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Antología Volcánica

Antes: La Madre Experta

Andar unos pocos kilómetros en tren, una vez en la vida por lo menos, era una tradición
heredada de su padre, y ahora esperaba transmitirla a su hijo. Hasta ahora su bisabuelo lo había
hecho con su abuelo, su abuelo con su padre, y su padre con ella. Nunca supo si esto último fue
porque no tuvo hermanos varones, o si en realidad el género no importaba en la tradición. “El
género no tiene que ver con nada”, pensaba ella, sobre todo cuando tomó la determinación de
estudiar geología.

Aprovecharían la oportunidad para tomar el carro hacia el norte, y estar todo el día en el
zoológico. De hecho el tren los dejaba en Buin, para luego tomar otro carro de acercamiento
directo hacia el bestiario. En el vagón, iban nombrando y enumerando los animales que ambos,
madre e hijo, estaban deseosos por ver, cuando, luego de que el pequeño nombrase las cebras, y
su madre, los avestruces, el niño mira por la ventana, y observa fijamente hacia la lejanía de la
cordillera, clavando sus ojos en aquello que estaba evitando ver durante todo el viaje: la dantesca
fumarola del Peteroa. Luego agacha la cabeza, y no dice otra palabra. Su madre, que esperaba que
nombrase un animal, comprende lo que sucede. Le pregunta “Tu papá me contó lo que te pasó
ayer, ¿Aún estás preocupado?”. El niño la mira con los ojos lánguidos y húmedos, asintiendo con la
cabeza, recordándose a si mismo llorando en el baño.

La fumarola del Peteroa era la noticia de la semana. Los expertos en geología y


autoridades del servicio nacional de geología, lugar de trabajo de ella, hablaban en la televisión
sobre los riesgos de una inminente erupción, además de las precauciones a tomar en tal caso. Lo
que sorprendía a ella era la poca información respecto a muchos otros aspectos de una erupción
volcánica, más allá del fenómeno y la catástrofe. Muchas veces envió cartas a los canales para
ofrecerse como experta y hablar de una forma científica, pero nunca tuvo respuestas concretas.
En una ocasión, de cierto canal la contactaron por la posibilidad de ir a hablar dentro de una
semana. Nunca recibió una llamada de confirmación, y cumplida la semana, un geólogo barbón
aparecía en pantalla. Ahí supo que algunas cosas si tienen que ver con el género.

La actividad del volcán ocurrió en vacaciones de invierno, y su hijo, el día anterior del viaje
en tren al zoológico, después de horas de noticias sobre el volcán, se encerró en el baño a llorar
desconsolado, pensando que el mundo se acabaría, y sin querer abrirle a su padre.

– Yo te puedo explicar lo que está pasando – Se dirige a su hijo con toda la ternura y
agudeza que significa, primero, ser geóloga, y segundo, y sobre todo, ser madre.

La geología la eligió desde muy pequeña, precisamente al verse parada frente a frente a
un volcán en actividad en el sur, sintiendo el rugir de la tierra, apretando la mano de su padre, con
miedo, pero segura, y por sobre todo, con una euforia incontenible. Fue ahí cuando se dio cuenta
que la tierra también está viva, tiene un pulso, un ciclo, aunque milenario, eterno, imperceptible
casi siempre, pero real.

– El mundo necesita cambiar de ropa a veces, para que en el suelo puedan crecer
plantitas, y tengan todos nutrientes que necesitan, que son los minerales. La ceniza que cae del
volcán, se transforma en eso, en un suelo muy rico para las plantas, arboles, verduras, y los
tomatitos que untas con el pancito, por ejemplo.

La madre no se dejaba distraer por los enormes, redondos y ya menos vidriosos ojos de su
pequeño. – es casi lo mismo que pasa con el agua; el agua se transforma en nubes, que suben a la
cordillera, se transforman en hielos gigantes, que se derriten para formar los ríos, que llegan al
mar, y después empieza todo de nuevo. Lo mismo pasa con los volcanes, sacan todo el contenido
derretido y rico en comidita de plantas que tienen en su interior, llenan de minerales la tierra, y
después de muchos, muchos años lo vuelven a hacer.

– ¿Cuarenta años? – pregunta el niño, casi gritando, luego de tomar aire profundo

– Mucho, mucho más – responde su madre, no queriendo confundirlo, quizás si le decía


que el ciclo duraba milenios, sería incapaz de comprenderlo

– ¿Y si el volcán explota? – le pregunta casi reventando, sabiendo el niño que eso era lo
último que resolver antes de por fin dar por terminado el tema

– Si el volcán “erupciona”, con tu papá ya sabemos que hacer, tomamos lo necesario y nos
vamos a un lugar seguro contigo, no nos va a pasar nada, lo prometo – y levanta la mano en señal
de juramento, quizás el más sagrado que haya hecho en su vida

Ahora el niño volvía a su semblante habitual, de inocencia y travesura – ¡me toca a mi! ¡El
león!

