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de Investigación
de Teología FADE
Movimiento
Apostólico &
Profético
Investigación y análisis .
FADE
INTRODUCCIÓN 3
LA IGLESIA APOSTÓLICA 4
APÓSTOLES DE CRISTO 9
FALSOS APÓSTOLES 10
LA SUCESIÓN APOSTÓLICA 11
EL DON DE PROFECÍA 19
CONCLUSIONES 20
(Se ha tomado como referencia la declaración del Presbiterio General del Concilio
General de las Asambleas de Dios de USA, adoptada el 6 de agosto del 2001 y las
declaraciones al respecto de las Asambleas de Dios de Cuba y de Portugal).
INTRODUCCIÓN
Esta realidad del reavivamiento pentecostal también ha sido acompañada por una
nueva aceptación de los dones del Espíritu. Cada vez más, el mundo evangélico está
cambiando desde un posicionamiento cesacionista, la creencia de que los dones del
Espíritu cesaron al final de la era neotestamentaria, al entendimiento de que los dones del
Espíritu Santo que registra el Nuevo Testamento son vitales para el ministerio de hoy.
LA IGLESIA APOSTÓLICA
(1) Las iglesias que intentan trazar la sucesión de su clero a los 12 apóstoles
originales, tales como las iglesias católica y episcopal.
(2) Las iglesias pentecostales de unicidad, o “Sólo-Jesús”, que desde el principio
del siglo XX han usado la descripción “Fe Apostólica” (usada previamente
por pentecostales trinitarios como Charles F. Parham y William J. Seymour)
para designar sus doctrinas características.
(3) Las iglesias que proclaman que Dios ha instituido apóstoles hoy en medio de
ellas (iglesias “Nueva Apostólica” y “Cinco Ministerios”).
(4) Iglesias, incluyendo la mayoría de los grupos protestantes, que se dicen
apostólicas porque enseñan lo que los apóstoles enseñaban; o sea, la
doctrina neotestamentaria.
La palabra apóstol viene del griego apostolos 2 y puede ser traducida como
delegado, enviado, mensajero, o agente3. Como Jesús probablemente hablaba hebreo o
arameo en vez de griego, es posible que usase el termino shaliach que en
hebreo/arameo significa lo mismo que apóstolos. Shaliach, era la palabra común usada
por Jesús y sus primeros seguidores y provee el antecedente básico conceptual del
término. Los rabinos en los días de Jesús lo consideraban un principio legal muy
importante: «El agente de alguien (shaliach) es como él mismo»4. Esto significaba que si
el agente hacía un trato, era lo mismo que si el hombre representado hubiera hecho el
trato. El concepto moderno del poder notarial es semejante.
3
A Greek-English Lexicon of the New Testament and Other Early Christian Literature, 3rd edition, rev. and ed.,
Frederick William Danker (Chicago: University of Chicago Press, 2000), 122.
4
Berakoth 5.5 y varios otros lugares en el Mishnah, la porción más antigua del Talmud. Aunque las
referencias rabínicas más tempranas se originaron en el segundo siglo, parece probable que la institución era
mucho más temprana. Sin embargo, algunos expertos trazan el concepto al lenguaje “enviar” tanto en el
Antiguo Testamento como en el griego secular. Vea Colin Brown, gen. ed., The New International Dictionary of
New Testament Theology (Grand Rapids: Zondervan, 1975), “Apostle,” 1:126-136.
3:14,15). Tiene que ver con el compañerismo personal con Jesús, predicar las buenas
nuevas del reino de Dios de parte de Jesús, y participar del poder de Jesús para echar
fuera demonios. Aparentemente, Jesús los envió temprano durante el ministerio galileo
con instrucciones de predicar y sanar a los enfermos (cf. Mateo 10:5-14; Marcos 6:7-11;
Lucas 9:1- 5). Como los setenta enviados después, su alcance inmediato era «a las
ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mateo 10:6).
Esta promesa era tan importante que Lucas la registró otra vez en Hechos 1:4 con
una palabra explicativa de Jesús: «Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas
vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días» (1:5). La
razón de la promesa se encuentra en las palabras de Jesús, «pero recibiréis poder,
cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén,
en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hechos 1:8). La promesa fue
cumplida en la venida del Espíritu en Pentecostés (Hechos 2:4) e identificada como los
dones del Espíritu de Dios de «los postreros días» en el mensaje profético de Pedro
permitiendo a todos sus «hijos e hijas» y «siervos y siervas» «profetizar» (Hechos 2:14-
17).
