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Santos A.G.

c/Transportadora de Caudales Juncadella SA s/Accidente Acción Civil

Buenos Aires, Diciembre 29 de 2000.

1.- La demanda.

La actora inició la presente acción, por si y en representación de sus hijos menores, en procura de una
indemnización dineraria ante el fallecimiento con motivo del desempeño laboral de quien fuera su esposo, Santiago A.
Fernández, y que revistó como empleado dependiente de la demandada. Tal pretensión fue basada en las reglas
atributivas de responsabilidad del Código Civil y para así reclamar planteó, a la par, la inconstitucionalidad de las
normas de la ley 24.557 que vedan esta vía reclamativa a los trabajadores y sus derechohabientes, excepto en el
supuesto del art. 1072 C. Civil, no invocado en autos.

Contó que el de cujus era chofer de un camión blindado de los que se sirve la accionada para desarrollar su
objeto comercial y que ganaba un sueldo de $1.548,40 mensuales. Explicó que el 26-6-98 cuando el blindado se
encontraba estacionado frente a la puerta de un local de la empresa Casa Tía fue asaltado por varios delincuentes que
ingresaron al vehículo y dispararon sus armas de fuego contra el personal, hiriendo de muerte al Sr. Fernández, quien
horas después falleció.

A juicio de la parte actora el hecho ha ocurrido como parte del riesgo de la actividad encuadrable en las reglas
de responsabilidad objetiva del art. 1113 del C. Civil. Asimismo, la reclamante sostuvo que medió negligencia patronal
pues no se tomaron medidas idóneas para reducir los márgenes de dicho riesgo y al punto indicó que al causante no se
lo proveyó de chaleco antibalas, no se exigió que la empresa Casa Tía dejara entrar el blindado al establecimiento, y se
omitió asignar una custodia de apoyo al camión. Por eso, también citó en su aval los arts. 512 y 1109 del ordenamiento
civil.

Cuestionó la validez constitucional de los arts. 1.1, 12, 21, 39.1, 46 y 49, disposición adicional 1ra. de la ley
24.557, describiendo las normas de jerarquía superior a su modo de ver vulneradas.

Pidió, pues, que se declare la inconstitucionalidad de aquellas reglas, especialmente la contenida en el art. 39
apartado 1 de la L.R.T.

2.- La contestación.

La demandada reconoció la relación laboral mantenida con el causante y el accidente ya descripto. En cambio,
negó el salario invocado en el escrito inicial, que la actividad sea riesgosa, que haya mediado culpa de su parte, que
haya debido dar chaleco antibalas al chofer, que haya debido poner un automóvil de custodia para el camión blindado y
que si este hubiera ingresado al predio de Casa Tía el riesgo hubiera sido menor. También negó las circunstancias
personales invocadas en la demanda relativas a la demandante y sus hijos.

Sostuvo que a los choferes de los blindados no se les dan chalecos antibalas pues no deben descender del
vehículo y no podrían manejar con tal protección. Sostuvo que la naturaleza del ataque excedió toda previsión y el
riesgo propio de la actividad ya que los delincuentes, de un modo inhabitual, se introdujeron de modo súbito dentro del
camión y allí dispararon contra el personal.
Defendió la validez constitucional de la ley 24.557 y, entre otros argumentos, sostuvo que por la fecha de
verificación del infortunio el tope indemnizatorio era de $110.000 y no de $55.000. Argumentó que la ley, al vedar la
acción civil ordinaria a los trabajadores, no discrimina ni vulnera la garantía constitucional de igualdad ante la ley ya que
lo hace globalmente por el grupo de pertenencia. En base a ello, sostuvo la inexistencia de acción a su respecto.

Por último, argumentó que la actora manifestó, al percibir la gratificación que le otorgara, que renunciaba todo reclamo
futuro posible, y defendió la validez de tal renuncia.

Citó en garantía a Interamericana Solar A.R.T., la aseguradora de riesgos que cubría sus riesgos laborales.

3.- Respuesta de la citada en garantía.

Aunque oportunamente desestimé la citación en garantía, la Cámara revocó mi decisión a fs. 147/8.
Consecuentemente, a fs. 168/73 se presentó dicha SOLAR A.R.T. SA, y pidió el rechazo de la citación.

Planteó la falta de legitimación pasiva para ser citado en garantía, puntualizando que su responsabilidad se
limita a los términos de la póliza suscripta con su asegurada y con los alcances de las prestaciones previstas en la
L.R.T.

En ese sentido, afirmó que cumplió su obligación legal y contractual depositando el máximo de $55.000 en la
A.F.J.P. Consolidar y abonando el sepelio, según las constancias de fs. 175/81 y 193.

4.- La renuncia de acciones futuras.

La demandada opuso la existencia de un acto jurídico de renuncia a la presente acción (ver el instrumento de
fs. 48 en el que la actora, al percibir sumas gratificatorias, renunció a todo reclamo futuro) y la parte iniciadora del pleito
solicitó, en el escrito inicial, la nulidad de tal abdicación.

Estamos, pues, frente a una cuestión preliminar pues si la renuncia es válida la presente reclamación debería
desestimarse sin más. Empero, lo adelanto, dicha renuncia es nula de nulidad absoluta, a mi parecer.

En efecto, la pretensión de fondo aquí planteada (reparación patrimonial integral de daños y perjuicios)
constituye una demanda laboral, es decir un reclamo nacido de un hecho acaecido en el seno del contrato de trabajo.
Dicho de otro modo, estamos en presencia de una acción nacida en el contrato de trabajo y por un hecho laboral
(accidente de trabajo).

La circunstancia de que el sistema reparatorio esté regulado en una norma como la 24.557 a la que algunos
consideran de la seguridad social (naturalización que he criticado con anterioridad en diversas ocasiones, por ejemplo
en “Ley Sobre Riesgos del Trabajo. Aspectos Constitucionales y Procesales“, con Mario E. Ackerman, Santa Fe, 1999,
Rubinzal y Culzoni Editores) o, si cupiese la declaración de inconstitucionalidad del art. 39 apartado 1 de aquella, en las
reglas del Código Civil, esa circunstancia, decía, no borra el carácter laboral de la acción deducida y del derecho
pretendido.
Este razonamiento es el que ha llevado a la casi totalidad de los ordenamientos procesales laborales a atribuir
competencia a los tribunales del trabajo en reclamos derivados de un hecho laboral, aún cuando se los funde en el
derecho común.

Consecuentemente, la acción aquí deducida por la viuda del trabajador constituye una acción nacida del
contrato de trabajo y, entonces, alcanzada por el principio de irrenunciabilidad que informa al derecho del trabajo (y,
también, al de la seguridad social, obviamente) y por la concreción legislativa de tal principio en los arts. 15, 277 y
concs. L.C.T. (Sobre el sentido, razón de ser y alcances de este principio, ver “Los principios del Derecho del Trabajo”,
de Américo Pla Rodríguez, Depalma, Bs. As. 1978, 2da. edición actualizada, págs. 67 y stes.; “Tratado Práctico de
Derecho del Trabajo”, Juan Carlos Fernández Madrid, Editorial La Ley SA, Bs. As. 1989, 1ra. edición, t. I, págs. 183 y
stes.).

