensión y utilización fungen desde entonces como un reto en
disciplinas y programas de investigación que han optado por involu-
crarse en este campo de estudio, que a su vez permea y es permeado
por debates públicos contemporáneos.
Este reto ha implicado la identificación y reflexión en lugares de
encuentro de investigaciones tradicionalmente enfocadas al análisis
de archivos o documentos que mostraban fehacientemente un de-
terminado hecho histórico, y los testimonios orales como ámbito
de producción de sentido inevitablemente atravesado por la subjeti-
vidad y la coexistencia. Asimismo, llevó a la necesidad de propiciar
la reflexión conjunta entre enfoques investigativos que destacaban la
comprensión del presente y la incorporación de elementos históricos
que ponían en contraste las tradiciones orales o los testimonios do-
minados por la narrativa inmediata de los hechos de violencia, para
ubicarlos en secuencias históricas de mayor aliento e involucrarlos en
el imprescindible diálogo con las evidencias históricas disponibles.
La comprensión de los procesos de institucionalización de la vio-
lencia de Estado durante las décadas mencionadas comenzó, de este
modo, a ser tirado hacia atrás, dado que se requería entender dicho
momento histórico como resultado –incluidas continuidades y rup-
turas– de los acontecimientos y contextos nacionales y regionales
previos; pero también hacia delante, dado que se requería compren-
der los procesos de las llamadas transiciones a la democracia y otros
aún más recientes, incluidas las persistencias y reversiones que se han
venido observando. A partir de este encuentro entre una demanda
social de esclarecimiento histórico y una postura académica que bus-
caba vincularse a este tipo de problemáticas sociales surgen distintos
programas de investigación y formación universitaria.6

6  Entre ellos, el Instituto Latinoamericano en Salud Mental y Derechos Humanos en


Chile (1998) y el Núcleo de Estudios sobre Memoria (2001), como parte del Instituto de
Desarrollo Económico y Social, en Argentina.

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Para dar continuidad, actualizar la reflexión a partir de problemá-


ticas emergentes y aportar en este campo de debate, se hace necesaria
una reflexión conceptual de las nociones de “víctimas” y “testimonio”,
propósito que funge como eje analítico articulador de este número de
la revista Tramas. Una iniciativa que tuvo como punto de partida el
uso reiterado y recurrente de la memoria por movimientos, organi-
zaciones e iniciativas sociales del siglo xxi, en tanto que todo proceso
emancipatorio requiere resignificar el pasado común. Asimismo, bus-
ca reflexionar sobre la paradoja que envuelve la noción de víctima en
tanto que funge como vocablo necesario para vencer las pretensiones
de invisibilidad o negar la violencia, pero al mismo tiempo remite a la
idea de pasividad y de negación de la capacidad de agencia; de igual
forma, pretende responder a la necesidad de reflexionar conceptual-
mente sobre la noción de testimonio, frecuentemente restringido a
lógicas que lo capturan y esterilizan al considerarlo como producción
exclusivamente subjetiva o anecdótica, o bien, que lo hegemonizan
desde la lógica de los procedimientos jurídicos.
A partir de estas críticas se propuso llevar a cabo un debate sobre
“víctima” y “testimonio” desde otras coordenadas. En primer térmi-
no, que retome la noción de víctima a partir de su necesario vínculo
entre Estado, justicia y subjetividad, cuyo uso en el ámbito público
ha sido impulsado, sobre todo, por organizaciones que se han cons-
tituido como respuesta de las víctimas directas o indirectas ante la
pérdida de un hijo o ser querido. Los debates generados se focalizan
en la elaboración de la pérdida como uno de los duelos más difíciles
de procesar, al tiempo que alertan sobre la victimización que infra-
valora y subordina, y abordan la re-victimización que se genera en
contextos de impunidad y en los mecanismos legales de administra-
ción de justicia.
Frente a la vivencia del dolor, la participación y la organización
de actos simbólicos y actividades en búsqueda de justicia se vuelven
significativos, pues generan sentidos y motivos para seguir adelante a
pesar de la pérdida y, a su vez, propician nuevas formas organizativas
y de articulación social que buscan que se haga justicia sobre hechos
del pasado y que los agravios no vuelvan a suceder en el futuro. In-
dudablemente, las “víctimas” nos enfrentan a las complejas temáticas

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del daño ocasionado y la posibilidad de su reparación. ¿Cómo se


dimensiona el daño? ¿Es posible hablar de su reparación? ¿Cuáles son
las implicaciones, repercusiones y límites de la creación de ordena-
mientos legales frente a las víctimas?
La noción de “testimonio”, que incluye la dimensión simbólica con
efectos subjetivos de los performances y los actos públicos, remite a la
complejidad de la producción del relato y del compartir experiencias
sobre lo acontecido ante los otros –en una audiencia–, o bien ante
otras víctimas, y a la construcción de narrativas alternas a las genera-
das desde los lugares “oficiales”. De esta forma, el testimonio puede
pensarse como el anclaje empírico a partir del cual se hace posible
el ejercicio reflexivo sobre las problemáticas y disputas implicadas
en su interpretación, su intencionalidad, su operación en el espacio
público, y en los retos metodológicos para su estudio.
Como ejes analíticos transversales a los artículos de este volumen
se encuentra, en primer término, la mencionada reflexión sobre la no-
ción de víctima, incluidas las nuevas formas de asociarla al “vecino” o
la inseguridad, tal como se muestra en el texto de Silvia Hernández.7
La noción de testimonio, como segundo eje analítico transversal de
esta publicación se retoma a través de la producción social de sujetos
legitimados o denegados como testigos autorizados, como lo ilustran
Luciana Messina y Claudia Feld; de sus variadas formas de uso y su
utilización como instrumento de legitimidad en los informes sobre
las situaciones de violencia, como lo señala Anna-Emilia Hietanen;
de su asociación, como sostiene Ricardo Panzzetta, con la posibili-
dad de producción de memorias autónomas y del cuestionamiento
de si las situaciones de violencia de Estado pudieran efectivamente
considerarse “inenarrables”, tal como lo discute Mariana Tello.
El tercer eje analítico transversal, que emerge con fuerza y con
derecho propio, se refiere a las posibilidades de la intervención. Por
un lado, se complica la necesidad y las posibilidades reales de restituir
o recomponer lo que fue quebrado a partir de las narrativas de senti-
do, tal como sostiene Bárbara Ohanian, al tiempo que se subraya la

7  Las alusiones a autores en esta presentación se refieren a sus artículos publicados en


este número de la revista Tramas, a menos que se explicite algo distinto.

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viabilidad de intervenir en este campo por medio de la elaboración de


situaciones de violencia por los sujetos violentados y los aprendizajes
de la respectiva práctica profesional, como se sostiene en el texto de
M. Isabel Castillo, Margarita Díaz y Elena Gómez. En un sentido
similar, se reflexiona sobre el sentido de la acción directa del “escra-
che” como acto de condena social y de confrontación con la verdad, tal
como sostienen Antares Dudiuk y Carolina Torres, así como sobre las
implicaciones públicas y metodológicas de la instalación de archivos
orales como forma contemporánea de asumir el pasado traumático,
discusión que aborda Alejandro Cerda.
Los cuestionamientos respecto de la victimización de sujetos a
través de la cual se niega su capacidad de agencia y su sentido de la
historia son ejemplificados en relación con las identidades étnicas en
la reseña de libro elaborada por Claudio Alvarado, así como al tratar
de los migrantes centroamericanos en su paso por México en la ex-
periencia de intervención del Grupo Motor de Trabajo Psicosocial en
Migraciones que se relata en la sección “Algo más”.
En esta arena de la contienda por los usos del pasado pueden
ubicarse las declaraciones del Movimiento Yo soy 132,8 conformado
principalmente por jóvenes estudiantes que han adoptado las nuevas
tecnologías como instrumento de lucha y que reivindican la memoria
histórica de diversos movimientos sociales mexicanos como inspira-
ción, justificación y sustento de su lucha a inicios del siglo xxi:

Diría Bertolt Brecht que un pueblo que olvida su historia está conde-
nado a repetirla. Es por eso que nosotros, en representación de la mesa
14 de Memoria y conciencia histórica, hemos traído, por unanimidad
de los compañeros que ahí asistieron, la justificación histórica de este
movimiento. El Estado ha contado ya su historia. El silencio nos quiere
matar de olvido. Ese silencio hoy lo rompemos para recuperar la historia,

8  El “Yo soy 132” es un movimiento ciudadano conformado en su mayoría por es­


tudiantes mexicanos de educación superior, tanto de instituciones públicas como privadas,
que surgió en mayo de 2012 como consecuencia de la publicación de un video en el que
131 estudiantes contestan las declaraciones de funcionarios públicos. Ha luchado por la
democratización de los medios de comunicación y es hoy en día un referente de la lucha
estudiantil en México.

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nuestra historia, la historia de todos los mexicanos. Esta historia de la cual


somos partícipes, herederos y continuidad. No olvidamos los esfuerzos
y las luchas de movimientos obreros y campesinos […]
Toda esta historia hoy la reivindicamos y la revivimos. La revivimos
en el vendaval de este movimiento. Hoy decidimos y decimos ser ciento
treinta y dos, ser historia y ser la conciencia mexicana. No olvidamos y
gritaremos desde nuestra conciencia, hoy y siempre, somos ciento treinta
y dos (Asamblea “Yo soy 132”, 2012:mesa 14).

Para retomar el ejemplo e interés de estos jóvenes por la memoria


y la conciencia histórica, y con el deseo de continuar el debate y
colocar algunas cartas más sobre la mesa, compartimos el gusto de
hacer la entrega pública del presente volumen de la revista Tramas:
subjetividad y procesos sociales, núm. 41, “Víctimas y Testimonio”.

Alejandro Cerda García


Valeria Falleti

Bibliografía

Asamblea “Yo soy 132” (2012), “Mesa 14: Memoria y conciencia his-
tórica, imágenes en rebedía”, México, [www.youtube.com/watch?v=
E9dksk1pgzA].
Castelán Vega, Samuel (2012), Yo soy 132. El despertar de los jóvenes en
México, Panorama Editorial, México.
Jelin, Elizabeth (2002), Los trabajos de la memoria, Siglo xxi, Madrid.
Markarian, Vania (2012), El 68 uruguayo. El movimiento estudiantil entre
molotovs y música beat, Universidad Nacional de Quilmes, Argentina.
____ (2005), Left in Transformation: Uruguayan Exiles and the Latin Ameri-
can Human Rights Network, 1967-1984, Routledge, Nueva York.
Muñoz Ramírez, Gloria (2012), Yo soy 132. Voces del movimiento, Ediciones
Bola de Cristal, México.

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Reconocimiento social y elaboración
del trauma de origen sociopolítico
Una experiencia grupal con mujeres torturadas

María Isabel Castillo *


Margarita Díaz **
Elena Gómez ***

Resumen

El trabajo plantea la necesidad de reconocimiento social a las personas


que sufrieron experiencias de violación a los derechos humanos durante la
dictadura militar en Chile (1973-1990). Se presentan viñetas clínicas de un
proceso terapéutico grupal realizado en el Instituto Latinoamericano de Salud
Mental y Derechos Humanos, con mujeres que fueron víctimas de tortura
sexual y que no hablaron de dicha experiencia traumática durante más de
treinta años. Ellas fueron atendidas en la modalidad de terapia grupal después

* María Isabel Castillo Vergara. Psicóloga clínica. Psicoanalista iarpp. Doctorada en


psicoanálisis. Docente y supervisora del Magister Trauma y Psicoanálisis Relacional Univer-
sidad Alberto Hurtado,Chile. Miembro fundadora (1988) del Instituto Latinoamericano de
Salud Mental y Derechos Humanos, participa como psicoterapeuta e investigadora. Autora
de varias publicaciones sobre salud mental y derechos humanos; <misabelcastillo@vtr.net>.
** Margarita Díaz Cordal. Psicóloga clínica. Psicoanalista apch-iarpp. Terapeuta Fami-
liar ichtf. Directora del Magister Trauma y Psicoanálisis Relacional ilas-Universidad Alberto
Hurtado. Psicoterapeuta e investigadora del Instituto Latinoamericano de Salud Mental y
Derechos Humanos desde el año 1990. Autora de varias publicaciones sobre salud mental
y derechos humanos; <diazcordal@gmail.com>.
*** Elena Gómez Castro. Médico Psiquiatra. Psicoanalista iarpp. Doctora en psicoa-
nálisis. Ha realizado docencia en la Universidad Diego Portales y Andrés Bello. Docente
y supervisora del Magister Trauma y Psicoanálisis Relacional de la Universidad Alberto
Hurtado. Miembro fundadora (1988) y actual directora del Instituto Latinoamericano
de Salud Mental y Derechos Humanos. Premio Nacional de Colegio de Psicólogos 2003;
<draegomez@yahoo.es>.

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T E M Á T I C A

de dar testimonio en la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura,


creada por el Estado chileno (2003) como una instancia de reconocimiento
del daño sufrido por estas personas. El trabajo terapéutico se despliega a
partir de este contexto y es el planteamiento de las autoras que favorece la
elaboración individual de las experiencias de traumatización extrema y su
relación con el reconocimiento social.

Palabras clave: reconocimiento social, traumatización extrema, tortura sexual,


mujeres, grupo terapéutico.

Abstract

This work raises the question of the need for social acknowledgement to those
who suffered violation of their human rights during the military dictatorship
in Chile (1973-1990). We present clinical vignettes of a group therapy pro-
cess conducted at Latin-American Institute of Mental Health and Human
Rights, with women that were victims of sexual torture and that did not share
this traumatic experience with anyone for over 30 years. They were treated
in group therapy after their testimony before the National Commission
of Politics and Torture, which was created by the Chilean government in
2003 as an instance of recognition of the damage suffered by these people.
The therapeutic work is performed based on this context and the authors
maintain that this stimulates the individual processing of these extremely
traumatizing experiences.

Keywords: social acknowledgement, extreme trauma, sexual torture, women,


group therapy

Introducción

En Chile, desde marzo de 1988, el Instituto Latinoamericano de


Salud Mental y Derechos Humanos (ilas)1 ha realizado atención
1  ilas es una organización no gubernamental creada en 1988 por un grupo de
profesionales psiquiatras y psicólogos, que ya venían realizando un trabajo de atención

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R E C O N O C I M I E N T O S O C I A L Y E L A B O R A C I Ó N

psicoterapéutica a víctimas de violaciones graves a los derechos hu-


manos. Esto ha constituido una importante experiencia y un aporte
a la clínica en el ámbito del trauma de origen político en la sociedad
chilena.
Las autoras de este artículo forman parte del equipo ilas. Des-
de sus inicios, la reflexión que acompaña a este escrito surge en la
experiencia clínica y psicoterapéutica del trabajo realizado durante
más de 25 años con personas afectadas por violaciones a los derechos
humanos.
En nuestro consultorio hemos atendido aquellas situaciones que
denominamos traumatizaciones extremas (Castillo y Becker, 1990),
con ello nos referimos a las que, originadas en el contexto político-
social de la dictadura militar (1973-1990), dieron origen a experien-
cias ligadas directamente a la muerte y la desaparición forzada, a la
tortura y la prisión política como una forma del ejercicio del poder.
Las experiencias traumáticas a las que hace referencia este artícu­
lo, tanto por su cualidad como por su falta de legitimidad social
(específicamente nos referimos a la desmentida social que perduró
en la sociedad chilena durante décadas) no logran ser asimiladas en
la estructura psíquica de las personas afectadas. La vida privada de
las víctimas es el lugar en el cual se manifiestan los efectos tanto en
términos de sintomatología psíquica, de problemas somáticos y de
alteración de las relaciones sociales.
En el caso de los pacientes que consultan en el ilas, el trauma de
origen político no se ha constituido a partir de un hecho o de una
vivencia traumática aislada; por el contrario, es producto de una serie
de secuencias traumáticas que forman parte del contexto en el que el
sujeto está inserto (Díaz, 1994). Los afectados por la represión polí-
tica evidencian que las consecuencias del trauma se mantienen en el
tiempo, más allá del fin de los estados dictatoriales o del término de
la represión política.

médico-psicológico a víctimas de violaciones a los derechos humanos; es decir, que habrían


experimentado: tortura, desaparición de un familiar, prisión política durante la dictadura
militar (1973-1990) en Chile.
En la actualidad (2013) el equipo está constituido por tres psicólogos, dos psiquiatras
y una asistente social.

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T E M Á T I C A

En las situaciones de traumatizaciones extremas no es posible


simbolizar las agonías primitivas (Winnicott, 1963). El silencio no
es sólo el resultado de procesos individuales, sino también es el pro-
ducto del contexto que quiere callar, que no quiere saber o que acti-
vamente desmiente que la experiencia haya sucedido.
Desde la conceptualización teórica de las traumatizaciones ex-
tremas que hemos planteado, es posible preguntarse acerca de la
significación social que han adquirido las medidas de reparación2
creación de las comisiones, que en nuestro país han abordado el tema
de la necesidad de reparación de los afectados por violaciones a los
Derechos Humanos durante la dictadura militar (1973-1990).
Para una parte importante de la sociedad chilena, la tortura, 3
como un método masivo de represión, de amenaza y silenciamiento,
sólo fue una realidad después de los 35 000 testimonios de la primera
2  La reparación tiene su origen en la psicología y el derecho. Ambas disciplinas documen-
tan la tendencia a compensar, mediante un número de acciones reales o simbólicas, daños y
perjuicios pasados. La noción de reparación fue más allá de su ámbito psicológico originario
como también de la indemnización económica de uso frecuente en el ámbito legal, incluidas
las implicancias económicas éticas, legales, políticas y psicológicas que han sido vulneradas.

Medidas de reparación:
Tan pronto el país retornó a la democracia en 1990 con el Gobierno de Patricio Alywin
se creó la Comisión Nacional Verdad y Reconciliación (Comisión Rettig). Con el objeto
de recabar información para elaborar un informe sobre las graves violaciones a los derechos
humanos con resultado de muerte y desapariciones, que se habían producido desde el 11 de
septiembre de 1973 hasta marzo de 1990, por motivación política y cometidas por agentes del
Estado. Fueron reconocidas 3 197 víctimas, de los cuales 1 102 fueron los casos reconocidos
como detenidos desaparecidos y 2 095 muertos como ejecutados políticos.
La cnppt se constituyó en noviembre de 2003 y hasta mayo de 2004 recibió el testi-
monio de más de 35 000 personas; sobre esa base realizó un informe que daba cuenta de una
nómina de 27 255 personas que la Comisión reconoce como víctimas de privación de libertad
y tortura por motivos políticos entre el 11 de septiembre de 1973 y el 10 de marzo de 1990.
Se establece, asimismo, que estas violaciones a los derechos humanos constituyeron una
práctica institucional realizada por el Estado.
En 2010, se reabrió la Comisión porque un número significativo no entregó su testi-
monio por desinformación, por temores y desconfianzas hacia las políticas de reparación del
gobierno, y declararon 28 000 personas.
3  La tortura es un acontecimiento límite de traumatización extrema. Un concepto de
Bruno Bettelheim (1981) que se refiere a un trauma de etiología sociopolítica caracterizado
por una experiencia impredecible, de duración incierta pero potencialmente de larga duración

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R E C O N O C I M I E N T O S O C I A L Y E L A B O R A C I Ó N

Comisión Valech 2003-2004. Si bien hoy en día, en el imaginario


social existe reconocimiento de la tortura, tuvieron que pasar más de
treinta años de ocurrido el golpe militar para que fuera posible, por
el Estado de Chile y de la sociedad, reconocer el daño que sufrieron
las personas que sobrevivieron a la tortura ejercida durante el pe-
riodo de la dictadura militar. La creación de la Comisión Nacional
sobre Prisión Política y Tortura (cnppt) fue un hito en este proceso
reparatorio.
Pensamos que las repercusiones que estos hechos sociales han teni-
do en nuestros pacientes evidencia la estrecha interrelación entre los
procesos sociales y los procesos subjetivos. Esta indisoluble relación
ha formado parte de nuestra experiencia clínica de todos estos años
y nuestros intentos de conceptualizar han querido dar cuenta de una
forma de pensar en la que se integren estos dos aspectos.
En el artículo se presenta el relato y análisis de una experiencia
de terapia grupal realizado en el ilas con mujeres torturadas durante
la dictadura militar. Todas ellas asistieron a declarar a la Comisión
de Prisión Política y Tortura (Comisión Valech) en los años 2003 y
2004, y en esa instancia se les dio a conocer las posibilidad de recibir
atención terapéutica en el ilas.
La demanda de la atención psicoterapéutica en el ilas por aquellas
personas que habían declarado frente a la cnppt nos impulsó a traba-
jar en una instancia psicoterapéutica grupal, considerando que dicha
modalidad nos permitiría abrir, compartir y otorgar reconocimiento
a aquellas situaciones que fueron durante años silenciadas y negadas.
Así se realizaron cinco experiencias grupales con mujeres y hombres
conducidas por miembros del equipo del ilas.

por la amenaza de muerte permanente y por la posibilidad de escapar de ella. La tortura


constituye una situación límite en la que el sistema político somete a una persona a una
experiencia extrema de dolor físico y psíquico, bajo condiciones de absoluto desamparo. Es
producto, de una política sistemática por parte del Estado para destruir al sujeto, sus sistemas
de creencias, así como el contexto social al cual pertenece.

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T E M Á T I C A

El trabajo en el espacio terapéutico

Para superar la condición de víctimas se hace cada vez más necesario


elaborar la experiencia de los sujetos. Sin embargo, dicha elabora-
ción es individualmente imposible si no se produce una elaboración
política en la propia sociedad, que permita restablecer concreta y
simbólicamente la existencia de la realidad pasada, confirmándola
como un hecho sucedido efectivamente.
De nuestros años de trabajo terapéutico, los que se extienden
desde el periodo de la dictadura militar, quisiéramos destacar el papel
de la disponibilidad emocional (Orange, 1995) y del reconocimiento
(Benjamin, 1988) como aspectos indispensables en la actitud del te-
rapeuta. Ambos aspectos se plasman en una activa falta neutralidad,
en el papel del terapeuta que se ha constituido frente al paciente
como un testigo (Orange, 1995) y en la “modesta omnipotencia”
(Amati, 1999) para el trabajo terapéutico.
Desde nuestra experiencia clínica con personas severamente
traumatizadas, estamos de acuerdo con el enfoque intersubjetivo-
relacional4 en el psicoanálisis, que le otorga un mayor acento a las
capacidades del analista para trabajar con un paciente particular.
Un elemento fundamental de nuestro abordaje terapéutico es la
“disponibilidad emocional” definida por Orange: “como una dispo-
sición activa y responsiva al entendimiento empático y que provee al
paciente de una atmósfera de seguridad emocional que promueve la
exploración y la reflexión al mismo modo como los cuidadores (de
la primera infancia) hacen esto con los infantes” (1995:25).
Es decir, la disponibilidad emocional remite a la disposición con-
tinua de explorar con cuidado la experiencia emocional que se confi-

4  Corriente del pensamiento psicoanalítico que surge en la década de 1970 en Estados


Unidos a partir de una profunda crítica a la metapsicología freudiana, especialmente a la
teoría de las pulsiones como el eje de comprensión de la formación del aparato psíquico.
La teoría intersubjetiva señala que el sujeto es producto de las relaciones con otras sub-
jetividades dentro del contexto en el que está inserto (Stolorow y Atwood, 1985).
La teoría relacional plantea la intersubjetividad como resultado del reconocimiento
mutuo entre dos sujetos iguales. Haciendo una distinción con la relación sujeto-objeto de
la teoría de las relaciones objetales (Benjamin, 1988, 1995).

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R E C O N O C I M I E N T O S O C I A L Y E L A B O R A C I Ó N

gura de forma intersubjetiva, en vínculo y con independencia de lo


que hacemos o dejamos de hacer con un paciente determinado. En
palabras de S. Mitchell:

cuando el analista es incapaz de dejarse embrujar de alguna manera por


el sufrimiento del paciente, (formado por las proyecciones del paciente,
inhibido y frustrado por sus defensas) uno nunca está realmente involu-
crado en el tratamiento y se pierde una cierta profundidad en el interior
de la experiencia analítica (1993:78).

Si se considera lo que implica el tratamiento de personas severa-


mente traumatizadas, adquiere especial importancia la particular dis-
ponibilidad emocional a ser un testigo.5 Así como ocurre en el caso de
un niño que ha experimentado un abuso, que no experimentará como
tal sin un testigo que lo valide, así en un adulto el dolor puede dejar
de ser cruel y pasar a ser soportable si existe un testigo que lo valide.
La cualidad particular en este caso es el reconocimiento del horror,
lo que de otro modo no puede ser experimentado conscientemente.
Benjamin (1988:28)6 otorga especial interés a la necesidad de re-
conocimiento; para ella: “El reconocimiento es la respuesta del otro
que hace significativos los sentimientos, las intenciones y las acciones
del sí mismo”. Por otra parte, el reconocimiento no es una secuencia
de hechos sino un elemento constante: se trata de una necesidad de
reconocimiento mutuo; es decir, la necesidad de reconocer al otro
y ser reconocido por él. Con este concepto se está planteando una
teoría que comprende cómo se despliega la capacidad para la mu-
tualidad, sostenida en la premisa de que desde el comienzo hay (al
menos) dos sujetos.

5 
Donna Orange (1995) señala que, en el espacio terapéutico, la calidad de testigo del
terapeuta es una forma específica de participar en el campo intersubjetivo que hace real y
valida la experiencia y de esa forma la hace importante para el paciente. La calidad de testigo
le permite al paciente confiar en su propia experiencia y darle un sentido de realidad propia.
6  Véase nota 2. Según Benjamin (1988) el sujeto se construye en el reconocimiento
mutuo entre dos sujetos iguales. Existiría una tensión permanente entre la relación sujeto-
sujeto y la relación sujeto-objeto. Si esta última se rigidiza, aparecen las relaciones de some-
timiento y dominación.

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T E M Á T I C A

La idea de la intersubjetividad reorienta la concepción del mundo


psíquico hacia un sujeto que se encuentra con otro sujeto; esta mi-
rada intersubjetiva del proceso terapéutico, con pacientes traumati-
zados extremos, postula la inclusión de la subjetividad del terapeuta,
presente en cada una de sus intervenciones verbales o no verbales, así
como el análisis y la reflexión permanente de los efectos de su subje-
tividad en el vínculo y en el proceso. Es decir, se utilizan también las
vivencias del terapeuta, sus sentimientos y las emociones que surgen
en el momento. Es lo que Ogden define como “permitirse experimen-
tar en la transferencia y contratransferencia una experiencia emotiva
vivida” (Ogden, 1985:130) que facilita a ambos, paciente y terapeuta,
el descubrir juntos sin prejuicios.
Esto facilitará guiar aquella transferencia-contransferencia como
“matriz dentro de la que se generan los significados de la situación
analítica” (Ogden, 1992:133).
Por esta razón, nos parece significativo lo que señala Benjamin
(2007), quien propone entender el proceso terapéutico como un
proceso de oscilaciones entre el quiebre y el restablecimiento de la
conexión empática, un proceso de destrucción y sobrevivencia, de
ruptura y reparación.
Desde esta postura intersubjetiva hemos planteado cinco elemen-
tos que están presentes en nuestro trabajo terapéutico con personas
afectadas por traumatizaciones extremas: el primero de ellos es la falta
de neutralidad frente a la atención terapéutica de nuestros pacientes.
Como señalan Stolorow y Atwood (2004c), este mito de objetivi-
dad niega la imposible división entre el observador y el observado
en psicoanálisis, así como la naturaleza co-construida de la verdad
analítica. Desde una perspectiva intersubjetiva, las percepciones del
analista no son esencialmente más verdaderas que las del paciente. Es
más, el analista no puede conocer directamente la realidad psíquica
del paciente; sólo puede aproximarse a ella desde el lente particular
de su propio enfoque. Paciente y terapeuta conforman un sistema
psicológico indisoluble donde la trasferencia constituye un sistema
intersubjetivo de muchas influencias, pues el proceso psicoanalítico
emerge de la intersección e interacción de dos subjetividades organi-
zadas de manera diferente.

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R E C O N O C I M I E N T O S O C I A L Y E L A B O R A C I Ó N

Cuando se trabaja con pacientes traumatizados, como los que


atendemos en ilas la subjetividad del terapeuta y la del paciente son
afectadas y se produce una co-construcción de significados que se
desarrolla por la experiencia compartida entre paciente y terapeuta.
Ligado directamente con el planteamiento de J. Benjamin, acerca
del papel del reconocimiento, surge el segundo elemento que implica
la presencia del terapeuta como testigo, como principio de realidad.
Durante la dictadura militar, el terapeuta era quien le daba al pa-
ciente la certeza de que las experiencias traumáticas a las que había
sido sometido eran verdaderas y no constituían parte del mundo de
las fantasías.
Al revisar a Stolorow y Atwood (2004c), comprobamos que en
el niño se establece el sentido de realidad tras partir desde lo que él
experimenta como real, y en este sentido lo real se desarrolla dentro
de una matriz intersubjetiva facilitadora, con una sintonía emocional
validante por el entorno. Así, la realidad se cristaliza en la interfaz de
subjetividades que interactúan y que están afectivamente sintoniza-
das. Éste era el papel que como terapeutas ejercíamos al validar en
el espacio terapéutico la experiencia vivida por nuestros pacientes.
La situación de la desmentida social de los hechos que ellos habían
vivido fue experimentada por las víctimas de la represión política
tanto en nuestro país como en otros países latinoamericanos. Es im-
portante, de acuerdo con lo que señala Amati (1993), en relación con
los terapeutas, intentar reconocer sobre sí mismo las sutiles señales
afectivas de las vivencias transubjetivas ligadas a la violencia, para
intentar comprenderlas, contextualizarlas y pensarlas. Es como si la
sombra del contexto cayera sobre nuestra necesaria omnipotencia, y
por un momento cesaran la esperanza y la creencia en el crecimiento
psíquico, constitutivas de nuestra identidad terapéutica. En ciertos
momentos, tanto el paciente como el terapeuta perciben su común
pertenencia a una situación transubjetiva donde reina la incertidum-
bre y la inseguridad. Hay que discriminar entre el momento en el
que estamos y aquel contexto de la persecución en el cual el paciente
todavía se encuentra (Castillo, 2007).
El tercer elemento por analizar es la omnipotencia, que se requiere
para trabajar con estos pacientes. Como lo señala Amati (1999) es

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T E M Á T I C A

necesario una “modesta omnipotencia”, a fin de poder funcionar


como personas y como terapeutas. Esta omnipotencia tiene con-
notación positiva y consiste en atribuirse el poder particular de creer
en una ética cuyo paradigma podría estar constituido por el objeto
a salvar. Dicha omnipotencia supone un cierto grado de fe en el de-
venir, que es contiguo a las ideas de pertenencia y creencia. Hay que
concebir claramente que uno se opone éticamente, en tanto persona
y psicoterapeuta, a la destrucción, a la persecución y a la crueldad,
sin neutralidad (Castillo, 2013).
Cabe mencionar un cuarto aspecto de la relación paciente-tera-
peuta que ha estado presente en nuestro trabajo y que trata con el
manejo de la agresión dentro del espacio terapéutico. Durante la
dictadura militar predominaba el cuidado y la falta de expresión de
afectos agresivos, ya que el gran temor era el de destruir el entorno
terapéutico y, de alguna forma, tanto el paciente como el terapeuta
podían ubicar con facilidad al agresor fuera del espacio terapéuti-
co. En el periodo posterior a la dictadura, nosotros, los terapeutas,
hemos podido reconocer la expresión de las emociones hostiles y
rabiosas.
Con estas nociones, nuestro planteamiento ha sido considerar al
espacio terapéutico como un lugar de memoria, que conformaría
el quinto ámbito de nuestro quehacer terapéutico. La situación te-
rapéutica se convierte en un espacio potencial que reconstruye la
confiabilidad del espacio “entre” el sujeto y el ambiente, entre el sujeto
y “otro” sujeto.
Sin embargo, este rol de validez y reconocimiento a los afecta-
dos determina, por otra parte, claros límites a las posibilidades del
trabajo terapéutico, ya que siempre hemos considerado que no es
posible la reparación individual si no se reconoce el daño en el “es-
pacio potencial”, aquel de la cultura, la creatividad y el desarrollo de
la subjetividad en la relación dialéctica con otro. Al no ocurrir esto, la
reparación no es posible, los afectados directos se convierten en los
que concentran el daño, expresada la disociación entre los “dañados”
y los “no afectados”.
Si se mantiene esta disociación, las víctimas quedan marginadas
del proceso social, en un contexto que propone olvidar el pasado y,

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R E C O N O C I M I E N T O S O C I A L Y E L A B O R A C I Ó N

así, puede reiniciarse una nueva secuencia de traumatización. Luego


el daño se cronifica y se transmite a las futuras generaciones.

Trabajo terapéutico grupal

El espacio terapéutico grupal es una modalidad privilegiada en el


tratamiento de pacientes traumatizados extremos. Pensamos que la
subjetividad dañada de mujeres víctimas de la prisión y la tortura
puede reconstruirse en el espacio intersubjetivo creado por todas las
participantes del grupo, incluidas las terapeutas.
El grupo terapéutico se convierte en un espacio potencial (Win-
nicott, 1999), que reconstruye la confiabilidad del espacio entre:
entre el sujeto y el ambiente, entre el sujeto y el otro. Es el espacio
que reconstruye la subjetividad a partir de una relación dialéctica de
reconocimiento con el otro, el lugar de la cultura, de la creatividad
y el juego, el lugar que permite la experiencia de estar vivo (Ogden,
1985).
Así, el espacio del grupo, a pesar del horror y la desesperanza que
contiene, también es un espacio de reconocimiento y validación:
cada una se ve reflejada en la experiencia de la otra y valida, con su
participación, al resto de las mujeres del grupo.
Este espacio potencial que no se había dado antes; se da en el
aquí y el ahora del espacio terapéutico grupal. Tal como señala Green
(2007): el sentido no es descubierto sino que es creado. Es interesante
pensarlo como un sentido ausente, un sentido virtual que aguarda su
realización por los cortes y las modelaciones que ofrece el espacio y
el tiempo analítico. Es un sentido potencial.
Es decir el grupo representa el espacio potencial y, como tal, sería
un espacio privilegiado para la experiencia de la mutualidad.
Las pacientes cuentan con un referente real y un espacio (setting)
para dejar que aparezcan los recuerdos y las traumatizaciones, sin el
temor o la angustia de que los fantasmas se conviertan en delirios.
El setting se reconvierte así en un espacio social que confirma su ex-
periencia de padecimiento, ya que ella ha sido negada y desmentida
en otros espacios sociales (Castillo, 2013). Como lo señala Kaës: “la

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T E M Á T I C A

situación de grupo pone al descubierto configuraciones, procesos y


formaciones del inconsciente que de otro modo serían inaccesibles.
Ya que el aparato psíquico grupal realiza un trabajo específico con-
sistente en producir, ligar, transformar la realidad psíquica de y en
grupo” (1999:750).
Vamos a presentar viñetas clínicas del trabajo psicoterapéutico
grupal con mujeres.
Nuestro grupo estuvo compuesto por seis pacientes mujeres y dos
terapeutas María Isabel Castillo y Margarita Díaz. Las sesiones se reali-
zaron en nuestra institución, el ilas, una vez por semana en sesiones de
una hora y media durante dos años. Todas las pacientes habían estado
detenidas y habían sufrido tortura sexual,7 tenían entre 17 y 24 años en
el momento de la detención, a excepción de una de ellas, con sólo 14
años. Algunas estuvieron meses detenidas; otras, días; otras, en varias
oportunidades; algunas con sus padres o hermanos. En el momento
en que se formó el grupo, ellas tenían entre 50 y 60 años; lo que las
caracterizaba es que nunca habían hablado de la situación de tortura a
la que habían sido sometidas; es decir, habían transcurrido entre 25 y
30 años desde la experiencia traumática de detención y tortura.
Al inicio del grupo, la mayoría de las mujeres dijeron sentirse
“atemorizadas, muy desconfiadas, humilladas, avergonzadas e incluso
culpables hasta hoy en día”. Relataron cómo estos sentimientos se
cronificaron debido al aislamiento y marginalidad que caracterizó
la estigmatización de las víctimas, que implicó la pérdida de redes
sociales, de la inserción social y laboral.
El silencio de las mujeres detenidas, torturadas, abusadas y de-
nigradas sexualmente se refuerza por la vergüenza y por la culpa:
muchas veces es el cuerpo el que habla, constituyéndose los síntomas
físicos en el único lugar de la memoria.
Las primeras sesiones del grupo fueron muy intensas, todas se pre-
sentaron y, aunque no contaron los detalles de la tortura, hablaron de

7  Tortura sexual: la agresión sexual consiste en forzar a una persona mediante coacción
física o psicológica, a realizar o padecer actos de carácter sexual. En textos de represión po-
lítica, la violencia sexual utiliza los cuerpos de las mujeres como campos de batalla y así se
imponen de manera cruel el poder y la dominación que culturalmente se ejerce sobre ellas.

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R E C O N O C I M I E N T O S O C I A L Y E L A B O R A C I Ó N

la detención y de los sentimientos de humillación, vergüenza y rabia


que tenían hasta hoy en día. Los niveles de angustia eran muy altos;
muchas lloraban en silencio, también nosotras. A veces algún chiste
bajaba la tensión, pero no lo suficiente como para que en la segunda
o tercera sesión surgiera la pregunta:

¿Qué estamos haciendo aquí?

¿Por qué nos mandaron para acá?

Nunca entendí de qué se trataba; este grupo nos hace mal, nos hace
recordar todas esas situaciones horribles.

¿Por qué tenemos que juntarnos a oír todas estas historias tan dolorosas?,
yo nunca las he hablado y ni siquiera sé si las contaré aquí, tengo ganas
de pararme e irme, hoy no quería venir”.

Por momentos, nosotras, las terapeutas, sentíamos lo mismo, que-


ríamos irnos y nos preguntábamos: ¿por qué teníamos que volver a oír
todo este dolor y horror?, que, además, nunca dejaba de conmovernos,
de hacernos sentir impotentes, ¿qué podíamos nosotras darles a ellas?
La protesta del grupo puede ser entendida como un momento en
que les es posible salir de la sumisión y el sometimiento, pueden
poner en palabras la desconfianza, la desesperanza. Nuestra deses­
peranza puede convertirse en un reconocimiento de la de ellas, cons-
truyendo y reconstruyendo así un espacio grupal de mutualidad y
resonancia afectiva.
Frente a la aparición de relatos de vivencias de horror y de inten-
sos sentimientos aterradores, el terapeuta y el paciente entrarían en
un proceso de disociación mutua (Bromberg, 2009). La respuesta
involuntaria del terapeuta a los estados del sí mismo disociados del
paciente es también la disociación, volverse permeable a la comuni-
cación inconsciente es lo que genera la disociación conjunta.
Esta disociación compartida puede ser entendida como un enact­
ment, en el cual terapeutas y pacientes se coluden inconscientemente
con la necesidad de no querer recordar, no querer saber, para evitar así

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T E M Á T I C A

la invasión de intensas emociones, que pueden generar una desregula-


ción afectiva, temida tanto por las pacientes como por las terapeutas.
Bromberg (2009:97) define enactment como un evento disociativo
compartido. Se trataría de una comunicación inconsciente que da
cuenta de cómo el trauma ha afectado la experiencia del self, “espe-
cialmente la capacidad de regulación del afecto en un contexto re-
lacional y, por lo tanto, el desarrollo del self a nivel del procesamiento
simbólico de pensamiento y lenguaje”.
En este sentido, es fundamental que la relación terapéutica sea
sentida por el paciente como un espacio que aumente la competencia
en la regulación de los estados afectivos. Una relación que permita
el riesgo y también la seguridad, dentro de la cual la revivencia del
trauma no sea una “ciega repetición del pasado”.
Muchas veces es una de las terapeutas o incluso una de las pacien-
tes la que puede mostrar la disociación y logra iniciar un proceso que
permita integrar los aspectos escindidos en un momento grupal, espe-
cialmente cuando aparecen los relatos sobre las situaciones de tortura.
Ferenczi (1934) plantea que el reconocimiento del terapeuta de
su participación en el quiebre de la escucha empática –es decir, en
el proceso disociativo– establece la diferencia entre la situación trau-
mática original y la repetición en una relación terapéutica, suficien-
temente segura, que permita la reparación.
Hemos elegido, para ejemplificar, algunas viñetas de las partici-
pantes del grupo terapéutico.
En las primeras sesiones de grupo, Laura lloró de manera casi
ininterrumpida; dijo:

A la Comisión llegué llorando, no podía hablar. Cuando tuve que escribir


primero la declaración ya fue horrible; después entré, me recibió una
señora y me pidió perdón. Yo más lloraba y no podía hablar. Ella me
dijo que parte de mi dolor y de mi sufrimiento tenía que ver con que el
Estado no hubiera reconocido nunca lo que nos hicieron, que fueron
agentes del Estado los que me detuvieron y torturaron; me dijo que ella
me pedía perdón en nombre del Gobierno de Chile.
Nada de lo que me pasó lo había hablado antes de ir a la Comisión.
Incluso ahí no conté todo, los detalles no. Tenía 17 años estaba en cuarto

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R E C O N O C I M I E N T O S O C I A L Y E L A B O R A C I Ó N

año de educación media, me sacaron de la casa yo era “gansa”8 […] me


sacaron de mi casa vendada, salí de Grimaldi 9 convertida en una mierda,
estaba anulada, no sabía nada […] me escondí en una pieza oscura, no
quería que me vieran, no quería ver a nadie, estuve encerrada en la casa
tres años con el mismo vestido […] Unos meses atrás me quería morir.

María contó que hizo un curso de aromaterapia y que había que


hacerse masajes entre las participantes; “las mujeres teníamos que sa-
carnos la ropa de la cintura para arriba. A mí me tocó una viejita
humilde, no pude tocarla, me dio asco, repulsión de tocar otro cuer-
po […] tengo imágenes, sensaciones; había también unos focos que
me traían muchos recuerdos”.
Las imágenes de esos momentos de tortura regresaban a la memo-
ria de las mujeres con una carga de horror y tristeza. Esos recuerdos
enclaustrados en la memoria individual irrumpían desde el pasado,
para alimentar el miedo, la vergüenza, preservar el silencio y, en de-
finitiva, perpetuando los efectos de la tortura.
La intervención de una de las terapeutas le permitió establecer
la relación con su experiencia de tortura nunca antes relatada. Ana
mencionó que:

Fui con mis hermanas a ver a mi mamá que la habían detenido de nuevo
en el regimiento, yo tenía 17 años. Nos dejan adentro; nos llevan a una
pieza grande; nos desnudan, muchos militares frente a nosotras, con
focos grandes delante para que no los veamos; nos tocan, nos revisan
por todas partes […] me manosean entera. Para qué les cuento todo lo
que me hicieron. Esta cicatriz de quemadura de cigarro que tengo aquí
en el pecho, no me permite olvidar…

Una de las terapeutas le señaló que el relato lo hace en tiempo


verbal presente y que la experiencia de tortura la está viviendo aquí

8 
En lenguaje popular: tonta, ingenua.
9  Villa
Grimaldi fue un centro de detención clandestino de la Dirección Nacional de
Inteligencia. La mayoría de las personas que estuvieron detenidas en ese recinto son hoy día
detenidos desaparecidos. Hoy es un espacio de memoria y se llama Parque de la Paz Villa
Grimaldi.

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T E M Á T I C A

y ahora. Es un daño que se mantiene en el tiempo. El cuerpo guarda


las marcas de los toqueteos, manoseos de la tortura; no se puede vivir
la sensualidad sin que esté contaminada con la violación, de esta
forma se mantiene en el presente el poder de los torturadores.
Podemos observar cómo el trauma queda congelado en un pre-
sente eterno que atrapa y que retorna permanentemente. El trauma
altera la temporalidad, se vive en un estado de alienación y extrañeza,
como en una realidad diferente a la de las otras personas, perma-
neciendo de alguna forma aislado del diálogo humano (Stolorow,
2007).
Es particularmente significativo lo que va ocurriendo al abordar
las situaciones traumáticas, la persona que relata muchas veces no
tiene las palabras para abordar lo que vivió y son las otras integrantes
del grupo, las que van constituyendo un tejido de palabras y afectos
ligados a la experiencia, donde la presencia de las otras y el recono-
cimiento y la validación son las que le permiten ir adentrándose en
ese “hoyo negro” (Kinston y Cohen, 1986) de la experiencia que
fue congelada, porque no tenía la presencia de un otro para que la
validara como experiencia y le diera sentido de realidad (Castillo y
Díaz, 2011).
En el espacio terapéutico se van escenificando las tragedias y
comedias internas (McDougall, 1986) son dramatizaciones espon-
táneas, no conscientemente buscadas, de los conflictos y de las si-
tuaciones traumáticas vividas por cada persona. Los personajes van
cambiando así como los actores que los encarnan. Se constituye en
un todo a la manera de un círculo hermenéutico en la relación de
las partes con el todo. Son varias las escenas que al mismo tiempo
transcurren y variando la posición en el escenario se pueden obtener
diversas interpretaciones de lo que allí acontece. Estos encuentros
facilitarán crear nuevas posibilidades, nuevos capítulos en las distin-
tas biografías, quizás se instale la posibilidad del cambio psíquico,
al poder abordar la experiencia traumática desde otro lugar, el lugar
donde ha sido reconocida y validada por los otros.
El contexto en el que se vive la experiencia de tortura sexual le
señala a la mujer torturada su inermidad y soledad. Los mundos in-
terno y externo se confunden en su cuerpo apartado, vendado y can-

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R E C O N O C I M I E N T O S O C I A L Y E L A B O R A C I Ó N

sado, en manos de un poder arbitrario y cruel, dispuesto a maltratarlo


y, si es necesario, a destruirlo. Desprovisto de recursos materiales para
defenderse, enfrenta una amenaza radical a su integridad física y psí-
quica, sin un tercero a quien recurrir. Su vida y su muerte dependen
absolutamente del torturador (Castillo, Gómez y Kovalskys, 1989).
En otro momento cuando en el grupo se relataron puntualmente
escenas de la tortura Laura se refiere a que: “sacaba hilos de una fraza-
da que le habían pasado con los que se amarraba la blusa en cada uno
de los ojales donde habían arrancados los botones, así se sentía más
protegida, igual que amarrarse unos pantalones muy anchos que le
habían dado después de desgarrarle la ropa con la que había llegado”.
Sorprendida, otra paciente del grupo, le dijo: “Yo hacía lo mismo, se
me había olvidado”. Para Kaës:

el concepto de portavoz es apto para tratar la cuestión de la palabra en el


vínculo: describe la manera en que al sujeto le es aportada la palabra
(Aulagnier), como la recibe y se apodera de ella, cómo la transmite, la
delega o la descarga. El análisis de los procesos asociativos y de las trans-
ferencias en situación de grupo muestra de manera sumamente precisa
que el portavoz a través de lo que enuncia para otro, porta el mismo una
parte desconocida de su propia palabra. En el grupo, el emplazamiento
ocupado por el portavoz se sitúa en los puntos de anudamiento de tres
espacios: el de la fantasía, el del discurso asociativo y el de la estructura
intersubjetiva; es decir, allí donde se anudan los emplazamientos subje-
tivos de varios miembros del grupo, que el portavoz representa y cuya
palabra él porta (1999:767).

“Sacábamos hilos de la frazada”, situación compartida por va-


rias integrantes del grupo, lo que nos lleva a pensar que frente a la
impotencia y el desvalimiento aparecen recursos que les permiten
“recuperarse”, sentir que pueden revertir la situación de violencia y
desprotección a la que están sometidas. Es un intento por lograr la
cohesión del cuerpo y la sensación de continuidad.
En este momento es el grupo quien la protege, convirtiéndose en
un medio confiable para que ella pueda acceder a recordar, facilitando
así el recuerdo de las demás.

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3 tramas 41.indb 35 11/11/14 14:38


T E M Á T I C A

El grupo permite la función de rèverie; es una función principal-


mente materna, que permite a la madre amar y satisfacer las necesida-
des de seguridad profundas del niño: “¿Con qué cosa ama la madre?
yo pienso que además de utilizar los canales físicos de comunicación,
su amor es expresado a través del rèverie” (Bion, 2003:72, citado en
Del Longo, 2012).
Por tanto, la función de rèverie es una experiencia que se desarrolla
a partir de la relación estrecha y de la experiencia con otra mente, y
permite soñar los sueños no soñados y convertir, a través de las fun-
ciones alfa, los elementos beta (tortura) en elementos alfa, que son
pictogramas sincréticos que permiten transformar las experiencias del
dolor en imágenes y soñar lo no soñado, reavivando recíprocamente
la capacidad de soñar. Le pone palabras a lo que emerge de lo des-
conocido equivalente a la función de portavoz de la madre, de la
función del otro (Kaës, 2005, citado en Del Longo 2012).

Reconocimiento social como parte de la reparación10

En las últimas sesiones del grupo terapéutico, transcurridos dos años,


las mujeres verbalizaron el significado de la experiencia terapéutica gru-
pal compartida, en el proceso de historización, de reconstrucción de su
subjetividad, reconociendo la presencia de la marca de la tortura, que
hoy día forma parte de su historia pasada. Las integrantes del grupo
validaron la experiencia de éste, como un espacio de reconocimiento,
no sólo de lo que vivieron, sino de ellas mismas como personas.

maría: Me impresiona que después de tanto tiempo exista tanto


dolor, mil veces torturada, no hay ningún lugar como éste, nadie

10  Entendemos como reconocimiento social la validación del Estado y la sociedad en su


conjunto de las violaciones sistemáticas a los derechos humanos, como parte de una política
de Estado durante la dictadura militar en nuestro país 1973-1990.
Este reconocimiento se ha dado a través de leyes de reparación que indemnizan econó-
micamente a las víctimas, así como también en actos públicos, sociales y culturales. En este
proceso de reconocimiento han sido significativos los memoriales que ayudan a la construcción
de la memoria social.

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3 tramas 41.indb 36 11/11/14 14:38


R E C O N O C I M I E N T O S O C I A L Y E L A B O R A C I Ó N

te juzga, me siento otra persona, una mujer nueva, que puede


sentirse feliz.
ana: Al principio sentía que me hacía mal, lloraban mucho, siempre
de nuevo el mismo relato mío, hablaban de cosas que yo creía que
ya había superado, lo positivo es que pude ver las historias de las
demás, no me siento víctima ni héroe siento que fui parte de esta
historia, todas las que pasamos por esto tenemos algo que nos une,
somos mujeres diferentes.
laura: Cuando llegué al grupo no hablaba y no le contaba a nadie.
Aquí me abrí, converso y me río. He podido hablar de todas las
cosas que me hicieron. Antes era un llanto constante. Lo grande
que ha sido para mí tenerlas a ustedes he arreglado mi vida por
dentro. Tengo un tremendo amor por ustedes y quisiera agrade-
cerles toda la vida mi crecimiento.
rosa: Nunca pensé en la vida estar libre y aquí me saqué el capara-
zón que me cubría y protegía de la humillación y el dolor que
me provocaron. Este grupo es un premio, nosotras estamos más
sanas, más ilusionadas, nos surgen ideas, estamos creativas, nos
hemos recuperado de quienes éramos hace 30 años atrás, a pesar
de las arrugas.
juana: Yo aprendí en el grupo que los secretos corroen por dentro; si
uno los cuenta es un bálsamo. Antes me escondía en una máscara
que no era mía.
patricia: Lo mío ha sido demasiado extremo, estaba muy mal. A la dis-
tancia veo lo mal que estuve y ver ahora como estoy. Tengo los típi-
cos problemas de la vida. Estoy terminando mi carrera de derecho.

Las historias individuales se convierten en la historia del grupo;


pareciera una sola historia, todas cuentan sus experiencias, oyen en
silencio con mucho respeto, se crea un clima de confianza facilitado
por el marco institucional que posibilita que relatos como éste apa-
rezcan tempranamente en el trabajo grupal. El espacio del grupo, a
pesar del horror y la desesperanza que debe contener, también es un
espacio de reconocimiento y validación: cada una se ve reflejada en
la experiencia de la otra y valida con su participación al resto de las
mujeres del grupo.

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3 tramas 41.indb 37 11/11/14 14:38


T E M Á T I C A

Como nos dice Benjamin (1995), el reconocimiento del “otro”


restablece la continuidad perdida de la experiencia de ser, que cons-
tituyó o instituyó lo traumático.
En ese sentido, podríamos pensar que el grupo terapéutico se
constituyó en un espacio potencial, que posibilitó recrear la realidad,
abordar la experiencia traumática de la tortura, nombrándola y pu-
diendo experimentar e historiar lo que significó en cada una de ellas y,
a partir de esto, conectar al grupo con las pérdidas. Sólo así comenzó el
proceso de duelo en el grupo, una suerte de itinerario-inventario de lo
que no está, de lo que no fue, de lo perdido (Castillo y Morales, 2012).
La terapia grupal ofrece un escenario en el que las matrices rela-
cionales, que en su momento fueron constitutivas de cada psiquismo,
intentan recrearse con estos otros-otros. A lo largo del proceso parti-
cipamos también nosotros como terapeutas del despliegue de un am-
plio repertorio de posibilidades, de distintas vicisitudes de encuentros y
desencuentros, placenteros y dolorosos, de miradas, de movimientos,
de realizaciones imaginarias compartidas (Castillo y Morales, 2012).
Planteamos que el reconocimiento tanto público como privado
permite una transformación del contexto sociopolítico e intersubje-
tivo de nuestros pacientes. Este cambio permitiría iniciar un proceso
que articule la historia fragmentada de la tortura, que ponga palabras
a las sensaciones y angustias sin nombre, reconstruyendo la subjeti-
vidad dañada.
Si tal como lo hemos planteado, la situación terapéutica ha sido y
seguirá siendo un espacio potencial que reconstruye la confiabilidad
del espacio “entre” el sujeto y el ambiente, entre el sujeto y el “otro”
sujeto, lo que se nos presenta como una nueva oportunidad como
personas y sociedad, para que este espacio se amplíe y se incorporen
gestos que faciliten la reconstrucción de la subjetividad a partir de
una relación dialéctica de reconocimiento mutuo con el “otro”.
Pensamos que una parte de las conmociones traumáticas nunca
podrán ser simbolizadas; los pacientes guardan para sí un monto de
horror imposible de simbolizar, que nunca llega a tener palabras, que
pertenecen a la categoría de lo impensable, de lo incognoscible.
Creemos que sigue siendo válida la afirmación de Ferenczi
(1988:105-106), que señala: “Ciertas cualidades psíquicas como la

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3 tramas 41.indb 38 11/11/14 14:38


R E C O N O C I M I E N T O S O C I A L Y E L A B O R A C I Ó N

esperanza, el amor en general o a ciertas cosas, han sido tan destruidas


por la conmoción que es necesario considerarlas como incurables,
más exactamente, como totalmente muertas”.
Sin embargo, si la validación intersubjetiva tiene lugar a partir del
reconocimiento social y cultural, una parte del inconsciente invalidado
(Storolow y Atwood, 2004b) puede llegar a ser consciente y, de esta
forma, el trauma puede convertirse en una experiencia que puede ser
pensada y recordada, para convertirse así de esta forma, en parte de
la memoria social.

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Recibido el 27 de junio de 2013


Aprobado el 27 de octubre de 2013

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En torno a la palabra testimonial
de los sobrevivientes: testigos legitimados
y denegados de los centros clandestinos
de detención en Argentina*

Claudia Feld  **
Luciana Messina ***

Resumen

En este artículo se analizan las diversas modalidades del testimonio sobre la


experiencia de la desaparición forzada durante la última dictadura militar en
Argentina (1976-1983). Se examinan los criterios que, en la posdictadura,
han contribuido a que algunos sobrevivientes fueran considerados testigos
legitimados y otros como testigos denegados de esa experiencia. El artículo
propone una reflexión sobre las maneras en que las trayectorias testimoniales
se encuentran atravesadas no sólo por dinámicas de legitimación que habilitan
la palabra pública de la víctima y permiten que sea escuchada e incorporada en
el tejido social, sino también por dinámicas de silenciamiento y denegación.
Las sospechas sobre los sobrevivientes constituyeron algunos de los obstáculos
para que tomaran la palabra en la transición democrática y asumieran el papel
de testigos en el espacio público. La categoría de testigos denegados permite

* Agradecemos a nuestros colegas del Núcleo de Estudios sobre Memoria (ides) la lec-
tura atenta, los comentarios críticos y las sugerencias a una versión anterior de este artículo.
Asimismo, queremos expresar nuestro reconocimiento al programa “Carrières testimoniales.
Les devenirs-témoins de conflits des xxe et xxie siècles”, dirigido por Béatrice Fleury y Jacques
Walter, con sede en la Universidad de Lorraine-Metz, Francia.
** conicet / ides, Argentina; <clavife@yahoo.com.ar>.
*** conicet / uba, Argentina; <lulumessina@yahoo.com.ar>.

TRAMAS 41 • UAM-X • MÉXICO • 2014 • PP. 43-77

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T E M Á T I C A

observar hasta qué punto algunos de esos osbtáculos siguen vigentes, así como
los efectos del poder desaparecedor a treinta años de terminada la dictadura.

Palabras clave: testigo, víctima, centro clandestino de detención, Argentina.

Abstract

This article discusses the diverse forms of testimony on the experience of forced
disappearance during the last military dictatorship in Argentina (1976-1983).
It examines the criteria that have contribuited to the fact that some survivors
have been regarded as legitimate witnesses and other as denied. The paper
focuses on the ways in which the testimonial trajectories are determined not
only by legitimation dynamics that enable a public word and allow the victim
to be heard and incorporated into the social sphere, but also by the dynamics
of silencing and denial. Suspicions about survivors constituted some of the
obstacles for them to became visible during the democratic transition and
assume the role of witnesses in public space. The category of witnesses denied
allows us to observe to which extent these barriers remain in place, as well as
the effects of disappearing power, thirty years after the end of the dictatorship.

Keywords: witness, victim, clandestine detention center, Argentina.

Este artículo propone una reflexión en torno a la noción de testigo y


de las modalidades de testimonio sobre la experiencia de la desapari-
ción forzada de personas durante la última dictadura militar en Ar-
gentina (1976-1983). ¿A través de qué modalidades testimoniales se
ha expresado públicamente la experiencia de los sobrevivientes de
los centros clandestinos de detención (ccd)?, ¿quiénes han sido los
sujetos autorizados para tomar públicamente la palabra en relación
con dicha experiencia?, ¿cuáles han sido los modos de emergencia,
circulación y legitimación (o, por el contrario, obliteración) de
estos testimonios en la esfera pública? Estas interrogantes serán
los puntos de partida para abordar una reflexión que, aunque no
pretende presentar un recorrido histórico exhaustivo ni una mues-

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E N T O R N O A L A P A L A B R A

tra representativa de casos, sí se plantea revisar algunas nociones


del sentido común que asocian la supervivencia al testimonio y la
palabra testimonial a la caracterización como “víctima” de los sobre-
vivientes. Lo que sigue es un intento por problematizar y repensar
estas categorías.
Dado que la memoria social se construye en la interacción entre
recuerdos y olvidos, relatos y silencios, legitimaciones y denegaciones
(Pollak, 1993; Jelin, 2002), este artículo explora cómo dichas dinámi-
cas entran en juego en la configuración de modalidades e itinerarios
testimoniales. En primer lugar, analizaremos algunos dispositivos de
legitimación de testimonios que han sido usuales en los primeros
años de la transición a la democracia (1983-1987),1 examinando al-
gunos de los criterios que contribuyeron a que un sobreviviente que
presenció y vivió la situación límite de los ccd haya sido legitimado
socialmente como sujeto-testigo y narrador, no sólo de esa expe-
riencia sino también de los acontecimientos históricos vinculados a
ella. En segundo lugar, el artículo tensiona esta categoría del testigo
legitimado en relación con otra que denominamos testigo denegado.2
Se trata, en este caso, de sobrevivientes de los ccd cuyas trayectorias
testimoniales han sido amenazadas por la negación, el silencio, la
exclusión, las acusaciones de traición, el estigma y, a veces, la pri-
vación de la palabra. Al respecto, el artículo analiza el caso puntual
de un sobreviviente de la esma3 cuyo itinerario testimonial permite

1  Centramos nuestra atención en la etapa de la transición a la democracia dado que


en esos años se construyeron algunos de los discursos sobre la dictadura militar que estable-
cieron sentidos fuertes y duraderos en la memoria acerca de la represión política y fueron
posteriormente predominantes en el espacio público.
2  Las categorías de testigos legitimados y testigos denegados, así como su carac­terización,
tienen su potencia como herramientas para reflexionar en torno a las nociones de testimonio,
testigo y víctima. Sin embargo, no es nuestra intención crear una tipologización que sustan-
cialice a los testigos. Por otra parte, nos gustaría que se entiendan estas categorías no en una
oposición tajante o en un planteo binario, sino como conceptos modulables y matizables
dentro de una cantidad más amplia de posibilidades y de gradientes.
3  La Escuela de Mecánica de la Armada (esma) fue un importante centro clandestino
de detención que funcionó durante la última dictadura militar argentina (1976-1983). Se
encuentra ubicado en la ciudad de Buenos Aires. Se calcula que en él estuvieron secuestra-
das alrededor de 4 000 personas, de las cuales han sobrevivido alrededor de 200 (Conadep,

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T E M Á T I C A

plantear y reflexionar sobre las dificultades para que algunos testigos


sean legitimados en tanto tales, a pesar de tratarse de alguien que ha
testimoniado y brindado informaciones valiosas a lo largo de los años
–tanto en sede judicial como en otros ámbitos de trabajo sobre los
derechos humanos– destinadas a reconstruir y conocer los crímenes
cometidos en ese ccd.
Entendemos que la posición de testigo no se deriva necesaria
ni automáticamente del hecho de haber vivido un acontecimiento
determinado o sobrevivido a una experiencia límite,4 sino que se trata,
más bien, de una posición conquistada a partir del ejercicio de una
práctica testimonial y, en algunos casos, de la consecución de una tra-
yectoria testimonial a lo largo del tiempo.5 Como muchos han seña-
lado, no basta con que un individuo haya vivido un acontecimiento
para que se constituya en su testigo; esto es, para que advenga un su-
jeto de la experiencia. La transformación de un suceso vivido en una
experiencia compartida socialmente es, en este sentido, inseparable
de la producción de algún tipo de narración.6
Según Pollak y Heinich todo testimonio “lejos de depender de
la sola voluntad o de la capacidad de los testigos potenciales para
reconstruir su experiencia […] se ancla también y sobre todo en las
condiciones sociales que lo vuelven comunicable” (2006:56). En este
marco, adoptar una posición de testigo no depende únicamente de
la voluntad o de la elección subjetiva de contar el pasado vivido sino,

1984:126-143). En este artículo, que se propone como un análisis inicial sobre la temática de
las modalidades de testimonio, trabajamos solamente sobre este ccd, pero somos concientes
de que la experiencia y la situación de muchos sobrevivientes de otros centros clandestinos
complejizan sustancialmente algunas de las reflexiones vertidas aquí.
4  Esta perspectiva se desarrolla en detalle en un trabajo anterior (Messina, 2012), donde
se reflexiona sobre la práctica testimonial y las transformaciones del espacio discursivo tes-
timonial a partir del análisis de la trayectoria como testigo de un sobreviviente de la última
dictadura militar argentina.
5  Jacques Walter y Béatrice Fleury (2012) han denominado a esta práctica, a esta tra-
yectoria y a estos itinerarios “carreras testimoniales”.
6  En esta perspectiva, Sarlo sostiene que “no hay testimonio sin experiencia, pero
tampoco hay experiencia sin narración. [La experiencia es aquello] que puede ser puesto en
relato, algo vivido que no sólo se padece sino que se transmite. Existe experiencia cuando la
víctima se convierte en testigo” (2005:29-31).

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E N T O R N O A L A P A L A B R A

también, de la existencia de ciertas condiciones sociales de escucha.


Dado que tanto las posibilidades de decir como las de escuchar se
modifican a lo largo del tiempo, consideramos pertinente incorpo-
rar en el análisis “la temporalidad y la historicidad de las narrativas
personalizadas” (Jelin, 2006:78). Desde esta perspectiva, adquiere
relevancia la puesta en relación de los testimonios con las distintas
coyunturas sociales y políticas en las que han sido producidos. No
sólo para determinar en qué medida éstas facilitan u obstaculizan la
emergencia y circulación de distintos tipos de testimonios (políticos,
judiciales, científicos) sino, sobre todo, para analizar los modos en
que moldean o delinean su contenido (lo dicho y, por ende, también
lo silenciado en ellos) (Messina, 2012).

Testigos legitimados y modalidades


del testimonio durante la transición democrática

En un contexto de sospecha en torno de los sobrevivientes, de acu-


saciones de traición y de lenta elaboración de un espacio social de la
escucha,7 ¿cuáles fueron los testimonios sobre el terrorismo de Estado
que tuvieron mayor recepción social durante los primeros años de la
transición democrática argentina?, ¿qué testigos han resultado legíti-
mos a la hora de tomar la palabra públicamente para contar la trágica
experiencia de la desaparición de personas?
Indagar los distintos mecanismos que operaron en la configura-
ción y en las condiciones de emergencia de testimonios de sobrevi-
vientes en los primeros años de la transición democrática argentina,8
nos ha permitido proponer cuatro criterios que creemos han contri-
buido a legitimar la palabra pública de ciertos testigos y a configurar
un espacio de escucha para ellos, al mismo tiempo que han tendido a

7  Para un análisis sobre el estigma de la traición que pesa sobre los sobrevivientes de los
distintos ccd argentinos, véase Longoni (2007).
8  Si bien en la primera parte del artículo nos centramos en la transición democrática
y en la segunda en los años 2000, nuestra intención no es periodizar ni construir una línea
cronológica sino indagar en las condiciones de surgimiento y publicitación de los primeros
testimonios posteriores a la dictadura, para luego pensar en condiciones más actuales.

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T E M Á T I C A

excluir la voz de otros. Estos criterios no han sido los únicos ni tam-
poco se han mantenido estables a lo largo de los años, pero sí permi-
ten entender, en parte, la dinámica de legitimación y denegación de
algunas modalidades de testimonio y de la figura de ciertos testigos.
Los testigos más claramente legitimados en aquel momento fueron:

1) sobrevivientes cuya condición de víctimas se veía intensificada por


características particulares, como la corta edad (niños, adolescen-
tes), y que han sido calificados como “hipervíctimas”;
2) sobrevivientes que ya eran conocidos públicamente antes de su
secuestro;
3) familiares de desaparecidos (madres, padres, hermanos/as);9
4) autores de “libros testimoniales” (escritores, periodistas) que re-
produjeron la voz de los detenidos-desaparecidos en el marco de
una trama literaria entre documental y ficcional. A continuación,
examinaremos con más detalle cada uno de ellos.

Los testigos como “hipervíctimas”: el caso


de los sobrevivientes de “La noche de los Lápices”

Durante los últimos años de la dictadura y los primeros de la tran-


sición, la mayoría de los sobrevivientes de los ccd experimentó di-
ficultades para hacer valer su palabra y su testimonio en el espacio
público. Los sobrevivientes eran mirados con sospecha, tanto por
las organizaciones políticas desde la década de 1970 como desde los
organismos de derechos humanos surgidos durante la dictadura. Se
les cuestionaba en su accionar y comportamiento en los ccd, se les
acusaba solapadamente de delación y de traición (Longoni, 2007).
Esta acusación cayó con menos fuerza sobre algunos sobrevivientes
que habían sido secuestrados cuando todavía eran muy jóvenes y no

9 Si bien el centro de este texto está puesto en la voz de los sobrevivientes y en la manera
en que se han constituido como testigos, nos importa mencionar este criterio de legitimación
de la palabra testimonial, sustentado en los vínculos de parentesco, ya que los familiares
fueron las voces reconocidas públicamente desde los inicios de la transición.

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tenían grandes responsabilidades en las organizaciones políticas en las


que militaban (adolescentes, estudiantes secundarios).
Frente a los miles de desaparecidos militantes de organizaciones
revolucionarias, y frente a aquellos sobrevivientes cuya experiencia se
veía como sospechosa o, al menos, como poco clara en el contexto
de la transición, surgieron otras figuras que legitimaron la condición
del sobreviviente, representadas en unas pocas personas que pudieron
tomar la palabra en esa etapa y constituirse públicamente en testigos,
e incluso transformarse en poco tiempo en “testigos emblemáticos”10
de lo ocurrido en los centros clandestinos de la dictadura.
Inés González Bombal (1995) ha sugerido el término “hiper-
víctimas” para describir a los desaparecidos que por su corta edad
y su supuesta ajenidad con las organizaciones políticas previas a la
dictadura generaban una imagen incuestionable de inocencia e in-
defensión frente al poder desaparecedor.11 En esta caracterización no
sólo se obliteraba la identidad militante de los desaparecidos que, en
efecto, una gran mayoría tuvo,12 sino que –en un contexto en el que

10  Los discursos memoriales que se presentan en el espacio público tienden a configurar
o conformar figuras fuertes –que, con el tiempo, pueden transformarse en emblemáticas– que
condensan significaciones y estabilizan sentidos sobre el pasado, en determinados momen-
tos. Estas figuras funcionan como contrapeso de la dispersión de sentidos que ofrecen los
recuerdos, tanto individual como colectivamente (Feld, 2012).
11  Esta concepción puede entenderse como funcional, por contraste, a la frase nativa
“por algo será” en alusión a los desaparecidos, una afirmación cargada de un sentido negativo
vinculado a la sospecha y a la culpabilización de las víctimas que cobró cierta popularidad en
aquellos años. En este sentido, la figura de la víctima inocente de culpa y cargo no surge de la
nada durante la transición democrática sino que constituye en cierta medida una respuesta a
relatos vigentes e incluso hegemónicos durante la dictadura que incluían pseudoexplicaciones
de sentido común como la frase mencionada.
12  La narrativa del Nunca Más (1984) tuvo por efecto desvincular a los detenidos-
desaparecidos de la militancia política y de las organizaciones armadas, es decir, despoliti-
zarlos y crear una figura de víctima a la que nadie tuviera nada que objetar en tanto tal. Sin
embargo, estudios posteriores, como el de Pilar Calveiro (1998), sostuvieron que la población
de los ccd estuvo mayoritariamente constituida por militantes políticos y sindicales y que
las “víctimas casuales” –si bien representaron un número absoluto alto– constituyeron un
porcentaje relativamente bajo en el total de detenidos-desaparecidos. Para la autora, si el
secuestro de los militantes se fundó en el objetivo militar de aniquilar a la guerrilla, el de
las “víctimas casuales” sirvió a los fines de la diseminación del terror y de la demostración
de un poder absoluto.

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resultaba fundamental individualizar y juzgar a los responsables por


las desapariciones– se acentuaban las características de desamparo
frente al poder militar y se visualizaban más claramente las violacio-
nes a los derechos humanos cometidas. Según González Bombal, en
los primeros relatos de la transición:

La predisposición favorable hacia la temática de los derechos humanos


no implicó una recuperación épica de las víctimas sino un repudio a
los métodos ilegales tanto de la violencia política como de la represión
ilegal. En especial, la preocupación giraba en torno a las posibles equi-
vocaciones e injusticias irreparables cometidas en la represión. En ese
sentido, la referencia a los niños, mujeres embarazadas, ancianos, es decir
lo que podríamos denominar “hipervíctimas” era considerada por fuera
de lo admisible (1995:206; cursivas nuestras).

Entre estas “hipervíctimas” se incluyen los adolescentes desapa-


recidos en el episodio que se denominó “La noche de los Lápices”.
Se trató de un operativo realizado en la ciudad de La Plata, en la
provincia de Buenos Aires, en el que fueron secuestrados nueve estu-
diantes secundarios en septiembre de 1976. Pablo Díaz, sobreviviente
de ese operativo, dio testimonio en el juicio a los ex comandantes de
1985.13 A partir de su testimonio, dos periodistas muy conocidos
escribieron un libro y luego un cineasta realizó una película que se
estrenó en 1986.14 El éxito del filme, su capacidad para seguir mos-
trando a lo largo de los años los crímenes más terribles cometidos por
la dictadura, su condición de primer largometraje que reconstruyó
el cautiverio en ccd, además de los múltiples testimonios que Díaz
realizó en medios de comunicación, escuelas, actos conmemorativos,

13  En el juicio a los ex comandantes, realizado entre abril y diciembre de 1985, se juz-
gó a los nueve integrantes de las tres primeras juntas militares (1976-1982). De los nueve
acusados, dos fueron condenados a prisión perpetua, otros tres a penas de entre 4 y 17 años
y los demás fueron absueltos. Sin embargo, allí quedó probado que el plan sistemático de
desaparición forzada de personas fue organizado y ejecutado por las fuerzas armadas en
poder del aparato estatal.
14  María Seoane y Héctor Ruiz Núñez (1986), el filme homónimo fue dirigido por
Héctor Olivera (1986).

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etcétera, hicieron de Pablo Díaz un testigo emblemático desde los


primeros años de la democracia. Durante más de veinte años se le
conoció como el “único sobreviviente de La noche de los Lápices”
(Raggio, 2009). Sin embargo, además de él, otra sobreviviente de
ese operativo también dio testimonio en ese periodo. Su nombre
es Emilce Moler.15 Aunque Moler fue testigo en otro juicio del año
1986,16 su testimonio y su condición de sobreviviente de ese hecho
fueron poco conocidos en aquellos años. La diferencia principal entre
su testimonio y el de Díaz radicó en que, cuando ella tomó pública-
mente la palabra, reivindicó su condición de militante y cuestionó la
versión dominante en aquel momento que consignaba como único
motivo del operativo de secuestro una marcha en reclamo del boleto
estudiantil (Raggio, 2006:33).
Por otra parte, lo que ayudó a la legitimación de Pablo Díaz como
testigo, desde el momento mismo de su declaración en el juicio de
1985, fue no sólo la terrible historia de tormentos que padeció en los
centros clandestinos donde estuvo secuestrado,17 el dramatismo de su
testimonio atravesado por una historia de amor con otra adolescente
secuestrada (Raggio, 2009), o el hecho de haber sufrido el cautiverio
con un grupo de compañeros, sino el énfasis en la extrema vulnerabi-
lidad de los adolescentes secuestrados, y en la idea de que “sólo” por
un reclamo del boleto escolar en el transporte público habían sido
reprimidos con la mayor ferocidad:

¿Qué “guerra justa” se libró contra adolescentes indefensos? Esta historia


revelaba la desproporción de la violencia represiva frente a la extrema
vulnerabilidad de sus víctimas. Fue así como “La noche de los Lápices”,

15  Los tres sobrevivientes mencionados por Lorenz (2004) son Pablo Díaz, Emilce
Moler y Patricia Miranda. Los otros seis continúan desaparecidos.
16  Moler había testimoniado en otro proceso judicial conocido como Causa Camps.
Esta causa es un megaexpediente que en la década de 1980 investigó el accionar de la Policía
de la Provincia de Buenos Aires durante la dictadura. A partir de 1987, al sancionarse la
ley de Obediencia Debida, el expediente quedó paralizado y se reabrió en 2004, a raíz de
la promulgación de nulidad de dicha ley (apdh, La Plata, [http://www.apdhlaplata.org.ar]).
17  Pablo Díaz estuvo secuestrado en los ccd denominados Pozo de Arana y Pozo de
Banfield.

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por las características connotadas de las victimas que narraba (adolescen-


tes menores de edad, estudiantes secundarios), se constituyó en un caso
que encarnaba como ningún otro la narrativa del “mito de la inocencia”
(Raggio, 2009:55).

La trayectoria testimonial de Pablo Díaz, uno de los pocos tes-


tigos emblemáticos de esa etapa, permite ver hasta qué punto esa
característica de “hipervíctima” ha resultado fundamental para el
reconocimiento público y social de la palabra en primera persona.
Sin duda, esta característica ha dotado a su testimonio de una
mayor capacidad de penetración en públicos diversos, generando
empatía e identificación en sectores sociales no convencidos en un
inicio con la causa de los derechos humanos.18 No obstante, dicha
característica alejó drásticamente su relato de las vivencias experi-
mentadas por cientos de otros sobrevivientes que no han deslinda-
do su testimonio de la identidad militante, y de aquéllos que han
mostrado desde el principio los claroscuros y las complejidades del
cautiverio en los ccd.
En suma, podemos decir que Pablo Díaz constituye, para el caso
argentino, un testigo legitimado desde una perspectiva que entiende
a este tipo de testigos como aquellas personas con la potencialidad
de encarnar una historia. Son testigos reconocidos socialmente como
personajes fundamentales de esa historia, tanto en términos indivi-
duales (lo que cuenta le sucedió a él/ella) como colectivos (lo que
cuenta le ha sucedido a la comunidad en su conjunto), y que, en razón
de ello, son convocados a testimoniar e invitados a opinar en diversos
actos conmemorativos.19 En el caso de Pablo Díaz, además, el hecho
18  “Luego de su declaración en el Juicio a las Juntas, comenzó una febril actividad de
denuncia y difusión. Becado por una institución internacional, dio más de tres mil charlas
entre mediados de 1986 y fines de 1988, a veces hasta tres por día, fundamentalmente en
escuelas primarias y secundarias y en universidades. Desde un primer momento su objetivo
fue lograr la transmisión de la experiencia a los jóvenes estudiantes, para que se apropiaran
de la historia, del reclamo y de las prácticas participativas [...] La secuencia charla-reacción-
movilización resume las características de sus iniciativas como portavoz de la memoria de
La noche de los Lápices” (Lorenz, 2004:106).
19  Nos basamos aquí en la noción de “testigo consagrado” propuesta por Fleury y
Walter (2012).

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de que se le haya caracterizado como “hipervíctima” le ha permitido,


al menos para la etapa que estamos analizando, convertirse en un
testigo emblemático.

Testigos reconocidos por sus trayectorias


profesionales: el caso Timerman

Otro criterio de legitimación, en la etapa que nos ocupa, involucra


a algunos sobrevivientes que se habían consagrado previamente en
otros campos de la actividad pública: el periodismo, el arte o la
literatura. Sobrevivientes como el pianista Miguel Ángel Estrella20
o el periodista Jacobo Timerman han sido conocidos en esa etapa,
en principio porque eran figuras públicas reconocidas durante la
dictadura, cuyos secuestros fueron seguidos por una gran repercu-
sión mediática en el exterior de Argentina y por una ola de reclamos
internacionales que, finalmente, contribuyeron a su liberación. Pero
también por el activismo en el campo de los derechos humanos (en
el caso de Estrella) y las crudas denuncias contra la represión clan-
destina (en el de Timerman) que realizaron después de su liberación,
incluso durante el periodo dictatorial.
Héctor Timerman es, por lo tanto, uno de los testigos legitimados
de la etapa que examinamos. Timerman fue secuestrado el 15 de
abril de 1977, en relación con el llamado “caso Graiver”,21 torturado

20 Miguel Ángel Estrella es un pianista clásico argentino, reconocido internacionalmente.


Era un militante peronista que estaba exiliado en Uruguay cuando fue secuestrado en 1977
y luego torturado por fuerzas militares uruguayas y argentinas, como parte de las actividades
represivas conjuntas de ambos países dentro del marco del llamado Plan Cóndor. Permaneció
detenido durante dos años en una cárcel en Montevideo y fue liberado gracias a la presión
internacional ejercida por artistas y pensadores de renombre mundial.
21 A los comienzos de la dictadura, el diario dirigido por Timerman, La Opinión, se
mostró favorable al gobierno de Videla (enfrentándose a los militares que no lo respaldaban),
aunque también tenía un cariz progresista y contrario a las violaciones a los derechos humanos
(Mochkofsky, 2004:256). David Graiver, banquero vinculado a la administración de finanzas
de la organización Montoneros, fue también inversor de La Opinión. Tras su muerte, en un
misterioso accidente, en 1976, muchos hombres relacionados con él fueron secuestrados por
las Fuerzas de Seguridad argentinas acusados de tener vínculos con Montoneros.

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y mantenido en cautiverio clandestino hasta el 17 de abril de 1978.


Luego, fue puesto en prisión domiciliaria a disposición del Poder
Ejecutivo Nacional hasta que, finalmente, en septiembre de 1979,
se le expulsó del país. Su “reaparición” y su liberación estuvieron
vinculadas a la gran presión internacional que se ejerció en este caso.
En el extranjero, Timerman denunció firmemente la dictadura y las
violaciones a los derechos humanos sufridas por él y por los demás
desaparecidos. En 1981 publicó su experiencia de cautiverio en el
libro Preso sin nombre, celda sin número, en el que cuenta las torturas
padecidas en el centro clandestino de detención de Puesto Vasco.

Escribió Preso sin nombre, celda sin número en español. Pero su prime-
ra edición, traducida por Toby Talbot, fue en inglés y apareció en los
Estados Unidos. Tenía apenas 164 páginas y era un conmovedor relato
personal, por momentos poético, de su secuestro y prisión, atravesado
por un relato político de la Argentina previa a su caída (Mochkofsky,
2004:406).

En la etapa que examinamos, el nombre de Timerman aparece


asiduamente en la prensa y llegó a convertirse, rápidamente, en un
testigo “famoso”. A su regreso a Argentina, poco después de iniciada
la democracia, Timerman fue entrevistado por diversos medios de
prensa que lo legitimaron aún más en su calidad de testigo (sobrevi-
viente pero también acusador del general Camps) y amplificaron su
característica de personalidad públicamente conocida. Los medios no
sólo lo nombraban, sino que replicaban sus palabras y publicaban su
fotografía. Al respecto, en un reportaje que le hizo la revista Siete Días,
él afirmaba: “Volver al país en que fui torturado me resulta difícil,
también caminar por las calles. Los recuerdos de la tortura están siem-
pre presentes. Tengo ciertas ansiedades. Cuando salgo a la calle firmo
autógrafos, me hacen regalos. Parezco una ‘star’” (Siete Días, núm.
857, 25 de enero de 1984, p. 5). En muchos de los relatos públicos
de esa etapa, el nombre de Timerman parece ser suficiente para evocar
la experiencia de cautiverio y tortura en la clandestinidad.
Cuando dio testimonio en el juicio de 1985, su declaración apa-
reció en casi todos los medios de prensa; sin embargo, las interpre-

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taciones por su detención recaían en su condición de periodista y


en su identidad judía; de hecho, su denuncia se había efectivamente
focalizado en esta última característica.

Pero el tema central del libro era el antisemitismo del régimen militar.
Describía las sesiones de tortura y los interrogatorios de paranoia an-
tisemita a los que lo habían sometido y afirmaba que su tormento se
debió al hecho de ser judío. No sólo eso: había sido secuestrado, tor-
turado y mantenido preso dos años y medio principalmente porque era
judío, además de un luchador por los derechos humanos (Mochkofsky,
2004:407 cursivas nuestras).

De esta manera, este testigo legitimado se constituyó también en


una excepción, cuyo relato, si bien pudo denunciar la ferocidad de la
violencia clandestina del régimen y dar referencias culturales y mar-
cos simbólicos para entender las desapariciones (como por ejemplo,
la referencia al Holocausto), no alcanzó a explicar la desaparición de
miles de personas que no eran judías.
Por todo esto, si bien Timerman fue uno de los pocos sobrevi-
vientes que se transformó rápidamente en un testigo legitimado, su
figura ha quedado aislada del resto de los casos y ni su experiencia
ni su legitimidad testimonial pudieron fácilmente trasvasarse a la de
otros sobrevivientes de ccd, especialmente aquellos que habían sido
militantes del campo popular y de las organizaciones armadas en los
años previos a la dictadura.