Aunque habían sido entrenados, llamados, y comisionados por el Señor Jesús, los
apóstoles necesitaban el bautismo en el Espíritu Santo como una preparación final para
Los apóstoles empezaron a hablar como quienes habían sido «llenos del Espíritu
Santo» (Hechos 4:8) y contribuían decisivamente a que otros recibieran el don del Espíritu
(8:14-17; 10:44-46; 19:6). Cuando Pablo se convirtió y fue llamado al ministerio
apostólico, también recibió el don del Espíritu, y de manera parecida fue transformado
(9:17). Se decía que Bernabé era «lleno del Espíritu Santo y de fe» (11:24). El Espíritu
Santo guió las actividades misioneras de los apóstoles, seleccionando soberanamente a
Pablo y a Bernabé (13:2) y enviándolos (13:4). Después el Espíritu prohibió a Pablo y a
sus compañeros que entraran en la provincia de Asia y Bitinia, y los dirigió en cambio
hacia Troas y Macedonia (16:6-10). Pablo fue el receptor de la dirección profética dada
por profetas dirigidos por el Espíritu en cuanto a su destino al regresar a Jerusalén
(20:22,23). Cualesquiera que fuesen las habilidades naturales de estos primeros
apóstoles, la genialidad de su ministerio se encuentra en el poder y la sabiduría del
Espíritu dados a ellos.
había escogido» (Hechos 1:2). Se presentan dos requisitos importantes: (1) comisión
personal por el Señor, y (2) un conocimiento sólido de las enseñanzas de Jesús. Los dos
aspectos fueron objeto de una esmerada atención en la propuesta de Pedro. Cualquier
candidato tenía que haber estado con ellos durante el ministerio entero de Jesús,
«comenzando desde el bautismo de Juan» (Hechos 1:22). Dos candidatos calificados
«José, llamado Barsabás, que tenía por sobrenombre Justo, y... Matías» fueron
presentados y una oración fue elevada. «Les echaron suertes, y la suerte cayó sobre
Matías; y fue contado con los once apóstoles» (Hechos 1:26)6. Sin embargo, después de
Pentecostés no hubo ningún esfuerzo por reemplazar a ninguno de los 12 apóstoles
originales ni perpetuar el número 12 (cf. Hechos 12:2).
6
Frecuentemente se sugiere que los Once se equivocaron en su selección de Matías porque el lugar de
Judas estaba reservado para Pablo. Se nota que Matías inmediatamente pasó al olvido. Sin embargo, no hay
insinuación de crítica en el texto y pocos de los Doce fueron mencionados después del capítulo 1. Las
credenciales apostólicas de Pablo fueron establecidas independientemente de los Doce por Lucas y Pablo
mismo (cf. Hechos 9:1-30, especialmente vv. 26-28; Gálatas 1:15-24).
7
A Greek-English Lexicon of the New Testament and Other Early Christian Literature, 311.
APÓSTOLES DE CRISTO
8
Algunos comentaristas identifican los «súper-apóstoles» con los Doce; sin embargo, otros sugieren que el
contexto más bien apoya la identificación de maestros judíos helenísticos que vinieron de Corinto con cartas
de presentación, quizás de Jerusalén.
FALSOS APÓSTOLES
9
Vea la discusión en E. Earle Ellis, Pauline Theology: Ministry and Society (Grand Rapids: Eerdmans, 1989),
38.
10
“[M]essengers without extraordinary status.” A Greek-English Lexicon of the New Testament and
Other Early Christian Literature, 122.
LA SUCESIÓN APOSTÓLICA
También está claro que, aunque los apóstoles (con los ancianos) eran líderes
establecidos en la iglesia primitiva, no había provisiones para su reemplazo o
continuación. En realidad, con la defección de Judas de su puesto apostólico, los Once
buscaron el consejo divino para llenar la vacante. Otros apóstoles surgieron, Pablo
inclusive, quien en su primera carta a los Corintios ilumina los aspectos de su elección.
