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SEPARATA 3
PROBLEMÁTICA (II), ENFOQUES (II) Y
MARCO TEÓRICO (II)
El capítulo precedente iniciamos realizando un viaje por la evolución histórica de los residuos
sólidos, desde la prehistoria –donde se generaban residuos orgánicos de animales y frutos
producto de la alimentación y abrigo principalmente- hasta los tiempos actuales, donde se
sumaron, de manera significativa, residuos prácticamente no biodegradables como los plásticos,
y aquellos tecnológicos como los equipos móviles; los primeros reemplazando a gran escala
envases y todo tipo de objetos que antes se fabricaban de vidrio, metales o madera, los segundos
con cada vez mayor rapidez de obsolescencia.
Miramos además un recuento, en una primera aproximación, de la problemática
mundial relacionada con los residuos sólidos, que tiene que ver con los bajos niveles de
provisión de agua potable, saneamiento e higiene pública, produciendo de manera trágica e
innecesaria, millones de muertes al año, como consecuencia de infecciones respiratorias y
gástricas. En este trágico recuento, pudimos apreciar alguno de los emblemáticos desastres
mundiales, continentales y nacionales por mal manejo de residuos, materiales peligrosos y
procesos industriales.
Pero no solo se afecta la salud de millones de personas –y animales- en el mundo, vimos
que se afectan los cuerpos de agua y suelo por el contacto directo –incluido lixiviados- de los
residuos sólidos y el aire de manera indirecta a partir de la quema de los mismos o su
biodegradación no aprovechada con la consecuente emisión de gases de efecto invernadero.
Todo esto, no hace más que impactar social, ambiental y económicamente –con la afectación
de actividades productivas y/o valor inmobiliario del suelo por ejemplo- los territorios donde
ellos se generan y no son bien manejados.
Asimismo, la información declarada por subsector también siembra dudas, por ejemplo
el subsector salud reporta que la totalidad de sus residuos son peligrosos (cuando se sabe que
estos están alrededor del 50% -ver imagen inferior). Lo más recomendable entonces será
indagar en el Minam por información más reciente, y verificar el nivel de fiabilidad de la misma.
De todas formas, vale la pena mirar lo reportado por subsector en las siguientes gráficas y
tablas.
Evolución de la gestión y manejo de residuos sólidos en el Perú
Como hemos visto, el déficit de los servicios de limpieza pública en el Perú es muy grande:
aproximadamente más del 95% de las municipalidades del país no tienen un sistema de gestión
integral de residuos sólidos como tal, sino principalmente vehículos que recogen los residuos y
los trasladan a botaderos; aunque cabe mencionar que en los últimos años, en el marco del Plan
de Incentivos a la Mejora de la Gestión y Modernización Municipal –promovido por el Minam
y MEF- se han venido implementando Programas de Segregación en la Fuente y Recolección
Selectiva de Residuos Sólidos, aunque en la mayoría de los casos de manera piloto (10-15% de
la población), llevando dichos residuos a centros de acopio no formalizados por la entidad
competente.
En todo caso, y más allá de estos avances, la mayoría de medianas y grandes ciudades
(fuera de Lima y Callao) del país, como Cusco, Piura, Trujillo, Chimbote, Chiclayo, etc., exhiben
inmensos botaderos que agreden como hemos visto, no solo al ambiente y la economía de las
mismas, sino a las personas y otros seres vivos en dichos territorios. ¿Por qué no se ha podido
avanzar más? Una probable respuesta quizá la tenemos en los paradigmas instalados en la
psiquis social y de las diversas autoridades de turno a lo largo y ancho del país. Revisemos
dichos paradigmas.
