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MATERIA: TEORIA Y PROBLEMAS SOCIOPOLITICOS CONTEMPORANEOS

CUESTIONARIO: MAQUIAVELO, BODINO, HOBBES Y LOCKE

2.5. Maquiavelo. Principados, tropas y comportamiento de los príncipes.

a) ¿Cuáles son las principales diferencias entre el principado hereditario y el


nuevo en cuanto a las dificultades que el príncipe enfrenta para adquirirlos y
conservarlos?

TEXTO

En primer lugar, me parece que es más fácil conservar un Estado hereditario,


acostumbrado a una dinastía, que uno nuevo, ya que basta con no alterar el orden
establecido por los príncipes anteriores, y contemporizar después con los cambios que
puedan producirse. De tal modo que, si el príncipe es de mediana inteligencia, se
mantendrá siempre en su Estado, a menos que una fuerza arrolladora lo arroje de él; y
aunque así sucediese, sólo, tendría que esperar; para reconquistarlo, a que el usurpador
sufra el primer tropiezo.

Tenemos en Italia, por ejemplo, al duque de Ferrara, que no resistió los asaltos de los
venecianos en el 84 (1484) ni los del papa Julio en el 10 (1510), por motivos distintos
de la antigüedad de su soberanía en el dominio. Porque el príncipe natural tiene menos
razones y menor necesidad de ofender: de donde es lógico que sea más amado; y a
menos que vicios excesivos le atraigan el odio, es razonable que le quieran con
naturalidad los suyos. Y en la antigüedad y continuidad de la dinastía se borran los
recuerdos y los motivos que la trajeron, pues un cambio deja siempre la piedra angular
para la edificación de otro.

Los que sólo por la suerte se convierten en príncipes poco esfuerzo necesitan para llegar
a serlo, pero no se mantienen sino con muchísimo. Las dificultades no surgen en su
camino, porque tales hombres vuelan, pero se presentan una vez instalados. Me refiero
a los que compran un Estado o a los que lo obtienen como regalo, tal cual sucedió a
muchos en Grecia, en las ciudades de Jonia y del Helesponto, donde fueron hechos
príncipes por Darío a fin de que le conservasen dichas ciudades para su seguridad y
gloria; y como sucedió a muchos emperadores que llegaban al trono corrompiendo los
soldados. Estos príncipes no se sostienen sino por la voluntad y la fortuna --cosas
ambas mudables e inseguras-- de quienes los elevaron; y no saben ni pueden conservar
aquella dignidad. No saben porque, si no son hombres de talento y virtudes superiores,
no es presumible que conozcan el arte del mando, ya que han vivido siempre como
simples ciudadanos; no pueden porque carecen de fuerzas que puedan serles adictas
y fieles. Por otra parte, los Estados que nacen de pronto, como todas las cosas de la
naturaleza que brotan y crecen precozmente, no pueden tener raíces ni sostenes que
los defiendan del tiempo adverso; salvo que quienes se han convertido en forma tan
súbita en príncipes se pongan a la altura de lo que la fortuna ha depositado en sus
manos, y sepan prepararse inmediatamente para conservarlo, y echen los cimientos
que cualquier otro echa antes de llegar al principado.

Acerca de estos dos modos de llegar a ser príncipe --por méritos o por suerte--, quiero
citar dos ejemplos que perduran en nuestra memoria: el de Francisco Sforza y el de
César Borgia. Francisco, con los inedios que correspondían y con un gran talento, de la
nada se convirtió en duque de Milán, y conservó con poca fatiga lo que con mil afanes
había conquistado. En el campo opuesto, César Borgia, llamado duque Valentino por el
vulgo, adquirió el Estado con la fortuna de su padre, y con la de éste lo perdió, a pesar
de haber empleado todos los medios imaginables y de haber hecho todo lo que un
hombre prudente y hábil debe hacer para arraigar en un Estado que se ha obtenido con
armas y apoyo ajenos. Porque, como ya he dicho, el que no coloca los cimientos con
anticipación podría colocarlos luego si tiene talento, aun con riesgo de disgustar al
arquitecto y de hacer peligrar el edificio. Si se examinan los progresos del duque, se
verá que ya había echado las bases para su futura grandeza; y creo que no es superfluo
hablar de ello, porque no sabría qué mejores consejos dar a un príncipe nuevo que el
ejemplo de las medidas tomadas por él. Que si no le dieron el resultado apetecido, no
fue culpa suya, sino producto de un extraordinario y extremado rigor de la suerte.

RESPUESTA

El principado hereditario es más fácil conservar, ya que está acostumbrado a la


dinastía, solo basta con no alterar el orden establecido por los príncipes
anteriores y contemporizar después con los cambios que puedan producirse, en
cambio los principados que llegan a ser adquiridos no conocen el arte del mando,
carecen de fuerzas adictas y fieles ya que han vivido siempre como simples
ciudadanos, estos estados nuevos no tienen ni raíces, ni sostenes que los
defiendan de los tiempos adversos.

b) ¿Qué tipo de tropas existen y qué ventajas o desventajas representa el uso de


cada una de ellas?

TEXTO

Las tropas auxiliares, otras de las tropas inútiles de que he hablado, son aquellas que
se piden a un príncipe poderoso para que nos socorra y defienda, tal como hizo en estos
últimos tiempos el papa Julio, cuando, a raíz del pobre papel que le tocó representar
con sus tropas mercenarias en la empresa de Ferrara, tuvo que acudir a las auxiliares y
convenir con Fernando, rey de España, que éste iría en su ayuda con sus ejércitos.
Estas tropas pueden ser útiles y buenas para sus amos, pero para quien las llama son
casi siempre funestas; pues si pierden, queda derrotado, y si gana, se convierte en su
prisionero.

Se concluye de esto que todo el que no quiera vencer no tiene más que servirse de esas
tropas , muchísimo más peligrosas que las mercenarias, porque están perfectamente
unidas y obedecen ciegamente a sus jefes, con lo cual la ruina es inmediata; mientras
que las mercenarias, para someter al príncipe, una vez que han triunfado, necesitan
esperar tiempo y ocasión, pues no constituyen un cuerpo unido y, por añadidura, están
a sueldo del príncipe. En ellas, un tercero a quien el príncipe haya hecho jefe no puede
cobrar en seguida tanta autoridad como para perjudicarlo. En suma, en las tropas
mercenarias hay que temer sobre todo las derrotas; en las auxiliares, los triunfos.

Por ello, todo príncipe prudente ha desechado estas tropas y se ha refugiado en las
propias, y ha preferido perder con las suyas a vencer con las otras, considerando que
no es victoria verdadera la que se obtiene con armas ajenas. No me cansaré nunca de
elogiar a César Borgia y su conducta. Empezó el duque por invadir la Romaña con
tropas auxiliares, todos soldados franceses, y con ellas tomó a Imola y Forli. Pero no
pareciéndoles seguras, se volvió a las mercenarias, según él menos peligrosas; y tomó
a sueldo a los Orsini y los Vitelli. Por último, al notar que también éstas eran inseguras,
infieles y peligrosas, las disolvió y recurrió a las propias. Y de la diferencia que hay entre
esas distintas milicias se puede formar una idea considerando la autoridad que tenía el
duque cuando sólo contaba con los franceses y cuando se apoyaba en los Orsini y
Vitelli, y la que tuvo cuando se quedó con sus soldados y descansó en sí mismo: que
era, sin duda alguna, mucho mayor, porque nunca fue tan respetado como cuando se
vio que era el único amo de sus tropas.

