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Distribución de jugadores para crear superioridades desde el propio fondo empleada durante la segunda mitad del partido frente al Eintracht de Frankfurt.
A veces, los centrales dejaron de estar separados entre sí siendo Bastian el que se posicionó como tercer elemento por la
izquierda, es decir, la salida fue con tres jugadores pero el centrocampista ocupaba una zona lateral. Alaba empieza a pisar
lugares de extremo y Ribery se apoderaba del terreno destinado al media punta aunque tendente hacia la parte siniestra.
Más del setenta por ciento de tenencia del balón en terreno rival, el debut de Thiago en la competición doméstica y la
sensación de un Bayern polifacético eran notas más que suficientes para que el entusiasmo se alojara en torno a un proyecto
que daba sus primeros pasos.
Las señales eran cristalinas. Se necesitaba la absoluta implicación mental de todos cuantos conformaban la plantilla, su
complicidad para ser un equipo de mayor elasticidad, reconocible pero fluctuante, que no dejara escondidas capacidades
colectivas existentes.
El veinticuatro de agosto, el Bayern de Múnich pasó del ochenta por ciento de posesión del esférico, envió veintidós centros
al área y disparó veintiséis veces a portería.
Los anteriores encuentros habían dejado algo trascendental en lo que mejorar. El equipo no podía limitar esa suficiencia
para intensificar la viveza de la jugada por los extremos. Robben y Ribery son demasiado importantes en las labores de
desequilibrio y se tiene gran dependencia de ellos para desgastar y descomponer los férreos sistemas defensivos.
Algo había que retocar para que éstos recibieran en las mejores condiciones y que a partir de ellos la jugada tuviese
continuidad y sentido.
Tocaba el Núremberg de Michael Wiesinger, un técnico destituido cinco jornadas más tarde al no haber conseguido victoria
alguna en ocho fechas.
El de Santpedor redoblaba la provocación alineando a Thiago y Mario Götze como interiores junto a Robben y Ribery por
fuera.
Con estos centrocampistas te aseguras aplastar contra su portería a los contrincantes. Es gente que te supera pasando, te
elimina conduciendo o girándose sobre sí mismos, así que o te refugias o te van excluyendo del sistema al que perteneces si
decides quitarles el balón.
El detalle más misterioso radicaba en observar la posición de ambos laterales prácticamente como dos interiores más, a
veces incluso por delante de Thiago y Götze.
Boateng salía en conducción por derecha sin problemas pues ya ejerció en el combinado nacional en la demarcación de
carrilero diestro, y Dante hacía lo propio por el otro lado. Schweinsteiger reculaba unos metros para equilibrar los apoyos,
quedando expedita la línea de pase que llegaba hasta los exteriores adelantados.
Cerradas esas vías, la correcta asignación del espacio interior, permitía conexiones entre grupos de opositores.
Como Frank Ribery no puede, ni debe, prescindir de su rebeldía motriz, Alaba se abría y cerraba para que el galo, o en su
defecto Götze, pudiesen ser los beneficiarios de la circulación.
Se alcanzaba el noventa y uno por ciento de precisión en el pase y se producían muchas ocasiones de peligro. Pero el fútbol
no deja de enseñarnos que el saber no ocupa lugar precisamente porque no existe. La linealidad, la causa-efecto palidece en
un contexto tan rico en complejidad.
El gol no llegaba y Pep no quería aguardar más, necesitaba de otros recursos y los tenía sentados tras de sí.
Retiró del campo a los dos interiores e introdujo a Kroos y Müller. El dibujo era parecido, pero el desarrollo muy distinto
al anterior. Ahora se mezclaban otras características, se perdía finura pero se ganaba contundencia.
Era momento de ser resolutivo. En términos bélicos, los primeros habían puesto frente al paredón al Núremberg y ahora
faltaba liquidarlo.
Lahm colaboró para generar supremacía por fuera y el punto de penalti era asaltado por muchas camisetas rojas.
En el uno a cero, Mandzukic, Müller, ¡Alaba! y el autor del gol, Frank Ribery, yacían escalonados y dispuestos para
remachar.
El dos a cero era el culmen de lo que había preparado Guardiola. Acumulación de pases que desordenan, futbolistas
colocados para una conexión limpia entre central y extremo, y suntuosa maniobra del diez del Bayern regateando a tres
defensores antes de cruzarle el balón al guardameta Schäfer.
En un mismo partido los dos Bayern diluidos en la misma pócima. El Bayern de Múnich y el Bayern de Pep coexistían
alternándose en función de aquello que se requería para acercarse al triunfo. Era el Bayern de la totalidad del talento
confinado en las formas efectivas de interacción dadas entre los jugadores.
Quedaban seis días para calibrar la validez de estos conceptos en auge, y quizás manifestar alguno sin estrenar. Mourinho
esperaba en Praga, concretamente en el estadio Eden Arena, para poner a prueba la utilidad de todo aquello que se estaba
maquinando entre los muros de la ciudad deportiva del campeón de la Bundesliga.
Antes de la cita, última estación en Friburgo, donde la alineación se establece pensando en la Supercopa de Europa. Siete
fueron los cambios introducidos por Pep en el once respecto al encuentro frente al Núremberg.
Diego Contento trataba de emular al austriaco David Alaba, con Rafinha en el flanco derecho y Van Buyten y Dante como
pareja de defensas traseros.
Schweinsteiger repetía como medio atrasado, hasta ese momento parecía la opción que más gustaba al técnico, mientras Toni
Kroos y Mario Götze eran los interiores. El ex del Dortmund casi siempre más avanzado que el de Greifswald. Shaqiri,
Müller y Pizarro completaban el dibujo.
Imagino que derivado del estudio de las regularidades del Friburgo, Guardiola preparó un movimiento que a lo largo de la
temporada se volvería a dar.
Contento estiraba por fuera, Shaqiri le dejaba espacio ocupando zonas más próximas al eje longitudinal del terreno de juego,
siendo Kroos el hombre libre en los primeros pasos de la creación de situaciones de progresión.
Sin embargo, ese desplazamiento no encontraba la prolongación de sucesos que concedieran que la superioridad en el
manejo de la pelota se transformara en dominio verídico.
El juego era desordenado, las secuencias de pase y los ritmos no desquiciaban a los rivales, sino que éstos podían defender
sin excesivo desgaste.
El balón iba de unos a otros sin ese presentimiento de que el bloque antagonista se estuviese despiezando.
No era problema de cómo se querían hacer los movimientos, los desmarques, las fijaciones. Si valorásemos el partido en
fotogramas, veríamos que los futbolistas del Bayern cumplían con la ortodoxia del plan. La cuestión yacía en quiénes debían
llevarlo a buen puerto.
Cuando a nivel estructural vemos que existe armonía para consumar los objetivos de lo ambicionado, caemos en la falsa
ilusión de que con independencia de los que tienen que intervenir el funcionamiento va a ser equilibrado. Ponerse en lugares
concretos contribuye a que puedan empezar a desarrollarse ciertos eventos, pero no lo determina.
Curiosamente, en los estilos donde predomina el pase se hace doblemente imprescindible el uso del regate y la fijación con
balón. Juntándote, juntas también a los adversarios, y una de las formas más fiables de rondar con peligro el área es contando
con futbolistas de buen gambeteo.
Müller no es un virtuoso del desborde, Shaqiri no acababa de entender la parte socio-afectiva de la conducción, y la suma
de los de atrás, Rafinha y Contento, tampoco producía notables trastornos a un Friburgo bien dibujado y apiñado.
El Bayern de Múnich cedía los dos primeros puntos en Bundesliga, y el partido dejaba una enseñanza clave: los cómos no
pueden estar jamás por encima de los quiénes.
La metodología no debe actuar en dirección contraria a las conductas naturales de los jugadores. El método está en ellos y
vuelve a ellos.
Cierto es que como entrenadores debamos buscar, cuestionar y superar esas barreras que limitan la expansión del
aprendizaje en determinados sujetos, pero sin desconocer que somos simples activadores de recursos que ellos ya poseen.
Guardiola cree en el jugador. Considera que el ser humano es inteligente per se. Sostiene que con la implicación de la
voluntad y dando sentido a la pasión se puede vencer la rutina y mejorar de manera exponencial.
Él jugó al fútbol, ganándolo casi todo, formando parte del equipo que cambió el concepto de este juego a principios de los
años noventa, el dream team de Johan Cruyff, amoldando el cerebro a sus escasas cualidades físicas y desatando la emoción
que le suponía democratizar el juego a través de pasar el balón con grandes dosis de lógica.
A través de su manera de jugar desbloqueó bienes técnico-tácticos que nunca se habían distinguido entre sus compañeros.
Con el cuatro a la espalda siempre fue un movilizador de las destacadas cualidades que contenía aquel Barça.
Llegó el segundo momento de la verdad. Viernes treinta de agosto, ocho y cuarenta y cinco de la noche.
José Mourinho y Josep Guardiola cara a cara de nuevo, un año y poco después de que el portugués y el catalán formaran
parte de una de las épocas más brillantes de la liga española.
El de Setúbal salía con Cech, Ivanovic, Cahill, David Luiz, Cole, Lampard, Ramires, Schürrle, Óscar, Hazard y Fernando
Torres. Un equipo solidario en la recuperación, con excelentes iniciadores del contraataque y repleto de gran viveza para
explotar los espacios vacíos.
Pep, que había perdido por lesión a Bastian Schweinsteiger, presentaba un once con Neuer, Rafinha y Alaba como laterales,
Boateng junto a Dante como centrales, Kroos de centrocampista, secundado por Lahm y Müller como interiores, Robben y
Ribery asegurando anchura a la organización, y Mandzukic autorizando profundidad a la misma.
Los londinenses iban a buscar a los de Múnich arriba y la respuesta de los alemanes fue más que interesante.
Reconocimiento de referencias posicionales por parte de Neuer en función a forma elegida del Chelsea en la presión alta.
Lejos de estresarse, los laterales evidenciaban líneas de pase cercanas a los centrales y Neuer; Mandzukic se lateralizaba.
El marcador del croata no podía controlarlo de cerca puesto que para ello se abriría un intervalo excesivo que podría ser
utilizado por otro atacante.
Con referencias más cercanas a lo habitual, Boateng y Dante acertaban constantemente en sus entregas. La presión era
brincada con precisión y el equipo de Guardiola jugaba en campo contrario continuamente.
Torres se oponía al poseedor en la salida del balón, el brasileño Óscar y Frank Lampard se decantaban por acercarse a
Lahm y Kroos, y Schürrle vetaba que el otro central pudiera recibir.
El portero se convertía en el receptor más seguro y reconocía a los laterales como los siguientes libres.
Cuando Óscar se decidía por acosar al otro zaguero, uno de los dos centrocampistas más retrasados quedaban como
receptores inminentes.
Mandzukic lateralizado como receptor potencial ante el pressing adelantado del Chelsea F. C.
Alternativas de intervención de Philipp Lahm para tratar de hacer poco eficiente el acoso de los dos primeros defensores del Chelsea F. C.
Incluso, Manuel Neuer era capaz de atraer a Torres para dejar solitario a uno de sus hombres más próximos.
La metamorfosis estaba en marcha. Jugadores que nunca habían acariciado estos conceptos, renovaban sus responsabilidades
y comenzaban a dominar las claves para iniciar los ataques eliminando opositores.
Reconocimiento de referencias posicionales por parte de Neuer en función a forma elegida del Chelsea en la presión alta.
Si los de atrás tenían licencia para conducir la pelota, Philipp Lahm cambiaba la forma de apoyar en función del tiempo de
ejecución que los centrales tenían.
Por algo Guardiola asegura que el de Baviera es el jugador más inteligente al que ha entrenado en toda su carrera.
Si los que acosaban a los centrales ganaban mucho terreno el pequeño internacional alemán aguardaba detrás de los mismos,
describiendo una evidente línea de pase al portador del esférico.
Si por el contrario, los primeros administradores del balón estaban seriamente intimidados su movimiento surgía para
convertir la primera línea en una subestructura conformada por un sostén más.
Disponer en la plantilla de un futbolista con esta comprensión sobre las necesidades del juego acelera los procesos elegidos
para desarrollar el modelo pretendido.
A pesar de arrojar unas sensaciones inmejorables, teniendo en cuenta la altura de temporada, una transición fulgurante
asegurada por Hazard, continuada por Schürrle y acabada por Torres, con un error brutal de los defensores rojos al replegar y
ocupar el área sin vigilar la conducta del delantero español, ponía al Chelsea F. C. con el tanteo favorable.
Desde ese momento, Mourinho proclama el repliegue a terreno propio y el Bayern comienza a ver como el contexto de
progresión varía sustancialmente. De tenerlos divididos a verlos compactados sobre su mitad de campo.
Ahí surge el mejor Bayern hasta la fecha. Dante, Alaba y Ribery convierten su flanco en un territorio de múltiples e
ilustradas manifestaciones conductuales.
Robben y Lahm se adueñan del lado opuesto, mientras Müller va aprovechándose de todo cuanto desordenan los demás.
