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EL SUDAMERICANO
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23/5/2018 América Latina a partir del pensamiento de Walter Benjamin | EL SUDAMERICANO
Existe un vínculo evidente entre este panfleto nie schiano y la exhortación de Benjamin a escribir
la historia gegen den Strich. Pero las diferencias no son menos importantes: mientras la crítica de
Nie sche contra el historicismo se hace en nombre de la “Vida” o del “Individuo heroico”, la de
Benjamin habla en nombre de los vencidos. En tanto que marxista, este último se sitúa en las
antípodas del elitismo aristocrático del primero y elige identificarse con los “parias de la tierra”,
los que están tendidos bajo las ruedas de los majestuosos y magníficos carros llamados
Civilización y Progreso.
Las luchas de liberación del presente, insiste Benjamin (Tesis XII) se inspiran en el sacrificio de las
generaciones vencidas, en la memoria de los mártires del pasado. Traduciendo esto en términos de
la historia moderna de América Latina: la memoria de Cuhahutemoc, Tupac Amaru, Zumbi dos
Palmares, José Marti, Emiliano Zapata, Augusto Sandino, Farabundo Marti… La propuesta de
Benjamin sugiere un nuevo método, un nuevo enfoque, una perspectiva “por abajo”, que pueda
aplicarse en todos los campos de la ciencia social: la historia, la antropología, la ciencia política.
Benjamín se ocupó muy poco de la historia de América Latina. Sin embargo, se encuentra una
impresionante crítica de la Conquista ibérica en un texto muy corto pero extremadamente
interesante, que ha sido completamente olvidado por los críticos y los especialistas de su obra: la
reseña que publicó en 1929 sobre la obra de Marcel Brion a propósito de Bartolomé de Las Casas,
el célebre obispo que había asumido, en México, la defensa de los indios. Se trata del libro de
Marcel Brion, Bartolomé de Las Casas. “Père des Indiens”, Paris, Plon 1928, y la reseña de
Benjamin apareció en la revista alemana Die Literarische Welt, el 21 de junio de 1929. La
Conquista, este primer capítulo de la historia colonial europea, escribe Benjamin, “transformó el
mundo recientemente conquistado en una cámara de torturas”. Las acciones de la “soldadesca
hispánica” crearon una nueva configuración del espíritu (Geistesverfassung) “que no puede
representarse sin horror (Grauen)”. Como toda colonización, la del nuevo continente tenía sus
razones económicas –los inmensos tesoros de oro y plata de las Américas- pero los teólogos
oficiales intentaron justificarla con argumentos jurídico-religiosos: “América es un bien sin
propietarios; la sumisión es una condición de la misión; intervenir contra los sacrificios humanos
de los mexicanos es un deber cristiano”. Bartolomé de Las Casas, “un combatiente heroico en la
más expuesta de las posiciones”, luchó por la causa de los pueblos indígenas, enfrentándose, en la
célebre querella de Valladolid (1550), al cronista y cortesano Sepúlveda, “el teórico de la razón de
estado”; finalmente logró obtener del rey de España la abolición de la esclavitud y de la
“encomienda” (forma de servidumbre)- medidas que no fueron nunca efectivamente aplicadas en
las Américas. Observamos aquí, subraya Benjamin, una dialéctica histórica en el campo de la
moral: “en nombre del cristianismo un cura se opone a las atrocidades (Greuel) que son cometidas
en nombre del catolicismo” –de la misma forma en que otro cura, Sahagun, salvó en su obra la
herencia india destruida bajo el padrinazgo del catolicismo (W. Benjamin, 1980, pp. 180-181).
Incluso si no se trata más que de una pequeña reseña, el texto de Benjamin es una fascinante
aplicación de su método –interpretar la historia desde el punto de vista de los vencidos, utilizando
el materialismo histórico- al pasado de América Latina. Notable también es su observación sobre
la dialéctica cultural del catolicismo, casi una intuición de la futura teología de la liberación….