El paradigma del siglo XIX: la “Baja Policía”
De acuerdo a la guía elaborada por Hipólito Unanue en 1793, la población de Lima bordeaba
los 60 mil habitantes, decayendo poco después tras la crisis de la independencia y recuperándose
tras el ciclo del guano, rozando casi un siglo después (1876), los cien mil habitantes. La ciudad
estaba dividida en cinco cuarteles (Lossio, 2001), con dos distritos y diez barrios para cada uno,
a propuesta y dirección del urbanista Jorge Escobedo, “para mejorar los servicios de la ciudad
y limpieza de la ciudad”. El cuartel más desaseado era el quinto, el del Rímac:
“(…) los muladares y materias fecales de que está cercado el arrabal (…), los pantanos
y aguas estancadas formados en las inmediaciones del puente” (Tafur 1868, recogido
por Lossio 2001)
Como recuerda Lossio, durante toda la primera mitad del siglo XIX, lo que primó en
Lima fue la densificación poblacional (tugurización, en callejones por ejemplo), al no haber
construcciones nuevas. En dichas aglomeraciones además, la convivencia con animales de
diversa índole (en corrales, gallineros y
huertas caseras), provocó la aparición y
proliferación de animales potencialmente
transmisores de enfermedades como
ratas, pericotes, pulgas, piojos, moscas,
mosquitos, etc.
El ambiente urbano desaseado
por dicha convivencia casera y barrial
incorporó a la fauna cotidiana la figura del
gallinazo, cuyas referencias en crónicas de
la época (como la de Middendorf en
1893), así lo notan, como un animal de
preferencias alimenticias relacionadas a los animales muertos y las inmundicias urbanas. En la
Lima de fines del XIX, entonces, la presencia del gallinazo en diversos puntos de la ciudad, era
significativa.
En ese contexto, los reglamentos municipales del siglo XIX, consideraron que “las
basuras y desechos debían ser recogidos diariamente por la “baja policía” y trasladados fuera
del cerco urbano, con el fin de evitar que su acumulación produjera emanaciones miasmáticas
que pudieran convertirse en el origen de enfermedades y epidemias”. La “baja policía” era un
servicio municipal encargado a una persona o entidad privada vía subasta, que se hacía por
distritos. Quien asumía el servicio se comprometía a “barrer perfectamente todos los días las
calles”, a recoger –mediante carretones- todos los días “todas las basuras, inmundicias y
animales muertos” y a “secar los aguasales” provocados por las acequias (información recogida
de un recorte de El Comercio de 1824 por Lossio -2001-). Dichos residuos eran llevados a los
“repositorios municipales”, ubicados a extramuros de la ciudad, “en el Tajamar, en el Martinete
y en Maravillas” (Lossio, 2001). En dichos puntos, los residuos eran quemados, enterrados o
arrojados al río, en la idea de que la afectación a los vecinos limeños no sería importante al
ubicarse lo suficientemente alejado de la ciudad.
Un artículo de la época de El Comercio titulado “Baja Policía” (Lossio, 2001), recuenta
que el servicio de recojo de residuos mostraba serias deficiencias: los carretones pasaban solo
una vez por semana, lo que provocaba que se acumularan desechos en puntos centras de la
ciudad y poca frecuencia de barrido de calles, lo que se evidenciaba diariamente con vías sucias,
con desechos por doquier la mayor parte del tiempo. Otra crónica de la época apunta:
“Por el centro de las calles, paralelamente al río, corren pequeñas acequias, empleadas
como desagüe abierto, en cuyos bordes, bandadas de desagradables gallinazos, grandes
buitres de cabeza desnuda, actúan como basureros de los perezosos habitantes”
(Markham 2001 [1856]: 270; extraído de Lossio 2001)
Como vemos, este paradigma tiene cerca de dos siglos, y hace referencia a un tipo de
servicio público que tiene que ver con personas encargadas del “orden” de la ciudad en relación
con su higiene y su ornato (Lossio, 2001), un servicio valorado de modo inferior al que la “(alta)
policía” tenía que garantizar como “orden” en relación a la seguridad ciudadana. Veamos cómo
se transformó este primer paradigma durante el siguiente siglo.
El paradigma del siglo XX: la “Limpieza Pública”
Las aglomeraciones urbanas fueron creciendo durante la primera mitad del siglo XX y
generando un desafío cada vez mayor para los servicios concesionados de la “baja policía”, que
cada vez iban teniendo mayores dificultades para recoger y sobre todo disponer los residuos
sólidos pues los basurales instalados en la periferia ya no daban más.