El atacante formado en la cantera es uno de esos jugadores a los que es difícil catalogar. Sus cualidades no son
extraordinarias desde un punto de vista técnico o físico. Sin embargo, su clarividencia para apropiarse del espacio útil, su
lucidez para permitir que los demás jueguen de manera más confortable y su probada competencia para no desafinar en varios
puestos específicos hace que, desde la llegada de Van Gaal a Múnich, siempre haya sido fijo en las alineaciones.
Los extremos se hacen con el manual del partido y lo orientan convenientemente y los laterales e interiores reequilibran todo
lo que el talento de ambos propone.
El francés y el holandés van fijando paquetes de defensores derivado del trabajo que los demás, en un papel gregario, le
ponen a su disposición.
Cada circulación de los extremos hacia zonas interiores obtenía la respuesta de Müller y Mandzukic con desplazamientos contrarios para asegurar el
reequilibrio en los apoyos.
Como enfrente había jugadores de gran nivel, las escasas opciones de sacudirse el dominio, de mermar el hostigamiento,
pasaban por esas posesiones diseñadas en los equipos de Mou para defenderse. Eso y un par de sacudidas repentinas
construidas por un Schürrle, que aprovechaba la ausencia o el tardío regreso de Alaba a su espacio defensivo, escenificaba la
incertidumbre.
La participación de los exteriores era tan determinante que comenzaron a hacer determinantes a otros jugadores. La razón es
bien sencilla, ya que la atracción de varios defensores gestada por las circulaciones de ambos ocasionaba lagunas espaciales
en el sistema de contención azul.
Para no verse descosidos, en ocasiones tomaban el atajo más simple. Se reunían en el área confiando en sus supremas
cualidades para el marcaje.
No se recuerda en la historia reciente del fútbol un equipo como el Chelsea de principios de este siglo sumergido en estas
lides. Carvalho, Terry, David Luiz, Cahill o Ivanovic han ido convirtiendo a este conjunto en uno de los de mayor fiabilidad
en defensa organizada cerrada y cercana a propia portería.
Ante tal hecho, el Bayern tiró de recursos anteriores tomando zonas significativas en el área mediante sus especialistas. La
batalla estaba preparada.
Las interacciones avivadas por aquellos que necesitan seguir a sus instintos tienen cabida en los argumentos de Pep. Lo
impremeditado tiene un lugar preferente en su modelo. Haber dirigido a Messi le ha enseñado la magnitud en el resultado final
que tienen este tipo de futbolistas. Sabe que las ideas de estos talentos dan sentido a las de los demás.
El secreto está en establecer, para bien y para mal, las consecuencias de sus actos, y disponer de respuestas que vigoricen
los estados de máximo rendimiento en la organización.
Canalizar las intervenciones espontáneas, y hacer que no sean indescifrables para el resto, supone un acto de gran
coordinador de recursos. Los grandes jugadores son imprescindibles, su actividad cerebral no suele atender a ataduras si estas
no van a suponer un paso posterior y factible hacia la autonomía. Crear a partir de sus creaciones, permitirles ese lujoso
espacio de indeterminación, nos convierte en mejores entrenadores.
El Bayern de Múnich ganaba en la tanda de penaltis, tras una prórroga en la que Hazard adelantaba nuevamente a su equipo,
pero en la que Javi Martínez empataba sobre la bocina.
El equipo encarrilaba su rumbo a partir de un Guardiola perseverante y flexible a partes iguales, seguro de sí mismo y
sensible a la fascinación de comportamientos fulgentes implícitos en sus mejores solistas.
Era su primer título, pero la esperanza de ilusionar con nuevos fundamentos suponía su gran victoria. Su equipo quería la
pelota, no rechazaba la noción de usarla más y mejor que el rival. Se podía buscar desde estas bases la perfección a sabiendas
de su no existencia. Su curiosidad encontraba terreno fértil.
EL JUGADOR Y EL APRENDIZAJE: ENTRE SU
SEGURIDAD Y EL CONTACTO CON LA NOVEDAD
por Rosa Coba (licenciada en psicología)
La práctica del fútbol, desde el punto de vista psicológico, me parece un escenario tremendamente atractivo y motivador ya
que ofrece una constante posibilidad de aprendizaje y crecimiento, sobre todo porque supone interacción en estado puro a la
par que es una fuente de reciprocidad para quien se acerca a ella. Además, el azar y la incertidumbre, invitados a priori un
tanto incómodos para la ansiada necesidad de control que parece subyugada a la cultura de la inmediatez del fútbol, conforman
una parte irreductible de su esencia. El ingrediente estrella, su naturaleza colectiva, encumbra a esta práctica a representar un
producto cerebral por excelencia. Por todo ello, y no es tarea sencilla, que hay que ejercitar en equilibrio y coherencia las
dinámicas necesarias para optimizar el rendimiento.
Desde mi punto de vista, los jugadores son, están y no pueden dejar de ser los protagonistas absolutos ya que como personas,
por encima de todo, no se pueden aislar en el desempeño de su tarea, de su personalidad, impronta, talento, valores,
inteligencia, profesionalidad y circunstancias.
¿No les parece tremendamente interesante?
El fútbol es un ejercicio de posibilidades. Las mismas nacen de las interacciones del jugador con el modelo de juego, crecen
sobre la incertidumbre (que no anarquía) y deben ser estimuladas por el cuerpo técnico. Todo ello bajo el amparo de la
plasticidad cerebral.
El modelo de juego es una pieza esencial desde el punto de vista psicológico ya que representa un espejo en el que el
jugador debe, entre otras cosas, aprender a observarse y conocerse.
Las personas somos cambio, dinámica y movimiento en torno a circunstancias, estímulos y situaciones. Los jugadores han de
encontrar un equilibrio satisfactorio y armonioso en torno al modelo de juego que debe llegar a evolucionar al punto de
transformarse en una herramienta. Me estoy refiriendo a los límites de control: ayudan a ubicarse ante la incertidumbre, ganar
seguridad ante el miedo, reorganizarse ante el descontrol. Recordemos que en torno al desempeño del trabajo de un futbolista
cohabitan emociones muy intensas y no siempre cómodas. Son invitadas permanentes que debemos aprender a situarlas en el
espacio adecuado con la principal finalidad de que no fagociten las posibilidades.
El entrenador, o mejor dicho, el buen entrenador, es aquel que lidera con inteligencia emocional la facilitación de las
posibilidades del jugador. Quiero expresar con ello que ha de tener plena conciencia y estar necesariamente dispuesto a
aprender para poder observar, escuchar y ayudar al jugador en la búsqueda de escenarios sobre los que interactúe no sólo de
un modo necesario, sino hacerlo en sintonía con las no certezas que ha de trasladar e invitar a descubrir al mismo.
El entrenador puede hacer tantas cosas que, en ocasiones, la alargada estela de la incertidumbre y el azar difumina
incoherencias de tal calibre que asfixian el progreso. Por eso, un buen punto de partida puede ser no dejar de plantearse lo que
no queremos. Lo que queremos ya sabemos que es, desde siempre y no somos nada originales: todos queremos ganar. ¿Pero
sabemos lo que no deberíamos querer? O lo que es sinónimo en este caso, ¿sabemos qué debemos no hacer para no alejarnos
de lo que queremos?
Es como querer enseñar a respirar impidiendo la entrada de aire. Disponemos de los mecanismos para hacerlo, podemos
entender cualquier técnica al respecto pero si impedimos que llegue el oxígeno, además de no tener el ingrediente
imprescindible, estamos impidiendo experimentar la sensación, que en sí misma conforma el aprendizaje y el desarrollo de
otra herramienta psicológica necesaria: la reciprocidad. La búsqueda de sensaciones, tomar conciencia de ello y de sus
repercusiones, supone en sí un aprendizaje. Eso es lo que significa interaccionar. Damos en torno a lo que modula lo que
recibimos y lo que recibimos es interpretado según las necesidades que tengamos de distribuir.
El mal llamado “segundo plano” que el entrenador debe ocupar (¿por qué ordenar?) prefiero explicarlo como una mera
actitud psicológica que le permite situarse a la distancia necesaria para ejercer con empatía y eficacia su desempeño: el de
posibilitador. Ha de buscar y optimizar las capacidades de cada uno de los jugadores y ponerlas al servicio de la
colectividad.
El entrenador no debe acotar la incertidumbre de forma errónea, sabemos que el talento que no va vestido con educación y
valores es el gran amigo y justificador del fracaso y si al talento y los valores no se le facilita las vías para ser conscientes de
la interacción, se marchitarán tan pronto como el jugador experimente inseguridad.
Por tanto, el jugador debe entrenar el abandono de sus certezas, estancas e impermeables, tan antinaturales como
multiplicadoras de miedos e inseguridades basándose en dos aspectos esenciales: interacción y su plasticidad cerebral. Las
personas podemos adaptarnos a las circunstancias cambiantes porque poseemos la capacidad intrínseca de hacerlo. Que de
esa formidable capacidad se derive una mejora en el rendimiento va a depender de cómo se entrene, cómo se disponga la
materia prima: entrenamos intentando reproducir un ¿guión? o entrenamos con unos límites de control que faciliten el
entendimiento entre modelo y jugador.
Lo segundo es coherente con la naturaleza humana y del juego y directamente empuja al jugador a salir de corsés que van a
suponerle un lastre.
El jugador que experimenta y en dicho ejercicio se descubre pensando o sintiendo de diferentes formas, está siendo
estimulado hacia el progreso porque más allá del resultadismo asociado a un armonioso ajuste entre modelo y jugador… no
debemos olvidar que no existen fórmulas de éxito aseguradas más que el aprendizaje y consolidación de un estilo que se hace
fuerte en tanto se está experimentando y aprendiendo en torno a él.
Las personas somos más felices por lo que experimentamos y hacemos para conseguir y sentir que por lo que tenemos en sí.
Tener sin más, no deja de ser una falacia emocional ya que a pesar de ser una fiel defensora de la necesaria estabilidad
endógena amparada en una cierta estabilidad exógena, todo y todos estamos en un continuo ejercicio de interacción y cambio.
Anclarnos a la certeza sin invitar a la incertidumbre es tan irreal como absurdo, a la par que no contemplar el cambio como
medio de progreso, una infinita pérdida de opciones de ser felices.
La complementariedad,esa gran estimuladora de riqueza
conceptual
“Jugar con los jugadores que tengo al lado es una maravilla. Tengo esa suerte e intento aprovecharlo, no sólo en
los partidos sino en entrenamientos”. Leo Messi
“Solamente cuando estoy contigo siento que estoy conmigo”. Alejandro Jodorowsky
Los entrenadores buscamos motivaciones diarias para que el desarrollo de nuestro trabajo vaya sobre ruedas. Emocionar al
jugador es nuestro objetivo. Que halle ese necesario sentimiento de pertenencia a una filosofía de juego y de convivencia es
básico para programar generando riqueza contextual.
El futbolista debe sentir que prospera, debe palpar que enriquece el juego a la vez que es enriquecido por el mismo.
Pasar mejor, moverse correctamente, ser consistente en el quite, en definitiva mejorar, tiene que ver con que mejora toda la
organización.
Sabemos que este deporte es colectivo, que somos seres sociales dependientes, en gran medida, de lo que los demás aportan.
Considero que la libertad está precisamente en la interacción significativa, que ser mejor está íntimamente ligado a hacerse
mejores entre sí. Yo soy en función de con quiénes esté siendo.
Decía Frank Ribery sobre Pep que percibía de inmediato lo que quería. Yo me atrevo a decir que lo que el catalán quiere es
que nadie sea ni diferente de quien es, ni que esté por debajo de lo que puede ser.
Su ego y su discurso, a pesar de algunas afirmaciones que pueden hacernos pensar lo contrario, lo busca en lo que dominan
sus jugadores.
Para activar la mejor versión de cada cual es indispensable construir relaciones jugosas en lo táctico. El jugador sabe
cuándo lo hace bien, pero, ante todo, sabe con quiénes lo hace mejor.
Tras la Supercopa de Europa, y a pesar de que las bajas azotaban seriamente al equipo en determinadas posiciones,
Guardiola seguía rastreando entre los suyos formas de relación que resolvieran determinados rompecabezas.
En liga, ante el Hannover 96 sorprendió ver en la alineación a Robben como media punta y Müller como extremo.
En un equipo que aspira a jugar atesorando los beneficios de una correcta circulación de la pelota, que codicia ser pausado
cuando toca serlo, el holandés por dentro sería una interesante opción únicamente si los jugadores de los que se ve rodeado
tienen características concretas, o, en su defecto, que el bloque rival sea desproporcionado en la disposición de sus líneas.
La tenencia del balón era poco prolífica, los pases llegaban a los destinatarios pero no tenían excesiva consideración con lo
que el nuevo receptor podía continuar proponiendo.
Era una circulación torpe, como guiada y dirigida en exceso, adecuada para dormir un partido pero estéril si lo que se
persigue es rasgar el tejido defensivo del adversario.
Como era de prever, con Robben por dentro, Ribery dejó la cal de banda, autorizando que Alaba la recorriera
infatigablemente, y se asoció permanentemente al internacional orange hasta fabricar los dos goles del partido.
Dos buenas jugadas permitieron aquello que el juego no estaba entregando.
Curiosamente, tan sólo tres días después y con un único cambio respecto a la alineación, Boateng recogía el testigo de Van
Buyten, el Bayern de Múnich parecía otro equipo bien distinto.