1492-1992
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23/5/2018 América Latina a partir del pensamiento de Walter Benjamin | EL SUDAMERICANO
Escribir la historia “a contrapelo” –otra expresión que utiliza Benjamin- significa rechazar toda
identificación afectiva con los héroes oficiales del Quinto Centenario: los conquistadores y
misioneros, las potencias europeas que pretenden haber aportado “religión, cultura y civilización a
los indios salvajes”. Esto implica también considerar cada monumento de la cultura colonial –por
ejemplo las soberbias catedrales de México o de Lima – también como documentos de barbarie
(Tesis VII “Sobre el concepto de la historia”), es decir, como productos de la guerra, de la
conquista, de la opresión, de la intolerancia. Durante siglos, la historia “oficial” del
Descubrimiento, de la Conquista y de la Evangelización –con todas las mayúsculas- ha sido no
solo hegemónica, sino prácticamente la única en la escena política y cultural. Incluso entre los
primeros socialistas latinoamericanos, como el argentino Juan B.Justo, encontramos al comienzo
del siglo XX una celebración incondicional de las guerras de conquista de los “civilizados” contra
los pueblos indígenas “salvajes”: “con un esfuerzo militar que no compromete ni la vida ni el
desarrollo de la masa del pueblo superior, estas guerras abren a la civilización territorios
inmensos. ¿Puede reprocharse a los europeos su penetración en África porque va acompañada de
crueldades? (…). ¿Vamos a reprocharnos haber quitado a los caciques indios el control de la
Pampa?”. Justo concluye su análisis dibujando una grandiosa perspectiva de futuro: “Una vez
suprimidos (sic) o sometidos los pueblos salvajes y bárbaros e integrados todos los hombres a lo
que llamamos hoy civilización, el mundo estará más cercano a la unidad y la paz, lo que se
traducirá por una mayor uniformidad del progreso” (Juan B. Justo, 1969, p. 136).
Solo con la Revolución mexicana de 1911 esta visión evolucionista, eurocéntrica y colonialista
comenzó a ser contestada. Se pueden considerar los frescos de Diego Rivera en el Palacio de Cortés
(1930) en Cuernavaca como el signo de un verdadero giro en la historia de la cultura
latinoamericana, por su desmitificación iconoclasta del Conquistador y por la simpatía del artista
por los guerreros indígenas que intentaban resistir a los invasores hispánicos. Se puede encontrar,
en la misma época, el equivalente historiográfico de esta obra de arte en los escritos del marxista
peruano José Carlos Mariategui –un autor que, por su marxismo romántico, su pasión por el
surrealismo y su interés por la obra de Georges Sorel, tiene mucho en común con Walter Benjamin.
En su libro más conocido, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928),
Mariategui se refiere a la sociedad indígena precolombiana como una especie de “comunismo
inca”, una organización colectivista de la producción que aseguraba a las comunidades indígenas
un cierto bienestar material. Sin embargo, “los conquistadores españoles destruyeron, sin poder
naturalmente reemplazarla, esta formidable máquina de producción”. En otros términos: “la
destrucción de esta economía –y por consiguiente de la cultura que se nutría de su savia – es una
de las responsabilidades menos discutibles de la colonización. (…). El régimen colonial
desorganizó y liquidó la economía agraria inca, sin sustituirla por otra más rentable”. Lejos de
aportar a las Américas la civilización y el progreso, “España nos aportó la Edad Media, la
Inquisición, la feudalidad, etc. Nos aportó también la Contra Reforma: espíritu reaccionario,
método jesuítico, casuística escolástica”. Para Mariategui, el socialismo del futuro en América
Latina deberá ser un socialismo indo-americano, inspirado en las raíces indígenas del continente,
aún presentes en las comunidades campesinas y la memoria popular (J.C.Mariategui, 1976, pp.
13,53-55).