RESPUESTA

Existen tres tipos de tropas: Las tropas auxiliares, las mercenarias y las propias.
Las tropas auxiliares, son aquellas que se piden a un príncipe poderoso para que
él los ayude y defienda. Estas tropas pueden ser útiles y buenas desde el punto
de vista de sus amos, pero para quien las llama son casi siempre funestas; pues
si pierden, queda derrotado, y si gana, se convierte en su prisionero. Aquel que
no quiera vencer no tiene más que servirse de esas tropas, muchísimo más
peligrosas que las mercenarias, porque están perfectamente unidas y obedecen
ciegamente a sus jefes, con lo cual la ruina es inmediata. Mientras que las
mercenarias, para someter al príncipe, una vez que han triunfado, necesitan
esperar tiempo y ocasión, pues no constituyen un cuerpo unido y, por añadidura,
están a sueldo del príncipe. En suma, en las tropas mercenarias hay que temer
sobre todo las derrotas; en las auxiliares, los triunfos. Es por eso que todo
príncipe prudente ha desechado este tipo de tropas y se ha refugiado en las
propias, considerando que no es victoria verdadera la que se obtiene con armas
ajenas.

c) ¿Por qué debe aprender el príncipe a no ser bueno y a incurrir en algunos vicios
en su comportamiento?

TEXTO

Queda ahora por analizar cómo debe comportarse un príncipe en el trato con súbditos
y amigos. Y porque sé que muchos han escrito sobre el tema, me pregunto, al escribir
ahora yo, si no seré tachado de presuntuoso, sobre todo al comprobar que en esta
materia me aparto de sus opiniones. Pero siendo mi propósito escribir cosa útil para
quien la entiende, me ha parecido más conveniente ir tras la verdad efectiva de la cosa
que tras su apariencia. Porque muchos se han imaginado como existentes de veras a
repúblicas y principados que nunca han sido vistos ni conocidos; porque hay tanta
diferencia entre cómo se vive y cómo se debería vivir, que aquel que deja lo que se hace
por lo que debería hacerse marcha a su ruina en vez de beneficiarse, pues un hombre
que en todas partes quiera hacer profesión de bueno es inevitable que se pierda entre
tantos que no lo son. Por lo cual es necesario que todo príncipe que quiera mantenerse
aprenda a no ser bueno, y a practicarlo o no de acuerdo con la necesidad.

Dejando, pues, a un lado las fantasías, y preocupándonos sólo de las cosas reales, digo
que todos los hombres, cuando se habla de ellos, y en particular los príncipes, por
ocupar posiciones más elevadas, son juzgados por algunas de estas cualidades que les
valen o censura o elogio. Uno es llamado pródigo, otro tacaño (y empleo un término
toscano, porque “avaro”, en nuestra lengua, es también el que tiende a enriquecerse por
medio de la rapiña, mientras que llamamos “tacaño” al que se abstiene demasiado de
gastar lo suyo); uno es considerado dadivoso, otro rapaz; uno cruel, otro clemente; uno
traidor, otro leal; uno afeminado y pusilánime, otro decidido y animoso; uno humano,
otro soberbio; uno lascivo, otro casto; uno sincero, otro astuto; uno duro, otro débil; uno
grave, otro. frívolo; uno religioso, otro incrédulo, y así sucesivamente. Sé que no habría
nadie que no opinase que sería cosa muy loable que, de entre todas las cualidades
nombradas, un príncipe poseyese las que son consideradas buenas; pero como no es
posible poseerlas todas, ni observarlas siempre, porque la naturaleza humana no lo
consiente, le es preciso ser tan cuerdo que sepa evitar la vergüenza de aquellas que le
significarían la pérdida del Estado, y, sí puede, aun de las que no se lo harían perder;
pero si no puede no debe preocuparse gran cosa, y mucho menos de incurrir en la
infamia de vicios sin los cuales difícilmente podría salvar el Estado, porque si
consideramos esto con frialdad, hallaremos que, a veces, lo que parece virtud es causa
de ruina, y lo que parece vicio sólo acaba por traer el bienestar y la seguridad.

RESPUESTA

Es necesario que todo príncipe que quiera mantenerse aprenda a no ser bueno, y
a practicarlo o no de acuerdo con la necesidad, para que no se pierda entre tantos
que no lo son. Pues si llega aparentar ser bueno o llegar a ser bueno en realidad,
perdería su estado, pues aquel que deja lo que se hace por lo que debería hacerse
marcha a su ruina en vez de beneficiarse. Porque si consideramos esto con
maldad, lo que parece virtud es causa de ruina y lo que parece vicio solo acaba
por traer el bienestar y la seguridad.

2.6. Bodino. Definición de república. Tipos de leyes. Características y atributos


de la soberanía.

a) ¿Cómo se define la república, ¿qué la distingue de las bandas de ladrones o


piratas y por qué no se puede incluir en la definición de república el objetivo de
“vivir bien y felizmente”?

TEXTO

República es un recto gobierno de varias familias, y de lo que les es común, con poder
soberano. Colocamos esta definición en primer lugar porque, en todas las cosas, es
necesario buscar el fin principal y solo después los medios de alcanzarlo. La definición
no es otra cosa que el fin del tema que se presenta y, si no está bien establecida, todo
cuanto se construya sobre ella se vendrá abajo de inmediato. Cierto es que quien ha
encontrado el fin de lo que aduce, no siempre encuentra los
medios de alcanzarlo, del mismo modo que ---el mal arquero ve el blanco pero no
apunta. No es menos cierto, sin embargo, que con la habilidad y el esfuerzo que haya
desplegado podrá tocarlo o acercarse, y no será menos estimado por no dar en el
blanco, siempre *que haga todo lo que debe por alcanzarlo. Pero quien no conoce el fin
y la definición del tema que se le propone, -no puede nunca esperar encontrar los
medios de alcanzarlo, al igual que aquel que tira al aire sin ver .el objetivo.
Desmenucemos las partes de la definición que hemos establecido. Hemos dicho, en
primer lugar, recto gobierno, a causa de la diferencia que existe entre las repúblicas y
las bandas de ladrones y piratas ; con estas no debe haber trato, ni comercio, ni alianza,
principio que siempre se ha respetado en toda república bien ordenada. Cuando se ha
tratado de prestar la fe, negociar la paz, declarar la guerra, convenir ligas ofensivas o
defensivas, jalonar las fronteras o solucionar los litigios entre príncipes y señores
soberanos, nunca se ha tenido en cuenta a los ladrones ni a sus clientelas; si alguna
vez no se ha actuado así, ha sido debido a una necesidad absoluta, no sujeta a la
discreción de las leyes humanas. Estas siempre han distinguido los bandoleros y
corsarios de los que, en materia de guerra, llamamos enemigos leales, los cuales
mantienen sus
estados y repúblicas sobre principios de justicia, cuya subversión y ruina buscan los
bandoleros y corsarios. Por esta razón, no deben gozar estos del derecho de guerra
común a todos los pueblos, ni prevalerse de las normas con que los vencedores tratan
a los vencidos...

Debido a ello, los antiguos llamaban república a una sociedad de hombres reunidos para
vivir bien y felizmente. Dicha definición, sin embargo, contiene más y menos de lo
necesario. Faltan en ella sus tres elementos principales, es decir, la familia, la soberanía
y lo que es común en una república. Además, la palabra felizmente, como ellos la
entendían, no es necesaria; de otro modo, la virtud no tendría ningún valor si el viento
no soplara siempre en la buena dirección, lo que jamás
aceptaría un hombre honesto. La república puede estar bien gobernada y, sin embargo,
verse afligida por la pobreza, abandonada de los amigos, sitiada por los enemigos y
colmada de muchas calamidades; el propio Cicerón confiesa haber visto caer, en tales
condiciones, la república de Marsella, en Provenza, de la que dice haber sido la mejor
ordenada y la más perfecta de las que existieron en el mundo entero. Por el contrario,
habría que convenir en que toda república emplazada en un lugar fértil, abundante en
riquezas, floreciente en hombres, reverenciada por sus amigos, temida por sus
enemigos, invencible en la guerra, poderosa por sus castillos, soberbia por sus moradas,
triunfante de gloria, sería gobernada rectamente, aunque estuviese sumergida en la
maldad y fundada en todos los vicios. Lo cierto es, sin embargo, que el enemigo mayor
de la virtud sería tal clase de felicidad, puesto que es casi imposible poner de acuerdo
dos cosas tan contradictorias.