Testigos familiares de desaparecidos: la voz del parentesco

El tercer tipo de criterio de legitimación –que sigue vigente incluso


en la actualidad– está representado por aquéllos que comparten lazos
de parentesco con los desaparecidos. Nos referimos a los familia-
res de detenidos-desaparecidos, cuya toma pública de palabra los fue
transformando a lo largo de los años en sujetos privilegiados para
narrar y transmitir, primero, las experiencias de búsqueda de sus se-
res queridos y, después, las informaciones que se fueron conociendo

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acerca del sistema desaparecedor (secuestros, reclusión clandestina,


torturas, asesinatos y ocultación de los cuerpos de los desaparecidos).
Estos parientes directos se convirtieron, hacia el final de la dictadura
y durante la transición democrática, en una de las voces que tuvo
mayor presencia pública y logró una gran capacidad de escucha. La
legitimidad de esta voz recaía justamente en los lazos de parentesco
con las víctimas. La lógica de las relaciones familiares se trasladó,
así, a la esfera pública y marcó las intervenciones de denuncia de las
desapariciones y de búsqueda de respuestas sobre los paraderos de
los desaparecidos. Según Da Silva Catela:

Los vínculos primordiales funcionaron como las referencias culturales


más cercanas y confiables para organizarse, la más eficaces para comu-
nicarse y luego definirse como grupo […] Las víctimas que “tienen la
palabra” y por ende “legitimidad” para hablar y expresar lo que pasó no
son los sobrevivientes de los campos de concentración sino los familiares
de desaparecidos (2001:284).

En gran medida, esta legitimidad fue habilitada, paradójicamente,


por el lugar privilegiado que la familia ocupaba dentro del discurso
dictatorial, en tanto metáfora de célula primordial de la Nación:

El uso que el discurso dictatorial hizo de la familia como unidad na-


tural de la organización social tuvo su imagen en espejo en parte del
movimiento de derechos humanos. Después de todo eran madres en
busca de sus hijos […] el lenguaje y la imagen de la familia constituían
la metáfora central del gobierno militar, pero también la imagen central
del discurso y las prácticas del movimiento de derechos humanos. Lo que
estaban denunciando eran crímenes en contra de la familia, proyectando
al mismo tiempo una imagen de “buen” hijo del/la joven desaparecido/a
y de una vida familiar “normal” (Jelin, 2010:230-231).

Para Jelin (2010), la legitimidad de la voz para referirse al pasado


dictatorial se ancló durante la transición democrática en la pérdida
de un familiar, y recién, a mediados de la década de 1990 en la
experiencia directa y corporal de la represión, esto es, en la voz de

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los sobrevivientes. En este sentido, utilizamos la noción de testigo


para aludir, no sólo a aquellos que han atravesado en carne propia la
experiencia de detención clandestina (testigos-sobrevivientes), sino
también a aquellos que, por sus lazos de parentesco con los sujetos
que la han atravesado y no han sobrevivido, se han constituido en
lo que se ha denominado como “afectados directos” del terrorismo
de Estado.22
De esta manera, las figuras que se hicieron públicas y recorrieron
tanto los foros internacionales como los espacios habilitados para
hablar sobre esta temática en la Argentina de la década de 1980 fue-
ron integrantes de las Madres de Plaza de Mayo o de la asociación
de Abuelas de Plaza de Mayo. En especial, su presidenta, Estela de
Carlotto, tuvo una importante trayectoria, no sólo como activista
en la lucha por los derechos humanos, sino también como testigo
legitimada. Lo que se legitima en esta instancia testimonial no es
sólo la voz de las madres, abuelas y otros familiares, en tanto voces
autorizadas para relatar y establecer “la verdad” de lo ocurrido, sino
también la legitimidad de estos actores en tanto víctimas de la repre-
sión dictatorial.
Las dos películas sobre la dictadura más populares de la década de
1980 –e incluso reconocidas internacionalmente–, que cristalizan y
constituyen vehículos privilegiados de la narración sobre el pasado
reciente argentino (La historia oficial, Puenzo, 1984, y La noche de
los Lápices, Olivera, 1986) dan voz y tienen como protagonistas a dos
tipos de testigos legitimados socialmente que hemos referido: los que
hemos denominado “hipervíctimas”, por un lado, y los familiares de
desaparecidos, por el otro, especialmente las abuelas en su búsqueda
de los nietos apropiados por los represores.23 Puede sugerirse, enton-

22  La
categoría de “afectados” merecería un examen detallado que diera cuenta de las
luchas sociales, los contextos y los agentes que les otorgan sentido, y de la discutible sepa-
ración entre afectados y no afectados. Sin embargo, los organismos de derechos humanos
han estatuido muy tempranamente el lugar de “afectados” para los familiares directos de
desaparecidos (Jelin, 1995). Es esta categoría nativa a la que nos estamos refiriendo.
23  Los nietos apropiados, al igual que los estudiantes secundarios, constituyen otra
variante de “hipervíctima”. El sistema represivo instaurado por la dictadura puso en práctica
la apropiación de bebés nacidos en cautiverio o secuestrados junto con sus padres. Desde la

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ces, que estas películas no consagran a sujetos individuales en calidad


de testigos sino al sujeto colectivo de las “víctimas inocentes”.
Como sostiene Sandra Raggio, “estos casos tenían la capacidad de
demostrar las falacias del discurso militar, esgrimidas por la defensa en
el juicio [a los ex comandantes], de que la represión era una ‘guerra
contra la subversión’” (2009:55). En efecto, ninguna “guerra”, por más
“sucia” que fuera, podía justificar el ensañamiento y el asesinato de
adolescentes indefensos o la apropiación de los bebés recién nacidos.
Las historias narradas en ambas películas revelan, por lo tanto, la “des-
proporción de la violencia represiva frente a la extrema vulnerabilidad
de sus víctimas” (Raggio, 2009:55). Entre otros elementos, su éxito se
basó en que sus narrativas se adecuaban a los marcos interpretativos
que primaron durante la transición: la denuncia en clave de narrativa
humanitaria24 y la legitimación de este tipo de testigos.

Testigos autores de libros, sobrevivientes como personajes

En la etapa que estamos examinando, la palabra del testigo-sobrevi-


viente fue raramente plasmada en libros publicados por editoriales
comerciales y de circulación masiva. Cuando lo hizo, en general
fueron otros (escritores, periodistas) los que recogieron el testimonio
de quienes pasaron por la experiencia de secuestro, tortura y cautive-
rio, y se constituyeron en autores. Fueron pocos los casos en que los
mismos sobrevivientes escribieron y firmaron esos libros.25

dictadura, las Abuelas de Plaza de Mayo llevan a cabo una búsqueda permanente de esos
niños, ahora adultos. Sobre un total de alrededor de 450 casos de chicos/as apropiados/as,
fueron encontrados 109 hasta ahora (septiembre de 2013).
24  La denuncia en clave revolucionaria, que había primado con anterioridad al golpe
de Estado, fue reemplazada por una denuncia en clave humanitaria, con énfasis en la descrip-
ción fáctica más que en la interpretación política. Esto se tradujo en una nueva forma de
representar a los desaparecidos que ocluía toda práctica política, sobre todo, aquella ligada
a la militancia revolucionaria y a la lucha armada. Según numerosos autores, la figura de la
“víctima inocente” fue el operador común en las denuncias (Crenzel, 2010).
25  Además del libro de Timerman ya mencionado, otro ejemplo de relato testimonial
es el de Alicia Partnoy, plasmado en el libro La Escuelita, que fue publicado en 1986 en
inglés, en Estados Unidos. Si bien Partnoy brindó su testimonio ante la Conadep, en 1984,

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Uno de los casos más significativos está constituido por el ya


mencionado libro La Noche de los Lápices, sobre el que se basó el
filme homónimo, escrito por dos periodistas, María Seoane y Héctor
Ruiz, y publicado en 1986. El día en que Pablo Díaz testimonió en
el juicio a los ex comandantes, María Seoane estuvo presente como
periodista, y fue a partir de ese testimonio como surgió la idea de
hacer un libro que relatara dicha experiencia y se interesara en los
adolescentes secuestrados en el operativo. Este libro no sólo tuvo
un gran éxito en ese momento sino que ha seguido reeditándose
hasta el presente, como uno de los instrumentos más conocidos de
divulgación de lo ocurrido a los desaparecidos en los centros clan-
destinos de detención.26 Lo interesante de este libro es que, a pesar
de haber sido escrito por terceros, fue fundamental para el inicio de
la trayectoria testimonial de Pablo Díaz y para su instauración como
testigo emblemático.
Otro de los libros “testimoniales” que circuló masivamente en esa
etapa fue Recuerdo de la muerte, de Miguel Bonasso, publicado en
México, en 1983, y en Argentina, en 1984. El texto se basa en ex-
haustivas entrevistas con un sobreviviente fugado de la esma, Jaime
Dri. Si bien Bonasso había sido militante de Montoneros y había
pasado en el exilio los años de la dictadura, su libro se centra prin-
cipalmente en la experiencia de cautiverio de Dri, contada a través
de una reconstrucción de los hechos. En este texto, la voz del testigo
queda fundida con la voz del autor. Se borra la línea que diferencia
a una voz de la otra, y el lector termina teniendo la sensación de
que el autor vivió los hechos que narra (Longoni, 2007). Como
señala Rossana Nofal, en Recuerdo de la muerte, “las líneas de dife-
rencia entre representación y autorrepresentación son difusas; un
mismo proyecto intelectual y político unen al autor y al entrevistado”
(Nofal, 2002:85). Esto hace que Miguel Bonasso –cuya experiencia

su libro no fue traducido y publicado en castellano sino hasta 2006. Agradecemos a Alicia
Salomone los datos proporcionados sobre este caso.
26  “El libro es pequeño, con un formato de bolsillo, de lectura rápida. En sus distintas
ediciones no excede las 250 páginas. Luego de que la Editorial Contrapunto 50 cerrara,
compró los derechos la editorial Planeta, que siguió editándolo, y luego lo hizo Sudamericana,
que en 2009 comercializaba su décima primera edición” (Raggio, 2010).

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de militancia y exilio puede asimilarse a la de Dri, pero que no ha


experimentado el cautiverio clandestino– pueda ser considerado por
muchos, a partir de este libro, “testigo legitimado” de la desaparición,
más que el propio Jaime Dri.
Como puede observarse, por lo tanto, la voz del testigo-sobre-
viviente, especialmente el sobreviviente militante, experimentó más
dificultades que otras voces para constituirse inmediatamente en una
palabra de autor, y en ser plasmada en libros de gran circulación. Re-
cién hacia mediados de la década de 1990, en un contexto memorial
y político diferente,27 comenzaron a aparecer discursos en los que
tomó relevancia la política como práctica de transformación social
y en los que cobraron protagonismo las miradas militantes sobre el
pasado reciente argentino. Uno de los libros que funcionó como bi-
sagra en la apertura a la voz de los militantes de las décadas de 1960
y 1970 (muchos de ellos, sobrevivientes de ccd) fue La voluntad.
Una historia de la militancia revolucionaria en Argentina (1966-1973
y 1973-1976), de Eduardo Anguita y Martín Caparrós (1997). Se
trata de un libro que recupera las historias de vida a partir de testi-
monios centrados en la cotidianeidad y los recorridos políticos de los
militantes de aquellos años. Sin embargo, fue a partir de la década de
2000 cuando comenzaron a circular masivamente libros escritos por
sobrevivientes que relatan en primera persona las experiencias sobre
el secuestro y la detención en los centros clandestinos. Entre ellos,

27  La segunda mitad de la década de 1990 puede caracterizarse por la tensión entre
la gran visibilidad que adquiere el tema de la represión en el espacio público y las trabas
que, desde el punto de vista institucional, generan una situación de impunidad para los
crímenes de la dictadura. Si bien el gobierno nacional de Menem no lleva adelante medidas
importantes al respecto, se llevaron adelante, tanto nacional como internacionalmente,
una serie de estrategias jurídicas tendientes a “reparar” la falta de verdad y justicia: entre
otras, la apertura de los llamados juicios por la verdad en algunas de las ciudades más
importantes del país; la prosecución de juicios en España y otros países europeos contra
los responsables de la dictadura argentina; el inicio de juicios por la apropiación de niños
nacidos en cautiverio, en los cuales resultaron procesados y detenidos varios jefes militares
de la época de la dictadura como Jorge Rafael Videla y Emilio Massera. Para un análisis
del modo en que estas acciones se vinculan con las luchas llevadas a cabo durante esos años
por los organismos de derechos humanos, y sobre las relaciones de estos organismos con
el Estado, véase Valdéz, 2001.

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E N T O R N O A L A P A L A B R A

podemos mencionar: Ese infierno: conversaciones de cinco mujeres


sobrevivientes de la esma, de Manú Actis et al. (2002); Pase libre. La
fuga de la Mansión Seré, de Claudio Tamburrini (2002), y Desapa-
recido: memorias de un cautiverio. Club Atlético, el Banco, el Olimpo,
Pozo de Quilmes y esma, de Mario Villani y Fernando Reati (2011).
Asimismo, en esa etapa comienzan a surgir nuevas voces que
narran “en primera persona” la experiencia, ya no del cautiverio
clandestino, sino de la desaparición de un ser querido, ya sea en tér-
minos de duelo no acabado, de pérdida de un familiar o de ausencia
imposible de recuperarlo. Se trata de los hijos de desaparecidos y de
militantes de la década de 1970, quienes, en su mayoría eran niños
durante la transición democrática, comenzaron a tomar la palabra
a mediados de la década de 1990. A partir del año 2000, se realizan
decenas de producciones en primera persona de esta generación
de los hijos, tanto en literatura, teatro y cine, como en otro tipo de
intervenciones artísticas y culturales, con diversos estilos y registros
de narración.28

Testigos denegados. Entre el estigma y la palabra testimonial

Los centros clandestinos de detención argentinos, así como otros


dispositivos represivos de encierro, tortura y muerte, generaron zonas
ambiguas de relación entre víctimas y victimarios. En la mayoría de
ellos, los represores seleccionaban algunos detenidos que serían los
encargados de realizar las tareas vinculadas al mantenimiento y al
funcionamiento del lugar (limpieza, alimentación, reparación de ar-
tefactos, etcétera).29 Realizar este tipo de tareas en el ccd, aunque no
hubiera casi margen para negarse, generaba sensaciones encontradas

28  Entre los numerosos análisis que han suscitado estas expresiones culturales, podemos
mencionar los ensayos de Ana Amado (2009) y Alejandra Oberti y Roberto Pittaluga (2006)
sobre los filmes de integrantes de esta generación.
29  La existencia de un grupo de prisioneros dedicados a las tareas de mantenimiento y
funcionamiento fue algo común a la mayoría de los centros clandestinos de detención. En
muchos de ellos, este grupo era conocido como el Consejo. Formar parte del Consejo podía
significar algún privilegio pero no eximía de los malos tratos ni garantizaba la supervivencia:

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T E M Á T I C A

para los propios detenidos. Así lo expresa, Mario Villani, sobrevivien-


te de cinco centros clandestinos de detención ubicados en la ciudad
de Buenos Aires y sus alrededores:30

Trabajar o no trabajar –colaborar o no en el funcionamiento del campo


para tratar de salir con vida– fue la situación dilemática por excelencia
[…] Se llega a dudar quién es uno, prisionero o qué, cuando no se sabe
si el guardia que habla de fútbol o juega al truco con el secuestrado es
un torturador o un amigo. Un prisionero que optaba por trabajar –o,
mejor dicho, aceptaba trabajar, porque ningún secuestrado tenía el po-
der de decisión sobre esa alternativa– podía terminar desarrollando lazos
de complicidad con el mismo torturador que antes lo había sometido
a suplicios y que, de ser necesario, podía volver a hacerlo en cualquier
momento (2011:76).

Un caso particularmente complejo y controversial en relación


con el tema de la colaboración y la configuración de “zonas grises”31
o espacios ambiguos de relación entre víctimas y victimarios tuvo
lugar en el ccd que funcionó en la esma. Allí, además de un grupo
de detenidos encargados de tareas de mantenimiento, los represores
conformaron otros dos grupos de prisioneros para que cumplieran
tareas específicas dentro del ccd: hacia fines de 1976, el llamado mini
staff, y desde principios de 1977, el llamado staff. En ambos casos, se

“en cada campo hubo varios Consejos y por lo general sus miembros sólo duraban con vida
poco tiempo” (Villani y Reati, 2011:139).
30  Desde noviembre de 1977 hasta agosto de 1981, Mario Villani estuvo secuestrado en
los centros clandestinos de detención conocidos como Club Atlético, el Banco, el Olimpo,
Pozo de Quilmes y esma.
31  Surgen aquí una serie de categorías por interrogar en las que no podremos ahondar en
el presente artículo. Nos referimos a las nociones de “colaboración”, “traición” y “zona gris”,
tal como han sido trabajadas en la bibliografía referente a centros clandestinos de detención
en Argentina, y a la experiencia concentracionaria en general. La noción de “traición” en
Argentina ha sido trabajada por el libro que ya citamos de Longoni (2007). La noción de
“zona gris” ha sido propuesta por Primo Levi (2000) para los campos de concentración
nazis. El análisis puntual de estas categorías excede los alcances de este artículo, aunque no
podemos dejar de mencionarlas y subrayar la dificultad para examinar una experiencia que
se desarrolló en el límite entre la vida y la muerte, y en un contexto de amenazas no sólo
para quienes estaban cautivos en los ccd sino también para los familiares que estaban afuera.

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trataba de prisioneros de alto nivel político dentro de la organización


Montoneros que fueron seleccionados para el proceso de “recupera-
ción” ideado por los represores para servir a los propósitos políticos
del entonces almirante Emilio Eduardo Massera.32
Al momento de definirlos y de calificar a los miembros de estos
dos grupos formados por los represores, emergen importantes con-
troversias en torno a la interpretación de qué fueron estos grupos y
quiénes los integraban.
La diferenciación aparece tempranamente en el informe Nunca
Más, producto de la investigación llevada a cabo por la Comisión
Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep).33 Según la
interpretación que quedó plasmada allí, la distinción entre ambos pa-
rece radicar en una colaboración más o menos “conciente” o “elegida”
de unos (el mini staff ) frente a un cumplimiento de tareas “obligado”
y bajo amenaza de los otros (el staff ). Según dicho informe, en la
esma había tres clases de detenidos:

1) Los que seguían el destino secuestro-tortura-permanencia en


“capucha”-traslado. Este grupo era la inmensa mayoría; 2) una ínfima

32  El almirante Emilio Massera, jefe de la Armada, se proponía generar un proyecto


político propio que lo condujera a presidir el país posteriormente a la dictadura. La manera
en que se proponía utilizar a los detenidos-desaparecidos de la esma para tal fin fue descrita
por tres sobrevivientes en 1979: “A principios de 1977, la esma, bajo el control directo del
almirante Massera, sin abandonar el principio de exterminio masivo, se plantea para un grupo
de secuestrados un nivel superior de aniquilamiento: ganarlos en el plano político-ideológico
para incorporarlos en el futuro proyecto político de Massera. O, en su defecto, para utilizarlos
intentando desmentir –aunque no fuera más que en parte– el exterminio. […] Somos parte de
ese proyecto de ‘recuperación’ que la Marina pone en marcha. Este grupo de elegidos seguimos
quedando con vida y el régimen para nosotros era cada día menos severo, sin dejar de convivir
con la presencia constante de la tortura y la muerte de quienes continúan siendo capturados y
asesinados” (cadhu, “Testimonios de los sobrevivientes del genocidio en la Argentina”, 1979,
p. 6. Reproduce el testimonio de Ana María Martí, Alicia Milia de Pirles y Sara Solarz de
Osatinsky realizado ante la Asamblea Nacional de Francia el 12 de octubre de 1979).
33  La Conadep fue creada por iniciativa del doctor Raúl Alfonsín a pocos días de haber
asumido como presidente constitucional en diciembre de 1983. Constituyó uno de los primeros
pasos hacia una política de Estado de indagación en torno del destino de los desaparecidos
(Crenzel, 2008). La investigación que, a lo largo de 10 meses, llevó adelante la Comisión
tuvo como horizonte la reconstrucción de la metodología represiva y de sus instrumentos y
modalidades de implementación.

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minoría de los secuestrados que fueron seleccionados y aceptaron


convirtiéndose prácticamente en “fuerza propia” del grupo de tareas.
Colaboraban directamente en la represión y fue el llamado mini
staff. Se convirtió en una élite de gran confianza del gt; 3) otra in-
significante cantidad en relación al total de secuestrados que –por su
historia política, capacidad personal o nivel intelectual– cumplieron
funciones de diversa utilidad para el gt (recopilación de recortes pe-
riodísticos, elaboración de síntesis informativa, etc., que se realizaban
en “pecera”; la clasificación de los objetos robados en los operativos,
que se encontraban depositados en el “pañol”; distintas funciones de
mantenimiento del campo; electricidad, plomería, carpintería, etc.)
(Conadep, 1984:134-135).

En trabajos más recientes, como el de Pilar Calveiro (1998), la


diferenciación entre ambos grupos queda enmarcada en una pers-
pectiva interpretativa que se aleja de la concepción binara del estilo
“héroes y traidores”, y reconoce que la conformación de un gradiente
de grises fue lo propio de los ccd. Calveiro señala que, para el caso
argentino, la condición de heroicidad sólo era posible antes de la
captura del militante perseguido, y es privativa, entonces, de aquellos
que murieron sin haber sido arrastrados “por la corriente succiona-
dora” de estos centros (Calveiro, 1998:129).
Aquel que atravesó la experiencia concentracionaria queda, según
la autora, “[…] rodeado por la atmósfera difusa del campo, de ma-
nera que entra en una zona de indefinición en la que nunca se sabe a
ciencia cierta a qué categoría pertenece. Es como si automáticamente
salpicara al hombre desvaneciendo toda su posible heroicidad” (Cal-
veiro, 1998:129).34
Sin embargo, aun en un análisis semejante, la diferenciación en-
tre el staff y el mini staff persiste.35 Según Calveiro, la conformación

34  En este aspecto, en tanto propone un análisis no binario del cautiverio en los ccd, el
análisis de Calveiro (1998) puede compararse con las consideraciones de Primo Levi (2000)
sobre la ya mencionada “zona gris” de los campos de concentración nazis.
35  Es cierto que hubo diferencias de lugares y acciones que ocupaban y desplegaban los
detenidos-desaparecidos en su cautiverio. Este análisis no pretende negar ese hecho, aunque
tampoco podrá analizarlo en profundidad. Sin embargo, este trabajo apunta a cuestionar

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de ambos grupos respondió a procesos muy diferentes: mientras los


detenidos que integraron el staff (alrededor de treinta hacia 1978)
simulaban colaboración con los represores a partir de lo que ellos
mismos han denominado posteriormente como “doble juego” –una
suerte de estrategia de resistencia al poder de los represores–,36 el
ministaff estaba “conformado por una decena de hombres y mujeres,
todos ellos conversos, con más o menos convicción, a la causa mili-
tar” (Calveiro, 1998:118).
Longoni, por su parte, señala la complejidad de ese “doble juego”
y las dificultades para trazar una línea clara de demarcación entre
quienes colaboraban y quienes no, en esa situación de simulación;
esto es, las dificultades para “precisar los límites entre usar y ser usa-
do” (2007:105-106).37
Esta complejidad de la experiencia de cautiverio en la esma y, por
lo tanto, de las interpretaciones sobre los motivos de supervivencia
y las calificaciones en torno de los sobrevivientes es la que queremos
evocar para pensar los condicionamientos que han tenido los iti-
nerarios testimoniales de aquellos sobrevivientes sobre los que han
recaído la sospecha y las acusaciones de haberse “pasado al otro lado”,
durante su cautiverio en ese centro clandestino de detención.38 En

categorías que han sido planteadas por los represores y mantenidas luego por los documentos
y análisis posteriores.
36  Calveiro (1998) menciona que una de las estrategias de resistencia dentro de los
centros clandestinos de detención fue el engaño a los represores: convencerlos de que esta-
ban colaborando sin hacerlo realmente, para dar signos de “estar recuperándose” y así salvar
sus vidas. Es en ese sentido que los sobrevivientes que habían integrado el staff en la esma
hablan de un “doble juego”.
37  Queremos precisar que fue el sistema mismo del ccd el que propuso estas ambigüe-
dades y complejidades en los comportamientos individuales durante el cautiverio. En ese
sentido, el sistema desaparecedor no sólo ha creado incertidumbres y sospechas en el “afuera”
(esto es, entre los familiares de las víctimas y en la sociedad en general), sino también entre
los mismos secuestrados. Lo que sigue no intenta juzgar actitudes ni zanjar cuestiones extre-
madamente delicadas, sino poner de manifiesto una problemática hasta ahora poco analizada
y que sigue produciendo efectos, tanto en las vidas personales de algunos/as sobrevivientes,
como en los discursos públicos sobre el pasado reciente.
38  Vemos cómo la acusación de traición, que en un principio había recaído sobre la
mayoría de los sobrevivientes, se fue desplazando hasta abarcar sólo a algunos de ellos: aqué-
llos que se habrían “pasado al otro lado”. “Están entre la espada y la pared: para las víctimas

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algunas referencias a ellos, hechas por terceros (generalmente, otros


sobrevivientes) aparece fuertemente la idea del converso: aquel que
se ha convertido en otra cosa, que entró al centro clandestino siendo
militante revolucionario y salió siendo aliado de los militares. Según
esta idea, el centro clandestino parecería haberlos transformado en
otras personas (y esta conversión es siempre cualitativa, es decir, no
se mide en gradientes sino en cambios radicales, saltos que implican
cortes abruptos entre un antes y un después). En este punto, resulta
pertinente el interrogante que plantea Reati: “en un país donde tan-
tos eligieron no darse cuenta de lo que pasaba alrededor, ¿por qué
el ciudadano común que continuó su vida más o menos normal en
medio de la violencia recibe menos escrutinio que el militante que
sucumbió al terror?” (2006:28).
Algunos de estos sobrevivientes fueron asumiendo la palabra
testimonial a lo largo del tiempo.39 Si bien sus relatos en primera
persona demoraron años en llegar al espacio público, cuando lo
hicieron pudieron aportar datos fundamentales para reconstruir
el sistema de desaparición de personas y el destino individual de
algunos desaparecidos sobre los que no se sabía nada después de su
secuestro.40
A pesar de eso, estos testigos no han conseguido legitimarse como
tales en el espacio público en general, y más particularmente en los

fueron cómplices y para los represores son personae non gratae porque lo que saben podría
hundir a muchos” (Villani y Reati, 2011:134).
39  Como sostienen Pollak y Heinich, “todo testimonio se sitúa en un espacio de lo de-
cible, cuyos límites son el silencio absoluto debido a la destrucción física […] y los silencios
parciales debidos a la destrucción de las disposiciones ‘morales’ (es decir, psíquicas, sociales,
éticas) que autorizan al testimonio” (Pollak y Heinich, 2006:59).
40  Los represores han intentado borrar, ocultar o destruir toda prueba –desde archivos
hasta edificios– que los inculpe en los atroces crímenes cometidos por ellos. El mecanismo
represivo basado en el secuestro, la tortura y la desaparición de personas funcionó como un
sistema de borramiento de identidades, de cuerpos, de información. En este sentido, las in-
certidumbres sobre el destino final de cada desaparecido, en la mayoría de los casos, persisten
hasta hoy. Dadas las características de la represión y la falta de otro tipo de documentos o
fuentes, los sobrevivientes resultan ser testigos “necesarios” tanto para la construcción de la
prueba contra los represores en los procesos judiciales, como para los intentos de reconstruc-
ción –por parte de los familiares– de la suerte corrida por los desaparecidos.

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ámbitos de lucha por los derechos humanos. A los efectos de esta


reflexión nos referiremos a ellos como “testigos denegados”. Nues-
tra intención es analizar uno de estos casos, en tanto se trata de un
itinerario testimonial que –a pesar de que lleva ya muchos años– es
constantemente amenazado por la denegación, el silencio, la exclu-
sión y las acusaciones de traición.
Lo que se intenta reducir a silencio, respecto a estos testigos, no
parece ser tanto el contenido de sus testimonios sino a ellos mismos
como sujetos históricos víctimas de la represión y, por ende, como
testigos legítimos para tomar la palabra. Algunos de estos testigos
han prestado testimonio tanto en ámbitos judiciales como en traba-
jos científicos que realizan la reconstrucción de los hechos ocurridos
durante le dictadura (como, por ejemplo, el Equipo Argentino de
Antropología Forense).41 Es el caso de José,42 un sobreviviente del
centro clandestino de detención que funcionó en la esma. José era un
militante de la organización Montoneros que fue secuestrado en oc-
tubre de 1976 y permaneció cautivo en la esma hasta marzo de 1979,
cuando pasó a un régimen de libertad vigilada por los marinos.43
41  El Equipo Argentino de Antropología Forense (eaaf ) es una organización científica,
no gubernamental y sin fines de lucro que aplica las ciencias forenses –principalmente, la
antropología y arqueología forenses– a la investigación de violaciones a los derechos humanos
en el mundo. El eaaf se formó en 1984 con el fin establecer la identidad, la causa y el modo
de muerte de las víctimas durante la última dictadura militar (1976-1983) (eaaf, [http://
eaaf.typepad.com/eaaf_sp/]).
42  José es un seudónimo que hemos elegido para hacer referencia a la persona con quien
hemos entrevistado y cuyo caso analizamos. Hemos elegido no mencionar su nombre verda-
dero porque consideramos que no resulta relevante para el análisis realizado en este artículo,
ya que nos ha interesado focalizar en esta historia individual en tanto permite interrogar y
echar luz sobre la modalidad y figura testimonial que hemos llamado “testigo denegado”.
Por esa razón, no se trata sólo de una historia personal sino de una historia que involucra al
colectivo más amplio de los sobrevivientes de los ccd argentinos.
43  El régimen llamado de “libertad vigilada” fue común entre muchos de los liberados
de la esma. Muchos de los secuestrados, que fueron luego liberados, habían sido previamente
llevados por el Grupo de Tareas a sus casas periódicamente, de modo que se incorporaran de
manera gradual a sus vidas cotidianas: primero se le permitía hacer un llamado a la familia,
luego ir a visitarla (con alguno de los captores), luego permanecer el fin de semana en su casa,
hasta que en algún momento los represores le decían al prisionero que no volviera al centro
clandestino hasta nuevo aviso, no sin advertirle que sería visitado con cierta regularidad, lo cual
implicaba que continuaba siendo vigilado, con la consiguiente amenaza para él y toda su familia.

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T E M Á T I C A

A principios de 1977, los represores armaron en el sótano de la


esma el primer laboratorio de fotomecánica44 que serviría a los pro-
pósitos de falsificación de documentos de diverso tipo.45 Según nos
cuenta, José fue forzado a trabajar allí junto con otros dos detenidos
durante la mayor parte de su cautiverio.
En 1984 y 1985, cuando las principales narrativas de la transi-
ción se constituyeron, cuando –como hemos dicho– la palabra de
los sobrevivientes emergía con gran dificultad en el espacio público,
José fue contactado por una persona cercana al aparato judicial a fin
de solicitar su testimonio para el juicio a los ex comandantes. En
ese momento, el temor y el hecho de haber sido amenazado por sus
antiguos captores lo hicieron desistir de testimoniar.
En 1994, a poco más de 10 años de recuperada la democracia,
parece producirse un punto de inflexión que funciona como dispa-
rador de su trayectoria testimonial. En ese momento, José estaba
estudiando en la Facultad de Filosofía y Letras de la uba, y un grupo
de estudiantes lo denunció públicamente como un supuesto agente de
los servicios de inteligencia y pidió que se le echara de la institución.
Dice José:

Un día me encontré con un cartel enorme [en la facultad] diciendo que


había un agente de los servicios, que era yo… Para mí fue un golpe muy
jodido eso. Me costó bastante recuperarme […] Me acuerdo que había
un pibe, que había cursado materias conmigo, [que en el medio de una
clase] dice que quería hablar y la profesora le dice que no, que hable
cuando termine la clase y él le dice “¡pero puede haber un genocida entre
nosotros!” Yo digo, bueno, pero ¡están todos en pedo! Yo había estado
adentro y me ponen del otro lado…46

44  Se le llama fotomecánica a la técnica para obtener transparencias negativas o positivas


de dibujos, fotografías y textos, que servirían para hacer una copia exacta en la plancha. Se le
conoce también como la técnica de elaboración de negativos y positivos para su reproducción
por diferentes medios de impresión.
45  El Grupo de Tareas de la esma falsificaba no sólo documentación para las operaciones
de represión ilegal sino también para la comisión de delitos comunes, tales como la estafa y
apropiación de bienes inmuebles.
46  Entrevista de las autoras con José, Buenos Aires, 10 de octubre de 2012.

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En ese momento, José trabajaba en el programa de salud mental


del Hospital Pirovano. Según cuenta, ese equipo de trabajo funcio-
nó como espacio de contención para él y le permitió compartir su
experiencia y elaborar las acusaciones de traición. Todo esto, en el
contexto de acusaciones que habían excedido el marco de la Facultad
y habían repercutido en algunos medios periodísticos locales.

El que era el coordinador general del programa de salud mental, cuando


aparecieron las acusaciones, dijo “bueno, hagamos un Seminario y que
cada uno diga qué es lo que hizo en aquella época, qué hicieron cuando
[a él] lo estaban torturando, no lo señalen [a él] digan qué hacían ustedes
cuando a él lo torturaban.47

En este marco, hacia 1994, José se puso en contacto con algunos


organismos de derechos humanos –tales como Madres de Plaza de
Mayo, Línea Fundadora y Familiares de Detenidos Desaparecidos
por Razones Políticas– para contar su versión de los hechos: “les
expliqué lo que estaba pasando, que era una infamia lo que estaban
diciendo de mí”. Luego de eso, miembros del eaaf lo contactaron
para solicitarle ayuda en el trabajo específico que realizaba el equipo:
la averiguación del destino final de casos individuales de desaparición
a los fines de encontrar e identificar los restos de desaparecidos. En
ese sentido, la información que él podía brindar acerca de lo ocurrido
en la esma y de su experiencia previa de militancia resultaba espe-
cialmente valiosa: “Ahí empezamos un trabajo que duró muchísimo,
de juntar fecha de la caída, estructura de la organización que estaba
cayendo, nombre de guerra, nombre legal, cara; un laburo de recons-
trucción de la gente que yo había visto”.48

47  Entrevista
ya citada. El tema de la responsabilidad de la sociedad civil argentina se
ha constituido recientemente en un problema por indagar y, en este sentido, ha sido aún
poco explorado. Sin embargo, algunos trabajos han comenzado a indagar las articulaciones
entre las prácticas represivas (tanto en los años previos al golpe de Estado como durante la
dictadura) y ciertos actores de la sociedad tales como la Iglesia católica, los medios de co-
municación, el empresariado y el poder judicial (Verbitsky, 2005; Basualdo, 2006; Franco,
2012; Verbitsky y Bohoslavsky, 2013).
48  Entrevista ya citada.

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T E M Á T I C A

Con el tiempo se fueron sumando a esta tarea del eaaf otros so-
brevivientes que, como él, eran acusados de formar parte del grupo de
detenidos que gozaban de ciertos privilegios en relación con el resto
y cuyos comportamientos en el centro clandestino también habían
sido estigmatizados como traición.
Al respecto, resultan pertinentes las palabras de Pollak y Heinich
acerca de los testigos de los campos nazis y de la dificultad para tomar
la palabra en un contexto de acusaciones de este tipo:

El colaboracionismo ilustra más crudamente las coacciones morales


que impiden a menudo una toma pública de la palabra […]. Es aun
más difícil de abordar ya que no se trata de fenómenos absolutos, con
fronteras trazadas de una vez y para siempre […], sino de umbrales de
aceptabilidad variables según las personas y los momentos, que dividen
fuertemente a los sobrevivientes cuando exponen interpretaciones di-
vergentes (Pollak y Heinich, 2006:60).

A principios de la década de 2000, José prestó testimonio en la


instrucción de la causa conocida como 761, en la que se investiga-
ban los crímenes cometidos en la esma.49 Los crímenes investigados
en el marco de esa causa fueron elevados a juicio oral y público. El
juicio se realizó entre diciembre de 2009 y octubre de 2011, y allí
José fue uno de los testigos clave de la fiscalía en el caso del asesinato
del periodista y militante montonero, Rodolfo Walsh, una de las fi-
guras más emblemáticas de la militancia, el pensamiento crítico y la
lucha contra la dictadura. En ese juicio, hubo un pedido a la fiscalía,
por otros testigos, algunos de ellos involucrados en el juicio como
querellantes, para que él no prestara testimonio en las audiencias
orales. Los cuestionamientos y acusaciones hacia este sobreviviente
producidos en episodios anteriores se tradujeron aquí en un intento
concreto por impugnar su palabra, denegándolo como testigo en el
marco específico del juicio, lo que puso en evidencia esta suerte de
49  Elsistema penal argentino implica dos instancias separadas: una primera instancia
que consiste en la investigación a cargo de un juez y un fiscal de instrucción, y una segunda
instancia que comienza cuando ambos entienden que la causa está en condiciones de ir a juicio
y es elevada. Allí comienza a intervenir un tribunal de juicio y un fiscal de juicio.

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diferenciación entre testigos legítimos y testigos que no son recono-


cidos como tales.50
Sin embargo, la perspectiva de la fiscalía fue diferente, dado
que no estuvo de acuerdo con los pedidos de dichas querellas para
desechar o no llamar a ciertos testigos. Sus argumentos iban en dos
direcciones. Por una parte, estimó que la información que daban
esos testigos era valiosa para probar algunos casos de la causa y no
podían ser reemplazados. Por otra parte, consideró que todos los
sobrevivientes, sin distinciones, eran víctimas en tanto todos habían
estado secuestrados en la esma51, oponiéndose así a la estrategia
de los defensores que intentaron hacer aparecer a estos testigos
como colaboradores para desestimarlos, y a la posición de algunas
querellas que querían evitar la participación en el juicio de estos
sobrevivientes.
Este episodio sugiere que las lógicas memoriales y las jurídicas no
siempre son coincidentes e incluso, a veces, entran en tensión. Las
personas consideradas como testigos en el campo jurídico no son
legitimadas automática o fácilmente en un campo memorial espe-
cífico, mucho menos en testigos consagrados o emblemáticos, aun
cuando sean piezas claves para la demostración jurídica de un caso
públicamente reconocido. Lo que algunos sobrevivientes parecen
reclamar es el derecho a elegir cuáles testigos-sobrevivientes pueden
contar esta historia y cuáles no. Lo que parecería estar aquí en disputa
no es solamente la posesión de esa historia, tanto individual como
colectiva, y el derecho a narrarla, sino también la noción misma de
víctima, su elasticidad y su amplitud como categoría. Si la palabra
de todo sobreviviente está asediada por silencios, no dichos, huecos
y recuerdos traumáticos (Jelin, 2002), estas trayectorias testimoniales
denegadas ponen en tensión todavía más la posibilidad misma de la
emergencia del testimonio.

50  De todas maneras, este episodio nos habla de la movilidad de las categorías de “testigo
legítimo” y “testigo denegado”, cuyas condiciones son múltiples y funcionan en distintos
niveles y escenarios. En este caso, en el plano judicial José no ha sido un testigo denegado.
Lo que se producen, en esos ámbitos y escenas múltiples, son luchas por la legitimidad del
testigo y del testimonio, cuyas resoluciones son siempre parciales y transitorias.
51  Entrevista de las autoras con la fiscal de la causa, 8 de agosto de 2012.

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T E M Á T I C A

Palabras finales

En este trabajo hemos analizado el modo en que muchas de las tra-


yectorias y los itinerarios testimoniales se encuentran atravesados no
sólo por dinámicas de legitimación y consagración que habilitan la
palabra pública de los sobrevivientes, los califican como víctimas y
permiten que sus testimonios sean escuchados e incorporados en el
tejido social; sino también por dinámicas de silenciamiento y dene-
gación. El intento por hacer un abordaje inicial de estas últimas nos
ha conducido a indagar en una problemática poco explorada, que sin
embargo es sugerente para la profundización y complejización del
análisis de las disputas por la memoria en el caso de la experiencia
límite del cautiverio y la supervivencia en Argentina. En efecto, la
tensión entre testigos que pueden considerarse legitimados y otros
que pueden considerarse denegados ha permitido abrir, al menos, tres
ejes de cuestiones en las que podría seguirse profundizando.
En primer lugar, las complejidades del espacio memorial, sus
dinámicas, las dificultades en la toma de la palabra pública por los
sobrevivientes, y los diversos roles que pueden asumir los testigos de
una experiencia límite. En ese sentido, hemos podido ver cómo, en
el caso de los ccd argentinos, la palabra pública de los sobrevivientes
ha ido –por lo menos en los inicios de la transición democrática– a la
saga de muchos otros emprendimientos memoriales (juicios, informe
Nunca Más, manifestaciones colectivas de los familiares, etcétera)
que, sin embargo, han tomado a estos testimonios como base para
la reconstrucción de una verdad sobre el sistema desaparecedor. En la
compleja construcción de memorias sociales sobre lo ocurrido en los
ccd argentinos, los “modos de solicitación” del testimonio (Pollak y
Heinich, 2006) han sido tan importantes como los relatos testimo-
niales en sí mismos.
En segundo lugar, hemos intentado desnaturalizar la noción de
testigo, la emergencia pública de su palabra y los comienzos de un
itinerario testimonial legitimado. Como hemos visto en este artículo,
la constitución de los sobrevivientes en testigos legítimos individuales
que narraran sus experiencias de cautiverio en los ccd argentinos
más allá del ámbito judicial constituyó un fenómeno poco común

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E N T O R N O A L A P A L A B R A

durante los primeros años de la transición democrática. Las dificul-


tades yacían, en parte, en las sospechas de las que fueron objeto por
el hecho mismo de haber sobrevivido; sin embargo, hubo algunos
sobrevivientes que sí se constituyeron en testigos legítimos durante
este periodo. Esta legitimidad parece no haber radicado principal ni
exclusivamente en las cualidades personales para tomar públicamente
la palabra y narrar la propia experiencia, sino en circunstancias espe-
cíficas que posibilitaron que sus historias se destacaran respecto del
resto de los sobrevivientes: ser considerados como “hipervíctimas”
(Pablo Díaz), ocupar un lugar social de reconocimiento público
con anterioridad a su secuestro (Timerman), estar unido por lazos
de parentesco con la persona desaparecida (madres, padres, abuelas,
etcétera). A estas condiciones, se agregaron, en sus narraciones, usos
probablemente estratégicos de ciertas cualidades particulares, que
también tuvieron por efecto diferenciarlos del resto de los sobrevi-
vientes: en el relato de Díaz se ponderaba su condición de estudiante
secundario en lucha por una medida justa y ajeno al mundo de la
militancia revolucionaria, en el de Timerman se subrayaba su condi-
ción de judío; en el de la mayoría de los familiares se hacía hincapié
en los valores humanos de los seres queridos desaparecidos. En cierta
medida, en estos relatos aparecían desdibujadas las razones centrales
por las que fueron perseguidos los desaparecidos en su gran mayoría;
esto es, la práctica política en organizaciones cuyo horizonte era la
transformación social (con o sin uso de la violencia armada). Se trata,
entonces, de relatos que estaban en consonancia con los marcos in-
terpretativos que primaron durante la transición, cuyo eje articulador
giraba en torno a la narrativa humanitaria.
En tercer lugar, hemos examinado la noción del testigo denega-
do; es decir, aquellos testigos que –aun habiendo tomado la palabra
repetidas veces y habiendo participado en la construcción de co-
nocimiento sobre los crímenes cometidos por la dictadura– fueron
relegados y deslegitimados debido al lugar que, se supone, habrían
ocupado dentro de los ccd y a sus supuestos comportamientos
durante su cautiverio. A través de esta noción, hemos podido exa-
minar algunos de los criterios de calificación como víctimas para los
sobrevivientes de los ccd, dando cuenta del carácter socialmente

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T E M Á T I C A

construido de la categoría de víctima para todos los casos. A lo largo


del tiempo, los criterios para esta calificación se han ido modifican-
do, y muchos de los que eran calificados como “sospechosos” en un
principio fueron aceptados en el campo de las víctimas (y, de esta
manera, también se fueron legitimando como testigos individuales
de esa experiencia); sin embargo, a pesar de los años transcurridos
persisten las dificultades para que aquellos que han sido acusados de
traición o de “pasarse al otro lado” sean también calificados como
víctimas por algunos otros sobrevivientes. No hay aquí mayormente
una explicitación pública de estas acusaciones ni debates abiertos,
sino más bien rechazos, silenciamientos o cuestionamientos en el
marco de emprendimientos memoriales específicos, que en ocasiones
se traducen en pedidos como el que hemos mencionado de exclu-
sión como testigos en un juicio, por ejemplo. Sin embargo, muchos
otros actores –a veces se ha tratado también de sobrevivientes, pero
sobre todo de fiscales, abogados, directores de archivos, antropólogos
forenses, etcétera– califican como víctimas a estos sobrevivientes y
destacan el hecho de que ninguno de ellos ha elegido ser secuestrado
ni haber pasado por el cautiverio clandestino y la tortura. Todo esto
nos habla de la compleja y delicada que ha sido no sólo la experiencia
límite del cautiverio en los ccd, sino también la posterioridad de esa
experiencia.
En suma, en este artículo hemos querido abrir interrogantes sobre
la palabra asediada del sobreviviente. La estigmatización política y so-
cial como “subversivos”, la sospecha de algunos familiares de desapare-
cidos, las dificultades para establecer voces individuales y disonantes
en relación con el colectivo de las “víctimas inocentes”, las acusacio-
nes de traición desde las organizaciones en las que militaban, la culpa
por haber sobrevivido, los remordimientos y las dudas en torno de la
moralidad de sus comportamientos en los ccd constituyeron algu-
nos de los obstáculos para que los sobrevivientes tomaran la palabra
en aquellos años de la transición y asumieran un rol de testigos en
el espacio público. Sin embargo, la categoría de testigos denegados
permite observar que, en algunos casos, estos obstáculos siguen exis-
tiendo y percibir hasta qué punto los efectos del poder desaparecedor
continúan vigentes a treinta años de terminada la dictadura.

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Recibido el 1º de octubre de 2013


Aprobado el 13 de enero de 2014

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Testimonios de las víctimas en la construcción
de las memorias de la represión en Chile y México

Anna-Emilia Hietanen*

Resumen

Los testimonios han sido muchas veces indispensables para reconstruir las
experiencias y los patrones de la represión política de las décadas pasadas, y
por eso también muchas comisiones de la verdad y otras instancias oficiales
de investigación los han usado en su trabajo. Aquí se analiza el uso de los
testimonios de las víctimas en el caso de las dos comisiones de la verdad en
Chile y la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado
(femospp) de México, a partir de sus informes finales. Los tres informes usan
los testimonios de maneras muy diferentes: la Comisión de la Verdad y Re-
conciliación de Chile, por ejemplo, no da mucho espacio a los testimonios en
sí, aunque los usa como fuentes. La segunda comisión chilena, que investigó
la prisión política y la tortura, da mucho más visibilidad a las palabras de
las víctimas que su antecesor. La Fiscalía Especial, por su parte, también usa
testimonios, pero en muchos casos de una manera problemática.

Palabras clave: memoria, testimonios, represión política, comisiones de la


verdad, Chile, México.

Abstract

The victims’ testimonies have often been fundamental for the reconstruction
of experiences and pattern of political repression of the last decades, which is

* Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México; Instituto


Mexicano de Investigación de Familia y Población; <anna.hietanen@gmail.com>.

TRAMAS 41 • UAM-X • MÉXICO • 2014 • PP. 79-106

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T E M Á T I C A

why many truth commissions and other official investigations have used
testimonies in their work. This article analyzes the use of the testimonies
of the victims in the final reports of the two truth commissions in Chile and
the Special Prosecutors Office for Past Social and Political Movements (spo)
in Mexico. The three reports use the testimonies in very different ways: the
Truth and Reconciliation Commission in Chile, for example, gives only a little
space for the testimonies, even though they are used as information sources.
In the final report of the second Chilean commission that investigated torture
and political imprisonment during the Pinochet dictatorship, the voice of
the victims is much more present than in the report of its predecessor. The
Mexican Special Prosecutors Office, for its part, uses lots of testimonies, but
in many cases in a problematic manner.

Keywords: memory, testimonies, political repression, truth commissions,


Chile, Mexico.

Introducción

En las últimas décadas, muchos países recién democratizados han


tenido que decidir cómo enfrentar a su pasado autoritario. Para este
propósito, se han creado comisiones de la verdad y otras instancias
de investigación cuyo objetivo ha sido esclarecer las violaciones a los
derechos humanos cometidas en el pasado reciente. Se ha investigado
mucho acerca de las comisiones de la verdad, como una medida de la
justicia transicional y su relación con los procesos de reconciliación.
Dado que muchas veces estos organismos hacen interpretaciones,
desde el punto de vista de la historiografía es importante también
analizar su papel en la construcción de las memorias sobre el pasado
que pretenden esclarecer.
En este artículo analizamos la relación de las comisiones de la ver-
dad e instancias de investigación con testigos y testimonios. Investi-
gamos la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación (la llamada
Comisión Rettig) y la Comisión Nacional sobre la Prisión Política y
Tortura (la llamada Comisión Valech) en Chile, y la Fiscalía Especial
para los Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (femospp) en

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T E S T I M O N I O S D E L A S V Í C T I M A S

México para responder a la siguiente pregunta: ¿Cómo utilizaron las


dos comisiones de la verdad chilenas y la Fiscalía Especial de México
los testimonios de las víctimas de graves violaciones a los derechos
humanos en sus informes finales?
La elección de dos países tan diferentes como México y Chile no
es accidental. Chile es un caso clásico de la visibilidad de la memoria
de la represión. En este país se creó una de las primeras comisiones de
la verdad en el mundo y su caso ha sido utilizado muchas veces como
un ejemplo para otros países. Puede decirse que en Chile, el gobierno
ha respondido de diferentes maneras a las demandas de memoria y
justicia. En cambio, en México, las memorias de la represión no han
tenido espacio en la agenda pública, a pesar de que diversos sectores
de la sociedad han exigido a los gobiernos investigar los crímenes del
Estado cometidos en el pasado reciente; además, existen pocas inves-
tigaciones sobre las memorias de la represión en México. Creemos
que comparar dos países, donde la construcción de las memorias de
la represión se ha desarrollado de manera tan diferente, puede apor-
tar información sobre algunos rasgos peculiares, especialmente en el
caso de México, y que también permite ahondar sobre los casos más
investigados en Chile.

Historia oral, memoria y testimonios

Para la historiografía, las fuentes orales siempre han sido importantes,


aun en épocas en que se ha apreciado más la supuesta exactitud de las
fuentes escritas. Con el surgimiento de la historia oral en las décadas
de 1950 y 1960 y las tendencias para investigar la historia “desde aba-
jo”, las fuentes orales ganaron importancia. Para investigar la historia
de las culturas orales y las minorías, usar fuentes orales puede ser no
sólo muy fructífero, sino también necesario.
En las últimas décadas han surgido nuevas perspectivas sobre la
oralidad, la historia y la memoria. Algunos historiadores, como Ales-
sandro Portelli (2003) han tomado los testimonios como un objeto
de la historiografía, no solamente como una fuente. Esta perspectiva
trata de historizar la memoria situándola en su contexto. De tal ma-

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T E M Á T I C A

nera, los testimonios orales, en vez de ser vistos solamente como fuen-
tes sobre los acontecimientos del pasado, pueden servir para investigar
las maneras en que la gente da sentido al pasado y para conectar sus
propias experiencias con las experiencias colectivas (Perks y Thom-
son, 1998:2-3). Desde esta perspectiva, las fuentes orales pueden ser
valiosas aun cuando sean contradictorias con otras fuentes, ya que las
contradicciones pueden revelar algo sobre las maneras de construir
memorias y conectar el pasado con el presente.
La memoria se trata justamente de eso, de las maneras de dar sen-
tido al pasado y no tanto de los acontecimientos específicos del pasa-
do (Lechner y Güell, 1999:186; Jelin, 2002:33). La memoria es una
construcción social del pasado en el presente, que puede referir tanto
a los recuerdos individuales vividos y transmitidos como a diferen-
tes tipos de “ritos del recuerdo”, como monumentos y memoriales,
conmemoraciones y relatos de grupos y colectividades para explicar
el pasado (Pérotin-Dumon, 2007:12). En este sentido, como plantea
María Inés Mudrovcic, la memoria es “menos un medio de acceso
a lo real pasado que un fin para explorar en su misma superficie los
conflictos públicos y privados acerca de cómo debe ser recordado y
transmitido el pasado” (2005:116).
El uso de los testimonios de las víctimas para esclarecer las viola-
ciones a los derechos humanos cometidas en el pasado está relaciona-
do con la memoria por lo menos de dos formas. Los testimonios en
sí en los casos de Chile y México han sido recogidos mucho después
de los acontecimientos y, así, tienen que ver con las maneras en que
los testigos recuerdan los sucesos. Además, recoger y dar a conocer a los
testimonios tiene una finalidad: formular una cierta interpretación
sobre el pasado reciente, que es un trabajo de la memoria.

Testimonios en la reconstrucción de la represión

Las fuentes orales son muchas veces indispensables para reconstruir la


historia de la represión estatal de las últimas décadas en América Lati-
na. La naturaleza misma de la represión y violencia política hace que
encontrar y acceder a fuentes escritas sea difícil. En muchos países

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T E S T I M O N I O S D E L A S V Í C T I M A S

latinoamericanos, los regímenes autoritarios usaron la desaparición


forzada como un método común de represión. La desaparición for-
zada se basa en la negación; las autoridades niegan saber el paradero
de la persona desaparecida y hasta niegan haberla detenido. Aunque
ha sido posible encontrar menciones de las detenciones de las perso-
nas desaparecidas en los archivos de los organismos de la represión,
este crimen de Estado fue planeado para no dejar huellas. También
existen muy pocas pruebas escritas de la tortura. Algunas víctimas
hicieron denuncias de tortura pero muchos otros no denunciaron los
tratos crueles por miedo a las represalias o por otras razones.
A menudo, aun cuando los archivos de los organismos de re-
presión sean recuperados, éstos han sido purgados previamente.
También hay que tomar en cuenta que los documentos escritos por
la policía política, por ejemplo, pueden contener información falsa,
que involucra a las víctimas en actos que nunca cometieron.
Las comisiones de la verdad y otras instancias de investigación en
la región han tomado esto en cuenta en sus investigaciones sobre la
represión en el pasado reciente. Muchas veces han recolectado –ade-
más de información escrita– grandes cantidades de testimonios de
las víctimas directas o indirectas de la represión. Estos testimonios
ayudan a reconstruir los patrones de la represión y a mostrar que
la violencia política fue una práctica generalizada, y no solamente
“excesos” cometidos por algunos agentes, como los partidarios de los
regímenes autoritarios sostienen.
Sin embargo, los testimonios sobre la represión, sobre todo des-
pués de varios años de los sucesos, tienen sus propios problemas.

Testimonios y trauma

Cuando se investigan las memorias y los testimonios de la represión,


la noción del trauma es importante. Según Ximena Tocornal-Montt
y María Paz Vergara Reyes, el trauma es “aquellos efectos desestruc-
turantes de la personalidad, producto de sucesos que amenazan la
vida de las personas y que dejan una huella imborrable, que dificulta
el proceso ‘normal’ de la memoria” (1998:23).

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T E M Á T I C A

Las víctimas de la represión sufrieron de experiencias y situacio-


nes límite, como tortura y campos de concentración; en estos casos,
el trauma puede afectar la capacidad de la víctima para narrar sus
experiencias.
El surgimiento de los testimonios sobre los campos de concen-
tración de los nazis ha dado lugar a teorías sobre la imposibilidad
del testimonio sobre una experiencia límite. Las teorías sobre la
irrepresentabilidad del Holocausto son un ejemplo. La imposi-
bilidad de testimoniar surge del hecho de que el acontecimiento,
por su propia naturaleza, excluye al sujeto que puede situarse en la
posición del testigo, ya que los campos de concentración implican
un proceso de desubjetivación radical (Peris Blanes, 2005:22-123).
La dificultad para testimoniar puede residir también en una “in-
capacidad semiótica”, como dice Ernst van Alphen: la dificultad
de “tener la experiencia” de lo sucedido puede residir en la falta de
recursos retóricos para manejarla (Van Alphen, 1997, citado por
Jelin, 2002:88).
El problema no es necesariamente recordar –ya que la mayoría
de los interlocutores conoce la narrativa pública, especialmente en el
caso del Holocausto– sino más bien tratar de dar sentido a memorias
que el propio sobreviviente no puede creer ni entender totalmente.
La imposibilidad no está en recordar la realidad pasada, sino en per-
cibirla como realidad, por la imposibilidad del contenido del recuerdo
(Cohen, 2001:131).
Aparte de la carencia de recursos retóricos para narrar las ex-
periencias traumáticas, la dificultad para testimoniar puede tener
que ver con la falta de personas que quiera escuchar. Parece que, en
algunos momentos, las sociedades están más dispuestas a escuchar
a los sobrevivientes que en otros. Estas coyunturas pueden llevar al
rechazo de los sobrevivientes, pero también a su glorificación como
las únicas personas cuyo reclamo de la memoria es válido (Jelin,
2002:96).
De tal manera, no hay que confundir el silencio con el olvido. A
veces, aun cuando el recuerdo no haya sido suprimido u olvidado, no
existen las condiciones para que se expresen cierto tipo de recuerdos.
Cuando las condiciones cambian, el silencio puede romperse, pero

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T E S T I M O N I O S D E L A S V Í C T I M A S

a veces el silencio dura tanto tiempo en tales condiciones que la me-


moria empieza a borrarse (Passerini, 2006:25-26).
Las instancias oficiales de investigación, como las comisiones de
la verdad, pueden ser importantes para las víctimas, porque muestran
que la sociedad por fin está dispuesta a escucharlas. Para muchas
víctimas, representan la primera señal de reconocimiento por parte
del Estado de que sus demandas son legítimas y que las atrocidades
eran injustificables (Hayner, 2001:16). Dar un testimonio ante una
comisión puede ser la primera vez que una víctima habla de sus ex-
periencias dolorosas.
No obstante, hay también silencios elegidos por las víctimas.
La represión violó la privacidad e intimidad de éstas. Elizabeth Je-
lin señala que superar “el vacío traumático creado por la represión
implica la posibilidad de elaborar una memoria narrativa de la
experiencia” (2002:113-114), una narrativa que es pública porque
es comunicada a otros. Al mismo tiempo, sin embargo, para que
los individuos puedan recuperar la “normalidad”, deben también
reconstruir su intimidad y privacidad; de tal manera, los silencios
en las narrativas de las víctimas pueden ser maneras de construir la
identidad (2002:114).
Muchas veces las comisiones de la verdad plantean que es impor-
tante presentar los testimonios de las víctimas para darles voz a los
que por tanto tiempo fueron silenciados; sin embargo, varios autores
han cuestionado esta idea, dado que la manera en que los testimonios
son escuchados, recolectados y utilizados por las comisiones de la
verdad o instancias de investigación también reflejan relaciones de
poder (Winter, 2009; French, 2009).

Metodología

Para esta investigación se revisaron los informes finales publicados


por la Comisión Nacional de Verdad y Reparación, la Comisión
Nacional sobre la Prisión Política y Tortura y el informe final de
la Fiscalía Especial para los Movimientos Sociales y Políticos del
Pasado. En el análisis de los informes y testimonios se tomaron en

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T E M Á T I C A

cuenta los siguientes aspectos: 1) el contexto en que los testimonios


son presentados (para explicar patrones de violaciones a los derechos
humanos y para dejar que se escuche la voz de las víctimas); 2) cuánto
espacio se da a los testimonios; 3) cómo se identifican a los testigos, y
4) cómo se representan a los testigos (como víctimas o como agentes
históricos).
El análisis se limita a los testimonios publicados en los informes
finales y a las descripciones de las mismas comisiones y de la Fiscalía
Especial sobre la manera en que los testimonios fueron adquiridos.
Ninguna de las tres instancias de investigación realizó audiencias
públicas y sus archivos no están abiertos al público o investigadores,
por lo que no pudimos revisar ni sus actas ni las entrevistas comple-
tas con los testigos. De esta manera, no hemos podido analizar las
relaciones entre los entrevistados y los entrevistadores, que afectan los
testimonios o los criterios explícitos que se utilizaron para presentar
ciertos fragmentos de testimonios y excluir otros.

Uso de los testimonios en las comisiones


de la verdad en Chile y en la Fiscalía Especial en México

En este apartado analizamos cómo las dos comisiones de la verdad


en Chile y la Fiscalía Especial de México han usado los testimonios
orales en sus informes finales. Ya vimos que los testimonios de las
víctimas directas e indirectas son importantes para las investigaciones
oficiales sobre los crímenes del pasado, ya que contienen información
que sería difícil obtener de otras fuentes; sin embargo, es preciso tam-
bién investigar de qué manera las investigaciones oficiales utilizan los
testimonios, ya que esto puede afectar las interpretaciones sobre el
pasado reciente. Además, el uso y el lugar que se da a los testimonios
puede contar más, generalmente, sobre las actitudes de la sociedad
hacia las víctimas en ciertos momentos.
En Chile, la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, la
llamada Comisión Rettig, fue creada en 1990, después de la tran-
sición, para investigar la suerte de las víctimas de la desaparición
forzada y las ejecuciones arbitrarias durante la dictadura militar

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T E S T I M O N I O S D E L A S V Í C T I M A S

encabezada por el general Augusto Pinochet (1973-1990). Después


de un año de trabajo, la Comisión Rettig entregó su informe final
al presidente Patricio Aylwin (1990-1994). Según la Comisión, du-
rante el régimen militar, al menos 3 000 personas fueron ejecutadas
o desaparecidas (Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación,
1999:29).
La transición del régimen militar a la democracia fue pactada
entre los militares y los civiles. Antes de dejar el poder, los militares
promulgaron leyes que ataron las manos de los gobiernos democrá-
ticos de muchas maneras. Ya en 1978 se dictó una ley de amnistía
para garantizar la impunidad a los militares y policías en los crí-
menes cometidos entre 1973 y 1978, la época en que la mayoría
de las violaciones a los derechos humanos ocurrieron. El sistema
electoral que favorece a los partidos de la derecha y la figura de
los senadores vitalicios1 garantizaron que deshacer el legado de la
dictadura por la vía parlamentaria era difícil; además, aun después
de la transición, los militares seguían en una posición fuerte y el
general Pinochet funcionó como el comandante en jefe del Ejército
hasta 1998. Durante la presidencia de Aylwin, las fuerzas armadas
demostraron su poder varias veces, sobre todo cuando los procesos
judiciales contra los militares o la familia de Pinochet parecían
llegar demasiado lejos.
Este contexto histórico de la transición y de los primeros años de
la democracia dificultó la investigación de las violaciones a los dere-
chos humanos, lo que se ve también en el trabajo y la composición
de la Comisión Rettig: de los ocho comisionados, cuatro vinieron de
la derecha política. Su mandato definió las violaciones a los derechos
humanos de una manera más amplia de lo acostumbrado en el de-
recho internacional, ya que además de los actos cometidos por los
agentes del Estado (o con su complicidad y consentimiento) incluyó
por razones políticas los cometidos por particulares. Esta definición
obligó a la Comisión a investigar también las acciones de los grupos
de la oposición armada. Así, de alguna manera, se igualaron los

1  La figura de los senadores vitalicios fue eliminada con las reformas constitucionales,
en 2005.

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T E M Á T I C A

grupos armados de la oposición –cuya capacidad de acción siempre


fue limitada– con las fuerzas armadas y de orden que violaron los
derechos humanos de forma masiva.
Por su mandato, la Comisión Rettig pudo investigar la tortura
solamente en los casos que terminaron en la muerte de la víctima;
sin embargo, la prisión política y la tortura habían sido métodos
ampliamente usados por los militares para reprimir a sus opositores.
Por mucho tiempo, los sobrevivientes habían sido dejados al mar-
gen y pocos hablaron públicamente de sus experiencias. Los escasos
procesos judiciales por tortura generalmente no tuvieron éxito. La
situación empezó a cambiar sólo después de la detención de Pinochet
en Londres, en 1998. En 2000, Pinochet regresó a Chile, pero la si-
tuación política en el país había cambiado tanto que el general tuvo
que enfrentar varios procesos judiciales.
En esta situación, también los ex presos políticos alzaron la voz
y empezaron a exigir que su situación se tomara en cuenta. Sus rei-
vindicaciones y presiones llevaron finalmente al presidente Ricardo
Lagos (2000-2005) a crear la Comisión Nacional sobre la Prisión
Política y Tortura, la llamada Comisión Valech, en 2003. La Co-
misión Valech terminó su trabajo en 2005 y demostró que más de
28 000 personas sufrieron de la prisión política y tortura durante
el régimen militar (Comisión Nacional sobre la Prisión Política y
Tortura, 2005:2, 6).
El contexto histórico mexicano era muy diferente al de Chile
y otros países del Cono Sur. En México no hubo una dictadura y
la Constitución de 1917 establecía formalmente una democracia
federal; sin embargo, el Partido Revolucionario Institucional (pri)
gobernó el país autoritariamente por 70 años, hasta que perdió las
elecciones presidenciales en 2000. Especialmente, durante la llama-
da guerra sucia, en la década de 1970 y comienzos de la de 1980,
reprimió duramente a sus opositores y a los movimientos armados
que habían surgido desde mediados de la década de 1960. El régimen
logró construir un silencio alrededor de la guerra sucia, de manera
que esta época de la represión estatal es poco conocida por la sociedad
mexicana. La matanza de los estudiantes en octubre de 1968, ha sido
grabada en la memoria colectiva mexicana, pero las ejecuciones, desa-

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T E S T I M O N I O S D E L A S V Í C T I M A S

pariciones forzadas, tortura y prisión política contra otros opositores


de régimen han sido escondidas y olvidadas. Los guerrilleros fueron
presentados como delincuentes comunes, robavacas o terroristas y
sus causas sociales y políticas negadas. Los movimientos armados
tuvieron muy poco acceso a los medios de comunicación y, por lo
tanto, no pudieron acudir a la opinión pública.
Las elecciones presidenciales del año 2000 parecieron abrir nue-
vas posibilidades para la investigación del pasado. Ya en su campaña
electoral, el candidato de la derecha, Vicente Fox, había prometido
que se investigarían las violaciones a los derechos humanos cometidas
durante los gobiernos priistas. No se estableció una comisión de la
verdad, como se había planteado originalmente, pero, en 2001, el
presidente Fox creó la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales
y Políticos del Pasado para investigar las violaciones a los derechos
humanos cometidas en el pasado reciente.
El mandato de la Fiscalía no dejó claro el periodo investigado.
Las investigaciones incluyeron, por ejemplo, los más de 500 casos de
desapariciones forzadas y la matanza de estudiantes en 1968, entre
otros casos. El objetivo era no solamente esclarecer los hechos, sino
también procesar a los presuntos responsables. La Fiscalía trabajó por
varios años y publicó su informe final en noviembre de 2006; después
fue cerrada, a pesar de que varios casos judiciales seguían abiertos y
que la Fiscalía había fracasado en otros.
Antes de analizar el uso de los testimonios en las dos comisiones
de la verdad en Chile y en la Fiscalía Especial de México es preciso
notar que los testimonios de la represión habían circulado en los dos
países ya antes de las investigaciones oficiales. En Chile, el género lite-
rario testimonial surgió tempranamente; por ejemplo, Hernán Valdés
publicó un libro sobre sus experiencias en el campo de concentración
de Tejas Verdes ya en 1974, aunque en España.2 Los testimonios de
las víctimas también circularon durante la dictadura entre las organi-
zaciones de las víctimas y de derechos humanos, que los recibieron y
recolectaron para denunciar la represión. Sin embargo, en la década
de 1990 fueron publicados algunos testimonios, como el libro de

2  En Chile, el testimonio de Valdés fue publicado hasta 1996.

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T E M Á T I C A

Luz Arce, que dificultaron el reconocimiento de los sobrevivientes


como víctimas. Luz Arce, una militante de izquierda, fue quebrada
por las torturas y las violaciones repetidas y finalmente se convirtió
en un agente de la policía secreta. Tales testimonios asociaron la su-
pervivencia con la “traición” y estigmatizaron a los sobrevivientes de
la represión (Peris Blanes, 2005:209-210).
En México, los gobiernos priistas lograron imponer un silencio
sobre la llamada guerra sucia, y ni siquiera la izquierda o la academia
criticaron las políticas contrainsurgentes. Las víctimas y los sobre-
vivientes, por su parte, guardaron silencio por miedo e indefensión
(Cedillo, 2008:338). En este contexto, según Gilda Waldman, “fue
en la literatura donde la memoria regresó por sus fueros, para re-
conquistar los territorios del silencio en torno a los años oscuros de
parte de la historia reciente del país” (Waldman, 2004:129). Si en
otras esferas, la memoria de la represión muchas veces se limitó a la
memoria del movimiento estudiantil del 68; en la literatura, la re-
presión y la violencia estatal pudieron ser tratadas más ampliamente.
Esta literatura incluyó muchos testimonios de los estudiantes que
habían participado en el movimiento de 1968, pero también algunos
testimonios de los integrantes de los movimientos armados (los tes-
timonios de los ex guerrilleros han surgido sobre todo desde los finales
de la década de 1990).
Tanto las dos comisiones chilenas como la Fiscalía mexicana utili-
zaron testimonios de las víctimas, directas e indirectas, como fuentes
en sus investigaciones sobre los crímenes del Estado; sin embargo, las
maneras en que presentan estos testimonios en sus informes finales
difieren mucho entre sí.
La Comisión Rettig obtuvo mucho material escrito de los archi-
vos de las organizaciones de los derechos humanos sobre los casos
individuales de los detenidos, desaparecidos o ejecutados políticos.
De todas maneras, la Comisión decidió entrevistarse con los fami-
liares de las víctimas. En su informe final, la Comisión Rettig da
pocos espacios a la voz de las víctimas, en este caso a los familiares
de los ejecutados y desaparecidos. En la descripción de los métodos de
tortura o casos de las personas ejecutadas o desaparecidas no se citan
testimonios.

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T E S T I M O N I O S D E L A S V Í C T I M A S

Jaume Peris Blanes ha comparado el informe final de la Comi-


sión Rettig, el llamado Informe Rettig, con el informe de la Comisión
Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) de Argentina.
Según Peris Blanes, el informe argentino es más impresionante que el
Informe Rettig, porque cita muchos más testimonios que el informe
chileno, que utiliza un estilo más distante. Por otro lado, Peris Bla-
nes plantea que con tantos testimonios el informe de la Conadep se
corre el riesgo de convertir las escenas de tortura en fascinantes pero
fantasmatizadas historias de horror que no tienen conexión con la
realidad. Esto puede convocar el goce sádico del lector, pero también
paralizarlo en términos políticos y morales. En todo caso, el informe
argentino ha tenido un papel clave en la construcción de la memoria
en Argentina (2005:198-203). El Informe Rettig, por su parte, no
ha logrado tener la misma posición en Chile, lo que también se debe
a otros factores.3
En el Informe Rettig, las palabras de las víctimas indirectas se es-
cuchan solamente en el segundo tomo, en el capítulo que trata sobre
los efectos familiares y sociales de las graves violaciones a los derechos
humanos. La Comisión Rettig plantea que la verdad “quedaría in-
completa […] si no se les permitiera a los familiares de estas víctimas
contar su testimonio sobre el daño provocado a ellos por estas graves
violaciones a los derechos humanos” (Comisión Nacional de Verdad
y Reconciliación, 1996:1140). La Comisión quería dar a conocer
estos testimonios pero, como fueron muchos, se eligieron “algunos
que dieran cuenta, de la forma más fiel posible, del conjunto del
mensaje recibido en miles de audiencias”. No se quería interpretar
los testimonios, sino dejar que los familiares hablaran por sí mismos.
Los fragmentos de los testimonios incluyen tanto los testimonios
de los familiares de las víctimas del terrorismo del Estado como de
las víctimas de la oposición armada y otros particulares que actuaron
por motivos políticos (1996:1140).
3  Un factor importante fue el hecho del asesinato del senador derechista, Jaime Guzmán,
por un grupo armado de la ultraizquierda sólo un mes después de la publicación del Informe
Rettig. Después del asesinato, el interés de la opinión pública dio un giro desde los derechos
humanos hacia el tema del terrorismo, y hubo un silenciamiento sobre los resultados de la
Comisión Rettig (Campo, 2004:229-230).

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T E M Á T I C A

El capítulo está dividido temáticamente en partes que tratan de


los diferentes aspectos del sufrimiento de los familiares, como el mie-
do, la imposibilidad del duelo y las consecuencias socio económicas
de las muertes y desapariciones para las familias. En cada apartado
hay una explicación breve sobre el tema específico. Los fragmentos
de testimonios son generalmente muy cortos y los testigos no son
identificados de ninguna manera. Ni siquiera se dice si fueron vícti-
mas de los agentes del Estado o de particulares; lo que importa es el
sufrimiento, no su causa. También se han borrado las marcas de la
oralidad de los testimonios, de modo que no muestran, por ejemplo,
diferentes dialectos (Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación,
1996:1140-1159). Los fragmentos cuentan, entre otras cosas, del
dolor, miedo y estigma social vividos por los familiares:

Cuando mi hermano desapareció mi papá era viejito, se trastornó. Murió


caminando por los caminos y gritando el nombre de su hijo (1996:1148).
Toda la gente tenía miedo y yo aún tengo miedo. Pienso que ya todo
el pueblo sabe que ahora vinimos a la Comisión. ¿Ustedes creen que
después de esto nos puede pasar algo? (1996:1149).
Esto fue como una plaga, la familia y los amigos nos dieron la espalda
(1996:1156).

En la mayoría de los fragmentos de testimonios, las víctimas ha-


blan en su calidad de familiares; solamente muy pocos fragmentos
refieren la tortura de los mismos denunciantes, a pesar de que una de
las formas de la represión era torturar a los familiares delante las per-
sonas detenidas. Según Peris Blanes, desde 1990 hasta la detención
del general Pinochet, en Londres, el elemento central de las políticas
institucionales de la memoria en Chile era excluir a los sobrevivientes
de la categoría de las víctimas del régimen militar. Se trató de impe-
dir así la articulación de identidades sociales o políticas relacionadas
con la supervivencia (2005:208-210). El autor plantea que esto se
ve también en el Informe Rettig, en que “la palabra testimonial sólo
cuenta como portadora de datos, y nunca como trama experiencial
ni espacio de producción de subjetividad” (2005:209).

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T E S T I M O N I O S D E L A S V Í C T I M A S

Sin embargo, es interesante notar que a pesar del silencio sobre


la situación de los sobrevivientes, en el Informe Rettig hay algunos
fragmentos que refieren sus experiencias. El informe señala: “La
tortura fue aplicada también delante los familiares o a ellos mismos
con el fin de que colaboraran” (Comisión Nacional de Verdad y Re-
conciliación, 1996:1144). Así, reconoce que los familiares también
fueron torturados, pero no da cuenta de la amplitud de la prisión
política y tortura.

Mi hijo, inconsciente, amoratado por la tortura, fue llevado a mi celda


(1996:1144).
Pude oír sus sollozos y gritos de dolor. Cuando dejé de oírlos, presentí
que había muerto (1996:1144).
Mientras me violaban, mi marido gritaba que me soltaran (1996:
1144).
Cuando tomaron a mi papá, nos llevaron a mi marido y a mí tam-
bién. A mí me violó un grupo entero que me cuidaba. Nunca le conté
a mi marido. De eso hace quince años (1996:1144).

Otro tema interesante que surge de los testimonios usados por


la Comisión Rettig, aun cuando no fue explícitamente plantea-
do en su informe final, es el tema de género, a pesar de que falta
una perspectiva de género, como señala Hillary Hiner (2009:65).
Indirectamente, los fragmentos de testimonios dan cuenta de los
problemas específicos que sufren las mujeres cuando pierden a sus
parejas. La desaparición forzada de la pareja dejó más vulnerables
social y económicamente a las mujeres que a los hombres (Corpo-
ración Humanas, 2008:91), como dan cuenta también algunos de
los testimonios:

Primero vendí mis aves. Después como era sola me robaron mis animales
y después me quitaron la parcela porque mi esposo era detenido desa-
parecido (Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, 1996:1152).
Nos decían que estaba vivo. A mi madre cuando se casó de nuevo
la molestaron diciéndole que cómo había hecho eso si su marido estaba
vivo (1996:1154).

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T E M Á T I C A

Me llevaron en el mismo camión que lo detuvo. Mis suegros creye-


ron que yo lo había denunciado. No pude entrar en su casa durante 17
años. Me quedé sola, odiada por los que lo mataron y despreciada por
los que lo querían. ¿Qué pasó en este país para que se pueda creer que
una mujer enamorada es capaz de entregar a su esposo? (1996:1150).

De esta manera, los testimonios que presenta la Comisión Rettig


–aunque son pocos y fragmentarios– nos pueden dar algunos indicios
de temas que sí surgieron ya en 1990, como la especificad de la situa-
ción de mujeres y las experiencias de las víctimas que sobrevivieron
la prisión política y la tortura; sin embargo, la coyuntura política y
social del país –la fuerza política de los militares y de la derecha, y la
idea de que las víctimas sobrevivientes se salvaron por traición– aún
no permitía enfrentar estos temas. Surgieron años más tarde con el
trabajo de la Comisión Valech.
La Comisión Valech recibió aún más testimonios que su antece-
sor: más de 35 000 personas se presentaron ante ella. En su informe
final, la Comisión usa estos testimonios de manera muy diferente
que la Comisión Rettig, que los había omitido. La Comisión Valech
ilustra los métodos de tortura con fragmentos de testimonios de las
víctimas y además deja escuchar la voz de las víctimas en el capítulo
que se trata de las consecuencias y secuelas de la tortura. A dife-
rencia de su antecesor, la Comisión Valech no trata de justificar la
presencia de los testimonios de ninguna manera. Esto es importan-
te, ya que puede indicar que los testimonios de las víctimas habían
ganado ya un lugar más visible en la sociedad y no era necesario
resaltar que eran un elemento importante para la construcción de
la verdad histórica.
Los fragmentos mencionan el género del testigo, el año de su de-
tención, el centro de detención y la región en que el método de tortura
descrito fue usado, con excepción de los testimonios de mujeres
violadas, en cuyos casos solamente se menciona la región y el año
de detención. Los fragmentos que describen métodos de tortura
son generalmente más largos y detallados que los que cuentan de las
consecuencias en víctimas (Comisión Nacional sobre Prisión Política
y Tortura, 2004).

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T E S T I M O N I O S D E L A S V Í C T I M A S

La relación entre los testimonios y el texto escrito por la Comisión


es equilibrada. La Comisión no inunda el texto con fragmentos o
detalles horrorosos, pero justo por los testimonios el informe es más
impresionante que el Informe Rettig. Si el Informe Valech solamente
describiera los distintos métodos de tortura, el efecto en el lector no
sería tan fuerte que cuando se citan por ejemplo estas experiencias:

Hombre, detenido en octubre de 1973. Relata su reclusión en el Estadio


Nacional, Región Metropolitana: […] Las torturas e interrogatorios me
los hicieron durante tres sesiones en los camarines y baños del velódromo
del Estadio Nacional. Estando con los ojos vendados, me golpeaban por
todos lados, mientras me decían que no volvería a ver a mis hijos y esposa
y que les harían daño, sobre todo al menor, que tenía tres años. Estando
de pie, me pegaban, al parecer con el dorso de la mano, cortándome la
respiración y haciéndome vomitar. Me pateaban estrellándome contra
la muralla, haciéndome a veces sangrar de la nariz. Sentado, me tocaban
donde decían que me aplicarían corriente. Con tremendos golpes de
mano me aplaudían los oídos (2004:227).
Mujer, detenida en septiembre de 1973. Relato de su reclusión en
las dependencias del Ejército en que operaba el Servicio de Inteligencia
Militar en Valdivia, Región de Los Lagos: […] siento un cosquilleo en
mi cuerpo, el cual iba en aumento y sentía dolores y los músculos se me
contraían, me mordía la lengua, sangraba, el corazón como que se detenía
y luego taquicardia. Me desmayé, me hicieron reaccionar a golpes, otra
descarga y así; creo perdí la noción de las voces y me desmayé. Desperté
tirada sobre paja en la pieza grande, tenía náuseas, me dolía todo, sentía
olor y sabor a sangre en mi boca y un sabor como a metal. Escucho que
llega un tipo y me pone un estetoscopio, y luego le dice a otro: ¡Basta
por hoy, denle dos válium de 10 miligramos y agua! (2004:234).

Es notable que la Comisión Valech dedicara un apartado especial


a la violencia sexual sufrida por las mujeres. Plantea que es necesario
destacar esta situación separadamente, por sus características espe-
cíficas y por el significado moral y cultural que tiene en Chile. Los
testimonios en este subcapítulo están entre los más impresionantes
del Informe Valech. La Comisión dice que “Los testimonios hablan
por sí solos”, y eso realmente hacen. Cuentan de mujeres violadas por

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T E M Á T I C A

grupos, con objetos y animales, sin importar si eran menores de edad


o si estaban embarazadas (2004:521-527).
Es importante que se resalten las experiencias de las mujeres.
Muchas veces, las comisiones de la verdad no han tomado en cuenta
en sus investigaciones la violencia sexual sufrida sobre todo por las
mujeres. La violencia sexual es para las mujeres un tema muy difícil,
que a menudo no quieren hablar. Muchas veces, las comisiones han
dejado el tema de lado, ya que no se ha tomado en cuenta la moti-
vación política de la violencia sexual (Hayner, 2001:77-79). Por eso
es significativo que la Comisión Valech destacara que “las mujeres
fueron detenidas por sus ideas, sus acciones y participación política,
no por su condición de tales”, aunque los torturadores utilizaron
su condición sexual para agravar los sufrimientos y el efecto sobre su
integridad moral y psicológica. En todo caso, hay que recordar que
los entrevistadores no preguntaron explícitamente sobre el tema,
sino las situaciones descritas fueron mencionadas espontáneamente
por las mismas mujeres (Comisión Nacional sobre Prisión Política y
Tortura, 2004:252). El personal de la Comisión no fue adecuadamente
entrenado para recibir testimonios de las mujeres o ayudar a las mu-
jeres a identificar la violencia sexual como tortura (Corporación Hu-
manas, 2008:81, 83-84) y, más generalmente, el análisis de género fue
usado por la Comisión de una manera limitada (Hiner, 2009:65-68).
Aparte de presentar fragmentos de testimonios para describir los
métodos de tortura, el Informe Valech deja que la voz de las vícti-
mas se escuche en el capítulo que trata de las secuelas de la tortura.
Cuentan de sus miedos, frustraciones y secuelas físicas y psíquicas.

Le tengo miedo a la gente, a su lado malo, irracional, brutal. Me siento


frágil, aniquilada, ya no confío en nadie. Mujer, detenida en 1974, a
los 27 años, Región Metropolitana (Comisión Nacional sobre Prisión
Política y Tortura, 2004:505).
Sufrí grandes discriminaciones, nunca más logré encontrar trabajo
estable, todos mis hijos tuvieron que dejar de estudiar a partir de 1973,
por falta de recursos. Siento una gran deuda con ellos, ya que por falta
de estudios todos ellos han tenido mucha pobreza. Hombre, 43 años,
detenido en 1973, II Región (2004:512).

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T E S T I M O N I O S D E L A S V Í C T I M A S

Los efectos psicológicos fueron muy traumantes, pero, más que eso, la
estigmatización social y la crisis familiar fue lo que más me marcó. Hom-
bre, detenido en 1975, a los 23 años, Región Metropolitana (2004:510).