El CSK de Moscú visitaba el Allianz en el debut en Champions League. Este encuentro sirvió para observar la importancia
de los patrones de organización, esas relaciones que decretan las características primarias del sistema.
Las variables van subordinando el juego. Estructuras y procedimientos alcanzan diferentes niveles en base a las
interacciones dadas, los espacios donde se producen y las características de la oposición.
Robben y Ribery por fuera, Müller permitiéndoles que fuesen ellos mismos, y permitiéndose ser práctico, con Lahm y Kroos
en la construcción, junto con los laterales ubicados como interiores, mostraron a un equipo dominador, de fútbol bien
elaborado, en el que todo parecía engrasado.
El oponente también ayudó puesto que sus dos hombres más adelantados, Honda y Musa, parecían pertenecer a otro equipo.
Sus momentos de ejercer la presión no se ajustaban a lo que los demás decidían hacer o les era posible realizar, por fuera
Vitinho y Schennikov, en izquierda, y Zuber junto a Nababkin, por derecha, no eran capaces de resolver lo que los muniqueses
hacían para que los de arriba recibieran con cierta holgura.
Estructura organizativa frente al CSKA de Moscú para garantizar orden en los procesos de juego.
La goleada por tres a cero y, ante todo, la redondez que alcanzó el juego forjado, puntualizaron la trascendencia de las
teorías sistémicas y sus principios más relevantes.
El tren estaba en marcha. Inglaterra era la siguiente estación trascendental para jugar ante el Manchester City, el rival más
importante de la fase de grupos de liga de campeones.
El jeque árabe, propietario del Manchester City, Mansour bin Zayed Al Nayhan, seguía invirtiendo para completar un equipo
ganador de títulos. El talento se derramaba en un conjunto que aspiraba a destronar a Chelsea y United en Premier League y
acercarse a los grandes del continente.
El caudal de reflexiones tenían su punto de mira en el Etihad Stadium, allí había que encontrar la inyección de autoestima
para seguir avanzando.
Aun quedaban tres enfrentamientos más. Schalke 04 y Wolfburgo en liga, junto con el Hannover en copa, precedían al
partido de Manchester. Competir por ganarle la cabeza al Dortmund, que hasta la fecha resistía en lo más alto, estabilizar
determinados patrones colectivos y predisponer a la plantilla para hallar otros, eran los objetivos a cubrir ante los clubes
nacionales.
Entre lo más destacado, subrayar que se normalizaron interacciones entre central-lateral-extremo, alcanzando su culmen en
el partido del Schalke donde Alaba fue determinante en ataque por su rol de asistente, y la mezcla de centrocampistas para que
esa superioridad exterior se produjera.
Lahm, Kroos y Bastian Schweinsteiger conjuntaban sus capacidades para trasladar con criterio el balón y hacer posible un
fútbol más hermanado.
Tan elogiable era lo que construían, que ante el Hannover 96 se juntaron en el campo Van Buyten, Contento, Shaqiri, Müller
y Pizarro, algo que resultó desastroso el día del Friburgo en la cuarta jornada de liga, y el rendimiento fue más que aceptable.
Que Guardiola es epígono del juego de posición es un hecho irrefutable. Sin Cruyff no existiría Pep, y sin Pep no habría
existido el mejor equipo de todos los tiempos en el gobierno del balón. Ama los procesos pacientes, adora el centrocampismo
pues considera que este tipo de jugadores retienen en su cerebro los bocetos de las mejores prácticas, custodian los planes y
administran los tiempos para llevarlos a cabo.
Para el de Santpedor, la síntesis de lo realizable se condensa en las cabezas de los centrocampistas.
Por ello, había medido las complementariedades, valorando en el presente las posibilidades futuras. Siete jornadas
domésticas, dos supercopas, un partido Champions y dos eliminatorias de copa eran más que suficientes para comparecer con
argumentos en el domicilio de los chicos de Manuel Pellegrini.
El Bayern más excelso.El esplendor del Etihad Stadium
“Una obra no quiere decir nada. Más bien hace decir, hace pensar, hace sentir”. José Luis Moraza
Los aficionados citizens tardarán en olvidar el paso de los alemanes por su recinto deportivo una noche de principios de
octubre de dos mil trece.
De lo arrojado en todos los ensayos, Guardiola hizo un compendio de lo más significativo, las emergencias más sutiles, y lo
arrimó a su sensibilidad. Era un aviso a navegantes. Él iba a partir de las cualidades de sus jugadores pero no iba a renunciar
a lo que dictaba su ideología.
Es la ventaja de liderar proyectos de medio-largo plazo, contar con tiempo para escrutar las habilidades que contiene el
equipo y crear a partir de las mismas otras tendencias, una mayor querencia a hábitos que cuenten con el balón como
protagonista principal, casi único, de lo sucedido en la hierba.
Cuando se ficha a un técnico de este perfil, la ambición no queda sellada en el hecho de continuar ganando, sino que debes
incluir la perspectiva de generar una forma concreta de hacerlo.
Propiciar una reestructuración de las condiciones cognitivas no es un acto irreverente con la personalidad de los que juegan,
sino abrir una ventana hacia la excelencia cohibida por la construcción limitada de las percepciones e ideas que nos ubican
frente a la realidad.
Se puede jugar bien, aunque no tan bien, a un fútbol asociativo sin tener que apellidarte Iniesta, Hernández, Silva, Cazorla,
Fábregas o Mata.
Ante los del chileno Pellegrini, el Bayern exhibió fragmentos del mejor juego de posición compuesto en el Barcelona.
Neuer parecía estar teledirigido por Víctor Valdés y siempre encontraba al hombre libre mejor situado. Una vez más la
técnica se ponía al servicio de la táctica. Cuando comprendes lo que hay que hacer, cuando sabes qué elaborar, encuentras la
mejor manera de realizarlo basándote en tu propia e intransferible motricidad.
Reconociendo el sistema de referencias que derivan de la actividad colaboradora y opositora la probabilidad de acertar en
lo decisional es mayor. La complicidad de los que se desmarcan o esperan sin ningún tipo de dinamismo es básica para que
este tipo de trámites sean eficientes.
La intervención de Rafinha y Alaba para fijar a Jesús Navas y Nasri, y el desplazamiento de Schweinsteiger para impedir a
Fernandinho o Yaya Touré la cobertura al pressing de Agüero y Dzeko allanaba el pase sobre Lahm, Kroos o cualquiera de
los centrales.
Los ritmos eran altísimos, de cadencia concordante, y cada gesto encajaba con los de los demás.
Los que tenían el encargo de conservar la pelota se vincularon de forma majestuosa facilitando que los de fuera destaparan
el tarro de las esencias del desequilibrio.
No dábamos crédito los telespectadores a las consecuencias que traía consigo un fútbol tan bien trenzado. Todo quedaba
como más le gusta a Pep, bajado de revoluciones en los primeros compases de la jugada y estruendoso cuando se ganan las
ventajas en los espacios pertinentes.
Ver a los dos extremos celestes orientados hacia su portería y en campo propio era el síntoma más evidente de la agobiante
superioridad roja.
Manuel Neuer constituía un elemento más en la circulación del balón y encontraba constantemente al compañero mejor situado.
La obvia pretensión de llegar muy unidos hacia zonas adelantadas se conseguía constantemente, los pases de los de dentro
eran tan serviciales que los controles de los receptores llevaban consigo la superación de los rivales.
Las escasísimas perdidas de balón eran respondidas con un acoso asfixiante, separando muy poquito las líneas y dejando
espacio detrás de los últimos defensores. Allí, el guardameta titular de la selección germana, se movía para subsanar
cualquier equivocación al tirar el fuera de juego.
El Manchester se frustraba. Los ingleses no son un conjunto que manifieste un gran compromiso en los momentos de no
posesión, pero sí que están acostumbrados a saborear con longevidad la propiedad del balón.
Era tan placentera la sensación que debía sentir el equipo cuando poseía la pelota, que el apetito por recuperarla era
insaciable.
El estilo defensivo abierto, necesita de delanteros que condicionen las primeras fases del ataque rival. Aunque el balón se
reconquista frecuentemente en otros lugares distintos a los que estos ocupan, su comportamiento es vital para hacer impreciso
el avance.
Los muniqueses contraían los tiempos de decisión del poseedor del balón, nadie se sentía superado y la fidelidad de los
equipos de Guardiola a defender atacando acababa prevaleciendo sobre el césped.
Destacaba la forma en la que sacaban la pelota de los espacios de recuperación debido a la predisposición de los alejados a
ofrecer líneas de pase laterales y diagonales.
Creación de líneas de pase laterales y diagonales para sacar el balón de las zonas de mayor densificación cuando se malogra su posesión.
Las jugadas tenían mucha continuidad, el esférico no se atrancaba en ninguna bota, y era cuestión de minutos que los goles
fuesen cayendo.
La complejidad de las circulaciones era tal que se dificultaban enormemente los emparejamientos defensivos y las ayudas
proporcionadas en forma de doblajes.
El atrevimiento de Ribery para circular con asiduidad a otros puestos distintos del suyo, la calidad perceptiva de Alaba y
Kroos para atacar los intervalos resultantes, exigían a los de Pellegrini la realización de desplazamientos embarazosos y
altamente perturbadores.
Cuando se desencadenan estos jugadores es cuando mejor se aprecia el valor de Thomas Müller. Como delantero, y distante
de los que gestan las jugadas, su figura se eleva porque es un verdadero artista del juego sin balón.
Él se mueve en función de las necesidades de la jugada ocupando los espacios abandonados por las asociaciones entre
colegas, o agrandándoles las zonas de intervención, para que las andanzas de algunos no cortocircuite los procesos
emprendidos.
El primer tanto llega por un desajuste en el cambio de oponente entre Richards y Navas ante el desdoblamiento de Alaba,
mientras que el cero a dos llegaba justo desde La Masia.
Hasta diez pases se acumularon en el lado izquierdo, varios de ellos consecutivos entre Alaba y Ribery, recordando a
aquellos tuya-mía entre Dani Alves y Leo Messi.
Los defensores se iban acercando a ese sector magnetizados por el balón, hasta que Dante decide agrandar a la espalda del
poseedor, recibir el balón y elevarlo en diagonal hacia la carrera de Müller.
Se había enunciado uno de los conceptos fundamentales del juego del Barça: atraer y agrupar a un cuantioso grupo de
oponentes para despejar vías de penetración en lugares opuestos.
La sincronía era variable. A veces extremos por dentro y laterales por fuera, otras al contrario; los laterales como interiores
y los interiores por delante, casi como dos medios ofensivos; el delantero lateralizado y los exteriores en espacios contiguos,
todo ello sin desorden alguno.
Representación del segundo gol ante el City. Atraer a rivales y despejar líneas de penetración a alejados.
En ocasiones, cuando la jugada crecía, los laterales ocupaban el puesto de unos interiores que avanzaban para aproximarse a los extremos y el delantero.
Para rematar el partido, los bávaros eligieron un recurso que parecía representar un guiño a Heynckes. Desde una situación
de defensa organizada cerrada, sin ningún elemento fuera de la propia mitad de campo, Lahm decide abalanzarse sobre
Fernandinho, el brasileño no guarda con acierto el balón y Toni Kroos, que se disponía a secundar a su compañero, lo
desposee.
Robben y Müller ganan a máxima velocidad los pasillos a ambos lados del conductor del contraataque. El centrocampista se
decanta por Robben y el de Bedum le agradece el regalo, tras zigzaguear en las narices de Nastasic, batiendo a Joe Hart.
El Bayern parecía estar jugando frente a un conjunto menor al que le acercaba el balón para alejárselo una y otra vez. Hubo
jugadas que superaban los veinte o treinta pases para acabar en oportunidad de peligro.
Los atacantes recibían a espaldas de los contrincantes y, tras girarse, iniciaban la creación de situaciones de finalización de
manera frontal. Así, la goleada pudo ser escandalosa, pero el marcador acabó siendo maquillado por una conexión hispana
entre David Silva y Negredo, suplentes inesperados.
Considero que esa noche nació el Bayern del futuro. Evidentemente, durante el resto de temporada se hacía imprescindible
cambiar de alineación para que la plantilla se sintiera participe de todo cuanto le esperaba al equipo, pero Guardiola
bosquejó los elementos principales de su proyecto venidero.
Evidentemente, como persona inteligente no iba a renunciar al carácter polifacético que su plantilla tenía, pero no iba a
abdicar de sus ideas.
La cruzada emocional era palpable. Es un contrasentido que él llenaba de sentido, acercarse al carácter de los jugadores y
rebelarse contra esas formas primarias tan tangibles en los suyos. Él sabia que esa plantilla escondía otros recursos, así que su
mente nunca iba a rendirse en la exploración y la consecución de la forma de llegar a ellos.
Apenas llevaba cuatro meses en el país centroeuropeo y ya intuía las necesidades para construir un equipo a la medida de
las expectativas que suscita su presencia.
Nuestras ideas están entre las suyas, pero a veces el ingenio del jugador yace soterrado, sumiso ante los miedos y
limitaciones de quienes fueron influenciando sus conductas.
Gestionar talento es ir más allá, es tratar de curiosear para proponer nuevos caminos, es tener el valor de considerar al
aprendiz como sujeto flexible y creativo, ya que cuando se pondera la inteligencia de los que juegan los equipos suelen ser
imparables. Exigir es saber que todo futbolista es más de lo que le hicieron creer ser.