Por ello, no tendremos en cuenta, para definir la república, la palabra felizmente, sino
que apuntaremos más alto para alcanzar, o al menos aproximarnos, al recto gobierno.
Sin embargo, no queremos tampoco diseñar una república ideal, irrealizable, del estilo
de las imaginadas por Platón y Tomás Moro, Canciller de Inglaterra, sino que nos
ceñiremos a las reglas políticas lo más posible. Al obrar así no se nos podrá reprochar
nada, aunque no alcancemos el objetivo propuesto, del mismo modo que el piloto
arrastrado por la tormenta o el médico vencido por la enfermedad, no son menos
estimados si este ha tratado bien al enfermo y aquel ha gobernado bien su nave.

RESPUESTA

Republica es un recto gobierno de varias familias, y de lo que les es común, con


poder soberano. La distingue porque es una república ordenada, y con estas no
debe de haber comercio, ni alianza. En cuanto al objetivo de “vivir bien y feliz”,
faltan tres elementos principales, la familia, la soberanía y lo que es común en una
república. Y decir felizmente, como ellos lo entendían, no es necesario; de otro
modo, la virtud no tendría ningún valor si el viento no soplara siempre en la buena
dirección, lo que jamás aceptaría un hombre honesto. La república puede estar
bien gobernada y, sin embargo, verse afligida por la pobreza, abandonada de los
amigos, sitiada por los enemigos y colmada de muchas calamidades.
b) ¿Cuáles son las características de la soberanía y del poder soberano?

TEXTO

La soberanía es el poder absoluto y perpetuo de una república... Es necesario definir la


soberanía, porque, pese a que constituye el tema principal y que requiere ser mejor
comprendido al tratar de la república, ningún jurisconsulto ni filósofo político la ha
definido todavía. Habiendo dicho que la república es un recto gobierno de varias
familias, y de lo que les es común, con poder soberano, es preciso ahora aclarar lo que
significa poder soberano. Digo que este poder es perpetuo, puesto que puede ocurrir
que se conceda poder absoluto a uno o a varios por tiempo determinado, los cuales,
una vez transcurrido este, no son más que súbditos. Por tanto, no puede llamárseles
príncipes soberanos cuando ostentan tal poder, ya que solo son sus custodios o
depositarios, hasta que place al pueblo o al príncipe revocarlos. Es este quien
permanece siempre en posesión del poder. Del mismo modo que quienes ceden el uso
de sus bienes a otro siguen siendo propietarios y poseedores de los mismos, así
quienes conceden el poder y la autoridad de juzgar o mandar, sea por tiempo
determinado y limitado, sea por tanto tiempo como les plazca, continúan, no obstante,
en posesión del poder y la jurisdicción, que los otros ejercen a título de préstamo o en
precario. Por esta razón la ley manda que el gobernador del país, o el lugarteniente del
príncipe, devuelva, una vez que su plazo ha expirado, el poder, puesto que solo es su
depositario y custodio. En esto no hay diferencia entre el gran oficial y el pequeño. De
otro modo, si se llamara soberanía al poder absoluto otorgado al lugarteniente del
príncipe, este lo podría utilizar contra su príncipe, quien sin él nada sería, resultando
que el súbdito mandaría sobre el señor y el criado sobre el amo. Consecuencia absurda,
si se tiene en cuenta que la persona del soberano está siempre exenta en términos de
derecho, por mucho poder y autoridad que dé a otro. Nunca da tanto que no retenga
más para sí, y jamás es excluido de mandar o de conocer por prevención, concurrencia
o evocación2, o del modo qué quisiere, de las causas de las que ha encargado a su
súbdito, sea comisario u oficial, a quienes puede quitar el poder atribuido en virtud de
su comisión u oficio, o tolerarlo todo el tiempo que quisiera.

La soberanía no es limitada, ni en poder, ni en responsabilidad, ni en tiempo...


Supongamos que cada año se elige a uno o varios de los ciudadanos y se les da poder
absoluto para manejar el estado y gobernarlo por entero sin ninguna clase de oposición
ni apelación. ¿No podremos decir, en tal caso, que aquellos tienen la soberanía, puesto
que es absolutamente soberano quien, salvo a Dios, no reconoce a otro por superior?
Respondo, sin embargo, que no la tienen, ya que solo son
simples depositarios del poder, que se les ha dado .por tiempo limitado. Tampoco el
pueblo se despoja de la soberanía cuando instituye uno o varios lugartenientes con
poder absoluto por tiempo limitado, y mucho menos si el poder es revocable al arbitrio -
del pueblo, sin plazo predeterminado. En ambos casos, ni uno ni otro tienen nada en
propio y deben dar cuenta
de sus cargos a aquel del que recibieron el poder de mando. No ocurre así con el
príncipe soberano, quien solo está obligado a dar cuenta a Dios... La razón de ello es
que el uno es príncipe, el otro súbdito; el uno señor, el otro servidor; el uno propietario
y poseedor de la soberanía, el otro no es ni propietario ni poseedor de ella, sino su
depositario.
RESPUESTA

Las características de la soberanía y del poder soberano, es el poder absoluto y


perpetuo de una república, puesto que no son definiciones que sean limitados por
el tiempo, por poder o por responsabilidad.

c) ¿A qué leyes está sujeto el súbdito y a cuáles el príncipe soberano?

TEXTO

Si decimos que tiene poder absoluto quien no está sujeto a las leyes, no se hallará en
el mundo príncipe soberano, puesto que todos los príncipes de la tierra están sujetos a
las leyes de Dios y de la naturaleza y a ciertas leyes humanas comunes a todos los
pueblos. Y al contrario, puede suceder que uno de los súbditos esté dispensado y exento
de todas las leyes, ordenanzas y costumbres de su república, y no por ello será príncipe
ni soberano... El súbdito que está exento de la autoridad de las leyes siempre queda'
bajo la obediencia y sujeción de quienes ostentan la soberanía. Es necesario que
quienes son soberanos no estén de ningún modo sometidos al imperio de otro y puedan
dar ley a los súbditos y anular o enmendar las leyes inútiles; esto no puede ser hecho
por quien está sujeto a las leyes o a otra persona. Por esto se dice que el príncipe está
exento de la autoridad de las leyes. El propio término latino ley implica el mandato de
quien tiene la soberanía. Así, vemos que en todas las ordenanzas y edictos se añade la
siguiente cláusula: No obstante todos los edictos y ordenanzas, los cuales hemos
derogado y derogamos por las presentes y la derogatoria de las derogatorias. Esta
cláusula se agregaba siempre en las leyes antiguas, aunque la ley hubiese sido
publicada por el mismo príncipe o por su predecesor.
No hay duda que las leyes, ordenanzas, patentes, privilegios y concesiones de los
príncipes solo tienen fuerza durante su vida, a menos que sean ratificados, por
consentimiento expreso o tácito, por el príncipe que tiene conocimiento de ellos...

