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Francisco Sabatini
Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales – Pontificia Universidad Católica de Chile
Federico Arenas
Instituto de Geografía – Pontificia Universidad Católica de Chile
Andrés Núñez
Instituto de Geografía – Pontificia Universidad Católica de Chile
Resumen
Overview
Por otra parte, las diversas formas en que, desde la crisis de la economía
internacional de los años 1970, se ha buscado acortar el ciclo de circulación del
capital incluyen reconfiguraciones territoriales que amenazan la calidad de vida
y las identidades de personas y comunidades. Esta “sobre-conformación” de los
territorios cumple parecida función que la exacerbación del consumismo:
permite acortar los tiempos entre inversión de capital y capitalización de
ganancias, entre deseo y consumo, entre surgimiento y desaparición de
necesidades. De paso, los individuos son arrojados a una vida social con altas
cuotas de incertidumbre y desprotección; con identidades personales que se
suceden unas a otras sin haberse realizado plenamente, mientras las identidades
colectivas de todo tipo, incluidas las asociadas a territorios, se ven cuestionadas
o sobrepasadas.
La nueva economía
Si se analizan los cambios más importantes del último tiempo, resulta discutible
que lo propio de la llamada economía global que domina el planeta sea el
predominio de los flujos económicos internacionales y la emergencia de
relaciones sociales en tiempo cero, como se argumenta usualmente. Es cierto
que somos testigos de una intensificación de ambos fenómenos, pero ellos están
en escena desde hace mucho tiempo, tal como lo ejemplifican, entre otros, el
telégrafo y las ferias internacionales realizadas en distintas grandes ciudades en
siglos anteriores.
No hay territorios disponibles en los que la sociedad industrial, cuya fase post-
fordista no cancela la producción masiva de bienes, pueda verter los desechos
materiales y humanos que parecen serle consustanciales, como argumenta
convincentemente Bauman[6]. El planeta está lleno, y eso parece ser lo propio
del tiempo presente. En particular, los desechos humanos que el capitalismo de
épocas pretéritas producía, los exportaba hacia las colonias. Hoy, esos sobrantes
de población dan lugar a los campos de refugiados y a los guetos urbanos.
Antes, un problema local tenía una solución global (la emigración de los
desempleados hacia las colonias de ultramar); mientras que hoy, el problema es
global (de la economía global) y las soluciones, locales (guetos y campos de
refugiados)[7].
Las formas democráticas clásicas de acción colectiva, las que eran articuladas
por los partidos y tenían en los eventos electorales momentos culmines, están
en crisis por doquier. También en la América Latina de los últimos decenios
crece el descrédito de políticos y partidos, disminuye el cuerpo de electores y
los jóvenes muestran una abierta desafección con el sistema electoral.
Pero los valores democráticos siguen siendo fuertes, lo mismo en Europa que
en América Latina, y hoy en países árabes cuya población se ha soliviantado.
En América hay una tendencia clara de los últimos tiempos: la ciudadanía
ocasionalmente se rebela en las calles contra dirigentes corruptos o, incluso,
contra los atentados flagrantes a la misma democracia que tan poco parece
entusiasmar; y muchos de los manifestantes son jóvenes. Toda una paradoja.
La crisis del sistema político en América Latina es, hasta cierto punto, una crisis
del centralismo. La vieja manera centralista de organizar la sociedad desde el
Estado -Góngora argumenta que la sociedad chilena desde la Independencia fue
configurada por el Estado[16]- encuentra dificultades para proyectarse en el
tiempo. La crisis de la política y del sistema político deja espacios, al menos
como posibilidad, para irrupciones de la sociedad civil que podrían evaluarse
como mejoras a tan débiles democracias.
Dicho sea de paso, igual cosa sucede con el concepto de identidad. Como
expresa Ortiz: “La identidad es fruto de una construcción simbólica. En rigor,
no tiene mucho sentido la búsqueda de la existencia de una identidad; sería más
correcto pensarla en la interacción con otras identidades, construidas según
otros puntos de vista”[21].
Desde una tarea que se apreciaba antaño como clara y simple, más allá de los
ingentes esfuerzos y sacrificios materiales y humanos que demandaba, el
devenir histórico nos pone de cara a un desafío que se presenta
indiscutiblemente más complejo. Construir unidad desde la diversidad es, sin
duda, más difícil que la orientación que hemos seguido hasta ahora como
nación.