El entrenador constructivista
“El objetivo de Guardiola es optimizar lo que ya es bueno.Modificar la información correspondiente, ése es su
regalo,y esto le convierte en el gran entrenador que es”. Johan Cruyff
“El profesor se vuelve un participante activo en el proceso de construcción de conocimiento que tiene como centro
no a la materia,sino al alumno que actúa sobre el contenido”. Teresa Mauri
Rememoro con cierta nostalgia mis inicios como entrenador. Se presentan ante mi los mejores recuerdos cuando mi atención
se detiene en esos momentos.
Todo era un querer investigar, buscar en cualquier ámbito algún detalle que me permitiera ser un técnico más cualificado.
Debo reconocer que soy un enamorado del día a día, del entrenamiento. Poder promover determinadas conductas para
conseguir que tu equipo maneje los partidos es un absoluto placer. Observar lo que provocan los futbolistas con sus
comportamientos, reflexionar sobre lo que podrían realizar relacionándose de distintas maneras, y comprobarlo, es un festín.
Partir de ellos para devolverles lo que es suyo, creo, es el fundamento de una organización bien preparada.
Cómo poder llevarlo a cabo sin simplificar la naturaleza del juego y del jugador todavía es una de las ambiciones que
persigo.
Desde muy joven estuve muy interesado en saber la forma en que se produce el aprendizaje. Leí mucha bibliografía
relacionada con las distintas teorías de enseñanza, diferentes modelos de aprehensión de conocimiento.
No existe un proceso puro y único de aprendizaje, sino que “asociar y construir son dos formas complementarias de
aprendizaje”.1 Cualquier forma elegida para el desarrollo de conceptos tendrá una mayor tendencia a uno u otro estilo, pero su
manifestación llevará, en mayor o menor medida, principios de todos ellos.
1. Pozo Municio, I. (2001). “Aprendices y maestros”. Alianza Editorial. Madrid.
Si hiciésemos una encuesta para catalogar el estilo empleado por Guardiola, seguramente las teorías conductistas serían
nombradas con mayor frecuencia que ninguna otra.
Pep es asociado a procesos mecanicistas simplemente porque sus equipos tienen signos distintivos de proceder.
Evidentemente, hay mucho de repetición para asimilar determinadas cuestiones, pero en un juego tan abierto, dinámico y
aleatorio como el fútbol las teorías mecanicistas, fundamentadas en la simple recepción de la información y la reproducción
por parte del jugador, nos llevan directamente al fracaso. Lo mecánico y lo constructivo se apoyan recíprocamente, pero por si
solo asociar sin más deja incompleto el aprendizaje superior.
De ahí, que tras valorar lo obrado por los equipos del catalán, me atrevo a etiquetarlo como un entrenador constructivista.
El constructivismo, como modelo de elaboración de conocimiento, ensalza al jugador como epicentro de dicho proceso,
destacando la interacción efectiva, y, del mismo modo, la contextualización de la actividad.
Guardiola es eso. Es un maestro en la aceptación de la trascendencia que tiene la toma de iniciativa por parte del jugador.
Siempre acaba proponiendo contextos facilitadores para su completa exposición, organiza la práctica en pos de una
transferencia significativa, predice sucesos, extrae regularidades y conduce los contenidos hacia desconocidas zonas de
desarrollo. Los pone a hacer lo que sabe que saben hacer.
Para él, las personas a las que entrena no son simples receptores de sus enseñanzas, su exigencia se centra en implicarles en
un esfuerzo permanente de percepción y actuación, que les haga crear nuevos saberes, conocimientos reveladores, desde lo
preexistente. Goza cuando el futbolista asume el control de su aprendizaje.
El dinamismo intelectual debe darse en el jugador que aprende desde su experiencia interna, extendiendo y modificando su
concepción de la realidad, habilitando nuevos rumbos procedimentales.
A través de esos mal llamados mecanismos, enriquece el punto de vista de los intervinientes del juego.
Relaciona a unos con otros no sólo cognitivamente, sino que crea un clima inmejorable en lo afectivo y emocional. Les hace
abarcar novedosos conceptos partiendo de lo que ya dominan. Así, progresivamente, todo futbolista incorpora significados
funcionales y establece a su vez una relación convincente entre lo que sabía hacer y lo que se dispone a realizar.
Las experiencias previas se movilizan y actualizan, originándose en el grupo un fuerte sentimiento de competencia, de
confianza en las posibilidades de cada cual para interactuar de forma decisiva.
Pep traza planes, pero siempre trata de que sus jugadores no sólo conozcan los propósitos, sino que los hagan suyos, porque
realmente son suyos, y los lleven a cabo comprendiendo qué hacen y para qué lo hacen.
En definitiva, el equipo debe sentir que el contacto con lo que se quiere implementar es una experiencia abordable, que tiene
en consideración sus capacidades y que cubre alguna exigencia relacionada con el juego.
Ser atrevido, superarse, ubicarse frente a frente ante las aparentes barreras, dar el oportuno significado a lo que se posee, y
utilizarlo como base impulsora para evolucionar, termina por conseguir equipos de gran patrimonio conceptual, capaces de
adoptar estrategias diferentes sin que por ello se menoscabe la esencia de su juego.
Philipp Lahm, entre otros, ha sufrido en sus carnes este tipo de crecimiento. Uno de los mejores laterales del mundo debía
aceptar su nuevo rol como centrocampista.
Como carrilero, destaca la fiabilidad de sus pases, la interpretación que hace del juego de los demás para elegir la mejor
manera de colaborar, y la poderosa sagacidad para aprovechar el desconcierto gestado por las primeras oleadas de atacantes,
presentándose en las zonas de finalización con una solución casi siempre devastadora.
Esta serie de habilidades, innatas en él, tienen cabida en el centro del campo ya que en su presencia se asegura el control de
la pelota, las interacciones dan un salto de calidad, es decir, mejora lo que hacen los demás, y también se convierte en un
llegador sobre los espacios que se vaciaron producto de los movimientos de los que quedan delante de su posición.
Es una nueva proyección de sus cualidades, que a buen seguro originó un caos en su cerebro, un trastorno, e incluso una
inseguridad que más tarde ha derivado en un futbolista de superior jerarquía.
Utilizaremos nuevamente el intelecto ajeno para tratar de comprender con mayor rigor las propuestas constructivistas de
Guardiola y los efectos que anhela con ellas. Sirva para ello un exquisito texto escrito por Ignacio Benedetti para el diario
Líder en el que se distinguen perfectamente las aptitudes de Guardiola para liderar liberando las mejores cualidades de los
suyos.
El caótico Pep Guardiola
Al hombre le es imposible repetir conductas en contextos similares; no existe quien reaccione de la misma manera ante
situaciones aparentemente idénticas. Esto es porque somos seres que vivimos en un estado permanente de aprendizaje.
Puede que esas pequeñas modificaciones que vamos sumando en nuestro camino sean imposibles de divisar, pero su
existencia es indiscutible.
Con permiso del Manchester City del chileno Manuel Pellegrini, creo que el Bayern Múnich de Pep Guardiola es el
equipo que mayores retos ofrece a quienes intentamos comprender este juego. Pasados unos meses desde su llegada, nadie
duda que el conjunto alemán ya es un equipo de autor.
El Bayern pasó de jugar un 1-4-2-3-1 muy definido para convertirse en una incógnita extraordinaria. Puede comenzar el
partido con un delantero centro claro como Mandzukic, rodeado de jugadores “satélites” como Ribery, Robben y Müller
pareciéndose así a la versión de Heynckes, y terminarlo con mayor ímpetu ofensivo, sin un definidor clásico, con seis
volantes merodeando el área. Guardiola, ante todo deportista, sabe muy bien que sin mayores desafíos cognitivos, el
futbolista puede acomodarse en su zona de confort. Por ello su reto es mayor de lo que muchos suponen.
Otra alternativa es jugar muchos partidos sin un medio centro típico, ubicando en esa zona a Thiago y a Phillip Lahm
como su socio, sin que esto comporte un riesgo ya que el patrón de juego y la calidad de los intérpretes permiten estas
innovaciones. A ello se le agrega aquella vieja instrucción de su entrenador: “todos mis jugadores tienen permiso de
llegar al área, pero no de quedarse en ella”. Al fin y al cabo, lo que hace Guardiola es otorgarle libertad a sus dirigidos
para que se muevan por espacios que antes eran desconocidos o simplemente prohibidos, renovando así el gusto por el
aprendizaje de sus futbolistas.
Guardiola genera pequeñas modificaciones para alimentar la autoestima de sus jugadores y desconcertar al rival.
¿Cómo lo hace? Desde la fuerza de sus ideas y el afecto a sus dirigidos, sin gritos ni golpes. Convencer para luego vencer.
Pequeños cambios que producen una tempestad que sirve para competir en superioridad de condiciones, o como lo
explicaba Marcelo Bielsa hace un par de años: “Guardiola le propone a algunos jugadores que dejen de hacer lo que
mejor hacen y que hagan algunas cosas que no están entre sus máximas virtudes y lo hace para que mejore el colectivo y
lo logra con una aceptación de los jugadores absoluta, lo que habla de su liderazgo”.
La etapa de observación.La detección de las mejores
emergencias.
“Un entrenador debe comprender la calidad de sus jugadores y saberla exprimir”. Pep Guardiola
Guardiola es intervencionista por naturaleza. Él no aguarda a que el azar ejerza toda su autoridad sobre el terreno de juego o
en los espacios de entrenamiento.
Negociar con la incertidumbre evita el despotismo de la misma, así como creer que no tiene influencia, que todo puede
controlarse, acaba por transformarla en dictadora. El azar existe, así que será determinante valorarlo y ponerlo a favor de
nuestra corriente en la medida de lo posible. Quienes lo ignoran, o no se preocupan de gestionar su presencia
convenientemente, atenúan las posibilidades de la organización.
Los imponderables inmanentes al fútbol son utilizados por Pep para ganar orden en el juego del equipo. Los considera
impulsores de riqueza conductual, energía que debe moderar la inseguridad propia y recargar la de los rivales.
Él sabe que facilitarles no es simplificarles, que no es lo mismo facilitarles determinados contextos que simplificarles el
juego.
El juego no es simple, su complejidad es absoluta, así que lo recomendable será saber qué tipo de relaciones, sobre qué
espacios y en qué momentos las necesitamos para hallar el conocimiento necesario en cada circunstancia.
Los entrenadores vamos a bordo de sus cualidades interactivas, así que debemos tratar de comprender que las propuestas
estructurales y funcionales se gestan cuando el cerebro del responsable de premeditarlas entiende que el jugador no se adapta,
sino que transforma las condiciones del juego.
De ahí que el diálogo incesante y tenaz entre lo que se observa, y hacia dónde se puede proyectar lo observado, constituye
una de las labores primordiales del entrenador en su día a día.
Para decidir, o modificar sobre la marcha lo decidido, y así restaurar lo implementado, necesitamos comprender lo que los
futbolistas pueden hacer al conectar sus dotes.
Localizar la esencia del juego de un equipo, para a partir de ahí poder proponer actualizaciones constantes, únicamente es
posible si, en primer lugar, damos margen a la espontaneidad y, en segundo lugar, vamos modelando a través de disposiciones
concretas ese fútbol posible.
Decía Dani Fernández, gran amigo, además de uno de los entrenadores nacionales con mejor provenir, que “las soluciones
que no son fruto de cómo son los jugadores es táctica ficción”.
El cometido del entrenador tiene que ver con elegir los conceptos a desplegar, ir elaborando las circunstancias para que se
materialicen, y verificar su productividad en competición.
Nadie queda más centrado en el producto que quienes cuidan los procesos. Los verdaderos resultadistas “olvidan” el
resultado y buscan incesantemente las razones para hallarlos.
Sin el testimonio que arrojan los jugadores cuando quedan expuestos a la exhibición de determinadas conductas, propuestas
por los técnicos, parece utópica la extensión del talento completo incluido en el equipo.
Por lo tanto, para que la intervención del entrenador no deteriore la desenvoltura natural del equipo, debe conocer sus
habilidades antes de definir los flexibles contornos de las formas de juego.
Pep se mantiene desde pretemporada atento a todo cuanto acontece cada vez que hace trabajar a sus pupilos. Cuida con
esmero aquello que se va produciendo y que tiene calidad para imponerse. Escucha, explica, aplica y medita constantemente.
Cada entrenamiento, todo partido, emite señales diversas, condicionadas por la actividad de la oposición y por las propias
relaciones. No se conforma con repetir criterios, sino que parte de una base conceptual para construir, a medida que aparecen
las oportunidades de hacerlo, plasticidad en la organización. Aprovecha ese pedestal como plataforma desde donde espolear
frescos valores futbolísticos.
Deja jugar y propone cómo hacerlo, sin dañar los momentos de inspiración de los suyos. Bosqueja un modelo de trazos
movibles, transformable, lleno de versatilidad, como todo lo vivo, por más que traten de explicarnos lo contrario.
Durante los primeros partidos de temporada, la variabilidad en el desempeño de los jugadores tuvo un papel protagonista.
Los múltiples cambios tenían como objetivo el estudio de los medios para pluralizar convenientemente el juego.
