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Virtudes humanas y coherencia

Autora: Rebeca Reynaud

¿Qué es lo que hace a una persona valiosa? Sus hábitos buenos, es decir, que posea virtudes humanas,
que muchas veces se adquieren en el hogar. Los hijos han aprendido a esperar casi todo de sus padres, a
cambio de casi nada, por lo tanto están incapacitados para la entrega a Dios o en el matrimonio. Muchos
jóvenes están insensibilizados por el egoísmo y les cuesta un gran esfuerzo pensar en todo lo que no sea
ellos mismos. ¿Qué hacer? Educarlos en las virtudes humanas.

¿Qué son las virtudes? “Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones
habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y
guían nuestra conducta según la razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una
vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien” (CEC, 1804.).

La palabra virtud, del latín virtus, igual que su equivalente griego, areté, significa "cualidad excelente",
"disposición habitual a obrar bien en sentido moral". Puesto que se trata de una disposición o capacidad
adquirida, por el ejercicio y el aprendizaje, de hacer lo que es moralmente bueno, la virtud es una
cualidad de la voluntad que supone un bien para uno mismo y para los demás. Y en esto se distingue una
virtud de cualquier otra disposición habitual, como por ejemplo la salud, la fuerza física o la inteligencia:
en que "en un hombre virtuoso la voluntad es la que es buena".

¿Para qué queremos tener virtudes humanas?

Para ser más felices y para que no nos resulte tan arduo el bien porque ya se tiene el hábito. En el fondo,
“el objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios”. (S. Gregorio de Nisa, beat.
1). Las virtudes, dice Santo Tomás de Aquino, hacen “bueno a su poseedor y buena su obra” (S. Th I-II, q.
55 a .3).

No es posible crecer en santidad, si se falla en las virtudes humanas más elementales. La Iglesia pide a
sus Santos el cultivo de las virtudes teologales y morales o humanas. En los procesos de canonización es
lo primero que se investiga de los candidatos.
¿Qué tipos de virtudes hay?

1. Las virtudes humanas: Son las que se adquieren mediante las fuerzas humanas y nos ayudan a ser
mejores personas, a crecer como seres humanos. Entre las virtudes humanas hay cuatro llamadas
cardinales porque todas las demás se agrupan en torno a ellas. Son la prudencia, la justicia, la fortaleza y
la templanza.

2. Las virtudes cristianas son las que nos ayudan a llegar a Dios, a ser mejores cristianos. Como la
caridad y la castidad, la humildad y el perdón, la pureza y la abnegación, y muchas más. La gracia,
además de elevar la naturaleza humana a participar de la naturaleza divina, eleva esas virtudes al plano
sobrenatural, llevando a la persona a actuar según la recta razón iluminada por la fe: en una palabra, a
imitar a Cristo. De este modo, las virtudes humanas llegan a ser virtudes cristianas. En este sentido, hay
una prudencia que es virtud humana, y una prudencia sobrenatural, que es virtud infundida por Dios en
el alma, junto con la gracia. Para que la virtud sobrenatural pueda producir frutos –actos buenos-
necesita la correspondiente virtud humana. Dicho de otra manera, la perfección cristiana –la santidad-
exige y comporta la perfección humana.

Mencionamos algunas virtudes humanas que describe David Isaacs, experto en el tema:

Sinceridad.- Manifiesta, si es conveniente, a la persona idónea y en el momento adecuado, lo que ha


hecho, lo que ha visto, lo que piensa, lo que siente, etc., con claridad, respeto a su situación personal o a
la de los demás.

Flexibilidad.- Adapta su comportamiento con agilidad a las circunstancias de cada persona o situación sin
abandonar por ello criterios de actuación personal.

Fortaleza.- En situaciones ambientales perjudiciales a una mejora personal, resiste las influencias
nocivas, soporta las molestias y se entrega con valentía en caso de poder influir positivamente para
vencer las dificultades y para acometer empresas grandes.

Generosidad.- Actúa en favor de otras personas desinteresadamente, y con alegría.


Justicia.- Se esfuerza continuamente para dar a los demás lo que le es debido, de acuerdo con el
cumplimiento de sus deberes y de acuerdo con sus derechos.

Perseverancia.- Una vez tomada una decisión, lleva a cabo, las actividades necesarias para alcanzar lo
decidido, aunque surjan dificultades internas o externas o pese a que disminuya la motivación personal.

Patriotismo.- Reconoce lo que la patria le ha dado y le da. Le tributa el honor y servicio debidos
reforzando y defendiendo el conjunto de valores que representa.

¿Cómo se adquieren las virtudes?

Para crecer como personas necesitamos, al igual que un atleta, ejercitarnos todos los días en aquello
que nos perfecciona. No basta querer ser responsables, por ejemplo. Es necesario hacer ejercicios de
responsabilidad, hasta que lo logremos. El fruto será llegar a serlo. “Ser hombre significa precisamente
ser responsable” (A. de Saint Exupéry). De la misma manera, si queremos ser justos, sinceros y
ordenados, es necesario que lo practiquemos con esfuerzo y dedicación todos los días, hasta que
formemos el hábito, es decir, la costumbre. Ese hábito que desarrollamos, que nos hacer ser mejores, se
llama virtud.

El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “La práctica de la vida moral animada por la caridad da al
cristiano la libertad espiritual de los hijos de Dios. Este no se halla ante Dios como un esclavo, en el
temor servil, ni como el mercenario en busca de un jornal, sino como un hijo que responde al amor del
‘que nos amó primero’ (1 Jn 4,19):

O nos apartamos del mal por temor del castigo y estamos en la disposición del esclavo, o buscamos el
incentivo de la recompensa y nos parecemos a mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien
mismo del amor del que manda... y entonces estamos en la disposición de hijos (S. Basilio, reg. fus. prol.
3).
Hay una piedra en la que fácilmente podemos tropezar: buscar que los demás cambien pero no querer
cambiar yo. Un escritor francés, F. Bossuet, afirmaba: “Entre los hombres es un gran defecto querer
arreglarlo todo sin arreglarse a sí mismos”.

San Agustín nos recuerda algo esencial: “Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que
manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas y te ayuda para que puedas”. Por eso es
importante luchar para pulirnos, porque nuestro carácter es nuestro destino. Y, como decía Aristóteles,
"nuestro carácter es resultado de nuestra conducta."

La santidad, que no es más que la plenitud de la vida cristiana, es obra de la gracia; pero requiere de
ordinario, como base idónea, una personalidad madura, una voluntad firme, solidez de hábitos bien
arraigados, en suma, requiere de cualidades humanas. De otro modo no podemos ser coherentes.
Coherencia es la conducta correcta que debemos mantener en todo momento, basada en los principios
familiares, sociales y religiosos aprendidos a lo largo de nuestra vida.

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