Después de su resurrección, Jesús se apareció a los Doce, y después a más de
«quinientos hermanos a la vez... Después apareció a Jacobo; después a todos los
apóstoles; y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí» (1 Corintios 15:6-8,
énfasis añadido). Entonces parece que Pablo está limitando el apostolado a los que
habían visto el Señor resucitado en los 40 días después de su resurrección y a él mismo
por haberle visto en una dramática visión en el camino a Damasco (Hechos 9:1-9). Hay un
poco de incertidumbre acerca del número exacto y la identidad de los apóstoles. Sin
embargo, aparte de los Doce, el texto del Nuevo Testamento parece designar claramente
a tales personas como Pablo, Santiago el hermano de Jesús (1 Corintios 15:7; Gálatas
1:19), Bernabé (Hechos 14:14), Andrónico y Junias (probablemente una mujer) «los
cuales son muy estimados entre los apóstoles» (Romanos 16:7).
11
Gordon D. Fee, The First Epistle to the Corinthians (Grand Rapids: Eerdmans, 1987), 732.
siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo» (Efesios 2:20), y la forma de
liderazgo iniciado por Pablo en la iglesia de Éfeso y en otras iglesias que fundó (Hechos
14:23). Escribiendo a Timoteo en Éfeso, Pablo encomienda la dirección de la iglesia a
«ancianos» (sinónimo de obispo o pastor o supervisor) y diáconos, no a apóstoles ni
profetas. Cuando se despidió de los líderes de la iglesia de Éfeso, la cual él había
establecido, su reunión fue con los ancianos (no con apóstoles ni profetas), a quienes
encomendó la responsabilidad del obispo (o supervisor) y pastor (Hechos 20:28).
Aun desde una la lectura superficial del Nuevo Testamento se muestra muy
claramente que los apóstoles tenían autoridad. La iglesia primitiva se formó alrededor de
sus enseñanzas, las cuales fueron confirmadas con «muchas maravillas y señales» que
hicieron (Hechos 2:42, 43). Eran los portavoces reconocidos ante los gobernantes
(Hechos 4:8ff.), y su autoridad fue mostrada en sucesos tales como la muerte de Ananías
y Safira (Hechos 5:1-11). Escribiendo a los corintios, una iglesia fundada por él, Pablo
amenaza con ir a ellos «con vara» (1 Corintios 4:21) y no vacila en dar instrucciones
estrictas para la disciplina de un caso de inmoralidad (1 Corintios 5:1-5). Escribiendo a la
iglesia de Roma, la cual él no fundó, declara sus credenciales apostólicas (Romanos 1:1),
12
Colin Brown, gen. ed., The New International Dictionary of New Testament Theology (Grand
Rapids: Zondervan, 1975), 1:135.
Cuando trabajaban juntos, uno de los apóstoles normalmente dirigía, como en las
tempranas actividades de Pedro en Jerusalén y la dirección de Pablo de sus equipos
misioneros. Sin embargo, cuando se trataba de problemas prácticos y doctrinales de las
iglesias, los apóstoles frecuentemente compartían el liderazgo entre sí junto con los
ancianos, un grupo que se agregó rápidamente al liderazgo. Por ejemplo, los Doce
pidieron que la iglesia de Jerusalén escogiera a los Siete (Hechos 6). Cuando el concilio
en Jerusalén resolvió el problema cismático de que si los gentiles tenían que guardar la
ley judía, el asunto fue decidido por «los apóstoles y ancianos» (Hechos 15:4,6,22). En
este o algún otro asunto, aun entre los apóstoles Pablo y Pedro inicialmente tenían
opiniones opuestas (Gálatas 2:11-14). James Dunn observa pertinentemente: «La
autoridad apostólica se ejerce no sobre la comunidad cristiana, sino dentro de ella; y la
autoridad se ejerce... “A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la
edificación del cuerpo de Cristo”» (Efesios 4:12)14.
13
Vea, por ejemplo, James D. G. Dunn, The Theology of Paul the Apostle (Grand Rapids: Eerdmans, 1998),
578-579.
14
Íbidem. Pág. 574.
