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sOBRE LA PSICOTERAPIA DE LA HISTERIA

Partiendo del método de Breuer, Freud se ocupo de la etología y el mecanismo de la neurosis en


general. Esta etología debía buscarse en factores sexuales. Al escoger el método catártico para
aquellos casos que era posible diagnosticar provisionalmente como histeria porque presentaban
muchos de los síntomas característicos de ella, se obtenían pocos resultados. El método resultaba
mas eficaz en neurosis que no parecían histerias, en los que se lograba influirlos y aun
solucionarlos.
La eficacia de este método no influye sobre las condiciones causales de la histeria y por tanto no
puede impedir que en lugar de los síntomas eliminados se generen otros nuevos; los obstáculos
residirían en circunstancias personales de esos casos.

El método catártico no pierde valor por ser sintomático y no causal. Una terapia causal no es sino
profiláctica, suspende el ulterior desarrollo de la afección , pero no necesariamente elimina con
ello los productos que ha dado hasta el momento. No le quita todo consuelo en cuanto al futuro,
por lo que atañe a la posibilidad de una recidiva. Con la terapia catártica uno cura solo lo que es
susceptible de curación espontanea, o en ocasiones también otras cosas que espontáneamente no
se habrían solucionado.
El método requiere un gran interés por los hechos psicológicos y al mismo tiempo, una simpatía
personal hacia los enfermos. Las condiciones que se les exigen no son menores; por debajo de
cierto nivel de inteligencia el procedimiento es absolutamente inaplicable y cualquier
contaminación de debilidad mental lo dificulta de manera extraordinaria.
Algunos enfermos no eran hipnotizarles, aunque el diagnostico indicaba histeria y declarara
probable la vigencia del mecanismo psíquico. Se rehusaban al intento de hipnosis.
Entonces, se ordenaba a los enfermos acostarse y cerrar los ojos deliberadamente para
concentrarse, lo cual ofrecía al menos cierta semejanza con la hipnosis. Un mero esforzar podría
hacer salir a la luz las series de representaciones patógenas; la misma fuerza psíquica coopero en
la génesis del síntoma histérico y en aquel momento impidió el devenir consciente de la
representación patógena. Todos ellos de naturaleza penosa, que provocaban dolor psíquico. De
ella se desprendía, naturalmente, la idea de defensa. Es decir, entonces, que el no saber de los
histéricos era en verdad un “no querer saber”.
Se servia entonces, en primer termino de un pequeño artificio técnico. Se anticipaba al enfermo
que le aplicaría una presión sobre la frente y le aseguraba que, mientras dure esa presión y al cabo
de ella, vería ante si un recuerdo.
Por medio de el se disocia la atención del enfermo de su búsqueda y meditación conscientes,
como quedar absorto en una bola de cristal.
Con frecuencia emerge una representación que dentro de una cadena asociativa es un eslabón
entre la representación de partida y la buscada, patógena; pero cuya aparición le causa asombro
porque ha olvidado su vinculo con la representación de partida. Este vinculo se comprueba con
la ulterior trayectoria del análisis. El enfermo intentara desmontarlas, por así decir, al trasponerlo
en palabras. Es signo de una defensa lograda de las representaciones patógenas, tornando débil la
representación fuerte, arrancándole el afecto. Entonces, para hallar la dirección por la cual debe
avanzar el trabajo, uno se orienta siguiendo la propia imagen mnémica.
Entre las tareas del análisis se encuentra la eliminación de un síntoma susceptible de
acrecentamiento en su intensidad o de retorno. El síntoma en cuestión reaparece, o surge con
intensidad reforzada, tan pronto como uno ha entrado en la región de la organización patógena
que contiene la etiología de este síntoma y desciende tras una declaración completa.
La terapia no consiste entonces en extirpar algo sino en disolver la resistencia y así facilitar a la
circulación el camino por un ámbito antes bloqueado. Es totalmente infructuoso avanzar en forma
directa hasta el núcleo de la organización patógena. Y aunque uno fuera capaz de colegirla, el
enfermo no sabría que hacer con el esclarecimiento que se le obsequia, ni seria alterado
psíquicamente por este ultimo.