Debe tenerse en cuenta que las prescripciones contenidas en los citados arts. 15 y 277 L.C.T. no están
destinadas exclusivamente a acciones y derechos nacidos de la dicha ley, como fuente del contrato de trabajo, sino que
aluden, en el sentido más amplio, a todos los derechos, y acciones, relativas a cuestiones entre trabajadores y
empleadores. Esta interpretación es la coherente con la lógica que inspira el principio de irrenunciabilidad: las mismas
debilidades culturales, negociales y económicas, las mismas desigualdades están presentes cuando se renuncia o
desiste una acción basada en la L.C.T. que cuando está fundada en el Código Civil, siempre que el conflicto sea laboral
- nacido del contrato laboral - y los sujetos sean los mismos que protagonizan, de ordinario, los conflictos del derecho
laboral y de la seguridad social, enfoque que se extiende, en general, a los derechohabientes del trabajador fallecido.

En la medida que no medió una transacción o un desistimiento de la acción formulado ante la autoridad
competente y completado por la homologación respectiva, la renuncia que la Sra. Santos efectuara en un instrumento
privado como el de fs. 48 carece de valor alguno para afectar la salud jurídica del derecho a reclamar, luego de ser
debidamente asesorada y de reflexionar al respecto, la inconstitucionalidad de algunas normas de la ley 24.557 y una
reparación justa e integral, derechos ambos que, al suscribir tal acto, la actora poseía en potencia y que en estos
actuados ha puesto en hechos.

Cabe recordar que la jurisprudencia de la Excma. Cámara en esta materia, aún cuando nació excesivamente
amplia, a mi juicio (puede verse mi crítica en el comentario al art. 69 de la ley 18.345 en “Ley de Organización y
Procedimiento de la Justicia Nacional del Trabajo. Nº 18.345. Comentada, anotada y concordada”, dirigida por Amadeo
Allocati, Astrea SA, 2da. edición actualizada, Bs. As. 1999, t. II, págs. 84 y stes) en el marco del Plenario Nº 137
“Lafalce, Angel C/ Casa Enrique Schuster SA”, restringió luego sus efectos mediante otro Acuerdo Plenario. En el caso
“Aizaga, Jorge A. C/ I.P.S.A.N. SA” (Nº 239) la C.N.A.T. redujo considerablemente los alcances de aquella doctrina al
indicar que “La manifestación del trabajador en un acuerdo conciliatorio de que nada más tiene que reclamar del
empleador por ningún concepto emergente del vínculo laboral que los uniera no comprende la acción fundada en el art.
1113 del Código Civil”.

Traigo a colación estas dos doctrinas plenarias pues me parece evidente que si la jurisprudencia consideró
exceptuada de las amplias renuncias a acciones futuras, realizadas en un juicio y con homologación judicial, a las
reclamaciones que los renunciantes tuvieren en ciernes en materia de accidentes de trabajo y a fundar en el derecho
civil, con más razón cabe desconocer todo valor a un acto privado como el aquí analizado.

A mi modo de ver, y de conformidad con lo establecido en los arts. 1038, 1044, 1047 y concs. del Cód. Civil, la
renuncia formulada en el documento de marras es nula de nulidad absoluta, lo que habilita el tratamiento de la acciones
aquí planteadas.
Esta visión del tema torna innecesario analizar los argumentos relativos a otros posibles vicios de la voluntad
esgrimidos en el escrito de inicio y tratados en el conteste.

5.- Aclaración inicial en orden al fondo del asunto.

Resuelto el punto precedente, cabe entrar a decidir las cuestiones de fondo traídas a mi juzgamiento.

Adelanto que en el presente caso, que he estudiado cuidadosa y detenidamente, considero que el art. 39
apartado 1 de la ley 24.557 viola garantías constitucionales y normas internacionales fundamentales en cuanto limita la
responsabilidad a una reparación tarifada y visiblemente insuficiente, así como que veo reunidos los requisitos fácticos y
jurídicos del art. 1113 del C. Civil a influjo de la denominada teoría del riesgo de actividad, y configurada la culpa
negligencial del principal, por lo que haré lugar a la demanda integralmente contra la accionada. A continuación fundaré
esta postura que acabo de anticipar.

6.- Algunas precisiones preliminares.

En primer lugar debo destacar que desde 1996 hasta hoy mucho se ha dicho y escrito sobre el ya tristemente
célebre apartado 1 del art. 39 L.R.T., por lo que tengo la certeza de que no corresponde aquí repetir argumentos,
reflexiones y fundamentaciones, en uno y otro sentido, que se han multiplicado en la doctrina (oral y escrita) y en la
jurisprudencia. Trataré, pues, de referir exclusivamente a las circunstancias de esta causa, de hacer las citas y
remisiones indispensables, y, por otro lado, de plantear aquí solo aquellos fundamentos jurídicos que considero
apropiados por no dichos con anterioridad o por ser específicos del supuesto bajo decisión. Para lo demás, remito, en
general, a la abundante doctrina y jurisprudencia que varias obras jurídicas permiten conocer.

En el presente caso está reconocido que el de cujus sufrió un típico accidente de trabajo encuadrable en el art.
6 de la ley 24.557 y la obligada a la cobertura (de acuerdo a dicha ley y al art. 1 del decreto 334/96) admitió la
contingencia depositando la suma de $55.000, tal como lo acredita la documental de fs. 175/98, sobre cuya autenticidad
se expidió a fs. 245 Consolidar AFJP.

El presente juicio intenta lograr que, más allá de esa responsabilidad legal de la A.R.T., se condene a la
empleadora en base a las reglas de la responsabilidad civil a oblar una reparación integral por encima de la tarifa de la
ley especial. Como el art. 39 apartado 1 de la ley 24.557 dispuso que las prestaciones en ella previstas para las
contingencias cubiertas eximen de responsabilidad civil al empleador, excepto el supuesto de dolo del art. 1072 del C.
Civil, la parte actora ha deducido, a la par, el planteo de inconstitucionalidad de tal disposición, y de otras coherentes
con ella, a fin de desactivar judicialmente ese valladar que niega la existencia de la acción de responsabilidad civil.

Así planteado pareciera claro que no hay derecho al reclamo ordinario de responsabilidad mientras no sea
declarada la inconstitucionalidad de las normas que impiden la acción común y de esta premisa podría sostenerse que
ambas acciones deberían analizarse por separado y en el orden lógico. De ser así, debiera analizarse y resolverse en
primer lugar la pretensión neutralizadora del art. 39.1. L.R.T. pues si se acepta su validez constitucional (como lo hacen
algunos pocos jueces y tribunales del país) no cabe analizar la acción civil pues no habría ese eventual derecho; y solo
una vez apartada la regla cuestionada constitucionalmente podría entrarse al estudio de la imputada responsabilidad
civil.

Este modo de encarar la resolución de esta clase de juicios generó interesantes controversias luego de que
varios tribunales del trabajo de la Provincia de Buenos Aires efectuaran tan radical disección, resolviendo y declarando
como cuestión previa la inconstitucionalidad del desafortunado apartado 1 del art. 39 L.R.T., seguramente indignados
frente a una norma que, más allá del enfoque estrictamente jurídico, luce anacrónica para una sociedad que se integra
en un mundo moderno en el que la igualdad es un valor importante y en el que se está luchando fuertemente contra
todas las formas de discriminación peyorativas no solo contra personas sino, sobre todo, contra grupos de personas.