La Comisión Valech menciona los testimonios también en sus


recomendaciones. Entre las recomendaciones sobre medidas de
reparaciones simbólicas refiere aquellas relacionadas con el recono-
cimiento de la memoria. Entre otras medidas, la Comisión Valech
recomienda que se cree “un fondo editorial para publicación de
testimonios y obras literarias que permitan reconocer lo sucedido”
(2004:528).
Las dos comisiones chilenas describen su metodología para re-
colectar los testimonios (y otras fuentes); la Fiscalía Especial, por su
parte, no detalla en su informe final cómo fueron obtenidos los
testimonios.4 No aclara las condiciones en qué se colectaron los testi-
monios, quién entrevistó a las víctimas y cuántas personas declararon
ante la Fiscalía; tampoco se detallan las otras fuentes en que se han
encontrado testimonios, aunque aparentemente se emplean también
fragmentos de documentos escritos y publicados. Según las organi-
zaciones de las víctimas, las personas que fueron a declarar fueron
tratados mal por los trabajadores de la Fiscalía (Entrevista Julio Mata,
Secretario General de la afadem); de hecho, desde el principio las or-
ganizaciones de derechos humanos y de familiares de víctimas tenían
sus reservas sobre la Fiscalía, y un grupo de familiares de detenidos
desaparecidos, sobre todo la organización ¡Eureka!, nunca quiso tra-
bajar con ella (Bickford, 2003:227-228).
Igual que en los informes de las dos comisiones chilenas, en el in-
forme final de la Fiscalía se citan los testimonios solamente en algunos
capítulos. En los capítulos que tratan del contexto histórico y del
desarrollo del movimiento estudiantil y de los movimientos armados
se usan sobre todo fuentes escritas, y aparentemente sólo cuando no
hay documentos escritos –como en algunos casos relacionados a las

4  Hay que notar que por el carácter judicial de la femospp, los representantes de las
organizaciones de las víctimas hablan de “denuncias”, no de testimonios. El informe final
de la Fiscalía, sin embargo, usa partes de estas denuncias como testimonios.

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T E M Á T I C A

guerrillas– se usan testimonios orales como fuentes. Los capítulos


que citan directamente testimonios de las víctimas son los que se
tratan de los crímenes de lesa humanidad y de las violaciones al
derecho humanitario internacional (la Fiscalía consideró que el caso
del estado de Guerrero podía ser definido como un conflicto armado
interno) (Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del
Pasado, 2006).
Se presentan testimonios tanto de las víctimas directas de la tor-
tura como de familiares de detenidos desaparecidos y otras personas
que presenciaron violaciones a los derechos humanos. Como el man-
dato de la Fiscalía no especificó ni el periodo ni los tipos de crímenes
del Estado que tenía que investigar, el informe final da cuenta de
amplia gama de métodos de represión, desde ejecuciones, tortura
y desaparición forzada, hasta pueblos cercados, daños materiales y
robos, incluso el uso de un cerco hambre como método de guerra
contra la población civil en Guerrero por parte de los militares, entre
otros. Muchos de los fragmentos de testimonios son relativamente lar-
gos. La oralidad se ve en estos testimonios mucho más claramente
que en los informes de las comisiones chilenas:

Evaristo Castañón Flores fue detenido por el Ejército Nacional Mexicano,


junto con casi toda su comunidad el 5 de septiembre de 1972. Todos los
habitantes de El Quemado […], fueron engañados por los soldados, quie-
nes pretextaron el levantamiento de un censo para apresarlos y conducirlos
a Atoyac. Castañón Flores estuvo preso cuatro años y dos meses, hasta el
20 de noviembre de 1976. “Como dice el dicho, quien nada debe nada
teme, pero grande fue nuestra sorpresa cuando llegamos a Atoyac, el trato
que nos empezó a dar el Ejército Mexicano, golpes, ahorcamientos, algo
terrible, entonces nos preguntaron que dónde están las armas de Cabañas,
cuánto les pagó Lucio por ir a matar a los militares. Ahí nos dimos cuenta
por donde iba el rollo. Pero cuáles armas, ni qué Lucio, ni lo conocemos.
¿No lo conocen? ¡Van a ver si no lo conocen! En la noche del día 6 nos
dijeron, los vamos a llevar allá donde emboscaron al Ejército, cabrones, allá
se van a quedar ustedes. Nos ataron de pies y manos, nos ‘acuataban’ uno
con otro y nos amarraban en la pata de la banca del convoy militar, como
si llevaran unos animales pues, luego vendados y amordazados y órale el

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camión avanzaba, los vamos a llevar a fusilar allá donde emboscaron al


Ejército y se arrancó. Carajo, será posible, pensábamos, será posible, no
puede ser, porque no hemos hecho tal cosa. Iba vendado pero veía por
debajo y me di cuenta que no íbamos rumbo a la sierra sino rumbo a la
costa y por ahí, por la Y griega, vi cuando el carro agarró para Acapulco,
pero no podíamos ni gritar ni movernos porque íbamos totalmente ama-
rrados con las manos para atrás. Ya por allá, por el Pie de la Cuesta, dice
hasta ‘aquí se acabó el boleto, cabrones, aquí le van a servir de pasto a los
tiburones, no quieren hablar’. Nos bajaron del camión y nos hacían como
si nos fueran a hondear al mar y nos decían que se los estaban comiendo
los tiburones, entonces me mecieron así entre dos y cuando iba en el aire
yo dije, Dios mío, a donde fui a dar, y no, caí en un montón de gente,
encima de un camión amontonados, y se fueron abriendo hasta que caí
hasta abajo, y dije no me hondearon al mar, yo creo que así nos hicieron
a todos porque todos los compañeros platican lo mismo que ahí fue
como un simulacro de que nos iban a hondear al mar. Quien iba a decir
algo, si me iban a hondear al mar lo iban a hacer injustamente porque
no sabíamos nada, no habíamos hecho nada, pues injustamente pero se
los van a comer los tiburones, cabrones” (2006:547-548).
La maestra de escuela primaria, Hilda Flores Solís, quien estuvo presa
en 1972 en el Campo Militar número uno, también refiere haber pasado
por este tipo de tortura: “Me hicieron feo: toques eléctricos en el cuerpo,
me metían la cabeza en la tina de agua hasta casi ahogarme” (2006:546).
Conforme a Irma Mesino Serafín: “Nosotros no debíamos nada pero
con el simple hecho de ser mi esposo primo del profesor Lucio Cabañas
fuimos retenidos. Eran primos lejanos porque no tenían el mismo ape-
llido, sólo el papá de mi esposo sí lo tenía, se llamaba Justino Castillo
Cabañas, quién ya falleció” (2006:608).

El informe también refiere, por ejemplo, los sufrimientos de las


familias y de las amenazas de que sufrieron por buscar a sus seres
queridos:

Conforme a la Sra. Buenaventura Mesino Benítez, esposa de Juan Onofre


Campos –detenido desaparecido–, “dejé de buscarlo porque me querían
dejar presa por andarlo peleando” (2006:609).

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T E M Á T I C A

Casi todos los casos y testimonios citados en el informe final de


la femospp presentan los nombres completos de los testigos, igual
que el lugar y la fecha de su detención.5 Esto tiene tanto ventajas
como desventajas. Por un lado, los nombres de las víctimas pueden
dar más credibilidad a los testimonios, ya que eso muestra que son
personas que realmente existen, pero, por otro lado, esto puede dejar
testimonios valiosos fuera, especialmente en los casos de la tortura. No
es fácil hablar de una experiencia tan traumática como la tortura, y
sin el anonimato puede ser aún más difícil.
Especialmente difícil de contar tanto para hombres como mujeres
son las experiencias de la tortura sexual y violaciones. Esto se refleja en
los testimonios de dos mujeres que el informe usa como ejemplos
en el apartado que trata de los grupos más vulnerables. Ninguna de las
dos dice directamente que fue violada. La primera, detenida cuando
tenía apenas 15 años, cuenta cómo los policías judiciales “se aprove-
charon” de ella, y cómo la “obligaron” (2006:582-583). La segunda
mujer testifica que sufrió de “intento de violación”, igual que su cu-
ñada: “También sufrió intento de violación. Ya no me dijo. Era cosa
que uno quería olvidar” (2006:584). Cuando el informe narra casos
de mujeres violadas, son testimonios de terceras personas que fueron
testigos de violaciones. En estos testimonios también se mencionan
los nombres de las mujeres agredidas (véase, por ejemplo, p. 613).
Sin embargo, no se trata sólo de vergüenza que pueden sentir las
víctimas por lo que sufrieron; también se trata de seguridad, sea el
riesgo de represalias real o irreal. Hay que recordar que los sobrevi-
vientes han sufrido de tratos crueles en manos de las autoridades, y
pueden tener miedo de denunciar ante una instancia oficial, sobre
todo si saben que sus antiguos represores, que aún andan libres,
pueden ver sus testimonios. En el caso de México, la amenaza ha
sido real; en 2003, Zacarías Barrientos, un importante testigo de la
Fiscalía, fue asesinado.
5  Hay algunas referencias a testigos que han sido identificados sólo con un número,
pero no queda claro si estos testigos fueron entrevistados por la femospp o si el informe cita
otras entrevistas o denuncias. En algunos casos, en el texto se mencionan tanto el nombre
de la persona como el número usado para referir su testimonio. También hay una mención
sobre un “testigo protegido” en la página 634.

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T E S T I M O N I O S D E L A S V Í C T I M A S

Hay que notar que también los nombres de los victimarios se han
dejado en los fragmentos, cuando los testigos los han mencionado
(por ejemplo, p. 582). Esto contrasta, por ejemplo, con el Informe
Valech, en que los nombres de los torturadores han sido omitidos aun
cuando los torturados los señalan. El mandato de la Comisión Valech
prohibió explícitamente nombrar a los presuntos responsables, dado
que la Comisión no era una instancia judicial y se decía que no era
justo acusar a personas que no tuvieran la posibilidad de defenderse.
La Fiscalía, por su parte, nombró a varias personas presuntamente
responsables de los crímenes del pasado, algunas de las cuales intentó
procesar.
Mostrar los nombres de los testigos no es el único aspecto pro-
blemático del uso de los testimonios en el informe de la Fiscalía. Los
testimonios, en sí muy valiosos, no siempre han sido bien elegidos
para ejemplificar una cierta práctica. Por ejemplo, el testimonio en el
apartado nominado “La tortura como forma de destrucción” describe
diferentes tipos de tortura, pero no cuenta de los efectos psicológicos
en las víctimas (2006:548).
Parece que la idea en la redacción del informe ha sido que los
testimonios hablan por sí y no necesitan mayores explicaciones. Esta
idea, sin embargo, es problemática. En muchos casos diferentes ti-
pos de violaciones a los derechos humanos solamente son ilustrados
por uno o dos testimonios, sin contextualizar estos testimonios ni
explicar que se trató de prácticas más generalizadas, que sufrieron
muchas personas. Esto hace que muchas veces los testimonios estén
desconectados del contexto de la represión, lo que individualiza los
horrores –especialmente porque se citan varias veces los testimonios
de las mismas personas–6 como si no se tratara de prácticas comunes
en el periodo abarcado por el informe. Se regresa a escenas fantasma-
tizadas, para usar las palabras de Peris Blanes.

6  En un caso hasta se cita en dos capítulos el mismo fragmento del testimonio de una
adolescente violada (aunque las transcripciones tienen algunas diferencias entre sí), en las
páginas 582 y 626-627.

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T E M Á T I C A

Reflexiones finales

La manera en que las dos comisiones y la femospp utilizaron los


testimonios refleja su relación con éstos y, más generalmente, con
las víctimas en la construcción de interpretaciones sobre el pasado
reciente. De las tres instancias aquí investigadas, tanto la Comisión
Valech como la Fiscalia Especial dan bastante espacio a la voz de las
víctimas; sin embargo, la Comisión Valech explica en cada caso los
patrones de tortura y el contexto general, mientras la Fiscalía Espe-
cial, por su parte, muchas veces no contextualiza los testimonios de
ninguna manera.
La cuestión sobre el uso de los testimonios en los informes finales
de este tipo de instancias oficiales es importante. Los informes fina-
les son un canal que potencialmente puede llevar la voz de las vícti-
mas al público general. Hasta pueden ser la única instancia que dé a
conocer estas voces por tanto tiempo silenciadas, ya que no muchas
víctimas quieren hablar de sus traumáticas experiencias en público.
Es interesante notar que el Informe Valech llamó la atención en
los medios de comunicación y después de su publicación muchos pe-
riódicos citaron fragmentos de testimonios incluidos en el informe.
También se entrevistaron víctimas y presentaron nuevos testimonios
sobre la tortura, generalmente con gran detalle. Muchos ex presos
políticos dieron entrevistas sobre sus experiencias. Esto ha ayudado
a ampliar la circulación de los testimonios de las víctimas sobrevi-
vientes. La difusión de este tipo de testimonios ayuda también a la
sociedad a reconocer a los sobrevivientes como víctimas. El Informe
Valech fue muy bien recibido por la sociedad chilena, y el discurso
que niega las violaciones a los derechos humanos y los presenta como
simples excesos individuales –antes relativamente común entre cier-
tos sectores de la sociedad– es mucho más difícil de sostener públi-
camente que antes; sin embargo, hay que notar que a pesar de que el
discurso oficial reconoce por fin a los ex presos políticos y torturados
como víctimas de la represión política, no los reconoce como agentes
históricos y políticos que impulsaron la creación de la Comisión Va-
lech y otras iniciativas gubernamentales relacionadas con la cuestión
de derechos humanos (Hietanen, 2006:111).

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T E S T I M O N I O S D E L A S V Í C T I M A S

En México, los testimonios de las víctimas de la guerra sucia se


han escuchado poco, aun cuando el informe final de la Fiscalía Espe-
cial los cita mucho. El informe fue publicado sólo por corto tiempo
en internet, sin ningún tipo de ceremonia pública, y luego fue bajado
del sitio de la Procuraduría General de la República. El informe –que
aparte del uso de los testimonios tiene otros problemas aún más
graves– nunca fue oficialmente dado a conocer al público y, por lo
tanto, no tuvo mucho efecto en la sociedad mexicana. Los medios
de comunicación no le prestaron mucha atención, ya que la publica-
ción del informe se hizo antes de un fin de semana largo, cuando se
acercaba la toma de posición del presidente Felipe Calderón. Así, ni
siquiera los medios de comunicación difundieron los testimonios de
las víctimas, o los resultados de la Fiscalía.
El uso de los testimonios por los organismos oficiales que investi-
gan el pasado puede contar de manera más general cómo las víctimas
son representadas y qué posición tienen en la sociedad. La femospp
es sólo un ejemplo de que en México aún falta voluntad política
para enfrentar el pasado reciente e investigar los crímenes de Estado
cometidos durante la llamada guerra sucia.
En todo caso, hay que recordar que los testimonios que presentan
las instancias aquí analizadas muestran los testigos solamente en su
calidad de víctimas, sin tomar en cuenta otros aspectos de sus vidas;
por ejemplo, su lucha por la memoria y la justicia. Por eso sería im-
portante que también otras instancias publicaran testimonios de las
víctimas y las mostraran no solamente como víctimas, objetos de la
historia, sino también como sujetos y agentes históricos.

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Recibido el 29 de agosto de 2013


Aprobado el 29 de noviembre de 2013

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Abuelas de Plaza de Mayo:
el pasado en función del presente

Bárbara I. Ohanian *

Resumen

El presente artículo se propone indagar los modos en que algunos relatos de la


Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, de Argentina, pueden suturar sentidos
que se vieron lacerados por una catástrofe social, y qué efectos producen en los
procesos de memoria que contribuyen a reconfigurar identidades colectivas.
Nos interesa describir y analizar específicamente el tipo de narrativa sobre la
militancia de sus hijos detenidos-desaparecidos que aparece en las publica-
ciones mensuales de la organización, para comprender cómo se relaciona con
el modo en que construyen una narrativa de sí mismas y que conforma una
“narrativa de sentido” que busca restituir, reconstruir, recomponer aquello
que fue quebrado. Asimismo, nos interesa preguntarnos de qué modo la
centralidad que toma en sus discursos un tono familiarista –en términos
filiatorios y biológicos– puede contribuir a un efecto paradojal por el cual se
construye empatía y ajenización a la vez.

Palabras clave: identidad, narrativas, militancia, memoria, sentido.

Abstract

This article sets out to explore the ways in which some accounts of the as-
sociation “Abuelas de Plaza de Mayo” in Argentina may have sutured senses
that had been lacerated by a social catastrophe; and what effects they produce

* conicet-Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales-


Universidad de Buenos Aires; <barbara.ohanian@yahoo.com.ar>.

TRAMAS 41 • UAM-X • MÉXICO • 2014 • PP. 107-136

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T E M Á T I C A

on memory processes contributing to reshaping collective identities. We


are specifically interested in describing and analyzing the narratives about
militancy of their disappeared children to understand how it relates to the
way they build a narrative of themselves, which forms a “narrative of mean-
ing” that seeks to restore and rebuild what was broken. Also, we want to ask
how the centrality of a familiarist tone –in filial and biological terms– may
contribute to a paradoxical effect by which empathy and detachment could
be built at once.

Keywords: identity, narratives, militancy, memory, meaning.

Introducción

Las organizaciones de la sociedad civil vinculadas a la memoria y a la


defensa de los derechos humanos que surgieron a partir de los críme-
nes perpetrados durante el genocidio en Argentina, fueron creciendo
y ocupando distintas posiciones en el orden social que se constituyó
desde la vuelta a la democracia, en 1983. Algunas fueron ganando
mayor legitimidad; fueron apareciendo nuevas agrupaciones con el
paso de las generaciones, y las distintas políticas estatales en la gestión
de ese pasado fueron provocando respuestas que contribuyeron a
conformar un arco contestatario pero creativo en las estrategias para
continuar la lucha por “verdad, memoria y justicia”.1 En 2003, luego
de una profunda crisis institucional, el gobierno de Néstor Kirchner
tuvo entre sus primeras decisiones dar lugar a una serie de demandas
en esta dirección, lo que dio nueva centralidad a las dimensiones del
pasado reciente en el debate público. En el marco de una investiga-
ción en curso2 que busca estudiar el entramado de relaciones móviles
y cambiantes que surge en el accionar de las diferentes organizaciones
vinculadas a la memoria, la defensa de los derechos humanos y el
Estado, en pos de identificar sus efectos en la producción de subjeti-

1  Sintagma con el que se suelen referenciar los reclamos en referencia a la dictadura.


2  Tesis de doctorado en Ciencias Sociales en curso en la Universidad de Buenos Aires,
financiada por conicet.

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A B U E L A S D E P L A Z A D E M A Y O

vidad, el presente artículo hace foco en una de las principales asocia-


ciones surgidas a partir de los crímenes perpetrados por la dictadura
militar: Abuelas de Plaza de Mayo.
Esta organización surgió en octubre de 1977 y se conformó con
madres que ya venían reuniéndose en la Plaza de Mayo para reclamar
y averiguar el paradero de sus hijos que habían sido detenidos por los
“grupos de tareas” y que eran retenidos clandestinamente en centros
de detención. Dentro de este grupo de mujeres, algunas sabían que
sus hijas o nueras estaban embarazadas y comenzaron, entonces, la
búsqueda de estos bebés que habrían nacido en los centros clandes-
tinos de detención. Se calcula que alrededor de quinientos niños
nacieron en cautiverio y fueron separados de sus familias. Algunas
historias de pronta recuperación de estos niños y las noticias de al-
gunos sobrevivientes de que los perpetradores propiciaban que los
embarazos llegaran a término, hicieron que la búsqueda continuara
y se fuera organizando cada vez más. Su primera denominación fue
“Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos”, pero luego adopta-
ron el nombre con el que la mayoría de la gente comenzaba a referen-
ciarlas. La Asociación Abuelas de Plaza de Mayo desarrolló múltiples
estrategias a través de los años, que combinaron la movilización y la
elaboración de recursos legales y de presión para lograr reencontrar
a los niños que generalmente eran apropiados por familiares de los
militares en el poder o, en algunos casos, dados en adopción a fami-
lias que no sabían de dónde provenían esos chiquitos.
A mediados de la década de 1990, las formas de acción tomaron
otro ribete, al considerar que, por el paso del tiempo, ahora eran los
nietos quienes podían buscar a sus abuelas, por lo que se desplega-
ron una serie de estrategias para incitar a que quienes dudaran de
su identidad se acercaran a la organización para conocer su origen.
Asimismo, otra de las novedades que se desarrolló en el marco de la
búsqueda fue la creación de lo que se llamó un “índice de abuelidad”,
que consiste en un estudio genético, que aun sin la generación de los
padres, permite conocer la pertenencia a un grupo familiar. Actual-
mente son 110 los nietos que fueron recuperados.
Las Abuelas de Plaza de Mayo se consolidaron como un símbolo
de la lucha por los derechos humanos y gozan de una gran legitimi-

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T E M Á T I C A

dad tanto local como internacional. Tanto su presidente Estela Bar-


nes de Carlotto, como otras participantes e incluso la organización en
sí han recibido numerosos premios y reconocimientos por su labor.
Cientos de artistas y figuras públicas han colaborado con esta causa
conformando proyectos artísticos, tales como Teatro x la Identidad,
Música x la Identidad, Arquitectura x la Identidad, entre otros. El
despliegue de actividades y publicaciones que se ha conformado en
torno de esta organización está atravesado por una forma de com-
prender y describir los hechos a través de discursos que circulan y
consolidan una narrativa propia.
En este trabajo nos proponemos indagar los modos en que al-
gunos relatos de Abuelas de Plaza de Mayo pueden suturar sentidos
que se vieron lacerados por una catástrofe social (Puget, 2006), y qué
efectos producen en los procesos de memoria que contribuyen a re-
configurar identidades colectivas; por lo cual, nos interesa: a) describir
y analizar específicamente el relato sobre la militancia de sus hijos
detenidos-desaparecidos que aparece en las publicaciones mensuales
de la organización; b) comprender cómo se relaciona dicho relato
con el modo en que construyen una narrativa de sí mismas y que, de
acuerdo con Gabriel Gatti (2012), entendemos que conforma una
“narrativa de sentido en clave de Re” (restituir, reconstruir, recompo-
ner); c) asimismo, nos interesa preguntarnos de qué modo la centra-
lidad que toma en sus discursos lo familiar –en términos filiatorios
y biológicos– puede contribuir a un efecto paradojal por el cual se
construye empatía y ajenización a la vez.
Para llevar adelante el análisis de estos interrogantes trabajaremos
en torno de un corpus documental construido para la investigación
mencionada, consistente en 56 números (desde el núm. 12, de octu-
bre de 2001 hasta el núm. 67, de diciembre de 2007) del mensuario
de Abuelas de Plaza de Mayo, Publicación de las Abuelas de Plaza de
Mayo por la identidad, la memoria y la justicia, en su versión virtual,
que replica la publicación en papel. La fecha inicial corresponde con
las publicaciones disponibles en la web y la fecha en la cual realiza-
mos el corte está determinada por el periodo analizado para la tesis
doctoral que concluye con la finalización del mandato presidencial
de Néstor Kirchner.

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A B U E L A S D E P L A Z A D E M A Y O

El acercamiento que nos proponemos será desde una perspectiva


que coloca en el centro la conformación de narrativas entendidas
como:

procesos constructivos y políticos realizados por los agentes mediante la


interpretación reflexiva que hacen de su acción [...] Se trata de procesos
performativos, que se sostienen y que reproducen marcos generales de
sentido. No son relatos sino posiciones discursivas asociadas a identidades
(Gatti, 2008:24-25).

Asimismo, y por su carácter performativo, nos interesa reflexionar


en torno de los efectos subjetivos y las consecuencias que las diver-
sas narrativas pueden tener en la conformación de las identidades
colectivas.
Si bien el campo de los estudios sobre catástrofes sociales, geno-
cidio y procesos de memoria ha crecido y proliferado en las últimas
décadas, en este artículo nos interesa echar mano y poner en diálogo
algunas herramientas conceptuales de la fecunda producción de dos
sociólogos contemporáneos: Gabriel Gatti y Daniel Feierstein. El
primero se encuentra abocado mayormente al análisis de los ava-
tares de la figura del detenido-desaparecido (Gatti, 2008, 2012), el
segundo a estudiar los procesos sociales que constituyen las prácticas
genocidas y sus efectos fundamentalmente en la dimensión colectiva
(Feierstein, 2007, 2012). Consideramos que ambos aportes tienen
puntos de coincidencia que fortalecen las posibilidades de nuestro
análisis, a la vez que sus distintos puntos de interés pueden resultar
complementarios para abordar los interrogantes aquí planteados.

La modernidad que trama y destrama

La principal tecnología de poder que se desarrolló en el genocidio


perpetrado en Argentina en la década de 1970 fue la detención for-
zada y desaparición de personas en manos del Estado. Esta tecnología
funcionó en dispositivos concentracionarios que se caracterizaron por
su funcionamiento clandestino. Entre los múltiples efectos sociales

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T E M Á T I C A

que pueden enumerarse nos interesa aquí centrarnos en la produc-


ción de una figura específica en torno de la cual se conformó luego
un campo social: el detenido-desaparecido.
Uno de los efectos de este producto –el detenido desaparecido– es
el desanclaje entre los modos de representar y aquello que quiere ser
representado; es decir, un quiebre en el sentido. Según Gatti, se trata
de una catástrofe para la identidad y el lenguaje al romper el orden
que rige cada uno de ellos y la relación entre ambos. Para este autor, la
producción del detenido-desaparecido provoca una separación radical
entre las palabras y las cosas, entre los sentidos y los hechos; separación
que tiene una intensidad profunda y una larga perdurabilidad. Es
decir, este dislocamiento provoca lo que Gatti define como catástrofe:
una inestabilidad estable, un desajuste permanente que se convierte en
estructura; el quiebre de las relaciones convencionales entre la realidad
social y el lenguaje que ordena y la hace coincidir con ella para anali-
zarla y para vivirla (2008). Estas rupturas son tales porque existía algo
que estaba anudado. La conformación de esos encabalgamientos espe-
cíficos entre lenguaje y realidad, que hacen la producción de sentidos y
que la desaparición forzada de personas destruye, se da históricamente
en lo que conocemos como modernidad: aquello que parece ser todo y
nada, una voraz maquinaria de producción de sentido (Gatti, 2008),
un sistema de poder que se configura como conjuntos de tecnologías
de construcción y destrucción de relaciones sociales (Feierstein, 2007).
Consideramos que tanto Gatti como Feierstein identifican aquí un
núcleo problemático común, en tanto el primero plantea que el ideal
civilizatorio moderno y su obsesiva preocupación por la eliminación
del residuo es la superficie de emergencia de la figura del detenido-
desaparecido; mientras que Feierstein plantea que las prácticas socia-
les genocidas se instalan en la modernidad como un procedimiento
funcional que resuelve material y simbólicamente contradicciones que
emergen de este propio sistema de poder.
Gatti se ocupa de mostrar la centralidad organizadora que tienen
ciertas ideas –que son a la vez estrategias de gobierno– como socie-
dad, Estado-nación e individuo-ciudadano. Estrategias que son el
correlato de una política sobre la vida que tiene como blanco a la po-
blación. En este punto vuelven a tocarse los planteos, dado que am-

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A B U E L A S D E P L A Z A D E M A Y O

bos recogen la pregunta foucaultiana (Foucault, 1996) sobre cómo


se conforma un nuevo poder que ya no propone arrogarse para sí el
poder de muerte, sino más bien incitar la vida –hacer vivir, dejar mo-
rir– pero que a la vez necesita fundamentar su necesidad de “provocar
la muerte”. Es ésta una de las tres contradicciones de la modernidad
que presenta Feierstein y que coloca en el eje de la soberanía.
Otra de las contradicciones que instala la modernidad es la cues-
tión de la igualdad. En los albores de la modernidad, el Estado-
nación otorga un carácter jurídica y simbólicamente igualitario al
concepto de especie humana para rápidamente dejar a la vista la pre-
gunta de por qué, si nacemos todos iguales, existen desigualdades. En
el análisis que realiza este autor, ambas contradicciones (cuáles son los
fundamentos del poder homicida del Estado si éste en realidad debe
hacer vivir, y por qué existen desigualdades si todos somos iguales
por naturaleza) han encontrado una vía de resolución a partir de los
discursos y prácticas del racismo. La configuración de lo “normal” y
lo “patológico”, la eliminación de lo que se define como dañino para
“defender la sociedad” (Foucault, 1996) es el modo en que se gestionan
estas tensiones.
Pero es la contradicción que surge en torno de la cuestión de la au-
tonomía la que se precipita y se resuelve afinando las tecnologías dis-
ciplinarias y llegando al paroxismo en las prácticas sociales genocidas
de tipo reorganizador. El concepto de autonomía en la modernidad
aparece para confrontar la heteronomía de la lógica religiosa y esta-
mental medieval. Como en los casos anteriores, la necesidad burguesa
de reformular las condiciones de legitimad libera las posibilidades de
reapropiación de sus demandas y conquistas de clase. Pero es el con-
cepto de autonomía –darse la propia ley– el que más radicalmente
puede poner en disputa el modo de organizar las relaciones sociales:

Si los postulados de igualdad y libertad naturales de todos los seres hu-


manos, y con ellos su necesidad de autonomía, se llevaran a sus últimas
consecuencias, el propio orden moderno se vería desbordado, producto
del consenso de los excluidos, de los miserables, de los innumerables ha-
bitantes del “afuera” que, ejerciendo su derecho a la libre determinación y
al consenso, impondrían un orden más igualitario (Feierstein, 2007:124).

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T E M Á T I C A

Entonces, el Estado-nación moderno se reserva la posibilidad de


definir lo “normal” y lo “patológico” como gran binomio organiza-
dor, pero en sí también es la tecnología de poder por la cual se hacen
efectivas otras técnicas divisorias, clasificatorias y jerarquizadoras de
las cuales resultan las redes que habilitan una serie de anclajes entre
cosas y palabras, entre realidad y lenguaje. El Estado-nación es un
gran formador de sentido. Su correlato y producto predilecto es el in-
dividuo-ciudadano que se representa a sí mismo como sujeto volitivo
y racional, y por lo tanto capaz de llevar adelante las transformaciones
necesarias para –como decíamos con Feierstein más arriba– ejercer
su derecho ciudadano y crear un orden más igualitario. Es en este
mismo sentido que reflexiona Gatti, y queda expresada la paradoja
en que coinciden ambos autores, cuando dice:

las entidades objeto de desaparición forzada son los productos más


refinados del trabajo civilizatorio, los individuos con carta plena de
ciudadanía, racionales e ilustrados, aseados (o sucios por elección). Los
frutos perfectos de la modernidad son los que van a ser despedazados
por la maquinaria que fue su condición de posibilidad (2008:45).

La identidad en disputa: narrativas posibles


en el campo del detenido-desaparecido

Es necesario tener presente ese escenario de anclajes fuertes, pero a


la vez de profundas contradicciones, para intentar comprender sobre
qué opera la catástrofe y las características que toma la producción
de esta figura particular del detenido-desaparecido.
El detenido-desaparecido es un ausente presente, que por esta
característica configura un “nuevo estado del ser”, no sólo está desa­
parecido, sino que también es un desaparecido (Gatti, 2008). Ese
ser está marcado por un triple despedazamiento: primero, el de la
unidad ontológica, la unión de un cuerpo y un nombre; segundo,
el despedazamiento de las cadenas filiatorias que rompió el tiempo
que nos une a la “novela familiar”, al pasado y al origen, y que nos

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A B U E L A S D E P L A Z A D E M A Y O

liga al futuro; tercero, despedazamiento del espacio formado por la


comunidad sancionada por el Estado, que da sentido de ciudadano
por convertirse en sujeto de derecho (Gatti, 2008:51, 52).
Sin embargo, es en torno de este nuevo estado del ser atravesado
por despedazamientos que se constituye un nuevo campo social. La
consolidación de espacios sociales alrededor de la figura del detenido-
desaparecido parece contradictoria, pero es posible por la propia per-
durabilidad de la catástrofe. Gatti describe el campo social en términos
bourdianos (Bourdieu, 2007), como un espacio social instituciona-
lizado, cristalizado, cuya objetividad depende de que éste exista en el
imaginario de los agentes que intervienen y hacen sus apuestas en
él. Gatti realiza una breve genealogía de lo que llamará, entonces, el
campo del detenido-desaparecido, para identificar los distintos vecto-
res de fuerza que hacen posible su conformación. Señala el conjunto
de instituciones y movimientos sociales que le son exclusivos, ciertas
retóricas consensuadas en relación con la figura central que los reúne,
lenguajes propios con categorías específicas, producciones artísticas
y culturales.
En este campo, que el autor caracteriza como diverso, precario
y cambiante, identifica dos narrativas que lo organizan.3 Estas dos
narrativas se proponen como extremos y como modelos analíticos
imposibles de encontrar en estado puro y que más bien señalan ho-
rizontes de la acción. Las narrativas componen formas de organizar
relatos, articulando modos de mostrar y de invisibilizar elementos

3  Durante el seminario “Sobre la elaboración del genocidio. Perspectivas sobre los


procesos de memoria y los trabajos de elaboración” dictado en la Universidad de Tres de
Febrero, en 2012, por Daniel Feierstein, Gabriel Gatti fue invitado a presentar su trabajo
y en esa ocasión no delineó dos sino tres narrativas. Describió estas formas de dar sentido
a la desaparición forzada como: a) sin palabras, antes narrativas de la ausencia de sentido;
b) usando palabras viejas, antes narrativas del sentido; c) usando palabras nuevas o chuecas.
Este último modo se desprende de lo que aparecía como narrativa de la ausencia de sentido
y hace referencia a la aparición de nuevos modos de articular palabras y hechos que se des-
pegan de la lógica que llamará “en clave de Re” (reconstruir, restituir, recomponer, etcétera)
propia del segundo tipo de narrativas. Aquí, nos remitiremos a los dos tipos ideales que se
presentan en el trabajo que venimos referenciando, dado que sólo contamos con notas de
aquella ocasión y que para el actual trabajo son las narrativas del sentido las que nos intere-
san centralmente; es decir, aquellas en las que el planteo sostiene los mismos lineamientos.

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T E M Á T I C A

diversos. Esto implica que lo no dicho, aquello que no aparece en la


gramática que se conforma, es también un dato y puede dar cuenta
de las características que adopta una narrativa.
El primer modelo es la “narrativa del sentido”, que se caracteriza
por ser una narrativa dura, propia de épocas de gestaciones, trágica
y asociada a discursos más antiguos y originarios del campo. Este
relato busca explicar y explicarse la novedad radical de una figura de
lenguaje e identidad inciertos y desconocidos, lo cual hace restitu-
yendo sentido, y quizás, de manera exagerada, poniendo más sentido
donde se entiende que no lo hubo a través de operaciones “en clave
de Re” (reconstruir, restituir, recomponer). Cuadra bien con situacio-
nes propias de coyunturas de cambio de régimen, y con lógicas de la
representación que buscan exorcizar el horror y recuperar lo ocultado
en el pasado reciente.
La segunda es la que llama “narrativa de la ausencia de sentido”,
que también se caracteriza por ser dura pero propia de una época de
cosas ya gestadas, más negociadora, tragicómica si no paródica, hoy
propia de las generaciones más jóvenes. “Aspira a habitar una ausen-
cia sobrevenida y ya institucionalizada, a gestionar ese imposible –el
detenido-desaparecido– cristalizado como tal imposible, a inventar
lenguajes para una realidad asumida como catastrófica, incómoda,
pero aceptada así” (Gatti, 2008:25).
Entre otros elementos que analiza Gabriel Gatti para describir
las “narrativas del sentido”, la cuestión de la identidad tiene un lu-
gar central y de especial relevancia en el caso que tomamos aquí,
las Abuelas de Plaza de Mayo. Gatti señala que la identidad es un
concepto que, en relación con el modelo moderno remite principal-
mente a lo idéntico, permanente y único, mientras que en el mundo
actual es poco lo que parecería poder caracterizarse así. Sin embargo,
considera que no es conveniente abandonar el concepto porque si-
gue apareciendo permanentemente y porque es el reflejo de deseos y
búsquedas de aquellas representaciones.
En el campo del detenido-desaparecido se han producido variadas
prácticas e instituciones que se conforman en torno de la identidad,
poniendo en juego su acepción más dura, estable y firme, ligada a
términos como familia, origen y autenticidad. Esto fue así dado que

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A B U E L A S D E P L A Z A D E M A Y O

la producción del detenido-desaparecido operó sobre tres rasgos fun-


damentales que hacen a esta noción de identidad: tener un nombre,
un territorio estable al cual pertenecer y una historia con un origen
inequívoco. Dentro de las “narrativas del sentido” se generan diver-
sas estrategias para devolver sentido a esos cuerpos y recomponer las
cadenas que los unían a sus nombres, territorios e historias. Gatti
plantea que esto procura un beneficio, que es lograr el equilibrio,
pero también implica un riesgo, que es exceder el sentido original
y tomar como auténtico sentido originario aquello que es una re-
construcción que, como tal, es algo siempre diverso a lo que fue. Es
decir, esos esfuerzos por reponer lo perdido, son en realidad relatos
producto de un proceso de memoria y como tales, la creación de un
“presente recordado” vinculado a la necesidad de acción: “Toda esce-
na que se rememora es en verdad una ‘re-construcción’ imaginada”
(Feierstein, 2012:127).
En este punto es importante diferenciar entre “identidad” como
con­cepto nativo e “identidad” como concepto analítico. La categoría
nativa de identidad en Abuelas remite a esa noción fija y dura que
señala Gatti. Ésta es distinta de la noción de identidad que quisiéra-
mos utilizar con fines analíticos para comprender los vínculos entre
los procesos de memoria y la conformación de identidades como
modo de actuar en el presente. Para este último uso, tomaremos las
elaboraciones que propone Feierstein para pensar la articulación entre
memoria e identidad. Desde una perspectiva ricoeuriana, plantea que
en el centro de toda identidad está el relato, es decir, la conformación
de una narrativa que permita dar continuidad en el tiempo, para lo
cual es fundamental el acto de recordar, considerando a su vez a este
último como acto creativo. Recordar, entonces, es un acto creativo.
De este modo, nos encontramos con un concepto de identidad narra-
tiva que emerge de la articulación creativa de fragmentos del pasado
(Feierstein, 2012). Como vemos, esta definición de la identidad como
algo dinámico, móvil y endeble es opuesta a la que circula en los casos
que toman a la noción de identidad asociado a lo biológico y natural.
Gatti señala que en el caso de Abuelas de Plaza de Mayo se busca
recomponer las cadenas que arman la identidad a partir de dos ma-
teriales muy duros: el lazo biológico y la filiación. Nos interesa tomar

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T E M Á T I C A

aquí brevemente estas ideas, ya que nuestras preguntas se dirigen ha-


cia cómo se narra la militancia de los detenidos-desaparecidos desde
el marco familiar y cómo esta centralidad en el lazo biológico puede
contribuir a un efecto inesperado y seguramente no deseado, como
la ajenización; es decir, que quienes no tienen vínculos de sangre con
quienes estuvieron o continúan desaparecidos no fueron afectados
por el genocidio.

La identidad asociada al plano biológico

En relación con la cuestión del lazo biológico, en Abuelas fue nodal,


dado que su principal preocupación fue la de encontrar a los niños
apropiados por los perpetradores; es decir encontrar a los desapare-
cidos vivos.
Desde el comienzo de los procesos de búsqueda con la nueva
estrategia desplegada desde 1997, la cuestión del parecido físico con
los padres fue un punto central para incentivar el interrogante sobre
la pertenencia al grupo familiar. El primer paso para preguntarse si
uno puede ser un hijo/a de desaparecido/a sin saberlo es –junto con
tener una edad acorde al periodo de la dictadura– dudar sobre el
lazo biológico con los padres. Efectivamente, este elemento motorizó
muchas de las búsquedas que culminaron en los encuentros de per-
sonas apropiadas. Por ejemplo, dice Horacio Pietragalla Corti, nieto
recuperado: “Siempre busqué un parecido físico con alguien de la
familia debido a que tengo rasgos y cualidades muy distintas a ellos,
nunca encontré una respuesta convincente, aumentando aún más mi
presentimiento” (Diario 20, mayo de 2003).
Y luego continúa, agregando inmediatamente que tampoco sentía
afinidad ideológica, lo cual queda asociado en una línea que equipara
la transmisión biológica y la transmisión ideológica.“Nunca encontré
por parte de mis padres (de crianza) una igualdad ideológica, mo-
tivo por el cual siempre era tema de discusión nuestras ideologías de
vida” (Diario 20, mayo de 2003).
La circulación de fotografías de los padres detenidos-desapareci-
dos de quienes están siendo buscados cumple, para Abuelas, tanto

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una función en el proceso de búsqueda como una función a posterio-


ri, es decir, una vez que los nietos se reencuentran con las abuelas. De
este modo aparece explicado en uno de los periódicos:

La cuestión de los parecidos físicos puede ser importante tanto para


desencadenar la duda (“¿por qué no me parezco a nadie de mi familia?”),
como para comenzar a anudar el lazo con la familia de origen. Recono-
cerse en rasgos y gestos de los padres (y también encontrarse distinto),
es un paso fundamental para recobrar el sentido de pertenencia a esa
genealogía (Diario 43, abril de 2005).

Por otra parte, el exitoso avance científico que se produjo con la


creación de un índice especialmente ideado para este caso, el “índice
de abuelidad”, hizo que progresivamente la cuestión de la correspon-
dencia biológica fuera ganando importancia en la construcción del
relato que buscaba recomponer lo perdido:

Una necesidad táctica, la de dar con elementos que sirviesen para esta-
blecer un vínculo entre un detenido-desaparecido y un individuo hoy
adulto del que nada se sabe, se convirtió en una definición ontológica
que ha terminado por colonizar ya no sólo el campo del detenido-
desaparecido sino incluso las definiciones más usuales sobre la identidad
(Gatti, 2008:102).

En esta construcción lo que termina sucediendo es una equipa-


ración por la cual identidad equivale a naturaleza y ésta a genética,
lo que reduce al ser al plano de lo biológico. No creemos que sea un
discurso original ni único en este sentido, sino que es propio de una
tendencia general característica de la episteme moderna, pero que
se ha visto relanzada al menos desde el descubrimiento del genoma
humano y el avance en las investigaciones de la genética.4 En este

4  Advertir sobre los reduccionismos en los cuales se ha derivado en ocasiones no significa


pensar que haya que echar por tierra o demonizar los avances en esas disciplinas, sino más bien
comprender qué ganamos en complejidad para nuestras reflexiones si optamos por intentar
estudios que den cuenta responsablemente de los alcances, diversidad y limitaciones de los
distintos abordajes. Los caminos propuestos por Daniel Feierstein e Inés Izaguirre en este

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T E M Á T I C A

sentido, continúa la preponderancia de lo empírico en tanto tangible


para dar prueba de algo: “no [se] encontrará tal prueba en cosas como
el deseo de ser, el imaginario, el afecto o la construcción social del
nombre, poco manejable para nosotros, modernos, sino en materiales
más duros” (Gatti, 2008:101).5
Es esta fuerza que cobra lo biológico como legitimador del lazo
que nunca debió haber sido roto, la que devuelve el efecto de sentido
de que quienes se vieron afectados por el genocidio son sólo aqué-
llos que comparten ese vínculo. Veremos más adelante las consecuen-
cias que esta limitación puede traer en el conjunto social.
Volviendo al caso de Abuelas en particular, este proceso de anu-
damiento entre identidad y saber científico de base biológica se ha
vuelto central, y como muestra de esto no es menor señalar la dispo-
sición en la mesa de la conferencia de prensa del 7 de agosto de 2013,
cuando se anunció la restitución del nieto 109. Al lado de la presiden-
ta de dicha asociación, Estela Barnes de Carlotto, se encontraba Lino
Barañao, ministro de Ciencia y Técnica de la Nación.6 Esto muestra
la creciente presencia del saber científico como fuente de validación
y del desplazamiento hacia un reforzamiento de un tipo de verdad
específico asociado a la legitimidad que brinda la ciencia, principal-
mente aquella asociada a lo biológico, dado que en ocasiones en las
que se presentan resultados de investigaciones en ciencias sociales
no es frecuente contar con presencias de tan destacada envergadura.

La identidad asociada al vínculo filiatorio

En lo que hace al elemento filiatorio, la restitución de la identidad del


detenido-desaparecido se hace reforzando y devolviendo al individuo

sentido han sido esclarecedores y han logrado derribar los prejuicios propios de las ciencias
sociales que fueron naturalizados durante la propia formación en la sociología.
5  Es difícil, por caso, imaginar un aviso de ausencia al trabajo por angustia de castración,
a no ser, quizás que algún síntoma relacionado con lo psíquico esté diagnosticado por un
médico psiquiatra; es decir, quien detenta el saber de la anatomía humana.
6  Véase “Llena almas y dice que es posible que las cosas pasen”, [http://www.pagina12.
com.ar/diario/elpais/1-226255-2013-08-08.html], consultado el 08 de agosto de 2013.

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al tejido familiar, reincorporándolo en la “novela familiar” y encon-


trando, en el linaje, la continuidad que permite reconectar aquello
que fue separado. La sección “Historias de Abuelas”, que analizamos
principalmente en este trabajo, da cuenta del esfuerzo por mostrar las
distintas generaciones que enmarcan la catástrofe y ponen en juego
un lenguaje de lo familiar, que si bien es realmente lo que las hace
acercarse y constituirse como asociación, provee un sentido suavizado
de la militancia.
Esta sección aparece en la tercera página del mensuario y gene-
ralmente se trata de un artículo basado en una entrevista realizada
con la abuela de Plaza de Mayo cuya historia se relata. En general el
comienzo de la nota es el origen de esta mujer, dónde nacieron sus
padres, dónde nació ella, cuántos hermanos o hermanos tiene, dónde
creció, a qué se dedicó, cómo conoció a su marido, cuántos hijos
tuvieron. Luego de este relato, que ocupa alrededor de un tercio del
artículo y que se ilustra con citas provenientes de los dichos literales
de la protagonista, la atención se desplaza a una breve reseña sobre
aquel o aquellos hijos que se dedicaron a la militancia, sus rasgos
de personalidad, sus inclinaciones hacia la “ayuda a los demás”, los
intereses generales no necesariamente relacionados con la política.
Se cuenta cómo se conoció con su compañera/o en aquel tiempo y
la noticia de que estaban esperando un niño o niña. En ese marco
aparece mencionada la organización a la que pertenecía y en general
esto está acompañado por los relatos de la vida en la clandestinidad,
que la mayoría tenía antes del momento de la detención, por lo cual
aparecen frecuentemente las dificultades del contacto.
A continuación, se describe el momento del secuestro y cómo tu-
vieron noticia de él. Allí comienza la búsqueda, primero de sus hijos
y luego de los nietos, y el acercamiento a otras mujeres que recorren
los mismos edificios que ellas y reciben el mismo trato condescen-
diente o de indiferencia de quienes a veces se dignan a atenderlas.
En los casos en los que se trata de abuelas que han podido lograr el
reencuentro con su nieta/o, este suceso da un cierre casi literario al
relato, aunque generalmente en estos casos se hace referencia a la
continuidad en la lucha para que sigan recuperando su identidad los
(ahora adultos) aún apropiados. En los casos en que no se ha produ-

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cido el reencuentro, queda la historia abierta a la espera de que esa


verdad no tarde en llegar.
Por otro lado, en el marco de la Asociación Abuelas de Plaza de
Mayo y con la colaboración de la Universidad de Buenos Aires se
desarrolla, desde 1999, un programa titulado “Archivo Biográfico”
que busca reconstruir la historia de vida de los desaparecidos inte-
grantes de los grupos familiares de los hijos-nietos apropiados, para
que en el momento de descubrir su otra historia, esta persona tenga
una red de elementos que le permitan reconstruirla. Debido a la
edad avanzada de muchas abuelas, se comenzó a buscar un modo
por el cual el paso del tiempo no obstaculizara completamente el
acceso a testimonios y relatos de quienes conocieron a sus padres.
A la vez, el proyecto se propone objetivos de carácter social, com-
prendiendo que el plano privado y público, individual y social, se
tejen en una complejidad que es necesario atender: “El propósito es
doble: garantizar hacia el futuro el derecho a la identidad de sus hijos
y contribuir, por medio del rescate de estas biografías, a la construc-
ción de la memoria histórica de la generación de los ‘70” (Diario 20,
mayo de 2003).
La concepción, construcción y puesta en funcionamiento del
“Archivo Biográfico” merecen un estudio aparte, en el cual se po-
drían rastrear respuestas tanto para los mismos interrogantes que
nos planteamos aquí, como para otros, producto de la exploración
de ese corpus diferente. En lo que aquí nos concierne, consideramos
que la creación de este programa muestra la importancia que cobra
la articulación del relato filiatorio en la concepción de identidad que
se articula en esta narrativa de sentido.

El tono familiarista entre los relatos


de militancia y la narrativa de sí

Como mencionamos en la introducción, nuestro interés se centra


en analizar de qué modo aparece relatada la militancia de los hijos
detenidos-desaparecidos de las Abuelas de Plaza de Mayo, y cómo se
relaciona con un tipo de narrativa de sí.

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En primer lugar, en el relevamiento que hemos realizado, las


referencias a la militancia aparecen fundamentalmente en la sec-
ción “Historias de Abuelas” y en los casos en los que se anuncia la
restitución de algún nieto. Es posible encontrar alguna mención en
otros artículos pero la mayor concentración de referencias aparece
en estos dos casos; es decir, enmarcados en los relatos que intentan
recomponer la “novela familiar”. Es en esa clave filiatoria en la que
se mencionan las prácticas relacionadas con la participación política
y el contexto en el que fueron detenidos. Las experiencias militantes
se narran desde el prisma familiar:

En aquellos días, su corazón de madre estaba desolado. Ella sabía que


sus hijos abrazaban ideas revolucionarias, aunque nunca sospechó la
tragedia que sobrevendría (Diario 14, marzo de 2002).
De todas formas, nada de esto interrumpe la relación entre madre e
hija. Se encuentran donde Cristina dice, a cualquier hora. En eso andan
cuando nace Miguel. Corre 1976. El prt-erp, donde militan Cristina y
Julio y gran parte de la familia de él, ya ha sido diezmado por la represión
(Diario 19, abril de 2003).

No hemos encontrado referencias en que se trate la militancia o


la pertenencia a los distintos grupos y organizaciones; es decir, que
no hay tal cosa como una sección o, al menos, un artículo en el cual
ése sea el eje. Como mencionamos, aquello que no se menciona, lo
no dicho, también opera sobre el sentido y es una forma específica de
articular el relato. Entonces, ¿cuál es la identidad que se reconstruye?
¿en función de qué o de quién?
Entendemos, junto con Feierstein (2012), que los procesos de
memoria son reconstrucciones creativas que se dan con otros y a par-
tir de otros, vinculadas a la necesidad de acción. En este sentido, la
necesidad de acción aparece relacionada con el intento de articular un
sentido que sea eficaz más que verdadero y que permita la articulación
entre realidad y representación, y luego, entonces, la conformación
de una identidad. Si incorporamos este elemento a los postulados de
Gatti podemos decir que aquello que hay entre palabras y cosas es ac-
ción. Esa acción es previa a la comprensión y, por lo tanto, condición

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T E M Á T I C A

del conocimiento, al tiempo que siempre se conoce para la acción. De


este modo, el resultado de cada articulación específica entre realidad
y lenguaje tendrá efectos performativos diferenciales. La acción de
articular permite componer un sentido. Es decir, que la identidad que
se construya, asociando la militancia política a un eslabón más del re-
lato familiar que lo enmarca, no será la misma que resulte de articular
militancia política con reflexión sobre la necesidad de una revolución
en América Latina o sobre la posibilidad de dar muerte al semejante
al optar por la lucha armada, por mencionar ejemplos distantes.
Relatarlo desde lo familiar es no relatarlo desde estas otras opciones.
El lenguaje barre la realidad y por eso siempre deja fuera algo. En la
dinámica de dar sentido al describir la personalidad o conductas de
otros también se pone en juego la propia identidad de quien relata.
En el caso de los relatos sobre la militancia de sus hijos detenidos-
desaparecidos, consideramos que se trata de una búsqueda por rear-
mar la identidad necesaria para que el recuerdo, el relato de los que
quedaron vivos, pueda tener coherencia y ser eficaz en las acciones
del presente. Un presente específico con un juego de ideas y valores
sociales y políticos, donde se sitúan estas prácticas.

[…] quiso trabajar con sus compañeros de militancia y se fue “a la


construcción”. Volvía muy cansado y a Mary le dolía: había imaginado
para él otra vida, “con una familia, casado, una vida normal. Después lo
entendí, lo valoré y lo reivindicaré hasta el final de mis días” (Diario 22,
julio de 2003; cursivas nuestras).
Ellos pensaban sanamente, igual que toda esa generación que nos
diezmaron. Es una pérdida terrible porque hubieran salido unos dirigentes
políticos magníficos y sobre todo honestos, cosa que nos falta (Diario 24,
septiembre de 2003; cursivas nuestras).

No es posible dotar de algo así como una “identidad verdadera” a


quienes no están. La memoria, desde la lectura que Feierstein realiza
de Bergson, es lo que permite la posibilidad de reconocer una ausen-
cia, algo que ya no es; pero también la previsión, es decir el futuro,
sólo puede ser posible para quien reconoce la ausencia de lo que aún
no ha sido. La presencia de esa ausencia se rodea y se nombra de diver-

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sas maneras. Podríamos decir que en el extremo, cuando esa ausencia


busca ser reemplazada por otra cosa, sucede lo que Feierstein llama
“realización simbólica del genocidio” (2007, 2012). Sin embargo, en
el medio existen estos otros modos de gestionar la ausencia, y es rear-
mar las cadenas de sentido que la refieren, incorporándola de manera
coherente a un relato y que, como dijimos, producirá efectos tal como
cualquier anudamiento entre cosas y palabras lo hace.
Si los recuerdos que se construyen son una construcción con y
para dar sentido, entendemos que las características que toman los
relatos en el mensuario de Abuelas en torno de las militancias de sus
hijos son acordes a lo que podríamos llamar un “tono familiarista”.
Por una parte, son relatos que asocian la militancia a rasgos nobles y
benevolentes, articulados con virtudes individuales en el desempeño
educativo, deportivo o personal. En estos casos, los cuales tienen
más frecuencia en el corpus documental con el que trabajamos, las
referencias sobre estos jóvenes tienen el tipo de la semblanza.
En muchos casos se resaltan aquellos rasgos positivos por los cua-
les se destacaban del resto y que no están necesariamente relacionados
con la militancia política. En la mayoría de estos casos la pertenencia
a organizaciones políticas aparece mencionada como un sello, es
decir, sin ahondar en las actividades de las agrupaciones ni en las que
su familiar realizaba en ella.

Alicia era la más introvertida, dulce, sonriente, muy estudiosa, “jamás


iba al colegio sin tener los deberes hechos y las lecciones estudiadas”,
recuerda Negrita (Diario 25, octubre de 2003).
Él era muy inteligente, “no estudiaba nunca, pero lo que escuchaba
lo grababa” (Diario 25, octubre de 2003).
Era buena estudiante y le gustaba mucho leer y escribir versos.
Escuchaba Vox Dei, Spinetta, Aquelarre. Iba con sus hermanos al club
Colegiales donde jugaba al básquet: era la goleadora del equipo (Diario
29, febrero de 2004).
Era muy buen alumno, obtuvo becas. Era fanático de River y del
automovilismo. Alicia tenía 15 años y Damián 19 cuando se pusieron
de novios. En la misma organización, desarrollaban actividades en la
villa Colegiales (Diario 29, febrero de 2004).

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T E M Á T I C A

Liliana hizo sólo hasta séptimo grado en Viale, porque no había


colegio secundario “y salió abanderada”, recuerda orgullosa Chela. […]
Liliana y Pedro militaban en el Movimiento Revolucionario 17 de Oc-
tubre (mr 17) (Diario 34, julio de2004).
A Ángela le cuesta mucho hablar de su hijo, el que “ya no tengo”,
como dice a veces. Pero se llena de orgullo cuando muestra sus fotos
de abanderado en el colegio Santa Lucía, cuando lo recuerda de traje
blanco tomando la comunión, o cuando destaca su “constante defensa
de la verdad” (Diario 50, noviembre de 2005).

Vemos así, que este “tono familiarista” se caracteriza, en primer


lugar, por una mirada afectiva que realza las virtudes no vinculadas a
la militancia en sí, sino que aparece de modo secundario.
Asimismo, aparecen casos en los que justamente por el vínculo
familiar no eran participados de la militancia en la que estaban invo-
lucrados quienes luego fueron detenidos. Algunos extractos muestran
que los padres de quienes militaban no conocían esta actividad y sólo
tuvieron noticia luego de la captura o el asesinato de sus hijos.

Los dos chicos eran militantes peronistas, de Montoneros. Yo esto lo


reconstruí después (Diario 13, noviembre de 2001, cursivas propias).
Yo me acuerdo que una vez le dije ¿vos querés arreglar el país? Él me
miró y me sonrió. Y después me contestó: “No mami, yo quiero que el
día de mañana papá y vos tengan una vida digna, que no sufran la vejez,
quiero un buen futuro, eso queremos nosotros. Por eso luchamos”. Y yo
lo miraba, no pensaba que estaba tan metido, yo pensé que me decía por
decir. Horacio y Rosa militaban en el erp (Ejército Revolucionario del
Pueblo), pero en la casa de Irma jamás opinaban de política, siempre
que se hablaba ellos se miraban y sonreían (Diario 28, enero de 2004,
cursivas nuestras).

La decisión de pasar a la clandestinidad que tomaron las cúpulas


de las organizaciones y los efectos que tuvo sobre los militantes, por
ejemplo, no son problematizados en estos relatos sobre la militancia,
aun cuando sus consecuencias fueron de las que más afectaban a los
familiares. Vemos, entonces, que este “tono familiarista” se mantiene

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A B U E L A S D E P L A Z A D E M A Y O

al margen de los debates sobre las decisiones tácticas y las lecturas


políticas dentro de la militancia.
Por otra parte, también podemos encontrar otro grupo de sem-
blanzas que resalta las virtudes pero del tipo más asociado a los valores
solidarios y empáticos con quienes menos tenían y a quienes más
dedicaban ayuda. En general, se trata de relatos en los que se asocia
una vocación por ayudar al prójimo con la participación en activida-
des en barriadas y villas. En muchos casos, esto se ve reforzado por
una construcción de recuerdos de sucesos en los que “ya de chiquito”
mostraba esa vocación y se detallan situaciones en las que a edades
muy tempranas estas personas tenían actitudes y fundamentos que
sobresalían para la corta edad.

Era solidario. Aída lo recuerda volviendo del colegio un día, yendo directo
a la alacena y sacando latas de tomate y arvejas. “Le voy a llevar a los que
tienen menos que nosotros” (Diario 23, agosto de 2003).
Laura era muy buena alumna y además estudiaba profesorado de
música: salía al mediodía del colegio Mariano Moreno, Negrita la iba a
buscar con algo para comer y la llevaba al Conservatorio. Le gustaban
todos los instrumentos, no solo el piano. Desde la escuela primaria, Laura
se dedicó a juntar ropa y útiles para los chicos más pobres (Diario 25,
octubre de 2003).
[…] luego ella fue una niña que siempre, sin proponérselo desco-
llaba en cualquier actividad que ella emprendiera, sin proponérselo,
naturalmente, tenía como un ángel. […] No era nada coqueta, era muy
sencilla, siempre ella tenía su mente puesta en otra cosa que trascendiera,
casi nunca pensaba en ella, siempre pensaba en los demás. Recuerdo
un hecho que la tipifica: como nosotros vivíamos en una casa, a veces
algún vendedor ambulante tocaba el timbre para vender algo, todos los
días teníamos vendedores ambulantes, algunas veces les compraba y
otras no, estaba abarrotada de cosas que les compraba y que ni siquiera
usaba. Un día no les compré e Inés lloró tanto... fue una amargura tan
grande porque dejé ir a ese hombre sin comprarle... eso la tipifica, tenía
8 años, y ella me decía cómo pudiste no comprarle a ese hombre que
es lo único que tiene para vivir, a lo mejor tiene familia, tiene hijos y él
necesita que le compren, por qué lo dejaste ir sin comprarle [...] pero

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T E M Á T I C A

fue una amargura tan grande que yo no sabía cómo consolarla. Inés
siempre fue así, tenía esa inclinación por el prójimo, por solucionarle
los problemas al prójimo (Diario 45, junio de 2005).

De alguna manera, la retrospección hacia las edades tempranas de


las buenas intenciones de estos jóvenes militantes refuerza cierta idea
de inocencia en la caracterización de los fundamentos para unirse a
un destino político.
Asimismo, aparecen menciones a la lucha por los ideales, a la inten-
ción de cambiar el mundo y el futuro para todos, incluso para aquellos
padres que a veces tenían dificultades para aceptar las decisiones de
los hijos.

Ella luchó por sus ideales. Yo creo que tenía muy claro, más claro que
nosotros, esto que está pasando. Y no lo quería. Hemos perdido una
generación maravillosa (Diario 19, abril de 2003).
Ellos querían que sus hijos pudiesen decidir sobre sus vidas libre-
mente. Sin embargo, fue muy duro respetar la decisión de un hijo que
elegía luchar por sus ideales, aun a costa de su vida (Diario 38, noviembre
de 2004).
Y todo lo hice porque creo que de alguna forma tengo que retribuirle
el orgullo que mi hija me ha hecho sentir, por haber dado su vida, su
sangre, por sus ideales (Diario 18, marzo de 2003).

Este encadenamiento entre la militancia de sus hijos y la suya re-


fuerza una construcción de sentido desde el presente, coadyuvando,
adicionalmente, a una elaboración de la pérdida. Podemos pensar que
resaltar el fin noble por el cual se vieron enfrentados a la catástrofe
contribuye a dar sentido a las elecciones que hicieron sus hijos y que
incluso los lanza a ocupar una nueva posición en la continuación de
la historia una vez que ellos ya no están.

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A B U E L A S D E P L A Z A D E M A Y O

Efectos de los relatos de militancia y la narrativa


de sí articulados a partir del tono familiarista

Una vez caracterizados los elementos filiatorios y biológicos que se


articulan en un tono familiarista para narrar la militancia de sus hi-
jos, nos interesa preguntarnos por los efectos que este anudamiento
puede tener en la conformación de identidades colectivas.
Una de las preocupaciones que Feierstein (2012) presenta es la
de los efectos diferenciales en lo que hace a la apropiación o ajeni-
zación de la experiencia del genocidio en la constitución de identi-
dades según los distintos modos de calificar el pasado. Para realizar
su análisis los agrupa en tres tipos de representaciones a partir de la
calificación jurídica predominante de los hechos en cada caso: “gue-
rra”, “genocidio”, “crímenes de lesa humanidad” (dentro de las cuales
incluye “Estado terrorista”). Esta diferenciación no implica que en
las narraciones que construyen diversos actores estos discursos no se
encuentren combinados o articulados, sin embargo, generalmente
cada uno subraya elementos que permiten considerarlos más o menos
cerca de cada una de estas tres definiciones generales.
A cada una de estas calificaciones, este autor asocia un modo de
definir quién fue el sujeto pasivo del delito. Así, para quienes consi-
deran que en Argentina hubo una guerra, los afectados son quienes
quedan definidos como “víctimas inocentes” que no participaban de
ninguno de los “bandos” que se enfrentaban. Por otra parte, definir
lo sucedido como genocidio7 implica que todo el conjunto social se
vio afectado y puede aún sufrir las consecuencias de tal proceso de
reorganización de las relaciones sociales. Finalmente, en los discur-
sos que sostienen que se cometieron crímenes contra la humanidad
perpetrados por un Estado terrorista, los afectados son los indivi-
duos en tanto ciudadanos; es decir, se pone el foco en los derechos

7  Seguimos la definición de Daniel Feierstein quien caracteriza como genocidio al con-


junto de prácticas sociales que conforman una tecnología de poder que busca la “destrucción
de las relaciones sociales de autonomía y solidaridad y de la identidad de una sociedad, por
medio del aniquilamiento de una fracción relevante (sea por su número o por los efectos de
sus prácticas) de dicha sociedad, y del uso del terror producto del aniquilamiento para el
establecimiento de nuevas relaciones sociales y modelos identitarios” (Feierstein, 2007:83).

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T E M Á T I C A

individuales que fueron conculcados –elemento característico de la


matriz liberal democrática– y no en los efectos producidos en tanto
grupo.
En el caso de Abuelas de Plaza de Mayo encontramos una con-
vivencia de elementos variados que, además, van transformando,
con el transcurrir del tiempo, las estrategias políticas y las disputas
hegemónicas que atraviesan el campo. El concepto de “genocidio” y
su derivado “genocidas” son frecuentemente utilizados en las publi-
caciones de esta asociación. Muchas veces este uso aparece sin una
rigurosidad técnica, sea jurídica o sociológica –no por esto menos
válidas–, pero otras tantas ya se encuentran dotadas de esta especi-
ficidad a partir de aportes provenientes de los vínculos tejidos con
actores sociales provenientes de estas disciplinas. Asimismo, hemos
registrado algunas referencias a que es el conjunto de la sociedad el
que se vio afectado por los crímenes de la dictadura.

“Nos levantamos con la propuesta diaria de abrir las mentes de la socie-


dad para que sepa que esto nos pasó a todos; con la propuesta de abrir,
sobre todo en los jóvenes, la inquietud de querer saber esa historia que
no conocieron porque nacieron después”, confesó Estela Barnes de
Carlotto, titular de Abuelas de Plaza de Mayo, en plena marcha (Diario
43, abril de 2005).
Desde hace veinticinco años, la búsqueda de los chicos secuestrados
por el terrorismo de estado es la búsqueda de una reparación para los nie-
tos, para las abuelas y para toda la sociedad (Diario18, marzo de 2003).

Vemos en el segundo extracto cómo se combinan los elementos,


dado que los crímenes son el resultado del terrorismo de Estado,
pero a la vez se considera que toda la sociedad fue afectada. En esta
combinatoria entre distintos elementos también podemos observar,
en el siguiente fragmento, cómo se articulan nociones propias de lo
que Feierstein analiza como característico del relato de la calificación
de Estado terrorista: son los individuos en tanto ciudadanos, quienes
ven violados sus derechos, con efectos propios de considerar más
pertinente la calificación de genocidio un crimen que afecta al tejido
social como tal:

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A B U E L A S D E P L A Z A D E M A Y O

La imposibilidad de los ciudadanos de acceder a un juicio justo en


un sistema terrorista es un hecho social de tal gravedad que no puede
soslayarse. Si esos hechos quedan impunes, es el tejido social mismo el
que se ve afectado. La totalidad del orden social permanece en un estado
de indefensión tal que no puede sino verse afectado hasta tanto no se
restituya la justicia (Diario 23, agosto de 2003).

Según la tipología propuesta por Feierstein, en la que se analizan


diversas dimensiones para estudiar las consecuencias de cada una de
las calificaciones, una de las características que tiene la calificación
como “genocidio” es considerar que toda la sociedad fue el sujeto
pasivo del delito lo que permite una mayor apropiación del pasado
al sentir que fue algo de lo propio lo que se vio afectado –que este
autor describe como “identificación”–, en lugar de considerar que
las verdaderas víctimas son quienes fueron directamente afectados, lo
que sostendría una separación entre nosotros y otros –actitud que es
descrita como “empatía”.
Sin embargo, consideramos que en el caso de Abuelas el planteo
de que el conjunto de la sociedad se vio afectado por el genocidio no
alcanza a superar la fuerza en la producción de sentidos que habilita
el discurso familiarista que construyen y que, no obstante, es la fuente
de una gran empatía social.
Los elementos que contribuyen a este efecto son que, por un
lado, los valores que articula la narrativa de sí de Abuelas de Plaza
de Mayo tienden a despojar de cualquier componente de violencia
que pueda encontrarse en lo político, no sólo en las prácticas de sus
hijos en términos de la opción por la lucha armada, sino en la propia
conflictividad que tienen las relaciones sociales.
La Paz, una palabra que nos sugiere la imagen de una blanca paloma en
libre vuelo llevando en su pico una rama de olivo. Una palabra de tres
letras que se invoca en permanentes arengas y discursos pero que no se
aplica tal y como debe ser. Porque se desconoce su sentido como deseo
y necesidad de cada habitante de este planeta. No se dimensiona como
algo concreto, tangible y cotidiano, ya que vivir en paz es gozar de todas
las garantías y derechos que la dignidad del ser humano merece (Diario
36, septiembre de 2004).

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T E M Á T I C A

Lo que sí entendemos las Abuelas de Plaza de Mayo es que se puede


luchar desde el amor y la Paz (Diario 49, octubre de 2005).
Fuimos solidarias a través de las fronteras, llevando por el mundo
el mensaje de que en paz y con amor se pueden derribar barreras de
incomprensión e intolerancia (Diario 50, noviembre de 2005).

Estos valores que explícitamente se nombran como paz y justicia


se acoplan a la armonía que provee la versión quizás más conserva-
dora de la idea de familia. Esta serie de elementos contribuye a su
capacidad de proveer certidumbres y, en este sentido, Abuelas de Pla-
za de Mayo sería una suerte de experiencia quijotesca que nacida del
paroxismo de la incertidumbre que representan los desaparecidos, ha
crecido y se ha fortalecido en medio de las incertidumbres posmoder-
nas. Han logrado conformar un discurso que produce sentidos fuer-
tes a partir de la incertidumbre que les dio origen y que se sostiene
con firmeza en un contexto de relaciones líquidas (Bauman, 2002).
Y es esta certidumbre que puede dar la distancia de la “desgracia
ajena” (no como algo necesariamente mezquino, sino quizás propio
de un sentimiento de autoconservación) la que también se logra re-
forzar al insistir con los relatos que recomponen la “novela familiar”,
que responde al orden de lo privado, y que colocan como principal
fundamento de este lazo, al sanguíneo, biológico y natural. Parece-
ría ser que es mucho más fácil solidarizarse con el otro y admirar su
fortaleza cuando no es uno el que debería llevar adelante la lucha, ya
que ese uno no fue “verdaderamente” afectado, sobre todo cuando
la “identidad verdadera”8 depende del orden natural y biológico.
La falta de pertenencia al grupo familiar obturaría la posibilidad de
construir un relato en el que, como parte del conjunto de la sociedad,
se amplíe la definición de quiénes se consideran como afectados por
el genocidio. Sin embargo, y por lo que dijimos aquí, es también esa
distancia que provee el límite que demarca el ser parte o no serlo de
cierta “novela familiar” o vínculo sanguíneo lo que contribuye a que

8  “No hay dos verdades, tres verdades, más o menos verdades. En eso se enmarca la
identidad”. Entrevista con la responsable de conadi (Comisión Nacional por el Derecho a
la Identidad), citada en Gatti, 2008:110.

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A B U E L A S D E P L A Z A D E M A Y O

miles de personas hayan decidido acercarse a colaborar con la organi-


zación y conozcan algunos de los sucesos que atravesó Argentina en
su pasado reciente. De este modo, podríamos ver un efecto negativo
producto de la distancia que posibilita el trazado del límite de la
pertenencia a lo familiar, lo cual reduce el campo de quienes fueron
afectados por el genocidio. Pero también observamos un efecto posi-
tivo, por el cual esta misma distancia permite un acercamiento, que
si bien no se da por comprenderse como afectados, se lleva adelante
desde una empatía con el dolor ajeno.

Palabras finales

En el presente trabajo nos propusimos analizar y describir el vínculo


entre la narrativa sobre la militancia de los detenidos-desaparecidos y
la narrativa de sí que construye Abuelas de Plaza de Mayo, así como
reflexionar sobre el modo en que el componente familiar-biológico de
su discurso puede producir efectos diferenciales en la capacidad social
de apropiarse de la experiencia del pasado reciente comprendiéndose
como parte del conjunto que fue afectado por la experiencia genocida.
A partir del análisis de documentos encontramos que el modo en
que desde Abuelas de Plaza de Mayo se construye el relato sobre la
militancia política de quienes fueron secuestrados en el dispositivo
concentracionario es desde el propio lugar familiar, lo que además
está fuertemente articulado con una narrativa de sí de Abuelas como
organización en el presente. En este sentido, la dimensión política de
las prácticas militantes no aparece como algo prioritario en el discur-
so. De hecho, de un periódico de ocho carillas y de los 56 números
que relevamos, pudimos observar que no existe un espacio específico
para abordar esta temática regularmente, pero tampoco excepcional-
mente como artículo de ocasión. Esta ausencia habla de un modo
de articular un relato en el cual el contenido político de las prácticas
militantes no es estructurante de la narrativa que queda organizada
a partir de sus discursos.
En cambio, sí fue posible hallar elementos de lo que llamamos el
“tono familiarista” en el que aparecen nombradas dichas prácticas.

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T E M Á T I C A

En primer lugar observamos una serie de relatos que resaltan virtudes


positivas que no tienen que ver directamente con la militancia pero
surgen en contigüidad con las indicaciones sobre qué hacían o a qué
se dedicaban. En segundo lugar, señalamos relatos en los que justa-
mente por su carácter de familiares no conocían la militancia; luego,
observamos fragmentos en los que también se ponen de relieve las
virtudes donde éstas aparecen asociadas a la solidaridad. Por último,
encontramos relatos en los que sí se asocian las prácticas militantes
con la persecución de ciertos ideales pero que aparecen conectados con
señalamientos que remiten al orgullo como padres.
Estas características del “tono familiarista” redundan en una ope-
ración que desconoce la reflexión sobre las prácticas de esas mili-
tancias en sí y refuerzan otros elementos nodales que constituyen
la narrativa de sentido en la que se enmarcan estos discursos, como
ser los lazos biológicos y filiatorios. Señalamos que, en Abuelas, el
concepto de identidad que se construye está sostenido sobre concep-
tualizaciones rígidas y estáticas que resultan en una reducción del ser
al plano de lo biológico y que enmarcan las historias divergentes en
“novelas familiares” que fijan la pertenencia al grupo que se considera
como originario. Según el escenario que planteamos al comienzo, es-
tas operaciones se pueden comprender como la búsqueda de reponer
las correspondencias que existían antes de la catástrofe y que, a pesar
de presentarse como el verdadero o auténtico origen, son más bien
actos creativos que producen un nuevo relato en función de las nece-
sidades del presente. Cuando se nombra el pasado se hace en función
del presente y con efectos sobre las identidades actuales. Al querer
recomponer aquello que fue descoyuntado, producen algo nuevo con
efectos en el conjunto social. Así, el hecho de ser lo familiar aquello
que sobresale en esta narrativa, hace que sea ese prisma desde el cual
se ven las prácticas del pasado. Esto no las convierte en más o menos
válidas, sino que es fundamental hacer visibles estas operaciones para
observar las consecuencias lógicas que se desprenden de ellas.
Es justamente en esta línea que buscamos reflexionar sobre qué
tipo de elaboración colectiva es posible en función del tipo de apro-
piación que se hace de los hechos del pasado. Según lo que hemos tra-
bajado aquí, podemos decir que, por un lado, el discurso familiarista

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A B U E L A S D E P L A Z A D E M A Y O

ha mostrado favorecer un tipo de acercamiento masivo y provisto de


legitimidad social, pero que por el tipo de práctica que hace visible y
que construye en su relato, no habilita a reflexiones sobre la práctica
política en sí, sino más bien genera un consenso condenatorio de la
violencia que si bien puede ser una posición ciertamente válida, se
construye soslayando, y hasta obturando, la pregunta o la reflexión
específica sobre este tema.
Por otro lado, la delimitación de lo familiar para definir la afec-
ción reproduce una ajenización o una distancia “políticamente co-
rrecta” que se apoya, en realidad, sobre la primacía del individualismo
generalizado, propio de los tiempos actuales, pero ciertamente ori-
ginado –al menos en Argentina– por la experiencia genocida que
buscó destruir los lazos solidarios que articulaban el tejido social para
reorganizar el conjunto social y crear nuevos vínculos basados en el
temor, la indiferencia y el individualismo.
Resulta importante señalar que existen diferentes grados y tipos de
compromiso en el vínculo con la organización que aquí analizamos,
lo cual implica efectos diferenciales de cada una de estas prácticas.
En esta ocasión no nos dedicamos a analizar las prácticas de quienes
conforman concreta y cotidianamente Abuelas de Plaza de Mayo,
sino más bien nos ocupamos de describir los sentidos que producen
sus discursos, los cuales, consideramos, les otorgan un alto nivel de
aceptación social. Como fue señalado más arriba, esta actitud gene-
ralizada puede tener fundamento en la capacidad de proveer tanto
valores que refuerzan certidumbres, hoy escasas, como asociaciones
entre palabras y cosas que buscan reconstruir y rearticular sentidos
fuertes como verdad, estado, origen e identidad; de este modo, coin-
cidimos con la hipótesis que sugiere que la articulación discursiva de
la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo se constituye en el marco
de lo que referimos como “narrativas del sentido”.

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T E M Á T I C A

Bibliografía

Bauman, Zigmunt (2002), Modernidad Líquida, Fondo de Cultura Eco-


nómica, Buenos Aires.
Bourdieu, Pierre (2007), El sentido práctico, Siglo xxi, Buenos Aires.
Feierstein, Daniel (2012), Memorias y representaciones. Sobre la elaboración
del genocidio, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.
____ (2007), El genocidio como práctica social, Fondo de Cultura Econó-
mica, Buenos Aires.
Foucault, Michel (1996), Genealogía del racismo, Altamira, La Plata.
Gatti, Gabriel (2012), “Imposing Identity against Social Catastrophes. The
Strategies of (Re)Generation of Meaning of the Abuelas de Plaza de
Mayo (Argentina)”, Bulletin of Latin American Research, vol. 31, núm.
3, pp. 352-365.
____ (2008), El detenido-desaparecido. Narrativas posibles para una catástrofe
de la identidad, Trilce, Montevideo.
Mensuario Abuelas de Plaza de Mayo, diarios núm. 12 (octubre, 2001) a
núm. 67 (diciembre, 2007), [http://www.abuelas.org.ar/], consultados
el 22 de mayo de 2013.
Puget, Janine (2006), “Violencia social y psicoanálisis. De lo ajeno estruc-
turante a lo ajeno-ajenizante”, en R. Kaës y J. Puget (comps.), Violencia
de Estado y psicoanálisis, Lumen, Buenos Aires / México, pp. 25-56.

Recibido el 21 de agosto de 2013


Aprobado el 21 de noviembres de 2013

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“Todos somos víctimas”: acerca del “vecino”
como víctima de la inseguridad

Silvia Hernández *

Resumen

El artículo analiza el proceso por el cual el nombre vecino aparece, en lo que


se designa como el “discurso securitario”, como sinónimo de víctima de la
inseguridad, y reconstruye la trama discursiva en que esta relación tiene lugar,
tomando el caso de la Ciudad de Buenos Aires (Argentina) en la última década.
Esta condensación entre vecinos y víctimas refuerza, por un lado, la legitimi-
dad de los reclamos vecinales –sostenidos como apolíticos– ante los poderes
públicos y la sociedad en general, y profundiza, por el otro, un diagnóstico
que hace de la inseguridad un estado de amenaza permanente cuya gestión
requeriría de la autoorganización comunitaria. Se trabaja a partir del análisis de
secuencias discursivas producidas por asociaciones autodenominadas vecinales
y que tienen a la inseguridad como tema central de trabajo.

Palabras clave: vecinos, víctimas, inseguridad, prevención situacional, espacio


urbano.

Abstract

This article analyzes the process by which the category of vecinos (neighbors)
becomes a synonym of víctimas de la inseguridad (victims of insecurity) in
what we call “security discourse”, for Buenos Aires city during the last de-
cade. The condensation of both categories reinforces the legitimacy of social

* Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad


de Buenos Aires – conicet; <hernandez_silvia@yahoo.com.ar>.

TRAMAS 41 • UAM-X • MÉXICO • 2014 • PP. 137-166

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T E M Á T I C A

demands coming from vecinos –which are presented as “apolitical”–, and


that it also deepens a diagnosis that makes inseguridad a state of permanent
threat which requires community self-organization for its management. The
analysis is based on discursive sequences produced by self-defined “vecinales”
associations that have insecurity as one of their major issues.

Keywords: neighbors, victims, insecurity, situational crime prevention,


urban space.

Introducción

“Todos somos víctimas”: tal es el eslogan de una asociación autode-


nominada vecinal  1 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argen-
tina. Quisiera en este artículo tomar muy en serio esta frase: ¿quiénes
somos todos ? ¿Qué es ser víctima? ¿Qué lugar juega allí la categoría de
vecino desde la cual, como veremos, se la enuncia? Consideraré el es-
logan como un acontecimiento discursivo singular (Foucault, 1992)
interrogado en su horizonte histórico de emergencia, sus modos de
circulación y sus implicancias.
En este artículo me propongo analizar el proceso por el cual el
nombre vecino aparece, en lo que llamaré el “discurso securitario”,
como un sinónimo de víctima de la inseguridad por excelencia, y
reconstruir la trama discursiva en que esta relación tiene lugar.2 El
trabajo de desnaturalización de construcciones que funcionan so-
cialmente como “evidencias” (Pêcheux, 1975) exigirá suspender toda

1  Emplearé cursivas cuando utilice términos “nativos”, es decir, propios de la discursivi-


dad analizada. Reservo las comillas para las citas textuales (cursiva cuando sean del material
documental, normal cuando provengan de textos de referencia teórica) y para destacar
conceptos teóricos. Vecinos, víctima e inseguridad se escriben siempre en itálicas en tanto se
propone un análisis de su construcción discursiva.
2  Hablo de discurso securitario en un sentido próximo al de Michel Pêcheux cuando
define las formaciones discursivas como aquello que puede y debe ser dicho a partir de
una posición en una coyuntura dada (Pêcheux y Fuchs, 1975; Courtine, 1981). Me baso
asimismo en las indicaciones provistas por Foucault (1992), quien entiende las formaciones
discursivas como regularidades en la dispersión, reglas de formación de objetos, tipos de
enunciados, conceptos y temas.

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“ T O D O S S O M O S V Í C T I M A S ”

asociación automática entre vecinos y víctimas de la inseguridad, para


pensar, a la inversa, cualquier relación que parece caer por su propio
peso como una cristalización parcial de un proceso histórico y social
conflictivo.
Este análisis forma parte de una investigación más amplia en la
que interrogo la inédita visibilidad de la categoría de los vecinos en
la última década en la ciudad de Buenos Aires a la luz de una pre-
gunta por los modos contemporáneos de gobierno de las ciudades.3
Allí analizo cómo dicha categoría, más allá del notable aumento
cuantitativo en el uso del término en medios de comunicación,
declaraciones de funcionarios y dirigentes, reclamos y testimonios
públicos de distinta índole, evidencia un cambio cualitativo. Tanto
desde asociaciones que se autoproclaman vecinales, como desde la
manera en que los gobiernos locales interpelan a los gobernados,4
vecinos deja progresivamente de restringirse a la dimensión de la
proximidad espacial y de los vínculos interpersonales, para devenir el
modo como se denomina constituye a los legítimos reclamantes ante
las autoridades locales y a los verdaderos conocedores de las necesidades
de los barrios, proceso en el cual esta categoría empieza a disputar el
espacio antes ocupado por los ciudadanos o, más aún, por el pueblo
(Frederic, 2004; Hernández, 2013).
Vecinos se monta sobre una ambigüedad que permanece irresuelta
y jamás abiertamente formulada: la que va de la proximidad espacial
a una homogeneidad de clase. Si bien parece usarse espontáneamente
para designar al conjunto de los habitantes de la ciudad, su cons-

3  Empleo
el término “gobierno” en el sentido que adquiere para Foucault. Cabe por
ello aclarar que el “gobierno” no se ejerce sobre un territorio, sino sobre la “población”,
concepción derivada de la tradición pastoral cristiana. El poder pastoral se conforma en la
relación con el rebaño, al cual está encargado de conducir hacia un “buen destino”, donde
“bueno” es lo adecuado para la subsistencia (Foucault, 2009). El “gobierno” constituye una
economía general de poder que se va centrando, a lo largo de la historia de Occidente, en
el funcionamiento del Estado, sin dejar de ser a la vez un conjunto de técnicas orientado a
la conducta de los hombres a partir del principio del autogobierno.
4  Por ejemplo, en un debate televisivo durante la campaña electoral de 2011, el luego
reelecto Jefe de Gobierno, Mauricio Macri, llegó a decir que en la ciudad “hay un solo
modelo, y es el de los vecinos”. En 2013, los afiches callejeros de su partido político para las
elecciones legislativas insistían: “Somos un equipo de tres millones de vecinos”.