Ninguna de las cartas del Nuevo Testamento fue dirigida a un apóstol, como uno
esperaría si cada ciudad hubiera tenido su apóstol que gobernaba. Una de las pocas
cartas que incluye el título de un puesto, Filipenses, está dirigida a los «obispos
[episkopos] y diáconos [diakonos]» (1:1) –no a un apóstol local o de la ciudad–. No parece
que hubiera habido preocupación de poner permanentemente a un apóstol reconocido en
las varias iglesias o regiones.
2. El llamado y la comisión personal del Cristo resucitado tenían que ser consumados en
el bautismo en el Espíritu Santo (Hechos 2:1-4 [para Pablo, vea Hechos 9:1-17]), en cuyo
tiempo el don espiritual, o carisma, del apostolado fue concedido. Este entendimiento se
refleja, por ejemplo, en la declaración de Pablo: «Y él mismo constituyó a unos,
apóstoles...» (Efesios 4:11) y «del cual yo fui hecho ministro por el don de la gracia de
Dios que me ha sido dado según la operación de su poder» (Efesios 3:7). El Espíritu con
su poder y ungimiento puso a los apóstoles primero entre los líderes de la iglesia (1
Corintios 12:28).
enseñanza profética. Para ilustrar, cuando el Espíritu cayó en Pentecostés, los discípulos
hablaron «en otras lenguas, según el Espíritu les daba [apophthengomai] que hablasen»
(Hechos 2:4). Encarados con las confusas y contradictorias opiniones de la multitud,
Pedro «poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo»
[apophthengomai] (2:14) en una magistral explicación que tuvo por resultado la
conversión de 3.000 personas. El verbo griego apophthengomai se usa para indicar la
inspiración profética, que en este contexto es el resultado inmediato de la facilitación del
Espíritu 15 . Pablo expresaba, explícitamente la misma conciencia: «Ni mi palabra ni mi
predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración
del Espíritu y de poder» (1 Corintios 2:4).
4. Con el don apostólico también vinieron los dones espirituales milagrosos (1 Corintios
12:8- 10). «Las marcas [semeia, “señales”] distintivas de un apóstol16, tales como señales,
prodigios y milagros, se dieron constantemente entre ustedes» (2 Corintios 12:12, NVI). El
libro de los Hechos atribuye numerosos milagros a Pedro, Pablo, y a los otros apóstoles
(Hechos 5:12; 9:32- 43; 13:6-12; 14:3; 16:16-18; 19:11; 28:7-9). Obviamente, Pablo
consideraba las señales milagrosas como una característica esencial del verdadero
apóstol. Él también enseñó y predicó entre ellos «con demostración del Espíritu y de
poder» para que su « fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder
de Dios» (1 Corintios 2:4,5).
5. Los apóstoles eran los maestros con autoridad en la iglesia primitiva, tanto en las
creencias como en la práctica. Más que otra cosa fueron encomendados con la precisión
y pureza del evangelio de Jesucristo. Como Pablo escribió, «porque primeramente os he
enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las
Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras» (1
Corintios 15:3,4; cf. Hechos 2:42; Romanos 16:17; Gálatas 1:8; Tito 1:9). El motivo de sus
predicaciones y enseñanzas es expresado en Efesios 4:12,13: «A fin de perfeccionar a los
santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo». La doctrina
apostólica marcó el contenido del canon del Nuevo Testamento. Se entiende que los
apóstoles, o bien escribieron los libros canónicos, o eran el principal origen y
garantizadores de su naturaleza inspirada.
6. Los apóstoles fueron comisionados como misioneros y fundadores de iglesias. Los que
se mencionan en el Nuevo Testamento lo hicieron con éxito. La Gran Comisión (Mateo
15 rd
A Greek-English Lexicon of the New Testament and other Early Christian Literature, 3 edition
rev. y ed. Frederick William Danker (Chicago: University of Chicago Press, 2000), 1:44. Vea
también Gerhard Kittel, ed., Theological Dictionary of the New Testament, trad. y ed. por Geoffrey
W. Bromiley (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing Company, 1964), 1:447.
16
Versión Reina-Valera, “las señales de apóstol”.