Esta postura, duramente criticada por parte de la doctrina (con Mario E. Ackerman a la cabeza), prescinde, a mi
modo de ver, del hecho de que, aún cuando la diferenciación radica en la mera circunstancia de que el legislador ha
tratado de un modo desigual a una parte del grupo humano de los trabajadores dependientes (ya que los trabajadores
del servicio doméstico, pese a lo declamado en la ley y en el decreto 491/97, aún no están “protegidos” por la ley
24.557) en relación al resto de los habitantes del país, en el plano judicial no puede hacerse la declaración en abstracto
sin analizarse si el trato desigual es perjudicial y solo en el seno de un “caso” entendido en los términos de la ley 27.

Esto es así pues, a mi juicio, y en el marco de nuestro sistema jurídico de control difuso de constitucionalidad,
no será el simple trato desigual lo que torne constitucionalmente inválida una norma legal sino que se requiere que la
discriminación resulte perjudicial para un solicitante en concreto, y que carezca de una causa objetiva (a juicio del
Parlamento) que de lugar o justifique que el legislador adopte para un grupo de personas una solución normativa de ese
tipo.

De hecho, todas las leyes especiales laborales (como lo es la L.C.T. y lo han sido las leyes 9688 y 24.028) o no
(Vr. Gratia: la ley de defensa del consumidor), son discriminatorias toda vez que tratan distintamente a uno de los
sujetos de las relaciones contractuales en comparación con otras personas. Pero ese trato desigual se justificó en tales
regímenes (y aún en la más reciente ley especial de accidentes de trabajo, es decir la 24.557) por haber reconocido el
legislador que debía otorgar un trato distinto a quienes, por determinadas razones fácticas, necesitaban y merecían,
según criterios de justicia social (o, en términos aristotélicos, justicia distributiva), un régimen jurídico diferencial y
específico para, como decía provocativamente el art. 9 del texto originario de la ley 20.744, intentar compensar con
reglas jurídicas desiguales aquellas desigualdades de la realidad.

Esas reglas especiales, discriminatorias en el más austero significado de la palabra (que no indica, por si sola,
trato peyorativo), no serían inconstitucionales contra los dependientes por dos motivos:

a) en tanto tienen una razón objetiva y palpable que las justifica: la reconocida desigualdad por inferioridad de los
sujetos a los que el legislador ha querido compensar para ponerlos en igualdad con el resto de los habitantes o, al
menos, con sus contrapartes;

y b) no les causan perjuicio.

En suma, la mera discriminación no autoriza a postular la inconstitucionalidad si no provoca perjuicio o si


existen motivos justos, humana y socialmente atendibles, que hayan generado la decisión legislativa.

Ahora bien, el régimen especial de las leyes 9688 y 24.028, con una sabiduría y respeto por el orden jurídico
general que, al parecer, no estuvieron presentes en la génesis de su sucesora, no daba lugar a fisuras pues, a la par
que establecía un régimen especial discriminatorio a favor de los trabajadores, dejaba abierto, de todos modos, y como
no podía ser de otro modo en un país con una Constitución liberal, el acceso al régimen del Código Civil, con la única
restricción de un sistema de opción con renuncia (arts. 17 ley 9688 y 16 ley 24.028), restricción que, aún cuando en lo
personal siempre critiqué por no parecerme coherente con la naturaleza de las contingencias, no pudo ser tachada de
inconstitucional.

La ley 24.557, por falta de esa ya mencionada sabiduría y de todo respeto por la idea de juridicidad, o por otras
razones menos justificables aún, olvidó que bien podía establecerse un nuevo orden jurídico de reparación especial de
infortunios (en reemplazo de la ley 24.028 y con algunas novedades interesantes) pero, como en los anteriores casos,
que la discriminación o trato especial y diferente solo se justifica por las mismas razones, es decir dotar a los
dependientes de un sistema de responsabilidad especial más favorable. Jamás, evidentemente, podía la ley, por
reemplazar la ley especial anterior, excluir a este subgrupo de trabajadores dependientes, en tanto habiten suelo
argentino, de las reglas del Código Civil.

Diré más aún: el legislador de 1995 pudo, si consideraba que ya no se justificaba un régimen especial
discriminatorio a favor de los trabajadores dependientes, derogar la ley 24.028 y dejar a aquellos librados a su suerte
con el instrumento jurídico con el que cuentan todos los demás habitantes de este país: el Código Civil. No obstante, el
legislador fue más lejos: estableció una norma que, en algunos casos, y solo en algunos (aún cuando quizá sean
muchos), resulta discriminatoria pero en contra de aquellas personas a las que la ley especial pretende tutelar.

Por ende, y en resumen, habrá que analizar, en cada caso, si la discriminación es peyorativa, perjudicial, para
el trabajador o, como en el presente caso, para sus derechohabientes, así como si hay una causa objetiva y justa que
motive el distinto trato de la ley frente a quien es dañado por otro.

Podría decirse que es grave que el legislador prive del acceso al Código Civil, que es la ley de todos, a un
grupo de personas que habitan suelo argentino, pero lo más grave, y que justifica la declaración de inconstitucionalidad,
es que esa valla sea un artilugio para complementar la clave económica de la ley 24.557, es decir su mezquindad
indemnizatoria. Esta tacañería es razonable en el marco de un régimen especial accesorio y opcional a un régimen
general de reparación integral con responsabilidad objetiva o subjetiva (como respuesta transaccional: más casos
cubiertos vs. reparación solo integral) pero inadmisible si esa respuesta resarcitoria es la única.

Como consecuencia de lo dicho, y tal como lo hemos explicado con Ackerman en nuestra ya citada “Ley sobre
Riesgos del Trabajo. Aspectos constitucionales y procesales” (cap. II, págs. 37 y stes.), estas eventuales
inconstitucionalidades integran esa categoría que el profesor Néstor Sagües conceptualizó como “relativas”.

En efecto, aún cuando en todos los casos resulte irritante al buen gusto jurídico y al espíritu republicano, la
valla del apartado 1 del art. 39 L.R.T. no es inconstitucional, por citar solo dos ejemplos simples, en el caso de un
infortunio en el que media caso fortuito inherente al trabajo (cubierto en la L.R.T. pero no por el C. Civil) o culpa del
trabajador.

He dicho todo esto para explicar la razón por la cual considero que no puede decidirse, en cada caso, si las
impugnadas normas legales resultan contrarias a la Constitución, si no se analiza, a la vez, la viabilidad de la acción
ordinaria que acompaña la tacha constitucional y los alcances eventuales de la respuesta indemnizatoria.

Paso, pues, a explicitar los motivos por los que, a mi modo de ver, en el presente caso existe plena
responsabilidad civil de la exempleadora, los alcances patrimoniales de la reparación que en tal orden civil
correspondería y la lesión severa de orden constitucional que se advierte al comparar ese régimen legal general con el
especial. Por último, expondré las razones por las que estoy total y absolutamente persuadido de que ese trato
discriminatorio desigual, comprobado en el subjúdice, no es admisible mientras rija en el país la Constitución actual y en
tanto la República Argentina se mantenga fiel a los tratados y declaraciones internacionales que ha suscripto o
ratificado.