Puesto que el príncipe soberano está exento de las leyes de sus predecesores, mucho
menos estará obligado a sus propias leyes y ordenanzas. Cabe aceptar ley de otro,
pero, por naturaleza, es imposible darse ley a sí mismo, o imponerse algo que depende
de la propia voluntad. Por esto dice la ley: Nulla obligatio corisistere potest, quae a
voluntate promittentis statum capit, razón necesaria que muestra evidentemente que el
rey no puede estar sujeto a sus leyes. Así como el Papa no se ata jamás sus manos,
como dicen los canonistas, tampoco el príncipe soberano puede atarse las suyas,
aunque quisiera. Razón por la cual al final de los edictos y ordenanzas vemos estas
palabras. Porque tal es nuestra voluntad, con lo que se da a entender que las leyes del
príncipe soberano, por más que se fundamenten en buenas y vivas razones, solo
dependen de su
pura y verdadera voluntad.

En cuanto a las leyes divinas y naturales, todos los príncipes de la tierra están sujetos
a ellas y no tienen poder para contravenirlas, si no quieren ser culpables de lesa
majestad divina, por mover guerra a Dios, bajo cuya grandeza todos los monarcas del
mundo deben uncirse e inclinar la cabeza con todo temor y reverencia. Por esto, el poder
absoluto de los príncipes y señores soberanos no se extiende, en modo alguno, a las
leyes de Dios y de la naturaleza.
RESPUESTA

El príncipe soberano, está sujeto a las leyes de Dios y de la naturaleza y a ciertas


leyes humanas comunes a todos los pueblos. Quienes son soberanos no pueden
estar sometidos al imperio de otro, esto quiere decir que un príncipe esta exento
de la autoridad de las leyes. El súbdito que está exento de la autoridad de las leyes
siempre queda' bajo la obediencia y sujeción de quienes ostentan la soberanía.

d) ¿Cuáles son los atributos de la soberanía?

TEXTO

El primer atributo del príncipe soberano es el poder de dar -leyes a todos en general y
a cada uno en particular. Con esto no se dice bastante, sino que es preciso añadir: sin
consentimiento de superior, igual o inferior. Si el rey no puede hacer leyes sin el
consentimiento de un superior a él, es en realidad súbdito; si de un igual, tiene un
asociado, y si de los súbditos, sea del senado o del pueblo, no es soberano. Los
nombres de los señores que se ponen en los edictos no son añadidos para dar fuerza a
la ley, sino para dar testimonio y peso que la haga más aceptable... Cuando digo que el
primer atributo de la soberanía es dar leyes a todos en general y a cada uno en
particular, éstas últimas palabras implican los privilegios, los cuales corresponden a los
príncipes soberanos,
con exclusión de todos los demás. Llamo privilegio una ley hecha para uno o algunos
en particular, ya sea en beneficio o en perjuicio de aquel a quien se otorga, lo que
.expresaba Cicerón diciendo: privilegium de meo cespite latum est...

Podrá decirse que no solo los magistrados tienen el poder de hacer edictos y
ordenanzas, cada uno según su poder y competencia, sino que también los particulares
hacen las costumbres, tanto generales como particulares. Cierto es que la costumbre
no tiene menos poder que la ley y,' si el príncipe soberano es señor de la ley, los
particulares son señores de las costumbres. A esto respondo que la costumbre adquiere
su fuerza poco a poco y por el consentimiento común, durante largos años, de todos o
de la mayor parte. Por el contrario, la ley se hace en un instante y toma su fuerza de
aquel que tiene el poder de mandar a todos. La costumbre fluye dulcemente y sin
compulsión. La ley es ordenada y promulgada por un acto de poder y, muy a menudo,
mal del grado de los súbditos. Por esta razón, Dión Crisóstomo compara la costumbre
al rey y la ley al. tirano. Además, la ley puede anular las costumbres, pero la costumbre
no puede derogar la ley. La ejecución de la ley no queda abandonada a la discreción
del magistrado y de quienes tienen la función de hacer guardar las leyes. La costumbre
no conlleva ni recompensa ni pena; la ley conlleva siempre recompensa o pena, a no
ser que se trate de una ley permisiva que levante las prohibiciones de otra ley. Para
terminar, la costumbre solo tiene fuerza por tolerancia y en tanto
que place al príncipe soberano, quien puede convertirla en ley mediante su
homologación. En consecuencia, toda la fuerza de las leyes civiles y costumbres reside
en el poder del príncipe soberano...
Bajo este poder de dar y anular la ley, se comprende también su interpretación y
enmienda, cuando es tan oscura que los magistrados descubren contradicción o
consecuencias absurdas e intolerables respecto de los casos contemplados. El
magistrado puede plegar la ley e interpretarla restrictiva o extensivamente, siempre que
al plegarla se guarde mucho de quebrarla, aunque le parezca demasiado dura... Si se
entendiera de manera distinta, resultaría que un simple magistrado estaría por encima
de las leyes y podría obligar al pueblo con sus edictos, lo que ya hemos demostrado
que es imposible.

El tercer atributo de la soberanía consiste en instituir los oficiales principales, lo cual


nadie pone en duda por lo que concierne a los primeros magistrados. La primera ley que
hizo P. Valerio, después de haber arrojado a los reyes de Roma, ordenaba que los
magistrados fueran instituidos por el pueblo... Con mayor razón en la monarquía, donde
los oficios menores .(ujieres, bedeles, escribanos, trompetas, pregoneros), en cuya
institución y destitución entendían los magistrados
romanos, son provistos por el príncipe, así corno medidores, agrimensores y otros
cargos semejantes, concedidos a título de oficio por edictos perpetuos. He hablado de
oficiales superiores o magistrados principales, porque en toda `república se permite a
los magistrados más importantes y a ciertas corporaciones y colegios designar a
algunos de los oficiales subalternos, como ya hemos visto entre los romanos. Hacen
esto en virtud de la función que tienen, en cuanto procuradores con poder de
sustitución... No es la designación de los oficiales la que implica derecho de soberanía,
sino su confirmación y provisión, si bien es cierto que cuando la designación se realiza
en contra de la voluntad y consentimiento del príncipe, este no es absolutamente
soberano... Puesto que el poder de mandar a todos los súbditos en una república
corresponde a quien ostenta la soberanía, es de razón que todos los magistrados
reconozcan dicho poder en él.

Hablemos ahora de otro atributo de la soberanía, a saber, del derecho de última


instancia, el cual constituye y siempre ha constituido uno de los principales derechos de
la soberanía. Después que los romanos desterraron a los reyes por la ley Valeria, se
reservó al pueblo no solo el derecho de última instancia, sino también el recurso contra
todos los magistrados...

RESPUESTA

 El primer atributo es el poder de dar leyes a todos en general y a cada uno


en particular, es preciso añadir que esto lo puede hacer sin consentimiento
de su superior, igual o inferior.
 El segundo atributo es que no solo tienen el poder de dar leyes a todos en
general y a cada uno en particular, sino, también los particulares hacen las
costumbres, tanto generales como particulares
 El tercer atributo de la soberanía consiste en instituir los oficiales
principales
 Otro atributo de la soberanía es el derecho de última instancia, el cual
constituye y siempre ha constituido uno de los principales derechos de la
soberanía.

2.7. Hobbes. La naturaleza humana y la generación del Estado.


a) ¿Cuáles son las características de la condición natural del ser humano?

TEXTO

La Naturaleza ha hecho a los hombres tan iguales en las facultades del


cuerpo y del espíritu que, si bien un hombre es, a veces, evidentemente, más fuerte de
cuerpo o más sagaz de entendimiento que otro, cuando se considera en conjunto, la
diferencia entre hombre y hombre no es tan importante que uno pueda reclamar, a base
de ella, para sí mismo, un beneficio cualquiera al que otro no pueda aspirar como él. En
efecto, por lo que respecta a la fuerza corporal, el más débil tiene bastante fuerza para
matar al más fuerte, ya sea mediante secretas maquinaciones o confederándose con
otro que se halle en el mismo peligro que él se encuentra.