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Medio siglo más tarde, Las venas abiertas de América Latina (1981), la célebre obra de uno de los
más grandes ensayistas vivos del continente, el uruguayo Eduardo Galeano, traza, en una poderosa
síntesis, el acta de acusación de la colonización ibérica y de la explotación imperial, desde el punto
de vista de sus víctimas: los indígenas, los esclavos negros, los mestizos. Benjamin hablaba del
“cortejo triunfal” de los señores y amos, vencedores de la historia (Tesis VII “Sobre el concepto de
la historia”). Galeano describe también esta continuidad en la cadena histórica de la dominación:
en la historia del pillaje de América Latina, “los conquistadores sobre sus carabelas se parecen a
los tecnócratas en jets, Hernán Cortés a los marines norteamericanos, los corregidores del reino a
las misiones del Fondo Monetario Internacional, los dividendos de los traficantes de esclavos a las
ganancias de la General Motors”. En el curso del debate sobre el Quinto Centenario, Galeano
intervino, en términos casi benjaminianos –no se si ha leído las Tesis de 1940- para llamar a la
“celebración de los vencidos y no de los vencedores” y al salvamento de algunas de las más
antiguas tradiciones del continente, como el modo de vida comunitario. Porque es “de nuestras
más antiguas fuentes” de donde América puede sacar sus fuerzas vivas más jóvenes: “El pasado
nos habla de cosas que interesan al futuro” (E. Galeano 1981, p.17).
El debate sobre el Quinto Centenario de 1492 atravesó también la iglesia latinoamericana. Los
dirigentes conservadores de la Conferencia de Obispos latinoamericanos, en un mensaje de julio
de 1984, firmado por su presidente, Antonio Quarracino, y su secretario, Dario Castrillón, toman
posición claramente a favor de una celebración incondicional de la Conquista: “La empresa del
descubrimiento, la conquista y la colonización de América –por designar esas etapas históricas con
las palabras tradicionales- fue obra de un mundo el que el la palabra de cristiandad encerraba aún
un contenido real. Los pueblos europeos llegaron a América con una herencia cristiana que era una
parte constitutiva de su ser, de forma que la evangelización comenzó sin retraso a partir del
momento mismo en que Colón tomó posesión de las nuevas tierras en nombre de los reyes de
España. La presencia y la acción de la Iglesia en estas tierras, a lo largo de estos quinientos años,
son un ejemplo admirable de abnegación y de perseverancia, que no tienen necesidad de ningún
argumento apologético para ser valoradas convenientemente” (La Documentación Católica, 1984,
pp. 1076-1078).
Por el contrario, los sectores críticos de la Iglesia, próximos a la teología de la liberación, como
Monseñor Leónidas Proaño, “el obispo de los indios” de Ecuador, se identifican con los indígenas
del continente que rechazan que el Centenario “sea objeto de festividades pomposas y
triunfalistas, como pretenden los gobiernos y las Iglesias de España, Europa y América Latina”
(Cultura y fe, 1989, pp. 17-18). Encontramos en estos herederos de Bartolomé de Las Casas una
nueva versión de la “dialéctica histórica” en el seno del catolicismo de la que hablaba Benjamin en
su reseña de 1929. Este punto de vista crítico será también defendido por los principales teólogos
de la liberación como Enrique Dussel, José Oscar Beozzo o Ignacio Ellacuría (asesinado por el
ejército de El Salvador en noviembre de 1989). Gustavo Gutierre contribuirá al debate con un libro
en honor de Las Casas, Dios o el oro en las Indias (siglo XVI) (Instituto Bartolomé de Las Casas,
Lima, Perú, 1989) y un ensayo sobre el Quinto Centenario que toma explícitamente posición contra
las celebraciones oficiales, en términos muy cercanos a los de Benjamin: “Hay que tener el coraje
de leer los hechos a partir del reverso de la historia. Es ahí donde se juega nuestro sentido de la
verdad. (…) La historia escrita a partir del punto de vista del dominador nos ha ocultado por
mucho tiempo aspectos importantes de la realidad. Tenemos necesidad de conocer la otra historia
que no es otra que la historia del otro, el otro de esta América Latina que sigue teniendo “las venas
abiertas” –por utilizar la célebre expresión de E. Galeano –precisamente porque no es reconocido
en la plenitud de su dignidad humana” (G. Gutiérrez, 1990, pp. 59-61).