7.- Responsabilidad civil de la demandada.

La empresa accionada negó que la actividad - transporte de caudales - sea riesgosa pero, a la par, en su
contestación aludió varias veces al riesgo de tal actividad. Más allá de ello, parece un desliz de escritura aquella
negativa ya que forma parte del conocimiento general, y por ende, resulta casi una obviedad, que transportar grandes
sumas de dinero ha sido desde antaño un emprendimiento intrínsecamente peligroso pues consiste, precisamente, en
tratar de evitar que se concrete un peligro que se prevé, no como hipotético, sino como muy posible, es decir el asalto.
Es de una incomprensible contradicción suponer que una actividad en la que se emplean vehículos blindados, custodios
armados, sistemas de radio y hasta de seguimiento satelital no sea riesgosa.

Puede decirse que riesgosa es aquella actividad en la que un peligro determinado tiene una relevante
posibilidad de materializarse. En el transporte de sumas importantes de dinero o de valores el peligro de ser atacados
por delincuentes es, sin ninguna duda, muy alto pues la historia muestra que siempre hubo personas dispuestas y
ansiosas de asaltar tales transportes (las legendarias “diligencias”, los ferrocarriles, etc.), a punto tal que la historia
demuestra que los peligros de asalto en el transporte de valores fueron una causa trascendental en la aparición del
sistema bancario en su germen florentino.

No tengo la menor duda, pues, que la demandada lleva adelante una explotación altamente riesgosa y en cuyo
marco el infortunio que causó la muerte del Sr. Fernández no ha sido un suceso imprevisible sino, muy por el contrario,
se trató de la concreción de un peligro esperado día a día.

Claro que esta calificación solo tiene sentido jurídico si se acepta que el Código Civil impone responsabilidad
objetiva, merced a su art. 1113, cuando, aún con prescindencia de la participación de una cosa riesgosa o viciosa, el
daño se causó con motivo de una “actividad riesgosa”.

Esta teoría no me atrajo originalmente, cuando integré el Tribunal del Trabajo de Zárate, Pcia. de Buenos Aires,
y en ocasión de que los pioneros votos del Dr. Negri, en la S.C.B.A., así lo proponían. Sin embargo, con el paso del
tiempo no solo yo cambié mi punto de vista sinó que, de hecho, prestigiosos juristas han demostrado que una
interpretación lógica, armónica, integradora y equitativa del art. 1113 del Cód. Civil permite incluir este supuesto.

En efecto, parece ilógico y contradictorio aceptar que la mera participación, a veces muy circunstancial y en
papeles secundarios, de una cosa peligrosa (riesgosa o viciosa) pueda activar la responsabilidad objetiva y que, en
cambio, la ubicación de una persona en el epicentro de un conjunto de cosas y de circunstancias generadoras de
peligro no de lugar a similar protección.

No puedo soslayar, en este sentido, la doctrina sentada por la C.N.A.T. in re “Pérez, Martín C/ Maprico SA”
(Plenario Nº 266) en orden a la activación de la responsabilidad objetiva cuando el accidente lo ha producido una cosa
inerte, que habilita a proyectar tal interpretación cuando el daño tiene lugar en el marco de un conjunto de cosas que,
aunque físicamente inertes, tienen relevancia para atraer peligros ciertos y poner en riesgo a los sujetos físicos que en
medio de ellas se desenvuelven.

Podría postularse, incluso, a los fines de dicha doctrina plenaria, que el dinero transportado ha sido la cosa
riesgosa. Pero, no obstante, repito, considero que quien genera una actividad peligrosa, haciendo de ello, para más, su
giro habitual y fuente de lucro, valiéndose para ello de personas a las que contrata y destina a integrar ese ámbito
riesgoso, debe adoptar todas las medidas que la lógica, la previsión y la prudencia, evaluadas con el criterio del art. 902
C. Civil, exijan en cada momento, y, en su caso, reparar todos los daños que se provoquen a esas personas cuando el
riesgo se convierte en siniestro.

Y bien, actualmente considero que, como lo sintetizara, con la claridad y precisión que la caracterizan, la Dra.
Highton de Nolasco al votar la causa “M.N. C/ Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires” (C.N. Civil, Sala F, sentencia
del 15-5-2000, publicada en Rev. T.y S.S., 2000, págs. 807 y stes), la evolución legislativa, doctrinaria y jurisprudencial
en torno al art. 1113 del Código Civil permite predicar la responsabilidad objetiva por el riesgo creado por actividad lícita
cuando alguien la organiza y posee una clara configuración peligrosa o riesgosa (confr. “Estudio sobre la nueva
concepción normativa del riesgo creado en el derecho argentino”, de Ricardo Luis Lorenzetti, en “Derecho de Daños.
2da. parte”, editorial La Rocca, Bs. As. 1993).

La Cámara Federal de Bahía Blanca, por ejemplo, ha considerado que quien organiza una actividad (en el caso
resuelto: una carrera de automotores) creando un riesgo anormal, es decir en el que se potencia la probabilidad de
daños, debe responder en los términos del art. 1113 del C. Civil (ver La Ley, 1988-A-509). Aunque, en general, la
doctrina (Vr. Gratia: “Aplicación del concepto de actividad riesgosa como causa al contagio del S.I.D.A.”, de Celia
Weingarten y Carlos A. Ghersi, J.A. 1996-IV-406) ha trabajado el concepto con foco en la actividad médica y las posibles
infecciones, resulta visible, a mi modo de ver, que el transporte de caudales de dinero u otros valores encuadra en la
idea de riesgo anormal creado por un titular que, repito, hace de su explotación su actividad habitual y lucrativa.

Por ello, opino que la demandada, que organizó y dirigió la actividad peligrosa en la que fue muerto el
causante, y que lo contrató a este para que participara, como chofer de un camión blindado, en dicha labor peligrosa,
debe responder civilmente si el peligro generado se convirtió, lamentablemente, en un acto fatal.

Pero por encima de ello, estoy convencido de el lamentable suceso no solo no fue imprevisible, sinó que
tampoco fue inevitable. Al contrario, advierto algunas omisiones, culposas obviamente, de la empresa que se sumaron a
la irracional acción de los asesinos y permitieron que ocurriera una enorme desgracia que pudo y debió ser evitada.
Paso a señalar tales omisiones.

