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Comentarios a la Fides et Ratio

Por Moris Polanco

INTRODUCCIÓN

Plantea la necesidad de la filosofía, y cómo en todas las culturas se ha dado la


investigación filosófica, que equipara a búsqueda del sentido y de la verdad.

Dice la Encíclica que “el hombre cuanto más conoce la realidad y el mundo y más se
conoce a sí mismo (...) le resulta más urgente el interrogante sobre el sentido de las
cosas y sobre su propia existencia” (n.1). Debería ser así, pero ¿realmente siente el
hombre contemporáneo esta urgencia? Al menos, los signos culturales no parecen
manifestarlo, o por lo menos lo ocultan. Por otra parte, en la misma Encíclica se
reconoce que estos tiempos no son buenos tiempos para la filosofía, para la busca
del sentido. Si siguiéramos la lógica del mercado, podríamos decir: si a nadie le
importa, es que no importa...

“El hombre tiene muchos medios para progresar en el conocimiento de la verdad, de


modo que puede hacer cada vez más humana la propia existencia” (n.3). Es cierto
que la gran oferta que se oye por ahí es “hacer más humana la vida”, pero pocos la
relacionan con la verdad. Se ha perdido de vista el vínculo entre verdad, bien y
libertad. Se piensa que para ser humano basta con ser libre, y vivir la vida como yo
quiera.

Es interesante que se destaque la prioridad del pensar filosófico sobre los sistemas
filosóficos (n.4): la filosofía no son contenidos dados de una vez por todas, sino que
es actividad. Es el proceso lo que importa, más que los resultados.

Dice la Encíclica que “cuando la razón logra intuir y formular los principios primeros y
universales del ser y sacar correctamente de ellos conclusiones coherentes de orden
lógico y deontológico, entonces puede considerase una razón recta”. Si no hubiera
puesto “deontológico”, la mayoría de los filósofos profesionales no tendría reparos,
pero, curiosamente, pocos filósofos profesionales estarán de acuerdo en que puedan
existir “conclusiones correctas” en cuestiones de ética. De inmediato se preguntan:
¿sobre qué bases? Ellos dirían que cada uno llama “recta razón” a la que arriba a sus
conclusiones, previamente sostenidas.

La principal preocupación del Papa: “el hecho de que, sobre todo en nuestro tiempo,
la búsqueda de la verdad última parece a menudo oscurecida”. Es un diagnóstico
muy acertado. Ya no se cree en la existencia de verdades últimas o, en todo caso, se
llama “última” a una verdad así aceptada, por convención de que es la última (según
nuestro concepto de último). El intento del Papa es rescatar la posibilidad de la
trascendencia de la razón. También ese fue el propósito declarado de Kant, y ya
vemos los resultados. Pero, ciertamente, si la filosofía quiere salvarse, tiene que
prestar atención al problema de la trascendencia de la razón.

Tiene toda la razón el Papa cuando dice que muchas personas que podrían dedicarse
a la búsqueda de la verdad, a la investigación filosófica, “han desviado la mirada de
la verdad, prefiriendo el éxito inmediato en lugar del esfuerzo de la investigación
paciente sobre lo que merece la pena ser vivido” (n.6). Lamentablemente, el
mercado no premia el esfuerzo por investigar pacientemente lo que merece la pena
ser vivido; premia al que ofrece satisfacciones rápidas, sensaciones novedosas,
artefactos deslumbrantes, etc. ¿Cómo hacer para promover y fomentar el gusto por
la investigación paciente sobre lo que merece la pena ser vivido? ¿Cómo fomentar el
gusto por la filosofía?

CAPÍTULO I

En este capítulo se empieza a introducir el problema del lugar de la fe en la reflexión


filosófica. Se parte de un dato: la Encarnación del Verbo: Dios que entra en las
categorías humanas –algo impensable para los filósofos. Pero este “escándalo” es
para los cristianos el punto de partida: “el acto con el que uno confía en Dios siempre
ha sido considerada por la Iglesia como un momento de elección fundamental”: es la
base, el punto de inicio. Si no se acepta esto, es inútil continuar el diálogo.

La Iglesia ve la Revelación cristiana como “la verdadera estrella que orienta al


hombre que avanza entre los condicionamientos de la mentalidad inmanentista y las
estrecheces de una lógica tecnocrática”, es decir, como una tabla de salvación, para
la filosofía misma. Con palabras graves, la Revelación “es la última posibilidad que
Dios ofrece para encontrar en plenitud el proyecto originario de amor iniciado con la
creación”. ¿Aceptará el hombre esta oferta?

Una cosa importante: la Revelación no es el fruto, sino el incentivo: “la verdad que la
Revelación nos hace conocer no es el fruto maduro o el punto culminante de un
pensamiento elaborado por la razón. Por el contrario, ésta se presenta con la
característica de la gratuidad, genera pensamiento y exige ser acogida como
expresión de amor”. Todo filósofo cristiano sabe muy bien de que habla aquí el
Papa: la fe y sus datos son el punto de partida, no son el sistema, no son el
contenido de ninguna teoría filosófica. El incentivo es siempre a mirar hacia arriba, a
no conformarse...

CAPÍTULO II

Se abordan más de lleno las relaciones entre fe y filosofía.

¿Cuál es el aporte de la fe a la filosofía? El pueblo hebreo aprendió tres cosas sobre


la busca de la verdad:

1) El conocimiento del hombre es un camino que no tiene descanso.