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Pero este cambio terminológico no convenció a los contestatarios. Es el caso, por ejemplo, de los
movimientos que se reunieron –por iniciativa del MST, el Movimiento de los trabajadores rurales
sin tierra de Brasil- en Bogotá en mayo de 1989, en el Encuentro Latinoamericano de
Organizaciones Campesinas e Indígenas, con la participación de treinta organizaciones
provinientes de 17 países del continente. En sus conclusiones finales los delegados de este
encuentro proclamaban: “Los poderosos de hoy nos hablan del Encuentro de Dos Mundos, y, bajo
este manto, pretenden hacernos celebrar la usurpación y el genocidio. No, no vamos a celebrarlos,
sino que vamos a estimular nuestras luchas para poner fin a los 500 años de opresión y de
discriminación y hacer un espacio para la construcción de una sociedad nueva, democrática y
respetuosa de la diversidad cultural, fundada en los intereses y las aspiraciones del pueblo. (…)
Llamamos a todos los explotados y oprimidos de América a participar en la Campaña de los 500
años de resistencia indígena y popular (…), para recuperar nuestra identidad y nuestro pasado
histórico, pues la memoria de los pueblos es una fuente de inspiración permanente para las luchas
de emancipación y de liberación” (”500 años de Resistencia Indígena y Popular”, 1989).
El Quinto centenario ha suscitado no solo discusiones y polémicas, sino también actos de protesta
en los diversos países de lengua hispánica en 1992 y en Brasil en 2000. En México, los zapatistas
del EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional) tenían el proyecto de hacer coincidir su
levantamiento con el Quinto Centenario de 1492 pero, por razones de insuficiente preparación
militar, atrasaron su acción a enero de 1994. Se limitaron, en 1992, a un acto de reparación
simbólica: el derrocamiento, por una multitud de indígenas descendidos de las montañas de
Chiapas, de la estatua del conquistador Diego de Mazariaga, en el centro histórico de la ciudad
colonial de San Cristóbal de las Casas.
En Brasil, “descubierto” por el navegador portugués Pedro Alvares Cabral en 1500, se asistió
también, en 2000, a imponentes celebraciones oficiales, cuyo símbolo era un enorme reloj
construido por la cadena de televisión comercial Globo para contar los días y las horas hasta el
aniversario. Con humor e irreverencia, dos jóvenes indios hicieron diana con sus arcos y flechas el
día D hora H, en este “Reloj de los Vencedores”. La foto apareció en todos los diarios brasileños…
/1. Sin embargo, este gesto reproduce, mutatis mutandis, aquel del que hablaba Benjamin en su
Tesis XVI; se trata de un episodio de la revolución de julio de 1830 que da fe, en su opinión, de una
conciencia histórica de la que parece haber desaparecido en Europa toda huella: “Al anochecer del
primer día de combate, se vio en varios lugares de París, en el mismo momento y sin acuerdo
previo, a gente disparar contra los relojes”. Como se ve, política, historia, religión y cultura están
inextricablemente tejidos en los enfrentamientos alrededor del Quinto Centenario del
“descubrimiento” de las Américas. Pero esto no habría sorprendido a Walter Benjamin…
* Nota del autor: he publicado en mi obra Avertissement d’incendie. Walter Benjamin. Une lecture
des Thèses «Sur le concept d’histoire», Paris, PUF, 2004.
** Nota de Correspondencia de Prensa: Michael Löwy nació en Sao Paulo (Brasil) en 1938, hijo de
inmigrantes judíos de Viena, está radicado en Francia desde 1969. Director de investigación en el
CNRS y profesor en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (París). Sociólogo de la
cultura, ha trabajado sobre el marxismo y el romanticismo, sobre la cultura judía en Europa central
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y sobre la teología de la liberación en América Latina. Medalla de plata del CNRS en 1994. Sus
artículos y obras han sido traducidas a 25 lenguas. Entre sus numerosos trabajos se destacan: La
teoría de la revolución en el joven Marx (Siglo XXI editores, México), Dialéctica y Revolución
(Siglo XXI editores, México), El marxismo en América Latina (Ediciones Era, México y Editora
Fundaçao Perseu Abramo, Brasil), El pensamiento del Che Guevara (Siglo XXI editores, México), A
guerra dos deuses. Religao e política na América Latina (Editora Vozes, Brasil), Walter Benjamin.
Avertissement d’incendie, (PUF, Francia) Franz Ka a, rêveur insoumis (Stock, Francia), y
Sociologies et religion II, Approches dissidentes (PUF, Francia).
