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Había una vez un hermoso reino, pequeño pero hermoso. Tal vez del tamaño
de una ciudad pequeña. Era un reino como muchos otros. La gente iba a sus
trabajos; los niños iban a la escuela. Algunas personas asistían a la iglesia o
templo, y otras no. Algunas personas visitaban a sus amigos los fines de
semana, hacían sus comidas favoritas, jugaban juntos e incluso tenían fiestas
de cumpleaños muy divertidas. La mayoría de las personas eran buenos
amigos, pero no todos. Y así es como todas las cosas y todas las personas en
este pueblo eran bastante comunes y corrientes.
Hasta que un día…
El dragón apareció. Todo el pueblo supo que el dragón se había comido una
vaca del granjero que estaba pastando a las afueras del reino. Otro día, el
mismo dragón se comió al perro del zapatero, justo frente a su casa. La gente
comenzó a espantarse, y ¡con toda razón!
Todos los papás y las mamás les dijeron a sus hijos e hijas que ya no podían
jugar en los parques, ni en las calles. Así, los niños se quedaron encerrados en
sus casas y no podían salir. Los padres de familia ya no iban a trabajar porque
tenían que quedarse a cuidar a sus hijos, a mantenerlos a salvo del dragón
Muy pronto, las calles del reino comenzaron a quedarse vacías. Nadie salía de
sus casas. Todos le tenían terror al dragón y preferían quedarse en casa sin
salir. Algunos comenzaron a platicar entre ellos sobre su miedo al dragón y
sobre cómo sus vidas habían cambiado desde que el dragón apareció. Todos
estaban muy tristes porque sus vidas habían cambiado.
Unas personas comenzaron a culpar a otros por la aparición del dragón, y así
de pronto todo el reino comenzó a dividirse, culpándose de la existencia del
dragón en el reino. Así, todas las amistades se terminaron y la gente regresó
a sus casas, solos, encerrados y enojados.
No pasó mucho tiempo para que este reino comenzara a tener una muy mala
reputación entre sus reinos vecinos. Los otros reinos no sabían de la
existencia del dragón, pero sí sabían sobre la muy mala relación entre sus
habitantes y también sabían de que sus habitantes no salían a las calles. Sus
vecinos pensaban que eran un reino amargado, triste y solitario.
Cuando este joven escuchó esto, dijo: “Bueno, entonces en ese caso, ¡yo
mataré al dragón! “¡Llévenme a donde se encuentra!” Y así, los habitantes
del pueblo lo llevaron hasta una enorme cueva que se encontraba en la cima
de una montaña, y ahí adentro, se encontraba el dragón durmiendo
plácidamente.
FIN