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La patrona, doña Inés, de vez en cuando, le daba una lechita con tortilla para
que se repusiera y así creció, sin estímulos ni cariños especiales, de la mano
de Dios.
El patrón, ñor Eustaquio, le tenía lástima, porque él era de cuna pobre y todo
lo que había logrado obtener en esta vida, le había costado sudor y más
sudor. Un ranchito, una chacra sembrada de maíz y algunos vegetales, una
junta de bueyes y una carreta. Ese era todo su patrimonio, pero lo más
valioso eran sus once hijos que le ayudaban a mantenerse con el trabajo de
todos.
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valentía conque defendió a Gasparcito, el pequeñín de la casa, del ataque de
una terciopelo; y cuando ladró hasta quedarse afónica, alertando de una
manada de saínos salvajes que eran el tormento de la zona y que se comían
todo lo que encontraban a su paso.
Una mañana del mes de abril, oyeron voces de hombres cerca del rancho.
Doña Inés llamó desesperada a Chuleta para que estuviera cerca de ella y la
protegiera, pero no eran enemigos. Era un contingente de 100 soldados
costarricenses, la mayoría provenientes de Alajuela, que iban de paso.
Doña Inés ofreció gallina achotada con agua dulce y tortillas a las
hambrientas tropas costarricenses. Chuleta no se le despegaba. Tanta
fidelidad llamó la atención del general Alfaro, quien de forma espontánea le
acarició su cabeza y mientras saboreaba la cuchara de doña Inés, preguntó:
Chuleta se volteó y lamió la mano del general. Por primera vez, alguien, que
no era de sus patrones, le brindaba cariño y estaba sorprendida. El general
Alfaro comenzó a jugar con ella y esta, mimosa, le siguió el juego. De forma
espontánea, surgió una amistad entre ambos y de ahí en adelante, Chuleta
fue la sombra del general Alfaro.