Hace ya muchos años que los asaltos a transportes de valores se incrementaron no solo en número sino
también en violencia, y no estoy aludiendo a la ola de locura homicida y suicida que ha venido creciendo
exponencialmente desde que el desempleo y la pobreza tomaron posesión de Buenos Aires. Por ello, opino que quien
ofrece a terceros el transporte seguro de valores debe también proteger a las personas que le permiten dar ese servicio.
Al respecto, no es posible soslayar que el art. 4, apartado 1, de la ley 24.557 (en el plano de las obligaciones que
impone a los empleadores y a los trabajadores, más allá del régimen resarcitorio) ha enfatizado la importancia del deber
de cuidado y prevención pues, zanjando la vieja discusión acerca de si el deber de previsión generaba obligaciones de
medio o de resultado, ha dispuesto que las medidas deben ser “eficaces”.
Pues bien, en ese marco real, considero que la demandada debió haber tomado las siguientes medidas
básicas y elementales para proteger no ya los bienes a transportar sinó primero y primordialmente la integridad y la vida
de sus agentes:

1) debió dotar al blindado de más de un custodio para apoyar el descenso y ascenso del portavalores. En el
presente caso está claro que había un solo agente de custodia (el Sr. Lucero) y es habitual en la actividad, según lo he
comprobado en varias causas que en tantos años me han tocado resolver, que se destinen por lo menos dos custodios
armados a los fines de que primero descienda uno, se posicione en la vía pública, reconozca el lugar, y luego dé la
señal al otro custodio para que baje con el portavalores. En el proceso de ascenso, un custodio sube al camión con el
portavalores mientras el otro cubre ese procedimiento desde la vía pública. Es decir que, a mi modo de ver, la
demandada ha sido negligente al enviar el blindado con un solo custodio.

2) Y, más allá de esta costumbre de asignar dos custodios, considero que, para dar seguridad a sus
dependientes, la demandada debería asignar al camión blindado un apoyo adicional tanto en el plano armado como en
materia de inteligencia. En efecto, la llegada previa de personal que reconozca el lugar y las inmediaciones minutos
antes del arribo del blindado parece una previsión mínima indispensable para una organización profesional que ofrece,
además del transporte, seguridad, valor este que, repito, no solo lo debe garantizar a sus clientes sinó, primeramente, a
los dependientes con los que presta sus servicios. Advierto de la testimonial de WADDLE y ABRAHAM (fs. 246/50) que
la empresa conoce y dispone de este recurso adicional, pero que solo lo asigna según la importancia de lo transportado.
Es decir que la demandada conocía esta posibilidad adicional de seguridad, disponía de ella, pero no la usó para
proteger a sus empleados, ya que su criterio de evaluación para su aplicación - según dijeron sus testigos sin ser
impugnados - estuvo limitado a la importancia de las cosas transportadas y no teniendo en cuenta la invalorable
importancia de la vida e integridad de sus propios agentes.

Esta falta de cuidado de las condiciones del objetivo, al que - no debe olvidarse - el blindado arribaba siempre
en el mismo horario, según contaron los citados testigos, ha constituido, a mi juicio, un factor favorecedor del lamentable
suceso, y ha sido, sin lugar a dudas, una omisión negligente de la empresa.

3) Por último, opino que, tal como lo postuló la parte actora en su demanda, no es mucho pedir que, así como
el comercio Casa Tía permite el ingreso al interior del establecimiento de los camiones que lo abastecen, la accionada
debió haber pactado y exigido que se permita que el blindado pase al interior del lugar. Este simple hecho reduciría
exponencialmente el riesgo de asaltos y, por añadidura, el peligro de tiroteos que con alguna frecuencia ocurren en la
vía pública agregando, a la lista de los puestos en peligro, a los transeúntes.

En suma, considero que, aún cuando - no debe dejar de remarcarse - el daño lo provocaron los asesinos que
asaltaron el vehículo, contra quien, claro está, la demandada posee una acción de repetición si fueren identificados y
habidos, ha sido la empresa la que colocó al causante en situación de ser dañado y, en la organización de tal
participación, ha obrado culposamente al exponer al de cujus, y a sus compañeros de labor, a un riesgo
innecesariamente agravado y al haber omitido tomar recaudos bastante básicos, como los tres enunciados, que podrían
haber evitado el hecho que costó la vida al Sr. Fernández.

Por ende, de conformidad con lo previsto en los arts. 512, 1109, 1113 y concs. del Código Civil, art. 75 L.C.T. y
4 de la ley 24.557, opino que la accionada es responsable paralela del hecho y deberá indemnizar a la viuda y los hijos
en forma integral.

8.- Reparación según las reglas ordinarias de responsabilidad.

El causante tenía 38 años de edad al momento del homicidio. La actora adujo sufrir una incapacidad (el
instrumento de fs. 103 - no autenticado - señala que sufre secuelas de poliomielitis en el MMII Izquierdo y artrosis) que
no demostró pero no se ha invocado que haya laborado o que tenga empleo, ni tampoco se adujo y probó que se
encuentre capacitada para iniciar alguna actividad lucrativa propia dependiente o autónoma. Los hijos del matrimonio
tenían 4, 7 y 14 años al día del desgraciado suceso.

El de cujus ganaba $1.739,62 mensuales en promedio, según lo indicado por el perito contador en el informe
de fs. 269 y stes, sin recibir impugnaciones.

Cabe aclarar que es totalmente erróneo lo afirmado en la contestación de la demanda en orden al monto
depositado por la A.R.T. ya que fueron $55.000, conforme el mezquino máximo que la ley 24.557 dispusiera en el art.
49, Disposición Final 2da. Para mayor desgracia, al momento del fallecimiento, aún no regía el decreto 839/98 que
elevó ese límite a $110.000 para los supuestos de muerte pues el decreto 559/97 no incrementó (como erradamente
sugiere la parte demandada en su escrito de contestación) el límite de las indemnizaciones por muerte y recién fue el
decreto 839/98 (BO 23/7/98), el que reparó ese insólito olvido, pero entró a regir con posterioridad al hecho de autos, sin
que posea carácter retroactivo.

Y bien, en mérito a tales circunstancias voy a merituar la magnitud del resarcimiento. En tal tren debe
recordarse que en el ámbito de la acción reparatoria civil no deben contemplarse exclusivamente los daños laborales,
sino los otros efectos del perjuicio que se proyectan en la vida de relación como ser la pérdida del padre afectivo de
estos hijos, y del compañero para la viuda (conf. C.N.Civil, Sala G, sentencia del 24-11-95, Jurisprudencia Cámara Civil,
Isis, Sum. Nº 0007281, C.N.Civ. Sala H, sentencia del 11-9-97, lug. Cit. Sum. Nº 00110540, C.N.Civ. Sala A, sentencia
del 13-12-95, lug. Cit., sum 00077434, etc.).

Luego de tener en cuenta la renta aproximada que, con las cortas edades de los tres hijos del causante, y los
40 años de la viuda, generará, por debajo de los $400 mensuales, el sistema especial de la ley 24.557 en base a un
capital de $55.000 y la gratificación de $7.500 otorgada por la demandada, voy a estimar la suma de dinero que,
prudentemente calculada, sirva para reparar, de alguna forma sucedánea, todos los daños y perjuicios de orden material
que la familia del trabajador fallecido sufre a partir de tal pérdida.

Estimo que, por las edades ya indicadas de los niños, y la situación personal de la Sra. Santos, la suma de
$350.000 puede cubrir prudente y razonablemente los daños y perjuicios materiales derivados de la muerte del
causante.
Además, cabe considerar el daño moral derivado de la amputación trágica y traumática del esposo de la actora
y padre de estos tres niños menores (conf. Plenario Nº 243 de la CNAT, “Vieites, Eliseo C/ Ford Motor Argentina SA”), y
considero que es equitativo y prudente calcularlos vinculados al daño material y en un 40%, es decir que los fijaré en
$140.000.