De esta igualdad en cuanto a la capacidad se deriva la igualdad de esperanza respecto


a la consecución de nuestros fines. Esta es la causa de que si dos hombres desean la
misma cosa, y en modo alguno pueden disfrutarla ambos, se vuelven enemigos, y en el
camino que conduce al fin (que es, principalmente, su propia conservación, y a veces
su delectación tan sólo) tratan de aniquilarse o sojuzgarse uno a otro. De aquí que un
agresor no teme otra cosa que el poder singular de otro hombre; si alguien planta,
siembra, construye o posee un lugar conveniente, cabe probablemente esperar que
vengan otros, con sus fuerzas unidas, para desposeerle y privarle, no sólo del fruto de
su trabajo, sino también de su vida o de su libertad. Y el invasor, a su vez, se encuentra
en el mismo peligro con respecto a otros.

Dada esta situación de desconfianza mutua, ningún procedimiento tan razonable existe
para que un hombre se proteja a sí mismo, como la anticipación, es decir, el dominar
por medio de la fuerza o por la astucia a todos los hombres que pueda, durante el tiempo
preciso, hasta que ningún otro poder sea capaz de amenazarle. Esto no es otra cosa
sino lo que requiere su propia conservación, y es generalmente permitido. Como
algunos se complacen en contemplar su propio poder en los actos de conquista,
prosiguiéndolos más allá de lo que su seguridad requiere, otros, que en diferentes
circunstancias serían felices manteniéndose dentro de límites modestos, si no aumentan
su fuerza por medio de la invasión, no podrán subsistir, durante mucho tiempo, si se
sitúan solamente en plan defensivo. Por consiguiente siendo necesario, para la
conservación de un hombre aumentar su dominio sobre los semejantes, se le debe
permitir también.

Así hallamos en la naturaleza del hombre tres causas principales de discordia. Primera,
la competencia; segunda, la desconfianza; tercera, la gloria. La primera causa impulsa
a los hombres a atacarse para lograr un beneficio; la segunda, para lograr seguridad; la
tercera, para ganar reputación. La primera hace uso de la violencia para convertirse en
dueña de las personas, mujeres, niños y ganados de otros hombres; la segunda, para
defenderlos; la tercera, recurre a la fuerza por motivos insignificantes, como una palabra,
una sonrisa, una opinión distinta, como cualquier otro signo de subestimación, ya sea
directamente en sus personas o de modo indirecto en su descendencia, en sus amigos,
en su nación, en su profesión o en su apellido.

Fuera del estado civil hay siempre guerra de cada uno contra todos. Con todo ello es
manifiesto que durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los
atemorice a todos, se hallan en la condición o estado que se denomina guerra; una
guerra tal que es la de todos contra todos. Porque la GUERRA no consiste solamente
en batallar, en el acto de luchar, sino que se da durante el lapso de tiempo en que la
voluntad de luchar se manifiesta de modo suficiente. Por ello la noción del tiempo debe
ser tenida en cuenta respecto a la naturaleza de la guerra, como respecto a la naturaleza
del clima. En efecto, así como la naturaleza del mal tiempo no radica en uno o dos
chubascos, sino en la propensión 'a llover durante varios días, así la naturaleza de la
guerra consiste no ya en la lucha actual, sino en la disposición manifiesta a ella durante
todo el tiempo en que no hay seguridad de lo contrario. Todo el tiempo restante es de
paz.

RESPUESTA

La Naturaleza ha hecho a los hombres tan iguales en las facultades del cuerpo y
del espíritu que, si bien un hombre es, a veces, evidentemente, más fuerte de
cuerpo o más sagaz de entendimiento que otro, aunque el más débil tiene bastante
fuerza para matar al más fuerte, ya sea mediante secretas maquinaciones o
confederándose con otro que este en el mismo peligro que él. Así hallamos en la
naturaleza del hombre tres causas principales de discordia:
 Primera, la competencia: Impulsa a los hombres a atacarse para lograr un
beneficio. Hace uso de la violencia para convertirse en dueña de las
personas, mujeres, niños y ganados de otros hombres.
 Segunda, la desconfianza: Logra seguridad. Esta es para defenderlos.
 Tercera, la gloria: Para ganar reputación. Esta recurre a la fuerza por
motivos insignificantes como una palabra, una sonrisa, una opinión
distinta, como cualquier otro signo de subestimación, ya sea directamente
en sus personas o de modo indirecto en su descendencia, en sus amigos,
en su nación, en su profesión o en su apellido.

b) ¿Cuál es el fin del Estado y por qué es necesaria la fuerza para lograrlo?

TEXTO

La causa final, fin o designio de los hombres (que naturalmente aman la libertad y el
dominio sobre los demás) al introducir esta restricción sobre sí mismos (en la que los
vemos vivir formando Estados) es el cuidado de su propia conservación y, por
añadidura, el logro de una vida más armónica; es decir, el deseo de abandonar esa
miserable condición de guerra que, tal como hemos manifestado, es consecuencia
necesaria de las pasiones naturales de los hombres, cuando no existe poder visible que
los tenga a raya y los sujete, por temor al castigo, a la realización de sus pactos y a la
observancia de las leyes de naturaleza establecidas en los capítulos XIV y XV.

Las leyes de naturaleza (tales como las de justicia, equidad, modestia, piedad y, en
suma, la de “haz a otros lo que quieras que otros hagan por ti”) son, por sí mismas,
cuando no existe el temor a un determinado poder que motive su observancia, contrarias
a nuestras pasiones naturales, las cuales nos inducen a la parcialidad, al orgullo, a la
venganza y a cosas semejantes.

Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras, sin fuerza para
proteger al hombre, en modo alguno. Por consiguiente, a pesar de las leyes de
naturaleza (que cada uno observa cuando tiene la voluntad de observarlas, cuando
puede hacerlo de modo seguro) si no se ha instituido un poder o no es suficientemente
grande para nuestra seguridad, cada uno fiará tan sólo, y podrá hacerlo legalmente,
sobre su propia fuerza y maña, para protegerse contra los demás hombres. En todos
los lugares en que los hombres han vivido en pequeñas familias, robarse y expoliarse
unos a otros ha sido un comercio, y lejos de ser reputado contra la ley de naturaleza,
cuanto mayor era el botín obtenido, tanto mayor era el honor.

Entonces los hombres no observaban otras leyes que las leyes del honor, que consistían
en abstenerse de la crueldad, dejando a los hombres sus vidas e instrumentos de labor.
Y así como entonces lo hacían las familias pequeñas, así ahora las ciudades y reinos,
que no son sino familias más grandes, ensanchan sus dominios para su propia
seguridad y bajo el pretexto de peligro y temor de invasión, o de la asistencia que puede
prestarse a los invasores, justamente se esfuerzan cuanto pueden para someter o
debilitar a sus vecinos, mediante la fuerza ostensible y las artes secretas, a falta de otra
garantía; y en edades posteriores se recuerdan con tales hechos.

RESPUESTA

El fin del estado es el cuidado su propia conservación y, por añadidura, el logro


de una vida más armónica; es decir, el deseo de abandonar esa miserable
condición de guerra que, tal como Hobbes lo describe, es consecuencia necesaria
de las pasiones naturales de los hombres. Es necesaria la fuerza para lograrlo ya
que los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras, sin
fuerza para proteger al hombre, de algún modo.

c) ¿Cómo se genera el Estado o poder soberano, qué nombre recibe y cómo se


define?