PSICOTERAPIA DE LA HISTERIA

Cuando intenté aplicar a una serie mayor de enfermos el método de Breuer para la
curación de síntomas histéricos por vía de busca y abreacción en la hipnosis, tropecé con
dos dificultades, persiguiendo las cuales di en modificar tanto la técnica como la
concepción. 1) No eran hipnotizables todas las personas que mostraban síntomas
inequívocamente histéricos y en las cuales, con toda probabilidad, reinaba el mismo
mecanismo psíquico. 2) Debí tomar posición frente al problema de saber qué, en verdad,
caracterizaba a la histeria y la deslindaba de las otras neurosis.

Hasta donde se podía hablar de una causación por la cual las neurosis fueran adquiridas,
la etiología debía buscarse en factores sexuales.

Llegué a la conclusión de que la neurastenia respondía en verdad a un monótono cuadro


clínico en el que no desempeñaba ningún papel un “mecanismo psíquico”. De la
neurastenia se separó tajantemente la neurosis obsesiva, en la que se pudieron discernir
un complejo mecanismo psíquico, una etiología semejante a la histérica y una vasta
posibilidad de reducirla mediante psicoterapia.

La neurosis de angustia sobreviene por la acumulación de una tensión psíquica que es,
por su parte, de origen sexual; tampoco esta neurosis tiene un mecanismo psíquico.

El método catártico es harto capaz de eliminar cualquier síntoma histérico, mientras


que, como fácilmente se averigua, es por completo impotente frente a los fenómenos de
la neurastenia y sólo rara vez, y por unos rodeos, influye sobre las consecuencias
psíquicas de la neurosis de angustia.

Hay una segunda barrera para la eficacia del método catártico: no influye sobre las
condiciones causales de la histeria, y por tanto no puede impedir que en lugar de los
síntomas eliminados se generen otros nuevos.

El método catártico no pierde valor por ser sintomático y no causal.

Etiología de las neurosis à su génesis las más de las veces está sobredeterminada.

Mediante mi trabajo psíquico yo tenía que superar en el paciente una fuerza que
contrariaba el devenir-conciente (recordar) de las representaciones patógenas. Se me
ocurrió que esa podría ser la misma fuerza psíquica que cooperó en la génesis del
síntoma histérico y en aquel momento impidió el devenir-conciente de la representación
patógena.

Unas representaciones patógenas, olvidadas y llevadas fuera de la conciencia, eran de


naturaleza penosa, aptas para provocar los efectos de la vergüenza, el reproche, el dolor
psíquico, la sensación de un menoscabo: eran todas ellas de tal índole que a uno le
gustaría no haberlas vivenciado, preferiría olvidarlas. De ello no se desprendía, como
naturalmente, la idea de la defensa.

Ante el yo del enfermo de había propuesto una representación que demostró ser
inconciliable, que provocó una fuerza de repulsión del lado del yo cuyo fin era
la defensa frente a esa representación inconciliable. Esta defensa prevaleció de hecho, la
representación correspondiente fue esforzada afuera de la conciencia y del recuerdo, y
en apariencia era ya imposible pesquisar su huella psíquica. Empero, esa huella tenía
que estar presente. Cuando yo me empeñaba en dirigir la atención hacia ella, sentía
como resistencia a la misma fuerza que en la génesis del síntoma se había mostrado
como repulsión.

El no saber de los histéricos era en verdad un no querer saber, más o menos conciente,
y la tarea del terapeuta consistía en superar esa resistencia de asociación mediante un
trabajo psíquico, mediante un esforzar, orientar la atención de los enfermos hacia las
huellas de representación buscadas.

Con este propósito yo me sirvo en primer término de un pequeño artificio técnico.


Anticipo al enfermo que le aplicaré enseguida una presión sobre su frente; le aseguro
que mientras dure esa presión y al cabo de ella, verá ante sí un recuerdo en forma de
imagen, o lo tendrá en el pensamiento como ocurrencia, y lo comprometo a
comunicarme esa imagen o sea ocurrencia, cualquiera que ella fuere.

Es signo de una defensa lograda que las representaciones patógenas hayan de aparecer
como de tan escasa sustancia en su reafloramiento; de ahí uno puede inferir en qué
consistió el proceso de la defensa: en tornar débil la representación fuerte, arrancarle el
afecto.