He tenido en cuenta casos fallados y montos atribuidos por la Justicia Civil publicados en el Banco de Datos
Quanterix (www.iijusticia.edu.ar) de los últimos cinco años, así como valores utilizados por la C.S.J.N. y de la S.C.B.A.

Esta indemnización de daños y perjuicios, de $490.000, se incrementará con una tasa de interés del 12% anual
contados desde el día del deceso y hasta el efectivo pago (art. 622 C. Civil). Dejo aclarado que aplico dicha tasa por
razones de economía procesal, por ser la que utiliza la casi totalidad de la Excma. Cámara, aunque dejo a salvo mi
opinión en el sentido de que considero que resulta insuficiente para compensar la demora y punir la mora del deudor.

Me parece justo que ese total resarcitorio se distribuya del siguiente modo: el 40% a favor de la viuda y el 20%
para cada uno de los hijos menores, merituando la incidencia que el daño tiene en cada uno de ellos según su situación
personal.

9.- Comparación y razones para declarar la inconstitucionalidad.

Del informe rendido por Consolidar surge que a la reclamante se le depositaron $55.000 y no $110.000 como
afirmó la demandada, y además ésta no acreditó que monto percibe Santos en concepto de pensión. De todos modos,
lo aclaro, lo que el subsistema previsional abone en concepto de pensión no debe descontarse, a la hora de fijar
reparaciones derivadas de responsabilidad civil, pues se trata de beneficios sufragados por el propio causante y, por
ende, de modo indirecto por la familia de éste. Como ya dije, la A.R.T. procedió correctamente al depositar ese
tope de $55.000 pues el decreto 559/97 no incrementó (en una más de las iniquidades de este sistema normativo) el
límite de las indemnizaciones por muerte y el decreto 839/98 (BO 23/7/98), que corrigió semejante injusticia omisiva,
entró a regir con posterioridad al hecho de autos, sin que posea carácter retroactivo.

De lo dicho en los considerandos anteriores se advierten dos circunstancias muy claras:

a) el infortunio no ha sido uno de aquellos que estén fuera de la responsabilidad ordinaria y general que prevé
el Código Civil ya que ha sido imputado a la culpa patronal y, por añadidura, al riesgo anormal creado por ésta. Es decir
que no se trató de un supuesto de los que solo habilitan la responsabilidad especial de las leyes especiales de
accidentes de trabajo.

b) la extensión del daño provocado recibió una respuesta patrimonial real de $55.000, generadores de
homeopáticas sumas mensuales en concepto de renta, cuando según las reglas jurisprudenciales habituales a
cualquier otra persona habitante de este país se le repararía ese perjuicio con un monto del orden de los $490.000,
según lo precedentemente indicado.

Y bien, tal como lo adelanté, para que una ley que trata diferentemente a un grupo de personas pueda,
válidamente, otorgarle un régimen especial deben mediar razones objetivas que expliquen y justifiquen ese trato legal
distinto. La C.S.J.N. ha dicho, en forma inveterada, que la reglamentación legal de la garantía de igualdad del art. 16
C.N. requiere que se trate igualmente a quienes se hallan en igualdad de situaciones y habilitó el trato legislativo
diferencial para quienes se encuentran en distinta situación.

Empero:

Yo no advierto que, cuando el siniestro que causa el daño encuadra en las reglas ordinarias de la responsabilidad
civil, los trabajadores dependientes se encuentren en una situación diferente a la del resto de los habitantes del país.
Como ya dije, es defendible que la ley especial otorgue una reparación menor, por tarifada, frente a los daños sufridos
cuando el infortunio no encuentra amparo en la legislación común. En cambio, no consigo encontrar una sola razón que
justifique que se reduzca una indemnización como la ya señalada a la de $55.000 por el solo hecho de que quien sufre
el daño sea, además de habitante del país, trabajador dependiente.

Ni el Mensaje de Elevación del Proyecto original del PEN - sobre el SIPRIT - ni el debate parlamentario que
motivó la sanción de la ley 24.557 dan pautas que expliquen ni sugieran, siquiera, cual sería la razón por la cual cabría
considerar que, frente al daño causado por un tercero en su salud, integridad psicofísica o vida, un trabajador
dependiente se encuentre en diferente situación fáctica que otro habitante del país, y que, por ende, se lo deba tratar de
un modo distinto y, como en este caso perjudicial.

El hecho de que la ley 24.557 prevea un régimen especial de asistencia médica, fuertemente marcado con
remisión y repetición de normas penales más generales frente a los infortunios no parece bastar para, como
contraprestación legislativa, imponer al trabajador dañado o muerto un régimen legal distinto y de menor tutela
resarcitoria. Aclaro con particular énfasis este punto pues mi querido amigo y distinguidísimo jurista Eduardo O. Alvarez,
en el Dictamen Nº 29.666 a la causa “Pérez, Liliana Del Carmen C/ Proinversora SA y otros” (Sala I, Expte. 17.673/98)
parece entender que en la obra que ya he citado yo haya sugerido que este dato fuera relevante para justificar el trato
legal distinto. No voy a hacer aquí la aclaratoria de lo allí expuesto pero si quiero expresar que si la redacción de esa
obra deja dudas cabe señalar aquí con claridad que la obligación de prestar asistencia inmediata a la víctima de un
daño pesa sobre todo aquel que lo ha provocado y que lo ideal, debido y esperable (en el campo deontológico) es que
los daños se reparen en especie y no más tarde con un sistema sucedáneo patrimonial. Por ende, quien atropella a una
persona con su vehículo tiene la misma obligación de darle asistencia médica completa e inmediata que el empleador
(mediatizado por la A.R.T.) frente al trabajador accidentado. Por ende, reitero, ese dato es irrelevante.

Los funcionarios públicos que tuvieron la difícil misión de asumir públicamente la defensa de la ley 24.557 han
sostenido en diversas ocasiones el argumento financiero como razón de ser de la limitación de la responsabilidad así
como la conveniencia de que el sistema resultara cerrado, financieramente previsible, y evitara la litigiosidad.

Pues bien, como hombre formado en el derecho en general - y el derecho es humanista - y en el derecho
social en particular creo innecesario abundar en explicaciones para descartar semejantes razones que, seguramente,
son las que realmente han actuado como motor del sistema. Es inmoral limitar la responsabilidad de quien provoca
daños por su responsabilidad civil subjetiva (con culpa o dolo ordinario) y hacer cargar parte del perjuicio a la víctima
inocente con objetivos financieros. Toda previsión financiera - que no debe estar ausente en ningún régimen racional -
debe estar al servicio del hombre y de relaciones justas y nunca a la inversa. Poner al lucro - finalidad y motor humano
muy válido, por cierto - por encima de principios como la indemnidad y la equidad constituye un acto inmoral y
descalificable.

A la par, anatemizar el derecho a demandar judicialmente resulta contrario a una organización democrática,
libre y republicana, y más propio de antiquísimos regímenes absolutistas y dictatoriales en los que pedir era una
posibilidad librada a la mera y graciosa voluntad del déspota. Al contrario, todo el derecho moderno consagra el derecho
a reclamar ante los tribunales lo que se considere pertinente, previendo el sistema procesal sanciones para los casos,
patológicos, por cierto, de ejercicio abusivo de ese derecho.