Bibliografía
«500 años de Resistencia Indigena y Popular», ALAI, n° 121, 1989. Walter Benjamin, Gesammelte
Schriften, Frankfurt am Main, Suhrkamp Verlag, 1980, Band III. Walter Benjamin, Œuvres, Paris,
Gallimard, 2000, Tome III., traduction de Maurice de Gandillac, revue et corrigée par Rainer
Rochli et Pierre Rusch. CEHILA, «Declaration de Santo Domingo», in 1492 – 1992. 500 ans
d’évangélisation, Comité Episcopal France-Amerique Latine, mars 1990. Culture et foi, n° 130-131,
été 1989. La Documentation catholique, n° 1884, novembre 1984 Eduardo Galeano, «El tigre azul y
nuestra tierra prometida», in Nosotros decimos no, Mexico, Siglo XXI, 1991. Gustavo Gutierrez,
«Vers la 5ème Centennaire», en 1492-1992. 500 ans d’Evangelisation, 1990. Juan B.Justo, Teoria y
Practica de la Historia, 1909, Buenos Aires, Ed. Libera, 1969. José Carlos Mariategui, Siete ensayos
de interpretación de la realidad peruana, 1928, Lima, Ed. Amauta, 1976. Friedrich Nie sche, Vom
Nu en und Nachteil der Historie für das Leben, Stu gasrt, Reclam, 1982.
Existe una leyenda sobre un artefacto diseñado para jugar al ajedrez que respondía perfectamente
a cada movimiento de un oponente. Se trataba de una marioneta en atuendo turco y con un
narguile en la boca, sentada a una mesa frente al tablero de ajedrez. Un sistema de espejos
producía la ilusión de que la mesa era transparente por todos los lados. En realidad, un pequeño
jorobado (maestro del ajedrez) estaba sentado bajo la mesa y dirigía la mano de la marioneta por
medio de unos hilos. Podemos imaginar el equivalente filosófico de este dispositivo. La marioneta,
llamada “materialismo histórico”, debe ganar todo el tiempo. Esta puede ser una partida fácil para
aquél que se aliste en los servicios de la teología que hoy, como sabemos, es fea y debe mantenerse
apartada de la vista.
II
‘Una de las características más notables de la naturaleza humana,’ escribe Lo e, ‘es, junto al
egoísmo en asuntos específicos, la libertad que el presente tiene en envidiar al futuro.’ La reflexión
nos muestra que nuestra imagen de felicidad está, en el fondo, coloreada por el curso que ha
tomado nuestra propia existencia. La clase de felicidad que podría despertar nuestra envidia existe
sólo en el aire que hemos respirado, en la gente a la que podríamos habernos dirigido, en las
mujeres que podríamos haber amado… En otras palabras, nuestra imagen de felicidad está
indisolublemente ligada con la del rescate. Éste se aplica también a nuestro estudio del pasado,
que es la ocupación de la historia. El pasado contiene un índice temporal por el cual es llamado al
rescate. Hay un acuerdo secreto entre las generaciones pasadas y la presente. Nuestra llegada fue
esperada en la tierra. Como cada generación que nos precedió, hemos sido dotados con un poder
mesiánico débil, un poder que lleva una exigencia del pasado. Esta exigencia no puede satisfacerse
de un modo barato. El materialista histórico es consciente de esto.
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III
IV
La verdadera imagen del pasado es fugaz. Sólo podemos apropiarnos de él en una forma que
destella en el instante en que es reconocible. Y nunca es visto ya otra vez. ‘La verdad no se nos
escapará’: en la perspectiva histórica del historicismo estas palabras de Go fried Keller marcan el
punto exacto donde el materialismo histórico corta por el historicismo. Pues cada imagen del
pasado que no es reconocida por el presente como una de sus propias preocupaciones amenaza con
desaparecer irreparablemente. (Las buenas noticias que el historiador trae del pasado con el
corazón palpitante pueden caer en el vacío tan pronto como abre la boca.)