28:16-20) fue dada específicamente a los Once, quizás junto con los «más de quinientos»
(1 Corintios 15:6). El impulso misionero tiene vida por medio de los informes de la
comisión apostólica (cf. Lucas 24:47; Juan 20:21; Hechos 1:8; 9:15; 22:15; 26:17,18;
Gálatas 1:15-17; et al.).
7. Sufrir por la causa de Cristo parece haber sido una característica principal del ministerio
apostólico. Con su largo historial personal de sufrimientos por el evangelio Pablo validó su
ministerio y equipó a la iglesia de Corinto contra las seducciones de los falsos apóstoles.
«Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades,
en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2
Corintios 12:10). «Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne
lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia» (Colosenses
1:24).
8. Los apóstoles tenían alma de pastor y eran de naturaleza sociables. El amor de Pablo
por sus feligreses y sus compañeros del ministerio fluye en sus cartas. Los saludos
extensos y cariñosos en la conclusión de Romanos son notables (16:1-16).
Repetidamente usa un vocabulario paternal (cf. 1 Corintios 4:15; 2 Corintios 12:14,15). A
los corintios, los celaba «con celo de Dios» (2 Corintios 11:2). A los de Tesalónica, Pablo
escribió que los amaba y cuidaba como “nodriza que cuida con ternura a sus propios
hijos» (1 Tesalonicenses 2:7). El lenguaje en las cartas de Pedro (1 Pedro 4:12; 2 Pedro
3:1) y Juan (1 Juan 2:7, et al.) destaca los mismos instintos pastorales.
Manaén, y Saulo (Pablo)– (Hechos 13:1). Otros dos líderes y profetas de Jerusalén fueron
escogidos para llevar la carta del concilio a Antioquía, Siria, y Cilicia, y durante el viaje
«consolaron y confirmaron a los hermanos con abundancia de palabras» (Hechos
15:22,32). Al regresar Pablo de su tercer viaje misionero, se quedó en casa de Felipe el
evangelista, que «tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban», reconociendo así, que
las mujeres eran activas y reconocidas como profetas. En este tiempo, Agabo viajó de
Jerusalén a Cesarea y profetizó que los judíos de Jerusalén atarían a Pablo y lo
entregarían a los gentiles (Hechos 21:10,11).
Las cartas de Pablo, escritas antes que el libro de los Hechos, indican la presencia
de profetas tanto en las iglesias que él había establecido como en las que no estableció.
Por ejemplo, proveyó instrucciones sobre las actividades en Corinto (1 Corintios 14:29-
32), diciendo que las profecías tenían que ser probadas según la doctrina apostólica (1
Corintios 14:37). Había mujeres que eran profetas en la iglesia de Corinto (1 Corintios
11:5,6). Los romanos deberían usar su don de profecía «conforme a la medida» de su fe
(Romanos 12:6). Los tesalonicenses fueron amonestados a que «no menospreciarán las
profecías» (1 Tesalonicenses 5:20). La carta de Efesios registra la opinión de Pablo de
que, junto con los apóstoles, los profetas eran fundamentales para la iglesia (Efesios
2:20). En esa capacidad eran, junto con los apóstoles, recipientes de revelación divina
(Efesios 3:5) y un don de ministerio a la iglesia (Efesios 4:11). Al escribir a Timoteo, Pablo
notó que un mensaje profético había acompañado a la imposición de las manos por los
ancianos (1 Timoteo 4:14).
Estos informes muestran claramente que (1) había grupos de profetas reconocidos
en la iglesia primitiva frecuentemente asociados con los apóstoles; (2) los apóstoles
(como Bernabé, Silas [los dos parecen ser reconocidos como apóstoles], Saulo [Pablo], y
Juan) también servían como profetas (Hechos 13:1; 15:32; Apocalipsis 1:3); (3) estos
profetas sí viajaban de vez en cuando de iglesia en iglesia; (4) tanto hombres como
mujeres fueron reconocidos como profetas; (5) los profetas tenían influencia espiritual
junto con los apóstoles y ancianos en las creencias y prácticas de la iglesia primitiva,
aunque nunca se les asignaron responsabilidades específicas como profetas, como es el
caso con los obispos/ancianos; (6) los profetas conservaban su integridad con auténticas
declaraciones inspiradas que se adherían a las Escrituras y doctrina apostólica; y (7) no
hay instrucciones de cómo calificar como profeta ni cómo nombrar profetas como parte de
la jerarquía del liderazgo de la iglesia para siguientes generaciones.