Consecuentemente, quien sostenga que la valla del art. 39 apartado 1 de la L.R.T. se justifica para limitar la
posibilidad de que se inicien juicios, desconoce la Constitución Nacional y los pactos internacionales, como, por
ejemplo, el de San José de Costa Rica, a los que la República Argentina ha adherido para poder integrar el llamado
“mundo libre”.

En suma, no advierto que exista una razón objetiva justificada que torne siquiera razonable tratar a los
trabajadores dependientes, en materia de responsabilidad ante daños causados por responsabilidad civil patronal, de un
modo diferente y menos protectorio que el Código Civil.

He visto algunos fallos que consideran que la justificación radica en el hecho de que el trabajador dependiente
integre la comunidad laboral en cuyo seno, o con motivo de la cual, ha sufrido el daño, y está, por ello, en una situación
diferente que aquel que es dañado sin relación contractual con el causador del daño. Obviamente, esa línea
jurisprudencial olvida o desconoce la importante evolución de las dos grandes vertientes de la responsabilidad civil:
contractual y extracontractual y tal desubicación jurídica torna innecesario refutar semejante discurso, y sin enfrentarlo a
la regla del art. 16 C.N.

Se ha sostenido en doctrina que las reglas del Código Civil emanan, en definitiva, de una “mera ley” y que, por
ende, otra ley puede excluir de ese régimen legal a un grupo de personas. Este argumento omite tener en cuenta dos
obstáculos esenciales. En primer lugar, el Código Civil, aunque ley del Congreso, no es una ley ordinaria, es, como lo
adelanté, “la ley de todos”, es el común denominador de todos los habitantes de este país y sus normas generales son
muy anteriores a la Constitución Nacional. En particular el principio recogido por el Código de que quien dañe a otro
debe repararle todo daño que le provoque (derivado del “non laedere alterum”) existió en las normas locales antes de la
Organización Nacional que nos dio la Constitución y esta, con normas como los arts. 16, 17 y 19, no hizo más que
subrayarlas y darles carácter inmutable como parte de la arquitectura republicana, libre y democrática que dicha
organización hizo del país. Pero, además, la Corte Suprema de Justicia ha reconocido el carácter constitucional del
citado principio “non laedere alterum” al interpretar el art. 19 de la Constitución Nacional (ver especialmente las
memorables sentencias dictadas en las causas “Günther” y “Santacolomma”, en la década del 80).

Por ende, a mi modo de ver, las reglas del Código Civil en esta materia no pueden ser derogadas por otra ley
pues tienen raigambre constitucional.

Además, no se puede soslayar que, aún cuando admitiera al solo título conjetural tal posibilidad, la nueva
norma no podría establecer un régimen jurídico de impunidad total (admitiendo la capacidad de dañar sin pagar) ni
parcial (como en el caso bajo análisis en el que, con responsabilidad civil, la ley solo manda resarcir según una tarifa
incompleta y, por añadidura, mezquina) para un grupo de personas sin una razón objetiva y justificada - y ya quedó
dicho que no la hay en este caso - pues, de lo contrario, se violaría la regla constitucional del art. 16.
No faltaron quienes han postulado - como escuetamente aquí lo ha hecho la demandada que la norma especial
menos protectoria en algunos aspectos se justifica si, en general, “conglobadamente” podríamos decir tomando el
lenguaje del art. 9 L.C.T., su régimen es más favorable. Pues bien, aún cuando no comparto tal afirmación teórica, lo
cierto y concreto es que nadie, absolutamente nadie, ha demostrado semejante aserto en la doctrina, la jurisprudencia
ni en el escrito de contestación de la demanda. Consecuentemente, esta afirmación hipotética carece de significación
real y merece ser descartada por falta de bases reales.

La demandada ha dicho, supongo que con ingenuidad y sin advertir la gravedad del argumento, que la regla bajo
análisis no es violatoria del principio de igualdad en tanto discrimina a todo un grupo. Me produce dolor verificar que se
puedan hacer afirmaciones de esta clase que parecen olvidar que las discriminaciones grupales, mucho más comunes y
graves (cuantitativa y cualitativamente) que las individuales, son las que asuelan al mundo: Estoy convencido de que la
defensa letrada de la empresa no ha reparado que está afirmando que sería válida una norma que discrimine
negativamente a todos los hombres negros, a todas las mujeres, a todos los asiáticos, a todos los musulmanes, a todos
los judíos, a todos los kurdos, a todos los indígenas, a todos los discapacitados, a todos los pobres, a todos los
inmigrantes, a todos los integrantes de un partido político, etc. etc. Los esfuerzos del mundo en la segunda mitad del
siglo XX han estado dirigidos, y prueba de ello son las normas internacionales que luego mentaré, a evitar la
discriminación de grupos étnicos, religiosos, sexuales, raciales, políticos, etc. para que se haga realidad, primero en el
plano del deber ser y luego en el de los hechos, la igualdad de los hombres que fuera motor de la Revolución Francesa.

Los profesores Antonio Vázquez Vialard y Ricardo Foglia, los autores que con más ahínco y seriedad intentaron la
defensa de la norma bajo análisis, han dicho y escrito varias veces que hay otras normas legales que también limitan el
acceso al Código Civil, en referencia a la Ley de la Navegación y al Código Aeronáutico. Con todo el respeto, el
profundo reconocimiento que profeso al primero de dichos juristas y el hondo aprecio que siento por mi amigo Foglia,
debo decir que tal argumento no me parece realmente trascendente. Digo esto pues:

a) el contrato de trabajo posee varias notas que lo diferencian esencialmente de los dos de transporte citados.

a.1) en el contrato de trabajo no se da, de ordinario, la elección voluntaria que caracteriza, también por lo
general, el acceso del pasajero a un medio de transporte por agua o por aire;

a.2) el carácter electivo para el pasajero de un medio no necesario, como regla, de transporte, con una dosis
especial de riesgo conocido de antemano, pudo justificar en tiempos pasados que el legislador limitara la
responsabilidad del transportista por agua o aire con lo que, por esa vía indirecta, pusiera parte del riesgo a cargo de
quien elige el medio riesgoso de transporte. Esta circunstancia, obviamente, no opera en el contrato de trabajo
dependiente.

a.3) El contrato de trabajo no posee el carácter efímero o, al menos, breve que es habitual en el transporte por
agua o por aire.

b) La valla que la Ley de la Navegación y el Código Aeronáutico ponen para que la víctima acceda al régimen
ordinario es considerablemente más “baja” que la erigida por la ley 24.557. En efecto, mientras la L.R.T. no solo
dispensa la culpa (al subsumirla en la tarifa de la responsabilidad especial) del principal, sinó que también incluye en la
exención de responsabilidad civil patronal al dolo ordinario, las aludidas leyes de transporte, en cambio, restringen la
limitación a la culpa, ya que aún por dolo común hay acceso al Código Civil.

c) Por último, la existencia de dos normas que, eventualmente, podrían dar lugar, también, a planteos de
inconstitucionalidad relativa, no sanea el vicio de inconstitucionalidad que el art. 39 apartado 1 L.R.T. tiene en supuestos
como el que aquí se está resolviendo.