VI
Articular el pasado históricamente no significa descubrir ‘el modo en que fue’ (Ranke) sino
apropiarse de la memoria cuando ésta destella en un momento de peligro. El materialismo
histórico quiere apropiarse la imagen del pasado que, de repente, se aparece al hombre
seleccionado por la historia en un momento de peligro. El peligro afecta tanto al contenido de la
tradición como a sus receptores. La misma amenaza pesa sobre ambos: la de convertirse en
instrumento de las clases dirigentes. En cada época deben realizarse nuevas tentativas para
arrancar a la tradición del conformismo que pretende dominarla. El Mesías no viene sólo como el
Redentor: él viene también para derrotar al Anticristo. Sólo aquel historiador que esté firmemente
convencido de que hasta los muertos no estarán a salvo si el enemigo gana tendrá el don de
alimentar la chispa de esperanza en el pasado. Pero este enemigo no ha dejado de vencer.
VII
“Considera la oscuridad y el gran frío en esta tumba que resuena con misterio.”
La ópera de cuatro cuartos, B. Brecht
A los historiadores que desean volver a vivir una época pasada, Fustel de Coulanges recomienda
que borren todo lo que saben sobre el curso posterior de la historia. No hay mejor modo de
caracterizar el método contrario al del materialismo histórico. Es un proceso de empatía cuyo
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origen es la indolencia del corazón, ‘acedia’, que desesperaría al apresar la imagen histórica
genuina cuando ésta llamea fugazmente. Entre los teólogos medievales la acedia fue considerada
como la causa primordial de la tristeza. Flaubert, que estaba familiriazado con ella, escribió: “Peu
de gens devineront combien il a fallu être triste pour ressusciter Carthage”. [“Pocos pueden
adivinar lo triste que uno tiene que llegar a estar para querer resucitar Cartago.”] La naturaleza de
esta tristeza se aclara si uno se pregunta con quién sienten empatía los historicistas. La respuesta
es inevitable: con el vencedor. Y todos los dirigentes actuales son herederos de los vencedores que
hubo antes de ellos. De ahí que la empatía con el vencedor, invariablemente, beneficie a los
dirigentes.
Los materialistas históricos saben lo que esto significa. Quienquiera que haya salido victorioso
participa hasta hoy en la procesión triunfal en la cual los poderosos del presente pasan por encima
de aquellos que yacen postrados. Según la práctica tradicional, el botín es llevado a lo largo de la
procesión. Este botín lo forman los ‘tesoros culturales’ que el materialista histórico ve con un
distanciamiento cauteloso. Ya que, sin excepción, los tesoros culturales tienen un origen que él no
puede contemplar sin horror. Ellos deben su existencia no sólo a los esfuerzos de las grandes
mentes y talentos que los han creado, sino también al expolio y al duro trabajo anónimo de sus
contemporáneos. No hay ningún documento de la civilización que no sea al mismo tiempo un
documento de barbarie. Y, como tal documento no está tampoco libre de la barbarie, ésta corrompe
el modo mediante el cuál es transmitido de un poseedor a otro. Un materialista histórico, por tanto,
se disocia del influjo de estos tesoros tanto como le es posible. Su tarea es cepillar la historia contra
el grano.
VIII
La tradición del oprimido nos enseña que el “estado de emergencia” en que vivimos no es la
excepción, sino la regla. Debemos llegar a una concepción de la historia acorde con este hallazgo.
Entonces reconoceremos claramente que nuestra tarea es traer al frente el verdadero estado de
emergencia. Esto mejorará nuestra posición en la lucha contra el fascismo. Una razón por la que el
fascismo tiene posibilidades de darse es que, en nombre del progreso, quienes se oponen a él lo
tratan como si fuera una norma histórica. El asombro de que las cosas que estamos
experimentando ocurran aún en pleno siglo XX no es filosófico. Este asombro no es principio de
conocimiento —a menos que sea el conocimiento de que la visión de la historia que lo hace
posible es insostenible.
IX
“Mein Flügel ist zum Schwung bereit, ich kehrte gern zurück,
denn blieb ich auch lebendige Zeit, ich hä e wenig Glück.”