El análisis tenía como punto de partida al futbolista. Pep se percató hace tiempo de que el juego hace mejor al jugador si es
juego que parte de lo mejor del jugador, que el juego no es nada en sí mismo.
Por eso mantiene que “la gente habla de táctica, pero en realidad la táctica son los jugadores”, y casi nunca imagina los
cómos sin pensar previamente en los quiénes.
La sistematización de los primeros patrones colectivos
“Tiene ideas nuevas y diferentes a otros entrenadores, por supuesto, contamos con jugadores flexibles,
centrocampistas flexibles y personalmente disfruto mucho porque encaja con mi forma de jugar”. Toni Kroos
Divulgar teorías que, aunque encuentran sus posibilidades prácticas en las características de los jugadores, difieren de lo
comúnmente aceptado, requiere de un esfuerzo extra.
Guardiola no precinta su pensamiento a lo que la cultura y el peso de la historia insta, sino que aprovecha esa amalgama de
facultades naturales de sus jugadores para normalizar determinados comportamientos.
Las victorias iban cayendo, como las hojas en otoño, gradualmente y por su propio peso. La brillantez mágica de los
partidos de Manchester y, en menor medida, Bayer Leverkusen, iba difuminándose dando lugar a una época distinta.
El aprendizaje está lleno de supuestos pasos en falso, que no son más que la justificación de que el jugador que está
aprendiendo está contactando profundamente con sus capacidades, desentumeciendo aquellas que se encontraban en desuso.
Aprender, nunca es un proceso lineal.
Desde la explotación de las muchas cosas ya testadas, Pep idealizaba interiormente el juego que realmente quería para su
equipo.
Desde la lejanía, daba la impresión de que se preparaba para las gestas importantes, asentando mientras tanto algunas ideas,
siendo casi más crucial que todos los jugadores se sintieran partícipes de lo obtenido que la búsqueda de notoriedad
futbolística.
Es como si Guardiola ya fuese consciente de las grandezas y miserias de su plantilla, como si se hubiese familiarizado
definitivamente con las futuras necesidades.
Al menos durante esta campaña, debía razonar el adiestrador español, no se tenía que entrar en conflicto con aquellas
influencias instaladas en el Bayern de Múnich, aunque para ser realmente competitivos buscaba la fórmula idónea para
convivir con esas dos velocidades naturales habidas en el juego, derivadas de la entrada en contacto con el balón de Ribery y
Robben.
Los muniqueses afianzaban patrones concretos y sus posibles encadenamientos en base a las respuestas presentidas de los
distintos adversarios. Lo estructural se fijaba para encuadrar diferentes procedimientos a partir de estímulos reconocidos por
todos los jugadores.
Las referencias posicionales de los diferentes puestos específicos iban progresivamente rebajando su rigidez, es decir, cada
jugador iba vislumbrando que las distancias de relación para salir desde posiciones atrasadas no eran inamovibles, sino que
dependían de las diferentes alturas a las que estaban situados los contrincantes y su presumible actividad.
Los laterales y centrocampistas empezaban a interpretar con naturalidad estos hechos sin invadir lugares que correspondían
a otros, hecho que facilitaba sobremanera el despegue de la jugada. Aunque con alguna duda evidente, se abrían distintas
líneas de progresión y los futbolistas se reconocían dentro de ese rol coyuntural de beneficiario o benefactor.
La parte móvil de las estructuras diseñadas contaba con la colaboración de aquellos que tenían la responsabilidad de quedar
detenidos frente a determinados opositores para desactivarlos de la presión o de las sucesivas ayudas defensivas.
Aparecían valerosas asimetrías, con los laterales como principales protagonistas. A veces, uno de ellos se adelantaba
mientras el otro se aproximaba al central poseedor del balón. De ese modo, ocasionalmente, los interiores quedaban incluso
por detrás de los laterales, despejando adecuadamente la vía que le llevaba la pelota al extremo.
Hubo momentos en los que esta rutina, junto a la dificultad que encontraban los rivales para contrarrestarla, nos mostró un
Bayern menos agremiado, sujeto a la extraordinaria habilidad de Ribery y Robben, en definitiva, algo dividido y
contraatacable.
Recibían en clara ventaja y ejercían de surfistas, a veces atropellando al resto de nadadores, ensimismados en la labor de
destrozar el tejido defensivo de los contendientes. Era utópico pedir calma cuando casi todo lo establecido tenía como
finalidad la llegada de la pelota a los jugadores más inquietos.
No era la mejor versión del conjunto dirigido por Pep, pero hasta el partido frente al Augsburgo, en el que se batió el record
de número de jornadas invicto, situándolo en treinta y siete, los encuentros se contaron por victorias.
El de Santpedor era el mejor técnico debutante de la historia del club, ningún futbolista quedaba excluido de ese inevitable
periplo hacia la obtención de títulos, ya que, en mayor o en menor medida, todos contaban para él, pero el grado de
satisfacción no parecía muy alto.
La alternancia en las posiciones más importantes según el manual de Guardiola, ofrecía resultados dispares, y es que por
más empeño que se pone para que todos jueguen a lo mismo, lo que surge al juntar a Lahm, Götze, Schweinsteiger o Kroos,
difiere mucho, por ejemplo, de lo que brota si el medio más retrasado es Javi Martínez, o de lo que origina Thiago
relacionado con unos u otros.
Con independencia de ello, si es que podemos observar algo cualitativamente desde su independencia, sí se apreciaban
movimientos interesantes en función de las asociaciones exteriores dadas.
Conforme iban pasando las jornadas, aquellos movimientos básicos de los laterales, consistentes en promover las
recepciones de los extremos, se potenciaron y diversificaron provechosamente.
Las múltiples formas de manifestación en la interacción de los futbolistas emplazados en los costados del campo,
provocaban diversos desajustes que complicaban la labor de las defensas opositoras.
La innovadora movilidad de Alaba y Ribery era resolutiva y mostraba la renovación constante pretendida por su entrenador.
Las posibilidades de desplazamiento, el dominio del balón en esas circunstancias, convertía el sector izquierdo en el más
peligroso de los bávaros.
En el límite opuesto, Rafinha tenía un cometido distinto, una asociación desigual con Robben.
Al holandés, una vez en contacto con el balón, se le cedía mucho más terreno para la exteriorización de sus ideas. Si la
conexión franco-suiza era más estrecha, la existente entre el holandés y el brasileño era menos cercana.
La creación de situaciones de ataque a partir de estas pautas, matizaba la llagada al área en función de la configuración de
relaciones existente.
Jugar con media punta, decidir quién será el mismo, actuar con tres centrocampistas, o concretar el nombre de los extremos
cambiaba la sensación de utilidad en la construcción de situaciones de finalización.
Las recepciones de los de fuera, las características de sus socios tanto en anchura como en profundidad, o los tiempos
empleados en la confección de la jugada, ordenaba la manera de resolver las acciones ofensivas.
En su Barça, los de dentro decidían las formas, promulgaban el formato de la jugada, mientras que en Múnich las hechuras
del ataque las estaban esquematizando los jugadores exteriores.
Quizás, decantarse por estas circulaciones de balón y jugadores tenga que ver con que los centrocampistas disponibles en la
plantilla, como destinatarios de pases, difícilmente ofrecen fiabilidad para, tras situarse detrás de alguna línea, poderse girar y
trasladar la pelota hasta adueñarse de espacios determinantes.
Lahm, Schweinsteiger, Kroos o Javi Martínez, juegan mejor cuando reciben lateralmente o de la gente de arriba.
La actividad de los jugadores exteriores desencadenaba variedad en las formas de creación de situaciones de finalización. Una de ellas era la llegada a zonas
de lanzamiento de los interiores
Si en algo destaca intelectualmente el cuerpo técnico del Bayern, es en el rastreo y el aprovechamiento de los recursos
reales de los que dispone la plantilla.
El inmaculado estilo de juego implantado en el F. C. Barcelona años atrás, de la mano de los mismos profesionales, tenía
casi como prohibición la utilización de envíos al área buscando la cabeza de algún delantero.
Ni siquiera en partidos cerrados, donde los contrarios plantaban a sus defensores cerca de la línea de gol, esta técnica
aparecía entre las soluciones alternativas para tratar de materializar las ocasiones de peligro.
Sin embargo, en Alemania los equipos están muy adiestrados en esas artes. La disciplina con la que acechan todo balón
procedente del firmamento, la especial astucia que desarrollan para atacar la pelota que llega desde los costados, lejos de ser
erradicada, supuso un elemento más en la búsqueda de victorias por parte de los propietarios del Allianz Arena.
Cargar el área formaba parte de las regularidades del equipo cada vez que frente a sí actuaba un conjunto hacinado por
voluntad propia, o comprimido por la sucesión ordenada de pases generada hasta las inmediaciones del área.
Cuando el punto de penalti es tomado por gente como Mandzukic, Pizarro o Müller, la garantía de remate se eleva
considerablemente.
Pero la comparecencia de los especialistas en esas demarcaciones también facilitaba la irrupción de llegadores de segunda
línea que aprovechaban la compresión excesiva de unos zagueros ocupados en exclusiva de los delanteros.
No se trata de lanzar el balón al área, tal y como demuestran los germanos de manera colosal, sino buscar minuciosamente al
jugador mejor situado tras haber conseguido fabricar contextos propensos para la eficacia. No es lo mismo patear el balón
para introducirlo en el área de penal, que posibilitar condiciones de remate a aquellos futbolistas presentes, o que se
presentan, en el interior de la misma.
Los extremos, los laterales y/o los interiores, en base a las circunstancias suscitadas con sus desplazamientos, ganaban
espacios para tirar a puerta.
Durante ese ciclo de partidos mostraron también su puntería en reanudaciones de juego. Tanto en saques de esquina como en
faltas laterales demostraron disponer de un potencial enorme.
Hubo enfrentamientos que se decidieron o sentenciaron a raíz de la pelota parada. En la retina queda el recuerdo de la
remontada como local ante el Hertha de Berlín mediante dos cabezazos de Mario Mandzukic, o los tres goles ante el
Augsburgo en la jornada previa a visitar al Dortmund.
La dimensión estratégica.Entre el plan de partido y la
naturalidad de las relaciones
“Hasta ahora siento que los jugadores me han ayudado a mímás que yo a ellos”.Guardiola
Saber los rasgos estables del equipo al que vas a enfrentarte ayuda a encuadrar los objetivos perseguidos y los contenidos a
desarrollar en busca de dichas metas.
Si por algo enamoran los equipos de Pep es quizás porque cuando te sientas a verlos siempre hay elementos tácticos que te
sorprenden y te atrapan.
Es asombrosa la capacidad de interpretación sobre los sucesos aun por acontecer que tiene el técnico catalán. Se anticipa a
lo que puede ocurrir y eso le ayuda a desconcertar a los rivales mediante detalles que desbaratan la lógica de su juego.
Sin embargo, hay veces en que el partido programado está muy por debajo en eficacia de las cualidades interactivas de
quienes, en multitud de ocasiones, acaban armonizando y reactualizando algunos planteamientos iniciales.
A finales de noviembre, el Bayern se encontraba con la oportunidad de resarcirse de la derrota en copa alemana. Para ello, y
de manera concienzuda, el estudio de los de Klopp debía detenerse en cómo superar la supuesta presión alta, y en tratar de no
quedar expuestos con pérdidas de balón que permitieran volar en transiciones fugaces a los atacantes aurinegros.
Los de Dortmund llegaban al partido repletos de lesionados. Su pareja de centrales titular, Subotic y Hummels, no eran de la
partida, mientras que Gündogan y Schmelzer tampoco podían alinearse, con lo que el potencial se les reducía
significativamente.
Los de Múnich perdían a Ribery, lesionado en un partido internacional con Francia, pero tenían el privilegio de
confeccionar un once colmado de jugadores formidables.
Robben actuaría por izquierda, Müller por derecha, mientras los tres centrocampistas elegidos eran Lahm, como pieza más
retrasada, junto a Javi Martínez y Kroos como interiores.
Sahin, Reus, Mkhitaryan y Lewandowski se adaptaron, como un guante ceñido a la mano, a los esquemas en la salida de la
pelota del Bayern. Este hecho se certificaba por el intercambio de balón infructuoso entre centrales, laterales y medio de
cierre.
Ningún pase aligeraba de oposición a alguien preparado para ganar terreno de forma controlada.
Observar a Javi Martínez de espaldas a meta, oculto entre líneas, es antinatural a no ser que su labor se limite a quedar
preparado para aparecer en el área si se van resolviendo acciones por fuera.
Con esta estructura, el recurso utilizado para progresar, a parte de insistir en la creación de superioridades posicionales por
el exterior, era el enviar el balón directamente sobre Mandzukic y esperar a que el croata fabricara las condiciones restantes
para concluir los ataques.
Bajo mi punto de vista, el Borussia se hacía acreedor a la victoria por lo que quedaba evidenciado que el pensamiento de
Pep respecto a las formas que debían de exteriorizarse para adueñarse del partido no encontraba el efecto deseado.
El fútbol es un juego de una riqueza incalculable, de rebelde sensatez, de procesos fortuitos en muchos casos, pero el
entrenador construido en el valor de las relaciones entre jugadores cuenta con una enorme ventaja respecto a aquellos que
omiten a los sujetos para encontrar los objetos.