TEXTO

El único camino para erigir semejante poder común, capaz de defenderlos contra la
invasión de los extranjeros y contra las injurias ajenas, asegurándoles de tal suerte que
por su propia actividad y por los frutos de la tierra puedan nutrirse a sí mismos y vivir
satisfechos, es conferir todo su poder y fortaleza a un hombre o a una asamblea de
hombres, todos los cuales, por pluralidad de votos, puedan reducir sus voluntades a una
voluntad. Esto equivale a decir: elegir un hombre o una asamblea de hombres que
represente su personalidad; y que cada uno considere como propio y se reconozca a sí
mismo como autor de cualquiera cosa que haga o promueva quien representa su
persona, en aquellas cosas que conciernen a la paz y a la seguridad comunes; que,
además, sometan sus voluntades cada uno a la voluntad de aquél, y sus juicios a su
juicio. Esto es algo más que consentimiento o concordia; es una unidad real de todo ello
en una y la misma persona, instituida por pacto de cada hombre con los demás, en
forma tal como si cada uno dijera a todos: “autorizo y transfiero a este hombre o
asamblea de hombres mí derecho de gobernarme a mi mismo, con la condición de que
vosotros transferiréis a él vuestro derecho, y autorizaréis todos sus actos de la misma
manera”. Hecho esto, la multitud así unida en una persona se denomina ESTADO, en
latín, CIVITAS. Esta es la generación de aquel gran LEVIATÁN, o más bien (hablando
con más reverencia), de aquel dios mortal, al cual debemos, bajo el Dios inmortal,
nuestra paz y nuestra defensa.
Porque en virtud de esta autoridad que se le confiere por cada hombre particular en el
Estado, posee y utiliza tanto poder y fortaleza, que por el terror que inspira es capaz de
conformar las voluntades de todos ellos para la paz, en su propio país, y para la mutua
ayuda contra sus enemigos, en el extranjero.

Y en ello consiste la esencia del Estado, que podemos definir así: una persona de cuyos
actos se constituye en autora una gran multitud mediante pactos recíprocos de sus
miembros con el fin de que esa persona pueda emplear la fuerza y medios de todos
como lo juzgue conveniente para asegurar la paz y defensa común. El titular de esta
persona se denomina SOBERANO, y se dice que tiene poder soberano; cada uno de
los que le rodean es SÚBDITO Suyo.
RESPUESTA

Para generar el estado se confiere todo su poder y fortaleza a un hombre, o


asamblea de hombres, todos los cuales, por pluralidad de votos, puedan reducir
sus voluntades a una voluntad. Esto equivale a decir: elegir un hombre o una
asamblea de hombres que represente su personalidad; y que cada uno
considere como propio y se reconozca a sí mismo como autor de cualquiera
cosa que haga o promueva quien representa su persona, en aquellas cosas que
conciernen a la paz y a la seguridad comunes; que, además, sometan sus
voluntades cada uno a la voluntad de aquél, y sus juicios a su juicio.

Hecho esto, la multitud así unida en un apersona se denomina ESTADO, en latín,


CIVITAS. Esta es la generación de aquel gran LEVIATÁN, o más bien (hablando
con más reverencia), de aquel dios mortal, al cual debemos, bajo el Dios inmortal,
nuestra paz y nuestra defensa. Definiéndose como una persona de cuyos actos
se constituye en autora una gran multitud mediante pactos recíprocos de sus
miembros con el fin de que esa persona pueda emplear la fuerza y medios de
todos como lo juzgue conveniente para asegurar la paz y defensa común. El titular
de esta persona se denomina SOBERANO, y se dice que tiene poder soberano;
cada uno de los que le rodean es SÚBDITO Suyo.

2.8. Locke. Estado de naturaleza, derecho a la propiedad y los fines de la


sociedad civil. Argumento contra la monarquía absoluta.

a) ¿Cuáles son las características del estado de naturaleza?

TEXTO

4. Para entender rectamente el poder político, y derivarlo de su origen, debemos


considerar en qué estado se hallan naturalmente los hombres todos, que no es otro que
el de perfecta libertad para ordenar sus acciones, y disponer de sus personas y bienes
como lo tuvieren a bien, dentro de los límites de la ley natural, sin pedir permiso o
depender de la voluntad de otro hombre alguno. Estado también de igualdad, en que
todo poder y jurisdicción es recíproco, sin que al uno competa más que al otro, no
habiendo nada más evidente que el hecho de que criaturas de la misma especie y rango,
revueltamente nacidas a todas e idénticas ventajas de la Naturaleza, y al liso de las
mismas facultades, deberían asimismo ser iguales cada una entre todas las demás, sin
subordinación o sujeción, a menos que el señor y dueño de ellos todos estableciere, por
cualquier manifiesta declaración de su voluntad, al uno sobre el otro, y le confiriere, por
nombramiento claro y evidente, derecho indudable al dominio y soberanía.

5. Esta igualdad de los hombres según la naturaleza, por tan evidente en sí misma y
filera de duda la considera el avisado Hooker, que es para él fundamento de esa
obligación al amor mutuo entre los hombres en que sustenta los deberes recíprocos y
de donde deduce las grandes máximas de la justicia y caridad. Estas son sus palabras:
"La propia inducción natural llevó a los hombres a conocer que no es menor obligación
suya amar a los otros que a sí mismos, pues si se para mientes en cosas de suyo
iguales, una sola medida deberán tener; si no puedo menos de desear que tanto bien
me viniere de cada hombre como acertare a desear cada cual en su alma, ¿podría yo
esperar que alguna parte de tal deseo se satisficiera, de no hallarme pronto a satisfacer
ese mismo sentimiento, que indudablemente se halla en otros flacos hombres, por ser
todos de una e idéntica naturaleza? Si algo les procuro que a su deseo repugne, ello
debe, en todo respecto, agraviarles tanto como a mí; de suerte que si yo dañare, deberé
esperar el sufrimiento, por no haber razón de que me pagaren otros con mayor medida
de amor que la que yo les mostrare; mi deseo, pues, de que me amen todos mis iguales
en naturaleza, en toda la copia posible, me impone el deber natural de mantener
plenamente hacia ellos el mismo afecto. De cuya relación de igualdad entre nosotros y
los que como nosotros fueren, y de las diversas reglas y cánones que la razón natural
extrajo de ella, no hay desconocedor."

6. Pero aunque este sea estado de libertad, no lo es de licencia. Por bien que el hombre
goce en él de libertad irrefrenable para disponer de su persona o sus posesiones, no es
libre de destruirse a sí mismo, ni siquiera a criatura alguna en su poder, a menos que lo
reclamare algún uso más noble que el de la mera preservación. Tiene el estado de
naturaleza ley natural que lo gobierne y a cada cual obligue; y la razón, que es dicha
ley, enseña a toda la humanidad, con sólo que ésta quiera consultarla, que siendo todos
iguales e independientes, nadie, deberá dañar a otro en su vida, salud, libertad o
posesiones; porque, hechura todos los hombres de un Creador todopoderoso e
infinitamente sabio, servidores todos de un Dueño soberano, enviados al mundo por
orden del El y a su negocio, propiedad son de Él, y como hechuras suyas deberán durar
mientras El, y no otro, gustare de ello. Y pues todos nos descubrimos dotados de iguales
facultades, participantes de la comunidad de la naturaleza, no cabe suponer entre
nosotros una subordinación tal que nos autorice a destruirnos unos a otros, como si
estuviéramos hechos los de acá para los usos de estotros, o como para el nuestro han
sido hechas las categorías inferiores de las criaturas. Cada uno está obligado a
preservarse a sí mismo y a no abandonar su puesto por propio albedrío, así pues, por
la misma razón, cuando su preservación no está en juego, deberá por todos los medios
preservar el resto de la humanidad, y jamás, salvo para ajusticiar a un criminal, arrebatar
o menoscabar la vida ajena, o lo tendente a la preservación de ella, libertad, salud,
integridad y bienes.