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T E M Á T I C A

trucción discursiva dominante se apoya en dos oposiciones. Por un


lado, una serie más o menos extensa y variable de “indeseables”: los
vendedores ambulantes, las prostitutas, los pibes chorros,5 los linyeras,6
los piqueteros,7 en contraste con los cuales los vecinos resultan la gente
común que paga sus impuestos y respeta las normas de convivencia. Por
el otro, los políticos, definidos por su corrupción, en contraste con los
cuales los vecinos resultan valorados positivamente por su apoliticismo
desinteresado, su preocupación por problemáticas concretas, y su saber
acerca de la realidad de los barrios.
Dentro de este marco general, en este artículo me centro en uno
de los aspectos específicos del modo en que se construye discursi-
vamente a los vecinos : su asociación con la figura de las víctimas en
un contexto donde se diagnostica que la inseguridad es un estado
permanente de la vida cotidiana. Para ello, trabajé con una base
documental compuesta por secuencias discursivas extraídas de blogs,
sitios web, entrevistas y boletines firmados por organizaciones que se
presentan como vecinales, y cuyo eje principal de demandas ronda la
inseguridad, fechados dentro de los últimos diez años.8 Enfocaré su
5 Regionalismos: Pibe : niño, muchacho / Chorro: ladrón. Pibe chorro es un modo
despectivo –aunque también adoptado como nombre por los propios estigmatizados– de
designar a ciertos jóvenes de sectores populares y, al mismo tiempo, a una estética a ellos
asociada pero apropiada hoy en día por diferentes grupos sociales.
6  Regionalismo para aludir a las personas sin hogar.
7  Trabajadores desocupados que, desde la segunda mitad de la década de 1990, adopta-
ron el corte de rutas y de calles para manifestarse ante las autoridades en reclamo de fuentes
de trabajo y planes sociales.
8  Tomo para el análisis los blogs y boletines de cinco asociaciones que se autodefinen
como vecinales. Elijo no obstante no utilizar sus nombres porque el propósito de mi indaga-
ción se centra en el aspecto discursivo que las atraviesa, del cual procuro captar las regulari-
dades más allá de las diferencias puntuales que pueda haber entre asociaciones concretas. El
estudio de sus diferencias queda pendiente para futuros trabajos. Asociación 1: se conformó
en 1997 en Saavedra (Comuna 12, noroeste). Adaptó el plan inglés “Neighbourhood Watch”
y describe su tarea como “Prevención Comunitaria del Delito basada en la Solidaridad y
Participación Ciudadana”. Participa en iniciativas sobre seguridad convocadas por los go-
biernos local o nacional. No realiza reuniones programadas, pero sus integrantes mantienen
contacto vía mail o se reúnen ante situaciones específicas. Asociación 2: formada en 2002
en Núñez (Comuna 13, norte), declara tener dos tipos de actividad: una, preventiva del
delito bajo el modelo de prevención situacional; la otra, de coordinación y participación
en marchas de víctimas de la inseguridad. Asociación 3: asociación civil sin fines de lucro

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“ T O D O S S O M O S V Í C T I M A S ”

análisis desde una perspectiva comunicacional que entiende que la


producción social de significaciones es constitutiva de los procesos
sociales, razón por la cual interroga la realidad social en tanto que
simbólica e imaginariamente estructurada.9
Cabe agregar que la categoría de víctima encuentra en la última
década diferentes ámbitos de visibilidad pública en Argentina (víc-
timas del terrorismo de Estado, de la trata de personas, del “gatillo
fácil”, de los accidentes de tránsito, etcétera), pero no siempre que
se dice víctima se está hablando de lo mismo: las distintas construc-
ciones de la víctima integran formaciones discursivas heterogéneas
y en ocasiones contradictorias;10 además, no todas poseen el mismo
peso relativo, y estas dominancias pueden ser leídas como parte de
un proceso conflictivo donde se procura fijar su sentido.
Abordaré entonces aquí una de las construcciones más potentes
de la víctima en la Argentina de la última década, focalizando en el
ámbito de la ciudad de Buenos Aires: la de la víctima de la inseguridad
en su específica relación con la mencionada categoría de vecinos. La
importancia que adquiere deriva, como veremos, de la consolidación
de la inseguridad como “mal social” mayor.11 Mostraré que en el ma-
terial seleccionado la condición de víctima no está necesariamente
atada a haber sufrido un delito real, sino que alude al modo de vida

surgida de manera autoconvocada en 2005, en Flores y Parque Chacabuco (Comuna 7,


centro). Participó de distintas instancias convocadas por la comisaría de la zona y las otras
dependencias estatales. Asociación 4: en la misma Comuna, otra de las asociaciones trabaja
desde 2006 en diversas áreas, entre ellas, seguridad. Participa también en instancias especí-
ficas convocadas por el gobierno local. Asociación 5: formada en 2011 se distingue de las
demás porque trabaja exclusivamente sobre el delito organizado, y subraya la necesidad de
erradicar a las mafias para poder luchar contra la inseguridad. Tiene reuniones presenciales
semanales (Comuna 10, oeste).
9  Esta perspectiva es trabajada en el proyecto de investigación ubacyt “Discurso, Polí-
tica, Sujeto: encuentros entre el marxismo, el psicoanálisis y las teorías de la significación”,
dirigido por el prof. Sergio Caletti (fsoc-uba), del cual participo. Véase Caletti (2002).
10  Por ejemplo, difícilmente puedan verse confluir las demandas de quienes exigen
justicia por las víctimas de la última dictadura militar (1976-1983) con las de aquellos que
lo hacen por las víctimas de la inseguridad.
11  Cabe puntualizar que esta consolidación no ha sido constante ni se ha mantenido
siempre en los mismos términos. Hoy en día, por ejemplo, se habla con insistencia de otros dos
“males sociales” –la inflación y el narcotráfico– que disputan esa centralidad a la inseguridad.

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T E M Á T I C A

en un contexto que se diagnostica de inseguridad como estado de


riesgo permanente. A su vez, la inocencia atribuida a la víctima, al
combinarse con la probidad moral con que se caracteriza al vecino,
hace de los vecinos-víctimas una categoría valorada positivamente, y
doblemente victimizada: víctima de la inseguridad y de la corrupción,
en relación con la doble oposición vecino-indeseables y vecino-políticos.
Autodefinida como apolítica, vecinos-víctima aparece además
como una posición de enunciación inscripta en la verdad (Foucault,
1973; 1991),12 es decir, una voz autorizada a reclamar ante los pode-
res estatales y a exigir ser escuchada, a la que se le atribuye un saber.
Así, la especificidad y la potencia de la categoría de vecino en el dis-
curso securitario se basa en su capacidad de conjugar la condición de
víctima, de ciudadano activo y de autoridad moral.
Primeramente, abordaré algunas de las condiciones de posibilidad
del proceso referido, para luego detenerme en la doble victimización
por la cual se define el vecino-víctima. En el tercer apartado retomo
algunos de los aportes de la teoría althusseriana de la ideología para
pensar el modo en que los sujetos son interpelados como vecinos-
víctimas en el discurso securitario. El análisis culmina con un revisión
del complejo de saberes implicados en este discurso. Como corolario,
quisiera avanzar sobre algunas de las implicancias sociales y políticas
de lo trabajado.

La inseguridad como estado


de riesgo permanente: aspectos generales

Muchos analistas coinciden en que en las últimas cuatro décadas se


ha transformado la fisonomía, pero fundamentalmente el rol de las
ciudades en el modo de acumulación dominante. Se ha señalado
largamente el lugar estratégico que la urbanización ocupa en los

12  La noción foucaulteana de “verdad” no remite a una relación de adecuación entre


el intelecto y la cosa, sino a un conjunto de procedimientos históricos que reglamentan la
producción y circulación de enunciados (un “régimen de verdad”) que no puede ser pensado
al margen del poder (Foucault, 1991).

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“ T O D O S S O M O S V Í C T I M A S ”

procesos de neoliberalización (Theodore et al., 2009) como uno de


los pivotes de la expansión económica (De Mattos, 2010; Smith,
2008), a un punto tal que algunos autores llegan a hablar de “capita-
lismo metropolitano” (Ciccolella y Vecslir, 2010). El crecimiento de
ramas como el negocio inmobiliario, la construcción, el turismo y
los servicios en general se imbrica con un nuevo patrón de metropo-
lización que incluye procesos de suburbanización o de configuración
de nuevas centralidades.
Estas transformaciones habilitan, a su vez, una serie de condiciones
de posibilidad más específicas para la emergencia del vínculo vecino-
víctima de la inseguridad. Si bien los alcances de este artículo impiden
ahondar en dicha genealogía, es posible afirmar que la mencionada
activación económica de las escalas local y metropolitana se imbrica
con transformaciones en el derecho y la política que también colo-
can el acento en dichas escalas,13 como por ejemplo los procesos de
fomento del “empoderamiento” de las comunidades a través de la
implementación de dispositivos de participación ciudadana (Fidyka,
2008), la descentralización estatal o el desarrollo de distintos in-
centivos a la promoción de las culturas locales y el turismo cultural
especialmente desde la década de 1990, en un contexto que suele
diagnosticarse como de descrédito de las instituciones y los mecanis-
mos del sistema democrático de partidos.
Para pensar puntualmente la convergencia entre la condición de
víctima con la de ciudadano activo en pos de su propia defensa, pue-
de mencionarse además la relevancia ganada por la prevención como
estrategia ante la inseguridad urbana, en la medida en que puede ser
postulada como variante democrática, por oposición a la llamada

13  No me detendré aquí en este aspecto por razones de espacio y pertinencia. Señalo
simplemente, para el caso de Buenos Aires, que la legislación incorpora, desde la autono-
mización de la ciudad establecida por la Constitución Nacional reformada en 1994, el
desarrollo de modos participativos de gobierno local. Esto se retoma en la Constitución de
la Ciudad (1996) (“La Ciudad de Buenos Aires […] organiza sus instituciones autónomas
como democracia participativa...”) para plasmarse luego en la Ley Orgánica de Comunas,
de 2005, donde la figura de los vecinos aparece explícitamente mencionada en el texto de la
ley en alusión a los sujetos de la participación. Para otros análisis acerca de la participación
y sus implícitos, véanse Frederic (2004), Landau (2008), Tecco (2002).

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T E M Á T I C A

mano dura en boga a fines de los noventa y principios de los 2000.14


La consolidación de la inseguridad como problema social –aun-
que fundamentalmente urbano– de primer orden, con arraigo en
el territorio,15 ya no suscitará únicamente demandas dirigidas a una
mayor presencia del Estado como fuerza represiva, sino que además
se asumirá que la puesta en marcha de dispositivos que implican a
las comunidades locales es fundamental para el abordaje de dicho
problema.16 En este marco, las acciones vecinales para la prevención
aparecerán como instrumentos orientados a disminuir el delito, pero
también, y de manera decisiva, como vías para la restitución de una
comunidad armoniosa.
Lo dicho exige remontarse brevemente a las últimas décadas.
Gabriel Kessler (2009) propone, para el caso argentino, una periodi-
zación de los relatos en torno de la inseguridad y la delincuencia y de
las consecuentes modalizaciones del sentimiento de inseguridad. Tras
el fin de la dictadura (1983-1989), el temor al delito estaba asociado
con lo que pudiera ser visto como posible amenaza a la democracia.

14  No se trata aquí de evaluar si esta estrategia es efectivamente más democrática que
otras, sino de relevar cómo esta asociación se establece en un sistema de relaciones (en este
caso, el discurso securitario), sobredeterminado a su vez por su exterior específico (Pêcheux,
1975). Justamente, mientras escribo estas palabras, en Argentina se debate una reforma
del Código Penal, y la pregunta acerca de qué es una “seguridad” adecuada para la vida en
democracia aparece como foco de disputas.
15  Ejemplos de esta inscripción territorial son los “mapas de la inseguridad” como forma
de representación en el espacio de los niveles de peligrosidad de las áreas, la profusión de
iniciativas de prevención situacional, o el desarrollo de instituciones policiales de proximidad.
16  Resuenan aquí los elementos presentes en debates contemporáneos en materia
penal, que Daroqui (2003) menciona como Nueva Prevención y Nueva Penología, y que
David Garland divide entre “criminologías del sí” y “del otro” (citado por Brandariz García
y Faraldo Cabana, 2006:29-30). Las del “otro” consideran al criminal como una alteridad
cualitativamente distinta, peligrosa y abyecta, ya sea por carencias sociales, psicológicas,
educativas, o por rasgos étnicos, etarios, etcétera, y apuntan a renovar la legitimidad
estatal del monopolio de la violencia mediante una “justicia expresiva” orientada al en-
durecimiento de las sanciones. Las “criminologías del sí”, por su parte, ponen el acento
en la victimización y en identificar las características de la potencial víctima, la existencia
de barreras protectoras, los tipos de bienes “atractivos”, etcétera. Aquí, la preocupación
por el criminal retrocede ante la centralidad de la víctima, aunque no obstante aquél se
mantiene como un “predador peligroso que actúa maximizando beneficios” (Brandariz
García y Faraldo Cabana, 2006).

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“ T O D O S S O M O S V Í C T I M A S ”

Con los saqueos de 1989 comenzó a vincularse el delito con la cues-


tión social. La inseguridad alcanzó en esta segunda etapa una sección
aparte en los diarios de circulación masiva y empezó a verse un pasaje
del criminal como monstruo o anormal al delito como problema que
perturba la convivencia, así como del delincuente profesional al joven
marginal. Finalmente, afirma el autor que desde 2003 se consolidaría
la inseguridad como primer problema nacional, y cobrarían forma
dos imágenes principales del delito: las olas (la emergencia repentina
de modalidades delictivas novedosas en constante mutación: secues-
tros “exprés”, ataques a ancianos, “motochorros”17), y una “nueva de-
lincuencia”, descripta como anómica y juvenil. El delito y la sensación
de inseguridad ganan los medios de comunicación masiva, y circulan
en el habla corriente enunciados como “vivimos tras las rejas”, “nos
están matando como moscas”, o “todos somos secuestrables”.18 A ello
se sumaría la conformación de una imagen de desorden en las calles,
asociada a la protesta (especialmente piquetera), a la marginalidad o
a la informalidad (cartoneros,19 limpiavidrios20), y una expansión de
la inseguridad hacia una multiplicidad de otras inseguridades, como la
de los lugares o la vial (Kessler, 2009). Por ejemplo, ya en la campaña
electoral para las elecciones a Jefe de Gobierno de la ciudad de Bue-
nos Aires, de 2003, se hablaba de la inseguridad como preocupación
social, vinculada a un amplio espectro de faltas e infracciones.21 La
17 
Ladrón que emplea una motocicleta para efectuar un robo.
18  Un
caso renombrado fue el secuestro y asesinato de Axel Blumberg, en 2004. Su
padre, el empresario Juan Carlos Blumberg, encabezó varias marchas entre el 1º de abril y
el 31 de agosto de ese año (multitudinarias las dos primeras –150 000 y 100 000 personas,
respectivamente– y luego con asistencia decreciente) en reclamo de reformas de corte punitivo
de la legislación penal. Estas acciones motivaron la aprobación ese año de la llamada “Ley
Blumberg”, que preveía un aumento en las penas, entre otras reformas. En 2007, Blumberg
intentó una carrera política, sin éxito electoral.
19  Trabajadores informales que juntan cartones y otros desechos en las calles para su
posterior venta.
20  Trabajadores informales que limpian los vidrios de los automóviles cuando éstos de
hallan detenidos en los semáforos.
21  Respecto del manejo de residuos, en 2002 Mauricio Macri (véase nota siguiente)
afirmaba: “Este es un negocio millonario y los cartoneros tienen una actitud delictiva porque
se roban la basura. Además, no pagan impuestos y la tarea que realizan es inhumana. […] Los
recolectores informales no pueden estar en la calle. Los vamos a sacar de la calle […] ejer-

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T E M Á T I C A

campaña electoral de Mauricio Macri,22 de 2007, que culminó con


su triunfo en dicho cargo, se centró fuertemente en este significante,
en tanto resultó capaz de articular un amplio espectro de demandas,
desde el temor al delito hasta la reparación de calles rotas.23
Se advierte, en la periodización referida, un pasaje de una coti-
dianidad quebrada ocasionalmente por delitos aislados a otra “en sí
misma relacionada con el miedo al crimen” (Tufró, 2011), donde
inseguridad deviene un estado de riesgo permanente. Ello habilita
una generalización de la condición de víctima: ya no será víctima
únicamente quien sufra en carne propia un delito, sino que se lo
es en todo momento por vivir en condiciones de inseguridad. De
acuerdo con Kessler, en esta etapa, la sensación de que el delito es
anómico y desorganizado es correlativa de un proceso de “deslocaliza-
ción del peligro”que pone fin a la división estable entre zonas seguras
e inseguras, y de otro de “desidentificación relativa” de las figuras de
lo temible, por el cual lo amenazante no se limita exclusivamente a

ciendo la ley. Están cometiendo un delito. Tenés que darles una alternativa, como contratar a
unos miles para que hagan la separación de residuos dentro de los centros de procesamiento,
y no en la calle. [Al que siga en la calle] me lo llevo preso. Vos no podés alterar el orden en
algo que es un delito, porque es tan delito robar la basura como robarle a un señor en la
esquina. Y, además, daña la salud. Entonces, llamo a concurso a miles de personas, y les doy
trabajo” (“A los recolectores informales de basura los vamos a sacar de la calle”, La Nación,
27 de agosto de 2002).
22  Macri es el líder del partido Compromiso para el Cambio, formado en 2003, inte-
grante de la alianza Propuesta Republicana (pro). En ese año se presentó como candidato
a Jefe de Gobierno, pero fue derrotado por el entonces reelecto Anibal Ibarra. En 2005 fue
electo diputado por la ciudad, y en 2007 abandonó ese cargo para asumir como Jefe de
Gobierno, tras superar a Daniel Filmus (Frente para la Victoria, partido al que pertenece
la presidenta nacional Cristina Fernández). Macri fue reelecto en 2011, luego de vencer
nuevamente a Filmus.
23  Por ejemplo, en un spot de campaña, Macri y la candidata a Vicejefa de Gobierno,
Gabriela Michetti, afirmaban: “¿Quién usa las calles inundadas? Todos. ¿Quién camina
por las veredas rotas? Todos. ¿Quién no ve las calles sin luz? Todos. ¿Quién puede ser
asesinado en cualquier momento, o asaltado? Todos. ¿Quién debe tener seguridad gratis?
Todos. ¿Quién debe tener escuela gratis? Todos. ¿Quién cree que los hospitales se están
muriendo? Todos […]” (añadido el 17 de abril de 2007, [http://www.youtube.com/
watch?v=m5Ml9QK3sEs&eurl], consultado el 24 de mayo de 2012). Siguiendo la propuesta
de Laclau (2002), puede decirse que seguridad se consolidó como el significante vacío capaz
de suturar la imposible plenitud de lo social.

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“ T O D O S S O M O S V Í C T I M A S ”

las figuras más estigmatizadas. La amenaza se complejiza a tal punto


que la información acerca de los peligros deviene un bien preciado.
En este momento, las organizaciones vecinales para la prevención
marcarían la entrada en una nueva etapa, de “gestión de la inseguri-
dad” (Kessler, 2009).
La “prevención situacional”, de acuerdo con Brandariz García y
Faraldo Cabana (2006), distribuye la provisión de seguridad entre
ciudadanos y distintas agregaciones sociales, procurando dar así
una respuesta comunitarizada a la “sensación de inseguridad”. Esta
estrategia se basa en la “teoría de la oportunidad” desarrollada a fines
de los setenta en Reino Unido y Estados Unidos, la cual supone una
distribución no aleatoria del delito en espacio y tiempo, cuya ocu-
rrencia se basa en tres factores: un agresor motivado, un objeto dis-
ponible y la ausencia de vigilancia. De acuerdo con estos principios,
la prevención situacional retoma la idea por la cual una calle segura
es una calle transitada y que, por lo tanto, es necesario que los “ojos”
de los “propietarios naturales de la calle” (comerciantes, por ejemplo)
estén centrados en ella, y que las veredas estén en uso constante (Me-
dina Ariza, 2010). Se presupone que el incremento de la vigilancia
informal repercutirá por un lado en un descenso de los niveles de
delincuencia y por el otro en la creación de redes de solidaridad entre
residentes de los barrios; para ello, estas estrategias priorizan la pre-
vención del delito a partir de la implicación activa de los residentes
en un área determinada, su vínculo con las instituciones policiales
y el apoyo de “saberes expertos”. Su adopción, desde mediados de
la década de 1990 en Argentina, a diferencia del hemisferio norte,
se caracteriza por haber provenido de grupos autoconvocados de la
sociedad civil y no del estado.24
En el caso analizado, el interés puesto en la prevención del delito
asumido por vecinos se relaciona con el mencionado desplazamiento
que va del delito a la inseguridad: mientras que la responsabilidad por
combatir al primero recae en la policía y la justicia, la inseguridad in-

24  En el caso inglés, su implementación partió de la iniciativa de Scotland Yard. En


Argentina, fue una de las asociaciones que tomo como referencia para este trabajo la que lo
puso en práctica por primera vez.

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T E M Á T I C A

terpela directamente al autogobierno de la sociedad activa (Daroqui,


2003). En la “prevención situacional”:

[…] es la “comunidad” quien se hace cargo de definir, identificar y trazar


estrategias para combatir y resguardarse de los actos delictivos y de las
incivilidades que afectan la convivencia social. Sus acciones están orien-
tadas al mejoramiento de los espacios públicos con el fin de reducir las
oportunidades de realización de delitos (Daroqui, 2003:5).

Si bien no todas las asociaciones que retomo en este artículo


hacen de la prevención situacional su principal actividad, la relación
vecino-víctima-ciudadano activo que ellas ponen en juego tiene por
condición de posibilidad la misma trama de sentido en la cual se
emplazan estas estrategias. Se encuentra en el material analizado una
consolidación de la idea de que la acción vecinal es una alternativa
“blanda” ante las políticas de seguridad de “mano dura”, y de que,
en la medida en que convocan a las propias poblaciones afectadas,
estas estrategias no sólo serían más adecuadas a las necesidades de
cada situación, sino también más democráticas. Ello se advierte en
secuencias como las siguientes:

Creo que, en el momento en que nuestra sociedad se interna preocu-


pada (sic) en el álgido debate de la seguridad, es necesario reflexionar
sobre estos puntos de partida. Sólo si los tenemos absolutamente claros
podremos recomponer el espacio colectivo de libertad contra el miedo
evitando el facilismo de la mayor apelación a la fuerza que, tras una
apariencia de eficacia, sólo significa bloquear el camino, no siempre fácil,
de las verdaderas soluciones ( Asociación 1, sin fecha).
La gran diferencia de nuestro proyecto con los programas de mu-
chos partidos políticos, es que estos conciben la seguridad sólo con
más policías, con endurecer las penas y atemorizar a la gente. Nosotros
concebimos la seguridad como un derecho de los vecinos de nuestra
ciudad (Asociación 4, diciembre de 2008).

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“ T O D O S S O M O S V Í C T I M A S ”

Entre los delincuentes y los corruptos:


La emergencia de los vecinos como víctimas

Un primer acercamiento al material de análisis permite ver que la


relación entre las categorías de víctima de la inseguridad y vecino se
da en función de una doble victimización: por parte de la inseguridad
y de los políticos.25
La emergencia señalada de la inseguridad como condición general
que afecta la vida cotidiana hace del vecino una víctima de la inseguri-
dad más que de los delincuentes, en la medida en que es la calidad de
vida la que se vería afectada por el miedo. Esto permite comprender
que, en el eslogan inicial “Todos somos víctimas”, víctima no alude
únicamente a quien ha padecido un delito en carne propia, sino más
bien a quienes viven con permanente temor de sufrirlo.
En los casos en que alguien es efectivamente atacado, quienes se
solidarizan con esa/s persona/s ponen de relieve las virtudes morales
y la indefensión del agredido, por contraposición al salvajismo o la
falta de escrúpulos de los delincuentes. Es frecuente que a las víctimas
de delitos se les añadan otros rasgos (abuelo, familia, estudiante ejem-
plar) o acciones (venía del trabajo, paseaba al perro, iba a la escuela)
que refuerzan una identificación colectiva con el “nosotros” vecinal
por oposición a unos “otros” que resulta amenazante.
Una figura relevante en este punto es la de los familiares de víc-
timas de la inseguridad. A partir de ella, los valores de la familia son
puestos en contraste, por una parte, con la degradación moral y la
vulnerabilidad social que se asigna a los grupos devenidos amena-
zantes, y, por la otra, con la corrupción con que se define a las insti-
tuciones que deberían brindar protección. La familia aparece como
el lazo primordial, natural, que debe ser defendido, lo que habilita
al familiar como posición con legítimo derecho al reclamo y a la
atención de las autoridades (Murillo, 2008). El familiar suscita por
un lado la solidaridad de todos los vecinos, y encarna, por el otro, la
voz de todos, dado que podría haberle tocado a cualquiera, en tanto

25  Un hallazgo similar puede encontrarse en el análisis de Tufró (2007) acerca de la


construcción mediática de la inseguridad.

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T E M Á T I C A

todos son gente de familia. Mediante la puesta en primer plano de


un dolor con el que cualquiera puede identificarse, se refuerza una
figura de un “todos” comunitario que se quiere más allá de las ban-
deras políticas.
Así, respecto de la segunda oposición, el vecino como víctima de la
corrupción emerge en aquellos casos donde la inseguridad se vive como
efecto de negligencia o de connivencia policial o gubernamental. Los
vecinos resultan víctimas de conflictos políticos, de rencillas electorales,
de intereses ajenos al bien común, que derivan en más inseguridad:

Nosotros los vecinos exigimos de una vez por todas que no seamos más
las victimas de antagonismos políticos, de intereses egoístas y delictivos
o de campañas preelectorales, que lo único que producen es un estado de
saturación y hastío de los vecinos y convierten a la geografía de nuestra
ciudad en el mapa del miedo (Asociación 4, marzo de 2010).

El propio líder la Iglesia católica, el cardenal Jorge Bergoglio, dio una


misa […] para los familiares de los vecinos asesinados, y para que se
termine con la corrupción que libera las zonas, esclaviza, trafica drogas,
secuestra y asesina (Asociación 5, julio de 2011).

[…] los vecinos nos seguimos organizando para encontrar soluciones al


gravísimo problema de la inseguridad que por la experiencia que acu-
mulamos está emparentada con la corrupción de aquellos funcionarios
que deben resguardarnos en cumplimiento de las leyes, normas y la
Constitución (Asociación 5, julio de 2011).

Si bien en repetidas ocasiones las asociaciones en cuestión par-


ticipan de instancias convocadas por dependencias estatales (mesas
de diálogo, foros), y hasta llegan a declararse colaboradoras de la
policía o de funcionarios gubernamentales, la posición vecinal apa-
rece como apolítica en un doble sentido: primero, por referenciarse
en el barrio y la comunidad, vistos como espacios pretendidamente
armónicos; luego, por quererse desvinculada de las ideologías, enten-
didas como representaciones de intereses particulares, y, por lo tanto,
contraproducentes a la hora de resolver los problemas de todos. La

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“ T O D O S S O M O S V Í C T I M A S ”

concepción de política subyacente a este discurso la supone reducida


a los institutos de gobierno, a la acción de los políticos profesionales
y al conflicto de intereses particulares. La demanda de los vecinos es
por el fin de las disputas políticas que nunca solucionan los problemas
reales y que agravan la situación de inseguridad. Se anhela una gestión
eficaz, no signada por ideologías, capaz de resolver sus problemas con-
cretos.26 El campo de acción vecinal queda entonces definido como
una participación apolítica y desinteresada, orientada únicamente a
propuestas concretas, objetivos claros y acciones inmediatas, ligadas al
interés general.

Toda esta grave situación con nuestros vecinos, y familiares, que además
deteriora a la comunidad en su conjunto, nos motoriza más allá de las
diferencias ideológicas dedicando tiempo, esfuerzo y juntando nosotros
mismos unos pesos para poder hacer las convocatorias con volantes a
cada actividad (Asociación 5, julio de 2011).

Las tareas son desarrolladas “ad honorem” y sin partidismos políticos


a fin de: 1) Sustentar nuestra independencia en las negociaciones. 2)
Sostener la integridad de nuestra filosofía. 3) Conservar nuestro espíritu
crítico (Asociación 1, sin fecha).

En este esquema, la adhesión de un vecino a alguna iniciativa co-


lectiva deberá estar motivada por una toma de conciencia individual
o, a lo sumo, familiar, pero nunca por aquello que movería a la po-
lítica, ya sean intereses particulares, ya sean lazos afectivos. A su vez,
los sentimientos propios de un vecino serán el dolor y la indignación,
mientras que la afectividad política resultará, para un vecino, sinóni-
mo de irracionalidad, alienación y fruto de la manipulación.
Esta concepción encuentra a su vez un correlato en la estructura
organizacional con que se presentan varias de estas asociaciones de
gestión de la inseguridad: se destaca la supuesta horizontalidad que
promueve la forma-red, la cual sería capaz de producir y mantener
vínculos democráticos, por oposición a la jerarquía y al autoritarismo
con que se concibe a la política.
26  Acerca de la distinción entre gestión y política, véase Caletti (2006b).

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T E M Á T I C A

“A vos, vecino, te invito a que te pongas


de pie”: la interpelación como vecino

Puede, asimismo, analizarse el material documental para buscar allí


los efectos de reconocimiento de un mecanismo de interpelación
ideológica de los sujetos como vecinos, por la cual ser vecino resulta
para los sujetos interpelados el modo mismo como experimentan
subjetivamente la realidad. Un “retorno” al concepto althusseria-
no de interpelación ideológica (Althusser, 1970) permite estudiar
cómo se imbrican las construcciones simbólicas con las vivencias
subjetivas.27 Althusser describe la interpelación ideológica como
el mecanismo por el cual la ideología interpela a los individuos
como sujetos (es decir, produce ciertos sujetos en una coyuntura
determinada). La ideología posee una doble función: la de “desco-
nocimiento” del proceso mismo de interpelación ideológica y la de
“reconocimiento” de una serie de “evidencias” que sostienen la rela-
ción imaginaria que los sujetos poseen con sus condiciones reales
de existencia: un reconocimiento de sí como un “yo” autónomo, de
los otros como “semejantes”, y de una “realidad” que se presenta a los
sujetos como inmediata.
La interpelación como vecino en el caso particular del discurso
securitario puede deslindarse analíticamente en tres niveles mu-
tuamente imbricados. Un primer nivel más general funda al vecino
como individuo apolítico, con sentido común, interesado por asuntos
estrictamente vecinales; es decir, concretos. Mediante la interpelación
como vecinos, los sujetos se representan imaginariamente su relación
27  Retomamos la teoría althusseriana de la ideología, en una lectura que se aparta de
las acusaciones que la han tildado de únicamente enfocada a la dimensión de sujeción de los
sujetos para la reproducción social. Partiendo de que la reproducción y la transformación son
dos procesos inescindibles (Pêcheux, 1975), Althusser afirma que la ideología es una instancia
social constitutiva, y conforma el sistema de representaciones mediante el cual los sujetos
viven imaginariamente su relación con sus condiciones de existencia. Su especificidad es que
no vela una realidad, sino que lo que oculta son las marcas de su propio funcionamiento. La
ideología supone así un proceso tanto de subjetivación como de producción de evidencia
social. Véanse Althusser (1970; 2004), Hernández (2011), Murillo (2008) y Sosa (2011).
Trabajé con mayor detenimiento la interpelación como vecino desde lo que llamo el discurso
de la nueva gestión urbana en Hernández (2013).

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“ T O D O S S O M O S V Í C T I M A S ”

con el espacio urbano y la propiedad, su condición de contribuyentes


y propietarios, a partir de valores como la responsabilidad (ligada a la
contribución impositiva y a la cultura del trabajo, por oposición a
quienes viven de subsidios o de la delincuencia), la decencia, y el respeto
de las normas y las buenas costumbres. Así, un vecino se vive “espon-
táneamente” como quien puede reivindicar su derecho al barrio y a
la seguridad.

Ratificamos que nuestra actividad tiene objetivos vecinales y el mejora-


miento constante de la calidad de vida de nuestro barrio, lo que se traduce
en logros concretos y otros que se van gestando, en cumplimiento de los
objetivos fundacionales de [Asociación 3], sin vinculación de ninguna
índole con partidos políticos (Asociación 3, agosto de 2006).

En segundo lugar, los sujetos son interpelados como vecinos-


víctimas, y el efecto de reconocimiento radica en la evidencia que
adquiere para un sujeto ser un vecino indefenso, en un contexto (vivi-
do como) de inseguridad:

¿Será ud. la próxima víctima? […] Los esperamos y no olviden que: “todos
somos víctimas”, participemos todos […] sumate, tu vida, la de él, la
de todos es lo más valioso que tenemos (Asociación 2, junio de 2011).

Asimismo, esta interpelación habilita el reconocimiento mutuo


de los semejantes como vecinos, y del conjunto de los vecinos como
víctimas por excelencia.

La realidad hizo que perdiéramos el “Espíritu Colectivo” que conformaba


ese espacio protector llamado “Barrio”. Volvamos a recuperar nuestro
espacio, nuestras veredas y rincones y la delincuencia emigrará a otros
rumbos. Recuerde: la delincuencia está organizada, nosotros no (Aso-
ciación 3, diciembre de 2004).

En el fragmento precedente se ve que, al vecino como individuo


apolítico de conciencia libre y como víctima se agrega un tercer nivel
de interpelación, esta vez como vecino participativo. Basado en el re-

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T E M Á T I C A

conocimiento de las “evidencias” de que siempre los honestos se ven


perjudicados por los corruptos y de que quien mejor sabe acerca de las
necesidades del barrio es quien está cerca, esta interpelación se orienta
a forjar la necesidad y la conveniencia de que los vecinos se hagan
cargo de la protección de sus vidas y sus bienes. Participar aparece,
en el desarrollo de iniciativas de prevención situacional, como forma
de vencer el miedo que implica vivir en condiciones de inseguridad y,
así, de salir de la condición de víctima permanente.

Algunos vecinos pensamos que mientras esperábamos que el Estado


decidiera hacer algo, nosotros debíamos aportar algo concreto para
prevenirnos (Asociación 1, diciembre de 2002).

Está en cada uno de nosotros “vecinos” el cambiar de actitud para ha-


cer algo por el barrio. Comprometerse, dar alerta, ayudar, apoyar a la
víctima, y no sólo meterse pero cuando sólo le pase a uno mismo [sic]
(Asociación 4, sin fecha).

El vecino no se transforma en policía ni informante. Sólo asumirá el


papel que le corresponde como ciudadano de una República en el sen-
tido estricto de la expresión, trabajando en defensa de su vida, la de su
familia y su propiedad (Asociación 1, sin fecha).

Por lo ya expuesto tenemos un deber moral que consiste en la denuncia


de casos que atenten al respeto de la convivencia, salud y medio ambiente.
Ej.: […] Aquel vecino que saque la basura fuera de horario y haya un
vecino que lo esté observando, éste deberá llamarle la atención o bien
denunciarlo (Asociación 4, sin fecha).

Se advierte en el último fragmento una interpelación a los sujetos


desde la moral que trasciende las acciones de prevención del delito.
Se contornea una comunidad vecinal eficaz como horizonte de iden-
tificación, en relación con la cual las acciones tendientes a descubrir
lo extraño, lo anómalo, lo no-vecinal, serán parte de un intento por
recuperar la vida barrial perdida.

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“ T O D O S S O M O S V Í C T I M A S ”

“Nosotros no somos expertos en seguridad,


pero sí en contarte lo que pasa en el barrio” : el saber vecinal

El discurso securitario puede ser analizado, por último, a través de la


producción y ensamblado de un conjunto de saberes, producción que
no es ajena a la construcción de la inseguridad como un problema. En
el material relevado, los vecinos aparecen como quienes se encuentran
en una posición doblemente privilegiada en relación con el saber,
tanto por sobre los políticos como por sobre los expertos en la materia.
Respecto de los primeros, esta superioridad se basa en que el saber ve-
cinal no estaría preso de las distorsiones de las ideologías ni de los secto-
rialismos de la política: el saber vecinal es el sentido común (“El uso del
sentido común les aportará variantes y complementos para el mejor
uso del Plan Alerta”; Asociación 1, sin fecha), capaz de dar cuenta de
la realidad misma. En relación con los “expertos”, la jerarquización
del saber vecinal se realiza en función de su cercanía con los hechos y
de su carácter concreto, por oposición a las abstracciones de la ciencia.
A partir de esta doble inscripción –estar cerca de donde pasan las
cosas y no poseer ni una ideología deformante ni intereses sectoriales–,
la posición vecinal ocupará un lugar privilegiado en relación con el
saber. Tal como anticipamos al inicio, en tanto posición de enuncia-
ción, la de vecino se encuentra en “la verdad” (Foucault, 1973); es
decir, habilitada para hablar y ser escuchada dentro de un complejo
de formaciones discursivas, entre las cuales se encuentra el discurso
securitario.28 El barrio deviene así un foco de producción de un
saber vecinal vivencial –que combina experiencia cotidiana, sentido
común, pragmatismo y respeto de las buenas costumbres– que será
retomado por funcionarios y medios de comunicación como verda-
dero e irreemplazable para abordar la crisis de inseguridad.
Un segundo saber es el relativo a las asociaciones de vecinos, que
convierten aquel saber vivencial en otro, ordenado de acuerdo con
28  En mi investigación analizo otros discursos además del securitario, donde también
la categoría de vecino es también central: el vecinalista, el patrimonial-ambientalista y el
de la nueva gestión urbana. Aun, a pesar de sus diferencias, la valoración del “saber vecinal”
en función de la cercanía con la realidad del barrio y del sentido común (como lo opuesto a
la ideología) se repite en todas.

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T E M Á T I C A

criterios (horarios críticos, modalidades delictivas, zonas criminoló-


gicas), que permite a los vecinos de la cuadra definir qué hacer ante la
incertidumbre:

El sistema se basa en la solidaridad, en participar, en olvidar el famoso


“no te metas”. Comienza con la organización de una cuadra (unidad
funcional), donde los vecinos, intercambiándose sus números telefónicos
y acrecentando la observación forman una cadena solidaria, alertándose
y consultándose entre sí ante la detección de cualquier anormalidad o
actitudes sospechosas. De considerarlo necesario, o ante el delito en
curso, deberán dar aviso inmediato a la Policía. La organización se
complementa con la determinación de los horarios críticos en los cuales
hay que acrecentar la observación siendo aquellos en que el vecino está
más expuesto al delito (ejemplo: la salida y regreso del trabajo, de la
escuela, las compras diarias, limpieza exterior, el lavado del auto, etc.)
(Asociación 1, sin fecha).

El vecino –y, eventualmente, a él se sumará su familia– es la uni-


dad mínima y fundamental de participación:

Los vecinos de una cuadra […] acentuarán la observación en su cuadra


durante los Horarios Críticos, buscando signos sospechosos de activi-
dad delictiva próxima (personas extrañas en actitud de espera, el paso
reiterado de un vehículo desconocido, etc.) (Asociación 1, sin fecha).

La adhesión al proyecto lleva implícito contar con la participación activa


de su familia. Los menores de edad deben ser educados para su propia
prevención personal y, si vieran algo extraño, advertir al adulto para que
tome la decisión pertinente. Esta tarea requiere madurez, responsabilidad
y sentido común (Asociación 1, sin fecha).

El pasaje del temor por no saber al saber, como manera de recupe-


rar el control de la cuadra y así de la propia vida, posee un correlato
en la simbolización del espacio urbano: si en un primer momento
–correspondiente al diagnóstico de la inseguridad como estado per-
manente y a la retirada de los vecinos del espacio público– las calles apa-

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“ T O D O S S O M O S V Í C T I M A S ”

recían como tierra de nadie (territorio de anomia y peligro), ahora la


producción de un saber por medio de la elaboración de estadísticas,
la determinación de horarios críticos, o la confección de mapas de la
inseguridad, cambia aquel desorden por un espacio reticular cuantifi-
cable y segmentado en unidades mínimas al que se le asignan valores
de peligrosidad. El espacio urbano pasa a simbolizarse como una
sumatoria de cuadras caracterizadas por su riesgo diferencial, dentro
de la cual se delinean zonas criminológicas que pueden ser analizadas
como espacializaciones del riesgo. Así, los mapas de la inseguridad
aparecen como dispositivos neutrales, que plasman la información
dispersa provista por los vecinos-víctimas y la devuelven como infor-
mación concreta acerca de la peligrosidad de los lugares.29
Al saber vivencial y al de las asociaciones vecinales se suma un
tercer tipo: el “saber experto no vecinal”, que remite a técnicos en segu-
ridad, criminólogos y policías, y también a sociólogos y trabajadores
sociales. Los primeros son “expertos” para el diseño de estrategias pre-
ventivas y de denuncia: contribuyen a la ampliación y perfecciona-
miento del saber vecinal. En cambio, la intervención de trabajadores
29  La elaboración de mapas de la inseguridad no es exclusiva de asociaciones de la socie-
dad civil. En la última década estas iniciativas han sido también promovidas por gobiernos
o políticos. El mapa más renombrado es el impulsado desde fines de 2008 por el diputado
Francisco De Narváez para la provincia y la ciudad de Buenos Aires: [http://www.mapadela-
inseguridad.com/]. Un rastreo histórico muestra que el empleo de mapas para representar las
diferencias regionales en los índices de delincuencia encuentra un antecedente en la llamada
“escuela cartográfica” (también llamada de Estadística Moral), cuyos principales desarrollos
pueden situarse en Francia y Gran Bretaña entre 1825 y 1890 (Hernando Sanz, 1999). Esta
“escuela” elaboró técnicas para el análisis de la variable “delincuencia” en función del espacio,
valiéndose fuertemente de las estadísticas sobre criminalidad y otros rasgos poblacionales
que se estaban comenzando a producir por entonces. A diferencia de las teorías de la época que
vinculaban el crimen a causas psicobiológicas, esta corriente lo relacionó con factores sociales
y formas deficientes de socialización: el medio era “el caldo de cultivo” de la criminalidad
(Vázquez González, 2003). El crimen empezó a ser visto como algo constante y “normal”,
en el sentido de imposible de eliminar completamente (Vázquez González, 2003). En Gran
Bretaña, desde la segunda mitad del siglo xix hasta principios del xx (en un contexto de gran
crecimiento urbano y demográfico), se desarrolló una cartografía temática de contenido social
(interesada por variables como crimen, desempleo, pobreza, enfermedad o alcoholismo). La
presentación cartográfica de grandes cantidades de material estadístico fue retomada en la
primera mitad del siglo xx por los investigadores de la Escuela de Chicago, interesados por
la distribución geográfica de la delincuencia y por la elaboración de programas preventivos.

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T E M Á T I C A

sociales y sociólogos se relaciona con una demanda de reducción de los


factores que acrecientan la marginalidad y la vulnerabilidad de ciertos
grupos de población previamente determinados como potenciales
amenazas. El “saber experto”, orientado a determinar e intervenir
sobre el riesgo que representa esa multitud indiferenciada que com-
ponen los vulnerables, complementa al “saber vecinal”:

Con la ayuda del cgp [Centro de Gestión y Participación] y los vecinos,


identificar las casas tomadas […]. Luego de dicha identificación visitar
estos lugares con presencia policial, vecinos y sociólogos a fin de realizar
un sociograma (análisis individual de cada caso). Nos podemos encon-
trar con aquellos a los cuales las crisis económicas de nuestro país los
ha llevado a la situación actual privándolos de posibilidades, y aquellos
que su condición de humildad los ha llevado a delinquir (Asociación
4, sin fecha).

Ello puede remitirse a un modo de intervención “social” que viene


a complementar al “situacional” ya mencionado, el cual, de acuerdo
con Daroqui (2003), transforma la política social en “prevención so-
cial de la criminalidad”, en la medida en que apunta a modificar las
causas estructurales del delito fomentando un desarrollo social foca-
lizado sobre grupos considerados riesgosos o sobre sectores excluidos.
La combinación entre sentido común vecinal, saber de la gestión
vecinal y saber experto de la inseguridad, refuerza el diagnóstico de
la inseguridad como estado permanente. Si, como afirmaba Kessler, la
etapa de generalización de la inseguridad se caracterizaba por una
deslocalización del peligro y una desidentificación de la amenaza, la
producción de este complejo de saberes procura una relocalización
del peligro a partir del intento de asignar valores de riesgo al espacio
urbano. Así, las acciones defensivas reclamadas o realizadas por los
vecinos parecieran llevarse a cabo sin necesidad de criminalizar ni
relegar a nadie, en tanto operarían sobre el territorio mismo.30 Del
mismo modo, la modificación de los espacios a partir de iniciativas

30  Mélina (2011) arriba a conclusiones similares en su análisis de la desidentificación


del peligro y la criminalización de los espacios en el “discurso policial” francés.

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“ T O D O S S O M O S V Í C T I M A S ”

gubernamentales –como la colocación de cámaras de seguridad o el


enrejado de plazas –parece actuar sobre un territorio esencialmente
peligroso, omitiéndose que el control y la regulación diferencial de
accesos, permanencias, exclusiones y expulsiones que estas interven-
ciones implican operan sobre sujetos concretos.

Palabras finales

Así describía Norbert Lechner el “gobierno por los miedos” durante


la última dictadura en Chile (1973-1990):

La instrumentalización de los miedos es uno de los principales dispo-


sitivos de disciplinamiento social. Se trata de una estrategia de despo-
litización que no requiere medidas represivas, salvo para ejemplificar la
ausencia de alternativas. Por lo demás, basta introducir la desvalorización
de la capacidad, personal y colectiva, de influir efectivamente sobre el
entorno público. Entonces sólo queda refugiarse en lo privado con la
esperanza (vana) de encontrar en la intimidad una seguridad mínima
(1988:104).

Tomar como punto de partida aquella reflexión permite iluminar,


por contraste, algo de la especificidad del discurso securitario aquí
analizado. Si se mantiene la pregunta acerca de la manera en que los
miedos se imbrican en las formas de ejercicio de poder, se entrevé
ahora un tipo diferente “gobierno del miedo”, constituido como una
modalidad políticamente democrática que propulsa una activación
de la vida barrial como medio para reducir la inseguridad, y que se
monta sobre el reconocimiento ideológico de los sujetos en la in-
terpelación como vecinos-víctimas. Estas iniciativas pueden aparecer
incluidas dentro de un espectro de soluciones democráticas a la inse-
guridad en la medida en que se apoyan en la participación ciudadana,
la cual, como mencioné antes, aparece en las últimas décadas como
el modo de gestión más democrático para ciertos aspectos de la vida
social local. Nuevamente, no se trata aquí de evaluar si efectivamente
estas iniciativas son más democráticas o no lo son, o de si realmente la

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T E M Á T I C A

gente participa o no participa: lo que interesa es estudiar el proceso


por el que algo puede llegar a aparecer como democrático o como
participativo ante los ojos de una sociedad o de ciertos grupos, así
como los implícitos que rodean estas significaciones.
Retomaré para cerrar algunos elementos del recorrido precedente
para proponer algunas reflexiones de alcance más amplio. Uno de
estos aspectos parte del hecho de que la inflación de la inseguridad,
como problema que afecta a los vecinos, tiende a fijar esta categoría
junto con la de víctima. Ello tiene como eventual corolario, primero,
el refuerzo de una reducción de la inseguridad a la delincuencia y a la
manera en que ésta altera la vida cotidiana, subordinando o dejando
de lado otras inseguridades (laborales, de infraestructura, sanitarias,
etcétera). Luego, la tendencial fijación de la condición de víctima a
la víctima de la inseguridad, paralela a la posible exclusión de la con-
sideración como víctima de quien no pueda ser considerado vecino.
Es como si el eslogan del inicio,“Todos [los vecinos] somos víctimas”,
jugase en la ambigüedad con otro enunciado posible: “sólo los veci-
nos somos víctimas”. Este juego arraiga en la ambivalencia propia de
la construcción actual de la categoría de vecinos, que refiere simultá-
neamente tanto al colectivo más amplio de los habitantes de la ciudad
como al grupo de ciudadanos responsables que paga sus impuestos.
Por otra parte, en un contexto donde la seguridad tiene un lugar
clave en la determinación del conjunto de los valores que construyen
al espacio urbano por sobre otros tipos de parámetros posibles –es-
téticos, históricos, ambientales, etcétera–, cabría explorar entonces
cómo las “evidencias” acerca del espacio urbano, que un buen vecino
reconoce con toda “naturalidad”, son capaces de estructurar lo correc-
to y lo incorrecto, lo aceptable y lo inaceptable en la ciudad.31 En otras

31 Así, un parque será un parque mientras sea utilizado por los vecinos para ir con la
familia en el tiempo libre y no para trabajar o residir (como en el caso de vendedores
ambulantes, prostitutas o homeless); o una calle será una calle mientras cumpla su función
“natural” de circulación entre el trabajo o la escuela y la casa (por oposición al deambular
sospechosamente de los jóvenes, o al protestar y manifestarse de los piqueteros). En una
línea similar, Carman (2006) señala, en el proceso de “ennoblecimiento” del barrio por-
teño del Abasto, una moralización de la cuestión social, por la cual los sectores excluidos
aparecen como aquellos que hacen mal uso del espacio, o que afean el barrio, y su exclusión

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“ T O D O S S O M O S V Í C T I M A S ”

palabras, queda abierta una pregunta acerca de las maneras en que la


convergencia entre víctimas de la inseguridad y vecinos sobredetermina
el modo en que se instituyen y naturalizan accesos, permanencias y
exclusiones en el espacio urbano.
Otro aspecto sobre el que quisiera volver es la concepción de
política que se pone en juego en el discurso analizado. Mostré que
la definición de los vecinos como apolíticos aparecía como un valor
positivo, por oposición a la corrupción que se atribuye a los políticos.
Esto se sustenta en un reduccionismo que, si bien no es exclusivo de
este discurso, ocupa aquí un lugar central: el que hace de la política
la acción exclusiva de partidos o institutos de gobierno, y desemboca
en su rechazo en función de considerarla viciada, corrupta y autori-
taria, en suma, contrapuesta a los intereses y la voluntad de la gente
común. Ello permite plantear, en consonancia con Frederic (2004), la
existencia de un proceso de moralización de la política, que se apoya,
en este caso, en la referida construcción discursiva de los vecinos como
autoridad moral.
En torno de esta inflación de las capacidades individuales y aso-
ciativas de intervención sobre el espacio público ya no se jugaría una
despolitización sobre el eje vertical, por el cual la población delegaría
toda intervención en las instituciones del Estado y se recluiría en el
espacio de la intimidad, como la que constataba Lechner. Si bien
los discursos punitivistas están lejos de haber desaparecido, hemos
podido ver otra construcción en relación con la inseguridad como
problema, que pone en juego nuevos elementos. Así, en el cruce en-
tre una victimización permanente y una incitación a la participación
ciudadana como modo de –si se nos permite el giro– “democratiza-

es remitida a las cualidades morales de los individuos. Por mi parte, he trabajado anterior-
mente sobre la colocación de enrejados perimetrales en plazas y parques de la ciudad desde
fines de la década de 1990, realizada bajo el argumento de que sólo así podría un parque
seguir siendo un parque, es decir, estar consagrado a los buenos usos de los vecinos por fuera
de los malos usos ligados a los “indeseables” (Hernández, 2009). Sin embargo, es necesario
decir que existen movilizaciones en rechazo de los enrejados por los sujetos que también
se autorreconocen como vecinos, lo cual, si bien excede los objetivos propuestos para este
artículo, deja planteado un disparador para ulteriores indagaciones acerca de una eventual
conflictividad en torno de esta categoría.

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T E M Á T I C A

ción de la democracia”, las iniciativas de organización vecinal para la


autogestión de la seguridad resultan legitimadas en la medida en que
se presentan ajenas a los vicios de la política y que ofrecen una imagen
de recuperación del espacio público.
Sin embargo, dejo planteado el interrogante de hasta dónde
la promoción de la vuelta de los vecinos al espacio público como
estrategia contra la inseguridad no supone nuevas modalidades des-
politizadoras, en dos aspectos principales. Uno es la tendencial
“literalización” del espacio público (Caletti, 2006a), es decir, la ho-
mologación del espacio de lo público al espacio urbano físico. Así,
el retorno promovido al espacio público significa más una ocupación
de la calle (ya sea con la mirada tras las ventanas, ya sea con ojos
mecánicos como las cámaras de seguridad), que una construcción
colectiva del espacio donde, parafraseando a Caletti, la sociedad se
enuncia a sí misma. La paradoja es que mientras parecemos transitar
un momento “urbanofílico” (Donzelot, 2012), donde no se habla
de otra cosa que de la importancia del espacio público, de su recu-
peración, de su cuidado, la habitual reducción en el habla cotidiana
de dicho sintagma al conjunto de parques y calles puede ya ser
pensada como un indicador de una unidimensionalización en clave
juridicista de lo público (Caletti, 2006a; 2006b). Se desplaza así
su condición de esfera “fantasma” (Deutsche, 2001) de encuentro
con lo/s otro/s hacia un asunto de luminarias, senderos y cámaras
orientadas a gestionar el riesgo.32

32  A modo de ejemplo, cito las siguientes declaraciones de Diego Santilli (ministro de
Ambiente y Espacio Público) tras la realización, a principios de 2011, de obras de mejora-
miento en el Parque Indoamericano: “Será un día muy especial. Nosotros sabemos que el
Parque Indoamericano es de todos y lo vamos a hacer un lugar para todos. […] Esta obra que
vamos a presentar en sociedad dejará un lugar que hasta ahora no cumplía con su función
de Espacio Público en condiciones de ser disfrutado por todos […]. Para este proyecto tuvimos
muy en cuenta los pedidos y sugerencias de los vecinos […] que son los que nos alientan a seguir
defendiendo el Espacio Público” (“Santilli presenta el proyecto para el Parque Indoamericano”,
Prensa del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, 05 de marzo de 2011, cursivas mías).
Es necesario tener en cuenta que, tres meses antes de las declaraciones citadas, este parque,
ubicado en un área históricamente relegada de la ciudad, fue ocupado por personas en reclamo
de viviendas prometidas por el propio gobierno local. Dicha ocupación fue reprimida por
distintas fuerzas de seguridad dejando un saldo de tres muertos y varios heridos.

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“ T O D O S S O M O S V Í C T I M A S ”

El segundo factor de eventual despolitización se vincula con la


profusión de espacios defensivos sin colectivo, es decir, espacios don-
de lo colectivo –en tanto que “nosotros” que se constituye en el tra-
zado común de horizontes por-venir (Caletti, 2006b)– parece poder
ser suplido por el agregado de individuos aislados, y donde el disenso
(inherente a la política en la medida en que es tarea de muchos) es
relegado en privilegio de las exigencias de consenso para la toma de
decisiones que requeriría un presente definido como de urgencia.
Estas reflexiones apuntan a señalar, entonces, el desafío aún pen-
diente de pensar la relación entre seguridad/es, democracia y formas
de estar juntos en la ciudad.

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Recibido el 5 de agosto de 2013


Aprobado el 5 de diciembre de 2013

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Víctimas de experiencias traumáticas,
su testimonio y los efectos psicoterapéuticos

El caso de Anna, joven mujer bosnia que vivió el


llamado “último genocidio del siglo xx”: la ma-
tanza de musulmanes por su pertenencia étnica y
sus creencias religiosas.

Emma Ruiz Martín del Campo*

Resumen

En Refugio, institución que da atención a migrantes llegados a Bremen,


Alemania, formé parte de un equipo de trabajo integrado por un psico-
terapeuta, un traductor y una observadora, papel, este último, que yo
desempeñé. Una de las personas que recibió atención durante el tiempo
de mi estancia en Alemania fue Anna, joven bosnia musulmana que so-
brevivió el llamado “último genocidio del siglo xx” en Srebrenica, en la
ex Yugos­lavia. El proceso psicoterapéutico, dirigido por Ingrid Koop,** el
avance en la apertura de Anna a la narrativa de su experiencia y los cambios
que en ella se fueron produciendo al compartir el traumatismo con quienes
la escuchábamos, fueron la ocasión para reflexionar sobre traumas agudos
vividos por sujetos en genocidios, guerras y otras formas de ataques de
crueldad. Los sujetos que han pasado por tales experiencias devastadoras
padecen síntomas en el curso de la vivencia traumática y otros que se ma­
nifiestan tiempo después. La defensa ante la experiencia inasimilable se
puede manifestar en enajenación de sí mismos, de su cuerpo, de sus afectos

* Psicoanalista y profesora-investigadora en el cucsh de la Universidad de Guadalajara,


México; <emmaruiz0808@hotmail.com>.
** Gracias, Ingrid, por permitirme acompañarte en un fragmento de la sentida y creativa
experiencia de tu quehacer psicoterapéutico con migrantes. Gracias, Anna, por compartir
tu dolor volviéndolo testimonio y enseñanza.

TRAMAS 41 • UAM-X • MÉXICO • 2014 • PP. 167-196

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T E M Á T I C A

y en una caída del potencial de simbolización. En este artículo se reflexiona


sobre las condiciones del trauma y se plantea la cuestión de la posibilidad
o imposibilidad de la narración de acuerdo con diferencias subjetivas y
sociales, así como sobre el potencial de la psicoterapia y la elaboración en
casos de traumatismos extremos.

Palabras clave: desamparo, trauma, testimonio, psicoterapia, elaboración.

Abstract

In Refugio, an institution that gives attention to migrants in Germany, I


was part of a team formed by a psychotherapist, a translator and an observer
in which I was playing the last role mentioned. One of the people that
received attention during the time I stayed in Refugio was Anna, a young
Muslim woman from Bosnia, ex Yugoslavia. The psychotherapy, that was
directed by Ingrid Koop, the advance in Anna’s openness to elaborate on
her experience, and the changes that she was having when her narration
was attentively listened by us, were the occasion to reflect on grave traumas
lived by people in genocides, wars and other forms of extreme cruelty.
People that have gone through these desolating experiences present symp-
toms during the time in which the trauma is happening and afterwards.
The defense mechanism with which they handle this kind of inassimilable
experiences can be observed in the way they handle and feel their bodies,
their emotions and by being in a kind of haze where they become numb
as if they weren’t a part of themselves. On the other hand there is often
a loss in the potential to symbolize. In this article we reflect and ponder
about the conditions in which a trauma happens and the possibility or
impossibility to narrate the traumatic experience, depending on personal
and social differences. We also think about the potential of psychotherapy
in cases of extreme traumas.

Keywords: helplessness, trauma, testimony, psychotherapy, elaborating.

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V Í C T I M A S D E E X P E R I E N C I A S

La predisponibilidad al trauma:
desamparo y necesidad de otros

En Sobre el mecanismo psíquico de fenómenos histéricos, Freud habla


del trauma desde una visión muy marcada por su formación médica
y neurológica:

Si un humano experimenta una impresión psíquica, algo, que momen-


táneamente queremos llamar suma de excitación, se incrementa en su
sistema nervioso. Consideremos ahora que en cada individuo hay el
impulso, para preservar su salud, de disminuir nuevamente tal suma
de excitación. El aumento de la suma de excitación se da por los ca-
nales de la sensibilidad, la disminución, por vías motoras. Se puede
entonces decir que cuando algo afecta a alguien, reacciona ante ello
motrizmente […] Una ofensa, que está vengada, aunque sea con pala-
bras, se recuerda en forma diferente que una que tuvo que ser recibida
como “humillación”, como se denomina en el lenguaje común la pena
sufrida en silencio. […] Donde el humano no puede descargarse del
aumento de estímulos a través de la descarga, está dada la posibilidad
para que el respectivo acontecimiento se convierta en un trauma psí-
quico1 (1982:21-22).

A lo largo de la obra del creador del psicoanálisis, encontraremos


una visión del humano que va más allá del punto de vista energético-
económico. Freud irá detallando la configuración de un ser que,
habiendo nacido más inacabado que los de otras especies, se enfrenta
al desamparo, no puede existir en soledad y crea una necesidad de
amor que no le abandonará a lo largo de toda su vida. El trauma
sería así, el sentir, la angustia del ser humano ante su propia vulne-
rabilidad, su dependencia, la realidad de una existencia que no puede
sostener sin el soporte de otros, que por lo demás están separados de
él y no ofrecen garantías de permanencia. No hay en principio una
relación de pertenencia entre sujetos, la liga de inmediatez que une a
un lactante con su madre, tendría que dar paso a relaciones mediadas

1  Las traducciones de textos en alemán contenidas en este artículo son de la autora.

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T E M Á T I C A

por la distancia del lenguaje, la demanda, la ley y por la asunción de


nuestra situación de semejantes.
Simone Weil, autora de El Desarraigo. Un mandato, habla en otros
términos de esa elemental dependencia que tenemos los humanos de
los otros y que consideramos el fundamento del trauma:

El arraigo [tener raíces] es quizá la más importante de las necesidades


del alma humana y con demasiada frecuencia no apreciada en su valor.
Un ser humano tiene raíces a través de su actividad real y su participa-
ción en una comunidad que mantiene vivos ciertos tesoros del pasado
y ciertas expectativas respecto al futuro […] El desarraigo es de lejos la
más peligrosa enfermedad de las sociedades humanas, porque se mul-
tiplica a sí mismo. Una vez que se han desarraigado, los seres humanos
tienen sólo dos posibilidades: o caen en una pesadez anímica que se
parece a la muerte, como la mayoría de los esclavos en los tiempos del
imperio romano, o se lanzan a una actividad frenética que se empeña, a
veces con métodos de aplicación de extrema violencia, en desarraigar
a aquellos que todavía no lo están o lo están sólo en parte (Weil, citada
por Erdheim, 1993:174-175).

Günter Lempa, en El ruido de los no-deseados, habla del medio ne-


cesario y artificial que cada ser humano requiere con mayor urgencia
que el alimento y la satisfacción sexual, a fin de vivenciarse a sí mismo
como existente. Postula que el aparato de autocontrol que la vida en
comunidad y la propia existencia hacen posible en cada ser humano
es una estructura de sentido, que tras la infancia es compartido por
sujetos pertenecientes a un grupo, que asumen, aunque mediadas
por sus diferencias individuales, ciertas tramas simbólicas culturales.
El sujeto ha de sentirse comprendido, reconocido en su existencia y
asegurado por el colectivo, a fin de signar el contrato civilizatorio.
Sólo así se hace posible la realización del contrato social, que garanti-
za el comportamiento civilizado. Si no se logra obtener un lugar en
la sociedad, tener su parte de beneficios, su reconocimiento en una
medida que se viva como significativa y justa, surge pánico social y
se disuelve la lealtad, se da un debilitamiento de la liga con la comu-
nidad que bajo ciertas circunstancias puede tomar formas regresivas.

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V Í C T I M A S D E E X P E R I E N C I A S

Señala luego que en las sociedades posmodernas, en las que el Estado


ha contraído sus funciones de protección de los ciudadanos (debili-
tamiento del llamado “Estado social”) y se ha debilitado la función
de la familia como sistema de seguridad, los conflictos sociales tienen
un potencial explosivo (Lempa, 2001:66).
Winnicott y Bion, psicoanalistas ingleses, dieron cuenta ya en la
década de 1970, de la función de sostén (holding, Winnicott, 1965),
respectivamente de “contención” (Bion, 1962) que los semejantes
cumplen para los sujetos, no sólo para su sobrevivencia física, sino
para su integración y desarrollo psicológico, señalando que si los
grupos en los que se desarrollan y en los que viven los sujetos son
incapaces de cumplir tal función, surgen angustias existenciales que
pueden llegar hasta las raíces de la angustia social, hasta el pánico
de ser abandonado, expulsado. En este punto se renuncia al auto-
control, e incluso la lógica puede ser vivida como un poder ajeno y
engañoso.
El etnopsicoanalista Mario Erdheim (1993) lleva el tema de la
necesidad que los sujetos tenemos de los otros al campo de la et-
nicidad: considera que la identidad étnica es tan importante como
la de género para los sujetos, a fin de orientarse en la sociedad y la
historia, y apuntala su decir en la reflexión sobre las luchas de siglos
por preservar la identidad étnica y en que como psicoanalista se ha
visto una y otra vez confrontado con el sufrimiento resultante de la
desvalorización o destrucción de la identidad étnica de un sujeto.
“De lo étnico quiero afirmar que se puede destruir, pero con ello se
obstaculiza el desarrollo de importantes capacidades sociales, entre
otras la de hacer posible una relación que sobrepasa al sujeto indivi-
dual con el espacio y el tiempo, con el medio ambiente y la historia”
(Erdheim, 1993:181).
El ser humano existe en la paradoja de necesitar de los otros y a
la vez requerir de una distancia para dibujar sus propios contornos
de sujeto. Mientras las instituciones reguladoras del grupo no sean
totalitarias, el sujeto va y viene, se mueve en grupos distintos, reserva
espacios para la atuorreflexión y el diálogo con él mismo, sintiendo
que tiene tanto la posibilidad de pertenecer como de tomar una dis-
tancia crítica de la comunidad en que se aloja e incluso de participar

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T E M Á T I C A

en una transformación potencialmente creativa tanto para él como


para el colectivo; pero cuando las instituciones se resquebrajan o cuan-
do toman tintes persecutorios y se vuelven totalitarias moviendo a los
sujetos a destruir a los otros, los diferentes, ¿qué salidas quedan para
los sujetos en su vulnerabilidad y desamparo?

Sujetos, etnia, cultura, mercado:


los juegos de las identidades

La angustia por nuestra invalidez, sobre la que somos capaces de re-


flexionar, tiene pues características de trauma, un trauma que se
agudiza en la medida en que crece el abandono al que nos vemos
expuestos. Ansiosos por encontrar sentidos a la vida e identidades
que disminuyan nuestras angustias, nos refugiamos en grupos e ins-
tituciones de diversa índole y asimilamos, respectivamente: hacemos
a un lado las formas de vida predominantes en diferentes etnias,
religiones, tramas culturales.
El desarrollo de la inteligencia y de instituciones nos ha salvado,
hasta hoy en día, de la extinción como especie. Los neonatos hu-
manos, dependientes del grupo para la vida, están especialmente
abiertos al aprendizaje y la socialización. La inserción en las tramas
simbólicas del medio en el que se nace es un aspecto fundamental del
convertirse en humano. La gesta y la apropiación de destrezas cultu-
rales se dan en el seno de relaciones entre sujetos y de los movimien-
tos emocionales que ellas conllevan. Es en el lazo social que establece
con otros que al principio le garantizan la sobrevivencia, donde el
niño va aprendiendo a diferenciar y categorizar. Momentos de fusión,
respectivamente de separación y ausencia de sus cuidadores, le van
permitiendo distinguir entre él mismo y los otros, y la variabilidad
de personas que lo rodean lo enseña a confrontar el nosotros familiar,
étnico, cultural con los otros más ajenos, distintos.
A la par que el infante humano va pasando del contacto inmedia-
to y corporal con los otros a relaciones mediadas por lo simbólico, el
lenguaje y otras pautas culturales, va creciendo en él el sentimiento de
pertenencia étnico-cultural al grupo que le rodea más cercanamente.

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V Í C T I M A S D E E X P E R I E N C I A S

Lo étnico no tiene que ver con lo racial ligado a lo genético y lo


biológico, tampoco con la organización de los humanos en forma de
Estado-nación; tiene que ver con un lenguaje y prácticas sociales
compartidas por un grupo, que se entretejen con una historia y una
cosmovisión predominante.
Lo cultural y lo étnico parecen estar estrechamente vinculados,
tendiendo a ser más abarcador el concepto de cultura, que puede
aplicarse a grupos más amplios de personas que a su vez pueden tener
diferencias étnicamente inducidas en sus formas de comprensión y en
su praxis existencial (piénsese, por ejemplo, en la expresión “cultura
latina” que abarca una infinidad de variantes regionales con expresio-
nes étnicas peculiares de cada grupo). ¿Y qué es en última instancia
lo que da lugar en los sujetos a un sentimiento de pertenencia a un
grupo étnico y cultural, por más que haya variedades individuales en
la cercanía y lejanía que establecemos con los diferentes grupos? En
El significado del concepto de cultura para las terapias psicoanalíticas
dice Vera Saller:

La liga psíquica con una cultura, respectivamente de su rechazo, consiste


en el recuerdo y la añoranza o también en la angustia ante la intimidad
del sentirse resguardado de forma primordial […] Ahí quedan muchas
preguntas abiertas; por ejemplo, si este sentimiento fundamental de
pertenencia estriba sobre todo en lo verbal, en el comprender y ser
comprendido. O si, como lo señala Tobie Nathan, lo táctil y lo olfativo,
como también lo insinúa Anzieu, son un aspecto fundamental del sen-
timiento de estar en casa, que descansaría en tal caso sobre la cobertura
de sonidos y percepciones táctiles (1999:131).

Mientras que el sujeto que vive su desamparo busca refugio en su


etnia o en las tramas culturales que hizo suyas, en el mundo del siglo
xxi prevalece una multiculturalidad a lo largo y ancho del planeta que
complejiza la cuestión de las identidades étnicas y culturales y agrava
conflictos ligados a ellas y a otros factores, como el ahondamiento
progresivo de la brecha entre ricos y pobres.
En la actualidad, instituciones que propiciaron cierto bienestar
a los sujetos en décadas pasadas, como los Estados-nación, y éstos

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T E M Á T I C A

sobre todo en los casos en que eran Estados de bienestar social, se


han venido resquebrajando. Vivimos en un mundo en el que los
grandes emporios transnacionales movidos por los criterios de un
capitalismo salvaje tienen un papel determinante en las relaciones
entre las naciones y los individuos. Nunca antes en la historia de la
humanidad había existido una multitud de sujetos, que se cuentan
por millones, carentes de lugar de pertenencia, colgando del vacío
social, guardados provisoriamente en campos de refugiados o aban-
donados a su propia suerte. El mercado no ofrece soluciones para
los despatriados ni proporciona un orden simbólico articulador que
sirva de contención a los sujetos en general (exigencia sine qua non
de la subjetivación). Su apuesta es por la optimización de las ganan-
cias de los monopolios y los grandes capitales. Parece no existir una
lógica coherente de derechos y obligaciones sociales sino, más bien,
un consumismo a ultranza, que no se somete a las leyes de regula-
ción de las relaciones y vínculos entre los humanos. El intercambio
mercantil y su aparato publicitario generan la ilusión de que el otro
es prescindible, de que el bienestar deriva sólo de la capacidad de
autogestión y no del lazo social, del vínculo con los semejantes. Se
minimiza la significación de fundar la autoestima, la confianza, en
el sentimiento del propio valer y en los afectos que experimentamos
por los otros.
¿Cómo nos hemos transformado los sujetos de estas sociedades
mercantilizadas del siglo xxi? ¿Qué ocurre cuando muchos de los que
en sus comunidades tenían un lugar y quehacer social son converti-
dos por luchas intestinas en objetos intercambiables o, en caso extre-
mo, eliminables de acuerdo con criterios fundamentalistas?
Ahondemos nuestra reflexión sobre lo que ocurre con los migran-
tes. Ellos padecen de entrada una exclusión simbólica en la sociedad
a la que llegan. Muchos, sobre todo aquellos que fueron perseguidos,
torturados o traumatizados, sufren de angustias, síntomas físicos
como migrañas, vómitos, falta de apetito y disminución o pérdida de
la capacidad de simbolización. Incomunicados, al menos al principio
con el nuevo medio (por la carencia de recursos lingüísticos y cultu-
rales), los sujetos procedentes de otras culturas se sienten perplejos,
desorientados, con dificultades para encontrar sentido a su vida tras la

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V Í C T I M A S D E E X P E R I E N C I A S

sacudida producida por las pérdidas que han sufrido y las crueldades
de las que han sido objeto por parte de sus congéneres.
Con la migración se produce una ruptura de un cierto equilibrio
que los sujetos sostenían en su relación con otros y con las institucio-
nes que operaban en su comunidad. Al dejar su tierra, sobre todo al
hacerlo bajo la presión de la guerra y la amenaza sobre su vida, se res-
quebraja esa relativa armonía que sostenía las relaciones de un sujeto
con los otros, con el trabajo, con los lazos amorosos, familiares, con
los pensamientos y hasta con el propio cuerpo. Es una ruptura que
puede manifestarse en síntomas de malestar corporal, pero que afecta
la dimensión simbólica, el lazo social y produce un traumatismo que
amenaza, según su intensidad, con producir desintegración extrema
y definitiva. Los migrantes son arrojados al anonimato, a no tener un
lugar social donde habitar y relacionarse, y en muchos casos a no ser
alguien para ningún otro.
Preguntémonos: ¿A dónde puede conducir en casos extremos una
búsqueda de identidad que se apuntala en la destrucción de los otros,
los diferentes? La respuesta la tenemos en lo ocurrido en sucesos de
crueldad sin límite en la historia de la humanidad, como el nazismo,
el estalinismo y, más recientemente, el llamado “último genocidio del
siglo xx”, del que nos ocuparemos más adelante.

La actualización del trauma

Si el fundamento del trauma es la dependencia de los otros, su ac-


tualización se da ligada a relaciones con esos otros marcadas por la
crueldad, o a su ausencia en casos en que sería vital, urgente, contar
con ellos.
La corriente teórica psicoanalítica de las relaciones de objeto, parte
de la escuela británica, en la que se ubican, entre otros, Bion, Balint
y Winnicott. Los postulados de estos autores tienen antecedentes en
las aportaciones de un destacado discípulo de Freud, Sándor Ferenczi,
quien postula que el verdadero trauma se da cuando el agresor evita
el encuentro con un humano que está existencialmente ligado a él,
que lo necesita.

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T E M Á T I C A

Los teóricos de las relaciones objetales parten de que las experien-


cias de relación entre el infante y las personas que lo cuidan se inte-
riorizan y van dando forma a los representantes que va gestando de
sí mismo y de sus objetos. Mientras que las experiencias de cuidado
satisfactorio hechas con objetos amorosos, suficientemente buenos,
se asimilan y enriquecen al sí mismo (self ), las experiencias traumá-
ticas causadas por abandono, negligencia, maltrato, crueldad, no se
integran a ese self, sino que persisten como introyectos traumáticos,
una especie de superyó arcaico que en fases posteriores difíciles se
escapa de control y perturba al sujeto dando lugar a síntomas y com-
portamientos patológicos.
El sujeto violentado y necesitado de preservar la relación con sus
objetos, dada su dependencia de ellos, apelará a mecanismos defen-
sivos como la identificación con el agresor, que se manifestará ya
sea en deseos de fusión con él o en su imitación. En el intento por
dominar la experiencia traumática, el agredido también hará uso de
mecanismos de escisión que lo alejarán de sí mismo, de sus afectos y
de su cuerpo, llegando, según la intensidad del trauma, a operar con
automatismos, sin saber en menor o mayor medida de sí.
Mathias Hirsch, en Psychoanalytische Traumatologie, enumera los
siguientes mecanismos que operan en sujetos bajo efectos traumáticos:

Fenómenos como escisión del objeto y de los representantes del sí mis-


mo, fenómenos de disociación que pueden llegar hasta la personalidad
múltiple, reacciones impulsivas, autoagresión, pérdida del sentido de
realidad como despersonalización o desrealización, reacciones psicóticas,
autodestrucción a través de sustancias adictivas, debilitación de funciones
del Yo como las cognitivas, intelectuales y de la memoria, debilitamiento
de los mecanismos de defensa maduros como la represión […] Se da una
especie de “retorno de lo reprimido” en una inevitable compulsión a la
repetición de situaciones violentas, que se exterioriza en actuaciones de
agresividad en relaciones actuales […] se dan graves cambios en la auto-
estima y un debilitamiento de las fronteras del Yo, correlativamente de los
límites entre el sí mismo y los objetos; en última instancia, perturbaciones
de la identidad, incluida una insuficiente capacidad de simbolización con
tendencia a la actuación y al pensamiento concreto (2004:4).

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V Í C T I M A S D E E X P E R I E N C I A S

La psicotraumatología ha sido un punto central de la investiga-


ción de Hirsch (2004), el psiquiatra y psicoanalista alemán, autor del
texto que nos ocupa y donde hace una distinción entre, por un lado,
sujetos que han sufrido traumas en el curso de su desarrollo y general-
mente en el ámbito familiar, en los que predomina la internalización
de la violencia y, por el otro, sujetos que han sufrido traumas agudos,
extremos, en situaciones externas de guerra, persecución, genocidios,
etcétera. Estos últimos usan como predominantes para defenderse
de las experiencias terribles que han sufrido formas de disociación
que, en casos extremos, los convierten en seres mecanizados, una
especie de cadáveres ambulantes como se sabe que había tantos en
los campos de concentración nazis. El caso de Anna, la joven mujer
bosnia que más adelante presentaremos, es claramente un caso de
traumatismo agudo y extremo, aunque sujeto a atenuantes que luego
destacaremos.
Los traumatismos agudos que prácticamente arrollan el aparato
psíquico de quienes han sido víctimas de ellos, tienen como con-
secuencia a largo plazo el llamado “síndrome de perturbación pos-
traumática” o “desorden de estrés postraumático”. Las víctimas de
tales traumas son sometidas a cargas de sufrimiento corporal y a
afectos devastadores insostenibles; por ello, en momentos extremos,
algunos sujetos se desmayan, otros entran en el ya aludido estado de
aislamiento masivo de los sentimientos que da lugar a confusión y
negación de lo que está ocurriendo. Una vez dejada atrás la situación
traumática habrá una tendencia a alejar de la memoria lo vivido, y
diferentes sujetos estarán marcados en grados diversos por lo ina-
prehensible, inefable y también por la desconfianza resultante de
haber estado en manos de otros capaces de crueldad ilimitada, que
les dieron un trato donde la compasión humana y la empatía habían
sido barridas.
Laub explica que una característica esencial de un trauma sufrido
por sobrevivientes de genocidio y otras situaciones extremas consiste
en que la víctima se siente fuera de la posibilidad de operar sobre el
medio circundante en sentido dialógico, de tal forma que se evoque
el sentido de la reciprocidad; la víctima tiene la impresión de que no
hay más nadie en quien uno pueda confiar, textualmente dice:

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T E M Á T I C A

La retirada de la libidinización, respectivamente del fracaso del lazo


empático durante el tiempo del trauma es la característica más fuerte
de traumatismos severos. El verdugo no percibe a la víctima que ruega
por su vida y el vínculo empático está cortado o extinguido. La con-
secuencia de tal extinción es la incapacidad de sostener una relación
empática consigo mismo. El fracaso de la relación empática da lugar a
sensaciones de ausencia, fragmentación, desintegración, a la pérdida de
la representación, a la incapacidad de aprehender y recordar el trauma,
a la pérdida de la coherencia. A la experiencia de los sobrevivientes le
falta estructura y representación, la capacidad de narrar la propia historia
a otros y a sí mismos (2000:862).

Por su parte, Niederland ve en quienes siguen vivos tras un geno-


cidio el surgimiento de un complejo de culpabilidad, un sentimiento
de culpa por haber sobrevivido, como si su supervivencia hubiera
sido posible a costa de los muertos (citado por Hirsch, 2004:58).
Hirsch añade un dato importante cuando explica que “como con-
secuencias del trauma agudo encontramos intrusiones; esto es, un re-
vivir avasallador de la situación traumática, así como somatizaciones
agudas difusas y estados de pánico” (2004:59).

La narración de lo vivido por sobrevivientes al trauma extremo

Volver sobre lo vivido para simbolizarlo es uno de los recursos con


que eventualmente cuentan algunas de las víctimas de traumatismos
agudos, y una de las metas centrales de los psicoterapeutas que tra-
bajan con pacientes que sufrieron traumas extremos. Sin embargo,
dado que narrar el trauma es revivirlo, así sea de manera atenuada,
ello causa un gran dolor y es en menor o mayor medida traumáti-
co, dependiendo de la subjetividad del narrador y del medio que
lo rodea; esto es, de quienes, en caso que la narración sea oral, lo
escuchan.
Hay testimonios de escritores sobrevivientes del holocausto que
muestran la ambivalencia y las diferencias individuales respecto a la
posibilidad y los efectos de la narración escrita del trauma vivido.

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V Í C T I M A S D E E X P E R I E N C I A S

Retrotraer lo traumático a la búsqueda de elaborarlo supone un


gran gasto de energía; en todo caso, la supuesta ganancia viene gene-
ralmente a posteriori, aunque también puede irse experimentando de
manera más o menos cercana a la narrativa que se hace, por ejemplo,
en un proceso psicoterapéutico. En todo caso, para considerar los po-
sibles efectos de la narración de un trauma siempre hay que tomar en
cuenta las diferencias personales, las singularidades de los sujetos que
lo experimentaron, la calidad de la relación que se logra entre quien
narra y quienes son receptores de la narración, así como la gravedad del
evento traumático. Jorge Semprún, quien pasó dos años en el campo
de concentración de Buchenwald habla así del diferente potencial y sig-
nificado que puede tener el escribir respecto al trauma experimentado:

Mientras que el escribir arrancaba a Primo Levi del pasado y suavizaba


su memoria […] a mí me arrojaba de nuevo a la muerte, me hundía en
ella. Me ahogaba en el aire mortífero de mis proyectos, cada línea escrita
sumergía mi cabeza en el agua, como si me encontrara de nuevo en la
bañera de la villa de la Gestapo en Auxerre. Yo me defendía para sobre-
vivir. Fracasé en mi intento de describir la muerte para hacerla callar: Si
hubiera proseguido, entonces tal vez la muerte me hubiese hecho callar
a mí (Semprún y Wiesel, 1997:295).

La correspondencia entre esos dos sobrevivientes de los campos


de concentración nazis: Wiesel, el rumano, y Semprún, el español,
quedó plasmada en el libro Callar es imposible, en el que dan cuenta
del insoluble dilema entre “escribir” y “vivir”, esto es, entre recordar y
reprimir. Wiesel asegura que escribió su primer libro, Los sobrevivien-
tes, para decirles a ellos que hay que escribir sobre lo ocurrido para
dejar huellas, pero luego deja ver su ambivalencia cuando expresa:
“En última instancia uno está ante preguntas. Yo siempre tengo pre-
guntas y ninguna respuesta” (Semprun y Wiesel, 1997:187). Por su
parte, Semprún, quien explica su resistencia a escribir como recurso
de supervivencia, concluye:

Como quiera que haya sido, el 11 de abril de 1997 la muerte recogió a


Primo Levi. Él encontró a la muerte en una caída de la escalera. Primo

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Levi había escrito tanto, y sin embargo es como si el trauma lo hubiera


tomado para sí. Por otra parte ni siquiera es seguro que haya sido un
suicidio, pero la idea de que el trauma impensable no pudo ser superado
parece concluyente (Semprún y Wiesel, 1997:296).

Hirsch, por su parte, reflexiona y se pregunta así sobre los efectos


de la narración escrita: “La expresión creativa y sobre todo el escribir
han de servir para el dominio, la expulsión del introyecto [el mal
objeto, el agresor cruel]. ¿Pero es pensable el deshacerse de él cuando
el trauma fue absolutamente avasallador?” (2004:103)

Psicoterapia y elaboración

La psicoterapia con personas víctimas de traumatismos agudos ex-


tremos representa una atenuada vuelta a la situación traumática,
cuando a partir de una relación de confianza progresiva se conquista
la posibilidad de narrar lo ocurrido. El camino a lo traumático se
recorre con el acompañamiento de sujetos hospitalarios y empáticos:
los integrantes del equipo psicoterapéutico, que harán una escucha
atenta de las vivencias que el sujeto va logrando expresar, y responde-
rán con sensibilidad, para que tenga la posibilidad de simbolizar esa
experiencia psicológicamente arrolladora a la que fue sometido por
otros en circunstancias de guerra o de crueldad. Hirsch señala que:

el principio de la terapia con pacientes que han experimentado trau-


mas agudos estriba en fomentar el restablecimiento de la capacidad de
simbolizar, y en relación con ello el desarrollo de estructuras del Yo que
permitan al sujeto percibirse como separado, capaz de llevar a cabo una
“Aus-einander-setzung” con su/s psicoterapeuta/s (2004:122).

