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El Inpec fallido

El talón de Aquiles de la seguridad en Colombia es el sistema

carcelario y penitenciario.

Hugo Acero Velásquez

Por: Hugo Acero Velásquez 07 de septiembre 2019 , 10:30 p.m.

El talón de Aquiles de la seguridad en Colombia es el sistema carcelario y penitenciario, que, dada la condición
de hacinamiento y de desgobierno del Estado, no permite albergar un delincuente más, y menos resocializarlos.
Mientras que la inseguridad está creciendo y los ciudadanos, gobernadores, alcaldes y demás autoridades exigen
detener, judicializar y condenar a quienes infringen la ley penal, ya no existen espacios dónde recluirlos; las
cárceles, las estaciones de policía y las URI de la Fiscalía están desbordadas, ya ‘no hay cama para tanto
delincuente’.

Esta situación no es nueva y tiene que ver con la falta de control de las cárceles por el Estado, donde el Inpec
parece que no lo representa, sino que es otro grupo que contribuye al desgobierno y el caos en que se encuentra
este sector importante de la justicia.

Se puede asegurar que el Inpec es la muestra más clara de un Estado fallido dentro del sector justicia. Según los
parámetros establecidos por el centro de estudios Fund for Peace, el Inpec tiene algunos de los atributos de los
Estados fallidos, como la pérdida del uso legítimo de la fuerza y de control dentro de las cárceles, debilidad
institucional para llevar a cabo las políticas encomendadas de privación de la libertad y resocialización,
respetando los DD. HH., incapacidad para suministrar servicios básicos, altos niveles de corrupción, un extenso
mercado informal e ilegal, burocracia impenetrable e inseguridad en los establecimientos carcelarios donde
gobiernan los delincuentes.

Hoy, la mayoría de las cárceles no las gobiernan los directores, el director del Inpec, el Ministerio de Justicia ni,
en general, el Estado. Como lo denuncian funcionarios honestos, los establecimientos carcelarios son
gobernados por algunos sindicatos que imponen sus condiciones, han convertido los derechos limitados de los
internos e internas en negocios rentables y escenarios donde se protegen algunos corruptos bajo la figura del
fuero sindical, amenazando que son ellos los que tienen las llaves de las cárceles.
En las prisiones todo se negocia y produce ingresos para los corruptos, como la alimentación que se contrata
para la totalidad de los internos e internas, pero un gran número no la consume, y se convierten en recursos que
terminan en manos de algunos guardianes, funcionarios y contratistas; la salud, que llega hasta la puerta de los
establecimientos carcelarios, hacia adentro se negocia, al igual que los procesos de resocialización y redención
de penas, entre otros tantos derechos que algunos guardianes y sindicatos convirtieron en su fuente de recursos.

En algunos centros carcelarios, los guardianes se dan el lujo de decidir qué nuevos internos e internas ingresan
y, a través de convenios de dudosa legalidad, obtienen sobresueldos con recursos de alcaldías sobre cuya
ejecución ninguna institución de control hace seguimiento.

Hasta cuándo el Gobierno, el Congreso y la Rama Judicial van a revisar si es legal que existan más de ochenta
sindicatos en una institución armada, como lo es el Inpec, situación que pone en entredicho la seguridad del
Estado y de los ciudadanos. El Inpec se debe equiparar a la Policía y las Fuerzas Militares, que por ser cuerpos
armados no se pueden sindicalizar.

Todas estas irregularidades no son solo responsabilidad de los gobiernos, que no han querido hacer cambios
profundos, también lo son del Congreso y de la Rama Judicial, que no han propuesto modificaciones legales,
administrativas y operativas para que el sistema carcelario y penitenciario, por una vez en su historia, cumpla
con las funciones que le corresponde en materia de justicia y no sean ‘universidades del delito’ o centros de
reproducción intensificada de la violencia y la delincuencia. Ante tan grave situación cabe preguntar: ¿dónde
está el Estado?

HUGO ACERO VELÁSQUEZ

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