Por todo ello, y de conformidad con los precedentes dados por las Salas VII y X de la C.N.A.T. en las causas
“Falcon, Restituto C/ Armada Nacional. Comando de Transportes Navales” (Sala VII, sentencia del 23-6-2000),
“González, Emma Sonia Del Valle por si y por sus hijos menores C/ Consignaciones Rurales SA” (Sala VII, sentencia del
4-8-2000) y “Lizarraga, Juan Elías C/ Streitfeld, Jorge” (Sala X, sentencia del 31-7-2000), cuyos argumentos tomo sin
repetir en honor a la brevedad, así como teniendo en cuenta la sólida opinión brindada por el Sr. Fiscal General de la
Cámara en la causa “Pérez, Liliana Del Carmen C/ Proinversora SA y otros” (Sala I, Expte. 17.673/98 a decisión del Dr.
Vázquez Vialard al día de hoy) mediante el Dictamen F.G.T. Nº 29.666, y sin mencionar (por necesidades de brevedad)
los importantes y valientes decisorios de varios tribunales del trabajo de la Pcia. de Buenos Aires al respecto, considero
que cabe declarar en el presente caso la inconstitucionalidad del art. 39 apartado 1 de la ley 24.557 en tanto, sin
fundamento objetivo justificado, excluye a una parte de los trabajadores dependientes habitantes de este país de las
reglas generales de responsabilidad civil y del derecho a la consecuente reparación integral, en cuanto exime de
responsabilidad civil al empleador, y de todas las demás normas que ratifican esa prohibición de acceso por el
trabajador o sus derechohabientes a las reglas generales del derecho común, y en tanto le impone un resarcimiento
tarifado y visiblemente mermado, insuficiente para paliar siquiera el daño provocado.

Tales reglas, resultan, a juzgar por el presente caso concreto, contrarias a las garantías constitucionales
conferidas por la Carta Magna a todos los habitantes como las de recibir un trato igual por parte de la ley (art. 16 C.N.),
no ser dañado impunemente, siquiera parcialmente, (art. 19 C.N.), la de obtener el restablecimiento pleno de todo daño
causado por terceros con culpa o dolo y el de ser mantenido indemne patrimonialmente frente a los perjuicios causados
en el marco de la comunidad nacional y, en particular, en el desempeño del contrato de trabajo, como concreción del
principio que Fernández Madrid denominó de “indemnidad” (arts. 14 bis y 17 C.N). La regla impugnada, y apartada por
esta decisión, choca frontal, vergonzosa e irremisiblemente con las disposiciones fundamentales de la Convención
Americana de Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica) y de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos en materia de igualdad de trato por el Estado y la ley, y de derecho a una reparación adecuada.

No es inconstitucional, a mi juicio, el apartado 1 del art. 1 de la ley 24.557 pues no dispone que la reparación
de los daños derivados del trabajo se rija exclusivamente por est ley. Por ende, no actúa como obstáculo a la aplicación
complementaria y armónica de los regímenes especial y general.

El párrafo 2do. de la Disposición Adicional 1ra. del art. 49 L.R.T. no es aplicable a este caso por lo que es
inconducente analizar su validez constitucional. La tacha realizada contra los arts. 12, 21 y 46 de la ley 24.557 luce, en
el presente juicio, injustificada pues sus normas no operan en el caso ni obstaculizan el derecho de los reclamantes al
acceso a la protección de las reglas comunes del Código Civil de la Nación.
10.- La condena.

Pues bien, de acuerdo a lo dicho y resuelto, removida la exención de responsabilidad consagrada por el
apartado 1 del art. 39 de la ley 24.557, y verificándose los supuestos de responsabilidad civil objetiva y subjetiva (según
arts. 512, 1109 y 1113 del C. Civil), corresponde condenar a la ex empleadora del trabajador fallecido en accidente de
trabajo a indemnizar la totalidad de los daños provocados y, según lo ya estimado, ello se logrará, prudencialmente, con
la suma global de $490.000 por daños materiales y moral (arts. 1068, 1069, 1078, 1083 y concs. C. Civil), y con los
intereses al 12% anual contados desde el accidente mortal y hasta el efectivo pago.

11.- Situación de la citada en garantía.

La demandada citó en garantía a la A.R.T. en la que aseguró los riesgos del trabajo según la ley 24.557. Dicha
A.R.T., como ya reseñé, se opuso a la citación y planteó defensa de falta de legitimación pasiva. Oportunamente
desestimé la citación pero la Excma. Cámara dispuso lo contrario.

Ahora bien, superada aquella etapa meramente adjetiva, corresponde analizar la situación de la citada. Sigue
pareciéndome claramente obvio que en el régimen legal actual - según las leyes 17.418 y 24.557 - las A.R.T. no
garantizan la responsabilidad civil del asegurado y que su responsabilidad se limita a asumir prioritariamente (y como
único deudor, según el art. 1 del decreto 334/96) las obligaciones que la ley 24.557 y las pólizas respectivas
(confeccionadas con exacta adaptación a dicha ley) establezcan.

En el presente caso quedó probado que la citada en garantía pagó su obligación legal y convencional al
depositar $55.000 en la A.F.J.P. indicada por la Sra. Santos.

No argumentó la demandada, al citar a la A.R.T., que tuviera cubierta por esta su eventual responsabilidad civil
(póliza que, por otra parte, no está permitida por la Superintendencia de Seguros de la Nación).

Por ambas razones, ninguna responsabilidad cabe atribuir a Solar A.R.T. y la citación será desestimada con
costas a la citante (arts. 499 C. Civil y 68 CPCCCN).

12.- Por lo expuesto, resuelvo:

A) Declarar la inconstitucionalidad en el caso del art. 39 apartado 1 de la ley 24.557 y admitir, en consecuencia,
la demanda iniciada por ALICIA GRACIELA SANTOS, MARINA GISELA, NAHUEL OSVALDO y SANTIAGO
ALEJANDRO FERNANDEZ, condenando a TRANSPORTADORA DE CAUDALES JUNCADELLA SA a pagarles, dentro
de los cinco días, mediante depósito judicial en autos, la suma global de PESOS CUATROCIENTOS NOVENTA MIL
($490.000), con intereses al 12% anual contados a partir del día del fallecimiento y hasta el efectivo pago,
correspondiendo el cuarenta (40) por ciento del resarcimiento a la viuda del causante y el sesenta (60) por ciento
restante a los tres hijos, por partes iguales; e imponer las costas a la vencida (art. 68 CPCCN);-

B) Desestimar la citación en garantía efectuada por TRANSPORTADORA DE CAUDALES JUNCADELLA SA


respecto de SOLART ART SA, con costas a la citante;
C) Regular los honorarios de la representación letrada de las partes actora y demandada y de la citada en
garantía, así como los periciales, en el DIECIESEIS (16), CATORCE (14), DIECISEIS (16) y CUATRO (4) por ciento,
respectivamente, del monto total de la condena, de acuerdo a la importancia, extensión y calidad de los trabajos
realizados (pautas leyes 21.839 y 24.432 y dec.ley 16.638/57);-

D) Regístrese, notifíquese y cúmplase.

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