Hay una serie de presupuestos para la realización de los encuen-


tros. El primero de ellos será contar con un espacio resguardado donde
el sujeto pueda hablar de lo que le ocurrió teniendo la seguridad de ser
escuchado sólo por los integrantes del equipo psicoterapéutico, de los
que sabrá, desde el principio, quiénes son en tanto profesionistas, qué

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V Í C T I M A S D E E X P E R I E N C I A S

función cumplen en el equipo psicoterapéutico y que están obligados


al secreto profesional.
La psicoterapia con personas que llegan a una cultura distinta, ex-
tranjera, huyendo de situaciones de guerra, persecución, genocidio,
etcétera, requiere por lo general de al menos dos integrantes en el
equipo psicoterapéutico: el psicoterapeuta en sí y el traductor entre-
nado para operar como auxiliar en la terapia. También es posible la
intervención de un psicoterapeuta sin acompañamiento grupal, pero
ello implica que éste ha de dominar la lengua y conocer la cultura de
la víctima de violencia. Por lo demás, el grupo también es un auxiliar
importante para la elaboración de las cargas emocionales que se reci-
ben en la psicoterapia de sujetos gravemente traumatizados.
Otro aspecto importante que cabe considerar es que la experiencia
acumulada ha mostrado que, para la elaboración de traumas agudos
extremos, si bien es necesaria una liga del sujeto con psicoterapeutas
interesados en él y sensibles a su problema, el trabajo que se va a
realizar no implica una revisión exhaustiva ni de la historia del sujeto
ni de lo que ocurre en la interacción entre él y el terapeuta. La psi-
coterapia adquiere un carácter focal, en tanto que gira en torno de lo
que aconteció al sujeto en la experiencia traumática y la elaboración
se da con técnicas implementadas para simbolizarla.
En el proceso psicoterapéutico se abre la posibilidad para el sujeto
traumatizado de sentirse acogido y experimentar confianza en los
otros, de tal forma que puede irse atreviendo a compartir con ellos sus
vivencias devastadoras. A partir de revivir paso a paso lo traumático,
el sujeto irá recuperando fragmentos de lo olvidado y aumentará el
potencial de reconocerse a sí mismo en su cuerpo y en afectos que le
resultaban insoportables. Tales afectos vuelven en forma atenuada y
con la garantía de la contención que ofrecen los terapeutas. Recordar
pone al sujeto en contacto íntimo consigo mismo, le posibilita asimi-
lar lo ocurrido y eventualmente transformarse haciendo espacio para
nuevos objetos afectivos. Por otra parte, nombrar lo vivido en lugar
de reescenificarlo en síntomas y actuaciones da cuenta del avance de
la simbolización.
En Representación delirante y creatividad artística, Segal entiende
la simbolización siempre como consecuencia de una pérdida, “como

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T E M Á T I C A

acto creativo que incluye trabajo de duelo” (1992:247). El afecto que


se libera durante el trabajo de duelo es pues un dolor que también
puede impulsar al trabajo creativo, que lo es, y complejo, el que lleva
a cabo la persona que se reasume a sí misma y se transforma tras
una experiencia de dimensiones devastadoras. Durante el avance
del trabajo de duelo en el contexto psicoterapéutico, el sujeto que
experimentó esa violencia desorganizadora puede ir avanzando en la
diferenciación entre lo vivo y lo muerto, él mismo y los otros, éstos
encarnados por sujetos que lo acompañan con sensibilidad y empatía
en su dolor.
Ingrid Koop, la psicoterapeuta a la que acompañé como observa-
dora participante en un fragmento de la psicoterapia de Anna, que
se presentará más abajo, define su proceder psicoterapéutico como
integral:

una forma de tratamiento de situaciones traumáticas que comprende


acciones que actúan sobre cuerpo, alma y espíritu. La situación trau-
mática experimentada por el sujeto [explica] se aborda de una manera
multimodal que pretende lograr el flujo del conflicto para poner en
armonía los diversos niveles del funcionamiento del sujeto (2002:35).

Koop explica que en su forma de entender la psicoterapia se


acompaña y estimula al sujeto a que vaya narrando su experiencia
traumática hasta llegar al límite, que consiste en sacar lo terrible de lo
vivenciado, que tendía a encapsularse. Al experimentar, en un nuevo
contexto y en el ámbito de un acompañamiento amoroso, atento, el
horror de lo vivenciado, se hace posible recuperar afectos que esta-
ban bloqueados y la emocionalidad experimenta una liberación que
le permite ponerse al servicio de la vida presente. Es un proceso en
el que se va dando un ascenso de la tensión hasta lograr entender,
revivenciar, dolerse, compartir, elaborar. En el proceso de elaboración
y de “reparación” de la pérdida a través del conocimiento, se propicia
el apropiarse de aquellos elementos en que el sujeto se vivió como el
guardián de su historia familiar y cultura.

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V Í C T I M A S D E E X P E R I E N C I A S

El último genocidio del siglo xx

En julio de 1995, durante la guerra de Bosnia, se produjo el ase-


sinato masivo de 8 000 personas de la etnia bosnia en la región de
Srebrenica. Los ejecutores fueron el ejército de la República Srpska
y un grupo paramilitar serbio. Los hechos ocurrieron en una zona
declarada “segura” por la onu, dado que se encontraba bajo la pro-
tección de 400 cascos azules holandeses. El hecho fue calificado
como genocidio por el Tribunal Penal Internacional para la ex Yu-
goslavia. Constituyó el mayor asesinato masivo en Europa después
de la segunda gran guerra (denominada “mundial”: 1939-1945). El
encargado de presidir el juicio, Theodor Meron, hizo declaraciones
que dan cuenta del genocidio, dejando asentado que la intención de
la matanza era eliminar a una parte de la población bosnia musulma-
na y con tal fin fueron seleccionados 40 000 miembros de tal grupo
poblacional considerados particularmente representativos de su etnia
y de su religión. Los prisioneros, de sexo masculino y de edades muy
diversas, fueron despojados de sus posesiones e identificaciones, y
asesinados deliberadamente en razón de su identidad y de su grupo
de pertenencia (Meron, 1998).

Anna: momentos de testimonio


y su destilado en experiencia psicoterapéutica

Anna es una mujer muy bella y joven. Tiene la apariencia de una


adolescente lastimada por la vida, que desea mantener su dignidad
por sobre todas las cosas. A partir de su salida de Bosnia para pedir
refugio en Alemania, empezó a experimentar inapetencia extrema y
a sufrir de vómitos cuando lograba ingerir alimentos. Afectada por
tales síntomas, acudió a Refugio, donde fue acogida primeramente
por una médico para recibir psicoterapia, ofreciéndosele después
participar simultáneamente en un proceso psicoterapéutico, lo que
aceptó.
Cuando en la entrevista inicial la psicoterapeuta preguntó a Anna
cómo está, ella responde “pues estoy”, dando a entender, “sobrevivo”.

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T E M Á T I C A

Invitada a narrar su historia, Anna hizo una especie de síntesis de


lo que ocurrió en Srebrenica:

Yo vivía en un pueblo, Srebrenica, y no tenía que preocuparme de cosa


alguna, mi padre trabajaba en una fábrica y resolvía todo para nosotros.
Desde que tenía 11 años, se acabó esa situación “idílica” en la que no
tenía que preocuparme por nada. Empezó la guerra y las cosas fueron
empeorando; a una de mis hermanas le tocó presenciar cómo mataban
a su maestra, a los niños no nos pasó nada, pero mi padre consideró
que la situación era ya demasiado peligrosa y dejamos de ir a clases. Al
poco tiempo tuvimos que huir, dejamos nuestro pueblo. Los chicos “nos
detuvimos con nuestra mamá” en una zona que fue declarada “segura” por
la onu. Por unos conocidos nos enteramos luego de que mi padre tuvo
que salir huyendo por el bosque, lo hirieron y lo último que supieron
fue que le dijo a su acompañante de viaje que siguiera avanzando, que
él iría a su ritmo y si no podía más se mataría, a fin de no ser maltratado
y asesinado por los serbios. No volvimos a oír nada de él. Mi madre y
mis hermanos están actualmente (2003) a salvo en Bosnia.
Nací en 1980 y los ataques de la guerra llegaron directamente a mi
pueblo en 1995, cuando yo tenía 15 años, pero ya mucho antes los
hombres salían a frentes en otros puntos. Nos alegrábamos cada vez que
regresaban ilesos.

Koop preguntó qué defendían; Anna dijo:

Nuestro derecho a nuestras formas de vida y prácticas como musulmanes.


En la guerra hirieron a mi tío y no pudieron salvarlo por falta de recursos
médicos, regresó ya muy mal y pidió a mi padre que buscara al médico.
Éste dijo que de tener lo necesario para operarlo podría salvarlo, pero
no era el caso y murió después de unos días.
Para mí siempre es mejor sacar “esas cosas” que dejarlas dentro.
Quiero hablar de todo lo que vi con mis propios ojos y viví cuando tuve
que dejar mi pueblo, durante el camino y los días que nos quedamos
en Potocari.

El relato fue intenso, dramático, doloroso:

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V Í C T I M A S D E E X P E R I E N C I A S

Cuando empezaron a llover granadas en mi pueblo tuvimos que pensar


en dejarlo; fue muy triste, todos lloramos, pues pensamos que sería la
última vez que lo veríamos. Salí con mi madre y todos mis hermanos
(incluida una bebé de ocho meses) rumbo a la fábrica de Potocari, que no
estaba muy lejos. Mi padre días después trató de huir por el bosque, pero
cuando salimos mi madre y los niños todavía luchaba en la resistencia.
Al día siguiente de que nos fuimos regresé a mi casa por víveres, acom-
pañada por una tía y otra chica del pueblo. Los niños tenían hambre.
Mi padre había matado algunos animales y tenía la carne lista para que
la lleváramos y algunos otros alimentos. También dejó carne para él y los
tíos que resistían. Mi padre me dijo que esperara, sólo me dijo así, pero
era para ir a traerme el dinero que tenía y que quería que llevara a mi
madre, yo lo sabía. Pero mientras esperábamos a que regresara los serbios
empezaron a incendiar las casas, entonces nos fuimos rápidamente, sólo
con la bolsa de alimentos.

Ingrid inquirió si tuvieron que salir entre bombas y granadas, a


lo que Anna respondió:

No, no tuvimos que salir entre bombas, todavía teníamos nuestros cami-
nos. Nos ofreció llevarnos a Potocari un chofer de Bosnia; nos subimos
y nos dimos cuenta que llevaba oculto, como podía, a un muchacho
joven. La situación más peligrosa era para los hombres. Se acercaron
serbios con la intención de revisar el camión, pero llegó una de sus
autoridades y les dijo que el chofer estaba transportando mujeres, que
liberara el paso. Nos salvamos por segundos. Nos tocaba ver muertos
por todos lados. Mi tía, la chica de mi pueblo y yo, nos encontramos
con mi madre y los niños. Todo era movimiento de gente que huía. Los
edificios de la fábrica se llenaban de gente que buscaba dónde pasar la
noche, casi todos eran mujeres, niños y ancianos. A los hombres se los
llevaban y los mataban.
Ya en Potocari, al atardecer, como no encontramos lugar para dor-
mir en las fábricas, que estaban atestadas, mi madre nos dijo que nos
acomodáramos en un prado que colindaba con uno de los edificios, que
era en el que había trabajado mi padre.
Mucho de lo que digo estaba olvidado, pero ahora vuelven los re-
cuerdos, y cuando no lo hablo entonces sueño, tengo pesadillas. Yo sólo

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T E M Á T I C A

narro lo que vi con mis ojos. Me sirve compartir esas experiencias sobre
todo porque siento que me escuchan con mucha atención.
El primer día en Potocari no fue tan malo, pero el segundo fue terri-
ble; los niños tenían sed y no había agua para darles, una vecina que nos
encontramos nos dijo, a mi prima y a mí, que podíamos conseguirla en
una casa a la que era posible acceder. Nos indicó cuál era; fuimos allá y
mientras tomábamos agua vimos que por debajo de una puerta corría
sangre, llenamos apenas a medias el recipiente que llevábamos y las dos
quisimos irnos de ahí lo más rápido posible, pero saliendo de la casa
nos topamos con unos hombres serbios que nos retuvieron, pusieron
bombones en la punta de unos cuchillos y nos dijeron que no nos iban
a dejar ir hasta que los comiéramos, pero sin tocarlos con la mano; tu-
vimos que comerlos directamente del cuchillo, estábamos terminando
cuando apareció un hombre corpulento que era uno de los principales
organizadores de la “limpieza étnica”, lo reconocí porque lo había visto
varias veces en la televisión. Ese hombre dijo a los dos que nos retenían
que nos dejaran ir preguntándoles si no se daban cuenta de que éramos
unas niñas... Sí, éramos unas niñas, ¿qué querían con nosotras?

Ingrid: Ustedes se sentían como niñas, interiormente lo eran,


pero esos hombres veían en ustedes a las jóvenes mujeres.
Tras ese comentario, Ingrid retomó la escena de la sangre que
brota por debajo de la puerta y confrontó a Anna con sus fantasías,
le pregunta qué se imaginó que pasaba.
Anna se quedó en silencio un momento y luego comentó: “Pensé
que dentro había muertos, tal vez hombres de mi pueblo o tal vez
los dueños de la casa que habían sido atrapados tratando de huir y
luego asesinados”.
Anna logró confrontarse con sus fantasías; volverlas conscientes,
verbalizarlas. Continuó su narración:

Mi prima y yo regresamos con nuestra familia, pero hubo luego peores


momentos: llegaron otros serbios a donde estábamos y tomaron a otra
prima mía, un poco mayor que nosotras; ahí, delante de todas, la vio-
laron y luego se la llevaron. Mi tía lloraba y gritaba desesperada y en
cuanto salieron los hombres escondió a su otra hija como pudo, entre
las cosas que llevábamos. Yo sentí miedo, muchísimo miedo; pasado un

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V Í C T I M A S D E E X P E R I E N C I A S

rato volvieron los hombres y me dijeron: “ahora te toca a ti”, entonces


mi madre se enfrentó a los hombres y les dijo que no dejaría que me
llevaran pasara lo que pasara, que si querían la mataran, y se sentó encima
de mí, entonces ellos se la llevaron a ella a donde se habían llevado a mi
prima, que ya no había regresado y que nunca más volvimos a ver; yo
creo que a ella la mataron, pues si no ya hubiéramos tenido noticias de
ella en el tiempo que pasó. Fue terrible cuando se llevaron a mi mamá,
yo me quedé como ausente, paralizada de terror, tenía a mi hermana
bebé en mis brazos, pero no sabía ni qué hacer con ella, la niña lloraba
y lloraba. Por fin, después de un rato trajeron de regreso a mi madre,
pero ella era una mujer distinta de la que se habían llevado, estaba lívida,
lastimada, sangrante.
Las dos sobrevivimos, mi madre y yo, pero ahora ella padece muchos
dolores como consecuencia de los golpes que recibió.
Más tarde tuve que ir de nuevo a tratar de conseguir agua, pero no
encontraba por ningún lado y tuve que tomarla del río; los niños pedían
algo de beber, tenían mucha sed y hambre. Unos serbios le habían ofre-
cido pan a mi madre, pero ella no quiso tomarlo, les dijo que primero
veía a sus hijos morir de hambre que tomar de ellos pan. Entonces había
que conseguir por lo menos agua y mientras caminaba buscándola vi
muerto a un hombre que era nuestro vecino y pensé: “a este hombre yo
lo conocí”, pero luego ya no estaba segura de si lo había visto realmente
o sólo lo había imaginado, pero escuché que muchas mujeres de las que
estaban cerca de nosotras también dijeron haberlo visto.

Ingrid le hizo notar a Anna cómo entre tanta experiencia terrible


que había vivido, una tras otra, en ocasiones era ya difícil distinguir
lo que percibía y lo que imaginaba.
Anna siguió:

Sí, era terrible, yo me sentía confusa, sufrí enormemente junto con


mi familia ese segundo día en Potocari. También ese día llegó a donde
estábamos un serbio que había sido amigo de mi padre, pero en cuanto
nos dimos cuenta que andaba entre la gente nos escondimos. Él iba
preguntando a su paso si habían visto a nuestra familia, decía que quería
salvarnos, pero nos escondimos porque muchos serbios buscaban a la
gente pretendiendo que iban a ayudarla y luego la mataban. Todos sabían

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T E M Á T I C A

que estábamos ahí escondidos, pero dijeron que no nos habían visto.
Cuando ya se había ido el serbio, las mujeres empezaron a quemar las
fotos de sus hombres, yo no entendía por qué y pregunté: me explicaron
que porque cuando los serbios encontraban las fotos se las llevaban para
buscarlos y matarlos; también mi madre quemó las fotos de mi padre,
pero yo tomé a escondidas una en la que estoy yo con él y la guardé en
mi zapato sin decirle a nadie, así quedó una foto que mi madre guarda
ahora como tesoro en Bosnia.

Ingrid: Pudiste salvar la memoria de tu padre junto con su ima-


gen en una fotografía.
Anna habla, sigue hablando, tiene una necesidad inmensa de
narrar, de compartir su profundo dolor. Ingrid le pregunta si nunca
ha intentado poner por escrito sus experiencias.
Anna: No lo necesito, porque todo eso lo tengo guardado en mi
memoria.
Ingrid: Sí, de eso bien nos damos cuenta, pero a veces escribir
es otra forma de ayudarse a ir llevando con un poco de menos peso
esas experiencias difíciles y además tú eres testigo de lo ocurrido en
Potocari y puedes así dar testimonio de lo que ahí ocurrió.
En otra sesión, Ingrid aludió a una fiesta luctuosa que hubo en
la que se enterraron los restos de 1 000 víctimas de Potocari en días
pasados.
Anna: Sí lo supe y llamé por teléfono a mi madre y ella me dijo
que estuvo en la fiesta fúnebre.
Ingrid fue a traer un periódico en el que había salido la noticia
acompañada de fotos y se lo mostró a Anna.
Ingrid: ¿Quieres quedarte con el artículo?
Anna aceptó gustosa, tomó el recorte que le extendió Ingrid y
lo mantuvo empuñado en su mano derecha durante toda la sesión.
Ingrid dijo a Anna que la sesión anterior nos narró otro fragmento
de su huida y la invita a continuar su narración, lo que ella aceptó.
Anna: La siguiente noche en Potocari fue tremenda, cada cinco
o diez minutos había alguien sollozando, quejándose con un lamen-
to desgarrador de que alguien le había sido arrebatado, podían ha-
cerlo sólo un momento, pues temían que la furia de los serbios cayera

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V Í C T I M A S D E E X P E R I E N C I A S

sobre ellos si identificaban al que se quejaba. A la mañana siguiente


decidimos marcharnos de ahí pasara lo que pasara y nos dijimos que
no nos separarían, que sufriríamos el mismo destino cualquiera que
fuera y así lo hicimos. No sólo yo quería irme de ahí, toda mi familia
quería, pensábamos que no podíamos soportar más aquello. En la
noche habíamos tapado a nuestros niños con la única cobija que
llevábamos. Buscamos entre los camiones de carga que se prestaban
para transportar gente y casi todos estaban llenos, pero para nuestra
fortuna uno estaba vacío y el chofer aceptó llevarnos. Recogimos a
un hombre anciano que estaba tirado y lo subimos con nosotros al
camión. Nos pusimos en marcha, pero un poco más delante soldados
serbios detuvieron el camión y le dijeron a su dueño que querían
registrarlo, nosotros íbamos ocultos en la parte posterior, el chofer
dijo que no estaba dispuesto a permitir que registraran su camión, a
lo que el hombre serbio respondió que no le estaba pidiendo permiso.
Fue un momento terrible, muy tenso, pero para nuestra fortuna llegó
justo en ese momento una camioneta de la Cruz Roja y los soldados
serbios permitieron que el chofer avanzara.
Ingrid: Irse de Potocari esa noche fue la salvación para ustedes,
pues después hubo ahí una masacre peor.
Anna: También la llegada de la Cruz Roja fue nuestra salvación,
pues si no quién sabe qué habría sucedido. Nosotros llevábamos ade-
más varios niños, mi hermana menor era una bebé de ocho meses y
mis dos hermanos varones eran niños todavía.
Anna pareció bastante más vivaz que al principio, pareció que en
ella había surgido esperanza y se ha sentido respetada y comprendida.
Ingrid preguntó a Anna por el momento en que cambió su sensa-
ción entre el estar más o menos segura en el lugar que eligieron como
primer albergue al dejar su casa y aquel en que temía que pasara lo
peor, en que sentía estar esperando el turno en que les tocaba a ella y
a su familia ser ejecutadas.
Anna fue pasando de decir que todo fue terrible la segunda noche
en Potocari y de insistir en que lo que ella vivió no se podía poner en
palabras y sólo podía comprenderlo quien lo vivió o tuvo una expe-
riencia parecida, a precisar:

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T E M Á T I C A

La terrible inseguridad empezó cuando escuché el lamento de una per-


sona, un ¡aaayyy! desgarrador, entonces pensé que se habían llevado a
alguien y podían separarnos a nosotros también; luego, los lamentos se
fueron repitiendo, entraban hombres de la guardia serbia a la multitud
humana formada por la gente de Bosnia que en realidad estaba conglo-
merada en una calle.

Ingrid le insistió a Anna que recordara con mayor precisión esos


momentos, lo que miró, lo que escuchó, lo que olió. Luego le pre-
guntó cómo estaba ella cuando la angustia se hizo más aguda, en qué
posición. Anna dijo: “Yo traía todo el tiempo en brazos a mi hermanita
bebé de ocho meses y cuando la niña se quejaba o lloriqueaba la apre-
taba fuertemente contra mí; sólo teníamos una cobija y todos estába-
mos sentados sobre ella”. Ingrid preguntó a Anna si es posible que se
ponga en la posición en la que estaba, ella vence una ligera resistencia
y lo hace, dice: “Yo estaba temblando con todo mi cuerpo y sentía
una angustia terrible, luego ya no sentía las piernas, era como si no
me pertenecieran”, en este punto Anna se cubrió la cara y pudo llorar.
Después de acompañar un momento a Anna, en silencio, mien-
tras lloraba, Ingrid le habló suavemente y le dijo que la devolvería al
momento actual, que imaginara ir en una máquina del tiempo; luego
le dijo: “Míranos, y ve lo que te rodea, se vale disfrutar la vida aquí y
ahora, te sientes profundamente aligerada tras haber compartido con
nosotros tu experiencia”.

Reflexiones sobre el trabajo psicoterapéutico con Anna

Como se mencionó, a su llegada a Refugio, Anna tenía inapetencia


extrema y vomitaba cuando lograba ingerir alimentos, el síntoma se
hacía patente en su delgadez, sin que ésta llegara a ser tan extrema
como en casos de anorexia, dado que Anna luchaba activamente por
alimentarse.
Dos sucesos de los días en que se gestó el trauma estuvieron en
relación directa con la cuestión alimentaria: el momento en que los
serbios obligaron a Anna y a su prima a comer, sin usar las manos,

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V Í C T I M A S D E E X P E R I E N C I A S

bombones que ellos colocaron en la punta de un cuchillo. El otro


hecho impresionante fue cuando su madre respondió a los serbios
que le ofrecían pan, que antes vería morir a sus hijos de hambre que
aceptar de ellos comida.
En la psicoterapia la somatización no llegó a ser abordada por sí
misma. Apenas se rozó el tema en una ocasión en que antes de cerrar
la puerta para iniciar la sesión pasaron ofreciendo té a quien deseara,
lo que es usual en la institución, Anna rechazó la oferta y como la
persona que ofrecía la bebida le insistiera en que tomara una, Ingrid
respondió amablemente que así estaba bien, que Anna tomaría un té
algún día, en Refugio, si ella así lo decidía. La intervención de Ingrid
destacaba el respeto por el deseo de Anna y se contraponía al juego
sádico de los serbios que obligaron a Anna y a su prima a comer
porque ellos lo exigían, y además de la punta de un cuchillo, con la
connotación simbólica que adquiría en ese contexto de tenerlas al filo
de la muerte por la boca, de poder acuchillarlas si ellos, sus tiranos,
así lo decidían. Ingrid, otra extranjera en relación con Anna, repre-
sentante de la cultura que la acogía, hace patente con su respuesta el
que la dueña del hambre y de la decisión de comer o no hacerlo es
la joven mujer con la que buscamos empatizar y a la que deseamos
hacer sentir comprendida.
En el primer encuentro con Anna llamó mi atención su mirada
profundamente triste y una suerte de resignación que se reflejaba en
sus movimientos lentos y su escasa elocuencia al hablar. Así, cuando
Ingrid la recibe por vez primera y le pregunta cómo está, la respuesta
de Anna es a la vez lacónica y muy expresiva de su situación: “Pues
estoy”. A lo largo de las sesiones y en la medida en que se fue esta-
bleciendo una relación de confianza de Anna con los integrantes del
equipo psicoterapéutico, ella se animó a expresarse, al grado de que
había momentos en que daba la impresión de que su habla brotaba
por sí misma. Anna se reapropiaba de su dolor contenido y de la expe-
riencia disociada, y la compartía con quienes sentía que la escuchaban
con verdadero interés. La experiencia de contar con un nicho en que
ella, con todo lo que era en ese momento, era atendida, escuchada,
valorada, hacía sentir a Anna que hay humanos que se interesan por
otros humanos, que hay personas en las que se puede confiar.

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T E M Á T I C A

Respecto a la confianza es importante mencionar que en el caso de


Anna hubo muchos factores que favorecieron el que ella la recuperara
con facilidad:
Por un lado, Anna pasó sus primeros años, como ella nos lo hizo
saber, en un ambiente familiar cálido y afectuoso donde “no tenía que
preocuparme de cosa alguna”, fue pues una niña amada y protegida
en los primeros años de su vida, tan fundamentales en el proceso de
subjetivación y determinantes para la conquista de una confianza
básica.
Desde otro ángulo es muy importante considerar que Anna, por
un azar afortunado no sólo pudo salir con vida de Potocari, sino que
dejó, junto con los familiares que la acompañaban, ese lugar antes
de que se diera la masacre en la que fueron ejecutados más de 8 000
bosnios. Su padre, que puede suponerse murió, no estaba con ella
en Potocari y, además, la última noticia que tuvieron de él es que,
si no podía seguir adelante se quitaría él mismo la vida para evitar
ser torturado y asesinado por los serbios. Así, Anna experimentó sin
duda un traumatismo, pero con limitantes muy afortunadas para la
posibilidad de revivirlo, memorizarlo, compartirlo con psicoterapeu-
tas profesionales, elaborarlo.
Otro factor clave como atenuante del traumatismo de Anna fue la
defensa que la madre hizo de ella ante los serbios, poniendo en juego
su propia vida y, luego, para fortuna de la joven, la madre no fue ase-
sinada, de tal forma que si bien Anna experimenta cierto sentimiento
de culpa por los dolores que sufre su madre como consecuencia del
daño que le infringieron, tiene otros sentimientos que atenúan dicha
culpa; por ejemplo, el haber preservado para ella misma, para su ma-
dre y para los demás miembros de la familia, la imagen del padre en
la única fotografía que de él pudo preservar.
En cuanto al respeto y la valoración de la identidad étnica de Anna,
que era el motivo del horror de la pretensión aniquiladora de los
serbios, hubo a lo largo de la psicoterapia múltiples ocasiones en las
que los integrantes del equipo terapéutico, dos personas extranjeras
en relación con ella, una de la cultura receptora, y otra de un mundo
desconocido para Anna (México) y un bosnio, le expresamos todos
tácita o explícitamente, según el papel que nos correspondía jugar, la

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V Í C T I M A S D E E X P E R I E N C I A S

aceptación de su diferencia cultural, contribuyendo así a resarcir su


autoestima y la valoración de lo que culturalmente le es tan conoci-
do y apreciado: el mundo de los bosnios musulmanes. Baste como
ejemplo el momento centralmente significativo a este respecto en
el que Ingrid trae, para entregarle a Anna, el periódico en el que se
hizo el reporte, con fotografías anexas, de la fiesta luctuosa que tuvo
lugar en su tierra para conmemorar la tragedia de Potocari y honrar
la memoria de los desaparecidos.
La simbolización y la recuperación de la memoria que hacían
posible el levantamiento de la represión fueron dándose paulatina-
mente. Las expresiones de Anna en distintos momentos del proceso
dan cuenta de ello: “Mucho de lo que digo estaba olvidado, pero
ahora vuelven los recuerdos y, cuando no lo hablo entonces sueño,
tengo pesadillas […] Me sirve compartir esas experiencias, sobre todo
porque siento que me escuchan con mucha atención”.
La narración incluida más arriba permite rastrear intervenciones
de Ingrid tendientes a llevar a Anna a una mayor precisión de sus
recuerdos y a la posibilidad de ponerlos en palabras, por una parte, y
a la vez ligarlos a sensaciones corporales experimentadas en la situa-
ción traumática, con la intención de operar contra la disociación de
afectos, en el self y a favor de la integración de la imagen corporal.
En la psicoterapia fue posible observar repetidamente el esfuerzo que
hacía Anna para vencer las resistencias a narrar, y luego el aligera-
miento que experimentaba cuando lograba verbalizar lo ocurrido y
constataba el acogimiento que recibía como respuesta. Un ejemplo
es cuando Anna argumentó que no es posible poner en palabras cuál
fue el momento en que se acentuó gravemente su inseguridad, para
pasar luego a la verbalización: “La terrible inseguridad empezó cuan-
do escuché el lamento de una persona, un ¡aaayyy! desgarrador…” El
culmen de esta escena es cuando Anna asumió la posición corporal
en la que se encontraba cuando experimentó esa sensación, que fue
seguida de un llanto que nos permitió acompañarla en su dolor.
Otro tipo de intervenciones, cuyo ejemplo se describe al final
del apartado anterior, fue cuando Ingrid invitaba a Anna a volver al
presente, ayudándola a descargarse de sentimientos de culpa y ani-
mándola a abrirse a la vida en su nueva realidad.

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3 tramas 41.indb 193 11/11/14 14:38


T E M Á T I C A

A manera de conclusión

En el trabajo psicoterapéutico con sobrevivientes, como se ilustra con


el ejemplo de Anna, hay un intercambio de afectos y palabras marca-
dos por el pasado traumático, pero hay también personas reales con
las que el sujeto en terapia va estableciendo nuevas relaciones que le
sirven de sostén y son una alternativa de vínculo social que ayuda a
que el sobreviviente se vaya desprendiendo de su pasado, elaborando
su dolor y ligándose al medio social que lo ha acogido: La separación
del pasado es en el sentido de un Aufheben, palabra alemana que
alude al hecho de que el pasado no desaparece, pero sí es retomado
en una forma diferente que antaño. Se tiende a la aceptación del
hecho de que la historia del sujeto no puede ser cambiada, pero sí asu-
mida de una manera nueva que permita fundar sobre ella creatividad,
innovación.
En el siglo xxi hay millones de sujetos sin un lugar social; muchos
de ellos son acogidos por países receptores de migrantes, mientras
que otros son recibidos en campamentos en los que viven en forma
por demás precaria, sobreviven apenas, sin un futuro posible ni
un proyecto. Si bien esto representa un reto para la humanidad y un
cuestionamiento para el sistema neoliberal reinante, ello no quita que,
a la par que se buscan soluciones macrosociales, sería deseable que
se crearan suficientes nichos de acogida, espacios de psicoterapia
para sujetos que han sufrido maltrato, indiferencia, crueldad de sus
congéneres y sobrellevan numerosos síntomas y un intenso dolor que
les torna imposible liarse a la vida con algún montante de esperanza
y felicidad. Y, finalmente, sería también deseable propagar los testi-
monios de esas víctimas de violencia extrema, para convertirlos en un
re­cuerdo dramático, necesario en tanto nos remita a la necesidad de
trabajar en la búsqueda de salidas creativas para nuestra humanidad.

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3 tramas 41.indb 194 11/11/14 14:38


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Recibido el 28 de agosto de 2013


Aprobado el 28 de noviembre de 2013

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Derecho humano a la verdad.
El escrache como acto parrhesiástico

Antares Dudiuk*
Carolina Torres **

Resumen

El trabajo aborda el escrache como una de las nuevas formas de acción colecti-
va, que irrumpió en la década de 1990 en Argentina. La palabra proviene del
lunfardo, habla que originariamente empleaba, en la ciudad de Buenos Aires
y sus alrededores, la gente de “clase baja”. Se trataba de una protesta realizada
en los domicilios de los genocidas de la última dictadura cívico-militar; de una
“condena social” como respuesta a las “leyes de impunidad”. La agrupación
hijos se podría decir fue la “inventora” del escrache, con su lucha profundizó
y le dio contenido al “derecho humano a la verdad”, derecho fundamental
de toda la sociedad argentina –víctima de la dictadura– a conocer la verdad y
luchar por ella, más allá del riesgo y el peligro que este ejercicio implicara. Se
relaciona al escrache con la parrhesía de Michel Foulcault como acto verídico,
de decir verdad, de hablar franco, de “escupir” la verdad ante un Estado que
pretende ocultarla o ignorarla. En este sentido, la agrupación hijos se erigió
como la parrhesiasta por excelencia.

Palabras clave: escrache, Argentina, hijos, derecho a la verdad, parrhesía.

* Instituto de Derechos Humanos, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad


Nacional de La Plata; <antaresdudiuk@gmail.com>.
** Instituto de Derechos Humanos, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Univer-
sidad Nacional de La Plata; <carolinai@hotmail.com>.

TRAMAS 41 • UAM-X • MÉXICO • 2014 • PP. 197-223

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T E M Á T I C A

Abstract

This paper addresses the escrache (name originated in Argentina designating


a demonstration in which activists go to the homes or workplaces of those
who they want to condemn and publicly humiliate) as a new collective ac-
tion, a part of our present cultural repertoire that appears in Argentina in the
nineties. A “new social actor”: the hijos association, creators of the escrache,
drove this reaction to the negative impact provoked by the impunity laws.
hijos provided full meaning to the “Human Right to know the truth”, a
right the Argentinian society, victim of the last civic-military dictatorship
merits. The escrache is related to Foucault’s parrhesia as a veritable act to say
the truth, to speak frankly, to make the State face the truth, even if it tries
to hide or ignore the reality. This is done facing the dangers the exercise of
the parrhesia implies. In fact, in this context the hijos members appear as the
parrhesiasts par excellence.

Keywords: escrache, Argentine, hijos, the righitto the truth, parrhesía.

Introducción

Escrache es una palabra proveniente del lunfardo −habla que ori-


ginariamente empleaba, en la ciudad de Buenos Aires y sus alrede-
dores, la gente de “clase baja”− que según el diccionario de la Real
Academia Española (rae), significa: 1) Romper, destruir, aplastar
(tr. coloq. Arg. y Ur.). 2) Fotografiar a una persona (tr. coloq. Arg.
y Ur.).
También deriva del genovés scraccá que apunta a la acción de
expectorar o agredir a alguien, de lo cual se seguiría el sentido que
escrachar adopta en varias letras de tangos.
Los escraches como nueva forma de protesta irrumpieron en la
escena social de Argentina en la década de 1990, cuando también
aparece la agrupación hijos 1 como nuevo actor social.

1  La sigla significa: hijos por la identidad y la justicia contra el olvido y el silencio. Esta
agrupación está conformada centralmente por hijos de víctimas del terrorismo de Estado.

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D E R E C H O H U M A N O

Los escraches constituyeron protestas sociales que se generaron


como respuesta al Estado ante la impunidad de los crímenes come-
tidos durante la última dictadura cívico-militar en Argentina. Las
protestas se realizaban en los domicilios particulares o laborales de
los genocidas. Con estos actos se pretendía una “condena social” ya
que no existía condena legal por el Estado. Se buscaba visibilizar
a los victimarios. “La condena social” no era solamente el día del
escrache: comenzaba días antes “marcando la casa”, se hablaba con
los vecinos y continuaba días después del escrache, cuando tomaba
estado público que allí vivía un genocida, y se visibilizaba para toda
la sociedad.
Más allá de las múltiples visiones desde donde se puede analizar
esta nueva forma de acción colectiva,2 a nosotras nos interesa el análi-
sis de su visión como acto veraz (o verídico). Vemos al escrache como
forma de protesta social, ejercida por toda la sociedad como víctima
del terrorismo de Estado instalado por el autodenominado “proceso
de reorganización nacional”,3 como la petición de su derecho funda-
mental a conocer la verdad y luchar por ella, más allá del riesgo y el
peligro que este ejercicio implicara.
En este sentido, partimos del concepto de derechos humanos
elaborado por Herrera Flores:

Los derechos humanos en su integralidad (derechos humanos) y en su


inmanencia (trama de relaciones) pueden definirse como el conjunto
de procesos sociales, económicos, normativos, políticos y culturales que
abren y consolidan –desde el “reconocimiento” y la “transformación de

2  Al respecto, Maristella Svampa en su libro La sociedad excluyente, señala: “La con-


solidación de nuevas pautas de inclusión y exclusión social, en el marco de la puesta en
marcha de políticas neoliberales, tuvo una repercusión importante en el plano de la acción
colectiva. Así en América Latina durante la década de 1980 y la primera mitad de la de
1990, en contraste con el proceso de concentración creciente de la decisiones en las élites
de poder internacionalizado, los sistemas de acción colectiva pasaron por un momento de
inflexión –de crisis y debilitamiento-, visible en la fragmentación de las luchas, la focalización
en demandas puntuales, la presión local o la acción espontánea y semiorganizada (Calderón
y Dos Santos, 1995)” (Svampa, 2005:199).
3  Dictadura instalada en Argentina el 24 de marzo de 1976, que permaneció hasta diciem-
bre de 1983. Raúl Alfonsín, elegido por el voto popular, asumió el 10 de diciembre de 1983.

199

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T E M Á T I C A

poder” y la “mediación jurídica”– espacios de lucha por la particular


concepción de la dignidad humana (2000:27).

Entendemos este concepto de derechos humanos en virtud del


proceso social de lucha de los organismos de derechos humanos en
contra de la impunidad de las leyes del perdón.4 En el proceso de
lucha es justamente donde se enmarcan los escraches como nueva
forma de protesta y de ejercicio del derecho fundamental a la verdad.
Éste es un derecho humano ya reconocido por la jurisprudencia ar-
gentina como “el derecho al reconocimiento de aquellas víctimas y
toda la sociedad, de graves violaciones a los derechos humanos, como
los familiares de personas desaparecidas a conocer la verdad acerca de
las circunstancias de su desaparición y a obligar al Estado a buscar sus
cuerpos (Fallos de la Corte Suprema de Justicia, 1998).
Asimismo, el derecho a la verdad se consagra en la jurisprudencia
de la Corte Interamericana de derechos humanos en los siguientes
casos: “Panel Blanca” (Paniagua Morales y otros vs. Guatemala.
Sentencia de 8 de marzo de 1998), “Niños de la Calle” (Villagrán
Morales y otros vs. Guatemala. Sentencia de 19 de noviembre 1999),
“Velázquez Rodríguez vs. Honduras”. Sentencia de 26 de junio de
1987, entre otros. Y, luego, expresamente en la Convención Inter-
nacional para la protección de todas las personas contra las desapari-
ciones forzadas, que en su preámbulo refiere: “Afirmando el derecho
a conocer la verdad sobre las circunstancias de una desaparición
forzada y la suerte de la persona desaparecida, así como el respeto
del derecho a la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones
a este fin” (Asamblea General de las Nacional Unidas. Aprobado el
20 de diciembre de 2006).

4  Se llamó de este modo a las leyes de Obediencia debida y Punto final: En 1987 co-
menzaron las actuaciones judiciales contra oficiales del Cuerpo I de Ejército y de la Es­cuela
de Mecánica de la Armada (esma). Se produjeron entonces los alzamientos de los militares
carapintada (por la pintura de camuflaje que utilizaban los comandos del ejército). Bajo esa
presión, el gobierno de Alfonsín consiguió que el Congreso votara la Ley de Obediencia
Debida. Hubo todavía nuevos alzamientos militares porque a pesar de ella seguían todavía
bajo proceso un par de centenares de oficiales de las fuerzas armadas (Verbitsky, 2011:36).

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D E R E C H O H U M A N O

Etimología de escrachar

Esta palabra proveniene del habla o dialecto usado en sus orígenes


por las clases populares de la ciudad de Buenos Aires y otras localida-
des rioplatenses, conocida como “lunfardo”. Parte de sus vocablos y
locuciones se introdujeron posteriormente en la lengua popular y se
difundieron en el español de Argentina y Uruguay. Nos interesa resal-
tar la importancia de su origen y su etimología porque su elección no
es casual, muy por el contrario, su origen nos remite a su significado,
su identidad y pertenencia con nuestra sociedad.
El escritor y periodista argentino Roberto Arlt, en alusión a las
críticas literarias de escritores de la época al lunfardo en pos de la
academia y las gramáticas, dijo: “que considera que los pueblos como
el nuestro que están en continua evolución inventan palabras para
expresar ideas nuevas y cambiantes” (2010:222).
El significado de “fotografiar” –naturalmente derivado de “escra-
cho” o “escrachador: fotógrafo” y “escrachería: taller fotográfico”– no
es el que más nos interesa, aunque alguna vez pudo tener cierta uti-
lidad, especialmente literaria.
La acepción que elegimos, y con la que se emplea popularmente
desde hace más de un siglo, es la que apareció en el diario Crítica del
24 de noviembre de 1913 en el Novísimo Diccionario Lunfardo, que
se publicó durante un par de años y que firmaba, con nombre de
fantasía, Rubén Fastrás, como: “romperle la cara a castañazos a una
persona; irla de contundencia hasta el punto de dejarlo desconoci-
do a una grela o a un bacán también”. Y cita, como ejemplo: “Y la
tuve que escrachar / Para hacer que se callara” (Gobello y Stilman,
1964:105). La frase nos demuestra que la voz ya era conocida para
esa época con la idea de “golpe”.
Encontramos en el diccionario Le Robert cracher: Projeter de la
salive, des mucosités de la bouche (V. intr. 1).5
La acepción deriva del genovés scraccá que apunta a la acción
de expectorar o agredir a alguien, de lo cual se seguiría el sentido
que “escrachar” adopta en varias letras de tango. En ese sentido, la

5  Dictionnaires Le Robert, 2006.

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T E M Á T I C A

encontramos en la lectura de los tangos o el sainete, cuyas expre-


siones culturales fueron forjando una identidad cultural propia,
rioplatense.6

El escrache como nueva forma de protesta

Contexto social. Crisis de la década de 1990 en Argentina

La década de 1990 se presentan con la instauración, en Argentina, de


un modelo neoliberal y, en el contexto internacional,7 de una crisis
caracterizada por el fin de las ideologías y una apatía generalizada.
En Argentina, como en toda la región, este escenario tuvo su
repercusión: una crisis en las formas de protesta social, de acción
colectiva.
Esta crisis se vio a su vez nutrida en las organizaciones o movi-
mientos sociales por varias medidas del sector político, así como de
los órganos que las dirigían, por sus alianzas con el gobierno neoli-
beral del momento.
En el caso de las organizaciones de derechos humanos, su accio-
nar y su lucha se vieron replegados por el duro golpe sufrido por las
amnistías e indultos8 otorgados a algunos responsables de la última
6  En los siguientes tangos: “Viva el Tango” de Ferrer y Garello, “Pinta Brava”, letra de
Mario Batistella; “El Chamuyo” letra de Yacaré y música de Edmundo Rivero; “La Señora
de Chalet” letra de José Pagano y música de Edmundo Romero. Y “La milonga dirá”, poema
lunfardo de José María Otero.
7  Se toma como fecha la caída del Muro de Berlín en 1989, que durante 28 años dividió
a Berlín Occidental de la República Democrática Alemana (rda). Su eliminación significó
el fin del régimen de la rda y de los regímenes comunistas en Europa Oriental.
8  La Ley de Punto Final extinguía la acción penal respecto de toda persona por su
presunta participación en los crímenes cometidos durante la dictadura. La Ley 23.521
establecía que, quienes revistaban –como oficiales jefes, oficiales subalternos, suboficiales y
personal de tropa de las Fuerzas Armadas, de seguridad, policiales y penitenciarias– no eran
responsables de los hechos punibles referidos en el art. 10, punto uno, de la Ley 23.049 por
haber obrado en virtud de obediencia debida. Con el cambio de gobierno en la República
argentina, el nuevo presidente, Carlos Saúl Menem, a finales de 1989 y a principios de 1990,
dictó diferentes decretos de indulto que supusieron el final de todas las causas penales que
estaban tramitándose en aquel momento.

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dictadura cívico-militar, que habían sido condenados en el Juicio a


las Juntas (Causa 13).9
De este modo, los diferentes actores sociales verían replegadas
sus formas de acción y de protesta ante el avance de un modelo neo-
liberal que se presentaría como único e incuestionable. Se impuso,
en el discurso, la idea del Estado corrupto, mal administrador y un
monstruo incontrolable al que inevitablemente había que quitarle
participación e intervención y limitarlo a ser sólo un órgano de
gestión, devolviéndole al mercado la regulación libre de la oferta y
demanda de servicios. A ello siguió la implementación del proceso
privatizador de las empresas estatales, de los recursos naturales, y se
llegó incluso a traspasar a empresas privadas los fondos jubilatorios.
Lo anterior fue acompañado con un proceso de ajuste del gasto pú-
blico, de políticas de flexibilización laboral y de criminalización de la
protesta social, pero con una “economía estable”, en paridad con el
dólar. La economía era la piedra angular salvadora de las realidades
que se presentaban y, por el contrario, las ideologías (la participación
activa, la militancia social) eran consideradas de una época ya pasada.
La situación regional e internacional contribuía a estas ideas,
junto con el derrocamiento del bloque socialista soviético y la con-
centración de un solo poder central, en el cual Estados Unidos era
el actor principal.
La situación sociopolítica general conllevó al descreimiento, la
apatía política, ante un futuro que se presentaba como predetermi-
nado, con imposibilidad de cambios profundos.

Nuevas formas de protesta

Estas crisis en las formas de acción colectivas conocidas y aprendidas


hasta ese momento, las derrotas sufridas en el campo popular, origi-
9  El Juicio a las Juntas (conocido también como Causa 13) fue el proceso judicial ­llevado
a cabo por la justicia civil (por oposición a la justicia militar) en Argentina, en 1985, por
orden del presidente Raúl Ricardo Alfonsín (1983-1989) contra las tres primeras juntas
militares de la dictadura (1976-1983) debido a las graves y masivas violaciones de derechos
humanos cometidas en ese periodo. La sentencia condenó a algunos integrantes de las tres
primeras juntas militares a severas penas.

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naron en Argentina, así como en el resto de la región y en el mundo,


nuevas formas de protesta social,10 nuevos actores sociales y distintas
formas de participación y resistencia a las políticas neoliberales es-
tatales, en oposición a lo que pregonaban los portavoces del poder
instalado, las ideologías dominantes e intelectuales de la época. En
este sentido, seguimos a Javier Auyero cuando expresa

la forma de la protesta tiene que ver con procesos políticos y con formas
de reclamo aprendidas en repetidos enfrentamientos con el Estado y
con su relativo éxito o fracaso. Las maneras en que la gente formula sus
reclamos tienen que ver entonces con la política y con la cultura de la
acción colectiva (2002:14).

Auyero retoma a Tilly, en cuanto ha estudiado la relación entre


cambio social de gran escala y el carácter de la acción colectiva, y
expresa:

Las instituciones democráticas duraderas surgen de luchas repetidas de


largo plazo, en las que trabajadores, campesinos y otra gente común han
estado involucrados [...] las revoluciones, rebeliones, y movilizaciones
de masas marcan una diferencia significativa entre un país y otro con
respecto al alcance de la democracia (2002:15).

En Argentina se presentan nuevos repertorios, que irrumpen en


el escenario social como formas de protesta, de acción colectiva, un
cúmulo de rutinas aprehendidas y compartidas mediante las cuales
los diferentes grupos sociales formulan sus reclamos. Dentro de estas
nuevas formas de protesta social encontramos los movimientos de
matriz sindical, organizaciones relacionadas con la defensa de los
derechos cívicos, movimientos de matriz territorial ligados a nuevas
formas de autoorganización barrial o a la lucha por la tierra y la de-

10  “A partir de 2001 el uso de la ‘categoría de protesta social’ desbordó el campo


académico para pasar a constituir una suerte de concepto común, periodístico y político.
En este sentido, es necesario aclarar que la noción de protesta aparece definida en el marco
del paradigma de la interacción estratégica en función de dos rasgos mayores: el carácter
contencioso de la acción y su visibilidad pública” (Svampa, 2005:318).

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fensa del hábitat, las organizaciones piqueteras11 y de desocupados


y también organizaciones de derechos humanos. En este contexto,
aparece un nuevo actor: la agrupación hijos.

El escrache

Es en esta situación social donde emergen los escraches como nueva


forma de protesta social, de acción colectiva, pero también como
“decir veraz”, como acto verídico en contraposición a la negación de
la verdad por los órganos judiciales encargados de su investigación,
y la agrupación hijos como nuevo ethos militante.
Luego de los indultos, se produce una fuerte afectación en el seno
de las organizaciones de derechos humanos, lo que provoca el des-
plazamiento hacia la búsqueda de una condena social y hacia la
reconstrucción de la memoria colectiva acerca del significado y las
consecuencias del terrorismo de Estado. La falta de condena judicial
acentuó la necesidad de profundizar la disputa en el terreno cultural.
En este contexto, en Argentina, con la agrupación hijos aparecen los
escraches como acción directa, de modo tal que se puede afirmar que
hijos fue quien instaló esta práctica. Claramente, la necesidad de esta
agrupación pasaba, en ese entonces, por denunciar la impunidad ins-
titucional: la votación del Poder Legislativo de las leyes de Obediencia
Debida y Punto Final y los decretos presidenciales del indulto.
En diciembre de 1996 se produjo el primer escrache: un grupo de
aproximadamente 35 personas apareció en un sanatorio privado de la
ciudad de Buenos Aires para denunciar que allí trabajaba un médico
involucrado en violaciones a los derechos humanos (Jorge Luis Mag-
nacco) acusado de presenciar sesiones de tortura, asistir a mujeres en
sus partos en un centro clandestino de detención y denunciado por
apropiaciones de bebés.

11 Título que no derivó de su condición social (desempleados) o de sus demandas,


sino de su acción misma. Así fueron llamados y ese nombre asumieron para sí. Fueron lo
que hicieron. Su identidad social (desempleados) se transformó por fuerza de su identidad
política (piqueteros) (Schuster, 2005:52).

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Más adelante, se definiría el repudio a Magnacco como “el pri-


mer escrache”. Es importante destacar que la identificación de este
repudio como un escrache fue una resignificación posterior, ya que
en ese momento ni los propios integrantes de hijos ni los medios de
comunicación lo definieron de ese modo.
Podemos decir, entonces, que el escrache argentino fue “inven-
tado” por hijos. Eso contribuyó a la revitalización de la lucha por
los derechos humanos en esa adversa situación, al evidenciar públi-
camente la impunidad de los genocidas y al apuntar a generar una
condena social ante la falta de cualquier tipo de condena legal.
En el recorrido histórico que nos hemos propuesto con relación
a los escraches advertimos algunos aportes de ong vinculadas con el
arte y la política o, como algunos denominan, “arte activista”.
El grupo Etcétera aportó a los escraches sus performances con
estilo “grotesco”: con grandes muñecos, máscaras o disfraces. Re-
presentaba en la puerta de la vivienda o del lugar de trabajo del ex
genocida, en medio de la movilización con la que concluía cada
escrache, escenas de tortura, genocidas en el acto de apropiarse de
un bebé, hijo de una prisionera o un militar limpiando sus culpas al
confesarse con un cura.
Tanto los carteles del gac12 como las creaciones artísticas de Etcé-
tera proporcionaron una indiscutible identidad y visibilidad social a
los escraches, y contribuyeron a que se evidenciaran como una nueva
y contundente forma de protesta contra la impunidad instalada en
ese entonces.
A diferencia de las rondas que todos los jueves realizan las Ma-
dres13 en torno de la pirámide de la Plaza de Mayo, los escraches

12  Es Grupo de Arte Callejero, por eso su nombre. Desde su formación, en 1997, el
gac realizó trabajos en conjunto con diversas agrupaciones como la Mesa de Escrache Po-
pular, hijos, Madres de Plaza de Mayo línea fundadora, Serpaj (Servicio de Paz y Justicia),
colectivos de arte y organismos de derechos humanos, Correpi (Coordinadora contra la
Represión Policial e Institucional), familiares de los asesinados el 20 de diciembre, varios
mtd (Movimiento de Trabajadores Desocupados), delegados de Metrovías, Argentina arde,
Cine Ambulante, entre muchos otros.
13  Todos los jueves, desde 1977, las madres de personas desaparecidas durante la última
dictadura realizan una caminata silenciosa pidiendo la aparición de sus hijos/as en torno de

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constituían una práctica dispersa; podían ocurrir de improviso en


cualquier parte del país: “A dónde vayan los iremos a buscar”14 se co-
reaba en las protestas. Al mismo tiempo, si las estrategias simbólicas
de las Madres de Plaza de Mayo habían apuntado a dar visibilidad
a las víctimas de la dictadura, hijos buscaba evidenciar la existencia
de victimarios, intentaba expandir la condena social ante la evidente
impunidad (“Si no hay justicia, hay escrache” era la consigna).
Las características y las formas de organizar los escraches fueron
variando con el tiempo, pero la estructura básica de la protesta tendía
a repetirse. Una vez que hijos decidía el nombre de la persona que
iban a escrachar, buscaba y corroboraba sus datos básicos. Luego,
mandaba imprimir volantes y afiches con toda esa información y la
convocatoria para el día del escrache. Ese material era distribuido
fundamentalmente en el barrio y en distintos lugares de la ciudad,
como, por ejemplo, en aquellos colegios y facultades más compro-
metidos con los derechos humanos. Llegado el día, todas las personas
convocadas se encontraban en un lugar cercano, desplegaban sus
banderas y cuando reunían una cierta cantidad de personas, marcha-
ban todas juntas por las calles del barrio, entonando canciones contra
el genocida o las fuerzas de seguridad. Cuando llegaban a la casa del
acusado, realizaban una parodia o representación teatral, leían un
breve discurso y luego marcaban el domicilio con pintura. La can-
tidad de manifestantes era muy variable y podía oscilar entre 300 y
2 000 personas, según el escrache. La gran mayoría de los concurren-
tes eran jóvenes, a excepción de unos pocos antiguos “militantes”.15
Por la población movilizada, tanto como por la forma de organizarlos
y por los recursos utilizados, los escraches tenían una clara impronta
generacional, pues eran un producto típicamente juvenil.
Los escraches consiguieron explotar y desarrollar mucho más la
potencialidad que tenía el movimiento de derechos humanos en

la pirámide de la Plaza de Mayo, punto nodal de la ciudad alrededor del que se concentran
los edificios que condensan el poder simbólico, político, religioso y económico de la nación.
14  Cántico que instalaron siempre los organismos de derechos humanos en Argentina,
en todas las marchas, y luego escraches, cuando de genocidas se hablaba.
15  Palabra utilizada en Argentina para hacer referencia a aquellas personas defensoras de
una ideología o pertenecientes a un grupo, movimiento social o partido político.

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Argentina (que había recurrido tradicionalmente a la utilización


de fotografías o de imágenes como forma de expresar sentimientos
que difícilmente se podían expresar en palabras). En ese sentido,
una práctica frecuente durante las marchas era la reapropiación de
símbolos o elementos que formaban parte del paisaje urbano y re-
significarlos con un contenido vinculado al escrache. Por ejemplo, a
medida que los manifestantes se acercaban al domicilio del genocida
aprovechaban para colgar carteles que imitaban el formato y la esté-
tica de las señales de tránsito oficiales, pero con dibujos o leyendas
alusivas que advertían “Cuidado: a 300 m asesino suelto”, con el
nombre y dirección de la persona escrachada.
Una cuestión para destacar es que el escrache terminaba convir-
tiéndose en un “evento festivo”. Había murgas,16 personas disfrazadas
y muñecos construidos especialmente para ese suceso que representa-
ban al genocida. Durante los escraches también se realizaban pequeñas
obras teatrales, en las que se satirizaba a la persona del genocida o a
las fuerzas de seguridad. Este clima que venimos describiendo no
era casual, sino promovido por los organizadores de la protesta, que
buscaban de ese modo alejar el fantasma del dolor y la tristeza. Desde
su formación, hijos cuestionó la recuperación que se hacía de los des-
aparecidos únicamente por el lugar del sufrimiento y del dolor. Aun
sin dejar de admitir que sus historias tenían un componente ineludible
de dolor, desgarros y ausencias, hijos no quería que esos elementos se
convirtieran en el rasgo distintivo de sus prácticas.
Los escraches empezaron a formalizarse con mayor planificación
y regularidad en 1998. Es allí cuando tienen el mayor efecto sobre
la sociedad, porque consiguen una amplia repercusión pública. Fue
ese año cuando los principales diarios y revistas del país comenza-
ron a publicar notas y editoriales sobre “el escrache”. Incluso, los
informativos les dedicaron mayor importancia y también llegaron a
transmitirlos en vivo. La popularidad de los escraches fue más allá de
las fronteras argentinas, la propia modalidad del escrache comenzó a

16  Género artístico rioplatense que combina música y teatro. Dicha denominación
también se aplica a las agrupaciones que desarrollan este tipo de manifestación artística, que
es muy frecuente en tiempos de carnaval y en otras festividades.

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ser utilizada por el movimiento de derechos humanos de países veci-


nos como Uruguay y Chile. Periodistas extranjeros se interesaron en
realizar notas y documentales sobre el tema.
Los escraches fueron modificándose con el paso del tiempo, según
el contexto político y las necesidades o intereses de la agrupación. El
primer objetivo que tuvo el escrache fue dar a conocer cuáles eran los
rostros de los genocidas, dejarlos expuestos públicamente frente a sus
vecinos, ya que si bien habían tenido una participación directa en la
dictadura, no eran conocidos por toda la sociedad.

El trabajo en el barrio que realizaban los “escrachadores” no terminaba


en el hecho de “marcar la casa”. Se preparaban, días previos al escrache,
cuando “los militantes” iban a hablar con los vecinos, les contaban quién
era el genocida que vivía en ese lugar, su historia, etc. Luego realizaban
“la marca de la casa del genocida”. Pero el escrache no terminaba allí, ya
que al día siguiente el escrache continuaba, porque, como dicen ellos,
“el panadero no les vende el pan, el diariero le niega el diario y el vecino
no lo saluda. Ése es el verdadero escrache” (Bonaldi, 2006:24).

En un primer momento, entonces, los escraches estuvieron a car-


go de hijos, pero inmediatamente, agrupaciones, colectivos de arte y
otras personas individualmente comenzaron a unirse para colaborar
en esta nueva idea de protesta social.

Derecho humano a la verdad

Resulta interesante destacar el análisis que se realiza en el libro gac


acerca de la memoria:

Una memoria de alguna manera es una visión del mundo social e his-
tórico, por ese motivo no existe “la memoria”, sino las memorias, las
visiones, las selecciones, los olvidos, los recuerdos optados al paso del
tiempo y las construcciones colectivas de esos hechos pasados. Por esta
complejidad, las memorias no son meros recuerdos, sino construcciones
de individuo-sociedad en relación dinámica y conjunta enmarcadas en

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un momento histórico-social. Las memorias evocan disputas de sentido,


valor, poder, etc.: abandonando la falsa idea de una “memoria completa”
(2009:55).

Las memorias son múltiples como los distintos sujetos que inte-
gran la sociedad misma. Según Michel Foucault no existen relaciones
de poder sin resistencias; la resistencia existe porque está allí donde
el poder está, es pues, como él, múltiple e integrable. En la Mesa
de Escrache construir resistencias es una respuesta en oposición a la
trascendencia de las organizaciones sociales, es decir “basta”. Con
el proceso del escrache se intenta un camino de poder como verbo,
del poder-hacer como poder relacionarse, poder reconocerse en las
diferencias y similitudes, poder construir colectivamente. “En este
proceso de construir colectivamente la memoria no es un rompecabe-
zas donde sus piezas forman una única imagen […] sino que hay que
sumar las voces para ir armando, en lugar de un puzzle en que cada
pieza tiene un solo lugar, una especie de caleidoscopio que reconoce
distintas figuras posibles” (Calveiro, 2005:19). Se crean de este modo
prácticas políticas mediante la alegría, lo festivo y la reflexión.
Michel Foucault afirma que la verdad no queda ajena a la cues-
tión del poder; la verdad se produce a partir de múltiples relaciones
y luchas por el poder, disputas, agonísticas constantes que conllevan
efectos en los individuos, en las instituciones, y por supuesto en el
amplio dominio del saber. Cada sociedad construye su régimen de
verdad, su “política general de la verdad”; lo que equivale a decir
que cada sociedad produce históricamente los rituales y mecanis-
mos que permiten aceptar lo verdadero y rechazar lo falso. La ver-
dad, por lo tanto, no se encuentra fuera del poder ni carece de efectos
de poder. De esta manera, el planteamiento de la verdad conduce a
la política.
La verdad, como derecho humano fundamental, también ha te-
nido desarrollo en el sistema interamericano y en el derecho interno.
La jurisprudencia de la Corte Interamericana y la Comisión
Interamericana tienen un amplio desarrollo del concepto y alcance
del derecho a la verdad. Inicialmente, la Comisión consideró que
se trata del derecho de las familias a conocer qué sucedió con sus

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seres queridos, derivado de la obligación que tienen los Estados de


brindar a las víctimas o sus familiares un recurso sencillo y rápido
que los amparara contra violaciones de sus derechos fundamentales,
conforme al artículo 25 de la Convención Americana sobre derechos
humanos:

Art. 25: 1. Toda persona tiene derecho a un recurso sencillo y rápido o


a cualquier otro recurso efectivo ante los jueces o tribunales competen-
tes, que la ampare contra actos que violen sus derechos fundamentales
reconocidos por la Constitución, la ley o la presente Convención, aun
cuando tal violación sea cometida por personas que actúen en ejercicio
de sus funciones oficiales.
2. Los Estados Partes se comprometen: a) a garantizar que la autori-
dad competente prevista por el sistema legal del Estado decidirá sobre los
derechos de toda persona que interponga tal recurso; b) a desarrollar las
posibilidades de recurso judicial, y c) a garantizar el cumplimiento, por
las autoridades competentes, de toda decisión en que se haya estimado
procedente el recurso.

La interpretación de este derecho ha evolucionado. Actualmente


es considerado como un derecho que pertenece a las víctimas y sus
familiares y también a la sociedad en general. Conforme a esta con-
cepción, el derecho a la verdad se basa no sólo en el artículo 25, sino
también en los artículos 1(1), 8 y 13 de la Convención:

Art. 1: 1. Los Estados Partes en esta Convención se comprometen a


respetar los derechos y libertades reconocidos en ella y a garantizar su
libre y pleno ejercicio a toda persona que esté sujeta a su jurisdicción, sin
discriminación alguna por motivos de raza, color, sexo, idioma, religión,
opiniones políticas o de cualquier otra índole, origen nacional o social,
posición económica, nacimiento o cualquier otra condición social.
Art. 8: 1. Toda persona tiene derecho a ser oída, con las debidas
garantías y dentro de un plazo razonable, por un juez o tribunal com-
petente, independiente e imparcial, establecido con anterioridad por la
ley, en la sustanciación de cualquier acusación penal formulada contra
ella, o para la determinación de sus derechos y obligaciones de orden
civil, laboral, fiscal o de cualquier otro carácter.

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2. Toda persona inculpada de delito tiene derecho a que se presuma su


inocencia mientras no se establezca legalmente su culpabilidad. Durante
el proceso, toda persona tiene derecho, en plena igualdad, a las siguientes
garantías mínimas: a) derecho del inculpado de ser asistido gratuitamente
por el traductor o intérprete, si no comprende o no habla el idioma del
juzgado o tribunal; b) comunicación previa y detallada al inculpado de
la acusación formulada; c) concesión al inculpado del tiempo y de los
medios adecuados para la preparación de su defensa; d) derecho del in-
culpado de defenderse personalmente o de ser asistido por un defensor
de su elección y de comunicarse libre y privadamente con su defensor;
e) derecho irrenunciable de ser asistido por un defensor proporcionado
por el Estado, remunerado o no según la legislación interna, si el incul-
pado no se defendiere por sí mismo ni nombrare defensor dentro del
plazo establecido por la ley; f ) derecho de la defensa de interrogar a los
testigos presentes en el tribunal y de obtener la comparecencia, como testi-
gos o peritos, de otras personas que puedan arrojar luz sobre los hechos;
g) derecho a no ser obligado a declarar contra sí mismo ni a declararse
culpable, y h) derecho de recurrir del fallo ante juez o tribunal superior.
3. La confesión del inculpado solamente es válida si es hecha sin
coacción de ninguna naturaleza.
4. El inculpado absuelto por una sentencia firme no podrá ser so-
metido a nuevo juicio por los mismos hechos.
5. El proceso penal debe ser público, salvo en lo que sea necesario
para preservar los intereses de la justicia.
Art. 13: 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento
y de expresión. Este derecho comprende la libertad de buscar, recibir y
difundir informaciones e ideas de toda índole, sin consideración de
fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o artística,
o por cualquier otro procedimiento de su elección.
2. El ejercicio del derecho previsto en el inciso precedente no pue-
de estar sujeto a previa censura sino a responsabilidades ulteriores, las
que deben estar expresamente fijadas por la ley y ser necesarias para
asegurar: a) el respeto a los derechos o a la reputación de los demás, o
b) la protección de la seguridad nacional, el orden público o la salud o la
moral públicas.
3. No se puede restringir el derecho de expresión por vías o medios
indirectos, tales como el abuso de controles oficiales o particulares de pa-

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pel para periódicos, de frecuencias radioeléctricas, o de enseres y aparatos


usados en la difusión de información o por cualesquiera otros medios enca-
minados a impedir la comunicación y la circulación de ideas y opiniones.
4. Los espectáculos públicos pueden ser sometidos por la ley a
censura previa con el exclusivo objeto de regular el acceso a ellos para
la protección moral de la infancia y la adolescencia, sin perjuicio de lo
establecido en el inciso 2.
5. Estará prohibida por la ley toda propaganda en favor de la gue-
rra y toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituyan
incitaciones a la violencia o cualquier otra acción ilegal similar contra
cualquier persona o grupo de personas, por ningún motivo, inclusive
los de raza, color, religión, idioma u origen nacional.

En ese sentido, la Comisión manifestó que cuando se dictan am-


nistías, los Estados deben adoptar las medidas necesarias para estable-
cer los hechos e identificar a los responsables. La Comisión también
señaló que “toda sociedad tiene el derecho inalienable de conocer la
verdad de lo ocurrido, así como las razones y circunstancias en las
que aberrantes delitos llegaron a cometerse, a fin de evitar que esos
hechos vuelvan a ocurrir en el futuro”.17
La Comisión comprobó una violación del artículo 13 respecto
del derecho a la verdad en un caso, en 1999, en El Salvador. En él,
al constatar que se había violado el derecho a la verdad, señaló que
el Estado tiene el deber de brindar a los familiares de las víctimas y a
la sociedad en general información acerca de las circunstancias que
rodearon las violaciones graves de los derechos humanos y acerca de
la identidad de sus perpetradores, y afirma, asimismo, que este de-
recho emana de los artículos 1(1), 8(1), 25 y 13. Por primera vez en
este tipo de casos, la Comisión manifestó expresamente que el Estado
había violado el artículo 13, y señaló que la Convención Americana
protege el derecho a acceder y recibir información en su artículo
13. La cuestión del derecho a la verdad se suscitó ulteriormente en
otros casos considerados por la Corte Interamericana de derechos
humanos.
17  Informe Anual 2002 de la Relatoría Especial para la libertad de Expresión, párrafos
41 y 42.

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En el Caso de los “Niños de la calle”,18 párrafo 204, la Comisión


consideró al aludir a la violación del artículo 1.1, que “como resul-
tado de las fallas del procedimiento judicial interno, a las familias
de las víctimas se les negó su derecho a conocer y comprender la
verdad y los derechos que trataban de reivindicar a través de los
tribunales”. También, y en el mismo lineamiento, en el Caso Pania-
gua Morales,19 párrafo 200, expresa que este Tribunal ha abundado
en reiteradas ocasiones el derecho que asiste a los familiares de las
víctimas de conocer qué sucedió, y de saber quiénes fueron los
agentes del Estado responsables de tales hechos. Como ha señalado
esta Corte, “la investigación de los hechos y la sanción de las perso-
nas responsables [...] es una obligación que corresponde al Estado
siempre que haya ocurrido una violación de los derechos humanos
y esa obligación debe ser cumplida seriamente y no como una mera
formalidad”.
Luego de analizar brevemente el derecho a la verdad en el contexto
internacional, nos interesa detenernos en el derecho a la verdad exi-
gido por la sociedad civil a través de los “juicios por la verdad” y del
“escrache”.
La característica distintiva de los denominados juicios por la
verdad histórica radica en que no podían condenar penalmente a los
responsables del genocidio en nuestro país. El proceso judicial tenía
como único objetivo hallar el destino de los desaparecidos, recuperar
los cuerpos y la verdad histórica. Vale aclarar que por aquellos años
tenían plena vigencia “las leyes de impunidad”.
En 1998 se da uno de los primeros pasos en aras de reactivar las
causas paralizadas: se trata la primera causa que llega a la Comisión
Interamericana sobre derechos humanos (cidh) caratulada “aguiar
de lapaco c/ Estado Argentino- Solución Amistosa”. Es utilizando
esta causa que la cidh pronuncia el fallo que obliga al Estado argen-
tino a reabrir las causas con el único objeto de determinar cuál fue
la verdad histórica y el destino final de los desaparecidos. Este fallo
permitió trabajar con estos fines a muchas cámaras federales del país,

18  Caso de los “Niños de la calle” (Villagrán Morales y otros) vs. Guatemala, cidh.
19  Caso de la “Panel Blanca” (Paniagua Morales y otros) vs. Guatemala, cidh.

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a sabiendas de que no se condenaría a ningún militar, ya que sólo se


buscaba el destino de los desaparecidos.
En 2003, el Congreso de la nación sancionó la Ley núm. 25.779,
que anula las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. El 14 de
junio de 2005, la Corte Suprema de Justicia de la Nación en un his-
tórico fallo declara la inconstitucionalidad de la ley 23.492 20 y de la
ley 23.52121 y a su vez declara la validez de la ley 25.779 (sancionada
en el Congreso en 2003) que las anula.

Derecho a la verdad. El escrache como acto verídico

Analizaremos los escraches como nueva forma de protesta social


fundamentada en el derecho a la verdad, para relacionarlo con el
concepto de parrhesía de Foucault.
Desarrollaremos el análisis del escrache a partir de las clases del 12
de enero de 1983 que dictó Michel Foucault en el College de France
y que se receptan en su libro El gobierno de sí y de los otros, como
mecanismo de acción, de decir verdad, de hablar franco, de escupir
la verdad ante un Estado que pretende ocultarla e ignorarla.
Foucault conceptualiza la parrhesía, palabra griega, como “decirlo
todo”, pero más ajustado, dice, “hablar franco”. Es una virtud, un
deber, una técnica, un procedimiento. En ese sentido expresa:

Esta noción de parrhesía, que era importante en las prácticas de la direc-


ción de conciencia […] era una noción rica, ambigua, difícil en cuanto
designaba en particular una virtud, una cualidad (hay gente que tiene
la parrhesía y otra que no la tiene); también es un deber (es preciso,
sobre todo en una serie de casos y situaciones, dar muestras concretas
de parrhesía); y para terminar es una técnica un procedimiento: hay
personas que saben valerse de la parrhesía y otras que no saben hacerlo
(Foucault, 2009:59).

20  Ley de Punto Final.


21  Ley de Obediencia Debida.

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Los parrhesiastas son las personas que llevan a cabo el escrache


como actor colectivo, serían quienes utilizan la parrhesía, los hombres
verídicos, esto es, quienes tienen el coraje de arriesgar decir veraz,
y que arriesgan ese decir veraz en un pacto consigo mismos, en su
carácter, justamente de enunciadores de la verdad. Este actor colec-
tivo, la agrupación hijos y las agrupaciones de arte activista que los
acompañaron y todos los que estuvieron en los escraches, es el –dicho
por Foucault– “verídico”.
Luego de la desaparición de Jorge Julio López,22 el escrache como
acontecimiento verídico o parrhesiático, adquiere más que nunca
esta característica que menciona Foucault en el sentido de que “los
parrhesiastas son aquellos que, en última instancia, aceptan morir
por haber dicho la verdad. O, más exactamente, son aquellos que
se proponen decir la verdad a un precio no determinado, que puede
llegar hasta su propia muerte […] ahí está, me parece, el nudo de la
parrhesía” (2009:75).
El parrhesiasta será quien diga la verdad y, por consiguiente, se
diferencie de todo lo que pueda ser mentira y adulación: “es una
manera de decir la verdad”.
Cabe decir que los “escrachadores” podrían ser asimilados a los
“parrhesiastas” de los que habla Foucault. Son quienes dicen la verdad.
Claramente la necesidad de hijos era, en ese entonces, denunciar la
impunidad institucional: la votación del poder legislativo de las leyes
de Obediencia Debida y Punto Final y los decretos presidenciales del
indulto. En ese sentido, el escrache contribuyó a la revitalización de
la lucha por los derechos humanos en aquella adversa situación, al
evidenciar públicamente la impunidad de los genocidas y apuntar a
generar condena social ante la falta de cualquier atisbo de condena
legal. hijos necesitaba “hablar franco”, “decir verdad”.
Partiendo del concepto que hemos elegido, parrhesía,

22  Jorge Julio López es un albañil y ex militante de una unidad básica peronista barrial, y
desde 1985 afiliado al Partido Socialista de La Plata. Desapareció en octubre de 1976 hasta junio
de 1979, durante la última dictadura argentina. Por segunda vez, desapareció el 18 de septiem-
bre de 2006, el día en que se realizaron los alegatos de la querella en la Causa que como víctima
fuera testigo (durante la presidencia de Néstor Kirchner habiéndose derogado las leyes de Obe-
diencia Debida y Punto Final). Hasta la fecha, Jorge Julio López se encuentra desaparecido.

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las maneras de decir verdad se analizan o bien por la estructura misma del
discurso o bien por la finalidad de éste, o bien, si se quiere, por los efectos
que esa finalidad acarrea sobre la estructura y con ellos los discursos se
analizan según su estrategia. Las diferentes maneras de decir la verdad
pueden aparecer como tantas otras formas, sea de una estrategia de la
demostración, sea de una estrategia de la persuasión, sea de una estrategia
de la enseñanza, sea, por fin de una estrategia de la discusión. ¿Forma
parte la parrhesía de una de esas de estrategias (Fou­cault, 2009:70).

Luego, prosigue “la parrhesía no participa de una estrategia de


demostración, no es una manera de demostrar [...] aunque puede en
efecto utilizar elementos de la demostración [...] Pero no la definirán
ni la demostración ni la estructura racional del discurso” (Foucault,
2009:70-71).
Retomando el análisis, el escrache no es solamente una estrategia
de demostración; de hecho, utiliza elementos de demostración, pero
el objetivo es gritar, decir verdad.
Cuando Foucault analiza si la parrhesía es una estrategia de la
persuasión o si forma parte del arte de la retórica, si bien ambas se
suelen aproximar, interferir y entrelazar, la diferencia para definirla
como elemento que no participa de la retórica, es que

la parrhesía se define fundamental, esencial y primordialmente como


el decir veraz, mientras que la retórica es una manera, un arte o una
técnica de disponer los elementos del discurso con el fin de persuadir.
Pero que ese discurso diga o no la verdad no es esencial para la retórica.
No hay una forma retórica específica de la parrhesía. Y, en especial, su
finalidad no consiste tanto en persuadir, no se trata forzosamente de
persuadir (2009:71).

El primer objetivo que tuvo el escrache fue dar a conocer cuáles


eran los rostros de los genocidas, dejarlos expuestos públicamente
frente a sus vecinos, ya que si bien habían tenido una participación
directa en la dictadura, no eran conocidos por toda la sociedad. Los
“escrachadores” no tenían necesidad de persuadir, sólo de gritar la
verdad; por el contrario, los que recurrían a la retórica y al arte de

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la persuasión eran los representantes del gobierno que buscaban


legitimar sus decisiones políticas utilizando justificaciones como
“reconciliación nacional”, “paz social”, cerrando las venas abiertas a
través de las leyes de impunidad.
El escrache tampoco tiene como finalidad o estrategia enseñar sino,
como bien dice Foucault cuando habla del parrhesiasta, el escrachador
sólo arroja la verdad sobre la cabeza de aquel con el cual dialoga.
No es pedagogía, porque en la parrhesía (al contrario de ella)
quien dice la verdad la arroja a la cara de su interlocutor, una verdad
tan violenta, tan abrupta, dicha de una manera tan tajante y defini-
tiva que el otro no puede más que callarse, sofocarse de furia. Y es en
ese sentido que los genocidas se enfurecían, revestían sus casas de un
líquido que no permitía manchar la pared para que las pintadas de
los “escrachadores”, luego del escrache, se pudieran borrar.
En los escraches no se busca discutir. No hay nada que discutir,
justamente, porque la verdad resulta palmaria, y eso es lo que eviden-
cian los “escrachadores”: poner el cuerpo y la vida por “decir verdad”.
Como ya dijimos, había un riesgo que en el escrache y en los
actores sociales que llevaban a cabo acciones de protesta contra el
silencio y la invisibilización de la verdad se presentaba en cada mo-
mento, en cada acción: con amenazas, intimidación, judicialización
de la protesta social con consecuencias penales para los propios
parrhesiastas.
Foucault en su clase propone el término más amplio, “vericidad”,
en vez de “hablar franco”, para definir la parrhesía:

La parrhesía es pues cierta manera de hablar. Más precisamente es una


manera de decir la verdad. Es […] una manera de decir la verdad, de
tal modo que, por el hecho mismo de decirla abrimos, nos exponemos
a un riesgo […] es una manera de abrir ese riesgo ligado al decir ve-
raz, al constituirnos en cierta forma como interlocutores de nosotros
mismos cuando hablamos, al ligarnos al enunciado y la enunciación
de la verdad. Para terminar, la parrhesía es una manera de ligarnos a
nosotros mismos en la forma de un acto valeroso. Es el libre coraje por
el cual uno se liga a sí mismo en el acto de decir la verdad. E incluso
es la ética del decir veraz, en su acto arriesgado y libre. En esa medida,

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D E R E C H O H U M A N O

para esa palabra que, en su uso limitado a la dirección de conciencia,


se traducía como “hablar franco”, creo que podemos, si se [le] da esta
definición un poco amplia y general, proponer [como traducción] “el
término vericidad” (2009:82).

El parrhesiasta, quien utiliza la parrhesía, es el hombre verídico;


esto es, quien tiene el coraje de arriesgar el decir veraz, y que arriesga
ese decir veraz en un pacto consigo mismo, en su carácter, justamen-
te, de enunciado de la verdad. Es “el verídico”.
Al analizar el escrache como acción “verídica” y los “escrachadores”
como los “verídicos” es importante destacar lo que dice Pablo Bonaldi,
cuando menciona que lo nuevo del escrache es que, en un sentido,
desinstitucionaliza el reclamo. Cambia la forma de protesta y el inter-
locutor al que va dirigida. Ya no es un reclamo o una acción dirigida
directamente al gobierno de turno, ni a ninguno de los poderes (legis-
lativo o judicial). hijos prescinde de la dimensión estatal para colocar
el debate en el seno de la sociedad misma; en ese sentido, el espacio
físico elegido como escenario constituye un dato revelador pues las
movilizaciones no se realizan hacia la Plaza de Mayo, hacia la sede del
poder legislativo o del poder judicial, como es habitual en otro tipo
de manifestaciones, sino hacia los domicilios de los responsables de
los crímenes (Bonaldi, 2006:18). A los fines de nuestro trabajo esto
resulta primordial: el objetivo de hijos es “escupir” propiamente la
verdad en la cara del torturador y por eso van hacia su mismísimo
domicilio.
Foucault, al reparar en la parrhesía como acto verídico en cuatro
ejes, va a plantearse que se pone en juego una cuestión filosófica
fundamental: el lazo que se establece entre la libertad y la verdad.

¿Cómo y en qué medida la obligación de verdad –“el obligarse a la ver-


dad”, “el obligarse por la verdad y el decir veraz”– es al mismo tiempo
el ejercicio de la libertad y un ejercicio peligroso de la libertad? ¿En qué
sentido [el hecho de] obligarse a la verdad (obligarse a decir verdad,
obligarse por la verdad, por el contenido de lo que se dice y por el he-
cho de decirlo) es efectivamente el ejercicio, y el ejercicio más alto de
la libertad? (2009:83).

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T E M Á T I C A

El hecho de tener su foto, movilizarse a su casa o conocer sus ruti-


nas generaba una sensación de estar muy cerca del genocida; de hecho,
los escraches tuvieron mucho de enfrentamiento “cara a cara”. En ese
sentido, si bien el interlocutor principal al que se dirigían los manifes-
tantes eran los vecinos, a quienes les escupían la verdad y pedían que se
sumaran al repudio, los hijos interpelaban directamente al genocida
para enrostrarle sus crímenes pasados y, así, se definía la parrhesía.

Conclusión

Los escraches, como nueva forma de protesta social, como nuevo


repertorio de acción colectiva, ya se encuentran instalados dentro de
la cultura de acción colectiva de nuestra sociedad.
La misma palabra “escrache” denota la identificación (más allá de
su significado en años pasados) con el escrache “inventado” por la
agrupación hijos, basta sólo buscarla en internet para encontrar los si-
tios que explican o narran las historias de esta nueva forma de protesta
social. En este sentido, seguimos al escritor y periodista Roberto Arlt,
porque entendemos que no resulta casual la elección de esa palabra
proveniente del lunfardo. Lenguaje precisamente nacido del pueblo,
de origen rioplatense, que usa palabras que justamente expresan nue-
vas ideas, cambios, nuevas formas de irrumpir en el escenario público,
en las calles, con expresiones artísticas para “escupir” la verdad.
Resaltamos que los escraches consiguieron profundizar y explotar
mucho más la lucha por los derechos humanos, siendo una de las ac-
ciones de protesta y resistencia que en Argentina llevaron a anular las
“leyes de impunidad” y con ello al proceso de reapertura y apertura
de causas penales contra los genocidas. La agrupación hijos como
nuevo actor social, junto a otros, captó la activa participación de
diferentes grupos integrados sobre todo por jóvenes, en una época
signada por el descreimiento y la apatía.
Es uno de los procesos de lucha que, profundiza y le da contenido
al derecho humano fundamental a la verdad. Dentro de ese marco,
los “escrachadores”, “parrhesiastas”, “verídicos” no siguieron las líneas
apuntadas por el poder, como ningún instinto de compasión ni de

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autosacrificio, sino por el camino de la acción colectiva, pretendieron


expresar y “escupir” su verdad, y “poner el cuerpo”, líneas de acción
que atacaban una supuesta “tranquilidad de vecinos”; señalizaron con
una mancha roja como símbolo, con daños a la “pretendida propie-
dad privada como valor” que el Estado protegía, desenmascararon a
las instituciones democráticas y sus agentes.
El escrache, como nueva forma de protesta social, de proceso de
lucha, más allá del contexto que le dio origen, se encuentra ya como
repertorio de esa acción colectiva, como acto de decir veraz, como acto
parrhesiático de nuestro repertorio cultural. Como parte de nuestra
democracia. En este marco, los procesos de luchas colectivas repe-
tidas, son los que le dan el alcance y el verdadero contenido a las
instituciones democráticas, al profundizar los cambios y transfor-
maciones. Para ello se toma a la democracia no sólo en términos del
funcionamiento formal del sistema político, sino como una práctica
conflictiva vinculada al poder, que refleja las luchas acerca de quié-
nes podrán decir en el proceso de definir cuáles son los problemas
sociales comunes y cómo serán abordados. Que ello evidencia que el
reconocimiento (o negación) de ciertos derechos (individuales y co-
lectivos) a determinados sujetos (individuales y colectivos), así como
la relación Estado-ciudadano, resulta de un proceso histórico-político
en continua reestructuración.