7. Y para que, frenados todos los hombres, se guarden de invadir los derechos ajenos
y de hacerse daño unos a otros, y sea observada la ley de naturaleza, que quiere la paz
y preservación de la humanidad toda, la ejecución de la ley de naturaleza se halla
confiada, en tal estado, a las manos de cada cual, por lo que a cada uno alcanza el
derecho de castigar a los transgresores de dicha ley hasta el grado necesario para
impedir su violación. Porque sería la ley natural, como todas las demás leyes que
conciernen a los hombres en este mundo, cosa vana, si nadie en el estado de naturaleza
tuviese el poder de ejecutar dicha ley, y por tanto de preservar al inocente y frenar a los
transgresores; mas si alguien pudiere en el estado de naturaleza castigar a otro por
algún daño cometido, todos los demás podrán hacer lo mismo. Porque en dicho estado
de perfecta igualdad, sin espontánea producción de superioridad o jurisdicción de unos
sobre otros, lo que cualquiera pueda hacer en seguimiento de tal ley, derecho es que a
todos precisa.

RESPUESTA

Las características son ser un Estado libre para ordenar sus acciones, y disponer
de sus personas y bienes como lo tuvieren bien, y también un Estado de igualdad,
en que todo poder y jurisdicción es recíproco, sin que al uno competa más que al
otro, es un estado de amor, de esa obligación al amor mutuo entre los hombres
en que sustenta los deberes recíprocos y de donde deduce las grandes máximas
de la justicia y caridad. Es necesario castigar a los transgresores para que la ley
de la naturaleza se halle confiada, tenga paz y se preserve la humanidad.

b) ¿Cuál es la fuente de la propiedad sobre las cosas de la naturaleza y cuáles


los límites de su apropiación?

TEXTO

44. Por todo lo cual es evidente, que aunque las cosas de la naturaleza hayan sido
dadas en común, el hombre (como dueño de sí mismo, y propietario de su persona y de
las acciones o trabajo de ella) tenía con todo en sí mismo el gran fundamento de la
propiedad; y que lo que constituyera la suma parte de lo aplicado al mantenimiento o
comodidad de su ser, cuando la invención y las artes hubieron mejorado las
conveniencias de la vida, a él pertenecía y no, en común, a los demás.

45. Así el trabajo, en los comienzos, confirió un derecho de propiedad a quienquiera que
gustara de valerse de él sobre el bien común; y éste siguió siendo por largo tiempo la
parte muchísimo mayor, y es todavía más vasta que aquella de que se sirve la
humanidad. Los hombres, al principio, en su mayor copia, contentábanse con aquello
que la no ayudada naturaleza ofrecía a sus necesidades; pero después, en algunos
parajes del mundo, donde el aumento de gentes y existencias, con el uso del dinero,
había hecho que la tierra escaseara y consiguiera por ello algún valor, las diversas
comunidades establecieron los límites de sus distintos territorios, y mediante leyes
regularon entre ellas las propiedades de los miembros particulares de su sociedad, y
así, por convenio y acuerdo, establecieron la propiedad que el trabajo y la industria
empezaron. Y las ligas hechas entre diversos Estados y Reinos, expresa o tácitamente,
renunciando a toda reclamación y derecho sobre la tierra poseída por la otra parte,
abandonaron, por común consentimiento, sus pretensiones al derecho natural común
que inicialmente tuvieron sobre dichos países; y de esta suerte, por positivo acuerdo,
entre sí establecieron la propiedad en distintas partes del mundo; mas con todo existen
todavía grandes extensiones de tierras no descubiertas, cuyos habitantes, por no
haberse unido al resto de la humanidad en el consentimiento del uso de su moneda
común, dejaron sin cultivar, y en mayor abundancia que las gentes que en ella moran o
utilizarlas puedan, y así siguen tenidas en común, cosa que rara vez se produce entre
la parte de humanidad que asintió al uso del dinero.

46. El mayor número de las cosas realmente útiles a la vida del hombre y que la
necesidad de subsistir hizo a los primeros comuneros del mundo andar buscando -como
a los americanos hoy-, son generalmente de breve duración, de las que, no consumidas
por el uso, será menester que se deterioren y perezcan. El oro, plata y diamantes, cosas
son valoradas por el capricho o un entendimiento de las gentes, más que por el
verdadero uso y necesario mantenimiento de la vida. Ahora, bien a esas buenas cosas
que la naturaleza nos procurara en común, cada cual tenía derecho (como se dijo) hasta
la cantidad que pudiera utilizar, y gozaba de propiedad sobre cuanto con su labor
efectuara; todo cuanto pudiera abarcar su industria, alterando el estado inicial de la
naturaleza, suyo era. El que había recogido cien celemines de bellotas o manzanas
gozaba de propiedad sobre ellos; bienes suyos eran desde el momento de la
recolección. Sólo debía cuidar de usarlos antes de que se destruyeran, pues de otra
suerte habría tomado más que su parte y robado a los demás. Y ciertamente hubiera
sido necesidad, no menos que fraude, atesorar más de lo utilizable. Si daba parte de
ello a cualquiera, de modo que no pereciera inútilmente en su posesión, el beneficiado
debía también utilizarlo. Y si trocaba ciruelas, que se hubieran podrido en una semana,
por nueces, que podían durar para su alimento un año entero, no causaba agravio; no
malograba las comunes existencias; no destruía parte de esa porción de bienes que
correspondían a los demás, mientras nada pereciera innecesariamente en sus manos.
Asimismo, si quería ceder sus nueces por una pieza de metal, porque el color le gustare,
o cambiar sus ovejas por cáscaras, o su lana por una guija centelleante o diamante, y
guardar esto toda su vida, no invadía el derecho ajeno; podía amontonar todo el acervo
que quisiera de esas cosas perpetuas; pues lo que sobrepasaba los límites de su
propiedad cabal no era la extensión de sus bienes, sino la pérdida inútil de cualquier
parte de ellos.

RESPUESTA

Por todos lo cual es evidente, que, aunque las cosas de la naturaleza hayan sido
dadas en común, el hombre tenía con todo en sí mismo el gran fundamento de la
propiedad. El trabajo, en los comienzos, confirió un derecho de propiedad a
quienquiera que gustara de valerse de él sobre el bien común; y éste siguió siendo
por largo tiempo la parte muchísimo mayor, y es todavía más vasta que aquella
de que se sirve la humanidad.
A las buenas coas que la naturaleza nos procurara , cada cual tenía derecho (como
se dijo) hasta la cantidad que pudiera utilizar, y gozaba de propiedad sobre cuanto
su labor efectuara; todo cuanto pudiera abarcar su industria, alterando el estado
inicial de la naturaleza, suyo era.
c) ¿Cuáles son los fines de la sociedad civil o política?

TEXTO

87. El hombre, por cuanto nacido, como se demostró, con título a la perfecta libertad y
no sofrenado goce de todos los derechos y privilegios de la ley de naturaleza, al igual
que otro cualquier semejante suyo o número de ellos en el haz de la tierra, posee por
naturaleza el poder no sólo de preservar su propiedad, esto es, su vida, libertad y
hacienda, contra los agravios y pretensiones de los demás hombres, sino también de
juzgar y castigar en los demás las infracciones de dicha ley, según estimare que el
agravio merece, y aun con la misma muerte, en crímenes en que la odiosidad del hecho,
en su opinión, lo requiriere. Mas no pudiendo sociedad política alguna existir ni subsistir
como no contenga el poder de preservar la propiedad; y en orden a ello castigue los
delitos de cuantos a tal sociedad pertenecieren, en este punto, y en él sólo, será
sociedad política aquella en que cada uno de los miembros haya abandonado su poder
natural, abdicando de él en manos de la comunidad para todos los casos que no
excluyan el llamamiento a la protección legal que la sociedad estableciera. Y así, dejado
a un lado todo particular juicio de cada miembro particular, la comunidad viene a ser
árbitro; y mediante leyes comprensivas e imparciales y hombres autorizados por la
comunidad para su ejecución, decide todas las diferencias que acaecer pudieren entre
los miembros de aquella compañía en lo tocante a cualquier materia de derecho, y
castiga las ofensas que cada miembro haya cometido contra la sociedad, según las
penas fijadas por la ley; por lo cual es fácil discernir quiénes están, y quiénes no, unidos
en sociedad política. Los que se hallaren unidos en un cuerpo, y tuvieren ley común y
judicatura establecida a quienes apelar, con autoridad para decidir en las contiendas
entre ellos y castigar a los ofensores, estarán entre ellos en sociedad civil; pero quienes
no gozan de tal común apelación, quiero decir en la tierra, se hallan todavía en el prístino
estado natural, donde cada uno es, a falta de otro, juez por sí mismo y ejecutor; que así
se perfila, como antes mostré, el perfecto estado de naturaleza.