Guardiola giró el rumbo e hizo un guiño al fútbol que siempre le sedujo. Alteró lo dado, replanteó el contexto y puso a favor
el aire que soplaba contra sus planes.
Así pues, entre los minutos cincuenta y sesenta y cuatro, Martínez se colocó como zaguero, Lahm, Thiago Alcántara y Kroos
sujetaron el timón del juego, a la vez que Mario Götze agarraba el sitio de Mandzukic para desquiciar a Friedrich y Sokratis,
hasta entonces cómodos en el cuerpo a cuerpo.
El pequeño media punta, ex del Borussia Dortmund, se hacía invisible para los defensores y palpable para sus compañeros.
Robben y Müller crecieron junto a él. El rombo de los de dentro proporcionaba la llegada de los laterales y así todo acoso se
derrumbaba como un castillo de naipes.
Dos cambios para que todo fluyera y reluciera mucho más que cualquier intención alejada del jugar natural de varios
futbolistas con clara inclinación hacia un tipo de juego concreto.
Cuando se juega bien al fútbol, el potencial del equipo que queda enfrente se contrae. Cada vez que se alían características
altamente compatibles, las ventajas se suceden en cada pase, el juego ignora esas fases de las que dicen está dividido, y da la
sensación de que todo se hace sin esfuerzo aparente.
Distribución de jugadores tras la entrada al campo de Götze y Thiago frente al Borussia Dortmund.
Solemos redundar en la no asimilación de los conceptos del juego cuando sobre el césped no se esparce aquello que el
entrenador solicita. Personalmente, considero que no es que no los asimilen, o mejor dicho no los asimilan cuando dichos
conceptos no están entre los jugadores, no pertenecen a su subjetividad.
Para estimular condiciones, estas deben estar incluidas entre quienes deben de emitirlas. Sería inasequible llegar juntos al
campo contrario, gestionar la velocidad del equipo hasta ordenar el juego a la conveniencia de Pep Guardiola, si no se parte
de valorar las relaciones que harán emerger dichas condiciones.
La pluralidad interactiva y la consecución de nuevos títulos
“El intelecto sopla hacia donde quiere, es móvil,cambiante y rico en transformaciones”. Rüdiger Safansky
“Pep ha mejorado al Bayern y le ha hecho más flexible con varios sistemas de juego para adoptar durante un
mismo partido, convirtiéndonos siempre en más impredecibles”. Robben
En ocasiones, la heterogeneidad existente entre los jugadores que componen la plantilla allana la posibilidad de construir
formas de juego identificativas. Otras veces no ocurre así, sino que entre tanta disparidad de recursos se desvanece la opción
de crear un fútbol comprensible para todos.
Lo diverso, si no se hayan las similitudes que toleren que lo distinto se pueda acoplar, puede llegar a perjudicar ese
razonable proceso de concebir y asentar una idea de juego.
Los equipos de Pep honran el empleo de la pelota. Es inimaginable verle sentado en el banquillo de un club cuyo juego no
parta de utilizar el balón mucho más que el rival. Más y mejor evidentemente.
Del mismo modo, su enorme responsabilidad, y el tremendo respeto a las cualidades de los suyos, le impide exigir más allá
de lo que ellos pueden hacer.
La fortuna conceptual del Bayern está fuera de toda duda, contar con una multitud de internacionales de primerísimo nivel así
lo confirma, pero el equipo, a pesar de los momentos dulces en los que subyugó con el balón a determinados rivales, está muy
distante de las mejores ideas del técnico de Santpedor.
Doblegar al contrincante forma parte del hábito de sus chicos, pero la forma de ejercer esa soberanía no es la que más llena
a su entrenador.
Él quiere acumular pases, voltear los sistemas defensivos, apelmazar o fraccionar exageradamente las líneas enemigas,
ganar determinados espacios sin esa celeridad que ponga en riesgo su éxito, y hacerle llegar el balón a aquellos jugadores de
mayor relación con el final de las jugadas, en unas condiciones que permitan que éstos puedan expandir su agudeza, pero, al
mismo tiempo, no quiere rebajar el potencial existente, necesita evitar que el futbolista finja lo que no es, accionar el caudal
natural de su equipo para ganar.
Sintetizar ambas cosas únicamente está al alcance de los entrenadores excelentes, puesto que es un cambiar sin que el
cambio nos cambie por aquello que no somos.
Las cosas no pasan por nosotros, los entrenadores, pero podemos hacer que a través de ellos, los futbolistas, sucedan.
Guardiola, de manera progresiva, iba consiguiendo un Bayern elástico, de apariencia variable, en el que la mutabilidad de
relaciones era la constante más valiosa.
Tras la última media hora de Dortmund, Götze comenzó un ciclo de encuentros actuando como falso delantero.
Robben, Müller y los que llegaban de segunda línea interpretaban con madurez los intervalos que se derivaban a partir de
las ubicaciones del ex del Borussia y la respuesta de los defensores encargados de proteger dichos espacios.
Los centrales opositores, se sentían absorbidos a nivel atencional por Mario, olvidando que de fuera hacia dentro los
extremos podían penetrar con cierta soltura.
Otra de las novedades tácticas, podíamos encontrarla en la capacidad para relevarse en la base por parte de los
centrocampistas. Para tratar de no ser controladas esas zonas, tan necesarias para la creación, se coordinaban movimientos
entre los medios e interiores.
Resultaba curioso observar, en dichas operaciones, la libertad del hombre que empezaba más retrasado para llegar a zonas
de remate. El jugador que abandonaba esa demarcación se dejaba llevar por la jugada hasta convertirse en un elemento más
para terminarla.
Intervalo de penetración provocado por la movilización de un central por parte de Götze.
El cambio de espacio continuo, muy similar a lo que practicaban los atacantes en esas circulaciones desde la ubicación
inicial hacia otros puestos específicos, frustraba las intenciones defensivas de los equipos contendientes.
La comprensión de las características de los rivales, destapaba la compleja y perfeccionada organización de los de Múnich.
Se ganaba de múltiples formas, e incluso durante el mismo partido se restauraban conceptos para dominar con autoridad.
Previo a la disputa del Mundialito de clubes y al parón invernal, hubo un choque que recopiló todas y cada una de las
propiedades del campeón alemán.
En el Weserstadion de Bremen, las numerosas aptitudes conservadas quedaron patentes, arrojando la mayor goleada de la
campaña. La consecución de los goles se gestó a través de la obtención de ventajas a los de fuera debido a la influencia del
juego interior.
Permuta de puestos entre centrocampistas para recibir libre en la base.
Kroos, Thiago y Mario Götze estrechaban la amplitud del sistema defensor, mediante una deslumbrante circulación de la
pelota, y un no menos fantástico intercambio sincrónico de emplazamientos, dejando a los exteriores los caminos despejados.
Los verdes adelantaban a sus últimos defensores, seducidos por la fluidez de los pases y la exquisita regulación de los
desplazamientos de los mediocampistas, con lo que Ribery, Müller, Mandzukic, Alaba y Rafinha encontraban una extensión
hecha a medida de sus cualidades.
El partido se desarrolló entre fulminantes ataques directos al espacio, procedimientos de duración superior, consistentes en
tener largos tiempos de posesión, y ocurrentes maneras de ejecutar libres indirectos y saques de esquina.
Se aproximaba la oportunidad de levantar el segundo título de la temporada. La Copa Mundial de Clubes, disputada en
Marruecos, aparecía en el horizonte del devorador de trofeos más imponente de los últimos años.
En la cuidad de Agadir aguardaban las semifinales frente al campeón asiático, el Guangzhou de Marcelo Lippi.
Ante los chinos, el protocolo para salir sin que la presión incomodara en exceso constaba de una estructura en la que Alaba
se adelantaba y centraba muy profundo, mientras Boateng, iniciador de las acciones, encontraba en diferentes escalones a
Kroos y Ribery.
Por el otro lado, Götze limpiaba los espacios de recepción a Thiago, a la vez que Rafinha se movía lateralmente para no
cortocircuitar que el hispano-brasileño recibiera en óptimas condiciones.
El orden que daba la esmerada utilización del balón, condujo a los bávaros a una victoria sin paliativos. El tres a cero con el
que concluía el partido certificaba la superioridad demostrada durante los noventa minutos de juego.
El choque mostraba, una y otra vez, un ciclo muy repetido en los equipos que dominan con la pelota. Pases y más pases, que
acaban por reunir a todos los integrantes del juego en poco espacio, y sencillez para ganar el balón con rapidez en caso de
pérdida.
Cuatro días más tarde, se cumplía el expediente derrotando al Raja Casablanca por dos a cero. La evidente superioridad era
el principal argumento para pensar que la sorpresa no tenía cabida, pero lo más interesante fue observar el precioso recital de
desplazamientos entre jugadores, que se acercaban y se alejaban entre sí rompiendo la simetría inicial, que compensaban
cualquier iniciativa surgida de la hiperactividad de algunos, mediante estados de quietud ordenada, combinando diversas
interacciones para vencer la oposición.
Era un juego sin aparentes puestos específicos, en el que se arrancaba de una distribución concreta, para dinamizarse
instrumentando un intercambio de roles en el que la presencia en cada espacio de juego era circunstancial, fugaz y dependiente
de la acertada elección de quienes hacían cambiar el ritmo y el sentido de la circulación constantemente.
Había que ponerle el broche de oro al dos mil trece, y qué mejor manera de hacerlo que anticipando conductas que serían
básicas para entender el sofisticado juego pretendido por Guardiola en un futuro no muy lejano.
A base de estimular a su plantilla con novedosos principios tácticos y estratégicos, se iban alzando las claves del Bayern
ulterior.
Cuando la curiosidad de todo el mundo se dirigía hacia el acontecimiento más importante de finales de año, Pep invertía su
tiempo en advertirnos nuevamente que en este deporte no todo está inventado, que el fútbol que persigue no entiende de límites
a pesar de que parte de su principal obsesión, el balón.
El crudo invierno obliga a detener el campeonato local, y durante un mes todos cuantos veneramos este aleatorio juego
especulábamos sobre las próximas intenciones tácticas que implementaría Guardiola de regreso a la competición.
Planteamientos que no tardarían en llegar puesto que recién retornados, a finales de enero de dos mil catorce, concretamente
en el segundo partido tras la interrupción, el Mercedes Benz Arena fue testigo de una de las reconversiones organizativas más
llamativas de la temporada.
Sobre el minuto sesenta de encuentro Mandzukic y Pizarro reemplazaron a Kroos y Shaqiri, pasando a jugar con Lahm como
único mediocentro, posicionándose Thiago un pasito más adelante con el objeto de no desconectar y desamparar a ningún
jugador adelantado o atrasado.
El Bayern perdía por un tanto a cero frente al V. F. B. Stuttgart, quedaba media hora por delante para hacer dos goles, y
colocar a dos gigantes cerca del gol fue la decisión decretada.
Pizarro conectó un cabezazo a la salida de una falta lateral, mientras que Thiago Alcántara, en el tiempo añadido, se
aprovechó del trabajo de los dos delanteros para hacer el uno a dos con una preciosa media chilena.
Cuando sobre la hierba coinciden dos futbolistas de esas características, el juego exterior en el último tercio del campo
cobra sentido. El uso de los envíos laterales se torna importante, pero no exclusivo.
Si se interpreta con inteligencia, los centrocampistas que se van aproximando al área pueden aprovecharse de las fijaciones
manifestadas por los atacantes para adueñarse de algunas zonas francas de remate.
El ejemplo ensalzó nuevamente la positiva repercusión que tiene para un juego colectivo el hecho de que los jugadores
reconozcan los momentos precisos para facilitar que sus compañeros entren en contacto con la pelota, así como discernir los
instantes en los que son ellos los favorecidos.
Con independencia de las fórmulas a emplear, la solidaridad es el valor de mayor preponderancia en la construcción de los
equipos de Pep. Jugar para los demás es el lema de su juego.
Repartirse el espacio de juego razonablemente, el pase lucrativo, establecerse en lugares estratégicos para que la pelota se
vaya parando puntualmente en los pies oportunos, o la intimidación articulada toda vez que el rival posee la pelota, son señas
de identidad que requieren de grandes dosis de solidaridad.
El Bayern de Múnich crecía con la versatilidad como sostén, evolucionaba diversificando las estructuras y los
funcionamientos no únicamente de un partido a otro, sino dentro del mismo encuentro, sirviéndose de la pluralidad de recursos
inscritos en la plantilla.
Buscando cómos variaba los quiénes, adecuaba los modales a cada contexto con la conciencia clara de que en la mezcla de
las características de los futbolistas estaba la esencia del plan.
Hasta la fecha, el equipo había utilizado a extremos fijos y a otros más móviles; laterales que partían de alturas diversas;
centrocampistas más posicionales, combinándolos con jugadores más fluctuantes; delanteros visibles y con estables zonas de
participación, junto a atacantes flotantes; un juego más directo, e interacciones interminables que nos hacían creer que un
nuevo Barça estaba brotando.
Götze, Müller o Lahm, no tenían rol definido, renovaban su demarcación cada tres o siete días, favoreciendo con ello la
sostenibilidad de un modelo multiforme, abundante en posibilidades.