Durante: El Místico que Casi lo Olvida

Mailén descendía cautelosa cerro abajo, con los dos cachorros de Pun, su perrita, tan
negra como la noche recién pasada. Bajaba a pasos cortos pero ligeros, como el profesor de
educación física les había enseñado en la clase de montañismo improvisado. Los sacudones del
terreno que ocurrían mientras la ceniza y lava eran expulsados a borbotones por el abismo del
volcán Peteroa, ante el cuál había estado parada un par de veces, llevándose a cabo el ngillatún,
sintiendo las vibraciones de su rugido con todos los poros, con los ojos bien puestos en la machi,
para luego bailar al ritmo de la trutruca, y cantar a coro con su familia y amigos. El volcán era uno
más de sus hermanos, ese era un saber incuestionable para ella. Hasta podía sentir como si los
árboles y los pájaros cantaban a coro con ellos.

Unos cientos de metros cerro abajo se encuentra con su familia, todos juntos, solo faltaba
ella.

Su hermano, Catriel, mayor por dos años, insistía en bajar más rápido de lo común. A ella
le extrañaba, ya que estaban en la misma clase de educación física (en los cursos de su escuela
rural, había tan pocos estudiantes que no había distinción por edad), debiera saber cuál es la
mejor forma de bajar y el riesgo que significaba para él correr a tontas y a locas. Ya se estaban
acercando a una zona más empinada y de roca más solida y, a momentos, filuda.

– ¡Apúrense kutri ñuque…! ¡yo no me voy a morir por esperarlos a ustedes! – gritaba el
joven, con ojos ya medio rojizos y apenas pudiendo sacar la voz de tanto forzarla.
Por la situación desesperada, Mailén no tuvo más remedio que cederle ambos cachorros a
su madre, y correr tras Catriel

– ¿Qué te pasa? Te estas poniendo igual que los huincas que tenemos de compañeros. ¿Se
te olvida que el volcán es tu hermano? Estás dejando en vergüenza a la familia, ¡pirulonko!. – Casi
una cabeza más pequeña, su hermana logra amainar las pasiones de Catriel, quién logra por lo
menos bajar los hombros, bajar el tono, y adoptar un ritmo de respiración un poco más decente.

– Cálmate pendeja, relájate, mi idea es que lleguemos todos vivos abajo; ando buscando
un camino más seguro para bajar, ¿Por qué la mala onda? ¿Es culpa mía que haya explotado el
volcán? – en este momento su hermana lo miraba con ojos de fuego

– ¡Se dice erupcionado! ¡Y escúchate! Estás hablando igual que esos huincas, los mismos
que se ríen de ti cuando te das vuelta, y que crees que son tus amigos porque te dan de su
“güisky”, o más bien el que le roban a sus papitos. Lo que estás haciendo es poner en peligro a la
ñunque y a la kuku. Te he visto tropezarte seis veces ya. ¿si te caes y te partes la cabeza? ¿Que
crees que haría la kuku? ¿Seguiría evacuando tranquilamente? Apenas se puede las patas – en ese
momento Catriel mostraba menos desesperanza, aunque aún un poco de rabia por la
determinación de su hermana, y los pocos argumentos que tenía ante sus afirmaciones.

– Escucha , está bien que tengas amigos – recita Mailén, ahora con calma – pero no te
olvides del lugar donde naciste, no te olvides de tu familia; y no me refiero solo a nosotros, sino a
todos tus hermanos, al volcán también es tu hermano.

Catriel bajaba ahora con la mirada puesta en el horizonte, con una lágrima que bajaba por
su mejilla, mientras su hermana le seguía hablando – No olvides lo que siempre decía la machi en
sus lecciones improvisadas, vivimos al lado de un hermano poderoso, gigante, pero hermoso y
dador de vida; su ceniza espanta a los invasores, su lava funde sus artefactos malignos, trae el
equilibrio de nuevo al waj mapu; Vivimos en tiempos especialmente desbalanceados, el huinca
está destruyendo nuestros ríos, instalando murallas que no lo dejan merodear nuestra propia
tierra, desalojando nuestros bosques para instalar arboles huincas que lo secan todo a su
alrededor; Es natural que el hermano Peteroa esté furioso, ¿no crees?; No digo que sea fácil, no
creas que no siento también rabia, miedo y frustración de tener que dejar la ruka que tanto
queremos, pero ahora hay que bajar tranquilos, y después darle gracias y pedirle perdón a la ñuke
mapu.

Horas después, llegan a un punto donde el aire parece estar menos denso, y se
encuentran con su chau, que había bajado con las ovejas antes que ellos. La actividad del volcán ya
había amainado, y donde estaba la planta hidroeléctrica, ahora solo había un lago de lava.

Después: El loco que escapó

Estaba aburrido de decirles a sus colegas que no se puede fumar en la escena del
incidente, sobre todo a los más jóvenes, así que por esa vez, no se dio esa tarea. No solo por estar
cansado de hacerlo, sino porque no quería quedar como “perro enojón” delante de la familia del
occiso. Habían pasado varias semanas sin que Alfonso fuese a una escena de un suicidio, sobre
todo uno que llevase varios días del suceso, y uno que involucrase tanta sangre, como lo es el
desangramiento por corte.