88. Y de esta suerte la nación consigue el poder de fijar qué castigó corresponderá a las
diversas transgresiones que fueren estimadas sancionables, cometidas contra los
miembros de aquella sociedad (lo cual es el poder legislativo), así como tendrá el poder
de castigar cualquier agravio hecho a uno de sus miembros por quien no lo fuere (o sea
el poder de paz y guerra); y todo ello para la preservación de la propiedad de los
miembros todos de la sociedad referida, hasta el límite posible. Pero dado que cada
hombre ingresado en sociedad abandonara su poder de castigar las ofensas contra la
ley de naturaleza en seguimiento de particular juicio, también, además del juicio de
ofensas por él abandonado al legislativo en cuantos casos pudiere apelar al magistrado,
cedió al conjunto el derecho de emplear su fuerza en la ejecución de fallos de la
república; siempre que a ello fuere llamado, pues esos, en realidad, juicios suyos son,
bien por él mismo formulados o por quien le representare. Y aquí tenemos los orígenes
del poder legislativo y ejecutivo en la sociedad civil, esto es, el juicio según leyes
permanentes de hasta qué punto las ofensas serán castigadas cuando fueren en la
nación cometidas; y, también, por juicios ocasionales, fundados en circunstancias
presentes del hecho, hasta qué punto los agravios procedentes del exterior deberán ser
vindicados; y en uno como en otro caso emplear, si ello fuere menester, toda la fuerza
de todos los miembros.

89. Así, pues, siempre que cualquier número de hombres de tal suerte en sociedad se
junten y abandone cada cual su poder ejecutivo de la ley de naturaleza, y lo dimita en
manos del poder público, entonces existirá una sociedad civil o política. Y esto ocurre
cada vez que cualquier número de hombres, dejando el estado de naturaleza, ingresan
en sociedad para formar un pueblo y un cuerpo político bajo un gobierno supremo: o
bien cuando cualquiera accediere a cualquier gobernada sociedad ya existente, y a ella
se incorporare. Porque por ello autorizará a la sociedad o, lo que es lo mismo, al poder
legislativo de ella, a someterle a la ley que el bien público de la sociedad demande, y a
cuya ejecución su asistencia, como la prestada a los propios decretos, será exigible. Y
ello saca a los hombres del estado de naturaleza y les hace acceder al de república, con
el establecimiento de un juez sobre la tierra con autoridad para resolver todos los
debates y enderezar los entuertos de que cualquier miembro pueda ser víctima, cuyo
juez es el legislativo o los magistrados que designado hubiere. Y siempre que se tratare
de un número cualquiera de hombres, asociados, sí, pero sin ese poder decisivo a quien
apelar, el estado en que se hallaren será todavía el de naturaleza.

RESPUESTA

Será sociedad política aquella en que cada uno de los miembros haya abandonado
su poder natural, abdicando de el en manos de la comunidad para todos los casos
que no excluyan el llamamiento a la protección legal que la sociedad estableciera.
Los que se hallaren unidos en un cuerpo, y tuvieren ley común y judicatura
establecida a quienes apelar, con autoridad para decir en las contiendas entre
ellos y castigar a los ofensores, estarán entre ellos en sociedad civil. Así, pues,
siempre que cualquier número de hombres de tal suerte en sociedad se junten y
abandonen cada cual su poder ejecutivo de la ley de naturaleza, y lo dimita en
manos del poder público, entonces existirá una sociedad civil o política.

d) ¿Por qué es incompatible la monarquía absoluta con la sociedad civil o


política?

TEXTO

90. Y es por ello evidente que la monarquía absoluta, que algunos tienen por único
gobierno en el mundo, es en realidad incompatible con la sociedad civil, y así no puede
ser forma de gobierno civil alguno. Porque siendo el fin de la sociedad civil educar y
remediar los inconvenientes del estado de naturaleza (que necesariamente se siguen
de que cada hombre sea juez en su propio caso), mediante el establecimiento de una
autoridad conocida, a quien cualquiera de dicha sociedad pueda apelar a propósito de
todo agravio recibido o contienda surgida, y a la que todos en tal sociedad deban
obedecer, cualesquiera personas sin autoridad de dicho tipo a quien apelar, y capaz de
decidir las diferencias que entre ellos se produjeren, se hallarán todavía en el estado de
naturaleza: y en él se halla todo príncipe absoluto con relación a quienes se encontraren
bajo su dominio.

91. Porque entendiéndose que él reúne en sí todos los poderes, el legislativo y el


ejecutivo, en su persona sola, no es posible hallar juez, ni está abierta la apelación a
otro ninguno que pueda justa, imparcialmente y con autoridad decidir, y de quien alivio
y enderezamiento pueda resultar a cualquier agravio o inconveniencia causada por el
príncipe, o por su orden sufrida. De modo que tal hombre, como queráis que se le tilde,
Zar o Gran Señor, o como gustareis, se halla en el estado de naturaleza, con todos
aquellos a quienes abarcare su dominio, del propio modo que está en él por lo que se
refiere al resto dé la humanidad. Porque dondequiera que se vieren dos hombres sin ley
permanente y juez común a quien apelar en la tierra, para la determinación de
controversias de derecho entre ellos, se encontrarán los tales todavía en estado de
naturaleza y bajo todos los inconvenientes de él: con sólo esta lastimosa diferencia para
el súbdito, o mejor dicho, esclavo, del príncipe absoluto: que mientras en el estado
ordinario de naturaleza, goza de libertad para juzgar de su derecho, según el máximo
de su fuerza para mantenerlo, en cambio, cuando su propiedad es invadida por el
albedrío y mandato de su monarca, no sólo no tiene a quién apelar, como los que se
hallaren en sociedad deberían tener, sino que, como degradado del estado común de
las criaturas racionales, se ve negada la libertad de juzgar del derecho propio y de
defenderle, y así está expuesto a toda la infelicidad e inconveniente que pueda temer el
hombre de quien, persistiendo en el no sofrenado estado de naturaleza, se halla,
empero, corrompido por la adulación y armado de poder.

RESPUESTA

La monarquía absoluta y la sociedad civil son realmente incompatibles, y asi no


se puede ser forma de gobierno civil alguno. La finalidad de la sociedad civil es
evitar y remediar los inconvenientes del Estado de la naturaleza, que se
producen forzosamente cuando cada hombre es juez de su propio caso,
estableciendo para ello una autoridad conocida a la que todo miembro de dicha
sociedad pueda recurrir cuando sufre algún atropello, o siempre que se
produzca alguna disputa, y a la que todos tengan obligación de obedecer. De
modo que tal hombre, como queráis que se le tilde, Zar o Gran Señor, o como
gustareis, se halla en el estado de naturaleza, con todos aquellos que abarcare
su dominio.

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