Los meses de febrero y marzo debían permitir que se encauzara el campeonato de liga, progresar en copa y poder encontrar
el bulevar con destino a Lisboa, concretamente al Estadio da Luz, sede de la final de Champions League.
En la Bundesliga, los cuatro partidos del segundo mes del año se saldaron con quince goles a favor por ninguno en contra.
Eintracht, Núremberg, Friburgo y Hannover debieron resignarse ante el empuje futbolístico de los de Pep.
El juego empleado tenía unas bases similares en cada uno de los enfrentamientos, pero los innumerables cambios en las
alineaciones divulgaban variaciones en el estilo.
Ante los de Frankfurt, Ribery alternaba función como receptor o fijador en cada salida por ese perfil, siendo Thiago el
futbolista encargado de ocupar la espalda de la línea que querían eliminar mediante conducciones de Dante o Alaba.
Götze se mantenía centrado hasta que Ribery, al entrar en contacto con el balón, tomaba cualquier decisión y Alaba
respondía.
Si el de Memmingen observaba que el extremo francés disponía de espacio suficiente para desbordar, eliminaba al central
que debía hacer la cobertura alejándolo del lugar idóneo para efectuarla.
Por el contrario, si durante la maniobra con el balón, Frank persuadía la atención de varios opositores, Mario se desmarcaba
ágilmente sobre los espacios generados por dichas conductas.
También se utilizó abundantemente el juego en largo sobre un Mandzukic que ejercía de asistente, tras lateralizarse para
agrandar intervalos entre centrales y que sus intervenciones no fuesen derivadas de un envío frontal, para gozo de Götze,
Ribery y Shaqiri, que constantemente eran quienes aprovechaban las dejadas del croata ante la debilidad notoria en el juego
aéreo de los defensores contrarios.
La pasividad de los componentes de las líneas que debían proteger las zonas que iban ocupando los atacantes en busca de
esa pelota que se cedía desde el aire, era incomprensible si tenemos en cuenta que estamos hablando de fútbol profesional de
máximo nivel.
Fijaciones de los adelantados para provocar la recepción de Thiago detrás de la línea que salta a presionar.
En este mismo encuentro, Pizarro compartió tiempo y espacio con Mario Mandzukic doblando nuevamente la demarcación
de delantero centro. Dos referentes que comprobaban la utilidad de coordinarse y así estar preparados por si fuese necesario
competir de ese modo.
Se acercaban los partidos exigentes, casi todos ellos en formato de eliminatoria, y había que hacer tomar conciencia a los
jugadores de que en cualquier momento manejar determinados recursos podía ser de gran conveniencia.
En la defensa del título de Copa alemana, el partido de cuartos de final frente al Hamburgo de Bert van Marwijk arrojó un
impresionante ochenta y uno por ciento de posesión de balón, rematada por un cero a cinco.
Salida con tres en el fondo y hombres libres detrás de cada línea adversaria.
Philipp Lahm se introdujo en la primera línea, debido a que los blanquiazules importunaban con dos jugadores los primeros
pases del Bayern, así como Schweinsteiger y Toni Kroos iban moviéndose, algo más avanzados, tratando de ganar ese preciso
espacio desde el cual hacerse con la pelota para continuar mejorando el ataque.
La movilidad y la permuta de puestos entre Müller, Götze y Robben estaba positivamente condicionada por los de fuera, que
se esmeraban en la tarea de separar a los defensores, y así el dominio llegaba a ser tan abrumador como lo demuestra el hecho
de que con el pitido final las estadísticas indicaban un extraordinario ochenta y dos por ciento de tenencia de la pelota.
Cuando se emparejaban los laterales de ambos equipos, los pasillos de penetración se descubrían en función de la respuesta
defensiva elegida ante tal hecho.
Los atacantes, los interiores, e incluso el lateral del lado opuesto disfrutaban de la posibilidad de infiltrarse por alguna
hendidura de la organización adversaria.
El bando local abría a sus hombres, para acosar al poseedor del balón y a los receptores cercanos, facilitando con ello la
determinación de los de Múnich para ir quitándose de encima a opositores durante la circulación del esférico.
El uno a tres final hizo estallar de alegría a unos jugadores que durante veintisiete jornadas habían tenido la responsabilidad
de interpretar infinidad de fórmulas para imponerse a los contrincantes.
En el calendario restante, quedaban marcados cinco acontecimientos divididos en cuartos y semifinales de Champions, más
la semifinal de Copa germana ante el Kaiserslautern de la segunda división.
El uno de abril, el primer examen se materializaba en un recinto mítico, el estadio Old Trafford de Manchester.
En El Teatro de los Sueños siempre hay que vestir el frac, con independencia del estado de forma del equipo anfitrión,
simplemente por el decorado la etiqueta debe ser superlativa.
El United de David Moyes vivía en constante comparativa con los años gloriosos de Sir Alex Ferguson, algo que dañaba
seriamente la imagen del ex del Everton.
El Bayern cargaba el área, con hasta cuatro jugadores,mediante la atracción de varios oponentes por parte de los extremos,el pase atrás sobre los interiores,
y el envío de este a los espacios de finalización.
Boateng y Dante encontraban una y otra vez a Kroos y Lahm, Rafinha y Alaba fijaban por dentro para amplificar la superficie
de recepción de Ribery o Robben, y Mandzukic junto a Müller se emparejaron a Smalling y Vidic con el objeto de hacer más
sencilla la labor a sus compañeros y dotar al buen juego del correspondiente remate.
Las semifinales esperaban al actual ganador del torneo, el desinterés por los partidos precedentes a este acontecimiento
crecía desmesuradamente, a excepción de la semifinal de copa ante el Kaiserslautern, y el Real Madrid de Cristiano Ronaldo
se insinuaba en el horizonte.
El libro de Pep, tras nueve meses de convivencia con su plantilla, encerraba certezas y dudas, estaba colmado de infinitas
anotaciones, rebosante de conceptos aplicables a casi cualquier contexto que se preciara.
El Santiago Bernabéu y un equipo en franca mejoría calibraría la calidad exacta que atesoraba la transfiguración pretendida
por uno de los mejores entrenadores de todos los tiempos.
El juego aún no estaba a la altura de las expectativas que se generan cuando alguien tan recurrente y pasional aborda la
dirección de un club tan célebre, pero el proceso hacia ello estaba en marcha y el equipo dominaba alternativas distintas a
falta de disponer de un estilo absolutamente remarcado como, por ejemplo, el Barça de los últimos tiempos.
La decepción impulsora
“Cada error en cada intersección, no es un paso atrás, es un paso más”. Vetusta Morla, de la canción <Mapas>
“La inteligencia puede aprovechar la derrota para dos cosas: sobre si había elegido bien la meta, y sobre si se
había elegido bien el camino para alcanzar la meta”.
José Antonio Marina
Voy a abrir esta parte de la obra con un artículo que escribí para mi blog personal tras la eliminación de Champions, el
veintinueve de abril de dos mil catorce. Posiblemente, esclarezca todo lo que a continuación trato de exponer.
Sobre estilos y controversias
Hagamos un ejercicio de imaginación. Coloquen su atención en la eliminatoria entre Real Madrid y Bayern de Múnich, y
realicen dos o tres modificaciones en el encuentro de vuelta disputado en el Allianz Arena.
Vistan de rojo a Modric, recuperen físicamente a Thiago y retiren del terreno de juego a Mandzukic dando paso a Mario
Götze. Olvídense del resultado, pues esa variable es, como todas, de carácter incierto.
Vayámonos a las pretensiones conductuales, centrémonos en el juego, en las tendencias que nacen de las emergencias
surgidas al relacionar a determinados jugadores.
Guardiola dice tras caer goleado que “hemos perdido porque hemos vaciado el centro del campo”, y efectivamente la
alineación estaba hueca, no contenía ninguna posibilidad de ser mejores a través del juego que siente el entrenador
catalán.
Es muy respetable tratar de conseguir la implementación de una idea, se trata de un ejercicio maravilloso, un proceso
estimulante, pero es un arte irrealizable si no parte de un principio fundamental: la elección del estilo nunca puede estar
distanciada de las capacidades de interacción de los futbolistas que deben llevarlo a cabo.
Ver a Dante y Boateng separados, con Schweinsteiger, Javi Martínez o Kroos como primeros compañeros a encontrar, es
tan antinatural como querer introducir en la organización actual del Chelsea a Xavi Hernández o ver a Bartra en lugar de
Godín en el bloque del “Cholo” Simeone.
Cuando estos jugadores se escalonan, toman las distancias para poder pasarse la pelota desajustando la organización
rival, acaban por desarticularse ellos.
De ahí que Robben o Ribery aparezcan por espacios inhabituales y la jugada se acelere, o que todo se convierta en un
balanceo del balón que rara vez encuentra una grieta acorde, pero que a cambio te va agrietando.
Es una posesión que no derrama superioridades posicionales, son entregas que no someten, puesto que son jugadores
que no sienten el pase desde esa perspectiva.
Encima, motrizmente ninguno está preparado para conducir con la intención de eliminar opositores, nadie se gira y así
es complicado girar a los que vas rebasando. Si ganan espacio detrás de una línea, vuelven a regalarlo porque no dominan
con destreza el arma de ser perseguidos para liberar a sus colegas.
Por eso les indicaba que se imaginaran a Thiago o Götze, o pintaran de rojo la elástica de Modric.
Se me ocurre, aún con el riesgo inevitable de equivocarme, que los centrales tendrían la sensación de que sus
prestaciones con la pelota ganan en eficiencia; los exteriores recibirían en los momentos oportunos y con sus pares
acudiendo tarde a su encuentro, además de que encontrarían cooperantes de mayor afinidad en el caso de no poder salir
vencedores del uno contra uno y el dos contra uno permanente; mientras que a los rivales les sería mucho más espinoso el
poder contraatacar.
Con los alineados en la vuelta de semifinales se puede ganar, pero es complicadísimo realizarlo desde un fútbol que
conceptualmente se aproxime al empleado en el F. C. Barcelona años atrás.
Por eso, dejemos de razonar los resultados desde los estilos y miremos más allá de esa nuestra barrera impuesta. Es
imposible imaginarse los “cómos” sin valorar los “quiénes”. No se trata de inclinarse ciegamente hacia una propuesta,
sino más bien observar lo que pueden aportar coordinadamente los que saltan a jugar.
El Chelsea F.C. y el Atlético de Madrid no están optando a los diferentes títulos porque jueguen así, sino por quienes
juegan así, al igual que el Rayo Vallecano no ha acabado bien la competición liguera por la obstinación de su entrenador,
sino que su rendimiento se debe a juntar permanentemente a los complementarios.
Es tarea estresante luchar contra uno mismo, Pep lo sabe y a buen seguro los elementos que precisa los exigirá. Ya ha
llegado uno procedente del Dortmund.
Volverá a ganar, y será más feliz puesto que lo conseguirá a través de jugadores más próximos a su sensibilidad.
Aún es pronto. El proceso de mutación de los de Múnich todavía está dando sus primeros pasos.
Guardiola ha convivido con el Madrid más excelso al contraataque en su estancia en la Liga BBVA. Los años de lucha sin
cuartel ante los conjuntos de José Mourinho le habían enseñado que en Chamartín la alarma se enciende cuando los blancos
recuperan la pelota.
Cuanto mayor es tu dominio en el feudo de La Castellana, mucha mayor debe ser la cautela, puesto que mucho más próxima
está la posibilidad de que Cristiano Ronaldo y compañía asesten el golpe.
La puesta en escena, bajo mi respetuoso punto de vista, resultó sencillamente magnífica, puesto que sobre el tapete del
coliseo merengue los muniqueses gestionaban la pelota de una forma genuina y segura.
Lahm, Kroos y Bastian Schweinsteiger monopolizaban el uso del cuero, modificando permanentemente sus ubicaciones, sin
perder con ello la estructura ejemplar para dotar al juego de la transparencia y armonía necesaria.
Alaba y Rafinha inquietaban a Xabi Alonso y Luka Modric, ganándole la espalda, para que en medio de dicha confusión, y
en el momento exacto, los extremos pudiesen hacerse con el balón.
Mediante un concepto fundamental del juego de posición, como es el denominado tercer hombre , Isco y Di María se veían
exigidos teniendo que retrasar su posición para protegerse de las ventajas que se sucedían por fuera.
El público se desesperaba ante la reunión inacabable de pases de los de Pep, que llegaban con relativa facilidad a las
inmediaciones de Iker Casillas.
Imagen que simboliza el dominio aplastante del Bayern de Múnich durante la primera mitad en el Bernabéu.
Durante los primeros minutos, así como en largas fases del partido, los de Ancelotti no eran capaces de construir un ataque
de más de tres o cuatro pases.
Pero tener a muchos de los mejores futbolistas del mundo reunidos en la misma alineación a veces es suficiente para cortejar
al éxito.
En la primera ocasión que tuvieron para correr, Benzema, Ronaldo y Coentrão fabricaron el uno a cero.
No había un alma sobre la faz del planeta fútbol que diese crédito a lo que indicaba el marcador a tenor de lo que estaba
sucediendo sobre la hierba.
El impacto por el gol encajado introdujo la variable del temor en la circulación de la pelota. El intercambio de pases era
tremendamente documentado, pero se percibía cierta dosis de recelo para dar el último impulso a tan exuberante tenencia del
balón.