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Recibido el 28 de agosto de 2013


Aprobado el 22 de noviembre de 2013

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Palabras vivas: los archivos orales
latinoamericanos y el 68 mexicano

Alejandro Cerda García*

Resumen

Ante el creciente uso de archivos orales relativos a la violencia de Estado durante


la historia reciente de países latinoamericanos, este artículo reflexiona sobre
sus características diferenciales y aportes a los debates de la historia del tiempo
presente, la oralidad y el ejercicio testimonial. Teniendo como referente archivos
orales recientemente conformados en Argentina, Chile y México, se argumenta
que su puesta en marcha enfrenta tensiones metodológicas respecto de los in-
evitables usos e intencionalidades políticas del ejercicio investigativo, así como
por las implicaciones éticas del brindar, procesar y hacer accesible a un público
amplio este tipo de testimonios. Asimismo, se discuten las problemáticas que se
enfrentan al analizar la militancia de los testimoniantes y al enfocar el ejercicio
testimonial desde la condición de género y la pertenencia étnica.

Palabras clave: archivo oral, historia reciente, memoria, oralidad, testimonio.

Abstract

Facing the increasing use of oral archives regarding institutionalized violence


during the recent history of Latin-American countries, this article reflects on
their distinctive characteristics and contributions to debates about present
time history, orality and testimonial practice. Having as referent oral archives
recently conformed in Argentina, Chile and Mexico it is argued that their

* Profesor-investigador, Departamento de Educación y Comunicación, uam-Xochimil-


co; <alcerda_2000@yahoo.com>.

TRAMAS 41 • UAM-X • MÉXICO • 2014 • PP. 225-247

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T E M Á T I C A

implementation faces methodological tensions regarding the unavoidable


uses and political concerns of researching practice, as well as ethical implica­
tions of providing, processing and making available to a wide audience this
kind of testimonies. Likewise, we discuss the problems faced while analyzing
the militancy of testimonials and focusing testimonial practice from gender
condition and ethnical belonging.

Keywords: oral archive; recent history, memory, orality, testimony.

Los persistentes pasajes de violencia estatal en la historia latinoame­


ricana son hoy reconocidos como “memorias incómodas” que no se
agotan al quedar escritas (LaCapra, 2005) o al asociarse a los lugares
o sitios de conciencia. Hechos históricos que se enfrentan perma­
nentemente a la indomable necesidad de “hablar” de ellos, es decir,
a dar testimonio.
A inicios del siglo xxi, en América Latina se observa una recurren­
te instalación de archivos orales como respuesta a la naturalización de
la represión estatal y como estrategia para hablar de esta problemática
a estratos sociales y a las nuevas generaciones.
¿Qué aporta este uso creciente de archivos orales en América
Latina a los debates sobre el testimonio de la violencia de Estado?
Teniendo como referente central el archivo oral que forma parte
del recientemente creado Memorial del Movimiento Estudiantil de
1968 en México, este texto tiene el propósito de discutir las tensiones
entre los archivos orales y la perspectiva historiográfica, retomar las
implicaciones epistemológicas de la oralidad y reflexionar sobre las im­
plicaciones éticas que son propias de la conformación de este tipo de
fuentes, cuya influencia en el ámbito público es innegable y creciente.

Archivos orales: contrahistorias y accionar político

La ofensiva contra el pueblo judío, desarrollada sobre todo a partir


de 1941, constituye uno de los sucesos traumáticos de la historia de
la humanidad que han generado una amplia e intensa respuesta tes­

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P A L A B R A S V I V A S

timonial tanto escrita como oral.1 Si bien los escritos testimoniales


de Primo Levi (2011) o de Víctor Frank (2004) aparecieron tan sólo
unas décadas después de que las condiciones geopolíticas permitieron
hablar de lo sucedido, la conformación de archivos orales sobre esos
sucesos tiene una mayor demora y frecuentemente están asociados a
lógicas heterogéneas que responden a procesos o decisiones nacionales.
Con una intencionalidad de denuncia o exigencia de determina­
das acciones estatales, hoy en día se encuentran disponibles archivos
sobre el apartheid sudafricano,2 así como sobre los genocidios en Ar­
menia3 y Rwanda (Cook, 2009). Con un propósito similar, pero con
una trayectoria distinta y particular, puede ubicarse el archivo oral
surgido a partir de la realización de la película La Lista de Schindler,4
entre múltiples iniciativas de archivos orales respecto de la Shoah.5
Si bien la instalación de comisiones para el esclarecimiento de la
verdad histórica, la implementación de políticas o programas de
reparación o la conformación de archivos como mandato público
también han sido una exigencia de las sociedades que vivieron regí­
menes dictatoriales o hechos represivos de gran magnitud frente a
los mismos Estados, la creación de instancias de compilación de tes­
timonios hablados cuenta con trayectorias particulares. Los archivos
orales surgen como iniciativa de movimientos sociales y de instancias

1  La “memoria del holocausto” ha sido ubicada por Andreas Huyssen (1995) como un
tópico discursivo de carácter global que hoy en día es utilizado como referente casi ineludible
para hablar de otros procesos de violencia estatal propios de la geopolítica contemporánea.
2  El “South Africa History Archive” surgió en 1980 como un archivo independiente
de derechos humanos dedicado a documentar y brindar acceso a documentos relativos a
las luchas pasadas y contemporáneas por la justicia en Sudáfrica. El archivo contiene, entre
otras, una colección de documentos audiovisuales y una más sobre “historia oral” (McKinley
y Veriava, 2008).
3  Una reconstrucción histórica del genocidio en Armenia, a partir de fuentes orales,
puede consultarse en Miller y Miller (1999).
4  La “Shoah Foundation” de la Universtiy of Southern California ofrece actualmente
acceso a entrevistas con 52 000 sobrevivientes y testigos del holocausto judío (sf-usc, 2013).
5  Si bien es necesario reconocer las características particulares y los procesos históricos
nacionales y mundiales en los que tuvieron lugar las acciones de violencia de Estado en cada
uno de los países mencionados, la reflexión contratada entre ellos aporta elementos para
comprender el cometido social y la influencia pública que los archivos orales están teniendo
a inicios del siglo xxi.

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T E M Á T I C A

civiles frente a posturas estatales adversas, o bien a contracorriente de


tendencias, ya sean negacionistas o que pretenden imponer versiones
de la historia que son afines a sus proyectos. Cumplen un papel de
“contrahistorias”, de preservar lo silenciado o lo nunca dicho; de con-
frontar lecturas distorsionadas o de sacar a la luz ciertos momentos
históricos o hechos que no se reconocen a cabalidad.
La conformación de archivos orales, si bien implica una serie de
medidas de organización, clarificación y socialización de testimonios
es, ante todo, una praxis política; es decir, una forma de actuar en
el espacio público que pretende contribuir al ejercicio de la justicia
en un contexto de impunidad. Esta intencionalidad de los archivos
orales de responder a momentos históricos y condiciones sociales
particulares se expresa también en la adopción de énfasis o particula-
ridades, como pueden ser la denuncia del genocidio asociado a la dis-
criminación racial desarrollada por el nazismo, o bien, la segregación
de los negros sustentada en relaciones de colonialidad que caracterizó
el comentado apartheid sudafricano.
La especificidad de la conformación de archivos orales en Améri-
ca Latina se cifra, en primer término, en que se trata de una región
profundamente marcada por la desigualdad. Las décadas en las que
acontecieron los episodios represivos más significativos en la región
se caracterizan también por el comienzo de la puesta en práctica y
profundización de un modelo económico centrado en el libre mer-
cado que propicia el empobrecimiento y una persistente desigualdad
en el acceso a los bienes de consumo.
Esta profunda desigualdad regional propicia que los testimonios
compilados en los archivos orales sean hechos por activistas o miem-
bros de organizaciones cuyos proyectos están enfocados a la práctica
social. Este perfil de los testimoniantes se expresa en múltiples evi-
dencias de que la violencia estatal ha sido ejercida, históricamente,
contra organizaciones, movimientos o activistas de posiciones polí-
ticas de izquierda.6

6  Un ejemplo de ello es la asociación entre militantes de izquierda y la noción de


“enemigo de la nación” en Argentina de la década de 1970 que ha sido documentada por
Marina Franco (2012).

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El impulso de este tipo de medidas económicas responde a una


influencia de la dominación estadounidense en la región, postura que
históricamente se ha manifestado en el intento de influir o controlar
los proyectos nacionales, pero también en el financiamiento y apoyo
a medidas represivas de carácter regional; la más emblemática, la
Operación Cóndor, que incluyó a gran parte de los países latinoa-
mericanos (McSherry, 2009). Así, la desigualdad social, la violencia
contra la izquierda y la hegemonía estadounidense en la región con-
fieren particularidad al testimonio desde América Latina.

Implicaciones y aportes conceptuales


desde los Archivos Orales Latinoamericanos

El uso creciente y recurrente de archivos orales en América Latina


responde a procesos nacionales caracterizados por una impunidad
persistente de quienes instrumentaron la violencia estatal y como
forma de evidenciar la lentitud o insuficiencia de los procedimientos
legales. Surgen desde la lógica del reclamo y la movilización social,
pero también por la necesidad de expresar lo subjetivo y buscando
vincularse con un público oyente amplio a partir de otros códigos y
vivencias que trascienden lo expresamente jurídico.
Los archivos orales se instalan, en múltiples casos, en lugares de
memoria o “sitios de conciencia” que fungen como un referente im-
prescindible y constituyen un tema discursivo recurrente, tanto por-
que los testimoniantes no pueden dejar de lado la ubicación espacial
de los hechos represivos ya que una de las temáticas prioritarias es
denunciar cómo determinados lugares fueron usados para la repre-
sión; pero también porque los testimonios son albergados, pueden ser
escuchados y cobran nuevos sentidos y contenidos al ser presentados
y discutidos por quienes asisten a esos “lugares de memoria”.
No siempre los testimonios pueden consultarse en el lugar donde
se llevaron a cabo los hechos que se desea testimoniar pero, cuando
esto sucede, los testimonios adquieren mayor viveza y contundencia.7
7 Un ejemplo de las particularidades que adquiere el testimonio que se realiza en
el lugar donde se llevaron a cabo los hechos represivos, insistiendo en su ritualización y

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Esta dialéctica entre testimonio y lugar se expresa en que el primero


adquiere mayor fuerza al referirse o brindarse en el sitio donde se
ejerció la violencia, mientras que los lugares de memoria toman
mayor sentido, se recrean y se actualizan a partir del testimonio de
lo sucedido en ellos.
Los archivos orales latinoamericanos hacen parte de la historia del
tiempo presente, son archivos vivos dado que quienes en ellos testi-
monian comparten y actúan en un momento histórico compartido
por quienes los escuchan (Iuorno, 2010), constituyen una forma
de pensar en un pasado que se prolonga hasta el presente e impone
su condición coetánea. Una forma de pensar la historia que va más
allá de considerarla como lo sucedido, es decir, como algo dado que
es preciso investigar a partir de las huellas dejadas. Por el contrario,
considerando que lo acontecido, aunque con un anclaje en el pasado,
tiene un significado que no está obturado sino que es discutible y se
recrea a partir de las disputas por su polisemia en el presente. Así, el
ejercicio de la memoria es, simultáneamente, un diálogo que puede
cuestionar o bien refrendar –y destacar las relaciones de poder implí-
citas– las verdades históricas o la historiografía oficial. Por lo tanto,
la memoria en tanto componente de la historia del tiempo presente
pone en juego premisas epistemológicas y orientaciones metodológi-
cas que no son del todo similares a los métodos históricos dominantes
y que a su vez requieren ser identificadas y discutidas.
La memoria no se restringe a la oralidad, se enfrenta permanente-
mente con la necesidad de recurrir a ella. Más que con la pretensión
de diversificar fuentes o encontrar información complementaria de
las “evidencias históricas”, dicha oralidad funge como un medio
privilegiado para avanzar en un proyecto político de justicia social
que, en sí mismo, implica repensar la historia y valorizar los cono-
cimientos orales, con todos los debates y consecuencias que esto
supone. Como ha planteado Silvia Rivera Cusicanqui (1990), a
partir de varias décadas de experiencia en el Taller de Historia Oral
Andina en Bolivia, el ejercicio colectivo de discusión de la historia

problematización ha sido documentado por Lazzara (2003) respecto del Parque por la Paz
Villa Grimaldi.

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P A L A B R A S V I V A S

oral implica no sólo un cuestionamiento de la historia oficial basado


en las miradas silenciadas, subordinadas o eliminadas, sino también
un ejercicio de “desalienación” que incluye, como posibilidad y no
mecánicamente tanto a los miembros de las colectividades, organiza-
ciones o movimientos que se adhieren a dicho proyecto, como a los
académicos que pretenden indagar sobre este asunto.
Los testimonios sobre la violencia estatal que compilan los ar-
chivos orales en América Latina, que aunque recurren a la oralidad
pueden también utilizar otras modalidades son, al mismo tiempo, un
acto con una deliberada intencionalidad política y una recurrencia a
la subjetividad, con la finalidad de accionar en el ámbito público en
pro de la justicia frente a hechos del pasado. Así, el testimonio crista-
liza, es atravesado y enfrenta permanentemente la interpelación desde
distintas lógicas e intencionalidades, entre las cuales, los imperativos
legales y sus procedimientos suelen ocupar una posición dominante,
e incluso, capturarlo al confinarlo –y con ello desactivar su eficacia y
diálogo en otros sentidos– al lenguaje y los procedimientos jurídicos.8
Como ha planteado Agamben (2005), el testimonio implica siem-
pre una laguna interpretativa, un margen de incertidumbre que escapa
a las certezas interpretativas y que alude a los silencios y a los olvidos
(Connerton, 2008), ya sean intencionales o involuntarios. El testimo-
nio incluye siempre, lo cual no significa que deba invalidarse en su con-
tenido o como ruta de elucidación, problemas para ser interpretado, al
igual que para definir cuál de sus interpretaciones debiera de tener una
mayor validez. Dada su polisemia y la necesidad de referentes extradis-
cursivos, el testimonio enfrenta constantemente la discusión respecto
de cómo decidir cuál de las posibles interpretaciones cuenta con mayor
sustento o aporta mejores elementos para comprender la problemática
respecto de la cual se reflexiona (Ricoeur, 2006).

8 Castañeda (2013) ha documentado, en este sentido, la forma en que los testimonios


de mujeres indígenas en Chiapas quedan “capturados” por el lenguaje y la lógica de los pro-
cedimientos penales. En un sentido similar, el libro testimonial de Mariani y Gómez (2012)
respecto del ex centro clandestino de detención “La Perla”, en la provincia de Córdoba,
Argentina, muestra las múltiples intencionalidades y la polisemia del ejercicio testimonial
que aunque lo incluye, trasciende de múltiples maneras la lógica de los procedimientos
expresamente jurídicos.

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T E M Á T I C A

Archivos orales en América Latina: una práctica recurrente

Si bien la elaboración del Informe Nunca Más, en 1984, y el Juicio a las


Juntas Militares un año más tarde, son considerados hoy en día, no sólo
para Argentina sino para la región latinoamericana, como hitos en la
lucha por una justicia histórica, ambos marcan el inicio de rutas que se
continúan hasta el presente. Tan sólo en ese país han surgido procesos
organizativos que incluyen a los sobrevivientes de la violencia de Esta-
do como a sus familiares agrupados por generación (madres, abuelas,
hijos) y se han abierto las causas de lugares emblemáticos como los ex
centros clandestinos de detención Escuela de Mecánica de la Armada,
La Perla y La Estación en Tucumán, por citar los más conocidos.9
En un contexto nacional en el que se adopta una postura ambi-
valente frente a la violencia ejercida por la dictadura y en el que se
generan ordenamientos legales que luego son invalidados por regíme-
nes posteriores, se hace necesario continuar con otras alternativas
que contribuyan a evitar que el silencio y el olvido cubran un pasado
traumático que aún no es asumido públicamente. Como parte de
esas iniciativas surge el Archivo Oral que genera y resguarda Memoria
Abierta.10 Su trabajo se inicia en 2001 (Naftal y Carnovale, 2004)
con la conformación de un archivo oral que hoy en día cuenta con
más de 600 testimonios y que incluye las grabaciones del Juicio a las
Juntas Militares. Se trata de una iniciativa civil que tiene posibilida-
des de concretarse gracias a la trayectoria de las organizaciones que
la conforman, situación que les confiere autoridad moral y brinda
las condiciones para que quienes fueron objeto de la violencia estatal
estén de acuerdo en entregar sus testimonios.

9  Un análisis documentado sobre el funcionamiento de los centros de detención ilegal en


el cono sur y de los escasos avances de México en el combate a la impunidad puede revisarse
en Dutrénit y Varela (2012).
10  Memoria Abierta, Acción Coordinada de Organizaciones Argentinas de Derechos
Humanos fue creada en 1999 con la finalidad de aumentar el nivel de información y concien-
cia sobre el terrorismo de Estado y para enriquecer la cultura democrática. Está conformada
por la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, el Centro de Estudios Legales y
Sociales, la Fundación Memoria Histórica y Social Argentina, las Madres de la Plaza de
Mayo-Línea Fundadora y Servicio Paz y Justicia.

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La iniciativa de Memoria Abierta para conformar este archivo oral


viene a ser potenciada por la coyuntura nacional en la que, a partir de
2001, y en coincidencia con la conocida crisis de Argentina, la ciudada-
nía sufraga un proyecto político favorable al esclarecimiento de hechos
y ejercicio de la justicia respecto del pasado dictatorial, disposición que
se expresa en la emblemática entrega de la esma a organizaciones de
derechos humanos durante 2004. La conformación del archivo oral
de Memoria Abierta ha sido una ardua tarea ya que no sólo ha tenido
que ubicarse en el debate sobre la memoria como resistencia y proyecto
ciudadano y popular contra la violencia estatal, sino también enfrentar
retos metodológicos y éticos sobre los que volveremos más adelante.
En el caso de Chile, el archivo oral que hoy en día puede visitarse
en Villa Grimaldi, iniciativa realizada con la colaboración del Centro
de Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile, surgió como
una forma de denuncia de la violencia estatal cometida en dicho lugar
durante el régimen militar iniciado en 1973. El golpe militar llevado
a cabo en esa fecha marcó el inicio de un sombrío periodo que se ca-
racterizó por las detenciones ilegales, las desapariciones forzadas para
intimidar a la población y por el intento de acabar con organizaciones
vinculadas a proyectos políticos de izquierda.
Si bien el régimen dictatorial se prolongó hasta 1989 e implicó
un giro económico hacia el libre mercado cuyas consecuencias de
exclusión y empobrecimiento continúan hasta nuestros días, no fue
sino hasta 2001 que se hizo posible el inicio de un procedimiento
legal contra el ex presidente Pinochet, que quedó inconcluso en el
momento de su muerte, en 2006.
Los informes sobre violaciones a derechos humanos conocidos
como Rettig (cnvr, 1991) y Valech (cppt, 2004), fundamentaron
cerca de 30 000 víctimas de desaparición forzada o de tortura, crí-
menes que permanecen en la impunidad.11 Tras la recuperación del

11  El Informe Rettig documentó “2 279 personas respecto de las cuales se formó la
convicción de que murieron o desaparecieron como víctimas de violación de sus derechos
humanos o como víctimas de la violencia política” (cnvr, 1991:1312). Por su parte, el In-
forme Valech, que tuvo el objetivo de documentar los casos de personas reconocidas como
víctimas de prisión política y tortura señala que “se reconoce la calidad de víctima a 27 255
personas” (cppt, 2004:81).

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ex cuartel Terranova, que fue renombrado como Parque por la Paz


Villa Grimaldi, se requirió no sólo la reconstrucción y ubicación de
la distribución interior del predio, sino de manera prioritaria, poner
a disposición pública los testimonios de los sobrevivientes sobre las
particularidades de la violencia estatal en ese lugar.
Si bien los primeros testimonios se vertían en forma oral –y en
cierto modo improvisada– en el marco de las visitas guiadas por el
predio y respondían a una lógica de denuncia pública, fue en 2005,
contando con la asesoría de Memoria Abierta, cuando comienza a
realizarse un ejercicio sistemático de grabación de los testimonios que
hoy en día conforman el Archivo Oral. A partir de ese año, el Archivo
Oral ha crecido y ha dado lugar a un encuentro sobre Archivos Orales
(vv. aa., 2009) y ha logrado incluir testimonios que habían quedado
fuera o insuficientemente reflejados en los informes oficiales, como es
el caso de los brindados por miembros del pueblo mapuche que fue-
ron objeto de la violencia estatal durante la dictadura (Codepu, 2011).
El Parque por la Paz Villa Grimaldi continúa brindando visitas
guiadas en las que hay un recorrido de las celdas donde estuvieron los
prisioneros políticos, un memorial con los nombres de las víctimas
de la represión, el sitio en el que se practicó la tortura sistemática;
tareas a través de las cuales desempeña su función de encuentro y
brinda cobijo a los testimonios de otros sobrevivientes que pueden
escucharse en las visitas guiadas o en diversos actos públicos que se
realizan en el lugar.
El Archivo Oral que hoy en día puede consultarse en el Memo-
rial del Movimiento Estudiantil de 1968 en México, ubicado en el
Centro Cultural Universitario de Tlatelolco, tiene como referente los
procesos de organización y movilización de estudiantes cuyo periodo
de auge fue entre los meses de abril y mayo de ese año y cuya respues-
ta estatal originó la conocida masacre del 2 de octubre. Esta violencia
estatal frente al movimiento estudiantil caracterizó el accionar estatal
frente a otros movimientos y organizaciones de izquierda que, si bien
volvió a dirigirse contra los estudiantes en la matanza del “jueves
de Corpus”, en 1971, se enfocó también a luchadores sociales en el
ámbito rural suburbano y urbano mediante una estrategia estatal que
ha sido documentada como la “guerra sucia”.

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A pesar de que estos hechos permanecieron en la memoria de la


sociedad mexicana y dieron lugar a reiterados actos de denuncia y
protesta, tales como marchas conmemorativas, surgimiento de aso-
ciaciones e intervención sobre los lugares, el “68” y la “guerra sucia”
permanecieron como hechos conocidos y discutidos socialmente,
pero no reconocidos en el discurso y la institucionalidad oficiales.
En 2000, tuvo lugar en México un cambio en el partido que
había permanecido en el poder desde hacía siete décadas y si bien
la llamada “transición a la democracia” no significó un cambio en el
proyecto económico y político, sí generó grandes expectativas sobre
la posibilidad de que finalmente se dieran las condiciones para un
cabal ejercicio de la justicia respecto de la violencia estatal referida.
Es en este contexto que tiene lugar lo que serían los dos intentos
más significativos para avanzar en la ruta contra la impunidad: la
conformación de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y
Políticos del Pasado (femospp, 2006), cuyos esfuerzos finalmente
quedarían inconclusos ante el bloqueo gubernamental y el inicio
de un juicio al ex presidente Luis Echeverría, quien finalmente sería
exonerado en 2007.
Durante ese mismo sexenio, y construido con la presión de un go­
bierno capitalino de oposición y el interés de la Universidad Nacio-
nal Autónoma de México, pero sobre todo por una histórica presión
y militancia de activistas sobrevivientes a la represión de 1968, se
consiguió la donación de un antiguo edificio que habría albergado
a la Secretaría de Relaciones Exteriores durante alrededor de cuatro
décadas, en el que se instalaría, entre otros espacios museográficos,
un memorial del movimiento estudiantil de 1968. Con esa fina-
lidad se realizaron 57 entrevistas con miembros del movimiento
estudiantil y a otras personalidades de esa época (Vázquez, 2006),
a las que puede accederse en audio y video, que también han sido
utilizadas para la propuesta museográfica a partir de la selección y
compilación de fragmentos temáticos que son contextualizados con
información periodística, cultural, gráfica y musical de ese periodo
histórico.

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Tensiones metodológicas
de los archivos orales de la violencia estatal

La generación de archivos orales que tienen la intención de preservar


periodos históricos caracterizados por la violencia de Estado enfrenta
tensiones que se derivan de su particularidad e intencionalidad po-
lítica, al tiempo que se vinculan con debates metodológicos propios
de las ciencias sociales, tales como la elección de los sujetos con
quienes se realiza una investigación, las formas idóneas de procesar
la información obtenida y las implicaciones éticas de considerar la
investigación como un vínculo o relación social.
Las personas cuyos testimonios se incluyen en los archivos orales
son, por supuesto y de manera prioritaria, quienes fueron objeto de
detención arbitraria o tortura, sus familiares o quienes presenciaron
los actos de violencia; sin embargo, los archivos orales incluyen tanto
entrevistas con personas que vivieron los periodos de violencia aun-
que no los hubieran experimentado en carne propia, testimonios de
intelectuales, políticos, académicos o artistas con distintas formas
de involucramiento en los hechos derivados de la violencia estatal.
Sobresale el archivo oral del Juicio a las Juntas Militares que resguarda
Memoria Abierta y que permite sustentar y brindar elementos analí-
ticos sobre el discurso de los perpetradores acerca de la violencia que
ellos mismos infringieron (Salvi, 2012).
El contenido del relato testimonial es dominado, como es de espe-
rarse, por la narrativa de los hechos represivos. Si bien en cierta media
los testimonios contenidos en los archivos orales proveen elementos
que pueden ser utilizados en la fundamentación de una demanda
legal, generalmente contienen otros énfasis y otras lógicas; en ellos
se busca explicar qué significaron los hechos represivos, situándolos
en el pasado al tiempo que ubicándolos en el presente, con lo que
se actualiza su sentido y su vigencia. El ejercicio testimonial supone
una apertura a lo subjetivo, es decir, a lo particular en diálogo con
los asuntos de carácter público; a la vez, nos permite, desde lo que
ha sido planteado como una perspectiva interseccional, reconocer
formas confluyentes de lógicas de subordinación sustentadas en la

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de pertenencia étnica, temática a la que volveremos más adelante


(Hernández, 2013).
Además de que la conformación de archivos orales requiere –al
igual que lo hacen otras estrategias investigativas– tomar postura y
decidir sobre a quiénes se recurre para obtener un testimonio, su
particularidad estriba también en reconocer y aceptar que estos tes-
timoniantes son generalmente definidos por la misma problemática
social dado que se pretende registrar, prioritariamente, el discurso
de quienes fueron objeto de la violencia estatal. También se trata de
una opción metodológica que implica asumir plenamente la inten-
cionalidad política del proceso de investigación ya que este tipo de
indagaciones requieren adoptar una posición acerca de la problemá-
tica que se analiza; una forma de hacer investigación que se vincula
con una demanda social y que tiene la intención de orientar una
praxis política, elementos que requieren abordar debates tales como
la pertinencia y alcance de la investigación situada (Haraway, 2004)
o militante (Hale, 2004; Leyva, 2010), al tiempo que demandan un
proceso constante de reflexividad y autocrítica.
Dado que los archivos orales constituyen una forma de diálogo y
vínculo entre quien brinda su testimonio y quien lo recibe, resguarda
o escucha posteriormente, su generación y utilización pública des-
ata una serie de cuestiones éticas que requieren ser discutidas. Para
decidir brindar un testimonio de estas características, se hace nece-
sario contar con una relación previa de confianza, situación que se
verifica en el hecho de que las organizaciones o colectividades que
se hacen cargo del resguardo de los testimonios cuentan, al menos
en los tres casos que aquí se reseñan, con una trayectoria de lucha
por los derechos humanos y contra la impunidad. De esta forma, el
testimoniante tiene una cierta garantía de que su testimonio no será
utilizado para fines distintos a aquellos que lo originaron y que su uso
público podrá ser una contribución a la lucha por la justicia.
Quienes reciben los testimonios adquieren la responsabilidad
del resguardo, pero sobre todo de su difusión pública; situación que
implica un intenso debate sobre las formas idóneas y seguras para su
socialización. Si bien el sentido de dar un testimonio tiene siempre
el cometido implícito de que sea escuchado, éste no puede publi-

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carse indiscriminadamente. Se genera, entonces, una tensión entre


la intención de que los testimonios sean conocidos y discutidos por
los más amplios sectores de la sociedad y las precauciones necesarias
para que no sean banalizados y se prevean las implicaciones legales y
políticas que su divulgación pudiera tener.
La responsabilidad de quien resguarda los testimonios se extiende,
incluso, a las decisiones sobre cómo procesarlos, qué orientaciones
generar para su interpretación, qué recortes hacer, qué ejes analíticos
privilegiar o cómo socializar los resultados de eventuales trabajos in-
terpretativos. Todas estas cuestiones requieren la toma de decisiones
de los autores de los testimonios quienes no pueden, o no debieran,
quedar al margen de los usos públicos que se den a los registros de
sus propias experiencias.
Pero más allá de una dimensión ética del vínculo entre el testi-
moniante y quien se hace cargo de su testimonio, los archivos orales
enfrentan también una ética societal en tanto que se les demanda
una contribución a la lucha por la justicia y contra la impunidad en
el seno de las sociedades en las cuales se originan. Los archivos orales
se ven interpelados permanentemente, no sólo por determinados
códigos éticos sobre cómo debe ser o no ser utilizada la información
generada en entrevistas que forman parte de un proceso de investi-
gación, sino sobre todo por la necesidad y posibilidad de aportar a la
lucha democrática de una sociedad, e incluso a procesos regionales o
planetarios que buscan avanzar en el sentido perfilado.

Testimoniar la militancia: entre la necesidad


de decir y la dificultad de interpretar

En los archivos orales la militancia de los testimoniantes es un tema


recurrente que, por un lado, requiere ser abordado en tanto que es un
factor imprescindible, a excepción de pocos casos, para comprender
el sentido del testimoniar, mientras que, al mismo tiempo, origina
diversos retos para su interpretación. Dado que el formar parte o
mostrar afinidad con organizaciones sociales o políticas de izquier-
da fungió como uno de los principales motivos para ser objeto del

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ejercicio de la violencia estatal, el testimoniante enfrenta permanen-


temente la necesidad de hablar sobre su militancia.
También, quien escucha el testimonio, ya sea con fines de enterar-
se e involucrarse en un problema público o bien con la finalidad de
llevar a cabo una investigación, debe afrontar la necesidad de situarse
políticamente tanto frente a la acción estatal como respecto de los
proyectos políticos de quienes fueron objeto de la violencia estatal,
ejercicio sin el cual las argumentaciones o interpretaciones que se
proponen pierden sentido o quedan en un plano superficial. Esto
significa que quien se aproxima a la comprensión de un testimonio,
más allá de estar o no de acuerdo con la posición del testimoniante,
requiere poner en juego lo que piensa sobre dicha militancia pero,
sobre todo, si considera justo o legítimo el ejercicio de la violencia de
Estado contra los militantes.
Podría pensarse en evitar esta interpretación desde una posición
específica frente a la militancia del testimoniante, evitando tocar la
temática, o bien argumentando la necesidad de una posición neutral
en el proceso de construcción del conocimiento; no obstante, quien
se involucra en la interpretación de estos testimonios puede ser, a su
vez, un militante, o al menos, alguien que en términos generales se
posiciona a favor de los derechos humanos.
Si bien desde una perspectiva de la investigación cartesiana do-
minante12 nos encontraríamos ante un obstáculo infranqueable, un
sesgo que habría que evitar y que impediría de entrada cualquier tipo
de investigación, es posible comprender un ejercicio investigativo de
esta naturaleza desde otras coordenadas.
Quien escucha los testimonios vertidos en los archivos orales se
ve en la necesidad de llevar a cabo un ejercicio de “reflexividad per-
manente” o de “vigilancia epistemológica” (Bourdieu et al., 2003), al

12  La noción de “cartesianismo dominante” alude a la crítica de posiciones epistemológi-


cas que consideran que los postulados derivados del Discurso del método propuesto por René
Descartes (2012) es la única vía válida de acceso al conocimiento. Si bien esta perspectiva
ha hegemonizado, hasta nuestros días, la investigación, el abordaje de la oralidad que aquí
se propone, así como de otros campos de investigación en el terreno de las ciencias sociales,
requiere y transita otras posturas epistemológicas, posición a la que se alude genéricamente
a través del concepto de diversidad epistemológica.

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tiempo que tiene la posibilidad de asumirse desde la posición episte-


mológica del “conocimiento situado” desde la que se propone reco-
nocer y explicitar la condición de género, clase, pertenencia étnica de
quien realiza el análisis, y hacerlo parte del ejercicio interpretativo.
En esta lógica, se hace necesario también asumir que se requiere con-
frontar la supuesta neutralidad política del trabajo interpretativo, lo
cual no significa renunciar a la rigurosidad metodológica y analítica.
El conferir este estatus al contenido testimonial implica, por un
lado, aceptar con Ricoeur (2006) que no es posible interpretar sino
a partir de conjeturas, las cuales han de ser valoradas sobre la base
de las evidencias o del peso argumentativo que las sustenta. A la vez,
requerimos de referencias extradiscursivas, métodos de triangulación
de información, estrategias de historización y contextualización y di-
versificación de fuentes, entre otros elementos, que nos adviertan de
la riqueza y la complejidad de la tarea interpretativa que se enfrenta.
Al retomar algunas de las formas en las que se aborda esta mili-
tancia de los testimoniantes, o de los desaparecidos políticos, en la
información que se brinda en los archivos orales o lugares de memo-
ria se observa la heterogeneidad de modalidades, criterios o intencio-
nalidades respecto de dicho activismo político. En Villa Grimaldi, en
Santiago de Chile, se ha colocado un elemento en el memorial que
recuerda expresamente a los miembros del Movimiento de Izquierda
Revolucionaria, mientras que en el Archivo Oral de Memoria Abierta
se hace una reflexión sobre la necesidad de cuidar los datos que se
ofrecen sobre la militancia de los testimoniantes con la finalidad de
evitar las implicaciones legales adversas que esto podría tener.
En el memorial del 68 en México si bien las alusiones a la mili-
tancia de los estudiantes que sobrevivieron a la masacre y que han
brindado su testimonio se aborda frecuentemente en las entrevistas,
esto no parece ser motivo de profundización en el análisis, más allá
de la aseveración de Monsiváis (2006) respecto de que en aquel
entonces los estudiantes fueron criminalizados como ahora lo son
los movimientos democráticos. Sin embargo, no existe una mayor
profundidad analítica sobre qué buscaban esas organizaciones, cuál
era su proyecto, sobre qué se situaban críticamente en aquel entonces
o si en la actualidad sus causas podrían permanecer vigentes.

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El archivo oral del Memorial del 68 permite, a su vez, evidenciar


tensiones que son inherentes a la tarea de la conformación de archivos
y al papel que los archivos orales juegan en relación con otras formas
de hacer memoria. Ejemplo de ello son las entrevistas que se pueden
consultar en sus instalaciones en las que algunos testimoniantes
hablan de su paso por el Palacio de Lecumberri, un sitio que fue uti-
lizado como cárcel donde se confinó a los presos políticos, junto con
reclusos comunes, durante la “guerra sucia” en México. Su detención
y paso por esa prisión generó “información oficial” que, aunque en
gran parte fue eliminada, reducida o “blanqueada”, hoy en día puede
ser consultada en ese mismo inmueble donde, a partir del año 1982,
se instaló el Archivo General de la Nación.
Existe, por tanto, una heterogeneidad y una contienda respecto
de las formas e intencionalidades que conllevan a la conformación de
archivos, ya que se trata de un ejercicio que no puede restringirse a la
compilación neutral de las fuentes; por el contrario, la selección y res-
guardo de documentos –orales o escritos– expresa las tensiones que se
derivan de los distintos propósitos que los actores sociales le confieren
a dicha práctica, ya sean las instancias oficiales o los participantes en
un archivo oral. Así, los archivos orales fungen como ejes articuladores
de estrategias en las que se apunta a diversas intencionalidades, situa-
ción que se refleja en las formas como son utilizados públicamente, ya
sea para impulsar procesos legales, para fortalecer los proyectos de los
“lugares de memoria”, o bien, para potenciar espacios de resignifica-
ción subjetiva y estrategias de incidencia pública, entre otros.

Hacia una perspectiva interseccional de los archivos orales

La instalación de comisiones de la verdad, la elaboración de informes


o la instalación de memoriales de periodos históricos marcados por
la violencia estatal en los países latinoamericanos, si bien han sido
pasos definitivos en la lucha contra la impunidad y la justicia, ponen
en evidencia la necesidad de comprender ciertas facetas no explica-
das de los procesos sociales en cuestión. Entre estos elementos poco
explorados se ubican las formas específicas en que la violencia estatal

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tomó rutas diferenciales de acuerdo con la condición de género y de


pertenencia étnica.
Esta carencia de información sobre los daños diferenciales por
género o pertenencia étnica podría ser atribuida tanto a la magni-
tud de la problemática y los acelerados tiempos para la realización
de las indagaciones correspondientes que las condiciones políticas
imponían a las comisiones encargadas de realizar los informes; sin
embargo, el reducido tratamiento de estas cuestiones puede también
asociarse a la resistencia o inercias sociales para reconocer y abordar
públicamente formas de subordinación sustentada en diferencias de
género o étnicas. En contraparte, desde la perspectiva interseccional
se ha resaltado, precisamente, la posibilidad y la utilidad de que pro-
blemáticas sociales significativas puedan ser comprendidas a partir de
la confluencia o complementariedad de lógicas de exclusión –es decir,
de formas de subordinación sustentadas en condiciones de género, de
pertenencia étnica, de clase social, o racial– que se sintetizan en la ex-
periencia y en la producción discursiva de sujetos que han vivido una
historia personal o familiar en la que se expresan esas distintas formas
de subordinación. Al enfocar desde esta perspectiva interseccional los
archivos orales, aunque no se evidencian esquemas interpretativos
que abarquen esas distintas formas de subordinación, sí es posible
ubicar lo esfuerzos en los que se resaltan algunas de esas lógicas.
En el Informe Nunca Más sobre la violencia política en Argen-
tina, se brinda cierta información sobre la violencia ejercida contra
las mujeres. La reflexión sobre los géneros ha implicado también el
enfocar formas de masculinidad y ha evitado una asociación mecá-
nica y esencialista entre “género” y “mujeres”; Elizabet Jelin (2001)
no sólo ha reflexionado sobre el ejercicio diferenciado de la violen-
cia destinada a personas de distinto género, sino también sobre el
hecho de que hombres y mujeres adoptan actitudes diversas y se
ocupan de manera diferente de las estrategias de denuncia y de lu-
cha contra la impunidad. En el mismo sentido, el texto de Memoria
Abierta titulado “Y nadie quería saber” (Bacci, Capurro, Oberti y
Skura, 2012) reflexiona sobre la resistencia de la sociedad argentina
posdictatorial a enterarse y, por lo tanto, implicarse en las agresiones
que particularmente se realizaron contra mujeres en dicho periodo.

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Como argumenta Hiner (2009) en el caso de Chile, la comprensión


del significado dada a la violencia de género, en los informes oficia-
les sobre la dictadura y en las políticas públicas actuales, requiere
rastrear tanto los antecedentes de las reivindicaciones de género en
los movimientos sociales y las luchas democráticas de las décadas de
1970 y 1980, como debatir sobre la imposición de discursos hege-
mónicos y las falsas rupturas entre pasado y presente que llevan a
cabo los gobernantes en turno.
A pesar de la limitada información sobre la problemática de gé-
nero, el Informe Rettig (cnvr, 1991) hace un mayor énfasis en la
pertenencia étnica de las víctimas de la dictadura –aunque sólo al
hablar de los mapuche y no de otros grupos étnicos de Chile– señala
que los miembros de dicha etnia fueron “especialmente atacados” y
documenta múltiples casos de desaparición forzada de miembros de
dicha colectividad durante el periodo dictatorial, sobre todo en la
Región ix de dicho país. Sin embargo, ante la falta de información
en los informes oficiales sobre la violencia de la dictadura contra los
indígenas, y demostrada su existencia y características particulares, las
indagaciones de la Corporación por los Derechos del Pueblo (Code-
pu, 2011) y la Corporación Villa Grimaldi han documentado viola-
ciones a derechos humanos contra mapuches en la Región de Tirúa.
En el caso del movimiento estudiantil de 1968 en México no
parece haber mayores referencias sobre las asociaciones entre género,
etnia y violencia estatal. Si bien el texto de Huffschmid (2011) abor-
da elementos desde la crítica feminista a los movimientos sociales,
otros textos académicos no enfocan sus esfuerzos a esta tarea. La
pertenencia étnica de quienes fueron objeto de la violencia estatal en
regiones con altos porcentajes de población rural e indígena durante
la “guerra sucia” de la década de 1970, tampoco ha sido abordada
con suficiente profundidad.

A manera de conclusión

La recurrencia a archivos orales en países latinoamericanos viene a


sumarse a las históricas estrategias de lucha para denunciar y com-

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batir la violencia de Estado y se caracteriza por estar asociada a mo-


vimientos, organizaciones y partidos orientados a la consecución de
la justicia social. La recurrencia a la oralidad no sólo requiere y pone
en práctica posturas epistemológicas alternas al cartesianismo domi-
nante, confluye también con otros retos derivados de la necesidad de
elaborar historias del tiempo presente, de las implicaciones políticas
de la investigación y de considerar la investigación como un vínculo
sustentado en una relación ética. Los contenidos de los testimonios
que conforman los archivos orales ofrecen elementos para avanzar en
la comprensión de una histórica criminalización de los movimientos
sociales que se oponen a proyectos políticos sustentados en el libre
mercado, al tiempo que ofrecen aprendizajes que bien podrían ser
utilizados para confrontar o sobreponerse a otras formas contempo-
ráneas de violencia derivadas de la acción estatal.
Aunque con un origen y repercusiones disímiles, las pérdidas
humanas derivadas de la llamada “guerra contra el narco” en México
ocasionan consecuencias heterogéneas en los procesos subjetivos de
la población que requieren ser comprendidas y atendidas. Si bien se
trata de dos formas distintas de violencia que no pueden ser equipa-
radas sin más, los aprendizajes generados a partir del reconocimiento,
tratamiento público y apoyo a las víctimas de la violencia estatal
reciente en Latinoamérica tiene grandes lecciones que compartir
cuando se trata de hacer frente a estos nuevos rostros de la violencia
contemporánea.

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convergencias

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Contextos de acción institucional:
constitución y elucidación crítica

Roberto Montenegro*

Resumen

En este escrito prestaremos atención a los contextos de acción social que se


producen al realizarse diversos encuentros en los ámbitos públicos. Dado
que el tema, en este caso, es la forma de vida democrática, su profundiza-
ción y sus problemáticas, me propongo distinguir un limitado conjunto
de aspectos relevantes que entran en la composición de dichas situaciones,
pues es en la constante constitución del lienzo de significaciones que realizan
sus actores donde se juega la calidad de vida democrática y la construcción
de ciudadanía
Dado que mis investigaciones se inscriben en proyectos orientados por la
“elucidación crítica” de los ámbitos públicos, considero pertinente ensayar un
lazo reflexivo sobre y entre los ámbitos de encuentro considerándolos como
significativos en sí mismos. Para ello desarrollo la noción de ocasión, que se
inscribe en el campo de la Retórica, y la postulo como herramienta nocional
válida para considerar a los contextos de acción como momentos de apertura
en los pliegues de esas instancias situacionales, la momentánea configuración
de un campo que se vuelve virtualmente legible.

Palabras clave: contextos de acción social, forma de vida democrática, eluci-


dación critica, noción de ocasión.

* Profesor titular ordinario, Departamento de Ciencias Sociales, Área de Sociología,


Universidad Nacional de Quilmes; <montenegro@ung.edu.ar>.

TRAMAS 41 • UAM-X • MÉXICO • 2014 • PP. 251-278

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C O N V E R G E N C I A S

Abstract

In this paper I will focus on the contexts of social action that occur to be
done diverse meetings in public areas. Because the subject is in this case the
democratic way of life, its depth and its problems, I propose to distinguish
a limited set of relevant aspects that go into the making of such situations
as it is here, in the constant creation of canvas of significations that their
actors perform, life’s democratic quality and the constitution of citizenship
are in game.
Given that my investigations are inscribed in projects oriented by “critical
elucidation” of public scopes, I consider relevant rehearsing a reflexive link
between the meeting ambits taken as significative ambits themselves. For it, I
will develop the notion of occasion, which inscribes in the rhetorical fields, and
we will postulate it as valid tool to consider the contexts of action as openings
in the folds of those situational instances, the momentary configuration of
a virtually legible field.

Keywords: contexts of social action, democratic way of life, critical elucida-


tion, notion of occasion.

Introducción

Dado que los temas que interesa desarrollar en este escrito se vincu­
lan con la forma de vida democrática, su profundización y sus pro-
blemáticas, propondré una mirada que posibilite identificar rasgos
relevantes en las operaciones que se reiteran en los ámbitos institucio-
nales. Estatuidos por las prácticas sociales, estos espacios –que remi-
ten a la forma racional-legal de las organizaciones modernas– quedan
enlazados, en estado virtual, con la vida democrática y las reglas cons-
titutivas del juego democrático. Lo virtual aquí siguiendo una línea
de significación que podemos denominar “bergsoniana-deleuziana”;
implica que las actualizaciones no agotan la potencia de lo virtual
que, retornando sobre sí mismo, persevera en su dominio como
realidad virtual. En consecuencia, puntuaré un limitado conjunto
de aspectos que entran en la composición de dichas situaciones pues

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C O N T E X T O S D E A C C I Ó N

es en ellas donde, como producto de los permanentes intercambios


conversacionales y procesos interpretativos, se sostiene el lienzo de
significaciones del mundo de la vida social. Allí se juega la produc-
ción de sentido y de valores; entre ellos, los vinculados a la calidad
de la institución de la democracia y la construcción de ciudadanía.
Los agentes que son competentes en distintos campos del saber
se vinculan en sus respectivas áreas de actividades: educación, salud,
administración, producción, formación, proyectos o toma de deci-
siones. Con sus prácticas regladas producen la institucionalización
relativamente estable de los contextos etnográficos singulares, lo
cual nos permitirá distinguir dos contextos de acción: en uno de
ellos los individuos y equipos realizan prácticas de rutina, o traba-
jan problemas puntuales emergentes de esos espacios (problemas
de planificación, dificultades de comunicación, de coordinación, de
implantes tecnológicos, etcétera). El otro contexto se constituye al
realizar actividades especiales a una escala mayor –foros, asambleas,
congresos, talleres, jornadas– en los que se comunican resultados de
investigaciones o de intervenciones institucionales y se presentan
propuestas a la consideración pública. Nuestro interés se dirige a los
dos contextos con la intención de sostener que la calidad de la vida
social se juega cotidianamente, pues se sustenta en la reproducción-
producción de “segmentos moleculares”, con frecuencia hurtados a
la mayor luminosidad presente en el caso de los eventos especiales.
En consecuencia, consideraré los contextos etnográficos mencio-
nados como configuraciones, en un sentido cercano al que aporta
Norbert Elias (1989), destacada la idea de relación, interconectivi-
dad e historicidad. El concepto de configuración permite pensar los
comportamientos mundanos, los habitus y esquemas cognitivos; las
formas de gestualidad y las orientaciones mutuamente referidas de
la acción social. Todos ellos esquemas y lazos complejos que se desa-
rrollan a lo largo del tiempo. Estas pautas deconstruyen la noción de
objetivismo-subjetivismo y de individuo-sociedad, que en las ciencias
sociales operan como obstáculos para pensar la complejidad.
En los espacios de copresencia en los que se realizan prácticas de
rutina, las actividades giran en torno de lo que les es propio a los
agentes de ese campo institucional: aspectos técnicos, disciplinares,

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actividades académicas, políticas, etcétera. Las reuniones de trabajo,


incorporadas al hacer cotidiano, pueden estar programadas para
cuestiones vinculadas a la construcción rutinaria del espacio o, en
determinados ámbitos de competencia (niveles de staff de las orga-
nizaciones) las actividades pueden estar diseñadas para desplegar en
algún grado el ejercicio de la conciencia reflexiva o discursiva; que
vuelve recursivamente sobre acciones y resultados del saber práctico
para conocerlos, enmendarlos o perfeccionarlos (Giddens, 1995).
En los casos que hemos denominado “eventos especiales”, los
expertos en distintos espacios del saber despliegan lenguajes particu-
lares, propios de los campos disciplinares a los que pertenecen –cien-
cias naturales, ciencias sociales, deontología– allí se trabaja sobre los
objetos de conocimiento concernientes a cada disciplina siguiendo
las reglas de los campos del saber que son identificables por la mirada
sociocultural de la época. Esto comprende también, naturalmente,
los enfoques, investigaciones y ensayos que se producen sobre las pro-
blemáticas de la vida democrática, trabajos sobre participación ciuda-
dana, problemas de democratización de las organizaciones sindicales,
limitaciones de acceso a la administración de la justicia, etcétera.
Los informes y debates que se llevan a cabo en los distintos foros
ponen en evidencia lo que se juega allí: las pretensiones de validez de
las afirmaciones respecto a los hechos del mundo social y cultural. Los
argumentos para sostener tales afirmaciones implican la producción
de proposiciones para establecer la verdad o falsedad de los hechos
o estados de cosas dados en el mundo. Demandan verificación en la
realidad, pues naturalmente las afirmaciones, en tanto son juicios de
hechos, pueden ser empíricamente verificables conforme a reglas.
Éstas son las formas de significación constatativas, en términos de la
teoría de los actos de habla de John Austin (1982) y John R. Searle
(1980). Por lo contrario, en esta presentación suspendo nuestra par-
ticipación en esos juegos de lenguaje del hacer científico o académico
y oriento la perspectiva desde otra mirada: aquella en que el interés se
focaliza en las argumentaciones para establecer la legitimidad, o no,
de las significaciones que se han tornado problemáticas en el haz de
sentido que genera este punto de vista. El referente es indagado en
tanto hecho lingüístico que postula como válido el haber alcanzado

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una verdad mediante verificación. Cuando es puesta en cuestión,


requiere argumentación en el dominio discursivo, no en el de las
proposiciones de actos de habla constatativos que, como dije, están
vinculados a los hechos de la realidad empíricamente dada.
Es en este sentido que trabajaré la construcción de los contextos
institucionales como ocasión. Operaré con esta noción para reflexio-
nar sobre la apertura que produce en la maraña simbólica e imaginaria
de dichos contextos cuando la reflexión colectiva posibilita abrirlos
a cierta luminosidad. Despejaría así un campo de posibles, el campo
de emergencia de una multiplicidad de dimensiones que pueden ser
leídas como componentes de plexos problemáticos. Su existencia,
y las acciones recursivas que vuelven sobre ellas para deconstruirlas y
generar nuevos esquemas de acción, hacen a la realidad sociocultural
de las instituciones del Estado de Derecho. Puesta nuestra atención
sobre la configuración misma de los espacios de encuentro, realizaré
algunos señalamientos en el próximo punto.

Espacios de encuentros

Antes he señalado la existencia de escenarios institucionales de ma-


yor escala, en los que se producen “dramas sociales” definidos como
eventos especiales, y que nos resultan más familiares debido a nues-
tras actividades académicas. Entre ellos se encuentran los congresos,
foros, seminarios, jornadas y encuentros científicos. Su dramatismo
institucional está marcado, como he dicho, por estar sustraído a las
rutinas, por la cualidad de evento especial que asumen y por el mo-
delo de acción que guía su montaje.
En general, se trata de convocatorias que producen momentos
institucionales dotados de cierta “luminosidad” especial con relación
a la opacidad de los procedimientos y actividades que se realizan ha-
bitualmente. En dichos eventos, sin embargo, si nos colocamos en el
haz de una luminosidad de medio tono, podremos prestar atención a
los dramas institucionales más restringidos implícitos en su montaje.
Tomaré en consideración, entonces, las actividades de producción,
administración, servicios, reuniones de trabajo, ceremoniales, activi-

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dades académicas, en que se constituye la urdimbre de significaciones


sociales entramadas en la producción-reproducción del imaginario
social efectivo1 que las sostiene.
Con el propósito de insistir en el proyecto de elucidación crítica,
que tomo de Cornelius Castoriadis (1983), procuraré realizar ese
doble lazo reflexivo que nos demanda producir una demora en las
actividades sometidas a reglas y que están guiadas por el ejercicio de
nuestra conciencia práctica. Esto requiere la apertura de un espacio-
tiempo singular en el accionar de nuestros esquemas de acción habi-
tuales para, de ese modo, pensar lo que hacemos y, al mismo tiempo,
en un segundo lazo reflexivo, volvernos sobre las nociones que em-
pleamos, revisitar aquellos a priori conceptuales, categorías, esquemas
teóricos y metáforas que nos piensan.2 Ello implica producir signifi-
caciones en el conjunto de figuras y de formas instituidas que se han
inscripto como nociones y conceptos que operan en tanto formas a
priori. De ese modo podremos producir un saber sobre ellas, indagar
sus condiciones de emergencia sociohistóricas, los campos de posibles
que habilitaron y sus límites endógenos y exógenos.
Lo que acabamos de expresar alude a todo un universo de progra-
mas y proyectos de investigación, informes y artículos especializados.
Escapa a mis posibilidades tomar en consideración, ni siquiera so-
meramente, la inagotable producción de sentido que se produce en
los espacios de encuentro y que involucra distintas dimensiones de
la vida democrática. Además, debo subrayar lo ya expresado: nuestra
atención no se dirige a tratar cuestiones vinculadas con la explica-
ción o la interpretación de hechos sociales convertidos en problemas
de indagación en los que se juega la verificación de los enunciados
constatativos. Esto es lo propio de la comunidad de observadores
pertenecientes a los distintos campos del saber y es lo que expresan
las figuras que se presentan en congresos y jornadas como especia-

1  Véase Castoriadis (1983).


2  El papel de las metáforas como formas que operan en el pensamiento y en la acción, no
como meras figuras retóricas, ha tenido múltiples desarrollos desde los ya lejanos aportes de
Lackoff y Johnson (1986). Emmánuel Lizcano en uno de sus últimos trabajos, Metáforas que
nos piensan. Sobre ciencia, democracia y otras poderosas ficciones (2006), muestra la eficiencia
simbólica de la metáfora en el lenguaje ordinario y en la institucionalización de la ciencia.

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listas, en cuyo caso ya operan los rasgos identitarios que demanda


la phronesis,3 invistiendo a quienes de ese modo pueden presentarse
como tales figuras: participantes, asistentes, conferencistas.
Aludo a los espacios de encuentro como escenografías y campos
de producción de dramas institucionales, lo que demanda un breve
desarrollo debido a la perspectiva desde la que encaro las problemáti-
cas de los espacios sociales. En otros trabajos he apelado a remisiones
someras mediante notas; pero dada la singularidad de lo que quiero
desarrollar, considero pertinente agregar un par de párrafos para tra-
bajar al menos una de las nociones ya citadas: esceno-grafía. Noción
que se vincula con el proceso de enunciación, la constitución del
ethos, que implica la presencia de un enunciador con su carácter y su
corporeidad en un mundo que le es propio.

Escenografías

La noción de esceno-grafía, propuesta por Dominique Maingueneau,4


agrega a la palabra “escena” un plus de significación, al añadir el
vocablo “–grafía” que evoca a escritura, a inscripción. ¿Qué im-
plica, a nuestro juicio, esta puntuación? En primer lugar deja ver
dos presencias: escena y –grafía. La escena, sin el complemento de
“esceno-grafía”, queda afectada por cierto sincronismo, propone una
imagen dada en el aquí-ahora y cierta estructuración que connota a
lo que usualmente definimos como escenario, una forma, un marco
en el que algo acontece. Señalemos, apoyándonos en Maingueneau,
dos ventajas que otorga la noción de esceno-grafía. En primer lugar
permite puntuar la existencia de un trabajo de ensamble, un accionar
cuyo guión apunta a imponer las pretensiones de validez 5 de cierta

3 Phronesis en el sentido de valoración del saber práctico, de la capacidad de comprender,


incluso de prever aspectos de la realidad vinculados con lo que resulte más pertinente para
el bien común.
4 Véase Maingueneau (1996).
5 Según Jürgen Habermas los sujetos implicados en una acción comunicativa concreta
procuran definir la situación de acuerdo con interés singular que los guía. Esto activa un
juego en el que los agentes procuran hacer prevalecer sus propias pretensiones de validez.

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corporeidad imaginaria. En este sentido, la –grafía se inscribe en una


“filiación discursiva” que busca su reiteración–. En segundo lugar,
esceno-grafía implica la concepción de la representación como juego,
como despliegue o escenificación que instaura, paso a paso, su propia
identidad discursiva.6 Tomamos distancia así respecto a pensar las
representaciones sociales en sentido especular o en el esquema sujeto-
objeto-representación.
En la concepción de Maingueneau, las respectivas escenografías
producen el acople de tres instancias: el enunciador (garante de la
enunciación); una instancia temporal, un momento (cronografía)
y un determinado lugar, un ámbito supuestamente emergente del
discurso (topografía). ¿Cómo concibe Maingueneau esa corporeidad
de la que nos habla? En sus trabajos observamos las ilustraciones de
los distintos tipos de cuerpos emergentes de escenografías tan disí-
miles como las de la vida piadosa, el discurso de la ética del deber en
la Francia moderna, o el de avisos publicitarios actuales. Podemos
ver que su ethos se puede localizar en el surgimiento, al filo del siglo
xix, de la figura del Hombre, lo que Michel Foucault ha denominado
paradigma antropológico. Las figuras relevantes que nos presenta
Maingueneau son propias de tipos humanos: San Francisco de Sales;
la República como cuerpo de la madre patria (y de sus hijos, les en-
fants de la Patrie); el cuerpo de la mujer actual desenvuelta y activa
que expresa la publicidad. En un caso, que nos interesa tomar como
modelo en el discurso político, la corporeidad de los coparticipes
lo constituyen el pueblo, los ciudadanos, los trabajadores; éstos son
enunciadores posibles que se enlazan a ciertos lugares, como la na-
ción, la república, el mundo del trabajo. Y esto acontece en algún
momento identificable: por ejemplo la constitución de la nacionali-
dad, en el llamado a la responsabilidad cívica, o en épocas de crisis
laborales.
La esceno-grafia constituye una instancia de enunciación que legi-
tima determinado discurso siguiendo guiones pertinentes. La escena

6  En otro trabajo hemos valorado la concepción de las representaciones sociales como


juego y escenificación, como despliegue de significaciones entramadas con el imaginario
social. Véase Montenegro (2009).

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C O N T E X T O S D E A C C I Ó N

se valida a sí misma al desplegar los contenidos y los modos adecua-


dos al discurso de la ciencia o al de la política y sus distintos linajes.
Un juego particular actualiza sus reglas y constituye sus sujetos en
el despliegue de sus representaciones, en tanto escenificaciones de
aquello que otorga identidad.
De acuerdo con esta formulación, postulo la existencia de una
trama simbólica-imaginaria que emerge como acontecimiento so-
ciohistórico. Las condiciones de producción del dispositivo de enun-
ciación inscriben al acontecimiento discursivo en una forma, en una
configuración sociohistórica que constituye una situación en pugna
por legitimarse a sí misma.
Se trate de espacios de encuentros especiales o del despliegue de
dramas institucionales de rutina es posible postular la presencia de
marcas discursivas en las líneas de significación. Éstas se encuentran
en juego en cada situación singular –actividad política, trabajo cientí-
fico, actividades de gestión o procesos de producción–, un campo de
fuerzas en el que se juega la validez discursiva de estos campos. Éste es
el aspecto que nos interesa subrayar en un escrito sobre los contextos
de acción institucional en el que emergen las figuras copartícipes de
la enunciación y se afectan mutuamente múltiples corporeidades, a
las que consideraremos aquí en sentido spinoziano.7
Encararemos esta tarea introduciendo cierto desvío con relación
a Maingueneau, de modo que detengámonos un momento en esta
propuesta, pues se vincula con aquella introducción del modelo del
cuerpo que realizó Baruch Spinoza en el pensamiento occidental,
modelo que interpela a la “conciencia”, y a las “pasiones tristes”. La
institucionalización del cuerpo como modelo posibilita desplazar la
atención hacia las afectaciones, hacia la fuerza de los cuerpos para
perseverar en su propia naturaleza. La afectación (affectio) implica
mezcla de cuerpos que afectan cuerpos. Spinoza pone así de relieve
lo no-representativo.

7 
Véase Spinoza (1982). Para Spinoza, el cuerpo es “cierto modo de la extensión existente
en acto” (Parte ii, Proposición xiii). Los cuerpos son singularidades que “se mueven o están en
reposo” (Parte ii, Axioma i), que afectan y son afectados, constituyendo relaciones complejas,
un modo, que define su individualidad.

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En su trabajo sobre Spinoza, Gilles Deleuze sostiene que un cuer-


po no se define por su forma, órganos o funciones; tampoco como
sustancia o como sujeto. Se define por el conjunto de relaciones de
reposo, lentitud, movimiento y velocidad de elementos no formados
y además por la intensidad de su fuerza para existir, para afectar (De-
leuze, 2004:150 y ss.).
Guiándonos por esta última línea de significación, nos interesa
subrayar el juego de las afectaciones de unos cuerpos sobre otros,
especialmente en consideración a que cualquier cosa puede ser un
cuerpo –cuerpo Humano, cuerpo animal, cuerpo de la lengua, cuer-
po social. Pero también cuerpo jurídico, cuerpos administrativos,
cuerpo de ideas, cuerpo de modelos económicos, sociales y cultura-
les. En este sentido, la sociedad democrática implica multiplicidad
de cuerpos definidos en la singularidad de sus individualidades. El
poder de afectar y ser afectados, su composición, su reposo o movi-
miento, las “inclinaciones” de un cuerpo se juega en un complejo de
relaciones, en un plano de composición y un plano de inmanencia.8
En tanto, como lo expresa Spinoza: “Nadie ha determinado hasta el
presente lo que puede el cuerpo” (1982: iii, 2, escolio), todos aque-
llos segmentos 9 aquellas afectaciones que lo componen, demandan
una ética concebida como etologia, una ética vinculada con el plano
de inmanencia, pues relaciones y poderes, en el dominio en que se
constituyen múltiples singularidades y flujos, como dice Deleuze,
“tienen una amplitud, umbrales (máximo y mínimo), variaciones o
transformaciones propios” (2004:153).
La recursividad del pensamiento volviendo sobre los campos en
que se juega la pervivencia y profundización de la democracia es
interpelada en su dimensión ética, pues como no puede saberse a
priori qué efectos puede producir un poder de afectación, se requiere
de una larga experimentación y gran prudencia (Deleuze, 2004:152)

8  En Deleuze, plano de inmanencia implica la presencia del caos y el fluir de singu­


laridades de todo orden: afectivas, semióticas, corpóreas, mentales, etcétera. En ese plano
los puntos singulares no están vinculados entre sí y se deslizan al azar.
9  En Deleuze los segmentos son líneas que componen a los individuos y a los grupos.
Pueden ser molares (juez, médico, profesor, etcétera) o moleculares (saberes, oficios, etcétera).
Véase Deleuze y Parnet (1980).

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para encarar ese plan de inmanencia o consistencia como respuesta


a la advertencia que, según Deleuze, Spinoza nos grita en la cara: no
sabemos de lo que somos capaces en lo bueno y en lo malo cuando
se produce tal combinación de afectaciones.

La noción de ocasión

En esta parte trabajaré la noción de ocasión, a la que postulo como


una herramienta nocional pertinente para la tarea propuesta, pues
posibilita el advenir de un momento de apertura en los pliegues de
esas instancias situacionales, genera una momentánea configuración
significativa, un campo que se torna virtualmente legible.
Para encarar esta tarea debemos hacer una breve referencia al
sentido que queremos darle aquí a la noción de ocasión en una pers-
pectiva que, reitero, apunta a estudiar las condiciones de posibilidad
para el juego de fuerzas en el que una forma de vida lucha por impo-
ner las pretensiones de validez de sus enunciados e instituirlos como
legítimos. La noción de ocasión está implícita en los escritos sobre
retórica,10 particularmente cuando ésta es considerada un arte que
indaga en la dimensión antropológica, la cual se pone en operación
cuando los sujetos deben ejercer aquello que, con Habermas, pode-
mos denominar competencia comunicativa.
Con el propósito de explicitar la alternativa que tomo dentro del
campo de la retórica, debemos prestar atención al dominio de la ac-
ción social, a los ámbitos de las deliberaciones que se producen para
resolver problemas o tomar decisiones; implica examinar aquello que
denomino “contexto etnográfico”, de relevancia decisiva para nuestra
concepción respecto de las condiciones sociohistóricas de producción
de subjetividad.
La decisión de seguir este phylum dentro de la “pradera de la
retórica”, requiere aceptar la distinción entre “hablar” y “decir” que
trazó Øivind Andersen (1995) y que tomamos de los aportes de José

10  Aristóteles considera a la retórica como la facultad que permite obrar pertinentemente,
actuar con prudencia en cada caso, en cada situación concreta. Véase Retórica, libro i, capítulo ii.

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C O N V E R G E N C I A S

Luis Ramírez (1999), la retórica es un campo compuesto por múl-


tiples narrativas, entre ellas las que derivan de la retórica focalizada
en el hablar considerado como acción, como actuar en una situación
determinada. Esta actuación despliega su coreografía, se da a la per-
cepción de manera audiovisual. Hablar implica un “hecho social”, un
acto que requiere competencia práctica de los sujetos que la realizan,
motivo por el cual en la concepción antropológica de la retórica es
posible realizar una articulación con la dimensión política, tal como
aparece en Aristóteles: el desplazamiento del “marco institucional”
en el que hasta ese momento se habían concentrado los estudios y
el tratamiento de los fenómenos retóricos –las prácticas jurídicas–,
pero con Aristóteles no sólo se produce una interferencia en el modo
tradicional de ejercicio del arte (distinción de las partes oratorias,
clasificación, ordenamiento de la oratoria y de las operaciones re-
queridas), sino que además, a partir de allí, la retórica apunta a la
lógica implícita en la constitución de cualquier espacio social, no
sólo en aquellos vinculados específicamente con el tratamiento de
problemáticas jurídicas. La especificidad de las formas jurídicas y sus
prácticas asumen un estatuto fundante de lo social y llaman nuestra
atención respecto a la dimensión jurídica de los contextos de acción.
Su tratamiento demandaría la realización de otro trabajo.
La acepción antropológica de la retórica relaciona el bien decir
con la praxis, con la acción constante de producir significaciones. En
la Retórica, Aristóteles se propone examinar la lógica implícita en las
argumentaciones, la especificidad del razonamiento retórico, que se
basa en la capacidad de argumentar consistentemente. Para ello, se
requiere operar de manera pertinente en situaciones concretas.
De lo anterior se desprende que la noción de “ocasión” puede ser
relacionada con la de situación, una instancia comunicativa que,
como tal, tiene sus pautas y restricciones.11 La situación concreta
demanda que el sujeto tenga un desempeño pertinente en los cursos

11  Seguimos aquí la distinción entre “competencia lingüística” y “competencia


comunicativa”. Esta última alude al conocimiento requerido al hablante constituido en una
situación concreta (debate, exposición, etcétera) de las reglas y las pautas que legitiman y
restringen las prácticas discursivas en cada contexto de comunicación.

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de acción emprendidos, debe sostener una correcta actuación –un


buen perfomance–, para lo cual la actuación debe realizarse en el
momento oportuno. Esa ocasión incide para que se hable en el marco
de lo que está pautado. En el caso que nos ocupa, se produce una
trama de significaciones propias del universo simbólico de las ciencias
sociales, abre visibilidades al iluminar algunas de esas producciones
en la maraña, en la selva, que conforma su acervo cultural.
El momento en que esto se efectúa evoca algunas de las líneas de
significación de la noción de kairós,12 ese momento del hablar en el
decir que se efectúa en una situación concreta, en la que una opera-
ción coordinada y relevante para una situación posibilita el advenir
de las partes en el todo. Su afinidad con el concepto aristotélico de
phronesis está dado en que éste alude a la prudencia en el obrar, a
tener criterios sujetos a racionalidad, a ser “mesurados” en el ejercicio
de los juicios que deben ser adecuados al mundo sociocultural y al
marco situacional en el que los sujetos tienen que elegir la instancia
de intervención y el modo de hacerlo de manera convincente, me-
diante pasos y argumentos razonables cuando se está involucrado en
el tratamiento de un caso (Ramírez, 1999). La phronesis alude a la
aplicación del conocimiento para alcanzar una meta, para realizar una
obra particular, pero no se reduce a una mera techné, pues la phronesis
requiere un saber práctico que permita seleccionar los medios más
adecuados para alcanzar fines éticos. No hay, como en el saber de la
techné una disponibilidad de instrumentos ya dados y fines prede-
terminados como productos. Para definir su fin la phronesis requiere
deliberación, demanda sopesar los medios adecuados éticamente para
obtener fines virtuosos. De modo que la racionalidad instrumental
es desplazada en consideración a lo que es óptimo para la existencia
en una situación determinada.
A su vez, como vimos, kairós permite pensar la oportunidad, el
momento que demanda capacidad de discernimiento, de criterio
adecuado y de buen juicio para la elección del tiempo y la actuación.
Kairós implica esa ocasión en que se debe realizar una composición

12  La noción de kairós alude al momento oportuno para ejercer el juicio razonable, a la
capacidad para hacer lo conveniente respecto a lo que es relevante en una situación singular.

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C O N V E R G E N C I A S

de lugar, una definición de la situación retórica. ¿Qué relevancia


atribuimos a esto?
La capacidad reflexiva, que la polis griega potenció e inscribió
como marca singular en nuestra cultura, se entrama en la constitución
de la sociedad tanto doméstica como civil. Postulada por Aristóteles
como producto del logos,13 la retórica se nos presenta significativa
en un sentido antropológico. Como señala J. L. Ramírez (1999),
Aristóteles vincula la retórica con las tesis de su Política y desplaza la
significación “fuerte” que relaciona al logos con el conocimiento de lo
verdadero, como capacidad para determinar lo verdadero y lo falso.
Ante esta acepción, que identifica logos con razón teórica, Aristóteles
ofrece otro sentido: la vinculación del logos al conocimiento que
sirve de guía para la toma de decisiones. En consecuencia, el logos se
articula a la razón práctica, al razonamiento que orienta a los sujetos
para que realicen elecciones pertinentes en su accionar. El interés
de la retórica apunta a las problemáticas cotidianas, al ejercicio del
pensamiento para decidir respecto de situaciones prácticas de modo
discursivo y probabilístico, no mediante enunciados legaliformes.
En consideración a lo anterior, la retórica ofrece instrumentos
para la elucidación acerca de cómo se constituyen ámbitos sociales
mediante la producción-reproducción de pliegues en el entramado
simbólico mediante la práctica dialógica, la eficacia de las formas sim-
bólicas e imaginarias y la práctica ( praxis) del habla y del decir.
En este punto señalaré lo siguiente: aceptemos que “toda determi-
nación es negación” –Omnia determinatio negatio est, como sentenció
Spinoza– y que, siguiendo la metáfora con la cual sintetiza Andersen
el contenido de su libro –la “pradera de la retórica”–, nos ofrece la po-
sibilidad de afirmar una de las líneas de pensamiento que los embates
de la modernidad había desplazado: el sentido antropológico. En ese
caso se produce un debilitamiento de la fuerza adquirida por la huella
hegemónica en esa “pradera”, vigente hasta nuestros días: la relevancia
de los tropos, el estudio del estilo, en suma, del decir. Admitamos tam-

13  Aristóteles, en La Política, subraya la posesión del logos como cualidad social humana
específica que le permite conocer, sopesar, juzgar, manifestar qué es conveniente y qué es
nocivo cuando se debe obrar en situaciones concretas.

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C O N T E X T O S D E A C C I Ó N

bién que aun sin intencionalidad, al realizar esta operación algo del
dictum spinoziano se cumple. Aunque no haya una determinatio, una
afirmación que conlleve negación en el sentido fuerte del término, se
efectúa al menos un desplazamiento de la atención prestada a las figu-
ras retóricas. Queda clara la importancia del momento del habla pues
pone de relieve la centralidad de las prácticas. Desde el punto de vista
del análisis del discurso, nos permite focalizar la atención en el domi-
nio de la pragmática, en las instancias de enunciación, evitándonos así
caer envueltos en el fetichismo de las palabras. Sin embargo, si bien
la convocatoria a las figuras retóricas se inscribe en el linaje discursivo
que ha focalizado su atención en el decir, no podemos dejar de señalar
cierta bifurcación en esa línea de pensamiento cuando el estudio de
tropos como metonimia y metáfora es transducido o interferido por
el giro pragmático y tales tropos quedan en consecuencia enredados
en la praxis social, en la acción social. En ese sentido, podemos decir
que el logos posibilita la producción de un contexto etnográfico. Digo
“posibilita” pues los sujetos individuales ponen en juego sus propias
capacidades de agenciamiento, sus competencias etnometodológicas,
de selección, valoración y juicio adecuado; atributos del logos. Pero
como nuestro interés es subrayar aquella serie de significaciones que
vinculan el logos a la razón práctica, al hablar, a la praxis, tenemos un
requisito: esquivar el logocentrismo y valorar las prácticas, los juegos
de fuerza, las afectaciones y la lucha.
De modo que entran en juego la trama de concepciones, de sen-
tidos y de representaciones sociales –representación entendida como
escenificación, como darstellung –, en que se desplegará el discurso.
Como vimos, en algunas líneas de significación que circulan en los
estudios de retórica, kairós es la ocasión, el momento en que se toma
la decisión de realizar el acto del habla, o se decide callar. En el Fedro
Platón dice que el experto en retórica debe conocer el arte y además
tener “conocimiento de las oportunidades, de cuándo ha de hablar
y cuándo ha de abstenerse de hacerlo”. La ocasión propicia, más lo
conveniente ( prépon) sería la base de la construcción retórica. La ope-
ración siguiente es la invención (inventio); de modo que constituirse
en el kairós es condición de posibilidad para el hablar, lo cual impli-
ca praxis como dimensión antropológica articulada a una situación

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social. En esto focalizamos aquí nuestro interés, no tanto en el decir.


Nos interesa el lazo que se produce entre operaciones identificadas
como propias del universo de significaciones de la retórica, con las
lógicas inherentes a la acción social.
La constitución del momento justo es el de esa temporalidad
cualitativa en que algo puede ser expresado con claridad. La ocasión,
entonces, implica el montaje de una dramática institucional en la que
encontraremos la esceno-grafía constitutiva de un contexto etnográfi-
co, en un tiempo cuantitativo, de reloj, el tiempo social objetivo que
regula las prácticas institucionales. Pero lo relevante es que la cons-
titución de esa esceno-grafía es el contexto producido, y al mismo
tiempo recursivamente posibilitado, por la ocasión entendida como
kairós, como el momento adecuado y legítimo en que algo puede ser
dicho en esa instancia precisa.
Ahora, una instancia comunicativa como la que genera un en-
cuentro académico implica reglas y pautas particulares que son
efectuadas por agentes institucionales competentes. Todos los invo-
lucrados, en cada emplazamiento particular (expositores, audiencia,
etcétera), despliegan sus competencias para actuar pertinentemente,
en el momento adecuado. Ésta es condición de posibilidad para la
constitución colectiva del espacio social y, en ese sentido, el sujeto de
la enunciación –sujeto necesariamente colectivo–, se constituye en
la instancia de la pertinencia, de lo adecuado y prudente (kairós). El
trasfondo institucional deja ver algunas trazas insitas en sus pliegues.
La ocasión, como momento de mostración probable, de apertura
hacia cierta visibilidad, implica aceptar el leitmotiv de la metafísica oc-
cidental, que metaforiza el ser de la luz, de la verdad, postulada como
aquella claridad que ilumina y deja ver con nitidez la realidad tal cual
es. Más adelante reflexionaremos sobre esta concepción cuidándonos
del exceso de luminosidad que proviene de dicha fuente; pero, por el
momento, digamos que una explicación plausible de la persistencia de
esta metáfora es que la levedad de la luz, su aspecto incorpóreo, la aleja
de la imagen de las cosas substantivas. El ser como presencia, como
fundamento, como entidad suprema, puede ser imaginado como esen-
cia lumínica, afín a la imagen de la luz. En ese sentido, la insistencia del
tropo de la luz reitera el fundamento de la ontología tradicional, que ha

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C O N T E X T O S D E A C C I Ó N

instituido al ser como ente, por evanescente que este ente fuese. Mas
abajo veremos cómo se puede encontrar, en la noción de apertura a la
luz, de luminosidad, un modo que posibilite otra visión, desmarcada
de la tradición ontoteológica, de sus presencias y sus copias.

Contextos de acción bajo una luz tenue

Nos interesa pensar los encuentros sociales, los ámbitos de copre-


sencia, como entramados conversacionales. Ellos ofrecen una “oca-
sión para” escuchar la polifonía de voces implícitas en los pliegues
institucionales. Posibilitan, además, el mantener nuestra perspectiva
deconstructiva, opuesta a la que cree en la existencia de realidades
substantivas que se reiterarían en su identidad. Este punto de vista,
que concibe al drama social como el último observable de las acciones
e interacciones dadas situacionalmente, permite acceder a los contex-
tos etnográficos que se despliegan en las instituciones, como dije en
la introducción de este trabajo.
Sostener el punto de vista que otorga la noción de ocasión implica
ubicarnos en situaciones concretas, en esas oportunidades en las que
se toman decisiones y se realizan acciones en el dominio simbólico e
imaginario enlazado a las prácticas sociales.
Una perspectiva que resalte la presencia de los juegos de fuerza,
de los procesos que instituyen espacios de poder, demanda esquivar
las derivaciones que interpelan desde el universo de las representa-
ciones. Ya he dicho que en otro escrito trabajé esta problemática y he
postulado la conveniencia de driblear la interpelación de la noción
de representación, mental o social, concebida como intermediaria
(mesostés) como instancia que, desde el punto de vista del pensamien-
to de la deconstrucción, se mantiene en la constelación de la copia,
es decir, de la herencia platónica.
Una palabra clave que acude a nosotros en esta ocasión es lucus,
que adoptamos como traducción de la germana Lichtung.14 Este

14  Esta palabra tiene como sinónimo Waldblöse, “claro en el bosque”. Sinonimia
interesante, pues la luminosidad está precedida por lo oscuro, por la espesura del contorno.

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vocablo fundamental ha sido traducido de múltiples formas: “ilumi-


nación”, “claro luminoso”, “apertura”, “iluminación-apertura”. Ex-
plorada por Leonardo Amoroso (1990), la noción de Lichtung como
un ámbito abierto a la luz no alude meramente a un lugar luminoso,
sino a un sitio que, mediante operaciones, ha sido abierto a la luz.
Opta por traducir este lugar de luminosidad especial con el vocablo
latino luco, juzgándolo valido para traducir Lichtung al italiano que es
su idioma natal (Amoroso, 1990:194). Una apertura a la luz, el lucus
sostiene un acople complejo con la densidad selvática que lo rodea,
tiene ciertas características que no lo asimilan a un lugar totalmente
descampado, pues:

tampoco el lucus es un lugar completamente despoblado: tiene árboles


y cañas; sin embargo, su espesura no constituye un concepto absoluto,
sino que se determina en comparación con la mayor densidad de la
silva: el lucus resulta así definido por una densidad relativa (relativa,
precisamente, a la de la silva) (Amoroso, 1990:198).

Tenemos entonces una relación doble del lucus con la luz y con
la oscuridad, un vínculo complejo en el que ese nexo se rompe si
el lucus no es respetado en su especificidad. Talar, devastar un lucus
(lucum conlucare), lo aniquila como tal, deja de ser una Lichtung
para convertirse en un simple descampado, totalmente abierto a la
luminosidad del día, sin el entorno oscuro de la selva que lo abre a
la luz y al mismo tiempo esconde. La delicada armonía entre luz y
oscuridad que sostiene al lucus, se desvanece (Amoroso, 1990:200).
Tomemos, a modo de ilustración, una jornada en la que se tra-
bajó sobre las transformaciones del espacio público,15 donde a lo
largo de dos días se intervino en el entramado de elaboraciones
presentadas despejándose limitadamente, como no puede ser de
otra manera en encuentros de este tipo, algo del intrincado tejido
de producciones. Se genera así ese espacio de visibilidad limitada,

15  “Transformaciones del espacio público en la Argentina”, Jornadas Nacionales (2009),


Programa de Investigación Espacio público y políticas: representaciones, prácticas y actores.
Argentina a partir de la década del ‘80, Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires.

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C O N T E X T O S D E A C C I Ó N

de cierta luminosidad tenue que se abre en la trama, un espacio de


visibilidad opaca, a la que podemos pensar con la noción de claridad
débil, relativa a la densa urdimbre en que se abre y que la bordea
(lucus, de lucere).
El movimiento reflexivo que conlleva el montaje de ese encuentro
institucional implica la posibilidad de interpelar al lienzo de signifi-
caciones que nosotros mismos vamos entramando. En él devenimos
observadores múltiplemente implicados en nuestros espacios insti-
tucionales de pertenencia y de referencia, de modo que la realidad
social constituida en nuestra producción de significaciones es efecto
de los mandatos de reflexividad instituidos en el dominio de las
ciencias sociales; pero también en los múltiples segmentos que nos
constituyen como sujetos. Implicación entonces en la maraña simbó-
lica-imaginaria en que precariamente habitamos y en los espacios de
tenue luminosidad que podemos abrir, como en el encuentro que nos
ocupa, en una institución del ámbito público estatal, en el entramado
inestable del medio social en que se constituye nuestra subjetividad.
En un tiempo lejano, en “vórtices históricos” parecidos a los que nos
toca vivir –el mundo de Virgilio–, encontramos una huella que ilus-
tra nuestro presente. Dice el poeta: “nadie posee una morada segura,
habitamos en ‘lucos opacos’”.16 En esas épocas de incertidumbre, en
el seno de una sociedad desgarrada por guerras y enfrentamientos,
Virgilio ofrece en la Eneida (1990) una respuesta épica. Como en la
cita mencionada, esta obra posibilita pensar la imbricación de luces
y de sombras que todo lucus implica.
Pensar el caso que nos ocupa con la noción de luco, de luminosi-
dad tenue abierta en un entorno selvático y sombrío, con sus juegos
de fuerzas sociales y culturales revirtiendo las unas sobre las otras,
abre visibilidad respecto al dominio sociohistórico de la subjetividad
que nos habita. El contexto de acción, la experiencia particular de
la Jornada realizada en la Universidad Nacional de Quilmes; el dis-
curso pertinente de los protagonistas en el momento adecuado, ante
los interlocutores adecuados; la apertura de esos claros del bosque, los
“lucos opacos” bordeados de maraña, entornados por la densidad

16  Véase Amoroso, 1990:200.

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oscura de la selva simbólica y de prácticas de la vida académica, todo


ello implica la segmentada maraña de linajes discursivos que buscan
legitimar su decir. Son los desarrollos en investigación social, como
las que han sido expuestas en las Jornadas, los que posibilitan iden-
tificar la ocasión singular de una instancia comunicativa. Lo que me
interesa señalar entonces es cómo la constitución de la ocasión que nos
ocupa convoca ciertas marcas que hacen visible la realidad generada
por las formas producidas en el lenguaje.
En consideración al hecho de que los hombres construyen reali-
dades mediante el diálogo, toda acción, toda práctica está articulada
a lo simbólico. En el caso puntual que nos ocupa, las nociones de
kairós, de phronesis, o de luco, posibilitan pensar la epifanía no sólo
de lo dicho, sino también de lo no dicho y que puede ser leído en la
textura de lo enunciado, en las exposiciones y en la escena institu-
cional como tal. Los códigos, las formas del poder, las narrativas, los
hábitos inscriptos en el trasfondo institucional transversalizan todas
las formaciones sociales que se despliegan en el campo social, de
modo que estos implícitos pueden ser escuchados en los encuentros
académicos.
La dimensión política en sentido amplio es constitutiva de los
espacios sociales y en consecuencia de toda ocasión, pues allí se juegan
cuestiones de poder; entre ellas las siguientes: obtener reconocimien-
to por descripciones o explicaciones ofrecidas en los informes; buscar
la aceptación de determinados enfoques teóricos o metodológicos;
implantar líneas de significación particulares; refutar interpreta-
ciones o puntos de vista; establecer acercamientos o convergencias
entre distintas corrientes de pensamiento, etcétera. Como hemos
visto con la noción de esceno-grafía, distintos enfoques, múltiples
interpretaciones de la realidad, pugnan por instituir sentido en los
encuentros académicos. Estos cruces de fuerza se producen en el
campo que generan las reglas constitutivas del juego de la ciencia.
Con sus pautas explícitas y sus formas a priori, las ciencias sociales
despliegan sus producciones en las jornadas académicas, especifican
sus significaciones como legítimas inscribiéndolas en la esfera del
juego. La implicación que esto produce hace muy difícil visualizar los
entrelazados vínculos del hacer científico con las estructuraciones de

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C O N T E X T O S D E A C C I Ó N

poder. Vale, en consecuencia, la pregunta: ¿qué instituimos cuando


realizamos espacios de encuentros académicos? Para dar una primera
respuesta consignaremos las siguientes significaciones:

a) instituimos las significaciones anudadas al imaginario central de


la ciencia como acontecimiento decisivo de la modernidad tem-
prana;
b) en lo cognitivo y en la acción, la ciencia impone su propia lógica,
que distingue, analiza, designa y relaciona en conjuntos que se
imponen como realidad ostensible. Es a la que Castoriadis deno-
mina lógica conjuntista-identitaria;
c) institucionalizamos el universo simbólico-imaginario del paradig-
ma antropológico, al que Foucault vincula con el “nacimiento del
hombre” y el desarrollo de la sociedad disciplinaria, paradigma
que incide con sus a priori conceptuales y sus códigos;
d) instituimos la estructuración particular de los dispositivos disci-
plinarios, con sus códigos, jerarquías, figuras, ámbitos y procedi-
mientos, y
e) sostenemos la clausura relativa de los territorios del saber, sus
objetos y códigos.