La perduración de la resistencia del enfermo se muestra en que los nexos permanecen


desgarrados, faltan las soluciones, las imágenes recordadas acuden no nítidas e
incompletas.

La histeria se genera por la represión, desde la fuerza motriz de la defensa, de una


representación inconciliable; de que la representación reprimida permanece como una
huella anémica débil (menos intensa), y el afecto que se le arrancó es empleado para
una inervación somática: conversión de la excitación. Entonces, justamente en virtud de
su represión, la representación se vuelve causa de síntomas patológicos, vale decir,
patógena ella misma. A una histeria que muestre este mecanismo psíquico se le puede
adherir la designación de histeria de defensa.

Las más de las veces no se tiene un síntoma histérico único, sino un conjunto de ellos en
parte independientes entre sí, en parte enlazados. No se debe esperar un único recuerdo
traumático y, como su núcleo, una única representación patógena, sino que es preciso
estar preparado para encontrarse con series de traumas parciales y encadenamientos de
ilaciones patógenas de pensamiento.

El material psíquico de una histeria así se figura como un producto multidimensional de


por lo menos triple estratificación:

En primer lugar estuvieron presentes un núcleo de recuerdos en los cuales ha culminado


el momento traumático o halló su plasmación más pura la idea patógena. En torno de
este núcleo hallamos una muchedumbre de un material mnémico de diversa índole que
en el análisis es preciso reelaborar y presenta, como dijimos, un triple ordenamiento.

Primero, es inequívoco un ordenamiento lineal cronológico que tiene lugar dentro de


cada tema singular.

Una segunda manera de ordenamiento: estratificados de manera concéntrica en torno al


núcleo patógeno. Son estratos de resistencia, creciente esta última hacia el núcleo, y
con ello zonas de igual alteración de conciencia dentro de las cuales se extienden los
temas singulares. Los estratos más periféricos contienen, de diversos temas, aquellos
recuerdos (o fascículos) que se rememoran con facilidad y fueron siempre claramente
concientes; cuanto más hondo se cala, con mayor dificultad se disciernen los recuerdos
aflorantes, hasta que, en la proximidad del núcleo, se tropieza con aquellos que el
paciente desmiente aun en la reproducción.

Un tercer tipo de ordenamiento, el más esencial y sobre el cual resulta más difícil
formular un enunciado universal, es el ordenamiento según el contenido de
pensamiento, el enlace por los hilos lógicos que llegan hasta el núcleo, enlace al cual en
cada caso puede corresponderle un camino irregular y de múltiples vueltas. Ese
ordenamiento posee un carácter dinámico, por oposición al morfológico de las dos
estratificaciones antes mencionadas.

Es imposible instalarle al enfermo nada acerca de las cosas que presuntamente él no


sabe o influir sobre los resultados del análisis excitándole expectativas.

Si en virtud de una resistencia el enfermo dilata mucho la declaración, la tensión de la


sensación se vuelve insoportable y, si uno no puede esforzar la declaración, sobreviene
realmente el síntoma. Así se cobra una impresión plástica de que el síntoma remplaza a
una acción psíquica (aquí la de declarar), tal como lo afirma para la histeria la teoría de
la conversión.

Obstáculo externo à Este caso sobreviene cuando el vínculo del enfermo con el médico
se ve perturbado, y significa el más enojoso obstáculo con que se pueda tropezar. Si esa
relación de la enferma con el médico es perturbada, también se deniega su buena
disposición; cuando el médico quiera averiguar la siguiente idea patógena, a la enferma
se le cruzará la conciencia de los cargos que se han acumulado contra aquel. Hasta
donde llega mi experiencia, ese obstáculo sobreviene en tres casos principales:

1. El de una enajenación personal, cuando la enferma se cree menospreciada


2. Cuando la enferma es presa del miedo de acostumbrarse demasiado a la persona
del médico, perder su autonomía, y
3. Cuando la enferma se espanta por trasferir a la persona del médico las
representaciones penosas que afloran desde el contenido del análisis. La
trasferencia sobre el médico acontece por enlace falso.

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