EL DON DE PROFECÍA
Aunque había profetas reconocidos en la era del Nuevo Testamento, lo que tenía más
impacto era el don de profecía que activaba a la iglesia apostólica. El profeta Joel del
Antiguo Testamento, movido por Dios, profetizó: «Y después de esto derramaré mi
Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos
soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre
las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días» (Joel 2:28,29). De forma significativa,
Pedro, cuando explicó el suceso de Pentecostés, y relacionó la evidencia de las lenguas
con la predicción de Joel del derramamiento del Espíritu, en dos ocasiones repitió que
hijos e hijas y hombres y mujeres profetizarían (Hechos 2:17,18). El sermón de Pedro
claramente era una profecía inmediatamente inspirada por el Espíritu, como indica el
verbo «habló [apophthegomai]» (Hechos 2:14), que significa «hablar como profeta» 17 .
Cuando se examina el testimonio de Cristo dado por los líderes de la iglesia primitiva en
los Hechos, el impulso profético es obvio – y sin duda– también la intención de Lucas. Las
palabras de Pedro a un cojo (Hechos 3:6), a las personas en el templo (Hechos 3:12ff), al
concilio (Hechos 4:8), a Ananías y a Safira (Hechos 5:1-11), y a otros, estaban llenas de
importancia profética. La elocuencia y el poder de Esteban son proféticos (Hechos 7). El
impacto de las predicaciones de Felipe (Hechos 8:4-8) y de otros creyentes no nombrados
(Hechos 11:19- 21) también fue posible por medio del Espíritu. Y así se verfica en todo el
libro de los Hechos.
Aunque es demasiado decir que cada declaración del creyente es una profecía, el
tema de los Hechos es que cada creyente recibe el poder del Espíritu Santo para ser un
testimonio profético del Señor Jesucristo resucitado (Hechos 1:8). Curiosamente, Juan
notó, «el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía» (Apocalipsis 19:10). Todos los
creyentes son parte de una misión «profética»18 universal y están dotados con uno o más
dones espirituales, de los cuales muchos tienen que ver directamente con declaraciones
sabias, instructivas, y edificantes (Romanos 12:6-8; 1 Corintios 12:8-10; Efesios 4:7-13; 1
Pedro 4:10).
profético de Pedro, «porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para
todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare» (Hechos 2:39).
CONCLUSIONES
6. La profecía es un don continuo del Espíritu Santo que siempre estará distribuido
ampliamente en una iglesia santa y receptiva hasta que Jesús venga. El Espíritu
soberanamente escoge y dirige a las personas que están abiertas y son sensibles a
sus dones y recordatorios y las dota diversamente con una variedad de dones
verbales. Pablo amonestó: «Seguid el amor; y procurad los dones espirituales, pero
sobre todo que profeticéis» (1 Corintios 14:1). Quizá se esperará que muchas
personas, tanto hombres como mujeres, ejerzan el don de profecía en maneras
diversas, como se puede ver en el Nuevo Testamento.
siempre debe ser probado por la superior autoridad de las Escrituras y ser responsable
ante ellas. Sin embargo, la iglesia debe anhelar la profecía auténtica con un mensaje que
es pertinente a las necesidades contemporáneas y sujeto a la autoridad de las Escrituras.
con los ancianos de la iglesia de Éfeso (Hechos 20:17-38). Claramente, a los ancianos
también fue dada la función de obispos (“supervisor”) y pastores (Hechos 20:28; 1 Pedro
5:2).
Finalmente, se debe notar que los títulos no son tan importantes como el ministerio
mismo. Muchas veces el título da lugar a una actitud de orgullo humano. El título no es lo
que hace a la persona o al ministerio. La persona que ministra es que da significado al
título. Cristo claramente advirtió a sus discípulos contra la engañosa búsqueda de los
títulos (Mateo 23:8-12). Nos dice «que los gobernantes de las naciones se enseñorean de
ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así,
sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que
quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino
para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Mateo
20:25-28).
prefieren estructuras más autoritarias donde sus palabras y decretos no son objetados.