Una pintura de Paul Klee titulada ‘Angelus Novus’ muestra a un ángel que parece como si de
pronto fuera a apartarse de algo que está contemplando con fuerza. Sus ojos miran fijamente, su
boca está abierta, sus alas extendidas. Así es como uno imagina al ángel de la historia. Su cara está
vuelta hacia el pasado. Allí donde percibimos una cadena de acontecimientos, él ve una sola
catástrofe que sigue amontonando restos y lanzándolos delante de sus pies. Al ángel le gustaría
quedarse, despertar a los muertos, y recomponer todo lo que ha sido roto. Pero una tormenta del
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Paraíso empuja sus alas hacia atrás con tal violencia que no puede cerrarlas. La tormenta impulsa
al ángel hacia el futuro (al que da su espalda) irresistiblemente, mientras la pila de restos y
escombros crece por el cielo tras él. Esta tormenta es lo que llamamos progreso.
Los temas que la disciplina monástica asignaba a los frailes para la meditación fueron diseñados
para apartar a éstos del mundo y sus asuntos. Los pensamientos que estamos desarrollando tienen
un origen parecido. Cuando los políticos, en quienes la oposición al fascismo había puesto su
esperanza, ceden y confirman su fracaso engañando a su propia causa, la observación atenta
desentraña la implicación política de las trampas con que los traidores habían embaucado a sus
seguidores. Esta observación reconoce entonces que la fe necia de los políticos en el progreso, su
confianza en la ‘base de masas’, y, finalmente, su integración servil en un aparato incontrolable,
son tres aspectos de la misma cosa. Lo que da una idea del alto precio que nuestro pensamiento
tendrá que pagar por una concepción de la historia que evita cualquier complicidad con el
pensamiento al cual estos políticos se siguen adhiriendo.
XI
XII
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“Necesitamos la historia, pero no del modo en que la necesita un gandul en el jardín del
conocimiento.”
Del uso y abuso de la historia, F. Nie sche
La clase oprimida y luchadora es, en sí misma, el sujeto del conocimiento histórico. En Marx
aparece como la última clase esclavizada, como el vengador que completa la tarea de liberación en
nombre de todas las generaciones previas de oprimidos. Esta convicción, que tuvo un breve
resurgir en el grupo de los Espartaquistas,* ha resultado desagradable siempre a los
socialdemócratas. En tres décadas, ellos lograron borrar el nombre de Blanqui casi totalmente,
aunque fuera la voz que habría que haber rescatado y cuyo sonido reverberó durante el siglo
precedente. La socialdemocracia se las arregló para adjudicar a la clase obrera el papel de Redentor
de futuras generaciones, cortando de esta manera los tendones de su mayor fuerza. Con esta
táctica, la clase obrera tendió a olvidar su odio y su espíritu del sacrificio: ambos se nutren de la
imagen de antepasados esclavizados y no de la de nietos redimidos. * Grupo fundado por Karl
Liebknecht y Rosa Luxemburg a principios de la primera guerra mundial en oposición a las
políticas pro-bélicas del partido socialista alemán. Más tarde sería absorbido por el partido
comunista.
XIII
“Cada día nuestra causa se hace más clara y la gente se hace más elegante.”
Wilhelm Die gen, ‘Die Religion der Sozialdemokratie’
La teoría socialdemócrata, y más incluso su práctica, ha sido construida sobre una concepción del
progreso que, sin adherirse a la realidad, hizo proclamaciones dogmáticas. El progreso, imaginado
en las mentes socialdemócratas era, en primer lugar, el progreso de humanidad en sí mismo (y no
sólo un avance en las capacidades y conocimientos del hombre). En segundo lugar, era algo
ilimitado, de acuerdo con la infinita capacidad de superación del hombre. En tercer lugar, el
progreso fue considerado como irresistible, algo que automáticamente seguía un curso directo o
espiral. Cada uno de estos enunciados era, en realidad, polémico y susceptible de crítica. Sin
embargo, cuando los detalles están ausentes, la crítica debe penetrar más allá de estas afirmaciones
y centrarse en lo que tienen en común. El concepto de progreso histórico de la humanidad no
puede separarse del de progresión por un tiempo vacío y homogéneo. Una crítica a tal concepto de
progresión debe ser la base de cualquier crítica del concepto de progreso en sí mismo.
XIV
El origen es el objetivo.