Ciertamente es en ocasiones de este tipo, producto de la imple-


mentación de reglas de inclusión y exclusión, en las cuales trabajamos
implicados en las transformaciones del espacio público, precisamente
en un espacio público estatal como es el de la Universidad. Podemos
metaforizar tales transformaciones como efectos de fractales, en el
sentido de que el espacio público, trabajado transversalmente por
la crisis, inscribe sus mutaciones en las instituciones particulares
del Estado y éstas, a su vez, producen distintas metamorfosis en el
entramado social.
En ese contexto, las ciencias sociales son depositarias de expectati-
vas que emergen de la demanda social; como ella está históricamente
situada, el contenido material de los encargos tiene el propósito de
articularse, o ser factible de articulación concreta, en situaciones que
han sido definidas como problemáticas por la sociedad o por las ins-
tituciones que la componen. Esta demanda implícita, uno de cuyos

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C O N V E R G E N C I A S

puntos de anclaje es el principio de eficiencia, enlaza a las ciencias


sociales con la característica que asume la producción y circulación
del conocimiento desde la modernidad temprana: la recursividad de
segundo orden. Como sabemos, esto demanda que la estructuración
de los conocimientos especializados inflexionen sobre los sistemas de
interacción y las prácticas de rutina de todas las áreas de actividades.
Puntuar esta demanda actúa como un revelador del linaje positivista
que se expresa fragmentariamente en su escritura, en la esceno-grafía
de los eventos académicos. Allí procura legitimar sus pautas, o ex-
ponerlas al juego de la conmensurabilidad, al conjunto de reglas
implícitas acordadas y escuchadas en el trasfondo institucional del
discurso de las ciencias sociales, pero también devela la distancia que
se produce entre los productos de la institución de la investigación y
el plano de su agenciamiento en la sociedad actual.
La reproducción de situaciones de anomia en todos los órdenes
institucionales no ha podido ser revertida por las interferencias co-
rrectivas producidas en los esquemas que instaló el neoliberalismo.
El incremento de la serialidad social y de los procesos de esquismogé-
nesis17 sigue produciendo agrupamientos segmentados, clausurados
en sí mismos. Instalados como tendencias que circulan en el socius,18
la segmentación y la seriación condicionan la existencia de las orien-
taciones particularistas de la acción social, como las nominó Talcott
Parsons.
El Estado, como articulador de una multiplicidad de máquinas
sociales, está atravesado por fuerzas análogas que segmentan sus
espacios por efectos de transducción. Observamos entonces que hay
marcas del social-histórico vinculadas con situaciones de crisis de
racionalidad, lo que implica que los medios, los procedimientos y la
lógica de las formaciones racionales, de las instituciones modernas,
se tornan indeterminados. Se produce entonces la convivencia de

17  Proceso de ruptura de los intercambios pautados entre grupos diferenciados. El


concepto ha sido desarrollado por G. Bateson (1985).
18  Denominación que adquieren, en el institucionalismo de F. Guattari, las múltiples
formas de interacción en la familia, grupo o comunidad. Es la instancia fundamental de la
socialidad, que genera lazos desplazándose desde los vinculos de amistad, hasta las formaciones
sociales más complejas.

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C O N T E X T O S D E A C C I Ó N

situaciones en las que se combinan y relevan distintos grados de


racionalidad. Esto precipita el despegue de los sistemas sociales –en-
tre los que están las instituciones de educación universitaria– y su
separación del mundo de la vida19 que, como se recordará, alude a
la relación de los ámbitos de encuentros cara a cara con las prácticas
interactivas, con el medio ambiente físico, con la sociedad, y con el
dominio de la mente. Este clivaje afecta negativamente el ejercicio
de la reflexividad orientada a incrementar la autonomía ciudadana,
pues el mundo de la vida implica expectativas mutuamente referidas
y que los sujetos operen en un entramado de remisiones, lo que les
posibilita definir la situación configurando activamente cuáles serán
las cuestiones relevantes, los fines y esquemas de acción legítimos.
Estas construcciones, en Jean Duvignaud (1966), como ya lo he con-
signado han sido denominadas dramas sociales especiales, o de cierta
escala institucional considerada relevante, pues no se trata de sucesos
cotidianos y rutinarios. Los saberes instituidos, tanto en el campo de
las ciencias naturales como en el de las ciencias sociales y humani-
dades despliegan la singularidad de sus espacios; entre ellos, los que
generan congresos y jornadas.
No quiero concluir este escrito sin señalar la importancia que
asumen los dramas sociales locales, rutinarios, en los que se realizan
las prácticas sin las cuales no existirían los espacios institucionales
organizados. Éstos constituyen el singular concreto de las institu-
ciones que conforman el entramado social y son, en consecuencia,
de la máxima relevancia para el desarrollo de la cultura democrática.
Como he dicho al inicio de este artículo, uno de nuestros objetivos
es distinguir esquemas de acción y formas a priori que se presentan
como relevantes en las operaciones de ensamble de los ámbitos insti-
tucionales. Nos interesa subrayar como significativas aquellas líneas
de fuerza discursiva que se encuentran insitas en esas operaciones de
ensamble, especialmente aquellas cuyo sentido institucionaliza, en el

19 
En Habermas esta noción, proveniente de la tradición fenomenológica, se encuentra
en tensión con los “sistemas sociales” y complementa el concepto de “acción comunicativa”,
como hemos visto directamente vinculado a la posibilidad de constituir consensos racionales
democráticos.

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C O N V E R G E N C I A S

dominio singular concreto, la vida democrática. Dado que las rutinas


institucionales están marcadas por la racionalidad instrumental y por
los implícitos de la sociedad de la técnica, esos dramas locales de-
mandan, entre otros emprendimientos reflexivos, el cartografiado de
puntos de fuerza singulares que en los cursos de acción se encuentran,
por así decirlo, en los “bordes del luco”, opacados en los pliegues en
cuyo trasfondo se juegan sus condiciones de existencia.
¿Cómo se expresan, en las prácticas de rutina, las líneas de signifi-
cación que puntuamos como contrarias al ethos democrático?
Antes he señalado que los espacios sociales son efecto de cons-
tantes construcciones colectivas, entramados discursivos y extradis-
cursivos que se sostienen en las prácticas. Producción de sentido y
modos de gestión del poder son concomitantes pues como ya ha sido
observado las reglas, disposiciones, espacios y jerarquías emergen de
múltiples juegos de poder. Los modos de gestión del poder y la cons-
trucción de sentido se gestan en la red de segmentos institucionales,
en la trama enmarañada de múltiples pautas sociales y culturales.
Las herramientas institucionales –simbólicas y materiales–, dispo-
nibles en el mundo circundante en el que los individuos ejercen sus
prácticas de autoconstitución como sujetos morales, se encuentran
disponibles en función de la distribución más o menos democrática
del capital cultural, de la riqueza y el poder. En suma, se trata de pro-
blemáticas propias de la dimensión política, del cruce polémico entre
potencias simbólicas y materiales que procuran afirmarse activando
relaciones diferenciales de fuerzas.
Ámbitos de encuentro para realizar evaluaciones y tomar decisio-
nes; espacios constituidos para la elaboración de diseños organizacio-
nales y procedimientos administrativos; encuentros rutinarios para
la producción, formación, etcétera, son ámbitos institucionales afec-
tados en su constitución misma por juegos de fuerzas “microfísicas”
que los obligan a plegarse a las formas de la racionalidad instrumental;
pero también a las prácticas guiadas por lógicas “difusas” y hasta a
las impuestas por usos discrecionales del poder. En cualquier caso,
por imposición de la verticalidad y peso de las jerarquías de formas
duramente codificadas; o por el ejercicio fáctico y puntual del poder
que posibilitan los modelos de organización “desreguladores” del neo-

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C O N T E X T O S D E A C C I Ó N

liberalismo (nuevo management, reingeniería de sistemas, etcétera),


las prácticas propias del juego cooperativo y democrático, envueltas
en la inercia de las rutinas naturalizadas, son desplazadas del campo
de posibles.
En este sendero de significaciones, enfocar cada encuentro como
una ocasión en que el “mundo de la vida” hace su epifanía en los
escenarios sostenidos por formas relativamente estables, genera la
posibilidad de cuidarnos de las afectaciones (affectio) que producen
“malos encuentros”, como denomina Spinoza a esos acoples que em-
pobrecen y degradan la vida, que envenenan las formas y las corpo-
reidades del mundo democrático. El ejercicio de las formas de vida
democrática se juega en consecuencia transversal y cotidianamente
en todos los órdenes institucionales y escenografías, cualquiera fuere
su escala.
Dado que la reflexividad vinculada a la búsqueda de eficiencia
habitualmente cede a su inclinación tecnocrática y permanece cap-
turada en la racionalidad de medios, las operaciones recursivas que
constituyen las escenografías locales demandan ser incididas persis-
tentemente por las pautas de una orientación ético-política consi-
derada como envío histórico de la forma de vida democrática, y que
es pertinente actualizar en el presente. Dichas pautas demandan la
institución del cuidado en el doble sentido de conocimiento racional
y cuidado ético de sí en tanto ciudadanos, pues la vida democrática
se halla en pugna permanente con líneas de significación que, visuali-
zadas por nuestra mirada, heredera del phylum discursivo de la polis,
devienen líneas de fuerza puntuadas y juzgadas como derivas prove-
nientes de potencias irracionales que brotan del dominio de lo abisal;
líneas de sentido que acompañan y con frecuencia se entrelazan de
modo paradojal en los cursos de acción social. En consecuencia,
como la institución del orden social se juega cotidianamente en una
multiplicidad de dimensiones molares y moleculares, la responsabi-
lidad ciudadana demanda el montaje de dispositivos de encuentro
que posibiliten la realización de bucles recursivos en los que la vida
democrática, como acontecimiento, actualice constantemente sus
potencialidades.

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Recibido el 25 de agosto de 2013


Aprobado el 13 de noviembre de 2013

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¿Es una sociedad hedonista
la que causa el auge de las adicciones?
Reflexiones psicosociales sobre el adicto y la sociedad de consumo

Alejandro Klein*

Resumen

¿Es una sociedad hedonista la que causa el auge de las adicciones? No estemos
tan seguros… Como hay diversos indicios, podemos pensar que si esta socie-
dad se caracteriza por algo es por el displacer, el malestar y el desvalimiento.
Entonces, lo descripto como hedonismo ¿es un exceso de placer o es, más
bien, una compensación ante el exceso de displacer? Y de allí esta otra inte-
rrogante: ¿los jóvenes se drogan tan sólo por enfermedad mental, sólo por
patología? ¿No existe algún tipo de facilitación en el hecho de que la droga
se acopla a una estructura social donde el futuro está abolido, denigrado,
desvalorizado? ¿Dónde lo único que queda es el ya y lo inmediato? ¿No será
que la adicción es más bien una figura de mediación, tanto subjetiva como
social, donde colapsa la capacidad mental para tolerar y elaborar el conflicto,
lo que se entrelaza a la incapacidad de anticipación social? Y, finalmente, en el
campo de las adicciones: ¿hay ausencia de conflicto o más bien distintos tipos
de exceso que vuelven imposible la capacidad de contención y elaboración
subjetiva y social?

Palabras clave: adicciones, conflicto, estructura social.

* Profesor-investigador de la División de Ciencias Sociales, Universidad de Guanajuato;


<alejandroklein@hotmail.com>.

TRAMAS 41 • UAM-X • MÉXICO • 2014 • PP. 279-297

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Abstract

Is a hedonistic society that causes the rise of addictions? We’re not so sure…
Not little evidence, makes us to think that the society is characterized by
displeasure, discomfort and helplessness. So, what is it described as excessive
hedonism or pleasure is rather a compensation to the excess dipleasure? And
there is another question: Do young people take drugs just by mental illness
or just for pathology? There is not some kind of facilitation in the fact that
the drug is coupled with a social structure where the future is abolished,
denigrated, devalued? Where the only thing left is the right now and the im-
mediate future? Could it be addiction a figure of mediation, both subjective
and social, which collapses the mental capacity to tolerate and developing
the conflict, which is intertwined with the inability of social advance? And
finally, in the field of addictions: there is not conflicts or rather different types
of excesses that make impossible the capacity to containment subjective and
social developments?

Keywords: addictions, conflict, social struture.

Para recategorizar lo adictivo

Muchas veces el campo de lo adictivo suscita explicaciones simplis-


tas que más que explicar obturan. Desde aquí, muchas veces lo que
se describe como patología refiere probablemente más bien a nuevas
formas, inéditas de subjetividad. Por otro lado, ¿las adicciones no
rompen definitivamente el límite entre lo sano y lo patológico? ¿O
acaso seguiremos insistiendo ingenuamente en que sólo los jóvenes
que consumen cocaína son adictos? ¿No existe ya suficiente informa-
ción como para aseverar que también existe la adicción al alcohol, al
cigarrillo, la televisión? Se nos dice que esta categorización –lo adic-
tivo– debería usarse sólo ante cuadros de compulsión; y sin embargo,
esta explicación ¿convence realmente? ¿Dónde está el límite entre lo
compulsivo y lo no compulsivo?
Si nuestra ética, como cientistas sociales y de la subjetividad, es
la ética ante el sufrimiento del otro, ¿podemos aseverar que todas

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¿ E S U N A S O C I E D A D H E D O N I S T A ?

las personas con conductas adictivas sufren por ellas? ¿Estamos tan
seguros de eso? Antes que reaccionar con horror ante la sustancia,
¿nos preguntamos fehacientemente sobre el deseo del sujeto? ¿Acaso
no hay consumidores de sustancias que pueden ser tan equilibrados,
como el que consume coca colas diariamente?
Sin caer en la burda dialéctica de qué es primero, “el huevo o la
gallina”, reflexionemos sobre si la conducta adictiva, además de ser
patología o construcción de subjetividad, no es también un negocio.
Un fabuloso y exitoso negocio. ¿O acaso el narcotráfico, junto con
la industria farmacéutica y la industria armamentista, no son de las tres
industrias que generan más ganancia dentro del mundo capitalista?;
donde las crisis al parecer producen empobrecimiento, por un lado,
pero también crean diversas formas de enriquecimiento, por otro.
Entonces: ¿males sociales o estructuras sociales? ¿Acaso podemos ig-
norar que una de las primeras causas de muerte en los jóvenes es por
psicofármacos?, pero, aclarémoslo, esos psicofármacos que usaron
también sus padres, abuelos, tíos. Entonces, mientras el imaginario
social se desespera por situar al toxicómano en un lugar marginal de
borde, una y otra vez el toxicómano es reenviado al centro mismo
de la cultura en la cual convivimos todos.
Evitemos claramente los juicios de valor, las actitudes de conde-
na; así pues ¿cómo ignorar que el uso de determinadas sustancias va
asociado casi indefectiblemente a cuadros de pobreza, pésimas con-
diciones de vida, configuraciones familiares vapuleadas por situaciones
de desempleo y carestía? Preguntas y reflexiones. Reflexiones para
poder entender el laborioso y a veces fracasado camino de las políticas
públicas con que se encaran por lo general estos temas.
Ha pasado ya un buen tiempo, desde 1996, cuando la película
Trainspotting, salió al mercado y escandalizó a la prensa con la historia
de un grupo de heroinómanos de Edimburgo. El siguiente monólogo
es el que abre la famosa y controversial película, dirigida por Danny
Boyle, basada en la novela del mismo nombre, escrita por Irvine
Welsh:

Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige
un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de

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compact disc y abrelatas eléctricos. Elige buena salud, colesterol bajo


y seguro dental. Elige hipoteca a interés fijo. Elige un piso piloto. Elige
a tus amigos. Elige ropa deportiva y maletas a juego. Elige pagar a
plazos un traje de marca en una amplia gama de putos tejidos. Elige
bricolaje y preguntarte quién coño eres los domingos por la mañana.
Elige sentarte en el sofá a ver teleconcursos que embotan la mente y
aplastan el espíritu mientras llenas tu boca de puta comida basura. Elige
pudrirte de viejo cagándote y meándote encima en un asilo miserable,
siendo una carga para los niñatos egoístas y hechos polvo que has en-
gendrado para reemplazarte. Elige tu futuro. Elige la vida… ¿pero por
qué iba yo a querer hacer algo así? Yo elegí no elegir la vida: elegí otra
cosa. ¿Y las razones? No hay razones. ¿Quién necesita razones cuando
tienes heroína?

Monólogo que trasunta el desencanto generacional ante valores


que se creían garantes de la felicidad y que, sin embargo, se han vuel-
to inaccesibles, por no decir incomprensibles o imposibles. Janin
(1997) trabaja justamente la problemática de las drogas desde una
óptica social; analiza cómo las palabras del adolescente drogadicto
revelan la disyunción de un contexto social: o se es “un ganador”
o no se es. En lugar de proyectos, hay un “ya” demoledor donde, a
la dificultad de tramitar duelos, se une la imposibilidad de alcanzar
socialmente lo que la cultura impone, aun como ideales sociales
(Merton, 1964).
La disyunción que indica Janin es el: “Quedás afuera del mundo”,
en relación con lo que Lewkowicz (2004) indica como el estar dentro
o ser un insignificante, lo que a su vez Castel (1997) presenta como
los inintegrables. Ciertamente se trata de una crisis ética, pero tam-
bién de la concientización de la pérdida de legitimidad del porvenir
y la promesa social (Klein, 2006). Seguramente, el objeto-droga tiene
tanto que ver con un sujeto-droga como con una sociedad perpleja
y confusa en las respuestas y oportunidades que brinda a sus adoles-
centes (Uribe, 2011).

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¿ E S U N A S O C I E D A D H E D O N I S T A ?

Intolerancia a la frustración, intolerancia al duelo

En ese sentido, llama la atención, epidemiológicamente, la frecuencia


de pérdidas sin elaborar o mal elaboradas en toxicómanos adolescentes:

Con frecuencia encontramos viajes, expatriaciones, emigraciones –todas


dolorosas– en la historia familiar […] la toxicomanía sería la conse-
cuencia de un duelo por la tierra de origen no hecho por sus padres
[…] También se puede destacar la frecuencia de las situaciones en que
los ascendientes fueron realmente dañados, lesionados en su cuerpo
[…] el importante grado de no elaboración de los duelos personales o
familiares da origen a intentos de resolución de esas pérdidas que, en
todos los casos, no pueden alcanzar una introyección lograda (Hachet,
1997:114-115).

De esta manera Hachet señala:

Algunos hechos sociales parecen confirmar estos elementos familiares.


El recrudecimiento de la toxicomanía va a la par con el de los duelos
colectivos no realizados… Nuestra tendencia personal a escamotear el
duelo y su trabajo nos hace intolerantes cuando se trata de reconocerlo
o de acompañarlo en otro. Quizá sea también esto lo que los toxicó-
manos tienden a negociar viviendo peligrosamente. [Anteriormente] la
muerte no sufría un proceso de represión colectiva tan marcado como
hoy. Entonces lo reprimido era la sexualidad. En el curso de nuestro
siglo, estos dos términos se han invertido: la sexualidad ha llegado a
ser sumamente libre y la muerte sufrió una denigración casi psicótica
(1997:113-118).

Podría efectuarse una presentación más compleja del tema. Pa-


recería que la intolerancia a la frustración, que deriva en el vínculo
adictivo, es facilitada por la intolerancia al duelo entendido aquí no
desde lo psicoanalítico sino en tanto que implica evitar del dolor y, por
ende, niega la memoria y el transcurrir entre generaciones. Esta falta
de duelo se relaciona con una dificultad en el proceso de mentalización
(Fonagy, 1999, 2000), debido al cual ciertamente no puede aplicarse

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C O N V E R G E N C I A S

aquí el modelo clásico psicoanalítico del síntoma, como formación de


compromiso, sino que estamos ante situaciones de ausencia, de vacío.
El encapsulamiento en el “instante” (y probablemente el objeto-
droga representa un presente compulsivo y repetitivo fuera de la
linealidad de la historia colectiva e individual) hipercondensa el nar-
cisismo inexplorable de secretos familiares, el vacío de una actividad
mental siempre insuficiente y la inmediatez de una experiencia que
se correlaciona con experiencias sociales de precariedad y perplejidad.
Sin embargo, esta misma “hipercondensación” lleva a rechazar la
idea, un tanto simplista, de que “la toxicomanía sería la consecuen-
cia de un duelo”, como si una situación clínica (o un cuadro para
aquéllos que así lo prefieran) se pudiera reducir a una causa o una
sola explicación. Por el contrario, da la impresión de que nos encon-
tramos ante muchas variables en juego, algunas de ellas en relación
con duelos no resueltos, pero también otras en relación con formas
de organización psíquica, además de variables relacionadas a deter-
minadas configuraciones familiares y sociales.
De esta manera, Hachet encuentra que la toxicomanía revela una
tentativa de apaciguamiento y de resolución del dolor psíquico y físi-
co, “en relación a la dependencia psíquica de la imago deteriorada de
los padres o de los abuelos que el fantasma cuida […]” (1997:119).
En tal sentido apunta que:

Epidemiológicamente, se observa que sólo 54% de padres de hijos toxicó-


manos viven juntos, así como hay un entorno de 16% de padre fallecido.
Para cerca de 60%, la educación ha corrido por alguien diferente a los
padres. 27% no ha sido criado por sus padres. La edad media de entrada
a la droga es la adolescencia, lo que le plantea el problema “de dejar,
por el amor y el trabajo, a padres deteriorados o rechazantes” (Hachet,
1997:121).

Podría agregarse que no siempre estos padres son rechazantes o


deteriorados sino que parecen ser especialmente ambiguos, en el sen-
tido de que presentan una especial dificultad para diferenciar amor,
de control; y odio, de preocupación, así aparecen no pocas veces
prácticas de preocupación como manifestación de odio, lo que en

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¿ E S U N A S O C I E D A D H E D O N I S T A ?

otro capítulo se expone como “estructura de padres agobiados”. Las


expresiones de amor, como demandas de cuidado y protección hacia
uno o ambos progenitores, pero desde la temática de la fidelidad y el
endeudamiento hace que sea “fiel” a un progenitor y “traidor” al otro,
por lo que no pocas veces estos jóvenes aparecen comprometidos
en problemáticas de rivalidad, separación y celos entre sus padres.
De este modo, es inevitable que surjan en el joven sensaciones de
reproche, remordimiento y confusión mental sobre la conducta más
apropiada o adecuada ante sus padres o ante la realidad.
Se trata también de nuevas formas de subjetividad que han de res-
ponder por qué la pérdida se transforma en desgarro, la separación no
puede realizarse y la tensión dolorosa se vive como un intolerable que
debe ser anulado como sea. Podemos hablar de patologías del duelo,
pero quizá sea más interesante apelar a subjetividades emergentes en
las que aceptar el dolor, la muerte, las separaciones, implica “caer” en
agujeros psíquicos, gaps (Winnicott, 1981) donde se pierde la capa-
cidad de continentación psíquica y de elaboración mental, donde la
organización psíquica como tópica, más que organizar, desorganiza.
La droga remite, entonces, a la imposibilidad de hacer duelos, pero
en otros casos a modelos de subjetividad, por lo que ya no es necesa-
rio hacer duelos y en los que los padres, simultáneamente, son objetos
externos e internos, dentro de una situación de “patologización” de los
espacios transicionales (Klein, 2006). Modelo correlacionado de
forma simultánea con una cultura que elude la frustración y el dolor,
tanto como una sociedad que impulsa hacia ellos. Se podría decir
que el entorno actual facilita el consumo de drogas (Janin, 1997),
pero lo contrario también es cierto: el entorno actual dejó de tener
las cualidades de “entorno” y, por lo tanto, se ha vuelto imprevisible.

La imagen del esclavo

Una imagen social prevalente del adicto, que es necesario revisar y


discutir profundamente, es la de un ser esclavizado, un esclavo que no
sabe lo que le pasa, que no tiene voluntad, alguien que está alienado;
en definitiva, alguien que no puede responder de sí mismo al haber

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C O N V E R G E N C I A S

abusado del objeto (droga), más allá de lo necesario y requerido.1 Se


trata de un esclavo con un amo: el distribuidor o vendedor de drogas,
el dealer. Fantástica fantasmagoría del amo-esclavo en una escena sado-
masoquista que genera un goce desmedido en sus posibilidades perver-
sas, pues el amo es el ser demoníaco que ocupa la voluntad del otro.
El traficante remeda a la serpiente del paraíso que seduce siempre,
porque sabe cómo torcer la voluntad, cómo apartar del “reino de
Dios”, o sea del reino de la sociedad comiendo del “fruto prohibido”.
En este sentido, la imaginería cruda del drogadicto debe menos al
hedonismo del consumo y más, insospechadamente mucho más, a
la revigorización fundamentalista donde la prédica sobre la presencia
del diablo (del cual tampoco hay que olvidar la versión del “reino del
mal” terrorista) le ha vuelto a dar un poder inmenso (Klein, 2009).
Nada que envidiar a los temores medievales pues esta puesta en
escena mítica de la escena de seducción luciferina, revela que estamos
asistiendo a un montaje social ya no hórdico sino prehórdico (Freud,
1980). Mientras que la horda refiere a la ambivalencia edípica amor-
odio, lo pre-hórdico diabólico alude al resentimiento y al remordi-
miento. Lucifer no puede discutir ni puede entrar en confrontación
con Dios padre. No puede reconocer al padre hórdico. Ha sido
expulsado sin posibilidad de confrontación. Tan expulsado y huér-
fano como se sienten estos adolescentes nomadizados, inintegrables
y enfurecidos.
Filicidio y parricidio se tornan nuevamente ambiguos pues lo que
prima es la renovación desconfiada de la desconfianza: Lucifer des-
confía de Dios, Dios desconfía de Lucifer. Padres e hijos desconfían
entre sí.
En la modernidad, los sentimientos que se anudan en la familia
son el agradecimiento, la esperanza en relación con el porvenir, el
augurio de las cosas buenas, mientras que la figura del drogadicto
refleja una y otra vez configuraciones familiares de resentimiento,
recelos, sospecha y paranoia. Las figuras de la negociación se trans-

1  ¿No es ésta quizá una metáfora del propio consumidor? ¿Una forma de verse en un
espejo invertido utilizando la figura del chivo expiatorio? El consumidor es un dios tanto
como un trapo, un adicto tanto como una identidad autónoma.

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¿ E S U N A S O C I E D A D H E D O N I S T A ?

mutan en las de enfrentamiento, las del pensamiento en rumiación,


la de negociación en imperativos y la locura se focaliza cada vez más
como una locura violenta, loca en su imprevisibilidad, loca en lo
poco perceptible que se vuelve.
La metáfora del viaje de drogadicción alude al flotar, al crucero
espacial, a la caída sin interposiciones, a la experiencia alucinógena,
pero también a una piel que se recorre a sí misma interminablemen-
te. La condición del recorrido es la excrecencia perceptible: colores,
imágenes, olores que no significan sino lo placentero, pues el orden
semántico se ha vuelto innecesario. Se le ha descrito como una supe-
ración de conciencia, un recorrido por el alma, pero probablemente
la división consciente-inconsciente poco tiene que ver con esta forma
de subjetividad.
Pero así como el viaje es angelical, lo es también infernal: el “des-
censo” sigue a la “ascensión” y el viaje revela grietas imposibles de
rellenar perceptivamente. La nueva etapa del viaje subterráneo, más
que angustiar e iniciar un motivo de consulta terapéutica, implica,
no pocas veces, el anhelo por la versión trascendente del mundo de
los “cielos”. El drogadicto se podrá decir que es un empedernido
nostálgico de la huida y de la compulsión, pero no en menor medida
responde a una estructura donde lo “neurótico”, lo “normal”, lo “psi-
coanalítico” se ha vuelto inaccesible, por no decir incomprensible…
En este vaivén del paraíso terrenal a la caída en los infiernos, ocu-
rre también una metamorfosis (Ehrenberg, 1994), asociada a la idea
(¿delirante?) de una posible reestructura total de la personalidad. La
visión-descubrimiento hacia un “adentro” que es también otra ver-
sión del viaje, esta vez hacia los orígenes, incluye el redescubrimiento
del “hombre natural” rousseauniano.

El límite entre la vida y la muerte: el viaje

En este sentido, cualquiera de las versiones del viaje revelan una es-
tructura ucrónica, fuera del tiempo. Para Giddens (1990, 1997), la
modernidad implica un enganche específico entre espacio y tiempo,
en tanto que uno implicaba al otro. La expansión del espacio tenía

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C O N V E R G E N C I A S

que ver con la progresión del tiempo; por el contrario, en este caso se
genera la sensación de que la expansión espacial (la exploración del
mundo interno, la aparición del nuevo cuerpo, la aventura de las expe-
riencias) implica la anulación o por lo menos la detención del tiempo.
Esta detención es un aspecto inédito en tanto muestra la radicali-
zación del límite entre la vida y la muerte. O sea, la vida se vive jugan-
do a estar muerto cuando parece que se está vivo, desde un simulacro
donde no se tolera la muerte ni los duelos. Laufer (1996) caracteriza
justamente a las adolescencias graves bajo el signo de lo urgente. Lo
urgente aquí puede querer significar el riesgo de la destrucción, o el
riesgo de la descompensación ante la extinción del tiempo.
El viaje quizá no sea lo patológico en sí. En gran parte es una
expresión, una neoversión del poder individualista, tanto como el de-
recho a la intimidad, propia de la modernidad. Por otro lado, el dro-
gadicto es quizá ambiguo: quisiera otro mundo pero con las mismas
reglas de lo ya conocido. Un planeta confortable pero absolutamente
reconocible, sin peligros, ni desquicios ni exilios, más que el exilio
utópico en el que él mismo se embarca para volver más esclavo que
nunca al mundo que él aniquila tanto como restaura.
El drogadicto utiliza las cláusulas propias de la modernidad, no las
inventa ni las pergeña por sí. En ese sentido, no es un outsider ni un
marginal del sistema; por el contrario, en el punto mismo en que es
un desadaptado social, podría pensarse, paradojalmente, en que es un
adaptado social, en tanto continúa y renueva la lógica del consumo.
Ninguna política pública que no tenga en cuenta que el drogadicto
no es sino la pseudoretórica metafórica de la ciudadanía, no podrá
tener ningún éxito. No se trata de política de prevención pues no
hay nada que “prevenir”. A lo máximo, entender más y mejor los
meandros, ambigüedades y paradojas de aquello denominado social,
aquello denominado sociedad y aquello, tentativamente, denomina-
do subjetividad. Los politólogos podrían contribuir mucho y mejor
a este campo que los psiquiatras.
En el vacío fascinante y horrorizante que sigue y precede al “viaje”
del drogadicto, existe un vacío también horrorizante y fascinante du-
rante el mismo viaje: la extinción de lo social: ya no hay gobernados
ni gobernantes, ya no hay el espacio de lo “común”, sólo el derecho

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¿ E S U N A S O C I E D A D H E D O N I S T A ?

a la intimidad como una pseudoretórica de la privacidad. El agujero


social es el inverso del agujero del drogadicto y es ese agujero el que
genera las mayores angustias en el colectivo estatal: el escándalo de
que lo social se ha vuelto prescindible, descartable, tan descartable
como cualquier otro objeto del consumo.
Doble fuente de lo ominoso: el drogadicto nos informa su voluntad
de seguir siendo drogadicto, que no se quiere “sanar” y que además es
incurable. Con y desde la drogadicción, el campo de la salud mental
comienza a delinear el enfoque de reducción de riesgos, una forma
científica de decir que no hay forma de erradicar la drogadicción de
los adictos.
Por otro lado, mientras en la modernidad el contrato social era
de reciprocidad sujeto-sociedad, en la posmodernidad se postula que
el cambio es individual dentro de una política de supervivencia: la
sociedad no va a cambiar, tenemos que cambiar nosotros. El modelo
económico homeostático ha sido sustituido por el de gestión antiho-
meostática. La sociedad ya no aprecia, como en los tiempos de la mo-
dernidad, las metáforas celulares donde existía un Gran Cuerpo dotado
de miles de células (las familias) (Barrán, 1995; Ariès y Duby, 1990);
por el contrario, y de eso se trata la fragmentación, aparece un modelo
gerencial pero de una empresa al borde permanente de la bancarrota.
De manera parecida, el drogadicto es un superviviente indivi-
dualista que no forma parte de nada. Como Jesús, hace veinte siglos,
demuestra con su “muerte” que cumple con el ciclo de excedente.
De la misma manera con su “resurrección” demuestra que finalmen-
te el Mundo no le es indiferente, al menos no tanto como él quería
convencernos.

El vacío y las nuevas formas de subjetividad

Probablemente, el terror que siente el burgués frente al drogadicto


debe ser muy parecido al terror que sentía el mismo a principios del
siglo xix frente al onanismo del adolescente (Klein, 2002). Una di-
ferencia significativa es que el onanista se transformaba finalmente
en un adulto o sea, que el lazo social tenía eficacia. En la posmo-

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C O N V E R G E N C I A S

dernidad, el drogadicto nunca va a ser adulto, no porque sea ado-


lescente, niño o ni siquiera adulto, sino porque corresponde a una
nueva modalidad biográfica que no toma en cuenta el decurso etario
progresivo sino que es transetárea, anuda de manera diferente niñez-
adolescencia-adultez-vejez.
Por otro lado, tampoco le atañen las formas tradicionales de sub-
jetividad, como la del ciudadano interpelante y la del obrero digno
(Klein, 2012); no le interesa ya ninguna interpelación (sino, a lo
sumo, el pedazo de placer que le toca) ni cree en ninguna dignidad;
dignidades que se han visto, por lo demás, arrasadas en su desarticu-
lación tradicional al trabajo (Castel, 1997).
Quizá se ha indicado demasiado rápidamente que la droga viene
a ocupar un vacío. El problema es, como bien lo dice Green (1994),
que no se puede investir la ausencia. Pero no investir la ausencia no
puede equipararse tan rápidamente a un vacío, sino más bien a que
el investimiento (Aulagnier, 1994) ya no es parte imprescindible
de la vida mental. Lo que hay no es la dificultad de un proceso que
genere presencia desde la ausencia, sino la primacía del “instante”
como modalidad cognitiva-emocional que hace innecesaria la dis-
tinción ausencia-presencia; antes-después; impaciencia-tolerancia a
la frustración.
Las observaciones psicoanalíticas alrededor del vacío del drogadic-
to (que no dejan de ser adecuadas), mantienen como error el suponer
que el drogadicto hace uso de estructuras psíquicas ya conocidas, que
incluyen el conflicto psíquico y la actividad sintomal neurótica. Qui-
zá se trate de una actividad mental en que la incorporación del objeto
no garantiza su permanencia, sino que es expulsado inmediatamente.
Ya que si el fantasma (Jeammet-Birot, 1996) ya no es continentador
ni apuntalador será necesariamente invasor, y de allí la necesidad de
expulsarlo o devorarlo.
Probablemente, el drogadicto al igual que el suicida no se quiera
matar, sino que más bien, “psíquicamente”, busca una calma que “so-
cialmente” se le ha vuelto inaccesible. Lo importante es la paz (Laufer,
1996). Durante el flash la muerte desaparece. Lo que hay es vida y sus
dos posiciones: lo atormentante y lo pacificante. El drogadicto vuelve
a la vida luego del flash, pero nunca ha estado realmente muerto.

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¿ E S U N A S O C I E D A D H E D O N I S T A ?

Al agobio le sucede la necesidad ecológica de la playa, el campo, la


paz. Si la modernidad era una sociedad adultocéntrica, la posmoder-
nidad es una sociedad tóxico-céntrica. Su carácter toxicológico indica
no sólo su lado conservador sino seductor. Los mass-media seducen,
el cine seduce, internet seduce.

La toxicomanía es un síntoma social


por excelencia de la sociedad de consumo

Por lo expuesto hasta ahora cabe revisar el enunciado: la toxicomanía


es un síntoma social por excelencia de la sociedad de consumo… Para
Lewkowicz (1988) el significante clave en el modelo de subjetividad
del consumidor es el “aferramiento”. Lewkowicz agrega:

El consumidor está producido por una serie de prácticas específicas…


el término nuevo de la serie es mejor porque es nuevo. El anterior no
cae por haber hecho ya la experiencia subjetiva de la relación con ese
objeto en particular sino por la presión del nuevo que viene a desalojar
al anterior (1988:74).

Con esto demuestra la existencia de una práctica social concreta


enlazada a un discurso social, donde sólo lo nuevo es deseable y
apetecible; sólo lo nuevo despierta curiosidad y catectización. Por mi
parte agregaría a la idea de Lewkowicz que parece como que lo viejo
es lo malo, lo detestable, lo que hay que evitar (Klein, 2010).
Se anula así la capacidad de juicio crítico que refuerza desde otro
ángulo la necesidad del instante, ya que este presente continuo hace
que se detenga el tiempo y el envejecimiento. Antes que cualquier
cosa se deteriore, se substituye. La amenaza no es pues la droga sino
el terror al deterioro, que es el terror al fracaso de la ilusión eficaz de
una sociedad imaginarizada por un “cuerpo” fuerte: hay que mante-
ner joven el espíritu, se dice, renovarse continuamente, ser creativo.
Esto no evita que se instaure un imaginario social de rivalidad
permanente: lo nuevo “destierra” lo anterior. Quizá lo importante no
sea tanto la inclusión del nuevo, sino la exclusión automatizada de
todo… Lo nuevo desaloja y al instante será también desalojado.

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C O N V E R G E N C I A S

El mercado se instala de esta manera como un acto de multipli-


cación infinita. Allí impone una situación de espera, de expectativa
ansiosa de lo que va a venir, lo que a su vez anula el self calmo y receptor
de noticias de la estructura mental (Bollas, 1991). Se genera un ciclo
ansioso permanente ante las liquidaciones anuales, mensuales, navide-
ñas u otras. Las configuraciones neuróticas quedan colapsadas ante una
subjetividad que se rige por la desesperación y de allí el pasaje al acto.
El consumidor consume placer a través de un objeto idealizado que
podría estar en relación tanto con la extinción del objeto (Baudri-
llard, 2008) como con el objeto único narcisista (Berenstein y Puget,
1988).2 Como sea que se presente el objeto, detrás se mantiene algún
tipo de promesa de felicidad, de completud, la promesa de sentirse
quizá, saciado por lo menos transitoriamente.
Quizá lo que suceda igualmente es que a la cultura del consumo se
le contrapone una estructura social empobrecedora y, de ese choque
inevitable (Merton, 1964), surgen los rituales del consumo, más que
el consumo en sí mismo, como una forma de formación de compro-
miso. Pues más que consumo hay endeudamiento y más que posesión
del objeto existe intercambio fluido de objetos (Bauman, 2007).
Lo curioso es que la sociedad arma un imaginario en el cual el dro-
gadicto aparece como un engranaje sometido a la patología (un escla-
vo, había dicho) y el consumidor mantiene su capacidad de elección,
como prerrogativa de la lógica del consumo (una versión del amo).

Conceptos en transición

Habría que encarar a la droga, la toxicomanía, la experimentación


y el abuso de sustancias como términos relativos y por lo menos en
transición. Su complejidad deriva de los procesos y matrices cultura-
les e identitarias que he referido, tanto con una estructura simbólica
desde la que construimos nuestra identidad en función y en contraste

2  De acuerdo con lo que vimos, el usuario de la droga no encuentra en ella necesaria-


mente una promesa de placer, sino la posibilidad de un barrido exploratorio (Elliot, 1995),
por el cual se ingiere tanto como se expulsa. Se trata más bien de un consumo negativo.

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¿ E S U N A S O C I E D A D H E D O N I S T A ?

con un desconocido, lo externo, un chivo expiatorio; figuras que


sintetizarían (aunque a veces borrosamente) todos nuestros miedos,
nuestras ansiedades, aquello que genera el afuera como exclusión, el
temor al descontrol y la paranoia y el deseo de extinción de lo social.
Explicaciones que en realidad no explican definitivamente la fuer-
za y esa contundencia dentro del imaginario social de ese sujeto a ve-
ces denominado drogadicto, otras toxicómano y otras más abusador
de sustancia. La terminología científica no hace más que esconder y
revelar la fuerza con que encarna todo lo loco y lo peligroso (Barrán,
1995; Ariès y Duby, 1990; Klein, 2002).
No tiene sentido hablar de uso de drogas. No delimita un cam-
po ni puede generar investigación específica perdida entre tantos
vericuetos inespecíficos. Tiene sólo un poder descriptivo que no es
menor. En verdad, probablemente no existe ya diferencia entre uso
y abuso de drogas.
Cualquier objeto es una droga, porque la droga es el nombre del
objeto cuando el objeto pierde espesor mental; es decir, cuando se
pierde esa capacidad de caracterización capaz de transformar al objeto
en representación, es decir, darle estatus y existencia mental, garan-
tizando un fondo de memoria del mismo.
Así, es posible decir: “La toxicomanía es simultáneamente una
historia personal, una historia familiar y una historia social” (Hachet,
1997:113); así también, la intolerancia a la frustración puede relacio-
narse con la intolerancia al duelo, en tanto se generan condiciones
para la negación de la memoria y el transcurrir entre generaciones.
El encapsulamiento en el “instante” revela un presente compulsivo y
repetitivo fuera de la linealidad de la historia colectiva e individual e
hipercondensa nuevas formas de narcisismo (que no necesariamente
se han de caracterizar como superficiales), la inmediatez de la expe-
riencia y una sociedad donde lo que se comparte (paradojalmente) no
son creencias y normas, sino procesos de encriptamiento (Tisseron,
1995) –es decir, objetos del psiquismo que se mantienen incambia-
bles, como fosilizados– que desmienten tanto como facilitan la tesis
“líquida” de Bauman (2007) que refiere a la fragilidad y volatibilidad
de los vínculos.
Es también una forma de construcción de subjetividad:

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C O N V E R G E N C I A S

La adicción es una instancia reconocible universalmente porque la ló­


gica social en la que se constituyen las subjetividades hace posible –y
necesario– ese tipo de prácticas […] no interesan aquí los factores sociales
que empujan a la adicción de un individuo […] sino las prácticas sociales
de constitución de una subjetividad en la que la adicción sea una posi-
bilidad siempre dada desde ya. […] Pues es difícil imaginar situaciones
sociales en las que no hubiera individuos que excesivamente se aferraran
a alguno de los productos ofrecidos por la cultura. La identidad adictiva
es el índice de existencia de una sociedad instituida, de donde se deriva
que la adicción no sólo es un riesgo de la época sino la amenaza de la
época; o más aún, es la amenaza de la época instituida por la época como
la amenaza específica de la época (Lewkowicz, 1988:72).

Cabría pensar que hay estructuras sociales que llevan a vínculos


pregnantes, los que parecen tanto fascinantes como amenazantes y
desde esta perspectiva pueda entenderse uno de los motivos de la
perpetuación del presente en el “instante”, en tanto forma de “con-
gelar” lo terrorífico y lo seductor de un objeto que es confuso, más
que otorgante de placer.

Conclusiones

El toxicómano a lo que aspira quizá es a la denigración. Cuando la


sociedad ubica al toxicómano como un ser del cual nada puede espe-
rarse, pasa a otorgarle los referentes identificatorios que le fascinan
tanto como lo alienan. La droga se torna aún más confusional: tanto
referente denigrante como un intento de restitución que otorga una
identidad alternativa.
La droga está en el objeto mismo y no fuera de él; no es –como
generalmente se afirma– el vínculo que se hace con el objeto, porque
no hay vínculo posible en tanto no hay introyección del objeto, ni al
objeto se le contrapone necesariamente un sujeto.
El uso dilemático de la droga no se resolverá englobado por una
psiquiatría amable, compasiva y comprensiva (que ha aprendido las
lecciones de la antipsiquiatría: Laing y Cooper, 1969; Ehrenberg,

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¿ E S U N A S O C I E D A D H E D O N I S T A ?

1994), sino que interesa más el uso no dilemático de la droga, aquél


que se revela no dentro de un cuadro psiquiátrico o psicoanalítico,
sino que emerge en preocupaciones psicosociales en torno del des-
concierto, la necesidad de arraigos, la proliferación de las tribus terri-
toriales, la escasez del consumo (que se presenta sin embargo como
su contrario) y la franca utopía del hedonismo.
Que la toxicomanía sea un síntoma de la sociedad es un abuso
retórico de lo unario. ¿Hay acaso una toxicomanía y hay acaso una so-
ciedad? Ni una cosas ni la otra. Por otro lado, ¿es posible ingenuamente
no percibir que la toxicomanía no es sino, en gran parte, una variante
del discurso psiquiátrico, tal como brillantemente lo expone Foucault
(1976), es decir, más que una variable explicativa, un indicador de
disciplinamiento que busca volverse cada vez más omnipresente?

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Recibido el 20 de agosto de 2013


Aprobado el 28 de noviembre de 2013

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Reflexiones sobre la crueldad

Silvia Radosh Corkidi *

Resumen

La situación social imperante nos interpela a intentar reflexionar, una vez más,
sobre cuáles son las características que poseemos los sujetos para colaborar en
los hechos destructivos que alcanzan niveles altos de violencia y sufrimiento.
Pensamos que es necesario volver la mirada hacia nuestro interior, no sólo
mirar lo externo, en otras palabras, intentar hacer consciente, como propias,
nuestras pulsiones tanáticas y amorosas, y hasta dónde las leyes, las prohibi-
ciones internas y externas más que ordenarnos nos impulsan a su transgresión.
¿Hay otras salidas, otros caminos con los que podamos construir más que
destruir? Ésa es parte de la búsqueda.

Palabras clave: pulsión de vida y de muerte, crueldad, destructividad, poder,


soberanía, tortura, guerra, prohibición, ley, transgresión, violencia, culpa,
deseo, placer, goce, el otro, los otros, lo propio, lo externo, indiferencia,
creación, fantasía, literatura, arte, poesía, humor, risa, amor.

Abstract

The prevailing social context compels us once again to attempt to reflect on


those characteristics we possess as individuals that lead us to participate in acts
that reach high levels of violence and suffering. We believe that it is neces-
sary to look inside ourselves, not just outward, in other words, to attempt to

* Profesora-investigadora de tiempo completo en la uam-Xochimilco; <sradosh@gmail.


com>.

TRAMAS 41 • UAM-X • MÉXICO • 2014 • PP. 299-322

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­ evelop an awareness of our own thanatotic and amorous drives and of to what
d
extent laws and internal and external prohibitions, rather than maintaining
the order, drive us to transgress it. Are there other outlets, other paths that
we could take to construct rather than to destroy? That is part of the search.

Keywords: life and death drives, cruelty, destructiveness, power, sovereignty,


torture, war, prohibition, law, transgression, violence, guilt, desire, pleasure,
enjoyment, the other, others, oneself, the external, indifference, creation,
fantasy, literature, art, poetry, humor, laughter, love.

Introducción

La palabra crueldad habla de una potencia de sufrimiento infinito,


implica hacer sufrir al otro, a los otros, a sí mismo, crueldad física,
crueldad de sangre, o crueldad psíquica, que nos dirige a pensar, por
ejemplo, en el sadismo, pero también en el masoquismo; el psicoa-
nálisis se ocupa de la crueldad psíquica, que es capaz de enloquecer a
alguien y que ha sido utilizada en la tortura (familiar o política), aun
cuando no corra sangre, ni escuchemos al poeta:

En pocas líneas dejaré establecido que Maldoror fue bueno durante los
primeros años de su vida en los que conoció la felicidad; ya está dicho.
Luego descubrió que había nacido malo: ¡fatalidad extraordinaria! Ocultó
su carácter lo mejor que pudo durante muchos años; pero finalmente, a
causa de esta contención opuesta a su naturaleza, todos los días le subía
la sangre a la cabeza, hasta que no pudiendo soportar más ese género de
vida, se lanzó resueltamente por el camino del mal… ¡atmósfera grata!
¡Quién lo hubiera dicho!, cuando besaba a un pequeñuelo de cara rosada,
sentía deseos de rebanarle las mejillas con una navaja, y muy a menudo
lo hubiera hecho, si la Justicia, con su largo séquito de castigos, no lo
hubiera impedido en cada ocasión. No era mentiroso, confesaba la verdad
y declaraba ser cruel (Lautréamont, 1986:72).

Es un particular ejemplo de algo que en general no haríamos: un


bebé, de cara rosada, se diría que produce ternura, deseo de acariciar-

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lo, besarlo; por lo menos, tocarlo suavemente, ¿no es verdad?, pero si


se nos viniera un pensamiento como el de Lautréamont de tal cruel-
dad, ¿qué diríamos de nosotros mismos? ¿Rebanarle las mejillas con
una navaja? ¡Ay! Duele tan sólo el pensarlo; y sin embargo, los poetas
se animan a asociar más libremente y permiten que hable nuestro yo
inconsciente; claro, en este caso, es una fantasía que no llega al acto; o
mejor dicho, Lautréamont utiliza un lenguaje que nos deja pasmados
y admirados, por su poesía, por el uso constante de metáforas, donde
él mira, no parece “no sentir”, al contrario, y acciones inauditas son
expresadas con la máxima belleza y horror, veamos sólo otro ejemplo:

y me atreví a escudriñar, yo, tan joven, los misterios del cielo. No ha-
biendo encontrado lo que buscaba, levanté mis párpados azorados más
arriba, aún más arriba, hasta que percibí un trono formado de excre-
mentos humanos y de oro, desde el cual ejercía el poder con orgullo
idiota, el cuerpo envuelto en un sudario hecho con sábanas sin lavar
de hospital, aquel que se denomina a sí mismo el Creador. Tenía en la
mano el tronco podrido de un hombre muerto, y lo llevaba alternati-
vamente de los ojos a la nariz y de la nariz a la boca; una vez en la boca
puede adivinarse lo que hacía. Sumergía sus pies en una vasta charca de
sangre en ebullición, en cuya superficie aparecían bruscamente, como
tenias a través del contenido de un orinal, dos o tres cabezas medrosas
que se volvían a hundir con la velocidad de una flecha: un puntapié bien
aplicado sobre el hueso de la nariz era la consabida recompensa por la
infracción del reglamento, provocada por la necesidad de respirar otro
ambiente, ya que, después de todo, esos hombres no eran peces. ¡Todo
lo más, anfibios que nadaban entre dos aguas en ese líquido inmundo!
Hasta que, no teniendo ya nada en la mano, el creador, con las dos pri-
meras garras del pie tomó a otro de los zambullidos por el cuello como
con unas tenazas y lo levantó en el aire, sacándolo del fango rojizo, ¡salsa
exquisita! Con éste hizo lo mismo que con el otro. Le devoró primero
la cabeza, las piernas y los brazos, y, en último término, el tronco, hasta
que, al no quedar nada, roía los huesos […] A veces exclamaba: “Os he
creado, por lo tanto tengo derecho de hacer con vosotros lo que quiera.
No me habéis hecho nada, no digo lo contrario. Os hago sufrir para mi
propio placer” (Lautréamont, 1986:117).

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No sigo un poco más, pues ya la cita es bastante larga, pero son


inau­ditas sus descripciones después de las cuales él sufre enormemente.
En cambio cuando leemos a Sade nos horrorizamos aún más o
de otro modo, en tanto que sus personajes también realizan acciones
mutilantes, tajantes, asesinas, pero con total frialdad, donde el otro
pareciera realmente no existir, no importar. Estos excesos se han
interpretado como provenientes, al parecer, de la soledad absoluta:

Sade lo dijo y repitió de todas las maneras: la naturaleza nos hizo nacer
solos, no hay ningún tipo de relación entre un hombre y otro. Así pues
la única regla de conducta es que yo prefiera cuanto me afecta felizmente
y que no me importe nada cuanto de mi preferencia pueda resultar per-
judicial para el otro. El mayor dolor de los demás siempre cuenta menos
que mi placer. No importa que tenga que comprar el más insignificante
goce con un inaudito conjunto de fechorías, ya que el goce me halaga,
está en mí, mientras el efecto del crimen no me afecta, está fuera de mí
(Bataille, 1997:174).

Bataille aclara que no hay vida humana sin interdependencia,


pero esto surge en Sade a partir de su encarcelamiento, su sufrimiento
y soledad; no fue así en su vida, pero en su obra se muestra cómo el
exceso queda fuera de la razón: negar la solidaridad es lo que permite
el crimen, que mientras más insostenible sea, mayor será la voluptuo-
sidad y el disfrute que proporciona. Esto nos lleva a pensar: ¿cuáles de
estas características se encontrarán en los sujetos criminales de nues-
tros días? Y no me refiero sólo a los que forman parte de la llamada
“delincuencia organizada” sino también y de importante manera a los
que la promueven desde sus lugares de poder, dominio y soberanía.

Acerca de la crueldad, el deseo, la transgresión


y búsqueda de algunos caminos sublimatorios

El tema de la violencia propia, de nuestra destructividad, a partir de


las propuestas de Freud sobre la pulsión de vida y pulsión de muerte
es y ha sido un objeto ya casi recurrente para mí; el hecho de real-

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mente darse cuenta de que en verdad contamos con esas pulsiones,


que somos o seríamos capaces de destruir lo más preciado de nuestras
vidas y que eso puede alguna vez –horrorizándonos– llegar a la con-
ciencia por algún sueño pesadillesco, alguna fantasía, algún terrible
lapsus, es difícil, muy difícil de aceptar como potencia propia y ése
es un problema de la humanidad. Deseamos pensar que no somos
nosotros sino los otros los que son crueles, destructivos, violentos;
que no podríamos lastimar así a los otros, negamos con toda nuestra
fuerza esa potencia. Una vez más me siento convocada a exponerlo,
no sólo por la terrible situación social de violencia por la que estamos
pasando en nuestro país (y no sólo en el nuestro), también es tema
frecuente de investigación de los alumnos que asesoro, de los libros
que leo y uno de ellos convoca a los analistas preguntándonos qué
pensamos de la pena de muerte y de la crueldad (Derrida, 2005).
Está de más decir que la pena de muerte es un verdadero abuso y que
estamos, estoy, en absoluto desacuerdo en pretender castigar con los
mismos sistemas con que se delinque; no tiene eso, ningún sentido,
es sólo y ni más ni menos que un gran abuso de poder; es más, for-
ma parte de lo que prácticamente no se puede poner en palabras, es
difícil metaforizarlo. ¿Será como lo que plantea Marina Lieberman
acerca “de lo que no se puede escribir, pero no cesa de no escribirse?”
(Lieberman, 2011:128).
En cambio de la crueldad habría mucho que decir, en tanto pien-
so que es una potencialidad propia, que posiblemente no ejercemos,
digamos, los llamados “civilizados”, nunca, o casi nunca; y sin embar-
go, está ahí, tal vez lista para brincar y caer sobre alguien o algunos.
Se observa casi como “natural” en los niños pequeños, en sus juegos
solitarios es muy frecuente verlos golpear a pedradas sus muñecos o
dar de palos a un árbol o pisar pequeños bichos con todo ánimo. Esto
lo vemos en niños que son en general educados amorosamente, no se
diga con niños golpeados por los padres. Ya Freud hablaba de lo dulce
que resultaba la venganza, y ponía como ejemplo la identificación de
los niños con aquellos médicos que los hacían sufrir, como un dentis-
ta, por ejemplo, jugando a ser el dentista con el hermanito o amigos;
incluso pone el famoso ejemplo del poeta Heine quien decía que
deseaba pasar su vejez en una linda y tranquila casa de campo viendo

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el césped y los árboles pero eso sí colgado de cada árbol ¡a cada uno
de sus enemigos! Tenemos también el ejemplo que cita Lacan de la
pequeña niña que cargaba una gran piedra y le preguntan adónde
la lleva, a lo que responde: “Yo romper cabeza a Francisco” (Lacan,
2010:255). Aclara Lacan que esa niña no padecía locura alguna, sino
más bien era como cualquier otro niño, apuntando a la agresividad
como parte de nuestra propia estructura.
¿Qué hacer con la crueldad? ¿Qué hacer con las guerras? ¿Qué ha-
cer con la tortura? ¿Qué hacer con nuestra potencialidad destructiva?

¿Cómo enfrenta esto en el psicoanálisis?

¿Qué decía Freud en “Por qué la guerra” (1979c), entre otros de sus
escritos sobre estos temas, y en su diálogo con Einstein? La carta
de Einstein es bastante lúcida al hablar del “afán de poderío de la
clase gobernante” (1979c:184), de “hambre de poder político de
la clase dominante” e incluso dice: “el hombre tiene dentro de sí
un apetito de odio y destrucción” (1979c:185) pensando en si estas
características pueden ser en parte provocadoras de las guerras, y
muestra una ilusión: “estoy seguro de que usted podrá sugerir mé-
todos educativos, más o menos ajenos a la política, para eliminar
esos obstáculos” (1979c:184). La respuesta de Freud se apoya en
algunos de los temas que Einstein marca, le plantea que concuerda
con él, pero le propone cambiar la palabra poder, en derecho y que
usa Einstein, por violencia, y así dice: “Derecho y violencia son hoy
opuestos por nosotros, aunque uno se desarrolló desde la otra” –dice
Freud– “L’union fait la force” (La unión hace la fuerza); el derecho es
el poder de una comunidad decía, pero pensamos que más bien sí,
eso debería ser, mas no lo es tal, en tanto “hay elementos de poder
desigual, varones y mujeres, padres e hijos, y pronto, a consecuencia
de la guerra, vencedores y vencidos, que se transforman en amos y
esclavos”. Este es un pensamiento de enorme profundidad y aún vi-
gente; ése es uno de los impulsores de la guerra, habida cuenta de los
intereses económicos que imperan en esas luchas. Freud le recuerda a
Einstein el desarrollo que había trabajado sobre el intrincamiento de

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las pulsiones de vida y pulsiones de muerte. Siendo ambas necesarias


para la vida, las dos se movilizan en los hombres que son llamados para
la guerra; motivos nobles y vulgares, dice, pero sin poder desnudarlos
todos, “uno es el placer de agredir y destruir; innumerables crueldades de
la historia y de la vida cotidiana confirman su existencia y su intensidad.
El entrelazamiento de esas aspiraciones destructivas, con otras, eróticas
e ideales, facilita desde luego su satisfacción” (Freud, 1979c:194) (cur-
sivas mías).
De aquí Freud indica que no es posible desarraigar de los hombres
las pulsiones destructivas; los caminos que piensa pueden derivarlas,
desviarlas, son el amor y las identificaciones que son base del “edi-
ficio de la sociedad humana”. Por otra parte, identificaciones que
son base del “edificio de la sociedad humana”. Por otra parte piensa
plantea que no todas las guerras son condenables por igual: “mien-
tras existan reinos y naciones dispuestos a la aniquilación despiada-
da de otros, éstos tienen que estar armados para la guerra” (Freud,
1979c:197). Dice también que el abuso de poder y la prohibición
de pensar (del Estado y de la Iglesia) no favorecen un pensamiento
autónomo. Por su parte, al trabajar este mismo tema, Derrida añade:
“Haría falta, pues, educar el estrato superior de hombres con mentes
independientes, capaces de resistir a la intimidación y deseosos de
verdad para que dirijan a las masas dependientes […] el ideal sería
[dice Derrida de Freud] una comunidad cuya libertad consistiera en
someter la vida pulsional a una ‘dictadura de la razón’”. Se pregunta
Derrida (2005) si “no hay ninguna relación entre psicoanálisis y ética,
derecho o política” y piensa que sí la hay:

debe haber una consecuencia indirecta y discontinua: sin duda, el psi-


coanálisis en tanto tal no produce o no procura ninguna ética, ningún
derecho, ninguna política, pero retorna a la responsabilidad, en sus tres
dominios, de tomar en cuenta el saber psicoanalítico. La tarea es inmensa
y está todo por hacer, tanto para los psicoanalistas como para cualquie-
ra, ciudadano, ciudadano del mundo o metaciudadano, y deseoso de
responsabilidad (ética, jurídica, política) (2005:72).

Así que la propuesta de Derrida es:

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la transformación futura de la ética, del derecho y de la política debería


tomar en cuenta el saber psicoanalítico (lo que no quiere decir buscar un
programa) y, recíprocamente, la comunidad analítica debería tomar
en cuenta la historia, particularmente la historia de un derecho, cuyas
mutaciones preformativas recientes o en curso, salvo excepción, ni le
han interesado ni han sido tenido en cuenta por ella. Queda aquí, me
parece, todo por hacer, de ambos lados (Derrida, 2005:72-73).

Algunos psicoanalistas sí que estamos preocupados y ocupados


en estos temas, tal vez Derrida tenga razón cuando dice “salvo excep-
ción”, pero sin lugar a dudas Freud era uno de ellos y este trabajo que
expongo es sólo una muestra, así también Freud se pregunta: ¿por
qué hay algunos que nos sublevamos contra la guerra? No es que
poseamos una superioridad sobre otros, sino porque

todo hombre tiene derecho a su propia vida, porque la guerra aniquila


promisorias vidas humanas, pone al individuo en situaciones indignas,
lo compele a matar a otros, cosa que él no quiere [al menos conscien-
temente, digo yo], destruye preciosos valores materiales, productos del
trabajo humano, y tantas cosas más (Freud, 1979c:196).

Piensa también Freud (y en otros tantos artículos lo desarrolla)


que “todo lo que promueva el desarrollo de la cultura trabaja también
contra la guerra” (Freud, 1979c:198). (Este sería uno de los caminos
posibles de derivación de la pulsión destructiva.)
Tenemos varios ejemplos de psicoanalistas ocupados en estos
temas, no es mi pretensión por ahora citarlos, pero podemos pensar
en Marie Langer, Gilou Royer de García Reinoso, Diego García
Reinoso, Eduardo Pavlovsky, y muchos de los que rodeaban a Marie
Langer, que dieron lugar al grupo “Cuestionamos” que rompió con
la asociación psicoanalítica argentina, la que entonces representaba
el pensamiento hegemónico del psicoanálisis en ese país. En general,
en Latinoamérica, los estallidos sociales, las dictaduras, la extrema di-
ferencia entre muy ricos (los menos) y muy pobres (los más), en una
palabra, el neoliberalismo y la globalización fueron exacerbando la
conflictiva social en una dimensión insospechada (como ahora mis-

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mo lo estamos viendo en nuestro país); por esto, difícilmente pueden


obviarse los temas candentes que nos proponía pensar antes Freud,
y ahora Derrida, y otros. Sabemos claramente que el sujeto es un ser
bio-psico-social, tríada que es indisoluble, y al escucharlo por ejem-
plo en situación psicoanalítica, nos enfrentamos a ese ser invadido e
incluso conformado por la problemática social; de ahí que no estoy
tan segura de la frase de Derrida que todos estos psicoanalistas que
incluyen esta problemática “sean excepciones”. En contraste con los
psicoanalistas latinoamericanos mencionados anteriormente nos en-
contramos también, por ejemplo, el trabajo de Piera Aulagnier:“¿Qué
analista osaría pretender que un análisis que concluyera permitiendo
al sujeto atribuirse sin conflicto ni culpa el derecho de sentir placer
tornándose verdugo en nombre de tal o cual ideología, es un análisis
que habría respetado su proyecto?” (1980:152). Problema serio por
enfrentar…
Por un lado hablábamos de nuestra agresividad como estructural
(Freud, Lacan, Melanie Klein) por el otro, ¿ya en la práctica cual es
su ética? No podemos hablar de “los psicoanalistas” en general y en
abstracto. Por mi parte siempre he dicho que no podría trabajar con
un torturador, pero ésta es mi posición personal. Incluso cuando lo
enuncio algunos me cuestionan: pero ¡cómo!, ¡también son sujetos!
¡Tienes que poder ayudar a cualquiera! ¡Hay que ser neutrales!
Primero, sabemos ya hace rato que la neutralidad como tal no
existe; segundo, que no somos omnipotentes y por tanto no podemos
trabajar con toda clase de sujetos, y tercero, todos tenemos una ideo-
logía consciente, pero también inconsciente y no estamos de acuerdo
en trabajar al servicio de cualquier ideología (recordemos lo que se
preguntaba Gramsci al servicio de quien trabajamos los intelectuales).
Por un tiempo vivimos en un país del cono sur que había sufrido los
horrores de un gobierno dictatorial y ya bajo una gubernatura “demo-
crática” se realizó un coloquio nombrado “Consecuencias de la dicta-
dura en el Cono Sur”, yo, gracias a mi trabajo clínico, poseía mucho
material para ser analizado y trabajado, compartido con otros, pero al
enterarme quiénes financiaban el proyecto (Coca Cola, Ford, etcétera)
decidí no participar, en tanto sabía que algunos psicólogos –si es que
así merecían ser nombrados– habían participado colaborando con los

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métodos de la tortura para distinguir cuáles eran los puntos más débiles
de los sujetos presos y lograr hacerlos confesar, lo que es absolutamente
inadmisible; esos llamados psicólogos debieran ser también juzgados.
Por otro lado, conviene anotar que el psicoanálisis si bien no está
(o no debe estar) en una posición de juicio, no debe juzgar al otro,
no se tiene una posición común frente al bien y el mal; hay cosas y
situaciones que nos rebasan y entonces ahí no podemos trabajar. No
obstante, el psicoanálisis tiene su propia ética que en mayor medida
consiste en no poner en juego el propio deseo; es decir, el deseo del
psicoanalista, debe quedar claro para él, para desde luego dejar que
el analizante logre ir descubriendo sus propios deseos. Cuando La-
can habla de “jugar al muerto” no quiere decir que no sienta o que
no desee, el quid de la cuestión es no permitir que interfiera con los
deseos del sujeto analizando. En un trabajo anterior, desarrollo lo
siguiente: “Es sin duda en la relación con el ser donde el analista debe
tomar su nivel operatorio. Está por formularse una ética que integre
las conquistas freudianas sobre el deseo: para poner en su cúspide la
cuestión del deseo del analista” (Lacan, 1971b:246).
Lacan utiliza una metáfora fuerte, en la que los sentimientos del
analista, si juegan, tendrían que jugar “el juego del muerto”, como
anotaba anteriormente, lo que implicaría no ponerlos en juego para
lograr la escucha respetuosa del paciente, si no que ya no se sabría a
qué conduciría el análisis: “[…] por eso el analista es menos libre en
su estrategia que en su táctica... haría mejor en ubicarse por su falta
en ser que por ser” (1971b:221), o bien, […] la transferencia tiene
siempre el mismo sentido de indicar los momentos de errancia y
también de orientación del análisis, el mismo valor para volvernos a
llamar al orden de nuestro papel: un no actuar positivo con vistas a la
ortodramatización de la subjetividad del paciente (Lacan, 1971b:48).
Se entiende el énfasis de Lacan en la necesidad de la no actuación
del deseo del analista; años más tarde, en el Seminario núm. 8 sobre
La Transferencia, centra su atención en la dimensión ética y marca la
transferencia como lo más opaco de nuestra experiencia: “Uno debe
preguntarse por qué medios operar honestamente con los deseos... y
preservar al acto, del deseo” (1960:61).
Marina Lieberman nos dice a propósito:

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El ejercicio del psicoanálisis no es solamente una práctica consecuente


con una teoría, sino que ambas están dirigidas por una ética; y ésta es
diferente a las éticas del bien, de la razón, de la salud, del deber. Es una
ética que propone que la vida no se construya alrededor de un hoyo que
hay que tapar, sino a partir del cual hay que crear (1994:167).

Ésta es una frase importante que más adelante retomaré, en rela-


ción con el trabajo como un importante camino en la búsqueda de
derivar las pulsiones destructivas e incluso escapar de las psicosis, dice
la autora en un artículo posterior, que también trabajaré.

¿A partir de qué podemos ahondar


la reflexión sobre estos intrincados temas?

Un camino por elegir que nos atañe de lleno es el del deseo y sus pro-
hibiciones, es decir, la ley y la violación; dice Bataille: “El deseo es el
sentido profundo de la prohibición” (1997:39). Tenemos la creencia
generalizada de que la prohibición nos es impuesta desde el afuera,
incluso en la formación del superyó, Freud nos la plantea como las
voces del superyó de nuestros padres, abuelos, incluso generaciones
anteriores e ideales sociales, sin que esto sea discutible (ya anotaba que
Freud planteaba al Estado y la Iglesia como prohibidores del pensa-
miento y acordaba que lo son), pero hay un plus que da Bataille, quien
nos enfrenta a pensar que en la angustia se levanta la prohibición desde
dentro. Nos ha intrigado en este mundo actual donde los actos violen-
tos aparecen absolutamente extremos (asesinatos múltiples, descabe-
zamientos, exhibición con lujo de detalles de actos crueles, etcétera)
si contamos todavía con una instancia psíquica tal como aquella que
describía Freud, mencionada más arriba que ocasionaba sentimientos
de culpa ante tales actos, lo que podía permitir cierto control; quizás a
esto nos daría cierta respuesta la “disociación o escisión del yo” (véase
Freud, 1979d) donde el mismo sujeto que asesina y despedaza a unos,
después puede ir con su mujer, sus hijos o incluso su perro y ¡llenarlos
de caricias! Esto claro que tiene que ver con todo el tema de “yo es
otro”, lo que ya lo observábamos en los militares nazis, quienes después

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de ejecutar a millones de judíos en las cámaras de gas llegaban amo-


rosos con sus gentes cercanas y sus perros (algo difícil de erradicar de
la memoria), aunque no sabría decir si sentían ¿culpa? Freud pensaba
que sí, pero culpa inconsciente (no de los nazis, fenómeno posterior a
él, sino hablando de los delincuentes). Reflexionaba que era tan severa
la culpa (más severa que la culpa consciente), que generalmente los
llevaba a buscar, al final de cuentas (también de forma inconsciente),
castigos extremos; tema que queda para seguir siendo investigado
(véase Freud, 1979b). Sin embargo, al pensar la reflexión de Marina
Lieberman acerca del superyó, me parece que entendemos algo más:

Ahora bien, siguiendo a Freud, y de acuerdo con él, lo que hace posible
la civilización, con todos sus malestares, es desgraciadamente (porque
no tiene ninguna gracia) la culpa. Lo que impide que nos comamos,
en todos los sentidos, los unos a los otros, es la instancia psíquica lla-
mada superyó. El superyó funciona por medio de la culpa, la culpa es
su alimento; lo paradójico es que siendo el guardián de la civilización
es, al mismo tiempo, generadora del odio y la crueldad, es decir, lo que
amenaza con destruirla. Entonces lo que nos da soporte es insoporta-
ble por sí mismo. Como sujetos, cada uno tiene que arreglárselas para
construir los soportes que detengan eso que los va a soportar. Es algo
imposible o casi imposible, es el sujeto sosteniendo eso que lo sostiene.
Y eso sólo puede suceder en el campo de lo simbólico. No en el real ni
en el imaginario. Más claramente sólo es posible si se encuentran bien
amarrados estos tres registros. Y lo que hace que funcionen los amarres
es la metáfora (2011:132-133).

Añadimos algo más: “La culpa es fundamento de la civilización,


pero es también alimento del goce (goce-sufrimiento). Por la vía de
la culpa no hay salida de ningún infierno, al contrario, es la puer-
ta de entrada. La puerta de salida es por la angustia” (Lieberman,
2011:138).1 Justamente, parte de lo que Raymundo Mier (2010)
puntúa es que se ha logrado en las masas, frente a los horrores y
1  Es evidente que al citar trozos de este texto, puede no quedar del todo claro ya que
anteriormente venía la autora hablando del “goce” de Lacan que no es el placer, y remite al
masoquismo. Pueden acudir a su escrito citado en la bibliografía.

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crueldades que desfilan ante nuestros ojos, se ha logrado, reitero, una


mirada indiferente, tal vez resulta paralelo a la posición que se dice
de Sade de total frialdad para lograr la máxima crueldad y voluptuo-
sidad; ¿será entonces que los crímenes actuales (o los crímenes, sin
“actuales”) se realizan “sin angustia”? ¿Como mandato de la crueldad
del superyó? ¿Como un acto de goce? Por ahora no tenemos respues-
ta, recordando al doctor Carlos Pla2 dan ganas de decir: “A saber…”
Claro, es para seguirlo pensando.
Tal vez Bataille marca algo que nos apoya, aunque sobrecoge:
“Una vez derribado el obstáculo la prohibición escarnecida sobrevive
a la transgresión. El más sangriento de los homicidas no puede igno-
rar la maldición que recae sobre él. Pues esa maldición es la condición
de su gloria” (1997:52). ¿Quiere decir que queda “glorificado” como
maldito por haber transgredido esa prohibición? ¡Queda orgulloso!
Y continúa el autor:

Derribar una barrera es en sí mismo algo atractivo, la acción prohibida


toma un sentido que no tenía antes de que un terror, que nos aleja de
ella, la envolviese en una aureola de gloria […] Nada contiene al liber-
tinaje [escribe Sade, cita Bataille] y la manera verdadera de extender y de
multiplicar los deseos propios es querer imponerles limitaciones […] Nada
contiene al libertinaje… o, mejor, en general no hay nada que reduzca
la violencia (Bataille, 1977:52).

Al mismo tiempo Bataille plantea que el objeto principal de las


prohibiciones es la violencia (1977:45), ¿cómo escapar de esta en-
crucijada?
Este resulta un pensamiento digno para detenernos y reflexionar,
al menos a mí me parece que podríamos desde aquí, cuestionar las
muy diversas leyes que se han impuesto contra el uso de narcóticos,
tabaco, alcohol, o ni se diga la guerra que armó el anterior gobierno
de Calderón contra el narcotráfico que enalteció y glorificó justo las
matanzas y abusos de los narcos, enfrentamiento que fue progresi-

2  Psicoanalista uruguayo-mexicano de profundas reflexiones, ya lamentablemente


fallecido pero presente en nuestras cabezas.

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vamente en aumento en la medida en que más se les atacó y en que


pasó a ser ya no una delincuencia común sino una guerra práctica-
mente de Estado; Sí, probablemente ellos se sientan “glorificados”, y
efectivamente esto tiene que ver –en alguna medida– con la profunda
complicidad que existe entre la ley y su violación.

Pero experimentamos, en el momento de la transgresión, la angustia


sin la cual no existiría lo prohibido: es la experiencia del pecado. La
experiencia conduce a la transgresión acabada, a la transgresión lograda,
que manteniendo lo prohibido como tal, lo mantiene para gozar de él.
La experiencia interior del erotismo requiere de quien la realiza una
sensibilidad no menor a la angustia que funda lo prohibido, que al deseo
que lleva a infringir la prohibición. Esta es la sensibilidad religiosa, que
vincula siempre estrechamente el deseo con el pavor, el placer intenso
con la angustia (Bataille, 1997:43).

Lo anterior alude a un texto de Marina Lieberman que hemos


trabajado antes:

La vida es un intento desesperado por alejarse de la muerte. Pero la


muerte está ahí. Y aterra. Pero atrae. Hay algo en el sujeto que no tiene
que ver con la voluntad y sin embargo, lo mueve. Es un movimiento
que no va en el mismo sentido del querer, generalmente va en sentido
contrario. Algo lo lleva a donde no quiere ir, a donde la lógica diría: “es
exactamente el lugar que es preciso evitar a toda costa”. Y es precisamente
ese lugar en donde a veces uno se encuentra sumergido y no sabe cómo
llegó ahí, ni cómo salir, o peor, puede ser que sepa cuál es la salida y aun
así, se queda ahí sin quererlo (1996:168).

Y eso que aquí estamos hablando de cualquiera de nosotros que


nos suponemos, a lo más, “neuróticos”; qué decir de los psicóticos,
claro hay mucho para decir, pero aquí sólo mencionaré algo del
pensamiento de Piera Aulagnier (1980) que nos llamó la atención
en este tema del “placer”. Ella habla de que existe un placer mí-
nimo, placer necesario como condición de vida para soportar los
momentos de sufrimiento que siempre implica el hecho de vivir.

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Este placer forma parte de las necesidades del yo que deben ser
satisfechas; a este placer mínimo debe seguir un “placer suficiente”
y para éste:

hace falta que el Yo esté convencido de que no se lo ama o que él no


ama por obligación o por necesidad; debe estar convencido de que ha
sido elegido y que él ha elegido [aunque él sepa de la limitación de la
libertad de su elección]. Eso es igualmente cierto tanto para el placer
resultante de los pensamientos –o sea para las catectizaciones narcisistas-
como para el placer propio del amor sexual (156). […] el psicótico sufre
porque para vivir se ve obligado a catectizar pensamientos que siente
como pensamientos impuestos, a catectizar una actividad de pensar,
cuando esta actividad se muestra desposeída de todo poder de elección
en cuanto a los pensamientos que querría pensar y los que querría evitar.
Ocurre lo mismo en el registro del amor entre él y el Yo materno: no es
la catectización recíproca la que falta en la psicosis, ocurre incluso que
más bien peque por exceso; lo que caracteriza a la psicosis es la sensación
de que para ambos se trata de una obligación, una necesidad, una nó-
elección (Aulagnier, 1980:156).

El psicótico siente esta ligazón, porque la considera necesaria para


la sobrevivencia del yo materno y, habiendo pocas salidas –una es
el delirio–, el psicótico no siente derecho de buscar otros objetos,
le queda el derecho de proclamar que no ha elegido esa relación
y “el derecho de sublevarse contra lo que continuará soportando
de todas maneras” (Aulagnier, 1980:159). Esta última frase (resal-
tada por mí), lamentablemente, expresa algo más cotidiano de lo
que se piensa, que encontramos con frecuencia en la clínica –aun
cuando no se trate de niveles psicóticos– y muy comúnmente en
las relaciones de personas jóvenes con sus padres (uno, la otra o
ambos), donde piensan que sí se están oponiendo a situaciones
que no toleran más, pero que siguen soportando, generalmente el
mayor texto-pretexto es el económico (digo texto porque en buena
medida es del orden de lo real), sin embargo hay algo, oscuro, que
mantiene esos lazos; muy probablemente se deba a lo que plantea
Aulagnier.

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C O N V E R G E N C I A S

Es así de complejo el tema del deseo, del goce, del placer, del amor,
el erotismo, la violencia, la crueldad y la alienación; es decir, las pul-
siones, sus vicisitudes y sus destinos, lo que me parece hay que darlo
a conocer para que los sujetos deseen seguir volteando la mirada a sí
mismos y busquemos otros caminos para salir de las relaciones en-
trampadas, alienadas, psicotizantes, destructivas. Había expresado la
idea, freudiana en principio, de que uno de los caminos para luchar
en contra de nuestras pulsiones destructivas era el amor, la razón
por encima de la pulsión, el avance en la cultura. Vamos a explorar
algo de lo que pertenece a la cultura, que es el trabajo, la creación, la
capacidad de fantasear e inventar…

Cierta escapatoria del desenfreno

El hacer, llevar a la acción productiva, creativa, el trabajo en sus


múltiples posibilidades, parece ser el principal camino para escapar
del desenfreno, de la destructividad, de la locura; podríamos nom-
brarlo, como Freud enunció, la capacidad de sublimar hacia otras
vías las pulsiones tanto amorosas como destructivas; sólo fantasea
el insatisfecho. En busca de colmar los deseos, las fantasías y el juego
resultan camino regio, sobre todo si éstas se llevan a cabo; es decir, si
jugamos, poniendo en palabras y acción nuestras fantasías, así como
si escribimos; claro, la creación literaria cumple ampliamente esas ex-
pectativas: “Y donde el humano suele enmudecer en su tormento, un
dios me concedió el don de decir cuánto sufro” (Goethe, en Torcuato
Tasso, citado por Freud, 1979a:128). Continúa Freud:

Ahora bien de la irrealidad del mundo poético derivan muy importantes


consecuencias para la técnica artística, pues muchas cosas que de ser reales
no depararían goce, pueden, empero, depararlo en el juego de la fantasía;
y muchas excitaciones que en sí mismas son en verdad penosas pueden
convertirse en fuente de placer para el auditorio y los espectadores del
poeta (Freud, 1979a:128).

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Esto tiene que ver con que el otro, los otros, se atreven a enunciar
lo que el yo propio tiene oculto e imposibilitado de nombrar; esto se
ve apoyado por la sublimación y la identificación.3
La insatisfacción mencionada tiene que ver con el tema de la falta,
los agujeros incolmables que nos enloquecen e intentamos infruc-
tuosamente “llenarlos” a costa de lo que sea, “Deseos insatisfechos
son las fuerzas pulsionales de las fantasías, y cada fantasía singular
es un cumplimiento de deseo, una rectificación de la insatisfactoria
realidad” (Freud, 1979a:130). Otro modo de expresarlo, de forma
contundente:

la causa del deseo, de la vida y de la creación es la imposibilidad de tenerlo


todo […] El síntoma por ejemplo, es una forma de tapar el hoyo, pero
a la vez lo muestra. Es decir, en el síntoma se habla, con otro lengua-
je, de eso que es imposible decir. El síntoma es síntoma si al sujeto le
provoca algo, sufrimiento, extrañeza, enigma. Sin embargo, no quiere
desprenderse de él porque debajo de éste está un agujero, una nada, y
para algunos puede ser más “soportable” el sufrimiento del síntoma que
la certeza del imposible (Lieberman, 1996:170-171).

Ya en otros artículos hemos expuesto –en la tensa relación de lo


psíquico con lo social– que la ideología actual, el neoliberalismo y la
globalización, justo uno de sus intentos, es tapar las carencias a través
del engaño mercantil de que sí se pueden tapar los hoyos, nuestros
agujeros, y tener todo; ese todo puede ser a través de la mejor casa,
el mejor auto, el perfume más caro, los altos puestos empresariales o
políticos, etcétera. La guerra en parte es provocada por estos afanes
de poder absoluto y el engaño a los jóvenes –sin trabajo, sin escuela,
con hambre– llenos de agujeros reales que podrían colmarse con otra
política social, pero que más bien eso se impide y se hace creer que
lograrán tener todo, cuando por lo que deberíamos luchar (algunos
lo hacemos) es por encontrar caminos del “hacer” que logren aceptar
nuestra incompletud, pero a su vez satisfagan estas pulsiones ya no

3  Al respecto hay un excelente análisis de cómo también sucede esto en el teatro, sus
actores y espectadores, en el texto Ser otros. El actor y sus personajes de Lieberman et al. (1989).