Aún estaba todo ligeramente cubierto de ceniza del volcán. Suerte para algunos, desdicha
para otros, las cenizas en su mayoría se habían ido hacia el lado Argentino, pero algo de ceniza lo
cubría todo en Curicó.

Por eso, sin mucho investigar era obvio el momento en que el dueño de casa se había
quitado la vida: durante la erupción, ya que no había ninguna marca de nada, todo estaba cubierto
por cenizas, no habían huellas ni en el suelo ni en los muebles, incluso en la tina había una
pequeña capa de ceniza sobre el agua mezclada con sangre y detergente.

“Nosotros ya aprendimos que la culpa no es nuestra, señor, ¿no cierto?”, dijo Anabela, la
hermana de Luis Alberto Faundez, quien aún yacía en su tina llena de agua y sangre. Lo dijo
cambiando la mirada a su hija, quien estaba un poco en shock aún. La pequeña María Luisa,
ahijada del difunto, quien no supo como responder las palabras de su madre.

– Ahora, para responder a su pregunta, estamos aquí con mi hija, que quizás no pueda
hablarle porque aún está muy mal, vinimos a ver al Lucho, mi hermano menor, como todos los
viernes, que es cuando está más mal, le vienen todas las ganas de tomar. Vinimos a dejarle un
poco de plata, ojalá para que coma, aunque al final se la termina tomando casi toda; usted ve lo
flaco que está, o no se si usted pensará que está así de flaco porque está muerto, ¿qué se yo
cuanto se demora un cadáver en ponerse esquelético?, y disculpe mi ignorancia si estoy muy lejos
de tener la razón, pero quizás los cuerpos adelgazan a los días de morir.

Para entonces la cara de confusión del detective Alfonso era mayor. Prefirió cambiar la
vista a la pequeña que seguía en Shock

– Tu mami tiene razón chiquita, la culpa no es de ustedes. Debes estar asustada y triste
ahora – cambia la mirada a su madre – las voy a dejar irse a sus casas, para que descansen
tranquilas, aunque sea difícil, pero háganse compañía; si quiere usted, Anabela, puede volver sola
más tarde, el resto de la familia va a llegar pronto, pero prefiero que la niña no esté aquí ahora… –

En ese momento la pequeña lo interrumpe sin pudor:

– Mi mamá siempre me dice lo mismo, que nosotros no tenemos la culpa, pero se refiere a
la enfermedad de mi tío; ¿usted sabe si no poder parar de tomar es una enfermedad? ¿o es pura
maña nomas? o quizás es como me dice mi tata que es puro “aprovechamiento” de mi tío, decir
que está enfermo, para seguir tomando y que no lo reten porque está enfermo.

Alfonso sintió el flujo de adrenalina al tener que hacer algo que nunca ha hecho en la vida:
tener que responderle a una niña algo del mundo adulto:

– Si pequeña, es una enfermedad la adicción, pero una enfermedad donde el enfermo


tiene que poner harto de su parte para sanarse.

El detective evaluó que, a pesar de las reiteraciones, lo había hecho bastante bien. La
madre interrumpe, suponiendo que el policía se sentía incómodo:
– Tiene toda la razón señor, puede decirme Any si quiere – A lo que Alfonso responde con
un amable gesto de rechazo

– Lo que pasa es que mi hermano padece… o padecía… de muchas enfermedades;


también era super maniático con el orden.

Lo cual se hacía evidente al mirar la casa de Luis, que estaría impecable si no fuera por la
ceniza. Incluso era evidente que había planificado su suicidio de tal forma que toda la sangre
quedara dentro de la tina, y había mezclado el agua con detergente probablemente para que
luego no costara tanto limpiar la tina.

– Le tenía fobia a las enfermedades también, señor… – Y en eso interrumpe la pequeña

– pero siempre a lo que le tuvo más miedo era a las catástrofes; para el terremoto del
2010 lo fuimos a buscar, o más bien a bajar, de la higuera del abuelo.

En este momento la voz de la niña se aprieta, como no queriendo salir de su pecho, y sus
ojos se humedecen. El detective se agacha para quedar a su altura

– Mi niña, mi abuelo me decía que del miedo solo se escapa hacia dentro, queriendo decir
que siempre vamos a sentir miedo por algo, pero lo peor es creer que para dejar de sentir miedo,
hay que dejar de hacer lo que debemos hacer. Tu tío le tenía miedo a algo que no estaba bajo su
control. El volcán es algo tan grande y tan poderoso que nadie de nosotros, ni todos nosotros
juntos podemos hacer algo para que no explote…

– …“Erupcione” – corrige la niña, sacándole una sonrisa al detective y a su madre, quien


también ya luchaba cada vez más inútilmente por contener las lágrimas,

– Usted lo ha dicho; No escape hacia dentro usted cuando tenga miedo, siga hacia delante.

Las dos salieron abrazadas de la casa, con la intención de ir a descansar un rato a la suya,
cuando llega el auto de Javier, el hermano del medio de Anabela y Luis, y los tres se abrazan, y por
fin lloran sin contenerse.

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