Todo grupo humano que comparte un territorio y, sobre esa base, consolida
unas relaciones sociales, económicas y culturales, o sistema de vida, tiende a
generar tradiciones, intereses comunitarios y sentimientos de arraigo. La
vinculación subjetiva con ese territorio depende, a su vez, del grado de
integración o aislamiento respecto de la sociedad mayor que dicha localización
y recursos asociados hacen posible.
Comunidad “cero”
Como proyecto, como flecha de tiempo, la identidad social nos obliga a mirar
por encima de las historias y los pasados individuales. ¿Cómo se construye esa
identidad que suma todas esas historias en una propuesta unitaria que nos
proyecta hacia el futuro? ¿Cómo puede realizarse ese proyecto en un país, como
Chile, cuyos trazos propios, sus localidades y sus peculiaridades étnicas, han
sido tradicionalmente vistos como lo que debe dejarse atrás en aras de la
identidad nacional?
Los juicios sobre la existencia de identidades suelen hacerse desde fuera sin
ser necesariamente compartidos por los afectados, que a veces no se enteran de
ser lo que otros dicen que son.
Esta polaridad específica de las identidades sociales suele adoptar una forma
que es dable encontrar en comunidades marcadas por las desigualdades de
ingresos: a saber, aquella que se da entre identidades elegidas e identidades
recibidas. Los grupos pobres y las localidades o zonas apartadas generalmente
carecen de opciones de progreso y, por lo mismo, quedan asignados a ciertas
identidades sociales y territoriales. En lo territorial esa falta de alternativas se
traduce en lo que hemos denominado identidades y comunidades por
aislamiento.
Los conflictos étnicos, los conflictos ambientales locales, las demandas contra
el centralismo y en favor de proyectos empresariales regionales podrían ir
apuntando a la paulatina sustitución del tradicional Estado-Nación por el de un
Pueblo-Nación estructurado con más prestancia por las regiones, los grupos
locales y la diversidad étnica y social de Chile.
Por otra parte, el éxito de las nuevas movilizaciones -de hecho, ya cosechan no
pocas conquistas- podría fortalecer estas nuevas identidades regionales y
locales. Hay una relación entre éxito e identidad que, al constituirse como
causación circular virtuosa, haría de soporte de la transformación.
Con todo, como expresamos unas líneas antes, surgen espacios para la
esperanza. La relación entre lo global y lo local ya no es un vínculo unilateral
en favor de un capitalismo de alcance mundial. La fragmentación cultural a que
hacíamos alusión es consecuencia de las tensiones y resistencias locales o
subnacionales que la expansión del proyecto único suscita. Según propone
Harvey, “ese espacio merece una exploración y un cultivo intenso por parte de
los movimientos de resistencia. Es uno de los espacios de esperanza claves para
la construcción de un tipo de globalización alternativo. Uno en que las fuerzas
progresistas de la cultura se apropien de las fuerzas del capital, y no al
contrario”[31].
Notas
[1] Este artículo se basa parcialmente en el trabajo hecho por los autores en la elaboración del marco
conceptual del estudio “Evaluación de la División Político Administrativa: un modelo para la toma de
decisiones”, de la Pontificia Universidad Católica de Chile con financiamiento de la Subsecretaría de
Desarrollo Regional y Administrativo de Chile (2006-7). A su vez, respecto de Andrés Núñez en el
proyecto posdoctoral Fondecyt N° 3110027 (2011-2013), Estudio de la frontera norpatagónica chilena y
argentina: de la línea divisoria a la frontera permeable o intercultural. Siglos XIX y XX.
[17] El informe de la OCDE, a inicios del proceso para el ingreso de Chile, mostraba que el país presenta
escasos avances en materia de descentralización, muy por debajo del promedio de los países que la integran
(Diario La Tercera, 28 de julio de 2009).
[24] Un ejemplo es el de las áreas metropolitanas de los Estados Unidos. Las con mayor descentralización
político-administrativa, esto es, con mayor número de municipios, presentan mayores niveles de
desigualdad y desintegración que las con menos descentralización (Rusk, 1993).
Bibliografía
HARVEY, David. Espacios del capital. Hacia una geografía crítica. Madrid:
Ediciones Akal, 2007.
JANE, Jacobs. The death and life of great American cities. New York: Random,
1961.
NOGUÉ, Joan. Geopolítica, identidad y globalización. Barcelona: Ariel, 2001.