2) Dicho camino no se puede recorrer con el orgullo de quien piense que todo es
fruto de una conquista personal.
3) Tampoco se puede recorrer sin “temor de Dios”.

Ya esto es un aporte sorprendente. Si los filósofos modernos hubieran tenido estos


principios en cuenta, no habrían llegado a encontrarse en la situación del “necio”,
que piensa que sabe muchas cosas, “pero en realidad no es capaz de fijar la mirada
sobre las esenciales” (n.18). Además, le habría enseñado a no pactar con los límites
de la razón, a no cansarse de buscar. Kant capituló: toda su filosofía es un intento de
enseñar cómo después de unos supuestos límites de la razón, es imposible encontrar
nada; con una falsa humildad condena a la razón a quedar prisionera de sí misma.
En cambio, “para el autor sagrado el esfuerzo de la búsqueda no estaba exento de la
dificultad que supone enfrentarse con los límites de la razón. (...) A pesar de la
dificultad, el creyente no se rinde. La fuerza para continuar su camino hacia la
verdad le viene de la certeza de que Dios lo ha creado como ‘un explorador’ (QO 1,
13) cuya misión es no dejar nada sin probar a pesar del continuo chantaje de la
duda” (n. 21). Esto hace ver con claridad que “la relación del cristianismo con la
filosofía... requiere un discernimiento radical”: el cristiano no puede capitular, no
puede aceptar los límites de la razón, pues está llamado al infinito.

CAPÍTULO III

Se sigue invitando a “levantar la mirada”: “Existe, pues, un camino que el hombre, si


quiere, puede recorrer; inicia con la capacidad de la razón de levantarse más allá de
lo contingente para ir hacia lo infinito” (n. 24). Luego, plantea la necesidad de
reconocer que el hombre es capaz de alcanzar la verdad; que el hombre necesita
creer que puede alcanzar “Algo que sea último y fundamento de todo lo demás” (n.
27). Existen razones lógicas y de sentido común para afirmar esa capacidad: “El
hombre no comenzaría a buscar lo que desconociese del todo o considerase
absolutamente inalcanzable. Sólo la perspectiva de poder alcanzar una respuesta
puede inducirlo a dar el primer paso” (n. 29). Si negamos esto, nuestra misma
existencia queda comprometida: “La sed de verdad está tan radicada en el corazón
del hombre que tener que prescindir de ella comprometería la existencia” (29). En
resumen: “El hombre, por su naturaleza, busca la verdad. Esta búsqueda no está
destinada sólo a la conquista de verdades parciales, factuales o científicas; no busca
sólo el verdadero bien para cada una de sus decisiones. Su búsqueda tiende hacia
una verdad ulterior que pueda explicar el sentido de la vida; por eso es una
búsqueda que no puede encontrar solución si no es en el absoluto” (33).

CAPÍTULO IV

Las relaciones de los cristianos con la filosofía: al principio, molestas: creían que
bastaba con la verdad revelada. Pero desde los mismos inicios afirmaron algo nuevo:
afirmaban “el derecho universal de acceso a la verdad” (38). Esto era una novedad,
pues para los antiguos la filosofía era patrimonio de unos pocos elegidos. “Quedaba
completamente superado el carácter elitista que su búsqueda tenía entre los
antiguos, ya que siendo el acceso a la verdad un bien que permite llegar a Dios,
todos deben poder recorrer este camino” (39). Por otra parte, se ponía la verdad
suprema muy por encima de los sistemas filosóficos: no son los sistemas los que son
verdaderos; estos son sólo distintos caminos para llegar a la verdad: “Las vías para
alcanzar la verdad siguen siendo muchas; sin embargo, como la verdad cristiana
tiene un valor salvífico, cualquiera de estas vías puede seguirse con tal de que
conduzca a la meta final, es decir, a la revelación de Jesucristo” (39): el inicio de un
sano pluralismo.

Los primeros fructuosos encuentros entre la filosofía y la Revelación: San Clemente


de Alejandría: “es la sabiduría que desea la filosofía; la rectitud del alma, la de la
razón y la pureza de la vida. La filosofía está en una actitud de amor ardoroso a la
sabiduría y no perdona esfuerzo por obtenerla. Entre nosotros se llaman filósofos los
que aman la sabiduría del Creador y Maestro universal, es decir, el conocimiento del
Hijo de Dios” (38). O sea que no hay oposición, sino estímulo de parte de la fe para
alcanzar la verdad universal y salvadora.

El aporte de los filósofos griegos no podía ser despreciado: “Estos... habían mostrado
cómo la razón, liberada de las ataduras externas, podía salir del callejón ciego de los
mitos, para abrirse de forma más adecuada a la trascendencia” (41). Y una lección
importante para los cristianos filósofos de hoy en día: no tener miedo a las
diferencias, pero rescatar todo lo bueno de las filosofías: “Ante las filosofías, los
Padres no tuvieron miedo, sin embargo, de reconocer tanto los elementos comunes
como las diferencias que presentaban con la Revelación. Ser conscientes de las
convergencias no ofuscaba en ellos el reconocimiento de las diferencias” (41).

Al llegar a la Edad Media, son San Anselmo de Canterbury, queda más clara la
relación entre fe y razón: “la fe requiere que su objeto sea comprendido con la ayuda
de la razón; la razón, en el culmen de su búsqueda, admite como necesario lo que la
fe le presenta” (42). Esto último es tal vez lo que más le cuesta admitir a los
filósofos.

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