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en su cruda expresión, sino a través del trabajo, la música, el arte en


general, el deporte (despojándolo de su ropaje ficticio), el estudio, la
escritura. Freud pensaba como caminos imponderables para lograr
la sublimación, el arte y la actividad intelectual. De acuerdo, pero
también todas las otras actividades que puedan satisfacer, sin tanta
penuria y sufrimiento, no sólo las necesidades reales, sino aquellas
de nuestra vida anímica. Volviendo con Marina Lieberman nos dice:

¿Qué hacer entonces con ese algo oscuro y enigmático? Precisamente


hacer algo. De esta manera, alguien se aleja de la ventana y escribe un
cuento de humor negro, o inventa un chiste sobre suicidas, o hace una
canción, o pinta El Grito, o construye una teoría sobre la probabilidad
de ruptura de los barandales en febrero (Liebermann, 1996:172).

Cuando entra el humor, cuando podemos reírnos, algo suave y


feliz entra en nuestra alma…
En este mismo tema, las líneas que marca Bataille, como caminos
quizá de derivación de nuestras pulsiones, por un lado afirman: “Hay
en la naturaleza y subsiste en el hombre un impulso que siempre ex-
cede los límites y que sólo en parte puede ser reducido […] nuestra
obediencia no es jamás ilimitada” (1997:44). Por otro lado subraya
que al entrar en el imperio de la razón, en:

el trabajo introdujo una escapatoria gracias a la cual el hombre dejaba de


responder al impulso inmediato, regido por la violencia del deseo […]
Lo que el mundo del trabajo excluye por medio de las prohibiciones es
la violencia; y ésta, en mi campo de investigación, es a la vez la violencia
de la reproducción sexual y la de la muerte […] el impulso del amor
llevado hasta el extremo, es un impulso de muerte (Bataille, 1997:45-46).

Esto nos confirma de forma contundente la inextricable unión


(palabras de Freud) de la pulsión de vida y la pulsión de muerte. Batai-
lle desarrolla ampliamente el tema de la muerte, lo que la caracteriza
antes que nada, en el hombre, al tener conciencia de ella: “Percibimos
el paso que hay de estar vivos a ser un cadáver; es decir, ser ese objeto
angustiante que para el hombre es el cadáver de otro hombre. Para

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R E F L E X I O N E S S O B R E L A C R U E L D A D

cada uno de ellos a quien fascina, el cadáver es la imagen de su desti-


no” (Bataille, 1997:48). Esto diría Bataille, haría al hombre primitivo
rechazar y separarse de la violencia, en tanto fueron encontrando el
mundo del trabajo ligado a la razón, opuesto a la violencia: “Cierta-
mente la muerte difiere, igual que un desorden, del ordenamiento del
trabajo; el primitivo podía sentir que el ordenamiento del trabajo le
pertenecía, mientras que el desorden de la muerte lo superaba, hacía
de sus esfuerzos un sinsentido” así se fue separando de la violencia
(1997:48-49). De aquí que la prohibición de dar la muerte, tiene que
ver con la prohibición global de la violencia, sin embargo, vuelve a
aparecer el tema de las transgresiones que aparecen siempre ante la
prohibición, que se dirige a expulsar la violencia. “[…] el hombre
se define por una conducta sexual sometida a reglas, a restricciones
definidas.4 Así, el hombre es un animal que ante la muerte y ante la
unión sexual, se queda desconcertado, sobrecogido” (1997:54). La
sexualidad posee violencia (es algo que ya Freud había trabajado) y
contundentemente dice Bataille:

La prohibición que en nosotros se opone a la libertad sexual es gene-


ral, universal: las prohibiciones particulares son sus aspectos variables
[por ejemplo, el incesto] [y piensa que] esta prohibición “informe y
universal” es siempre la misma. Tal como cambia su forma, su objeto
cambia; tanto si lo que está en cuestión es la sexualidad como si lo es
la muerte, siempre está en el punto de mira la violencia; la violencia
que da pavor pero que fascina (1997:55).

Así como Bataille muestra que las reglas y la organización de la


sexualidad también atañen a la violencia, apunta al “carácter ilógico
de la prohibición”:

4  Atractivas y paradójicas resultan para seguir reflexionando las estrictas reglas que
Sade impone en sus perversos, sangrientos y sádicos juegos, por ejemplo en Las ciento veinte
jornadas de Sodoma y en La filosofía del tocador, donde todos los más horribles actos, tenían
un orden y horario estricto preestablecido, con fuertes sanciones ante el riesgo de no ser
cumplidos, como un querer meter la razón en la sinrazón, tal vez como hacer de ello una
suerte de “trabajo” que es ordenado y opuesto al desenfreno, dentro del desenfreno mismo.

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C O N V E R G E N C I A S

No existe prohibición que no pueda ser transgredida y a menudo la


transgresión es algo admitido, o incluso algo prescrito […] La prohi-
bición de matar no se opuso en ninguna parte a la guerra, es más sin
esa prohibición la guerra es imposible… la prohibición está ahí para
ser violada […] la guerra en cierto sentido se reduce a la organización
colectiva de impulsos agresivos […] la guerra es una violencia organizada
[…] La transgresión organizada forma con lo prohibido un conjunto
que define la vida social (1997:67-69).

(Podríamos decir que en nuestro país, esto se va cumpliendo al pie


de la letra). Y así entonces la guerra, por sí misma destructiva, quiere
aparecer como un “trabajo” donde –como decía Freud– se tiene el
permiso de matar; deja de ser “prohibido” y los sujetos pueden darse
el lujo de dar rienda suelta a su destructividad justificadamente…
También me parece de importancia la reflexión de Bataille sobre
aquellos personajes de la historia que a pesar de exceder todo límite
y que escapan al dominio de la razón, no “gastan” sus energías en “el
trabajo”; habla del hampa y de los reyes, de estos últimos: “el soberano
recibía el privilegio de la riqueza y la ociosidad y las muchachas más
jóvenes y hermosas” además de que las guerras otorgaban a los vence-
dores posibilidades más amplias que el trabajo (1997:171). En el caso
del hampa: “de forma bastante masiva, por el hecho de que su violencia
taimada escapa a cualquier control, mantiene la excepción de energías
no absorbidas por el trabajo” (1997:170). Sin embargo, en este caso,
hay que volver a pensar ¿cuál es el trabajo del hampa? ¿Si se dedican al
robo, al asalto, al engaño, al crimen, a que la vida esté exenta de límites,
podría esto robarles sus energías? No, sobre todo si de sexualidad se
trata, donde también cometen máximos excesos y crueldades.
Así pues, podríamos pensar que el exceso de criminalidad, la ab-
soluta ruptura de límites (que estamos presenciando en nuestro país,
por ejemplo) produce (como lo decía en un principio) en quienes la
están ejerciendo un alto grado de voluptuosidad y excitación, que
sólo puede darse frente a la absoluta negación del otro y estando fue-
ra del imperio de la razón. Asimismo, nos preguntamos acerca de la
actuación de la policía, del ejército que al parecer se han confundido
con la delincuencia organizada y los narcotraficantes, todos “organi-

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R E F L E X I O N E S S O B R E L A C R U E L D A D

zados”, y ¿cuál es su trabajo? ¿Trabajan? Un trabajo improductivo en


el que la vida y la muerte juegan una actividad principal. ¿Trabajan
para matar, o al menos para golpear, torturar, encarcelar? Sí , se “orga-
nizan”. Su nombre lo dice: “delincuencia organizada”. Pero también
la policía y el ejército, como también en la orgía, se organizan para
producir excesos y “surge el deseo de una existencia exenta de lími-
tes” (Bataille, 1997:172). Ya habíamos comentado que el exceso por
definición queda fuera de la razón; podríamos pensar que cuando se
desata una matanza, que al menos oficialmente no estaba “comanda-
da” (Acteal, por poner sólo un ejemplo) “se pierde la razón”, se entra
en la voluptuosidad, en la excitación desenfrenada, en la vivencia de
omipotencia y ya nada los puede detener; así, Bataille plantea que
Sade tuvo la certeza de haber llegado a un descubrimiento decisivo:

Al ser el crimen lo que permite al hombre acceder a la mayor satisfacción


voluptuosa, a la consumación del deseo más fuerte, ¿habría algo más
importante que negar la solidaridad, que es lo que se opone al crimen e
impide gozar de él? Imagino que esa verdad violenta se le manifestó en
la soledad de la prisión (1997:175).

Y esto me hace pensar en un escrito anterior donde abordé el


complejo tema de “la policía”, donde reflexioné sobre la violencia de
los que “ejercen la ley”, apoyándome, en parte, en los textos Fuerza
de Ley de Derrida y Para una crítica de la violencia de Benjamin.
Por ejemplo, comenta Derrida:

Antes de ser innoble en sus procedimientos, en la inquisición innom-


brable a la que se entrega sin respetar nada, la violencia de la policía, la
policía moderna, es estructuralmente repugnante, inmunda por esencia
dada su hipocresía constitutiva […] Esa falta de límites le viene también
por el hecho de que la policía es el Estado, el hecho de que es el espectro
del Estado… es la fuerza de ley, tiene fuerza de ley (2002:106-107).

(Quiere decir que no sólo aplica la ley por la fuerza y así la conser-
var “sino que la inventa, publica ordenanzas”. Se arroga el derecho de
inventar el “derecho” cuando es suficientemente indeterminado…).

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C O N V E R G E N C I A S

Frente a este impresionante análisis me pregunto, ¿cómo esperar


apoyo y protección de la policía si, en sí misma, es ignominiosa?
Aunque de todas maneras públicamente hay una mentira social (o
muchas mentiras que no van “acordes” con una idea de justicia, pero
la mentira no es sancionada); siempre o casi siempre, nos asombra-
mos cuando la policía toma la función injusta y destructiva (aunque
actualmente con los acontecimientos sucedidos ya no nos asombra
tanto, y eso puede ser más grave aún).5
Finalmente expone Bataille una suerte de definición, o mejor, una
suerte de amplia descripción sobre la crueldad, que ha importado a
nuestro trabajo desde el inicio:

Todos aquellos grandes libertinos, que no viven más que para el placer,
sólo son grandes porque han aniquilado en sí toda capacidad de placer.
Por eso se entregan a espantosas anomalías […] se han hecho insensi-
bles; pretenden gozar de su insensibilidad, de esa sensibilidad negada,
anonadada, y se vuelven feroces. La crueldad no es más que la negación
de uno mismo, llevada tan lejos que se transforma en explosión destruc-
tora; la insensibilidad, dice Sade, se vuelve estremecimiento de todo el
ser (Bataille, 1997:176-179).

Termino reiterando la necesidad de trabajar estas ideas, trabajarlas


psíquicamente; es decir, animarnos a vernos a nosotros mismos para
lograr hacer consciencia de ello y poder luchar creando otros cami-
nos. Es cierto que nos resistimos a ello, pero luchemos primero con-
tra esa resistencia, aunque no queramos ver nuestros agujeros, pues
el verlos nos va a permitir entrar en otros campos de creación, y nos
dará menor malestar y sufrimiento, mayor autonomía, menor goce
y mayor placer, pudiendo compartir con otros no sólo los malestares
sino también el amor y los bienestares, ¡bien-estar!
Bataille también lo propone: “Nos veríamos en la necesidad de
tener consciencia de sí mismos para tratar de limitar estos efectos
catastróficos y oponernos a ellos” (1997:191).

5  Me refiero a “La justicia. ¿Un sueño?”, Radosh (2008).

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R E F L E X I O N E S S O B R E L A C R U E L D A D

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Recibido el 29 de junio de 2013


Aprobado el 5 de octubre de 2013

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Sobrevivir a La Perla

Mariana Tello Weiss *

Resumen

El artículo analiza la identidad de los sobrevivientes de campos de concentra-


ción durante la última dictadura en Argentina (1976-1983) y la variabilidad
de estas representaciones a lo largo de tres décadas. En concreto, se enfoca
en el campo conocido como “La Perla” (Córdoba) y las tensiones entre lo
narrable y lo inenarrable en los testimonios de los sobrevivientes de cara a la
actual escena judicial, donde se juzgan delitos de lesa humanidad cometidos
contra ellos mismos en calidad de víctimas.

Palabras clave: memoria, sobrevivientes, campos de concentración, Argentina,


juicios por delitos contra la humanidad.

Abstract

The article analyzes the identities of the survivors of the concentration camps
during the last dictatorship in Argentina (1976-1983) and the variability of
those representations along three decades. Specifically, the article focuses on
the camp know as “La Perla” (Córdoba) and in the tensions between the
speakable and unspeakable in the testimonies of the survivors, specially facing
the current judicial scene where are being judged crimes against humanity
committed against themselves as victims.

* Área de investigación: Espacio para la Memoria La Perla, Córdoba; <marianitaweiss@


yahoo.es>.

TRAMAS 41 • UAM-X • MÉXICO • 2014 • PP. 325-333

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D O C U M E N T O S

Keywords: memory, survivors, concentration camps, Argentina, trials for


crimes against humanity.

Allá, a principios de los ochenta, comenzaba a confirmarse una


aterradora sospecha. Aquellas personas que habían “desaparecido” en
Argentina, tras haber sufrido innumerables tormentos en los campos
de concentración, habían sido asesinadas e inhumadas anónimamen-
te en fosas clandestinas. Esta verdad saldría a la luz al ser exhumadas
las primeras fosas comunes a lo largo de todo el país, mientras que
el relato sobre lo sucedido con esas personas en esa franja de sombra
que se extiende entre el secuestro y la muerte, quedaría en manos de
un puñado de sobrevivientes.
Más de 500 campos de concentración funcionando en todo el
país, dentro de los cuarteles, en dependencias policiales, en casas,
30 000 desaparecidos, 500 niños nacidos en maternidades clandesti-
nas o secuestrados junto con sus padres, serían una realidad difícil de
asimilar y, hasta el día de hoy, de “saldar”.
Si pensamos que el secuestro, la tortura y la desaparición como
método, fueron aplicados durante la última dictadura cívico-militar
de manera clandestina, todo lo relatado por aquellas personas que
habían atravesado el infierno y volvían de él parecería imposible,
inimaginable, incomprensible. ¿Cómo unas personas, representantes
de las instituciones del Estado, habrían podido secuestrar, torturar y
desaparecer a miles de otras? ¿Cómo los seres humanos podían haber
hecho un daño infinito a otros seres humanos? ¿Cómo una persona
podía “no estar ni viva ni muerta”? La desaparición sistemática de
personas constituiría una de las experiencias más desconcertantes y
demoledoras de nuestra historia reciente. Por ello, cuando algunos
desaparecidos comenzaron a “aparecer”, desde el principio, denun-
ciar, relatar, testimoniar, se convertiría en una empresa que debería
lidiar con la “imposibilidad”, o más bien con la dificultad de imagi-
nar lo sucedido con esas personas que, de un día para otro, faltaban
en sus casas, en sus trabajos, en sus lugares de estudio, en sus barrios.
El silencio casi total de los ejecutores de la represión enfrentaría
a los sobrevivientes (y a unos escasísimos testigos ocasionales) a la

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S O B R E V I V I R A L A P E R L A

responsabilidad de ser los únicos capaces de atestiguar el horror en


nombre de aquellos que no lo harían más que con el hecho de su
muerte. Ellos llevarían a los familiares, a los compañeros, a los ami-
gos de los que no habían vuelto, un relato precioso pero aterrador.
Los sobrevivientes se convertirían en portavoces de una memoria
destinada a transmitir, por partes iguales, el alivio y el dolor de saber.

“El que salga tiene que contar”

Por La Perla pasaron alrededor de 2 500 personas entre 1976 y 1978.


De todas las causas que integran este nuevo juicio, hay una que
representa un enfoque novedoso respecto a las demás y a las causas
históricas: la llamada “causa Acosta”, por la cual se juzgará a la “pa-
tota” que actuó en La Perla por los crímenes cometidos contra 139
sobrevivientes de La Perla. Los delitos cometidos contra las víctimas
que quedaron vivas tras su paso por este campo no han sido hasta
ahora objeto de un juicio, o al menos no tan centralmente.
Las personas que integran este grupo, en la escena judicial, han
sido consideradas históricamente testigos, pero no víctimas. Esto tie-
ne quizás su raíz histórica: testimoniar en nombre de aquellos que no
volvieron ha sido desde los primeros momentos el principal objetivo
de contar los horrores sufridos, pero eso muchas veces ha solapado
otras dificultades: el dolor inherente a recordar experiencias suma-
mente traumáticas, el intentar contar dignamente experiencias que
fueron sumamente indignas, de modo que muchas veces no llegamos
a visualizar claramente –ni tampoco los sobrevivientes– que tras ese
testigo hay una víctima que sufrió las mismas atrocidades de las que
fueron objeto los que no volvieron. Frente al drama del asesinato y
desaparición permanente de muchos tendemos a invisibilizar que to-
dos fueron desaparecidos, que todos conocieron el horror. Lo que
separa a unas de otras víctimas es el trágico final de algunos, final
que sin embargo traza una delgada línea entre los vivos y los muertos.
La Perla era una maquinaria de desintegración de grupos y perso-
nas, un lugar concebido para la muerte. Aun así, los secuestrados de
tanto en tanto se permitieron pensar en la posibilidad de sobrevivir,

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de que alguno saliera. Ante la omnipresencia de la muerte se decían:


“Yo no salgo pero a lo mejor vos sí, decile a mi familia que estuve
aquí”, “El que salga tiene que contar”, se repetían unos a otros, una
y otra vez. Es difícil comprender la profundidad de esa promesa que
está en la raíz de un testimonio, sin intentar situarse en el contexto
donde fue formulada. Minuto a minuto, día tras día, los secuestrados
esperaban la ejecución de una sentencia de muerte que, a priori, se
aplicaría a todos por igual. Mientras tanto “duraban”, viendo cómo
día tras día caían nuevos compañeros y cómo, día tras día, el funesto
camión se los llevaba hacia el “traslado”.
Pero lo más horroroso en los recuerdos del campo no se anuda
al dolor o la muerte propia –para la que muchos militantes estaban
preparados– sino a la supresión de la voluntad, de la capacidad de
decisión sobre cualquier aspecto de la vida propia, la invasión de la
intimidad, la indignidad. Este contexto de total arbitrariedad, donde
los represores, por ejemplo, eran capaces de curar a una persona
que había intentado quitarse la vida para fusilarla al día siguiente,
desintegraba paulatinamente la posibilidad de imaginar cualquier
futuro. Sin empezar por comprender el contexto del campo de con-
centración, ese mundo “invertido” respecto al normal y el profundo
proceso de desintegración que fue aplicado por el aparato represivo
sobre las personas, difícilmente podremos dimensionar lo que im-
plicó la promesa de contar y las dificultades específicas que supuso.
Contar –que sólo luego esbozó la posibilidad de testimoniar–
la existencia de ese exterminio clandestino, invisible, se volvió casi la
única forma en que pudo asomar, dentro la oscuridad, un pequeño
haz de luz. Resistencia imperceptible para sus captores, la posibilidad
de contar se volvió, junto con la esperanza de volver a ver a sus seres
queridos, el único motivo para soportar el contacto cotidiano con la
muerte y el sufrimiento propios, pero sobre todo ajeno. Una y otra
vez, en cada despedida, ante la inminencia de cada “traslado”, sería
repetida la promesa. Promesa que, entre los que iban quedando,
estaría ligada al nombre, al rostro, a la historia de cada compañero.
Grabada a fuego en su memoria, la promesa los acompañaría por el
resto de sus vidas. Ese pequeño-gran gesto de resistencia es también la
supervivencia del militante, de la identidad de militante que el campo

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buscó exterminar. Si entendemos que La Perla no sólo hacía desapa-


recer personas sino que pretendía también desaparecer su memoria y
sus proyectos, sobrevivir para contar se volvería también una “causa”.

Un horror “inenarrable”

Las experiencias vividas en los campos han sido calificadas muchas


veces de “inenarrables”. Jorge Semprún, republicano español sobre-
viviente del Holocausto, plantearía de modo elocuente la tensión
entre el relato y la escucha de este tipo de situaciones: todo puede
ser contado –dirá– pero ¿quién sería capaz de escuchar ese relato
aterrador, de comprenderlo sin sentirse espantado? “Siempre asustan
los aparecidos” –continuará diciendo Semprún– porque los que han
atravesado la muerte de punta a punta tienen siempre un halo fan-
tasmal. Aun así, a riesgo de aterrar, los sobrevivientes han buscado
hacer audibles sus experiencias, han concurrido a testimoniar ante la
justicia durante años, han sido tenaces y constantes en el recuerdo
aportando a la construcción de la verdad y la justicia; sin embargo,
a diferencia de otros actores más presentes en instancias públicas,
como las madres, las abuelas, los hijos, han permanecido invisibles
por fuera de las instancias judiciales a las cuales son convocados en
calidad de testigos.
El cumplimiento de aquella promesa formulada como un conjuro
ante la muerte y el olvido encontraría a la salida de los campos con-
denas y dificultades específicas en la escucha. Ante la inminencia de
esta nueva causa judicial, donde los represores son juzgados por los
delitos cometidos contra estas víctimas vivas, debemos preguntarnos
entonces por las razones de esta invisibilidad histórica de los sobrevi-
vientes, situándola en ese espacio que se abre entre la voluntad de ha-
blar del testigo y las condiciones de escucha, de reconocimiento por
personas, grupos e instituciones concretas. Analicemos las razones de
esta invisibilidad. Una de ellas preexiste a su paso por el campo: los
sobrevivientes son parte de “la generación del setenta”, estigmatizada
por la llamada “teoría de los dos demonios”. En este sentido, toda la
generación parece signada por la frase “Por algo habrá sido”, la cual

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responsabilizó a los desaparecidos de su propia desaparición haciendo


hincapié en su militancia como causal de la represión e invisibilizan-
do la responsabilidad de un Estado terrorista.
Haber “andado en algo”, en esta lógica, no sólo justificaría las atro-
cidades cometidas, sino que también invalidaría la legitimidad del
testigo transformándolo en uno de esos “demonios” que “sembraron
la violencia en el país”. Durante largos años la teoría de los dos demo-
nios sentó argumentos éticos e historiográficos que cargaron sobre esa
generación –y ante todo su parte superviviente– la responsabilidad en
torno de la violencia política de las décadas de 1960 y 1970. Silencia-
dos en calidad de militantes hasta tiempos muy recientes, los miem-
bros supervivientes de la generación reconstruirían sus identidades
a partir de la experiencia represiva. Tímidamente, con recaudos, se
comenzarían a narrar las experiencias de prisión o de exilio, pero esto
no sucedió con aquellos que estuvieron en los campos.
Los sobrevivientes de los campos conservan, al día de hoy, esa in-
visibilidad que caracterizó a toda la generación en los primeros años
de la reapertura democrática. Una segunda capa de silencio tiene que
ver, entonces, con haber sobrevivido específicamente a un campo de
exterminio.
Si tantos no volvieron, ¿por qué algunos sí? El exterminio de mu-
chos contra la supervivencia de unos pocos generaría en la sociedad
y en los grupos de pertenencia de los sobrevivientes valoraciones y
estigmas específicos. Si como militantes la acusación social era “Por
algo habrá sido”, a la supervivencia de unos pocos se les aplicaría
una condena similar: “Por algo habrá sobrevivido”.Trabajo en el área
de investigación del Espacio de Memorias ex ccdyt “La Perla” hace
cuatro años reconstruyendo el funcionamiento del campo, las iden-
tidades de sus víctimas, las experiencias vividas allí y las estrategias
de los sobrevivientes para hacer su mundo. Desde la investigación
sistemática, como la que requiere mi tarea, es posible afirmar que no
hay actitud de los secuestrados o de sus grupos allegados –recursos
empleados por sus organizaciones o familias– que hayan intervenido
sustancialmente en la decisión final sobre esas personas.
Hubo gente a la que se le arrancó información bajo tortura y gen-
te a la que no se le arrancó, gente que permaneció con vida mucho

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tiempo y luego fue asesinada, familias que pagaron importantes res-


cates, secuestrados que tenían familiares en altos estratos del ejército
o contactos diplomáticos, pero ninguna de estas situaciones incidió
efectiva o regularmente en su asesinato o supervivencia. No existe
una relación directa entre lo que en el mundo de afuera consideraría-
mos “ventajas” y los desenlaces posibles. Esa decisión estuvo siempre
en manos de los responsables del campo, y varió tanto en relación
con los momentos represivos como con las “reglas” –por otra parte,
pobladas de arbitrariedades– que regían ese mundo. En un sentido
más profundo en tanto que toca los límites de lo humano, lo que
las personas fueron obligadas –y es importante recalcar obligadas– a
hacer dentro de ese universo que sustraía a los secuestrados de cual-
quier margen de decisión individual no puede ser evaluado con los
parámetros de las situaciones normales.
Ninguna víctima, ya sea que haya sido asesinada o haya sobrevi-
vido, tuvo margen de decisión a partir de su ingreso al campo que
no fueran unas pequeñas e imperceptibles resistencias. Por lo tanto, no
existen –tal como enuncian algunas trampas simbólicas que intentan
enturbiar responsabilidades– víctimas culpables o inocentes. Existen
víctimas. Todo aquel que fue secuestrado es una víctima, todo el que
cometió delitos como miembro de las fuerzas armadas y de seguridad
es responsable de ellos. Sin embargo, no podemos desconocer que la
equiparación del sobreviviente con un “traidor” es potente. Gestada
en el campo por los propios represores, sembraría una desconfianza
permanente e indefinida hacia los sobrevivientes, entre ellos mismos,
entre los grupos a los que habían pertenecido, en la sociedad. En una
antiquísima matriz de interpretación sobre el martirio, los muertos
serían héroes, mientras que la supervivencia se transformaría en una
variante de la traición.
Los represores lo sabían, y como únicos responsables de dejar vivir
o hacer morir a miles de personas se asegurarían así una desintegra-
ción permanente de la persona y de sus grupos de pertenencia. Así,
los tentáculos del campo, de esa maquinaria del terror concebida
para la desintegración de grupos organizados, nos alcanzarían hasta
nuestros días. Pero algo falló: los sobrevivientes siguen atestiguando
en su contra. Estas acusaciones, estas condenas morales, tuvieron,

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D O C U M E N T O S

y tienen, sus correlatos en la escena judicial, donde los principales


argumentos de los abogados defensores de los represores se valieron
de acusaciones semejantes para deslegitimar y hostigar a los testigos.
“Ensuciarlos” tildándolos livianamente de “traidores”, de “putas” o de
“suyos”, constituiría no sólo una revictimización para los que sufrieron
la experiencia concentracionaria, sino que insistiría en el permanente
intento de desacreditar las únicas versiones que podrían inculparlos.
En ese marco, ¿cómo pueden los testigos, los sobrevivientes, dar
cuenta de lo sucedido en el campo, de esas situaciones extremada-
mente indignas teniendo a la vez que rebatir esas versiones? Para
atestiguar –no ya ser reconocidos como víctimas– las personas debían
revestirse, primero, de un halo completamente prístino, inocente,
negar sistemáticamente su pertenencia a cualquier tipo de organiza-
ción y, después, rendir cuentas por las razones de una supervivencia
incomprensible hasta para ellos mismos. El debate sobre lo que su-
puso en toda la sociedad la existencia de un campo como La Perla no
es posible sin comenzar a romper el largo silencio, la invisibilidad,
la imposibilidad de escuchar profundamente esos “imposibles” que
representan las experiencias concentracionarias. Escuchar “imposi-
bles” implica, desde luego, ser permeables a lo que supone el límite.

El valor del juicio

Algunos países que pasaron por experiencias represivas similares a las


nuestras optaron por la amnistía, la reconciliación, la desestimación
de la justicia. En otros casos, la venganza también fue una opción;
en Argentina no. Desde el principio estuvo claro que si las cuentas
pendientes con ese pasado llegaban a “saldarse” sería por medio de la
justicia. Esta presencia, esta fe en la justicia como vía de reparación
de una herida que deja sus trazos hasta el presente, aparece como
uno de nuestros signos distintivos, como parte de nuestra identidad
nacional.
También provoca dudas: ¿qué repara la justicia treinta años des-
pués? ¿Qué devuelve a las víctimas? ¿Es necesario invertir esfuerzos en
costosos procesos judiciales? Los derechos humanos violados durante

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S O B R E V I V I R A L A P E R L A

la dictadura, ¿son de hoy o de ayer? He intentado hasta aquí dar


cuenta de un proceso dinámico donde el lugar asumido y otorgado a
los sobrevivientes, esa extraña celebridad que les otorga haber atrave-
sado la muerte y su papel como portavoces de los que no volvieron,
ha ido siendo modificado con el tiempo.
Al día de hoy, esas personas son sobrevivientes, testigos y víctimas.
Sus dolores, sus resistencias, serán escuchadas en una causa que los
reconoce, genera nuevas claves de interpretación. Pero esto no es aza-
roso, es posible porque hemos llegado a comprender que el horror no
sólo les ocurrió a ellos: les ocurrió a sus organizaciones, a sus familias,
a sus hijos. Nos ocurrió a todos en diferentes medidas y de diferentes
formas. Hacer de cuenta que esto no nos toca implicaría desligarse
como han hecho hasta ahora todas las versiones tranquilizadoras que
sitúan la posibilidad de la instalación de campos de concentración
por fuera de la sociedad que lo produjo. Tranquilizadoras, sí, pero
inciertas e injustas.
Las experiencias de los campos, por extremas, no hacen sino re-
velar nuestro mundo “normal”, un mundo donde se sigue culpando
a las víctimas de los delitos de los que fueron foco, donde se encuen-
tra instalado que, llegado el caso, es posible implantar regímenes
de excepción donde hay ciudadanos con más o menos derechos,
donde podemos permanecer indiferentes al sufrimiento ajeno. En
este sentido reconocer a los sobrevivientes como víctimas, juzgar a
los responsables de los crímenes de los que fueron objeto, ordena.
Restituye un lugar a ese aparente sinsentido que supuso el campo
de concentración. Integra aquello que pretendió ser desintegrado,
regenera; no sólo a ellos, a todos en tanto sociedad que pretende ser
más justa, más democrática.
Otorgar un lugar social a esas experiencias, tal como se hace en un
juicio, nos permitirá conocernos y reconocernos en donde más nos
cuesta vernos: allí donde se hubo perdido el sentido de lo humano.

Recibido el 22 de junio de 2013


Aprobado el 8 de octubre de 2013

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Memoria/s, heteronomía y autonomía

Ricardo Panzetta *

Resumen

En este trabajo se adopta un punto de vista antropológico para el estudio


de la memoria y se consideran las categorías de protomemoria, memoria
propiamente dicha y metamemoria de Joël Candau. Se procura demostrar
la hipótesis de que la memoria se construye según el grado de autonomía de
los individuos –los sujetos de memoria– a partir de un inicio totalmente he-
teronómico. Proponemos el uso de los conceptos memoria primera y memoria
segunda para referir el antes y el después de la pregunta por la resignificación
de lo experimentado individual y colectivamente. De ese momento también
depende la identidad de los individuos. La autonomía y las memorias segundas
son procesos sin final, que se hacen colectivos, y políticos, en el diálogo y el
encuentro.
La acción política correspondiente a la memoria segunda se vincula, en
el estudio, a las ideas de “imaginación autoinstituyente” y a la de democracia
como “germen” de C. Castoriadis, a la idea de “actos de memoria” de C.
Pernasetti y de “acción” de H. Arendt y al vínculo memoria, ética y respon-
sabilidad en los escritos de H. Schmucler.

Palabras clave: identidad, acción política, ética.

* Programa de Estudios sobre la Memoria, Centro de Estudios Avanzados, Universidad


Nacional de Córdoba, Argentina; <ricardopanzetta@gmail.com>.

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D O C U M E N T O S

Abstract

This paper presents an anthropological perspective to the study of memory


and consider adopting categories such as protomemory, proper memory and
metamemory from Joël Candau. It seeks to test the hypothesis that memory
is constructed according to the degree of autonomy of individuals from a
fully heteronomic start. We propose the use of the concepts first memory
and second memory to refer to before and after the question of the redefi-
nition of experience individually and collectively. Also depends then on the
identity of individuals. Autonomy and second memories are gradual and
endless processes, they also are collective and, therefore, political, mainly in
the dialogue and the encounter.
Corresponding to the second memory is linked political action, the study
of the imaginación autoinstituyente and the democracy as a “germ”, ideas from
C. Castoriadis. The idea of “acts of memory” and “action” from C. Pernasetti
and the link between H. Arendt “memory, ethics and responsibility” and the
writings of H. Schmucler.

Keywords: identity, political action, ethics.

Introducción

Es un hecho que nacemos sin elegir ni la memoria genética ni la vida


intrauterina que, sin embargo, tempranamente, imprime en cada
uno la experiencia de los primeros sonidos y los primeros contactos.
El mundo en el que somos recibidos ha conformado para nosotros
un lenguaje, unos saberes prácticos, unas visiones del mundo, es de-
cir, unos “marcos sociales de memoria” según expresión de Maurice
Halbwachs (2004), que tampoco hemos elegido. En este trabajo me
pregunto cómo y mediante qué la memoria se modela a partir de la
indiferenciación original hasta constituir el material para la identidad
de los individuos. Postulo que hay una dinámica de formación de la
memoria, sin punto de llegada, que depende del grado de autonomía
de cada sujeto. Y luego, que cada forma de memoria habilita para
acciones políticas correspondientes.

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M E M O R I A / S , H E T E R O N O M Í A

Comparto en este trabajo la mirada antropológica de Joël Candau,


para quien la memoria admite tres niveles: la protomemoria, la memo-
ria propiamente dicha y la metamemoria (2001). La protomemoria es
la “memoria del gesto, las costumbres que involucran al espíritu sin
que éste piense en él, es un sentido práctico, es sustrato del habitus de
Bourdieu” (Candau, 2001:20). Es aquella memoria –dice Candau–
“de la que generalmente los individuos no pueden hablar, constituye
el saber y la experiencia más resistentes y los más compartidos por los
miembros de una sociedad” (2001:19). Esta idea de protomemoria
pone en evidencia que la facultad de cada individuo que llamamos
memoria es una facultad del cuerpo todo que nos da, heteronómica-
mente, la primera identidad, manifestada en una manera de andar,
de hablar, de estar y de sentir.
Lo que J. Candau denomina memoria propiamente dicha o “me-
moria del recuerdo o del reconocimiento” es la memoria que depende
de la experiencia individual, que puede proveerse de olvidos, y frente
a la cual puede haber una convocatoria deliberada o una evocación
involuntaria, motivada por algún disparador sensitivo, moral o cog-
nitivo. Esta memoria, también llamada por Candau, de “alto nivel”
para oponerla a la protomemoria que sería “de bajo nivel”, puede
poseer extensiones deliberadas: fotos, escritos, archivos, etcétera.
Esas dos formas de la memoria dependen de la facultad de memo-
ria de los individuos, mientras que la metamemoria es, para el autor,
una representación de esa facultad, representación que “cada indivi-
duo hace de su propia memoria y […] lo que él dice de ella” (Can-
dau, 2001:21). La metamemoria no es igual a la memoria colectiva,
pero esta última también es una representación que resultaría de los
acuerdos y las repeticiones que los individuos hacen en el espacio pú-
blico. Dice Candau: “surge de esta investigación que no puede haber
construcción de una memoria colectiva si las memorias individuales
no se abren unas a otras en busca de un objetivo común” (2001:43).
Hay un cierto exceso de buena voluntad en la conclusión de Joël
Candau puesto que está suponiendo unas relaciones interpersonales
igualitarias, quizás democráticas, donde el diálogo puede ser el cons-

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D O C U M E N T O S

tructor de la memoria colectiva. Efectivamente así ocurre en alguna


medida, pero también ocurre, en lugar del diálogo, que hay disputa,
lucha y hegemonía. Aun así, es válida la idea de que la memoria
colectiva depende de que los individuos hagan pública –es decir,
política– su metamemoria.
En la construcción de la memoria colectiva, además, también son
fundamentales la selección, las jerarquías de contenidos y los olvidos.
Dice Héctor Schmucler: “Borrar aquello que podría servir de susten-
to a otra memoria significa impedir la posibilidad de imaginar otro
presente. Borrar es hacer desaparecer: olvidar también el borrado,
olvidar que hubo un olvido” (2009:32). Este aspecto nos lleva a la
relación entre memoria y ética. A lo que se debe recordar y lo que no
se debe olvidar como una función de la memoria que trasciende toda
coyuntura. Cito nuevamente a Schmucler: “aquello rescatado [por
la memoria] muestra la ética sobre la que se sustentan los recuerdos.
[…] la memoria es un hecho moral” (2006:3).
Ahora bien, borrar, registrar, seleccionar, jerarquizar, modificar,
olvidar y toda una gama de acciones sobre la memoria, sin olvidar
aquellas que cambian su sentido como lo hace el perdonar, el asumir
públicamente, el reparar, el juzgar, etcétera, son acciones de indivi-
duos más o menos autónomos, que hacen algo con las experiencias
acumuladas; es decir, es posible pasar de un primer y necesario con-
tinente heteronómico (en el que se forma nuestra primera memoria)
a una distancia según la cual la experiencia deja de ser aquello que
nos ha pasado, y pasa a ser, según el grado de autonomía de los indi-
viduos, aquello que los individuos hacen con lo que les ha pasado y
les pasa en el presente.
Quiero insistir en la importancia de la distancia que he men-
cionado: cuando el sujeto de memoria interroga al pasado lo hace,
necesariamente, en el presente. Cuando frente a un magma de hechos
hace un recorte y nombra a un conjunto aparecen una forma y una
distancia. El nombrar, al tiempo que recorta una forma, objetiva
una distancia. Frente a esa forma se responde, es decir, frente a aque-
lla realidad que hemos distinguido, nos hacemos responsables o irres-
ponsables, pero la responsabilidad depende del grado de autonomía
de cada sujeto de memoria.

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M E M O R I A / S , H E T E R O N O M Í A

Lo que postulo es que hay memorias primeras y memorias segundas,


ambas en plural, para enfatizar no sólo la diversidad de individuos,
sino, lo que aquí es lo más importante, el hecho de que un mismo
individuo va modificando su propia memoria, presenta saltos de
memoria que corresponden a saltos de autonomía.
Es una memoria primera aquella en la que la heteronomía es reina
y la escasa autonomía se limita a los ámbitos que Hannah Arendt
(1998) llama labor y trabajo. Una memoria segunda es aquella que
tiene un alto contenido de libertad individual y es capaz, según la
feliz expresión de Cecilia Pernasetti (2009), de “actos de memoria”,
acordes, desde luego con lo que para Arendt (1998) es la “acción”.
Cuando la respuesta al pasado todavía está en el terreno del interés
individual o de la reproductibilidad de las condiciones de vida, de las
esferas biológica y social, hay memoria primera. Cuando la respuesta
al pasado produce una modificación cualitativa del sujeto de memo-
ria, y esa respuesta se lleva a la esfera pública, o se actúa creativamente
en algún terreno de la cultura, hay memoria segunda.
Dice C. Pernasetti que puede producir un “actos de memoria”
quien posee una cierta “inquietud” como “expresión de cierta inco-
modidad con el presente y que hace pública esa incomodidad” aun
yendo “contra la memoria colectiva”. Pero, sigue la autora, “sólo si
existe espacio para el encuentro, el diálogo, el desacuerdo, la insatis-
facción y el deseo de otra cosa, es posible que la potencialidad de la
memoria se despliegue”.
Memoria primera es un pericón nacional en un acto patrio; me-
moria segunda, la música de Astor Piazzola. Memoria primera es
el registro de los hechos ocurridos, memoria segunda es traer esos
hechos al presente para negarle, como dice H. Schmucler: “la condi-
ción de aquello que aparece como algo irremediablemente necesario”
y para “abrir la inquietante posibilidad de que el camino recorrido
no fuera el único posible […] no estábamos ‘destinados a ser lo que
somos ni a repetir lo que fuimos’” (2009:30).
Podríamos decir entonces que toda memoria se origina en la
experiencia –individual o colectiva– pero no toda memoria depende
de la experiencia, sino también, de una distancia, del esfuerzo por
nombrar y de “actos de memoria”, con los cuales individuos autóno-

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D O C U M E N T O S

mos crean, y proponen, a partir de lo que les ha pasado y de lo que


han comprendido.

II

Nunca podremos considerarnos totalmente autónomos y mucho de


nuestra identidad es, y siempre será, lo que otros han tallado sobre
nosotros. Aunque sin memoria un hombre no podría reconocer
su identidad, memoria e identidad son cosas diferentes. Así como
podemos afirmar que nuestro espíritu no está confinado al cerebro
porque entonces ¿quién es el que mira y comprende lo que el ce-
rebro hace? y ¿quién el que mira al que mira?, de la misma manera,
nuestra identidad no está contenida en la memoria, porque entonces
¿quién contempla, pondera y crea a partir de la memoria? ¿quién se
halla en el vivo presente? Afirmamos aquí que la identidad se origi-
na en la memoria pero no depende totalmente de la memoria, sino
también, del mayor o menor grado de autonomía de cada individuo.
Así, por ejemplo, la identidad de Piazzola debe lo sustancial a su
creatividad, de la misma manera que todo artista o pensador la debe.
No afirmo que quien no haya ejercido “actos de memoria” no posee
identidad, sino que hay identidades principalmente heteronómicas y
hay identidades más libres y creativas, y toda identidad es un proceso
en construcción.
La forma en que se va estructurando nuestra memoria desde el
nacimiento también depende del grado de autonomía que posean
los “marcos sociales”, porque también éstos pueden ser una paideia
en el sentido de una transmisión no sólo de contenidos específicos
sino también de visiones del mundo y de valores de referencia, y éstos
pueden ser más o menos libertarios. Así, hay paideias para favorecer
la tiranía, la conciencia de castas, la sumisión a líderes o verdades
absolutas y hay paideias para la democracia y la solidaridad. Los in-
dividuos, sin embargo, en un punto, podrán decir sí o no, aceptar o
rechazar, al menos en parte. La existencia de una paideia no sólo no
anula al sujeto de memoria sino que, eventualmente, puede promo-
ver su afirmación y desarrollo.

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M E M O R I A / S , H E T E R O N O M Í A

También la autonomía puede modificar la manera de construir la


más resistente protomemoria. En efecto, cuando un jinete aprende
a manejar un caballo y no necesita pensar en los movimientos que
va a realizar para conducir el galope, ha incorporado a su protome-
moria una actividad que lo identifica, al igual que lo hace el bailar,
hachar leña o improvisar con un instrumento musical. Las habilida-
des de un individuo, aquellas según las que se conduce sin pensar en
ello, también ponen de manifiesto el grado de autonomía de cada
uno. Los sujetos pueden, además, contemplar la herencia que han
recibido, o traerla a la conciencia mediante algún trabajo psíquico,
y frente a ella decidir.
Respecto de la memoria propiamente dicha, aquella que más de-
pende de la experiencia individual, resulta más fácil aceptar que es el
grado de autonomía que los individuos van alcanzando, el que dota
de sentido a la experiencia. Así, por ejemplo, la experiencia política de
un individuo fundamentalmente heterónomo lo hará particularmen-
te hábil para conducirse respecto del líder a quien subordinó su vida
pero poco habrá aprendido frente a nuevas realidades y problemas si
el líder es derrotado. La experiencia política de individuos más libres,
en cambio, construye una memoria mucho más rica y compleja,
vinculada a muchas significaciones de tal modo que lo nuevo puede
ser reconocido y enfrentado creativamente.
Así como respecto de la comprensión intelectual podemos afir-
mar que todos los conocimientos se originan en la experiencia, pero
que hay conocimientos más allá de la experiencia –por ejemplo,
el de las asociaciones, la inducción, la deducción, o los que sur-
gen de los sistemas clasificatorios– así la memoria se origina en la
experiencia pero no depende totalmente de ella sino también del
trabajo sobre la experiencia. Ese trabajo es función de la libertad,
de la “imaginación creadora” (Castoriadis, 2005), de la valoración
ética y de la responsabilidad, es decir, de la autonomía. No está de
más recordar aquí que autonomía significa “darse su propia ley” y
no “vivir sin ley”, es decir, el individuo autónomo elige someter su
acción a leyes y no su carencia; aunque toda ley puede ser cuestiona-
da. Aquí vuelve a aparecer la ética y también lo hace la racionalidad
y el cuidado del otro.

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D O C U M E N T O S

III

Cuando Cecilia Pernasetti habla de “actos de memoria” concede


un espacio considerable a la “ocasión” (2009); al conjunto de cir-
cunstancias, incluidas las de los receptores, que subrayan el carácter
excepcional de cada acto de memoria. Citando la carta de Oscar
del Barco con motivo de la declaración de Héctor Jouvé sobre los
juicios revolucionarios ocurridos en Salta, en el interior del Ejército
Guerrillero del Pueblo (egp)1 enfatiza la ocasión de ese “acto de
memoria”. Eso mismo fue nombrado por Héctor Schmucler en
su participación en la polémica que aquella carta desató como “un
relámpago que ilumina en la noche” (Schmucler, 2005:2), una luz
que recorta formas en la noche, allí donde hasta hace un instante
todo era cerrado y homogéneo. Es evidente que ese acto de memoria
tuvo una trascendencia especial y es posible que lo infrecuente de esa
trascendencia lo separe de otros actos de memoria, también políticos
pero menos polémicos. Sin embargo, aquí nos interesa mostrar que
lo que Pernasetti nombra como “ocasión” es por definición algo
nuevo y, como tal, reconocido por individuos autónomos. Prefiero,
por eso, poner el énfasis en el interior de los individuos más que en
las circunstancias, porque estoy interesado en pensar “los actos de
memoria” como práctica política frecuente, no excepcional. Estoy
interesado en preguntarnos sobre las prácticas políticas que corres-
ponden a las memorias segundas, las de los individuos y grupos
que quieren que su memoria actúe, sea fecunda en el presente para
modificarlo. Lo político se funda precisamente en la autonomía. He
destacado en otro lugar (Panzetta, 2011) que el tiempo que llama-
mos histórico fue fundado en la Grecia antigua a partir de las ideas
de autonomía y democracia, con las cuales la historia es construc-
ción y responsabilidad de los hombres. Nuestra idea de “lo político”
choca con aquella que considera a la política como el mero juego (o
lucha) por la construcción de hegemonía y a ésta como criterio de

1  Jouve (2004). Véase también Del Barco (2004). Ambos escritos y los de la rica polémica
que generaron fueron recogidos en un libro con el título de No matar. Sobre la responsabilidad
publicado por la unc y Editorial el Cíclope en 2007.

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M E M O R I A / S , H E T E R O N O M Í A

verdad. Pienso que acción política es también –y antes que actos en


relación al poder– actos de transformación de lo social y cultural.
Estos actos implican, generalmente, transformaciones del propio
sujeto de memoria, para quién “lo político” requiere un grado de
coherencia moral del que puede carecer “la política” como ciencia
del poder. Así, es acción política el negarse, la no violencia activa, y
la resistencia frente a poderes de cualquier tipo, tanto como la crea-
ción de formas sociales y culturales autogestionarias, de la extensión
que sea posible.
Si la política se entiende sólo como “ciencia del poder” la idea de
democracia es ociosa. Porque en la idea de democracia coexisten, en
forma más o menos conflictiva pero necesaria, dos perspectivas: la
que surge del demos, y es horizontal y principal, que construye de aba-
jo hacia arriba y la que surge del kratos (el poder) que es subsidiaria y
que administra de arriba hacia abajo. Dice Castoriadis que esta idea
es más un “germen” que una forma (2005), y a nosotros nos interesa
la hipótesis de que la práctica democrática sea la que corresponde
a la memoria de los hombres autónomos. Así, diríamos que la prác-
tica democrática se funda en “actos de memoria” autónomos, que se
comparten en el espacio público, mientras construyen una paideia
que retroalimenta a la memoria, con aquello que debe recordarse y
no debe olvidarse.
Una paideia heteronómica transmite contenidos y mecanismos
de conservación que son necesarios, asociados a alguna hegemonía
que los garantizaría. Una paideia segunda transmite no sólo conte-
nidos y mecanismos de conservación, sino libertad frente a ellos,
para cuestionarlos y transformarlos y para poner en entredicho
cualquier hegemonía. No afirmo que democracia y hegemonía sean,
necesariamente, antagónicas –aunque pueden serlo– sino que en
democracia toda hegemonía es transitoria y, deseablemente, más y
más autolimitada.
Pero la experiencia de la democracia real muestra que si bien ésta
se originó en la autonomía no depende sólo de ella; en efecto, se re-
gistra tempranamente la masacre de los melianos por los atenienses
durante la guerra del Peloponeso. La isla de Melos, estratégica en el
camino a Esparta fue conminada por Atenas a sumarse a la guerra.

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D O C U M E N T O S

Autónomamente, la asamblea de los melianos decidió la neutralidad,


y la asamblea de los atenienses la invasión y muerte de los principales
de la isla. También hemos visto a Hitler llegar al poder por elecciones
y podemos ver, más recientemente, cómo las democracias pueden
derivar en autoritarismos más o menos populistas. La autonomía
puede crear democracia o autocracia. Es un riesgo necesario. Una vez
más queda entrelíneas la necesidad de la ética y el cuidado del otro
como fundamento.
De lo dicho resulta que la memoria, que es primero heteronó-
mica, puede ser modelada por la autonomía hasta convertirse en
memorias segundas, que escapan a los determinismos absolutos, pero
son los valores éticos los que preñan de significado a las memorias.
Así, los sujetos de memoria se construyen a sí mismos y la acción
política vuelve a fundarse como en Grecia –según Castoriadis– “en la
interrogación razonada sobre lo bueno y lo malo” (2005:97).

Bibliografía

Arendt, Hannah (1998), La condición humana, Paidós, Buenos Aires.


Candau, Joël (2001), Memoria e identidad, Ediciones del Sol, Buenos Aires.
Castoriadis, Cornelius (2005), “La polis griega y la creación de la demo-
cracia”, Los dominios del hombre. Las encrucijadas del laberinto, Gedisa,
Barcelona, pp. 97-131.
Del Barco, Oscar (2004), “Carta al director”, La Intemperie, núm. 17, pp.
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Halbwachs, Maurice (2004), Los marcos sociales de la memoria, Antropos,
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Jouve, Héctor (2004), “Testimonio. La guerrilla del Ché en Salta, 40 años
después”, La Intemperie, núm. 15, pp. 12-16.
Panzetta, Ricardo (2011), “Todos somos sicilianos. Entre lo político y
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María Aricó, Córdoba, Argentina, 27, 28 y 29 de septiembre de 2011.
Pernasetti, Cecilia (2009), “Acciones de memoria y memoria colectiva.
Reflexiones sobre memoria y acción política”, en María del Carmen de

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M E M O R I A / S , H E T E R O N O M Í A

la Peza (coord.), Memoria(s) y Política. Experiencias, poéticas y construc-


ciones de nación, Prometeo, Buenos Aires.
Schmucler, Héctor (2005), “Los relámpagos iluminan la noche”, La Intem-
perie, núm. 20, pp. 2-7.
Schmucler, Héctor (2006), “La memoria como ética”, La Intemperie,
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Schmucler, Héctor (2009), “Memoria, subversión y política”, en María del
Carmen de la Peza (coord.), Memoria(s) y Política. Experiencias, poéticas
y construcciones de nación, Prometeo, Buenos Aires, pp. 29-39.

Recibido el 22 de junio de 2013


Aprobado el 2 de octubre de 2013

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reseñas

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Ta iñ fijke xipa rakizuameluwün. Historia,
colonialismo y resistencia desde el país Mapuche*

Claudio Alvarado Lincopi **

La tradición escritural mapuche ha sido disminuida por la oficiali-


dad intelectual en Chile, la arrogancia académica colonial ha dejado
la reflexión mapuche encerrada en el claustro del archivo, del museo.
Desde que Manuel Manquilef (1911), publica Comentarios del pueblo
araucano, la actividad escritural mapuche ha sido marginalizada y los
escritores apreciados sólo como meros informantes. Ni hablar de las
manos calladas que tallaron palabras en papeles escondidos, en se-
cretas relaciones epistolares donde la palabra mapuche comenzaba a
emerger. Existe toda una tradición escritural encubierta con el manto
colonial. Aun así, la reflexión mapuche no cesó durante el siglo xx,
la que con quiebres, recuperaciones y adaptaciones ha llegado hasta
nuestros días. En esa raigambre reflexiva y escritural, negada por las
historias patrias, se afirman y reconocen los 14 autores y autoras de
Ta iñ fijke xipa rakizuameluwün. Historia, colonialismo y resistencia
desde el país Mapuche, quienes subrayan: “somos parte de esa historia
escritural ignorada por la sociedad chilena, subestimada por la arro-
gancia y tutelaje académico de quienes se han erigido en especialistas
de ‘la’ historia o ‘la’ cultura mapuche” (Nahualpan, 2012:17). Aque-
llo que había sido negado para las poblaciones indígenas, la posibili-
dad del decir sin tutelaje, es hoy una bandera más entre las variadas
que yergue la sociedad mapuche contemporánea.

* Héctor Nahualpan et al. (2012), Ta iñ fijke xipa rakizuameluwün. Historia, colonialismo


y resistencia desde el País Mapuche, Ediciones Comunidad de Historia Mapuche, Temuco.
** Estudiante de Maestría en Historia y Memoria, Universidad Nacional de la Plata.
Miembro de la Comunidad de Historia Mapuche; <alvaradolincopi@gmail.com>.

TRAMAS 41 • UAM-X • MÉXICO • 2014 • PP. 349-356

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R E S E Ñ A S

Nunca más callados. Desde que el poeta Lienlaf (1989) decla-


maba se ha despertado el ave de mi corazón, o desde que el oralitor1
Chihuailaf (1999) enviaba su recado confidencial a la sociedad chi-
lena, o desde que emergía la rabia desde la marginalidad santiaguina
alzando su venganza a raíz con Añiñir (2004), o desde que cuatro
historiadores llamaron la atención del oído colonial vociferando:
“¡…Escucha, winka…!” (Mariman, 2006), la palabra mapuche no
ha dejado de crecer, copando espacios, abriéndose entre las grietas de
la homogeneidad impuesta, del borramiento constante y la violencia
epistémica. En estas pequeñas pero cruciales batallas se enraíza Ta iñ
fijke xipa rakizuameluwün.
Nunca más solos. Viajeros, cronistas, militares, burócratas, sa-
cerdotes, antropólogos, historiadores y sociólogos se han dedicado,
desde sus pergaminos o computadoras, a escribir sobre el objeto
mapuche, y como objeto se nos ha imposibilitado movilidad y ha-
bla. Por eso, no podía ser de otra forma. Para dejar de ser objeto de
la ciencia colonial, los investigadores mapuche han tomado desde
hace unas décadas la decidida convicción de reunirse, mirarse las
caras y apuntar sus reflexiones para desmontar la matriz colonial de
producción de conocimiento. Ta iñ fijke xipa rakizuameluwün, si-
tuado en este desarrollo, es un esfuerzo colectivo y autogestionado,
sin tutelajes, evasivas, cautelas ni acomodamientos para pertenecer
a los circuitos académicos oficiales. Seguro los viejos estandartes
del indigenismo criollo hirvieron al enfrentarse con las crudas y
rigurosas palabras que encontraron en el libro, dirigiéndose a ellos
como miembros de la ciencia colonial y más aún cuando la colecti-
vidad que da vida al libro, la Comunidad de Historia Mapuche, les
impugna públicamente obtener millonarios recursos económicos
para investigación sin la participación de los Pueblos Indígenas,
manteniendo así la política de tutelaje de la institución académica
colonial.2
1  Categoría acuñada por E. Chihuailaf, lo que pone de manifiesto la tradición oral en
el ejercicio cultural.
2  Declaración Pública ante la creación del Centro Interdisciplinario de Estudios Intercul-
turales e Indígenas financiado por el Fondo de Investigación Avanzada en Áreas Prioritarias
(fondap) de conicyt en Chile, 26 de febrero de 2013.

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T A I Ñ F I J K E X I P A

Por otra parte, no puedo pensar en los autores y autoras del li-
bro reseñado sin considerar sus militancias, tránsitos y reflexiones
desde el movimiento mapuche contemporáneo. Son trayectorias y
biografías diversas las que se encuentran presentes en el libro, diver-
sidad que se asume como valor al fortificar la unidad por sobre las
discrepancias. Ta iñ fijke xipa rakizuameluwün es el resultado de un
esfuerzo por unidad y organización de los investigadores mapuche,
sin desconocer por cierto nuestro actual abigarramiento.
El título de la obra se podría traducir como nuestras diferentes
formas de pensarnos. Creo que en esta frase se concentra la vitalidad
y renovación de la propuesta reflexiva. No es la visión encuadrada y
cosificada de la sociedad mapuche, propia de la ciencia colonial, que
considera el pensamiento indígena como una unidad acabada, una
suerte de esencialismo epistémico. Acá, por el contrario, se evidencia
un esfuerzo por discutir en nuestras divergencias y complejidades ac-
tuales, sin por ello arrojar a la sociedad mapuche a un abismo de frag-
mentos inconexos, como harían los esencialistas de la fragmentación,
sino más bien evidenciar nuestro abigarramiento, pero apuntando
hacia nuestras proyecciones. Y esto último es significativo para sope-
sar el libro: ninguno de los autores escribe sin situarse políticamente,
sin hacer ya sea una crítica anticolonial, una reflexión sobre procesos
de asociatividad o apuntando dardos hacia el futuro, en este sentido,
el libro abraza convicciones contingentes, no está pensado como un
mamotreto condenado al polvo y a los ratones de biblioteca.
Podemos recorrer el libro desde dos profundas convicciones: la
existencia de colonialismo y la posibilidad cierta de la autodetermi-
nación. En el desarrollo interpretativo de la sociedad mapuche que
avizoran los autores y autoras aparecen con fuerza los factores raciales,
clasistas y patriarcales para explicar el tipo de relación que se inaugura
con la arremetida militar de los Estados chileno y argentino a terri-
torio mapuche a fines del siglo xix. El colonialismo aparece como
un sistema económico, político y cultural que desnivela relaciones
estructurales y cotidianas por el solo hecho de pertenecer a uno de
los segmentos societarios, esta valorización social desigual genera
violencias y jerarquías en nombre de la quimera civilizatoria. Develan
también la relación colonial existente, la cual permea instituciones

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R E S E Ñ A S

diversas y cotidianidades varias. Ahora bien, el libro no se detiene en


la imputación reflexiva contra el colonialismo, sino además abre espa-
cios para ponderar momentos y procesos de asociatividad mapuche, o
para trazar caminos anticoloniales. De este modo, la reconstrucción-
reinterpretación de un mundo mapuche autodeterminado no es tan
sólo una posibilidad cierta en las escrituras de Ta iñ fijke xipa raki-
zuameluwün, sino un inexcusable que define reflexiones y fortifica la
necesidad de organizarse.
Otro aspecto fundamental del libro es la división temporal utili-
zada. Las historias patrias han fortificado un relato de la historia de
América Latina que, a riesgo de la simplificación, podría resumirse
en cuatro etapas: prehispánica, colonial, procesos independentistas y
repúblicas. La interpelación de esta construcción histórica parte de
modificar este relato temporal. En Ta iñ fijke xipa rakizuameluwün
la etapa que es considerada colonial por la historia oficial es apre-
hendida, para el caso mapuche, como parte de nuestro momento de
independencia y autonomía, dado que la Corona española no logró
controlar a toda la sociedad y territorio mapuche, quedando, luego
de una guerra contracolonial, una frontera demarcada y parlamentos
entre las instituciones españolas y mapuche que permitían relaciones
comerciales y políticas con sus respectivas soberanías. Inversamente,
la emergencia de la independencia política y la construcción de las
repúblicas chilena y argentina inauguran nuestra etapa colonial,
nuestra dominación por una potencia invasora que, despojando y
extrayendo recursos naturales y “civilizando” y explotando la mano
de obra mapuche, se constituyó como dominante en un territorio
que le era ajeno hasta hace sólo 130 años. Provincializar las historias
patrias es una prerrogativa para la reflexión mapuche; el libro reseña-
do constituye un hito más en esa dirección.
En este sentido, la organización de los textos transita esta mirada
temporal reparadora, pero no intenta construir una suerte de manual
de “la” historia mapuche, esa actitud arrogante y definitoria propia del
intelecto colonial no está presente en Ta iñ fijke xipa rakizuameluwün,
sino más bien es un tránsito textual histórico-temático, donde se abren
reflexiones y propuestas que permiten desplegar nuevas agendas inves-
tigativas. De este modo, el primer apartado titulado “Independencia

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T A I Ñ F I J K E X I P A

mapuche y desgarros coloniales” pretende, de la mano de Jimena Pi-


chinao Huenchuleo, reconstruir las modalidades y significaciones de
los parlamentos hispano-mapuche durante los siglos de relación con la
Corona española; en este primer texto se manifiesta el agenciamiento
mapuche que permite la interacción en pro de la autonomía territorial
y política. Continúa la reflexión José Quidel Lincoleo dando cuenta
del uso del mapuzugun (lengua mapuche) para la evangelización cató-
lica. El autor llega a interesantes conclusiones transitorias al plantear
que tal evangelización fue inconclusa en la sociedad mapuche, dado lo
intraducible de ciertos conceptos cristianos al mapuzugun, lo cual per-
mitió grados de resistencia cultural. Le sigue Pablo Marimán Queme-
nado con un texto que se sitúa en los primeros años de las repúblicas
criollas, en él plantea que en un principio las repúblicas mantuvieron
la tradición de parlamentar con la sociedad mapuche, revalidando
por tanto su condición soberana; de este modo, la arremetida militar
de los Estados de Chile y Argentina para mediados del siglo xix se
contrapuso con sus mismas estipulaciones jurídicas y diplomáticas.
Ya instalados en los desgarros coloniales, Herson Huinca Piutrin re-
flexiona sobre la exhibición de mapuches en París, lugar donde fueron
tratados como animales de zoológico, muestra una de las caras más
perversas de las jerarquías raciales; el autor extiende esta lógica de
exhibición e inferioridad para la ciencias coloniales contemporáneas,
las que se encuentran atiborrados de intelectuales mapuchógrafos que
observan y examinan al colonizado, tal como ocurrió en los Jardines
de Aclimatación de París, en 1883. Cierra el primer apartado Héctor
Nahuelpan Moreno, quien genera una clara exposición e interpreta-
ción sobre la fortificación del Estado y la economía en el territorio
mapuche; señala que la fortaleza del sistema político y económico co-
lonial se debió a la desposesión de territorio y recursos de la sociedad
mapuche, y analiza además la aparición del trabajo racializado como
consecuencia del colonialismo. En definitiva, esta primera sección del
libro nos adentra en el mundo mapuche autónomo y en las caracterís-
ticas y consecuencias de la instauración del colonialismo.
El segundo corpus temático se denomina “Contra la dispersión:
territorios de reconstrucción sociopolítica”, donde se analizan proce-
sos de organización y asociatividad mapuche, se problematiza sobre

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R E S E Ñ A S

el proceso y los efectos de la migración, y se examina la construcción


contemporánea del nacionalismo mapuche. Comienza Felipe Cu-
rivil Bravo con un texto que busca relevar la memoria asociativa de
migrantes mapuche en Santiago a mediados del siglo xx, para esto,
Curivil reconstruye, con la voz de antiguos migrantes la integración-
apropiación de estructuras organizativas del mundo popular chileno,
que permitieron desde los sindicatos de panificadores, organizaciones
de pobladores, clubes de fútbol amatéur y cooperativas generar expe-
riencias asociativas mapuche distintas de la tradición rural. Ubica su
análisis en el mismo espacio territorial, la ciudad de Santiago, Enrique
Antileo Baeza, quien problematiza sobre la cuestión de la migración
como consecuencia del colonialismo, dando pie a la configuración de
una diáspora, la que le permite criticar la bipolaridad urbano-rural,
tan típica, para explicar la construcción de la identidad mapuche y,
desde ahí, aferrarse a la posibilidad del retorno al territorio histórico;
finalmente, levanta una impugnación a la lógica multicultural que se
ha instalado en las políticas indígenas urbanas, que no es más que una
modificación parcial del sistema colonial, señala Antileo. Le sigue
Susana Huenul Colicoy, quien recompone la movilización y articula-
ción sociopolítica que vivió la sociedad lafkenche (mapuche de la zona
costera) para terminar aprobando una ley en el Congreso Nacional,
la llamada “ley lafkenche”, que crea un espacio costero marino de los
“pueblos originarios”; Susana Huenul, al presentarnos esta experien-
cia de lucha y organización, nos permite seguir reflexionando sobre
las formas de hacer política mapuche en nuestra contemporaneidad.
Finalmente, José Millalen Paillal nos instiga a reflexionar sobre el
emergente nacionalismo mapuche, y cómo la autoafirmación derivó
en demandas y construcciones políticas autodeterministas. Millalen
reconoce este proceso de reafirmación nacional como un desafío para
el movimiento mapuche, desafío que, hoy en marcha, intenta com-
prender y problematizar el autor con miras a proponer caminos para
su consolidación. Generar reflexiones que apunten a comprender la
complejidad del movimiento mapuche es una invitación para aden-
trarse en un abigarramiento que puede confundirse con dispersión,
pero no; los autores reconstruyen tránsitos históricos y asociativos
que a pesar de las diferencias territoriales se encuentran, en mayor o

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T A I Ñ F I J K E X I P A

menor medida, en una proyección nacional mapuche que señala o


construye el camino hacia la autodeterminación.
El tercer apartado es llamado “Estrategias multiculturales y cuer-
pos que resisten”, en él encontramos una interpretación del modo
cómo opera el colonialismo por intermedio de instituciones e ima-
ginarios, que generan particulares formas de dominación adminis-
trativa y corporal. Por un lado, Andrés Cuyul Soto nos presenta
una crítica a la burocratización de la salud intercultural, en tanto la
población mapuche ha perdido participación e intervención en ella;
Cuyul, quien genera su reflexión con la apuesta por un autogobierno
mapuche de la salud, señala que la lógica intercultural gubernamental
(etnoburócratas) borra la presencia de la salud mapuche mediante su
estandarización y valorización económica; finalmente, partiendo de
esta crítica, el autor entrega sus propuestas para avanzar en la cons-
trucción de una salud intercultural administrada y practicada por
las mismas organizaciones y comunidades mapuche. Por otro lado,
Margarita Calfio Montalva despliega una interpretación sobre el ciclo
menstrual femenino, y cómo este proceso natural fue colonizado por
el imaginario dominante, calificado por el saber colonial como enfer-
medad, cuando para la sociedad mapuche era toda una celebración
de la fertilidad y la reproducción. De este modo, Margarita nos in-
vita a recuperar esos saberes ocultos por la oficialidad para comenzar
nuestros caminos de descolonización.
Finalmente, la última sección del libro es titulada “Escrituras,
voces y medios para permanecer en el tiempo”. La sociedad mapuche
ha adoptado nuevos artefactos culturales para readecuarse en el esce-
nario colonial, permanecer como mapuche a pesar de las relaciones
racializadas fue un esfuerzo creativo de adaptaciones y apropiaciones.
En este sentido, la aparición de la poesía mapuche durante el siglo xx
es central en nuestra historia, reconocernos en nuestra tradición
poética también es un acto profundamente descolonizador, en tanto
visibilizamos nuestras hablas excluidas. En esta labor se encuentra
Maribel Mora Curriao y de lo cual trata su artículo. Presenta una
pesquisa a nuestra genealogía poética, y nos entrega pistas para com-
prender el temprano proceso de exclusión y las recientemente tibias
incorporaciones a las letras oficiales del país. Ya terminando con

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R E S E Ñ A S

nuestra aproximación a los debates particulares que nos entrega cada


autor y autora, Luis Cárcamo-Huechante y Elías Paillán Coñoepan
nos sintonizan con la historia del programa radial Wixai anai! que
nacido, en Santiago en 1993, aún mantiene la voz mapuche al aire
en la ciudad, y ofrece una alternativa a los medios de comunicación
masiva. El texto reflexiona sobre una colectividad que al colocar el
habla mapuche en la radio ha sabido abrir un camino para la comu-
nicación autónoma y comprometida.
El libro nos abre múltiples ventanas de aproximación a las histo-
rias mapuche, a las memorias de resistencias, acomodamientos, apro-
piaciones, desgarros y proyecciones. Ta iñ fijke xipa rakizuameluwün
es un esfuerzo colectivo pensar y pensarnos de forma autónoma y
sin tutelajes, pero no es un panfleto, no está atiborrado de consignas
vacías y viciadas, es un libro riguroso, y es por eso que al momento de
plantear la existencia del colonialismo no titubea. Nos queda seguir
construyendo y aportando para que el pensamiento mapuche autó-
nomo entre con más fuerza en la batalla de las ideas, contraviniendo
el pensamiento y la estructura académica colonial. Este libro, seguro,
es un hito importante en esa dirección.

Bibliografía

Añiñir, David (2004), Mapurbe, Odiokratas ediciones, Santiago.


Chihuailaf, Elicura (1999), Recado confidencial a los chilenos, lom Edicio-
nes, Santiago.
Lienlaf, Leonel (1989), Se ha despertado el ave de mi corazón, Editorial
Universitaria, Santiago.
Manquilef, Manuel (1911), Comentarios del pueblo araucano (la faz social),
Anales de la Universidad de Chile-Imprenta Cervantes, Santiago.
Mariman, Pablo et al. (2006), ¡…Escucha, winka…! Cuatro ensayos de Historia
Nacional Mapuche y un epílogo sobre el futuro, lom Ediciones, Santiago.

Recibido el 15 de junio de 2013


Aprobado el 22 de octubre de 2013

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algo más

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Acompañamiento psicosocial a familiares
de migrantes desaparecidos:
una experiencia de intervención
Grupo Motor de Trabajo Psicosocial en Migraciones1

En los últimos años de trabajo con población migrante y sus familias,


según los testimonios de la propia población tocada por la migración,
así como de las organizaciones que trabajan con ella, constatamos
que las problemáticas en los territorios de México y Centroamérica
se profundizan. El incremento de la violencia estructural se traduce
en mayor pobreza, concentración de la tierra, abaratamiento del
trabajo y de la producción campesina, empleos precarios en los que
hay que trabajar 10, 12 y 14 horas diarias para tener un microsueldo
que, cada día, alcanza menos para subsistir. Asimismo, se constata
el aumento del precio de la canasta básica, el aumento del costo y el
difícil acceso a la salud y educación, los pocos o nulos espacios para
la juventud y el incremento de la violencia delincuencial y crimen
organizado. A ello, se suma el aumento de extorsiones, amenazas,
violencia de género, guerras abiertas o veladas contra la ciudadanía y
la implementación de programas sociales clientelistas que sólo utilizan
a la población y profundizan la marginación. Esta suma de escenarios
limita cada vez más las posibilidades de alcanzar una vida digna en los
lugares de origen y abre ampliamente la puerta a la migración como
única alternativa viable.
1  Instancia conformada por Consejería en Proyectos pcs, Voces Mesoamericanas
Acción con Pueblos Migrantes [www.vocesmesoamericanas.org.mx], Equipo de Estudios
Comunitarios y Acción Psicosocial-ecap, Enlace Comunicación y Capacitación, Colectivo
ansur, Sin Fronteras, Casa del Migrante Saltillo, Foro Nacional para las Migraciones
de Honduras, Comité de Familiares de Migrantes Desaparecidos y Comité de Familiares de
Migrantes del Progreso. Compilador: Aldo Jorge Ledón. Los autores desean agradecer a los
migrantes, sus familias, comunidades y organizaciones, así como a los familiares de migrantes
no localizados o desaparecidos y a todos aquellos quienes les brindan apoyo solidario y a la
Fundación cammina.

TRAMAS 41 • UAM-X • MÉXICO • 2014 • PP. 359-362

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A L G O M Á S

También constatamos que, en los caminos de nuestras regiones


por donde transitan los migrantes, se incrementa la violencia y au-
mentan los territorios de dominio de grupos y subgrupos de delin-
cuencia organizada que buscan extorsionar, secuestrar, hacer negocio
o reclutar en sus bandas a los migrantes por medio de la brutalidad,
mientras permanecen en silencio e inacción los cómplices de las
distintas autoridades que lo saben y debieran evitarlo. En las comu-
nidades de los migrantes se multiplican las madres, padres, abuelas,
hermanos, hijos e hijas que cuentan los meses y los años sin tener
ninguna noticia de su familiar, sin tener respuesta sobre su búsqueda.
Al lugar adonde llegan, de manera temporal o indefinida, los mi-
grantes sufren aún discriminación, racismo y exclusión, además de
la explotación laboral y la condición de clandestinidad que reducen
su vida únicamente al trabajo. Frecuentemente, como resultado de la
violencia sufrida durante el camino o en el lugar de destino, sufren
accidentes o enfermedades que los obligan a regresar a su país con
una vida fracturada. También la deportación, cada vez más frecuente,
rompe el proyecto de vida y las expectativas personales y familiares.
La violencia, en todas sus formas y expresiones, acompaña, cada
vez más, el camino y las distintas etapas de las personas migrantes y
sus familias. Ante estos escenarios que convierten a las personas mi-
grantes y sus familias en objetos de explotación, ¿cómo abanderar la
dignidad humana de las personas migrantes, sus familias y sus pue-
blos? ¿cómo reivindicar la construcción de sujetos con posibilidad de
acción y transformación de las realidades?
A lado de esta desoladora realidad de las migraciones, también
tenemos, en Centroamérica y México, valiosos testimonios vivos,
recientes y de largo andar, de lucha y reivindicación de derechos por
parte de los migrantes, sus familiares y comunidades que han logrado
organizarse y que, a pesar de la dureza de las experiencias sufridas,
han logrado convertir su dolor en motor de construcción, de solida-
ridad y mejora de su realidad para que otras personas no tengan que
vivir lo mismo. Al mirar con asombro y esperanza estos ejemplos,
nos preguntamos: ¿qué tiene que suceder al interior de una persona
y de un grupo de personas para que puedan pasar de la violencia a la
construcción, de ser víctimas a ser defensoras?

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A C O M P A Ñ A M I E N T O P S I C O S O C I A L

En este sentido hemos iniciado este camino de búsqueda hacia la


dimensión psicosocial, porque creemos que el motor de los procesos
de organización de los colectivos y comités que ejercen y exigen dere-
chos, tiene como fuente la dimensión del corazón; transformar pasa
por sanar y elaborar, aunque sabemos que hay heridas muy dolorosas,
pero también sabemos que hay testimonios ejemplares de fortaleza
y organización en los que las heridas cobran un sentido distinto, de
reconstrucción y vida.
Además de la violencia, otro factor común que acompaña las ex-
periencias de migración es la ausencia. Las ausencias señalan lugares
que quedan vacíos, palabras que no se dicen, momentos que quedan
en el recuerdo y en el deseo o preguntas sobre lo que será “de la
vida, de una situación específica” o podría haber sido. Las ausencias
también muestran puertas abiertas, detrás de las cuales hay caminos
nuevos que pueden caminarse, pero, para eso, hay que mirar en el
corazón. ¿Cómo trabajar la violencia y la ausencia sino mirando y
tomando como material de trabajo todo lo que se mueve al interior
de la persona que las vive?
Aunque las migraciones muestran ausencias, la otra cara de la
ausencia es el vínculo, el vínculo a pesar de la distancia, el vínculo a
pesar de las fronteras: las familias que siguen comunicándose y cons-
truyéndose desde dos países, las organizaciones que desde el norte
se vinculan con los colectivos de sus comunidades para mejorarlas,
etcétera. Por eso, desde su naturaleza de tejer vínculos, el trabajo
psicosocial tiene una palabra importante que dar en los procesos de
atención, promoción y defensa de los derechos de las personas que
han vivido y aún viven las injusticias que acompañan la migración
en nuestras regiones. Porque el eje del trabajo psicosocial es, justa-
mente, el fortalecimiento del individuo y su colectivo por medio de
la dignidad humana; es decir, reivindica la calidad de personas de los
migrantes, antes que las cifras, estadísticas, casos.
Desde esta apuesta por el enfoque psicosocial es que hemos em-
pezado este camino de reflexión, en el que nos ha guiado la pregunta
¿cómo incluir y trabajar la dimensión del corazón –es decir, incluir
el enfoque psicosocial– en los contextos migratorios?
Es así que hemos tomado como base modelos y procesos propues-
tos por la Psicología Social de la Liberación que ha orientado luchas

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A L G O M Á S

por la liberación de los pueblos. Bajo esta guía hemos tomado expe-
riencias de otros contextos para lograr la construcción de herramien-
tas teóricas y metodológicas que permiten trabajar la dimensión del
corazón, al mismo tiempo que las personas se convierten en sujetos
con poder de transformación de su realidad.
Poner en marcha el enfoque psicosocial, en la atención integral a las
personas migrantes y sus familias, tendrá muchas variantes. Debido,
por un lado, al grado de movilidad de las personas, quienes pueden
ser localizadas o ubicadas en un país en tránsito, y que regresan a sus
países de origen, o bien, aquellos que están de forma estable en los paí-
ses de origen o destino. Por otro lado, se darán ciertas particularidades
dependiendo de si se trabaja con familiares de personas desaparecidas,
mujeres en comunidades de origen, personas que pasan por los alber-
gues de migrantes, personas deportadas, niños, niñas o personas que
han sido violentadas o que han sufrido accidentes en la ruta migratoria.
Cada contexto requerirá estrategias y acciones particulares, pero
lo que consideramos necesario es que, dada la naturaleza trasnacional
de la migración que atraviesa países, pensemos en formas de acom-
pañamiento y lucha por los derechos que sobrepasen las fronteras.
En 2010, un grupo de organizaciones que trabajamos en la de-
fensa y promoción de los derechos humanos en la región de Cen-
troamérica y México, iniciamos la reflexión de cómo incorporar el
enfoque psicosocial a los contextos de las migraciones forzadas. Al
analizar múltiples experiencias en contextos internacionales, no se
encontraron muchos materiales en este sentido y, por ello, iniciamos
un proceso de adaptación del modelo psicosocial para los contextos
migratorios. Se tomó como punto de partida otras experiencias en
el campo de las situaciones de conflictos armados como Guatemala,
Colombia o El Salvador, en las que el enfoque psicosocial ha tenido
un papel importante en los procesos de reconstrucción y fortale-
cimiento de las personas que han vivido graves violaciones de los
derechos humanos y crímenes de lesa humanidad.

Recibido el 15 de abril de 2013


Aprobado el 24 de julio de 2013

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■ A los colaboradores de Tramas. Subjetividad y Procesos Sociales
Tramas da la bienvenida a colaboraciones enfocadas hacia los estudios sobre la subjetividad
y los procesos sociales. Solicitamos manuscritos inéditos y que no se encuentren sometidos a
consideración para ser publicados en otros espacios editoriales de difusión periódica, de acuerdo
con los siguientes requisitos:

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• Extensión del texto: mínimo 12 cuartillas, máximo 25 cuartillas (incluyendo notas, citas
y bibliografía).
• Tipografía: Times New Roman, 12 puntos; paginados; interlineado 1.5.
• Resumen español-inglés, de 100 a 150 palabras (incluir 5 palabras clave).
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entre paréntesis, incluyendo autor, fecha y página citada: (Freud, 1945:25).
• La bibliografía deberá aparecer de la siguiente manera: Freud, Sigmund (1911), “For-
mulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico”, en Obras completas, tomo xii,
Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1976.
• El título del artículo no deberá exceder 60 caracteres (con espacios).
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berán entregarse en el archivo original en que fueron procesados. Las imágenes deberán
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a corrección de estilo y su publicación estará sujeta a la disponibilidad de espacio de cada
número. En ningún caso se devolverán originales ni se someterán a la revisión de los(las)
autores(as) una vez iniciado el proceso técnico de edición del número.

Tramas. Subjetividad y Procesos Sociales


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1 El malentendido y la educación
2 Subjetividad y mujer
3 Eros y Tánatos
4 Pensamiento mágico e imaginación colectiva
5 Instituciones totales
6 Sujeto y subjetividad
7 Artes y psicoanálisis
8 Literatura y psicoanálisis
9 Las tramas del amor
10 Convergencias y divergencias
11 ¿Sociedad de locos o locura social?
12 Orfandad en la teoría
13 Símbolos y significados
14/15 Familia, pasiones y mitos
16 Familia y cultura
17 Género y violencia social
18/19 Pensar la intervención
20 Diversidad de infancias
21 El devenir de los grupos
22 Procesos educativos: ¿creación o repetición?
23 Otros lugares de la subjetividad
24 Emergencia de nuevos actores sociales y formas de subjetividad
25 Subjetividad y nuevas tecnologías
26 Narcisismo y modernidad
27 Subjetividad y quehacer político
28 Participación social infantil y juvenil: perspectivas críticas
29 Los placeres de la vida cotidiana
30 Los usos del miedo
31 Subjetividades juveniles, riesgo y creación
32 Los territorios del cuerpo
33 La experiencia del tiempo
34 Comunidad: aproximaciones teóricas y experiencias comunitarias
35 Autonomía e intervención
36 Nuevas subjetividades

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37 Historia y nuevas subjetividades


38 Memoria social y subjetividad
39 Sujeto, mirada y cultura visual
40 Juventudes y ciudadanías

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ESTUDIOS DE COMUNICACIÓN Y POLÍTICA

Un espacio de reflexión interdisciplinario acerca de


los procesos de comunicación social, y del lugar que
éstos ocupan en los mecanismos de dominación,
resistencia y transformación política.

Ediciones impresas

1 Claves del diálogo y culturas modernas


2 Identidad cultural y producción simbólica
3 Fronteras de la recepción y procesos culturales
4 Antropología y comunicación
5 Vida urbana y comunicación
6 La palabra hablada
7 Los dominios de la imagen: de lo visual a lo visible
8 El cine y la memoria: ficción e historia
9 Comunicación e interacción: política del espacio
10 Comunicación y política. Una nueva relación
11 La palabra escrita. Prácticas de lectura y escritura
12 Los escenarios de las nuevas tecnologías
13 Semiótica y poder. Las negociaciones del sentido
14 Redes sociales y comunidades virtuales
15 Discursos mediáticos e imaginarios sociales
16 Música, cultura y política
17 Comunicación, política y cultura: vínculos problemáticos
18 Intertextualidad y redes de comunicación
19 Comunicación: imaginarios y representaciones sociales
20 Comunicación, estética y política
21 La religión y los media
22 Escrituras nómadas
23 Rumor: voces del tejido social

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ESTUDIOS DE COMUNICACIÓN, POLÍTICA Y CULTURA. NUEVA ÉPOCA

24 La construcción discursiva de las emociones


25 1810-2010, conmemoración y producción simbólica
26 La experiencia emocional y sus razones
Número especial 2012

Ediciones digitales

26 La experiencia emocional y sus razones


27 Políticas de inclusión digital y experiencias de apropiación de las tic
28 Violencia, sociedad y cultura
29 Violencia, sociedad y cultura. Prácticas y discurso
30 La democracia en comunicación
31 Redes sociales y procesos políticos

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El Departamento de Educación y Comunicación
publica desde 1990 el Anuario de Investigación
con el propósito de difundir el resultado de
la reflexión acerca del quehacer pedagógico
interdisciplinario, así como los avances y logros
de los profesores-investigadores adscritos
en las áreas de Comunicación, Educación y
Psicología.

El recorrido editorial de la Colección Anuarios de investigación,


que ahora desemboca en la edición electrónica, no ha sido fácil:
conlleva los riesgos de toda experimentación con los lenguajes
de las nuevas tecnologías, aún tributarias del viejo orden del
discurso impreso. Esta publicación digital es resultado de
una convergencia de esfuerzos no sólo de los editores sino
de cada uno de los colegas que nos han sugerido ideas y
nos han propuesto materiales para enriquecer este objeto de
comunicación multimodal. En cierto sentido, todos aquellos que
de uno u otro modo participamos en esta entrega de los Anuarios,
somos protagonistas de un relato de aprendizaje permanente.

Consulte números anteriores: bidi.xoc.uam.mx

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Tramas. Subjetividad y procesos sociales,
núm. 41, se terminó de imprimir en ______
de 2014. La tipografía se realizó en tipos A Ga-
ramond, Arial, Helvética y Univers. Se tiraron
1 000 ejemplares en papel Unibond marfil de 90g.

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