Cada presión alta del Real Madrid mostraba un tratado de cómo salir de situaciones embarazosas con la pelota totalmente
controlada, así que la preferencia defensiva de los locales acabó siendo la de atrincherarse en su propia mitad de campo.
A falta de veinticinco minutos, Pep movió las fichas en su tablero particular dando entrada a Javi Martínez, Müller y Götze,
por los titulares Rafinha, Schweinsteiger y Ribery.
El resultado, al menos a nivel de dominio de la pelota, no varió, pero la fluidez de la primera hora de encuentro daba paso a
un partido a ratos más abierto, a pecho descubierto. El partido no se sujetaba a pesar de que el tiempo de posesión era alto.
Tal y como ocurriera en varios enfrenamientos de liga, así como en la final de Supercopa de Europa ante el Chelsea,
Martínez acompañaba la jugada hasta ocupar un espacio de remate si el esférico llegaba por el exterior y la opción de envío al
área resultaba útil. Reencontrándose con aquel joven cachorro que ocupaba el espacio de área a área en San Mamés, el de
Ayegui buscaba una y otra vez la superioridad numérica para finalizar.
Mario Götze la tuvo en los instantes finales, concretamente a siete de la conclusión, pero la obligatoriedad de remontar en el
Allianz Arena parecía un hecho irrefutable.
Personalmente, considero que la peor versión del Bayern de Múnich, al menos para jugar de tú a tú frente a los demás
gigantes de europeos, y se pretende oprimir a los rivales con la monopolización del cuero, es la que establece a Javi Martínez
como centrocampista.
Me resulta poco natural su participación en esos lugares tan trascendentales para ordenar procesos que deben conseguir que
la pelota y los compañeros avancen simultáneamente.
Su fútbol es otro, como recurso, siempre y cuando la intención sea verticalizar el juego o disponer de un elemento
sorpresivo con el que asediar el área, puede llegar a ser importante, pero su sitio quizás esté unos metros más atrás, en la
demarcación de central.
Un emotivo silencio impregnaba las gradas del estadio Allianz Arena segundos antes de arrancar el partido más decisivo de
la temporada.
Las pantallas gigantes del moderno recinto bávaro mostraban el rostro de Tito Vilanova y Vujadin Boskov, tristemente
fallecidos los días veinticinco y veintisiete de abril.
El barcelonés, en su función de técnico auxiliar, tuvo un papel preponderante en los éxitos del F. C. Barcelona junto a Pep
Guardiola. Su amistad estaba construida desde hacía muchos años atrás, concretamente desde que coincidieron siendo dos
adolescentes en La Masia.
Del entrenador serbio queda poco por decir. Ha sido uno de esos técnicos cuya trayectoria habla por él. Sampdoria, Roma,
Nápoles, Feyenoord, Real Madrid, Real Zaragoza o Sporting de Gijón, son algunos de los clubes que disfrutaron de su
presencia en el banquillo.
Tras el afectivo y merecido homenaje, el partido, desde sus primeros compases, daba señales inusitadas.
Poder anticipar los acontecimientos que están por llegar, en fútbol, únicamente puede realizarse analizando las alineaciones,
y, en el caso que nos ocupa, considerando también los precedentes, es decir, lo ocurrido en la ida.
La formación del Bayern estaba compuesta por dos únicos centrocampistas, muy de jugar ambos por detrás de la pelota, y,
por delante de ellos, jugadores que sienten mayor entusiasmo alejándose del juego y acercándose a la meta.
La contaminación procedente de la obligatoriedad de remontada hizo el resto para que el equipo se pareciera mucho más a
Heynckes que a Pep.
La ansiedad de los extremos por tocar la pelota hacía que sus desmarques fuesen inservibles desde el punto de vista de
desajustar a la oposición. Parecía que le estaban fabricando el contexto a un Real Madrid que no despreció semejante
obsequio.
La urgencia, gran enemiga de los conjuntos que se enhebran con el balón, permitió la aparición de los ritmos que más
interesaban a los blancos.
Tras un par de contraataques, Sergio Ramos materializaba el cero a uno tras cabecear un saque de esquina.
El fantasma de Old Trafford, con aquel gol de Vidic sirviéndose de la falta de atención a los estímulos relevantes en la
defensa de la pelota parada, surgía para complicar la clasificación.
Cinco minutos después, una falta lateral permitía de nuevo al central sevillano señalar la enorme vulnerabilidad del Bayern
en estas acciones, con lo que la esperanza de revalidar el trofeo europeo se esfumaba definitivamente.
“El Madrid, por su calidad, y porque hemos vaciado la parte más importante, según mi manera de entender el fútbol, que es
el medio campo, nos ha ganado”.
Con esa solemne elocuencia se expresaba Guardiola tras el varapalo, quedando evidenciado lo que acaeció en el campo.
Inconexos, aislados, distantes unos de otros, los que se acercaban, casi siempre por fuera, no mejoraban las condiciones de
la jugada.
Era el juego de años anteriores, pero mal elaborado, eligiendo siempre la opción más directa, con imprecisiones constantes
que alargaban a las dos escuadras, simplificando de este modo las operaciones vertiginosas de Bale, Cristiano, Di María y
Benzema.
Los de Ancelotti parecían una réplica del Mou-team, pero con todos los intérpretes ocupados en parecerse a sí mismos, en
sus lugares preferentes y con misiones ceñidas a sus capacidades.
Llegaba el primer gran desencanto, esa piedra donde la mayoría se detendría a lamentarse, el charco donde la mediocridad
se ahoga, la derrota.
Sin embargo, Pep examinaba el juego, la respuesta de su equipo ante el poderío del club presidido por Florentino Pérez, las
aptitudes para prosperar.
En rueda de prensa, entre líneas, sólo unos minutos después del sonrojo, ya exteriorizaba esa actitud constructivista que
siempre le acompaña:
“Ya sé que este equipo tiene que ganarlo todo para que todo el mundo esté contento. A veces no es posible. Es mayor la
decepción de no haber jugado bien.
Más allá de igualar en números, en títulos, es ver cómo podemos crecer como equipo, con lo que pienso, con lo que los
jugadores son, para ir creciendo”.
La réplica ante la derrota ya derrotaba a la negativa polución de la que suele venir acompañada, ser vencido se convertía en
un punto de partida para este fenomenal creador de realidades. Sin tópicos, yendo al juego.
Conquistarse mutuamente, jugadores y él, era el revitalizador desafío, prescindir de las excusas y encaramarse hacia el
futuro, visualizar, en definitiva, todo lo que se quiere hacer.
La asimilación del supuesto fracaso es rápida en lo líderes positivos, porque aprovechan la decepción para localizar nuevas
oportunidades, conciben la autocrítica para modelar lo que está por llegar.
Para dotar de un significado correcto a lo que se pretende implementar, la derrota, lejos de simbolizar la paralización de los
ideales, debe constituir la atalaya del progreso de los mismos.
El chasco de quedar descartados para la final de Lisboa supuso un verdadero impulso a los principios de Guardiola.
En su rol de audaz visionario, extrajo los resultados pertinentes: la pelota seguirá siendo el valor más importante, los
centrocampistas que mejor la manejen imprescindibles, y las ideas de los imaginativos la base operativa del modelo
comportamental del próximo Bayern.
Quedaban casi tres semanas para el último envite de cierta enjundia. La copa alemana podía sellar, al menos, el doblete.
Así fue. En un partido reñido frente al Borussia Dortmund, resuelto en la prórroga, el Bayern alzaba el trofeo ante setenta y
seis mil espectadores en Berlín.
Robben y Müller anotaron los goles en un partido que tampoco dejó muchas cosas para la posteridad.
Por subrayar algo, sobresalió la salida del equipo de Mario Mandzukic por decisión técnica, y la aparición de algunos
detalles que cobrarán protagonismo el siguiente curso, como pueden ser la defensa de tres o un Robben centrado y no tan
fijado cerca de la cal.
La prioridad era quitarse algo del mal sabor que dejó la Liga de Campeones, concluir la temporada alzando la copa, pero ya
sabemos que más allá del plan de partido, o mejor dicho junto al mismo, Pep ofrece fragmentos de aquello que le ocupa su
imaginación y que está por pulirse.
En ese adiestramiento hacia la introspección, el conocimiento de los estados mentales propios, el de Santpedor suele
anticipar pinceladas de lo que trama para acrecentar la complejidad del juego de sus equipos.
La puesta en escena del segundo ejercicio
“La próxima temporada seguiremos jugando según mis ideas”. Pep Guardiola
La pretemporada y los primeros compases de la 2014 – 2015 estuvieron condicionados por la Copa del Mundo de Brasil y
la disputa de la Supercopa alemana.
Los campeones germanos no pudieron prepararse del mismo modo que sus compañeros, y para el envite frente al Dortmund
Guardiola únicamente dispuso de tres de ellos, Neuer, Boateng y Müller, en el once de inicio.
Aun así, este periodo previo fue rico en hallazgos y tanteo conceptual como mostraron los amistosos jugados en Duisburgo,
ante Chivas de Guadalajara, o en la Telekom Cup frente al Borussia Mönchengladbach y Wolfburgo.
Los más jóvenes recibieron información sobre los fundamentos capitales del fútbol guardiolista, así como las
incorporaciones tomaron contacto con un tipo de juego inexplorado por ellos hasta la fecha.
Rode debía ir comprendiendo que los apoyos mostrados son distintos en este sistema, que moverse es una cuestión de
calidad más que de cantidad; Bernat tomaba conciencia de que los espacios resultantes de la circulación del balón a veces son
para sus recepciones, mientras que en otras ocasiones son para los demás; o Lewandowski comenzaba a interpretar otros
acordes donde la premura no tenía el mismo protagonismo que en la música del director Klopp.
Detallaremos algunas de esas primicias tácticas, pero el primer dato que llamó la atención fue la salida con defensa de tres.
Nos detendremos más adelante en este hecho, su uso en función de quiénes son los alineados y las acontecimientos que se
fundan a raíz de ello.
No siempre querer es poder. Con las bajas, el Bayern publicaba en la final de la Supercopa alemana muchos de los valores
futbolísticos con los que recorrer el trayecto marcado por Pep en su segundo año.
Sin embargo, por más académicas que resulten las formas, lo que verdaderamente conforma un equipo temible resulta de las
capacidades de los mejores futbolistas.
Xabi Alonso se mueve detrás de la primera línea de presión mientras Alaba fija a su oponente directo.
Alonso orienta el juego hacia donde se encuentran los hombres libres de oposición.
Pero si hay algo que necesita un equipo que presume del buen uso de la pelota, es precisamente un enemigo atrevido, un
competidor que salga de su propia mitad de campo y que codicie quitarle el balón rápidamente.
La forma defensiva elegida por el Paderborn iba sugiriendo la forma de superarla. El modo en que se vaciaban algunos
espacios y se movían los futbolistas, sin que ninguno de ellos desordenara nada, fue sencillamente magistral.
Valorar quiénes iban siendo libres para recibir; reconocer las circunstancias para atinar con el momento del pase; avistar
como los de fuera se convertían en interiores o los laterales en fijadores y penetradores, según el dictamen de la circulación
del balón, y a Philipp Lahm jugando de todo, habilitando y habilitándose permanentemente, dejaba al equipo perfectamente
estructurado para recuperar el esférico con inminencia.
Era como aquellas tardes en las que el F. C. Barcelona conmovía tanto a sus fieles como al resto de amantes de este deporte.
Todos eran asistentes o sutiles llegadores, nadie jugaba de algo específico, únicamente jugaban al fútbol soberbiamente. El
detalle que así lo certifica fue que Rafinha disputó la segunda mitad de central como si toda su vida hubiese actuado en dicha
demarcación.
Las funciones de Neuer, y las formas de llevarlas a cabo,sintetizan el dominio del juego pretendido por Pep.
Xabi Alonso intercambia su rol con David Alaba.
Boateng libera a un Xabi Alonso que aguarda detrás de los delanteros romanos.
Boateng dirige el juego hacia Götze y Bernat,receptores potenciales derivado del pressing de la Roma.
La coordinación alcanzada entre los jugadores vestidos de blanco para la ocasión rememoraba a la que Piqué, Márquez,
Xavi, Busquets, Iniesta o Leo Messi exhibían cada tres días años atrás.
Alaba y Alonso se alternaban el puesto de central zurdo cada vez que el vienés se incrustaba con los centrocampistas en un
ejercicio majestuoso de doblar funciones sobre el terreno de juego.
Boateng, quien vio agrandadas sus cualidades ayudado por la configuración de relaciones, salía con el balón controlado
hasta encontrar ese pase idóneo que posaba el juego en campo rival.
El central internacional se apoderaba de la pelota para certificar que a partir de él su equipo iba a seguir jugando bien al
fútbol. Se quedaba el balón el tiempo exacto, hasta que el destinatario hubiese encontrado el espacio y el tiempo necesario
para seguir otorgando ventajas numéricas y posicionales.
Los centrales encontraban a los exteriores.Alonso y Lahm se aproximaban a ellos para posibilitarlo.
Robben consigue atraer y fijar a varios opositores liberando asíla línea de pase entre Benatia y los centrocampistas.