El colapso de los botaderos municipales generó la necesidad de implementar
infraestructuras que aseguraran enterrar con razonables niveles de eficacia los residuos sólidos,
situación que no se dio solamente aquí sino en
las principales ciudades del mundo que iban
convirtiéndose en metrópolis (es decir,
ciudades con una población mayor a 500 mil
habitantes), gestándose la solución ingenieril
denominada “relleno sanitario” en la década
del treinta en Reino Unido, y una década
después en Estados Unidos, específicamente
en la ciudad de Nueva York, con el alcalde de
dicha ciudad y el Director de Obras Públicas
inclinado a la sanidad, Jean Vincenz, tomando
como referencia el manejo de desechos durante
la segunda guerra mundial, pero ahora para todo tipo de comunidades (Tchobanoglous, 1982).
Dicha solución empezó a implementarse en el país, ya bien entrada la segunda mitad
del siglo veinte con algunos “rellenos sanitarios” en Lima (lo entrecomillamos porque las
primeras infraestructuras, al sur y norte de Lima tenían serias deficiencias sanitarias, en su
mayoría, razonablemente subsanadas durante el presente siglo). Entonces pasamos del modelo
“barrido-recolección-botadero” (paradigma “baja policía”) al de “barrido-recolección-relleno
sanitario” (paradigma “Limpieza Pública”), donde todo lo que se recogía o barría debía terminar
enterrado en una infraestructura de ese tipo, no importa si lo que se enterrara fuera o no
reciclable. Ese paradigma primó formalmente hasta el último año del siglo, dando paso al actual.
El paradigma del siglo XXI: la “Gestión Integral de Residuos Sólidos”
Empezó el siglo XXI con menos de un puñado de rellenos sanitarios a nivel nacional, casi todos
en Lima, y muchos de ellos al borde de una línea muy delgada que apenas los separaba de
constituirse en unos inmensos botaderos pues ya recibían miles de toneladas de residuos por
día, para una ciudad que sobrepasaba los ocho millones de habitantes.
Los pocos estudios de caracterización de residuos sólidos urbanos que se habían
realizado, habían arrojado que había un porcentaje nada despreciable de residuos reciclables,
tanto orgánicos (para transformarse en compost) como inorgánicos (con metales, envases de
vidrio y cartón y una presencia ya notoria de plásticos). Dichos resultados, y las corrientes
ambientalistas globales que propulsaban desde década y media detrás, entre otras necesarias
acciones, la del reciclaje, parecieran haber sensibilizado lo suficiente a los formuladores y
gestores de lo que fue la famosa Ley N° 27314, “Ley General de Residuos Sólidos”, promulgada
en julio del año 2000, dando origen al reconocimiento de la naturaleza cíclica de los residuos y
por tanto de los esfuerzos de su manejo y gestión por parte de las municipalidades, en lo que
vino a denominarse desde entonces “Sistemas de Gestión Integral de Residuos Sólidos”
(Sistemas GIRS).
Bibliografía
1. Lossio, Jorge (2001). “Purificando las atmósferas epidémicas: la contaminación ambiental en las
políticas de salud (Lima, siglo XIX)”, en Histórica XXV.2 (2001): 135-160. Lima.
2. Markham, Clements Robert (2001) [1856]. Cuzco and Lima. Lima: Petroperú.
3. Middendorf, Ernst (1973) [1893]. Perú: observaciones y estudios del país y sus habitantes durante una
permanencia de 25 años. 3 vols. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
4. Ministerio del Ambiente (2019). Sector Ambiente: Diagnósticos de la situación de las brechas de infraestructura
o de acceso a bienes/servicios. Lima: Ministerio del Ambiente
5. Ministerio del Ambiente (2014). Sexto Informe Nacional de Residuos Sólidos de la Gestión del Ámbito
Municipal y No Municipal 2013. Lima: Ministerio del Ambiente
6. Tchobanoglous, G., Theissen, H., Eliassen, R. (1982). Desechos sólidos: principios de ingeniería y
administración. Edición digital traducida por Armando Cubillos. Mérida, Venezuela.
7. Unanue, Hipólito (1985) [1793]. Guía política, eclesiástica y militar del virreinato del Perú. Edición, prólogo
y apéndices de José Durand. Lima: COFIDE