Karl Kraus, Worte und Versen, vol. 1
La historia es el objeto de una construcción cuyo lugar no es un tiempo vacío y homogéneo, sino
un tiempo lleno de la presencia del “ahora”.* Así, para Robespierre, la Roma antigua era un
pasado lleno del tiempo del ahora que él arrancó a la sucesión continua de la historia. La
Revolución francesa se vio a sí misma como la encarnación de Roma. Pero evocó la Roma antigua
de la misma forma en que la moda evoca los trajes del pasado. La moda tiene una gran facilidad
para lo tópico y específico, no importa en qué espesuras se mueva de qué tiempo pasado: es un
salto de tigre. Este salto, sin embargo, ocurre en el circo donde la clase dirigente da las órdenes. El
mismo salto, al aire libre de la historia, es el dialéctico: el modo en que Marx entendió la
revolución. *Benjamin dice “Je eit” e indica con las comillas que no se trata simplemente de una
equivalencia con ‘Gegenwart’ (presente), sino más bien del místico ‘nunc stans’.
XV
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La conciencia en las clases revolucionarias de que van a hacer estallar el continuo de la historia es
característica del momento de su acción. La gran revolución introdujo un nuevo calendario. El día
inicial de un calendario sirve como una cámara de lapso de tiempo histórico. Y, básicamente, es el
mismo día que sigue repitiéndose en el aspecto de las vacaciones, cuando se commemora. Así, los
calendarios no miden el tiempo como lo hacen los relojes; ellos son monumentos de una
conciencia histórica de la que ni el más leve rastro ha aparecido en Europa en los últimos cien
años. En la revolución de julio ocurrió un incidente que mostró esta conciencia viva. Durante la
primera tarde de enfrentamientos se disparó a los relojes en las torres, simultánea e
independientemente, en varios lugares de París. Un testigo ocular (que quizá debió su agudeza al
ripio) escribió como sigue:
XVI
Un materialista histórico no puede trabajar sin la noción de un presente que no es transición, sin
un presente en que el tiempo está garantizado y se detiene. Esta misma noción define el presente
en que él, para su persona, está escribiendo historia. El historicismo proporciona la imagen
“eterna” del pasado; el materialismo histórico suministra una experiencia única del pasado. El
materialista histórico deja a otros que suavicen esa experiencia con ayuda de la prostituta “Érase
una vez” del burdel del historicismo. Pero él permanece en el control de sus poderes, y éstos son
suficientes para hacer estallar el continuo de la historia.
XVII
XVIII
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23/5/2018 América Latina a partir del pensamiento de Walter Benjamin | EL SUDAMERICANO
“Con relación a la historia de la vida orgánica en la tierra,” escribe un biólogo moderno, “los
ínfimos cincuenta milenios del homo sapiens están en la misma proporción que los dos últimos
segundos al día de veinticuatro horas. Con esta misma escala, la historia de la humanidad
civilizada llenaría sólo la quinta parte del último segundo.” El presente que, como modelo de
tiempo mesiánico, comprende la historia entera de la humanidad en una síntesis extraordinaria,
coincide exactamente con la estatura que la historia de la humanidad tiene en el universo.
* A) El historicismo se contenta con establecer una unión causal entre varios momentos de la
historia. Pero no porque un hecho sea una mera causa es ya histórico. Se hace histórico
póstumamente, al darse como era, aunque los acontecimientos puedan estar atrás en el tiempo
miles de años. Un historiador que parte de este punto abandona decir la secuencia de
acontecimientos como si fueran las cuentas de un rosario. En cambio, él se apropia de la
constelación que su propia época ha formado con la otra, más temprana. Así, llega a establecer
una concepción del presente como “tiempo del ahora”, surcado por fragmentos de tiempo
mesiánico.
* B) Los adivinos, que hacían su agosto con todo lo que cabía encontrar fuera del tiempo, no
experimentaron éste como homogéneo o vacío. Quien tenga esto presente se hará una idea de
cómo se experimentaron los tiempos pasados en la memoria. Sabemos que a los Judíos se les
prohibió adivinar el futuro. Pero el Torah y los rezos los conducen a la rememoración. Esto
despoja al futuro de la magia a la que sucumben todos aquellos que vuelven a los adivinos. Lo
que no implica, sin embargo, que para los judíos el futuro se convirtiera en un tiempo vacío y
homogéneo. Cada segundo de tiempo era el difícil ojo de aguja por el que el Mesías podía
entrar.
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